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    Jess M Figueira Conde, en recuerdo de nuestros seres tan queridos.

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    Bajar al pueblo

    El Gran Can del Duero, lugar mtico donde los haya, entre Aldeadvila de la Ribera y

    Tras-os-montes (Bru y Lagoaa), antes del cierre de la presa de atagua de Aldeadvila, ao

    1955.

    El regresar cada verano al pueblo, era todo un acontecimiento anual en nuestrafamilia, al que mi madre dedicaba muchos preparativos durante una largatemporada.; era tambin una conversacin familiar diaria y continua. Para mi padreJuan, me imagino que no lo era tanto, porque sola quedarse durante los meses del

    verano slo, trabajando en Bilbao, sin embargo, nunca deca nada. Tampoco nosdeca que le gustara ir a Galicia, tanto es as, que no fui consciente hasta los 10 u 11aos de ser tambin descendiente de gallegos, mi otra familia.

    Nada ms llegar al pueblo, y no antes, tu madre te contaba el mote familiar, queera la forma de identificarnos, de marcarnos a los forasteros, ya que en aquellosaos 60 esto se tena muy en cuenta. Bien saba mi madre que nada ms bajar acomprar me iban a preguntary as me ocurri en la tienda de la Lumi, a dondeentr a comprar garbanzos; una vez los pes en una balanza muy moderna paraaquellos aos, me hizo la temida pregunta por debajo de aquellas gafas chiquititas:soy hijo de Juliana la Doroteano me qued ms remedio que contestarla- aunque

    a m me pareca todo aquello entrometerse en menseguida me asoci con suhermana, mi ta Pepa.

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    El largusimo trayecto desde Bilbao hasta Aldeadvila de la Ribera con laascensin al Tourmalet, llamado puerto de Barzar- poda significar llegar ya denoche con unas pesadas maletas de cartn endurecido, primero en el autobs delnea regular hasta Salamanca, despus el coche de lnea hasta Vitigudino, paracontinuar en un destartalado autobs con asientos de madera, hasta mi pueblo, y

    despus subir andando desde las cocheras por la pesada cuesta de la Bodega: steera el premio final de esfuerzo. Mi madre desde luego, era muy sacrificada.

    Lo primero que haca era encalar de blanco todas las paredes, ya que durantetodo el invierno haban ennegrecido, y desconchado los bajos de las paredes. Estaingrata labor le llevaba dos das completos, con el pauelo en la cabeza y tragandocal. Nos peda a Juanjo y a m que le ayudramos, pero en cuanto podamos, nosescaquebamos con la pandilla del Susi el mayor, porque haba otro Susi, elchico, que tambin participaba de sus juegos;adems estaban, el Eva, Carlos, Joseel Tina, y el Pirico.

    Yo, en realidad, no perteneca a la Pandilla del Susi, pero a donde iba mihermano mayor, all tena que seguirle, como un perrito faldero. Con ellos aprend aencontrar nidos y camadas de gatos, a fabricar utilsima cerbatanas de las ramas desauce, a disparar con arcos de las flexibles escobas, como si del indio Jernimo setratara, a dar pases de torero, a jugar a la peonza matona, a hacer carambolas conunas canicas de colores que me encantabancada da era interminable, y repleto detantsimas sorpresas y juegos que se desconocan por completo en una gran ciudad,como era el Bilbao de los aos 60. Nos olvidbamos por completo de qu hora era, yvivamos inmersos en nuestro mundo interior, siempre rodeados de la naturaleza.

    Nuestros padres nos obligaban a dormir la siesta, es lo que ms me fastidiaba detodo, y quera llevarme coches de plstico diminutos para jugar en la cama, a laespera de que estuvieran ya dormidos nuestros padres: sta era el momento deescaparnos de casa por la ventana de la habitacin, pero haba que traspasar elruidoso portn de la colaga, sta era la prueba ms difcil, y el que despertaba amis padres, reciba toda clase de improperios de su hermanoel destino, casisiempre, era la puerta del Susi; al resto de la pandilla no les sometan a semejantetortura

    En la puerta de la Ta Mara ya estaba el avezado capitn con su compaa,quienes tenan ya perfectamente claras las instrucciones para el desarrollo de todos

    los juegos de la tarde: eran tan completas que daban para jugar hasta las 12 de lanoche. Aprend las caractersticas de innumerables insectos e invertebrados quenunca antes haba visto: saltamontes, ranas, sapos, lagartijas, culebras,salamandrasy la temible, para m, santa teresa

    Para esa hora del medioda, la Ta Mara la del Sebastin-ya haba terminadode recoger la casa, y se dispona tranquila a comenzar sus tranquilas tardes de cosery punto, que es cuando verdaderamente descansaba, y al llegar los dos hermanosnos preguntaba si nos habamos marchado de casa sin saberlo nuestrospadresconoca a mi madre, porque en realidad, a mi padre le daba lo mismo.

    Un buen da, al llegar a la puerta de la Ta Mara, nos dijo que la pandilla estabaatrsen la fincaJuanjo y no les veamos. Estaban todos dentro de una casita de

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    piedra, que haba surgido de la noche al da en la esquina ms apartada, y a la queslo le faltaba de poner un tejado. Las aventuras e historias que all se contabaneran apasionantes.

