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1 RUBÉN LAGUNAS TELLO BESOZ BESO DE MANO EN MANO

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RUBÉN LAGUNAS TELLO

B E S O Z B E S O DE MANO EN MANO

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BESOZ BESO / DE MANO EN MANO

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RUBÉN LAGUNAS TELLO

B E S O Z B E S O DE MANO EN MANO

ZARAGOZA / 2013

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BESOZ BESO / DE MANO EN MANO / Rubén Lagunas Tello / Zaragoza / 2013

128 p. : il ; 14.8 x 21 cm

© 2013 / De esta 1ª edición, textos e ilustraciones, Rubén Lagunas Tello

ISBN:

DL:

IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA (UE) / PRINTED and MADE IN SPAIN – EUROPEAN UNION (EU)

_______________________________________________________

Impreso por Rubén Lagunas Tello

Contacto: [email protected] Fuentes: Comentaristas del partido de los sábados en NITRO (TV) (José Lizartza, Jokin Errasti, Juan Carlos G., Rubén Beloki) www.manista.blogs.com www.asegarce.com www.aspepelota.com www.frontón.tv Luis Galarza-Julián Retegui (1993) Iñaki Bidegain Alberdi (2007): Mano a mano, anatomía de una gran final / Editorial Bainet Media Dibujos de Chillida (manos, pelota) Artículo de prensa: Raúl Fernández (20.03.2009): Andrés Yagüe Barrio. Artesano. “Aquí apenas tenemos escuelas de pelota a mano” / La voz de Pinares / nº 86 (hemeroteca) Recuerdos de la niñez: El frontón de Vadillo

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índice UNO / ONE .- Más allá de mi cuaderno de notas 10 MANO A MANO 13 NAOKI 15 EL SEÑOR ZABALA 21 PUNTO Y PELOTA 29 IZASKUN 33 EL CORAZÓN DE LA PELOTA 35 TXURRAS Y MERINAS 41 EL PARTIDO 45 TOSUGO 97 EL OTRO LADO DE LA PARED 101 POSTALES DE TÉ 105

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Uno / one

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Más allá de mi cuaderno de notas… (…) Me pregunto si la mano que estoy dibujando sobre el papel es la misma que la que dibujé ayer o; mejor dicho, si soy yo el que está detrás de esas líneas… Sinceramente; - para ser honesto -, a veces pienso que debería pasar más tiempo mirando la tele en vez de escribir sobre uno mismo… (…) Las horas pasan mientras escribo; vivo el momento presente sin pensar en el mañana. Durante las últimas semanas he estado bastante ocupado, tratando de ponerme al día con el trabajo, intentando actualizarme; con calma, sin prisa. En adelante, me tomaré el tiempo que considere necesario para compartir esta historia contigo, con vosotr@s; aunque debo confesar que estoy haciendo esto sólo para recordar, sólo para evitar olvidar aquella historia, una de esas lecciones que marcarían mi sino, algo que tal vez; - sólo tal vez -, merezca la pena contar… (…) Aquello sucedió mucho tiempo atrás; antes incluso de que empezara a llevar gafas, a eso de los 18, cuando entré en la Universidad; pero es ahora, cumplidos ya los 30 tacos, cuando empiezo a ver las cosas claras…

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Ya lo dijo un tal Galileo; “el mundo es redondo y gira…”

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mano a mano

La pelota es un oficio del cuerpo, un juego elevado a la categoría de arte que se ha ido transmitiendo de generación en generación, perviviendo de mano en mano; o mejor dicho, mano a mano, desde tiempos inmemoriables, un juego digno heredero de aquella secular “pila” romana, del “jeu de paume” del vecino francés, de aquel antiguo “bote luzea” al que ya jugaban los abuelos de nuestros abuelos… La pelota es una competición muy exigente, de gran dureza; donde los jugadores se enfrentan contra sus propias manos y las de su rival. Sin duda; uno de los máximos exponentes culturales de todo un pueblo, tan arraigado en la memoria colectiva de sus gentes como la receta del pan o el calendario de recogida del cereal. Sí; la pelota es eso y mucho más; la pelota es emoción, un desafío perenne a la quietud, un reto a la contemporaneidad, una apuesta por recuperar el valor de lo local, lo diferente; lo genuino, una defensa acérrima de esos valores universales por los que la humanidad tanto ha luchado. (…) En lo que respecta a los motivos de las cosas, nunca he tenido claro si el mano a mano es un juego de dos; uno contra otro o si, más bien, se trata de una partida de solitario, un juego en el que uno se enfrenta a sí mismo, a su propio destino, una mano contra la otra, izquierda contra derecha, intentando cambiar el curso de esas testarudas líneas a los pies del monte de Venus donde; según algun@s dicen, nuestro futuro está escrito…

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Su mirada era densa, profunda, clara, tranquila…

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naoki

Naoki era hijo de un inmigrante japonés casado con una bilbaína de pro. Había llegado a ser el campeón de la liguilla inter-escolar del barrio por méritos propios. Su especialidad era el mano a mano; la modalidad de juego en la que dos jugadores se enfrentan en la pista en una lucha sin tregua. Sin duda; era un jugador de mucho golpe, buen sacador, con una técnica muy depurada, muy completo, bien preparado. Cuando jugaba en pareja solía ocupar el puesto de zaguero; a la zaga del delantero. El juego de la pelota; quizás por aquello de sus raíces niponas, fue para él siempre una cuestión de honor. Era consciente de que aquella pelota sólo permanecería en sus manos por un instante; tenía la certeza de que aquella pelota nunca sería suya, o al menos, no sólo suya, porque aquella pelota pertenecía a todo un pueblo, a tod@s aquéll@s que le habían precedido y le seguirían en aquel vetusto arte de enfrentar el alma de un@ contra la roca de la pared. (…) Cada tarde Naoki acudía a la ría, le encantaba coger piedras e intentar cruzarlas al otro lado haciéndolas rebotar sobre el agua; hacer la rana, matar el tiempo paseando, observando las pequeñas embarcaciones amarradas a puerto. Cerquita del Nervión; un viejo marinero de Sestao, le confesó una vez que el color de su barca era el mismo que el de la fachada de su casa; decía que así, gracias a ese pequeño detalle, desde la orilla de la playa; desde la lejanía de su arena, cualquiera podía reconocer las escamas rojas de madera calafateada que cubrían su armazón; sus espinas de roble y pez, incluso los días en los que la bruma se empecinaba en evitarlo.

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Como si todavía fuera un niño, se acercaba a ellas y se sentaba sobre la popa de su casco jugando a columpiar los pies en el aire. Le gustaba cerrar los ojos, dejarse llevar por el sonido de la corriente del agua hasta que se escondía; como los cangrejos, entre las piedras que salpicaban aquella margen. Naoki era un joven refinado y sensible, diestro también en ese otro arte del saber escuchar… Su lugar preferido era aquel bosque con el tronco de los árboles pintados, en la falda de aquella montaña tan imponente donde se levantaba la ciudad, un espacio a medio camino entre la naturaleza y el artificio, un rincón donde uno podía buscar refugio y detenerse a escuchar el silencio, donde ni siquiera el eco del frontón alcanzaba a llegar. Naoki acudía allí cuando sentía que necesitaba tomar distancia de sí mismo; de su propio latido. (…) Había mamado la pelota desde chiquito, desde aquel día en que su madre le regalara aquella primera pelota hecha de punto, con la lana de un viejo jersey, tejida a mano, rellena de algodón, para que la abrazara en la oscuridad de su habitación, acurrucado entre las sábanas, cuando los monstruos de la noche rondaban su cama. A buen seguro; en casa, - por esa razón -, solían bromear diciendo que había empezado a gatear persiguiendo una pelota que nunca dejaba de rodar, a la que nunca pudo atrapar. Sin pretenderlo, había hecho de la pelota su propio lenguaje; su forma de hablar, de expresarse, su particular modo de decir las cosas. Naoki; tímido de por sí, comedido en sus gestos, siempre fue un niño bastante retraído; en cierto modo, huía de la gente, - conociéndole, algo tan sencillo como complicado de entender -.

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La hechura de sus manos, resultaba desproporcionada al compararla con el resto de su fisionomía. Naoki forjaba cada pelotazo con cuerpo y alma, fundiendo el hierro de sus manos, - todavía salvaje -, en el cuero voluble de la pelota. Así; pacientemente, esculpiendo su mano pelotazo a pelotazo, había llegado también a cincelar su propio carácter; calloso, una gema de rala belleza pulida golpe a golpe. Sabía que aquel partido estaba perdido de ante mano; tenía claro que para llegar a despuntar en el juego tendría que hacer algunas renuncias, en definitiva, perder para ganar… Sin embargo; por extraño que pudiera parecer, fuera de la cantxa, era bastante torpe con las manos; muy creativo sí, pero poco o nada mañoso. Era muy exigente para consigo mismo; disciplinado y sacrificado. Entrenaba todos y cada uno de los días de la semana; día sí y día también. En frente; su propia sombra, un rival al menos tan infatigable y perseverante como él. Se tomaba muy en serio lo que hacía. Cada año, la puesta a punto de la pretemporada hasta conseguir un buen tono físico le llevaba varias semanas. Los entrenos se sucedían, hasta alcanzar ese puntito extra de forma gracias al que conseguía llegar más fresco al final de los partidos. Una vez; entre bambalinas, en un pasillo, antes de un partido que fue a ver con su abuelo al Adarraga, en Logroño; con cierta discreción, un buen pelotari, uno de sus ídolos de la niñez, uno de esos jugadores cuya trayectoria siempre quiso emular; le comentó que aquella sombra tenía un gran potencial… Aprender a creer en sí mismo, aquello de que “querer es poder”, todavía le llevaría un tiempo, si bien es cierto que estaba resuelto a ello; su determinación en ese aspecto resultaba encomiable.

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Recuerdo que su abuelo solía llamarle cariñosamente “manos de árbol”, porque era bastante patoso en el cole, al menos, bastante más que el resto de l@s compañer@s de clase…

Se reía al tiempo que le decía… - Espero que los libros se te den mejor. Sigue estudiando que

de esto tú no vas a comer. …

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(…) Aquello que el señor Zabala nos enseñó; señalando los nudillos de cada uno de sus dedos… enero 31, febrero 28, marzo 31, abril 30, mayo 31, junio 30, julio 31, agosto 31, septiembre 30, octubre 31, noviembre 30, diciembre 31…

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el señor Zabala

Naoki tuvo siempre un buen espejo en el que fijarse, alguien a quien parecerse; un buen maestro. Esto que voy a compartir con vosotr@s lo aprendió de su abuelo; a una edad muy temprana, entre el cacareo de las gallinas y el borbolloneo de los pucheros junto a la hoguera. A buen seguro; esta parte del relato no dejará indiferente a nadie…, - estoy convencido -. - Cierra los ojos, despierta tus otros sentidos; abre tus

oídos… Éste es el juego; aprender escuchando, intentar leer los golpes en el frontón desvelando el significado de cada uno de ellos; el emotivo sonido de la pelota al encontrarse con la mano, al chocar contra la pared y botar en el suelo, al cortar el aire, el ruido metálico de la chapa al encontrarse con el cuero de la pelota…

Y así; poco a poco, abriendo bien los oídos, fue aprendiendo de todo cuanto le rodeaba; la manera en que las cosas se daban, el tiempo pasar, el ir y venir de los truenos de la tormenta; motivándose a sí mismo desde el estímulo del juego y la observación atenta de lo cotidiano, dejándose llevar por sus propios sueños, imitando los movimientos coordinados de los animales… (…) Las hormigas, en el hayedo, le enseñaron a ser constante, a jugar en equipo; que los pequeños también podían luchar por las metas más altas, ésas que a priori parecen inalcanzables… Del barbo, en el arroyo, aprendió a coletear; a desplazarse veloz en el agua; de la trucha, en el río, a mantenerse en su sitio nadando contracorriente; de las abejas, en el jardín, que para no ser cazad@ un@ debía moverse rápido, sin entretenerse demasiado en las mieles de la victoria…

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Del cernícalo sobrevolando los campos, aprendió a ser preciso, a cazar en vuelo; del búho, en el bosque, a moverse en la oscuridad sin enredarse en los zarzales; de la culebra, a reptar por el suelo, a moverse con sigilo; de la liebre, en el monte, a correr presto hacia la madriguera ante la mínima señal de peligro; de las ardillas, en el parque, a trepar por la pared; de los ratones, en el granero, a ratonear; a buscarse el queso; del cangrejo, en la playa, a caminar hacia atrás… Y todo esto…, ¿para qué?. Pues; sencillamente, para mejorar su capacidad de anticipación y reacción dentro y fuera de la pista, para mejorar la calidad de su juego, su resistencia física y psíquica…; para llegar a ser ese jugador tan completo y rocoso que conocemos hoy, ése ser humano tan excepcional, cuya despierta actitud; tan abierta como receptiva, le había llevado hasta allí; el campeonato de

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manomanistas profesionales, en el recién estrenado frontón Bizkaia de Bilbao. Al verme esbozó una fugaz sonrisa. Había pasado mucho tiempo desde la última que coincidimos. Al estrechar sus curtidas manos reconocí algunos lugares del entorno, paisajes recurrentes de nuestro pueblo; la arquitectura sólida de los caseríos, el agua de sus montañas, la savia de sus árboles, el sol de aquella tierra de cuero y cartón; tantos y tantos vínculos, tantos lazos con nuestro vasco país natal… Naoki y yo habíamos crecido juntos; como hermanos. Recuerdo que de niño, pasaba más tiempo en su casa que en la mía. (…) Al terminar el partido bajamos hasta la plaza y tomamos algo en el bar. Después; de vuelta a casa, pasamos junto al viejo frontón al aire libre, - ahora techado-, y nos quedamos mirándolo por un instante... El óxido, - como si se tratara del manto de hojarasca que viste la tierra en otoño-, arropaba ya casi por completo el metal de la chapa. La piedra amoratada por los golpes recibidos durante todos aquellos años estaba a punto de desmoronarse y; sin embargo, todavía se mantenía en pie aquel puñado de palabras escritas a mano sobre la tez de la pared; coqueta, -como pocas -, con los pómulos maquillados de nubes de tiza y hollín, asomándose jovial al balcón de la plaza. Detrás de aquella pared, de aquel frontón con tanta presencia, tan elegante, se escondía la memoria latente y dormida de todo un pueblo; su romanticismo, valores como la solidaridad, el tesón, el compañerismo; años de esfuerzo, dedicación y constancia, las páginas de un libro abierto donde chic@s y chic@s habíamos escrito nuestro nombre, tejo en mano, con aquella singular caligrafía de sudor, sangre e ingenio, cosas que aprendimos fuera de la escuela; ingenuamente, tratando de desafiar al paso del tiempo y al olvido; aunque en fin, ya se sabe, una cosa es la teoría y; otra, bien distinta, la práctica…

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De algún modo; para Naoki, - aquella pelota tan rebelde -, la pelota se había convertido en su particular forma de ver las cosas, su religión; una pequeña ventana, el ojo de buey de su camarote, a través del cual podía asomarse al mundo sin complejos. De algún modo; ésa era también su particular forma de luchar contra el silencio que; a veces, con la llegada del invierno, se apoderaba de las calles. La sombra del Árbol de Guernika se proyectaba sobre la pared del frontón. La cantxa era un remanso de paz cuando fuera el ruido lo cubría todo. Naoki, con la contundencia de sus golpes intentaba; en vano, que el sonido quedo de la pelota al golpear contra la pared se superpusiera al de la calle.

