Benoist, Alain de Nacion e Imperio

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    de Aquino, en referencia a Aristteles, intentar tambin reconciliar ciudad de

    los hombres y ciudad de Dios asociando populus y natio en una sntesis que

    tiene el sentido de pueblo sometido a la autoridad de un mismo Estado.

    El Tratado de Verdn (843) consagr el reparto del imperio de los francos

    entre los tres nietos de Carlomagno: Lotario I, Luis el Gernico y Carlos el

    Calvo; a su vez, el rey de Sajonia Enrique I ser coronado emperador en el 919.El imperio se hace ms netamente germnico. Tras la dislocacin del poder

    carolingio, ser de nuevo restaurado en provecho del rey Otn I de Germania,

    coronado en Roma el 2 de febrero del 962, y se reconstituye en el centro de

    Europa con los slicos y los otnicos. Su apogeo llegar en la segunda mitad del

    siglo XII con la dinasta de los Staufen (Federico I Barbarroja, Enrique IV),

    poca en la que abarca los reinos de Biorgoa, Italia y Germania. El Imperio

    ser la principal potencia poltica europea hasta mediados del siglo XIII, cuando

    se transforma oficialmente en Sacrum Romanum Imperium; a partir de 1442 sele aadir de nacionalidad germnica. Pero, evidentemente, no es este el

    lugar de esbozar, ni siquiera a grandes trazos, la historia del Santo-Imperio

    romano germnico. Limitmonos a observar que a lo largo de toda su historia

    ser una entidad mixta que asocia tres componentes: la referencia antigua, la

    referencia cristiana y la germanidad.

    En los hechos, la idea imperial comienza a desagregarse en el Renacimiento,

    con la aparicin de los primeros Estados nacionales. Es verdad que en 1525,

    bajo Carlos V (I de Espaa), la victoria de Pava, donde las fuerzas imperiales

    vencen a las tropas de Francisco I, parecen invertir el curso de los

    acontecimientos. En Alemania, la captura del Rey de Francia va a ser percibida

    como un acontecimiento de la mayor magnitud (Knig Franz von Frankeland,

    fiel in die Frundsberger Hand...). Y provocar un breve renacimiento del

    gibelinismo en Italia, donde el Orlando furioso, compuesto por Ariosto en la

    Corte de Florencia, ha relanzado ya la moda de las novelas del siglo XII

    consagradas a la vida de Carlomagno Dos aos ms tarde, los imperiales toman

    Roma y hacen preso al papa Clemente VII. Pero tras la uerte de Carlos V el t

    pitulo imperial no recaer en su hijo Feliope, y el Imperio volver a reducirse aun asunto local (1). A partir de la paz de Westfalia (1648), va dejando de ser

    percibido como una dignidad (Kaiserwrde) y empieza a cobrar els entido de

    una siple confederacin de Estados territoriales . El proceso de decadenca se

    prolongar todava durante dos siglos y medio. El 6 de abril de 1806, Napolen

    culmina la Revolucin destruyendo los restos del Imperio. Francisco II resigna

    su ttulo de emperador romano germnico. El Santo Imperio expira.

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    Del concepto de Imperio se han hecho usos tan contradictorios que, a

    primera vista, no resulta fcil aprehenderlo. Littr, en su Diccionario, se

    contenta con una definicin tautolgica: un imperio -escribe- es un Estado

    gobernado por un emperador. Se nos conceder que resulta un poco sumario.Sobre todo, cabe recordar que el Imperio, como la ciudad o la nacin, es una

    forma de unidad poltica, y no una forma de gobierno, como la monarqua o la

    repblica. Esto significa que el Imperio es, a priori, compatible con diferentes

    formas de gobierno. As, el artpiculo 1 de la Constitucin de Weimar afirmaba

    que el Reich alemn es una repblica -y en 1973, la Corte constitucional de

    Karlsruhe no ha dudado en recordar que, an hoy, el Reich alemn es un sujeto

    de derecho internacional.

    La mejor forma de comprender la realidad sustancial de la nocin deImperio es, sin duda, compararla con la nocin de nacin o de Estado-nacin;

    este ltimo representa la desembocadura de un proceso de formacin de la

    nacionalidad cuya forma ejemplar es, en cieto modo, el reino de Francia.En

    efecto, como escribe Jean Baechler, podemos considerar la nacin como una de

    las ramas de una alternativa donde la otra rama es el Imperio (2).

    Tal rama, en todo caso, aparecer muy tarde. En su origen, el sentido de

    la palabra nacin es puramente religioso: desde Tertuliano, en el siglo II, el

    plural latino nationes se emplea para designar a los gentiles (goyim), y ms

    especialmente a los paganos. En la lengua francesa, las primeras apariciones de

    la palabra nacin, bajo las formas naciuns o nascions (principios del siglo

    XII), tienen ante todo una resonancia etnocultural al mismo tiempo que

    continan transportando la idea bblica de una diisin original de la humanidad.

    En los siglos XIII y XIV se aplica, por ejemplo, a las naciones de los

    estudiantes extranjeros agrupados en las universidades en funcin de su lengua

    o de su origen: as, en la Sorbona, hallaremos la honorable nacin de Francia,

    la fiel nacin de Picarda, la venerable nacin de Normanda y la constante

    nacin de Germania, antigua cuatriparticin que ms adelante, en el siglo XVII,todava permitir a Mazarino fundar en Paris el Colegio de las Cuatro

    Naciones.

    Por otra parte, desde Lavisse y Michelet hasta Pierre Nora, Colette Beaune

    o Bernard Guene, pasando por Mallet e Isaac y todos los que no dudan en

    remontar la nacin Francia al fin de la Edad Media (3), la reconstruccin

    histrica de la nacin francesa se ha visto viciada por una perspectiva

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    cuasifinalista que ha hecho de la nacin, identificada con el Estado-nacin

    moderno, una suerte de necesidad inherente a la historia, en germen desde la

    noche de los tiempos y que se habra actualizado progresivamente al hilo de los

    siglos. Esta imagen de una patria virtual anterior a la patria real (4) y cuya

    esencia precedera a su existencia, imagen heredada de la religin nacional

    popularizada por los historiadores del siglo XIX, contiene un error deperspectiva que deriva de una serie de anacronismos. Al dar la impresin de una

    continuidad perfecta entre la Galia y la Francia carolingia, y entre sta y la

    Francia moderna, tal visin confunde sistemticamente nacional y real,

    trminos que no guardan equivalencia alguna, y formacin de la nacin (el para

    s histrico en el sentido de Fougeyrollas) y formacin de la nacionalidad (el

    en s histrico). Pero, en realidad, la actual Francia no puede remontarse

    hasta una hipottica nacin gala, porque la Galia fue una invencin romana a

    la que no corresponda ningpun sentimiento particular entre los galos; tampocoFrancia comenz con el bautismo de Clodoveo, hacia el 496, del mismo modo

    que Carlos Martel no salv a Francia de los rabes en el 732, por la simple

    razn de que Francia no exista en esa poca.

    En su origen, el regnum Francorum es a la vez uno y divisible: patrionio

    familiar, propiedad de un linaje, obedece a la costumbre franca de reparto entre

    los herederos. As, el dualismo original de la Francie dio lugar, en los siglos VI y

    VII, a dos reinos: al oeste Neustria (entre los ros Somme y Loira), y al este

    Austrasia. Gracias al prestigio de Dagoberto, Neustria se impuso inicialmente

    como el verdadero pas de los francos. Sin embargo, la llegada de los pipnidas

    (los futuros carolingios), en el siglo VIII, consagra el ascenso de Austrasia. El

    hijo de Carlos Martel, Pipino el Breve, que haba usurpado el poder de los

    merovingios gracias al apoyo del Papa (habr de pagar tal apoyo con dos

    expediciones contra los lombardos), hizo de la capital de la Austrasia renana,

    Aquisgrn, la sede de un nuevo regnum. Bajo el reinado de su hijo, Carlomagno,

    va a desarrollarse una nueva Francie entre los ros Sena y Escalda, flanqueada

    por una Neustria limitada por el Sena y el Loira y una Austrasia cruzada por el

    Rhin. El tratado de Verdn (843) supone el reparto del imperio carolingio: nacenGermania, Lorena, las Borgoas Alta y Baja, e Italia, que prolongar el Imperio

    hasta el 924; el pas de los francos se redefine y queda dividido en una Francia

    occidentalis, una Francia media y una Francia orientalis. Pero la segunda

    Francia pronto se descompondr; su parte septentrional, la Lotaringia, ser

    absorbida por el reino oriental. En cuanto a etse ltimo, perder rpidamente su

    nombre original: desde la segunda mitad del siglo XI ya no se va a hablar de

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    Francia orientalis, sino de regnum Teutonicum. La palabra Francia, en el

    sentido de la soberana heredada de los grandes reyes francos, slo subsistir

    en el oeste. As pues, en los siglos IX y X, mientras el espacio comprendido entre

    el loira y el escalda se convierte en rea de expansin territorial de los

    Robertinos, marqueses de Neustria y duques de los Francos (los futuros

    Capetos), el trmino Francia se extiende para designar a la antigua Franciaoccidentalis, nacida del reparto del regnum Francorum, si bien manteniendo

    deliberadamente la confusin con la Francie primitiva, es decir, el territorio

    inicialmente ocupado por el conjunto de la etnia franca. Desde ese momento

    -escribe Suzanne Citron-, quienes van a reinar tanto en el este (los otnicos)

    como en el oeste (los Robertinos-Capetos) sern soberanos no carolingios. Esto

    facilitar la manipulacin del pasado por los historigrafos devotos de estos

    ltimos, que podrn presentar a los usurpadores capetos como descendientes de

    Carlomagno, jugar con el doble sentido de la palabra Francia, y su rey podrapropiarse de de la memoria etimolgica de los francos, que en el este slo

    subsistir en Franconia (5). Todava en el siglo XII, sin embargo, la palabra

    latina Francia rara vez designar al conjunto del reino, ms comnmente

    llamado Francia tota. Se convertir en France, en la misma poca, en el

    manuscrito de Oxford de la cancin de Roldn, redactada en lengua de ol

    franco-normanda.

