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BIBLIOTECA DE MÉXICO "JOSÉ VASCONCELOS, AÑo I MÉxico, 1? DE OcTUBRE DE 1898 NúM. 5 REVISTA ODERNA LITERARIA Y ARTISTIOA .. LA REVELACION DEL ECO" RECUERDOS DE CUAJIMALPA. (A m 's compa>íel'OS de expedi ción.) Rebujados en nuestros gruesos sarapes y tendi- dos en la yerba frente á los obscuros y fantástieos paredones del Convento, bajo un cielo gris, sin luna y sin estrellas, escuchábamos las quejas de la guita- rra, fumando y pensando . ... "¡Adiós al tender el vu elo Al tender el vuelo, por el azuL ... " El eco repetía triste la melancólica estroft1 •1ue se perdía gimit!ndo en las profundas sombras .... El eco, el eco de las ruinas sobre todo, es un sim- ple fenómeno físico, ó es una realidad de otro géne- ro que remueve en el fondo de las tumbas los olvi- dados recuerdos como fugaces chispas que aún tiew- Llan entre la fría Es la voz de los que duermen, que brota ahogada y sollozante para decir al viento de la noche las angustias y los secretos de los que amaron y lloraron1 Las bóvedas que resue- nan lúgubres á nuestras impías pisadas, suspiran ó se quPjan1 Esos mil rumores que se agitan temblan- do entre las desportilladas piedras ó susurran lán- guidos entre los árboles, no son confidencias de amo- res, llorosa• como el débil viento, vagas como la pP.rdida nota, que van en bua0a de un nido caliente y oculto ó de una pareja extraviada Eln la discreta sombra1 Por qué nos estremecemos á esas voces mis- teriosas con las angustias y los afanes de deseos im- posibles, como si dentro del alma abrieran y agita- ran sus alas las ilu•iones y salpicaran sus estrellas los recuerdos1. . .. _ ... _ ........ .. .. ...... .. _ Volaban mis suellos envueltos en las Pspirales de mi cigarro, y junto á mí, mudos bajo la parda no- che, mis compalleros también soñaban en ruedio de la majestuosa calma del bosque dormido. Evocába- mos esas aspiraciones aletargadas, esos de.seos con- fusos envueltos en lejanas nieblas, esas mil historias de amores que se suenan y nunca se realizan, blan- cas siluetas de mujeres puras como vírgenes de luz, ojos azules como el cielo de la montana, brazos sua- ves que no rompan el cuerpo, besos de amor que no quemen el alma! . •.. Una lejana campanada rompió en los aires su la- mento de bronce, los árboles suspiraron dulcemente, y como si se hubiesen desarticulado las piedras y abierto las sombras, una voz ahogacla y temblorosa, como la voz de los secretos, brotó de las profundi- dades negras ..• . I Yo una historia, olvidada como estos paredo- nes agrietados, grandiosa como estos bosques salva_ jes. N o quiero que quede sepultada para siempre bajo las ruinas: recójanla los corazones sensibles que sueñan y aman anhelando el cielo en sus delirios; y palpiten á los recuerdos en el silencio y la soledad, recuerdos ¡ay! tan dolorosos como todo lo que muere llorando, tan tristes como el gemido le- jano del arroyo que huye estrellándose en las pie- dras, como la pálida luz de luna que alumbra los derruidos arcos .••• Una mañana, J-o¡ piadosos frailes encontraron en esta planicie, alumbrado por el sol naciente, á un hombre sin movimiento, lívido, con el traje roto, las manos sangrando, revuelta la magnífica cabellera rubia, y con los grandes ojos azules fijos, clavados en el fondo sin manchas de un cielo de verano. Cua.ndo recobró los sentidos, estaba eu una celda al cuidado de los caritativos hermanos. Su primer impulso fué el asombro, despuéa sonrió tristemente y luego rompió á llorar, á. llorar con amargura, gol- peándose el corazón en accesos de horrible rabia.- Querfa huir, trepar la montaría arrastrado por es- pantoso vértigo, hasta eatrtllarse ó morir de can- sancio y de impotencia.. -Sí! gritaba desesperado; allá est.á, cerca de las nubes, en el cielo._ .. DPjadme, dPjadmc! quiero co- rrer, volar, llegar á ella y morir deslumbrado de amor y de ventura! -En el cielo sólo rstá Dios, desdichado! deda severo el ancinno prior. -Diobt _ . _Dios es ella! grit .. ba el pobre hom- bre, y sus ojos azules se cuajaban de lágrimas, los suspiros y los gritos se atropellaban en su garganta y se retorcía con dolorosa desesperación, mientras la esquila de la torre sonaba. su voz metálica y mo- nótona y el murmullo de la oración se dilataba, sor- do, en las Lóvedas de la Capilla .... En la noche se le calmó la fiebre y una sonrisa de resignada trist eza se dibujó en sus labios. -Me llamo Baltazar; tengo una anciana madre que me adora y la he abandonado por seguir á un fantasma, al fantasma de mi amor . ... ¡ay! y he ca- minado sin descanso tres días y tres noches .•.. Pa-

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t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

AÑo I MÉxico, 1? DE OcTUBRE DE 1898 NúM. 5

REVISTA ODERNA LITERARIA Y ARTISTIOA

.. LA REVELACION DEL ECO" RECUERDOS DE CUAJIMALPA.

(A m 's compa>íel'OS de expedición.)

Rebujados en nuestros gruesos sarapes y tendi­dos en la yerba frente á los obscuros y fantástieos paredones del Convento, bajo un cielo gris, sin luna y sin estrellas, escuchábamos las quejas de la guita­rra, fumando y pensando . ...

"¡Adiós al tender el vuelo Al tender el vuelo, por el azuL ... "

El eco repetía triste la melancólica estroft1 •1ue se perdía gimit!ndo en las profundas sombras ....

El eco, el eco de las ruinas sobre todo, es un sim­ple fenómeno físico, ó es una realidad de otro géne­ro que remueve en el fondo de las tumbas los olvi­dados recuerdos como fugaces chispas que aún tiew­Llan entre la fría ceniza~ Es la voz de los que duermen, que brota ahogada y sollozante para decir al viento de la noche las angustias y los secretos de los que amaron y lloraron1 Las bóvedas que resue­nan lúgubres á nuestras impías pisadas, suspiran ó se quPjan1 Esos mil rumores que se agitan temblan­do entre las desportilladas piedras ó susurran lán­guidos entre los árboles, no son confidencias de amo­res, llorosa• como el débil viento, vagas como la pP.rdida nota, que van en bua0a de un nido caliente y oculto ó de una pareja extraviada Eln la discreta sombra1 Por qué nos estremecemos á esas voces mis­teriosas con las angustias y los afanes de deseos im­posibles, como si dentro del alma abrieran y agita­ran sus alas las ilu•iones y salpicaran sus estrellas los recuerdos1. . .. _ ... _ ........ .. .. ...... .. _

Volaban mis suellos envueltos en las Pspirales de mi cigarro, y junto á mí, mudos bajo la parda no­che, mis compalleros también soñaban en ruedio de la majestuosa calma del bosque dormido. Evocába­mos esas aspiraciones aletargadas, esos de.seos con­fusos envueltos en lejanas nieblas, esas mil historias de amores que se suenan y nunca se realizan, blan­cas siluetas de mujeres puras como vírgenes de luz, ojos azules como el cielo de la montana, brazos sua­ves que no rompan el cuerpo, besos de amor que no quemen el alma! . •..

Una lejana campanada rompió en los aires su la­mento de bronce, los árboles suspiraron dulcemente,

y como si se hubiesen desarticulado las piedras y abierto las sombras, una voz ahogacla y temblorosa, como la voz de los secretos, brotó de las profundi­dades negras ..• .

I

Yo sé una historia, olvidada como estos paredo­nes agrietados, grandiosa como estos bosques salva_ jes. N o quiero que quede sepultada para siempre bajo las ruinas: recójanla los corazones sensibles que sueñan y aman anhelando el cielo en sus delirios; y palpiten á los recuerdos evo~ados en el silencio y la soledad, recuerdos ¡ay! tan dolorosos como todo lo que muere llorando, tan tristes como el gemido le­jano del arroyo que huye estrellándose en las pie­dras, como la pálida luz de luna que alumbra los derruidos arcos .•••

Una mañana, J-o¡ piadosos frailes encontraron en esta planicie, alumbrado por el sol naciente, á un hombre sin movimiento, lívido, con el traje roto, las manos sangrando, revuelta la magnífica cabellera rubia, y con los grandes ojos azules fijos, clavados en el fondo sin manchas de un cielo de verano.

Cua.ndo recobró los sentidos, estaba eu una celda al cuidado de los caritativos hermanos. Su primer impulso fué el asombro, despuéa sonrió tristemente y luego rompió á llorar, á. llorar con amargura, gol­peándose el corazón en accesos de horrible rabia.­Querfa huir, trepar la montaría arrastrado por es­pantoso vértigo, hasta eatrtllarse ó morir de can­sancio y de impotencia..

-Sí! gritaba desesperado; allá est.á, cerca de las nubes, en el cielo._ .. DPjadme, dPjadmc! quiero co­rrer, volar, llegar á ella y morir deslumbrado de amor y de ventura!

-En el cielo sólo rstá Dios, desdichado! deda compa~i,·o · y severo el ancinno prior.

-Diobt _ . _Dios es ella! grit .. ba el pobre hom­bre, y sus ojos azules se cuajaban de lágrimas, los suspiros y los gritos se atropellaban en su garganta y se retorcía con dolorosa desesperación, mientras la esquila de la torre sonaba. su voz metálica y mo­nótona y el murmullo de la oración se dilataba, sor­do, en las Lóvedas de la Capilla ....

En la noche se le calmó la fiebre y una sonrisa de resignada tristeza se dibujó en sus labios.

-Me llamo Baltazar; tengo una anciana madre que me adora y la he abandonado por seguir á un fantasma, al fantasma de mi amor . ... ¡ay! y he ca­minado sin descanso tres días y tres noches .•.. Pa-

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"JOSÉ VASCONCELOS,

66 REVISTA MODERNA.

dre, sois bueno; estos monjes son caritativos .... bendícelos, Dios mío! Yo soy un loco y un misera· bltl .... perdón, padre, perdón! La amo tanto .... tanto!. .. .

-Pobre hijo mío; duerme y ruega á Dios por el descanso de tu alma.

-Sí, padre, voy á dormir; en sueños la veo .... Es blanca como el ala de una paloma: sus labios, ro­jos y frescos como dos hojas de amapola, me sonríen entreabiertos, me arroja al cuello sus flexibles bra­zos, me cobija con su suelta cabellera negra, pega sus labios á mis labios y en sus ojos abiertos se di­latan los ciclos . ...

Sus párpados se entornaban suavemente como pa­ra ver mPjor en la sombra al luminoso fantasma, una dulce sonrisa de deleite movía sus labios, y el sueño Jo mareaba lentamente con su danza de visio­nes vagas .. . .

El prior cayó de rodillas junto á la cama y levan­tando los piadosos ojos murmuraba: "Pater noster quies in crelis . ... " "Santificretur nomen tu u m . .. " contestaban en coro las voces lügubres de los frailes que recorrían con pasos secos y acompasado~ los co­rredores, proyectando en las paredes sus sombras ca­P' ichosas y movedizas.

