Bilge Adam Ispanyolca

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EL HOMBRE SABIO Hace muchísimos años, en un lejano país, vivía un joven rey. Aquél rey era orgulloso y admirábase a sí mismo, además, despreciaba a los ancianos y pensaba que aquellos no eran útiles para ningún trabajo. Un día les dijo a sus visires 1 , “si en nuestro país no hubieran ancianos, seríamos más ricos. Ellos no trabajan, sólo comen. ¡Es necesario que los matemos a todos!”, prosiguió, “y al anciano que no pueda trabajar tanto como una mujer o un hombre, mátenlo”. En respuesta a esta orden, los vellos de los aterrados visires pusiéronse rígidos y cuando el rey vio las caras llenas de miedo de los visires, dijo gritando: “¡Pronto, váyanse y cumplan mis ordenes!” Los visires enviaron soldados a los cuatro puntos cardinales del país. Los jóvenes apenábanse mucho por ésta situación, pero para los soldados del rey no había otra cosa que pudieran hacer para oponerse. Uno de ellos dijo: “¡Esto no puede ser! Yo no voy a permitir que mi padre muera”, ya que lo amaba mucho y éste amor le daba ánimos. Su padre se ocultaba en una pequeña habitación que quedaba detrás de la casa. Los soldados que llegaron a su casa dijeron: “Aquí no hay ningún anciano.” Por varios días, el padre del joven jamás salió de aquélla pequeña habitación; pasaba sus días leyendo libros y cada noche, sentado junto a su hijo, hablaban y le explicaba las cosas que había aprendido. Su hijo, en cambio, informaba a su padre acerca de lo que pasaba afuera. Una noche, cuando el hombre joven llegaba a casa, relató lo siguiente: “Mi padrecito; hoy el rey y sus visires estaban junto al río. En el fondo de las claras aguas del río, se apareció una gran perla brillante; los servidores del rey se esforzaron para poder tomar aquella perla pero fracasaron, por eso el rey se irritó mucho y gritó: “¡Encuentren esa perla, idiotas!” 1 Ministros de un gobernante musulmán. 1

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cuento turco: el hombre sabio

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EL HOMBRE SABIO

Hace muchísimos años, en un lejano país, vivía un joven rey. Aquél rey era orgulloso y admirábase a sí mismo, además, despreciaba a los ancianos y pensaba que aquellos no eran útiles para ningún trabajo.

Un día les dijo a sus visires1, “si en nuestro país no hubieran ancianos, seríamos más ricos. Ellos no trabajan, sólo comen. ¡Es necesario que los matemos a todos!”, prosiguió, “y al anciano que no pueda trabajar tanto como una mujer o un hombre, mátenlo”.

En respuesta a esta orden, los vellos de los aterrados visires pusiéronse rígidos y cuando el rey vio las caras llenas de miedo de los visires, dijo gritando: “¡Pronto, váyanse y cumplan mis ordenes!”

Los visires enviaron soldados a los cuatro puntos cardinales del país. Los jóvenes apenábanse mucho por ésta situación, pero para los soldados del rey no había otra cosa que pudieran hacer para oponerse. Uno de ellos dijo: “¡Esto no puede ser! Yo no voy a permitir que mi padre muera”, ya que lo amaba mucho y éste amor le daba ánimos. Su padre se ocultaba en una pequeña habitación que quedaba detrás de la casa. Los soldados que llegaron a su casa dijeron: “Aquí no hay ningún anciano.”

Por varios días, el padre del joven jamás salió de aquélla pequeña habitación; pasaba sus días leyendo libros y cada noche, sentado junto a su hijo, hablaban y le explicaba las cosas que había aprendido. Su hijo, en cambio, informaba a su padre acerca de lo que pasaba afuera.

Una noche, cuando el hombre joven llegaba a casa, relató lo siguiente: “Mi padrecito; hoy el rey y sus visires estaban junto al río. En el fondo de las claras aguas del río, se apareció una gran perla brillante; los servidores del rey se esforzaron para poder tomar aquella perla pero fracasaron, por eso el rey se irritó mucho y gritó: “¡Encuentren esa perla, idiotas!”

Mientras sonreía, el anciano que escuchaba lo que su hijo contaba, preguntó, “¿En la orilla del río hay algún árbol?”

“Sí, en la orilla del río hay un gran castaño”“¿En el árbol hay algún nido de pájaro?”“Sí, lo hay ¿Por qué lo preguntas?”“La perla está en aquél nido, el rey está viendo el reflejo de la perla en el río, de esto

estoy seguro.”Al día siguiente, el hombre joven, vio de nuevo al rey y a sus hombres en la orilla

del río. Todavía estaban tratando de encontrar la perla, inmediatamente, se aproximó directo al rey y le dijo, “Mi gran rey, la perla no está en el río.”

El rey le preguntó, “¿Tú quién eres?”“Yo sólo soy un pobre aldeano.”“¿Entonces dónde está la perla?, ¡dímelo de inmediato!”El hombre joven, mostrando el árbol, dijo, “En el nido de pájaro”; los visires

miraron hacía el árbol y dijeron, “Sí, es verdad, joven; en el nido hay una cosa blanca que brilla.” El rey ordenó que apenas cogieran la perla, se la trajeran. Un servidor se trepó al árbol y regresó con una gran perla.”

1 Ministros de un gobernante musulmán.

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Al rey le gustó mucho y preguntó, “¿Cómo supiste que la perla estaba en el árbol?” El joven contestó “yo sólo lo se.”

El rey se enfureció mucho con sus hombres y les gritó “¿Ustedes por qué no lo saben?, Aquél es sólo un aldeano. Ustedes son los hombres más sabios del país.”

Los visires tuvieron mucha envidia y dijeron, “Pronto, miremos que tan inteligente es este joven, probémoslo; si fracasa, lo decapitamos.

“¿Qué clase de prueba?”, preguntó el rey.“Mostrémosle dos caballos, uno joven y otro viejo; que adivine cuál es el viejo y

cuál es el joven, pero que no mire sus dientes.”“¡Muy bien!”, dijo el rey. “Que sea mañana por la mañana en el establo.” Mientras

que el hombre joven, lentamente iba a su casa, se preguntaba cómo podría adivinar la edad de los caballos y cuando regresó a su casa se lo explicó a su padre.

Su padre le dijo, “no te aflijas, eso no es difícil; observa los caballos con cuidado, el joven intentará escapar, pero el viejo caminará despacio.”

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