Batallas del Atilplano. Heriberto Frías

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7/30/2019 Batallas del Atilplano. Heriberto Frías http://slidepdf.com/reader/full/batallas-del-atilplano-heriberto-frias 1/26  AL CONMEMORAR los 150 años de la guerra entre México y los Estados Unidos, FONDO 2000 presenta en estas páginas el testimonio de las principales campañas, jornadas, batallas y actos heroicos ocurridos durante este acontecimiento histórico, narrado por un autor ejemplar. Heriberto Frías nació en Querétaro en 1870, y a los 14 años pasó a la ciudad de México, donde estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y, posteriormente, en el Colegio Militar. Por razones económicas no terminó sus estudios en tal academia, pasando directamente a las filas del 9º batallón de infantería con el grado de subteniente. En 1892 dicho batallón fue enviado a la sierra de Chihuahua a sofocar la rebelión de los indios tomochitecos contra el gobierno porfirista.  Impresionado por los acontecimientos que le tocó vivir, Frías envió por entregas al periódico El Demócrata la crónica novelada de sus andanzas. Esos textos conformaron su novela Tomóchic y lo llevaron a un proceso que pudo haberle costado la vida. Expulsado del ejército, Frías se dedicó al s periodismo, colaborando en El Mundo Ilustrado, El Imparcial, El Correo de la Tarde y en la Revista Moderna. En 1906 cuando radicaba en Mazatlán, es nombrado director de El Correo de la Tarde, y desde esa tribuna se distingue como opositor al régimen de Díaz. Posteriormente se traslada a Hermosillo, donde dirige La Voz de Sonora, y de 1921 a 1923 desempeña el cargo de cónsul de México en Cádiz, España. La presente selección está tomada de los Episodios militares mexicanos, obra en tres volúmenes donde Heriberto Frías se propuso realizar la historia militar del México decimonónico, desde las guerras de Independencia hasta las gestas que consolidaron al México porfiriano. Hay que reconocer que la pluma de Frías, su vocación periodística, su intensa actividad política y su filiación democrática prefiguraron la lucha revolucionaria que estallaría al iniciar el siglo XX. Murió en Tizapán, Distrito Federal en 1925. Los momentos históricos que aquí se reproducen deberán servir como recordatorio del oprobioso conflicto que nubló a México hace siglo y medio. El lector descubrirá heroicidades e ironías, gestas y lamentos, traiciones y lealtades que marcaron uno de los momentos más difíciles de nuestra historia reciente.  

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 AL CONMEMORAR los 150 años de la guerra entre México y los Estados Unidos,FONDO 2000 presenta en estas páginas el testimonio de las principales campañas, jornadas, batallas y actos heroicos ocurridos durante este acontecimiento histórico, narrado por un autor ejemplar. Heriberto Frías nació en Querétaro en 1870, y a los 14 años pasó a la ciudad de México,donde estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y, posteriormente, en el Colegio Militar. Por razones económicas no terminó sus estudios en tal academia, pasando directamente a las filas del 9º batallón de infantería con el grado de subteniente. En 1892 dicho batallón fue enviado a la sierra de Chihuahua a sofocar la rebelión de los indios tomochitecos contra el gobierno porfirista. 

Impresionado por los acontecimientos que le tocó vivir, Frías envió por entregas al periódico  El Demócrata la crónica novelada de sus andanzas.Esos textos conformaron su novela Tomóchic y lo llevaron a un proceso que pudo haberle costado la vida. Expulsado del ejército, Frías se dedicó al s periodismo, colaborando en El Mundo Ilustrado, El Imparcial, El Correo de laTarde y en la Revista Moderna. En 1906 cuando radicaba en Mazatlán, es 

nombrado director de El Correo de la Tarde, y desde esa tribuna se distingue como opositor al régimen de Díaz. Posteriormente se traslada a Hermosillo,donde dirige La Voz de Sonora, y de 1921 a 1923 desempeña el cargo de cónsul de México en Cádiz, España.

La presente selección está tomada de los  Episodios militares mexicanos,obra en tres volúmenes donde Heriberto Frías se propuso realizar la historia militar del México decimonónico, desde las guerras de Independencia hasta las gestas que consolidaron al México porfiriano. Hay que reconocer que la pluma de Frías, su vocación periodística, su intensa actividad política y su filiación democrática prefiguraron la lucha revolucionaria que estallaría al iniciar el siglo XX. Murió en Tizapán, Distrito Federal en 1925.

Los momentos históricos que aquí se reproducen deberán servir como recordatorio del oprobioso conflicto que nubló a México hace siglo y medio.El lector descubrirá heroicidades e ironías, gestas y lamentos, traiciones y lealtades que marcaron uno de los momentos más difíciles de nuestra historia reciente. 

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Ante la capital 

Nada ofrecía ya seguridades de luchar de un modo apropiado con el enemigo. El gobierno y el Congreso contemplaron en toda su desnudez la ineptitud de aquel general de arranques momentáneos,

con los que fascinó siempre a la gente impresionable; y en medio de la falta de fe y de esperanza de todos, nadie no obstante,se atrevía a hablar de negociaciones de paz 

General BERNARDO REYESAnte el desastre de Cerro Gordo, la capital de la República enardecida como siempre por laefervescencia de los odios políticos que la dividían, sintió por fin que la estocada del fuerte enemigonorteamericano le atravesaba el flanco con ímpetu de muerte. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer cuando lo mejordel ejército que Santa Anna había llevado a la batalla estaba aniquilado, salvándose apenas la divisiónde caballería y tales cuales trozos de batallones mal reunidos en torno de Orizaba, Chalchicomula yPuebla?

El presidente interino, Anaya, hizo esfuerzos prodigiosos por verificar la unión de todos los partidospolíticos para lograr una resistencia patriótica, defendiendo heroicamente la ciudad de México, puesSanta Anna había tenido que abandonar Puebla, la invicta Puebla que sugestionada por el clero, abatidapor el pánico que le produjo el derrotado ejército mexicano, abrió sus puertas al invasor.

Sin embargo, tenemos que consignar que, ante la inminencia del peligro, la capital olvidó de repentesus enconos y lides fratricidas, y por fin hubo unión en todos los ciudadanos, comprendiendo, aunquemuy tarde, que sólo una absoluta liga de todas las voluntades y energías podía hacer fructífera y

gloriosa, digna y épica, la resistencia de la hermosa ciudad ante el poderoso enemigo. Reuniéronseentonces los cuerpos de la guardia nacional, en tanto que los principales jefes comenzaban las másesenciales obras de fortificación en torno de la ciudad.

En el interior del gobierno se multiplicaban los planes de defensa nacional, por la diplomacia y laastucia, ya concertando un golpe de mano sobre la guarnición americana de Puebla, sorprendiéndolainstantáneamente en combinación con 3 000 irlandeses que habrían de desertar de las filas del invasor,pasándose a nuestro campo, volviendo sus armas contra nuestros enemigos; ya optando por lamediación del cónsul inglés que podía, en la vía diplomática, hacer dar tregua a las hostilidades de losbeligerantes, ganándose tiempo para la prosecución de la campaña.

Pero todo fracasó... ¡Un huracán de catástrofe abatía heroísmos y resistencias, y los pocos esfuerzos que

se atrevían a erguirse eran desmoronados por aquel soplo!

Después de Cerro Gordo, el patriotismo de los hijos de la costa oriental hizo brotar innumerablesguerrillas de bravos mexicanos que dispersándose por entre los montes, las barrancas, encrucijadas ydesfiladeros y en caminos, principiaron a hostilizar los convoyes del enemigo, sorprendiendo susexploradores y avanzadas, cayendo de súbito sobre sus grandes guardias, atacando en terribles albazos sus columnas, incendiando los pastos y los bosques por donde habrían de pasar, y rodándoles enormesrocas y pedruscos por las vertientes a pico; hasta el fondo de las hondonadas por donde tendríanprecisamente que desfilar...

Gravísimos fueron los perjuicios que sufrieron los norteamericanos con aquellos golpes que lesasestaban las susodichas guerrillas, y más de una vez tuvieron la pérdida de centenares de carros conbagajes arrebatados de pronto por magníficos golpes de mano en que los nuestros, a lanza y machete,dispersaban las escoltas de los ricos trenes, capturando espléndido botín.

Muchas de esas guerrillas de la costa, dispersas en una gran extensión por las regiones de Tamaulipas,Veracruz y Tabasco, pusieron en alarma al ejército de Scott, amenazando seriamente sus

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comunicaciones y dando lugar a infinidad de combates vivísimos y a trágicas escaramuzas, bien teñidasde roja sangre en los campos y pueblos, donde no escasearon las odiosas represalias.

En la capital de la República, después de la llegada del general Santa Anna con los restos del ejércitodestrozado en Cerro Gordo, se formó una guarnición de fuerzas heterogéneas con cuerpos veteranos delínea, ligeros y activos y la guardia nacional, cuyos soldados manifestaron completa decisión y ánimorobusto para lanzarse al combate, dispuestos a la muerte.

No obstante los inconvenientes, las imposibilidades casi de efectuar algunas obras de fortificación,

siquiera las más elementales y ante los puntos más expuestos, principiaron diversos trabajos de defensa,entre las que sobresalió la del Peñón, por donde se creía que el enemigo había de aparecer y comenzarsus ataques.

Mientras se ejecutaban esas obras se había hecho venir el ejército del norte que había permanecido enSan Luis; dándosele el mando al general Gabriel Valencia, quien había estado separado del servicioactivo por orden de Santa Anna, después de las diferencias surgidas entre ambos generales a causa dela protesta del último contra la orden de no hostilizar a los norteamericanos a su paso por Tula deTamaulipas, en donde, como ya hemos dicho, pudieron haber sido destrozados. ¡Iba a continuar laOdisea magnífica y dolorosa de estos valientes soldados del norte, encanecidos en las fatigas y en lasangre y el humo de tantos combates!

Los que desde 1836 habían peleado contra los rebeldes texanos y los mismos hijos del entoncesagresivo norte, y después contra las hordas bárbaras de los desiertos fronterizos, los bélicos resistentesque sobrevivían a las catástrofes de Palo Alto, La Resaca, Monterrey y La Angostura, llegarían desde elalto septentrión hasta el centro y sur de la República, dejando un reguero de muerte a lo largo de losinterminables caminos, para ir a batirse en las últimas batallas por la patria.

El plan del general Santa Anna para la defensa de la ciudad de México consistía en dejar aproximarselas columnas enemigas hasta cualquier punto del recinto donde habría de resistírseles al frente, en tantoque la división del norte, al mando del general Valencia, cargaría de flanco sobre el asaltante, cayendosobre la retaguardia de éste la caballería mexicana, al mando del general Álvarez.

Al grado en que había llegado la situación de nuestra plaza capital, se imponía en efecto aquel plansencillo y lógico, y que de haber sido dirigido con firmeza y talento, contando con la unidad de todas lastropas, pudo haber dado excelentes resultados, siempre que la línea de fortificaciones en torno de laplaza se hubiera terminado, aunque fuera provisionalmente.

Las obras del Peñón Viejo, cerca del aislado cerro, pretendían atravesar el camino de Puebla a México,habiéndose desplegado en ellas ingenuamente gran lujo de fortificaciones, en la creencia pueril de queel enemigo habría de atacar precisamente la posición nuestra más fuerte y más reforzada, cuando nohabía necesidad de pasar ante ella para la toma de la orgullosa capital de la República.