La luna prendía su sudario ceniciento en la cruz del campanario, se quejsba el arrl1yo con la eterna quPja de la onda que huye y el viento frío inclina­ba las doloridas ramas ....

La casa de oración dormía, Dios velaba; la peque­flez de abajo se envolvía en las sombras de la noche, las estrellas ardían en la inmensidad azul!

li

No quiso al)andonar el Convento, pasaba sus días en la oraciSn y lo. penitencia, conforme, resignado, casi contento con las prácticas severas y las rudas disciplinas.

En la noche se tendía en la yerba á contemplar los astros 6 se internaba entre las espesuras.

Pálido como una luna de invierno, la mirada tris­te y profunda, en su frente el pliegue de una con­tracción nerviosa, sus largos rizos rubios cayendo en desórden sobre el t osco hábito .... todo hacía de Baltazar una imponente figura, engrandecida por el dolor. Era respetado y querido porque sufría y llo· raba.

Tenía accesos desesperados, horriLles: relampa­gueaban sus pupilas con fuegos deslumbradores, su frente se cubría de nubes y sus cabellos se en­crespaban azotarlos por el huracán!. ... Entonces caía de hinojos en las d~snudas losa~, se maltrataba el cuerpo y permanecía horas enteras de bruces en las frías gradas del altar. Se levRntaba sereno, ri ­sueilo, y miraba al cielo con una expresión profun­t!a de infinita bondad.

Sobrio y rígido, era capaz de llegar al heroísmo del sacrificio. Su alma era inmensa, llena de con-

trastes, albergando desde los sentimientos apacibles da la doncella cándida, hasta las pasiones brutales y los apetitos desordenados de los antiguos sátiros. Solo sobre el monte, contemplaba impasible las tor­mentas de fuego; y otras veces en cambio, un rayo de luna entre los árboles, en las tibias noches de :Mayo, le hacía hervir la sangre: espantosa tempes­tad se desencadenaba en su alma, y corría, loco, en­tre las pellas y los matorrales, en pos de su qui­mera.

-Este pobre hombre, decía el prior, es capaz de reir en la hoguera del mártir ó de matarse cobarde­mente maldiciendo á Dios. Dios lo protPja!

Habitaba una celda del subterráneo, pequefia y húmeda, siempre obscura. Dormía sobre un montón de hojas sacas. En la celda sólo había una mesa de piuo y sobre la mesa un cántaro de agua fresca. So­bre su lecho un crucifijo de madera. En los ratos en que la oración y la fatiga lo dejaban libre, paseaba su sombra meditabunda bajo las bóvedas del subte­rráneo: lo recorría lentamente, con los brazos cruza­dos sobre el pecho, la frente inclinada y el pensa­miento perdido en las profundidades de su suefio ...

En las altas horas de la noche, cuando el padre celador con la linterna en la mano, el capuchón su · mido hasta las cejas y su manojo de llaves en la cin· tura, recorría los largos corredores, los estrechos pa­sillos, las bóvedas obscuras y sonoras de la Capilla,

. y bajaba por la retorcida escalera al subterráneo, es· quivaba apresurado la celda de Baltazar, contenien­do el aliento, ocultando la linterna entre los plie­gues .del hábito como para refugiarse en la sombra, se persignaba con mano temblorosa y la oración co· barde se agitaba en sus pálidos labios ....

Decía oir suspiros, palabras dulces, apagados be­sos ... .

III

La atmósfera estaba cargada de electricidad. U na enorme nube negra se esponjaba en el cielo y el ai­ro huracanado estrellaba sn furia en los robustos ár­boles que respondían al choque con un bmmido sor­do que dilataba el eco. Lívidas claridades fulgura· ban en el horizonte y los truenos rodaban en la inmensidad negra con el estrépito de gigantes ca­nones.

En la Capilla, en su cerco de pálidos cirios, la Virgen sonreía ....

Los frail es, de hinojos, como tétricos fantasmas de la sombra, envueltos en sus largos hábitos, ento· naban el eterno, el triste Miserere, como un grito desesperado, como un gemido angustioso clamando compasión al iracundo cielo. Las notas se desborda­ban del órgano como una harmonía rebelde de sollo­zos y lágrimas. El cielo respondía á las estrofas de dolor con el horrible concierto de la tempestad des­hecha.!. ...

Los rayos se enroscaban como culebras de fuego

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA.

en los robustos tronco~ que saltaban en astillas in· fiamadas; el torrente se encabritaba entre las pellas, hinchado, resonante; el monte se estremecía con ho­rribles convulsiones sacudido por la tormenta; el cielo enrojecido estallaba Pn apocalf pticas explosio· nes de lumbre!

La plegaria de los aterrados frailes se perdía, dé · bil y ahogada, como el lamento de los heridos en el fragor del combt>te ....

Los relámpagos tellían con luz siniestra los tra· galuces de la Capilla .... palidecían los cirios, los frailes se cubrían el rostro con las crispadas manos y temblaban en las bóvedas las moribundas notas del Miserere ....

La Virgen, en su cerco de pálidos cirios, son· reía ....

En medio del bosque, la tempestad cortaba con sus truenos este monólogo de Baltazar: " Cómo la amé1 Es un enigma. Sólo sé que mi juventud brotó tormentosa como esta noche; fecunda en pasiones asoladoras, prellada de deseos inmensos, con relám­pagos y rayos y huracanes. Una ola de sangre hir­viente azotaba mi corazón y mi cerebro; me consu· mían las llamas de un incendio devorador; necesita­ba expansión, cauce sin obstáculos, horizonte sin límites .... una mujer! Y entonces .... ay! sí, en­tonces la ví, brotando del claro río, con sus carnes palpitantes de pasión, la negra cabellera ondeando sobre las blancas espaldas, los ojos profundos y bri­llantes como el cielo sin fondo, los brazos exlllndi· dos con las ansias de un abrazo eterno, los labios ro jos, húmedos, abiertos, esperando los míos para hacer estallar en la chispa de un beso todo el amor de nuestras almas!. . . Y me precipité á ella en un arrebato de pasión inmensa .... pero ah! la luna se veló tras una nube celosa de mi dicha, y ella .... desapareció .... desapareció! Sólo puda articular una maldición y caí sin sentido, con fiebre, sobre la yerba mojada ... Y desde entonces li\ busco, deli· rante. Y la he de encontrar, el corazón me lo gri · ta .... allá, bajo el monte, en la corriente, entre los verdes álamos, cuando la luna bañe sus copas y al u m· bre los misterios del río .... Cesen tus furores, no· che horrible! encadena tus rayos, ahoga tus truenos, refrena tus huracanes, barre tus nuues, y que en el limpio azul tiemblen de amor la~ estrellas y surja la luna sobre el monte inundando de luz la corriente de cristal!. ... ''

IV

Calmó la tempestad. Sólo se percibía el alianto inmenso del bosque, entrecortado, como fatigado por la lucha, y el sordo rumor del torrente acrecentado por la tormenta. Débiles y lPjanas claridades inter­mitentes manchaban aún el cielo corno fuegos próxi­mos á expirar. Las nubes se rasgaron, y la luna, re· donda y luciente como un disco de acero, se engastó en el campanario. Los árboleR, oscilando ni viento,

desprendi11n de las hojas gruesas gotas brillantes. Chorreaban las paredes del Convento, la gran fuen· te desbordaba á. intervalos sus capelos de cristal y de ).¡, tierra se exhalaba un olor penetrante, húrno· do y fresco ....

Regó la luna su polvo de plata en las baldosas de la Capilla, y como un iris de paz chispeaba colores la diadema de la Virgen.

Los frailes entonaron una ferviente plegaria, lle· na de amor y de fe, acompaflada por las podarosas voces del órgano que se despeflaban en catarata de vibrantes harrnonías, corno un enjambre de pájaros bulliciosos, trinando en la espesura ... .

V

-"Baltazar! Hermano Baltazar!. ... " En vano buscan á. Baltazar en su celda, en los corredores, en el coro .... Ha aparecido la luna y Baltazar va en buscad e su quimera. Excitado por el recuerdo, atraí· do por el ruido del torrente, allá va .... como una sombra, entre los árboles, entre las pellas, desespe· rado, con la imaginación caldeada, los profundos ojos abiertos en la inmensidad, la cabellera al aire y el pensamiento en el cielo.

El arroyo baja despeilado, furioso. Las grandes piedras, lavadas por la lluvia, lustrosas, chispean rí. los rayos de la luna; las olas se estrellan en pena· choa de finísimas luces y caen en el profundo re· manso como sueltas cabelleras de plata. Los álamos blancos tiemblan en la noche y se quejan con melan· cólica dulzura . ... Vagan en el aire perfumados alientos, suspiros tenues, lánguidas caricias : ... To· do palpita con los ligeros estremecimientos de la sombra nupcial. ...

Desgarrado el hábito, enmarallado el cabello, con· centradas en el abismo de los ojos todas las luces de su alma, con la frente tan pálida como la frente de cera de los santos, sofocado y palpitante, Balta· zar se detiene corno petrificado sobre las rocas.

Murmura la corriente una blanda qufja de amor, gime el viento en las · copas verdes y se llenan las sombras de vagas harmonías .... Y la visión surgió del revuelto río, con sus carnes palpitantes de pa· sión, la negra cabellera ondeando sobre las blancas espaldas, los ojos profundos y brillantes como el cie· lo sin fondo, los brazos extendidos con las ansias de un abrazo eterno, los labios rojos, húmedos, abier tos, esperando los labios de su amante para hacer estallar en la chispa de un beso todo el amor de sus almas! ....

Se crisparon los nervios de Baltazar, se hincha· ron sus venas, en sus ojos brillaron llamaradas de incendio y en el voraz frenesí de su pasión se arro· jó sobre los blancos senos . .. .

La procPsión de frailes, corno una culebra, se tor· cía entre los corredores del Convento y salía á. b llanura por la negra puerta, como de una cueva, sal­picando la sombra con las luces de las antorchas. La

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"JOSÉ VASCONCELOS"

68 REVISTA MODERNA.

esquila, con sus notas acompasadas y graves, a sor· daba el viento. La plegaria de los frailes subía al cielo, pura, ferviente. "A ve :!JI aria!" La VirgPn, en su altar, iba envuelta en una nube de incienso. El órgano desparramaba raudales de notas. "Ave A!a­riAI"

La culebra extenJia sus mil ojos de fuego en lus sombrías avenidas, se dilataba, enorme, en la llanu­ra, y bajaba al rio, serpeando, arrastrándose entre las pellas .... Las notas del órgano se dilataban co­mo una parvada de harmonías que vuela á lo lejos y la voz de la esquila, como un lamento funeral, se apagaba .... El Ave María llenaba los espacios con el inmenso clamor de la plegaria.

La procesión se detuvo, enmudeció el canto, va­cilaron las antorchas y la larga hilera de frailes ca­yó de rodillas. Un grito inmenso subió al cielo. '' Mii!erere! Miserere!''

EL cuerpo de Baltazar yacía estrellado en el filo de las pellas. La espuma del río salpicaba con bri· llantes copos su frente ensangrentada.

La Virgen, en su cerco rle pálidos cirios, son. reía, .••

GRITOS CLASICOS. PLEGARU.

