Barthes en Santiago. Pasajes.
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Taller BARTHES EN SANTIAGO – PASAJES SUGERIDOS
R. BARTHES: lisible (legible) – scriptible (escribible, trazable, etc.) S/Z, Seuil, 1970; Siglo XXI, 2004.
“[L]’enjeu du travail littéraire (de la littérature comme travail), c'est de faire du lecteur, non plus un consommateur, mais un producteur du texte. […] au lieu de jouer lui-‐même, d'accéder pleinement à l'enchantement du signifiant, à la volupté de l'écriture, il ne lui reste plus en partage que la pauvre liberté de recevoir ou de rejeter le texte: la lecture n'est plus qu'un referendum. En face du texte scriptible s'établit donc sa contre-‐valeur, sa valeur négative, réactive: ce qui peut être lu, mais non écrit: le lisible. Nous appelons classique tout texte lisible”. [Barthes 1970, p. 10] Lo que está en juego en el trabajo literario (en la literatura como trabajo) es hacer del lector no ya un consumidor sino un productor del texto […] Frente al texto escribible se establece, pues, su contra-‐valor, su valor negativo, reactivo: lo que puede ser leído, pero no escrito: lo legible. Llamamos clásico todo texto legible. [Traslape del suscrito].
Otrosí (pasajes de los pasajes I y II; pp. 1 a 3 en ed. Siglo XXI)
“¿Cómo plantear entonces el valor de un texto? ¿Cómo fundar una primera tipología de los textos? La evaluación fundadora de todos lo textos no puede provenir de la ciencia, pues la ciencia no evalúa; ni de la ideología, pues el valor ideológico de un texto (moral, estético, político, alético) es un valor de representación, no de producción (la ideología no trabaja, “refleja”). Nuestra evaluación sólo puede estar ligada a una práctica, y esta práctica es la de la escritura. De un lado está lo que se puede escribir, y de otro, lo que ya no es posible escribir: lo que está en la práctica del escritor y lo que ha desaparecido de ella: ¿qué textos aceptaría yo escribir (reescribir), desear, proponer, como una fuerza en este mundo mío? Lo que la evaluación encuentra es precisamente este valor: lo que hoy puede ser escrito (reescrito): lo escribible. […] Por lo tanto, frente al texto escribible se establece su contravalor, su valor negativo, reactivo: lo que puede ser leído pero no escrito: lo legible. Llamaremos clásico a todo texto legible”. “Tal vez no haya nada que decir de los textos escribibles. Primero: ¿dónde encontrarlos? Con toda seguridad no en la lectura (o al menos muy poco: por azar, fugitiva y oblicuamente en algunas obras-‐límites): el texto escribible no es
una cosa, es difícil encontrarlo en librerías. Segundo: siendo su modelo productivo (y no ya representativo), suprime toda crítica que, al ser producida, se confundiría con él: reescribirlo no sería sino diseminarlo, dispersarlo en el campo de la diferencia infinita. El texto escribible es un presente perpetuo sobre el cual no puede plantearse ninguna palabra consecuente (que lo transformaría fatalmente en pasado); el texto escribible somos nosotros en el momento de escribir, antes de que el juego infinito del mundo (el mundo como juego) sea atravesado, cortado, detenido, plastificado, por algún sistema singular (Ideología, Género, Crítica) que ceda en lo referente a la pluralidad de las entradas, la apertura de las redes, el infinito de los lenguajes. […] Pero, ¿y los textos legibles? Son productos (no producciones), forman la enorme masa de nuestra literatura. ¿Cómo diferenciar nuevamente esta masa? Es necesaria una segunda operación consiguiente a la evaluación que ha clasificado en un principio los textos, pero más precisa que ella, basada en la apreciación de una cierta cantidad, del más o menos que puede movilizar cada texto. Esta nueva operación es la interpretación (en el sentido que Nietzsche daba a esta palabra). Interpretar un texto no es darle un sentido (más o menos fundado, más o menos libre), sino por el contrario, apreciar el plural de que está hecho”.
