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BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Voces sobre la liberación del Apure

Edición conmEmorAtiVA dEl BicEntEnArio 1819-2019

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Coordinación editorialAlejandro LópezYessica La Cruz

Asistencia editorialAlexander Zambrano

Compilación y nota introductoriaJavier Escala

Portada y diagramaciónOrión Hernández

Imagen de portadaArturo Michelena, ¡Vuelvan caras!, 1890Óleo sobre tela 300 x 460 cm, Círculo Militar de Caracas.

CorrecciónYessica La Cruz

BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIOVOCES SOBRE LA LIBERACIÓN DEL APURE

© Fundación Centro Nacional de Historia, 2019Final Av. Panteón, Foro Libertador, edificio Archivo General de la Nación,P.B. Caracas, República Bolivariana de VenezuelaDepósito Legal: DC2019000376 ISBN: 978-980-419-060-5 Impreso en la República Bolivariana de Venezuela

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ÍNDICE

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Presentación .......................................................................... 11

Nota introductoriaJavier Escala ........................................................................ ...17

Boletín del Ejército Libertador de Venezuela,por Simón Bolívar, del 3 de abril de 1819 27

Oficio del Libertador Simón Bolívar parael vicepresidente del Estado de Venezuela,Francisco Antonio Zea, del 17 de abril de 1819 31

Correo del Orinoco (fragmento) 35

Memorias del general Daniel Florencio O’Leary(fragmento) 37

Autobiografía del general José Antonio Páez(fragmento) 47

Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar,Libertador de Colombia, Perú y Bolivia, de Tomás Cipriano de Mosquera(fragmento) 63

Carta del general Pablo Morillo al ministro de Guerra 69

Recuerdos sobre la rebelión de Caracas,de José Domingo Díaz(fragmento) 75

Historia de la revolución hispanoamericana, de Mariano Torrente(fragmento) 81

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Resumen de la Historia de Venezuela,de Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez 83

Venezuela heroica, “Las Queseras”, de Eduardo Blanco 87

Historia Patria, de Lino Duarte Level(fragmento) 101

Canción Queseras del Medio,de Eneas Perdomo 105

Croquis del desarrollo de la Batalla 107

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Un inmenso vuelvan caras Y allá en las Queseras del Medio mordieron el polvo los mejores

soldados del rey de España, y allá en Mucuritas, y en El Yagual, y en La Puerta, y en Carabobo, en Boyacá, y en Ayacucho. Si a este

maldito imperio se le ocurriera, como dice un poema de esos épicos de la sabana: “Si otros tiranos quisieran esclavizarnos la Patria”, uno pudiera decir también, si otros tiranos quisieran invadirnos

la Patria, sería toda Venezuela un inmenso “Vuelvan caras”.

Hugo Chávez Frías, Aló Presidente N° 355, 11 de abril de 2010

Destrozaron la caballería de Morillo Pues así, caballo, jinete y lanza 150 cruzaron el Arauca y estaba

Morillo allá en la sabana y José Antonio Páez pica espuelas al frente de 150 y le pasa a Morillo por un flanco provocándolo, pasó

a provocarlo y Morillo sorprendido ordena la persecución y es cuando ocurre el hecho heroico casi homérico. Páez comandando

la supuesta red tirada hacia el río, Morillo cayó en la trampa, lanza la caballería realista a perseguir a Páez y a los centauros, y en el momento apropiado cuando Páez va mirando, pulsando

el momento entre la vida y la muerte, entre la tierra y el agua, entre la patria y la antipatria entonces lanza aquel grito que

retumbó en las Sabanas de las Queseras del Medio “¡Vuelvan caras!” y eran muy hábiles los llaneros de Páez en volver caras,

halar las riendas del caballo y el caballo gira y de repente las tropas del rey de España se consiguen con la masa de caballería,

jinete y lanza que se devuelve. Destrozaron la caballería de Morillo y luego la persiguieron en desbandada por las matas que

adornan las riberas del Arauca legendario. Bolívar no quería creer aquello, cuenta Bolívar, y condecoró aquellos 150 héroes

con la Orden de los Libertadores en Los Potreritos Marrereños.

Hugo Chávez Frías, Aló Presidente N° 180, 1 de febrero de 2004

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PRESENTACIÓN

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En 1819, cuando los llaneros venezolanos doblegan al reino de España en la tierra apureña, se está cumpliendo una década del inicio de la corriente insurreccional, que opone a la mayoría de las colonias españolas en América, contra una metrópoli putrefacta en lo político, hipócrita en lo espiritual y rentista en lo material.

En La Paz y en Quito se conforman las primeras Juntas de Gobierno en 1809. Sin embargo, estas iniciativas autonómicas de la élite y la aristocracia criolla son ferozmente reprimidas y desarticuladas por las autoridades coloniales en pocos meses. Al año siguiente, en las actuales Venezuela, Argentina, Colom-bia, Chile y México, estalla el movimiento emancipador y la América que nace con la invasión de 1492 comienza a vivir una guerra por su liberación.

Desde 1810, en Venezuela la Revolución es conducida sin un comando geopolítico-militar central. Así lo advierte Simón Bolívar a finales de 1812. Desde Cartagena, en el Manifiesto so-licita a la Nueva Granada respaldar la liberación de Venezuela y plantea, por primera vez, la necesidad de mantener la unidad territorial del antiguo virreinato. Esta idea la retoma en Jamaica y en su Carta de 1815 ve a Venezuela unida a la Nueva Granada en una gran República central llamada Colombia.

Cuatro años después, el Libertador trabaja intensamente por consolidar el eje Panamá-Bogotá-Caracas, que daría una ventaja estratégica a la Revolución continental, en un contexto donde el Imperio español aún mantiene una fuerte presencia en América1. En Angostura, organiza “… una vasta labor de go-bierno, en todos los sentidos, para crear en Guayana el corazón

1 Durante 1819, las islas de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, la Capi-tanía General de Guatemala y el Virreinato del Perú son enclaves realis-tas. En México, los líderes patriotas se repliegan en el Bajío y Veracruz, y en Uruguay se intensifica la lucha contra la invasión luso-portuguesa. Paraguay es República y opta por aislarse. Argentina promulga un pri-mer texto constitucional que es rechazado por muchas de las provincias del antiguo Virreinato de La Plata. En Chile, los republicanos consoli-dan sus posiciones y avanzan tras la victoria en la batalla de Biobío.

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de una república”2. Y de esta nueva capital, Bolívar asegura la navegación del Orinoco, lo que le permite reactivar el comercio en el Caribe y entablar un enlace directo con los llanos de Apure y el Casanare neogranadino, defendidos por el general José An-tonio Páez.

En febrero Bolívar pone en marcha el segundo Congreso de la República y en el Discurso que lee el día de su instalación, presenta un proyecto de Constitución que se inspira en las ideas de Simón Rodríguez sobre la educación para el pueblo, en la li-bertad vivida en suelo haitiano y en la potente maquinaria par-lamentaria británica. En su intervención critica a Fernando VII por recurrir a la Santa Alianza para combatir a la Revolución americana, reitera que Venezuela tiene la voluntad de combatir hasta expirar y asegura que las tropas patriotas pueden medirse con las más selectas de Europa, ya que no hay desigualdad en los medios destructores3.

El Libertador concluye sus palabras recordándoles a los representantes de Barcelona, Barinas, Cumaná, Margarita y del Casanare, que la unión de Venezuela y la Nueva Granada ha sido el voto uniforme de los pueblos y Gobiernos de estas Re-públicas. Este argumento final anuncia el rumbo que tomará su próxima campaña que tiene como punto de arranque los llanos occidentales.

2 Miguel Acosta Saignes. Bolívar: Acción y utopía del hombre de las difi-cultades. Caracas, Ministerio de Poder Popular para la Comunicación e Información, 2010, p. 273.

3 Según apunta Miguel Acosta Saignes, esta es la situación de las fuerzas patriotas para el momento: “La escuadra había aumentado con la llega-da de Joly y la incorporación de otros corsarios. Tenía dos centros, en Angostura y en Margarita, organizados por Brión. Bermúdez de nuevo estaba en Maturín, aunque sin gran número de soldados. Mariño de-fendía a Angostura, con la cooperación de Zaraza, activo en los Llanos de Barcelona, y Monagas andaba por el Guárico. El conjunto de las tres fuerzas se denominaba ejército de oriente. Urdaneta estaba en Margari-ta, en espera del momento propicio para invadir la Costa Firme, como jefe de los legionarios extranjeros. En Casanare organizaba un ejército Santander y en los Llanos de Apure peleaban numerosas guerrillas al mando de Páez”. (Véase: Miguel Acosta Saignes. Op. cit., pp. 298-299).

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En el plan estratégico de Bolívar es vital contener al ejército del comandante español Pablo Morillo quien pretende asentar-se en Apure. Solo así podrá despejar el paso por el Casanare e ingresar a la Nueva Granada para “… decidir con sus soldados y sus enormes recursos, una contienda que tendía a estabilizarse indefinidamente en Venezuela”4.

En 1819, el Libertador lidera un ejército donde neogranadi-nos, caraqueños y orientales luchan, codo a codo, con reclutas guayaneses, navegantes antillanos y legionarios británicos. Entre esta diversidad de combatientes destacan los llaneros de la guerrilla apureña donde Bolívar “… encuentra por primera vez la base social y política para su lucha contra España, de la que antes había carecido”5.

El 2 de abril de 1819, el pueblo en armas decide la batalla en las Queseras del Medio y comienza a participar activamente en la ofensiva geopolítica del Libertador. A los pocos meses los lanceros forman parte de las fuerzas revolucionarias que escalan el páramo de Pisba y derrotan al jefe realista José María Barreiro en Pantano de Vargas y Boyacá; victorias que son cru-ciales en la liberación definitiva de la Nueva Granada.

Hoy el Gobierno Bolivariano, a través de la Fundación Centro Nacional de Historia, se honra en conmemorar el Bicentenario de este episodio de nuestra gesta revolucionaria con el presente inventario testimonial titulado Queseras del Medio. Voces sobre la liberación del Apure. Este conjunto de miradas sobre la extraordi-naria batalla del ¡Vuelvan caras!, nos da una necesaria enseñanza actual: la fuerza popular organizada es capaz de hacer caer a los ejércitos de los imperios más poderosos.

Centro Nacional de Historia

4 Indalecio Liévano Aguirre. Bolívar. Caracas. Fundación Editorial El pe-rro y la rana, 2011, p. 316.

5 Jorge Abelardo Ramos. Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires. Ediciones Continente, 2012, p. 151.

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NOTA INTRODUCTORIA

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Esta edición especial realizada con motivo del Bicentenario de la Batalla de las Queseras del Medio es una compilación cronológica de trece textos referentes al tema; la mayoría testi-monios, tanto de patriotas como de realistas. Se hallará a Simón Bolívar y a Pablo Morillo, a José Antonio Páez y a José Domingo Díaz, a Daniel Florencio O’Leary y a Mariano Torrente. Asi-mismo, las visiones historiográficas posteriores (Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Eduardo Blanco y Lino Duarte Level) y una representación popular del emblemático hijo del llano apu-reño Eneas Perdomo.

A principios de 1819 la fuerza patriota se encuentra conso-lidada en el oriente del país, mientras el centro y el occidente permanecen bajo el control de Morillo, jefe del ejército que Fernando VII mantiene en Venezuela. El Libertador, quien está en Angostura dirigiendo los preparativos para la instalación del Congreso, ante el avance del enemigo en los llanos, instruye a Páez preservar a toda costa el ejército de Apure, el más diestro de la República y no presentar batalla abierta a Morillo hasta su retorno. Páez decide dejar a los contingentes realistas inter-narse en el sur del llano y ordena incendiar a la ciudad de San Fernando para que Morillo no la tomase como base militar. Luego establece un centro de operaciones en San Juan de Payara y organiza una serie de ataques que hostigan constantemente al enemigo y lo privan de recursos vitales como el ganado y las armas.

Poco a poco el desconocimiento del terreno, los estragos causados por el clima ardiente y húmedo de la sabana, y el tipo de guerra irregular aplicada por el rival, alejan a Morillo del ob-jetivo primordial de su campaña: vencer al bizarro jefe llanero y dominar la vasta región de los llanos suroccidentales.

A finales de marzo, Bolívar se encuentra de regreso en las tierras apureñas y decide hacerles frente a las fuerzas de Mori-llo, quien monta su campamento muy cerca del patriota al norte del río Arauca. Páez, reconocido por su osadía e ingenio en las batallas de Mata de Miel y El Yagual (1816), Mucuritas (1817) y la Toma de las Flecheras (1818), propone aplicar, a gran escala, una táctica arriesgada que consiste en incursionar en el

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territorio enemigo y con una escuadra de caballería provocarlo, hasta atraerlo hacia una emboscada.

Finalmente, al atardecer del 2 de abril de 1819 el Centauro pone en marcha el plan y con 153 lanceros cruza el Arauca y divide sus fuerzas en 3 columnas que galopan en busca del ene-migo. Al ver este avance, Morillo cae en la trampa y moviliza a toda su caballería, compuesta por unos 1.000 jinetes, inclui-dos 200 carabineros. De inmediato, Páez ordena la retirada y con el apoyo de Juan José Rondón garantiza que el enemigo se mantenga en una sola columna, al momento que se acercan al punto resguardado por los artilleros patriotas, ordena a su tropa “… volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados”6. Con este sorpresivo ataque a la retaguardia, los llaneros pasan de perse-guidos a perseguidores, arrasan con las formaciones españolas y protagonizan una de las hazañas bélicas más celebradas de nuestra Revolución Independentista.

El Libertador llegó a escribir con acierto: “Jamás se ha visto un combate ni más desigual, ni más glorioso para las armas de la República”. Solo 2 muertos y 4 heridos tuvo por bajas el ejército vencedor, mientras que el bando contrario perdió 400 hombres. La derrota fue tan significativa que Morillo omitió el combate en sus Memorias; sin embargo, en el Informe al minis-tro de Guerra del Reino de España elevó la cifra de los llaneros a 700 y cambió deliberadamente los hechos: “… los cargué y fui persiguiendo por espacio de dos leguas, causándoles bastante daño, hasta que la obscuridad impidió pudiésemos acabar la destrucción”. Por otro lado, los realistas Mariano Torrente y José Domingo Díaz señalaron que Páez había perdido en ese com-bate la mayoría de su Guardia de Honor, compuesta por 500 feroces llaneros.

El combate en las Queseras del Medio o Mata del Herradero, como también es conocido, fue el mayor triunfo de los llaneros en el Apure. El ejército conducido por el laureado conde de Cartagena, tras una gran merma moral y material, se retira a 6 Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York. Imprenta de

Hallet y Breen, 1867. Vol I. p. 182.

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Achaguas y de allí hacia Barinas, constantemente perseguido por las tropas de Páez. De esta forma termina la campaña que este jefe español había emprendido sobre las sabanas apureñas.

El premio para estos 153 lanceros fue la mayor presea de la República: la Orden de los Libertadores. De ellos, más allá de las figuras principales, poco se sabe. Hasta la fecha solo ha sido publicado un estudio biográfico de estos hombres7. Algunos de ellos ofrendaron sus vidas por la libertad en Nueva Granada, Venezuela, Ecuador y Perú. Pedro Camejo, el “Negro Primero”, y Julián Mellado perecieron en la Batalla de Carabobo (1821); Juan José Rondón, el héroe de Pantano de Vargas, murió a causa de una gangrena contraída en la Batalla de Naguanagua (1822); Leonardo Infante, fusilado en polémico proceso judicial y José María Camacaro, en defensa de la soberanía colombiana en Tarqui (1829). Otros, como Francisco Carmona y Francisco Aramendi, mueren asesinados a causa de rencillas persona-les. Asimismo, hubo participantes activos en la política de la naciente Cuarta República como Francisco Farfán, quien se rebeló en par de ocasiones contra el gobierno (1836 y 1837) y José Cornelio Muñoz, quien apagó la estrella de Páez en Los Araguatos (1848).

En las Queseras del Medio se evidencian dos rasgos distin-tivos del Ejército Libertador de los Llanos. Por un lado, la bri-llante capacidad táctica de Páez; demostrada con la maniobra de volver caras8 y por otro, la destreza mortal de los lanceros

7 José A. Febres Guevara. Los héroes de las Queseras del Medio. Caracas, Ministerio de la Defensa, 1989.

8 La frase “¡vuelvan caras!”, entendida como grito de guerra, correspon-de a una creación literaria atribuida a Páez por Eduardo Blanco en su obra clásica Venezuela heroica, publicada por primera vez en 1881. El autor caraqueño incluso lo describe como: “Un grito agudo resuena de improviso dominando el estrépito; grito imperioso y breve, que en-cierra orden terrible. La da Páez: todos la oyen, y simultáneamente la obedecen los suyos con la pasmosa rapidez del rayo”. (Véase: Eduardo Blanco. Venezuela heroica. Imprenta Sanz, 1881, p. 119). Por otro lado, la maniobra vuelvan caras fue una táctica habitual empleada por Páez y la caballería llanera durante sus enfrentamientos con las fuerzas de Morillo a principios de 1819. En su Autobiografía, al narrar uno de sus encuentros con las fuerzas del jefe realista Francisco Tomás Morales,

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quienes, a partir de entonces, pasan a convertirse en un elemen-to clave dentro de los planteamientos estratégicos de Bolívar que contemplan, a corto plazo, el avance por el Casanare y la liberación definitiva de la Nueva Granada.

Esperamos que esta selección de fuentes documentales, tes-timoniales e historiográficas dé la oportunidad de rememorar y conocer este característico combate donde toma protagonismo el hombre de la sabana que será determinante en el curso de la guerra, en especial, durante las batallas que tendrán lugar pocos meses después de este episodio: Pantano de Vargas el 25 de julio y Boyacá el 7 de agosto.

Javier EscalaFundación Centro Nacional de Historia

el Centauro da detalles del ataque en retaguardia: “… entonces organi-cé mis ochocientos hombres en cuatro columnas paralelas formando un cuadrado, y me puse en retirada con orden de que si la caballería enemiga nos cargaba, como era de esperar, lo hiciera confiada en su número, más que doble del nuestro, las dos columnas de retaguardia se pusieran al trote y pasaran por entre las dos de delante: que entonces estas volvieran caras una a la derecha y otra a la izquierda y luego que las dos de atrás ejecutaran la misma evolución para cargar de frente al enemigo que no debía esperar tan repentina vuelta a la ofensiva” (Véa-se: Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, 1867. Vol I. p. 177). Más adelante, cuando describe los hechos en las Queseras del Medio, apunta: “… le dije [a Bolívar] que si él me permitía pasar el río con un corto número de los míos, yo con mi táctica habitual atraería a los realistas hasta frente al lugar en donde estábamos, y si él emboscaba en las orillas del río las compañías de granaderos y cazadores con toda su artillería, podríamos dar un buen golpe a los españoles; pues, cuando les tuviéramos en el punto citado, yo cargaría de frente al mismo tiempo que las fuerzas emboscadas ata-casen de flanco” (Ibidem, p. 181).