Que un cuerpo de Bacante, tibio y bl:lnc(l, mi amor impuro encuentre, de recias carnes y flexii.Jle flanco, anchas caderas y macizo vientre.

¡Oh amor impuro! Para tí, que el grue~o

rubí caliente de la boca se abra, á confundir en el convulso beso el suspiro, la risa, la palabra.

Que húmedas brillen las pupilas, ll t:nas de languidez tras el encaje obscuro de las pestai'ias, implorando obscena3 cariciaR locas á mi amor impuro.

Que en los senos, de albura nacarada, se yerga, rojo y alto, el pezón breve, como rosa de púrpura clavada en un alcor de nieve.

Que venga hasta mi alcoba, de improviso, el mármol hecho carne; que del friso las figuras eróticas se muevan; que torne el alma á la escultura inerte, y que sienta en mi sér que se renuevan las juveniles ansias.

Que la l\1 uerte me sorprenda, en un grito de entusiasmo -ya libre del dolor y de la duda-en el supremo instante en que el espasmo mis miembros y mi espíritu sacuda.

¡Materia, vieja madre! Estoy rendido de ir tras el Ideal; búscame un nido

donde sacie rui ardor sus dP.vancos; la idea y el dolor me han consumido y ya sólo me quedan los drseos.

Que del templo en el pórtico di~tante, en éxtasis profético, los sabios mediten, yo á ti vuelvo, hijo con3tante, con un verso de Ovidio entre los lai.Jios : Sé compasiva ....

Quiero un a Bacante .... !

L UIS G. URBINA.

MARGINALIAS. Las A1onta1ías D tl Oro, Pot ma.

Tü1u Tres Ciclos Y Dos Reposo­ríos, 1 Lo H izo f. eopoldo Lugonn E" M.DCCC.XC. VIl.

(CoNCLUYE).

lV.

"Laudatoria lÍ. Narciso" llimasc el rPposorio que precede al último Ciclo del Poema. Al joven Léroe cantado por Ovidio y por Pausania~ le pide Lugo­nes las lumbres del .Arte Sagrado:

"Y as[ en mi c~rne pueda lijar tu simulacro

Y así mi sangre villa de e;;plendores divinQs Se nutra con la propia substancia de sus vino;;; Y así envuelva mi cuerpo de amor enajenada, Como una larga cinta de seda mi mirada."

Vivir artísticamente de sí y para sí; ser como ciertas .flores que se fecundan á sí mismas; tener la rara virtud de esos moluscos que llevan eu un solo organismo los dos poderes sexuales y las dos esPn­cias genitoras y que en las maf!anas de estío, en el cáliz nupcial de un floripondio, se cambian y se pro­digan el abrazo agresivo del macho y el ósculo pa­ciente de la hembra .. •• Ese es el afán de Lugones, y por eso él, como ciertos poetas franceses y como D'Annunzio, ve en Narciso el símbolo de la auto­nomía individual artística:

"il gentil mostro che le forme nuove ha temprate di forza e di belleza."

Con el tercer Ciclo: "El Himno de las Torres" concluyen "Las Montanas del Oro." Viene á mi me· moría cierta imagen de que usó Reina para dar una idea de "Los Nibelungos" (Das Nibelungen not), poema que, salvaje y brutalmente, abre el cielo épi· co de la literatura germánica y en que supone el poeta que el monasterio de Strasburgo y la Catedral de Colonia, las torres de Chartres (hoy glorificadas por Huysmans) de .Angoulema y de Rouen, las cú· pulas del San Marcos veneciano y de la bárbara Santa Sofía, el campanario de Florencia, la aguja de Amiens y la iglesia de Milán se agrupan para hacer la corte á la emperatriz soberbia, á . la majestuosa

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 69

Notre Dame. Os imaginó.is la realidad de ese sím­bolo prodigioso1 Veis á N otre Dame de París reci­biendo esos homenajes1 Los epitalamios cantados por la pasión de los inflamados vitrales1 Los him­nos laudatorios de las torres que se lanzan al azul;· los besos ávidos de Jos rosetones góticos; el coro de lns Reinas-Santas esculpidas en el portal de las Catedrales y ungidas por el óleo de los siglos y em­balsamadas por los musgos y divinizadas por el de­rlo secular del tiempo1 ¡Oh, las Santas!: Clotilde, RadPgunda y Bathilde! las de frente blanca como una hostia, las de nimbos radiantes como un sol! ..

"El Himno de las torres" tiene el desfile tumul­tuoso y deslumbrante de una teogonía india. Hay que Íeerlo en dos días y releerlo ou sesenta noches. Es una síntesis del Mundo ó tal ha querido ser. Pen-. sad en las salas hipostilas egipcias, en los faraones sabiamente embalsamados, pensad en las columnas lotiformes y campanulares, en los hipogeos y en los mastabas; acordáos de Nitocris-la Emperatriz del s ,berbio epigrama-y ved luego á la Esfinge, al sím· bolo que os d11vora! Y bien. En la poesía de que hablo, en "El Himno de las Torres," hay algo gran­de, algo que es cúspide, algo que es un zenit sobre todos Jos valles, algo que es una estrella polar de todos los naufragios. En el primer canto, el poeta canta á las torres "cuyas lenguas son las campanas que hablan con un prodigioso idioma que dice algo de: FE." Del segundo canto se desprende una YO·

Juta de incienso para el Palestrina. (A Dios se lle­ga con el Alma) y para Bach el viejo (Oh Fugas!) En seguida el poeta nos habla del supremo éxtasiR cristiano, del prodigioso tiempo medio representado por las ciudades místicas: Nuremberg, Toledo, Bi­zano.:io, EsD?irna, AIPjandría, París y ... . Roma! Mi hun;ilde comentario después de las razas egipcia é in· día propone á la náhuatl como la suprema raza místi­ca, como la poseedora de la más abstracta idealidad. Las razas europeas, exceptuando las indo-asiáticas y comprendiendo las latinas, nunca han llegado al misticismo de la raza náhuatl, en donde el símbolo normaba aún la fabricación de los ohjetos de uso doméstico.

No amo en "El Himno de las Torre~·· rsa es­pecie de "Cinematógrafo Edison'' que el pneta Lu­gones abre haciendo desfilar bajo el dorado solio de su verbo á un tropel de seudogenios que han hecho que prospere el vil confort á expensas del Arte Pu­ro. Para mf, Edison y todos sus secuaces son el triunfo insolente del burgués, la infamia que pro­duce pesos; pero que, bajo su tempestad de plata, agobia nuestras líricas sementeras; qué preferís una gota de la sangre del Oristo ó un legajo de valores fiduciarios1 Os hablo en nombre del Arte: ~qué pre­ferís1 Y Lugones sigue "imponiéndonos" ese pro· caz desfile de verdugos cuya nobleza consiste en haber oprimido y en haber tenido el fácil triunfo de un medio propicio ...• Ouando veo á Lugoneu de­~ir ciertas cosas y ungir á c~ertos h,ombres, una idea

me obsesiona: la de ver á un tigre Ion gibando, á un tigre bengalí, masticando con sus fieros colmillos una alfalfa de piedras preciosas. Y conste que esta protesta es política y nada más. Y o detesto á Li­vingstone al servicio del periódico (oh monstruo!) y á Edison y á todos los que han sustituido la vil maquinaria, por el brazo á quien anima una alma!

Para acabar de ensalzar á Lugones, no quiero más que citar el último canto de su ilustre poemn: "Las Montaflas del Oro."

"Y sobre la Torre de Oro aparecen las virtudes seráficas: el AMoR, vestido con todas las piedras pre­cio'sas dE>I mundo. La EsPERANZA, cubierta con to­das las flores de Jos climas. Y más alta, más alta, sobre todas las oraciones, sobre todas las liras, ves­tida con el fulgor de todos Jos soles, saludada con el fervor de todas las alabanzas, como un corazón de oro fundiéndose en llamas, más alta, más alta, la Rosa resplandeciente; la FE, en un formidable des· pedazamiento de astros."

EN V JO.

Bendito tú, ¡oh Príncipe Leopoldo primero! ¡oh Leopoldo el Magnífico, en cuya alma hallan piedad todos los dolores y en cuyo numen reviven todas las agonías! Bendito tú, ¡oh Príncipe! ¡oh Magnate! Tus "Montaflr.s del Oro" son una Obra en este fin de siglo. Tu obra es el h'uevo de donde surgirá un tro­pel de águilas y el germen de donde brotará una sel­va .... Serás maldecido porque eres inaudito! Ha­brá ignorancias á quienes lastime el talón opresor de tu genio. Los condores, que son númenes, abanica· rán tu frente con sus alas; pero los reptiles, que son despecho, morderán tu planta con su colmillo inocu· lador. Tendrás verdugos que con el hacha demócra­ta del precepto académico, decapiten tus hermosas rimas -emperatrices y princesas; habrá quien te niegue; pero habrá quien te ame; tendrás pajes que te rodeen eon insolencia y que te plagien con descaro; pero en cambio, tendrás una falange de bravos aven­tureros que contigo vayan, ¡oh prócer! á la conquis­ta de las Américas del Arte, oh tú, conquistador efebo, que sobre tu coraza adamasquinada luces ya la Gloria, la Gloria que, según la frase de Shopen­habuer, es el toisón de oro de los elegidos!

Méx.ico, 1898.

JosÉ JUAN TABLADA.

ULTIMA HOJA (Para la Seño1·ita Mercedes de Landero.)

Se fueron ya del alma dolorida En parvadas mis blan"cas mariposas; Están tristes los cielos de mi vida Y se secaron mis fragantes ros~s.

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"JOSÉ VASCONCELOS"

70 REVISTA MODERNA.

Está. muerto el ensu~:ño. Ya no arde El sol que en mi tiniebla abrió su broche, Para la dicha y el amor es tarde Y se acerca la noche.

Pero aun tengo la fe, la fe Lendita Que en mi fúnebre sombra se levanta, La que le dice á mi dolor: medita Y á mi tristeza: canta.

Y surgen mis estrofas, y su vuelo Se tiende á tu belleza soñadora Y van de mí-que soy el hondo du .. lo A tí-que eres la aurora.

¡Oh, dichosos mis versos si en tus rizos Pueden plegar las alas intranquilas, Cantar á tu bondad y á tus hechizos Y empaparse en la luz de tus pupilas.

Que busquen de tu vida en ],,s n ·O•·jos El trémulo fulgor de la mai1ana Y que duerman ... . La aurera 1 stá 111uy lt>jos Y b noche cercana.

F. l\1 ug ÜLAuuítH;:t ..

DISCURSO PHONU NClAOO POH EL DH. 1'0HFIH10 l'AHHA , JO;H I.A \'BLAUA

QUE LOS POSITIVIS'l'AS l'líEXICANOS CP.LEBHAHON EN ESTA

CAP ITAL EL DIA 5 DF.L CO UHI&-::\'J'Io: l\11 ~ ~. }> ,\HA HONUAH LA

MEli OitlA DK AUGU STO CO~I'ffo:.

Señores:

Hoy hace 41 años que, después de una fecunda existencia, consagrada á las más útiles y trascen· dentales meditaciones, pasó de la vida objetiva, ex· terior, palpable y transitoria, á la vida subjetiva, interior, espiritual y serena, una de las figuras más nobles que han honrado á la humanidad, uno de los más fieles servidores del linaj e humano, el que nos consagró el nobilísimo fut>go del amor y la gcnesia­ca luz de su elevado pensamienLo; el gran filósofo que en memorable lt>y trazó las características jor­nadas que recorre la inteligencia del hombre, para llegar tras azaroso vigje al seguro puerto de la ciencia.

