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Actas XIV Congreso AIH (Vol. II). Aurora EGIDO. Baltasar Gracián en el alba de su IV centenario - Baltasar Gracián en el alba de su IV centenario Aurora Egido UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA Y o siempre estaré listo a pensar en don Luis de Góngora cada cien años. El sentimiento es mío y la palabra Centenario lo ayuda. Noventa y nueve años olvidadizos y uno de liviana atención es lo que por centenario se entiende: buen porcentaje del recuerdo que apetecemos y del mucho olvido que nuestra flaqueza precisa. JORGE LUIS BORGES, El idioma de los argentinos [1927] ESTA CITA, sr SUSTITUIMOS el nombre de Góngora por el de Gracián, tal vez nos la clave de esa cara}anual que todo centenario implica, con grandezas y miserias, entre memoria y olvido, para que los clásicos pervivan sin agostar a los modernos. El pasado 8 de enero-y quién sabe si no debió ser dos días antes, festividad del Rey Mago que le regalara el nombre-se celebró en Belmonte, provincia de Zaragoza, el IV Centenario del nacimiento de Baltasar Gracián y Morales. Entre esa fecha y el 6 de diciembre (día en que murió en Tarazona, el año de 1658), se extenderá un arco de coronas y celebraciones que nos exigen ajustarlo a los términos que la discreción graciana requiere, incluida esta sesión en Nueva York propiciada por la Asociación Internacional de Hispanistas. Todo ello en consonancia con un autor que no gustaba de los gallos de la publicidad y que prefería los modos a las modas. El Gobierno de Aragón, la Universidad de Zaragoza, la UNED, la Institución «Fernando el Católico», el Instituto de Estudios Altoaragoneses y otras instituciones públicas y privadas, tanto españolas como extranjeras, han organizado a lo largo de este año numerosos actos celebrativos, con congresos internacionales, publicaciones y exposiciones. Al Congreso de Huesca, el pasado mes de mayo, y los que tendrán lugar entre octubre y diciembre en las Universidades de Berlín y Nápoles o en Calatayud y Zaragoza, hay que añadir la serie de jornadas gracianas en 17 centros del Instituto Cervantes de todo el mundo. El pasado junio, en el de Bucarest, la presencia de Sorin Marculescu, traductor al rumano de toda la obra de Gracián, confirmaba hasta qué punto el canon clásico no tiene fronteras. El Oráculo manual, el libro más conocido y traducido a lo largo de los siglos, ha servido de reclamo a los brokers de Manhattan, entusiasmados con los aforismos traducidos por Christopher Maurer en The Art ofWordly Wisdom. A Pocket Oracle que, a cambio, en la Europa del Este, algunos monjes de los monasterios ortodoxos emplean hoy día como fuente ilustrativa de sus sermones. Como decía George Steiner, los clásicos nos leen, aunque en el caso de Gracián, tal vez habría que decir que nos escriben, pues el resultado de su lectura es afortunadamente t- Centro Virtual Cervantes

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Baltasar Gracián en el alba de su IV centenario

Aurora Egido UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Y o siempre estaré listo a pensar en don Luis de Góngora cada cien años. El sentimiento es mío y la palabra Centenario lo ayuda. Noventa y nueve años olvidadizos y uno de liviana atención es lo que por centenario se entiende: buen porcentaje del recuerdo que apetecemos y del mucho olvido que nuestra flaqueza precisa.

JORGE LUIS BORGES, El idioma de los argentinos [1927]

ESTA CITA, sr SUSTITUIMOS el nombre de Góngora por el de Gracián, tal vez nos dé la clave de esa cara }anual que todo centenario implica, con su~ grandezas y miserias, entre memoria y olvido, para que los clásicos pervivan sin agostar a los modernos.

El pasado 8 de enero-y quién sabe si no debió ser dos días antes, festividad del Rey Mago que le regalara el nombre-se celebró en Belmonte, provincia de Zaragoza, el IV Centenario del nacimiento de Baltasar Gracián y Morales. Entre esa fecha y el 6 de diciembre (día en que murió en Tarazona, el año de 1658), se extenderá un arco de coronas y celebraciones que nos exigen ajustarlo a los términos que la discreción graciana requiere, incluida esta sesión en Nueva York propiciada por la Asociación Internacional de Hispanistas. Todo ello en consonancia con un autor que no gustaba de los gallos de la publicidad y que prefería los modos a las modas.

