Bello y el Ser

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“Bello y el Ser” Había una vez una familia muy rica que tenía dos hijos y una hija. Sucedió que debido a la crisis, perdieron casi toda su fortuna, de manera que se vieron obligados a dejar su gran mansión y mudarse a una casita humilde en el campo. Los dos mayores, María y Pedro, se pasaban el día quejándose por tener que trabajar en lo que les salía, que sobre todo eran tareas del campo, que no se correspondían con sus estudios universitarios, y, porque ya no podían ir a las fiestas, como hacían antes. En cambio el pequeño, cuyo nombre era Bello, por su dulce rostro y su buen carácter, estaba siempre contento y se adaptaba bien a cualquier imprevisto que se le presentaba. Un día el matrimonio, padre y madre, se fueron a la ciudad a ver si encontraban trabajo. Cuando montaron en su Citröen Diane 6, preguntaron a su hija e hijos qué les gustaría tener, si ganaban suficiente dinero para traerles un regalo a cada uno. Sin apenas pensarlo, los dos mayores gritaron: -“Para mí unos pantalones Levis”, gritó Pedro. –“Y un reloj Viceroy para mí, gritó María. Sin embargo, Bello dijo: -Yo solamente quiero que volváis a casa sanos y salvos. Eso me basta. Su madre y su padre insistieron: -¡Oh, Bello, debe de haber algo que te apetezca!-Bueno, unas semillas de rosal con pétalos rojos para sembrarlas en el jardín y que así quedara más alegre. Me encanta la jardinería, ya lo sabéis; pero como estamos en invierno, comprenderé que no podáis encontrar ninguna. Dijo Bello. -Haremos todo cuanto podamos por complaceros a los tres, hija e hijos nuestros. Dijeron el padre y la madre. Diciendo esto emprendieron la marcha a todo gas. En la ciudad, todo le fue mal. No encontraron trabajo en ninguna parte. Los únicos regalos que pudieron comprar fueron frutas y chocolate para María, Bello y Pedro, y claro no consiguieron ninguna de las peticiones de los tres. Cuando regresaban a casa, su coche pinchó una rueda y tuvieron que parar. En ese momento, se desató una fuerte tormenta de nieve y la desgraciada pareja se encontró perdida en medio de un oscuro bosque. Buscando dónde cobijarse, observaron, a través de la ventisca, un gran muro y unas puertas con rejas de hierro forjado, bien cerradas. Al fondo del jardín, se veía una gran mansión con luces tenues en las ventanas. -Si pudieramos cobijarnos aquí...No habían terminado de hablar cuando las puertas se abrieron. El viento huracanado los empujó por el sendero hacia las escaleras de la casa. La puerta de entrada se abrió con un chirrido y apareció una mesa con unos candelabros y los manjares más tentadores.

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Cuento coeducativo basado en el popular "La Bella y la Bestia".Reformulado para trabajar programas de coeducación el aulas de Educación Infantil y Primaria.

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“Bello y el Ser”

Había una vez una familia muy rica que tenía dos hijos y una hija. Sucedió que

debido a la crisis, perdieron casi toda su fortuna, de manera que se vieron obligados a

dejar su gran mansión y mudarse a una casita humilde en el campo.

Los dos mayores, María y Pedro, se pasaban el día quejándose por tener que

trabajar en lo que les salía, que sobre todo eran tareas del campo, que no se

correspondían con sus estudios universitarios, y, porque ya no podían ir a las fiestas,

como hacían antes. En cambio el pequeño, cuyo nombre era Bello, por su dulce rostro y

su buen carácter, estaba siempre contento y se adaptaba bien a cualquier imprevisto que

se le presentaba.