Su recuerdo hace palpitar nuestros corazones, y proy<'cta en nuestro pensamiento SPrenas y grandio­sas ÍJU-ágenes.

Desde nuestra sonrosada adolescencia adquirimos el háuito grato de pronunciar su venerado é ilustre nombre, que hoy es para nosotros insignia intrlec­tual, símbolo de amor, garantía de orden y emhle · ma de progreso. ¡Augusto Comte, hijo ilustre de la docta Montpellier, bajo cuyo azulado y hermoso cie-

lo transcurrió tu risueña y estudiosa infancia; veci­no insigne de París, ese foco radiante del saber y de la cultura humana, en cuyo vasto recinto tmnscu­rrió tu útil y fecunda Pxistencia, serena y tranqui­la como la apacible corriente del Sena, el hermoso río, que en su orilla derecha lame el suelo que sos· tiene los palacios de los ricos, y en su orilla izquier­da acaricia y rinde homenaje á la tierra que sostie· ne las mansiones de la ciencia: recibe, filósofo ilus­tre, el modesto homenaje que á tu gran memoria consagra este pequeilo grupo de hijos dE;\ Nuevo Mundo, educado en tus doctrinas, formado en tus enseñanzas, admirador de tu vida ejemplar, y de tu inagotable y poderoso magisterio.

He calificado tu vida de serena y apacible como la corriente del Sena. ¡Qué error, seilores! Tal com­paración sólo puede sostenerse examinando la parte ellterior, la superficie, digámoslo as·r, de esa existen · cía que no fué turbulenta, que jamás abandonó su estrecho cauce, que dirigida en sus manifestaciones exteriores por nna disciplina inquebrantable y por una voluntad fuerte, caminó sin desviarse hacia su bello ideal, que no era otro que la alianza del por· venir con el pasado, que la estrecha unión de los hemures, que el amor al bien, la veneración de la hum anidad.

¡Pero qué cruentos dolores '1né desilusiones amar-gas, qué sordas inquietudes se albergaban como la serpiente entre la fresca yerba, en los profundos y misteriosos senos de aquella alma casi divina, que sabía discurrir como Santo Tomás de Aquiuo, y amar como el Dante!

Así lo habl?is oído, señores, en la pequciia biogra fía cuya lectura ha dado principio á nuestra humil­de solemnidad; se nos ha mostrado el cuadro deso · lador de aquella existencia desgarrada, se ha levan­tado una punta del velo que encubría á los ojos del público, el yerto, el desamparado, el triste hc.gar de aquel filósofo sin ventura que, careciendo de fami­lia á quien amar, amó con idolatría á la humanidad; que careciendo de hijos, gotas de sangre y tr<'zos·de su carne, adoptó por tales á sus fieles criados; que careciendo de esposa digna, consagró el más acen­drado efecto, depurado de toda mancha carnal, á la bnena Clotilde, noule y desventurada como él, hon · damente desengaílada, ideal como Beatriz, que se dignó conducir al austero Alighieri de la filosofía, elltraviado como el inmortal florentino, á la mitad del camino de la vida, hasta las et6reas y quietas regiones del amor ideal y puro; rlel que no muere, porque está. exento de la levadura de la carne, y se cierne como la paloma que simboliza al Espíritu Santo, en las excelsas y paradisiacas regiones del alma humana.

Ejemplo admirable de abnegación, de pureza y de amor, nos dió el gran filówfo, el hijo de la ardiente Provenza, bañada por la luz y besada por el sol, de dom eñar los vivos ímpetus de su ardiente naturale­za galo-romana, y reducirse como los frigios, pobla-

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"JOSÉ VASCONCELOS"

REVISTA MODERNA. 71

dores del Norte, al frío comercio de las ideas, y al trato con Jos muertos. Los vivos le desdeñaron, la inquiete. y agitada corriente de sus contemporáneos pasó tumultuosamente cerca de aquella gran figure., sin sospechar que existiera; ma~ él, desdeilando al presente, escudrilló el pasado, ltl hizo justicia, y anunció el porvenir. Semejante al divino Jesús, amó á los que no le amaron, y tuvo palabras de per· dón ceñidas por la aureola de la sonrisa, para los que le habían ofendido y torturado.

Sobre las ruinas de su ventura, sobre el mar muer· to de su pesadumbre, caminaba él , augusto y sere· no como Jesús en el lago Tiberiades, llenndo en su cabeza el texto de une. nueva alianza, y en sus la­bios, manantiales de la verdad y el bien, las pala­bras consoladoras de una buena nueva.

¡Se fundó algo sobre cimientos tan agitados1 do nquel cerebro torturado por el insomnio, consumido por tenaces meditaciones, agobiado por penosas ideas, ¡surgió alguna doctrina vividera é inmortal, de esas que regener11n á la humanidad, que refres­can el corazón y seflalan el rumbo1 ¿de aquella fren­te coronada de espinas brotó un rayo de luz1 tde aquella roca herida por mano adusta brotó fresco manantia11

¡Ah, sf! como dP. la tierra fecunda removida por el arado brote. la rut.ia y rica mies, así de aquella nlma removida por el infortunio brotó sólida y be· néfica doctrina. La ciencia le sirve de pedestal, ella ofrece satisfacción justa y proporcionada á las legí­timas aspiraciones de nuestro espíritu, elle. encade· na el monstruo del error y desentumece y desplie­ga las alas potentes de la verdad.

A su influjo el caos de la anl\rquía truécase, co· mo por obra de un nuevo fiat lux, en la riente, bar· mónica y uella naturaleza, que sustenta la vida con los despojos de le. muerte. Las ponderosas moles de los astros sirven de base y firme cimiento á la obra colosal de Augusto Comte, el manto azul del dia y el constelado de la noche son el papiro indeficiente en que se narre. la gloria de los Galileo, de los Ke­pler y los Newton. Las vacuas abstracciones, selle­nan de sidéreo polvo, puéblase el vacío, el misruo cero que la nada simbolizara, truécase en prodigio­sa genitrix, capaz de gestar en su redondo vientre al infinito. La ciencia de Euclides, aliada en feliz consorcio á la de Hiparco, genera la Astronomía, maravillosa honra y prez de la inteligencia humana, capaz de sondear tan hondo abismo, de pulsar tan clclopes fuerzas, y de medir moles tan colosales.

Sobre tan diamantinos cimientos elévanse en or­den sucesi vo.las ciencias que nos dan á conocer las cosas que encierra nuestra pequefla mansión, nues­tra madre fecunda, la fértil y cariilosa Rea, que guarda en su amoroso seno los restos inertes de sus hijos muertos, para trocarlos en nuevos elementos de vida. Allí se yerguen una tras otra la l!'ísica, la hermosa ciencia de Galileo, de Pascal, de NP.wtou, de Franklin y de Volta, la que estudia el inque-

brantal.Jle lazo de la pesantez, que encadena á la tie rre. los cuerpos que de ella dependen, el sutil man ­to aéreo que envuelvo nuestro planeta, oprimi6ndo­le cariflosameHte, é impidiendo que las inquietas partículas del agua se difundan por el vago azul de­jando al suelo yerto, estéril y mustio; la ardiente palpitación del calor que derrite los sólidos y que los líquidos volatiliza; los sutiles, veloces y matiza­dos rayos de la luz que, mariposeando por el espa­cio, truecan el u ni verso en concierto fantástico de sombras, 1 u ces, reflejos, matices y colores, y la po­tente y misteriosa electricidad, que suministraba á Jove sus rayos y proveerá al hombre de motores ti ­tánicos.

Preséntase en pos la química maravillosa, la hija dilecta del gran Lavoisier, la que á su guisa hace y deshace los cuerpos, y tras ella se nos presenta la ciencia de la vida, ceñida de plantas y flores, con alas poderosas en la espalda y ostentando en sufren­te la estelar luz del pensamiento.

Viene, por último, cerrando el majestuoso desfile, la ciencia de las sociedadeR, el vasto y complicado escenario en que la historia ha desenvuelto su dra­ma multisecular, en que la civilización ostenta sus maravillas, en que la justicia erige su asiento, y en que la moral formula sus santos preceptos.

Esta sublime jerarquía, cuyos filosóficos atribu ­tos os ha mostrado mi amado discípulo Aguatín Aragón, digno de serlo del mismo maestro, que hu­biera reconocido en él las apostólicas virtudes de uu Saulo, forma, como un sol, el centro del mundo in­t electual fabricado con peso, número y medida por el grandtl arquitecto del pensamiento, que ven P.ra­mos con el nombre de Augusto Comte.

Oeioso fuera hacer caber en esta breve alocución tan vasto imperio intelectual; apenas caben sus enormes lineamientos en los seis volúmenes de la "Filosofía positiva," que sirven de digno pedestal, en estos momentos á su venerada efigie, como la doctrina contenida en ellos sirve de fundamento y base á su inmortalidad.

Saludemos, pues, á tan gran maestro, en esta mo­desta manifestación, consagremos á su memoria una ráfaga del amor que nos pidió, y que tanto me­rece por su vida heróica, llena de sacrificios y ftl­cunda en doctrinas. Despidámonos de él, diciéndo­le en la dulce lengua que le anulló en su cuna y que sirvió de instrumento y do vestidura á su alto pensamiento: ¡O !ter et véne1·é,· a nous tes pensé-.s, <Z toi notre amour, notre vénération et nos Sl)uvenirs.'

P onFJRIO PAnn.l.

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"JOSÉ VASCONCELOS,

72 REVISTA MODERNA.

UROR Desde un peílón que coronó de líquen

la mano de la Flora del Ajusco contemplo el Sol, agonizante rojo, morir entre las ondas de su sangre. Profundo es el silencio en la montaíla; b11jo los cedros el fulgor se cierne, manchando á trechos el tapiz de yerba; allá en el fondo, láminas de oro, han lanzado los lagos sus relámpagos, y la luz vacilante en los celajes fugitivos que cubren con sus tules las blancas cimas, rómpese en matices.

Entreabre su párpado de plata V ésper y el arco de la luna treme en el cristal del aire. ¡Ah! No toda la luz se ha ido. En espectral rtfiPjo fosforece la atmósfera del Valle cual si brotara en repentina magia del centro de las cosas, y la Noche avanza y tiende trémula los brazos.

Oh! Sombras que han surgido de la (·fímera ilusión de las nupcias imposibles tquiénes Rois? tqué queréia1 .. .. So 'ore la margen del torrente se os mira desplomadas en un abrazo inmenso de deseo, retorciendo los tallos de los lirios. tHay ansia aún en vuestro pecho, roto por todos los desastres de la vida, de perdurar sobre la tierra, abierta por suroo extraflo que se nutre y vive con la sangre servil de vuestros cuerpob1 ¡Qué! tSaben todavía esos vencidos suspirar y besar1 ¡Oh! viles, viles criaturas sin _patria y sin refugio, amasando la carne necesaria -esclava vil-á las enormes fauces de la Opresión .... La Noche entre su seno ¡ay! parece no obstanto-los suspiros, los besos y las lágrimas de gozo, recoger de esos lúbricos ilotas unidos en un solo sér, en una bestia de Apocalipsis de los sexos ....