El Gobierno de Aragón, la Universidad de Zaragoza, la UNED, la Institución «Fernando el Católico», el Instituto de Estudios Altoaragoneses y otras instituciones públicas y privadas, tanto españolas como extranjeras, han organizado a lo largo de este año numerosos actos celebrativos, con congresos internacionales, publicaciones y exposiciones. Al Congreso de Huesca, el pasado mes de mayo, y los que tendrán lugar entre octubre y diciembre en las Universidades de Berlín y Nápoles o en Calatayud y Zaragoza, hay que añadir la serie de jornadas gracianas en 17 centros del Instituto Cervantes de todo el mundo. El pasado junio, en el de Bucarest, la presencia de Sorin Marculescu, traductor al rumano de toda la obra de Gracián, confirmaba hasta qué punto el canon clásico no tiene fronteras. El Oráculo manual, el libro más conocido y traducido a lo largo de los siglos, ha servido de reclamo a los brokers de Manhattan, entusiasmados con los aforismos traducidos por Christopher Maurer en The Art ofWordly Wisdom. A Pocket Oracle que, a cambio, en la Europa del Este, algunos monjes de los monasterios ortodoxos emplean hoy día como fuente ilustrativa de sus sermones.

Como decía George Steiner, los clásicos nos leen, aunque en el caso de Gracián, tal vez habría que decir que nos escriben, pues el resultado de su lectura es afortunadamente

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imprevisible. A este respecto, cabe señalar que el reciente volumen 29-30 del Boletín de la Fundación Federico García Lorca dedicado a Gracián, recoge entre sus páginas, prosas y versos de Jon Juaristi, Jaime Siles, Mario Hernández, Carlos Pujol, Sánchez-Robayna, Jacobo Cortines y José Ángel Valente, entre otros. Confirmación de cómo en los márgenes de la escritura de Baltasar Gracián, la palabra se extiende con sus largos tentáculos generando nuevos textos. Y a el teatro de Arrabal, con El arquitecto y el Emperador de Asiria o la pintura de Eugenio Granell y Antonio Saura mostraron la pervivencia del autor de El Criticón, que también pudo inspirar antes más de un capricho goyesco. Y es que los lugares e imágenes de la memoria jesuítica son amplísimos, como sabía muy bien James Joyce.

La dificultad de la obra graciana y tal vez la ausencia de comentaristas coetáneos, ha contribuido a que su público lector no haya sido tan numeroso como en el caso de otros autores de su tiempo. Es evidente que el belmontino nunca tuvo ni tendrá la proyección de Lope o de Cervantes, pero sus fieles se han extendido a lo largo y ancho del universo mundo al paso de los siglos, formando un mapa amplio y selecto que aumenta día a día. Gracián, vivo en castellano y en sus traducciones, ha sido degustado por un público variadísimo más allá del hispánico, que lo fue conociendo a partir del francés e inglés y luego en alemán y otras lenguas. La trayectoria es sobradamente conocida.

En el siglo XX, como recordaba hace poco el casi centenario Miguel Batllori, su generación, y la de los nacidos entre 1918 y 1936, lo leía y degustaba antes de estudiarlo. Pero esa estimación se perdió en los años cuarenta y cincuenta, fechas en las que, sin embargo, se leyó más fuera que dentro de España. La Europa de la posguerra volvió los ojos a ese autor universalizado por Schopenhauer que, sin embargo, tardó años en tener la misma consideración en España, donde su renacer se alcanza en la década de los ochenta y, sobre todo, en los últimos diez años. Felice Gambin ha constatado en Ea/tasar Gracián: Estado de la cuestión y nuevas perspectivas, cómo Gracián ha sido uno de los escritores españoles más traducidos en Europa, excepción hecha de la Agudeza que no lo fue hasta que hace veinte años se tradujera al francés. Ya en el siglo XVII fue Francia el primer canal de difusión de sus obras, y también en el siglo XX, pues allí se inició, desde Coster y Morel-Fatio a Benito Pelegrin y tantos otros, no sólo el renuevo de sus estudios y ediciones, sino el proceso de la supuesta postmodernidad del jesuita, luego avalada por otros países como Italia y Estados Unidos, al abrigo siempre de un Oráculo convertido en tabla de salvación para náufragos modernos, en versiones al neerlandés y otras lenguas.

