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  • Tiempos Modernos

    BERNARDO ATXAGA

    OBABAKOAOBABAKOAKK

  • EDICIONES BGrupo ZETA

  • Ttulo original: Obabakoak

    Publicado en el Pas Vasco por Editorial Erien Traduccin: Bernardo Atxaga

    1.a edicin: noviembre 1989 1.a reimpresin: noviembre 1989 2.a reimpresin: diciembre 1989 3.a reimpresin: marzo 1990 4.a reimpresin: abril 1990 5.a reimpresin: diciembre 1990 6.a reimpresin: septiembre 1991 7.a reimpresin: octubre 1991 8.a reimpresin: mayo 1992 9.a reimpresin: marzo 1993

    La presente edicin es propiedad de Ediciones B, S.A. Calle Rocafort, 10408015 Barcelona (Espaa)

    Bernardo Atxaga Traduccin: Bernardo Atxaga

    Printed in Spain ISBN: 8440611218 Depsito legal: B. 9.3501993

    Impreso por PURESA, S.A. Girona, 139 08203 Sabadell

    Diseo cubierta: Astromujoff Yolanda MuelasIlustracin cubierta: scar Astromujoff

  • A MODO DE INTRODUCCINA LA LITERATURA VASCA

    Luis Villasante, presidente hasta hace unos meses de la Real Academia de la Lengua Vasca, suele contar que en un viaje por tierras de Espaa, su compaero de asiento en el autobs no pudo ocultar su extraeza al ver que estaba leyendo un libro escrito en vasco, es decir, en un idioma en el que segn tena entendido no se escriba. La ancdota es seguramente extrema, pero no inverosmil. No es difcil encontrarse con personas que muestran ante la lengua o la literatura vasca una ignorancia mucho mayor que la que cabra esperar.

    Esta situacin hace aconsejable comenzar por algunas generalidades sobre la lengua vasca o euskara que ayuden a entender aspectos de su literatura, que pueden si no parecer sorprendentes.

    El euskara ha sido en tiempos histricos, y es hoy en da, una lengua hablada por una comunidad reducida que al parecer nunca ha rebasado la cifra de 600.000 o 700.000 hablantes. En la Edad Media cubra la totalidad de las provincias vascas, excepto el extremo occidental de Vizcaya y la Ribera navarra, y durante unos siglos se extendi incluso por tierras de la Rioja Alta y del norte de Burgos. A partir de entonces el rea de habla vasca ha disminuido sin cesar. El siglo XVIII perdi una buena parte de la llanada alavesa y el XIX la Navarra Media. Hoy en da su territorio ha quedado reducido a una buena parte de Vizcaya, la totalidad de Guipzcoa, el valle de Aramayona al norte de lava, la zona noroccidental de Navarra y todo el territorio de Euskadi Norte (o Pas Vasco-Francs, tanto da), salvo la aglomeracin urbana formada por Bayona, Anglet y Biarritz. Adems, mientras en tiempos histricos el idioma predominante, y en muchas zonas prcticamente exclusivo, en el rea de habla vasca era el euskara, no puede decirse lo mismo de la poca actual. Hoy en da el conocimiento del euskara en el Pas Vasco e incluso en la zona de habla vasca es minoritario: slo la cuarta parte de los habitantes del pas y algo menos de la mitad de los del rea vasca conocen el idioma.

    Como causas principales de este retroceso se citan la represin y los masivos movimientos inmigratorios que ha sufrido el pas a lo largo de los ltimos cien aos. En mi opinin, basta ver la situacin del cataln para concluir que dichos factores no han podido ser determinantes. Esto no quiere decir que sean despreciables, pero me inclinara a pensar que hay otras circunstancias el hecho de que el pas haya sido siempre deficitario culturalmente, la relevancia casi nula de la cultura vehiculada por la lengua vasca, etc. que han condicionado la situacin actual mucho ms de lo que se piensa. Habra que

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  • aadir a esto el tratarse de un idioma menor y radicalmente aislado, y el hecho de haber quedado al margen de la romanizacin es decir, de la civilizacin, en el sentido etimolgico de la palabra, extremos que parecen ser las causas determinantes del poco aprecio que por lo menos desde los albores de la Edad Moderna han mostrado hacia el idioma del pueblo las clases ilustradas del pas.

    La situacin empeora si consideramos el uso de la lengua, que es, ms que su conocimiento, lo que determina su implantacin y su peso real. Los nicos municipios de ms de doce mil habitantes en los que el euskara es predominante en la calle son Azpeitia y Ondrroa. En todos los dems slo una minora ms o menos exigua lo utiliza habitualmente. En los ncleos de poblacin menores la situacin vara considerablemente de unos a otros, pero no son escasos los pueblos en los que la mayora se expresa normalmente en castellano o francs. Solamente en reas netamente rurales, sobre todo de Guipzcoa y Vizcaya, el euskara es el vehculo de comunicacin mayoritario.

    Oficialmente se achaca esta escasa utilizacin del euskara al gran nmero de vascos que desconocen este idioma absolutamente ininteligible para odos romnicos, lo que imposibilita su uso en presencia de no vascohablantes. Es evidente que esta circunstancia pesa de manera decisiva, pero no es menos cierto que es absolutamente normal encontrarse con vascohablantes que hablan habitualmente en castellano (o francs) entre ellos. Para poner un ejemplo, no son pocas las personas que hablan euskara conmigo pero hablan castellano entre s. Y es fcil observar en cualquier pueblo del pas a grupos de personas que hablan castellano y pasan al euskara para hablar a los nios. Porque una de las caractersticas de nuestra peculiar situacin lingstica es que, si bien el uso de la lengua ha retrocedido notablemente, se mantiene por lo general la transmisin a los hijos, al menos en Guipzcoa y Vizcaya, sobre todo en el caso de que tanto el padre como la madre sean vascohablantes.

    De todas formas hay un factor que no puede ser pasado por alto en esta descripcin general. El gran lingista G. de Humboldt, que visit el pas a comienzos del siglo XIX atrado por su lengua y que contribuy no poco a la difusin de su noticia, pronostic su desaparicin en el plazo de cien aos. Su vaticinio se hubiera cumplido, aunque en un plazo mayor, de no ser por la eclosin a finales del siglo pasado del movimiento nacionalista de Sabino Arana Goiri, para el que fue una tarea prioritaria rescatar la lengua nacional del abandono en el que se hallaba, y que consigui imprimir al menos a una parte de sus seguidores una conciencia lingstica que hasta el momento prcticamente no exista. Desde entonces ha sido gente de ideologa nacionalista la impulsora y la base principal de la supervivencia de la lengua, y hay que buscar en la renovacin del pensamiento nacionalista de los aos sesenta el motor del notable proceso de concienciacin y recuperacin lingstica que se ha producido desde entonces en la poblacin vasca. Este hecho, que en mi opinin es malo para el futuro del idioma, que debera ser, como en Catalua, patrimonio de nacionalistas y no nacionalistas, no puede ser ignorado. Hay que aadir sin embargo que la circunstancia de que la minora vasquista sea esencialmente nacionalista no quiere decir que el nacionalismo como tal, ni en su conjunto ni en ninguna de sus facetas moderada o radical, sea

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  • vasquista en la prctica. De hecho, la lengua nacional es para la ideologa o ideologas nacionalistas algo as como la caridad para la Iglesia oficial: algo que se predica inevitablemente, pero cuya falta de observancia se excusa con indulgencia. Es fcil ver que esta situacin se presta a todo tipo de hipocresas y posturas demaggicas, y que supuestas actitudes de defensa de la lengua pueden ocultar su utilizacin y manipulacin partidista.

    Antes de pasar a hablar de la literatura producida en euskara tengo que referirme a una discusin que surge peridicamente en los medios de comunicacin del pas: qu es lo que hay que entender por literatura vasca. El mismo Bernardo Atxaga se vio involucrado, muy a su pesar me imagino, en uno de los episodios de la estpida polmica, en un debate televisivo reciente. Yo al menos, y no soy desde luego el nico que piensa as, no tengo inconveniente en que tambin se utilice el trmino literatura vasca para designar la literatura producida por ciudadanos vascos en castellano u otras lenguas o la literatura sobre "tema vasco", entre otros motivos porque estas denominaciones son excesivamente largas. Aunque la tendencia general en las lenguas es dar nombres distintos a conceptos dispares y literatura escrita en lengua vasca y literatura producida por ciudadanos vascos en castellano u otras lenguas son conceptos bien dispares no siempre ocurre as. Por ejemplo, es evidente que el trmino ciencia se refiere a conceptos muy diferentes segn se aplique a la Qumica o, por ejemplo, a la Sociologa. Lo importante es no olvidar que por mucho que se denomine ciencia a la Sociologa, no por ello deja de ser lo que es.

    Con respecto a la literatura vasca quiero recordar, adems, que euskal literatura basta conocer los rudimentos del idioma para saberlo slo puede referirse a uno de los conceptos anteriores. Y una discusin que deja de tener sentido con el mero cambio de la lengua empleada para discutir no puede ser ms que una cosa eminentemente bizantina.

    La historia de la literatura vasca difiere notablemente de la de otras literaturas menores prximas en ms de un aspecto. En primer lugar es relativamente tarda y no tiene una edad de oro medieval. Por otro lado, como puede comprender el lector tras conocer las vicisitudes de la lengua que le sirve de vehculo, ha sido una literatura marginal que, segn se ha sealado repetidamente, nunca ha sido la expresin total de la vida del pueblo vasco. Por lo que respecta a la literatura de tradicin oral que ha llegado hasta nosotros, hay una cierta unanimidad en afirmar que aunque no es excesivamente rica y variada, no por ello deja de tener un notable inters.

    La literatura escrita nace en el siglo XVI, esto es, en la misma poca que la albanesa y otras literaturas europeas, coincidiendo con la difusin de la imprenta. Se inicia con un libro de poemas, impreso en Burdeos en 1545, del sacerdote bajo-navarro es decir, de la parte de Navarra perteneciente al Pas Vasco-Francs Bernard Dechepare, una especie de breve Libro de Buen Amor de factura netamente popular, no exento de valor literario. Del mismo siglo es, aparte de otras obras menores, la traduccin del Nuevo Testamento y escritos calvinistas, realizada por un equipo dirigido por Joanes Leiarraga. ste cre una lengua escrita supradialectal cuyo destinatario eran los vascos de la

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  • vertiente septentrional de los Pirineos, que Juana de Albret, reina de Navarra, pretenda convertir al calvinismo. Se trataba de un modelo admirable de lengua solemne y arcaizante, pero inviable como lengua de comunicacin. Ello no ha sido obstculo para que en las ltimas dcadas haya sido propuesto como base del estndar literario por escritores que parecen confundir lengua de cultura y excelsitud esotrica.