Y ríe la corriente entre las guijas. y empieza á murmurar la fronda, y suena el arrullo en los nidos, y los astros se abren como pétalos de místico azahar sobre el lecho de la margen de tallos rotos y estrujadas flores; y en un instante, hasta mis ojo¡ brillan cual los de un fauno en la espesura grata.

Oh, Dios! Y tú nos ves .... y tú nos juzgas. Todos éramos cómplices. . . . . Entera la gran Naturaleza, de mi espíritu; Jos indios, de las flores y los astros; las brisas, del torrente y de los nidos; el crepúsculo largo y persistente, del afán de vivir y prolongarse

en el Espacio y en el Tiempo; y todo victima de la Ley que tú nos diste cuando animaste en el Edén el lodo de la reproducción, eterna y triste.

JESÚS E. VALENZUELA.

ULALUME. (DE STÉPHANE MALLARMÉ).

Los cielos estaban cenizos y graves. Las hojas crispadas y tristes, las hojas moribundas y tristes. Era de noche, en el solitario Octubre de mi más in­memorable afio; muy cerca del obscuro lago de Au­ber, en la brumosa región de W eir, era ahí, cerca del húmedo pantano de Auber, en el bosque frecuen­tado por los vampiros del 'Veir.

Ahí, una vez, atravesando una titánica calzada de cipreces, erraba con mi alma-en una calzada de ci· preses, con Psiquis, mi alma. Era en los días en que mi alma hallábase volcánica como los rios de esco­ria que ruedan-como las lavas que ruedan perpe· tuamente sus corrientes sulfurosas bajo el Janek, en los climas extremos del Polo-quo gimen mien· tras ruedan bajo el monte J anek en la rPgión del Polo Boreal.

Nuestra conversación había sido grave y hall á· banse nuestros pensamientos parali2'ados y tristes, traidores y tristes nuestros recuerdos porque igno· rá.bamos que el mes fuese Octubre, y no apercibía­mos la noche del afio (¡oh, noche de todas las noches del año!) no observábamos el obscuro lago de Au· ber-á pesar de haber viajado por ahi ya una vez­no recordábamos el húmedo pantano de Auber, ni tampoco el pafs de los bosques frecuentados por los vampiros del Weir.

Y como la noche envejeciera y el cuadrante de las estrellas indicara la mallana-al fin de nuestra ve· reda apareció un líquido y nebuloso esplendor, fue· ra del cual se levantó una milagrosa luna creciente con su doble cuefno-el creciente diamantino de Astarté distinto por su doble cuerno.

Yo dije: "Ellas, más tibias que Diana rueda á través de un éter de suspiros, jubila en una región de suspiros; ha visto que las lágrimas no están se·

. cas sobre esas mejillas en las que el gusano no mue­re nunca y ha atravesado las estrellas del León para ensellarnos la vereda que conduce á los cielos-á la paz Letanea de los cielos-hasta aquí ha venido á despecho del León para que sus ojos brillantes res­{>landezcan sobre nosotros-ha veni,do hasta aq.uí á

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 73

través del antro del León, llenos de amor sus ojos luminosos.

Pero Psiquis dijo, levantando sus miradas: "Des­confío tristemente de esa estrella-de su palidez des­confío extrafiamente. Oh! apresúrate, no nos retar­demos, huyamos, yo lo exijo." Así habló, llena de terror, dejando que sus plumas se abatieran, hasta que las alas se arrastraron en el polvo-hasta que sus alas tristemente se arrastraron en el poh·o.

Yo repliqué: "No es sino un sucí1o, coutinuemos bajo esta vacilante luz, bafiémonos en esta cristalina claridad, su esplendor sybelino brilla de espPranza y de belleza en esta noche-mírala ya vibrante en lo alto del cielo, á través de la noche! Ah! creeme, podemos confiarnos á su resplandor, podemos ebtar seguros de que nos conducirá bien.-Bien podemos coufiarnos á su resplandor, que sólo puede guiarnos bien, puesto que va, vibrante en Jo alto de los cielos, á través de la nochtJ."

Así tranquilicé á Poiquis, y besándola en la fren· te, tr11té de arrancarla á sus· tristes pensamiento~, venciéndola al .fin. Avanzamos en~nces hasta el ex­trem~ de la calzada, donde fuimos detenidos por la puerta de una tumba-por la puP-rta con su leyenda de una tumba.-Yo dije: "Dulce hermana, qué hay escrito sobre la puerta con una leyenda de esa tum­ba1" Ella contestó: "Ulalume, Ulalume, esa es la se­pultura de tu muerta Ulalume."

Púsose entonces mi corazón cenizo y grave, como las hojas que estaba:n crispadas y b·istes, como las hojas que estaban moribundas y tristes. Y o excla · mé: "Ah! ciertamente fué en Octubre, hace un ai'lo, en ~sta misma noche, cuando yo viajaba-cuando yo viajaba por aquí-en esta noche, de todas las noches del afio!-Ah! qué demonio me ha tentado para atraerme hacia estos lugares~-Ahora conozco bien este obscuro lago de Auber, esta brumosa región me. dia d_e Weir; ya conozco ahora bien este obscuro la­go de Auber-esta brumosa región media de '.:V eir; ya conozco ahora bien este húmedo pantano de Au­ber y estos países de los bosques frecuentados por los vampiros de "Veir!"

Tradujo

RASCH.

DE LOS "POE~US EXOTICOS." co LA SONATA DE KREUTZER,

Cavila Podsnicheff y del pasado El recuerdo sombrío lo arrebata; Vibra el violín su canto enamorado Y responden surgiendo en el teclado Las notas de cristal de la Sonata.

De dulce ritmo la cadencia siente Como de un filtro las mortales gotas Y mientras se extasia somnolente, La parPja.feliz láuguidamente Se reclina f.n un tálamo de notas.

Hipnot.izado por el dulce canto Del piano de_ marfil y de caoba, Se siente lleno de sensual encanto Ve á la tierna pareja y entretanto Ya se abren las puert11s de la alcoba.

Ve pasar á la troika arrebatada Y mira en su dolor el asesino, El vértigo en la estepa desolada Y luego en la panoplia cincelada El brillo del acero damasquino.

Palidece su faz y luego sient-e Relampaguear la cólera de Otelo Y mira al golpe del pufial crugiente Los borbotones de la sangre hirviente Sobre el negro corsé de terciopelo.

Mira, mi en tras en lágrimas deshecho Rueda el hastío que su dicha roba Y tiemblan los sollozos en su pecho -Símbolo negro-levantarse el hecho En la trágica sombra de la alcoba.

¡Ahí est¡í. el crimen! en aquella hora De la noche nupcial, cuando su exceso Derramó la caricia enervadora, Y conmovió á la virgen sonadora, El lúbrico est~llar del primer beso.

Cavila Podsnicheff y si retrata El pálido recuerdo aquella historia, Siente el remordiente que lo mata Y el canto de cristal de la Sonata Resucita temblando en su memoria!

JosÉ JuAN TABLADA.

WEsta pMsfo. forma parte de la colección que b~jo el titulo de: "El Florilegio" dará pronto á luz !,)uestro. cotn· pni'lero el poeta José Juan Tablnda.

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA.

EL PECADO VIEJO. Un día fueron tan vehementes las promesas del

libertino, estuvo tan románticamente inspirado, for­muló tan entusiast'\R juramentos y supo aprovechar· se de tal modo del áui ;no cuitado de la esposa, que ésta, arrebatada por la rat..ia que el deseo de repre­salia hacía germinar en su corazón, sugestionada por las estudiadas frases del que la excitaba á la lu­juria, y obedeciendo sólo á su terquedad de hembra lastimada on su amor propio, cedió!

A los seis meses de matrimonio la engai1aba su marido con una suripanta de t eatro por horas con quien hacía vida marital.

Cuando por rara casualidad, dormía en su casa, llegaba á horas muy avanzadas de la noche, besa\;a á la joTen de una manera brutal y le pedía el débi­to conyugal con la brutalidad que usan los hombres prostituidos con las ninfas de alquiler.

¡La diferencia era muy grande! el caballeroso se­flor Valverde, portándose como un solícito y desin­teresado amigo, compadeciéndola todos los días, de­fendiendo siempre al culpable, disculpando deslices y pillerías, amándola con serena y heroica abnega­ción!

Debía quererla mucho, de otra suerte no per­maneceda junto á ella á todas horas, como un perro fiel y tímido, llevándole cartuchos de bombones, afligiéndose con sus pesadumbres, gozando con sus alegdas . ... y procurando alejar al otro, porque adi­vinaha la repugnancia que á la dama causaba su presencia.

Si ella hubiese podido prever á tiempo hábil las ingratitudes y Jos vicios de su marido, hubiera sido feliz, porque en vez de entregar á él su mano, ha­brlasela dado al excelentísimo sei1or Val verde, él, el sei1or Valverde, sólo él había nacido para compren­der su temperamento sensitivo.

Se casó contra la voluntad de sus progenitores, y ellos, después de maldecida, la abandonaron á su destino.

Quedó sola, en aquel hogar frío, con el remordi­miento de haberlos desobedecido, ¡sola! porque el marido, una semana después de consumado el ma­trimonio, durmió en la calle . ... y cierta noche .. . . en una berlina de alquiler, lo llevaron unas mujer­zuelas . ... completamente borracho!

El reloj marcó utin hora. Cuando acabó de vibrar en el aire el eco de la últi­

wa campanada, la esposa corrió hacia el tocador, mi­róse coquetawente en la pulimentada luna, destapó frascos de cristal, empapó suavísimas esronjas en le­chosos líquidos, arregl .J, desordenándola, su cabell e­llera bruna, la borla ní vea como un grumo, corría y saltaba blanqueando en una nube de polvo de arroz el redondo cuello, los carnosos hombros y el seno, que ~:levaba y deprimía rítmicamente la emoción ..

Un cepillito se encarnizó con la dentadura hasta dejarla perfectamente brillante, y un líquido color

de púrpura, después de prolijos frotamiéntos, dió un tono tenuemente sonrosado IÍ. las redondas ma­j illas . ...

Vació el guardarropa para escoger el traje más vistoso, ver~ió unas gotas de esencia en el pafluP.lo de M al in as. calzó el pie ducal con los choclos nue· voa, abrió seis cajas de sombreros para elegir el m:is extravagante .. .. el abrigo . . . . los guantes .... la sombrilla .... lloverá!. . . . el portamonedas . ... po· dría ser necesario . ...

Salió ágil, bella, interesante y descocada. Al llegar á la puerta vaciló, acometida de súbitos

escrúpulos; pero al fin, sus lauios bermPjos se con­trajeron en un gesto delicioso.

-¡Qué me importa .... yo he sido buena .. .. él tiene la culpa!

¡El pecado!

CIRO B. CEDALLOS.

A HIDALGO. Poesía recitada por el jóven José Valenzuelajr. en la

ci1tdad de Tlalpum el16 de Septiembre de 1898.

Cuando el águila caudal clavó en el sol las pupilas vivas, bravas y tranquilas, en alto vuelo triunfal; y cuando el león real dió su rugido de guerra por la llanura y la sierra que coronan los volcanes, como en lucha de titanes entera tembló la tierra.