Alemania, a través de ediciones no siempre fiables, como recuerda Briesemeister, tuvo siempre encendida la antorcha de un Gracián filósofo, leído por Schopenhauer y Nietzsche, que proyectaría su obra en el pensamiento europeo, convertido en paladín de la filosofia moderna. La próxima publicación de El Criticón al alemán o la reciente de El Discreto--ésta, a cargo de Neumeister-nos confirman, junto a una amplia crítica, la pervivencia en el mundo germánico de la obra del jesuita que lo asimiló incluso a través de ediciones neolatinas, también existentes, y en este caso, inéditas, en el mundo rumano.

Los ataques de Croce no impidieron que desde los años 60, y sobre todo a partir de los 80, Gracián haya sido trasladado al italiano, incluso en el caso de la Agudeza, gracias a Periñán y Poggi, aunque falten aún versiones de El Criticón y de El Comulgatorio o El Político. Es posible, sin embargo, aventurar que la proximidad del español con el italiano no

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lo hiciera necesario del todo, como pensaba Cervantes, a juzgar por la impronta critica que sus obras han suscitado en esa Italia soñada por Gracián aunque nunca estuviera en ella. Los casos de Suecia, Hungría, Polonia, Estonia y Rusia, presentan una curiosa difusión que, junto a las recientes y libres versiones al inglés del Oráculo, nos muestran la capacidad de supervivencia de ciertas obras suyas, por encima de cualquier frontera, incluso la de la fidelidad al texto original. Los trabajos recogidos en Anthropos, en el Estado de la cuestión y la revista FGL, ya mencionados, dan cuenta de esa moderna Babel graciana, concebida como riqueza y no como maldición.

La historia de la recepción graciana está todavía por hacer en toda su complejidad y riqueza; particularmente en lo que atañe a los siglos XVIII y XIX, a partir de la Poética de Luzán. Pero por lo que se refiere al siglo XX, es Azorin el que acuña y difunde una devoción y lealtad a la que luego contribuiría enormemente Alfonso Reyes. Azorin (lo ha señalado José Luis Calvo Carilla) convirtió a Gracián en su «clásico connivente», en su otro yo. La elección no fue casual, pues el Modernismo había propiciado, en el final de siglo, esa corriente que orientaba a los partidarios de Nietzsche hacia la lectura del Oráculo. Azorin se convirtió, a partir de 1900, al margen de Farinelli y Coster, en el adalid hispano de un Gracián moderno que, de todas las resurrecciones propiciadas por el Krausismo, rescataba el nombre del jesuita aragonés. La senda abierta por el autor de La voluntad continuaria en la de uno de sus mayores defensores en la América hispana. Me refiero al ya mencionado Alfonso Reyes, editor de los tratados gracianos, que recreó a lo vivo los diálogos de El Discreto. Al sur del continente americano, en el Río de la Plata, le habían precedido en el Romanticismo la figura de Esteban Echeverria, que dejó al morir en 1851 unos Pensamientos donde latía el modelo estilístico de Gracián. El destino (lo ha contado recientemente Isaías Lerner) hizo que, al correr de los años, el jesuita aragonés encontrara en la estancia bonaerense del partido de Luján, «Los Talas», su nueva residencia. Allí, gracias al bibliófilo y erudito Jorge M. Furt, editor de El Discreto, se salvó, ante otros preciosos ejemplares, el de la princeps del Oráculo.