Hacia el sur se levantaron atrincheramientos por Mexicaltzingo, San Antonio y Convento y puente de

Chumbusco; al suroeste los parapetos y cortaduras que cercaban Chapultepec, cuya artillería dominabatambién el camino que iba por el oeste a la garita de San Cosme, la cual se había fortificado, lo mismoque la de Santo Tomás. Hacia el norte no habían ningunas obras de defensa, y apenas se practicaronligeros atrincheramientos en las garitas de Nonoalco, Vallejo y Peralvillo.

El ejército del norte, como ya dijimos, encontrábase en la Villa de Guadalupe, a las órdenes del generalValencia, en espera de moverse, como lo efectuó, hacia Texcoco, de donde debía lanzarse sobre elflanco de la columna norteamericana que intentase atacar el Peñón, en tanto que la caballería delgeneral Álvarez cargaba sobre la retaguardia del ejército enemigo.

Éste, mientras tanto, cada vez más orgulloso con sus triunfos, después de haber permanecido en Pueblaalgunos días, se puso en marcha contra la capital, y el día 14 aparecen sus avanzadas muy cerca deTexcoco, donde chocan con las de la caballería del general Álvarez, creyéndose que va a ser atacado elPeñón. Muévese entonces el general Valencia, y en un instante su aguerrida división del norte quedalista para lanzarse al combate. ¡Y sus valientes soldados emprendieron la marcha al paso veloz,cantando, dichosos por ir al triunfo, y a la venganza, y a la gloría de nuestras armas y banderas!...

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—¡Viva México!

—¡Viva la República Mexicana!

—¡Viva el ejército del norte!

—¡Viva el general Valencia! ¡Viva México!

........................................................Así gritaban

entusiasmados y frenéticos, deseosos por ir a la lucha los heroicos veteranos que habían combatidotantas veces sin más aliciente que el recuerdo de sus viejos combates.. Pero al siguiente día se supoque el general Scott, evadiendo el Peñón burlando como era natural, todos los aprestos de defensa ytodo el acumulamiento de fuerzas mexicanas allí aglomeradas con una infantil ignorancia del arte de laguerra, se había dirigido a su izquierda, rumbo a Chalco, para amagar la ciudad por el sur y poniente,haciendo quedar inútiles, contraproducentes, las obras emprendidas en tan opuestos rumbos.

En vista de estas maniobras, nuestro ejército del norte cambió de posición, pasando de Texcoco aGuadalupe Hidalgo, de donde, sin tomar descanso, siguió a México, atravesó la ciudad sin detenerse, yhabiéndose reunido con la caballería que acababa de hostilizar a los norteamericanos cerca del pueblode Ayotla, llegó a las once de la mañana del día 17, al pintoresco San Ángel.

Innumerables habían sido las fatigas que abrumaran a la digna división del norte que muchas vecestuvo que dejar abandonado su rancho, sin ver los oficiales y soldados a los seres queridos que estabanpor visitarles, para ir del oriente al norte, del norte al centro y de aquí al Oeste, al bello San Ángel,desde donde creyó Santa Anna destrozar el flanco izquierdo del ejército enemigo cuando cambió ladirección de su ataque contra la capital.

El ejército del general Scott había marchado desde Puebla rumbo a México el día 7 de agosto, integradopor cuatro divisiones, en su mayor parte de infantería, con sus baterías respectivas, una brigada decaballería, un batallón de marinos agregados a la 4ª división y de un numeroso y selecto cuerpo deingenieros. Las tres primeras divisiones eran de tropa regular o veterana, la última de voluntarios,

sumando todo cerca de 12 000 hombres, 30 piezas de artillería y 600 carros con fuertes caballos ymulas de tiro, amén de innumerable personal de aventureros y comerciantes norteamericanoscosmopolitas que alargaba desmesuradamente su retaguardia, bien escoltada por cierto, por algunosescuadrones de caballería, secciones de infantes voluntarios y piezas ligeras.

El general Scott pulsó muy bien el estado de defensa en que se encontraba la ciudad de México;comprendió que se destacaba al oriente de ella el aislado cerro del Peñón, poderosamente fortificado ensu cima y cuyos alrededores podrían ser fácilmente anegados, levantando las compuertas de lagos ycanales próximos: en vista de lo cual cambió su plan de operaciones, rodeando las defensas orientalesde la plaza, pasando al sur de los lagos de Chalco y Xochimilco hasta llegar a Tlalpan, desde cuyo puntointentó lanzar sus columnas sobre San Antonio y San Ángel.

Ya hemos visto que todos estos movimientos se ejecutaron con precisión, hostilizados de cuando encuando por partidas de nuestra caballería, haciendo cambiar a su vez el plan de resistencia al generalSanta Anna.

Los reconocimientos del adversario principiaron activamente, partiendo sus secciones de ingenieros deTlalpan sobre los puntos avanzados de San Antonio, teniéndose conocimiento entonces de que sedesprendía del camino carretero de Tlalpan, otro de herradura que atraviesa por el Pedregal,desembocando en la hacienda de Peña Pobre, cerca de Padierna, en el camino carretero de San Ángelal pueblo de Contreras.

La división del general Valencia que, como dijimos, había llegado violentamente a San Ángel, con ordendel general Santa Anna de estar a la expectativa de la actitud del enemigo, amagando su flancoizquierdo, se movió decididamente hacia el rancho de Padierna, cuyo punto fue reconocido por el mismoValencia.

A partir del día 17 se desarrolló un vergonzoso altercado entre el general presidente y Valencia, envirtud de órdenes sucesivamente contradictorias del primero al segundo, cosa muy en carácter de aquel

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cuya personalidad era todo vacilación y atrabancamiento, deshaciendo en un instante lo que se habíaejecutado a gran costo. Primero, ordenó Santa Anna que Valencia permaneciera en Padierna, resistiendoal ataque del enemigo: Valencia contestó que estaba convencido de que no había campo donde podermaniobrar, no teniendo tiempo, por otra parte, de fortificar diversos puntos en los que desembocabanalgunas veredas por donde el enemigo podía atacar, opinando por cambiar de posición al amanecer del18, replegándose hacia Panzacola si estaba fortificado, o a otro punto donde pudiera maniobrar, si esque no se le enviaba un refuerzo de 2 000 hombres para cubrir las puertas de las veredas.

Santa Anna contestó estas indicaciones, ordenando que, no obstante, permaneciera en su posición,

previniéndole al general Valencia de que cuando avanzara el enemigo se retirase a Tacubaya. Pero aldía siguiente le envía otra orden mandándole que avance con todas sus fuerzas hasta Coyoacán,adelantando la artillería a Churubusco, en la creencia de que los norteamericanos avanzarían sobre SanAntonio.

Sin embargo, Valencia juzgó con cierta perspicacia que era peligroso abandonar el punto que ocupaba ypor donde el enemigo podría dirigirse hacia San Ángel y por eso el general mexicano rehusó abandonaraquella posición que el día anterior había declarado insostenible. Santa Anna no insiste ya; halaga surencor de rivalidad contra el general Valencia, convencido de que será envuelto y hecho pedazos,prometiéndose el envidioso jefe gozar con la derrota de su compañero de armas a quien no había deauxiliar en el más apurado trance, aunque con tal auxilio se lograse infligir seria derrota al ejércitoinvasor y dar un triunfo espléndido y decisivo a la patria, que tanto lo necesitaba.

Así pues, el general Valencia, obstinado en defender a todo trance su posición de Padierna, continuó susreconocimientos, mandando ejecutar las fortificaciones pasajeras más indispensables y más urgentes.

Para mayor inteligencia de la batalla que iba a desarrollarse en los campos de Padierna, y teniendo encuenta que el creciente progreso del Distrito Federal ha transformado en gran parte el aspecto ydisposición topográfica de aquel paraje, tomamos este croquis literario a una obra de la época, que lodelinca clara y fielmente, refiriéndose a tan terrible tragedia militar:

Por el suroeste del fértil pueblo de San Ángel, distante de México cosa de tres leguas, hay uncamino carretero, amplio y cómodo, que conduce a la fábrica de tejidos de la Magdalena y

pueblo de Contreras. Al nacer el camino, y a su izquierda, parte la senda que va alpueblecillo de Tizapán, cubierto de árboles, y a sus orillas Mal-País: a la derecha, en variasdirecciones, hay veredas que llevan a algunas posesiones de campo, entre las que se halla elmolino del Olivar de los carmelitas; y más al Oeste, esto es, frente al rancho de Anzaldo, seve por entre un pequeño bosque, blanquear la torre del pueblecito de indios llamado SanJerónimo, rodeado de lomeríos y barrancos desiguales y caprichosos que, dejando a trechoshoyos y planos reducidos, van a tocar la falda de los montes del suroeste del camino, queguía, por entre malezas y veredas incómodas, a la carretera de Cuernavaca.

 A poco menos de una legua de San Ángel está Anzaldo, edificio cuadrado, no muy alto niextenso cuya huerta toca la derecha del camino. Ascendiendo éste, se desvía al sureste unapequeña y empinada loma que los naturales llaman Pelón Cuauhtitla, y forma un punto

eminente entre el camino, que subiendo, lleva a la Magdalena, y la vereda que abatiéndoseal pie de las lomas, hundiéndose en el pedregal, tuerce su giro rumbo al este y conduce a laPeña Pobre, hacienda de las orillas de Tlalpan. Esta nueva senda está practicada en la lavavolcánica del pedregal, la que esparcida en trozos desiguales, hace penoso el tránsito. El surde ella lo limitan varios cerros que se encadenan hasta el camino de Cuernavaca,descollando al principio de ellos el de Zacatepec; y al norte se extiende el pedregalescabrosísímo, que descubre de trecho en trecho, entre ruines arbustos y yerba salvaje, másbien grietas que veredas, por donde más que transitan, trepan y suelen escurrirse los nativosde aquellos lugares. Sobre ese pedregal, después de una hondonada que forman las aguasde la Magdalena, al pie de las lomas de Pelón Cuauhtitla, se levanta el rancho de Padierna,con cuartos humildes, de adobe, y los más de los techos, de tejamanil. A los alrededores deeste cuadro hay sembrados, y de distancia en distancia se descubren las haciendas, lasfábricas, mansiones de la industria y del trabajo, embellecidas por una vegetación risueña ynuestro cielo espléndido y magnífico.

Sobre aquellos campos el general Valencia extendió su veterano y bravo ejército del nortecon la intención estratégico-táctica de atacar el flanco izquierdo del enemigo, si caía éste

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desprendiéndose de Tlalpan sobre San Antonio, donde deberían encontrarse las tropas deSanta Anna, o de sostener un choque de frente contra las columnas norteamericanas, sobrecuya retaguardia o derecha podía el general en jefe mexicano destruir las filas enemigas,rechazandoal ejército del general Scott.

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talla de Padierna

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escuadrones.

Seguía la batería B, compuesta de cañones de 12 y de 16, la cual se quiso cubrir con unespaldón que sólo llegó a ser rodillera, y fue la única obra de fortificación que se intentólevantar en Padierna.

A la izquierda desplegaba un batallón en batalla, y después una batería con tres obuses de 68.

Al pie de la loma, en el camino hondo que por allí pasa rumbo a Contreras, se establecierondos batallones D, que quedaban cubiertos por una magueyera sembrada sobre un borde que lespodía servir de parapeto.

El ranchito de Padierna, que está situado a pocas varas al pie de la loma, no fue ocupadoseriamente.