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Yo vi nacer a Colombia en las Queseras del Medio: yo le vi a usted con 150 hombres arrollar todo el ejército de Morillo: yo vi huir la caballería española ante los pelotones de usted; yo vi

la infantería enemiga retroceder hasta la falda del monte –todo lo vi en compañía de los generales Soublette y Bolívar, en la

margen derecha del Arauca, y fui yo quien escribió el boletín de aquella jornada. A nuestros pies venían a caer las balas de la artillería española o pasaban sobre nuestras cabezas.

Carta de José Ignacio de Abreu e Lima a José Antonio PáezPernambuco, 18 de septiembre de 1868

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SELECCIÓN DE FUENTES DOCUMENTALES, TESTIMONIALES

E HISTORIOGRÁFICAS9

9 Para esta edición se actualizaron la ortografía y la grafía de algunas voces. Del mismo modo, se unificaron algunos nombres que aparecían con ligeras variaciones en las distintas fuentes.

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Boletín del Ejército Libertador de Venezuela, por Simón Bolívar, del 3 de abril de 181910

Fechado en Los Potreritos, el 3 de abril de 1819. Firmado por Bolívar, quien describe algunas acciones de guerra y, entre ellas, la de las Queseras del Medio que tuvo lugar el 2 de abril, por cuyo motivo el Libertador decretó la Orden de los Liberta-dores para todos los que combatieron en la acción.

Boletín del Ejército Libertador de Venezuela, del día 3 de abril de 1819. 9º

El 1º de este mes se acercó el enemigo por la orilla izquierda del Arauca, a las posiciones que ocupábamos a la orilla derecha. El señor general Páez, que con 20 oficiales salió en su reconoci-miento, encontró con un cuerpo de caballería de 200 hombres, que formaba su descubierta, sobre el cual cargó inmediatamen-te, y matándole e hiriéndole algunos hombres, logró ponerlo en completa derrota, obligándolo a refugiarse en el cuerpo del ejército. En el resto del día hizo el enemigo algunos movi-mientos, a derecha e izquierda; y el 2, después de mediodía, se fijó al frente de nuestros puestos, fuera del tiro de cañón. Con el objeto de atraerlo, pasó el río el señor general Páez con 150 hombres de caballería (entre jefes, oficiales y tropa), y se avanzó sobre el campo enemigo en tres columnas. El enemigo movió inmediatamente todas sus fuerzas, y cargando con su caballería al mismo tiempo que hacía fuego la artillería y la infantería, se dirigió a la orilla del río precipitadamente cierto de oprimir a aquellas pequeñas columnas y arrojarlas al agua. El señor ge-neral Páez, sufriendo un fuego horroroso, se retiraba en orden, dejando el paso del río a la espalda. El enemigo, creyéndolo per-dido, desprendió toda su caballería sobre tan corto número de hombres, y dirigió sus fuegos sobre la orilla, que defendía una compañía de cazadores. Luego que el general Páez observó que las columnas de caballería se habían alejado de las de infantería,

10 Fuente: Memorias del General O’Leary, tomo XVI, pp. 312-314.

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hizo volver caras a su gente, y acometió de frente a la caballe-ría enemiga, que por lo menos constaba de mil hombres, 200 de ellos carabineros, al mismo tiempo que nuestros cazadores hacían un fuego acertado. Jamás se ha visto un combate ni más desigual, ni más glorioso para las armas de la República. El general Páez y sus bravos compañeros se han excedido a sí mismos, haciendo mucho más de lo que justamente debía esperarse de su valor y de su intrepidez. En vano el enemigo opuso la más obstinada resistencia: en vano sus carabineros echaron pie a tierra: todo fue inútil. Ciento cincuenta héroes, guiados por el intrepidísimo general Páez, arrollaron cuanto se les opuso, y fueron degollando a cuantos alcanzaban hasta las filas enemigas. La infantería en confusión se refugió al bosque, la artillería calló sus fuegos, y solo la noche habría impedido que este suceso hubiera sido más terrible para el ejército de Mo-rillo. Su pérdida excede de 400 hombres, habiendo consistido la nuestra en el sargento 1º Isidoro Mujica y el cabo 1º Manuel Martínez, muertos; el teniente coronel Manuel Arráez11, los capitanes Francisco Antonio Salazar y Juan Santiago Torres, el cabo 1º José Ros, y el soldado Francisco Losada, heridos. La consecuencia ha sido que el enemigo desalentado con una pér-dida tan inesperada, se ha retirado precipitadamente.

Su Excelencia, en recompensa de una acción tan heroica ha expedido el siguiente Decreto:

Simón BolívarPresidente del Estado, etc., etc.

Deseando dar un testimonio de la consideración y aprecio que merecen los Bravos del Ejército, que en el combate de las Queseras del Medio, han manifestado ayer un valor verdade-ramente heroico, he decretado lo siguiente: Art. 1º. Todos los jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados que componían el

11 El lector podrá constatar en dos fuentes de esta compilación, tanto en este informe del Libertador como en la Autobiografía del general José Antonio Páez, diferencias en la grafía del apellido: en el primero aparece como “Arráez” y en la Autobiografía como “Arráiz”. (N. del E.)

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destacamento de caballería que combatió ayer contra todo el ejército español, y derrotó a toda la caballería enemiga, serán desde hoy miembros de la Orden de los Libertadores, y usarán de la venera en virtud de este decreto. Art. 2º. El señor gene-ral de división José Antonio Páez, que mandó en persona este destacamento, pasará a la Secretaría de la Guerra una lista de todos los que lo componían, para que inscribiendo sus nombres en los registros de los Miembros de la Orden, se les libren los despachos correspondientes, y se impriman y publiquen como Beneméritos de la Patria.—Publíquese, imprímase e insértese este decreto en la Orden General del Ejército.

Dado, firmado de mi mano y refrendado por el Ministro Secretario de la Guerra, en el Cuartel General de Los Potreritos, a 3 de abril de 1819.—9º.

Simón BolívarPedro Briceño Méndez

SecretarioCuartel General de Los Potreritos

El General Jefe del Estado Mayor General, C. Soublette

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Oficio del Libertador Simón Bolívar para el vicepresidente del Estado de Venezuela, Francisco Antonio Zea, del 17 de abril de 181912

Fechado en el Paso Caraballero, el 17 de abril de 1819. Le comunica una serie de informaciones referentes a los éxitos obtenidos; el reposo que indudablemente necesitaba la tropa y la ubicación del enemigo en la isla de Achaguas, donde se en-contraba encerrado.

Paso Caraballero, abril 17 de 1819. 9º

Al señor vicepresidente del Estado:

Tengo la satisfacción de informar a V.E. que el ejército ha continuado sus operaciones hasta aquí sin novedad. Las fatigas y privaciones que ha sufrido la tropa en la última marcha exigía que se les dejase reposar por algún tiempo, y la comodidad de este terreno para la subsistencia me ha decidido a preferir esta posición para el efecto. Desde el 12 acampé, y ya empieza la tropa a volver del cansancio.

El enemigo se ha encerrado en la isla de Achaguas como dije a V.E. en mi anterior. Ahí ha reconcentrado todas sus fuerzas, a excepción de un pequeño destacamento que ha dejado en San Fernando. Otro que cubría a Nutrias, compuesto de 200 infantes y cien caballos, ha sido batido y destrozado por el señor coronel Rangel. Este jefe que fue destinado con su regimiento a obrar por la espalda del enemigo, cuando se nos presentó Mori-llo en el Paso de las Queseras del Medio, marchó sobre Nutrias en solicitud del coronel español Reyes Vargas: ocupó aquella ciudad sin resistencia el día 10 del presente, y habiendo sabido allí que el destacamento enemigo se había apostado en el Trapi-che de Alejos, en donde se había fortificado, determinó atacar-los con el escuadrón de carabineros, que echando pie a tierra marchó protegido por el escuadrón de lanceros El Valiente. El 12 Fuente: Memorias del General O’Leary, tomo XVI, pp. 312-

314.

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Voces sobre la l iberación del Apure

Trapiche dista de la ciudad dos leguas y media, y está situado entre un espeso bosque.

El enemigo defendía la entrada a él con dos fuertes embos-cadas a los flancos, y una trinchera en el centro.

La primera compañía de nuestros carabineros atacó intré-pidamente esta, la tomó al asalto, mientras que la primera y segunda compañía batían y desalojaban las emboscadas.

El suceso fue tan completo como pronto; pues antes de un cuarto de hora éramos dueños del campo. Perdió el enemigo en este combate 34 hombres que murieron, algunos prisione-ros, los fusiles de todo el destacamento, que los arrojaban en su fuga, todas sus municiones y equipajes. Nuestra pérdida se redujo a un solo hombre, lo que no es de extrañar, porque nues-tras tropas tomaron al enemigo por sorpresa.

Después de este suceso, el coronel Rangel destinó algunas guerrillas para que obren sobre San Vicente, y toda la ribera izquierda del Apure, y ha venido a incorporarse al ejército.

El teniente coronel Peña ha obtenido también muchos pequeños sucesos: ha destruido cinco partidas enemigas, y ha regresado cargado de despojos, y con más de 50 prisioneros, además de 45 hombres que han muerto en los diferentes en-cuentros.

Es increíble el número de prisioneros que se hacen todos los días. Dos guerrillas que están en las inmediaciones de Achaguas apresan a cuantos salen fuera de la Villa. Así es que el enemigo está reducido a sus cuarteles, de donde no pueden salir sino los cuerpos reunidos.

La situación de Morillo es tan desesperada que no es posible que permanezca más tiempo en los Llanos. Si se detuviese algu-nos días más, tendrá que lamentar otras muchas pérdidas que le causarán una fuerte columna de caballería que ha marchado ya sobre la misma Villa a observarlo, y molestarlo muy de cerca, y las guerrillas que he establecido sobre Calabozo y El Baúl. La primera al mando del señor coronel Urquiola con tropas sufi-cientes hasta para tomar la ciudad; y la segunda al del teniente coronel Villasana, que se extenderá hasta San Carlos.

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

Reitero a V.E. mis anteriores peticiones. Todo cuanto he pedido es necesario e indispensable para aliviar de algún modo a nuestros soldados, que han sufrido privaciones de todo género.

Se me ha informado que el ciudadano Montebrune, separa-do del Estado Mayor de Oriente a consecuencia de las ocurren-cias del señor general Mariño con V.E., ha entrado a servir de nuevo en clase de secretario del señor gobernador de esa pro-vincia. Este hombre, que por repetidas veces ha sido acusado, depuesto y repuesto, y que en ningún empleo ha podido servir de un modo satisfactorio, no debe continuar en el servicio de la República, y aún mejor sería que evacuase el territorio de ella.

P.S. Incluyo a V.E. una carta de Morales, interceptada por una guerrilla nuestra. Por la pérdida que sufrió en el combate del 2 el cuerpo de Morales, inferirá V.E, cuál ha sido la pérdida del enemigo allí.

Dios, etc.Bolívar

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Correo del Orinoco13

Angostura, sábado 24 de abril de 1819

(…)

En la noche del 20 llegó a esta capital el capitán de caballería Carlos Eloy Demarquet, edecán del Excmo. Señor Presidente con despachos de importante servicio, y el anuncio del com-bate heroico de 150 de los bravos de Apure comandados por el invicto páez contra todo el ejército español, que lo era por el general Morillo. Esta noticia comunicada al Soberano Con-greso por el Excmo. Señor Vicepresidente excitó el más vivo entusiasmo en la Representación Nacional que proclamó a los vencedores dignos del reconocimiento de la Patria, y acordó se propusiese por los diputados que quisiesen el premio extraordi-nario que deba concedérseles. No fue menos la impresión que hizo en el público, a quien se anunció por bando solemne con repique de campanas y salva de artillería.

13 Fuente: Correo del Orinoco, n.º 28, sábado 24 de abril de 1819, p. 4.

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Memorias del general Daniel Florencio O’Leary(fragmento)14

Como va a iniciarse una de las campañas más memorables de la guerra de independencia, trataré de dar una idea de las posiciones recíprocas de los beligerantes.

Tenía Bermúdez en Maturín seiscientos hombres, reclutas los más, pero acostumbrados a la vida desesperada a que los habitantes de aquel malhadado país habían quedado reducidos de mucho tiempo atrás. Su principal fuerza era de caballería, que aunque indisciplinada, se hacía formidable por la destreza y agilidad en el manejo del caballo y de la lanza.

Zaraza y Monagas tenían sus guerrillas maniobrando en los llanos de Barcelona y en la parte oriental de la provincia de Caracas. Esta fuerza irregular era lo que se llamaba el ejército de Oriente, que reforzada con algunos destacamentos sacados de los hospitales de Angostura y pueblos circunvecinos y obrando a las órdenes del general Mariño, se consideraba suficiente de-fensa a Angostura contra toda invasión.

Los realistas conservaban en aquella parte de Venezuela una división como de mil doscientos hombres a las órdenes del co-ronel Arana, además de la guarnición de las plazas de Cumaná y Barcelona.

El general Urdaneta, nombrado comandante de los auxilia-res británicos que se esperaban por momentos en Margarita, amenazaba la costa, pero no podía todavía cometer empresa alguna de importancia.

El general Morillo había concentrado sus principales fuerzas en Calabozo, donde se hallaba a la cabeza de cerca de siete mil hombres de todas armas. Los independientes le oponían un ejército que, aunque inferior en número y en disciplina, le era superior en caballería, como ya lo he dicho.

14 Fuente: Daniel Florencio O’Leary. Bolívar y la emancipación suramerica-na. Memorias del General O’Leary. Madrid. Biblioteca Ayacucho. 1915, pp. 624-635.

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Voces sobre la l iberación del Apure

En las llanuras del Alto Apure estaban casi equilibradas las guerrillas. La provincia de Casanare, aunque perteneciente a la Nueva Granada, había sido incorporada al territorio de Venezuela bajo el mando del general Santander, destinado allí por Bolívar con armas y pertrechos, a fin de llevar adelante el propósito de concentrar las diferentes guerrillas y levantar un cuerpo capaz de tener a raya a las fuerzas realistas de allende los Andes e impedirles auxiliar a las que obraban en Venezuela.

El jefe español que, como hemos visto, estaba preparándose para invadir los llanos, a la sazón en que Bolívar llegaba a San Juan de Payara, cruzó el Apure en el paso de San Fernando el 24 de enero de 1819, sin encontrar la menor oposición, por la ti-midez del coronel Figueredo, que tenía encargo de observar sus movimientos e inquietarle, caso de efectuar el paso. Este oficial redujo a cenizas la población, y se retiró cuando se aseguró de que el enemigo avanzaba.

El general Páez evacuó a San Juan de Payara en consecuen-cia, cruzó el Arauca en el paso del Caujaral y estableció allí su cuartel general, después de haberlo fortificado y montado siete piezas de artillería a la orilla del río frente al pueblo.

Morillo, por su parte, hizo construir un fortín para proteger el paso del río en San Fernando y marchó en seguida hacia el Arauca. Aunque en San Juan de Payara no encontró ni un solo habitante, sirviole el poblado de abrigo donde guarecer sus tropas de los ardientes rayos del sol. El cuerpo principal de su ejército hizo alto allí por cortos días, mientras reconocía los pasos del Arauca.

El 2 de febrero, estando en el Caujaral, cambió algunos tiros con los independientes, y el 3 hizo una marcha como de cuatro leguas hacia las cabeceras del río y lo cruzó por el paso Marrere-ño, al cual dio el nombre de Nuevo Paso del Rey.

Encontró allí tan poca resistencia como en San Fernando; de otra suerte no le habría sido posible forzarlo sin pérdida consi-derable. En este lugar tiene el Arauca como doscientas ochenta varas de ancho, con barrancos elevados y perpendiculares en ambas riberas y una faja de árboles altos del lado derecho.

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

Cuando Páez supo el movimiento de Morillo salió festinada-mente del Caujaral con un cuerpo de caballería, y dio órdenes para que le siguiesen con dos piezas de campaña algunas com-pañías de infantería ligera; pero era ya demasiado tarde, y tuvo que mandar retirar a Anzoátegui con la infantería y artillería sobre la Mata Casanareña, a pocas leguas a retaguardia.

El general Bolívar, al salir de Angostura, había dado ins-trucciones al jefe de Apure para que moviese a retaguardia y con anticipación el parque; mas tan convencido estaba este de que Morillo nunca pretendería cruzar el Arauca, que descuidó cumplir con lo prevenido por aquel. Esto ocasionó considera-ble pérdida de tiempo al emprenderse la retirada sobre la Mata Casanareña, que es una pequeña isla formada por dos rebalsas profundas en que se depositan las aguas de las lluvias, pero que en la ocasión estaban casi secas. La infantería hizo alto allí, es-perando órdenes. El lugar está rodeado de zanjas, y Páez tuvo por el momento la idea arriesgada de hacer alto y esperar al enemigo. Afortunadamente, conocía pronto que la posición era insostenible y que no habría podido resistir en ella por media hora a la infantería española. Anzoátegui recibió la orden de continuar su retirada sobre el Orinoco, y Páez resolvió estarse a la vista de Morillo y aprovechar las ventajas que le brindaban su hábil caballería y el perfecto conocimiento que tenía del te-rreno.

El 5 ocuparon los españoles al Caujaral y emplearon tres días para ponerlo en estado de defensa y asegurar su comunicación con San Fernando. Por prudente que fuese la medida, debía servir de poco contra los esforzados e incansables llaneros, que conociendo las localidades a palmo, estaban constantemente en acecho contra los españoles, sorprendiendo continuamente sus destacamentos, interceptando los correos y teniéndoles, en suma, en constante alarma. Páez en persona acosaba al cuerpo principal del enemigo, y le desafiaba en las marchas y aun en sus mismos campamentos.