    El siglo XVII es una especie de edad de oro para la literatura vasca. Al calor de la renovacin impulsada por la Contrarreforma se dio en Labort, que desde entonces pas a ser algo as como la Toscana vasca, una produccin en verso y prosa que en algunos casos alcanz una calidad literaria y una altura intelectual relativamente notables, y que estableci un modelo de lengua normalizado de gran poder expresivo, a medio camino entre el cultismo exagerado y el populismo, y mucho ms moderado que el de Leiarraga en la incorporacin de latinismos. Como ha mostrado Itziar Mitxelena, este puado de obras tena un pblico lector burgus relativamente numeroso, residente en San Juan de Luz y zona de influencia, que gozaba de una desahogada posicin econmica derivada de la floreciente actividad pesquera en Terranova, y una de cuyas aficiones era la lectura. El mximo exponente de esta literatura escrita por clrigos es Pedro de Axular que, por cierto, aparece dialogando con el protagonista en uno de los fragmentos ms bellos de Obabakoak, prncipe de las letras clsicas vascas, que public en 1643 su Guero, exhortacin a no aplazar el arrepentimiento que recuerda, como se ha sealado repetidamente, la obra de fray Luis de Granada.

    A partir del siglo XVIII comienza un doble proceso que no se detendr hasta finales del siglo pasado. Frente a un incremento cuantitativo constante de la produccin escrita se da un empobrecimiento cultural de la literatura vasca acompaada de una progresiva dialectalizacin del idioma literario. Asistimos a una reduccin funcional en la que el euskara se reserva casi exclusivamente para la instruccin religiosa del pueblo llano. No faltaron intentos para remediar esta situacin. El ms importante de stos se debe al jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi autor de una apologa de la lengua vasca (1728), una gramtica (1729) y un voluminoso diccionario castellano-vasco-latino (1745), obras con las que pretenda convertir el euskara en idioma de cultura. No consigui su propsito, pues las clases ilustradas del pas continuaron utilizando el castellano (o el francs) como medio de expresin escrita, pero su influjo fue decisivo para impulsar y dignificar notablemente la produccin del Pas Vasco peninsular, hasta entonces prcticamente inexistente y calco servil de nfimos originales castellanos. El que se extrae de que fueran unas obras escritas en castellano las que consiguieran estos efectos no acaba de entender el estatus del euskara en aquellos tiempos. De hecho estoy convencido de que era inviable escribir aquellas obras en euskara y de que si Larramendi se hubiera limitado a escribir en la lengua del pas su influjo en la literatura vasca hubiera sido prcticamente nulo. Se le ha reprochado tambin el haber llenado su diccionario de palabras inventadas, que sus seguidores, con muy buen criterio, no emplearon en sus obras. Esto tampoco es del todo cierto. Los neologismos de Larramendi se limitaron al campo del vocabulario tcnico o

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  • culto, es decir, a trminos que no se emplearon porque no tenan sentido en los sermonarios, catecismos y devocionarios que, como hemos indicado, constituan la prctica totalidad de la produccin en lengua vasca. En este sentido es significativo que lo poco que se escribi en euskara en un registro ms culto o tcnico hasta comienzos de este siglo lleve la marca inconfundible del diccionario de Larramendi.

    La situacin comienza a cambiar sustancialmente hacia 1880. La produccin estrictamente literaria, que en los dos siglos anteriores se limita a media docena de ttulos con alguna obra no carente de inters, se incrementa ahora notablemente: la produccin potica deja de ser un hecho espordico, comienzan a cultivarse el teatro y el periodismo, y se realizan los primeros ensayos en el campo de la prosa narrativa. El desarrollo de esta ltima es sin duda el que presenta mayores dificultades, sobre todo entre escritores peninsulares. Comenz en el ambiente folklrico de los Juegos Florales, que fueron tambin los grandes impulsores de la poesa, imitando los temas histrico-legendarios que hacan furor en la literatura vasca en castellano de la poca. Se trataba en general de una prosa muy poco fluida, en la que se haca patente la ausencia de una tradicin narrativa. Habra que aadir a esto la falta de un pblico lector, ya que los promotores de este movimiento literario no consiguieron cambiar los hbitos de los vascohablantes, que no lean o lean en castellano todo lo que no fuese el devocionario o la literatura de cordel local.

    La irrupcin del nacionalismo, que como hemos sealado abri nuevas perspectivas al futuro de la lengua, incidi notablemente en la trayectoria de la literatura vasca. Como todos los nacionalismos, el de Sabino Arana Goiri fue decididamente purista en cuestiones de lengua. Su intento de reforma fue de todos modos menos radical que el de otros, como el estoniano Johannes Aavik, que consigui adems que sus aberrantes propuestas se impusieran en el estoniano literario e incluso en el coloquial. Despus de todo, lo nico que hicieron Arana Goiri y sus seguidores fue dar a conocer un euskara-ficcin muy similar al griego-ficcin que se invent para crear toda la terminologa cientfica, y neologismos como sendi o ikurria no difieren en su gnesis de hidrgeno o electrn, trminos estos ltimos denostados en su da por helenistas como F. Egger, pero que no por ello dejaron de imponerse, como salta a la vista. Y es que, como seala el lexicgrafo A. Rey, 10 o 100.000 tcnicos e ingenieros que han de crear el discurso de su actividad pesan ms que algunas decenas de terminlogos normalizadores y de crticos puristas, si estos ltimos no disponen de medios de intervencin eficaces. En el caso vasco las crticas (y las defensas) vinieron por el lado de la incorreccin lingstica de las propuestas de Arana Goiri. Es evidente que, tal como se plante la cuestin, la razn la tenan los que pensaban que los neologismos aranistas eran incorrectos. Pero no es menos cierto que la cuestin estaba mal planteada en el sentido de que la correccin de un trmino es, en principio, irrelevante para su utilizacin, al menos en las comunidades que no tienen la desgracia de estar controladas por lingistas tradicionales.

    Esto no obsta para que las propuestas de la escuela aranista fueran en general inviables por otros motivos: una reforma tan radical no poda llevarse a

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  • cabo sin controlar la enseanza y los medios de comunicacin, ni con una masa de habitantes analfabetos en su idioma vernculo y de escasa conciencia lingstica. Lo nico que se poda producir era un divorcio radical entre una exigua elite y la masa popular, que es lo que en parte ocurri.

    El caso es que la mayor parte la literatura vasca de la primera mitad de este siglo se escribi siguiendo ms o menos rigurosamente los dictados de la escuela aranista, cuyo influjo es patente en casi todos los escritores del perodo, incluidos los escasos escritores no nacionalistas y algunos de Euskadi Norte, regin que en principio haba quedado fuera de la influencia aranista pero que de todos modos haba perdido totalmente la hegemona de pocas pasadas. Esto supuso la ruptura con la tradicin literaria anterior, que fue ignorada porque estaba viciada por la influencia del espaol, y la liquidacin del purismo larramendiano, combatido, una vez ms, por motivos de correccin lingstica que realmente ocultaban razones polticas: Larramendi era espaolista para Arana Goiri y sus seguidores. Por lo dems, el nacionalismo no tuvo mayores problemas en continuar el tradicionalismo de formas y contenidos de la etapa de los Juegos Florales, con lo que la produccin literaria vasca sigui por muchos aos alejada de cualquier atisbo de modernidad. Lo mismo ocurri con lo escrito en castellano (o francs) en los crculos nacionalistas o vasquistas que, claro est, continu siendo abrumadoramente ms abundante.

    La valoracin de lo producido bajo estas premisas no es tarea fcil. La poesa apenas avanz hasta la llegada de la Repblica, los autores teatrales mostraron algo ms de oficio y ambicin, y lo mejor de la narrativa lo aport Domingo Aguirre, un sacerdote de la generacin anterior que no fue reciclado por el nacionalismo, recordado por dos novelas de corte perediano. La cuestin, ms que la calidad de lo producido, es que gran parte de esta literatura resultaba digamos impresentable. Me refiero a la sensacin de sonrojo o vergenza ajena que invade al lector mnimamente cultivado y con una cierta sensibilidad hacia las convenciones literarias cuando se enfrenta a muchas de las obras de aquel perodo para m la novela Josetxo de Echeita es emblemtica en este sentido, la sensacin de encontrarse ante obras que estn fuera de juego. De todas maneras, las primeras obras creadas enteramente dentro de los nuevos presupuestos nacionalistas, sin los lastres de la generacin anterior, no llegaron hasta la poca de la Repblica. Es entonces cuando, por primera vez en la historia de las letras vascas, surge una generacin de literatos conscientes de serlo y se promueve un movimiento cultural que trata de crear un pblico lector que haga viable la nueva produccin. Se comenz por la poesa, que con Lauaxeta, y sobre todo con Orixe y Lizardi, alcanza cotas de calidad no conocidas hasta entonces entre nosotros. Las secuelas brutales de la guerra civil abortaron este movimiento antes de que pudiera verse qu poda dar de s en el campo de la narrativa.

    Tras los aos oscuros, en los que los supervivientes consiguieron y no fue poco su mrito mantener la bandera en alto, una nueva generacin inicia en los aos cincuenta la renovacin. Se trat de una renovacin radical, que se propuso resolver todos los problemas pendientes. En primer lugar el del

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  • purismo lxico, que fue implacablemente combatido alegando una vez ms razones de incorreccin que tuvieron gran xito por los elementos ms radicales de la generacin renovadora. La declaracin de 1958 de la Academia de la Lengua Vasca apoy en lneas generales estas posiciones era desde luego lo ms razonable en aquellas difciles circunstancias, pero con un margen de ambigedad suficiente para que el problema no quedara totalmente zanjado, con lo que demostr a la vez una prudencia encomiable.

    El segundo de los problemas abordados fue el de la creacin de una lengua literaria unificada. A principios del presente siglo la lengua literaria se hallaba dividida en cuatro dialectos, divididos a su vez en infinidad de variedades. Aunque los miembros ms lcidos del movimiento nacionalista de la preguerra, Luis de Eleizalde, por ejemplo, eran conscientes de los graves problemas derivados de la falta de un estndar literario unificado, la escuela aranista como tal soslay la cuestin. Paradjicamente fue un veterano militante del Partido Nacionalista Vasco, Luis Michelena, activista cultural en los aos oscuros, mxima autoridad mundial en lingstica vasca y una de las personalidades intelectuales ms sobresalientes que ha dado el pas en toda su historia, quien por encargo de la Academia sent las bases tericas del estndar unificado y fue dirigiendo, a partir de 1968, las diversas etapas de su establecimiento. De todas maneras, los que realizaron los primeros ensayos unificadores y propusieron las primeras medidas fueron miembros de la generacin renovadora. Michelena y la Academia trabajaron sobre esta base previa. El modelo propuesto, basado en un equilibrio entre el uso actual y la tradicin literaria, fue contestado sobre todo por miembros de la vieja guardia nacionalista, pero fue aceptado sin mayores problemas por la gran mayora de los implicados. Hay que sealar que la actitud decidida del primer Gobierno vasco en favor de la unificacin fue el paso decisivo para su consolidacin definitiva.