Detrás de las baterías, en segunda línea, formaron en línea desplegada tres batallones; y otro, aretaguardia del flanco izquierdo como en reserva.

El resto de la artillería, E.E., se colocó como se ha dicho, formando martillo, con el frente alnorte, mirando hacia el bosque de San Jerónimo, como si ya se hubiese consentido en que lo

ocupase el enemigo.

A las dos de la tarde, se avistaron sus tropas que en dos columnas paralelas ascendieron a lasaltas lomas de Zacatepec, desde donde nuestro campo era perfectamente dominado y sobre elque empezó a hacer sus fuegos una batería ligera norteamericana, a la que respondió con tirosinciertos por lo escabroso del terreno, la artillería de Pelón Cuauhtitla. Las columnas enemigasavanzaron a la carga sobre el rancho de Padierna, cuyas avanzadas rompieron sobre aquéllas unvivísimo fuego de fusilería.

El general Valencia hizo llevar las reservas situadas en Anzaldo al centro de la línea de batalla,abandonando, torpemente, aquel punto que pudo haber sido defendido con energía y éxito, por

ser un edificio sólido y rodeado por defensas naturales del terreno, punto tanto más importantecuanto que cerraba la izquierda de nuestra línea.

El general Scott, con el intento de envolverla cortando la retirada y cayendo a retaguardia denuestras posiciones, hizo adelantar tropas de infantería por el Pedregal, donde quedaronocultas, yendo luego a apoderarse de Anzaldo, para continuar en orden disperso su movimientoenvolvente a nuestra izquierda, hasta ocupar el bosque de San Jerónimo, en el que pareceincreíble que no haya fijado su atención el general Valencia. Los norteamericanos fueronllegando a él lentamente, haciéndose fuertes para amagar la retaguardia mexicana.

Entretanto las columnas norteamericanas asaltantes de Padierna, después de un reñido combate

en que cayó herido el general Parrodi, hicieron retirarse en buen orden a la brigada mexicanaque defendía el rancho, cayendo éste que no había sido fortificado, ni siquiera ocupadoradicalmente, en poder del enemigo, quien lo aspilleró al instante, rompiendo un fuego terribletras de sus muros sobre las lomas donde jugaba nuestra artillería.

En estos momentos, Valencia comprende el peligro que hay de que su adversario sigaocupando el bosque de San Jerónimo; y manda al regimiento de Guanajuato a que se apoderede él, desalojando a los norteamericanos. Efectúase la carga. Pero un solo cuerpo es impotentecontra una posición tan difícil de ser tomada por pequeña fuerza de caballería, y tras inútilrefriega, el regimiento tiene que volver grupas, diezmado por un fuego espantoso. EntoncesValencia, tras este fracaso y notando que los norteamericanos del bosque, orgullosos con su

triunfo y aumentándose su número cada vez más, intentan una salida para dar un contragolpe,ordena al general Torrejón que cargue con toda la caballería y tome el bosque a toda costa.

De nuevo envía también repetidos avisos al general Santa Anna que se encuentra muy cercacon su fuerte división, comunicándole ataque al enemigo por la retaguardia con lo que el

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talla de Padierna

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triunfo sería completo para las armas mexicanas, evitando, por otra parte, el peligro inminentede una terrible derrota.

La segunda carga de nuestra caballería se realiza con vigoroso ímpetu, recibiéndola lainfantería norteamericana, tras el bosque, con los nutridos fuegos de sus rifles. En el lindero setraba un encarnizado combate, cayendo en las primeras filas, al frente de sus jinetes, el generalFrontera, lo mismo que otros valientes oficiales que pagaron con su vida aquella desesperadatentativa heroica.

Nuestra caballería tuvo que retroceder imposibilitada en absoluto de obrar en terreno quebradoy obstruido, sobre infantería que, bien oculta en la espesura de un bosque, pudo aniquilarimpunemente a su adversario.

El obstinado Valencia, con anticipación al ataque de la caballería sobre San Jerónimo, habíadestacado una batería apoyada por dos batallones en el camino de San Ángel, para batir elcitado bosque, intentando impedir la llegada de nuevos refuerzos.

Cuando la batalla se había generalizado, en el preciso instante crítico en que las baterías de laslomas batían, sostenidas por cuerpos de infantería, el rancho de Padierna, preparándose arecobrarlo por un esfuerzo supremo; cuando de nuevo se rechazaba a las tropasnorteamericanas ante los magueyales del camino y se reformaba a nuestra retaguardia lacaballería, apareció como nuncio de salvación y victoria para el ejército mexicano la divisióndel general Pérez, enviada por Santa Anna, desplegando en batalla sobre elevado y extensolomerío (H. H.), apoyando su extrema izquierda con una batería ligera, que envió sobre SanJerónimo algunos proyectiles.

La presencia de aquellas fuerzas, frescas y numerosas, en las lomas del Toro, por dondeapareció el general Santa Anna amenazando San Jerónimo e intentando unirse a Valencia,dividiendo así al ejército norteamericano, de un modo fácil y decisivo para la derrota delenemigo, produjo un júbilo indescriptible en nuestros jefes, y el mismo general Valencia, quemomentos antes se aprestaba a enviar refuerzos a los puntos sobre los cuales creía que seacercaban otras columnas enemigas, viendo las tropas de Santa Anna, hizo resonar dianasalegres de victoria en toda su línea de batalla, acompañadas con el unánime grito de ¡VivaMéxico! que en tono de triunfo lanzaron a la hora del crepúsculo —¡siniestro crepúsculo demuerte y derrota!— los regimientos mexicanos.

Era que Valencia creía que el general presidente viéndole en aquel conflicto que al punto podíaresolverse en victoria, caería sobre el norteamericano, cortándole, como hemos dicho, sin quepudiese ni siquiera escapar. (Y efectivamente, tan crítica se hizo la situación del ejército invasoral aparecer la división intacta y de refresco de Santa Anna, a su retaguardia, que el generalScott, quien desde el cerro de Zacatepec observaba todas las peripecias de la batalla, tuvo unademán de desesperación, y principió a ordenar su retirada, comprendiendo la magnitud delpeligro en que súbitamente lo ponía la presencia hostil de la nueva división.)

Iba a consumarse de pronto la derrota del adversario después de haber estado indeciso y aunadverso para nosotros el giro de la batalla, y, cuando en el instante del crepúsculo todos losnuestros esperan el ataque terrible de sus hermanos contra el enemigo común, vese inmóvil,¡criminalmente inmóvil, frío espectador del tremendo drama! al general presidente, delante desus tropas, ¡oh, de aquellas tropas que pudieron ser la salvación y la gloria de la patria!...

Oscurecía ya... El cielo encapotado fúnebremente presagiaba recia tempestad, iluminando conrelámpagos súbitos y rojos el campo de batalla... hay confianza aún en las tropas mexicanas enlas que la voz de su bravo general Valencia hace vibrar los viejos heroísmos de su raza... yentonces, a los toques de ataque y diana, que se confunden en un solo himno de bravuramagnífica, se precipitan los batallones de las lomas, sostenidos por el fuego de sus baterías,contra el rancho de Padierna, y tras los horrores de sangrienta pelea, penetran entre losescombros del caserón, recobrándolo a costa de inauditos esfuerzos, a bayoneta calada.

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talla de Padierna

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Al efectuarse este asalto, desaparecieron de las lomas del Toro las fuerzas de la división deSanta Anna, y habiendo llegado la noche, las tropas mexicanas quedaron en sus primitivasposiciones en la firme y consoladora creencia de que al día siguiente aquella reserva virgencompletaría la derrota del enemigo.

Mas no fue así: apenas verificado el último glorioso episodio de la batalla, la división que tantopudo hacer por decidir victoriosamente la jornada para orgullo de nuestras banderas, se retirórumbo a San Antonio, después de haber disparado unos cuantos cañonazos sobre el bosque deSan Jerónimo, como una despedida que en el campo mexicano se tomó como rotunda y sonorapromesa de triunfo.

Durante la noche, tras las fatigas del combate, hubo en las tropas acampadas la dicha y lasatisfacción de haber contenido los ataques del invasor con la fe magnífica de aniquilarle a lamañana siguiente; y si en los soldados había tal satisfacción, en el general Valencia y gran partede su estado mayor, el regocijo no tuvo límites. Así fue que el general en jefe redactópomposamente un parte al gobierno general, relatando su victoria y proponiendo empleos,ascensos y condecoraciones a granel a quienes más se habían distinguido en la jornada.

A las nueve de la noche, hora en que descendía copiosa lluvia sobre el campamento, llegaron ala barraca que servía de tienda al general Valencia algunos ayudantes y amigos de Santa Anna(quien se albergaba en San Ángel) comunicándole de orden de éste que se retirase a todotrance, aun abandonando su artillería y trenes.

Valencia tuvo entonces la certeza de su abandono, viose por completo aislado, cercado porfuerzas enemigas que le aplastarían del todo, si no se abría paso vigorosa y denodadamente através de ellas.

Pero lo peor fue cuando la terrible noticia del abandono de la heroica división cundió entre susfilas, en la noche lluviosa y fatídica, llevando a los espíritus de tantos valientes un hálitoenvenenado de abatimiento y desconfianza... ¡y la eterna palabra sombría pasó con soplo decólera y vergüenza por sobre todo el ejército diseminado en las ásperas lomas de Padierna,agobiado por el hambre y la fatiga de la lucha, transido por la fría lluvia!... ¡oh! sí, pasó denuevo como en tantas otras catástrofes la maldita frase: ¡traición! ¡traición!

Júzguese de la rabia que producirla en el impetuoso Valencia la noticia de su abandonocomplicado con la orden de retirarse del campo. A ésta no obedeció el bravo jefe, y reuniendoen la madrugada a sus principales subalternos en un rápido consejo de guerra, resolvieron todosresistir con brío y decoro los ataques del enemigo por entre cuyas filas deberían abrirse pasofuriosamente, en el instante más oportuno.

Amaneció. Y el adversario que había hecho avanzar sus fuerzas en gran número por nuestraizquierda, robusteciendo San Jerónimo, envolviendo completamente todas las posiciones deValencia, lanzó tres columnas sobre ellas: una contra el rancho de Padierna, otra sobre laretaguardia nuestra, y la última sobre la derecha desbordando el camino de San Ángel.

Los jefes mexicanos que aún alentaban, al amanecer del día 20, ligera esperanza de que poraquel rumbo les llegara algún auxilio, prepararon vigorosa resistencia, y cuando por fintuvieron el atroz convencimiento de su abandono, indignados y rabiosos, atacaron las líneasnorteamericanas cuyas columnas se iban estrechando en tomo de nuestros batallones. Cuando aretaguardia de ellos tronaron las descargas enemigas, la confusión fue espantosa; sin embargo,gracias a la energía de heroicos capitanes, se hizo frente a la avalancha que iba arrollandotodo.,. Y el parque general cayó en su poder, sin que pudiera impedirlo nuestra caballería,incapaz de cargar en terrenos escabrosos, falta de dirección y de unidad, con los jinetes ycaballada exhaustos. No se utilizaron ni algunos cuerpos de infantería por tener inútiles susmuniciones a causa del chubasco de la noche. En vano el general Valencia trató de formar con

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lo más veterano de las tropas una columna; todo fue inútil: ¡el pánico desmembró los restos desu división y sólo algunas secciones aisladas, a fuerza de temeridad y astucia, lograron escapara la persecución de la caballería norteamericana cuyos recios sables se enrojecieron hasta laempuñadura en sangre mexicana!...