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Los tímidos rayos del sol de mediodía se reflejaban sobre las paredes del frontón, cuyo refulgir me recordaba a esa luz tibia que parece posarse sobre el lomo de las sardinas en escabetxe, con ese fulgor de oro tan vibrante rielando por el piso de cemento; todo un fanal de luz abierto a la ciudad. (…) El frontón fue construido años atrás por los propios vecinos, con las aportaciones de un@s y otr@s, gracias a la participación y recogida de fondos que llevaron a cabo los pequeños comerciantes del barrio, apoyando la iniciativa, recaudando dinero puerta por puerta, promoviendo distintas actividades; como la de celebrar aquella original pasarela de moda sobre uno de los puentes de la localidad, o la de organizar una obra de teatro con la participación de l@s viej@s… Cada un@ aportó su granito de arena, su saber hacer; un@s, encargándose de la comida, otr@s levantando las paredes con aplomo, yendo y viniendo a la fuente a por agua fresca con un botijo... Recuerdo que una empresa de materiales local, situada junto a la cementera del pueblo vecino, sufragó los gastos relativos a los materiales y también que el equipo de mantenimiento del Ayuntamiento cedió su propia maquinaria y los andamios para la obra. El señor Gantxegui; un arquitecto jubilado, comprometido siempre con sus vecinos, se encargó de los cálculos, del diseño y los planos… Las hogazas corrieron a cargo de Idoia y Patxi; l@s de la panadería de la Mayor Kalea, y la inauguración contó incluso con el respaldo de algun@s periodistas. La música del verbo improvisado corrió a cargo de un conocido bertsolari; Josu, toda una institución en el bar de Goñi, vecino de los de toda la vida, muy implicado con la juventud, que había dedicado buena parte de su tiempo libre,

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durante años, - desde el respeto y el compromiso -, a recopilar canciones antiguas, de boca de los mayores del lugar. Fueron muchas las manos que participaron en su construcción, tantas que en una sola semana fueron capaces de levantar ambas paredes del frontón, el frontis y el estribo, la pared izquierda. Definitivamente; aquello contribuyó a que tod@s nos acercáramos más un@s a otr@s, a lavarle la cara al barrio impulsando un nuevo modelo de convivencia. El día de la inauguración fue muy sonado. Nadie quiso perdérsela. (…) Como decía; de eso había pasado mucho tiempo, más de veinte años. Desafortunadamente; - en lo que a su conservación y mantenimiento se refiere -, el frontón se situaba en pleno casco histórico, lo que lo hacía; aún si cabe, más atractivo, para los especuladores; ávidos de suelo. La especulación; ese fenómeno tan castizo, tan de por aquí, la vorágine económica por construir aquella promoción de nuevas viviendas; había llevado al antiguo frontón a un estado de semi-ruina que a punto estuvo de conducirle a un punto de no retorno, de no haber sido por la actuación vecinal, capitaneada; entre otr@s, por Izaskun, la madre de Naoki y por la mía propia; Maika. La rentabilidad es el criterio que rige la economía pero; pese a quién le pese, los principios que priman en el frontón son otra cosa, eso que por alguna razón, mantiene la pelota todavía viva…

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Aquella primera pelota…

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punto y pelota…

Aquella primera pelota era de un color terroso; pajizo, semejante al de la arena de la playa donde tantas veces había hundido sus manos, donde de la mano de Izaskun; - su madre -, tantos y tantos castillos había levantado. Su cuero se sentía frío al tacto aunque cálido a la vista. Acariciando aquella pelota, manoseándola, tratando de comprender su anatomía; de desvelar su propia esencia, de reconocer su propio pulso en ella, explorando el atlas de su geografía hasta perderse en su curvatura con la mirada puesta en aquel horizonte de cuero terso; su propio límite, recorriendo todos y cada uno de los puntos de su costura; o mejor dicho, de su bordado, deteniéndose en el abismo insondable de cada uno de los poros de su piel, buscando su propio sitio, su propio juego; un lugar en el que cobijarse, algo que much@s, sin temor a equivocarme, entenderían como todo un ejercicio de convivencia y aceptación mutu@. (…) Por un momento; Naoki la sostuvo entre sus manos y la lanzó contra el suelo intentando captar su movimiento. El bote travieso de la pelota le golpeó en el tobillo y entonces; sólo entonces, levantó el pie casi como un acto reflejo. Y sucedió; se quedó mirando la cuenca de su mano, con las pulsaciones al límite, sintiendo todos y cada uno de los latidos del corazón de la pelota; que no eran otra cosa, que el eco de los suyos… En ese preciso instante, imaginó su mano golpeándola; dibujando en su mente el movimiento acompasado de todo su cuerpo, fabricando un golpe desde la nada, desde la soledad de su condición humana. Naoki era un ser noble, respetuoso para consigo mismo y con los demás.

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Puro ballet…

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Había crecido en el oficio de espaldas a los corredores; de espaldas a las apuestas, sin prestar demasiada atención a las pujas, forjando su propio destino golpe tras golpe, intentando procurarse un hueco entre los mejores. En la pelota; como en pocos deportes, se cumple aquella máxima de “el que la sigue la consigue”, luchando cada punto, persiguiendo la promesa latente de un sueño tras cada pelotazo, aguardando esa oportunidad que nunca termina de llegar. (…) Sus movimientos eran muy rápidos; se desplazaba por la pista con una agilidad inusual, tanto que a veces, sus gestos parecían tomados de disciplinas aparentemente tan distantes de la pelota como pudiera serlo el ballet; con golpes más propios de otros deportes, como el volley-ball, el tenis ó también; - cómo no -, el boxeo. La jerga de la pelota comparte buena parte de su vocabulario con éste último; estoy convencido de que la simpatía que despertaba entre el público aquel boxeador tan combativo; Urtain, tuvo algo, - mucho -, que ver en eso. Definitivamente, lo cierto es que la pelota y el boxeo tienen bastante en común. La pelota es una fiesta desmedida, un juego vibrante y dinámico; un drama, una pelea individual, una lucha apasionada, dos púgiles con garra sobre un cuadrilátero, las manos doloridas; una esquina, una toalla mojada, sudor empapando la lona… Una de las lecciones que uno no debe olvidar en este juego es la de no perder de vista nunca la pelota, y Naoki de eso sabía mucho, casi se diría que en ocasiones tenía ojos en la nuca. Naoki iba siempre a su aire; a su bola, o al menos eso es lo que él creía; hasta que un día, al despertar la txapa de un pelotazo certero en un entreno, cayó en la cuenta de que quizás, como el agua de la ría, aquel no fuera su mar…

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Izaskun, la madre de Naoki, nuestra entrenadora, se transformaba en una auténtica leona cuando se trataba de defendernos en la pista….

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izaskun

Naoki siempre fue un niño curioso, empezó a gatear con tan sólo 6 meses; cómo no, corriendo detrás de una pelota, y pronto aprendería a abrir los cajones, las puertas… Izaskun, su madre; se sentía orgullosa de él, no podía evitarlo. Cada lunes, en el corrillo del mercado de abastos, frente a la pollería, las vecinas comentaban el partido del finde. La pelota era también la pasión de Izaskun que; además, entrenaba a los chavales del colegio; dos días por semana, al aire libre, en el frontón de Mutriku. A ella también le hubiera gustado ser pelotari, pero ésa es otra historia… Cuando era niña, le decían que parecía un chicazo, porque pasaba las tardes jugando con los chicos y correteando en el frontón en vez de jugar a saltar la comba o a la rayuela como hacían las chicas de su bloque. Su lugar favorito era una antigua ikaspilota; una escuela de pelota, donde aprendía a jugar de la mano de pelotaris con varias txapelas a sus espaldas, con mucha experiencia en la cantxa… Izaskun Zabala era la hija del señor Unai Zabala; el abuelo de Naoki, que siempre nos contaba historias increíbles; como aquella leyenda de un puchero lleno de monedas de oro que su propio abuelo tuvo que rescatar del tronco hueco de un árbol, escondido en lo más alto de la montaña, donde permanecía oculto para alejarl@ de la codicia de los ladrones… Sobre cómo fundió el oro, lo transformó en hilo y cosió con él una pelota; una pelota que por humilde, pasaba desapercibida ante los ojos de aquella gente que sólo buscaba el resplandor de los rubíes que bañaban sus joyas…

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Las ramas de aquel árbol…

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el corazón de la pelota

A los pies del árbol donde ahora descansaban sus cenizas, el señor Unai nos reveló uno de los secretos mejor guardados de todo el valle; nos confesó que su bolo; el corazón de aquella pelota tan noble que siempre llevaba consigo, ésa que tanto le gustaba arrullar entre sus manos, ésa que manoseaba tanto, ésa que tenía tantas arrugas como él, con aquella marca cicatrizada sobre su párpado, no era un ovillo de cuero como pudiera parecer a simple vista, ni tampoco una canica de vidrio; bajo la piel de la pelota, acurrucada entre el hilo, dormía una frágil nuez de aquel frondoso y vetusto árbol que, primavera tras primavera, nos ofrecía generoso la sombra de su copa. Solíamos ir juntos hasta el caserío del señor Ibai; un vecino, que siempre nos ofrecía una rebanada de pan tostado acompañado de tocino, al calor de la lumbre. El abuelo de Naoki no tenía miedo al fuego, podía acercarse a él e incluso tocarlo sin siquiera llegar a quemarse. Ambos se conocían bien. Su piel parecía la de la corteza de aquel árbol donde tanto le gustaba pasar las horas. - Mirad mis manos, fijaos en esas arrugas, en todos esos

pliegues que parecen los surcos del campo arado… La piel de esta pelota es de cabritillo, muy fina; pero sin

embargo se mantiene mejor que la de este viejo… Mirad; tocad, comparad… ¿Lo veis?

Sí, lo veíamos, lo sentíamos. Aquella tierra era tan ondulada y frágil como el cartón; aquella tierra era de cartón…

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Alma de hierro y corazón de nuez, pura contradicción…

El señor Unai quiso enseñarnos a cuidar la pelota, a darle sebo, porque; - como él decía -, el sebo evitaba que su piel se acartonara, de alguna manera, la grasa ayudaba a conservar mejor el cuero y hacía que la pelota recuperase; en buena medida, su chispa original, consiguiendo así, que botara menos, que andara más en el suelo, una pelota baja, natural, como dicen los que saben de esto; o mejor dicho, los que llevan algún tiempo en esto… - Josetxo, Naoki; venid, escuchad con atención… Entonces, con un gesto leve; con sumo cuidado, acercó la pelota hasta su oreja izquierda, ayudándose de la cuenca de ambas manos y nos dijo…: - Algún día, cuando seáis viejos; tan viejos como este abuelo,

llegaréis a escuchar el latido de esta pelota. Tomó una rama del árbol y nos rodeó con sus brazos… - Dejadme ver esas manos…

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Del señor Unai; entre otras cosas, aprendimos a sobrellevar eso que en pelota llaman mal de manos. Le habían diagnosticado artrosis y; - no sé muy bien cómo -, aprendió a convivir con el dolor, a sobrellevarlo…, - toda una lección de vida para nosotros; una más -. Cuando sentíamos frío en las manos, él estrechaba las suyas contra las nuestras, cubriéndolas como si de una manta se tratase. (…) De vuelta a casa, recordando aquellas historias, fui a parar al suelo al tropezar con un hueso de oveja; una taba anclada a la tierra de aquel lugar. De niño, cuando me preguntaban aquello de… ¿Y tú qué quieres ser de mayor? ¿Qué vas a ser de mayor? Mi madre cuenta; - porque yo soy incapaz de recordarlo -, que siempre contestaba orgulloso lo mismo; viejo, quiero ser viejo, como el señor Unai, el abuelo de Naoki –. No en vano, fueron muchos las tardes de felicidad que compartimos juntos; a su lado. El señor Zabala había vivido en un pueblecito costero, cerca de Hondarribia; hasta los ocho años, cuando por motivos de trabajo, su familia se mudó a la ciudad, al incorporarse su madre a una factoría conservera recién instalada en los márgenes de la ría, allá por los años 50. Nos contó que cuando él era un niño, jugaba en la plaza, usando la pared de la Iglesia como frontón, sobre un piso de tierra, con pelotas esculpidas en piedra o talladas en madera. - Qué tiempos… – decía… -. Cuando golpeaba sobre algún canto el bote de la pelota era imprevisible; de ahí que siempre procuraran jugar más de aire, cortando las pelotas sin que llegaran a tocar suelo.