J. DERRIDA: legible e ilegible Jacques Derrida Entrevista con Carmen González-‐Marín, Revista de Occidente, 62-‐63, 1986, pp. 160-‐182 [ http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/derrida01.pdf ]
P: Cuando llegamos a un nuevo concepto de escritura, ¿cómo se transforma el concepto de lectura? ¿Podría decirse que el concepto de différance exige la ilegibilidad del texto? JD: “No es seguro que puedan oponerse y distinguirse lo legible y lo ilegible. Resulta muy difícil mostrarlo en el curso de una entrevista, pero a menudo experimentamos el hecho de que lo dado en la lectura se nos da como ilegible. Por ilegible entiendo aquí, en particular, lo que no se da como un sentido que debe ser descifrado a través de una escritura. En general, se piensa que leer es descifrar, y que descifrar es atravesar las marcas o significantes en dirección hacia el sentido o hacia un significado. Pues bien, lo que se experimenta en el trabajo deconstructivo es que a menudo, no solamente en ciertos textos en particular, sino quizá en el límite de todo texto, hay un momento en que leer consiste en experimentar que el sentido no es accesible, que no hay un sentido escondido detrás de los signos, que el concepto tradicional de lectura no resiste ante la experiencia del texto; y, en consecuencia, que lo que se lee es una cierta ilegibilidad. Mi amigo Paul de Man escribió en alguna parte que la imposibilidad de leer no debería ser tomada a la ligera; no debe tomarse a la ligera cierta ilegibilidad. Tal ilegibilidad no es, ciertamente, un límite exterior a lo legible, como si, leyendo, uno se topara con una pared, no: en la lectura es donde la ilegibilidad aparece como legible”.
S. SANTIAGO: pasajes de El entrelugar en el discurso latinoamericano (1976)
[…] un nuevo discurso crítico, el cual, a su vez, olvidará y descuidará la caza de las fuentes y las influencias, y establecerá como único valor crítico la diferencia. El escritor latinoamericano –puesto que es necesario finalmente limitar nuestro asunto de discusión– lanza sobre la literatura la misma mirada malévola y audaz que encontramos en la reciente lectura/escritura que Roland Barthes realiza de “Sarrasine”, ese cuento de Balzac incinerado por otras generaciones. En S/Z, Barthes nos propone como punto de partida la división de los textos literarios en textos legibles y textos escribibles, teniendo en consideración el hecho de que la evaluación que se hace de un texto ahora está íntimamente ligada a una “práctica, y esta práctica es la de la escritura”. El texto legible es el que puede ser leído, pero no escrito, ni reescrito, es el texto clásico por excelencia, el que invita al lector a permanecer en el interior de su cierre. Los otros textos, los escribibles, presentan, al contrario, un modelo productor (no representacional) que motiva al lector a abandonar su tranquila posición de consumidor para llegar a ser un productor de textos: “remettre chaque texte, non dans son individualité, mais dans son jeu”, nos dice Barthes. Por tanto, la lectura, en lugar de tranquilizar al lector, de garantizar su lugar de cliente y consumidor en la sociedad burguesa, lo despierta, lo transforma, lo radicaliza y sirve finalmente para acelerar el proceso de expresión de la propia experiencia. En otras palabras, ella lo invita a la praxis. Citemos nuevamente a Barthes: “quels textes accepterais-‐je d`écrire (de ré-‐écrire), de désirer, d`avancer comme une force dans ce monde qui est le mien?”