¡El derrotado jefe tomó el camino de Toluca, por habérsele advertido que Santa Anna, furiosopor su desobediencia, pensaba fusilarle!

¡Quién sabe cuál de los dos caudillos merezca más el anatema de la Historia!

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Defensa de Churubusco 

Siniestras  fueron las consecuencias de la derrota de Padierna: era el aniquilamiento de la veteranadivisión del norte y la pérdida de las fortificaciones de San Antonio que ya no tenían objeto, porpoderlas envolver el enemigo, con el camino de San Ángel abierto a éste.

Santa Anna desde la noche previó tales desastres —que pudo haber evitado— ordenando desde luegoque su división evacuara San Ángel al amanecer, rumbo a Panzacola, disponiendo que se abandonase

San Antonio, destruyendo sus atrincheramientos para concentrarse en la segunda línea de defensa. Labrigada ligera, a las órdenes del general Pérez, se retiró por Coyoacán al puente de Churubusco, paraseguir luego a la Candelaria, lo mismo que la brigada de reserva del general Rangel, quiencontramarchó rumbo a la Ciudadela, entrando por la garita del Niño Perdido. El jefe mexicano quedó aretaguardia con su estado mayor. Los regimientos de húsares, ligero de Veracruz y los restos decaballería de la división del norte, en las primeras horas de la mañana se habían incorporado a lastropas que salían de San Ángel.

Los norteamericanos emprendieron una furiosa persecución contra éstas, por el camino de Coyoacán,molestando con sus descargas la retaguardia y los últimos rezagados que eran muertos o hechosprisioneros. En este último punto hizo alto el general presidente para organizar sus diversas tropas, ycuando todas estuvieron reunidas, prosiguió la retirada hacia Churubusco en cuyo convento estaban deguarnición los cuerpos de guardia nacional, Independencia y Bravos, al mando de los generales Rincón yAnaya.

Al mismo tiempo que llegaban de Coyoacán las fuerzas de Santa Anna al puente de Churubusco con lastropas que se retiraban de San Ángel, desembocaban también, en confusa retirada, las que defendíanlas fortificaciones de San Antonio, perseguidas por la columna norteamericana del general Worth.

Este jefe tuvo orden del general Scott para que saliera de Tlalpan con una fuerte división sobre el frentede San Antonio, en tanto que las divisiones Pillow y Twiggs, desprendidas del campo de Padierna, seaproximaban por la retaguardia para envolver la posición. Bien sabía Scott que tomado San Antoniotenía un camino hacia la capital, corto y practicable para sus trenes.

El general don Nicolás Bravo era jefe del punto donde había, antes de la llegada de los cuerpos deguardia nacional, Hidalgo y Victoria, algunas fuerzas veteranas o activas procedentes del sur, unas yotras en número de más de 2 000 hombres; los cuerpos de guardia nacional constaban de 1 200 plazasy se trasladaron con los demás de la brigada Anaya, al mando del general Rincón, del Peñón aChurubusco, el 18 de agosto, de donde avanzaron a San Antonio el 19.

A las siete y media de la mañana del funesto 20 de agosto, recibió el general Bravo la orden deretirarse, abandonando la posición y destruyendo sus fortificaciones. Dos horas después emprendiódificultosamente la marcha, cubriendo la retirada el mismo jefe con su estado mayor y las fuerzas delsur. Momentos después apareció por el Pedregal una de las brigadas de Worth, cuyas avanzadasrompieron el fuego sobre la columna en marcha, que se fue batiendo con brío y orden hasta el puente

de Churubusco, donde, como hemos dicho, se encontró con la columna que se retiraba de San Ángel,originándose entonces una gran confusión.

Santa Anna, que organizaba la defensa del puente, hizo que las tropas que venían de San Antoniocontinuaran su marcha hasta las garitas de la capital, no obstante las instancias que sus jefes hicieronpor quedarse a defender el puente o el convento de Churubusco.

En Xotepingo y las inmediaciones de San Antonio, quedaron algunas tropas conteniendo el avance delos norteamericanos, y resistieron con denuedo hasta quedar cortadas por el enemigo en cuyo podertuvieron que dejar algunos carros con municiones y piezas de artillería, que iban obstruyendo la calzaday que fueron muy útiles a la columna de Worth, pues tras ellos se parapetaron al avanzar sobre elpuente de Churubusco.

El general Santa Anna ordenó verbalmente a los generales Rincón y Anaya, que defendían el convento,que a toda costa y hasta el último trance sostuvieran la posición, para cubrir la retirada de sus tropas yde las de San Antonio, las que, como ya se indicó, siguieron por la calzada de Tlalpan a México.

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Sin embargo, poco después, viendo que la división Worth se disponía a embestir el puente y susinmediaciones con las brigadas de su división, fraccionando varias columnas de ataque, hizo volver eljefe mexicano a los cuerpos ligeros del general Pérez, para que violentamente reforzaran el puente deChurubusco en cuya cabeza había colocado poco antes una batería de cinco cañones, apoyada por lascompañías de San Patricio y el batallón de Tlapa.

Mientras tanto, otras columnas norteamericanas desprendidas de Coyoacán avanzaban resueltamentesobre el convento de Churubusco que dominaba el camino, apenas fortificada la posición con defensasen cuadro en torno del sólido edificio del convento, construidas aquéllas con trincheras de tierra floja

revestidas de adobes, y defendido todo, como ya dijimos, apenas por dos cuerpos de guardia nacional:Independencia y Bravos.

Era que el general Scott, convencido de que la columna de Worth iba a arrollar San Antonio,prosiguiendo su empuje por el sur de la capital, observando sus movimientos desde lo alto de la torrede Coyoacán, lanzaba por el camino de éste hacia Churubusco, la división de Twiggs para que atacaseel convento.

Instantes después, el general en jefe norteamericano, bien informado por sus hábiles ingenieros de ladirección de nuestras tropas en retirada, sostenida ésta, brava, pero difícilmente, por la épica resistenciadel puente y convento de Churubusco, ante cuyas defensas se estrellaba el ímpetu de las diversascolumnas de Worth y Twiggs, las que reforzadas a tiempo podían pasar adelante, tarde o temprano,mandó que otra división compuesta de cuerpos voluntarios, al mando del general Shilds, vadease el ríoy fuera a cortar la retirada de las tropas mexicanas, apoderándose de las importantes posiciones La Trojy Portales, un poco a la derecha y a espalda del convento de Churubusco.

Formada ya una idea general del plan del enemigo para perseguir nuestras tropas y envolverlas,prosiguiendo por otra parte su avance hacia la capital, contemplemos un instante el magníficoespectáculo de la defensa del puente de Churubusco, mientras a retaguardia de este punto el conventoasaltado a su vez, inmortalizaba su digna guarnición a costa de prodigios heroicos.

El puente de Churubusco tendíase sólidamente, a caballo sobre el álveo profundo de escarpados ribazosdel río que corta perpendicularmente la calzada. En la cabeza del puente se construyó una obra en

herradura, apoyada en los mismos relieves del terreno y circundada por un foso con agua, teniendo ensus extremos baluartes que a última hora se artillaron, debiendo advertirse que ni dicho puente ni elconvento formaban parte de línea de defensa, siendo puntos aislados que de súbito se improvisaron enobras defensivas para detener unas horas al enemigo.

La división Worth, parapetándose tras de los carros que habían abandonado nuestras mismas tropas ydestacando a su frente derecha e izquierda extensas líneas de tiradores, ocultándose entre las espesasmilpas, principió su ataque sobre las trincheras del puente y los ribazos de la margen opuesta, desdecuyas asperezas brotó el fuego graneado de los fusiles mexicanos, en tanto que de la cabeza del puentenuestra gruesa artillería lanzaba tremendas descargas barriendo la calzada de Tlalpan y sus dos flancos.

Por desgracia, el enemigo había aprovechado sagazmente los carros abandonados en la calzada, y tras

ellos contestaban el tiroteo, sufriendo menos de lo que hubiera tenido que experimentar si se hubieraacercado sin tan gratuita ventaja. No obstante, los proyectiles mexicanos de cañón y fusil, siembran lamuerte en las filas norteamericanas. Ordénase en éstas una carga decidida contra nuestros parapetos, yuna columna avanza por el centro del camino, en tanto que otra a su derecha va contra las escarpas dela margen del río, intentando flanquear la posición; pero los cañonazos de ella detienen un instante elímpetu del adversario; va a reanudar la acometida, cuando estallan ante nuestras baterías, conformidable estruendo, dos carros de municiones que habían quedado abandonados en la calzadaproduciendo estragos terribles...

Vuelven a rehacerse los norteamericanos, bajo una nube de tiradores suyos, que intentan quebrantar laresistencia de los defensores del puente, y uno de los cuerpos de su derecha, animado por los fuegosnutridos que envuelven a lo lejos el convento que a su turno resiste desesperadamente, se echa sobrelas trincheras mexicanas, calando la bayoneta...

Para resistir la nueva embestida, el coronel Gayosso anima a los cuerpos ligeros, gritando vivas a Méxicoy mandando tocar diana a las bandas, en cuyo instante cae atravesado por una bala.

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Precisamente cuando más angustiosa era la situación de los defensores del puente, Santa Anna, a laretaguardia, atento a las peripecias de este combate y el que aún sostenía el convento y al que habíamandado parque que se le pidió con urgencia, Santa Anna, decimos, se lanzó entonces a contener laamenazadora maniobra que el enemigo intentaba, cortando nuestra retirada. Al efecto, el generalmexicano dirigió por sí mismo el 4º ligero y parte del 11º de línea hacia la hacienda de Portales, uncuarto de legua a retaguardia, para contener la división de los voluntarios de Shilds, trabándose un reciocombate de fusilería en las inmediaciones de aquel punto hasta que habiéndose sabido que losdefensores del puente de Churubusco, rechazados por fin a la bayoneta después del último asalto, seretiraban por la calzada que sigue a México, tuvieron que abandonar también Portales, dejando cortadas

a todas las tropas, con gran pánico de ellas, al que se unió el profundo abatimiento que produjo, pocodespués, la caída heroica del convento de Churubusco.

Contemplemos ahora el sublime panorama que presenta entre tan lúgubres acontecimientos el edificioconventual de Churubusco, rechazando —aislado entre apacibles huertas, sementeras, bosques yarroyuelos, defendido por un puñado de valientes no acostumbrados al fuego de las batallas, con escasoparque y poca artillería— el triple empuje de un invasor robusto y engreído con triunfos anteriores yemulando obtener otros iguales a los que simultáneamente verificábanse en el sur del Valle de México.

El amplio y fuerte edificio del convento, a 400 metros del puente, presentaba a las columnas invasorassu barda de mampostería aspillerada en gran parte, rodeándole atrincheramientos ligeros, ante los quecorría un foso, dominando la improvisada fortificación una chaparra torre.

Desde el instante en que el general Rincón se hizo cargo del mando del punto el día 18, había activadola conclusión de las fortificaciones, formando al poniente y al sur, que estaban descubiertos,atrincheramientos, de frente a los caminos de Coyoacán y Tlalpan, sin que pudieran terminarse las obrasde la derecha ni de la azotea del convento, circunstancia que en gran parte aceleró su pérdida.

En un principio no había en el fuerte sino un cañón, pero en la madrugada del día 20 se recibió unapieza de a cuatro con su correspondiente dotación, llegando después otros seis cañones de diversoscalibres que fueron colocados, enfilando respectivamente los caminos de Coyoacán y TIalpan.