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Los dedos del señor Unai, algo torcidos, desviados, especialmente su dedo meñique, blanquecino, como la rama de aquel árbol que sostenía con sus manos… Nos confesó que lo que más le gustaba era jugar cuando llovía; practicando a pie quieto, sentir el cuero húmedo de la pelota sobre su propia piel, jugando solo a que la pelota no tocara suelo, pisando descalzo sobre el barro para no manchar la ropa y que su madre le echara una buena regañina; ya se sabe, “ojos que no ven, corazón que no siente”; - otra vez a vueltas con el refranero… -. Queda dicho; la afición por la pelota era algo que venía de muy atrás en aquella familia… Naoki no podía decir que hubiera sido pionero en eso… Su madre, - contaba el señor Unai -, era una de las mejores de la cuadrilla; zurda, capaz de mandarla ya casi hasta el 6 cuando apenas tenía 10 años…

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El señor Unai se sentó a la mesa, cogió una servilleta del cajón y empezó a dibujar cruces sobre ella…

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txurras y merinas

Izaskun era una persona más bien parca en palabras; aunque a veces, en el autobús, de camino a los partidos también nos contaba alguna historia… - Ya sabéis que soy una persona demasiado ajetreada, que me

gusta tener siempre la cabeza ocupada en algo, siempre con alguna historia en mente, sin tiempo ni lugar para la nostalgia en mi memoria… - bromeaba la propia Izaskun…-

La verdad es que hacía ya tiempo que no volvía a aquel patio del colegio, a aquellos ratos de la niñez…

(…) Recuerdo que algunas pelotas acababan en el tejado de la casa de al lado, porque muchas veces pasaban por encima de la pared del estribo. La vecina era una mujer mayor, la señora Idoia; una mujer sin par, que harta de reparar tejas, solía esconder las pelotas que se colaban en su patio. Cuando nos veía, solía hacer una mueca frunciendo el ceño; decían de ella que era una gran jugadora de mus…, - como ella misma recordaba…-. (…) Ander, el padre de Aritz, otro de la cuadrilla, era todo un artista; nos hacía las pelotas gratis con el cuero que conseguía de la peletería de la señora Vitoria, donde trabajaba curtiendo pieles y ayudando con el patronaje. Sobre el cartón de la tapa de una caja de zapatos dibujaba una especie de “ocho” para utilizarlo después como plantilla, marcando su silueta sobre la pieza de cuero con la única ayuda de un lapicero de carboncillo. Con el tiempo había llegado a ser bastante diestro en el arte de componer las pelotas; le llevaba unas dos horas confeccionar cada una.

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mmm…!!!

Las cosía a mano, sirviéndose de una aguja bastante fuerte, un martillo de carpintero y un pequeño banco; un tarugo de madera con distintas hormas talladas en la parte de arriba, que utilizaba de guía para conseguir la medida y forma exacta de las pelotas; kiski – creo que lo llamaba… - El corazón de la pelota; su indomable “potro”, era de madera de avellano, flexible, y la lana; esa lana que devanaba con tanto esmero a su alrededor, virgen, de ovejas txurras o latxas. Ander solía aprovechar la que sobraba del esquileo de la última primavera, porque decía que era más rica en grasa; que tenía más lanolina,- o no sé qué…-, y eso ayudaba a que durara más.

Era un trabajo muy entretenido; menudo, que exigía una gran dedicación y método. Todavía recuerdo cómo prensaba la lana poco a poco, en torno al “potro”, intentando domarlo; domesticarlo, dejándola más o menos prieta para conseguir una pelota con más o menos nervio. A continuación, cubría ese “ovillo” con hilo de algodón, - para compensar bien el bote…, - en sus propias palabras -.

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Pacientemente, aplastaba una a una las costuras para evitar daños al jugador, para que se sintiese más amable al tacto y que la pelota durase más. El núcleo pesaba lo mismo que un terrón de azúcar, unos 30 gramos; y la pelota, en su conjunto, no más que la manzana que os acabáis de comer, algo más de 100 gr. Una vez terminada, con la pelota ya arreglada; la marcaba con tinta, dibujando una especie de “ojo de pez” sobre uno de los dos ochos de cuero, ayudándose del cálamo de una pluma; una suerte de amuleto, - como esas calcamonías que solíamos intercambiar a la salida del colegio -, para que la pelota tuviera siempre un lugar al que regresar…

(…) Antes de ser operado; el abuelo de Naoki, el señor Unai, quiso despedirse de nosotr@s con aquellas palabras tan cargadas de ironía en sus labios; un puñado de ellas, como golondrinas listas para reemprender el vuelo de vuelta al hogar, al caserío del valle que le había visto nacer y crecer. - Tranquil@s; ya se sabe, mala hierba nunca muere… Como su padre lo hiciera con ella, Izaskun había transmitido el amor por aquel deporte a su hijo; - también a otr@s much@s, como yo -, casi sin proponérselo, de forma natural, de manera espontánea. A los 16, Naoki; siendo todavía un adolescente, quería dejar el instituto. Decía que era muy aburrido; aunque afortunadamente para él; aquella explicación no terminó de convencer a Izaskun… - Seguirás estudiando. Punto y pelota. No seas cabezota, -

resolvió tajante su madre; testaruda como poc@s... -. Con las pelotas, como con las personas, - esto lo aprendí del abuelo de Naoki -, sucede lo mismo que con los revoques; la parte exterior es más frágil; más blanda, mientras que el corazón, la parte que no se ve, es más dura; piel y hueso, como las aceitunas.

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Jamás olvidaré aquel cumpleaños tan especial… - ¿Señor Unai; qué es eso…? – pregunté con

curiosidad… -

Te propongo un juego… Si quieres descubrir lo que esconde este dibujo, tendrás que enlazar punto con punto, empezando por el 1 hasta llegar al 21, empezando por el principio y terminando por el final; entonces y sólo entonces, te daré mi regalo…

(…) He de confesar que a veces, al caer la noche, cuando a la luna le da por menguar y se apagan las luces de la calle y los neones del supermercado; desde mi ventana, sigo viendo esas mismas 21 puntadas en el firmamento, como si fueran estrellas; justo ahí, colgadas del techo de una bóveda…

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el partido

Quedaba casi hora y media para el partido y el polideportivo registraba ya algo más de media entrada; el goteo de gente era incesante. En los alrededores había coches por doquier; muchos en doble fila. La cita había colmado de ilusión a l@s vecin@s. Dentro; en el frontón, la humedad calaba los huesos y la espera se antojaba interminable… Como delataban mis ojeras; la noche anterior no había conseguido pegar ojo, había matado el tiempo arreguzando papeles, haciendo pelotas con las hojas del periódico en el que Naoki y yo ocupábamos la página de la portada; a cinco columnas, eclipsando por un momento, el protagonismo de otras noticias de actualidad. No había vuelta atrás. Anhelaba hacerme con la victoria para dedicársela a tod@s es@s maestr@s de l@s que tanto había aprendido… Ya en el vestuario; siguiendo la tradición, comenzamos por lavarnos las manos con una pastilla de jabón casera, para quitarnos el sudor de encima y así favorecer la adherencia de las protecciones. Las protecciones que empleábamos eran; cómo no, de factura artesanal, con mejor o peor pinta según el día. Seguidamente, nos dimos una buena friega de alcohol. Y a continuación las cubrimos de moco, una especie de arcilla verde y pegajosa. Con la ayuda de una tijera que Naoki tomó prestada del botiquín empezamos a cortar las tiras de esparadrapo y a preparar los tacos de la mano; unos parches de caucho parecidos a los que se emplean para reparar los neumáticos pinchados de las bicicletas.

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La huella de aquel fiero gato montés… La verdad es que el caucho nunca terminó de convencernos porque era poco poroso y apenas transpiraba, pero era lo que por uno u otro motivo teníamos más a mano, lo más barato y asequible. Con paciencia; uno a uno, íbamos pegando los recortes de esparadrapo sobre las baldosas de la pared del vestuario, tan frías o más que el suelo de la habitación; al menos, hasta que conseguí ponerme los calcetines… Siguiendo con la rutina, calentamos los recortes con un mechero, por su cara engomada, para que adheriese mejor a la piel de la palma. Cada uno de nosotros tenía su propio sistema. Nuestras manos, aunque similares en apariencia, eran bastante distintas y el hecho de que uno jugara más como zaguero y el otro como delantero, hacía que la distribución de los tacos, su altura, el modo en que recubríamos nuestra palma, las falanges, las almohadillas y los espacios inter-digitales de la mano fueran completamente diferentes, dependiendo del nivel de protección y amortiguación que buscabas.

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Mano y taco, acunando el tanto en la cuenca de la mano…

(…) Primero se tendía una capa base sobre la palma, después se iban colocando las tiras sueltas de caucho sobre las falanges de los dedos, manteniendo la mano extendida, abierta, en tensión; como si del trabajo de un sastre se tratara, confeccionando un guante de esparadrapo a medida. La colocación de cada una de estas piezas requería de un tiempo. Cada pelotari jugaba con las características de esta suerte de vendaje; de protección, ajustándola más o menos fuerte, quedando más o menos prieta, más o menos suelta; jugando también con la longitud del taco; más o menos largo, más o menos corto… Por lo general se doblaba esta primera protección con una segunda capa, en algunos puntos hasta con tres. Por increíble que pudiera parecer, se sabía que algunos compañeros; especialmente los zagueros, llegaban a emplear hasta 7, superponiendo una encima de otra hasta casi hacer desaparecer el relieve natural de la mano, que se tornaba más difuso, adoptando el aspecto de un guante de kárate.

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Recuerdo que Naoki solía comenzar por la mano derecha; - sólo por llevarse la contraria a sí mismo -, formando un pliegue con el esparadrapo en el envés de los dedos; en su dorsal, dejando la sujeción floja como protección añadida para permitir cierta holgura durante el golpeo. (…) Varios minutos antes del inicio del partido hizo su entrada uno de los jueces, portando la caja de madera donde; presumiblemente, habían dormido las pelotas que días antes los jugadores junto con nuestras entrenadoras habíamos escogido. Todavía en el túnel de vestuarios; entre bambalinas, me temblaban las piernas, apenas sentía las manos, los pitidos y aplausos que llegaban desde la grada resultaban ensordecedores… Nadie quería perderse el partido, dejar que otro se lo contara; preferían verlo con sus propios ojos, vivir la experiencia de primera mano. Llegó un punto en el que el sonido de nuestros pasos quedó atrás; sólo quedaba mirar hacia adelante… (…) Muchas caras nuevas en las primeras filas, en las improvisadas butacas dispuestas bajo el graderío; el espacio reservado habitualmente a las porterías de futbito y las canastas de baloncesto. El calentamiento previo; como de costumbre, había consistido en una carrera corta, “al trote”, un par de vueltas al pabellón, una serie de estiramientos, haciendo especial hincapié en la preparación de la mano y las rotaciones de las articulaciones para prevenir lesiones; tobillo, rodilla, cadera, hombro, muñeca y cuello; en fin, los ejercicios habituales de coordinación, juegos de manos, repeticiones…; lo justo para romper a sudar y subir algo de pulsaciones. Ya dentro, recuerdo que Naoki se descalzó un instante, sólo por curiosidad, para pisar la cantxa; como si quisiera sentir el frío del suelo de cemento sobre su propia piel; y que, al

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momento, sintió un escalofrío, como él mismo me confesó después, comenzó a notar un hormigueo en los pies que le acompañaría durante buena parte del partido… Poco a poco, los músculos empezaron a despertar de su letargo. Continuamos con los ejercicios; andando de puntillas y también sobre los talones, cargando el peso sobre una sola pierna, jugando a hacer equilibrismos, como funambulistas, siguiendo la línea blanca que separaba la cantxa de la contracancha, intentando no caer al vacío… El calentamiento solía tomarnos un tiempo; aplaudíamos para calentar las manos, dando palmas a ritmo de bulerías, frotándolas una contra la otra, como hacía el señor Unai con aquella pelota de madera tallada sin barnizar; masajeando la palma de sendas manos con el pulgar de la otra, remolineando con los dedos, dibujando círculos sobre la piel, jugando a flexionar los dedos de ambas manos; favoreciendo así el flujo sanguíneo hasta conseguir aumentar nuestra temperatura corporal, adquiriendo la piel; a un tiempo, mayor firmeza y elasticidad. Hace años, un esguince de tobillo me enseñó que realizar un buen calentamiento no es condición suficiente para ganar; pero que; en cambio, por el contrario, no calentar bien puede ser óbice suficiente para perder; o al menos, para abandonar. (…) Seguidamente, nos marcamos un peloteo de bienvenida, intercambiando toda una serie de golpes pausados, - como antesala del partido - , incrementando el ritmo paulatinamente, yendo de menos a más, progresivamente, pasando de los primeros a los últimos cuadros, golpeando la pelota alternativamente, tanto de izquierdas como de derechas; tanto el uno como el otro…

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Jugando a los piratas en el frontón, como cuando éramos niños… La arquitectura del frontón era de una hermosa factura, tan sencilla como rotunda; maciza, pesada en contraste con el graderío que parecía todo levedad, una cinta flotando en el aire, aparentemente tan liviano… Una bonita caja de hormigón o; mejor dicho, de porcelana, diáfana, con los huesos de acero, claraboyas de plástico y ventanas vidriadas, como las cajas de latón, esas latas que cuidan con tanto esmero su contenido. Su volumen me recordaba al del interior de la panza de aquella ballena de acero varada junto al mar, la bodega todavía vacía, de uno de aquellos gigantescos navíos que construían en el astillero; a mano, como si fueran de papel, justo antes de su botadura.

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Sus líneas emanaban una humilde sobriedad, puro racionalismo constructivo, – como algun@s se atreverían a decir...-. Bajo las gradas; tanto la del lateral como la del rebote, se desplegaba todo un juego de visuales, pórticos y planos. La barra de la improvisada cafetería quedaba oculta tras el tumulto de l@s asistentes. La pared norte rezumaba algo, permitiendo que los rayos de sol que se descolgaban desde una de las claraboyas del techo se reflejaran en su superficie. (…) Los colores del frontón son muchos; más si cabe, si tenemos en cuenta lo cambiante de la luz del día en estas latitudes. Los días de cielo plomizo los colores del frontón tienden a destacar más; cuando hay niebla, parecen tornarse más pálidos, cuando… En fin; siempre llevando un poco la contraria al día. Sus paredes tomaban los colores prestados de los de la piedra local; el negro del granito y el rojo del mineral de hierro robado a la mina. La pelota con su cuero; todavía vivo, contrastaba visualmente con el resto de colores, facilitando el seguimiento del juego. Aquel frontón tenía su historia propia, era todo un ejemplo de lo que la lucha por la supervivencia supone; una muestra más de lo dinámico de aquel pueblo, de la fuerza con que cada vez que la pelota sonaba; raíces y roca, roca y raíz; memoria de pasado y semilla de futuro irrumpían de la mano; - literalmente…-. El frontón ha sido, es y seguirá siendo un espacio de encuentro generacional e interpersonal. Sus paredes son; en sí mismas, toda una biblioteca, un documento construido, perenne, vivo, latente, donde todavía puede leerse aquel pelotazo tan magnífico que dejó en bandeja la primera edición del campeonato a aquel valiente navarro… (…) Cada vez que me acercaba al frontón lo hacía con el respeto debido, me invadía una sensación indescriptible, consciente de que no era el primero en pisarlo, albergando la

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esperanza de no ser el último en hacerlo, porque sabía de la fragilidad de esta tradición; de este deporte, que no siempre cuenta con la afluencia de público que cabría esperar. (…) Como un ejercicio más de calentamiento, intentamos ajustar la puntería golpeando la pelota contra la chismosa, esperando que sonara la chapa, que parecía dormida. Era la señal que tod@s estaban esperando. El público comenzó a tomar asiento… Siguiendo con el protocolo; los pelotaris, flanqueados por los jueces, saltamos a la pista para saludar. La banda comenzó a tocar el Agur Jaunak. Encabezaba la comitiva; con gesto serio, el redoble de tambor de un txistulari, vestido con el tradicional kaiku verdinegro, dándole todavía aún más solemnidad al acto; tan sencillo como sentido, austero, ceremonial. Naoki y yo vestíamos de blanco inmaculado. Yo jugaba de colorado; colorao, rojo, por ser algo mayor que Naoki y el campeón vigente de la categoría inferior. Recuerdo que Naoki; de azul, estaba tan nervioso que no acertaba a atarse la cinta de los pantalones. Yo, por mi parte, me sentía algo incómodo. Tenía sed, la boca seca; necesitaba rehidratarme y me acerqué hasta la barra del bar para tomarme un agua. Había llegado la hora. Naoki y yo cruzamos nuestras miradas. El saque se echó a suertes. El juez que ocupaba la posición central; vestido de riguroso blanco y negro, tomó la

txapa con los colores azul y rojo en sendas caras y la lanzó al aire; - como ya dijo algún romano…, alea jacta est… -. Silencio en el frontón. Máximo suspense, el tintineo de la

txapa, girando sobre el gélido piso de hielo y cemento pulido, - como si de una peonza se tratase -, lo inundaba todo, acaparando incluso la atención de los corredores de apuestas; dos caras de una misma moneda que, en el fondo, eran sólo una.