Entre el Méjico de Octavio Paz, para quien la Agudeza era el mejor vademecum de la poesía española del Barroco, y los espacios bonaerenses del jesuita, media un gran trecho, pero hay que reconocer en Jorge Luis Borges, la relación más compleja y sonada que conocemos con el autor de El Héroe. Plagiario confeso del jesuita en sus primeras Inquisiciones, pronto se alejó de él y de otros modelos del Barroco español, asombrado por el poder de la imagen y por la brillantez de las quintaesencias, según ha visto acertadamente Rosa Pellicer. El distanciamiento posterior y hasta las sombras con las que Borges cubrió al jesuita coinciden, según creo, con el prólogo de Gerardo Diego a la famosa Antología poética en honor de Góngora, donde en 1927 arremetió contra los excesos conceptistas basados en los juegos de ingenio que, como los gusanos, atacan la carnosa fruta en sazón. Pues no de otro modo, ese mismo año, Borges considera aberrantes los retruécanos y calambures gracianos, prefiriendo leer el Oráculo en su traducción alemana, porque ésta carecía de aquéllos.

Claro que no estaría de más recordar, como hizo Maxime Chevalier, que fue Gracián quien le reprochó a Quevedo, al que tanto admiraba, que sus hojas fueran como las del tabaco, de más vicio que provecho, por la aparente frivolidad de sus juegos de ingenio. La compleja relación de Gracián con el autor de Los sueños corrió así en paralelo con la que Borges mantuvo con el jesuita al cabo de los siglos. Porque es evidente que la tensión entre

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el argentino y el aragonés produjo algo más que descalificaciones sobre las sentencias, el humor y los retruécanos. Bastarían para desmentirlo Funes el memorioso, la idea de un mundo cifrado, El jardín de los senderos que se bifarcan o la imagen de la biblioteca como paraíso que llegaría hasta El nombre de la rosa. Los caminos de Gracián son inescrutables y prosiguen a lo ancho de La isla del día de antes de Umberto Eco, que tanto aprendió del Aleph y de los lugares gracianos.

Hombre universal, el jesuita fue leído en las bibliotecas americanas, entre ellas, las de la Compañía de Jesús, propiciando una larga cadena de lectores adeptos que van desde los amigos de Gracián, Pedro Porter de Casanate, descubridor de California, y el Arzobispo de Puebla de los Ángeles, Palafox, hasta hoy, con el autor del cuento más breve de la historia, Augusto Monterroso. La biblioteca de Guatemala en los Milagros del subdesarrollo sería, al fin, la constatación palmaria de que cuando el lector se despertó, el Oráculo «todavía estaba allí».

Pero no es éste el lugar de adentramos en una compleja historia que está lejos de ser abordada en su valoración conjunta, pues si los trabajos de Correa, Mausau, Guellouz, Gambin, Buesa o Briesemeister entre otros, han acotado la cuestión relativa de las traducciones de Gracián en Europa, otro es el caso de la recepción crítica de su obra. Como ha señalado este último, Gracián penetra pronto a partir de 1672 en el tratadismo político y prudencial alemán a través de las versiones francesas, junto a Guevara y Castiglione. La distinta valoración del ingenio por parte de ingleses y franceses hace complejo su estudio. Y quizás no esté de más recordar la temprana aproximación de May y otros críticos anglosajo-nes al conceptismo graciano. A Alexander Parker, compañero de viaje de los poetas del 27, se debe una fundamental defensa del concepto, basado en la Agudeza, a la hora de analizar la poesía de Góngora. En ella se advertía precisamente, al hilo de los estudios de Rosemmund Tuve sobre los metafisicos ingleses, de la necesidad de analizar desde presupuestos conceptuales toda la poesía del Barroco, más allá de los análisis de estilística y de la búsqueda de juegos sensoriales propiciados por la generación de Dámaso Alonso.

Que El Criticón inspirase La flauta mágica de Mozart o que esté oculto en las ideas de W alter Benjamin, en la prosa de María Zambrano o hasta en los buscadores de oro de Manhattan, puede sonar, aquí y ahora, a mero panegiri, y a panegiri de la peor clase. Ése que convierte los centenarios en fosas o en una fulgurante demostración de fuegos fatuos tan efüneros como el año celebrativo. Por encima de fechas y homenajes, la obra de Gracián, relativamente breve, si la comparamos con la de otros escritores coetáneos, dista mucho de haber sido estudiada y editada con la amplitud y el rigor que merece. Todavía es mucho lo que queda por hacer, no sólo en el campo de las ediciones críticas, sino en el de los estudios biográficos e interpretativos de su obra, que nos desafia con la complejidad de su contenido y la riqueza de su lenguaje.