    La tercera cuestin pendiente era la de la apertura de la literatura vasca a las corrientes ideolgicas y literarias de la Europa contempornea. Cuando la generacin renovadora de la posguerra inicia su actividad, el Pas Vasco real poco tena que ver con la imagen que daba de l la ideologa vasquista oficial. Ya en la preguerra existieron problemas graves de sintona entre escritores y lectores, pero por los aos cincuenta y sesenta el divorcio era alarmante. El hielo fue roto, no sin sufrir un fuerte desgaste, por el abigarrado conjunto de escritores de diversas procedencias y trayectorias literarias e ideolgicas que hemos denominado generacin renovadora, a los que slo una el rechazo de la lnea oficial. Hay que destacar entre ellos a Gabriel Aresti, figura polmica, de personalidad (y obra) ideolgica y literariamente contradictoria, cuyo papel como cabeza visible de la renovacin radical que comentamos super ampliamente en importancia la fama que consigui como poeta social dentro y fuera del pas. Aresti fue adems el gua o punto de referencia de una nueva serie de escritores que comenzaron su andadura en la segunda mitad de los sesenta y que consolidaron la entrada de la literatura vasca en la modernidad.

    Como resultado de todo este proceso, los escritores vascos disponan a principios de la dcada de los setenta de un modelo de lengua bastante normalizado y una literatura que era como las dems, es decir, que reflejaba

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  • la variedad de tcnicas y asuntos de la literatura europea contempornea. Por otra parte, esta normalizacin, aunque no evit que siguieran viendo la luz libros impresentables, propici la publicacin de una serie de producciones poticas e incluso narrativas de una calidad indiscutiblemente superior y la aparicin de las primeras obras exportables, entre las que destaca Ehun metro, novela breve de Ramn Saizarbitoria, traducida al espaol, ingls e italiano, y que por falta de la adecuada promocin no tuvo en la pennsula el eco que mereca.

    sta es la situacin con la que se encontraron los autores que comenzaron a escribir en los aos setenta. De todos modos, no todo era positivo en el panorama. La unificacin ofreca un instrumento de expresin literaria que era ms eficaz que los modelos dialectales, pero que presentaba inevitablemente cierto grado de artificialidad y rigidez. Esto repercuta en el problema de prosa narrativa culta, que siempre ha sido el punto flaco de la literatura vasca. Se haba aprendido a escribir ms o menos correctamente, pero no a contar con un mnimo de soltura. Y haba sobre todo el problema de madurez reconocible en toda literatura que comienza su andadura.

    Bernardo Atxaga pertenece a ese grupo de escritores que comenzaron a publicar a principios de los setenta. Une a unas dotes literarias poco comunes una dedicacin al oficio de escribir y una disciplina en el trabajo nada corrientes. Todo ello unido a su agudeza ante los problemas de la literatura y cultura vascas actuales han hecho que su aportacin a las letras vascas haya resultado hasta el momento literalmente crucial. Atxaga ha sabido, a travs del estudio de la tradicin literaria y de la sabia utilizacin de los recursos de la narrativa popular dialectal, establecer la prosa narrativa ms fluida y eficaz de la literatura vasca del momento. Por otra parte, ha logrado poner su notable conocimiento de la literatura europea occidental al servicio de su lcida comprensin del quehacer literario, con lo que ha conseguido, sobre todo en Obabakoak, su ltima obra, momentos de autntica madurez creativa.

    No voy a pasar a comentar los aspectos generales de la obra que prologo. No era sa mi intencin cuando acept complacido el ofrecimiento que se me hizo de escribir esta presentacin. La crtica, esa literatura sobre la literatura, se encargar (de hecho ya lo est haciendo) del cometido. Slo quisiera hacer, antes de terminar, algunas observaciones. En primer lugar, decir al lector no avisado que no espere que no tema, mejor encontrar en las siguientes pginas la tpica descripcin de ambientes propia, al menos en el tpico, de las literaturas nacionales, ni tampoco la transcripcin inmediata y mecnica de los aspectos al parecer ms noticiables de la realidad social y nacional vasca. Digo esto ltimo ante el rebrote, en su variedad ms mostrenca, de los viejos tpicos sobre la necesidad de compromiso del literato con la situacin social en la que vive que se ha dado entre nosotros ltimamente, y con la que una parte de la delegacin vasca sorprendi a los asistentes a unos encuentros de escritores catalanes, vascos y gallegos celebrados en Valencia hace un par de aos. De hecho Atxaga ha sido el blanco principal de esta estrategia.

    Igualmente ha sido criticado, y por las mismas personas, por aceptar un premio nacional de literatura espaola. Pienso que no falta razn a los que

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  • critican la institucin de los premios; tampoco les falta a los que la defienden. Por lo que respecta a este premio en concreto, ha servido para revalidar la literatura vasca actual: por primera vez y esto ha sucedido adems en el campo de la narrativa, no en el de la poesa, una obra vasca compitiendo con las mejores obras del ao de otras literaturas ha sido considerada por un cualificado grupo de profesionales de la lectura y la crtica como la ms destacable de todas ellas. No debemos olvidar que, como sealaba Luis Michelena, gran admirador de la obra de Bernardo Atxaga, kultur alorrean zerbait sortzen duen herriak beretzat eta besterentzat sortzen du eta, orobat, besterentzat sortzen ez duenak ez du beretzat ere sortzen, es decir, en el terreno cultural el pueblo que crea algo lo crea para l y para los dems y, as mismo, el que no crea para los dems tampoco crea para l. ste es un reto de la literatura vasca actual. Todo lo dems es secundario.

    IBON SARASOLA

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  • Quiero agradecer aJoseba Urteaga, Bakartxo Arrizabalaga y

    Pilar Muoa la ayuda que me prestarona la hora de traducir este libro.

    BERNARDO ATXAGA

  • INFANCIAS

  • ESTEBAN WERFELL

    Encuadernados la mayora en piel y severamente dispuestos en las estanteras, los libros de Esteban Werfell llenaban casi por entero las cuatro paredes de la sala; eran diez o doce mil volmenes que resuman dos vidas, la suya y la de su padre, y que formaban, adems, un recinto clido, una muralla que lo separaba del mundo y que lo protega siempre que, como aquel da de febrero, se sentaba a escribir. La mesa en que escriba un viejo mueble de roble era tambin, al igual que muchos de los libros, un recuerdo paterno; la haba hecho trasladar, siendo an muy joven, desde el domicilio familiar de Obaba.

    Aquella muralla de papel, de pginas, de palabras, tena sin embargo un resquicio; una ventana desde la que, mientras escriba, Esteban Werfell poda ver el cielo, y los sauces, y el estanque, y la caseta para los cisnes del parque principal de la ciudad. Sin romper su aislamiento, aquella ventana se abra paso entre la oscuridad de los libros, y mitigaba esa otra oscuridad que, muchas veces, crea fantasmas en el corazn de los hombres que no han aprendido a vivir solos.

    Esteban Werfell contempl durante unos instantes el cielo nublado, entre blanco y gris, de aquel da de febrero. Despus, apartando la vista, abri uno de los cajones de su escritorio y sac de all un cuaderno de tapas duras que tena numerado como el duodcimo, y que era, en todos los detalles, exactamente igual a los otros once cuadernos, ya escritos, de su diario personal.

    Eran bonitos los cuadernos de tapas duras. Le gustaban. A menudo sola pensar que los estropeaba, que las historias o las reflexiones que acostumbraba guardar en ellos frustraban el buen destino que a todo cuaderno al cuaderno de tapas duras, sobre todo le caba tener.

    Quiz fuera excesivo pensar as acerca de algo como los cuadernos. Probablemente. Pero no poda evitarlo, y menos cuando, como aquel da, se dispona a abrir uno nuevo. Por qu pensaba siempre en lo que no deseaba pensar? Su padre le haba dicho una vez: No me preocupa que tengas pjaros en la cabeza, lo que me preocupa es que siempre sean los mismos pjaros. Era verdad, pero nunca haba sabido las razones que le impulsaban a ello.

    El impulso que empujaba a sus pjaros de siempre era, de todos modos, muy fuerte, y Esteban Werfell no pudo resistirse a la tentacin de levantar los ojos hacia la estantera donde guardaba los once cuadernos ya escritos. All estaban, medio escondidas entre los tratados de Geografa, las paginas que daban fe de su vida; las que retenan los momentos hermosos, los hechos ms importantes. Pero no se trataba de un tesoro. Ya no haba ningn brillo en ellas. Releerlas era como mirar papeles manchados de ceniza; era sentir vergenza, era ver que crecan sus deseos de dormir y de olvidar.

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  • Cuadernos de letra muerta susurr para s. La expresin tampoco era nueva.

    Pero no poda dejar que esa forma de pensar le apartara de la tarea para la que se haba sentado ante la mesa, ni que, como tantas otras veces, lo llevara de un mal recuerdo a otro mal recuerdo, cada vez ms abajo, hasta una tierra que, desde haca mucho tiempo desde su poca de estudiante de Geografa, l llamaba Cabo Desolacin. Era ya un hombre maduro, saba luchar contra sus propias fuerzas. Y luchara, llenara aquel nuevo cuaderno.

    Esteban Werfell cogi su pluma que era de madera, y que slo utilizaba a la hora de redactar su diario y la moj en el tintero.

    17 de febrero, de 1958, escribi. Su letra era bonita, era pulcra.Al otro lado de la ventana el cielo se haba vuelto completamente gris, y una

    lluvia fina, invisible, oscureca la hiedra que cubra la caseta de los cisnes. Aquella visin le hizo suspirar. Hubiera preferido otra clase de tiempo. No le gustaba que el parque estuviera vaco.

    Volvi a suspirar. Luego moj la pluma y se inclin ante el cuaderno.

    He regresado de Hamburgo comenz con el propsito de escribir un memorndum de mi vida. Pero no lo llevar adelante de forma ordenada y exhaustiva, como podra hacerlo quiz con toda la razn aquel que a s mismo se tiene por espejo de una poca o una sociedad. Desde luego, no es ese mi caso, y no ser as como lo haga. Yo me limitar a contar lo que sucedi una tarde de hace mucho tiempo de cuando yo tena catorce aos, para ser ms exacto, y las consecuencias que esa tarde trajo a mi vida, que fueron grandes. No es mucho, lo que cabe en unas cuantas horas, para un hombre que ya est en el otoo de su vida, pero es lo nico que tengo para contar, lo nico que merece la pena. Y es posible que no sea tan poco. Al fin y al cabo, soy un hombre que siempre se ha dedicado a la enseanza, y ya se sabe que la tarima de las aulas propicia ms el estreimiento que la aventura.

    Se enderez en la silla a esperar que se secara la tinta. El da segua gris, pero la lluvia era mucho ms intensa que minutos antes, y su sonido, el sordo murmullo que produca al chocar contra la hierba, llegaba hasta la sala con claridad. Y tambin haba un cambio en los alrededores del estanque: los cisnes estaban ahora fuera de su caseta, y batan sus alas con inusual violencia. Nunca haba visto as a los cisnes. Les gustara mojarse? O era la falta de espectadores lo que les alegraba? No lo saba, pero tampoco mereca la pena perder el tiempo con preguntas tontas. Era mejor que lo utilizara para repasar lo que acababa de escribir.