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Mano izquierda La txapa mostraba el color azul; el primer saque sería para Naoki. Por aquel entonces, yo acostumbraba a jugar como delantero, como “rata”; delante, moviéndome siempre de cara a la pared, frente a frente, y sólo ocasionalmente como zaguero, jugando a la zaga, - valga la redundancia-, del delantero. Decían de mí que mis propios rasgos me delataban; cara de pillo, pícaro, mirada rasgada; impenetrable, pómulos marcados… Llegué a ser un jugador bastante completo, de mediana envergadura, - medía alrededor de metro ochenta -,

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buen pegador, impulsivo, sin fisuras; inquebrantable, capaz de transmitir seguridad en cada uno de mis gestos. Durante un tiempo; Naoki y yo, fuimos como uña y carne, él conocía mi mano derecha tan bien como yo su mano izquierda… (…) Sin más dilación, Naoki se acercó al cestaño; tejido de mimbre, cubierto por un paño de algodón, para elegir pelota. Inesperadamente, - tal vez para intentar sorprender -, escogió una de las mías; pequeña, blanda, algo sobada, poco pesada, una pelota semi-nueva que andaba mucho en el suelo, una gashua amable al tacto. Lo cierto es que la probó con tanto tiento como mimo; sobándola entre ambas cuencas de las manos, intentando quitarle algo de sebo. Después la golpeó con mucho tacto, observando su recorriendo en el frontis, su resbalada; su bote… Recuerdo que pegarle a aquella pelota era como pegarle a una piedra; se metía con mucha violencia en la mano. Nuestr@s botiller@s se saludaron rubricando un cordial apretón de manos; un respetuoso y cómplice saludo entre l@s aguadores de uno y otro color. Fiel a su estilo, Naoki se acercó hasta el rebote y avanzó hasta la línea del 7, situándose para correr hasta la del 4. Botó la pelota con fuerza y la embistió sin contemplaciones. 00 / 00 El partido arrancó por fin. En qué contadas ocasiones se enfrentaban 2 ezquerras… El saque; peón 4-rey,- un clásico-, como si de una partida de ajedrez se tratase, a lo “Gary Kasparov” o; lo que es lo mismo, saque cruzado buscando pared izquierda atrás, - quizás por aquello de ser zurdo -. Naoki apuró tanto la distancia que a punto estuvo de ser falta.

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7 __ L V Z E ______________ Línea del 7: LVZE Yo; por mi parte, resté como pude, llevando la pelota a buena. Naoki armó su brazo derecho, respiró hondo, cargó todo su peso sobre la pierna y golpeó de cintura, metiéndole manga y corazón a aquella pelota que; arrancando desde los mismos dedos llegó a golpear más arriba de los 2/3 de la altura del frontón, con tanto ímpetu como el de la cresta de la ola al romper contra las paredes del acantilado. No pude responder a aquel envite. Naoki fue el encargado de inaugurar el marcador. 00 / 01 La pelota se alejó rodando y fue a parar a los pies del público que se apelotonaba de pie tras las primeras filas de

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asientos. Apenas tardó unos segundos en volver a la cantxa; de mano en mano, en volandas, arrastrada por un tumulto de manos deseosas de que se reanudara el encuentro. (…) Nuevo saque. Incontestable. Apenas tuve tiempo de verla botar… 00 / 02 El color de la grada recordaba al de los partidos del Athletic en la Catedral. A priori, no había un favorito claro, era pronto para aventurar quién se llevaría el partido; lo que sí parecía obvio, es que ambos habíamos salido a ganar. El encuentro sería muy disputado, reñido, divertido… Tercer saque de Naoki. Otro garrotazo. 00 / 03 Menudo mangazo; con qué rabia golpeó Naoki la pelota, qué velocidad le dio, eso sí que era meterle manga al saque. Había salido del frontis rapidísima. Qué clase, qué categoría atesoraba en sus manos… - Si los de tráfico hubieran estado allí le hubieran puesto una buena multa, porque a buen seguro aquel pelotazo pasó de los 120 (km/h) -. (…) Me lancé contra pared, con agresividad, golpeándome la clavícula, intentando responder. Llegué a tocar la pelota pero no pude controlarla y se marchó fuera. Caí al suelo, con las manos por delante, procurando suavizar la caída pero; aún así, me golpeé en la frente, y requerí de la asistencia del médico, que me propinó varios puntos de sutura. 00 / 04

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Mano derecha El frontón era de uno de esos complicados; duro, – como se diría en el argot de la pelota -. Presentaba numerosas irregularidades en el frontis, estaba bastante picado, resultaba evidente que nadie se había molestado en repararlo… Hubo cierta polémica con una de las pasas que cantó el juez que; inesperadamente, se había convertido en el protagonista de la jugada, dando mucho que hablar… - ¡Maqueto! – gritó alguien desde la grada…- Maqueto era

una palabra que hace años se empleaba despectivamente

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para recordarle a un@ que era inmigrante, para recordarle que por sus venas no corrían no sé cuántas generaciones de sangre vasca…

- Y esto…; ¿a qué viene ahora?, - se preguntaba la gente;

también Naoki y yo, que tanto habíamos luchado porque la violencia quedara fuera del frontón-. En fin; eso es así, siempre habrá gente que no sepa encajar las cosas, los menos, afortunadamente, ésos que por algún motivo; interesado o no, habían decidido quedarse atrás…

El público reaccionó de inmediato con silbidos, reprobando sus palabras. Acto seguido, el delegado de cantxa, reprochando su actuación le invitó amablemente a abandonar el pabellón, respaldado por el conjunto de los aficionados. Lo cierto es que; días más tarde, él mismo, reconociendo su error, se acercó hasta allí para pedir perdón a todo el equipo; - pero ésa es otra historia…-. 01 / 04 Todavía conservo en mi mente, la sensación de vértigo que me produjo aquel primer saque; un salto sin red hacia ninguna parte, hacia el silencio; ese espacio que queda entre bote y bote de la pelota hasta encontrarse con el suelo. El miedo se apoderó de mí… La pelota salió como un tiro. Pasa. Fuera; se había ido más allá de la línea del 7… Demasiado ímpetu. Entonces, hice lo único que quedaba por hacer; agacharme para recoger la pelota del suelo y pasársela a Naoki. 01 / 05 El punto arrancó con un saque más que restable por su parte. La devolví buscando que la pelota botara más allá del 5, intentando tomar la iniciativa en el juego.

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Naoki; haciendo gala una vez más de su buen manejo de manos, arreó; o mejor dicho, soltó un golpe de tiralíneas; marcando con precisión el golpe, con mucha pericia.

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Todas las miradas se quedaron allí; ese momento justo, ese instante preciso en que la mano se prepara para golpear la pelota, haciendo juego con el cuerpo, lista para empalmar con su propia fuerza… Fue un tanto bien acabado, merecido; meritorio. Naoki aprendía rápido a partir de sus propios errores; evitando tropezar dos veces con la misma piedra, tomando esos mismos fallos como materia prima para mejorar su juego. 01 / 06 (…) Apenas habían transcurrido unos minutos de partido y ya llevaba la camiseta completamente empapada. Era tanto el vaho que salía de mi pecho que se me empañaron las lentillas… Sabía que para sumar un tanto a favor, tendría que restar bien en contra… Y lo hice. (…) Me encontré aquel regalo. Por fin, como recompensa a todo ese esfuerzo, veía cómo el tanto cambiaba de manos; había conseguido acercarme a él, al menos, en lo que al marcador se refería, frenando en seco su escapada. 02 / 06 (…) Naoki se tiró en plancha para poder responder a mi ataque; con tanta fuerza, que se deslizó varios metros sobre las tablas de contracancha hasta dar con los pies del público que abarrotaba la primera fila y que; sin pretenderlo, sirvieron como inesperada barrera protectora. 02 / 07 (…) El bote se le metió en el bolsillo y la pelota se le quedó enganchada en la mano, sin llegar siquiera a rozar el frontón. 03 / 07

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Para sorpresa de tod@s, en los primeros lances del partido el juego había sido de todo menos clásico; trepidante, rápido, con muchas cortadas, muchas entradas de aire, tantos muy secos buscando una rápida definición del punto... Toda una demostración de buen juego por parte de ambos, defendiendo orgullosos sendos colores, intentando exprimir nuestro juego al máximo. El público, embelesado con nuestra actuación, seguía con atención el recorrido de la pelota, recompensando con ovaciones e incluso con algún olé cada pelotazo, cada golpe de muleta, cada pase de pecho, cada verónica… Nadie quería perderse ni el más nimio de los detalles. (…) Con la destreza que le caracterizaba, Naoki intentó bajar la pelota desde atrás, buscando pared izquierda, tratando de recuperar la iniciativa en el punto, buscando tomar la delantera. No era fácil, pero lo hizo. Y es que; ya se sabe, en esto de la pelota a veces hay que ser también algo pirata para conseguir robarle algún tanto al adversario… Estaba siendo un partido bien repartido; emocionante, con buenos golpes, a diestra y siniestra, tanto de izquierda como de derecha. En la grada las cosas seguían su propio curso; catxis, humareda de puros, griterío, jovialidad, ambiente festivo…, haciendo honor al nombre del frontón – Jai-alai; siempre fiesta -. (…) Al ir a golpear la pelota, Naoki tropezó y cayó al suelo. Se quedó tumbado, mirando al cielo metálico del pabellón, llevándose las manos a la cabeza, consciente de que acababa de perder una oportunidad de oro para haber puesto el broche final al punto…; - algunos le llamarían a eso miedo a ganar…-.

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Consiguió ponerse en pie no sin esfuerzo, con el único sostén de la mirada de Izaskun, con la ilusión de hacerse con el partido todavía intacta; perenne, dejándose llevar por el apoyo incondicional que le brindaba el público de la grada, tod@s puestos en pie, aplaudiendo y animando. Concierto en el frontón; la directora de orquesta; Izaskun Zabala, improvisando. Silencio en la sala, música eterna, notas de percusión entretejidas de cuero e hilo, secretos de un oficio cosido con cuerda, piedra y metal… - Resiste, ¡que no te tumben!, - gritó alguien apoyado en la

barandilla de la grada superior…-. - ¡Mucho Naoki! - ¡Aúpa campeón, mucho Josetxo! - … 04 / 07 Nuevo cambio de pelota. Me acerqué al cestaño en busca de una pelota que me diera un buen resultado, intentando cambiar el tempo del partido, ese ritmo tan vivo que no terminaba de beneficiarme, y elegí una pelota bastante más lenta, de poco bote, un tanto sosa; una motela que ajustaba perfecta en mi mano. Casi la sentía palpitar; mucho más blanda, como un bollo, como un panecillo recién hecho… Naoki acusó el cambio. 05 / 07 (…) El partido había dado un giro inesperado. - Me siento algo cansado…, - dijo Naoki -.

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A lo que Izaskun respondió a su pupilo con un… - No me jodas… - le salió del alma; tal cual…- . (…) Me marqué un buen saque al que Naoki respondió con intensidad; a botivolea. Instintivamente alargué el brazo, dándole la réplica. Naoki la alcanzó y consiguió sorprenderme, amagando hacia pared para después abrir hacia el ancho. Qué zorro, qué cuco había sido... Yo mismo rompí a aplaudir reconociendo el mérito de la jugada; me había engañado por completo, despistándome totalmente; me acababa de quitar el saque, me había robado la cartera; qué arte tenía aquel ladrón…; - nada que reprochar - . 05 / 08 El desgaste físico era mutuo. El partido se encontraba en una fase de tuteo; si bien es cierto que Naoki, a pesar de ir por delante en el marcador, se mostraba algo más indeciso a la hora de resolver los tantos. Sacó en largo. Yo resté de aire. Él respondió golpeando la pelota defectuosamente a dos paredes, a bote corrido, buscando un juego más indirecto, quedando la pelota muy servida; fácil para mí. La devolví con todas mis fuerzas hacia atrás. Naoki reculó; no sin dificultad, y se marcó un pelotazo a buena.

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Aunque llegué algo forzado, la pelota botó en el 2 y aquello me permitió ejecutar una bonita dejada al ancho con efecto cambiado. Incontestable. 06 / 08 Saqué en largo. Noki restó bien. La pelota se elevó por encima del fleje de la pared del estribo y llegó con fuerza a pared. Parecía que había vuelto con ganas. Respondió con ese movimiento tan preciso, eléctrico, equilibrando de derecha; - desde el principio del punto, se veía que sólo tenía una cosa en la cabeza…-. Yo la devolví con genio, “caceando” un poquito, marcando las dos chapas, tanto la de frontis como la que separaba la cantxa de la contracancha, el cemento de la madera, el dentro del fuera; el rojo del azul. Naoki corrió a buscarla y se tiró al suelo, marcándose una buena alcanzada, arrastrándose por la madera de esa misma contracancha, quemándose la piel de la rodilla y el antebrazo. La pelota llegó llorando al frontis y no sé muy bien cómo, pegó por encima de la txapa; fue buena por los pelos. Había llegado a una pelota que parecía imposible de responder, aunque aquel lance, le había costado salir algo tocado. Yo respondí de derecha, mandándola atrás, lejos de los tacos que cubrían la mano de Naoki. Golpeé la bola dándole mucha caña; tanta que conseguí pasarle por encima sin que pudiera llegar siquiera a verla, - de besagain…-. Y es que; ya se sabe…; a la tercera va la vencida. 07 / 08 El apoyo del público nos empujaba hacia delante; sin duda, ése era el estilo de pelota que gustaba verse en el frontón.