Y se agrietó como cuando en las edades pasadas há.cia el Pedregal lanzadas fueron las lavas rodando. Las pasiones por infando acicate enloquecidas como esas lavas pnmdiJas del hondo infierno en el seno, acompai1adas del trueuo, pasarol'l barriendo viuas.

¡Cuánta escoria en ignición en la catástrofe ignota! Cuánta! cuánt~. ! cuánta flota á la voz de insurrección! Padre Hidalgo!. .. . el cora zón en mi pecho juvenil se plega, botón de Abril que alcan zó hielo postrero , y no puede abrirse entero para gala del pensil.

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"JOSÉ VASCONCELOS" REVISTA MODERNA. 75

Oh, Padre! ...• pero á tu altar no con sangrientas memorias vengo á enrojecer las glorias que nos supistes legar; si es verdad que perdonar es el triunfo más humano, mira ¡Padre! al mexicano y al espai'lol sin rencores, darte su amor y sus flores, extrechándose la mano.

~A. dónde el negro furor de Chihuahua y Granaditas1 ~Dónde los iras malditas de oprimidos y opresor1 A.! odio venció el amor, la justicia á la injusticia, la honradez á la codicia, y los émulos de ayer vienen juntos á traer la dulce nueva propicia.

Hay mucha luz en el cielo, roucho aroma en el ambiente, y salmos en el torrente que bai'la y fecunda el suelo, el celaje como un velo nupcial se tiende en la cumbre, tl alma en su propia lumbre arde, como zarza santa, -y te bendice y te canta esta inmensa muchedumbre . . ..

... . ¡Batan marcha los tambores y resuenen los chtrines, !'rice el corcel tas crines del cai'lón á los fragores; levanten los trovadores su canción más lisonjera; y por la patria Carrera adonde el rural galopa, que presente armas la tropa al desfilar la Landera!

A M. STÉPHANE MALLARMÉ

Por las tinieblas silenciosas vuela sonoro el pensamiento viajero errante de tediosas excelsitudes con un lento

volar de raudas mariposas dentro del lóbrego elemento donde agoniza aun el lamento con sumisiones pavoro~as

hacia lo eterno huye el instante alma del tiempo entre pavesas chispa nublada y fulgurante

arde en su seno palpitante y basta las noches más espesas lanza al relámpago triunfante

DALntNO DAvALOS.

STÉPHANE MALLARMÉ Stéphane Mallarmé acaba de morir repentinamen­

te en Arou. Mi emoción es profunda y muy grande será tam­

bién la de todos cuantos se le hayan acercado y lo hayan conocido, de todos aquellos que sobreponién­dose á la incomprensión sistemática, á las ironías de cliché y aun á las injurias, fueron á él para buscar en su persona alguien á quien respetar con un res­peto único, para buscar en su presencia y en su con­V!'rsación distinción y grandezas, al mismo tiempo que todos los secretos, todas las sutilezas y todos los misterios.

En estas pocas líneas qutl desde lejos caerán so­Lre su cuerpo adormecido como un humilde sudario provisional, no puedo analizar sus obras ni tampoco las polémicas y marginalias á las cuales con ó sin razón se prestaron.

Sólo tengo que evocar al hombre todavía próximo á nosotros, que, sencillo, paternal y fraternal, ca­marada tal como sabe serlo un gran señor, acogía á sus menores, á. sus discípulos y á los curiosos rcu· nidos de todos lados, para seducirlos y encantarlos durante tres horas. Lo veo, en su departamento de la calle de Roma, de pie frente á su· gato familiar y tradicional que se adormecía sobre un sillón; bajo las tapicerías y los cuadros de Manet y de Monet. El, tomaba ligeros grogs, al tiempo que decía las co sas más extraflas envolviéndolas en frases lentas, cadenciosas, de oro y bronce, frases como patinadas con patinas, de más allá, donde la noble fanta­sía reuniase á la profundidad, á un tiempo la más y la menos humana, donde lo humano y lo picaresco se aliaban al lirismo y donde todas las palabras y todos los pensamientos unían su esparcida inmen­sidad para formar el cuerpo de una doctrina, una filosofía completa y nueva, la esencia misma de la ,·ida y del ensuel'lo:-'el alma.

Ese hombre pequeflo, de ojos negros y barba pun­tiaguda emblanquecida, de largo bigote moreno, lle­vaba negligentemente sus cincuenta y seis aflos. N a­ciclo en 1842, pertenecía á ese aílo que nos dió á Coppée y á José María de Heredia, al hermoso ano de la éra de los poetas, de la éra del Parnaso que desde 1839 hasta 1844 arrojó sobre la tierra á Su­lly-Prudhomme, á Dierx, á Silvestre, áZola, á Dau det, á Heredia, á Mendes y á V erlaine.

Colahoró en el "Parnaso Contemporáneo" y en el •·Parnaso Satírico," hizo versos admirables y clási· cos; después, escuchando en los aires:el alma de Poe, á quien comprendió mejor que Baudelai.re, vagando

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"JOSÉ VASCONCELOS,

76 REVISTA MODERNA.

en pos del alma de Beckford y por entre las mil y una noches, aspirando el ensuef!o que sabía extraer á la existencia, pareció embeberse escribiendo más ásperamente, arrancando las palabras con lentitud, como soilando, grabando en papel de sensacionf's aéreas, sentimientos, y todo esto subliruemonte. Y fueron L'apres midi d'un Faune, y fueron Fages, y fueron Poesies, folletos dificilísimos de encontrar, impresos casi contra su voluntad para los amigos, para los admiradores devotos. :Más tarde, la "Re­vista Independiente" recogió parte de sus obras, un Florilegio hizo Jo mismo, y por fin, se publicó un tomo de prosa Divagations.

Pero no es una Bibliografía lo que trata de ha­cerse aquí é inútil sería recordar los órganos casua­les, las revistas especiales que de cuando en cuando of•ecían un poema ó un trabajo, como esas mito] o· gías traducidas del inglés, que sólo hizo para probar que lo mismo conocía el inglés erudito que el vul­gar y corriente, allá, cuando era profesor de esa len­gua en Fantanes y en Rollin.

(Un decreto fechado en Enero de 1893 lo separó "como estando en la imposibilidad de continuar".)

Digamos solamente que en sus poemas, de cual­quier forma que ellos st:an, todo hombre que sufra y que piense encontrará su vida, su secreto, su inti­midad propia, su dolor, sus esperanzas, su humani­dad y su divinidad, encontrará una soledad eleva­da, sonora y ahogada, inmensa y estrecha, se en­contrará en su dominio, no estando más sobre la tierra.

Ah! los fervientes enamorados de Baudelaire, qué refagio, á un ti;mpo abrigado y desnudo, encontra­rán ahí. Es misterioso, es acariciante, es orgulloso. Pero estoy á punto de hacer crítica cuando a'luí sólo hacen falta lágrimas; porque ha sucrdido que por eso y sin haber terminado n•Ín FU /Je,·odiatl(J, el poeta puro que supo tener la elrgancia rn el li­rismo y la majestad en la elegía, que supo describir y pintar, que amó el verbo más y m~j or que ningún otro, que tuvo el tranquilo frenesí de la perfección, acaba de desaparecer después de Laforgue, después de su caro Manet, después de su querido Villiers, de L'Isle Adam, después de Verlaine y de Rops.

Muere casi desapercibido, lejos del tumulto, en su tranquillo retiro de Yalvins, cerca de su río, Cf'r'

ca de su barca y de su bosque. Nadie pensaba que pudiera morir, coquetamente friolento, delicado de salud, con los ojos-sus bellos ojos profundos- de­bilitados; se ocupaba más de la salud de Mme. Mal­! armé que de la suya. No muere del todo y algún día se la hará justicia, hasta donde es posible, al que ha muerto pobre, sin cruces y sin honores, y que fué el poeta francés más puro y más orgullo­so, el más profundo, el que má,s ha avanzado en las

_ almas, en la naturaleza y en el más allá. La belle­za está de duelo, y nosotros, que algunos noartes fui­mos parte de su atento auditorio, que lo escucha­mos con emoción, y que lo veneramos, ain o,ue i!\·

más nos permitíera llamarle "Maestro," no repeti­remos, haciendo coro con toda la prensa de maí'lana, el epitafio, á la disposición que él mismo se labró en la tumba de Poe.

Tel qu'en lui n.éi fll e en fin l'étb·nité le change. -

No, nosotros seguiremos vieudo á Mr. Mallarmé tal como lo hemos conocido, en medio de su enluta­da esposa y de su hija soiladora vestida de rojo, y así, eternamente Jo veremos y eternamente oiremos sus palabras, sus frases de oro y roncas, salidas de esa garganta oprimida que lo ha matado, y nos sen­tiremos otros y ser mf'jores.

Ahora, en esta tarde en que tan bruscamente la nueva nos sorprende, lloremos, lloremos solamente, lloremos por nosotros y por los que no lo llorarán por no haberlo conocido.

Tr~ulujn,

R\SCH.

ERNKST LA JKUNI\SSE.

L'ETERNEL SOT. L'éternel sot qui fut jadis Fréron

Et me.intenant se naomrr.e Brunetil.~re l\lérit('rait une ode tout eutiere Pour l'exécration du fanfarou!

Du fanfaron la betisse au ronron Afreux de chat pire que de gouttierA, 1\Iais mou, un dur sonnet en étriviére, Sutrit pour chatier te! lourd baron.

Du snobisme actuel comme de l'autre Et le voici pour I'autre et pour le nótre Et pour le nótre, hélas! surtout.

Cur il n'est pire pédant pour déplaire Qui celui, que méprisable a tout bout De champ, nous insultait en Baudelaire.

(lnvectives.) P.>.UL V!!:RL!INE.

LAS ISLAS DEL AMOR. l.

FERLOE.

En el extremo límite septentrional del mundo, en la isla helada de Ferloe, la tierra aparece blan­quísima como si allí hubiesen librado combatt>, dos ejércitos de cisnes; y cuando el viento acaricia la nieve, antójase tal caricia, el estremecimiento de alas de un combatiente-herido.

Entre el ambiente, hielo vaporizado, bajo el cielo brumoso en que las nu.bes ~e mueven pesadas, Ro~-

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"JOSÉ VASCONCELOS"

REVISTA MODERNA. 77

borg y N ohella, transidos :i pesar de las pieles que los cubren, bésanRe enlazndos al pie do un sabino que las escarchas encorvaron. Sólo en los labios de los amantes hay calor, como sólo hay sol en sus ca· be lleras.

De cuando en cuando, cae de las nubes un ave muerta de frío que estampa sus alas en la nieve.

- ·¡En qué pitJnsas, Rosborg~ pregunta la amada, ¡qué te preocupa! ¡no eres feliz, sintiéndote adorado por mi1 ¡no clej é para unirme contigo, la subterrá· nea caverna en donde me buscan inquietos, mi pa· dre y mis herm11nos1 y ..... todo cuanto una virgen puede ofrecer ~o te lo ofrecí ya1

-Nohella, contesta el amante, no hRy mujer más tierna que tú sobre la tierra como tampoco hay nin· guna mayormente amada. Me hiciste ya el más pre­cioso do los dones, y soy tu esposo en la maf!ana so­litaria. Pero pienso, á mi pesar, en los países her· mosos de claridad y de flores, que recuerdan los náufragos cuando abordan aquí.

