Atentado Contra El Presidente de La Rep Blica

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SOPO FUE NOTICIA HACE 100 AÑOS POR EL COBARDE ATENTADO AL SEÑOR PRESIDENTE RAFAEL REYES Y A SU HIJA (EL 10 DE FEBRERO DE 1906) ESTE ATENTADO FUE PLANEADO EN ESTA POBLACION POR UN GRUPO DE CIUDADANOS QUE DEJARON ESCRITA LA HISTORIA MAS NEGRA DE LA NACION.....

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Relato de atentado contra el presidente de la republica.

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SOPO

FUE NOTICIA HACE 100 AÑOS

POR EL COBARDE ATENTADO AL SEÑOR PRESIDENTE RAFAEL

REYES Y A SU HIJA (EL 10 DE FEBRERO DE 1906)

ESTE ATENTADO FUE PLANEADO EN ESTA POBLACION

POR UN GRUPO DE CIUDADANOS QUE DEJARON ESCRITA LA HISTORIA MAS

NEGRA DE LA NACION.....

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El 10 de Febrero del 2006 se cumplen 100 años del cobarde atentado contra el General Reyes y su hija Sofía Reyes de Valenzuela.

“Este atentado fue orquestado, planeado y financiado en la Ciudad de Sopó”. Antecedentes del Atentado Desde un año antes el gobierno sabía de la amenaza de conspiración de los señores Pedro León Acosta, sus hermanos y los hijos de Don Senén Ortega, todos de Sopó. El Director General de la Policía y el General Luís Suárez Castillo les advirtieron que desistieran de sus propósitos pero no prestaron atención y Pedro León Acosta fue llamado a la Policía para prestar fianza de no atentar contra el orden público. El señor José Manuel Vargas, propietario rico de Sopó, se quejó ante el gobierno que los señores Acosta y Ortega lo habían amenazado y atacado en pandilla, que temía por su vida y le pedía garantías al gobierno. El presidente, quien es antiguo amigo del Señor Vargas, como lo era de los Señores Senén Ortega y Anatolio Acosta, los citó a Palacio, lo mismo que a Justino, Ignacio y Pedro María Ortega, hijos del primero, y a Pedro León y a Miguel Antonio Acosta, hijos de Don

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Anatolio; citó también al Presbítero, Cura Párroco de Sopó, al señor José Manuel Vargas. Todos acudieron; el Presidente, secundado por el señor Cura Párroco, les pidió dar por terminadas estas acciones violentas pues estaban poniendo en peligro sus vidas y no existía razón para motivarlas. Los señores Vargas, Acosta y Ortega, padre e hijos firmaron un acta para guardar la paz ante el General Medina. Dos meses después avisaron al Presidente que Pedro León Acosta continuaba con sus propósitos de conspiración junto con sus hermanos y los señores Ortega, que esta vez se trataba de asesinar al Presidente y el encargado eran Arturo Salgar y otros individuos de Suba. En octubre, cuando el Presidente estaba en Fusagasuga, Pedro León Acosta le pidió al Secretario General hablar personalmente con el Presidente, que lo acompañarían su padre y hermano Miguel Antonio, el Presidente aceptó hacerlo para el día siguiente. Pedro León Acosta le dijo al Presidente que sus amenazas de conspiración eran por temor a que los liberales se tomaran el Poder y que le habían dicho que el General Benjamín Herrera sería nombrado Ministro de Guerra. El Presidente le contestó que solo eran rumores para turbar la paz porque a pesar de que él sabía que lo quería asesinar no iba a entregar el poder a los liberales y que lo de el General Herrera era una falsedad pues acababa de nombrar al General Euclides de Angulo. Pedro León Acosta dijo estar satisfecho y agradecido con el Presidente por las explicaciones y que apoyaría su política de concordia nacional. En un arranque de sinceridad, de esos que lo caracterizaban, me dijo: “Euclides de Angulo será Ministro de Guerra y Suárez Castillo el Comandante del Ejército; y si usted quiere hágase cargo de la policía nacional”. “En todo caso le agradezco profundamente el honor que me dispensa al ofrecerme tan elevada posición”. Después de esta inesperada respuesta, el General me dio un abrazo felicitándome por mi franqueza de boyacense, gentilicio este que también él llevaba. Luego me manifestó que si mi hermano Miguel Antonio deseaba ir a Chile a representar al Gobierno en la Escuela Militar, estaba listo a hacerle el nombramiento. Ahí terminó nuestra entrevista de ese día y, como ya se le había dado aviso de que el almuerzo estaba servido, nos dirigimos ambos al comedor, donde todo fue amistoso y cordial. El Presidente no mencionó el denuncio del atentado contra él e invitó a los señores Acosta a comer en familia. A principios de diciembre, después de que el Presidente regresó de Fusagasuga, se denunció al gobierno que los propósitos de conspiración continuaban. El General Luis Suárez Castillo le dijo a Pedro León Acosta que a pesar de los denuncios lo dejaba en libertad y que al destruir la conspiración no lo mandaría a prisión tampoco. Los responsables de la conspiración fueron encarcelados, menos los Ortega y los Acosta. A principios de febrero el gobierno se enteró que Acosta insistía en la conspiración y en atentar contra el Presidente, por lo que él le escribió que su paciencia se

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había agotado y que si atentaba contra su vida, como Magistrado cumpliría con su deber y lo castigaría como la Ley y el deber ordena. El gobierno supo desde el 4 de febrero que había asesinos pagados para matar al Presidente y que se haría entre el 10 y 12 de febrero. Se le pidió al Presidente no salir tanto y salir con guardia, a lo que se negó.