Un día el matrimonio, padre y madre, se fueron a la ciudad a ver si encontraban

trabajo. Cuando montaron en su Citröen Diane 6, preguntaron a su hija e hijos qué les

gustaría tener, si ganaban suficiente dinero para traerles un regalo a cada uno. Sin

apenas pensarlo, los dos mayores gritaron: -“Para mí unos pantalones Levis”, gritó

Pedro. –“Y un reloj Viceroy para mí”, gritó María. Sin embargo, Bello dijo: -“Yo

solamente quiero que volváis a casa sanos y salvos. Eso me basta”.

Su madre y su padre insistieron: -“¡Oh, Bello, debe de haber algo que te

apetezca!” -“Bueno, unas semillas de rosal con pétalos rojos para sembrarlas en el

jardín y que así quedara más alegre. Me encanta la jardinería, ya lo sabéis; pero como

estamos en invierno, comprenderé que no podáis encontrar ninguna”. Dijo Bello.

-“Haremos todo cuanto podamos por complaceros a los tres, hija e hijos

nuestros”. Dijeron el padre y la madre.

Diciendo esto emprendieron la marcha a todo gas.

En la ciudad, todo le fue mal. No encontraron trabajo en ninguna parte. Los

únicos regalos que pudieron comprar fueron frutas y chocolate para María, Bello y

Pedro, y claro no consiguieron ninguna de las peticiones de los tres.

Cuando regresaban a casa, su coche pinchó una rueda y tuvieron que parar. En

ese momento, se desató una fuerte tormenta de nieve y la desgraciada pareja se encontró

perdida en medio de un oscuro bosque. Buscando dónde cobijarse, observaron, a través

de la ventisca, un gran muro y unas puertas con rejas de hierro forjado, bien cerradas. Al

fondo del jardín, se veía una gran mansión con luces tenues en las ventanas.

-“Si pudieramos cobijarnos aquí...” No habían terminado de hablar cuando las

puertas se abrieron. El viento huracanado los empujó por el sendero hacia las escaleras

de la casa. La puerta de entrada se abrió con un chirrido y apareció una mesa con unos

candelabros y los manjares más tentadores.

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Miraron atrás, a través de los remolinos de nieve, y vieron que las puertas

enrejadas se habían cerrado y su coche había desaparecido.

Entraron. La puerta chirrió de nuevo y se cerró a sus espaldas.

Mientras examinaban nerviosamente la estancia, dos de las sillas se separaron de

la mesa, invitándoles claramente a sentarse. Pensaban... "Bien, está visto que aquí

somos bien recibidos. Intentemos disfrutar de todo esto."

Tras haber comido y bebido todo lo que quisieron, se fijaron en un gran sofá que

había frente al fuego, con una manta de piel extendida sobre el asiento. Una esquina de

la manta aparecía levantada como diciendo: "Venid y tumbaros." Y eso fue lo que

hicieron. Cuando se dieron cuenta, era ya por la mañana. Se levantaron, sintiéndose

maravillosamente bien, y se sentaron a la mesa, donde les esperaba el desayuno. Una

rosa con pétalos rojos, puesta en un jarrón de plata, adornaba la mesa. Con gran sorpresa

exclamaron: -“¡Una rosa roja! ¡Qué suerte! Así Bello tendrá su regalo aunque sea en

parte”.

Comieron cuanto pudieron, se levantaron y tomaron la rosa de su jarroncito.

Entonces, un rugido terrible llenó la estancia. El fuego de la chimenea pareció

encogerse y las velas temblaron. La puerta se abrió de golpe. El jardín nevado

enmarcaba una visión confusa. ¿Era una mujer, un hombre o qué era? Vestía ropas de

caballero, zapatos de tacón, las uñas largas en sus manos, la cabeza aparecía cubierta

por una enmarañada pelambrera larga y con una voz aguda algo chillona. Mostrando

unos terribles colmillos gruñó: -“Íbais a robarme mi rosa ¿eh? ¿Es ésa la clase de

agradecimiento con que pagáis mi hospitalidad?”.