El día 8 destacó un piquete al mando del intrépido Ara-mendi, el primer lancero y el jinete más experto del Apure, que penetró en el campo del Caujaral, reconoció detenidamente el

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Voces sobre la l iberación del Apure

ejército realista, y al verse atacado por una fuerza superior, se retiró en buen orden, sin pérdida alguna, pero no sin ocasio-narla a sus perseguidores.

Morillo continuó su movimiento el 9, siguiendo la pista a la infantería independiente y con Páez en constante acecho, ob-servándole de cerca y sin poderle hacer daño alguno. Cuando este se veía atacado por fuerzas superiores, tenía muy buen cuidado de emprender la retirada, hasta donde la naturaleza del terreno le daba las ventajas de que sabía muy bien aprovecharse y de que en efecto se aprovechó frecuentemente.

Las sabanas que servían de teatro a las operaciones, eran terrenos a veces quebrados y en partes fangosos, que engañaban al inexperto con su verdura y la aparente solidez del suelo; pero eran en realidad impracticables al bisoño en aquellas localida-des. Los llaneros, cuando se veían perseguidos por la caballería española, se internaban pronta y resueltamente en estos mori-chales, que así los nombran15.

Los enemigos, que ignoraban el peligro, les seguían y encon-traban muerte segura. Atollados jinete y caballo en los pantanos y extraviados en tan intrincados laberintos, de nada les valían la fuerza ni el valor, y perecían en aquellos verdaderos armadijos.

A medida que se retiraba la infantería patriota, la caballería incendiaba las sabanas para privar de forraje a la del enemigo; así fue que Morillo solo encontró hambre y devastación en su marcha de Arauca a Cunaviche; y Páez además había tenido el buen acuerdo de arrear a lugares distantes los ganados que encontraba en el tránsito, dejando solo las partidas cerriles a la vista, para cansar a los jinetes enemigos en sus inútiles esfuer-zos de apoderarse de ellos.

15 “Así describe don José Caparrós, secretario de Morillo, estos morichales en cartas particulares: ‘Son estos unos pantanos infernales, que hombre o caballo que entra en ellos, aunque al principio por estar cubiertos de verdura no parecen de riesgo, le es casi imposible salir, pues solo por algunas avenidas conocidas de los más prácticos se puede penetrar en ellos. Morichales: palmares cenagosos e intransitables que, semejantes a las salinas de Cádiz, solo son accesibles por algunas avenidas que co-nocen los prácticos”. Véase el tomo XI, pp. 507 y 508. Correspondencia. Memorias del general Daniel Florencio O’Leary.

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Pocos días de estas fatigas bastaron para convencer a Mori-llo de su absoluta incapacidad para reducir a los llaneros, o de medirse con ellos en su propio terreno. En vano desplegó todos los recursos de un militar experto y la intrepidez personal, que tantos aplausos le mereció de sus rústicos, pero valientes adver-sarios.

En vano dio pruebas de abnegación y constancia; su ejército habría perecido inevitablemente si hubiese permanecido por más tiempo en un país donde todo conspiraba a desbaratar sus planes.

Noticioso de que la infantería estaba fuera de su alcance y se había refugiado en una isla del Orinoco, que Páez previamente había hecho abastecer de ganado manso y demás artículos de subsistencia, y convencido de que no había arte ni estratagema capaces de hacer que aquel astuto caudillo arriesgase una bata-lla mientras no viese todas las ventajas de su parte, el general español resolvió volver sobre sus pasos, repasar el Arauca y acercarse al centro de sus recursos.

Su movimiento retrógrado fue ejecutado con el arrojo y habilidad que distinguieron su marcha, cuando avanzó hasta el centro de aquellas soledades inaccesibles y hostiles. Con admirable destreza burló la infatigable vigilancia del enemigo y repasó el Arauca sin pérdida alguna el 25 de febrero; impuesto de ello Páez, destinó al instante algunas partidas con orden de mantenerse a la vista de su retaguardia y acosaría en las mar-chas.

Morillo, después de algunos días de descanso en San Juan de Payara, y después de reforzar la guarnición de San Fernando, marchó sobre Achaguas, capital de Apure, y la ocupó el 8 de marzo. Abrigaba la intención de fortificar los pueblos principa-les de Apure e inducir a los habitantes que los habían abando-nado al aproximarse él, a que volviesen a sus casas, antes que comenzase la estación lluviosa.

Adoptó las medidas más prudentes para realizar sus planes, haciendo construir flecheras que le sirvieran para dominar los ríos, proteger el transporte de víveres y pertrechos militares, y asegurar la comunicación entre las principales poblaciones, y

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ocupó su caballería activamente en recolectar ganados; en una palabra, nada omitió que pudiese contribuir a la seguridad y comodidad del ejército de su mando.

Por este mismo tiempo, hallábase Bolívar remontando el Orinoco.

El 11 de marzo se reunió con la infantería del general An-zoátegui, que estaba acampada en Araguaquén, sitio próximo al Orinoco, donde desemboca el Arauca. Mientras Morillo estuvo avanzando, no se creyó en seguridad allí aquel cuerpo y hubo de trasladarse a la isla de Urbana, que se consideraba inaccesi-ble a los españoles; en este lugar permaneció pocos días, hasta que, al retirarse Morillo, ocupó la posición en que Bolívar la encontró lastimosamente reducida por la más escandalosa de-serción.

Obra de trescientos ingleses acompañaron al presidente desde Angostura hasta San Juan, donde se aumentó este bata-llón extranjero con la incorporación de muchos de sus paisanos que se habían alistado en los batallones criollos. Mandaba este cuerpo auxiliar el mayor Juan Mackintosh, y se le destinó a la división de Anzoátegui. La llegada del presidente a Araguaquén fue saludada con las más vivas demostraciones de regocijo por todo el ejército y muy especialmente por la infantería, que hasta entonces había tenido mayor parte en las fatigas que en las glo-rias de la campaña. Con paciencia había sufrido toda suerte de privaciones desde el principio de la retirada, haciendo muchas veces grandes marchas sin una gota de agua.

El llanero, hombre de a caballo, mira con marcado desprecio al soldado de a pie y este sentimiento se aumenta y cobra las proporciones de absoluto disgusto, cuando ve que está obligado a sostener al peón su camarada, con sus fatigas y trabajo per-sonal. Para vengarse, el ganado que destinaba para la infantería era generalmente el de peor calidad, y el infeliz infante tenía que contentarse por toda ración con dos libras de esta miserable carne.

No había pan ni cosa que lo sustituyese, a ningún precio, ni sal, sin la cual la carne no solo era insípida, sino insalubre para el recluta indígena de Guayana. Si este alimento diario era poco

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apetitoso para el soldado criollo, éralo menos, y con sobra de razón, para el oficial británico, quien, sin embargo, soportaba con la más laudable resignación todas esas penalidades. En las circunstancias más difíciles y en presencia de los mayores pe-ligros, demostraron los oficiales ingleses la más noble perseve-rancia y fidelidad a la causa que habían abrazado.

La presencia de Bolívar, como he dicho, causó gran satisfac-ción al ejército, y la orden que se dio para la marcha inmediata, fue saludada por este como precursora de la victoria y del tér-mino de sus sufrimientos. En Cunaviche, el general Páez, a la cabeza de su caballería victoriosa, se reunió con la infantería. El ejército pasó el Arauca en el Caujaral, y dejando a la derecha a San Juan de Payara, guio hacia el cuartel general de Morillo.

Páez había exagerado tanto las pérdidas de este, que el presidente calculó que su fuerza no excedería en número a la suya; calculó también que la guerra de sorpresas que se le había hecho y las privaciones que había sufrido debían haber relajado considerablemente la moral de sus tropas. Estas reflexiones de-cidieron a Bolívar arriesgar un combate, tanto más cuanto que recibió informes de que, dada la posición de los diferentes cuer-pos realistas, no podía Morillo concentrar una fuerza capaz de resistirle, si se tomaban medidas para ocultar los movimientos de los independientes.

Pero como Páez no quisiese alterar su primer plan de opera-ciones, que ya le había dado tan buenos resultados, determinó Bolívar atacar un cuerpo enemigo separado del principal, acuartelado en la Gamarra, hato situado a la izquierda del Apurito y como a cinco leguas de Achaguas, creyó que destru-yéndolo no solo debilitaría en mucho las fuerzas realistas, sino que haría ver al general Páez que no era tan temible la infantería española. Sin ser sentido y a marchas forzadas se aproximó a la Gamarra, y en la mañana del 27 de marzo sorprendió las avan-zadas del enemigo y las hizo tocar retirada. Dirigió el ataque el general Páez en persona.

El batallón Rifles recibió la orden de penetrar por el camino principal, hasta el edificio donde el coronel Pereira estaba apostado con el regimiento de la Unión y un escuadrón de

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caballería, mientras que el batallón Barlovento daba un rodeo para envolver la derecha del enemigo. Aunque la sorpresa fue completa, los realistas hicieron obstinada resistencia al favor de su excelente posición. Contenido el ataque de Rifles y rechaza-do el de Barlovento con gran pérdida, los patriotas suspendie-ron los fuegos para dar tiempo a que llegase un refuerzo que se les había enviado ya; pero en este intervalo los españoles cruza-ron el Apure en canoas y efectuaron su retirada en buen orden y casi sin quebranto.

Tres circunstancias concurrieron a salvar la división de Pe-reira: primera, los guías que debían indicar el camino al coronel Pigott, que mandaba el batallón Rifles huyeron al primer tiro, y dejaron solo a este valiente oficial, que no conocía absoluta-mente aquellas localidades. Segunda, los indios de que se com-ponía dicho batallón no estaban bien instruidos en el manejo del rifle, y siendo la primera vez que entraban en pelea, no pu-dieron resistir el fuego mortífero a que se hallaron expuestos sin siquiera ver al enemigo. Tercera, el general Páez cayó durante la acción, con uno como ataque de epilepsia, de que desgraciada-mente sufría.

Este revés inesperado vino a resfriar un tanto el entusiasmo del ejército y a desvanecer las esperanzas que tenía Bolívar de sorprender a Morillo en su cuartel general. Al siguiente día pasó el Apurito y se acercó más a Achaguas, con intento de inducir al jefe español a abandonar el poblado para cansarle con marchas y contramarchas. Logrose con este movimiento el efecto deseado, pues Morillo, que tenía que esperarlo todo de una batalla campal, en términos de igualdad, reunió a sus tropas y salió en solicitud de Bolívar. Este esquivó con toda pru-dencia el encuentro, y tomó posiciones a la margen izquierda del Arauca. El español acampó en frente, menos acucioso de cruzarlo en esta vez que en la pasada, homenaje que rindió sin duda al renombre del caudillo republicano.

El 2 de abril se ordenó a Páez hiciese un reconocimiento de las posiciones enemigas. Para verificarlo escogió entre sus jinetes, y principalmente entre los oficiales, 150 de los mejores lanceros que, montados en los caballos más ligeros del ejército,

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y con él mismo a su frente, llevando las sillas en la cabeza, se lanzaron a la rápida corriente y ganaron la ribera opuesta en un punto sobre la derecha del campamento realista. Dividiendo al instante sus hombres en tres pequeños grupos, dirigiose a toda brida sobre el enemigo.

Al ver Morillo este movimiento, juzgó que todo el ejército patriota había pasado el río, y formando el suyo en orden de batalla, se adelantó al encuentro de Páez con su caballería y algunos infantes; este emprendió retirada hasta alejar por gran trecho del cuerpo principal la caballería que iba en su persecu-ción, y cuando habíalo logrado, volvió caras de repente y cayó sobre ella con tanta intrepidez, que la obligó a retroceder sobre su infantería y artillería, matando a cuantos opusieron la menor resistencia. La infantería española, para proteger la retirada de los húsares y dragones fugitivos, formó en cuadro, en tanto que la artillería rompió un fuego vivísimo contra los valerosos llaneros.

La noche puso fin al combate. Sin embargo, los realistas estuvieron sobre las armas hasta el día siguiente, amparados por el bosque, en donde tuvieron que refugiarse. La columna de Páez tuvo muy pocas bajas en tan glorioso como desigual combate. En la mañana siguiente se reunió al ejército, trayendo cinco o seis oficiales heridos, uno de ellos el capitán Salazar, hombre de color y muy valeroso, el cual murió a poco. La pérdi-da de Morillo fue de mucha consideración, pasó de cuatrocien-tos entre muertos y heridos.

Bolívar recompensó a los bizarros llaneros, concediéndoles la estrella de la Orden de Libertadores de Venezuela, y profe-tizándoles a la vez que lo que habían hecho en las Queseras del Medio no era más que el preludio de lo que harían después. Con motivo de este hecho de armas, dio la elocuente proclama que copio:

¡Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento cincuenta hombres, mejor diré, ciento cincuenta héroes, guiados por el impertérrito general Páez, de propósito

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deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse de los ciento cincuenta compa-ñeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería han sucumbido al golpe de nuestras lanzas; la infantería ha buscado un asilo en el bosque; los fuegos de sus cañones han cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Solo las tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos de una completa y absoluta destrucción.

¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo que podáis hacer. ¡Preparaos al combate y contad con la victoria, que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de vuestras bayonetas!16

El 4 levantó sus reales el general Morillo y contramarchó a Achaguas, donde reconcentró sus fuerzas. Los combates de La Gamarra y de las Queseras del Medio le desalentaron y justifi-caron la necesidad de evitar en lo posible peleas aisladas con los patriotas. Aunque estos no tenían razón para jactarse del buen éxito en el reencuentro de La Gamarra, Morillo ignoraba la pér-dida que habían sufrido y calculó, simplemente por el resulta-do, el peligro que había en sostener destacamentos distantes del cuartel general, aunque fuesen bastante fuertes para defenderse.

16 Véase Boletín. Documentos de las Memorias del general O’Leary, tomo XVI, p. 293.

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Autobiografía del general José Antonio Páez(fragmento)17

A principios de enero de este año (1819) volvió el Libertador a San Juan de Payara; pero inmediatamente regresó a Angos-tura para asistir a la apertura del Congreso que debía reunirse allí, dejándome el mando del ejército y facultades para obrar a discreción en defensa del territorio de Apure, amenazado por Morillo de invasión con un fuerte ejército que había estado or-ganizando hacía más de dos meses en el lugar del Chorrerón, a dos jornadas de tropa de San Fernando.

Tenía yo mi cuartel general en este punto, a poco del regreso de Bolívar, cuando se presentó Morillo delante de aquella plaza con cinco mil infantes y dos mil caballos. Yo no disponía en-tonces sino de cuatro mil hombres, entre infantes (reclutas) y caballería.

Era el ejército de Apure el más fuerte con que contaban los patriotas en Venezuela, y no me pareció prudente exponerlo contra fuerzas superiores, no solo en número sino en calidad. Por lo mismo, resolví adoptar otro género de guerra, guerra de movimiento, de marchas y contramarchas, y tratar de llevar al enemigo a los desiertos de Caribén.

Esto resuelto, convoqué a todos los vecinos de la ciudad de San Fernando a una reunión, en la cual les participé la resolu-ción que tenía de abandonar todos los pueblos y dejar al ene-migo pasar los ríos Apure y Arauca sin oposición, para atraerlo a los desiertos ya citados. Aquellos impertérritos ciudadanos acogieron mi idea con unanimidad y me propusieron reducir la ciudad a cenizas para impedir que sirviese al enemigo de base de operaciones militares muy importantes, manifestándome además que todos ellos estaban dispuestos a dar fuego a sus casas con sus propias manos cuando llegara el caso y tomar las armas para incorporarse al ejército libertador. Ejecutose así aquella sublime resolución al presentarse el ejército realista en

17 Fuente: Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York, Im-prenta de Hallet y Breen, 1867, Vol I, pp. 174-187.

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la ribera izquierda del río. ¡Oh, tiempos aquellos de verdadero amor a la libertad!

Morillo al divisar el incendio no pudo menos de confesar la imposibilidad de someter a gente de tal calibre. El hecho prueba otra vez que “el ciudadano que se interesa en el triunfo de la causa por la cual se bate el soldado, no se detiene en sacrificios de ningún linaje, cuando estos ayudan al buen éxito de la causa”.

De paso me ocurre aquí referir un incidente curioso de aquella campaña. Atravesó el ejército realista el río Apure sin oposición, y nosotros nos retiramos al otro lado del Arauca. Cuando ya tenía Morillo su ejército preparado para el día siguiente marchar en nuestra busca, hice traer cuatro caballos salvajes a la orilla de su campamento, y como a tiro de fusil. Siendo las diez de la noche mandé que les ataran cueros secos al rabo y que los soltaran en dirección al campamento haciendo al mismo tiempo algunos tiros. Los caballos partieron furio-samente disparados por entre el campamento, y los españoles creyeron que les venía encima una tremenda carga de caba-llería; varios cuerpos rompieron el fuego, cundió el desorden por todas partes, y nuestros caballos hicieron más estrago en su impetuosa carrera que los dos mil bueyes que Aníbal lanzó sobre el campamento romano. Al día siguiente, no pudieron los españoles ponerse en marcha, y dos o tres días perdieron en organizarse.

Salió entonces Morillo en busca nuestra y habiéndonos encontrado en el paso del Caujaral, río de Arauca, donde ha-bíamos resuelto resistirle atrincherados con algunas piezas de artillería, estuvimos cambiando tiros sin interrupción por dos días. Conociendo que no podía forzar la posición, el jefe espa-ñol se dirigió al paso Marrereño, a donde llegó al amanecer del 4 de febrero.

Allí tenía yo situado al comandante Fernando Figueredo con un escuadrón de carabineros a distancia de tres o cuatro leguas de mi cuartel general. Aquel jefe fue atacado vigorosamente con artillería e infantería y resistió con admirable denuedo, pero sin poder impedir que los realistas pasaran el río por otro punto a media milla más abajo del paso Marrereño en seis canoas

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que habían sido traídas desde San Fernando. Sabiendo yo por Figueredo que se hallaba atacado por todo el ejército enemigo, me puse en marcha con seiscientos lanceros para reforzarle, pero cuando llegué al punto, ya más de mil infantes habían pasado el río.

Desde que tuvimos al enemigo con el río a retaguardia, principié a ejecutar mi plan. Coloqué mi infantería en la isla de La Urbana, situada en el Orinoco, y el resto de la caballería, la remonta y la emigración de los pueblos comarcanos en lugares seguros. Tomando todas estas disposiciones, salí con ochocien-tos hombres a buscar al enemigo y en el hato de Cañafístola encontré al general Morales que con tres mil hombres venía hacia este punto. Habiendo comprendido que no era aquel todo el ejército, lo ataqué; mas Morales, favorecido del bosque en la orilla del Arauca, se puso en retirada sobre el Caujaral, como a media legua de distancia de donde había quedado Morillo con el resto del ejército. Este ataque les costó muy caro, porque Morales perdió allí un escuadrón que había destinado a coger ganado.