    A princiios del siglo X, Carlos III el Simple adopta el ttulo de rex

    Francorum, que ostentarn tambin sus sucesores; no ser hasta 1254, bajo San

    Luis, cuando el rex Francorum se convierta en rex Franciae. En la misma poca

    empieza a constituirse el estado en torno al poder Capeto. La fecha decisiva no

    es la batalla de Bouvines, sino, un ao antes (1213), la batalla de Muret, donde

    cae derrotado el conde de Tolosa, aliado del rey de Aragn contra los francos,

    derrota que conduce a la anexin de los pases de lengua de oc y a la

    persecucin contra los ctaros. Con todo, el ttulo de rey de Francia no debe

    engaarnos: no sanciona exactamente una autoridad sobre un territorio

    determinado, sino que ms bien representa un ttulo de valor moral. En efecto,

    el nico vnculo entre las diferentes partes del reino es el seoro que el rey, adiversos ttulos, posee sobre cada uno de ellos. Todava a principios del siglo

    XIV el rey de Francia no puede hacerse una idea exacta de la extensin y los

    lmites de su territorio y de su reino, inextricable embrollo de tierras y de

    derechos (6). Tampoco hay un ejrcito francs, sino un ejrcito del rey. El

    catecismo poltico destinado al duque de Borgoa lo dice muy claramente: La

    nacin no toma cuerpo en Francia, reside enteramente en la persona del rey.

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    De modo que la nacin-monarqua, que asimila el poder del Estado al reino, y

    que por entonces slo tiene sentido para las elites, todava no ha adquirido su

    acepcin moderna. Ernst Kantorowicz la analizar muy acertadamente como

    corpus mysticum cujus caput: es inseparable de la persona del rey.

    Al igyal que en esta poca no puede hablarse de nacin, tampoco puede

    hablarse de patriotismo en el sentido moderno del trmino. Bajo el AntiguoRgimen, la patria remite exclusivamente a la comarca de origen inmediato,

    as como a los sentimientos de vinculacin y de sacrificio que el lazo social

    implica: la idea de patria viene asociada a la de entrega al bien comn en el

    seno de una comunidad de vecindad. Lo que nunca ha existido hasta una poca

    reciente -precisa Sione Weil- es un objeto cristaolzado ofrecido de manera

    permanente al sentimiento patritico. El patriotimso era difuso, errante, y se

    ampliaba o se reduca segn las afinidades y las amenazas. Era una mezcla de

    lealtades diversas: hacia hobres, seores o reyes; hacia las ciudades. El todoformaba algo muy confuso, pero tambin muy humano (...) En la Edad Media, la

    fidelidad era para el seor, o para la ciudad, o para los dos, y por encima, a

    medios territoriales que no eran muy distintos. El sentimiento que hoy llamamos

    patriotismo exista, sin duda, y a veces en un grado muy intenso; pero su objeto

    no estaba territorialmente definido. El sentimiento cubra superficies de tierra

    variables, segn las circunstancias (7). Slo con la espacializacin de la

    soberana dejar la nocin de patria de evocar el terruo natal (Heimatland)

    para referirse a una nocin de pertenencia abstracta polticamente compartida

    (Vaterland) (8).

    De hecho, la idea de nacin no se constituye plenamente hasta el siglo XVIII,

    y singularmente bajo la Revolucin. En origen, la idea de nacin remite a una

    concepcin de la soberana que se opone a la de la monarqua. En la estela de la

    filosofa de las Luces, en efecto, los debates sobre la soberana revelan una

    concepcin nueva de la nacin donde sta designa a la mayora de los

    individuos que componen una sociedad (dHolbach), por oposicin al poder del

    que goza el rey (9). Tal concepcin reune a quienes piensan poltica y

    filosficamente lo mismo, a saber, que quien debe encarnar la unidad polticadel pas ya no es el rey, sino la nacin. La nacin pasa as a percibirse como el

    espacio abstracto donde el pueblo puede concebir y ejercer sus derechos, es

    decir, donde los individuos, vinculados al conjunto de forma inmediata, al

    margen de la mediacin de los cuerpos intermedios, pueden mudarse en

    ciudadanos. Inicialmente, la nacin se identifica con el pueblo soberano en la

    medida en que ste no delega en el rey, en el mejor de los casos, ms que el

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    poder para aplicar la ley que emana de la voluntad general; despus se

    identificar con las poblaciones que reconocen la autoridad de un mismo Estado,

    que pueblan el mismo territorio y que se consideran miembros de la misma

    unidad poltica; por ltimo, la nacin se identificar con esa unidad poltica

    misma. Y as los patriotas son, ante todo, los que dirigen hacia la nacin como

    entidad abstracta los deberes de los que se sienten emancipados respecto a laautoridad real (10): en la vspera de los Estados Generales, se llamar

    indiferentemente partido nacional o partido patritico al conjunto de las

    facciones que se oponen a la monarqua absoluta. Esta es, por otra parte, la

    razn de que la tradicin legitimista y contrarrevolucionaria, que exalta el

    principio monrquico y aristocrtico, se guarda mucho de valorar la nacin, al

    menos en origen: al contrario que un Charles Maurras, los tradicionalistas son

    perfectamente conscientes de que la nacin es el principio que se ha utilizado

    para suprimir la monarqua (11). Desde que hubo un sentimiento de nacin-observa Ernest Roussel-, hubo un poder moral superior al poder material de la

    realeza (12). De hecho, la Revolucin ratifica la transferencia de la adhesin

    comn (la fides) desde la persona real a la patria, es decir, a la nacin. El

    artculo 3 de la declaracin de Derechos de 1789 lo proclama expresamente: El

    principio de toda soberana reside esencialmente en la nacin. En febrero de

    1789, en Qu es el Tercer Estado?, el abate Siys lleha incluso a hacer de la

    nacin un absoluto meta-histrico: La nacin existe antes que todo, est en el

    origen de todo. El acta de nacimiento de la nacin, podramos decir, reside

    enteramente en el grito de las tropas francesas en el caoneo de Valmy: Vive la

    nation!. Un grito que quera decir al mismo tiempo Abajo el rey y Muerte al

    enemigo. Bertrand de Jouvenel llegar a escribir: Retrospectivamente, la

    marcha de la Revolucin parece haber tenido por objeto la fundacin del culto

    de la nacin (13).

    2

    Qu es lo que distingue fundamentalmente al Imperio de la nacin? Ante todo,

    el hecho de que el Imperio no es slo un territorio, sino tambin, e inclusoesencialmente, un principio o una idea. En efecto, aqu el orden poltico y

    jurdico est determinado no por meros factores materiales o por la posesin de

    una vasta extensin geogrfica, sino por una idea de naturaleza espiritual. Esta

    idea va ms all de la simple legitimidad de derecho divino que reivindica la

    antigua monarqua, sobre todo en la poca de los reyes taumaturgos. Sera,

    pues, un grave error imaginar que el Imperio difiere de la nacin o del reino por

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    el tamao; que es una nacin ms grande que las otras. Ciertamente, un

    imperio, por definicin, cubre siempre una amplia superficie. Pero lo esencial no

    est ah. Lo esencial est en que el emperador obtiene su poder porque encarna

    un principio que va ms all de la simple posesin. Como dominus mundi, el

    emperador es soberano de prncipes y reyes, es decir, que reina sobre

    soberanos, no sobre territorios, y representa una potencia que trasciende lascomunidades federadas cuya direccin asume. Dante, en De Monarchia, lo

    representa bajo perfiles compabales a los del Chakravarti, el monarca universal

    de la India antigua, cuya funcin es hacer reinar la paz (sarvabhaumika) con su

    sola presencia (14). El Imperio, en este sentido, no puede definirse como un

    estado clsico, pues el principio que fundamenta el poder del emperador no

    procede de una divisin territorial. Como escribe Julius Evola, el emperador, en

    tanto que cumbre de la ordinatio ad unum, es aliquod unum quod non est pars

    (Dante), y representa un poder que trasciende a la comunidad que dirige, delmismo modo que el Imperio no debe ser confundido con alguno de los reinos y

    naciones que lo componen, pues es algo cualitativamente diferente, anterior y

    superior, en su principio, a cada uno de ellos (15). La alta Edad Media -aade

    Otto de Habsburgo- tuvo siempre conciencia de esta distincin. Los

    emperadores (los slicos, pero tambin los Hohenstaufen) no eran los nicos

    que reconocan y proclamaban esta superioridad de la dignidad imperial, as

    como su carcter no territorial (16).

    Evola recuerda igualmente que la antigua nocin romana del Imperium,

    ms que expresar un sistema de hegemona territorial supranacional, designa la

    pura potencia del mando, la fuerza casi mstica de la auctoritas. Precisamente

    en la Edad Media es corriente la distincin entre la nocin de auctoritas,

    caracterstica del principado clsico, que es una nocin de superioridad moral y

    espiritual, y la de potestas, simple poder poltico pblicxo que se ejerce por

    medios legales (17). Tanto en el imperio medieval como en el Santo-Imperio est

    distincin permitir diferenciar la autoridad y la funcin imperiales del poder

    que el emperador ostenta como soberano de un pueblo particular. Por ejemplo,

    Carlomagno es, por una parte, emperador, y por otra, rey de los lombardos y delos francos. As, la adhesin al emperador no es sumisin a un pueblo o a un pas

    particular. Del mismo modo, en el imperio autro-hngaro la fidelidad a la

    dinasta de los Habsburgo constituye el vnculo fundamental entre los pueblos y

    cumple la funcin del patriotismo (Jean Branger), por encima de los vnculos

    de carcter nacional o confesional.

    Este carter espiritual del principio imperial est directamente en el origen

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    de la clebre querella de las Investiduras. Para comprenderla hay que

    recordar que la nocin de Imperio, inicialmente privada de todo contenido

    militar, en el undo germnico medieval recibi desde el orincipio una fuerte

    impregnacin teolgica, debida a una reinterpretacin cristiana de la idea

    romana de imperium. Antes de su coronacin imperial, Carlomagno fue

    aclamado en el 794 bajo el doble tptulo de rex y sacerdos por los obisposreunidos en concilio en Francfort: Rey por el poder, sacerdote por el magisterio

    de la enseanza, explica Alcuino. Por otra parte, la consagracin imperial ser

    considerada hasta el siglo XIII como un sacramento (18). Los emperadores se

    consideran al mismo tiempo ejecutores de la Historia santa universal y

    herederos de la dignidad imperial romana, y de ah deducen que el Imperio,

    como institucin santa (Sacrum Imperium), tiene por vocacin el constituir un

    poder autnomo respecto al papado. Tal fue el fundamento de la querella de los

    gelfos y los gibelinos, que estall tras la ruptura con Bizancio (1054), cuando elpapa Gregorio VII reivindic el ejercicio efectivo del poder temporal apoyndose

    en una clebre falsificacin, la Donacin de Constantino, pseudo-documento

    segn el cual el emperador Constantino, antes de dejar Roma, habra donado al

    papa Silvestre las insignias del Imperio.