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65 El pabellón se había convertido en una auténtica olla a presión… En un pis-pas mi pulso devino gélido, tanto como las aguas de aquel Cantábrico mar de la niñez; bravo, correoso, frío… Naoki estaba plantándole cara al partido. Saqué de zurda y me hice con aquel tanto directo; a pesar de haber golpeado con la postura algo descompensada. 08 / 08 (…) Naoki seguía sin perder pelota, no estaba dispuesto a cometer ningún error, ni mucho menos a entregarse, no se rendía, no daba ningún tanto por perdido; su actitud era encomiable. 08 / 09 Había transcurrido apenas un cuarto de hora de partido. Las gradas estaban a rebosar. Eran muchos los alicientes de aquel encuentro. El público permanecía expectante en su silla; en vilo, un@s con el corazón en un puño y otr@s con el puño en el corazón, golpeándolo con fuerza como señal de júbilo por el tanto que acabábamos de disputar; abierto, muy reñido hasta su desenlace. Naoki hizo un buen saque.

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Yo resté arriba, intentando evitar su remate. Segundos más tarde, Naoki se lanzó en carrera a por la pelota y soltó un cañonazo de derechas, desde abajo; haciendo palanca con el hombro, intentando buscarme las cosquillas. La devolví; quise torcerla hacia pared, metiéndole mucha dirección, pero la golpeé sin apenas potencia, quedando a su merced. 08 / 10 (…) Naoki sacó al centro. Yo respondí de derechas, sin demasiada fuerza, buscando el lateral. Confiado, esperó a que la pelota cayera de pared e inclinó como pudo el torso hacia la izquierda, balanceándose sobre el pie, esquivando la pelota para evitar que le golpeara en la cabeza y respondió a aquel pelotazo golpeando de espaldas a pared, en un alarde acrobático; casi un recital de poesía en movimiento…, - me quedé atónito -. Fue tanto. 08 / 11 Justo antes de sacar, Naoki me miró de reojo y se dio cuenta de que me había quedado muy atrás, esperando el saque en largo; una jugada de saque-remate. Intentando sorprenderme buscó el saque en corto, golpeando con fuerza la pelota; rasa, pero por suerte para mí, botó antes de cruzar el escás del 4, - creo que fue la falta de concentración lo que le hizo cometer aquel fallo, gracias al que pude recuperar el saque -. 09 / 11

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4 __ L A B V R ______________ Escás; - de escaso -, línea del 4: LAB (LABVR) (…) Cambié de pelota. Recuerdo cómo su geometría se ajustaba perfectamente a la de la palma de mi mano… Nuevo saque. Se notaba que la pelota era nueva, diferente, tenía peor genio… Tanto directo 10 / 11 (…) La pelota salió algo tocada, había conseguido imprimirle cierto giro a ese muñeque; ese movimiento de

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rotación de la muñeca acompañando el gesto del brazo que tantas veces había ensayado y que tan bien ejecutaba... Naoki tenía mucho aguante. Reaccionó bien y salió corriendo, sorteándome en carrera. Se la quitó de encima como pudo, a bote pronto, sin terminar de cerrar el gesto; dejándome el tanto en bandeja... Golpeé con fuerza. Él se fue a cubrir el ancho. La dejó pasar creyendo que iba fuera pero; finalmente, por dos dedos, botó dentro. Fue buena, pelota clara para mí. 11 / 11 Había conseguido hacerle 3 tantos de una sola tacada; consecutivamente. Por fin, tras tres cuartos de hora de juego llegábamos; sin saberlo, al ecuador de la contienda, ahí estaban los cuatro palitos en el marcador… El partido estaba como para hacer quinielas… El perejil todavía no estaba vendido; ni mucho menos. Naoki golpeó de zurda; marcándose una bonita apertura al ancho a la que no pude llegar, aderezando un tanto que estaba a punto de subir a su marcador, rompiendo la igualada. 11 / 12 (…) No quedó claro si la pelota botó una sola vez; o bien, si la respuesta fue al segundo bote, antes de su encuentro sonoro con el suelo… La duda se mantuvo varios segundos en el aire; todas las miradas estaban puestas en el juez, cuya decisión, con mejor o peor criterio, resultó muy comprometida.

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Raíces y roca, roca y raíz; memoria de pasado y semilla de futuro… Finalmente, la balanza de la justicia se inclinó del lado de Naoki. 11 / 13 Los supersticiosos del lugar dicen que en este juego trece es mal número si no crece… Naoki se estaba escapando de nuevo; volvía a adelantarse; me estaba dando un buen repaso, aunque todavía quedaba mucho partido hasta alcanzar el cartón 22. (…) Años más tarde me confesó que aquel día había vuelto a enfrentarse a aquella imagen de su niñez, a aquella indómita ola que impasible, frente a sus ojos; frente a su mirada, se cobraba la vida de aquel humilde arranzale en el acantilado…

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El nombre de aquel hombre no era otro que Junichiro; su padre, Jon, el de la Izaskun, como solían llamarle los vecinos, Sakan como le decían en su pueblo natal. Desde aquel día; la vida para su familia, tomaría un giro inesperado, un revés que todavía les costaría un tiempo encajar; algo que no estaba escrito en el guión… (…) Jon; su padre, albañil de oficio, había sabido ganarse la vida como pescador, vendiendo sus propias capturas en la lonja de Bermeo y en otro pequeño puesto de una localidad vecina, con cuyos dueños, con el paso de los años, había llegado a trabar una sólida amistad, especialmente con Gorka, el compañero de Itziar, la pescatera; cuya belleza siempre había admirado, en secreto, con la necesaria discreción, desde la oportuna distancia que separaba uno y otro lado del mostrador, a pesar de que acostumbraba a verla siempre vestida con el traje de faena; de aquella guisa, con aquel delantal de plástico verde… (…) El tanto se me había complicado… Dudé; qué vas a hacer ahora – me pregunté a mí mismo…- ; ¿Vas, no vas…?¿Qué estrategia debería seguir…? 11 / 14 A falta de ocho tantos para la victoria, todavía por debajo en el marcador, con aquella ventaja de tres puntos a favor de Naoki, lo estaba pasando realmente mal. El sudor dibujaba en mis hombros un arco de sal, mi pecho parecía todo vidrio. De cunclillas, apoyado contra la pared sobre el antebrazo izquierdo, me refugié un instante tras la intimidad que me ofrecía el vaho de mi propio aliento entrecortado. Estaba claro; sin lugar a duda, tenía madera. Naoki era un jugador muy hábil, atlético, que acostumbraba a exhibir buenos recursos de aire; mates de todos los colores, todo un repertorio técnico de golpes exquisitos; un duro rival.

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11 / 15 (…) Izaskun solicitó un nuevo descanso a petición de Naoki. Naoki lo aprovechó para ponerse algo más de protección; algo más de taco en las manos. Atenazado por la presión, fue colocando sobre su mano cuidadosamente los nuevos tacos que había preparado, haciendo puente sobre el punto donde sentía ese dolor tan penetrante, tan punzante, intentando mitigar el clavo que aparecía cada vez que golpeaba con la zurda… - Juega tu juego. Sin consignas, échale coraje, disfrútalo…, -

le dijo Izaskun, mientras se despedía de él con una palmadita cariñosa en la espalda -.

Dudas, nervios entre el público, ajetreo de pelotas de tenis entre una parte de la grada y los corredores; vaya lío se había formado… - ¡10 rojo! – cantó un corredor…-. El juego se reanudó tras el receso; al cabo de unos minutos, cumpliendo a raja tabla con lo establecido en el reglamento.

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Naoki intentó sorprenderme con un saque corto; intentando romper la tónica que había seguido hasta ese momento en el partido; tratando de reinventarse, veloz, cambiando de táctica, lejos de los saques largos buscando pared a los que me, - nos -, tenía acostumbrados. La pelota botó justo por detrás de la línea del 4, casi pisándola. El ritmo era más que trepidante; cada tanto, un partido en sí repleto de jugadas muy meritorias; haciendo las delicias del respetable. Todo un duelo de titanes. 14, 15, 16… hasta 18 pelotazos disputando un solo punto. La pista lucía impecable, el trabajo del equipo de limpieza con la mopa había sido arduo, y a pesar de las goteras por las que, como cuentan los más antiguos del lugar, pudo verse una vez aquella Esputnik rusa, el estado del frontón era bastante mejor de lo que cabría esperar para un partido; que a priori, no parecía contar con demasiado apoyo mediático ni tampoco el beneplácito de las autoridades; algo reticentes a su celebración, temeros@s de que éste pudiera opacar otros actos festivos. El viento, como un espectador más, se colaba entre las rendijas de las paredes de ladrillo que remataban aquel vivido frontón, llegando a ocupar varios asientos de las primeras filas. La afición, que había demostrado su fidelidad hacia ambos durante todo el torneo, apenas se sentía dividida porque ambos jugábamos en casa y; lo que esperaban de aquel partido, más que el hecho de que uno u otro se alzara con el título de campeón, era disfrutar de una buena tarde de pelota; mágica, de ésas en los que ambos púgiles se enfrentan en igualdad de condiciones, un partido de ésos en los que asoman por el cartón del marcador los 42+1 tantos, de los de 21/21; números impresionantes; como suele decirse, un partido de infarto… - sin ánimo de ocasionar trabajo extra a los del servicio de urgencias… -.

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La pelota rompió con fuerza contra el acantilado de mi mano…. El partido seguía prometiendo; no en vano, nos enfrentábamos el mejor restador contra el mejor sacador de la liguilla, un partido de tú a tú, de igual a igual; si bien es cierto, que cada uno de nosotros se mostraba claramente superior al otro en su parcela. La disyuntiva de elegir entre uno u otro quedaba sólo para las apuestas. En la grada las cosas eran más sencillas, no era el momento para hacer cávalas; sino para disfrutar, para dejarse llevar por la emoción, dejarse embaucar por la belleza de este juego casi tan antiguo como la vida… Alguien entre el público sentenció desde la ecuanimidad… - ¡Que gane el mejor! ,– como puede verse y; ante todo, en la

pelota, reina el sentido común…-.

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(…) Aunque su saque había sido bueno, yo solté un mejor resto; un zarpazo de león, desarmando el brazo casi tan rápido como lo había armado. Naoki no esperaba esa jugada; decidió golpear por dentro y la devolvió al frontis. Sujetaba bien, era un jugador que manejaba muy bien esa postura. Finalmente conseguí cazar la pelota y me hice con el punto. 12 / 15 (…) Cogí la pelota; amasando el tanto en mi pensamiento, cocinándolo entre los dedos, bajo aquella bóveda de luz y metal, reservada sólo a las deidades de aquel juego. Sí; por fin me había re-hecho. Inesperadamente, resbalé justo en el momento de golpear la bola y se fue arriba, por encima de la línea; golpeando con fuerza la lona, el colchón superior que remata el frontis, cayendo muerta al piso, entre una lluvia de polvo, convertido en diminutas escamas plateadas, por un ejercicio de alquimia que nunca quise intentar comprender y que; por otro lado, aunque esto que voy a contar no dejara de ser una anécdota; ponía de manifiesto que hacía años que no se jugaba allí… Respiré hondo. Llevaba el pulso algo acelerado, todavía me costaría un tiempo dar con el acorde adecuado; no obstante, había mucho en juego, nos jugábamos mucho, quizás demasiado… 12 / 16 (…) Naoki sacó al centro pero conseguí levantar la pelota hasta más allá del 3 y por fortuna; botó muy poco, apenas llegando a coger un palmo de altura el bote. Instintivamente, Naoki respondió a buena.

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Dentro de aquel puño cerrado se escondía un gran secreto… Yo golpeé imprimiendo a la bola mucho efecto, derrochando buena parte de mi energía. Era una pelota envenenada. Se marchó fuera por poco, botó en la primera tabla de contracancha; sobre la madera, justo en el canto de la pieza. El oído no engaña. Aquella vez se fue por poco… - Camporá, - cantó uno de los jueces; fuera, mala…-. Naoki; pletórico, celebró aquel tanto puño en alto; con el pulgar presionando los músculos de los dedos índice y corazón, recortando el aire con los nudillos… En un gesto muy desacertado; - lo reconozco -, reflejando el enfadado conmigo mismo, impotente, le solté una patada a la pelota, algo que denotaba hasta qué punto me sentía descolocado, consciente de la oportunidad perdida… Como alguien entre el público comentó… - No está fino hoy el delantero…

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Habíamos superado ya la hora de partido. La cadencia de peloteo había bajado un poco. 12 / 17 (…) Golpe a golpe fui construyendo el tanto desde una sólida defensa; con sacrificio, hasta que por fin, antes de que la pelota llegara siquiera a botar, vi el hueco. Le di con todo; también con la mano, soltando tal estacazo que la mandé hasta más allá del 9. El punto era vital, trascendental. Naoki consiguió enlazar con la pelota que salió muy tocada del frontis, golpeando un palmo por encima de la txapa. Había intuido mi movimiento; amagó con la dejada y se marcó un buen derechazo, pasando a dominar el tanto… La pelota cambió de trayectoria inesperadamente. La había visto venir; había adivinado su intención y aún tuve tiempo de sobra para armar el brazo pero; aunque intenté llegar, al final el boté se abrió, quedando fuera del alcance de mi taco, lo que le permitió hacerse con aquel tanto; a decir verdad, algo “feo”. 12 / 18 (…) Entregado, sintiéndome desarmado, me acerqué a la pared del estribo y comencé a arañarla con ambas manos, tratando de liberar energía. La tensión se palpaba en el aire. Por un momento contuve la respiración. Empecé a deambular por el centro de la cantxa, duditativo; con aire derrotado, alicaído… - ¿Cómo llevar este partido a mi terreno? ¿Cómo reconducir

esta situación…? ¿Cómo podría cortar su racha? – me pregunté…- .