El hombre y la mujer casi se mueren de miedo, porque no esperaban a nadie por

allí después de no haber visto humano en toda la noche. –“Por favor, perdonadnos. Era

para nuestro hijo, Bello. Pero la devolveremos al instante, no te preocupes”.

-“Demasiado tarde. Ahora tenéisnes que llevárosla... y enviarme a vuestro hijo

en su lugar”.

-“¡No! ¡No! ¡No!”, gritó la pareja al unísono.

-“Entonces os devoraré”, gritó el ser.

-“Prefiero que nos comas a nosotros antes que a nuestro estupendo hijo”,

afirmaron el padre y la madre.

-“Si me lo enviáis, no le haré daño, tenéis mi palabra”, dijo aquella figura

hombre, mujer o no se sabía qué. -“Ahora, decidid”.

Los progenitores del chico accedieron al horrible trato y el ente les entregó un

anillo mágico. Cuando Bello diera tres vueltas al anillo, se encontraría ya en la desolada

mansión.

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Fuera, en la nieve, esperaba el coche, sorprendentemente con la rueda cambiada,

repostado de gasolina y listo para la marcha. La vuelta a casa fue un calvario para

aquella madre y aquel padre, pero aún peor fue la llegada cuando les contó a su hija e

hijos lo que había sucedido. Bello les preguntó... –“¿Dijo que no me haría ningún daño,

de verdad, padres?”. –“Nos dio su palabra, hijo nuestro”, dijeron ambos progenitores; -

“Entonces dadme el anillo. Y por favor, no os olvidéis de mí”, añadió Bello.

Se despidió con un beso a su madre y otro a su padre, se puso el anillo y le dio

tres vueltas. Al segundo, se encontró en la mansión en la que habían estado su padre y

su madre la noche anterior.

Nadie lo recibió. No vio a nadie en muchos días. En la casa todo era sencillo y

agradable. Las puertas se abrían solas, los candelabros flotaban escaleras arriba para

iluminarle el camino de su habitación, la comida aparecía servida en la mesa y,

misteriosamente, era recogida después... Bello no tenía miedo en una casa tan

acogedora, pero se sentía tan solo que empezó a desear que el Ser viniera y le hablara,

por muy extraño que fuera.

Un día, mientras paseaba por el jardín, recordemos que le encantaba la jardinería

y las flores, el Ser, salió de detrás de un árbol. Bello no pudo evitar sorprenderse, y dio

un salto hacia atrás. El extraño e indefinido ser hablaba tratando de ocultar el timbre de

su voz que tanto contrastaba con su aspecto físico. –“¡No tengas miedo. Bello!”, Sólo he

venido a desearte buenos días y a preguntarte si estás bien en mi casa. –“Bueno...

preferiría estar en la mía, pero estoy bien aquí, gracias”, replicó Bello. –“Bien. ¿Te

importaría si paseo un rato contigo?, Dijo el Ser.

Pasearon juntos por el jardín y a partir de entonces hablaban a menudo. Pero

nunca se sentaban a comer ambas personas en la gran mesa.

A pesar de su indeterminación (hombre o mujer), Bello se sentía tan solo y el

Ser era tan amable que empezó a desear coincidir para hacer actividades en común.

Una tarde, mientras Bello estaba leyendo junto al fuego, se le acercó por detrás

el Ser y le dijo: -“Cásate conmigo, Bello”. Parecía tener tanta ilusión al decir aquello

que Bello sintió lástima. –“Realmente siento mucho aprecio por ti, pero no, no quiero

casarme contigo. Las personas no se casan las unas con las otras solo por compasión,

debe haber nacido el amor entre ambos”. Le contestó Bello.