    Los gibelinos, partidarios del emperador, para detener las pretensiones del

    papa se apoyaron en la antigua distincin entre imperium y sacerdotium, donde

    vean dos esferas de igual importancia amnas instituidas por Dios. El punto de

    vista gibelino no consiste en modo alguno en someter la autoridad espiritual al

    poder temporal, sino en reivindicar para el poder imperial una igual autoridad

    espiritual frente a las pretensiones de exclusividad de la Iglesia. As, para

    Federico II Hohenstaufen, cuyo reinado estuvo presidido por el mito de la edad

    de oro anunciado por Virgilio y el emperador Augusto, el emperador es el

    intermediario semidivino por quien la justicia de Dios se extiende en el mundo

    (19). En su De Monarchia, Dante afirma igualmente que la autoridad temporal

    del monarca desciende sobre l de una fuente universal, sin intermediario: el

    emperador no recibe su autoridad del papa (20). Esta renovatio, que hace del

    emprador la fuente esencial del derecho y le confiere el carcter de ley vivasobre la tierra (lex animata in terris), contiene toda la esencia de la

    reivindicacin gibelina: el Imperio debe ser reconocido, al mismo ttulo que el

    papado, como una institucin de naturaleza y carcter sagrados. La oposicin

    entre los gelfos y los gibelinos, seala Evola, no era solamente de orden

    poltico, como dice la miope historiografa que sirve de base a la enseanza

    escolar: en realidad expresaba el antagonismo de dos dignitates que

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    reivindicaban, ambas, el plano espiritual (...) El gibelinismo, en su aspecto ms

    profundo, sostena que el individuo, a travs de una vida terrenal concebida

    como disciplina, combate y servicio, puede ser llevado ms all de s mismo y

    tiende a su fin sobrenatural por la va de la accin y bajo el signo del Imperio,

    conforme al carcter de institucin sobrenatural que a ste se le reconoca

    (21).La lucha entre gelfos y gibelinos ser atajada en beneficio del poder

    temporal, pero no del Imperio, sino con la aparicin de los primeros reinos

    nacionales francs, ingls y castellano, que aprovecharn esta querella para

    rechazar tanto la autoridad del papa como la del Emperador. La soberana

    nacional -escribe Denis de Rougemont- va a obtener su carcter absoluto,

    inviolable, inalienable y, para decirlo todo, sagrado, de esta usurpacin por los

    reyes de los poderes supremos hasta entonces ostentados sin contestacin por

    el papado en lo espiritual y por el Imperio en lo temporal (22).A partir de ese momento, la decadencia del Imperio al paso de los siglos

    vendr definida, ante todo, por el declive del papel central que su prncipe

    desempeaba y, correlativamente, por su desviacin hacia una definicin

    puramente territorial. El Imperio romano-gernico deja de ser lo que era cuando

    en Italia o Alemania se intenta vincularlo a un arraigo en un territorio

    privilegiado. En Italia, quien representa esta nueva etapa es Petrarca (1304-

    1374), cuyo poema patritico Italia mia adopta la forma de un llamamiento a

    los italianos para que se constituyan en nacin. Es significativo el hecho de que

    Petrarca niuegue a Carlomagno el tptulode emperador y sugiera que slo los

    pueblos brbaros le llaman Grande (23). Por el contrario, esta idea se halla

    ausente en el pensamiento de Dante (1265-1321), para quien el emperador no

    es ni germnico ni itlico, sino romano en el sentido espiritual, es decir,

    sucesor de Casr y de Augusto. El Imperio, dicho de otro modo, no puede

    transformarse en gran nacin sin perecer, por la simple razn de que, segn

    el principio imperial, ninguna nacin puede asumir y ejercer una funcin

    dirigentesobre las otras si al mismo tiempo no se eleva por encima de sus

    particulares obligaciones e intereses. El Imperio en sentido recto -concluyeEvola- slo puede existir si le mueve un fervor espiritual (...) Si no hay tal, slo

    tendremos una creacin forjada por la violencia -el iperialismo-, simple

    superestructura mecnica y sin alma (24).

    Y es que la nacin, precisamente, tiene su origen en la pretensin regia de

    atribuirse pregorrativas imperiales vinculndolas ya no a un princioio, sino a un

    territorio. Es a partir de Francia -seala Michel Foucher- desde donde va a

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    difundirse la idea jacobina de que las fronteras de un Estado deban

    corresponder a las de una nacin, una lengua y una poltica (25). Podemos

    situar el punto de partida de este proceso en el reparto del imperio carolingio

    por el Tratado de Verdn. En efecto, en este momento es cuando Francia y

    Alemania emprenden, por decirlo as, destinos separados. La segunda

    permanecer en a tradicin imoperial, mientras que el reino franco, secesionadode la germanidad, va a evolucionar lentamente hacia la nacin moderna por la

    va del Estado real. La extincin de la dinasta carolingia data del siglo X: 911 en

    Alemania, 987 en Francia. Hugo Capeto, elegido en el 987, es el primer rey del

    que sabemos con seguridad que no hablaba frncico. Es tambin el primer

    soberano que se sita claramente al margen de la tradicin imperial, lo cual

    explica que Dante, en la Divina Comedia, le identifique con el principio del mal y

    ponga en sus labios esta confesin: Yo fui la funesta raz que oscureci con su

    sombra toda la tierra cristiana (26).En los siglos XIII y XIV, el reino de Francia se construye contra el Imperio

    con Felipe-Augusto (Bouvines, 1214) y Felipe el Bello (Agnani, 1303). Desde

    1204, el papa Inocencio III declara que como es pblico y notorio, el rey de

    Francia no reconoce en lo temporal ninguna autoridad superior a la suya.

    Paralelamente, empieza a efectuarse todo un travajo de legitimiacin

    ideolgica para oponer al Imperio el princiopio de la soberana de los reinos

    nacionales y su derecho a no conocer ms ley que su propio inters. Para

    rechazar toda autoridad superior a la suya, la dinasta capeta tan pronto apela a

    la leyenda de su origen troyano, que no ser verdaderamente desmentida hasta

    el siglo XVI, como a la identificacin del reino franco con el antiguo Israel. Todo

    un conjunto de textos histrico-legendarios, construidos a partir de las Histoires

    de Gregorio de Tours, aspira a legitimar retrospectivamente las sucesivas

    usurpaciones de los Pipnidas, futuros carolingios, y de los Robertianos, futuros

    capetos, y a crear la ilusin de que existe una continuidad entre las tres

    dinastas.

    El papel de los legistas fue fundamental en este punto. Desde mediados del

    siglo XIII, los legistas formulan una doctrina segn la cual el Rey de Francia, alno reconocer en lo temporal a nadie por encima de l, queda exento del Imperio

    y puede ser considerado como princeps in regno suo (27). Est doctrina ser

    desarrollada en lso siglos XIV y XV por Guillermo de Nogaret (que instruy el

    proceso de los templarios) y Pierre Dubois. Al afirmarse como emperador en su

    reino (rex imperator in regno suo) y declarar que no reconoce ningn superior

    sobre sus tierras, el rey est oponiendo dehecho su soberana territorial a la

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    soberana federal del Imperio, su poder puramente temporal al poder

    espiritual imperial. Ya no es slo el primero de los soberanos, sino que se ha

    convertido a su vez en ley viva (viva lex). Al mismo tiempo, los legistas abogan

    por la eliminacin de todas las formas irracionales de legitimidad y de poder

    poltico, y favorecen la lucha contra el derecho consuetudinario, lo que acarrea

    la erosin de las libertades campesinas. Frente a las aristocracias feudales, loslegistas sientan las bases de un poder estatalizante y centralizador gracias,

    sobre todo, a la reforma de la fiscalidad y a la institucin del cas royal, que va a

    permitir al rey convertirse, poco a poco, en poseedor exclusivo de las

    competencias de polica (28). Se funda as un orden jurdico de esencia

    burguesa, donde la ley, concebida como norma general provista de atributos

    racionales, procede exclusivamente del poder estatal: el derecho se transforma

    en simple legalidad codificada por el estado. Francia ser el primer pas de

    Europa que crea un orden pblico enteramente emancipado del modelomedieval.

    En el siglo XVI, la frmula del rey emperador en su reino quedar

    directamente asociada a la idea de soberana teorizada por Bodino. En el primer

    libro de La Repblica (1576), obra en la que se propone tratar de la nacin

    formada en Estado y de su poder absoluto y perpetuo, Bodino forula los tres

    principios esenciales de lo que ms tarde ser la doctrina del Estado-nacin: el

    poder absoluto del soberano slo puede ejercerse eficazmente al margen de

    toda mediacin entre el poder y sus sbditos, es decir, en un espacio social

    homogneo y transparente; el soberano debe tener el monopolio del derecho,

    lo que equivale a decir que no cabe distincin entre el derecho y la voluntad del

    soberano (el rey es fons justitiae, y de ah la frmula de los jurisconsultos: unus

    rex una lex); y sobre todo, ha de haber coincidencia entre el poder del soberano

    y el territorio material en el que ste se ejerce (la extensin del derecho queda

    determinada por la extensin del territorio y la soberana se define

    jurdicamente como reino territorial). De paso, Bodino refuta a su vez la teora

    de los cuatro imperios y, al igual que Hobbes, rechaza el modelo de la ciudad

    antigua: Yo no me inspiro en Aristteles, dice explcitamente (29). El Estadoabsolutista queda as legitimado para cercenar las libertades locales. La

    monarqua feudal se hallaba an constreida por leyes que limitaban el poder

    del soberano: el prncipe, adems de tener que respetar las leyes divinas, estaba

    atado por sus deberes hacia el pueblo, de modo que no era enteramente libre ni

    en los fines ni en los medios. Pero con la monarqua absoluta ya no hay regla

    humana alguna que retenga al soberano: la soberana, transformada en puro

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    poder para dar y quitar ley, se confunde con la mayor libertad posible para

    quien posee el poder. La autoridad del rey tiene valor de verdad. Y en el mismo

    movimiento se desvanece la diferencia entre legalidad y legitmidad, creando una

    brecha que engullir al positivismo jurdico. El orden poltico se reduce a una

    simple relacin entre dominadores y dominados: El uno es Prncipe, el otro es

    sbdito. El uno es seor, el otro servidor.... Los habitantes del reino no son msque libres sbditos cuyos derechos en todo momento pueden ser revocados

    por el soberano, que no queda obligado por la ley.