    Jams consegua un buen comienzo. Las palabras se negaban a expresar fielmente lo que se les peda, como si fueran perezosas, o como si no tuvieran fuerza suficiente para hacerlo. Su padre sola decir: Nuestro pensamiento es arena, y cuando intentamos recoger un puado de ese pensamiento, la mayor parte de los granos se nos escurren entre los dedos. Y era verdad. Por ejemplo, l anunciaba un memorndum, y hubiera sido ms exacto hablar de reflexin, porque eso era

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  • justamente lo que quera hacer: partir de lo sucedido en una tarde de su adolescencia y extraer de ello una buena reflexin. Y no era se el nico paso en falso, haba ms.

    Poda tachar lo escrito y empezar de nuevo, pero no quera. Iba contra sus reglas. Le gustaba que las pginas estuvieran inmaculadas, lo mismo las suyas que las de los dems, y se senta orgulloso de que, por su pulcritud, sus alumnos le apodaran con el nombre de un conocido jabn. Adems para qu preocuparse en buscar un buen comienzo? Tambin en el segundo intento cometera errores. Siempre habra errores. Vala ms que continuara adelante, precisando, corrigiendo poco a poco su mal comienzo.

    Volvi a mirar hacia el parque. Ya no haba cisnes en el estanque, se haban refugiado todos en la caseta. No, tampoco a ellos les gustaba la lluvia de febrero.

    De todas maneras continu, la pretensin de entresacar los momentos especiales de nuestra vida puede ser un grave error. Es posible que la vida slo pueda ser juzgada en su totalidad, in extenso, y no a trozos, no tomando un da y quitando otro, no separando los aos como las piezas de un rompecabezas para acabar diciendo que tal fue muy bueno y tal muy malo. Y es que todo lo que vive, vive como un ro. Sin cortes, sin paradas.

    Pero, siendo eso verdad, tambin es innegable la tendencia de nuestra memoria, que es casi la contraria. Como a todo buen testigo, a la memoria le agrada lo concreto, le agrada seleccionar. Por compararla con algo, yo dira que acta como un ojo. Nunca, en cambio, como lo hara un contable especializado en inventarios.

    Por ejemplo yo puedo ver ahora la caseta de los cisnes del parque, cubierta de hiedra desde el suelo hasta lo alto del tejado, oscura de por s y ms oscura an en das de lluvia como el de hoy; puedo verla, pero, en rigor, nunca la veo. Cada vez que levanto la vista, mi mirada se desliza sobre el montono color verde o negro de las hojas, y no se detiene hasta que encuentra la mancha rojiza que hay en una de las esquinas del tejado. Ni siquiera s lo que es. Quiz sea un trozo de papel; o una prmula que ha querido brotar all; o una teja que la hiedra ha dejado al descubierto. De cualquier manera, a mis ojos les da igual. Abandonando la oscuridad, buscan siempre ese punto de luz.

    Esteban Werfell levant la vista hacia la mancha rojiza. Pero tampoco aquella observacin le sac de dudas. Lo mismo poda ser una prmula que un trozo de papel o de teja. Pero, despus de todo, el detalle no importaba. Ms importaba lo que acababa de escribir acerca de la memoria. Decir que a la memoria le agradaba lo concreto resultaba impreciso. No era cuestin de gusto, sino de necesidad.

    De esa manera acta el ojo sigui y tambin, si mi idea es correcta, la memoria misma. Olvida los das corrientes; busca, en

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  • cambio, la luz, los das sealados, los momentos intensos; busca, como en mi caso, una remota tarde de mi vida.

    Pero ya es suficiente. Es hora de que comience con el relato propiamente dicho.

    Esteban Werfell se sinti aliviado despus de rematar con un trazo aquella primera pgina de su cuaderno. Ya estaba, ya haba perfilado la introduccin de lo que quera contar. No saba a ciencia cierta por qu actuaba de ese modo, con tantos rodeos y demoras, pero era algo muy propio de l, siempre haba sido as. Nunca escriba o hablaba directamente, nunca se relacionaba francamente con la gente que le rodeaba. Despus de tantos aos, aceptaba aquella falla de su carcter, su timidez, su cobarda; pero an le dolan las oportunidades que haba perdido por ello. En su vida, todo haba sido silencio, pasividad, retiro.

    Pero volva a desviarse. Ahora no se trataba de su forma de vivir, sino de su forma de redactar, y tan poca trascendencia tena el que diera rodeos como el que no los diera. Nadie leera jams su diario ntimo. Por mucho que a veces fantaseara imaginndose un lector en aquella misma mesa, despus de su muerte examinando sus cuadernos, no lograba crerselo. No, no habra lector alguno. Era un poco ridculo preocuparse tanto por el estilo.

    Mir hacia el parque a la vez que mojaba la pluma en el tintero. Sin los paseantes de costumbre, bajo la lluvia, los alrededores del estanque parecan ms solitarios que nunca. Los arroyuelos surgidos entre la hierba se rizaban al pasar por encima de las piedrecillas.

    Hic incipit escribi, aqu comienza la historia de la tarde en que, por primera vez en mi vida, fui llevado a la iglesia. Tena entonces catorce aos, y viva con mi padre en un lugar llamado Obaba.

    Era domingo, y yo haba quedado en reunirme con varios compaeros de la escuela para ir al cine que, a unos cinco kilmetros de Obaba, haban construido junto al ferrocarril. Pero, rompiendo por primera vez las reglas que guiaban nuestra relacin, mis compaeros decidieron presentarse en casa mucho antes de la hora convenida para, en cuanto les hube abierto la puerta, hacerme la peticin que yo menos poda esperar.

    Por favor me dijeron, acompanos a la iglesia, ven con nosotros a cantar los salmos de esta tarde. Di al ingeniero Werfell que te deje, dile que para ir a cantar salmos no hace falta tener fe.

    Era raro que actuaran as. Con tanto atrevimiento, quiero decir. Y la palabra atrevimiento est bien empleada en esta ocasin, ya que el hacer visitas en tanto que supona ver una casa ajena por dentro tena, en Obaba, la consideracin de una mala costumbre; algo parecido al girarse hacia una persona que se est desnudando. Adems, mi padre era extranjero, un extrao, un enemigo, y todo el mundo saba lo mucho que odiaba la iglesia y la religin.

    Vindolo desde ahora, no me cabe duda de que fue el cannigo de Obaba un hombre de Loyola quien alent aquella propuesta.

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  • Desde su punto de vista, yo deba de ser un alma en peligro; un nio que, al faltarle la madre ella haba muerto al nacer yo, se hallaba a la completa merced de un hombre odioso, de un hombre que no dudara en arrastrar a su hijo hacia el abismo en que l mismo viva. El cannigo debi pensar que no haba mejor manera de atraerme que la de valerse de la amistad que yo tena con mis compaeros de escuela.

    El odio entre el cannigo y mi padre no era, por decirlo as, exclusivamente intelectual. Tena que ver con algo ms que con la actitud iconoclasta que el ingeniero Werfell haba adoptado nada ms encargarse de la direccin de las minas de Obaba. Y ese algo ms era mi existencia. Para decirlo con palabras que un da escuch al maestro de la escuela, yo no era el fruto legtimo de un matrimonio. Y no lo era por la sencilla razn de que mis padres se haban unido libremente, sin pasar por la iglesia; algo que, en aquella poca y en aquel lugar, resultaba inadmisible. Pero sta es otra historia, y no tiene cabida en este cuaderno.

    El parque segua tan solitario como antes, y los rboles, ajenos an a la proximidad de la primavera, presentaban un aspecto cansino. Y tampoco los cisnes daban seales de vida.

    Apart los ojos de la ventana y reley lo escrito. No, la historia de sus padres no tena cabida en aquel cuaderno. Quizs en el siguiente, en el decimotercero. Sera, sobre todo, la historia de una mujer joven que decide vivir con un extranjero y que es, por ello, calumniada y condenada al ostracismo. Tu madre se acostaba con cualquiera. Tu madre no utilizaba ropa interior. Tu madre muri joven por todas las cosas malas que hizo.

    Las frases odas durante los recreos de la escuela de Obaba an le hacan sufrir. Ignoraba si escribira o no aquel decimotercer cuaderno; pero, si lo haca, iba a resultarle muy doloroso. De cualquier modo, eso quedaba para despus. Lo que ahora tena entre manos era la historia que se haba trado del viaje a Hamburgo.

    Esteban Werfell se inclin sobre la mesa. La inesperada visita de sus compaeros de escuela volvi a ocupar su imaginacin.

    Al verme lo mucho que me sorprendan sus palabras, mis compaeros sin citar para nada al cannigo argumentaron su propuesta de una forma bastante burda. Segn ellos, no estaba bien que, llegando el domingo, anduviramos por separado. Lo nico que se consegua de esa forma era perder tiempo, pues haba veces en que ellos terminaban sus cantos diez o quince minutos antes de lo normal, minutos que eran preciosos cara a no llegar tarde al cine, pero que, al cabo, nunca se aprovechaban; por mi culpa, claro, porque yo era su amigo y no les quedaba otro remedio que esperarme.

    Siempre llegamos despus de comenzada la pelcula resumi uno de ellos, y a m me parece que es una tontera hacer cinco

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  • kilmetros en bicicleta para luego no enterarnos de nada. Es mucho mejor que andemos todos juntos.

    El argumento era, como ya he dicho, bastante burdo, ya que lo normal era que la ceremonia se alargara y no lo contrario. Sin embargo, no les contradije. En el fondo, yo deseaba entrar en la iglesia. Y no slo por ser un lugar prohibido para m y por lo tanto deseable, sino tambin por la necesidad que senta de ser un joven normal, un joven ms. Yo era, junto con mi padre, la nica persona de Obaba que jams haba pisado aquel edificio, y claro, slo tena catorce aos, no me gustaba que me sealaran con el dedo.

    La propuesta era, pues, favorable a mis deseos, y no discut lo que me decan. Me limit a sealarles la puerta de la biblioteca. All estaba mi padre. A l era a quien tenan que pedir el permiso. No, yo no me atreva, mejor que se lo pidieran ellos. Sin embargo, yo no esperaba su consentimiento. Me pareca que mi padre les despedira con un grito, que no iba a actuar precisamente aquel domingo en contra de unos principios que haba propugnado toda su vida.

    Si quiere ir que vaya escuch entonces. Primero me sorprend, y luego me asust; fue como si todos los cristales de la ventana se hubiesen roto de golpe Por qu deca que s? Ni siquiera consegua imaginarlo.

    Un cisne graznaba a la puerta de su caseta, desaforadamente, y pareca recriminar a la lluvia. No paraba de llover. Aplastaba la hierba y formaba charcos cada vez ms profundos. Pronto, todo el parque se convertira en una balsa.