. Esta interrogación, reflexión de una asimilación inquieta e insubordinada, antropófaga, es semejante a la que han hecho los escritores de una cultura dominada por otra durante años: sus lecturas se explican por la búsqueda de un texto escribible, un texto que pueda incitarlos al trabajo, servirles de modelo para la organización de su propia escritura. Tales escritores utilizan sistemáticamente la digresión, esa forma tan mal integrada a los discursos del saber, como señala Barthes. Tomando prestada una noción recientemente acuñada por Michel Foucault en su análisis de Bouvard et Pécuchet, quizá se puede decir que la segunda obra es establecida a partir de un compromiso feroz con lo déjà-‐ dit, aunque quizá sea más preciso decir lo ya-‐escrito. El segundo texto se organiza sobre la base de una mediación silenciosa y traicionera del primero, y el lector, transformado en autor, intenta sorprender al modelo original en sus limitaciones, en sus flaquezas, en sus lagunas, lo desarticula y lo rearticula de acuerdo con sus intensiones, según su propia dirección ideológica, su visión del tema presentado inicialmente por el original. El escritor trabaja sobre otro texto y casi nunca exagera el papel que la realidad
que lo circunda puede representar en su obra. En este sentido, por ejemplo, las críticas que muchas veces se refieren a la alienación del escritor latinoamericano son inútiles y también ridículas. Si él solo habla de su propia experiencia de vida, su texto pasa desapercibido a sus contemporáneos. Es preciso que primero aprenda a hablar la lengua de la metrópoli para luego combatirla con mayor efectividad. Nuestra tarea crítica se definirá ante todo por el análisis del uso que el escritor hace de un texto o de una técnica literaria que pertenece al dominio público. Nuestro análisis se completará con la descripción de la técnica que el mismo escritor crea en su movimiento de agresión contra el modelo original, desmantelando el principio que lo posiciona como objeto único e irreproducible. El imaginario, en el espacio del neocolonialismo, no puede seguir siendo construido sobre la base de la ignorancia o la ingenuidad nutrida por una manipulación simplista de los datos ofrecidos por la experiencia inmediata del autor. Más bien este debe afirmarse como una escritura sobre otra escritura. Ya que la segunda obra generalmente incorpora una crítica de la obra anterior, se impone con la violencia desmitificadora de las planchas anatómicas que dejan al desnudo la arquitectura del cuerpo humano. La propaganda se hace eficaz porque el texto habla el lenguaje de nuestro tiempo. El escritor latinoamericano juguetea con los signos de otro escritor, de otra obra. Las palabras del otro tienen la particularidad de presentarse como objetos que fascinan a sus ojos, a sus dedos, y la escritura del segundo texto es, en parte, la historia de una experiencia sensual con el signo extranjero. […] Como el signo se presenta muchas veces en una lengua extranjera, el trabajo del escritor debe ser comprendido como una especie de traducción global, de pastiche, de parodia, de digresión y no como una traducción literal. El signo extranjero se refleja en el espejo del diccionario y en la imaginación creadora del escritor latinoamericano, y se disemina sobre la página blanca con la gracia y el artificio del movimiento de la mano que traza líneas y curvas. Durante el proceso de traducción, el imaginario del escritor está siempre en el escenario […]
Otrosí: “Silviano Santiago reflete sobre as literaturas brasileira e mexicana”, entrevista por Elisa Martins, O Globo, 24.11.1012; traslape del suscrito:
Entre 1962 e 1964, di clases en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, Estados Unidos. Venía de París, donde escribía mi tesis de doctorado sobre André Gide y traía conmigo un libro de Antonin Artaud sobre su viaje a México, “Los tarahumaras”. Como la región de los indios tarahumaras queda a unas seis horas en auto de Albuquerque, me aventuré algunas veces de viaje al estado de Chihuahua, donde está la hoy famosa Ciudad Juárez. Quedé fascinado y quise conocer mejor el lugar, lo que ocurrió en sucesivos viajes, y su literatura. A partir de esa experiencia, escribí la novela “Viagem ao México” (Ed. Rocco, 1995), de lectura difícil, pero que estimo como la más importante de mi obra”.