Entonces mandó cuatro hombres para dar parte a Morillo del aprieto en que se bailaba: acudió este con el resto del ejército y yo entonces organicé mis ochocientos hombres en cuatro co-lumnas paralelas formando un cuadrado, y me puse en retirada con orden de que si la caballería enemiga nos cargaba, como era de esperar lo hiciera confiada en su número, más que doble del nuestro, las dos columnas de retaguardia se pusieran al trote y pasaran por entre las dos de delante: que entonces estas vol-vieran caras una a la derecha y otra a la izquierda y luego que las dos de atrás ejecutaran la misma evolución para cargar de frente al enemigo que no debía esperar tan repentina vuelta a la ofensiva.

Morillo nos fue persiguiendo desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, casi siempre a distancia de tiro de fusil; pero nunca quiso comprometer su caballería, aunque era esta numéricamente superior a la nuestra. Solo tuvimos una ligera escaramuza provocada por el comandante Narciso López que con un escuadrón de carabineros se acercó a hacernos fuego

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por la espalda. Yo dispuse que veinticinco hombres lo cargaran repentinamente y tal sorpresa causó a López aquel ataque, que mandó a sus carabineros echar pie a tierra, y sin embargo de que tal medida lo ponía en peor situación, porque mal podía contener el ímpetu de nuestros caballos no teniendo bayonetas sus carabinas, se salvó por no haber cargado los nuestros en pelotón, como yo se los había ordenado.

Pernoctó aquella noche Morillo en el Congrial de Cunavi-che muy cerca de la entrada al desierto de Caribén, y anduvo acertado en no pasar adelante, pues allí no habría encontrado recursos de ningún género, y en el caso forzoso de retirada hubiera tenido que luchar con las emboscadas que yo me pro-ponía tenderle por la espalda.

Morillo, harto perito y avisado, no quiso internarse más y en la noche siguiente contramarchó, repasó el Arauca y se fue a la ciudad de Achaguas donde estableció su cuartel general.

En la retirada le seguía yo con mis ochocientos hombres, molestándole sin cesar con guerrillas por el frente, los flancos y la retaguardia. Diariamente le hacíamos prisioneros, y sobre todo se le impedía recoger con facilidad ganados para racio-narse. Una de las guerrillas compuesta de treinta hombres de la Guardia, al mando del infatigable Aramendi, atacó vigoro-samente a la caballería enemiga cuando cruzaba el río Arauca por el paso del Caujaral y a pesar de los prodigios que hizo Ara-mendi en las sucesivas cargas que dio a aquella, filé puesto en fuga con pérdida de doce hombres entre muertos y prisioneros. Nuestros enemigos también perdieron alguna gente, y entre ellos fue herido el comandante Antonio Ramos por un joven soldado de la Guardia llamado Juan Torralba, que perseguido por él se tiró a tierra, le atravesó con su lanza y se apoderó del caballo que montaba el jefe español.

El comandante Juan Gómez, destinado a obrar entre los pueblos San Fernando y Guasimal, logró destruir, en las in-mediaciones de este último, el escuadrón mandado por el co-mandante realista Palomo, que recogía víveres para abastecer la plaza de San Fernando.

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En tal estado se hallaba la campaña cuando Bolívar llega a mi cuartel general en el Caujaral de Cunaviche, a fines de marzo, con la resolución de buscar y atacar a los realistas.

Habiendo de paso tomado el mando de la infantería que estaba en La Urbana y el resto de la caballería, me pidió infor-mes sobre el número del ejército enemigo: yo le aseguré que ascendía a seis mil hombres, y que por eso no había creído pru-dente empeñar todas mis fuerzas en un combate general, sino entretenerlo a larga distancia de Caracas a fin también de dar tiempo a Urdaneta para que ocupase dicha ciudad con mil qui-nientos hombres que se pusieron a su disposición en la isla de Margarita, según había dispuesto Bolívar. Si Morillo marchaba contra este, era mi intención seguirlo con todo el ejército.

Bolívar aprobó el plan, pero observó que estábamos muy distantes de Morillo para darle alcance cuando se pusiera en marcha sobre Urdaneta. Se le hizo la observación de que si nos acercábamos más con todo el ejército, podía el general español comprometernos a dar una batalla. Estuvo de acuerdo con mis observaciones; pero dijo que era preciso, para quedar más ex-peditos en la persecución de Morillo, que el ejército pasara el Arauca. Así lo hizo, y después de cruzado el río en San Juan de Payara, resolvió ponerse en marcha para Achaguas con objeto de atacar a Morillo.

A cinco leguas de esta ciudad nos encontramos con el segundo batallón de Valencey, a las órdenes de Pereira, y dos-cientos hombres de caballería, al mando de Narciso López, en un trapiche, llamado de la Gamarra, rodeado de bosques por todas partes. Bolívar lo mandó atacar con cuatro batallones que fueron dispersados en menos de un cuarto de hora; mas sabe-dor el enemigo por algunos prisioneros de que aún quedaba un batallón que no entró en acción y dos mil hombres de caballería a quienes el terreno impedía maniobrar, se puso en retirada sobre Achaguas. Bolívar se ocupó en reunir los dispersos, y luego contramarchó sobre la ribera del Arauca.

El día siguiente, cuando supo que Morillo venía sobre no-sotros con su ejército, me llamó a una conferencia para saber mi opinión sobre el plan que debíamos adoptar; yo estaba

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algo resentido porque no había atendido a mis observaciones anteriores, y le manifesté simplemente que me sentía dispues-to a secundarle en cualquier plan que él adoptase, aunque no mereciese mi aprobación. No satisfecho con esto, y como para obligarme a emitir mi opinión, convocó a los jefes a una junta de guerra. El general Soublette dijo en ella que no con otro objeto que el de oír mi parecer había Bolívar convocado aquella reunión, y ya me pareció sobrada terquedad resistirme por más tiempo. A más de las razones que yo había comunicado ante-riormente a Bolívar y que repetí entonces, añadí que debíamos hacer todo lo posible por no exponer a Guayana, único punto por donde estábamos recibiendo recursos del extranjero: con-servar la infantería, porque si era destruida, Morillo verificaría impunemente su marcha sobre aquel ponto, lo cual tenía yo por cierto era su intención; sobre todo que debíamos tratar de con-servar siquiera por un año un ejército para inspirar confianza a los patriotas.

Después de la conferencia, Bolívar, siguiendo la opinión de la junta, dispuso que pasáramos el río Arauca para evitar el compromiso de un encuentro con el enemigo. El día después llegó Morillo a la ribera izquierda de este río y se acampó en la Mata del Herradero, una milla más abajo del punto en que nos hallábamos.

Aquel mismo día, a las tres de la tarde se pasó a nosotros un oficial de caballería, llamado Vicente Camero, antes de presentarse al jefe supremo me informó de que Morillo había organizado un plan para hacerme prisionero. Consistía en que si no volvía a provocar al ejército del modo que lo había hecho el día anterior, atacándolo fingiendo retirada para volver inme-diatamente a la carga, Morillo se movería contra mí con todo el ejército para obligarme a huir sin poder volver cara, y ya en fuga me perseguirían doscientos hombres escogidos de la caba-llería, montados en caballos de buena carrera y resistencia, para acosarme y hacerme prisionero.

En descargo de este encono que contra mí tenía el jefe es-pañol, tengo que referir un hecho ocurrido cuando el ejército comenzó a pasar el Arauca. Aquella mañana muy temprano salí

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yo con unos diecinueve compañeros al encuentro de Morillo, y apenas nos divisaron cuando este lanzó sobre mí toda su caba-llería; yo dividí mi gente en dos pequeñas secciones, e hice que Aramendi, encargado de una de días, diera frente, avanzara, se retirara, y sin cesar le hostigase, apoyándolo al mismo tiempo con el resto de la gente. En uno de aquellos choques y retiradas, se vieron Aramendi y el comandante Mina en grave conflic-to, pues se internaron tanto en las filas enemigas que si yo no hubiera corrido a darles personalmente auxilio, habrían sido completamente rodeados. Entonces suspendieron los realistas el ataque, con pérdida de algunos jinetes, no habiendo nosotros tenido más desgracia que un caballo herido.

Bien se comprenderá ahora que el general español no me perdonara aquella mala pasada que yo le había jugado en sus mismas barbas, y que estuviera deseoso de hacérmela pagar con usura. No era yo mala presa para él.

Después de oír la relación del oficial corrí a ver a Bolívar, y habiéndole referido el plan de Morillo, le dije que si él me permitía pasar el río con un corto número de los míos, yo con mi táctica habitual atraería a los realistas hasta frente al lugar en donde estábamos, y si él emboscaba en las orillas del río las compañías de granaderos y cazadores con toda su artillería, podríamos dar un buen golpe a los españoles; pues, cuando les tuviéramos en el punto citado, yo cargaría de frente al mismo tiempo que las fuerzas emboscadas atacasen de flanco.

Accedió Bolívar a mis deseos, e inmediatamente con ciento cincuenta hombres crucé el río, y a galope nos dirigimos al campamento de Morillo. Moviose este para poner en práctica su plan, y nosotros le fuimos entreteniendo con frecuentes cargas y retiradas hasta llevarlo frente al punto que habíamos señalado para la emboscada. Al llegar a él rompió fuego contra los realistas una compañía de cazadores que estaba allí apos-tada, pero no toda la fuerza que yo suponía emboscada, según había convenido con Bolívar antes de separarnos. Muy apurada era entonces nuestra situación, pues el enemigo nos venía aco-rralando por ambos costados con su caballería, y nos acosaba con el fuego de sus fusiles y cañones, cuando afortunadamente

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el valeroso comandante realista don Narciso López me brindó la oportunidad de pasar con alguna ventaja a la ofensiva. Fue el caso que López se adelantó a la infantería con el escuadrón de carabineros que mandaba: en el acto dispuse que el comandante Rondón, uno de aquellos jefes en quienes el valor era costum-bre, con veinte hombres lo cargase a viva lanza y se retirase sin pérdida de tiempo antes que lo cercasen los dos trozos de la ca-ballería enemiga, que yo deseaba formasen una sola masa para entonces revolver nosotros y atacarlos de firme. Cargó Rondón con la rapidez del rayo, y López imprudentemente echó pie a tierra con sus carabineros: Rondón le mató alguna gente y pudo efectuar su retirada sin que lograsen cercarlo. Al ver que las dos secciones de caballería no formaban más que una sola masa, para cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón, mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados. En-tonces, la lanza, arma de los héroes de la antigüedad, en manos de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de los que produjera en aquellos tiempos que cantó Homero. Es tradición que trescientos espartanos, a la boca de un des-filadero, sostuvieron hasta morir, con las armas en la mano, el choque de las numerosas huestes del rey de Persia, cuyos dardos nublaban el sol: cuéntase que un romano solo disputó el paso de una puente a todo un ejército enemigo. ¿No será con eso comparable el hecho ejecutado por los ciento cincuenta patriotas del Apure? Los héroes de Homero y los compañeros de Leónidas solo tenían que habérselas con el valor personal de sus contrarios, mientras que los apureños, armados únicamente con armas blancas, tenían también que luchar con ese elemento enemigo que Cervantes llama “diabólica invención, con la cual un infame y cobarde brazo, que tal vez tembló al disparar la má-quina, corta y acaba en un momento los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos años”.

Cuando vi a Rondón recoger tantos laureles en el campo de batalla, no pude menos de exclamar: “Bravo, bravísimo, coman-dante”. “General –me contestó él, aludiendo a una reprensión

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que yo le había dado después de la carga que dieron a López pocos días antes–, general, así se baten los hijos del Alto Llano”.

Todo contribuía a dar a aquel combate un carácter de ho-rrible sublimidad: la noche que se acercaba con sus tinieblas, el polvo que levantaban los caballos de los combatientes de una y otra parte confundiéndose con el humo de la pólvora, hacían recordar el sublime apóstrofe del impetuoso Áyax cuando pedía a los dioses que disipasen las nubes para pelear con los griegos a la clara luz del sol.

La caballería enemiga se puso en fuga; la infantería se saltó echándose sobre el bosque y la artillería dejó sus piezas en el campo, lo cual no pudimos ver por la oscuridad de la noche. Finalmente, mucho antes de amanecer se puso Morillo en reti-rada para Achaguas.

Bolívar, con los demás jefes del ejército desde la otra parte del río, había presenciado la refriega, y después me confesó que aquella noche no había podido dormir, preocupado con la idea de que yo pudiera haber muerto en la contienda.

La mañana del mismo 3 de abril, pocas horas antes de pre-sentárseme Camero, Bolívar, con su característica fogosidad, se manifestaba impaciente por la inacción en que estaba el ejérci-to, y deseaba vivamente entrar en acción.

“Paciencia, general –le decía yo–, que tras un cerro está un llano. El que sabe esperar el bien que desea, no toma el camino de perder la paciencia, si aquel no llega”. “¡Paciencia, paciencia! –me contestó–, muchas veces hay tanta pereza como debilidad en dejarse dirigir por la paciencia. Cuánta suma de esta virtud puede ser bastante para resistir las amargas privaciones que sufrimos: sol abrasador como el mismo fuego, viento, polvo, carbón, carne de toro flaco, sin pan ni sal, y por complemento agua sucia. Si no me deserto es porque no sé para dónde ir”.

Estas rabietas de Bolívar no provenían de que su ánimo desmayase en la adversidad; solo eran efecto de la natural impa-ciencia de los caracteres impetuosos que desean recoger cuanto antes el fruto de sus desvelos y fatigas.

Después de la acción, cuando nos reunimos a él, dio la Cruz de Libertadores a los ciento cincuenta guerreros... El hecho

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sucedió en el lugar llamado las Queseras del Medio. Morillo lo llama en su parte el Herradero; y el historiador realista To-rrente, para hacer aparecer menos vergonzosa la derrota, dice que los nuestros eran quinientos llaneros de figura gigantesca y de hercúlea musculatura. Bolívar hizo contar los muertos que había tenido el enemigo, y ascendieron a cerca de quinientos; de los nuestros salieron heridos del combate, entre otros, el teniente coronel Manuel Arraiz, y los capitanes Francisco An-tonio Salazar y Juan Santiago Torres; muertos solamente dos, Isidoro Mujica y el cabo 1.o Manuel Martínez, pero la anchura de sus heridas y el tenerlas en la espalda nos demostraban que habían sido abiertas por lanzas de los nuestros, que en la confusión y oscuridad habían tomado por enemigos a aquellos compañeros suyos.

Copio a continuación los nombres de los ciento cincuenta y un que compusieron aquella falange de defensores de la patria, confesando que esta acción de armas es una de las que más me envanecen, y creo que no sin razón:

Acción de las Queseras del Medio 3 de abril de 181918

GENERAL DE DIVISIÓNJosé Antonio Páez (*)19

CORONELES1) Francisco Carmona2) Cornelio Muñoz3) Francisco Aramendi

18 La fecha 3 de abril de 1819 corresponde a la de la firma del decreto en el que se les confiere la Orden de los Libertadores, un día después de la victoria en la batalla.

19 Los nombres destacados con asterisco (*), corresponden a aquellos pa-triotas cuyos restos descansan en el Panteón Nacional. En el caso de Pedro Camejo, reposan sus restos simbólicos.

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TENIENTES CORONELES4) Juan Antonio Mina5) José María Angulo6) Juan Gómez7) Manuel Arraiz8) Francisco Farfán9) Hermenegildo Mujica10) Juan José Rondón (*)11) José Jiménez12) Fernando Figueredo (*)13) Leonardo Infante14) Francisco Olmedilla

CAPITANES15) Francisco Abreu16) Ramón García17) Leonardo Parra18) Juan Santiago Torres19) Juan Cruzate20) José María Pulido21) Mariano González22) Francisco Antonio Salazar23) Juan José Mérida24) Ramón Valero25) Antolín Torralba26) Juan Martínez27) Alejo Acosta28) Juan Mellados29) Celedonio Sánchez30) José María Monzón 31) Juan Cruzate32) Juan Martínez

TENIENTES33) Pedro Camejo (a) el “Negro Primero” (*)34) Juan Rafael Sanoja35) Romualdo Meza

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Voces sobre la l iberación del Apure

36) Víctor González37) Francisco Pérez38) Luciano Hurtado 39) Gregorio Acosta40) Francisco Bracho41) Pedro Juan Olivares42) Miguel Lara43) Raimundo Contreras44) José María Oliveras45) Marcelo Gómez46) Nicolás Arias47) Domingo Mirabal48) Mateo Villasana49) Manuel Figueredo50) Diego Parpacén51) Serafín Vela52) Juan Carvajal53) Juan José Bravo 54)Vicente Vargas55) Vicente Gómez56) Alberto Pérez

SUBTENIENTES57) Rafael Aragona58) Manuel Fajardo59) Pastor Martínez60) Bartolo Urbina61) Roso Sánchez62) Juan José Perdono63) Juan Torralba64) Pedro Gámez65) Juan Palacio66) Eusebio Ledesma67) Bautista Crúzate68) Joaquín Espinal69) Alejandro Salazar

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

70) Domingo López71) Vicente Castillo72) Pedro Escobar73) Cruz Paredes74) Pedro Cortés75) Romualdo Salas76) Romualdo Contreras

SARGENTOS77) Isidoro Mujica ( )20

78) José María Camacaro79) Luciano Delgado80) Simón Meza81) Encarnación Castillo82) José María Paiba83) Francisco Mirabal84) Francisco Villegas85) Juan José Moreno86) Gaspar Torres87) Francisco González

CABOS Y SOLDADOS88) Encarnación Rangel89) Juan Sánchez90) Basilio Nieves91) José María Quero92) Mauricio Rodríguez93) Ramón Figueredo94) Francisco Mibel95) Antonio León96) Inocente Chinca97) Francisco Medina98) Remigio Lozada99) Félix Blanco100) José Arévalo

20 Muerto en combate (N. del E.)

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101) Nicolás Hernández102) Manuel García103) Pablo Lovera104) Juan Sánchez105) Simón Gudiño106) Domingo Riera107) Agustín Romero108) Antonio Pulido109) Francisco Lozada110) Santos Palacio111) Antonio Manrique112) Nolasco Medina113) Luis Álvarez114) Diego Martínez115) Jacinto Hernández116) Ramón Flores117) José Antonio Cisneros118) José Tomás Nieves119) Manuel Martínez ( )21

120) Jacinto Arana121) José Antonio Hurtado122) Francisco Sanoja123) Isidoro Gamarra124) Anselmo Ascanio125) Paulino Flores126) Eusebio Hernández127) Domingo García128) Fernando Guédez129) Francisco Nieves130) Domingo Navarro131) José Milano132) José Fuentes133) Roso Canelón134) Pedro Barroeta135) Pedro Fernández

21 Muerto en combate (N. del E.)

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

136) José Bravo137) Roso Urbano138) Ascensión Rodríguez139) Manuel Camacho140) Romualdo Blanco141) Juan Rivero142) Juan González143) Francisco Escalona144) Ramón García145) José Girón146) José Hernández147) Juan Ojeda148) Alejandro Flores149) José Antonio Ramírez150) Manuel Delgadillo151) Hipólito Rondón

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Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, Libertadorde Colombia, Perú y Bolivia, de Tomás Cipriano de Mosquera(fragmento)22

El Libertador, según le oímos muchas veces, no quería ejercer el Poder Ejecutivo, porque una autoridad ilimitada, como era necesaria en la guerra, le llenaba de enemigos, y los ambiciosos vulgares siempre aspiraban a mandar bajo formas constitucionales que no cumplían, y censuraban al Libertador. Él era muy susceptible a las censuras de hombres eminentes o distinguidos; pero las calumnias no lo arredraban. Fue uno de sus principales objetos reunir el Congreso de Angostura, orga-nizar la República de un modo que hiciera respetar al gobierno, no solamente en el exterior, viendo las naciones que simpatiza-ban con la independencia de América que estaba constituido el país, sino que los caudillos que regían cuerpos de tropas, con aspiraciones a ser cada uno de ellos un autócrata en las selvas a que estaban constantemente reducidas, tuviesen este freno.

