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    Generación Y

      Por Zygmunt Bauman | Por Carlo Bordoni | 30/04/2016 | 02:33 

    En un reportaje de Natalie Brafman titulado “Génération Y: Du concept marketing à la réalité”,

    publicado el 19 de mayo de 2013, Le Monde proclamaba que la Generación Y era “más individualista y

    desobediente ante la autoridad pero, por encima de todo, más precaria”, comparada con las

    generaciones X y del Baby Boom, que la habían precedido. Los periodistas, los expertos en marketing

    y los investigadores sociales (en ese orden) se han sacado de la manga la existencia de una formación

    (¿clase?, ¿categoría?) social conocida como Generación Y, en la que estarían englobados los

    hombres y las mujeres jóvenes que hoy tienen entre veinte y treinta años (nacidos aproximadamente,

    pues, entre mediados de la década de 1980 y mediados de la de 1990). Pero lo cierto es que esa

    Generación Y, así inventada, tal vez tenga más derecho que sus predecesoras a que se le reconozca

    el estatus de una “formación” culturalmente específica (es decir, el de una “generación” genuina) y, por

    consiguiente, también más razones para convertirse en el centro de atención de comerciantes,

    cazadores de noticias y estudiosos. Suele aducirse que lo que justifica ese derecho y esas razones es,

    antes que nada, el hecho de que los miembros de la Generación Y son los primeros seres humanosque no han vivido nunca en un mundo sin internet y que conocen (y practican) la comunicación digital

    “en tiempo real”. 

    Si compartimos la opinión generalizada de que la llegada de la informática marcó un hito decisivo en la

    historia humana, estamos obligados entonces a ver en la Generación Y cuando menos otro hito

    equivalente en la historia de la cultura. Y así es como se la ve actualmente: como un hito. Así se la

    considera y así se deja constancia de ella. A modo de aperitivo, Brafman insinúa incluso que la curiosa

    costumbre francesa de pronunciar la “Y” de la denominación de esa generación como si fuera una y

    griega inglesa (es decir, igual que la palabra why, “por qué”) podría explicarse por el hecho de que ésta

    es una “generación crítica” e inquisitiva. O, dicho de otr o modo, porque es un grupo que no da nada

    por sentado. Permítaseme añadir de inmediato, no obstante, que las preguntas que esta generación

    tiene por costumbre inquirir se dirigen en general a los autores anónimos de Wikipedia, a sus

    conocidos en Facebook y a los adictos a Twitter, pero nunca a sus padres, a sus jefes o a las

    “autoridades públicas”, de quienes los Y no parecen esperar respuestas relevantes (y menos aún

    autoritativas y fiables) que les merezca la pena escuchar. Su plétora de preguntas es, supongo, como

    tantos otros aspectos de nuestra sociedad consumista, una demanda impulsada desde el lado de la

    oferta; con un iPhone prácticamente injertado en el cuerpo, fluyen constantemente (24 horas al día y

    siete días a la semana) un sinfín de respuestas en busca de preguntas, y son multitud los vendedores

    y traficantes de respuestas que buscan frenéticamente demanda para sus servicios. Tengo, además,

    otra sospecha ¿Pasan los miembros de la Generación Y tanto tiempo en internet porque los

    atormentan preguntas para las que anhelan hallar respuesta? ¿O son más bien las preguntas que

    formulan cuando están conectados con sus centenares de amigas y amigos en Facebook versiones

    actualizadas de las “expresiones fáticas” de las que hablara Bronisław Malinowski (del tipo “¡hola!” o

    “¿cómo estás?”)? Es decir, ¿se trata simplemente de actos de elocución que sólo cumplen una función

    de “trato social”, que no de “transmisión de información”, y sirven simplemente para anunciar la

    presencia y la disponibilidad personales para “socializar” (por lo que no se diferencian mucho de la

    “conversación trivial” que se comienza con alguien en una fiesta l lena de gente para salir del

    aburrimiento pero, sobre todo, para huir de la alienación y la soledad)? Cuando de surcar los inmensos

    océanos de internet se trata, los miembros de la Generación Y son ciertamente unos maestros sin

    igual. Y en lo que a “estar conectados” respecta, son la primera generación de la historia en medir el

    número de sus amigos (palabra traducida actualmente con el significado principal de compañeros de

    conexión) por centenares, cuando no por millares. Y son los primeros en pasar la mayor parte de sus

    horas de vigilia “socializando” a través de conversaciones, aunque no hablen necesariamente en voz

    alta y casi nunca empleen frases completas. Todo esto es cierto Pero ¿es ésa toda la verdad sobre laGeneración Y? ¿Qué pasa con esa otra parte del mundo que ellos, por definición, no han

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    experimentado ni han podido experimentar directamente y que, por consiguiente, han tenido muy poca

    (o ninguna) ocasión de aprender a abordar cara a cara, sin mediación electrónica/digital? ¿Qué

    consecuencias podría tener ese (por lo demás, ineludible) encuentro? Y es que ésa es la parte que,

    pese a todo, determinará (con un efecto espectacularmente formidable y absolutamente irrechazable)

    el resto (tal vez el más importante resto) de la verdad de sus vidas. Es ese “resto” el que contiene la

    parte del mundo que proporciona otro rasgo que diferencia a la Generación Y de sus predecesoras: merefiero a la precariedad del lugar que se ha ofrecido a sus miembros en una sociedad en la que aún

    pugnan (con desigual éxito) por entrar. En Francia, el 25% de las personas de menos de 25 años

    continúan desempleadas. La Generación Y en su conjunto está l igada a los CDD (los “contrats à durée

    déterminée”, que son contratos temporales “a plazo fijo”) y las “stages” (“estancias” en empresas para

    adquirir experiencia laboral), recursos ambos tan arteramente evasivos como cruda y

    despiadadamente explotadores. Si en 2006 había unos 600mil “stagiaires” en Francia, su número

    actual se cifra entre los 1,2 y 1,5 millones Y para la mayoría, visitar ese purgatorio moderno líquido

    rebautizado con el nombre de “prácticas de formación” es una cita ineludible, porque acceder y

    someterse a fórmulas como las de los CDD o las “stages” es una condición necesaria para alcanzar

    finalmente, a la avanzada edad media de 30 años, la posibilidad de un empleo a tiempo completo de

    duración “indefinida” (?). 

    *Sociólogo.

    **Sociólogo. Fragmento del libro Estado de crisis, Editorial Paidós.