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Estaba siendo una auténtica escabechina. Recuerdo que Naoki sacó con tanta furia; intentando apurar tanto, que al final botó justo en la línea del 7. Fue mala. 13 / 18 (…) El tiempo pasaba… A pesar de haberme hecho con el tanto, me sentía dolido; decepcionado, enfadado con ese bote que me acababa de traicionar; por el hecho de no haber conseguido siquiera meter la mano. Su saque era rapidísimo y muy técnico. - ¡Va…!, – grité-. Busqué un saque en corto; Naoki restó a buena; respondiendo con una cortada excepcional; flexionando las piernas, en sintonía con el resto de su cuerpo, con prudencia, buscando pared, golpeando de cintura, metiendo bien la pelota en la mano. Yo intenté devolverla en paralelo y; tras golpear en el frontis, la pelota hizo un extraño e impactó desafortunadamente contra el cuerpo de Naoki… 14 / 18 (…) Tenía la boca pastosa. Me sentía agotado; extenuado, con la moral bastante tocada; todo lo contrario que Naoki, que se mostraba entero, convencido más que nunca de sus posibilidades. Me estaba poniendo en verdaderos apuros. Cometí una falta de saque muy inoportuna, con lo que un nuevo tanto subió al tanteador, - pero no el mío-, llevando la diferencia hasta los 5 puntos. Naoki; zagueando,- haciendo lo que mejor sabía -, sin apenas dificultades, había conseguido abrir una buena brecha en el marcador; un parcial difícil de recuperar.

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14 / 19 Fue entonces cuando mi botiller@ decidió llevarme de vuelta a la silla para transmitirme sus impresiones y darme ánimos, intentando que mejorase algunos aspectos de mi juego. - No voy a consentir que te vengas abajo... Necesito que

vuelvas a meterte en el partido, - me decía … -.

Despierta Josetxo!!! Tú puedes!!!

Juega tus cartas…

(…) El juego se reanudó con un saque bajo cruzado a pared; bien ejecutado; - no por casualidad, ésa era una de las facetas que mejor dominaba -. La pelota andaba; sí, pero porque le daba, porque Naoki le metía mucha candela al golpearla. Sin embargo, conseguí responder con un buen resto; le estaba esperando. Naoki la sujetó como pudo, de sotamano, rectificando en el aire y golpeando de derechas, consiguiendo levantar la pelota desde el 4. De izquierdas, la bajé desde el 2 y la llevé al ancho… Naoki; atento, peleón, como el vino de la tierra, corrió hacia las tablas e intentó una dejada que no terminó de ajustar, quedando vendido. La picaresca también formaba parte del juego y yo aproveché la posición desacertada de los jueces para marcarme un atxiki; esto es, una agarrada de película, arrastrando la pelota con la mano en vez de golpearla; cogiéndola, reteniéndola presa, dejándola muerta, al tiempo

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que protegía; o mejor dicho, escondía el brazo con el cuerpo, para que los jueces no pudieran verlo; tapándolo, anotándome el tanto. Por alguna razón aquello consiguió dividir la comunión de la grada, la imparcialidad del grupo de gente congregado allí aquella tarde; - inquebrantable hasta entonces -, que recibió el gesto entre aplausos a favor y pitidos en contra de algo que consideraban inadmisible, impropio de un pelotari… En cualquier caso y, dejando a un lado este incidente, estábamos ofreciendo un gran espectáculo; la cosa se animaba… De algún modo, no sé cómo, todo el público se había posicionado, decantándose por uno u otro, identificándose con el modo de jugar de uno y otro… Y ahora; permitidme que abra un pequeño paréntesis en el relato, sólo por si lo que voy a contar pudiera servir de ayuda para comprender mejor por qué las cosas sucedieron así. Recuerdo aquel alegato en las ondas, de un periodista de la radio… (…) La pelota es como las hojas de los árboles que caen en otoño; vuela libre, alto, impredecible; fluye… forma parte del trasiego diario de los frontones, en un ir y venir continuo, siempre viva, buscando incesantemente su sitio en la plaza, buscando el calor de otras manos en las que cobijarse…” – me ha parecido oportuno traer a colación sus palabras…-. En fin; sí, reconozco que aquel gesto estuvo de más… El partido se había roto. El público, había tomado partido. Polémica al margen; Naoki, centrado en su juego, seguía gozando en cada tanto, disfrutando del golpeo de la pelota, pegándole con fuerza, jugando a gusto, sintiéndose cómodo sobre la pista.

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15 / 19 (…) Saqué buscando pared izquierda, sin demasiada convicción; la pelota botó entre las líneas del 5 y el 6. Naoki era consciente de que aquella era la oportunidad para llevarse el partido. El esparadrapo de su mano se tornó seda; acarició la bola más que golpearla; con levedad, desafiando altivo con su temple a la gravedad. Enorme; custodiando el ancho, más allá de la primera tabla de contracancha, como si hubiera acunado el tanto, meciéndolo con su gesto al armar y desarmar el brazo, la pelota se acurrucó entre los tacos de su palma y golpeó perezosa en la zona del txoco, cayendo lentamente, quedándose allí como dormida, sin apenas rebotar. Fue una dejada espectacular, brutal. Yo me quedé clavado, incrédulo ante el juego que Naoki estaba desplegando; el partido se me complicaba cada vez más. Que la belleza es algo subjetivo lo sabemos; seguramente cabría decir lo mismo de la emoción. No a todos nos emociona lo mismo, ni a todos nos emociona lo mismo por igual. En esto la unanimidad de criterio es algo excepcional, pero sucede que; en ocasiones, esas cosas pasan… y aquel tanto que Naoki se marcó, - siendo justos -, fue uno de los más bonitos de la tarde. 15 / 20 (…) Tras el último descanso había salido fresco y los aciertos no tardaron en llegar. Lo supe arreglar, no sin dificultades y con un puntito de fortuna, a lo que contribuyeron, - en buena medida -, un par de errores de principiante de Naoki. - Por fin, la suerte me sonríe de nuevo, - pensé…-.

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Naoki, sin inmutarse lo más mínimo, restó la mirada desafiante que le lancé entrando de derecha, sin perder de vista en ningún momento los tacos de su mano; al quite, defendiéndose con uñas y dientes, como gato panza arriba. Por primera vez, veía la duda en sus ojos… Fue toda una revelación para el público. Ninguno de los dos contendientes quisimos dar nuestro brazo a torcer, ambos procedíamos de buena casta; la mejor. Quedaba claro que la derrota se vendería muy cara en aquel encuentro. Los dos fuimos yendo de menos a más, sin cejar en nuestro empeño. La insistencia de Naoki; su derroche físico, su pundonor, su lucha, la generosidad de su entrega era palpable, más que notable. De vuelta a la cantxa se marcó un saque bastante restable. Yo me la jugué; golpeé con violencia la pelota buscando un poco de altura, sin demasiada precisión, intentando sorprenderle a contra-pie. Naoki se metió muy debajo y tuvo que conformarse con llevar la pelota a buena. Entonces, me puse de volea y respondí a su envestida con un zarpazo certero de izquierda buscando la línea. Finalmente, conseguí hacerme con el punto; un tanto agónico, el merecido premio a tanto trabajo. 16 / 20 (…) El resto se le cayó; quizás se precipitó, tal vez hubiera debido ser más prudente, no lo sé. Resultaba difícil de creer, incluso para mí, pero mi juego había ido mejorando poco a poco, a medida que los minutos pasaban y los pelotazos iban sacudiendo el polvo del frontón, dejando tras de sí una huella indeleble de salitre y sebo.

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Naoki sintió molestias en el jamón de su mano y precisó de la intervención del fisioterapeuta. Izaskun, amable, alargó el brazo y me ofreció un vaso de agua fresca; a fin de cuentas, durante mucho tiempo, ella también había sido mi entrenadora. Al momento, Naoki; irreductible, volvió a la cantxa; ésa que nunca llegó a abandonar del todo. 17 / 20 (…) Intentó acorralarme contra el frío de la pared, obligándome a entrar de costado, a golpear de lado, con la zurda, mi mano izquierda; pero también es cierto que yo, lejos de amedrentarme, respondí con otro zurdazo de órdago, arañando el cemento con la punta de los dedos, con las yemas. Una vez más, entrando de gancho, golpeando al aire. Modestia aparte; he de decir que fue toda una exhibición; un festival de buen juego repleto de golpes fabricados artesanalmente; hechos a mano, para el deleite de la afición. La mano de Naoki era una mano de cinco dedos; como la de su abuelo, el señor Unai, con todos y cada uno de ellos; pulgar, índice, corazón, anular y meñique, una mano poderosa, con los tendones muy marcados, hecha poco a poco, con paciencia, esculpida a fuerza de años de entreno en soledad; a través de ese diálogo fluido entre su propia sombra y la de la pared; en definitiva, muchas horas de frontón. Estaba claro que sus maestr@s; sus principales mentores, habían sido de es@s de la vieja escuela. 18 / 20 (…) Corrió tras la pelota inasequible al desaliento; se cuadró, buscó un resquicio en el ancho intentando sorprenderme; hasta que lo encontró.

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Posicionó toda su corpulencia; se cuadró de zurda y le metió mucha fuerza de cintura. ¡Menudo zurriagazo! La dejó botar y se quedó con el sitio justo para golpear desde casi el rebote; más allá de la línea del 9, consiguiendo finalmente ponerla en pared. Botó en el tres. Rematé a placer. Naoki estaba demasiado lejos, en la otra punta del frontón… Finalmente, conseguí hacerme con un tanto muy trabajado desde el principio. A partir de aquel punto comencé a sentirme mucho más centrado, consciente de que la diferencia entre nosotros era mínima; de que lo tenía todo en mi mano… Empecé a creer que la remontada era posible. Recuperé la confianza en mí mismo; aunque, por otro lado, Naoki nunca había dejado de ser Naoki; valiente, machacando hacia dentro, defendiendo cualquier ventaja mínima en el marcador. Sí; Naoki era Naoki, el de siempre, el que tantos y tantos buenos pelotazos nos había regalado durante todo el campeonato. 19 / 20 (…) Entre tanto; me aproximé a la línea para recibir algunos consejos de mi botiller@, exhibiendo, ahora sí, una mayor confianza en mi juego, mostrándome más cómodo sobre la cantxa; si acaso, un tanto ansioso por remontar el partido. Sentía que sólo la Diosa Fortuna, - deidad de los campeones -, sería capaz de arrebatarme aquella victoria. Naoki cogió la pelota y se entretuvo con ella; como si quisiera inventar el tanto, dibujar en el aire esa jugada imposible que todavía estaba por venir. Después me la pasó; para sacar. (…) Restó bien, consiguiendo cruzarla hacia pared, bien pegadita.

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La pared de cemento se sentía fría como el hielo, tanto que al arrimar la mano, uno tenía la sensación de que podía llegar a quemarse. Cuesta arriba, a contracorriente, hincando la rodilla izquierda sobre el suelo, imitando el gesto de los remeros de las traineras en el puerto; soltando la mano, enfrentándome a la mar, golpeando con la izquierda una pelota muy arrimada a pared, apretando el puño derecho; soltando el brazo con fe, reivindicando también mi derecho a ocupar el lugar más alto del trono. Naoki respondió buscando una dejada, un golpe magistral… Yo respondí al envite con otra; tirando a la punta, una dejada con efecto en la zona del txoko, incontestable. Aún con todo; Naoki intentó llegar. La estaba esperando pero le botó mal, justo en la línea de pique, quedando muerta, junto a la pared… 20 / 20 (tablas) (…) La pelota se le vino encima y despejó como pudo; aquel material era muy exigente… Golpeé con fuerza la bola, de cortada, buscando sus pies, y conseguí un tanto soberbio; casi tan redondo como la pelota. Por primera vez en el partido, tomaba la delantera en el marcador; justo a tiempo. 21 / 20 (…) Por un instante, me quedé mirando al frontis; consciente de que me encontraba a las puertas de algo hermoso, sin llegar a imaginar; ni por asomo, lo que el futuro me deparaba…

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Me entretuve jugando con la pelota entre mis manos, limpiándola un poco, quitándole algo de sebo, buscando un saque más vivo. Aquel tanto no lo jugaba contra el rival de la tarde; el amigo de la niñez, sino contra mí mismo, el compañero de entreno durante tantos y tantos años, mano a mano, izquierda contra derecha; era, sin duda, el tanto que nunca hubiera querido jugar; uno de esos puntos a los que uno no quería enfrentarse y también uno de ésos que ninguno de los dos quería perder… Aquel pudo haber sido el último pelotazo de mi carrera como aficionado y quién sabe si el primero como profesional… Los dos nos miramos y con la complicidad que nos caracterizaba; casi al unísono, nos quitamos las protecciones de la mano. Decidimos que aquel último tanto lo jugaríamos a mano desnuda, como cuando entrenábamos juntos, años atrás, en el frontón de la plaza. Me llevó un buen rato quitarme el esparadrapo. Estaba algo roto; deshilachado, sucio y sudado. Mis manos estaban rojas, doloridas… - ¡Va! – grité al efectuar el saque…-. Para sorpresa de tod@s, - incluido Naoki; que apostaba porque intentaría asegurar el saque en largo…-, opté por el saque corto, con una pelota rasa. Naoki restó bien, metiéndole un buen sopapo; con altura, golpeando de abajo a arriba. Entonces yo; bien colocado, la devolví al frontis, sin bajarla, midiendo bien mis fuerzas… Naoki corrió hacia pared, se la quitó de encima como pudo, golpeando hacia dentro, corriendo a cubrir el ancho. Estaba siendo un buen tanto, muy peloteado…

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Hacía mucho tiempo que ese sonido no se escuchaba en el frontón, el encuentro apasionado entre dos pieles; la piel de un hombre intentando dominar y someter a la naturaleza salvaje, indómita; el cuero agreste del animal. (…) La devolvió a buena. Conseguí contactar con la pelota de chiripa, dejándola en el mismo rincón en el que la había encontrado. Supe rehacerme; salí del ángulo recuperando la iniciativa en el tanto con un pelotazo atrás, pasando a dominar en la pista. La pelota botó justo en el pique; la línea que define el encuentro entre el plano vertical del estribo y el plano horizontal del suelo; la charnela entre uno y otro… (…) Ambos jugadores nos cruzábamos mutuamente al ir a golpear la pelota aunque sin llegar a estorbarnos, enredando con nuestros golpes la mirada de los asistentes; hilvanando un tanto muy revuelto... Volea larga, al ancho, respondida con otra volea, ésta sí; definitiva; casi infinita, a dos paredes… Naoki, todo nervio, todo fibra; de aspecto más endeble, a contra-pie, arriesgó haciéndose con un bonito tanto de carambola, casi de ensueño, un tanto que; por otro lado, para él, terminó como había empezado, con la ilusión de ganar el partido. Admirable; incluso cuando parecía que lo estaba vapuleando, supo mantener el tipo frente a los golpes que le estaba propinando, sin amedrentarse ni un ápice, sin acusar o dar muestras de cansancio en su rostro, intentando desalentarme… 21 / 21 (tablas otra vez)