Quería, igualmente, el Libertador que se sancionase una Constitución muy semejante a la inglesa, y eso se ve bien en el discurso que hemos citado y en el proyecto de Constitución que presentó al Congreso. Era muy contrario al sistema de gobier-no federal, pues atribuía a esta organización y a las facultades que tuvieron los gobiernos de las Provincias Unidas de Nueva Granada la reconquista de los españoles. No participamos de tal modo de ver la cuestión de la reforma social, no solamente en Colombia sino en la mayor parte de la América española. Si el Libertador hubiera vivido hasta la época en que escribimos, se habría persuadido de que el gobierno general de una república federal, como la de los Estados Unidos, tiene suficiente fuerza. En el apéndice de estas Memorias publicamos la carta que es-cribió a un amigo suyo de Kingston, Jamaica, el 6 de septiembre de 1815, y este documento precioso, que tiene tanta sinceridad como escrito en el destierro, no fue sino un vaticinio de lo que

22 Fuente: Tomás Cipriano de Mosquera. Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, Libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Bogotá. Imprenta Nacional, 1954, pp. 295-299.

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Voces sobre la l iberación del Apure

se le esperaba a la América española; allí mismo está la idea ge-neral del proyecto de Constitución que presentó al Congreso de Angostura…

El 26 de febrero nombró el Libertador tres Secretarios de Estado: del Interior y Justicia, al doctor Diego Bautista Urba-neja; de Hacienda, al doctor Manuel Palacios; y de Guerra y Marina, al coronel Pedro Briceño Méndez, el que debía seguir con él a la campaña, y partieron el mismo día para Apure, re-montando el Orinoco. El 7 de marzo llegaron el general Bolívar y los auxilios y elementos de guerra con las tropas que conducía el coronel Manrique a Cunaviche. A su paso por La Urbana fue recibido con grande entusiasmo por la división de infantería que mandaba Anzoátegui. Le mandó seguir a Cunaviche, en donde estaba el cuartel general de Páez.

Al llegar a dicho cuartel general supo el Libertador, con de-talles, todas las operaciones que había ejecutado Morillo sobre el ejército de Apure, en contramarcha de la ribera derecha del río Arauca hasta Achaguas, y que había marchado la quinta di-visión a órdenes del general La Torre contra el coronel Nonato Pérez, que obraba sobre Barinas; que el brigadier Aldama había seguido con el batallón Valencey y un cuerpo de caballería sobre Calabozo, cuyas noticias hicieron comprender al general Bolívar que Morillo había contramarchado de las llanuras de la derecha del Arauca, porque conocía que no le era posible obligar al ejército de Apure a dar una batalla general y que se le llamaba la atención por otras partes.

El Libertador dispuso que se trasladase el ejército a la izquierda del Arauca para llamar la atención de Morillo y dar tiempo a Urdaneta para que obrase sobre la costa de Venezuela, ya fuese sobre Caracas, como lo deseaban Urdaneta y Valdés, o ya sobre Barcelona o Carúpano, como creía el Libertador, y se uniría esa división a las fuerzas que mandaban Mariño, Bermúdez y Monagas. El Libertador le manifestó al general Urdaneta todo su plan, pero dejó a su arbitrio la elección del punto que debía atacar primero. Nos decía el Libertador: “Me veía el hombre más amargo en aquella campaña de principios de 1819. Páez no tenía más idea que pelear en las sabanas con su

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

brillante caballería y un arrojo sin igual. Había mandado orga-nizar la división de vanguardia en Casanare, a la que me debía unir con la que mandaba Anzoátegui, que juzgaba, como Sou-blette, Santander y Salom, que era el más sublime plan de ope-raciones. Urdaneta y Valdés se proponían atacar por La Guaira u Ocumare a Caracas. Los movimientos del ejército español me dejaban comprender que el general Morillo debía tener conocimiento del arribo de la expedición del general English a Margarita. Era, pues, necesario hacer un movimiento ofensivo para conocer bien las posiciones de los españoles y cuál era su intención para obrar en consecuencia, y por eso se ejecutó el movimiento pasando el río Arauca por San Juan de Payara”.

Los historiadores colombianos y españoles han apreciado estas operaciones de Bolívar de diversos modos, y Morillo dice que el 11 de febrero, en la noche, recibió el aviso de Caracas de que una expedición de 4.000 ingleses y franceses, en auxilio de los independientes, había llegado a los Cayos de San Luis en la isla de Santo Domingo.

Verificado el paso del Arauca, resolvió el Libertador que unas partidas se adelantasen a cerciorarse de la situación del ejército. Una de ellas fue rechazada en la dehesa de Lucero y otra dio parte de que en el trapiche de La Gamarra estaba un batallón de Valencey a órdenes del coronel Pereira con un es-cuadrón de carabineros. Dispuso el Libertador que tres cuerpos de infantería fuertes de 800 plazas y 200 jinetes atacasen con ímpetu a Pereira, y fueron rechazados los dos batallones que atacaron y la caballería, perdiéndose algunos soldados muertos y heridos, 4 oficiales y 25 individuos de tropa prisioneros; los que informaron a Pereira de la única fuerza que les atacó y la que estaba de reserva y de todo el ejército que venía a retaguar-dia. No creyó prudente el coronel Pereira perseguir, y después de haber dejado bien puesto su honor, resolvió retirarse en so-licitud de Morillo, que estaba en Achaguas, a tres miriámetros de distancia. En el tránsito se reunieron Pereira y Morillo, quien dispuso retroceder a Achaguas para coordinar sus operaciones. El combate de La Gamarra fue el 27 de marzo, y el 26 había dirigido el general Morillo una alocución a los jefes y oficiales

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Voces sobre la l iberación del Apure

ingleses para que se separaran del servicio de los patriotas. Él creía que esta fuerza se componía de los cuerpos que combatie-ron en España a órdenes del general Hill, cuyas tropas conocía. Antes, desde Arauca, el 4 de febrero, había hecho otro tanto lla-mando a su lado a los habitantes de Apure y Arauca. Estos pasos dejaban conocer bien cuánto temía, y no sin razón, el resultado de las nuevas campañas, viendo que Bolívar, no obstante los contratiempos del año 1818, se presentaba más fuerte, había fundado un gobierno y tenía fuerzas marítimas que le daban movilidad, y que la Corte de España, desatendiendo los recla-mos que hiciera por medio del general Enrile, no había provisto de marina.

El 29 de marzo emprendió el general Morillo su marcha contra los republicanos; pero el Libertador, persuadido de la necesidad de repasar el Arauca, había emprendido contramar-cha, y la ejecutó el 27. Al día siguiente se presentó Morillo con toda la fuerza que tenía en Achaguas y acampó en un sitio lla-mado la Mata del Herradero, dos kilómetros abajo del lugar en que estaba colocado el ejército republicano.

El general Páez fue informado, por un oficial llanero que se pasó del ejército español, del plan que tenía Morillo para perse-guir sin tregua si volvía a presentarse a provocar combates par-ciales de caballería. Páez se lo comunicó al Libertador y le pidió que le dejase pasar con 150 hombres selectos, entre jefes, oficia-les y tropa, para ir a cucar a Morillo y atraerlo en su persecución al frente del ejército republicano, en donde se mandó emboscar una columna pequeña de cazadores para que hiciesen fuego de flanco al improviso sobre los españoles, dando lugar a Páez y sus valientes para escarmentar a aquellos.

Este fue el famoso y brillante combate de las Queseras del Medio, en que 150 héroes se distinguieron uno a uno, a cual mejor. Páez y el coronel Rondón llevaron el valor y el arrojo a un grado desconocido. Rondón es el Aquiles colombiano. Bo-lívar y todo el ejército contemplaban del otro lado del río tanto valor, tanta audacia. Los cazadores, emboscados, llenaron de es-panto a la infantería, que perseguía a Páez apoyando los mejo-res cuerpos de caballería con que atacaba Narciso López, oficial

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

venezolano, que primero fue patriota y se pasó a los españoles. Este caudillo atrevido fue traidor a su patria y traidor a su reina, y murió en un cadalso en La Habana.

Morillo, en sus Memorias, habla de este combate como ocurrido el 5 de abril, cuando tuvo lugar el día 2, y refiere con mucha falsedad los hechos, queriéndose atribuir ventajas que no obtuvo. Que escritores apasionados exageren, no es extraño; pero un general de reputación y valiente no debió defraudar el mérito del combate que vamos refiriendo.

Morillo emprende un movimiento retrógrado sobre Cala-bozo, y Bolívar pone su cuartel general en el pueblo de Rincón Hondo.

De allí partió el Libertador a verse con Páez, en el Bajo Apure, por donde obraba llamando la atención de Morillo, que estaba en Achaguas. El Libertador dejó el mando a Anzoá-tegui y siguió al cuartel general de Páez, para acordar con él el modo como se debía emprender la nueva campaña. Pensaba el Libertador que dejando una fuerte división de caballería entre Arauca y Apure, poniéndose en contacto con Zaraza, el ejército se podía trasladar a Barinas, llamando la atención de la terce-ra división que ocupaba la provincia de Tunja y amenazaba a Casanare, y que obrando al mismo tiempo el general Santander por Tunja, pudieran batir a Barreiro antes de que el general La Torre pudiera reunírsele.

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Carta del general Pablo Morillo al ministro de Guerra23

Fechada el 12 de mayo de 1819, dándole parte de las opera-ciones del Ejército en los llanos de Apure hasta la época de las inundaciones.

Excmo. Sr. En 28 de febrero último tuve el honor de informar a V.E.,

desde las inmediaciones del Arauca, el estado de las operacio-nes del Ejército de mi mando hasta aquella fecha, y las ventajas que habíamos conseguido sobre las mayores fuerzas reunidas de los rebeldes de Venezuela. Estos, constantes en el sistema que adoptaron desde el principio de la campaña para no compro-meterse a una acción general, diseminaron muchos escuadro-nes con el fin de interceptar las comunicaciones y atacar los convoyes que venían del interior. Yo también hice salir algunas columnas movibles que los protegiesen, y lograron algunas ven-tajas sobre las partidas enemigas, extrayendo al mismo tiempo ganados y caballadas. Después de haber recorrido perfecta-mente todos los llanos del cajón del Apure, reuniendo una gran parte de sus habitantes dispersos y fugitivos en los montes, y hecho desaparecer los cuerpos enemigos de este lado del Arauca, me dirigí a establecerme con las fuerzas principales del Ejército al pueblo de Achaguas. El primer batallón de Valencey marchó a San Fernando de Apure, llevando los prisioneros de guerra, para proteger y emplearse en las fortificaciones que se estaban levantando sobre las ruinas de aquella villa, y la quinta división que había llegado hasta Nutrias, dirigiéndose por los de Banco Largo y Setenta, regresaba a incorporárseme, después de haber deshecho varias partidas de enemigos a su paso, y de asegurar la comunicación con la provincia de Barinas. El pueblo de Achaguas está situado a la derecha del Apure, tres leguas distantes de su orilla, en una isla que forman con este río

23 Fuente: Antonio Rodríguez Villa. El teniente general don Pablo Morillo, primer conde de Cartagena, marqués de La Puerta (1778-1837). Madrid. Establecimiento Tipográfico de Fortanet, 1908. Vol. IV, pp. 20-25.

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Voces sobre la l iberación del Apure

el Apurito o Apure Seco y el Payara. Esta isla está regada por muchos caños que la fertilizan bastante; tiene terrenos elevados que la libertan de las inundaciones del invierno y en ellos y en las costas de los ríos y caños habían establecido los rebeldes las emigraciones de los pueblos que saquearon la campaña pasada y un gran número de los habitantes de esta parte del llano. Todos huyeron a la aproximación de las tropas de S.M., mar-chándose los más comprometidos con los escuadrones enemi-gos; pero luego que ocupamos el pueblo y sus inmediaciones, se fueron presentando y volviendo pacíficamente a sus labranzas. De esta isla sacaba Páez la mayor parte de sus recursos por la abundancia de plátanos, yuca, maíz y caña que habían cultivado sus nuevos pobladores, y extraían cantidad de aguardiente y azúcar, con cuyos artículos viven estos habitantes en la mayor abundancia. Todo quedó en nuestro poder y sirvió en gran manera para aliviar las necesidades de la tropa que empezó allí a reponerse un poco de sus fatigas. Los rebeldes no osaban re-pasar el Arauca, sino en muy corto número; y estas partidas, que continuamente se acercaban por las inmediaciones de Achaguas, fueron batidas y dispersas en algunas ocasiones, mientras con sus desertores se organizó el escuadrón del Apure a las órdenes del comandante Pereira, y un campo volante que formó D. José Brito Centella, pasado en aquellos días del campo enemigo. Así permaneció el Ejército dueño de todos los recur-sos de aquel, acogiendo a las familias que se presentaban y cau-sándole mucha deserción, hasta que el 27 de marzo se apareció Bolívar y Páez con todas sus fuerzas al frente del trapiche de la Gamarra, donde se hallaba situado el segundo batallón de Va-lencey. Bolívar, después de la aproximación del Ejército de S.M. a San Fernando, había pasado a Guayana para conducir una ex-pedición de extranjeros que acababa de llegar de Londres, y, en efecto, se reunió nuevamente a Páez, trayendo 450 o 500 ingle-ses. Pasó rápidamente el Arauca y atacó con la mayor parte de su infantería al citado batallón, que, reducido a bien poca fuerza por tenerla subdividida, fue suficiente para derrotar los enemigos y ponerlos en retirada, causándoles una pérdida de 400 hombres entre muertos y heridos, según consta del adjunto

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parte del Comandante general de la vanguardia. Al primer aviso que tuve de la aproximación de los rebeldes, dejando bien guarnecido el pueblo de Achaguas, me dirigí con todas las fuer-zas al trapiche de la Gamarra, distante seis leguas; pero ya muy inmediato a él, recibí noticias del coronel Pereira, que mandaba el batallón, en que me participaba haberlos batido, y que se reti-raba por diverso camino con los heridos y prisioneros a la isla de Achaguas. Entonces retrocedí para reunir la quinta división que estaba situada en Apurito y recibir un convoy de víveres que llegaba de San Fernando, después de lo cual emprendí mi marcha nuevamente sobre el enemigo. El 30 de marzo llegué a las Matas del Bejuco, donde supe que luego que aquel observó mi movimiento había pasado el Arauca precipitadamente de-jando solo algunos escuadrones, que siempre estuvieron a nuestra vista y fueron perseguidos y lanceados hasta las orillas de dicho río en que se arrojaron a nado. El 1.o de abril se me pre-sentaron tres sargentos primeros y dos soldados ingleses, quie-nes me informaron que el día anterior pudieron escaparse de los enemigos al tiempo de pasar el Arauca, aprovechándose del desorden con que lo verificaban, y me dieron noticias muy cir-cunstanciadas del ejército enemigo, de sus pérdidas por la con-siderable deserción que sufría, y el disgusto con que se hallaban todos los extranjeros que hasta allí habían conducido engaña-dos, tanto por la falta de los ofrecimientos que les habían hecho en oro y en tierras, como por la horrible fatiga en este ardiente clima y el escaso alimento. Llegué al día siguiente al paso de las Cocuizas en el Arauca, y al aproximarse a su orilla las guerrillas de carabineros fueron recibidas con un fuego bien sostenido de fusilería, que se contestó por nuestra parte y se sostuvo mien-tras allí permanecimos. El Ejército se acampó en la Mata del Herradero próxima a dicho río, cuyos pasos observamos con cuidado por si el enemigo emprendía alguna tentativa. En efecto, a las cinco de la tarde del propio día se presentaron con seis escuadrones de su mejor caballería al frente del campamen-to, y atacaron vigorosamente los puestos avanzados. El total de los enemigos llegaría a 700 hombres. Inmediatamente me puse a la cabeza de la caballería del brigadier Morales y del