Los repertorios bibliográficos, vertiginosamente amplios en los últimos años, confirman un trato desigual, siendo El Comulgatorio la obra más minusvalorada y peor entendida, pese a los esfuerzos de Rodríguez de la Flor y otros críticos. El Héroe autógrafo merecería, a su vez, una edición que corrigiera errores repetidos por Coster y otros editores modernos, incluido Romera Navarro, para su justa valoración y careo con la edición de 1639. A esa primera obra y a El Político, aparte renuevos editoriales, les esperan estudios que amplíen y

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concreten los ya conocidos respecto al lugar que ocupan en el amplio espectro del pensamiento español y europeo, sobre todo en lo que respecta a la valoración del pasado histórico. Pues el libro de Ángel Ferrari, al abrigo de una formación germánica de dificil parangón en el yermo universitario de la posguerra española, si exceptuamos nombres como el de Blecua, Asensio o Lázaro, no ha tenido sucesor equiparable, aunque se ha avanzado últimamente en la dilucidación del pensamiento político graciano. En ambas obras, como en el resto de su producción, debería emprenderse además un estudio completo de la renovación que supusieron desde el punto de vista elocutivo como epítome del laconismo propiciado por los lipsistas y aticistas. Y otro tanto cabe decir de El Discreto, abierto ya a los más variados géneros, síntesis modélica de progimnasmas que trasvasan el campo de la retórica para extenderse a los de la poética y la filosofia moral. La fusión de verba y res, unida a la actio, se ensayó en esas obras que trataron de fundir las Humanidades para ponerlas al servicio de la vida.

Gracián, y tal vez en mayor grado que otros escritores barrocos, exige una aproximación filológica entendida en el más amplio sentido del término. Ése que propició el Humanismo y que definió el Diccionario de Autoridades al concebir la Filología como ciencia que todo lo abarca. Allí donde confluyen y especulan los más variados saberes para la justa ínterpretación de los textos.

La creciente atención que Gracián ha recibido por parte de los estudiosos del pensamiento político y filosófico, así como de los que se aplican al estudio de las fuentes clásicas, la predicación, la paremiología o la emblemática (éstos tras el paso marcado por Karl-Ludwig Selig) hacen más prometedor el futuro. El aparente divorcio que en algunos casos suponen aproximaciones tan diversas de las relativas a la filosofia política y moral, no debe ser desestimado porque Gracián, ínsisto, reclama perspectivas distintas, pero-uno en lo vario-exige también que éstas no sean excluyentes, síno proyección que converja en el análisis de un autor que concibió El Criticón y el resto de sus obras como summa. Se olvida demasiadas veces que la justa indivisibilidad de verba y res impuso, desde el Renacimiento, la fusión de las retóricas y la poética con la filosofia moral, partiendo de un concepto amplio y universal de la poesía, vale decir de la literatura, claramente diferenciado del particular de la historia.

A Arte de ingenio y a la Agudeza, estudiadas por Mercedes Blanco en el marco europeo de las rhétoriques de la pointe, también les esperan «aplicación y estudio». El cotejo entre ambos libros y el análisis pormenorizado de las novedades que ofrecen respecto a la tradición de las retóricas y poéticas españolas al uso, iluminará unas obras plagadas de presupuestos nuevos, para un mejor entendimiento de la literatura y el pensamiento del Siglo de Oro. Y todo ello por no hablar de la acuñación de conceptos inéditos, como el de la circunstancia especial, o del hallazgo de un método de carácter deductivo, basado en los usos, que a partir del Brocense buscaba nuevos caminos a la erudición y al análisis. El generativismo de la hidra bocal allí formulada y la evidencia de un ingenio finitamente infinito, por encima de géneros y de estilos, aparta la Agudeza de apriorismos, para asentar un método que consiste en deducir de la tradición literaria las normas modélicas. Justo al revés de cuanto el neoaristotelismo había formulado en las poéticas desde el Renacimiento, a partir del principio: ars est quae dat praecepta. Las grandes deudas de la Agudeza de Gracián con otro jesuita,

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el padre Matienzo, apuntadas por Alberto Blecua, descubren nuevas páginas de los cartapacios jesuíticos, como el que ahora anda en manos del bibliófilo Luis Crespí de Valdaura.