Los generales Rincón y Anaya, que tenían orden de resistir en el puesto a toda costa, distribuyeron en

defensa los cuerpos Independencia y Bravos en los puntos por donde se suponía el ataque del enemigo,hacia el camino de Coyoacán. Previamente se había mandado hasta esta villa un destacamento deexploración a las órdenes del teniente coronel Peñúñuri, en observación de aquel paraje; mas losacontecimientos que completaron la derrota de Padierna hicieron que aquel cuerpo se replegara alconvento de Churubusco, donde se esperó al norteamericano, después de haber visto pasar la divisiónen retirada, de Santa Anna, que volvía de San Angel, y allá, más a lo lejos, la fuerza que abandonabaSan Antonio, perseguidas estas y aquellas tropas, por las columnas enemigas a las que debían resistirheroicamente el puente y el convento de Churubusco.

El general Scott había encomendado el ataque del convento a la división de Twiggs, compuesta de dosbrigadas al mando de los generales Smith y Riler, más una batería de campaña. La primera brigadaformó en columna para tomar el lado izquierdo o sur del convento, el que estaba también amenazado

por los fuegos de las columnas de Pillow y Worth, que en aquellos instantes atacaban el puente. Frenteal convento se estableció la batería que rompió sus descargas contra las nuestras, en tanto que labrigada de Riler amagaba por la derecha. A retaguardia, desde la calzada misma de Tlalpan, la bateríade Duncan que no pudo ser aprovechada contra el puente, cooperó al ataque, cerrando el círculo defuego de rifle y cañón que envolvió al convento antes de que las columnas de infantería dieran susdefinitivos asaltos.

La columna de Smith, a la izquierda, intentó acercarse después de nutridas descargas que el fuerte nocontestó; mas cuando estuvo a muy corta distancia, una salva de fusilería, bala rasa de cañón y metralladetuvo a los asaltantes. Reanimáronse; pero otros tiradores de reserva hicieron fuego entonces,volviendo a contener la columna que respondió al fuego con el de sus rifles, en tanto que la bateríanorteamericana apoyaba el ataque. Por fin, el batallón Bravos y las compañías de San Patricio, queocupaban los redientes y cortinas del frente y de la izquierda, pudieron hacer retroceder la columna deSmith, al mismo tiempo que por la derecha, la brigada Riler emprendía el asalto, esparciendo su gentecon el objeto de poder cargar por las incompletas obras de la extrema derecha; pero allí también estacolumna fue detenida por el batallón de Independencia, que cubría las alturas y algunas obrasavanzadas. Poco tiempo después de empezado el ataque general al convento, Santa Anna enviaba de

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refuerzo los piquetes de Tlapa, Chilpancingo y Galeana que ocuparon la parte de la derecha, que carecíade parapetos.

Durante una hora el convento vomitó luego por sus cuatro costados, conteniendo las sucesivas cargasque el enemigo encarnizado intentó varias veces; y en torno de aquel centro de heroísmo, fuego ymuerte, fuese estrechando un círculo de hierro, estruendoso y terrible, en tanto que allá, no muy lejos,a la izquierda y retaguardia, tronaban los últimos disparos del puente contra las columnas de Worth yPillow, detenidas a su vez por la bravura de los cuerpos ligeros de la brigada Pérez.

Mas cuando allí fue imposible la defensa, y la bandera de las estrellas ondeó sobre la posición mexicana,lo más fresco de las victoriosas tropas asaltantes contra el puente, cargaron sobre la retaguardia delconvento, volviendo contra él los mismos cañones nuestros. Ante este terrible refuerzo que duplicaba lastropas enemigas, lejos de menguarse la resistencia del reducto, creció en proporción....... Nuestrosvalientes que tenían las manos negras y quemadas por la pólvora, lanzaron ¡vivas! a la patria, y,olvidando la fatiga, siguieron sembrando la muerte sobre el enemigo agigantado. Por desgracia, lasmuniciones escaseaban y el general Rincón, que había mandado infinidad de ayudantes a Santa Annapidiendo parque, sólo recibió un carro, que con la precipitación que fue remitido, no se observó sucalibre, resultando ser mayor del que se necesitaba. ¡Qué desesperación para aquellos valientes quepedían, con ansia noble, parque para seguir batiéndose, y que al tenerlo, resultaba inútil, por unavergonzosa torpeza de quien pudo haber hecho aquella resistencia de Churubusco mucho más terrible ytremenda al adversario y aún más gloriosa para la patria!

Sólo los soldados de San Patricio, bravos irlandeses que espontáneamente defendieron nuestroestandarte, pasando a las filas mexicanas por simpatía de ideales y religión, pudieron servirse deaquellas municiones, continuando con mayor brío sus descargas, hasta que las del enemigo, en apretadalluvia, daban muerte a tan bizarros tiradores.

Los oficiales y jefes corrían a todos los puestos de mayor peligro, animando a la tropa con sus gritosvibrantes de entusiasmo, dando ejemplo de abnegación y virilidad en lo más desesperado y recio delcombate. El general Anaya, en un instante de cólera, al ver que dentro de poco tendrá que agotarse ladefensa por falta de parque, se lanza a caballo sobre la explanada; manda cargar una pieza a metralla,y apuntando personalmente sobre la cabeza de una columna que va a desprenderse sobre el parapeto,

da fuego. Mas por desgracia, una de las chispas de la mecha incendia el parque próximo, poniendofuera de combate al capitán Oleary y cuatro o cinco artilleros que servían la pieza, sufriendo el mismogeneral varias quemaduras. No por eso se desanimó, y firme y denodado, continuó dando sus órdenes,lo mismo que el general Rincón, hablando paternalmente a los defensores, comunicando a todos sumismo temple de bronce heleno.

Y es que el valor que suele salvar las batallas, que es la gloria de un ejército, aun en derrota, lo mismoque el miedo y el pánico que las pierde siempre y es la mengua de una milicia, se comunica de un modoasombroso a las colectividades por medio del ejemplo.

Así fue como en aquella magnífica jornada, los episodios de heroísmo se multiplicaron, y puede decirseque fueron comunes a todos los que se encontraban en aquel recinto, cercado por casi todo el ejército

norteamericano, sin que hubiera un solo defensor, jefe, oficial, soldado o paisano que no hubiese tenidoun rasgo de bizarría marcial.

Hubo allí ciudadanos que, no habiendo jamás usado un cortaplumas, ni disparado una escopeta de caza,y existiendo cañones que no se usaban por falta de artilleros, se aprestaron a cargar y disparar laspiezas como pudieron, con gravísimo peligro de sus vidas. Otros sirvieron de ayudantes de los jefes, yhubo padres que hacían fuego en el parapeto al lado de sus hijos...

Tres horas y media, sin un instante de mengua, duró el combate de fuego, terminando al fin por la faltade parque; y sin embargo, antes de rendirse, los jefes resolvieron, con entusiasmo, cargar a labayoneta. Pero comprendiéndose lo inútil y temerario de semejante tentativa, ordenaron el abandono delas defensas exteriores, replegándose las fuerzas al interior del convento, no sin que algunos valientes,como Peñúñuri, hubieran avanzado con el intento de seguir el combate al arma blanca: ¡al dar losprimeros pasos, a pecho descubierto, cayó herido de muerte aquel gran mexicano!

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Espantoso silencio siguió al estruendo de la lucha, permaneciendo los nuestros a la expectativa, tristes ysombríos por no poder seguir batallando. El enemigo comprende entonces que ha llegado el asaltodecisivo y envía sus columnas a la bayoneta sobre los parapetos en los que nota con alegre sorpresaque no se le recibe a metralla como en las anteriores cargas. El capitán Smith, uno de los primeros que,espada en mano, coronan las obras, viendo que no se le hace resistencia, enarbola por sí mismo labandera blanca, impidiendo que los suyos se entreguen a bárbara carnicería en venganza de losestragos que en sus filas causaran los valientes defensores del convento de Churubusco.

A las tres y media de la tarde había terminado todo en el sombrío Monasterio, habiendo tenido nuestras

fuerzas una pérdida de 139 muertos y 99 heridos, la mayor parte artilleros, quedando en poder delenemigo tres generales, 104 oficiales y 1 155 soldados prisioneros; habiendo perdido aquél, entremuertos y heridos, 21 oficiales y 245 soldados.

Poco después de que cayó Churubusco, la división de voluntarios Shilds, que se había dirigido sobrePortales, tomaba este punto, después de un desesperado combate, retirándose sus escasos defensoresrumbo a la garita de San Antonio Abad, donde, horas antes, habían llegado parte de las tropas de SantaAnna y los restos que defendían el puente. Las tropas norteamericanas perseguidoras continuaron suavance victorioso por la calzada, hasta aproximarse a la garita, donde las contuvo el fuego de nuestrosinfantes, retrocediendo la columna a incorporarse con el grueso del ejército norteamericano.

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Molino del Rey 

Después de los combates del 20 de agosto, ambas fuerzas beligerantes se sintieron con tal quebranto yfatiga, que, tanto por parte del general Santa Anna como por la del general Scott, se revolvió solicitaruna suspensión de hostilidades, con el pretexto de deliberar acerca de las condiciones de un tratado depaz. Por fortuna para el honor de nuestras armas, el jefe norteamericano se adelantó, enviando alministro de la guerra, general Alcorta, una nota en la que; lamentando profundamente los horrores dela guerra inhumana que se hacían dos repúblicas hermanas, creía que era tiempo de que sus diferencias

se arreglasen políticamente, a cuyo efecto pedía un corto armisticio durante el cual podríase trataramigablemente.

Y después de algunas discusiones entre los comisionados de los beligerantes, quienes se reunieron enTacubaya el día 22, se firmó un convenio en el que se estipulaba la cesación absoluta de las hostilidadesen 30 leguas a la redonda de México, continuándose el armisticio por todo el tiempo que durasen lasnegociaciones de paz o hasta que el jefe de alguno de los dos ejércitos avisase formalmente al otro dela cesación de aquél, y con cuarenta y ocho horas de anticipación al rompimiento de las hostilidades; laprohibición absoluta de levantar obras de fortificación ofensivas o defensivas entre los límitesconvenidos, la de que los ejércitos se reforzasen, debiéndose detener todo refuerzo, excepto los devíveres a 28 leguas de distancia del cuartel general; la de avanzar los respectivos ejércitos susdestacamentos e individuos de la línea que entonces ocupaban, a no ser que condujesen o sepresentasen con bandera de parlamento, yendo a asuntos para que estuviesen autorizados por el mismoarmisticio.

El artículo 7º fue para nosotros una ignominia, pues en él se le permitía al ejército invasor proveerse devíveres y recursos en la misma ciudad de México. Esto causó trastornos posteriores que aceleraron laruptura del tratado pacífico.

En efecto, apoyándose en dicho artículo, penetraron hasta las calles principales de la ciudad más de ciencarros del ejército enemigo para sacar dinero de algunas casas comerciales y proveerse de víveresfrescos en el mercado. El pueblo se indignó, muy justamente, de que el inicuo invasor, causa de tantasdesgracias para la patria que había derramado la sangre de sus hijos, entrara tranquilamente a

abastecerse para regalarse, a la misma capital de la República a la que había ultrajado y a la queamagaba con un golpe de muerte. Tomóse a traición de Santa Anna aquel acto y se revolvió furioso elindignado pueblo contra los carreros del enemigo, apedreándolos. El gobernador del Distrito intentóreprimir el tumulto con la fuerza pública, ¡y he aquí que los lanceros mexicanos vuelven sus armascontra el pueblo defendiendo al invasor!