S. Santiago: pasajes de Viagem ao México (1996):
A Verdade suprema é só o que procuro, mas, quando me falam e até que ponto a noção que se pode ter acerca de uma verdade limitada e objectiva não se escionde outra, que teimosamente escapa a todo foco, a todo limite, a toda localização, e escapa para acabar-‐se no que se chama o Real. [Carta de Antonin Artaud a Jean Paulhan, 1.07.1934; trad. Anamaria Skinner] 1. Para escrever este libro, inventou-‐me monstro, da maneira como só os navegantes sabem inventá-‐la durante o transcorrer da descoberta. Canto XI Cidade de México, fevereiro de 1936 Vale a pena querer adiantar-‐se aos percalços da aventura de alguém no estrangeiro com palavras prévias e sensatas de observador, palavras que recomendam ao viajante cuidado e precaução antes de mais nada? palavras que lhe recomendabam o exame detido das balizas, dos lugares de acostamento, dos desvios inesperados, das zonas de derrapagem, dos precipícios à direita e ezquerda, das fulminantes estradas sem saída? Mesmo se ditas, essas palavras prévias de cuidado e alerta teriam evitado o desastre? teriam suavizado a decepção final? teriam servido para que se negociassem dias menos miseráveis e menos terriveis de sobrevivência? Avisado, Artaud não teria assim mesmochafurdado nos bairros da malandragem e negociado com cafajastes e trambiqueiros, como fera enjaulada pela necessidade? […] Estou sentado a uma das mesas do Café de Paris, ao lado da mesa ocupada por Elías Nandino. Os dois estamos esperando Cardoza e Artaud para o almoço a três de domingo. A três repito, o quarto não conta. […] Viajei tanto para chegar ao Reino do Mesmo? pergunta Artaud sem esconder a candura. Não se iluda tanto. Ou se iluda o suficiente para saber que, no meio do camino desta nossa amizade, pararemos numa farmácia de um amigo que fica aberta os domingos, e que, poucos quilómetros adiante, te deixarei no hotel, te deixarei, mas não te abandonarei. […] A farmácia numa ruazinha fuleira cheira a iodofórmio, cozimento de ervas, ácido fênico e ungüento de bacilição. […]
Canto XII Cidade de México, Tu es belle ! tu es inmortelle! ele diz, e se retira acanhado para o seu abrigo. […] Como o castelhano dele era apenas um pouco mais rico que o de o francés, se entendiam bem, vestindo, calçando e maquiando as palavras com gestos, olhares e sorrisos cúmplices. As frases de Artaud eran feitas só de substantivos, espécie de castelhano telegráfico. Ladino se divertia con la escolha de palavras feitas por ele. Ria e zombava. Quando Artaud não entendia uma frase sua qualquer, em lugar de repeti-‐la lentamente, abandonava o español e tentata dizer o que quería dizer num inglês mais do que estropiado. […] Canto XIII Cidade de México, 1936 Um é só tradutor, e o outro, tradutor e òeta. Mas o estilo deles é o mesmo. Como aliás de todos esses intelectuais mexicanos. Parecem personagens saídos do teatro clásico francés. […] Artaud se cala.
Pasajes de Viagem a Santiago (A. Ajens, Santiago, 2014):
CANTO XIII
nos bairros do malandragem com cafajestes e trambiqueiros, chafurdada
caligrafia de rompantes e garranchos (enchia folhas e folhas) — ao lado
da mesa ocupada por Elías Nandino, José Gorostiza y Cardoza y Aragón
numa ruazinha fuleira cheira a iodofórmio a farmacia, cozimento de ervas
ácido fênico e ungüento de basilição […] — inmortelle et belle, ele […] diz
ladino se divertia com a escolha de palavras, olhares e sorrisos feitos por
o que vim fazer no México? Um é só traductor, o outro, traductor e poeta
o final da viagem é feito ao pé, sem deus nem lei, sem mapa nem traçanga