El Oráculo, tergiversado por una numerología superpuesta, ausente en su primera emisión, y troceado de forma arbitraria por supuestos divisorios entre títulos y glosas, debe ser reeditado con rigor para así sondear mejor después sus casi ilimitados fondos. Ejemplo de cómo una traducción francesa pudo dar número y orden arquitectónico a un libro que nació sin más presupuestos que los de su puntuación, como baraja oracular que respondiera a las preguntas arbitrarias de los lectores, exige una disposición distinta que la asumida durante siglos.

El hallazgo por parte de Jaime Moll de nuevos ejemplares de ésta y otras obras de Gracián en la Biblioteca de Copenhague, así como por otros estudiosos, impone y alienta nuevas revisiones textuales y críticas. Aparte quedan por ver, en ésta y otras obras de Gracián, aspectos relativos a fuentes, estructura y lenguaje que se hacen más perentorios, como dijimos, en el caso de El Comulgatorio. Éste, prohijado por Baltasar Gracián, es, paradójica-mente, su verdadero huérfano, aunque sea El Criticón el hijastro que reta a mayores desafios.

La senda abierta con la edición de esta obra en los años 40 por Romera Navarro en la Universidad de Pennsylvania debe ser continuada y perfilada con nuevos límites y metas. Pues si Gracián es la quintaesencia del Barroco, El Criticón es la quintaesencia de Gracián. Una obra extrema y extremada que reclama titánicos esfuerzos y hercúleos trabajos en todos los campos del saber y justamente, como diría Huarte, por senderos no trillados. Uno de ellos, por citar un ejemplo, sería aquél en el que confluye con El Persiles cervantino, aunque también habría que recordar lo mucho que queda por descubrir respecto a sus fuentes clásicas o su relación con Mateo Alemán o Quevedo, entre otros. Gracián, fiel como Cervantes a la fusión tragicómica, debe ser estudiado en la doble fusión que todos ellos exigen de las lágrimas de Heráclito y la risa de Demócrito, lejos de cualquier limitación conceptual y formal.

El fondo clásico y humanístico ilumina una obra que se abre como fase terminal del Siglo de Oro, pero también como proyección futura de buen gusto. El pirronismo y las corrientes afines permitieron a Gracián una mirada crítica sobre los valores estéticos y morales del Renacimiento, mostrando una visión ácida y amarga sobre los fundamentos de Erasmo, Vives y tantos otros, mostrando hasta qué punto la búsqueda de la dignidad en los saberes acaba en el conocimiento de nuestras miserias.

Su biografia, asentada particularmente por Peralta y Batllori y renovada ahora por los trabajos de Belén Boloqui sobre Lorenzo Gracián, invita a averiguaciones y matizaciones en tomo a su persona y a sus relaciones. Monografias recientes sobre Ana Abarca de Bolea, la Duquesa de Aranda, Salinas, Juan Jerónimo de San José y Bondía,junto a trabajos sobre la participación de Gracián en la guerra de Cataluña o el papel de Lastanosa, tan engrandecido por él mismo y por su hijo, y que ahora se va ya adaptando a sus justos términos, así lo confirman. Mayores indagaciones en los archivos de la Compañía de Jesús y en otros de carácter público y privado darán, andando el tiempo, nuevos frutos, pues como decía Aristóteles, el que tira muchas flechas al aire termina siempre por cazar algo.

Capítulo aparte es el de la escasez de imágenes gracianas, referidas siempre al retrato

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póstumo perteneciente al Colegio de los Jesuitas de Calatayud, estilizado luego por el grabado de Carderera que se conserva en la Biblioteca Nacional. El aparente hallazgo de otro retrato en Graus, tal vez copiado de aquél, no deja de ser curioso. Conviene recordar, sin embargo, que este último ya fue publicado en Zaragoza, en 1926, en el curso monográfico Ea/tasar Gracián. Escritor aragonés del siglo XVII celebrado por la Universidad Literaria de Zaragoza en 1922, cuando aún no lo habían deteriorado los estragos del tiempo. Imagen, el de Graus, de un Gracián más saludable y menos melancólico, y posiblemente tan imaginario como el de Calatayud.