A duras penas y sólo por la pacífica persuasión del general Herrera que arengó al pueblo,manifestándole que el valor no se muestra con gritos y mueras ante inermes —sino en el campo debatalla, frente a los adversarios armados—, se logró calmar la indignación pública.

Las negociaciones de paz no daban resultado alguno, pues los comisionados norteamericanos teníanpretensiones exorbitantes en abierta pugna con nuestro decoro nacional.

El día 6 de septiembre recibió el presidente Santa Anna un oficio del general Scott en el que éstemanifestaba orgullosamente que consideraba violado el armisticio por parte de México y declaraba rotaslas hostilidades, si no recibía al instante satisfacción y reparación. ¡Era de nuevo la guerra! Las bandasrnilitares tocaron Generala, y las campanas a rebato , continuándose los aprestos de resistencia,reforzándose las guarniciones de las garitas, en tanto que el ejército norteamericano que ocupabaTlalpan, Coyoacán y Tacubaya era movilizado para avanzar sobre la capital.

El objetivo del plan del enemigo consistía desde un principio en abrirse paso por el poniente, después denulificar las posiciones de Molino del Rey, Casa Mata y Chapultepec. El general Scott creía que en laprimera de aquellas posiciones tenía el ejército mexicano un gran acopio de elementos de guerra ysobre todo abundante existencia de sacos de pólvora.

Además, teniendo en cuenta que el ataque sobre la capital era decisivo si se dominaba el oeste —relativamente más fácil de ocuparse, desprendiéndose las columnas norteamericanas de Tacubaya— quelas que se lanzaran contra San Antonio Abad, en el sur, Scott hizo dirigir todo su impulso sobre elrumbo indicado tanto más cuanto que a su vez el general Santa Arma, rotas las hostilidades, dirigió su

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vista hacia la región amagada tan especialmente por su adversario.

Éste avanzó desde el día 7 sobre la línea de batalla que con gran pompa militar fue estableciendo SantaAnna en los campos de Molino del Rey, Casa Mata, Los Morales y Anzures.

Nuestras tropas ocuparon tras del bosque de Chapultepec el edificio de Molino del Rey, dividido en dossecciones por un acueducto que ofrecía un buen abrigo atrincherado a los defensores. Parte de la fincaconstituíala el fuerte molino del Salvador, ligado por la línea del acueducto, con un antiguo molino depólvora, dentro de cuyo edificio se construían cañones. Al norte de esta línea, cuyos extremos eran dos

construcciones de tezontle y cantería, estaba la calzada de Anzures, que quiebra al oriente, en tanto queal sur limitábase el frente dicho, con los muros y cercas lejanas que veían a los campos y lomas deTacubaya.

Al noroeste de los molinos había otro edificio aislado, depósito de pólvora (la Casa Mata); rodeábale unfoso pequeño y varias líneas de chaparros parapetos. Sobre la extensión que abarcaban estasposiciones, en torno de algunas millas, alzábase la cresta más alta del castillo de Chapultepec, cubriendodefensivamente la región occidental con los agresivos fuegos de sus cañones.

Y he aquí cómo Santa Anna cubrió su línea de batalla para impedir el avance de las columnasnorteamericanas, que sabía iban a apoderarse de la fortificación mexicana avanzada de Casa Mata yMolino del Rey:

En la izquierda, sobre los molinos, hizo colocar la brigada del general León, compuesta de los batallonesde guardia nacional: Libertad, Unión, Querétaro y Mina.

A la mañana siguiente se reforzó esta guarnición con otra brigada. El 4º ligero y el 11º de líneaocuparon la Casa Mata en el flanco derecho, en tanto que en el centro, entre ambos molinos, tras dezanjas y magueyales compactos, se situaba la brigada del general Ramírez, con cuatro batallones,apoyando fuertemente una batería de seis piezas.

La división de caballería compuesta de 4 000 caballos se situó a tiro de cañón de Casa Mata, con ordende estar a la expectativa de la batalla, para caer en el momento oportuno sobre el flanco izquierdo del

enemigo, en el acto de empeñarse la refriega con nuestra infantería.La reserva formada por el 3º ligero y el 4º de línea quedó en el bosque de Chapultepec, pernoctandoparte de estas fuerzas en la cima del cerro, al mando del coronel Echagaray.

Pero la batalla que esperaba Santa Anna para el día 7, en la parte occidental de México, no se verifica; ycreyendo que Scott ha escogido el sur —arrojando sus columnas de Tlalpan, Coyoacán y Churubusco,sobre la garita de San Antonio Abad—, desguarnece en la noche del mismo día 7 la línea de batalla quedefiende el poniente de la metrópoli, desmembrando el robusto brazo —bien armado antes y presto a lapugna—, para fortalecer el sur. ¡Esto fue el penúltimo desastre!

¿A qué retirar de la potente línea de batalla del Molino del Rey y Casa Mata, apoyada por los fuegos de

Chapultepec, fuerzas que deberían ser el alma de una resistencia heroica, alentando con su solapresencia las filas mexicanas, y a qué, sobre todo, dejar sin sostén la batería central, bajo el pretexto deque iba a ser atacada, allá... hacia San Antonio Abad, la puerta que cerraba ante México la calzadameridional, y por qué tantas vacilaciones y contraórdenes delante de un enemigo que ostensiblementeembestía cierto rumbo de nuestra plaza?, ¿por qué semejante cúmulo de disposiciones militares?...

Nadie lo pudo comprender entonces. De nuevo resurgió la frase siniestra, el eterno anatema que paracolmo de catástrofes se desplomaba flamígeramente sobre el director de los destinos de la naciónmexicana... brotó de nuevo dantesca y trágica la palabra ¡traición! ¡traición! Y no hubo tal traición: fueque se acumularon terribles causas precedentes, atroces, sociales, para determinar en el ejércitomexicano, siempre valiente y siempre abnegado, el punto final de la última derrota que fuera al mismotiempo claro de luz de gloria, cerrando la triste epopeya de la invasión norteamericana en México...

La brigada del general Worth destacó sus oficiales de ingenieros por entre las lomas de Tacubaya,frente a nuestras posiciones, y ya en la madrugada quedaron instaladas sus baterías cuyos cañoneshabían de sostener el combinado ataque de cerca de 4 000 norteamericanos, bien armados y cubiertos

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por nubes de ligeros dragones; teniendo a su retaguardia aquella masa impulsiva, confiada en el triunfo,fuerte y rauda, considerables sostenes y reservas, flor y nata de las tropas veteranas enemigas.

Las fuerzas del jefe Worth fueron sostenidas por tres compañías de dragones, amén de dos piezas deartillería de sitio de 24 y por otra brigada ligera norteamericana, repartiéndose las columnas enemigasen un frente considerable en el que jugaban más de 3 500 rifles, ocho piezas de artillería y 400 caballos.Era que habían aumentado su fuerza de ataque en tanto que nosotros lo disminuíamos, como ya estáindicado.

A las primeras claridades del día 8, saludaron nuestro campamento, rompiendo fuegos sobre el Molino,la batería enemiga. A derecha e izquierda fueron avanzando hábiles tiradores norteamericanos hacianuestras líneas, protegidos por aquella su potente artillería. Los cañones que coronaban las crestas deChapultepec y la batería que ante los molinos, oculta tras el magueyal activaba sus descargas,respondieron ferozmente al estupendo fogonear de nuestro adversario.

Éste batió con sus cañones de Duncan la Casa Mata, disponiendo otros para enfilar su izquierda, haciadonde podía aparecer la caballería nuestra del general Álvarez, quien, como sabemos, tenía orden deacometer el flanco izquierdo enemigo en el instante en que cargara sobre nuestro frente de batalla.

Después de largos despliegues de las secciones beligerantes que maniobraban en sus respectivoscampos para formar sus columnas de asalto; después del intenso rebramar de las bateríasnorteamericanas sobre los molinos del Salvador y la Casa Mata, destácase una columna de infanteríaenemiga, que lentamente y ladeando pequeñas lomas se aproxima a tomar nuestra batería delmagueyal. Resistieron con sus fuegos los bravos batallones que cubrían las azoteas de Molino del Rey yCasa Mata y algunos de los tiradores que se defendían tras las ruinas de los edificios cercanos o ante losmuros del acueducto y los relieves ásperos y ondulantes del terreno.

Pero nuestra batería, que no tuvo próximo sostén, no pudo resistir el empuje de la columna enemiga, ypronto perdió sus cañones, no obstante la resistencia que hizo el 3º ligero, tras el acueducto. Elnorteamericano avanza sostenido por los fuegos de su batería ligera, cubriendo su frente con lapoderosa y terrible línea volcánica de los mejores rifleros, siguiendo a esta columna de asalto dosbatallones de reserva.

Detúvose toda esta masa ante nuestros fuegos de cañón y fusilería, en tanto que eran amagadas lasposiciones extremas del molino del Salvador y Casa Mata, jugando sin cesar contra el centro enemigo lalínea occidental de los cañones de Chapultepec.

El primer asalto de la columna norteamericana fue tan impetuoso y tan hábilmente preparado, quedespués de haber roto su friego último para llegar a bayoneta a la batería mexicana volteó nuestroscañones, entre hurras furiosos y delirantes, llevándoselos a toda carrera, ya que nuestra lejana infanteríadel acueducto y de los molinos era insuficiente para evitar aquel fracaso.

Al mismo tiempo, otra columna norteamericana cargaba fuertemente sobre el molino del Salvador, a laderecha, protegida por gruesos cañones, en tanto que otras fuerzas amenazaban nuestra izquierda,

siempre asegurados los adversarios por la enérgica sugestión de su relativamente poderosa artillería.Ahora volvamos a contemplar la terrible columna de asalto que arrancó nuestros cañones de la bateríacentral, entre Casa Mata y Molino del Rey... Se apodera de nuestras piezas, y ya las lleva en son detriunfo, cuando tras los victoriosos enemigos carga a paso veloz el batallón del general Echagaray queen Chapultepec permanecía de reserva... Carga el valiente cuerpo, y el adversario acosado a retaguardiavuelve caras, tiende sus tiradores ante pequeñas columnas que se lanzan sobre las nuestras a bayoneta,mas retroceden... y extendido otra vez en amplia faja el combate de fuego y arma blanca, logrannuestras banderas bellos triunfos... Las columnas de Echagaray y Balderas arrancan entre la refriega loscañones que nos habían tomado los norteamericanos, y allá en la Casa Mata, al mismo tiempo serechazan las otras columnas asaltantes, varias veces... Las baterías enemigas prosiguen un nutridísimofuego apenas contestado por los cañones de lo alto de Chapultepec... ¡Era la revancha!

Allá, tras de las lomas de Tacubaya, bien cubierto su frente por éstas, el general Scott dirige la batalla,y notando la debilidad de nuestro centro, que reforzara espontáneamente el 3º ligero, hace cambiar elfrente de ataque; llama a sus reservas, ordenando que vengan en su apoyo otras fuerzas de Tacubaya,y dirige entonces tres nuevas columnas de asalto hacia nuestras posiciones, lanzándose la primera,

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formada por la brigada del general Cadwallader sobre los molinos, la segunda sobre el frente de la CasaMata (donde el general Scott creía encontrar gran acoplo de material de guerra) y la tercera paraenvolver el norte de la misma Casa Mata. Su caballería se agrupó en su flanco izquierdo dispuesta aresistir el empuje de nuestros escuadrones, apoyada por dos piezas ligeras.