-¡Por qué piensas en esas comarcas l~>janas es­tando cerca de ml7

-Amada mía, allá en el mediodía azul, .entre las esparcidas llamas de las brisas, existen bosques ti­bios de lilas y de rosas en donde las amadas pueden desnudarse en brazos de sus amantes. Aquellos nmantes sí son felices; conocen las blancuras de los senos en que maduran las fresas, y los albeantes brazos que se enlazan á los cuellos; pero yo que te poseo, solo conozco tus ojos y tus lab!os .. .• -Y ¡en eso consiste tu pesar~ -No es otro, Nohella. -LPor qué no hablaste antes! dijo la amada son·

riente y presurosa, en los momentos en que un ave muerta caía junto á ella, arrancó su traje de pieles y apareció ?esnuda ante su extático amante, en la isla helada y septentrional del mundo.

-¡Oh carne divina! exclamó Rosborg, celestial visión ¡perfectísima belleza!

Pero lfvido de térror, no puclo agregar palabra alguna, porque NoheÍla cayó, y la blanquísima muer· ta, es un cadáver de cisne m:is, sobre la tierra. blanca.

CATULL!t MENDÉS.

Tradujo ALBERTO LKTIUC.

LA DEFUNCION DE LA MUERTE. (Para Btrnardo Couto Castillo).

Hllbía sido indultada; por tanto, aquella noche debía morir.

Aun cuando fuese con una segunda encarnrrción á presentarse en otro planeta; se la desterraba Je la Tierra.

¡Cómo han sido injustos los que hasta hoy la han descrito!

Y es que ninguno la conocía. :VI en tira que vista de esqueleto, y que habiten nan·

senbundos gusanos en las concavidades de su descar­nado cuerpo.

Por )o menos, en esa noche estaba hermosa. En sus mPjillas había color, en sus nE'gros ojos había vida.

¡Era h herenci:~ de la doncella sepultada el mis · mo dial

Llevaba luto por las víctimas suyas, y un abanico ],Janquísimo formado con huesos de mujeres y finas vértebras de niños.

Iba al teatro; había una fiesta de caridad y el co­liseo de seguro se llenaría de juventud, hermosura y riqueza.

El anarquista que no vió estallar su bomba, lo dijo: "~Se habría muerto la muerte!"

Recibió la noticia de boca del viento, que fué el enviado, y comenzó á desandar la calzada. Pasó por entre los silenciosos árboles que, enfilados, la veían con respeto y sentían calofríos en sus robustos tron· cos; se encaminaba á la choza que á lo lt>jos prendía su nota de vida en la negrura de la noche.

El labrador sintió nublársele la vista y una sofo­cación desesperante.

Al apagarse la luz de la lamparilla, por un golre do viento, se le entristeció inmensamente el alma; sintió el paso de la muerte y salió n~pirando con avaricia el aire fresco de la noche.

Su compañero, el fiel amigo, partícipe de sus SO·

!edades, aullaba triste, larga, aterradoramente. La enlutada Muerte, la siempre Virgen adorada

de los desgraciados, entró. En un banco de made1·a vulgar tomó asiento; apo·

yaba sobre la mesa un brazo nltido, de una blancura sólo suya, blancura no maculada por las azulosida­des de las venas que lucen las mujeres. ·

Reflexionaba. Al fin, tras tantos siglos, cuando ya juzgaba eter­

na su condena, se la indultaba. ¡Cómo se alegrarían los hombres cuando lo su­

pieran! Si eEa noche lo saben, de seguro se habrían aglo­

merado tras ella, á silbarle, á befarla, como lo hacen los pilluelos con los ebrios que se ponen en ridículo.

¡La muerte muriéndose! ¡Qué ridículo! Y ella se alegraba. La noticia había venido con la tonalidad de lo

nuevo, á romper la mOJtOtonía de su milenaria exis· tencia.

Recordaba su advenimiento al mundo. Su caída, aquella caída durante tantos siglos que siguió á su expuhión del celeste paraíso.

Quién sabe qué crimen les atribuyeron los intri­gimtes de las antesalas del palacio celestial, y se lrs expulsó cruelmente.

Fueron los ángeles caídos. No cooparticiparon de sus mutuos dolores los ca­

lumniados de ángeles rebeldes.

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"JOSÉ VASCONCELOS, 78 REVISTA MODERNA.

Cada uno sufrió los suyos. La desgracia no los unió; siguieron silenciosos des­

cendiendo por siglos y siglos. Los hombres los calumniaban también; á él, que

en realidad es hermoso, unos currnos y un rabo; y á ella_ ... ¡mísera humanidad! como los convirtiera en asquerosos y terríficos esqueletos, la representa­ban así, por un horroroso montón de huesos que se cobija con manto negro y que empuiia ddorme gua· dalla segadora de vidas. ¡Repulsiva materialidad! ¡Oh, si necesitara de guadaila! ... .

La maldita, la implacable, la cruel, la llamaban todos. Necios. Al principio, sí, comenzó con coraje, con desesperación, á cumplir su fúnebre encomienda, y hambrienta de venganza, mató con crueldad; se cebó en los buenos. bNo era un virtuoso .Abel1

Mas, después siguió con automatismos de sonám­bulo en su tarea de abrir fosas, de coleccionar es­quele·tos. Y la Muerte, la Virgen furiosamente de seada por los desgraciados, bostezó largamente.

Dejó caer su · vista sobr'l la ¡;nesa, y halló una Lo tella de capitoso Gin.

Natural capricho; nunca había bebido alcohol pu­ro, limpio; en los cementerios no lo hay. Sólo se encuentra el podrido que llevan lo~ alcohólicos, los congestionados.

Y ella-¡qué vergüenza y qué asco!-en los mo­mentos de supremo hastío, hidrófoba, había apagado su sed de alcohol, se había embriagado con ese aguar­diente muerto, putrefacto, infecto, inclinándose so· · bre los cadá\·ere~ rtbosantes de gusanos ebrios y roorLiéndoselos en nauseabundos besos.

... . Y beLió el ríspido Gin puro, limpio, ddei­toso.

LHabría en la tierra quien, como ella, huLit>ra ma­tado á tantos hombres1; todos los que llenan las listas de sus posesiones: ¡todos los cementerios del mundo!

Nadie había sospechado su desesperación; pasaba por la tierra repartiendo muerte á manos llenas y ella no podía morir; lo tenía prohibido. Acataba la orden, por temor de sufrir un castigo más grande, con la esptranza de alcanzar el perdón algu11a Hz, y volver á su patria: ti cielo.

Y srguía amputando existencias y reciLiendo por doquiera maldiciones. ¡Qué pocos la habían bende­cido! Un pobre, un viPjo, un sifilítico . . . .

Si hubieran visto muchos jóvenes lo que les aguar­daba en lo porvenir, en vez de la blasfemia que se había congelado en sus labios, una bendición los ha­bría tntibiado por la última vez.

Verdaderamente, ella haLía sido una loca; nunca había seguido una misma línea de conducta.

Y era que había cumplido con su condena-¡na­turalmente!-como los condenados, en m!'dio de desesperaciones inennrrab!Ps, ó lle11a de hastío in finito. Nunca haLía elegido sus víctimas; tenía que watar y mataba; poco le importó :í. quien fuPsP; eso ea lo de menos para el verdugo.

Había sorprendido á muchos: cándido¡¡, cuando

eran por rareza criminales, y los habla regalado á Luzbel, para aumentar los servidores P.n sus rojizos salones palaciegos.

Y á muchos que haLfan llevado vida desenfrena da, les haLla enviado tontamente-entonces se arre­pentía-uno de sus emisarios, Cáncer, Tisis .... y habían tenido tiempo de volver los ojos al cielo.

Cuando su rojo compaiiero de desgracia la sentía llegar, se alejaba dando por terminada su obra, para no tener que confesar que ya no podía más; que su 1 ucha sP.ría estéril.

Pero ella, ella sola era la verdadera Reina, la om­nipotente diosa; había ido dejando á su paso cadá­veres, inmovilidad, putrefacción, la sant.a putrefac­ción, generadora de vida. Ella había jugado con la materia, como con PI barro juegan los niuos; forman muflecos y los deshacen para modelar otros nuevos.

Al fin, iba á morir; ya era tiempo; estaba ahíta de destrucción y ansiaba el descanso. Y iá dónde iría1 LQué lugar digno de su grandeza elegiría para su tumba1

Y como si se la mostrara á sí misma, seilaló con el índice aristocrático-dedo de mano regia-la faz dolorosa, entristecida, pálida, cadavérica, de la luna que espiaba por la ventanilla entreabierta.

Mausoleo soberbio. Pero ihabría habit11utes alli1 iLos selenitas tendrían su muerte1 iY si no había un ángel de destrucción y llegada ella volvía á comen­zar su tarea de homicida universal1

Ya no quería matar; los mismos matoidcs no sen· tirán algún día deseo de no mata.r más1

"Mi muerte constituye un nuevo género de ven­ganza; llevo sobre mis espaldas esqueletosas-y rió con macábrica risa, empezaba su agonía-el odio de un mundo entero."

Iba á vengarse dPjando á los hombres que fuesen inmortales. La vida jugaría con ellos; travesearía en sus cuerpos; les prendería pústulas henchidas de pus; les arrebataría la fuerza ~ sus miembros; les pintaría de blanco las cabelleras y les dibujaría con el mismo cutis, en el rostro, una calavera viva; los haría viPjos, muy viejos, tternos; y se desesperarían y desearían morir, y no podrían, ¡sería su mPjor ven ganza de aquellos que la maldecían á diario!

* * * Al fin quiso morir. Pudo haber sido la suya una

occisión, pero no; deseó probar las congojas, deseó experimentar las angustias que había visto en todos los que había poseído-siempre Virgen inviolada é inviolable.

Quiso comenzar á morir y entró en la agonía; ca· yó del banco al terrado de la choza; la metamorfosis fué completa y horrible; se contrajeron los músculos de su rostro en .gestos macabros; los gemidos roncos que se escaparon de su pecho repercutieron con be­mantea ecos en los más recónditos parajes de la tie­rra. Las miradas fosfóricas de sus negros ojos, en

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 79

Jos parpadeos agónicos, alumbraron con resplaudo­rca de relámpago el mundo entero.

Sus dolores los sintió la tierra, que por todas par· tes se abrió en negras grietas, como carne corroída por el cáncer.

Las torres más altas y más fuertes, sintieron vér­tigos de anémico, se barubolearon, é inclinando la cabeza, se desplomaron inertes.

Su rstertor se oyó como si fueso el estertor de una legión de moribundos. Sus convulsiones convul­sionaron todo el planeta con movimientos de terre· moto.

En los cementerios, los muertos golpearon hasta despedazar las paredes y las tapas de las tumbas.

Y arrojando miradas de fuegos fatuos por las hu e· cas fosas orbitarias, llenas de pestilencia;. en medio del ruidoso traqueo de sus miembros movibles, sueltos, corrieron avergonzados en busca de carne con que cubrir las desnudeces de sus huesos.

El alfeflique humanidad se estremeció con terror pánico.

El mundo se arrodilló implorando misericordia. Y la Virgen furiosamente deseada por los desgra·

ciados, la muerte inviolada é inviolable, se hundió, murió llevándose entre sus dedos, crispados por la agonía, millares de vidas, millares de hombres.