Por último, querría apuntar que si en el estudio de su obra no se puede prescindir del eje filosófico moral que la incardina, tampoco aquél es concebible sin el apoyo de la Historia. Como he señalado en Las caras de la prudencia, la obra de Gracián no se entiende fuera del contexto historiográfico de su tiempo, teniendo en Jerónimo Zurita el modelo por excelencia. Los Anales, antes que El Quijote, se plantearon la cuestión aristotélica de la distinción entre la verdad poética y la histórica, atacando los Gargoris y Habidis que confundían lo fabuloso con lo histórico. Corrientes ambas que confluyen en un Gracián obsesionado no sólo por la verdad histórica y literaria, sino por la moral.

La partitura graciana, el texto escrito, está ahí, con sus grafias y silencios, reclamando instrumentos y voces que la interpreten. El alba del siglo XXI ha amanecido curiosamente con el nombre de Baltasar Gracián, tras el ocaso del XX, marcado por el centenario de Calderón, del que tanto aprendió. Como el ouroboros que se muerde la cola y es simbolo de infinitud, la obra del jesuita que, en buena parte, cerró la estética del Siglo de Oro, tal vez sirva para abrir la de este nuevo que comienza y de cuya calidad futura lo ignoramos todo.

Decía Gracián en El Héroe que «no bastan alentados principios, si son desmayados los progressos». Ojalá que este esperanzador impulso con el que comienza el IV Centenario de su nacimiento no se apague, «pues es treta, tanto de aguila, como de fenix, el remo9ar la fama, y bolver a renacer al aplauso».

REPERTORIOS GRACIANOS

<<Devoró libros, pasto del alma, delicias del espíritu» BALTASARGRACIÁN, Oráculo manual

AA.VV. Baltasar Gracián. Escritor aragonés del siglo XVII Curso monográfico celebrado en honor suyo por la Universidad Literaria y el Ateneo de Zaragoza, en el año 1922, Zaragoza, Diputación Provincial de Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial, 1926.

AA.VV. Homenaje a Gracián, Publicación de la Cátedra Gracián de la Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1958.

AA.VV. Baltasar Gracián en su tercer centenario (1658-1958), Madrid, Revista de la Universidad de Madrid, 1958.

AA.VV. Gracián y su época. Actas de la I Reunión de Filólogos Aragoneses (Zaragoza y Calatayud, 28 de febrero, 1y2 de marzo de 1985), Zaragoza, IFC, 1986.

AA.VV. Criticón, 33, 1986, pp. 5-104. AA.VV. Baltasar Gracián. Da! Barocco al postmoderno, Seminario del Centro Internazionale Studi

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di Estetica (Palermo, 10 y 11 de octubre de 1986), Aesthetica pre-print (Palermo ), nº 18, diciembre, 1987.

AA.VV. Criticón, 43, 1988. AA.VV. El mundo de Gracián. Actas del Coloquio Internacional (Berlin, 30 y 31 de mayo, 1 de junio

de 1988), Sebastian Neumeister y Dietrich Briesemeister ( eds.), Berlin, Colloquium, 1991. AA.VV. Creación. Teoría y estética de las artes. Revista publicada por el Instituto de Estética y

Teoría de las Artes de Madrid, nº 6, 1992. AA.VV. Baltasar Gracián. El discurso de la vida. Una nueva visión y lectura de su obra, Jorge M.

Ayala (coord.), Documentos <<A»,Anthropos, nº 5, febrero 1993. AA.VV. Baltasar Gracián. Selección de estudios, investigación actual y documentación, Jorge M.

Ayala ( coord. ), Suplementos, Anthropos, Barcelona, nº 3 7, marzo 1993. AA.VV. Gracián hoy, Cuaderno Gris (Universidad Autónoma de Madrid), coord. Por Alfonso

Moraleja, núm. !, época III (noviembre 1994-junio, nº !, III, 1995). AA.VV. Signos JI. Arte y Cultura en Huesca. De Forment a Lastanosa. Siglos XVI y XVII, Huesca,

Diputación de Huesca, 1994. AA.VV. Klugheitslehre: militia contra malicia. Actas del Simposio sobre el Oráculo manual y arte

de prudencia de Baltasar Gracián (Berlin, del 23 al 26 de febrero de 1995), ed. por la Akademie Schloss Solitude Stuttgart, Berlin, Merve, 1995.