    Un cuatro de siglo despus de la pubicacin de La Repblica, la doctrina

    opuesta -imperial, corporativa y federalista- encuentra en la persona de Juan

    Altusio a su primer gran terico clsico. Nacido en Westfalia en 1557, sndico de

    la villa de Emden durante treinta y cuatro aos, Altusio, cuya obra ser

    redescubierta en el siglo XIX por Otto von Gierke (30), publica en 1603 su obra

    mayor, la Politica methodice digesta (31). Altusio reivindica la autonoma de lopoltico y afirma tambin que la soberana (jus majestatis) es el alma de la

    comunidad poltica. Pero, al contrario que Bodino, concibe la sociedad buena

    como un ordenamiento armonioso de asociaciones naturales, y sostiene que la

    soberana de los Estados nunca deja de pertenecer al pueblo. En la base de su

    construccin terica sita la nocin fundamental de consociatio symbiotica, es

    decir, la asociacin orgnica de individuos que viven en sociedad. La vida

    poltica queda as definida como una simbiosis basada en un lazo social

    establecido por la necesidad innata que empuja a los hombres a poner en comn

    las cosas tiles y necesarias (mutua communicatio). Altusio enumera despus las

    diversas formas de consociatio, es decir, los diferentes tipos de comunidad,

    ordenados por grados de complejidad creciente. El rasgo comn ded cada una

    de estas comunidades, y al mismo tiempo el secreto de su prosperidad, es la

    densidad social o cohesin interna que resulta del acuerdo entre sus miembros.

    Las comunidades mixtas o cuerpos polticos, como la villa o la ciudad, son

    comunidades pblicas formadas por la reunin de varias comunidades primarias

    en politeuma, es decir, en unidades polticas dotadas de autonoma cvica. Los

    miembros de una politeuma son los ciudadanos, no como individuos, sino comosimbiotas que ya tienen la experiencia de las comunidades primarias. As

    definido, el cuerpo cvico no est formado por individuos, sino por comunidades

    (32). El Estado o consociatio symbiotica universalis (o tambin respublica) es la

    comunidad de derecho que resulta del consenso de los miembros del cuerpo

    poltico, especialmente de las provincias. Su fin es estimular la vida social, a

    partir de una escala de autoridad ascendente donde las instituciones superiores

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    se apoyan sobre el consentimiento de las asociaciones locales. Altusio subraya

    que la soberana es un derecho indivisible, inalienable e intransferible: contra la

    opinin de Bodino y los jurisconsultos, que sostenan que los reyes son

    soberanos en el Estado, el de Westaflia insiste en que el derecho de majestad

    no puede ser cedido, abandonado ni alienado bajo ningn pretexto. Esto

    significa que el soberano, que es el pueblo, debe ser distinguido del prncipe,que no es sino su mandatario, de tal suerte que no cabe privar al pueblo del

    ejercicio de la soberana so riesgo de destruir la sociedad poltica (33). Estado y

    soberana pueden as coincidir: el uno constituye el aspecto jurdico y el otro el

    aspecto poltico y social de una misma realidad, a saber, la del pueblo

    organizado bajo la forma federativa de comunidades orgnicas (simbiticas).

    Es sabido lo que vino despus. En Francia, la nacin se edifica afirmndose

    a la vez contra el Imperio germnico, la Iglesia romana y la potencia espaola,

    bajo el doble signo del absolutismo centralizador y del ascenso de las clasesburguesas. Esta evolucin, emprendida con los legistas de Felipe el Bello, se

    acelera a partir de Luis XI y de Francisco I. En 1715, el Parlamento de Paris

    proclama que el rey es la imagen visible de Dios sobre la Tierra. Ms tafde, la

    Revolucin, que despoja al rey de su soberana para transferirla a la nacin, no

    hace sino acentuar su peso: en el Antiguo Rgimen la soberana representaba la

    plenitud del poder de la voluntad de un hombre, pero ahora se convierte en

    poder impersonal absoluto(34). En todo este proceso el Estado mantiene el

    papel fundamental. Jacques Krynen ha demostrado que el concepto de Corona,

    independientemente de los de rex y regnum, prefigura el concepto de Estado

    (35). Cuando Luis XIV dice El Estado soy yo quiere decir, precisamente, que

    no hay nada entre l y sus sbditos. En Francia, pues, es el Estado quien crea a

    la nacin, la cual produce a su vez al pueblo francs, mientras que en los

    pases de tradicin imperial ser el pueblo quien crear la nacin, la cual se

    dotar de un Estado. La diferencia entre la nacin y el Imperio permite explicar

    estos dos modos, completamente opuestos, de construccin histrica. Como se

    ha dicho frecuentemente, la historia de Francia ha sido una perpetua lucha

    contra el Imperio: la poltica secular de la monarqua francesa aspir ante todo adividir los espacios germnico e italiano, y la Repblica, a partir de 1792,

    retomar los mismos objetivos, a saber, lucha contra la casa de Austria y

    conquista del Rhin.

    3

    Pero la oposicin entre principio espiritual y poder territorial no es la nica que

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    hay que tener en cuenta. Otra diferencia esencial reside en la forma en que el

    Imperio y la nacin conciben la unidad poltica. La unidad del Imperio no es una

    unidad mecnica, sino una unidad compuesta, orgnica, que excede

    ampliamente el marco de los estados. El Imperio, en la misma medida en que

    encarna ante todo un principio, entiende la unidad en el nivel de ese principio.

    Mientras que la nacin engendra su propia cultura o se apoya en ella paraformarse, el Imperio engloba culturas variadas. Mientras que la nacin persigue

    una estrecha correspondencia entre pueblo y Estado, el imperio asocia por

    definicin puelos diferentes. Por naturaleza -escribe Maurice Duverger- los

    imperios son plurinacionales. Reunen diversas etnias, diversas comunidades,

    diversas culturas, antes separadas, siempre distintas (...) Para mantener un

    imperio es preciso que su unidad aporte ventajas a los pueblos que engloba, y

    que cada uno conserve su identidad. Es necesaria una centralizacin

    administrativa y militar para ipedir las revueltas de las clases dominadas y latransformacin de los gobiernos locales en feudos independientes. Es

    indispensable la autonoma para que todas las etnias puedan mantener su

    cultura, su lengua, sus costumbres. Es preciso, por ltimo, que cada comunidad

    y cada individuo tengan conciencia de lo que ganan permaneciendo en el

    conjunto imperial, en vez de vivir separadamente (36). El propio principio de

    Imperio, en otros trminos, implica implica una conciliacin de lo uno y lo

    mltiple, de lo universal y lo particular. Su ley general es la de la autonoma y el

    respeto a la diferencia, a travs de una aplicacin estricta del principio de

    subsidiariedad. Este principio, que desde la Edad Media reposa sobre una clara

    percepcin del reparto de competencias entre el poder preeminente (plenitudo

    potestatis) y los poderes delegados en los niveles subordinados (potestas

    limitata), permite asegurar el equilibrio entre dos tendencias fundamentales: la

    tendencia centripeta (la exigencia de libertad) y la tendencia centrfuga (la

    necesidad de unidad). Por ejemplo -seala Antoine Winckler-, cuando leemos

    las descripciones histricas del Sacro Imperio entre los siglos XII y XIV, en la

    Constitucin de Carlos IV de Luxemburgo (la Bula de oro), observamos un

    complejo reparto de poderes delagados entre centros polticos ms o menossubordinados; se trata de un sistema muy complejo entre Estados mediatizados

    y prncipes electores en el marco de una teora poltica que opone los conceptos

    de Landesherrschaft y Landeshoheit, donde el primero es una delegacin del

    poder poltico para la gestin de una parte del territorio, mientras que

    Landeshoheit, por el contrario, se acerca mucho ms a la idea de soberana.

    Igualmente, en el cuerpo poltico del Imperio hay una organizacin muy

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    elaborada de poderes intermedios y de esferas de influencia mutua (37).

    El Imperio aspira a lograr la unificacin en un nivel superior sin suprimir la

    diversidad de culturas, de etnias y de pueblos. Quiere asociar pueblos diversos

    en una comunidad de destino sin por ello reducirlos a lo idntico. Es un todo

    cuyas partes tanto s autnomas cuanto ms solido es lo que las une -y esas

    partes que lo constituyen siguen siendo conjuntos orgnicos diferenciados.Moeller van den Bruck pona al Imperio bajo el signo de la unidad de contrarios,

    y sta es, en efecto, una buena imagen. Julius Evola, por su parte, defina el

    Iperio como una organizacin supranacional de un gnero tal que la unidad no

    acta en la direccin de destruir y nivelar la multiplicidad tnica y cultural que

    engloba (38). Es la imagen clsica de la universitas, por oposicin a la societas

    unitaria y centralizada. La diferencia no queda abolida, sino que es integrada.

    A este respecto, el ejemplo del Imperio Romano es particularmente

    llamativo. Su fundamento es religioso. La justificacin del poder imperial reposaa la vez sobre el mrito del emperador y sobre la proteccin de los dioses, en

    recto linaje de la tradicin monrquica helenstica inaugurada por Alejando

    Magno. El principio de imperio, activo ya en la Roma republicana, expresa la

    voluntad de instaurar en la Tierra un modelo de orden y de equilibrio que es

    reflejo de una armona csmica siempre amenazada. Csar, fundador del

    Imperio, reune en su persona el poder del imperator y las prerrogativas del

    pontifex maximus. Este ltimo, jefe del colegio de pontfices instituido por

    Numa, es cabeza del culto y sacrficador supremo: nombra a los sacerdotes,

    supervisa el desarrollo de las ceremonias, mantiene el culto de Penates pblicos

    y fija el calendario litrgico, as como los ritos y las obligaciones religiosas

    oficiales. El propio emperador es considerado como praesens deus, y el triunfo

    que le est reserado le identifica con Jpiter Capitolino, cuyo teplo marca en

    Roa la meta de la procesin imperial (39).

    En el apogeo del Imperio, Roma representa un principio que permite reunir

    pueblos diferentes sin que ello suponga su conversin ni su supresin.

    Respetuoso con la diversidad de los hombres, de las instituciones y de las

    culturas, el imperio romano supo encontrar soluciones originales al complejoproblema planteado por la cohabitacin en una misma estructura poltica de

    diferentes lenguas, culturas, creencias y sistemas jurdicos. Durante por lo

    menos cuatro siglos, supo hacer vivir a grupos heterogneos asignando a sus

    dirigentes objetivos comunes que a la mayora les parecieron envidiables.