Todo había concluido. Naturalmente no hubo quien le arreglara funerales.

FRANCisco Z,\RATE Ruz.

FRAY JUAN. (FRAGMENTO.)

Mayo 11 de 18 ... .

Muy próximo está el gran día . . . . Ile querido que la boda sea en este mes de las flores, del cielo sin nubes, del sol sin sombras .... Ahora, todo son­ríe en la naturaleza; todo habla de amor .... Lo3 nidos palpitan en las frondas, los pájaros cantan su idilio y el polen fecunda el seno de las flores, ese santo fruto de la tierra e10balsamada ....

Dentro de ocho días el cura nos dará su bendi­ción ... .

¡Ah! La seílora Francisca, mt>jor que en un dul­ce hogar, mejor que en tabernáculo no soiiado, ha convertido en relicario (no hallo una palabra más dulce) el poético pabellón del jardin, á donde ire­mos á vivir ... . El nuevo hogar está rodeado de un bosque delicioso, á donde he hecho trasplantar las azahalias y las camelias que con tanto esmero c:-ulti;r, mi madre .. .. ¡Así tendremos su recuerdo hcct10 llores!

Marta Je los Angeles hó.se puesto grave y arre­pentida, ¡Dios mío! desde que nuestro pactado enla­ce se formaliza . . .. Sólo lamenta ella, me dice, 1:!. separación de la tfa, á la que, por otra parte, es mi resolución que no abandonemos. . . . La señora

Ausencia, la pobre seiiora Ausencia, llora á intcr· val os. . . • Mas la consuela la idea de que mi pro­metida ha menester de un apoyo para el porvenir, sintiéndose, como se siente la infeliz baldada, más próxima que nadie á la tumba ....

También á la señora Francisca la veo afligida, como si fuese á perderme. . . . Ya se lo he dicho, y mil y mil veces se lo he repetido, que vendrá á nuestro servicio aliado de l\Iaría de los Angeles .•.•

Sorprendí hoy á la inmejorable anciana este ras­go, que me conruovió mucho: entré á la estancia donde murió mi madre y hallé á la señora Francis­ca que encendía una vela de cera frente á una ima­gen de la Dolorosa.

-Bueno-la dije-sin olvidar la devoción, ¡no7 -y la dí una afectuo~a palmadita en el hombro.

Ella se ru borízó. - ¡Es manda? -No-me contestó-bajando los ojos. -tPena que la aflige7 -¡Quizá! -¡La memoria de mi madre7-interrogué con-

movido. Contestó hacit:mdo un e~fuerzo, para decir unas

palabras: - ¡Es para que la Virgen le haga á usted feliz! Y sus ojos se llenaron de lágrimas. La abracé con efusión, sintiendo anudada migar­

ganta. En esos momentos llamaron á la puerta. Salió la

señora Francisca y dió un grito de alegre sorpresa. -¡Seiior Juan!-me dijo-seiior Juan! Acudí á mi vez. Era un enviado de la modista

con el vestido de boda. Colocamos cuidadosamente en el respaldo de un

sillón la falda de seda para que no se ajase . ... Otras cajas con el resto del nevado traje fueron

distribuidas en diversos lugares. La anciana abría admirativamente tamaiios ojos,

bien poco acostumbrada á tales sorpresas. - ¡Precioso! Sí está precioso!-y juntaba las ma­

nos señalando la falda, el velo, los encajes de Flan­des, la corona ele azahares ....

-¡Ay, seiior J uan!-repetía en incansable rego­cijo: ¡qué seda, qué flores, que encajes más delica­dos!. . . . t Y el velo7 Si le miro máa, más y más me enamoro de tanto primor .... !

Con un dolor extraiio en el corazón, en mi al­ma ... . -¡Dios mío! no sé en qué misterioso lugar de mi cuerpo!-desdoblé la sutil y delicadísima ga­sa, con el ánimo de satisfacer la curiosidad de la santa y sencilla mujer.

-¡Ay, mire usted, señor Juan! ~y cómo no ad­mirar ella todo esto7-af1adi6 volviendo los anubla· dos ojos hacia el lecho donde mi madre habla lan­zado el último suspiro.

El aposento aquel no había sufrido la menor va­riación, respetando un recuerdo para mí mil veces sagrado.

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"JOSÉ VASCONCELOS,

80 REVISTA MI)DERNA.

Nueva angustia se clavó en mi corazón. LÜómo la muerte había hurtado :1. mi eterna ausente aque· !las sensaciones de dulce felicidad1 Yo me sentia abrumado por encontrados sentimientos: dicha, in· mensa dicha; dolor, tremendo dolor; deseo de llorar hasta el agotami~nto, ímpetu de reir hasta la lo· cura ....

¡Oh, Dios mío! Siempre la hiel en el fondo de mi cáliz, por más que éste desbordase am~rosía en aquellos instantes ....

-¡Qué azahares!-prosiguió en su inspección de cándidas sorpresas la anciana!-Si dan deseos de olerlos!. ... Si parece que yo misma los he recogi· do de los naranjos del patio!. ... l\Iire usted, sellor Juan! Mire usted estos racimos de la falda .... Precioso, sellor Juan! Precioso!. ... La se!lorita se va á ver encantadora .. ..

Y luego, en una transición de brusca y evidente emoción, agregó con los ojos preñados de lágrimas:

-Como se la merece usted .• ,. Como se la me­rece .... Y como sólo la seiiora se la desearía ....

Esta nueva alusión á mi madre fué como una nueva herida sobre mis entrañas laceradas. En bu­llicioso parloteo, la anciana, que así me clavaba in­consciente los aguijones envenenados de un oculto dolor, todo lo inspeccionaba con gran cuidado, ha­blando sola, como una locuela, con un regocijo in· fantil, que en medio de mi dolor me hizo reflexio· nar, sonriendo á mi pesar, que ella, mf'jor que yo, parecía el novio.

Llamada la seilora Francisca por sus quehaceres, me quedé sólo en la estancia ....

El traje completo de novia y en cierto desor­den, que me permitía observarlo sobre los muebles, despedía, al quebrarse la luz en la seda de los plie­gues, no sé qué claridad de luna que inundaba la estancia ....

Mis ojoa fascinados no se despegaban de aquellas prendas ya amadas por mi, que me estaban hablan­do con la elocuencia del color sin mácula, de la ino­cencia virginal de María tle los Angeles .... Arru­llado por esta obsesión cerré los ojos, y me df'jé adormecer por aquel ensue!lo dt:licioso .... ¡Qué mundo de dichas pasó por mí! ¡cómo palpitaua de amor, de un amor tan blanco como la nieve de aque· llos encajes, mi corazón! ¡en torno mío, estremecido por un extrallo pavor, inventaban mis oídos, rumo­res, chaequidos, ardiente crepitar de besos! ¡la at­mósfera llevaba hasta mis pulmones, raros perfu­mes, ondas de calor indefinible! Ah! sí, no era ilu­sión de mi fantasía, pues realmente mis sienes; mi rostro estaban acariciados por el aliento treman te de una mujer! ¡sentí cómo sus labios resbalaron volup­tuosamente por mi boca, y como un solo haz de ner­vios, agitáronse todos los míos, al recuerdo de aquel beso que ya no me pareció tan criminal, ni menos juzgué tan impuro!

Tuve la visión que anhelaba: la ví con el sollado atavío, fulgente como un ángel del cielo, coronada

de azahares y haciendo crujir, al avanzar, la ancha ca u da de su veste ...• Se oía el órgano arriba, como si de las nubes bajasen los ecos de una música no 1!3cuchada por oídos humanos .... El sacerdote, de casulla resplandeciente, cabeza blanca y mirada ex­tática, levantó su diestra ....

Ella y yo caímos de rodillas. . . . De improviso, un haz de luz brilló sobre la frente del anciano .... Era la mano de mi rcadre que salín de la sombra y nos bendecía- ...

Dí entonces un grito y volví á la realidad. Res · tregué mis ojos para salir de aquel glorioso sueil.o, y vi la falda allí, sobre el respaldo del sillón, derra­mando en la estancia su tenue claridad de luna .... · Nada se había movido .... Todo estaba muerto en torno mío, y con los cabellos erizados, parecióme por un involuntario y fatal contraste, que aquellas eran las tocas de la muerte, y que el velo ¡el fantás· tico velo aquel! cnia sobre el rígido perfil de un sem­blante de mujer, mate, inmóvil, marmórel) y de ojos dulce y pavorosamente cerrados para siempre!! ...

tFué un recuerdo siniestrv1 tfué un fatídico enga­llo del viento1 tfué locurn1 N o lo sé! Pero, lo juro: á mis oídos sopló una soro bra estas terribles palabras:

"Si está escrito que no sea tuya, respeta la vol un· tad de Dios!"

¡Oh! ¡El presentimiento! .... ¡1li madre!. ... ¡El presentimiento! ¡Yo no quiero creer en el presenti­miento!

Oprimí mis sienes, sintiendo que aquel torrente de ideas hacía estallar mi cráneo. Sonriendo con for· zadn sonrisa, que en vano traté fuese un consuelo para mi espíritu acongojado y una burla para mi su· persticiosa fantasía, torné los ojos hacia la Virgen de los Dolores y me pareció que sus ojos me mira­ban con piadosa lásLima .. , .

Al pie de la imagen parpadeaba aún, con fúnebre chisporroteo, la vela encendida por la piadosa mano de la seflora Francisca.

El olor á cera desvaneció mi cereuro . . .. Recor­dé que así olía allí, cuando en torno del cadáver de mi madre ardían los blandones .. , .

M:e acerqué á la puerta todo conturbado, y lla­mando á la seflora Francisca, la dije con ingenuo terror:

-Recoja usted ese traje, y, hoy mismo, sobre una bandeja, con las cajas que completan el atavío, lo envía usted á la casa de mi prometida!

La excelente mujer me miró con sobresalto, ex­clamando ccn gran aspaviento:

-¡Virgcncita mía! ¡Y qué pálido que está usted, seilor Juan! tSe aifmte usted enfermo1 ....

-No! no es nada!-respondí ahogado por la pe­na. Y atenaceado por no só qué siniestro presenti­miento, retrocedí hasta cerca del lecho de la muer­ta ¡mi muertecita santa! y me entregué á una som­bría meditación, allí, frente al raso y á los azahares de mi amada, que me hablaban Líen elocuentemente de luz, de amor, de vida, cuando una secreta voz, una voz interior, golpeando mis entrailas y marti­lleando mi cerebro, me gritaba llena de sombras y desolación!

¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Virgen cita de mis tri­bulaciones!. . . . Harto lo he dicho yo .... Y harto lo he rezado en miR negras y trem!lndas angustias! . . la hiel, siempre la hiel en el fondo de mi cáliz!. .. .

IGNACIO 0JEDA VERDUZOO.

TIP. CALLEJÓN DE 57 Nthr. 7.

Page 17: BIBLIOTECA DE MÉXICO JOSÉ VASCONCELOS,"JOSÉ VASCONCELOS, AÑo I MÉxico, 1? DE OcTUBRE DE 1898 NúM. 5 REVISTA ODERNA LITERARIA Y ARTISTIOA .. LA REVELACION DEL ECO" RECUERDOS DE

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UNA ALEGRE COMADRE DE WINDSOR