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Voces sobre la l iberación del Apure

regimiento de dragones leales, llevando dos pequeñas piezas de a 4 con cuya fuerza los cargué y fui persiguiendo por espacio de dos leguas, causándoles bastante daño, hasta que la obscuridad impidió pudiésemos acabar la destrucción. Esta misma noche fueron desalojados por el segundo batallón de Valencey y la ar-tillería de las orillas del Arauca, y desde entonces no volvió a presentarse ningún enemigo. Regresé a la isla de Achaguas, donde permanecí en observación de sus movimientos por si lo-graba atraerlos de este lado del Arauca y empeñarlos a una acción general, aprovechando este tiempo para pasar ganados a la izquierda del Apure y reunir las familias y desertores que se-guían presentándose. Los rebeldes subdividieron nuevamente sus fuerzas en pequeñas partidas y empezaron a molestarnos con guerrillas en todas direcciones, renunciando a presentarse ni esperar reunidos. Este sistema era el único que podía prolon-gar su destrucción y el que me obligó también a emplear algu-nos cuerpos para abrir la comunicación del interior y perseguir sus partidas. Así permanecí hasta principios de mayo, en que por un desertor de las tropas de Bolívar supe que se dirigía, cos-teando el Arauca, a pasar al frente del pueblo de San Miguel del Mantecal y entrar en la provincia de Barinas por el paso de San Vicente o del pueblo de Nutrias. Este aviso fue confirmado por algunos espías que tenía en observación, y no me quedó duda de que intentaban sorprender cuando menos los pueblos próxi-mos al Apure, mientras yo ocupaba el interior del llano. Enton-ces reuní todas las familias y las emigraciones que se habían cogido y presentado, que pasarían de 500 personas y las envié al pueblo de Guadarrama, donde quedaron establecidas, y yo marché al hato de la Candelaria para averiguar noticias de la di-rección de los rebeldes y marchar sobre ellos. Bolívar llegó hasta las inmediaciones de San Vicente sobre el Apure pero luego que supo dónde me hallaba, se puso en retirada, perdiendo muchos desertores, y fue a reunirse de nuevo con Páez del otro lado del Arauca. Antes de salir de Achaguas quedaron destruidos los trapiches, las siembras de caña y cuanto podía ser útil al enemi-go. Las aguas y el invierno se presentaron con la entrada de mayo, anegando las sabanas y haciendo intransitables los ríos e

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

innumerables caños de este territorio. A las inundaciones acompañan las enfermedades de calenturas y disenterías, y fue ya preciso buscar las poblaciones para asistir los enfermos y conservar los sanos, reparándolos de sus fatigas. El brigadier Morales siguió también con parte de la emigración a la villa for-tificada de San Fernando, batiendo a su paso 500 hombres de caballería con que se presentó Páez, a quien cogió varios prisio-neros y mató alguna gente, huyendo los demás a su antigua gua-rida del Caujaral. San Fernando ha sido fortificado con mucha inteligencia por el teniente coronel de ingenieros D. Francisco Preisler, y ha quedado allí una guarnición de 600 hombres a las órdenes del comandante D. Juan Nepomuceno Montero. Parece, pues, concluida la campaña de los llanos, en cuanto las inundaciones ya no permiten operar en ellos; y aun cuando la fuga de los rebeldes no ha permitido al Ejército de S.M. dar grandes acciones, han perseguido aquellos hasta los desiertos en que se abrigan los indios salvajes y se ha desvanecido en estas provincias la ilusión de que las bandas de facciosos eran invencibles al otro lado del Apure y Arauca. Pido a V.E. se digne recomendar a S.M. el distinguido mérito que han contraído todos los cuerpos e individuos del Ejército expedicionario de costa firme en esta larga y penosa campaña, donde han arros-trado, además de los peligros de la guerra, las calamidades que son consiguientes a vivir en desiertos, arenales y pantanos por espacio de seis meses, lejos de todo recurso, donde el hambre, la fatiga y las enfermedades del clima son aún más temibles que los combates, y es digno del mayor elogio y merece la conside-ración del Rey nuestro señor el entusiasmo y la constancia con que estos dignos militares han sobrellevado tantas penalidades defendiendo sus sagrados derechos en estos dominios.

Dios... etc. Cuartel general de Calabozo, 12 de mayo de 1819

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Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, de José Domingo Díaz(fragmento)24

Tomadas por el general en jefe todas las medidas y dis-posiciones que eran necesarias, se puso en marcha a fines de diciembre con 6.000 hombres de todas armas, y en enero de 1819 pasó el Apure bajo los fuegos del enemigo que hizo huir. Y dio principio a una campaña de muy distinta especie; en la cual iba a combatir con la naturaleza más que con los hombres. El teatro de la guerra iban a ser aquellos inmensos desiertos que median entre el Apure y el Arauca, y mucho más entre este y el Meta; en donde la naturaleza existe como en el momento de la creación; en donde solo podían encontrar principios de vida las hordas de Páez, nacidas y criadas entre sus pantanos, y bajo la influencia de un sol abrasador y de una atmósfera malsana, y en donde llanuras que terminan entre las errantes tribus de indios salvajes presentaban a nuestras tropas marchas, cansancio, hambres, fatigas y situaciones en que la vida podía peligrar solo por la acción de innumerables animales ponzoñosos.

En esta memorable campaña, que duró cuatro meses, siem-pre se tuvo a la vista a las tropas de Páez, y siempre huyendo este a los desiertos, o espiando el momento de atacar algunos cuerpos separados del ejército. Así sucedió en el sitio llamado Cañafístola, en donde acampada la división que mandaba el ge-neral Morales fue atacada, y obligado aquel a retirarse con pér-dida de 107 muertos: así en la Mata de Caramacate, en donde atacada la misma división se vio igualmente obligado a huir con pérdida de algunos muertos y 100 prisioneros; y así también en el trapiche de la Gamarra, en donde estando acantonados 200 hombres de infantería del 2.o de Valencey y un escuadrón, mandados aquellos por el heroico brigadier don José Pereira, europeo, y este por el valentísimo coronel don Narciso López, americano, fueron atacados por todas las fuerzas de Páez y las pocas de Simón Bolívar, mandando ellos en persona. Puestos entre la muerte y la victoria, hicieron prodigios entre aquellos 24 Fuente: José Domingo Díaz. Recuerdos sobre la rebelión de Caracas. Ma-

drid. Imprenta de León Amarita. 1829. pp. 232-237.

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Voces sobre la l iberación del Apure

cañaverales, y los obligaron a huir después de cinco horas de combate, y de una pérdida considerable, principalmente en dos batallones de ingleses.

Únicamente en la Mata del Herradero25 tuvo Páez la audacia de esperar al general en jefe. La batalla fue sangrienta; pero la victoria no fue dudosa, perdiendo aquel allí mucha parte de su célebre guardia de honor, compuesta de 500 hombres de caballería de aquellos feroces llaneros, los más aguerridos y va-lientes, cuyos cadáveres por su estatura y musculación fueron la admiración de los jefes y de todo el ejército real.

El paso del caudaloso Arauca, bajo los fuegos de todo el enemigo, hará una época distinguida en los anales militares de Venezuela. Algunos escuadrones del regimiento de caballería del rey se echaron a nado llevando los caballos por la brida, y desalojaron al enemigo de las orillas del río, dejando más de 100 muertos en ellas.

El ejército real persiguiéndole penetró hasta Cunaviche. No era posible continuar la persecución sin internarse en aquellos desiertos y bosques, que sirven de mansión a las tribus salvajes, pero que eran conocidos y habitables por las hordas de Páez. Así pues: el ejército retrocedió a la Guadarrama a los cuatro meses de una campaña en que se luchó contra la naturaleza; y para dar una idea de esta verdad, baste decir lo primero que perdió 128 hombres por las heridas de los caimanes y las rayas; y lo segundo, que tuvo que marchar llevando cada soldado, por dictamen mío, un saquito de sal para libertarse de la pronta y segura muerte que les causarían las más pequeñas heridas de las flechas de los salvajes untadas con el curare.

El general en jefe hizo fortificar a la Guadarrama, y dejó en ella de guarnición al batallón del infante con una fuerza de 600 hombres: repasó el Apure, y puso el resto del ejército en acan-tonamientos convenientes. Era necesario que se repusiese de las fatigas de una campaña tan extraordinaria. Toda la división de vanguardia, al mando del general Morales, se acantonó en Calabozo.25 Nombre del sitio donde se encontraba el campamento realista y con el

que también se conoce al combate de las Queseras del Medio (N. del E.).

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En el resto de este año no ocurrieron acontecimientos de gran peso. Las provincias de Cumaná y Barcelona eran moles-tadas por partidas enemigas, imposible de exterminarse por la vecindad de la Margarita y Guayana. Las llanuras de Apure, y la provincia de Barinas, igualmente lo eran. Fueron frecuentes las acciones de partidas; y solamente debe hacerse una memoria distinguida de la célebre batalla del pueblo de La Cruz.

Este pueblo está situado a cinco leguas del de Nutrias, en la provincia de Barinas. Su situación en medio de llanuras que se terminan en el Apure le hace camino, aunque no principal, para la capital de aquella provincia. Las circunstancias de la guerra habían hecho emigrar toda su población, y estaba abandonado.

El batallón de Barinas, que por su valor ocupaba uno de los primeros lugares en el ejército real, estaba acantonado en Nutrias, y habían marchado dos compañías en fuerza de 200 hombres a estacionarse en La Cruz, cuando Páez con un cuerpo de 800 infantes y 700 caballos había pasado el Apure y marcha-ba a sorprender y robar a la capital de Barinas, yendo por aquel pueblo como camino más oculto y propio para su proyecto. Ni nuestras tropas sabían la marcha de Páez, ni este tenía la menor noticia de la nuestra.

Las dos compañías llegaron al pueblo por la tarde, y se acuartelaron en él. Al amanecer del día siguiente los centi-nelas avisaron que se divisaba a lo lejos un grueso cuerpo de infantería y caballería marchando con dirección al pueblo. El coronel don Juan Durán, entonces capitán, que mandaba las compañías, dio orden de formarse en la plaza, y así se ejecutó. Entrando al pueblo las avanzadas de Páez, descubrieron nuestra formación, retrocedieron y avisaron. Páez dispuso atacar, y en su consecuencia dividida su infantería en dos columnas, entró por las dos calles del pueblo. Nuestras compañías igualmente se dividieron y marcharon a su encuentro: la bayoneta lo hizo todo; y después de una horrible carnicería huyeron en desorden los enemigos.

Nuestros soldados volvieron a su posición de la plaza, ya disminuidos con la pérdida sufrida, y Páez repitió un igual y segundo ataque con los mismos resultados.

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Voces sobre la l iberación del Apure

Entonces dispuso que la tropa de infantería que le quedaba, penetrando por los corrales de las casas de la plaza, hiciese fuego sobre las compañías por las ventanas que caían a ella. A la primera descarga estas la desampararon, entraron en las casas por los corrales, y la pelea se trabó dentro de ellas. Los enemigos acosados subieron a los tejados, y habiéndolo hecho igualmente los soldados de Barinas, vinieron al fin a caer a un gran corral cercado de paredes de tres varas de altura, pero con dos portillos abiertos por pedazos anteriormente caídos.

Ya los valientes barineses alcanzaban apenas a 140, y de ellos muchos heridos: los demás estaban muertos en la plaza, en las calles, en las casas y en los tejados. Todos los oficiales y sargentos estaban muertos o gravemente heridos, y un cabo era el comandante por corresponderle por ordenanza.

Aquellos valientes americanos se colocaron en un rincón del corral, haciendo fuego a los enemigos que se presentaban en los portillos o sobre las paredes; los sanos disparaban, y cargaban los heridos sentados o tendidos en el suelo.

Páez había llegado al último punto de furor: los portillos estaban ya cerrados con los cadáveres de sus soldados: su infan-tería había desaparecido, y dio orden a su caballería para que se desmontase y atacase con sus lanzas. El furor cegaba a todos. Los soldados de Páez trepaban sobre las paredes y arrojaban sus lanzas y las piedras que recogían contra nuestros soldados; pero al momento caían muertos.

El combate había durado hasta las 4 de la tarde. Páez había perdido 800 muertos, y tenía muchos heridos. Se retiró y aban-donó el pueblo, que quedó lleno de armas y caballos ensillados.

De los valientes de Barinas no quedaban vivos sino 70, y de ellos muchos heridos, entre los cuales se contaba el coronel Durán, roto un brazo por dos balazos. Los pocos soldados sanos recogieron más de 200 caballos, y colocándose todos en ellos, abandonaron también el pueblo y marcharon a Nutrias, a donde llegaron a la mañana siguiente. El general en jefe recom-pensó dignamente a estos heroicos soldados, y S.M. se dignó aprobar la recompensa.

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

Desde el paso del Arauca por el ejército real, Bolívar con-siderando justamente terminada su carrera en Venezuela, se separó de Páez, y con 500 a 600 hombres que le quedaban huyó de aquellos desiertos y se internó en los llanos de Casanare. La desesperación o la esperanza de buscar su fortuna en otros climas, le inspiraron esta resolución.

No le engañó la segunda. En poco tiempo el Virreinato de Santafé estuvo a sus pies. Un denso velo debe cubrir esta época desastrosa en que un fugitivo con un puñado de hombres des-nudos y hambrientos vio desaparecer delante de sus ojos una de las más brillantes divisiones del ejército español contra todas las probabilidades de la guerra, contra la confianza de todos los pueblos, y contra los proyectos, órdenes y seguridades del gene-ral en jefe, que apenas supo los primeros acontecimientos tomó todas las medidas que estaban a su alcance.

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Historia de la revolución hispanoamericana, de Mariano To-rrente (fragmento)26

Se enseñoreaban pues las tropas realistas de aquellos es-paciosos valles, lujosamente provistos de ganados vacuno y caballar (sic); habían burlado los cálculos de los insurgentes que daban por imposible la penetración de aquellos territorios por dichos realistas; el pendón de Castilla tremolaba en el centro de sus inmensos desiertos; pero la misma naturaleza del terreno, la calidad con que las forajidas hordas de Páez se retiraban a los puntos más recónditos de aquel interminable país que se extendía hasta las orillas del Meta, y que se hallaba en gran parte como en el momento de la creación, y el conocimiento que tenían con algunos de los indios errantes que vivían en aquellas comarcas, hicieron ver la imposibilidad de destruirlas completamente. Las tropas realistas dieron las más brillantes pruebas de decisión, sufrimiento y constancia; mas sus heroicos esfuerzos no podían ser coronados de un feliz resultado entre aquellos intransitables pantanos, bajo la influencia de un sol abrasador y sobre inmensas sabanas, en las que eran menos temibles los feroces zambos, que el cansancio, la sed, la insalu-bridad del clima y los animales ponzoñosos.

Bien pronto se conoció que los rebeldes no trataban sino de destruir las tropas del rey manteniéndolas en continuas marchas y alarmas: todos los combates que se trabaron con ellos fueron de poca importancia si se exceptúa el de la Mata del Herradero en donde tuvo Páez la osadía de esperar al general en jefe: esta fue la única acción que por el ardor de los combatien-tes y por sus sangrientos resultados mereció el nombre de bata-lla: ambas partes pelearon con el más desesperado furor; pero no podía ser dudoso el triunfo de los realistas desde el momen-to en que pudiesen hacer un regular despliegue de sus fuerzas y de su pericia militar. El faccioso Páez perdió una gran parte de su célebre guardia de honor, compuesta de 500 feroces llaneros de los más aguerridos y diestros en el manejo del caballo: los 26 Fuente: Mariano Torrente. Historia de la revolución hispanoamericana.

Madrid, Imprenta de Moreno, 1830. Vol. II, pp. 518-519.

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Voces sobre la l iberación del Apure

realistas quedaron sorprendidos al examinar el campo de ba-talla, cubierto de cadáveres de figura gigantesca, y de hercúlea musculatura. Tales fueron las tropas vencidas en dicha batalla.

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Resumen de la Historia de Venezuela, de Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez27

El 26 de febrero [1819] organizó Bolívar el Ministerio de Estado, nombrando secretario de hacienda al Dr. Manuel Pala-cios; de Marina y Guerra al coronel Pedro Briceño Méndez; del Interior y Justicia a Diego Bautista Urbaneja.

Libre ya de este cuidado, dedicose el Congreso a sus depen-dencias legislativas, en tanto que Bolívar con su acostumbrada actividad hacía los preparativos necesarios para la próxima campaña.

Desde el 16 de febrero había llegado a Angostura, conducido por Elsom, un cuerpo de tropas reclutadas en Inglaterra; y el mismo día se recibieron avisos de haber arribado a Margarita otros dos al mando de los coroneles English y Uzlar. Estos au-xilios dieron motivo al Libertador para extender y completar su plan de operaciones, llamando la atención del enemigo hacia diversos puntos; y para ello dispuso que Urdaneta pasase a Margarita, reuniese la expedición de ingleses a un cuerpo de naturales que allí debía formar, y auxiliado por la escuadra de Brión, hiciese un desembarco en las costas de Caracas, tomase la capital y extendiese sus operaciones por la retaguardia hasta ponerse en contacto con el ejército de Apure, que iba a mandar el en persona. Mariño debía incorporarse a Bermúdez, tomar el mando de la división de oriente y hacer por aquel rumbo una poderosa diversión al enemigo. El coronel Manuel Manrique recibió el mando de las tropas de Elsom y con ellas y otros cuerpos recientemente organizados en Angostura emprendió su marcha al Apure para reunirse a Páez. La misma dirección tomo él en 26 de febrero, remontando el Orinoco y el 17 de marzo llegó a Cunaviche por La Urbana y Araguaquén.

Poco antes de su llegada (14 del mismo) había tenido lugar en la dehesa llamada Sacra Familia un porfiado reencuentro entre algunas tropas españolas y otras republicanas, costoso

27 Fuente: Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez. Resumen de la His-toria de Venezuela. París, Imprenta de H. Fournier y Compañía, 1841, tomo I, pp. 367-371.

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Voces sobre la l iberación del Apure

para ambas, desventajoso para las últimas; mas a pesar de este descalabro, la situación de Páez era ventajosa e imponente. Sus atrevidas guerrillas habían mantenido constantemente el honor de las armas en su perpetua lucha con los enemigos, y una de ellas tuvo el arrojo de penetrar en San Fernando, matando a cuantos intentaron hacerle frente, tomando prisioneros a otros y llevándose el ganado que había dentro de la plaza. Hostigado Morillo por estos cuerpos francos, apenas si podía conseguir para sus tropas una escasa subsistencia: 1.000 hombres había perdido a manos de ellos y al rigor del clima. Así, aquel jefe valeroso, aventajado guerrero en su patria, sufría en las soleda-des del Apure los mismos inconvenientes que destruyeron en España las huestes famosas del imperio. Las bajas del ejército de Morillo y los refuerzos que Bolívar llevó al suyo igualaron las fuerzas de los beligerantes en términos de hacer desear a los pa-triotas una batalla general: esto quería Bolívar, o por lo menos llevar a su contrario a los desiertos, para oprimirlo con la caba-llería. Siendo opuesto el pensamiento de Morillo, y no indican-do ninguno de sus movimientos que quisiese salir de Achaguas, resolvió el Libertador buscarle, para provocar un reencuentro general. Mas fueron desgraciados sus primeros pasos.