AA.VV. Rhetoric and Politics. Baltasar Gracián and the New World Order, Nicholas Spadaccini y Jenaro Talens (eds.), Minneapolis-London, University ofMinnesota Press, 1997.

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AA.VV. «Cartapacio: Baltasar Gracián», Turia. Revista Cultural (Teme!), nº 54, noviembre de 2000. AA.VV. «Tiempo de Graciáw>, Trébede. Mensual Aragonés de Análisis, Opinión y Cultura

(Zaragoza), nº 46, enero de 2001.

AA.VV. Al margen de Gracián, coord. Por Aurora Egido, Boletín de la Fundación Federico García Larca, 29-30, 2001.

AA.VV. Baltasar Gracián. Estado de la cuestión y nuevas perspectivas, coord. por Aurora Egido, Zaragoza, Institución «Femando el Católico», 2001 (aparecerá en septiembre). Contiene, al final, la bibliografia más completa, al cuidado de Elena Cantarino y del resto de los autores que colaboran en el volumen.

AA.VV. Gracián digital, coord. por Aurora Egido, Madrid, Fundación Histórica Tavera (en preparación)

Siguen siendo utilísimas las visiones críticas de conjunto de Gonzalo Sobejano, «Gracián y la prosa de ideas», Historia y crítica de la literatura española. III; Barroco, Barcelona, Crítica, 1983, pp. 904-970 y Carlos Vaíllo, en/bid, Primer Suplemento, Barcelona, Crítica, 1992,pp.488-513.

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. II). Aurora EGIDO. Baltasar Gracián en el alba de su IV centenario-

BALTASAR GRACIÁN ... 203

ACTAS PREVISTAS SOBRE LOS CONGRESOS CELEBRADOS EN 2001

AA.VV. Baltasar Gracián: Pensamiento y erudición. Actas del Congreso Internacional celebrado en Huesca, 23-26 de mayo de 2001, dirigido por Aurora Egido y coordinado por Fermín Gil Encabo y José Enrique Laplana Gil, Huesca-Zaragoza, Gobierno de Aragón-Instituto de Estudios Altoaragoneses, vol. 11 (en preparación). Se publicará junto al vol. 1:

AA.VV. Baltasar Gracián en sus obras. Actas del Congreso Internacional que tendrá lugar en 7.aragoza, 22-24 de noviembre de 2001, dirigido por AuroraEgidoy coordinado por María del Cannen Marin y José Oltra, Zaragoza, Gobierno de Aragón-Institución «Femando el Católico».

Coloquio Internacional Baltas ar Gracián: Antropología y estética en la primera Modernidad, dirigido por Sebastian Neumeister, Freie Universitiit Berlin, 4-7 de octubre de 2001.

Seminario Internacional Gracián y sus conceptos, dirigido por Elena Cantarino, Biblioteca Valenciana, 22-24 de octubre de 2001.

Simposio Internacional sobre Baltasán Gracián y su obra: «Gracián, un pensador entre la tradición y la modernidad», UNED, Calatayud, 25-27 de octubre de 2001.

Jornadas en tomo a la Filosofía de Baltasar Gracián, Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo, 23-24 de noviembre de 2001.

Jornadas sobre Baltasar Gracián, Instituto Universitario Orientale, dirigido por Giuseppe Grilli, Nápoles, diciembre de 2001.

Catálogo de la Exposición Bibliográfica sobre Baltasar Gracián, dirigida por Ángel San Vicente, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 21 de noviembre de 2001 a 6 de enero de 2002.

GRACIÁN EN LAS PÁGINAS DE INTERNET

http://www.uclm.es/profesorado/Baltasar Gracian.h!m, página de Elena Cantarino. http://www.liceus.com/es/eco/lit/Ol/022601, página dirigida por Emilio Blanco. http://members.es.tripod.de/albo/baltasar.htm, página de Alberto Gil. http://perso.wanadoo.es/baltasar gracian, página de Miguel Ángel Hemández. http://www.aragob.es/pre/cido/graindex.h!m, página oficial del Gobierno de Aragón sobre el

IV Centenario de Baltasar Gracián.

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