Mientras así se rehacía el enemigo de su descalabro, nuestros cuerpos volvieron a sus posiciones, traslos molinos, en los acueductos y las azoteas, colocando los más diestros tiradores ante las lomas,zanjas, matorrales y asperezas... ¡Y carga otra vez el adversario; precipítanse de nuevo sus columnasante una nube de fuego, amparadas por el estruendo mortífero de sus baterías sobre nuestras líneas, a

las que sostiene el redoblado estampido del cañón de Chapultepec... El combate se desarrolla másintenso, más desesperado y sangriento!... y otra vez los asaltantes se retiran, enviando hacia su extremaizquierda su batería "Duncan", dispuesta a contener a la caballería del general Álvarez, que empezaba aevolucionar.

¡Los norteamericanos habían sido rechazados también de Casa Mata, y nuestras tropas, en el delirio desu entusiasmo, saltaron los parapetos y a la bayoneta rechazaron a su vez al enemigo! Era de esperarseen esos instantes que la fuerte columna de caballería que a las órdenes del viejo insurgente suriano,general Álvarez, se encontraba sobre el flanco izquierdo norteamericano, cargara, desfilando entre lasquebraduras del terreno, para dar rotundo golpe al ejército rechazado; mas por una fatalidad queexplica la impericia y la falta de unidad en el mando, como hemos visto en todas las acciones de guerrade esta lamentable etapa histórica, aquella columna de caballería —que si no pudo haber obtenidoéxitos, hubiera logrado ejecutar lo bastante para dar al ejército mexicano, si no una victoria definitiva, almenos un glorioso episodio de profunda trascendencia moral— no cargó, y entonces, vueltos arehacerse los norteamericanos, tornaron al asalto... ¡Truenan nuestros últimos cañonazos, intentandodetener sus bandas, y al fin, unos tras otros van cayendo en su poder el Molino y la Casa Mata,tomando de nuevo la batería tan heroicamente disputada en el fragor de tanta contienda!

La batalla fue una de las más terribles; solamente en La Angostura se desarrolló ímpetu igual al quedesplegaron los cuerpos mexicanos que saliendo de sus posiciones fortificadas fueron a contener yrechazar las soberbias columnas adversarias... ¡Hubo refriegas en que jefes y oficiales dieron ejemplo devalor a sus tropas, cayendo épicamente al frente de ellas el bravo general León y los coroneles Balderasy Gelati!... jamás el ejército norteamericano había sufrido tanto como ante el valor de estos valientes,

en el Valle de México!A última hora, como siempre, aparecieron las reservas de Santa Anna, logrando apenas contener, entorno de Chapultepec, las excursiones de los voluntarios del enemigo, trabándose combates parciales enlos campos que se extendían a uno y otro extremo del bosque y las calzadas. La artillería del castillo hizoretroceder a las fuerzas norteamericanas, las cuales en la tarde tuvieron que evacuar las posiciones quenos conquistaran a tan alto y enorme precio de sangre.

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Asalto de Chapultepec 

La batalla de Molino del Rey demostró plenamente todo el poder de resistencia de que eran capaces lastropas mexicanas, dirigidas con acierto, entereza y valor... Jornada fue aquella que costó al enemigotorrentes de sangre y varios elementos de guerra, sin lograr obtener las ventajas que merecíansemejantes sacrificios.

El general Scott, corno dijimos ya, dirigió sus fuerzas contra el Molino del Rey y sus posiciones

adyacentes, creyendo adquirir trofeos inestimables y gran cantidad de pólvora, en cuyo concepto, ydeseando avanzar por la vía occidental sobre México, amagándolo desde el mismo Chapultepec —golpede terrible efecto moral sobre el ejército y la población—, tuvo cruel y profundo desengaño al ver eltristísimo resultado de la batalla que le costó considerables pérdidas. Vio que en los depósitos de Molinodel Rey y Casa Mata no había el rico material de guerra que creyó adquirir, ni mucho menos pudo tenercon tan arriesgada y sangrienta conquista puntos estratégicos que compensaran la suma de energíasvitales y pecuniarias vertidas en sus operaciones del 8 de septiembre y las que le precedieron.

Bien sabido es que los generales Worth y Scott tuvieron agrio altercado porque aquél se oponía alproyecto de su general en jefe, juzgándolo inconducente y antiestratégico. Y efectivamente, pocoavanzó el caudillo norteamericano después de la sangrienta jornada del Molino del Rey, si se tiene encuenta que bien pudo evitar aquel choque general, rehuyendo las posiciones sobre las que lanzó susbrigadas, concretándose a tomar Chapultepec, para seguir sin obstáculo hasta la garita occidental deBelén.

Sin embargo, para la causa mexicana la acción de armas que hemos referido fue uno de los últimosdesastres, uno de los últimos eslabones trágicos de la lúgubre cadena que, tendiéndose de oeste aoriente, limitó las fronteras de nuestra patria, retrocediéndola centenares de millas al sur.

Nuestras pérdidas en el Molino del Rey fueron terribles, pues cayeron en poder del enemigo, según susmismos partes, más de 800 hombres, inclusive 51 oficiales, en su mayor parte de la brigada León; peroel adversario sufrió también hondamente, teniendo 58 oficiales y 729 soldados fuera de combate, aménde multitud de prisioneros y dispersos.

Mas si para el enemigo esta jornada fue costosa, para nosotros tuvo un efecto moral decisivo,produciendo el mayor desencanto en la población de la capital, estremecida dolorosamente por estacatástrofe, no obstante que el general Santa Anna la hizo celebrar como un triunfo, con repiques ydianas.

¡Quería el general en jefe arrojar velos de apoteosis triunfales a sus postreros descalabros!

¡Y pensar que todavía el día 7, en la misma víspera, se convirtió en paseo y regocijamiento público laextensión que ocupaban el oeste de Chapultepec, los Molinos, la Casa Mata y calzadas de Anzures y laVerónica!... ¡Pensar que de nuevo después de tan inauditos desastres había sonreído la esperanza devictoria, tanto que la muchedumbre frenética de entusiasmo patriótico, saludó a Santa Anna con

gloriosos vivas, redoblando con el griterío universal las sonoras cajas de guerra, los repiques de lascampanas y el rimar flamígero, vibrante y bélico de cien trompetas y clarines!... ¡Triste apoteosis militarde aquel hombre siniestro que tanto había ido amontonando pesadumbres y atroces infortunios sobre lapatria!

¡Traición! ¡Traición! ¡Traición!...

Resurgía la fatídica palabra, vibrando en todas las clases sociales con chasquidos de látigo vengador queazotara vergonzosamente encorvadas espaldas de esclavos.

¿Por qué, por qué no había cargado la caballería? —se preguntaban peritos y profanos en el arte de laguerra—, ¿por qué Santa Anna desguarnecía siempre las líneas que iban a ser atacadas, y cuandoestallaba el conflicto no iba en auxilio de los angustiados combatientes, o cuando lo hacía era para llegartarde como en esta batalla a cuyo campo se dirigió a la cabeza del 1er regimiento ligero, acudiendo sóloa presenciar los estragos de la infausta rota del bosque de Chapultepec?...

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Habiéndose retirado los norteamericanos a Tacubaya dejando destacamentos en las posicionesconquistadas, con artillería ligera y gruesa para batir el bosque y lo alto del cerro, siguióse un duelo deartillería entre la suya y la nuestra, que contestaba dignamente desde la almenada corona del castillo.Pero al fin los enemigos tuvieron que abandonar el campo, hostigados por nuestros fuegos.

Del 8 al 11, el ejército norteamericano se concretó a reorganizarse, haciendo aprestos desde su cuartelgeneral que estaba en Tacubaya, para dar un vigoroso asalto contra el poniente de la ciudad de México.Las tropas enemigas de Tlalpan, Churubusco y Coyoacán reforzaron en parte a las de San Ángel y

Tacubaya y las avanzadas de las lomas, mientras otras fracciones tenían orden de hacer unademostración de ataque sobre las garitas de San Antonio Abad y la Candelaria.

El general Scott, después de haber hecho reconocimientos importantes por las regiones del sur de laciudad, se decidió a efectuar el ataque, principalmente por el oeste, apoderándose de la altura deChapultepec.

Con este objeto hizo instalar cuatro baterías para que bombardearan el castillo hasta destrozarlo,produciendo terrible efecto moral entre sus defensores. La primera, compuesta de dos piezas dedieciséis y un obús de ocho pulgadas, se instaló en la hacienda de la Condesa para batir el sur delcastillo; defendiendo sus fuegos al mismo tiempo la calzada de Tacubaya y Chapultepec. La segunda,constituida de un cañón de veinticuatro y un obús de ocho pulgadas, se situó en la loma del Rey, frenteal ángulo sureste del fuerte; colocándose, la tercera, con un cañón de dieciséis y un obús de ochopulgadas, a doscientos cincuenta metros de los molinos; mientras la cuarta, con un grueso obús de diezpulgadas, quedó abrigada dentro del mismo edificio del Molino.

A estos elementos esenciales que para efectuar el bombardeo acumuló el adversario al poniente y surdel castillo, hay que agregar numerosa artillería de reserva, compuesta en su mayor parte de nuestrosmismos cañones de sitio y plaza arrebatados en Cerro Gordo, Churubusco y Padierna, sostenido todoeste apresto por densas líneas de infantería, cubiertas, por baterías ligeras y Exploradores ligeros acaballo.

Hábilmente engañó Scott a Santa Anna, haciéndole creer que intentaría el ataque por el sur de México,

enviando a la división Quitman de Coyoacán a unirse con la de Pillow, de día, amenazando las garitasmeridionales; pero con orden de estos jefes de volver, en la noche , con el mayor sigilo y silencio aTacubaya, donde estaba el cuartel general norteamericano.

El general Twiggs con la brigada Rayler y dos baterías de campaña quedaron ante dichas garitas enactitud amenazadora.

Nuestro general presidente cayó en el lazo, y al instante que supo lo de las maniobras enemigas contrael sur de la población, retiró fuerzas de Chapultepec y otros puntos para engrosar sus reservas,dirigiéndose con ellas hacia San Antonio Abad, Niño Perdido y la Candelaria.

Al amanecer del día 12, las baterías norteamericanas rompieron sus fuegos sobre el bosque y el castillo,

produciendo espantosos estragos, y después de que aquéllas rectificaron sus punterías pudieron al finenviar con el más terrible éxito sus cohetes a la Congréve, sus granadas y sus bombas de hierro...

Chapultepec apenas estaba defendido por muy ligeras obras de fortificación: en el exterior unhornabeque en el camino que va a Tacubaya. En la puerta de la entrada oriental: un parapeto, y en lacerca débil e impropia como defensa militar, que entonces rodeaba el bosque por la parte sur, seconstruyó una flecha, abriéndose en torno un foso de siete metros de profundidad. Éste debía rodeartodo el bosque; pero semejante obra, como otras muchas que se empezaron a ejecutar en una posiciónque debió haber llamado poderosamente la atención de Santa Anna ante un enemigo que tan biendemostraba su designio de atacar la capital por el oeste, no quedó terminada, y apenas si se colcocarontablones y morillos cavándose al derredor algunas cortaduras entre zanja y zanja. Otras flechastendiéronse al poniente y al pie del cerro, colocando fogatas y trampas en combinación, por el trayectoque se suponía siguieran las columnas asaltantes.