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(…) Pensativo, se dirigió con calma al cestaño y eligió otra pelota, una mucho más botona; más viva, más brava, que salía más del frontis, de color parduzco, un tanto pálida, con mucho poro y la costura negra. Cada uno de nosotros vivió de forma muy distinta aquel emocionante 21/21. Así; como él mismo me confesó, lo recordaba el propio Naoki… - Sí. Recuerdo perfectamente aquel tanto. Me acerqué por

última vez al cestaño y cogí una pelota marrón oscura, con la costura de hilo blanco; una bonita pelota que, sin embargo, - como las rosas -, tenía espinas que había que sortear para poder siquiera tocar. Ya sabes a qué me refiero…

Entonces; - supongo que era inevitable -, vinieron a mi mente aquellas palabras con las que mi abuelo; sin saberlo, se había despedido de mi padre: “mira el mundo, abre tu corazón a él…”

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Me sentía como uno de aquellos levantadores de piedras, como un verdadero harrijasotzaile; como uno de aquellos Atlas griegos sosteniendo el mundo con la palma de la mano, desafiando las leyes de la física. Sí, el mundo estaba allí; frente a mis ojos, el misterio de aquel juego tan antiguo, lo viejo, lo vivido y rodado de su desgastado cuero por un lado y, por el otro, el sonido de un bote todavía por llegar, un bote sin tiempo para detenerse en el esparadrapo que cubría mi mano hasta casi hacerla desaparecer… (…) Desde el principio del partido había tomado la iniciativa en el marcador; - no tanto en el juego -. No estaba acostumbrado a ello y aquello me obligó a improvisar sobre la marcha, a salirme del guión… Los cordones de las zapatillas se me habían desaflojado y aproveché para solicitar un descanso… Las zapatillas eran de balón-mano; el último modelo de no sé qué marca pija, nada que ver con aquéllas que colgaban de una punta de hierro clavada en una de las vigas del techo del desván del caserío de mi abuelo, aquellas alpargatas de cáñamo tejidas con tanto mimo; aquéllas que luciera mi propia madre, Izaskun, cuando todavía siendo apenas una chiquilla, se alzara con la copa como ganadora del partido que cada año tenía lugar en el frontón del pueblo, al aire libre; en el que se enfrentaban los chavales de las localidades vecinas… El abuelo Zabala siempre alardeaba de aquello, se sentía orgulloso de su hija y se veía a sí mismo reflejado en sus manos… (…) El sudor caía de mi frente contra el suelo de un modo que me resultaba familiar, como el sonido campanil de las gotas de lluvia repicando sobre los charcos del camino embarrado…

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De casualidad; entre tantas, reconocí entre el graderío la mirada de Anatxu…; aunque bueno, en fin, ése es otro partido…

(…) Aquel 21/21; mi 21/21, fue algo distinto; al menos, como yo lo recuerdo… Después de más de 650 pelotazos sobre nuestras manos, de todos esos golpes disputados, de todos esos tantos de saque, de todas esas entradas a bote y de aire, de todos esos bonitos golpes de izquierda y de derecha, de todo ese corolario de jugadas, el destino quiso burlarse de nosotros; el marcador, con su espectacular [21/21] seguía siendo tan ajustado como el [00/00] del inicio… (…) Llevaba remando contracorriente desde los primeros lances del partido, sufriendo de lo lindo. El dolor de manos que venía arrastrando durante las últimas semanas tampoco ayudaba mucho.

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El encuentro estaba siendo muy exigente y; la verdad, no parecía estar demasiado inspirado, definitivamente aquélla no estaba siendo una de mis mejores tardes pero; aún con todo, seguí dando lo mejor de mí; concentrado, intentando resolver la papeleta, buscando ese tanto ganador por el que tanto había trabajado, intentando cerrar el partido… Cerca de allí, a tan sólo unos pasos, los corredores cantaban las apuestas, la traviesa rondaba ya los 500 euros, el momio 1:1; muy ajustado… El juego estaba a punto de reanudarse. En cierto modo, había sabido medir bien el tempo del partido, llevando a Naoki a mi terreno. Estaba a punto de escribir una de las páginas más brillantes de este deporte, había sido capaz de protagonizar una remontada épica; histórica… No existían precedentes de aquella gesta; toda una hazaña para alguien que ni siquiera se ganaba la vida con aquello… Naoki era un buen sacador pero yo era mejor restador. Armé el brazo, abrí la mano y golpeé a aquella pelota con todas mis fuerzas; - que ya no eran muchas, ni tampoco mías…-, con la zurda, a media altura. Naoki respondió de derechas, buscando un dos paredes; primero la del frontis, después la del estribo… Parpadeé, corrí hacia la pelota pero sólo la vi pasar… Aquella pelota se movía más rápid@ que yo… Seguí corriendo tras ella, - como si nada -, hasta que su sombra se perdió entre los pies de la gente que; espontáneamente, como señal de júbilo, invadió la cantxa.

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De reojo; miré incrédulo al marcador. No podía creerlo, el partido se me había escapado de las manos, o mejor dicho, de la mano. Naoki me había vencido. 21 / 22 La batalla había terminado. Quién le iba a decir a aquel chaval que apenas llegaba a la altura de la txapa cuando tenía 5 añitos; que casi no conseguía rebasar la línea del 1 cuando golpeaba la pelota, que algún día llegaría a ser todo una campeón… Correcto en las formas, educado, todo pundonor; consciente del mérito de la persona que tenía frente a sí, se acercó a mí; al jugador que vestía de rojo, su adversario de la tarde, al amigo de la niñez, al compañero de entreno; al hijo de su vecina; a todos ellos, estrechando su mano, - nuestras manos -, hasta fundirnos en un abrazo tan recio y cercano como el de las puntadas de hilo que mantienen unidas las dos tiras de cuero en forma de ocho que conforman la pelota. Sí; el tiempo había pasado, pero seguíamos siendo inseparables. El público comenzó a cantar, los nervios estaban a flor de piel. Una bandada de manos ondeaba en el aire. El partido; que tan colorado se veía al principio, se había tornado sorprendentemente azul… El comportamiento de la afición en todo momento había sido de 10. Los más peques del lugar se lanzaron a la pista en busca de nuestro autógrafo y; entonces, lanzamos espontáneamente nuestras muñequeras al aire como palomas blancas, como gesto de paz, rodeados de una multitud de niñ@s que coreaban nuestro nombre; el nombre de sus ídolos…, - toda una responsabilidad -.

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Entre el público, los más mayores del lugar y duchos en la materia, lanzaron sus boinas también al aire, como señal de aprobación y respeto hacia el nuevo campeón. Las chaquetas comenzaron a agitarse entre un mar de aplausos, ovaciones y vítores sin fin… Todo el mundo se puso en pie para ovacionar a Naoki, el nuevo campeón; los representantes de la federación, los de la asociación vecinal del barrio, las autoridades locales… Naoki; ante la mirada atenta de aquellos hombres tomó la cinta azul que rodeaba su cintura y señalando hacia el cielo, tan nervioso o más como cuando; justo antes del comienzo del partido no acertaba a ponérsela; y la soltó al aire, perdiéndose en las alturas como aquellas tximeletas que acostumbraban a rondar las flores de la montaña, al punto de la mañana, por encima de la chimenea que dominaba el caserío del señor Unai, albergando la esperanza última de poder compartir aquel instante con mi padre…, - como me reveló…-. Y es que; como acostumbra a decir uno de los comentaristas habituales de los partidos de pelota en la tele, huyendo de comparaciones…;“la pelota es el deporte más bonito del mundo…”. (…) Los trofeos aguardaban para ser entregados sobre unas cajas de fruta convenientemente engalanadas para la ocasión. Eran esculturas de madera que Irai, el carpintero, el hijo de aquel viejo aizkolari, había tallado con gran esmero a partir de unos tarugos de encina. Naoki subió primero al podio, esperándome cortés. Mi merecido cajón se situaba inmediatamente a su izquierda, algo más bajo, pero a la misma altura; - ambos habíamos recorrido un largo camino hasta llegar allí, los dos habíamos llegado a la final por méritos propios…-.

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En un bonito gesto de compañerismo, con la empatía que le caracterizaba; antes de dejar que mi mano, - que todavía seguía intentando digerir la derrota -, cayera abatida; la tomó con fuerza y la izó hasta lo más alto, hasta casi tocar el techo de aquel pabellón… Aquello sirvió para reconciliar de nuevo a la afición de uno y otro bando; las hinchadas de ambos colores se fundieron en una sola. De la unión entre los azules y los rojos, - todos junt@s -, surgió un verde que dejó paso a la esperanza, a la reconciliación de todo un pueblo. (…) Aquella vetusta txapela había sido bordada con hilo de algodón y tejida con lana de txurra, engalanada con el paisaje del País, los colores de la tierra uncidos por el agua de la ría, siempre viva; cambiante, esos mismos que vestían la

ikurriña… De sus ojos comenzaron a brotar las lágrimas, dejando aflorar la emoción; sin censuras, como el agua inabarcable de los arroyos cuando se desbordan. Encumbrado por los aficionados, desde la cima del podio; desde lo más alto de aquella roca, bajo la penumbra del ala de aquella hermosa txapela, el tiempo que dura un parpadeo, estrechó la mano de todas y cada una de las miradas del público, algo inabarcable para cualquier otro ser humano que no fuera aquel Dios de barro y lana… Segundos más tarde, se dirigió hacia el público para dedicarles unas palabras de agradecimiento; en un bonito gesto cargado de emoción contenida… Por el hueco de la rejilla de ventilación se había colado una gaviota que, como si de un espectador más se tratase, esperó hasta el final del partido para abandonar el frontón. Dicen en el puerto que las gaviotas traen sueños; los sueños de aquellos que albergan la esperanza de arribar a una nueva

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tierra, a una tierra fértil y virgen donde poder envejecer, esa oportunidad que no se ve con los ojos pero a la que uno nunca deja de mirar… Naoki seguía sin poder creerlo, aquél era un sueño hecho realidad. En cuanto a lo que a mí respecta…; recuerdo que pensé…, - En fin; otra vez será… Al menos puedo decir que sobreviví a la tormenta… (…) Con el hombro entre algodones; aquejado de molestias, extenuado, siguiendo con el ritual habitual tras cada partido, me dirigí hacia vestuarios. Los gestos me delataban, no había espacio para el teatro en mi mirada. Mis manos no eran mis manos, eran otra cosa. No podía reconocer aquellas manos tan rojas, llenas de hematomas, que ya no volverían a ser las mismas. Mis manos, al igual que yo, habían cambiado… Mi botiller@ me había preparado un baño de agua con sal; un buen remedio casero, justo lo que necesitaba en aquel momento. Pero las sorpresas no acabarían ahí… Me acerqué al lavabo y me asusté al ver el color del fondo de la taza… Estaba acostumbrado a ello, sabía que aquél era el precio a tanto esfuerzo, pero en aquella ocasión me llevó un tiempo más del debido recuperarme. Todavía seguía sintiendo aquel dolor punzante en la mano; la protegí con una venda y la metí en una bolsa con hielo. Quién sabe; tal vez la frontera que separa a los profesionales de much@s aficionad@s sea sólo una línea imaginaria…

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Cocodrilos de ciudad…

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tosugo

Junichiro había perdido mucho dinero en las apuestas, había asumido demasiados riesgos. Desesperado, intentando juntar dinero suficiente como para pagar la deuda que había contraído con el banco; lejos en el tiempo, - años atrás -, buscó recuperar el dinero apostando a la pelota, en el frontón de un pueblo vecino. La jugada le salió mal. Tosugo es el nombre que reciben los partidos amañados por los pelotaris tramposos que se prestan a jugar en otras cantxas, dejándose ganar en el frontón; aunque en honor a la verdad, aquel pelotari lo hizo en unas circunstancias poco claras; no por dinero, como cabría esperar, sino presionado por la deuda que él mismo, meses atrás, también había contraído. Un círculo en el que resultaba demasiado fácil entrar y del que; por lo visto, no tanto salir… De un lado; se encontraba un afamado banquero, conocido por sus malas artes en el juego, inflexible en sus maneras, alguien sin pudor, sin escrúpulos, movido sólo por el afán del poder y la riqueza; del otro, el corredor, que se quitó del medio tan pronto como pudo, insistiendo en que él tan sólo era un mero intermediario. (…) Llevaba semanas siendo acosado telefónicamente por un anónimo que le exigía que su familia debía abandonar el piso en el que vivían; el piso en el que habían vivido los últimos diez años de su vida, en el plazo de dos semanas, tiempo a todas luces insuficiente para buscar un nuevo hogar; o al menos, eso es lo que debió de pensar Jon. Les había costado tanto esfuerzo llegar hasta allí, poder disfrutar de aquella posición económica acomodada, vivir de forma más o menos desahogada…; justo en ese momento, cuando quedaba tan poco tiempo para que Izaskun diera a luz, para que naciera su pequeño. Se sintió desbordado, no supo cómo afrontar aquella desafortunada situación.