    Aunque la extensin del Imperio naci de la conquista, nunca entra la

    uniformizacin. En el seno de las provincias, las ciudades, las tribus y las

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    comunidades aldeanas cnservaron su modo de vida. Roma nunca intentar

    imponer un modelo nico de organizacin local sobre el patrn del municipio o

    la colonia al estilo italiano. En las tierras del Imperio, las nicas tareas de los

    funcionarios romanos son el mantenimiento del orden, la proteccin de las

    fronteras y la percepcin de los impuestos, mientras que la administracin local

    descansa esencialmente sobre las esructuras indgenas y los dirigentes locales.Y si se escogi atribuir a las elites indgenas las tareas de la administracin

    local no fue para paliar una incapacidad material de la administracin central

    -precisa Maurice Sartre sobre este punto-. Al contrario, creo que aqu estamos

    ante una concepcin propiamente romana (y, ms all, helenstica) del Estado,

    que no se asigna a s mismo ms que un mnimo de tareas tiles para su

    mantenimiento o para su poder (40). Esa descentralizacin explica que la alta

    administracin imperial haya descansado siempre sobre un nmero

    extraordinariamente limitado de funcionarios: en Roma nunca hubo ms desetecientos altos responsables trabajando al mismo tiempo.

    El Imperio romano no invoca a dioses exclusivos o celosos: admite con

    naturalidad las innumerables divinidades, conocidas o desconocidas, a las que

    rinden culto sus pueblos. La tolerancia religiosa es la regla, como en todo el

    mundo antiguo: Si cada cual puede venerar a sus propios dioses, todos

    consideran que los dioses ajenos no son menos dioses que los propios (Maurice

    Sartre). El culto imperial tampoco constituye un cebo para la unificacin

    religiosa: Heredero del culto real de la poca helenstica, naci de iniciativas

    provinciales (griegos de Asia y de Bitinia) y encontr vivas reticencias por parte

    de Augusto y sus primeros sucesores (Tiberio, Claudio). Si bien acab por

    imponerse y fue organizada en el nivel provincial, nunca fue considerada como

    una obligacin individual. No se le puede denegar todo contenido religioso, pero

    sobre todo es, de ehcho, la expresin de la lealtad de los notables y un medio de

    afirmar la cohesin de las diversas comunidades en torno a la persona imperial

    (41). Lo mismo ocurre en el terreno lingstico. Desde Claudio hay en Roma una

    doble cancillera imperial, una en latn y otra en griego, mientras las lenguas

    indgenas continuan utilizndose en todas partes. En Siria, por ejemplo, se hablatanto las dos lenguas oficiales como el fenicio, el rabe y el arameo. Hasta

    mediados del siglo III, Roma reconoce tambin la pluralidad de las monedas en

    el Mediterrpaneo oriental: junto a la moneda imperial circulan monedas

    provinciales y municipales, lo cual significa que las ciudades conservaban su

    provilegio regaliano de emitir su propio dinero. Tampoco nadie pretendi nunca

    unificar los estatutos individuales al menos hasta el edicto de 212, que atribua

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    la ciudadana romana a todos los habitantes libres del Imperio (y cuyos

    objetivos, por otra parte, no eran tanto lograr la integracin como aumentar la

    recaudacin fiscal). El derecho romano, codificado antes de que empiece el

    suiglo III, nunca ser impuesto a los nuevos sbditos del Imperio; slo prevalece

    en las relaciones entre individuos de pueblos diferentes o en los contenciosos

    entre las ciudades. Slo los edictos imperiales priman sobre reglas localeseventualmente contrarias. Todo pueblo es libre para conservar sus ritos y

    organizar su ciudad segn sus propios usos y costumbres, mientras que todo

    individuo puede recurrir al procedimiento romano y apelar a la justicia imperial.

    De ah resulta una yuxtaposicin de derechos y una multiplicidad de fuentes

    jurdicas, as como la posibilidad para una misma persona de acudir a varios

    derechos a la vez. Los derechos indgenas -observa Maurice Sartre-

    sobrevivieron y continuaron aplicndose en las diversas comunidades que

    constituan el Imperio: derecho griego en Egipto (en realidad, derechoindgena cruzado con derecho griego), derecho de las ciudades griegas en el

    Mediterrno oriental, derecho de tal o cual tribu en Mauritania o en Arabia,

    derecho judo (Torah) para los judos (42).

    Maurice sartre concluye as: Si tuviramos que quedarnos con una sola

    leccin de la historia del Imperio romano, podra ser la siguiente: la cohesin de

    un conjunto tan dispar reposa sobre el respeto de las estructuras locales

    responsables de la gestin de la vida cotidiana, guardianes de las tradiciones,

    pero tambin gestoras de lo que todos consideran como la esencia misma de la

    vida en comunidad (...) A fin de cuentas, el respeto a las identidades culturales

    importa ms, a largo plazo, que el xito econmico o los imperativos

    estratgicos; en el largo plazo, si el Imperio se mantiene no es porque los

    pueblos que lo componen se sientan econmicamente solidarios o decidan

    defenderse juntos contra una amenaza exterior, sino, ante todo, porque se han

    impuesto a s mismos un modelo de civilizacin, una cultura y un sistema de

    valores que fundamentan su solidaridad y que merecen ser defendidos contra

    quienes lo amenazan, ya sea desde el exterior (los brbaros) o desde el interior

    (sobre todo, los cristianos) (43).Arnold Toynbee tambin haba constatado que el principio de pertenencia al

    Imperio romano descansaba sobre una doble ciudadana que exiga la

    sumisin del ciudadano a la ciudad particular donde haba nacido y a la ms

    vasta administracin poltica que Roma haba creado (44). En otros trminos,

    se poda ser ciudadano romano sin abandonar la propia nacionalidad. Esta

    distincin entre lo que hoy llamamos nacionalidad y ciudadana es totalmente

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    ajena al espritu del Estado-nacin. En efecto, en una nacin abos trminos son

    sinnimos: todos los ciudadanos son igualmente nacionales, pues lo que funda

    la ciudadana es la pertenencia a la nacin. En el Imperio, por el contrario,

    diferentes nacionalidades comparten una misma ciudadana. El Reich medieval

    era fundamentalmente pluralista en la medida en que constitua una entidad

    supranacional basada sobre un principio superior al orden poltico. Asgaratizaba a las poblaciones el mantenimiento del modo de vida y de los usos

    que les eran propios. Y al mismo tiempo, tal complejo reparto de poderes tena

    como consecuencia lsa multiplicidad y la diversidad de obediencias y lealtades.

    En la Edad Media, subraya Daniel-Rops, un seor poda estar vinculado por

    juramento feudal al emperador germnico y por los intereses al Estado francs,

    sin dejar de desarrollar una cultura tradicional nacional. Lorena o Borgoa

    ofrecen bastantes buenos ejemplos de tales actitudes (45). En lenguaje

    moderno, diramos que este sistema se caracterizaba por un acentuadofederalismo, lo cual le permita, sobre todo, respetar a las minoras.

    Recordemos, por otra parte, que el imperio austro-hngaro ha funcionado con

    eficacia durante muchos siglos y que la suma de sus minoras formaba la

    mayora de la poblacin (60% del total), asociando tan pronto a italianos como a

    rumanos, judos, serbios, rutenos, alemanes, polacos, checos, croatas y

    hngaros. Jean Branger, que ha escrito su historia, observa a este respecto que

    los Habsburgo han sido siempre indiferentes al concepto de Estado-nacin,

    hasta el punto de que este imperio, fundado por la Casa de Austria, ha rehusado

    durante siglos crear una nacin austriaca, la cual no ha llegado a tomar

    cuerpo verdaderamente hasta el siglo XX (46).

    Inversamente, lo que caracteriza al reino nacional es su irresistible

    tendencia a la centralizacin y a la homogeneizacin. En la lgica del Imperio es

    impensable que una potencia superior ocupe el espacio de un poder

    subordinado, y ello precisamente en razn de la propia preeminencia de esa

    potencia superior; por el contrario, en la lgica del Estado nacional esa potencia

    tiende a asumir todas las tareas precisamente porque se ha afirmado como

    superior. La ocupAcin del espacio por el Estado-nacin se manifiesta, deentrada, por la produccin de un territorio sobre el que se ejerce una soberana

    poltica homogenea. Tal omogeneidad se deja aprehender, en un primer

    momento, a travs del derecho: la unidad territorial resulta de la uniformidad de

    las normas jurdicas. Ya hemos mencionado el papel de los legistas. La lucha

    secular de la monarqua contra la nobleza feudal, en particular bajo Luis XI; la

    aniquilacin de la civilizacin de los pases de lengua de oc, la supresin de las

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    lenguas regionales en los actos administrativos y la afirmacin del principio de

    centralizacin bajo Richelieu van, evidentemente, en el mismo sentido. Desde el

    siglo XII, con ayuda de los juristas, el rey se emplea a suprimir los cuerpos

    intermedios y a reducir la diversidad de obediencias. Un adagio de la poca reza

    as: El vasallo de mi vasallo no es mi vasallo. El rey redistribuir las

    fidelidades, los vasallajes y las obediencias con el fin de no tener sino vasallosdirectos. Los siglos XIV y XV marcan un viraje decisivo a este respecto En

    efecto, es en esta poca cuando el Estado sale victorioso de su lucha contra las

    aristocracias feudales y sella su alianza con la burguesa, al mismo tiempo que

    se establece un orden jurdico centralizado. Paralelamente, se observa la

    aparicin de un mercado econmico nacional que responde a la voluntad del

    Estado de maximizar sus ingresos fiscales gracias a la monetarizacin de todos

    los intercambios (los intercambios no mercantiles, intracomunitarios, eran hasta

    entonces inaprehensibles para el Estado). Tal emrgencia del mercado entraa asu vez todo un proceso de desocializacin en la medida en que permite al

    individuo afirmarse independientemente de sus vnculos de pertenencia. El

    Estado-nacin -precisa Pierre Rosanvallon- es un modo de composicin y de

    articulacin del espacio global. Igualmente, el mercado es ante todo un modo de

    representacin y de estructuracin del espacio social; slo secundariamente es

    un mecanismo de regulacin descentralizada de las actividades econmicas por

    el sistema de los precios. Desde este punto de vista, el Estado-nacin y el

    mercado remiten a una isma forma de socializacin de los individuos en el

    espacio, pues slo son posibles en una sociedad atomizada en la que el individuo

    es concebido como autnomo. No puede, pues, haber Estado-nacin y mercado,

    en sel sentido a la vez sociolgico y econmico de estos trminos, en espacios

    donde la sociedad se despliega como un ser social global (47).