    Esteban Werfell junt sus manos sobre el cuaderno. No, con catorce aos no poda comprender a su padre, porque, por esa poca, an no lo vea con sus propios ojos, sino con los ojos de los dems; con los de aquellos que, como luego pudo darse cuenta, eran enemigos declarados del ingeniero Werfell. En Obaba decan que era un hombre orgulloso e intratable; y eso mismo pensaba l. Decan se lo dijo una nia que jugaba con l en la plaza que era tan cruel que trataba a latigazos a los obreros de la mina; y l sonrea, mova su cabeza afirmativamente Y, en realidad, aceptaba aquella imagen porque careca de cualquier otra. Qu era su padre? Pues solamente eso, su padre Y adems de eso? Pues adems de eso, nada. Bueno, s, un ingeniero de minas.

    Pero aquella poca haba pasado. Ya no era un adolescente poco comprensivo, sino un hombre maduro. Crea comprender la razn por la que el ingeniero Werfell haba aceptado la propuesta de sus compaeros.

    Cansancio suspir. Le empezaba a gustar la lluvia. Le ayudaba a recordar.

    Efectivamente, el ingeniero Werfell estaba cansado, arrepentido de haber dejado su ciudad natal, Hamburgo, para trasladarse a un lugar donde sus ideas resultaban ridculas. Al principio, soaba con volver. Volveremos, Esteban, y t estudiars en la misma universidad que estudi yo. Era la frase que ms veces le haba odo de nio.

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  • Pero pronto comenzaran las malas noticias. Un da era la mina, que cerraba; otro eran los valores adquiridos en la Bolsa, que quebraban dejndole casi sin fortuna; otro ms era la carta de Theodor Steiner, su mejor amigo, quien le escriba para decirle que la asociacin a la que ambos pertenecan el Club Eichendorff haba sido prohibida en Alemania; que sus ideas tambin eran perseguidas en la tierra donde haba nacido.

    Para la poca en que Esteban tena catorce aos, ya haba desistido. Morira en Obaba, nunca volvera a Alemania. Su hijo no estudiara en una universidad alemana. As pues, era lgico que en esa situacin no tuviera fuerzas para seguir luchando por su formacin. Qu ms daba? Si quiere ir que vaya. De cualquier manera, la batalla estaba perdida.

    El cisne que estaba junto a la puerta de la caseta volvi a graznar, consiguiendo esta vez que todos los que permanecan dentro lo imitaran. La algaraba le distrajo de sus recuerdos.

    Cundo callarn! grit.Por qu era tan orgulloso?, se pregunt a continuacin. No quera perder el

    hilo que en ese momento le una a su padre.De haber sido ms humilde, el ingeniero Werfell hubiera aceptado mejor la

    vida de Obaba. Y de haber sido ms inteligente, tambin. En definitiva, eso era la inteligencia, la capacidad de adaptarse a cualquier situacin. El que aprenda a adaptarse jams bajaba a los infiernos. Por el contrario, alcanzaba la felicidad. De qu le haban servido a su padre los libros, las lecturas, las ideas? Slo para acabar derrotado. Slo los mezquinos se adaptan a la vida, sola decir su padre. Pero ya no estaba de acuerdo con l. Ni tampoco estaba de acuerdo con la vieja mxima que una saber y sufrimiento, con aquello de que cuanto ms sabe el hombre, ms sufre. Tal como se lo deca a sus alumnos, esa mala consecuencia slo poda darse en el primer peldao del saber. En los siguientes, era obligado triunfar sobre el sufrimiento.

    Los cisnes parecan calmados. Esteban Werfell moj su pluma en el tintero y extendi su pulcra letra sobre la parte superior de una nueva pgina. Estaba decidido a incorporar sus reflexiones al cuaderno.

    Incluso en las situaciones ms difciles hay un momento en el que dejar de luchar se convierte en algo deseable y placentero. As por ejemplo, un nufrago siempre acaba reconcilindose con el mar; aun aquel que, despus de haberse desangrado intentando salvar su barco, ha desafiado a las olas durante toda una noche, bajo las estrellas, rodeado de peces, en completa soledad. No importa lo que haya hecho, ni su apego a la vida: el final es siempre dulce. Ve que no puede ms, que nadie llega, que no divisa ninguna costa; y entonces acepta, descansa, se entrega al mar como un nio que slo quiere dormir.

    Pero mi padre era demasiado orgulloso. Haba naufragado, s, y no le quedaba otro remedio que doblegarse; pero no lo aceptaba, no deseaba el placer ltimo de la derrota. Respondi con brusquedad: Si quiere ir que vaya, y se encerr en su biblioteca, el nico sitio de Obaba que le gustaba. Cuando llam para pedirle el dinero para el cine,

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  • no me respondi. Se limit a deslizar una moneda por debajo de la puerta. No s, ahora me arrepiento de la alegra que mostraba en aquel momento.

    En cuanto consegu el dinero salimos todos en tropel, empujndonos unos a otros igual que cuando el maestro nos daba permiso para el recreo. Despus, a pie y con las bicicletas cogidas por el manillar, emprendimos la subida de la cuesta que en Obaba llamaban de los cannigos.

    Era un da desapacible de primavera, con chubascos casi continuos y rachas de viento, y las cunetas del camino rebosaban de agua. En los trechos donde se haban desbordado, las flores de manzano arrastradas por la corriente cubran casi todo el suelo. Nosotros las pisbamos al pasar, y era como si pisramos alfombras blancas.

    Caminbamos con energa, empujando a las bicicletas que, como dijo uno de mis compaeros, Andrs, pesaban ms cuesta arriba. Al final del camino, en lo ms alto de la colina, se impona la puntiaguda torre de la iglesia.

    Haba alegra en nuestro grupo. Reamos por cualquier cosa, y jugbamos a comparar los diferentes sonidos que hacan los timbres de nuestras bicicletas. Ests contento, Esteban?, y yo les deca que s, que aquello era un acontecimiento para m, que tena mucha curiosidad. Y nervioso? No ests nervioso?, y yo les deca que no. Pero s lo estaba, y cada vez ms. El momento se aproximaba. Como hubiera dicho mi padre, pronto estara en la Otra Parte.

    Un instante despus, entraba en la iglesia por primera vez.La puerta era pesada y muy grande, y tuve que empujarla con

    todo el peso de mi cuerpo.Antes de entrar tienes que hacer la seal de la cruz me dijo

    Andrs. Le respond que no saba. Entonces moj mis dedos con los suyos y dirigi los movimientos de mi mano.

    Qu sitio ms oscuro! exclam nada ms entrar. El contraste entre la luminosidad de fuera y la penumbra del interior me cegaba. No distingua nada, ni siquiera el pasillo central que tena delante.

    No hables tan alto me pidieron los compaeros al tiempo que me adelantaban.

    Lejos de m, donde yo me figuraba el final del pasillo, arda una gran vela. Era el nico punto de luz de todo el edificio. Di unos cuantos pasos en aquella direccin, pero volv a detenerme. No saba hacia dnde tena que ir, y mis compaeros parecan haber desaparecido.

    Mis ojos seguan fijos en la llama del otro lado del pasillo pero, poco a poco, iba viendo ms cosas. Repar en las vidrieras, que eran azules, y en los reflejos dorados que salan de una columna cercana a la gran vela. Con todo, no me atreva a moverme.

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  • No tengas miedo, Esteban. Soy yo escuch entonces detrs de m, y a pesar de la advertencia sufr un sobresalto.

    Antes de que tuviera tiempo de nada, un brazo largo y huesudo me rode por el cuello. Era el cannigo.

    Vamos, Esteban. No tengas miedo repiti acercando su cara a la ma.

    El olor de sus ropas me resultaba muy extrao.La llama de esa vela no se apaga nunca, Esteban me susurr

    sealando hacia adelante con la mano que le quedaba libre. Cuando nos toca encender una nueva, siempre lo hacemos con el ltimo fuego de la anterior. Piensa en lo que significa eso, Esteban. Qu crees que significa?

    Yo estaba demasiado asustado para poder pensar, y senta vergenza cada vez que el cannigo pronunciaba mi nombre. Me qued callado.

    Significa comenz l, que esa luz que nosotros estamos viendo ahora es la misma que vieron nuestros abuelos, y tambin los abuelos de nuestros abuelos; que es la misma luz que contemplaron todos nuestros antepasados. Desde hace cientos de aos, esta casa nos une a todos, a los que vivimos ahora y a los que vivieron antes. Eso es la Iglesia, Esteban, una comunidad por encima del tiempo.

    Era claro que el argumento no se acomodaba a las circunstancias de mi vida. La Iglesia no slo una, tambin separaba; el que yo estuviera all era un ejemplo de ello. Sin embargo, no contradije al cannigo. En realidad, me senta humillado, como si mi exclusin de aquella comunidad hubiera sido un defecto o una mancha. Un sudor fro me cubri toda la piel.

    Sonriendo, el cannigo me indic que faltaban bastantes minutos hasta el comienzo de la ceremonia, que los aprovechara para ver el altar y todas las dems partes del edificio. Y, dejndome solo, se alej hacia una puerta lateral que conduca al coro. Escuch el frufr de sus ropas incluso despus de que hubiera desaparecido de mi vista.

    A menudo creemos que las cosas son de por s grandes o de por s pequeas, y no nos damos cuenta de que lo que llamamos tamao no es sino una relacin entre las cosas. Pero se trata justamente de eso, de una relacin, y por eso puedo decir ahora que, propiamente hablando, jams he vuelto a ver un lugar ms grande que la iglesia de Obaba. Era cien veces mayor que la escuela, mil veces mayor que mi habitacin. Adems la penumbra borraba los lmites de los muros y de las columnas, y alejaba los medallones y los nervios del techo. Todo pareca ms grande de lo que en realidad era.

    En uno de los libros ilustrados que por entonces lea se contaban las aventuras de una expedicin que haba quedado atrapada dentro de una montaa hueca, y yo asoci las ilustraciones de aquel libro con el lugar que estaba viendo. Por su aspecto, desde luego, pero tambin por la asfixia que, tal como les suceda a los personajes de la historia,

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  • yo comenzaba a sentir. Segua recorriendo el pasillo, pero tena la impresin de que me ahogara antes de alcanzar la llama del altar. Vi entonces que una anciana vestida de negro llegaba hasta el fondo del altar y alzaba una palanca. Inmediatamente, toda la iglesia se ilumin.

    El cambio me hizo bien, y comenc a respirar mejor. No es una montaa vaca por dentro, pens aliviado. Es ms bien un teatro como los que mi padre conoci en Hamburgo, un edificio de esos en los que se canta pera.

    La mayora de los recuerdos que tena mi padre giraban en torno al teatro, y yo me saba de memoria los argumentos y coreografas de las obras que l haba visto en la Opera de Buschstrasse o en el Schauspielhaus, as como muchas ancdotas de actores o actrices de la poca. La comparacin entre lo que haba imaginado hablando con mi padre y lo que vea me pareci ineludible. S, la iglesia era un teatro. Con un gran escenario central, con imgenes de hombres barbudos, con sillas y bancos para el pblico. Y todo era dorado, todo brillaba.

    Una nota musical, grave, casi temblorosa, recorri toda la iglesia, y al girar la cabeza hacia el coro vi a unas veinte mujeres arrodilladas en sus sillas. Movan sus labios y me miraban fijamente.