El Ser repetía a menudo su oferta de matrimonio. Pero Bello siempre decía "no",

intentando no ofender a su acompañante; quería que entendiera que independientemente

de lo que fuera, hombre o mujer, para casarse debían estar enamorados el uno del otro, y

de momento ese no era el caso. Además no podía olvidar que era un cautivo y precio

que estaba pagando por sus padres; así no era posible que se llegara a una distensión

total. Bello intentaba hacer entender al Ser que no podía obligar a nadie a que le

quisiera, que todo el mundo tiene dercho a sentirse libre para elegir su vida y su destino.

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Un día, el Ser encontró llorando a Bello en el jardín. –“¡Oh, Ser! Me avergüenza

llorar cuando tú has sido tan amable conmigo. Pero el invierno se avecina. He estado

aquí cerca de un año. Siento nostalgia de mi casa. Echo muchísimo de menos a mi

familia, y reteniéndome no conseguirás que nazcan los sentimientos que tu desearías en

mi”. Con alegría oyó que el Ser le respondía: -“Puedes ir a casa durante siete días si me

prometes volver, al menos a visitarme”. Bello se lo prometió al instante, dio tres vueltas

al anillo de su dedo y... de pronto apareció en la pequeña cocina de su casa a la hora del

almuerzo. La alegría fue tan grande como la sorpresa. Total, que pasaron una

maravillosa semana juntos. Bello contó a su familia todas las cosas que le habían

sucedido con su extraño/a anfitrión/ona y ellos le contaron a su vez todas las buenas

nuevas.

La feliz semana pasó sin noticias del Ser. Pensaba...”Quizá se ha olvidado de mí.

Me quedaré un poquito más." Pasó otra semana y, para su alivio, nada ocurrió. La

familia también respiró con tranquilidad. Pero una noche, mientras se ponía crema en la

cara frente al espejo, su imagen se emborronó de repente y en su lugar apareció la del

Ser. Yacía bajo el claro de luna, cubierta/o casi completamente de hojas. Bello, lleno de

compasión, exclamó: -“¡Oh, acompañante! Por favor, no te mueras. Volveré a verte”.

Al instante dio vuelta al anillo tres veces y se encontró a su lado en el jardín.

Acomodó la enorme cabeza del Ser sobre sus piernas y repitió: -“¡No quiero que te

mueras! Bello intentó apartar las hojas de su rostro. Las lágrimas brotaban de sus ojos y

rociaban la cabeza del Ser. De repente, el Ser se dirigió a Bello diciéndole. –“Mírame,

Bello. Seca tus lágrimas, no tienes que llorar por algo que realmente no quieres hacer,

yo no muero porque no te cases conmigo, sino porque has incumplido la promesa que

me hiciste, la de regresar”. Bello bajó la vista y observó que estaba acariciando la

cabeza de pelo dorado del Ser, la que veía cada día, con quien conversaba tan

agradablemente y pasaba tan buenos momentos; pero la estaba mirando de forma

diferente, ahora sentía algo diferente, quería estar ahí con la compañía de ese Ser, con

quien mejor se sentía en el mundo.

El Ser le insistió en que ya no era necesario que se quedara para pagar la deuda

de su padre y de su madre, que todo estaba saldado, y que cuando quisiera podía

regresar a su casa con su familia. El Ser había comprendido que no podía retener a nadie

obligándolo/a, a que se quedaran a la fuerza, y mucho menos, intentar que alguien se

casara por imposición o por compasión.

Por otro lado, Bello había comprendido que independientemente de quien sea tu

acompañante, lo que debemos intentar siempre es sentirnos bien con nosotros mismos,

no hacer daño a los demás, no ofender por razón de aspecto físico o de género y respetar

siempre las opciones que cada uno tome.

Bello encontró alguien con quien compartía muchas cosas, aficiones, charlas,

paseos y así seguiría, porque no veía la imagen exterior de un ser cualquiera, sino una

compañía con la que realizaba actividades que le llenaban la vida y le hacía sentir bien a

ambos acompañantes.

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No se casaron, que eso era algo superficial y lo consideraron innecesario, pero su

amistad duró muuchos años.