    Por supuesto, existe una estrecha relacin entre esta centralizacin, cuyo

    teatro es Francia, y el hecho de que este pas sea tambin el ms artificial de

    todos los pases europeos: slo un poder autoritario centralizado poda reunir y

    antener en un mismo conjunto poltico realidades geogrficas, histricas y

    humanas tan dispares, y tambin tan poco proclives a reunirse por s mismas enun todo coherente. Ya en los aostreinta constataba Philippe Lamour que

    Francia no es una nacin natural. Es un Estado poltico construido por la unin

    de diversas regiones de caractersticas netamente diferentes, cuando no

    opuestas(...) Francia, tanto desde el punto de vista racial como desde el punto

    de vista del clima, tanto desde el punto de vista lingstico como desde el punto

    de vista territorial, es un Estado artificial y heterogeneo (48). Emmanuel Todd

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    y Herv Le Bras han formulado recientemente una constatacin anloga:

    Francia no es ni celta, ni latina, ni germnica. Encricujada tnica de Europa,

    Francia es incapaz de decirnos cul de estos orpigenes ha sido preponderante.

    Pero Francia sabe muy bien, por contra, hasta qu punto sus teperamentos

    regionales, normandos o provenzales, auverneses o bretones, son radicalmente

    diferentes, casi contradictorios. La conclusin de estos autores es que lafundamental e irreductible heterogeneidad antropolgica de Francia

    constituye un caso nico en Europa: Francia no es, como la mayor parte de los

    pases de Europa, una nacin tnica, segn la expresin utilizada en el siglo

    XIX (...) En el plano de las estructuras familiares, hay tanta diferencia entre

    Normanda y el Lemosn como entre Italia e Inglaterra (49).

    Maurras, evidentemente, fabula cuando escribe que los franceses de hoy

    heredan veinte siglos de historia compartida. Lo que han heredado es, ms

    bien, una secuencia ininterrumpida de anexiones promovida por un Estado que,en el curso de los siglos, ha confundido contantemente el espacio de su poder y

    el de sus conquistas territoriales, las cuales entraaron la aculturacin forzada

    de las poblaciones conquistadas. Se alaba a los reyes de Francia por haber

    asimilado los pases conquistados -escriba Simone Wel-, pero la verdad es que,

    en muy buena medida, lo que hicieron fue desarraigarlos (50). Tanto en

    Occitania como en Bretaa, en Crcega, en Flandes, en el Pas Vasco o en

    Alsacia, el modelo francs de asimilacin ha funcionado siempre desde arriba,

    cavando una fosa entre la cultura de la elite y las culturas populares, lo que

    explica su lentitud en surtir efectos. En el plano lingstico, por ejemplo, el

    dialecto frncico se impuso muy lentamente como lengua del rey y lengua de

    Pars, incluso en la parte septentrional del reino. El modo en que el frncico

    sustituy poco a poco a los otros dialectos de lengua de ol en los textos

    literarios -subraya Suzanne Citron- ha sido enmascarado por el imperialismo

    cultural que acompa al desarrollo de la monarqua absoluta en el siglo XVI,

    relevado por la concepcin centralizadora y el imperialismo lingstico

    republicanos (51). En 1539, el edicto de Villers-Cotterets oficializa solamente

    la francizacin de los actos administrativos y de la escritura pblica en lospases de oc. En vsperas de la Revolucin, Turgot ver todava a Francia

    constituida por varias naciones, mientras que Mirabeau, el autor del

    Llamamiento a la ancin provenzal, la describir como una agregacin

    inconstituida de pueblos desunidos. En 1789, en el momento en que se

    preparan los Cuadernos de los Estados Generales, los representantes de

    numerosas regiones subrayarn que stas estn en el reino, pero no son del

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    reino; Alsacia y Lorena, por su parte, afirman que quieren mantenerse como

    provincias extranjeras efectivas.

    4

    En el siglo XVIII, la monarqua absoluta sucumbir a la crisis de

    concienciade las elites intelectuales trabajadas por la flosofa de las Luces.Pero la crisis se incubaba al menos desde Luis XIV, cuya poltica de prestigio,

    que consista en humillar a los otros soberanos (el papa, el rey de Espaa, el

    duque de Lorena) y en desplegar sus fuerzas en guerras de magnificencia, tuvo

    por efecto el separar poco a poco a Francia de todos sus aliados para

    transformarlos en adversarios. El reinado de Luis XIV, que se sald con la ruina

    de las finanzas y una serie de desastres militares, fue tambin testigo de la

    culminacin del absolutismo real y de la centralizacin. El rey rompi las ltimas

    feudalidades para dar una conciencia comn a los habitantes del reino, mientraspona a trabajar exclusivamente para s a un grupo de grandes funcionarios

    nacidos de la burguesa. No hay duda de que, por esa va, el absolutismo

    monrquico abri el camino a las revoluciones nacionales burguesas. La

    Revolucin era inevitable desde el momento en que, rotas por Luis XIV las

    ltimas resistencias de la nobleza, la burguesa pudo a su vez pretender

    liberarse de toda coaccin poltico-econmica -y reivindicar de derecho un poder

    poltico que ya posea de hecho en lo econmico. Cubierto el camino -escribe

    Pierre Fouygerollas-, la alianza monrquico-burguesa se deshizo para dejar paso

    a la sublevacin de la burguesa, implicando junto a ella a las masas campesinas

    contra la monarqua absoluta que anteriormente le haba servido de capullo. Y

    aade Bernard Charbonneau: En su empresa de centralizacin y de unificacin

    (por no decir uniformizacin o Gleichschaltung), la monarqua, cuya mxima

    expresin fue la monarqua francesa, era la aliada natural de la burguesa. El

    da en que esta alianza se rompi, la monarqua estuvo perdida (52).

    Pero tampoco cabe duda de que la Revolucin, en muchos aspectos, no hizo

    sino proseguir y acentuar tendencias que ya estaban presentes bajo el Antiguo

    Rgimen. Es lo que constataba Tocqueville cuando escriba: La Revolucinfrancesa ha creado una multitud de cosas accesorias y secundarias, pero no ha

    hecho sino desarrollar el germen de las cosas principales, que ya existan antes

    que ella (...) En Francia el poder central ya se haba apoderado, ms que en

    ningn otro pas del mundo, de la adinistracin local. La Revolucin slo ha

    hecho este poder ms hbil, ms fuerte, ms eprendedor (53). La misma

    constatacin hallamos en Karl Marx: La primera Revolucin francesa, que se

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    atribuy la tarea de rompero todos los poderes independientes, locales,

    teritoriales y municipales, para crear la unidad burguesa de la nacin, deba

    necesariamente desarrollar la obra de la monarqua absoluta: la centralizacin,

    pero tambin extender los atributos y el aparato del poder gubernamental (54).

    Tanto bajo la monarqua coo bajo la repblica, lalgica nacional consiste, en

    efecto, en eliminar cualquier obstculo entre el Estado nacional y los individuos.Su objetivo es integrar de forma unitaria a unos individuos sometidos a las

    mismas leyes, no reunir colectividades libres de conservar su lengua, su cultura

    y sus derechos. Y como el Estado solo puede ejercer eficazmente su poder

    cuando acta sobre sujetos individuales, no cejar en destruir o limitar los

    poderes de todas las formas intermediarias de socializacin: clanes familiares,

    comunidades ciudadanas, cofradas, gremios, etc. La prohibicin de las

    corporaciones, en 1791 (ley Le Chapelier), encuentra su oprecedente en la

    supresin por Francisco I, en 1539, de todas las cofradas de oficios yartesanos en todo el reino, decisin que, en la poca, se diriga principalmente

    contra los miembros de las sociedades llamadas del Deber. Luis XIV, en su

    majestad -escribe Bertrand de Jouvenel-, no es ms que un revolucionario que

    ha triunfado: un primer Napolen que ha sacado provecho de un primer

    jacobinismo simplificador e incluso terrorista. Este jacobinismo ha emancipado

    al Soberano, invirtiendo el anterior imperio de la vieja ley (55).

    La Revolucin acelera el movimiento. Afirmado con fuerza el principio de la

    nacin, queda construirla. La nacin no existe entonces -observa Pierre

    Rosanvallon- sino como una formidable potencia crtica, una referencia para la

    accin. Cmo dar un rostro y un alma a esta figura abstracta que ya no puede

    ser asimilada a una estructura orgnica, a un agregado jerrquico de cuerpos

    intermedios? (56). La respuesta ser una homogeneizacin todava mayor. La

    nacin va a ser construida de forma racionalista. La remodelacin del territorio

    (febrero de 1790) en departamentos casi iguales, la lucha contra el espritu de

    la provincia, la supresin de los particularismos culturales, la ofensiva contra

    las lenguas regionales y los patois, as como la uniformizacin del sistea de

    pesos y medidas, traducen as una verdadera obsesin por lo nico que seexpresa a travs de la normalizacin y el alineamiento de las provincias y los

    estados, de los cuerpos y las inteligencias, de las curiosidades y los

    comportamientos. Hay que suprimir cualquier diferencia e instaurar por todas

    partes una igualdad geomtrica. Esta obsesin queda especialmente puesta de

    manifiesto en Siys, que se emplea a condenar toda autonoma local y regional:

    Francia no debe ser una agregado de pequeas naciones (...) Francia no es una

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    coleccin de Estados (...) Eso sera tanto como despedazar, desgarrar Francia

    en una infinidad de pequeas democracias que quedaran vinculadas despus

    por los lazos de una confederain general. El objetivo -escribe Rosanvallon- es

    manifestar que el ciudadano, como miembro de la nacin, no se confunde con el

    hombre concreto y sus necesidades; que el ciudadano slo existe por encima de

    lo que le diferencia de los otros hombres, como vector puro de la igualdad civil(57). Francia se espacializa: se convierte en un espacio homogeneo donde han

    de reabsorberse los particularismos. La divisin departamental responde a una

    voluntad de abolir todo recuerdo de la historia. Todo ha de ser nuevo en

    Francia -declara Barrre-; queremos datar de hoy y slo de hoy (58). Una

    nueva divisin del territorio -precisa Duquesnoy el 4 de noviembre de 1789-

    debe producir sobre todo el bien inestimable de fundir el espritu local y

    particular en espritu nacional y pblico; debe hacer franceses de todos los

    habitantes de este imperio, esos que, hasta hoy, no han sido ms queprovenzales, normandos, parisinos o loreneses. En 1792, destituido el Rey, la

    Convencin proclama la Repblica una e indivisible, principio que en primer

    lugar ser aplicado a la representacin nacional. El 27 de noviembre de 1792,

    en su informa sobre la anexin de la Saboya, el abad Grgoire afirma que el

    sistema federativo sera la sentencia de muerte de la Repblica francesa. Dos

    aos ms tarde, presenta a la Convencin su clebre Infore sobre la necesidad y

    los medios de aniquilar los dialectos y universalizar el uso de la lengua francesa.