    Bajo la presin de aquellas miradas, corr hacia la puerta que haba utilizado el cannigo. Un instante despus, suba de dos en dos las escaleras que me llevaran donde mis compaeros.

    Cansado, Esteban Werfell dej la pluma sobre la mesa y levant la vista hacia la ventana, pero sin ver nada concreto, sin ni siquiera darse cuenta de la algaraba de los cisnes del estanque. Uno de sus pjaros acababa de cruzar por su mente, interrumpindole, obligndole a pensar en el sentido de aquel duodcimo cuaderno. De qu serva recordar?, no era mejor dejar el pasado como estaba, sin removerlo?

    Slo a los jvenes les gusta recordar, pens. Pero cuando ellos hablaban del pasado, hablaban en realidad del futuro, de los miedos y deseos que tenan respecto a ese futuro, de lo que le pedan a la vida. Adems, nunca lo hacan en solitario, como l. No entenda bien su afn por recordar. Quiz fuera una mala seal. Seal de que todo haba terminado por completo, de que ya no quera vivir ms.

    Sacudi su cabeza como para ahuyentar sus pensamientos, y repar, por fin, en lo que suceda al otro lado de la ventana. Alguien que, refugindose de la lluvia, se haba situado a un lado de la caseta, echaba migas de pan al estanque, y los cisnes nadaban de un lado a otro chillando como locos. Hoy no ha habido paseantes, tendrn hambre, pens. Volvamos al coro, se dijo luego.

    Nada ms entrar yo en el coro, el cannigo se levant de la banqueta del rgano donde estaba sentado, y extendi los brazos hacia adelante.

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  • El pequeo Werfell est al fin entre nosotros. Alegrmonos todos y demos gracias por ello dijo con voz casi dulce.

    Enlazando sus manos se puso a rezar en alto, y todos mis compaeros le siguieron.

    Bienvenido, Esteban. De ahora en adelante pertenecers a nuestra comunidad, sers uno de los elegidos me asegur despus. Mis compaeros me miraban como si nunca antes me hubieran visto.

    Andrs era el encargado de repartir los libros de cnticos. A m me entreg un ejemplar casi nuevo.

    No te preocupes, Esteban. Bastar que vengas un par de domingos para que te pongas a nuestra altura. Seguro que acabas siendo el mejor de todos me susurr. Las pginas del libro eran muy finas y tenan los bordes dorados. Una cinta roja indicaba los salmos del da.

    Cuando el cannigo me pidi que me sentara a su lado, la mirada de mis compaeros se volvi an ms fija. Yo vacil un poco. Comprenda que aquello era un privilegio, pero tema la proximidad fsica del cannigo. An recordaba el desagradable olor de sus ropas.

    No tengas miedo, Esteban. Sube a sentarte aqu me dijo el cannigo a la vez que empezaba a tocar. Las maderas del suelo del coro vibraban.

    Me extra que el rgano tuviera dos teclados y que para tocarlo fuera necesario mover los pies. A veces, la meloda se volva caprichosa, con altos y bajos muy acentuados, y el cannigo pareca bailar sentado, balancendose sobre la banqueta y empujndome. Me costaba seguir el hilo de los salmos, no consegua concentrarme.

    Para el tercer cntico ya haba cerrado el libro, y me limitaba a estar sentado y mirar lo que tena delante. All estaban mis compaeros, abriendo y cerrando la boca; y all abajo seguan las mujeres arrodilladas; un poco ms lejos, la llama de la vela despeda reflejos anaranjados.

    De pronto, la llama comenz a elevarse. Al principio me pareci que se mova por s misma, como si algo la impulsara desde la base. Pero luego, cuando ya volaba por encima de las escaleras del altar, vi que no, que la llama no viajaba sola, sino de la mano de una adolescente de pelo rubio. Ella era la que volaba, con suavidad, sin un aleteo.

    Viene hacia m, pens. La luz de la llama me cegaba.La adolescente vol a travs de toda la iglesia hasta situarse

    delante de m. Se detuvo entonces sobre el aire, a unos dos metros del suelo del coro. El rgano haba enmudecido.

    Sabes lo que es el amor, Esteban? me pregunt con dulzura.Le respond afirmando con la cabeza, y quise levantarme de la

    banqueta para poder ver su cara. Pero la luz de la llama me impeda cualquier movimiento.

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  • Puedes quererme? volvi a preguntar, y por un instante vi sus labios, ligeramente entreabiertos, y su nariz.

    S le respond. Me pareca la nica respuesta posible.Pues ven a buscarme, Esteban. Ven a Hamburgo dijo ella.

    Maria Vockel, Johamesholf, 2, Hamburgo aadi a continuacin.Dicho eso, gir y comenz a alejarse hacia el altar. Yo grit que s,

    que ira a Hamburgo y que la buscara, pero que no se fuera tan pronto, que se quedara un poco ms.

    No es nada, Esteban, no es nada. Estate tranquilo escuch entonces. Estaba cado en el suelo del coro, y el cannigo se inclinaba sobre m. Andrs me daba aire agitando una partitura.

    Maria Vockel! exclam.Tranquilo, Esteban. Slo ha sido un mareo.Haba un matiz dulce en la voz del cannigo. Me ayud a

    levantarme y pidi a Andrs que me acompaara a dar un paseo.Ser mejor que no vayas al cine, Esteban. Ms vale actuar con

    prudencia me aconsej al despedirnos. No irs, verdad? insisti.

    Pero la imagen de la adolescente de pelo rubio ocupaba por completo mi mente, y no me senta con fuerzas para responder.

    Fue Andrs el que lo hizo por m:No ir, seor, y yo tampoco ir. Me quedar con l, por si acaso

    prometi.El cannigo dijo que de acuerdo y volvi a la banqueta del

    rgano. La ceremonia tena que continuar.Nada ms salir fuera me sent mejor, y mi mente comenz a

    aclararse. Muy pronto, la imagen de la adolescente de pelo rubio fue perdiendo consistencia y desapareciendo; tal como desaparecen los sueos, tal como se vuelven inconsistentes las motas de polvo en cuanto el rayo solar deja de iluminarlas directamente. Pero all estaba mi compaero de escuela, Andrs, para impedir que la escena que yo haba vivido en el coro no se perdiera del todo. A l, que tena dos o tres aos ms que yo, le preocupaban mucho las cuestiones sentimentales; era imposible que olvidara un nombre de mujer.

    Quin es Maria Vockel? me pregunt al fin.Fue en ese instante cuando recuper la imagen, en cuanto o su

    nombre. Volv a verla volando de una parte a otra de la iglesia, y record sus preguntas. Pausadamente, se lo cont todo a Andrs.

    Es una pena que no le hayas visto la cara coment despus. Pareca muy interesado en aquel detalle que faltaba en el retrato de la chica.

    Slo la nariz y los labios. Pero creo que es ms bonita que todas las chicas de Obaba. Se lo deca tal y como lo pensaba, con la vehemencia un poco disparatada de los catorce aos.

    No creo que sea ms bonita que la chica del bar repuso muy serio. Gingiol

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  • Perdona, no quera ofenderte me excus.Acababa de recordar lo irritable que era Andrs cuando se trataba

    de la belleza femenina. Desde su punto de vista que ya entonces, en plena poca adolescente, me pareca un poco estpido ninguna mujer poda compararse con la camarera que l persegua. Empleaba todas sus horas libres en buscar un dinero que luego, los sbados a la tarde, le permitiera pasarse las horas bebiendo en una de las esquinas del mostrador del bar. Bebiendo y sufriendo, claro, porque ella hablaba con todos menos con l. Aquella chica, la ms bonita del mundo.

    No me perdonas? insist. No quera que se fuera, necesitaba un interlocutor.

    S cedi.Damos un paseo? propuse. No quera ir directamente a casa,

    necesitaba tiempo para ordenar las sensaciones que en aquel momento se agolpaban en mi cerebro.

    En bicicleta?Prefiero ir andando, la verdad. Tengo muchas cosas en que

    pensar.Tomamos por un sendero que, partiendo de la iglesia, rodeaba el

    valle donde se juntaban los tres pequeos ros de Obaba. Era estrecho, y no muy adecuado para dos caminantes como nosotros, obligados a tirar de nuestras bicicletas; pero el paisaje que poda verse desde l me atraa mucho. Era verde, ondulado, salpicado de casas blancas; la clase de paisaje que todo adolescente intenta describir en sus primeros poemas.

    Parece un valle de juguete dije.S, es verdad respondi Andrs, no muy convencido.Se parece a los belenes que vosotros ponis en Navidad aad

    detenindome. Comenzaba a sentirme eufrico. La extraa visin que haba tenido en el coro de la iglesia haba emborrachado mi corazn.

    Por fin haba dejado de llover, y los cisnes aprovechaban la calma para buscar restos de comida en las orillas del estanque. El amistoso paseante que les haba dado de comer avanzaba ahora por el camino principal del parque, hacia la ciudad, con su bolsa blanca del pan doblada bajo el brazo.

    Atrado por el nuevo aspecto que iba tomando el da, Esteban Werfell dej su cuaderno y se acerc a la ventana. Qu joven era entonces!, suspir, recordando la conversacin que haba mantenido con Andrs.

    Era muy joven, s, y adems viva atormentado por los comentarios que oa sobre el ingeniero Werfell y sobre su madre, atormentado y confundido, buscando en los libros ilustrados el afecto y la seguridad que no encontraba en la escuela o en las calles de Obaba. Su corazn era, por lo tanto, un pequeo Cabo Desolacin, y un buen terreno para una fantasa como la de Maria Vockel. Quera creer en la realidad de aquella adolescente rubia, quera creer en sus palabras. Al fin y al cabo, ella no se haba presentado de manera muy diferente a la que acostumbraba alguna de las heronas de sus novelas.

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  • Aun despus de tantos aos, a Esteban Werfell le pareca exacto considerar a Maria Vockel como su primer amor. Paseando por el sendero que rodeaba al pequeo valle, se haba sentido melanclico, soador, idntico a Andrs. Por primera vez en su vida, crea comprender lo que su compaero sufra por la camarera del bar.

    T al menos la puedes ver. Yo no la ver nunca.El recuerdo de sus palabras le hizo sonrer. Eran ridculas, igual que la

    mayora de las que haba escrito en el diario personal de aquella poca. Pero negar el pasado era una tontera.

    Y por qu no vas a Hamburgo? No es tu padre de all? razon Andrs. A l le preocupaban los detalles, pero no la aparicin en s, no su posibilidad. Al contrario, le pareca algo razonable. Haba odo hablar de enamorados que se comunicaban de forma mucho ms rara. Convirtindose en lechuzas, por ejemplo. Alguna razn habra para que Maria Vockel decidiera hacerlo de aquella manera.

    Abandonando por un momento sus recuerdos, Esteban Werfell abri la ventana y se asom al parque. El cielo era cada vez ms azul, y los visitantes de ltima hora se entretenan en pasear a sus perros o en echar comida a los cisnes. Al otro lado del estanque, una veintena de nios jugaban al ftbol.