El recinto del edificio pomposamente llamado castillo se rodeó en gran parte con parapetos de sacos atierra y revestimientos de madera, ramajes y adobes, blindándose los techos que cubrían los dormitoriosdel Colegio Militar y los principales depósitos.

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Apenas siete piezas de artillería defendían esta posición tan descuidada, en suma, por Santa Anna: dosde veinticuatro, una de ocho, tres de campaña de cuatro y un obús de sesenta y ocho.

Era el jefe del punto el ilustre y beneméríto general don Nicolás Bravo, quien tenía como segundo algeneral Mariano Monterde, contando con una guarnición de tropas bisoñas y desmoralizadas, que a lahora del conflicto sumaban unos 800 hombres, los que se distribuyeron en las obras del bosque y en lapropia defensa del edificio, en lo alto del cerro.

En vano el general Bravo hizo ver a Santa Anna lo peligroso que era abandonar la posición al cuidado detropas reducidas y de mala calidad (contingente de reclutas indígenas de varios estados), a los que nose supo o no se pudo, o tal vez no se quiso, ni se intentó, hacer penetrar en sus conciencias la fepatriótica, enderezando el viejo temple heroico de su raza hacia el denuedo provechosísimo de una granresistencia ante el invasor.

Al amanecer del día 12, las baterías norteamericanas principiaron el bombardeo sobre el bosque y elllamado castillo, contestando sus fuegos muy escasamente nuestra pobre artillería.

Al principio fueron nulos los efectos de los primeros disparos dirigidos contra el fuerte; pero muy prontolos jefes ingenieros del enemigo rectificaron sus punterías, y durante todo el día cayó sobre Chapultepecuna lluvia de granadas, bombas y cohetes a la Congréve, produciendo estragos espantosos en elmaterial de las fortificaciones y en la escasa tropa que las guarnecía. Hubo necesidad de retirar granparte de ella para que no sufriera impunemente tan mortíferos fuegos, colocando tras del cerro, hacia eloriente, a todos los defensores que no pertenecían a la artillería y a los no empleados en las obras dedefensa. El enemigo mantuvo en el aire una bomba, en toda la jornada del día 12, terminando laactividad de sus baterías al oscurecer.

En la noche, mientras el general Nicolás Bravo urgía con desesperación, como ya indicamos, por que sereforzaran las tropas de su mando con parte de las reservas intactas que Santa Anna llevaba de unextremo a otro de la ciudad y sus contornos, sin que, por supuesto, el jefe del punto fuera atendido, elgeneral Scott combinaba sus últimas evoluciones que debían preparar el asalto de Chapultepec.

Apenas se inició la terrible noche del 12 al 13, cuando se comprendió en un instante los desastresocasionados por el bombardeo, el que, según el plan del enemigo, había desmantelado cuanto pudieraservir para operar una resistencia, si no imposible de ser domada, al menos gloriosa para nuestrasarmas y costosísima para el asaltante.

A última hora se efectuaron las reparaciones más urgentes, aprovechando las tinieblas, no sin que entretanto desertaran reclutas, indígenas incapaces de comprender la trascendencia y la ignominia de suacción frente al enemigo, atribulados y desmoralizadísimos como estaban, y sobre todo sin que hubieransurgido voces inteligentes y patrióticas que les hiciesen luz en sus pobres cerebros ensombrecidos.

Algo reanimó el general abatimiento en aquella noche, la presencia, a lo lejos, de una fuerza del Estadode México que llegaba a reforzar las del Valle, al mando del mismo gobernador don Francisco M.

Olaguíbel, perseguida por algunos escuadrones norteamericanos qué no se atrevían a atacarla.Aquellas tropas, unidas a ciertas fracciones de la caballería del general Álvarez, que vagaba tristementee inútil, por los campos occidentales, debía de ser de un gran efecto táctico a retaguardia de lasdivisiones enemigas que, desprendiéndose de sus posiciones de Molino del Rey y adyacentes, irían a darlos fulminantes asaltos contra el quebrantado Chapultepec.

Mas, por desgracia, se repitieron las mismas, las eternas faltas de esta lamentable campaña. Huboórdenes y contraórdenes del general presidente; fatigóse a la tropa sin resultado práctico: tras milevoluciones tuvo que entrar aquel auxilio del Estado de México a la capital, lo mismo que las reservas yel pomposo estado mayor del general Santa Anna.

Para cooperar a la defensa del castillo, se dispusieron en la falda del cerro, por la parte oeste que eraentonces la más accesible, unas fogatas de barrenos de pólvora, que no llegaron a encenderse por nobajar a tiempo el teniente de artillería encargado de hacerlas estallar.

Al amanecer del día 13, el enemigo principió más activo que el día anterior el bombardeo, desde las

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posiciones de Molino del Rey y la batería del sur. A las seis de la mañana, el general Bravo comunicó alministro de la Guerra la deserción de gran parte de sus tropas, desmoralizadísimas por los estragos ysangre que causara la artillería enemiga, encareciendo la necesidad de que se cambiara su fuerza porcualquiera otra en diferentes circunstancias. Santa Anna insistió en no enviarle auxilio alguno hasta lahora del asalto.

Entonces Bravo, sabiendo que la brigada de reserva del general Rangel se hallaba al oriente muyinmediata, solicitó de éste algún refuerzo, pero se le contestó que no era posible sin orden del generalpresidente.

A las nueve de la mañana, el enemigo lanzó sobre el bosque tres columnas de asalto, una por la parteoccidental y las otras a derecha e izquierda, llevando a su frente secciones de zapadores con palas,barretas, hachas y escalas.

Los norteamericanos avanzaron con resolución, haciendo a trechos certeras descargas de rifle sobre losparapetos del bosque, donde nuestros escasos soldados respondieron con su fusilería a los gritos de¡viva México! Al llegar a ellos trabóse desesperada refriega al arma blanca, mas los defensores fueronarrollados por el impulso de aquella masa superior erizada de bayonetas penetrando al bosque lascolumnas. En estos instantes el general Santa Anna, no obstante el último aviso apremiante de Bravo,se contentó con enviar por todo refuerzo al castillo, al batallón de San Blas al mando del bizarroteniente coronel Santiago Xicoténcatl.

Esta fuerza no tuvo tiempo de subir al castillo; pero su jefe, con admirable denuedo y energía, la tendióentre el bosque, oponiéndose al desemboque de las columnas asaltantes, rompiendo al punto susfuegos sobre ellas. Entretanto, otra sección norteamericana se dirigía hacia el norte, amagando lacalzada de Anzures, con el intento de llamar la atención de nuestro general en jefe que se encontrabacon la brigada Lombardini y el batallón Hidalgo en la calzada de Belén. Otra demostración semejanteefectuaba al mismo tiempo el enemigo sobre la calzada de la Condesa.

Y he ahí a Santa Anna dando órdenes y contraórdenes a sus fuerzas de reserva, mandándolas de unlado a otro, inútilmente, mientras el verdadero asalto sobre el castillo desarrollaba en el bosqueespantosa tragedia de sangre y fuego; mientras el batallón San Blas, rodeado por enemigos superiores,

caía épicamente al pie del cerro, muriendo la mayor parte de sus oficiales y soldados, lo mismo que suvaliente jefe, cuyo nombre célebre, Xicoténcatl, quedó otra vez inmortalizado... Bajo la alta bóveda delos viejos ahuehuetes, en medio de una aureola de fuego, nubes de pólvora, relámpagos de sables ybayonetas, cae el héroe envuelto en su bandera atravesado por veinte balas, gritando: ¡Viva México!

El enemigo subió por la rampa y por las partes practicables, aprovechándose de las asperezas, rocas yarbustos del cerro, para hacer fuego tras ellos, en tanto que de las defensas que rodeaban el castillobrotaban las descargas de sus defensores, deteniendo a los asaltantes. Reforzados éstos por nuevastropas, llegaron bajo una granizada de plomo hasta el edificio que coronaba la altura, donde todavíaencontraron heroica resistencia en los alumnos del Colegio Militar, quienes tuvieron la gloria espléndidade ser los últimos que hicieron morder el polvo al invasor en aquella jornada.

Éstos, no obstante la orden de retirarse que les había dado el general Bravo, prefirieron morir conhonra, y desde que aparecieron a su alcance los enemigos estuvieron haciendo fuegodesesperadamente, y cuando cayó la mayor parte del Colegio se retiraron con algunos soldados al jardínque quedaba sobre el velador, donde fueron hechos prisioneros.

¡Eterna es la gloria de aquellos niños héroes que admiraron al enemigo con su entereza de broncehonrando la bandera de su patria y sellando con luz de sol —luz roja de crepúsculo trágico, luz rojacomo su sangre— la leyenda del augusto Chapultepec!

¡Qué noble orgullo para los jóvenes alumnos del Colegio Militar de México iniciarse en la bizarra carrerade las armas en una academia cuya historia esplende con tan sublime página! ¡Qué aliento para seguir através de catástrofes y obstáculos, recordando el sacrificio de los valientes niños!

Murieron defendiendo el último reducto del Colegio Militar los siguientes alumnos cuyos nombres nodebemos olvidar nunca: teniente Juan de la Barrera, y los subtenientes Francisco Márquez, FernandoMontes de Oca, Agustín Melgar, Vicente Suárez y Juan Escutia; y siendo heridos el subteniente PabloBanuet y los alumnos de fila Andrés Mellado, Hilario Pérez de León y Agustín Romero. Quedaron

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prisioneros con el general Monterde, director del Colegio, los capitanes Francisco Jiménez y DomingoAlvarado; los tenientes Manuel Alemán, Agustín Díaz, Luis Díaz, Fernando Poucel, Joaquín Argaiz, JoséEspinosa y Agustín Peza, y los subtenientes Miguel Poucel, Ignacio Peza y Amado Camacho, con elsargento Teófilo Nores, el cabo José Cuéllar, el tambor Simón Álvarez, el corneta Antonio Rodríguez, y37 alumnos de fila.

Tomado el castillo, hecho prisionero su jefe, el general Bravo, llegaron nuevas fuerzas norteamericanasa la posición, que eran las que habían atacado vigorosamente a la derecha de la línea organizada porSanta Anna y que sostuvieron reñidos combates por entre el acueducto y la calzada. La brigada del

general Rangel resistió el choque hasta que, empujada por enemigo superior, tuvo que ceder,abandonando su reducida artillería, retirándose a las garitas de la capital.

El enemigo quedó, pues, nuevamente victorioso en estos últimos combates, no sin que su triunfo lecostara sangrientos sacrificios, perdiendo la quinta parte de su fuerza, dejando bajo las hermosasenramadas de Chapultepec ensangrentada, muerta o herida la flor magnífica de su oficialidad.

¡Y también quedaron bajo el antiguo bosque de Moctezuma y Netzahualcóyotl, aquellos radiantesjóvenes mexicanos —alumnos del Colegio Militar, eternamente glorioso en los anales patrios—sucumbiendo en la refriega heroica, de cara al deber, mirando al cielo!...

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LECTURAS COMPLEMENTARI AS

Abbot Livermore, Abdiel, Revisión de la guerra entre México y los Estados Unidos, FCE, 1989.

Bustamante, Carlos María de, El nuevo Bernal Díaz del Castillo , 1995

Vázquez, Josefina Z., México frente a Estados Unidos (Un ensayo histórico, 1776 - 1988) , FCE, 1995

Zavala, Silvio, Apuntes de historia nacional , FCE, 1996