    A los ojos del Comit de Salvacin Pblica, la diversidad de las lenguas

    regionales constituye un federalismo lingstico que hay que romper

    enteramente, sobre todo en las zonas fronterizas (59). Haciendo de la

    indivisibilidad la carta suprema de la Repblica -constata Suzanne Citron- la

    Convencin desencadena el engranaje totalitario anclado en la monarqua

    absoluta(60). La Repblica erradicar a la Vende como la monarqua haba

    erradicado a los judos, los ctaros y los hugonotes. Para retomar la vieja

    distincin de Tnnies, la nacin moderna surge del advenimiento de la sociedad

    sobre las ruinas de las antiguas comunidades.

    As pues, mientras que el Imperio exige el mantenimiento de la diversidadde los grupos, la nacin no conoce ms que individuos. Uno es miembro del

    Imperio de forma mediata, a travs de una cantidad de estructuras intermedias;

    pero a la nacin se pertenece de forma inmediata, sin que medien pertenencias

    locales, cuerpos o estados. Siys lo dice expresamente: la voluntad de una

    nacin es el resultado de las voluntades individuales, al igual que la nacin es

    el agregado de los individuos (61). Mientras que la centralizacin monrquica

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    era esencialmente jurdica y poltica, enfocada solamente al trabajo de

    construccin del Estado, la centralizacin revolucionaria, que acompaa al

    nacimiento de la nacin moderna, ir ms lejos: se propone directamente

    producir la nacin, es decir, engendrar comportamientos sociales inditos. El

    Estado se transforma as en productor de lo social -y productor monopolstico:

    aspira a instalar una sociedad de individuos reconocidos como civilmenteiguales sobre las ruinas de los cuerpos intermedios que ha suprimido (62). Jean

    Baechler lo subraya cuando escribe que en la nacin todos los grupos

    intermedios entre el elemento y el conjunto pueden seguir vivos, pero son

    percibidos como no pertinentes desde el punto de vista de la nacin (...) Una

    nacin est compuesta por individuos, es decir, que las unidades de accin que

    fundamentan el conjunto no estn mediatizadas por nada. Cualquier otro grupo

    tiende a ser secundario o subordinado (63). La instalacin de la nacin, seala

    a su vez Ernst Gellner, pasa por el emplazamiento de una sociedad annima eimpersonal, compuesta por individuos atomizados e intercambiables cuya

    cohesin depende sobre todo de una cultura comn de este gnero, all donde

    exista una estructura compleja de grupos locales, modelados por una cultura

    popular cuya reproduccin era asegurada localmente por los propios micro-

    grupos y respetando los particularismos (64). Por eso Louis Dumont estima

    tener razones para ver la nacin como un pseudo-holismo y el nacionalismo

    como una simple transferencia de la subjetividad propia del individualismo

    moderno al nivel de una colectividad abstracta: La nacin en el sentido preciso,

    moderno del trmino, y el nacionalismo -distinto del simple patriotismo-, van

    histricamente de la mano con el individualismo como valor. La nacin es

    precisamente el tipo de sociedad global que corresponde al reino del

    individualismo como valor. No slo lo acompaa histricamente, sino que la

    ainterdependencia entre ambos se impone, de manera que podemos decir que la

    nacin es la sociedad global compuesta por gentes que se consideran a s

    mismas individuos (65). Esta componente individualista es un rasgo central del

    Estado-nacin. Y permite ver hasta qu punto resulta contradictorio querer

    fundar sobre la idea de nacin un anti-individualismo consecuente.A este indiidualismo que impregna la lgica de la nacin se opone el holismo

    real de la construccin imperial, donde el individuo no es arancado de sus

    comunidades naturales y donde cada nivel de pertenencia mantiene su

    soberana sobre cuanto cabe dentro del orden de sus competencias. Pierre

    Fouygerollas resume la situacin en estos trminos: En ruptura con las

    sociedades medievales, que comportaban una identidad bipolar -la de las races

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    tnicas y la de la comunidad de los creyentes-, las naciones modernas se han

    constituido como sociedades cerradas donde la nica identidad oficial es la que

    el Estado confiere a los ciudadanos. As la nacin ha sido, por su nacimiento y

    sus findamentos, un anti-Imperio. En el origen de los Pases Bajos estuvo la

    ruptura con el imperio de los Austrias; en el origen de Inglaterra, la ruptura con

    Roma y el establecimiento de una religin nacional. Espaa no se castellanizhasta que escap del dominio del sistema de los Habsburgo, y Francia,

    lentamente constituida como nacionalidad contra el imperio romano-germnico,

    se erigi en nacin combatiendo contra las fuerzas tradicionales de Europa

    entera (66).

    Aadamos que al contrario que la nacin, que al hilo de los siglos ha ido

    definindose cada vez s por unas fronteras intangibles, el Imperio no se

    presenta jams como una totalidad cerrada. Sus fronteras son por naturaleza

    mviles, provisionales, lo que traduce su carcter orgnico. Por otra parte, essabido que, originalmente, la palabra frontera tena un sentido exclusivamente

    militar: la lnea de frente (y de ah la expresin hacer frontera). En Francia, la

    palabra frontera sustituy al trmino marca, comnmente empleado hasta

    entonces, en el siglo XIV, bajo el reinado de Luis X el Obstinado. Pero habrn de

    pasar todaa cuatro siglos para que adopte su sentido actual de delimitacin

    rgida entre dos Estados: el trmino no aparece prcticamente nunca en los

    tratados negociados por Luis XIV (en esta poca los territorios no eran

    propiamente anexionados, sino que se separaban del feudo de una corona para

    pasar al de otra). Sealemos tambin que, contrariamente a la leyenda, la idea

    de frontera natural, basada en la definicin de la Galia por Csar y empleada a

    veces por los legistas del siglo XV, nunca inspir la poltica exterior de la

    monarqua, y que atribuir su paternidad a Richelieu o a Vauban es, siplemente,

    un error. Fue slo con la Revolucin cuando esta idea, particularmente dudosa

    en el caso de un pas tan poco natural como Francia, empez a ser

    sistemticamente instrumentalizada con fines estratgicos. Bajo la Convencin,

    los girondinos la utilizarn para legitimar la fijacin de la frontera oriental en la

    orillaizquierda del Rhin. Danton recurrir a ella el 31 de enero de 1793 parajustificar la anexin de Blgica: Los lmites de Francia estn marcados por la

    naturaleza (67).

    Fue tambin la Convencin, por otra parte, la que sent las bases del

    nacionalismo moderno en sus rasgos ms agresivos. Sin embargo, la Revolucin,

    en origen, haba repudiado toda idea de conquista. Para Mably, el amor por la

    patria era una etapa en el recorrido inicitico que lleva al amor a la humanidad

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    entera. En el orden poltico -ecriba Carnot-, las naciones son entre s como los

    individuos en el orden social; unas y otros tienen sus respectivos derechos (...)

    La ley natural quiere que tales derechos sean respetados (...) Tenemos

    porprincipio que todo pueblos, sea cual fuere la exigidad del pas que habita,

    es absolutamente dueo de s en su tierra, que es igual en derecho al pueblo

    ms grande, y que ningn otro puede legtimamente atentar contra suindependencia. Todo cambia a partir de 1792, cuando el odio al extranjero se

    convierte en el resorte principal del terror. A partir de entonces ya no se puede

    ser, como en 1789, alemn de lengua y patriota de corazn, pues, dice

    Barrre, la emigracin y el odio a la Repblica hablan alemn. En el otoo de

    1793, la denuncia de Fabre dglantine sobre la conspiracin extranjera lleva

    a Robespierre a excluir de la Convencin al americano Thomas Paine, que es

    internadoen la prisin ded Luxemburgo, y al prusiano Anacharsis Cloots. Este

    ltimo, que en la fiesta de la Federacin haba encabezado una delegacin deextranjeros en representacin del gnero humano, declaraba el 24 de abril de

    1793 que las denominaciones francs y universal van a convertirse en

    sinnimos, que la repblica del gnero humano no tendr jams disputa con

    nadie y que la Asamblea Nacional francesa es un resuen del mapa-mundi de

    los filntropos. Pocos meses despus, pasaba bajo la guillotina. Podemos

    mirar como patriota a un barn alemn?, exclamar Robespierre. El reino del

    extranjero pasa a confundirse con el de los tiranos, lo cual tiene como

    consecuencia inbmediata el reanimar el espritu de conquista. La Repblica

    -declara Merlin de Douai- puede y debe tanto retener a ttulo de conquista como

    adquirir mediente tratado los pases que considere conveniente, sin consultar a

    sus habitantes. Otra consecuencia capital es que la aristocracia, en tanto que

    defensora de un rgimen infamante, aparece como un extranjero del interior,

    expresin que los nacionalistas ya no dejarn de usar. El aristcrata aparece

    incluso como doblemente extranjero, primero como descendiente del invasor

    franco, que desde hace quince siglos vive a expensas de la nacin gala (68), y

    despus porque no pertenece al cuerpo de la nacin,ya que la nobleza, segn

    explicaba Siys, constituye un pueblo aparte, pero un falso pueblo, es decir,un parsito colectivo. As Barrre podr declarar de un slo movimiento que los

    aristcratas no tienen patria y que son extranjeros entre nosotros, mientras

    que Saint-Just, estimatizando a los extranjeros, denuncia a la vez a quienes no

    son frAnceses y a quienes combaten los valores de la Revolucin Todos los

    referentes del nacionalismo moderno aparecen, pues, al mismo tiemop: la

    nacin concebida como absoluto, el mito de la conspiracin del extranjero y el

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    tema del enemigo interior (69).

    Universal en su principio y en su vocacin, el Imperio no es, sin embargo,

    universalista en el sentido que corrientemente se da a este trmino. Su

    universalidad jams ha significado vocacin de extenderse a la Tierra entera.

    Ms bien se vincula a la idea de un orden equitativo que aspira a federar

    pueblos del mismo origen, sobre la base de una rganizacin poltica concreta, almargen de cualquier perspectiva de conversin o de nivelacin. El Imperio,

    desde este punto de vista, es completamente distinto de un hipottico Estado

    mundial o de la idea de que podran existir principios jurdico-polticos

    universalmente validos en todo tiempo y en todo lugar.