    De cualquier manera, Andrs no era una excepcin pens, apoyndose en la barandilla y volviendo a sus recuerdos. La gente de Obaba aceptaba cualquier hecho extrao con una facilidad asombrosa. Mi padre se rea de ellos.

    Sus mentes son burdas, Esteban, sola repetirle su padre. Y nunca dejaba de ilustrar aquella opinin con una ancdota jocosa.

    Pero a l no le gustaban aquellas ancdotas, y le pareca que su padre era injusto con la gente de Obaba, que haca mal en despreciarla.

    Aun as, yo era un Werfell continu, cerrando la ventana y volviendo a la mesa. Por mucho que quisiera creer en aquella aparicin, mi mente se negaba a ello. Se trataba de la vida, no de una novela. Aceptar la posibilidad de que lo sucedido respondiera a una realidad pareca ridculo. No, Maria Vockel no poda ser real, no poda vivir en el nmero dos de la calle Johamesholf.

    Esteban Werfell cerr los ojos y vio aquel otro Esteban de catorce aos, camino de casa, dudando, dicindose a s mismo que su cabeza estaba llena de historias de Hamburgo, llena de nombres de mujer, de cantantes, de actrices; y que de ese fondo era de donde haban surgido las palabras que haba odo en el coro de la iglesia.

    Antes de seguir escribiendo calcul las pginas del cuaderno que seguan en blanco. Eran bastantes, las suficientes como para que el deseo de resumir la ltima parte de la historia se apoderara de l. Si terminaba pronto, an tendra tiempo de salir al parque y ver algo del partido de ftbol que estaban jugando los nios. Pero su deseo slo dur un instante. Deba contar la historia con todos sus detalles, tal como haba decidido antes de volver de su visita a Hamburgo.

    Moj la pluma en el tintero. Una ltima mirada al parque le mostr a un nio que agitaba su paraguas amenazando a los cisnes.

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  • Cmo llegas tan pronto? me dijo mi padre nada ms entrar yo por la puerta.

    No he ido al cine.Y por qu no?Porque me he desmayado en la iglesia confes avergonzado.Vi que se asustaba, y me apresur a explicarle que no haba sido

    nada raro. La oscuridad de la iglesia y el parpadeo de la llama de una vela haban tenido toda la culpa. No deba haberla mirado tan fijamente como lo haba hecho.

    Suspirando, mi padre seal hacia la biblioteca.El espritu est en esos libros, Esteban. No en la oscuridad de la

    iglesia dijo.Quiero consultarte una cosa titube despus de un silencio.

    No poda hablar con l y seguir guardando mi secreto. Necesitaba saber su opinin acerca de lo sucedido con Maria Vockel.

    T dirs.Se sent en un silln, indicndome que yo hiciera lo mismo.

    Estaba nervioso y me pareci que ya no me vea como un nio, sino como una persona adulta, capaz de tomar sus propias decisiones.

    Le expliqu todo lo que haba ocurrido desde mi entrada en la iglesia. La conversacin que haba mantenido durante el desmayo, los deseos que haba sentido entonces, las dudas de despus. l me escuch con atencin, sin interrumpirme.

    Cuando vio que el relato haba terminado, se levant y empez a dar vueltas por la habitacin. Se detuvo en la ventana, pensativo. Ahora se ir a la biblioteca en busca de algn libro que aclare lo que me ha pasado, pens. Pero no se movi de donde estaba.

    Puede ocurrir algo as? pregunt. Hay alguna posibilidad de que Maria Vockel sea real?

    Slo hay un modo de saberlo, Esteban. Escribir a esa direccin dijo sonriendo. Yo me alegr mucho de que se mostrara tan comprensivo. Te ayudar a escribir la carta aadi sin perder su sonrisa. Todava domino bien mi idioma.

    A pesar de su tono amable, aquellas palabras suyas me obligaron a bajar la vista. Mi padre no haba tenido xito en sus intentos de ensearme el alemn. Incluso en casa, yo prefera hablar tal como lo haca con mis amigos, y me enfadaba cuando l se negaba a utilizar la lengua que sabamos los dos. Pero aquel domingo todo era diferente. Arrepentido de mi actitud, me promet a m mismo que recuperara el tiempo perdido, que no volvera a ofenderle.

    Pero mi padre estaba contento, como si los acontecimientos de aquella tarde hubiesen reavivado sus buenos recuerdos. Me cogi por la barbilla y me oblig a levantar la cabeza. Luego, desplegando un viejo mapa de Hamburgo sobre la mesa, empez a buscar la calle Johamesholf.

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  • S, aqu est. En el barrio de St. Georg dijo mostrndome aquel punto en el plano. Escribimos la carta ahora mismo? aadi.

    Me gustara mucho respond riendo.Ahora, despus de muchos aos, s que aquella carta marc el

    final de una poca de mi vida. Yo, que nunca haba sido como los dems nios de Obaba, iba a convertirme, a partir de ese momento, en un completo extrao, en un digno sucesor del ingeniero Werfell. Dejara de frecuentar a mis compaeros de escuela, y nunca ms volvera a la iglesia. Adems empezara a estudiar, a prepararme para mi entrada en la universidad.

    Al envo de la carta sigui un perodo lleno de dudas. Un da estaba seguro de que la respuesta no tardara en llegar, y en cambio el siguiente pensaba que tal posibilidad era ridcula y me enfadaba conmigo mismo por seguir abrigando esperanzas.

    Aquella incertidumbre acab un viernes, cuando mi padre subi corriendo a la habitacin donde estaba leyendo y me mostr un sobre de color crema.

    Maria Vockel! grit levantndome de la silla.Maria Vockel. Johamesholf, 2. Hamburgo respondi mi padre

    leyendo el remite.Un escalofro recorri mi espalda. Pareca imposible que una cosa

    como aqulla pudiera ocurrir. Pero all estaba la prueba de que s. El sobre de color crema era real, lo mismo que las dos cuartillas escritas que lo llenaban.

    Pregntame lo que no entiendas dijo mi padre antes de salir de la habitacin. Yo cog el diccionario que l me haba regalado por mi cumpleaos y empec a leer la carta.

    Al otro lado de la ventana, el sol se apagaba sin haber logrado imponerse a las nubes, como un fuego tenue, y un manto oscuro cubra todo el parque; la hierba, los rboles, el estanque. Slo los cisnes parecan ms luminosos que antes, ms blancos.

    Esteban Werfell encendi la lmpara y sac la carta de Maria Vockel de uno de los cajones de la mesa. Luego, escribiendo con mucho cuidado, comenz a transcribirla en su cuaderno.

    Querido Esteban: no debemos asustarnos por lo que no podemos comprender, no al menos cuando, como en nuestro caso, lo incomprensible parece tan bonito. Ese domingo del que me hablas yo estaba en la cama con un ligero dolor de garganta, muy aburrida, y de pronto me entraron ganas de leer un libro. Pero result que una avera elctrica haba dejado toda la casa en penumbra, y que no poda hacerlo sin antes buscar una vela. As pues, me levant y fui a por ella a la cocina.

    Lo que nos interesa a los dos ocurri un poco ms tarde, cuando volva a mi habitacin con la vela encendida en la mano. Primero

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  • escuch el sonido de un rgano, y luego vi a un chico de pelo negro junto a un anciano que tocaba el instrumento resoplando y movindose sobre el teclado. Entonces o las mismas palabras que oste t, y me puse muy contenta, como si aquello hubiera sido un sueo, un sueo muy bonito. Te pas lo mismo a ti? Te alegraste? Espero que s.

    Luego se lo cont a mi madre. Pero ella no quiso hacerme caso, y me envi a la cama diciendo que tena fiebre. Ahora ya sabemos lo que nos ocurre. A los dos nos ha ocurrido lo mismo, por algo ser.

    Maria Vockel le hablaba luego de la vida que llevaba en Hamburgo, muy diferente de la suya en Obaba, mucho ms interesante. Aprenda idiomas, patinaba, paseaba en barcos de vela. Tambin iba al cine, pero no a ver pelculas mudas; lo de las pelculas mudas ya haba pasado a la historia.

    La carta acababa con una peticin. Quera tener su fotografa. Sera tan amable de envirsela? Ella le correspondera enviando la suya. Soy ms rubia de lo que imaginas, afirmaba.

    Esteban Werfell sonri al leer el comentario, y devolvi la carta al cajn. Tena que seguir escribiendo, y lo ms rpido posible, adems, porque se iba haciendo de noche. El parque se haba llenado de sombras, los cisnes dorman ya en su caseta.

    La carta de Maria Vockel me dio tanto nimo que, por primera vez en mi vida, comenc a sentirme superior a la gente de Obaba. Me haba ocurrido algo sorprendente, algo que no le ocurra a nadie, y eso me converta en un autntico elegido. En adelante, sera una persona fuerte, y no me dejara amilanar por aquella otra clase de elegidos que me sealaban con el dedo.

    Durante algn tiempo segu saliendo con mis compaeros de la escuela. En parte, necesitaba su compaa, porque mi relacin con Maria Vockel era una novedad demasiado grande como para guardarla en secreto y para m slo. Y cuando, como adolescentes que ramos, nos reunamos para intercambiar confidencias, yo sola ser el ms hablador de todos; ni siquiera Andrs me superaba.

    Pero a ellos no les gustaba aquella chica de Hamburgo. Decan que tena que ser fea y con gafas, y adems muy aburrida; que de lo contrario no hablara tanto de libros y de lecturas.

    Y nunca te dice nada del otro asunto? me preguntaban rindose y haciendo gestos obscenos.

    Yo me defenda mostrndoles un retrato en el que una adolescente, rubia, sin gafas, sonrea sin despegar los labios, y les recriminaba su grosera. Pero ellos volvan a rerse, y desconfiaban de la veracidad de la fotografa.

    Muy pronto, nuestra relacin comenz a enfriarse. Me negaba a ensearles las cartas que regularmente me llegaban de Hamburgo, y slo me juntaba con ellos para ir al cine. Y cuando, siguiendo los pasos de Andrs, dejaron el cine y tomaron la costumbre de

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  • frecuentar los bares, la ruptura fue total. Yo prefera quedarme en casa, estudiando alemn y leyendo los libros de la biblioteca de mi padre. Quera prepararme, estar a la altura de Mara Vockel.

    Mi padre no poda disimular la alegra que le produca mi alejamiento de todo lo que tuviera que ver con Obaba.

    No vas a salir con tus amigos? me preguntaba los domingos por la tarde, con una pizca de aprensin.

    No, estoy bien en casa.Mi respuesta, invariable, le haca feliz.Cuando cumpl diecisiete aos, dej Obaba y me fui a la

    universidad. Para entonces, el nmero de cartas cruzadas entre Mara y yo superaba el centenar, y ningn tema faltaba ya en ellas. Todas juntas habran formado un ilustrativo volumen de las inquietudes de la adolescencia.