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Y no; no fue el mar lo que lo mató, sino el miedo a enfrentar la verdad con su mujer, el deshonor que sentía haber cometido, el miedo que aquel hombre del cocodrilo en el jersey había sabido infundirle, aprovechándose de su situación privilegiada; – pertenecía a una de las familias más adineradas del lugar, hasta el punto de que hubiera podido perdonarle la deuda sin que eso hubiera mermado un ápice su acaudalada fortuna…-. Naoki lo sabía; lo supo años atrás, por casualidad, mientras dos corredores, dos artekaris de esos de los de antes, de los que afortunadamente ya quedaban pocos, compartían anécdotas entre txiquito y txiquito… - ¿Recuerdas el final de aquel partido…?- le decía el uno al

otro -. - Sí, las cartas de aquella baraja estaban marcadas… Naoki lo sabía, sí; como también sabía, que la pelota sería sólo pelota o no sería… Al menos ésa era su apuesta, su particular lucha; su pretensión personal, la de alguien que había aprendido a amar aquel deporte desde la cercanía de su propia piel, reivindicando el sudor de un@ mism@ como la única forma posible de llevar el pan a casa para compartirlo con los tuyos. (…) Cuando Junichiro; su padre, llegó a este país, no hablaba una palabra de español, de castellano; - como se diga -, y ni siquiera sabía lo que era el euskera. Eso sí; se defendía bastante bien con el inglés, - había pasado una buena temporada viviendo en Inglaterra, recorriendo su geografía a pie…-. Llevaba año y medio residiendo en Getxo cuando conoció a Izaskun en un evento que había organizado la embajada de Japón cerquita de allí; en San Sebastián, intentando estrechar lazos entre ambos pueblos; dos culturas; cultura con “c” y kultura con “k”, aparentemente tan distantes…

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Izaskun y Junichiro eran como el día y la noche; tal para cual, las dos caras de una misma moneda. Junichiro de piel blanca y el pelo liso, corto; Izaskun, de tez morena y el cabello rizado, largo; el uno todo agua, la otra; todo nervio, una exótica y afortunada mezcla de jengibre y azafrán.… Aquel fue sin duda, uno de los mejores períodos de su vida, como él mismo se encargaba de recordar cuando hablaba con los viejos amigos; amigos viejos, porque por algún motivo, su círculo de amistades era gente que le superaba en edad, quizás porque la vida enseña a nuestros mayores a dar tiempo a las cosas, porque el tempo de la conversación deviene más pausado cuando uno va entrando en años… Para jugar al mus, un buen nivel de español y/o euskera no era; - no es -, requisito previo. El carácter de Junichiro le abrió pronto las puertas del corazón de aquella gente; hasta el punto de ser considerado uno más de aquella partida, una partida que se jugaba también fuera del tapete.

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La curva de aquella pelota negra que le regaló su abuelo, tan grande o más que su propia mano; sobada, curtida; era, de alguna forma, - también -, la curva de su propio tiempo…

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el otro lado de la pared

Estaba deseando reunirse con el resto de la cuadrilla y salir a celebrarlo, bajar a tomar unos pintxos al bar de Antxon. Naoki salió de la ducha dejando tras de sí una nube de vapor y se dirigió hasta la taquilla donde había guardado la ropa. Se vistió apresuradamente y al pasar por el espejo reparó en algo que antes había pasado por alto; alguien, - tal vez ella -, había dibujado un corazón, - una admiradora quizás…-. Por un momento se dejó llevar por la curiosidad y siguió mirando con atención, sin dejar escapar ningún detalle de aquella travesura tan cómplice como espontánea. 15 minutos para las diez. Allí estaba; mirando su móvil, de espaldas al ventanal lateral de la fachada… Un tanto inquieta, Anatxu giró tímidamente su torso buscándole con la mirada entre los maniquíes de los escaparates de la tienda de en frente, pero no lo encontró. Nerviosa, impaciente, volvió a girarse buscando decididamente su rostro entre las caras de la marea incesante de aficionados abandonando el frontón; fue entonces cuando, sin pretenderlo, se tropezó con él… Ella seguía de espaldas al cristal y Naoki aprovechó para escribir sobre él con la ayuda de su pulgar izquierdo y del halo de su propia respiración, un sincero te quiero, al tiempo que le pedía disculpas por el móvil, - por su retraso… -. Cuando Anatxu quiso percatarse de la situación, fue demasiado tarde, su rostro esbozó una sonrisa… El sonrojo de

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sus mejillas delataba el acierto y sorpresa que aquello le había producido. Anatxu debió de sentirse una mujer afortunada, no sé si la más bella del mundo, pero sí la más bella de aquella parte del mundo; al menos, en aquel preciso instante, aquella fracción de segundo que el cristal tardó en desempañarse; o dicho de otro modo, el tiempo que dura la pelota en la mano antes de partir hacia otra mano… (…) Pasaron por delante de aquella pared donde todavía hoy; tras el estribo, en el lado que da a la calle, permanece en pie el mural de barro que años atrás, un recién llegado Junichiro, revocará con tierra tomada de aquel mismo lugar, con la tierra de aquel país que tanto le quiso y al que quiso tanto. Naoki se detuvo frente a ella y cerró sus ojos por un instante…

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Sus pantuflas estaban junto al pie de la cama, junto a una de las patas…

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postales de té

Nuestras madres eran muy buenas amigas; se apoyaban mutuamente, compartían paseos, confidencias y tardes de café. Un día, entre sollozos, entre el estupor y la rabia, Izaskun le contó a mi madre la verdadera historia que se escondía tras el accidente que se había cobrado la vida de Junichiro en el acantilado… - (…) Aquella mañana, al despertarme, me di cuenta de que

Junichiro había salido; ya no estaba. Su escritorio se veía algo desordenado. Había un par de clips al lado del cajón y pensé que se le habrían caído al intentar meterlos de nuevo en la caja donde solía guardarlos… Todavía con las legañas en los ojos, me fui a la cocina para prepararme un café. En ese momento, al ir a coger el azucarero, me di cuenta de que Junichiro había dejado una nota escrita pillada bajo una taza de té, junto a la tetera roja; su favorita, sobre la mesa de madera, frente a la ventana…; - sencillamente una hoja de papel arrancada de su cuaderno de bolsillo -. “Hoy tengo que salir antes, estaré de vuelta pronto…”, – decía la nota -.

Sus palabras sonaban a despedida; Izaskun no entendía nada… Imaginó que habría quedado con algún compañero para salir a faenar, al fin y al cabo, las Navidades estaban a la vuelta de la esquina y algo de dinero extra no les hubiera venido mal… El envés de aquella nota ya os lo he contado. Junichiro nunca regresó a casa.

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Años después, Izaskun se decidió por fin a abrir de nuevo el cajón del escritorio donde Jon guardaba los papeles importantes… Esta vez sí se sentía con fuerzas para enfrentar aquello. De casualidad; bajo una maraña de folios, encontró un par de postales y un puñado de hojas arrancadas de un cuadernillo, manchadas de té, llenas de tachones, escritas a mano, de puño y letra, por Junichiro.

- ¿Pero qué es esto…?, – se preguntó Izaskun -.

Junichiro prefería mandar postales, escribir una carta se le antojaba algo demasiado largo, prefería ser más escueto; no era una persona de muchas palabras…

(…) Me costó mucho entender su caligrafía; por algún motivo, parecía nervioso cuando lo escribió… Me tomó varios segundos poder empezar a descifrarlo…

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Dear dad and mum Queridos papá y mamá How is it going? ¿Qué tal os va? I am writing you just in order to say we are very ok; I am quite happy to be here. Life is treating me well, besides Izaskun and her family. Os escribo para deciros que me va muy bien. Estoy contento de estar aquí. La vida me trata bien en este lugar; junto a Izaskun y su familia. The more I think about you, the more I miss you. There are no words, no vowels to say how much I love you; that is all I can say. I pray for you every single day. Cuánto más pienso en vosotros, más os hecho de menos. No hay palabras ni vocales para deciros cuánto os quiero. Es todo lo que puedo decir. Rezo por vosotros cada día. New news: Izaskun is pregnant. Hopefully, in three months and a half the little baby will be here so I wont see you for a while… Words can not express what I am feeling, I am very lucky… Nuevas noticias. Izaskun está embarazada. Esperamos que en tres meses y medio el pequeño esté por aquí; así que tardaré en veros un tiempo. Las palabras se quedan cortas para expresar cómo me siento… I wish you all the best Os deseo lo mejor Please, dad; look after of mum Por favor, papá; cuida de mamá With love, your son Con amor, vuestro hijo Junichiro

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(…) Al cabo de unos minutos; dos tazas de café y cuatro terroncillos de azúcar después, cogí un par de aquellas hojas sueltas salpicadas de té, que todavía conservaban el aroma a manzanilla. ¿Te lo puedes creer…? A veces me pregunto si no hubiera sido mejor haber dejado aquel cajón cerrado…

Querida Izaskun No sé muy bien por qué estoy escribiendo esto… ¿Qué vine a hacer aquí…? No estoy seguro…

Lo cierto es que no tenía ni idea de ello pero; sin saberlo, había llegado a este país para quedarme. Buscaba un futuro mejor para mí mismo, intentando vivir mi propia vida, persiguiendo mi sueño, encontrarme a mí mismo, olvidar aquello que alguna vez fui. Cuando salí de casa por primera vez ni siquiera me despedí de mi familia porque pensé que pronto estaría de vuelta. Ya sabes…; como suele decirse por aquí, las cosas no son nunca como parecen... Recuerdo aquel día en que nos conocimos, cómo poco a poco nos fuimos haciendo buenos amigos. Me enamoré de ti; te admiraba, eras tan guapa; tan bella, tan hermosa, tan valiente, tan risueña, tan jovial, una excelente persona; abierta, encantadora. Pero sobre todo, tú eras tú. Jamás imaginé llegar a quererte tanto, a amarte como te amo… ¿Qué más podría decir…?

Has sido la mejor; la mejor compañera que jamás hubiera podido encontrar, alguien comprometida con las personas de su entorno; su realidad, sus circunstancias, siempre dispuesta a echar una mano, alguien atenta y respetuosa con los mayores, alguien cuyos brazos siempre han estado ahí, esperando

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abrazarme, compartiendo los secretos de mis latidos, la parte derecha de mi almohada, mi hombro; mi refugio en las horas más tristes… Con esto que escribo sólo pretendo decirte que tú has sido una parte esencial de mi día a día, de mi vida; mi vida. Espero que de algún modo, haciendo lo que voy a hacer, el problema que me ha llevado a escribir estas notas quede resuelto. Sólo pedirte disculpas una vez más por mi torpeza, - en singular-, y mis torpezas; - en plural-, por todos los problemas que esta última metedura de pata, - una más…-, pueda llegar a ocasionarte… Me ahogo en tierra. Espero que entiendas que quitarme de en medio es lo mejor que se me ocurre y; para que no creas que soy un loco, te diré que esto no ha sido ni está siendo nada fácil; pensar que quizás ya no volveré a verte, que ya no volveré a morder tus labios carnosos, que no podré volver a acariciar tus mejillas, que ya no podré recostar mi cabeza sobre tu ombligo, que ya no volveré a escuchar tu voz… Sé que sabrás cuidar de nuestro pequeño, que serás una buena mamá para él; - que quede entre nosotros…-, la más guapa del colegio… Sí, estoy convencido, también en eso soy afortunado. No puedo evitarlo; siento miedo Izaskun, me tiemblan las manos…

(…) Debo partir ya, debo marchar hacia otro lugar, salir hacia la mar… Te amo, te amaré siempre Jon …

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(…) Tras aquellas primeras notas, Izaskun encontró también las demás; aquellas cartas amenazantes que habían empujado a su pareja contra aquel abrupto acantilado, el motivo que; por primera vez desde que se conocieran en aquel bar, le había llevado a mentirle… Junichiro quiso que su muerte pareciera un accidente; pero afortunadamente; Izaskun, descubrió al fin la verdad. Aquel canalla se sentía tan impune que; incluso, - seguramente porque sabía que contaba con el apoyo de much@s tan poderos@s o más que él… -, se había atrevido a firmarla. Izaskun la cogió con su mano derecha y la arreguzó con sus dedos, formando una pelota con ella. No vaciló; con el puño cerrado y la frente alta, apretando con fuerza aquella pelota, se plantó en comisaría y denunció los hechos. Al rato, llegó Naoki, de la mano de mi madre…

Un policía; viejo amigo de Junichiro, les acompañó hasta la puerta del juzgado.

- Tod@s le queríamos mucho. Era muy querido en el

barrio; no te imaginas cuánto echamos de menos al Japonés en nuestras partidas… - El policía; Andoni, era uno de los amigos de Jon…-.

- Lo sé, - respondió una emocionada Izaskun -.

Aquel día fue la juez de guardia la encargada de atender su demanda. Izaskun, cogió fuerzas de donde pudo y dejó el papel; - la pelota -, sobre la mesa de la juez:

- Señoría; este es mi hijo, el hijo de un buen hombre que

creció sin su padre por culpa de un cabrón… En esa pelota de papel tiene la prueba.

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Aquel tipo fue detenido acusado de amenazas, extorsión y homicidio en grado de tentativa. Tras meses de ardua investigación se descubrió toda la trama corrupta que había alrededor del juego; políticos, banqueros, corredores, jugadores, médicos, policías…; hasta el propio juez. Todos los medios se hicieron eco de la noticia. Desafortunadamente; el delito de amenazas había prescrito. A pesar de las pruebas en su contra, aquel delincuente salió absuelto a las pocas semanas. Contó para su defensa con uno de los mejores equipos de abogados de la ciudad, un “prestigioso” buffet situado en pleno casco histórico, en el ático de un edificio próximo al frontón que pretendían demoler para dar otro “pelotazo”. Nadie fue a la cárcel. Nadie pago por ello. Ya se sabe; una mano lava la otra… (…) Los vecinos se sentían indignados y decidieron dar la espalda a todos aquéllos que; como ya se sabía, habían participado en los hechos. Izaskun se sintió muy arropada por tod@s; era algo sin precedentes. La solidaridad de la gente de su barrio le ayudó a continuar hacia adelante. Todo el mundo se sumó. Patxi; el de la tahona, se negó a venderles pan, Iñaki; el del restaurante les invitó a que abandonaran su local, Goñi; el del bar, se negó a servirles, Martín; el de la vinacoteca, les invitó amablemente a que se largaran de su bodega, Amalia; la del kiosko, dejó de venderles el periódico, Urrutia; su chófer, les dejó tirados, Aimar; el director de una sucursal de la competencia, les retiró el crédito, Mauri; el propietario de la tienda de moda más chic de aquella parte de la ría, les retiró el saludo…; hasta Arantxa, la del 3º izquierda, una prostituta de lujo a la que solían visitar con frecuencia, les mandó a tomar por…

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De motu proprio, la gente retiró sus nóminas y cuentas de ahorro del banco del que aquel mafioso era accionista mayoritario y; de nuevo, también por iniciativa propia, espontáneamente, empezaron a colgar pancartas en los balcones, pidiéndoles que se largaran, que abandonaran aquella tierra que estaban ensuciando con sus pies… De entre todas ellas, me quedé con una; la que mi propia madre, Maika, había escrito con un tizón sobre una vieja sábana blanca de franela… NO MÁS Eso; no más, por favor.

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BESOZ BESO / DE MANO EN MANO

ZARAGOZA / 2013

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