    El universalismo est directamente ligado al indiidualismo (la humanidad

    percibida como simple adicin de tomos individuales), y el universalismo

    poltico moderno debe ser pensado a partir de la raiz individualista del Estado-

    nacin. En efecto, la experiencia histrica muestra que el nacionalismo revistefrecuentemente la forma de un particularismo hinchado hasta alcanzar las

    dimensiones de lo universal. As, en numerosas ocasiones, la nacin francesa se

    ha definido como la ms universal de las naciones, y de la supuesta

    universalidad de su modelo nacional ha pretendido deducir su derecho a

    extender por el mundo los principios que la haban instituido. El espritu

    francs, seala Ernst Curtius, considera Francia como una abreviacin del

    mundo, como un microcosos completo en s mismo (...) Todas las pretensiones

    del universalismo han sido transferidas a la idea nacional, y sirvindose de su

    idea nacional ha pretendido Francia realizar un valor universal (70). En la

    poca en que Francia se pretenda la hija primognita de la Iglesia, el monje

    Guibert de Nogent, en su Gesta Dei per Francos, haca ya de los francos

    instruento de Dios, argumento que Felipe el Bello recupera para justificar sus

    pretensiones de independencia respecto al papa: Cristo encuentra en el reino

    de Francia, ms que en ningn otro pas una base estable para la fe cristiana

    (...) Por eso ha conferido ciertas prerrogativas excepcionales a la monarqua

    francesa y la ha separado de toda dependencia respecto a cualquier otra

    potencia que pretendiera hacer valer sus derechos sobre ella (71). A partir de1792, la idea motriz del imperialismo revolucionario ser que los principios de

    la Repblica son principios universales. Slo mi patria puede salvar al

    mundo, dir todava Michelet (72). Trabajar por ella (la cultura francesa) o

    defenderla en lo que tiene de especfico -responder Maurras como un eco-, es

    trabajar y defender el gnero humano, la humanidad (73). Desde entonces no

    han faltado voces autorizadas para asegurar que la idea francesa de nacin se

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    ordena conforme a la idea de humanidad (o de civilizacin), y eso es lo que la

    hara particularmente tolerante. Pretensin de la que seguramente podemos

    dudar, pues la propisicin se invierte: si la ancin se ordena conforma a la

    humanidad, es que la huanidad se ordena conforme a la nacin. Y el corolario es

    que quienes se oponen a ella queda excluidos ya no slo de una nacin

    particular, sino del gnero humano entero. Eso es precisamente lo que pas bajola Revolucin. En un prrimer momento, el advenimiento de la idea de nacin ha

    permitido proyectar hacia la alteridad al monarca y a su emanacin, la

    aristocracia, definindolos como ajenos al cuerpo nacional. Tras lo cual, y dado

    que la nacin haba sido asimilada a la humanidad, aristcratas y monarcas se

    ven excluidos del gnero humano. El universalismo revolucionario, basado en

    una concepcin abstracta de la humanidad y en la asimilacin de la nacin y lo

    universal, no poda sino denegar la cualidad de seres humanos a sus enemigos:

    cuando el extranjero impide a la humanidad constituirse como tal (74), eluniversalismo desemboca necesariamente en la expulsin de la humanidad de

    aquellos que han sido estigmatizados como extranjeros. Vemos as hasta qu

    punto es errneo no ver en el nacionalismo ms que un siple particularismo y

    considerar al universalismo como su anttesis absoluta, tal y como se ha hecho

    frecuentemente comparando Francia y Alemania (75). No hay que creer -deca

    Simone Weil- que lo que se ha llamado vocacin universal de Francia permita a

    los franceses obrar la conciliacin entre el patriotismo y los valores universales

    con ms facilidad que a otros. La verdad es la contraria (76).

    Estas precisiones permiten comprender por qu la denominacin de

    imperio debe ser reservada slo a las construcciones histricas que

    efectivamente merecen tal nombre, como el imperio romano, el imperio

    bizantino, el imperio romano-germnico, el imperio autro-hngaro o el imperio

    otomano. En modo alguno son verdaderos imperios, en els entido que acabamos

    de indicar, el imperio napolenico, el III Reich hitleriano, los imperios coloniales

    francs o britpanico, ni los imperialismos modernos de tipo americano o

    sovitico. Estos supuestos imperios, en efecto, no son sino construcciones que

    resultan de la accin de potencias implicadas en un simple proceso de expansinde su territorio nacional. Las grandes potencias no son imperios, sino naciones

    que simplemente buscan dilatarse a travs de la conquista militar, poltica,

    econmica o de cualquier otro gnero, hasta alcanzar dimensiones que excedan

    sus fronteras. As, en la poca de Napolen, el Imperio (trmino ya utilizado

    para designar a la monarqua antes de 1789, pero simplemente en el sentido de

    Estado) no es ms que una siple entidad nacional-estatal que busca afirmarse

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    en Europa como gran potencia hegemnica. Del mismo modo, el imperio de

    Bismarck, que tambin daba prioridad al Estado, buscaba ante todo crear la

    nacin alemana. Tambin se ha constatado con frecuencia el carcter a la vez

    moderno y estrechamente nacionalista del III Reich; Alexandre Kojve

    observaba que el eslogan hitleriano: Ein Reich, ein Volk, ein Fhrer no es ms

    que una -mala- traduccin en alemn del lema dela Revolucin francesa: laRepblica una e indivisible (77). Por otra parte, la incompatibilidad del sistema

    poltico hitleriano con la nocin de Imperio se haca ya transparente en su

    voluntad de Gleichschaltung jacobina y en su crtica radical de la ideologa de

    los cuepos intermedios y de los estados (Stnde) (78). Tambin en el imperio

    sovitico prevaleci siempre una visin centralista y reductora que implicaba un

    espacio poltico-econmico unificado y una concepcin de las autonomas locales

    cuando menos restrictiva. Respecto al modelo americano, que pretende

    convertir el mundo entero a un sistema homogneo de consumo material y deprcticas tecno-econmicas, mal vemos qu principio espiritual podra

    reivindicar si no es, precisamente, el de un universalismo religioso de origen

    bblico y puritano que, finalmente, no es ms que un etnocentrismo

    enmascarado.

    Los imperialismos modernos no han encarnado en nuestra poca la idea de

    iperio; lejos de tal cosa, precisamente la comprensin en profundidad de cuanto

    esta idea implica nos permite constatar hasta qu punto tales imperisliamos se

    han alejado de ella. Eso es lo que constataba Julius Evola cuando escriba: Sin

    un Morir para transformarse ninguna nacin puede aspirar a una misin

    imperial efectiva y legtima. No es posible encerrase en las propias

    caractersticas nacionales y despus pretender, sobre esa base, dominar el

    mundo o, ms simplemente, otras tierras (79). Y aada: Si las tentativas

    imperialistas de los tiempos modernos se han abortado, precipitando con

    frecuencia en la ruina a los pueblos que se haban entregado a ellas, o si han

    sido fuente de calamidades de todo gnero, es precisamente por la ausencia de

    todo elemento verdaderamente espiritual y, por tanto, suprapoltico y

    supranacional, y su sustitucin por la violencia de una fuerza que es superior ala que pretende sojuzgar, pero que no por ello es de distinta naturaleza. Si un

    imperio no es un imperio sagrado, entonces no es un imperio, sino una especie

    de cncer que ataca al conjunto de las funciones distintivas de un organismo

    vivo (80).

    5

  • 8/6/2019 Benoist, Alain de Nacion e Imperio

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    Para qu puede servir hoy una reflexin sobre el concepto de Imperio? No es

    una pura quimera desear el renacimiento de una construccin imperial

    conforme al espritu de sus orgenes? Algunos lo pensarn, probablemente. Y sin

    embargo, es un azar que el modelo del imperio romano no haya dejado de

    inspirar hasta nuestros das todas las tentativas de superacin del Estado-nacin

    (81)? Es un azar que en los momentos de angustia del pensamiento la idea deImperio (la Reichsgedanke) haya movilizado siempre la reflexin (82)? Y acaso

    no encontramos esa misma idea de Imperio subyacente en todos los debates

    actuales sobre la construccin europea?

    Para numerosos polticos y tericos, el Estado-nacin es una realidad

    insuperable. Desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, el

    jacobinismo es, en este sentido, la cosa mejor distribuida del mundo. As Charles

    Maurras, que defina la nacin como el ms vasto de los crculos comunitarios

    que en lo temporal puedan ser slidos y completos (83), profesaba que no haymarco poltico ms amplio que la nacin (84). Pero ya antes de la guerra,

    mientras Bernanos le reprochaba ser heredero de los antiguos legistas

    centralizadores y le tachaba de jacobino conservador (85), Thierry Maulnier

    le responda: El culto de la nacin no constituye en s mismo una respuesta,

    sino un refugio, una efusin mistificadora o, peor an, una temible diversin de

    los problemas interiores (86). En la otra punta del espectro poltico, Julien

    Benda defenda con el mismo vigor la idea de que la nacin francesa, desde el

    tiempo de los galos, nuncaaba dejado de tender hacia la unidad, respondiendo

    as a una pulsin interior casi metafsica (87). Maurras y Benda no han carecido

    de herederos. El nacionalismo francs es hoy ms jacobino que nunca (88). El

    nacionalismo -advertan Robert Aron y Arnauld Dandieu- es ms exigente cuanto

    ms hueco (89).

    Sin embargo, en la hora actual, lo esencial de lo que mueve el undo se

    expresa fuera del Estado-nacin. El marco de accin de ste se ve cuestionado,

    su esfera de decisin ha quedado desbordada. La nacin, podramos decir, est

    siendo contestada al mismo tiempo por arriba y por abajo. Por abajo, con la

    aparicin de nuevos movimientos sociales, la persistencia de los regionalismos ylos autonomismos, el desarrollo de fenmenos sociales que se le escapan, la

    aparicin de inditas formas de vida comunitarias, como si las estructuras

    intermedias de socialiacin rotas en su da por el Estado-nacin renacieran hoy

    bajo formas nuevas: el divorcio entre la sociedad civil y la clase poltica se

    traduce en la proliferacin de las redes y la multiplicacin de las tribus.

    Pero el Estado-nacin tambin se ve contestado por arriba: est siendo

  • 8/6/2019 Benoist, Alain de Nacion e Imperio

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    desposedo de sus poderes por el mercado mundial y la competencia

    internacional, por el desarrollo de instituciones europeas y supranacionales, por

    las burocracias intergubernamentales, los aparatos tecnocientficos, las redes

    mediticas planetarias, los grupos transnacionales de presin. Paralelamente, se

    constata la creciente extroversin de las economas a expensas de los mercados

    nacionales. Vemos cmo se multiplican los polos de mundialidad llamados off-shore, repartido