Una partida destacada con el fin de reconocer las posiciones enemigas fue rechazada con pérdida en la dehesa de Surero, y 500 realistas avanzados, que tenía Morillo en el trapiche de la Gamarra al mando del bizarro coronel don José Pereira, hicie-ron experimentar la misma suerte a 200 jinetes y 800 infantes enviados contra ellos. Bolívar, pasado ya el Arauca, quiso auxi-liar a los suyos; pero Pereira que entendió su peligro y se veía sin fuerzas para hacerle frente, se retiró a Achaguas, distante 4 leguas, uniéndose en el tránsito a Morillo que ya se había movido en su socorro. Estos dos incidentes fueron causa de que Bolívar, conformándose con el dictamen de los otros generales, y muy particularmente con el de Páez, desistiese de dar batalla al enemigo, en consideración a la inferioridad de su infantería; por lo cual se dio prisa a repasar el Arauca en tanto que Morillo se disponía a hacer un movimiento general sobre su línea.

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

El 1.° de abril se acercó este por la orilla izquierda del río a las posiciones que el presidente ocupaba en la margen derecha: veinte oficiales de caballería conducidos por Páez salieron a efectuar un reconocimiento, y como encontrasen inopinada-mente un cuerpo de 200 jinetes que formaban la descubierta realista, los atacaron y pusieron en fuga, matando algunos, cogiendo a otros prisioneros y obligando al resto a guarecerse del grueso de su ejército. Morillo hizo después de este varios movimientos de amago a derecha e izquierda, como si quisiese atravesar el río, el 2 a la hora de mediodía se puso casi al frente de Bolívar fuera del tiro de cañón. Con el objeto de atraerle pasa el río el general Páez, acompañado de 150 hombres de caballería entre jefes, oficiales y soldados, y formado en tres pequeñas columnas se avanza sobre el enemigo. Morillo mueve inmediatamente todas sus fuerzas, pone en acción los fuegos de su infantería y artillería, al mismo tiempo que sus jinetes cargan sobre los contrarios, y se dirige precipitadamente a la ribera del río, esperando en oprimir con el número aquellas endebles columnas. Páez se retira entre tanto ordenadamente, dejando el paso del río a su espalda, y Morillo que al ver esto le cree perdi-do sin remedio, desprende del ejército toda su caballería (1.000 hombres y entre ellos 200 carabineros) y dirige sus fuegos sobre la ribera derecha, que defendían algunas tropas ligeras. Mas tan luego como el denodado jefe de Apure conoce que los jinetes enemigos se han alejado considerablemente de la infantería, vuelve cara, acomete a sus perseguidores por su frente y flanco en pequeños grupos de a veinte hombres cada uno, y sin darles tiempo para volver de su asombro y ordenar sus filas, los rompe y destroza, haciéndoles considerable estrago.

En vano opone el enemigo la más obstinada resistencia, en vano echa a pie a tierra sus carabineros; todo es inútil, porque sobrecogidos y desbandados mueren cuantos se empeñan en hacer frente a aquella terrible acometida. Páez los arrolla y va degollando a cuantos alcanza hasta las filas enemigas. La infantería en confusión se refugia al bosque, la artillería deja de tronar y la noche impide mayor estrago de las huestes espa-ñolas. Perdieron estos 400 jinetes: los patriotas dos individuos

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Voces sobre la l iberación del Apure

de tropa muertos, dos de estos y tres oficiales heridos. Jamás se había visto ni después se vio en la guerra de la independencia un combate más desigual ni más glorioso para las armas de la república: combate que sería increíble si no estuviera apoyado en el testimonio de los enemigos de Páez y de multitud de docu-mentos fidedignos. El día siguiente expidió Bolívar un decreto concediendo la Cruz de los Libertadores a todos los jefes, ofi-ciales, sargentos, cabos y soldados que habían combatido en aquella gloriosa acción de guerra, que la historia conoce con el nombre de Queseras del Medio.

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Venezuela heroica, de Eduardo Blanco28

Las Queseras

He aquí una de aquellas páginas gloriosas que bastan de por sí para enaltecer toda una época. Uno de aquellos episodios magníficos de nuestra guerra magna que en el trascurso de los tiempos, aparecerán como robados a la fábula.

Un hecho de armas, en fin, que nada envidia a los combates prodigiosos de la antigüedad. Ahora bien: ¿quién llena aquella página? ¿Quién el moderno Aquiles, el héroe legendario, émulo sin saberlo, de los héroes de Homero? (…)

Vamos a entrar en 1819, y allá, a lo lejos, en un recodo del Arauca, rodeado de palmeras, extendido cual las llanuras ven-gadoras que sepultaron a Cambises, y abrasado por el ardiente sol de nuestras pampas, se divisa el campo inmortal de “Las Queseras”, circo máximo del heroísmo patrio, donde en breve los resplandores de la gloria eclipsarán el esplendor del astro de la luz.

Sobre las ruinas de la infausta campaña de 1818, el huracán de la revolución torna a agitar sus poderosas alas. Mientras Mo-rillo victorioso abruma con onerosas exacciones a los pueblos que dominan sus armas y se apercibe de todo punto como para postrar de un solo golpe la rebelión de Venezuela, el Libertador vuela a Guayana, convoca el segundo Congreso de la República, funda periódicos, atrae a sus banderas extranjeros soldados, rehace su aniquilado parque, organiza nuevos regimientos, ex-tiende su brazo poderoso armado con el rayo de la revolución para inflamar de nuevo la apagada hoguera reaccionaria en algunas provincias de la Nueva Granada, protesta en el famoso decreto de 20 de noviembre, con toda la energía de un esparta-no, contra la pretendida intervención de las potencias europeas en nuestra lucha con España…

Ofuscado por el prestigio halagador de recientes victorias, Morillo acomete de nuevo la empresa temeraria, tantas veces 28 Fuente: Eduardo Blanco. Venezuela heroica. Caracas. Imprenta Sanz,

1881, pp. 93-123.

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Voces sobre la l iberación del Apure

frustrada, de someter a la Corona las llanuras de Venezuela. A fines de enero de 1819 atraviesa el Apure, que le ceden sin lucha los republicanos, y al medroso resplandor del incendio en que se abrasa voluntariamente la heroica San Fernando, revista el numeroso ejército que forman las divisiones peninsulares de La Torre y Calzada, junto con los llaneros de Morales, los regi-mientos de Pereira, los carabineros de Narciso López y los die-ciséis escuadrones de húsares de Fernando VII y de dragones de la unión que completan su caballería. En suma, ocho mil qui-nientos combatientes, bien equipados y aguerridos, con cinco piezas de artillería de campaña y todo el material de guerra de un cabal ejército europeo.

Para oponerse a la invasión de tan poderoso enemigo, los re-publicanos apenas cuentan en sus filas dos mil infantes bisoños, pobremente equipados, e igual número de jinetes, de escasa disciplina, pero llenos de arrojo y valentía.

Con todo, era este el ejército más fuerte y numeroso con que contaban los independientes. Enfrentarlo en batalla, a tan formidable contrario, era jugar con poco acierto la suerte de la República, las conquistas gloriosas de la revolución.

Páez lo comprende desde el primer instante, y dominando en obsequio de la Patria los ímpetus de su genial temeridad, subordina al consejo de una prudencia hábil y meritoria, los arrebatos de su osadía, las tentaciones de su noble ambición.

Tascando el freno que le impone el deber, retrocede delan-te de Morillo; primero paso a paso, amenazante, como el toro salvaje de nuestras llanuras; luego, inspirado por una idea feliz, se aleja a toda brida, desaparece tras el horizonte de la extendida pampa, pasa el Arauca, se interna al sur buscando el Orinoco, arriba a las orillas del caudaloso río, deposita en una de sus islas el precioso tesoro confiado a su prudencia por el Libertador, y apartando de sus tropas ochocientos jinetes escogidos, se revuelve expedito al encuentro de Morillo. Choca en el Caujaral contra tres mil soldados de Morales, vanguardia del ejército; acomete a La Torre; lo deja por Calzada; desordena la retaguardia de Pereira; se convierte en el azote, en la sombra terrible de las legiones españolas, acuchilla escuadrones enteros

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

de dragones y húsares, y da principio a aquella sucesión inter-minable de asaltos, escaramuzas y sorpresas que llevan con la inquietud del campamento y las fatigas de las marchas, violenta exacerbación al ánimo de nuestros enemigos (…)

Así pues, esquivando el combate en lugares montuosos y ofreciéndolo siempre a campo raso, el ejército republicano re-trocede al fin sobre el Arauca; y después de repetidas marchas y contramarchas, de amagos infructuosos, de provocaciones y engaños para hacer aceptar a su contrario una batalla a descu-bierto, atraviesa aquel río y acampa fatigado en su margen dere-cha. Morillo le sigue paso a paso, y al despuntar la aurora del 3 (sic) de abril de 1819, aparece sobre la opuesta orilla del Arauca, frente al campo inmortal de Las Queseras.

Allí aquellos dos gigantes: la vieja monarquía con su casco de acero, y la joven República, calado el gorro frigio, de nuevo se contemplan.

Míranse con enojo los legionarios de la fuerza y los soldados de la idea. Conculca el odio lo que estrechó la sangre. Pero en silencio el viejo león que ruge enfurecido, se estremece orgu-lloso de haber dado a la América, con la pujanza heroica de su raza, la soberbia altivez de sus mayores.

Allí están con Morillo aquellos bravos del ejército expedi-cionario, tenaces en la defensa de su patria contra Bonaparte, vencedores en Bailén, Arapiles, Vitoria… heroicos y magníficos en Zaragoza y en Gerona. Ejército dominador de la Nueva Gra-nada, triunfador en Venezuela en la anterior campaña; soldados orgullosos, temidos por su crueldad y su bravura, con más sangre sobre sus bayonetas que deslumbrante púrpura en sus banderas victoriosas.

Allí estuvo como siempre, desdeñosos y amenazantes: divi-didos en brigadas, regimientos y batallones que llevan con jac-tancia nombres gloriosos que recuerdan victorias, y arrogantes epítetos no desmentidos ni amenguados; cubiertos de vistosos arreos, armados de fusiles y sables relucientes, y ostentando con arrogancia extrema la empinada cimera de sus dragones impe-tuosos y los negros morriones de sus terribles granaderos.

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Voces sobre la l iberación del Apure

¡La fuerza, la fuerza representada en la expresión más alta de su grandeza y poderío! Con Bolívar en el opuesto bando, desprovisto de pomposos atavíos, mas ya lujoso en títulos a la inmortalidad, está el heroico ejército republicano; escaso en número, inmenso en valentía, exhibiendo en los desnudos pechos cicatrices gloriosas, y en sus robustas filas numerosos campeones a los que tantas veces debiera la victoria.

Allí Soublette, su Mayor General, espíritu levantado, necesa-rio al concierto de toda empresa capital; y Cedeño, de merecida fama, denominado por el Libertador, el bravo de los bravos; y Anzoátegui, jamás bien ponderado por su valor e hidalguía, carácter romano de los tiempos de la República, cuyas sienes ostentarán en breve la corona triunfal de Boyacá; y Torres, pru-dente y esforzado; y Ambrosio Plaza, héroe de romance, digno de ser cantado por Ossián, de ser llorado como Eneas; y Manri-que, de denuedo brillante; y Salom, de virtud sostenida; y Páez, en fin, que nuestra historia eleva hasta la fábula, y le disputa a Hércules sus portentosos lauros.

Como dos gladiadores dispuestos al combate, los dos ejérci-tos se vigilan, se acechan.

La batalla, tanto tiempo deseada, va a librarse al cabo; pero el Arauca, extendido entre ambos contendores, se esfuerza en aplazarla todavía.

Este inconveniente, por el momento insuperable, mantiene a aquellos dos gigantes en cautelosa expectativa. Pasar el río es lo aventurado; la prudencia aconseja no dar el primer paso; y ambos esperan a la vez castigar rudamente la temeridad del más osado.

Bolívar se impacienta; la inacción enardece la fogosidad de su carácter. Morillo, por el contrario, permanece impasible, y aquella situación, de suyo embarazosa, amenazaba con prolon-garse indefinidamente, cuando de pronto, un acontecimiento inesperado destruye la perplejidad de ambos ejércitos.

Arrastrado por su genial temeridad, y en medio de aquella escena muda e imponente, Páez lanza su caballo a las ondas del impetuoso Arauca. Tras él, como un torrente, se precipitan a la vez, presurosos revueltos, ciento cincuenta jinetes escogidos; la

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flor de los lanceros del Apure. Cruzan a nado y sin ser vistos, a dos millas del enemigo, el caudaloso río, se alinean en la opues-ta ribera, y saludando con un grito de guerra al asombrado ejér-cito republicano, que le contesta con aplausos, parten veloces tras las huellas de Páez, sobre la línea formidable de relucientes bayonetas que cubre el horizonte.

¡Osadía sin ejemplo! ¿Adónde va aquel sublime enajenado? ¿Por ventura se estima superior al destino que así lo desafía? ¿Qué anhela? ¿Qué pretende? ¿Librar él solo una batalla? ¿Destruir él, con su lanza, lo que todo un ejército tiene por alta empresa? ¿Dar a la América, con la medida de su arrojo inaudito, el espectáculo de los juegos olímpicos de la remota antigüedad? Lo que pretende ¿es acaso aceptable? ¿No es un suicidio estrepitoso aquella acometida? ¿Quién lo sabe? ¿Quién lo puede saber? Él mismo, acaso, no podría contestarnos. Los ímpetus heroicos no se explican, ellos se ven, se admiran y producen deslumbramiento y pasmo. En vano la prudencia se fatiga gritando: “Deteneos, insensatos, porque vais a morir”. La temeridad contesta enardecida: “Canta, si puedes, que vamos a vencer”.

Y aquel atrevimiento no es una quimera de la imaginación: los ojos lo ven maravillados, los corazones todos palpitan poseí-dos de embargante emoción.

Allá va, a la cabeza de sus intrépidos llaneros, el héroe afortunado; todos le ven, todos le reconocen por su marcial de-nuedo, por aquella figura atlética, imponente, con que plugo a la naturaleza asemejarle al rey de las selvas, al soberano del de-sierto. Figura prestigiosa que aún vive en la memoria del pueblo americano, exornada de atributos olímpicos, cual la de los héroes inmortales cantados por Homero. Quien no le reconoce entre el revuelto polvo que levantan los rápidos bridones, a lo menos le distingue entre sus compañeros, por el caballo blanco y el dormán de púrpura. Oíd: en el ejército realista redoblan los tambores, suenan los clarines, los regimientos se alinean en ba-talla, se cruzan órdenes que transmiten veloces edecanes, relin-chan los caballos, se desnudan los sables, la artillería se exhibe amenazante, y las mechas encendidas, cual serpientes de fuego,

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ondulan en el aire sobre el cebo de los cañones. Ellos también reconocen a Páez en aquella audaz acometida y tributan al héroe los honores debidos a su fama.

Entre tanto, los jinetes de Páez avanzan sobre el centro de la línea española cual los antiguos paladines; apuestos, sonreídos, tremolando al compás del movimiento de sus caballos, vistosas banderolas colgadas de sus lanzas.

Para ellos, no es aquella la lucha a que se prepara el ánimo con el recogimiento: alegres y locuaces, cual si se tratara sola-mente de hacer gala de agilidad y de destreza; disipan con su heroica indolencia las sombras que acumula el terror sobre las huellas del desastre, se burlan del peligro y transfiguran la muerte en apoteosis.

Semejante acometida, más que de una batalla, guarda las apariencias de un duelo colectivo, de un torneo caballeresco.

Ella es el reto inaudito de lo pequeño a lo inconmensurable; la insolencia elevada al sublime; el arrojo convertido en guaris-mo.

Aquella empresa temeraria tenía, en verdad, todo el realce mitológico de los tiempos heroicos de la Grecia. Era una escena de la tragedia antigua, representada en pleno día, frente a la roca de la Acrópolis en el teatro de Baco. Catorce mil especta-dores, dominados por encontradas impresiones, la contemplan en silencio.

A la izquierda del Arauca, todo el ejército español, banderas desplegadas y alineado en batalla, la espalda protegida por un bosque y haciendo ángulo recto con el río.

En la margen derecha, el ejército republicano, inquieto, an-helante, suspenso entre la admiración y el entusiasmo, cubrien-do gran parte de la orilla a lo largo de la corriente, y apoyado en sus armas como en la balaustrada de hierro de un anfiteatro gigantesco.

Frente a entrambos ejércitos, la llanura inmensa, el dilatado horizonte, Páez y sus indómitos llaneros.

Nada faltaba a aquella escena, grandiosa de suyo, para hacerla interesante; ni la audacia del propósito, ni la gallar-día de los actores, ni el teatro adecuado a la solemnidad del

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espectáculo, ni el escogido concurso de las fiestas de Palas, ni un genio para presidirla.

Bolívar a caballo, en medio de su Estado Mayor, aplaude el arrojo de tan aventurada acometida, y con profunda angustia sigue los movimientos atrevidos, las curvas y ondulaciones caprichosas de aquella audaz serpiente, erizada de escamas de acero, cuya lengua era la lanza formidable de Páez.

Morillo permanece incontrastable; dominado por la sorpre-sa y el enojo que produce en su ánimo la audacia de aquel reto insólito encuentra explicación satisfactoria al propósito oculto de aventura tan descabellada. Sin perder de vista al escuadrón republicano, vigila el grueso de las tropas de Bolívar, hasta entonces inmóviles; pero de donde espera un movimiento re-servado que debe coincidir con la provocación de que es objeto.

No se le ocurría, ni sospechar siquiera –como más tarde lo confesó al Libertador en la entrevista de Santa Ana, al hacer la apología del caudillo de Apure– que aquella inexplicable al par que audaz operación, fuese otra cosa que una prueba más del carácter resuelto y de la heroica temeridad de Páez.

Tales fueron las impresiones que dominaron en el primer momento a los opuestos bandos. Entre tanto, ni un grito, ni un disparo, ni otra provocación en las filas de Páez, que la del hecho en sí que ejecutaba. En ambos ejércitos solemne silencio, perturbado tan solo por el chasquido metálico de las espadas y las lanzas, y por el forzado galopar de los caballos que avanza-ban sobre las huestes españolas.

Dada la rapidez de tan impetuosa acometida, la sorpresa e indecisión de los realistas no dura largo tiempo.