    Sentados todos en crculo, como en una tribu india, mirbamos a la cabecera, al

    norte, donde se sentaban los jefes sioux el Susi y el Carlos, que eran los verdaderoscontadores de historias; una vez empezada la sesin, duraba toda la maana ydurara todo el da o incluso me imaginaba que las vacaciones enteras, sino fueraporque nuestros padres se ocupaban de alimentarnos. A los dos hermanos slo senos cerraba la boca al oir la voz aguda de Nuestra madre Julia, claro que muchasveces, nos avisaban los compaeros, porque se nos haba olvidado por completo.Otras veces, las maanas pasaban en la sombra fresca de la puerta, y los poyos de laTa Mara, y su marido, con una familia muy amplia. Los hermanos mayores del Susise encontraban siempre trabajando, salvo la semana de fiestas.

    Las tardes eran ms movidas, abandonbamos la casita, y se recorra el barrio de

    punta a punta, casi siempre corriendo.

    Un buen da descubrimos que el Roquehaba dejado unos novillos jvenes ensu cortinarodeada, como todas, de un paredn no muy alto. All, encaramados enla pared, y resguardados espibamos da tras da los movimientos de la manada,donde pastaban, y sus costumbres, y sobre todo se hacan apuestas si alguno seracapaz de torearlos.

    Hasta que lleg el momento de la decisin, no s muy bien quin dio la orden,pero en fila india fuimos saltando el paredn sigilosamente, y adentrndonos enterritorio enemigo, sin muleta ni nada, a las bravas, en un orden del ms valiente al

    ms cobarde. Yo fui el penltimo en saltar al albero, ante las lgicas dudas de mihermano, y oh desgracia!, Juanjo se qued entrampado en el paredn, por dentro de

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    la supuesta plaza de toros. Susi y Carlos, mirando hacia atrs comenzaron a gritar, yJuanjo se azoraba an ms, yo intentaba rescatarlohabamos chafado la tarde denovillos.

    Por la noche, era la hora del toreo de saln, unos hacan de maestro, y el resto de

    bravsimos novillos, siguiendo las indicaciones del novillero, que si no ves la muleta,que si no me entras, que estires los cuernos, el resto eran todos muy entendidos, ycriticaban al novillo, o aplaudan a rabiar. Naturalmente, yo nunca puse dar pases,me tena que limitar a estirar los brazos simulando tener unos cuernos tremendos ymuy peligrosos, y nunca se me ocurri cornear ni a los dos capitanes, ni al Pirico.

    Nuevamente, a la voz de mi madre, se terminaba la novillada nocturna, ycomenzaba la hora de las fascinantes aventuras de mi to Valentn, alas que nuncafaltaba mi padre.

    Mi to era otro gran cuentistade los muchos y buenos que abundaban en la

    Rivera, haba vivido la guerra civil como chfer de camiones para el Estado Mayor, ypasado por la mtica Batalla del Ebro. Haba llevado y trado tropas, yaprovisionamientos. Sentados en la acera veamos como liaba parsimoniosamente suidealdel que era raro que fumase dos en el da- e iba preparando el chisquero,atando primero el cordn. Movamos la cabeza con admiracin a cada ademn desus manos, y no empezaba la historia hasta que no lograba prender el interminableideal. Sus historia no slo versaban sobre generales, capitanes, y ancdotas conalgn cargamento, sino muchas veces sobre contrabandistas, caranieros, laconstruccin de la famosa Torre mora, y el paso del mtico caf portugus en esasnoches de lobos, sobre aquellas aguas rugientes y embravecidas del Duero, como si

    del mismo ro Bravo se tratara. Los carabineros de Aldeadvila eran muy malos, y loque les ocurra, era que no les dejaban ganarse la vida a los mseros ribereos, queeran los espaldas mojadas de la frontera. Naturalmente, cada cosa, cada paraje,rbol, pjaro, cada pueblo tena su nombre en nuestra antigua habla, que yodesconoca por completozangas, cortinas, casitas, Bru era Bors, Lagoaa era LaGuaza, Vilarinhola juda se converta en Villarino, y as todo.

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    Muy rara era la conversacin sobre poltica, en aquellos aos de franquismo, yse entenda por hablar de poltica incluso cuando hablaran de economa, o deposibles mejoras en el pueblo, ste era el nico momento en que mi padreintervena, y nosotros bostezbamos. En los escasos ratos en que la historia paraba,nos tumbbamos en el suelo para mirar el cielo, eran unas noches casi siniluminacin y se descubra una Va Lctea en la que podas contar a simple vista

    centenares de estrellas. Nuevamente era mi madre, la que ya de madrugada ponaorden en tanta imaginacin infantil.

    Y por fin, con las lluvias y primeros fros de setiembre, llegaba la triste noticia, yveamos cmo mi madre preparaba y llenaba con tristeza las pesadas maletas parael regreso. Una fra maana de setiembre, estbamos los tres esperando el coche delnea junto al cementerio (mi padre, siempre muy trabajador, ya se haba regresado aBilbao); ya marchis?, era la pregunta inevitable, a modo de adis de cada vecinomontado en su mulo, y que se marchaban al campo a trabajar.

    Con la cara pegada al fro cristal del coche de lnea, y los ojos como benditosiba

    diciendo mi particular adis a mi querido pueblo, cada casa, cada mujer que vea, ledeca lo muy feliz que haba sido quel verano, mientras enfilbamos la recta haciaCorporario por aquellos caminos de Dios.

    No era hasta llegar a Salamanca, y ver las torres de la Catedral cuando ya eraconsciente de haber abandonado un ao ms aquellos interminables veranos azules.

    En recuerdo de nuestros seres tan queridos, que nos han dejado este hueco, estevaco en nuestro corazn. Cada momento junto a ellos, sus caras han quedadograbadas para siempre en nuestra memoria.

    Para Mara Guarde y Juan Figueira

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