    Las cartas tambin hablaban del futuro de nuestra relacin. Yo le peda que me esperara, que no tardara en ir a Hamburgo. Bien leda, aquella peticin era promesa de matrimonio.

    Sin embargo, no era se el futuro que nos reservaba la vida. Nuestra relacin, tan intensa hasta el da de mi ingreso en la universidad, decay repentinamente en cuanto yo pis las aulas. Fue como si alguien hubiera dado una seal y, por decirlo as, toda la msica cesara de golpe.

    Maria Vockel se retrasaba cada vez ms en sus respuestas, y el tono que empleaba en ellas ya no era entusiasta; a veces, slo era corts. Por mi parte, aquel cambio me desconcertaba, me llenaba de inseguridad. Cmo deba reaccionar? Pidindole explicaciones? Repitiendo mis promesas? Pero, con todo, los das pasaban y yo no me decida a actuar.

    Cuando volv a Obaba a pasar mis vacaciones de Navidad, vi un sobre de color crema sobre la mesa de mi habitacin. Supe inmediatamente que aqulla era la carta de despedida.

    Malas noticias? me pregunt mi padre durante la comida.Maria me ha dejado respond abatido. Con ser previsible, la

    noticia me haba afectado mucho.Mi padre sonri con humor.No te preocupes, Esteban dijo. Los sufrimientos del amor

    son como los de las muelas. Intensos, pero nunca graves.Efectivamente, mi abatimiento dur poco. Estuve enfadado una

    temporada, hasta el punto de enviar a Maria una respuesta bastante dura, y luego, casi sin darme cuenta, se me olvid todo. Antes de acabar el curso la relacin que haba tenido con ella se me figuraba muy lejana, y me alegraba de su final.

    Una vez acabados mis estudios y siendo ya profesor de Geografa, me cas con una compaera de trabajo, y las cartas color crema quedaron enterradas y olvidadas. Para entonces, mi padre descansaba ya en la tierra de Obaba.

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  • Esteban Werfell dej de escribir y comenz a repasar las pginas del cuaderno. He regresado de Hamburgo con la intencin de escribir un memorndum de mi vida, ley en la primera pgina.

    Suspir aliviado. El memorndum estaba casi terminado. Slo le quedaba contar lo ocurrido en el viaje a Hamburgo.

    Inclinndose de nuevo sobre la mesa, dud en escribir la palabra eplogo al comienzo de la nueva pgina. Al final, prefiri trazar una raya y aislar as aquella ltima parte de la historia.

    Haba oscurecido por completo. La luz de sodio de las farolas iluminaba ahora el parque.

    As terminara escribi bajo la raya el repaso que, a partir de una tarde de domingo, he dado a mi vida, si no fuera por el viaje que acabo de hacer a Hamburgo. Pero lo que encontr all me obliga a dar un salto en el tiempo y a seguir con la historia.

    Al salir para Hamburgo mi principal propsito era conocer la ciudad de mi padre, objetivo que las circunstancias polticas, la guerra sobre todo, me haban impedido cumplir durante muchos aos. Quera visitar los lugares por los que l haba andado antes de marcharse a Obaba, y rendir as un homenaje a su memoria. Ira a la Buschstrasse, comprara entradas para escuchar pera en el Schauspielhaus, paseara por las orillas del lago Binnen.

    Abrigaba, luego, un propsito menor; Si tengo tiempo, pensaba, ir al nmero dos de la calle Johamesholf. Quiz Mara Vockel siga viviendo all.

    Pero cuando, despus de diez das de estancia en la ciudad, di por cumplido el primer objetivo, la idea de visitar a mi primer amor que yo haba considerado como absolutamente normal comenz a desasosegarme. Me deca a m mismo que no ganara nada con mi curiosidad; que, sucediera lo que sucediera en la visita, el buen recuerdo que tena de Maria Vockel se deshara. En el fondo, tena miedo de dar aquel paso.

    Dud durante varios das, cada vez ms nervioso. No sala del hotel, y me pasaba las horas asomado a la ventana y mirando hacia el barrio de St. Georg. All estaba la calle cuyo nombre haba odo pronunciar en el coro de la iglesia; aqullas eran las casas que formaban el punto que mi padre haba dibujado sobre el mapa de la ciudad.

    Faltaban slo unas horas para que yo tomara el tren de vuelta cuando, dejando bruscamente aquella ventana, baj corriendo las escaleras del hotel y llam a un taxi.

    Si no lo haces, te arrepentirs, repeta para mis adentros.El recuerdo de Maria Vockel me invada, hacindome sentir en

    otro tiempo; fuera de aquel en el que realmente me encontraba. En cierto modo, volva a tener catorce aos.

    El taxi me dej frente al nmero dos de la calle Johamesholf. Era una casa antigua, de tres balcones.

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  • De aqu me enviaba sus cartas, pens abarcndola con la vista. Luego fui hasta la puerta y llam al timbre. Senta los latidos de mi corazn en todo el cuerpo.

    Un anciano de unos ochenta aos apareci en el umbral. Estaba muy delgado, y las arrugas le marcaban la cara.

    Qu desea? escuch.La pregunta volvi a situarme en el tiempo real, y la sensacin de

    estar haciendo el ridculo se apoder de m. No acertaba a decir nada.Querra saber si Maria Vockel vive en esta casa balbuc al fin.Maria Vockel? se extra el anciano. Werfell! grit de

    pronto, sealndome con el dedo. Luego abri mucho los ojos, como quien acaba de recordar algo inslito, y se puso a rer. Yo estaba aturdido.

    Efectivamente, soy Esteban Werfell dije. El anciano segua riendo, y me invitaba a entrar en su casa.

    Werfell! Mein Kamerad! repiti l abrazndome. Luego se present, y esta vez fui yo el que abri mucho los ojos.

    El anciano era Theodor Steiner, el viejo amigo de mi padre, su camarada del Club Eichendorff.

    Cre que no vendra nunca! exclamo cuando subamos por las escaleras.

    Cuando entramos en su biblioteca, el seor Steiner me pidi que me sentara, y comenz a repasar sus estanteras.

    Aqu est! dijo enseguida sacando un ejemplar de los Gedichte de Joseph Eichendorff.

    De entre las pginas del libro sobresala un sobre de color crema.Seor Werfell, la Maria Vockel que usted crey conocer fue slo

    una invencin de su padre. Hubo, desde luego, una actriz con ese nombre en la pera de Hamburgo, pero nunca vivi en esta casa.

    El seor Steiner me miraba con seriedad.Djeme leer la carta de mi padre, por favor dije.Lala, s. Le ha estado esperando treinta aos suspir l antes

    de desaparecer por el pasillo.

    La carta de su padre segua entre las pginas del libro de Eichendorff, y ambos estaban ahora sobre su mesa. Esteban Werfell abri el sobre de color crema y comenz a transcribir el texto con el que concluira su duodcimo cuaderno.

    Querido hijo: perdona que te haya engaado. Estoy ya en la ltima etapa de mi vida, pero an ignoro si lo que conceb aquel domingo fue o no justo. Tengo miedo. A veces pienso que no soy ms que un anciano loco.

    Me gustara llamarte a mi lado y explicarme ante ti abiertamente, sin recurrir a esta carta, pero no me atrevo. Si algn da vas en busca de Maria Vockel, Theodor te entregar esta carta y sabrs la verdad.

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  • De lo contrario, quedar en secreto. Sea como sea, te pido perdn una vez ms, mil veces ms.

    En realidad, todo ocurri por casualidad, sin premeditacin alguna por mi parte. Cuando me confiaste lo que habas visto y odo durante el desmayo, comprend enseguida que toda la escena estaba construida con retazos de conversaciones que habas tenido conmigo. El nmero dos de la calle Johamesholf, por ejemplo, era la direccin del nico amigo que segua escribindome y dando noticias de mi pas; por otra parte, Maria Vockel era el nombre de una cantante de pera que a m me gustaba mucho.

    Entonces surgi la idea. Pens de pronto que poda convertirme en Maria Vockel y de ese modo influir en tu vida. Puede que t ya no te acuerdes, Esteban, pero en aquella poca estabas muy alejado de m y muy cerca, en cambio, de la forma de vida de Obaba. Desde mi punto de vista, y como bien sabes, aquello era lo ltimo, lo peor que poda pasar. No quera que te convirtieras en uno de ellos, y me pareca un deber el impedirlo.

    Escrib a Theodor pidindole ayuda, y ambos nos pusimos de acuerdo. El sistema era muy simple. Yo escriba las cartas aqu, en casa, y luego se las enviaba a mi amigo. Entonces Theodor las haca copiar por una adolescente de tu misma edad se trataba de que todo pareciera real, y las reenviaba a Obaba.

    El juego dur hasta que te vi a salvo, hasta que te marchaste a la universidad. Una vez conocida la universidad, ya no querras volver a estas montaas. Menos an con la educacin que yo te haba ido dando a travs de las cartas. Te haba hecho aprender mi lengua, te haba hecho leer...

    La carta segua, pero las palabras con que su padre cerraba su explicacin eran tan ntimas, tan cariosas, que su mano se negaba a transcribirlas.

    Aqu termina, este memorndum, escribi. Luego apag la luz y se qued a oscuras, plcidamente, feliz.

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  • EXPOSICIN DE LA CARTADEL CANNIGO LIZARDI

    Se trata de una carta que ocupa once hojas de la clase que llaman holandesa, ilegible en alguna de sus partes debido a la humedad del stano donde, al no haber sido enviada en su da, ha permanecido durante muchos aos. La primera hoja, que es la que ha estado en contacto directo con el suelo, se encuentra particularmente deteriorada, y tiene tantas manchas que apenas si es posible entender algo de lo que el cannigo deca en ese comienzo. El resto, con la salvedad hecha de alguna que otra lnea de las de arriba, se halla en muy buen estado de conservacin.

    Aunque la carta no lleva fecha, podemos suponer que fue escrita en mil novecientos tres, ya que al final de ella, en la despedida que precede a la firma, su autor declara llevar tres aos en Obaba; y todo parece indicar as lo afirma al menos el clrigo que ahora ocupa su puesto que fue a principios de siglo cuando Camilo Lizardi se hizo cargo de la rectora del lugar.

    Debi de ser un hombre culto, tal como lo demuestra su elegante grafa, muy barroca, y la forma, perifrstica, llena de smiles y citas, con que aborda el delicado asunto que le llev a coger la pluma. Lo ms probable es que se tratara de un discpulo de Loyola que, abandonando su orden, se haba decidido por la clereca comn.

    En cuanto al destinatario, fue sin duda un antiguo amigo o familiar suyo, aun cuando no nos sea posible, por el citado mal estado de la primera hoja, conocer su nombre y circunstancias. No obstante, parece lcito suponer que se trataba de una persona con gran autoridad eclesistica, capaz de actuar como maestro y gua incluso en una situacin tan difcil como la que, de creer los hechos narrados en la carta, se dio por aquella poca en Obaba. No hay que olvidar, adems, que Lizardi se dirige a l con nimo de confesin, y que su tono es siempre el de un hombre acorralado que necesita el consuelo