Una vez por todas, era necesario escarmentar a aquellos te-merarios que tanta sangre costaba al ejército. Al efecto, Morillo se apresura a poner por obra un plan preconcebido, para el caso frecuente, de una de aquellas embestidas de Páez furiosas como las muchas de que habían sido víctimas los soldados del rey.

Apenas llegan desenfrenados los llaneros a cien pasos de la línea española, el estruendo de una descarga resuena formida-ble; mézclase el polvo que levantan los caballos con el humo

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Voces sobre la l iberación del Apure

que arrojan los cañones, y densa nube se extiende presurosa sobre el ensangrentado campo de aquel duelo terrible.

Siete mil fusiles y seis piezas de artillería disparan sin cesar. Los lanceros se esfuerzan por arrojarse sobre las bayonetas españolas. Sus caballos cerriles, acometidos de pavor, resisten a los aguijones de la espuela, saltan, relinchan, se encabritan y retroceden espantados.

Tras larga lucha, los jinetes al fin se hacen obedecer de sus corceles, y amagan a la vez con repetidas cargas la inmensa línea de Morillo que les opone un muro erizado de bayonetas. Las balas de los cañones surcan la llanura, estrepitosa vocería responde al ruido de las descargas, resplandecen las lanzas en medio del tumulto como rayos siniestros en el seno de aquella nube espesa, purpúrea, desastrosa, que flota a la merced del viento, cual inmenso sudario sobre los ensañados contendores.

Después de la primera acometida, Morillo cree propicio el momento para exterminar al tenaz escuadrón que le resiste con tanta bizarría. Con este objeto, mueve todo el ejército, el cual, como un gigante extiende sus robustos brazos para oprimir y ahogar en ellos aquel grupo de insolentes que osan combatirlo. Dos regimientos al mando de Calzada vuelan a ocupar la orilla del Arauca, para impedirle a Páez ganar de nuevo el campo de los suyos, mientras la quinta división que dirige Latorre describe extensa curva con el fin de rodearle por la izquierda.

Desde la margen opuesta, el ejército republicano divisa con profunda ansiedad aquel puñado de valientes circunvalados por fulminantes enemigos.

Cada vez más furiosos, nuestros intrépidos lanceros embis-ten sobre el centro que sostiene Morillo, repliegan sobre uno de los flancos, acometen al otro, provocan con insultos la nume-rosa caballería realista, que principia a moverse, y retroceden al cabo, tratando de escapar de aquel círculo de fuego que los oprime y aniquila.

A la cabeza de cuarenta jinetes, rompe Páez las filas de Calzada. La brecha queda abierta. Aramendi se lanza como el rayo, atropella los cazadores de Pereira que intentan detenerlo; el resto de los lanceros se escapa por la brecha y aquellos ciento

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

cincuenta héroes admirables se fingen derrotados y se alejan veloces.

Morillo los cuenta por perdidos, y como azuza el cazador la furiosa jauría tras el ciervo que huye, arroja sobre Páez mil doscientos caballos impetuosos, húsares, dragones, carabineros y lanceros, ávidos de vengar aquel día las frecuentes derrotas tantas veces sufridas.

Esquivando los fuegos de la izquierda realista, Páez aban-dona la montuosa ribera del Arauca; divide en siete grupos sus bizarros jinetes: los encabezan Mina, Fernando Figueredo, Muñoz, Rondón, Juan Gómez, Carmona y Aramendi, los cuales se alejan, primero a toda brida y luego a media rienda, llevan-do en pos la numerosa caballería realista que los persigue con ahínco.

Nuevo estrépito de pisadas, de sables que se chocan, de arne-ses sacudidos, de voces que se alientan, de gritos de venganza, de imprecaciones y amenazas, conmueve la llanura, donde aún resuena el eco de los rugidos del cañón, y el trueno de la fusile-ría.

Los bravos apureños galopan en una sola línea paralela al horizonte que tienen frente a ellos. A su espalda y en medio del espacio que los separa de los regimientos españoles, se ve a Páez, ladeado en la silla hacia el enemigo, a quien provoca y enardece con su actitud y sus sarcasmos.

De esta manera, perseguidos y perseguidores recorren largo trecho. El ejército realista, nuevamente alineado en batalla, se divisa a dos millas de su caballería.

Los llaneros acortan la carrera; la distancia que los separa de los jinetes enemigos se estrecha más y más; estos aguijan sus bridones, cortan el viento con los inquietos sables; y ciegos, aturdidos, frenéticos, se esfuerzan por acercarse a nuestra línea y acuchillarla por la espalda.

Dos cuerpos de caballo apenas los separa del codiciado ins-tante: los brazos se extienden, los sables se levantan, la sangre va a correr. Llegó el momento.

Un grito agudo resuena de improviso dominando el estré-pito; grito imperioso y breve, que encierra orden terrible. La da

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Voces sobre la l iberación del Apure

Páez: todos la oyen, y simultáneamente la obedecen los suyos con la pasmosa rapidez del rayo. Aquella orden suprema, aquel heroico grito encerraba esta frase estupenda: “Vuelvan cara”. Lo que entonces pasó no tiene un solo ejemplo en los fastos del heroísmo humano.

La pluma se estremece al describir aquel suceso, la razón se resiste a creerlo; pero ahí está la historia, y la tradición y los contemporáneos, y el testimonio de Bolívar, y medio siglo de incontestables alabanzas, y los mismos émulos de Páez que no se atreven a negarlo.

Con la velocidad del pensamiento, los llaneros revuelven sus caballos; centellean las enristradas lanzas, y un choque terrible, formidable, como el encuentro de dos rápidas nubes, de dos furiosas tempestades, hace retemblar la tierra.

La primera fila de la caballería española queda en el sitio revolcada; la segunda vacila; nuestros lanceros la acuchillan; el centro embarazado por los caballos de las dos filas destrozadas, se repliega en desorden; gira sin tino buscando reponerse y da el flanco a la cuchilla de aquellos diestros segadores, que cortan sin piedad.

El crecido número de la caballería enemiga, con su enorme ventaja de ocho a uno sobre los lanceros de Páez, ventaja deci-siva en cualquiera otra circunstancia, se convierte en invencible obstáculo para maniobrar con acierto y eficacia en medio de la horrible confusión que la domina. En vano algunos escua-drones intentan resistir el bote de nuestras lanzas impetuosas Narciso López, echa pie a tierra con sus carabineros, y apenas tiene tiempo para quemar un cartucho. Rondón los desbarata con el pecho de sus caballos, degüella cuantos le resisten, pasa por sobre cien cadáveres y vuela a incorporarse con su cuadrilla ensangrentada, a los lanceros de Aramendi, enfrentados a los dragones de la Unión, que mueren como bravos.

Estos y el segundo de húsares del rey que Figueredo y Mina destrozan a porfía, son los últimos que riñen la batalla. La de-rrota se declara completa.

Como arrebatado torbellino, aquella numerosa caballería perseguida por un puñado de jinetes, cuyas lanzas ya embotadas

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

hieren difícilmente, corre sobre la infantería realista a guarecerse entre sus filas.

Tras ella, rastro sangriento dejan en la llanura; despojos re-pugnantes, caballos reventados, miembros rotos, cadáveres sin cuento, y sillas, y arneses, y fusiles, y banderas, y desgarrados uniformes; heridos que se quejan y estertores de agonía.

Caballos sin jinetes y caballeros desmontados van, vienen, y en todas direcciones recorren la llanura.

La derrotada caballería realista, nube de polvo, masa vertigi-nosa, revuelta confusión de todos los colores, que el sol ponien-te alumbra con sus postreros rayos, acuchillada, chorreando sangre como un gigante herido, huye despavorida.

Lleno de ira y de inquietud, Morillo la ve acercarse como una ola amenazante para sus alineados batallones.

Inminente es el peligro para el ejército español. Sobreco-gidos de terror, sus propios escuadrones ayudarán a Páez a destrozarlo y a vencerlo. El sacrificio de una parte puede salvar el todo. Morillo se decide. Apunta al grupo sus cañones, lo en-vuelve en una nube de metralla y lo fusila sin misericordia.

Pero nada detiene aquel espanto. Acribillada de frente por las balas y alanceada por la espalda, aquella mole sangrienta y palpitante persiste en su designio. Sin dejar de darle el frente y de abrasarla con furiosas descargas, el ejército empieza a marchar en retirada buscando el apoyo del tupido bosque que tiene a retaguardia; pero antes de logro tan deseado, la caba-llería se estrella contra sus bayonetas, rompe las filas y juntos y revueltos, infantes y jinetes ganan la espesura, favorecidos por la noche que extiende sus protectoras sombras sobre aquella escena pavorosa de confusión y de desastre.

Nuestros guerreros impetuosos, arrojando estentóreo grito de victoria, clavan sus lanzas en los primeros árboles del bosque.

Luego en la oscuridad, se cuentan, se organizan y abando-nan aquel campo de muerte para las tropas españolas; de luz ra-diante y de perpetua gloria para Páez y demás héroes de aquella jornada memorable.

Con la artillería que abandonaron los realistas quinientos muertos dejaron en el campo. Bolívar concedió la Cruz de

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Voces sobre la l iberación del Apure

Libertadores a los ciento cincuenta héroes que concurrieron a aquel combate insigne…

Después de aquel desastre, Morillo desconcertado, aturdido, lleno de asombro y de despecho, se retira a Achaguas y luego repliega hacia las montañas de la provincia de Caracas, llevando con la rabia de una empresa frustrada la primera sospecha de su impotencia para dominar la rebelión de Venezuela.

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La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aventura en la República de Venezuela, de James Mudie Spence(fragmento)29

En abril, Morillo reasumió la ofensiva. Estaba en la margen izquierda del Arauca, y Bolívar y Páez en la derecha. Para expul-sar a los españoles de su sitio, el jefe llanero atravesó el río con 150 jinetes, a quienes lanzó en tres pequeñas columnas contra el enemigo. Morillo abrió fuego, y su caballería atacó la pequeña fuerza de Páez, la cual se retiró de manera ordenada. Toda la ca-ballería española fue destacada entonces en persecución del he-roico bando, pero tan pronto hubieron abandonando el grueso de su ejército, y cuando estaban un poco desordenados por la impetuosidad de su ataque, el llanero cambió su procedimiento y los atacó de frente y por los flancos con pequeños grupos de veinte jinetes. Esto lo hizo de manera tan intempestiva y con tanta energía que la caballería española, tomada complemente por sorpresa e incapaz de rehacer sus líneas, fue rechazada con grandes pérdidas. Su derrota puso en confusión a la infantería, y el ejército entero se refugió en los bosques. Esta es ciertamen-te una de las más notables hazañas jamás realizadas por un héroe militar, y Venezuela bien puede estarle agradecida a los osados patriotas de las Queseras del Medio.

29 Fuente: James Mudie Spence. La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aven-tura en la República de Venezuela. Caracas. Banco Central de Venezuela, 1966, Vol. I, p. 105.

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Historia Patria, de Lino Duarte Level(fragmento)30

Acampado se hallaba el ejército de Morillo en las riberas del Arauca el 1.º de abril de 1819.

“Las Queseras del Medio” es el nombre dado a una sabana en la costa del río Arauca. De este río se desprende el caño Ca-noero o Charretera que corre al norte y sirve de límite oriental a la sabana, torciendo luego al este para volver al Arauca. Entre este caño y el río es llamado Paso Real o Mangas Marrereñas. El paso a Arauca o Caujaral queda más al este de la unión del caño con el Arauca. El norte de las Queseras está cortado por el río Matiyure allí se llama Apure Seco, tributario del Canoero y que corre como todos estos ríos de oeste a este. Al sur del Arauca y casi paralelo a este corre el río Cunaviche. En el centro de las Queseras y hacia la parte occidental hay un bosque o Mata bastante cerrado y mucho más al oeste queda la sabana de El Yagual. En la confluencia del Matiyure con el Canoero al norte de la sabana, hay otra Mata llamada del Herradero. La margen norte del Arauca no tiene monte, pero la derecha tenía chaparrales tupidos. Detrás del Matiyure, al sur del bosque de las Queseras está Achaguas. Del caño Charretera a las Queseras hay una milla y de este punto al Paso Real de Arauca hay cinco millas.

Bolívar ocupaba la banda derecha o sur del Arauca, apoyado en el Congrial de Cunaviche, monte espeso en la costa norte de este río. Morillo llegó el 2 de abril al Paso de las Cocuizas en el Arauca, y al aproximarse a su orilla sostuvo fuego vivo con el enemigo. Acampó luego en la Mata del Herradero, con avanzadas sobre el paso del Arauca. Para evitar las frecuentes escaramuzas de caballería, dispuso Morillo que al presentarse un cuerpo patriota de esta arma, fuese cargado por fuerzas tan superiores que hiciesen imposible toda lucha. Esta orden fue conocida de Páez el mismo día, y se le ocurrió inmediatamente burlarla, para lo cual a las tres de la tarde propuso al Libertador 30 Fuente: Lino Duarte Level. Historia Patria. Caracas. Héctor Pérez Mar-

chelli Editor, 1995, pp. 409-410.

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Voces sobre la l iberación del Apure

un plan de ataque inmediato, que este aceptó. Para mejor éxito del plan se colocaron tiradores en los chaparrales del Arauca.

Pasó Páez con 150 hombres a nado el río Arauca por el Paso Real, y a las cinco de la tarde entró en la sabana. Dividió sus fuerzas en tres cuerpos, regidos por Francisco Carmona, Fran-cisco Aramendi y Cornelio Muñoz, y avanzó sobre el Herrade-ro. Morillo destacó la caballería de Morales con el regimiento de dragones reales y dos piezas de artillería. Páez replegó en orden y luego en completo desorden, corriendo como despa-vorido por espacio de media legua. Morillo, que suponía que el enemigo constaba de 700 jinetes, sacó a la sabana la infantería para entrar al combate. Una inmensa nube de polvo impedía ver el campo de batalla. La caballería realista cercaba por ambos lados a la contraria y a la infantería barría de frente la sabana. López con los dragones españoles se adelanta y Rondón en sus jinetes le cae de repente, los desconcierta e imprudentemente echa pie en tierra el español para hacer uso de sus carabinas. En aquel momento abre sus fuegos la infantería patriota y Páez da a sus jinetes la orden de “Vuelvan caras”. Como una avalancha caen estos sobre los contrarios que iban en la vanguardia, los arrollan instantáneamente y los hacen retroceder, sin poderse dar cuenta del número de enemigo: el fuego de los infantes patriotas barre la sabana por el este y la costa de Canoero, lo que obliga a los caballos realistas a torcer a la derecha, y en este momento en que venían en derrota López y sus dragones, quie-nes en la carrera caen al flanco de sus compañeros, los dividen, desordenan, y todos en masa informe corren sobre la Mata del Herradero, buscando el apoyo de la infantería. Creyose en una batalla formal. No se veía los combatientes, pero se sentía el fuego nutrido de la infantería patriota y con razón se pensó que también había pasado el río y tomaba la ofensiva.

La situación de Morillo era peligrosa y no había tiempo que perder. La infantería iba a ser víctima de aquella inmensa tromba de polvo que se acercaba rápidamente. En medio de la sabana, no era posible retirarse; como recurso de salvación abre sus fuegos sobre sus propios compañeros y ante las cerra-das descargas de la infantería los jinetes, cogidos a dos fuegos,

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BATA L L A DE QU E S E R AS DE L M E DIO

sacan fuerzas de la desesperación y se lanzan despavoridos por el claro que hay entre la Mata de las Queseras y la costa mon-tuosa del Matiyure. Así se salvaron los que pudieron. Páez con prudencia admirable detiene oportunamente sus jinetes y los pone fuera de los tiros de Morillo, quien tuerce a su derecha y apoya su infantería en la Mata de la sabana, mientras la ca-ballería realista chocaba contra los otros jinetes españoles que ocupaban la costa del caño Matiyure. El cuerpo de artillería, aislado, abandona los cañones y busca refugio en la Mata, y los jinetes desbandados en la sabana, no atreviéndose a acercar a este por temor a los fuegos de la artillería, corren sobre el Mati-yure y allí logran salvarse. La noche puso fin al conflicto y Páez se retiró a sus primitivas posiciones. Al amanecer, el batallón español Valencey recorrió el campo; recogió los cañones y los heridos y no halló un solo enemigo en la sabana; luego em-prendió Morillo su retirada sobre Achaguas. Como quinientas bajas tuvieron los realistas en esta refriega, tan espantosa que en ambas filas se hirieron combatientes del mismo bando, a causa del polvo que impedía reconocer el enemigo.

Este combate fue de grandes resultados. Morillo conoció la inferioridad de su caballería y prudentemente regresó a Acha-guas, donde con su infantería estaba seguro; pero aquella reti-rada, seguida más tarde del abandono de la campaña, hizo en el país un gran efecto moral en favor de los republicanos. El León retrocedía. El Apure, que era entonces el centinela avanzado de la causa, quedaba en pie. La pampa era intomable con los ele-mentos de que disponía el español. Aquella guerra no estaba en los libros. Tarde lo comprendió Morillo y con honrada franque-za expuso a su gobierno la necesidad de refuerzos inmediatos. Páez era invencible.

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Canción Queseras del Medio, de Eneas Perdomo31

I

A las Queseras del Medioen mi canto he recordadoque ese nombre en nuestra historiacomo sitio señalado.

Donde los bravos de Apureverdad de Apurelibraron la gran batallapeleando por nuestra patria,contra la ambición de Españay siempre está vivo el recuerdoque llevamos en el alma.

El Yagual y Mucuritasy Mucuritascómo es posible olvidarsi en sus sabanas se alzóla bandera nacionalen brazos de los patriotasque allí fueron a luchar.

II

Hoy canta alegre el llanerocabalgando sin cesara la luz de los luceroscon sueños sin despertar,al cerrero río Araucacuando quiere desbordaral rocío de la mañanay al viento del morichal,

31 Fuente: Eneas Perdomo. El Disco de Oro. Venezuela, Discomoda, 1992.

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Voces sobre la l iberación del Apure

al carrao en el esteroy el olor del mastrantala las Queseras del Medioun recuerdo y un cantar.

Una corona de versosque yo quiero dedicara mis Queseras del Medio,Mucuritas y El Yagual.

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Croquis del desarrollo de la Batalla

Fuente: Héctor Bencomo Barrios. Páez y el arte militar. Ca-racas. Academia Nacional de la Historia. Serie El Libro Menor nº 236. Caracas, 2006, p. 103.

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