El señor Presidente Reyes narro así los sucesos: el día 10 de febrero hacia las 11 a.m. – 12 a.m. me puse en marcha hacia Palacio a buscar allí a mis hijas para el paseo diario a Chapinero a esta hora; no pudo acompañarme sino mi hija Sofía; al subir al coche, que es landó y que estaba cerrado, le propuse abrirlo todo y no aceptó sino que se abriera sólo la parte de adelante, por temor de que pudiera resfriarme; le agradecí esta delicadeza, porque ella se marea en coche cerrado. Al pasar por la esquina de San Carlos, encontramos al Doctor Clímaco Calderón, a quien invite al paseo a Chapinero, y al ir a subir al coche alcanzo a ver al Señor Manuel de Freire, Encargado de Negocios del Perú, con quien tenia una cita, y por esta razón se excusó de acompañarnos. Seguimos por la Plaza de Bolívar, Calle de Florián, Calle de Santo Domingo, Calle Real y Camellón de las Nieves; al pasar por la Iglesia de este nombre, levanté mi sombrero para saludar al Santísimo, y, como de costumbre, hice una corta oración mental. Al pasar por la esquina Norte del Parque de San Diego, vi tres jinetes de aspecto sospechoso, que se miraron entre sí al vernos y tuve el presentimiento de que eran tres asesinos. Pensé parar el coche para interrogarlos, pero consideré que ése habría sido el medio de asegurar el que me mataran, y resolví seguir adelante.

Vista del carruaje con cinco de los ocho tiros que lo perforaron.

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Al llegar al punto de Barrocolorado, frente a la quinta de la Magdalena, ordene al cochero que regresara porque eran ya las 11:30 a.m. y así lo hizo; y cuando había volteado el coche vi que uno de los jinetes que estaban en el Parque de San Diego y que habían seguido sigilosamente detrás del carruaje, se adelantó a detener los caballos, al mismo tiempo que sus dos compañeros, uno por el lado izquierdo, y el otro por detrás, disparaban sus revólveres sobre mí. Ordené al cochero, Bernardino Vargas, hombre de serenidad, que fustigara a los caballos y atropellara al asesino, y al mismo tiempo ordené al Capitán Faustino Pomar, quien se portó con serenidad y valor, que disparara su revólver sobre los dos asesinos que me atacaban. El cochero Vargas atropelló al asesino que quiso detenerlo. Este se hizo a un lado y se dirigió por el lado derecho del coche y disparo cinco tiros de revólver sobre mi pecho, y el que estaba atrás uno sobre mi cabeza; el Capitán Pomar disparó todos los tiros de su revólver sobre los tres asesinos, que huyeron despavoridos. Mi hija Sofía se portó con gran serenidad y repetidas veces gritó a los asesinos: ¡cobardes! ¡Asesinos! ¡demonios! La escena duraría tres minutos. Temí que mi hija estuviera herida, porque las ocho tiros de revólver disparados sobre mí eran también disparados sobre ella, porque estaba a mi lado y el coche se movía; la examiné, a tiempo que ella con gran valor me examinaba a mí. El ala de su sombrero y el boa que llevaba al cuello estaban atravesados por las balas en varios puntos, lo mismo que el landó. En mi vestido no dejaron rastro alguno, y con mi hija dijimos: ¡Dios nos ha salvado!

Pedro León Acosta en el Parque del Centenario dando a sus compañeros las últimas instrucciones.

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Ordené a Vargas marchar rápidamente para llegar al Panóptico, en donde encargué al Jefe General Francisco Arana y a mi amigo Eliseo Arbeláez –quien me aviso a la Oficina Telegráfica; que comunicara al Puente del Común y a Chapinero la huida de los asesinos para que los aprehendieran. Al pasar de regreso por la Iglesia de las Nieves, di gracias al Santísimo por haber salvado la vida de mi hija. En la Oficina Telegráfica Central me detuve para repetir las órdenes dadas en el Panóptico, y llegué a Palacio a las 12 a.m.

Se ha librado el país de mancha de infamia. Este atentado de carlismo revolucionario no tuvo los horrorosos resultados que habrían llenado de luto la Nación colombiana. El ataque al Presidente de la República, realizado con cobardía inaudita, haciéndolo extensivo à la existencia por tantos títulos respetable y sagrada de una de sus hijas, ha fallado, y a los asesinos se les persigue por los caminos que se supone han tomado. Ordenes perentorias se han librado en todas direcciones, y es de suponer que las autoridades procederán activa y enérgicamente a la captura de los asesinos. Lo contrario sería hacerse cómplices del feroz atentado que tan dolorosamente han conmovido a la sociedad bogotana, y cuyo conocimiento en toda la República hará vibrar indignada el alma nacional. Regresando a la capital el General Presidente, y al hacerse público el atentado de hoy, la ciudad entera se dirigió al Palacio de San Carlos, e invadiendo las calles adyacentes los palcos y patios de la mansión presidencial se apresuran a

Ataque al Excmo. Sr. Presidente. –El Capitán Pomar dispara su revolver.

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estrechar la mano del General Reyes, a ofrecerle sus servicios y a protestar por el acto salvaje de que se le había querido hacer víctima. Nosotros hemos visto hoy en Palacio a representantes de todas las clases sociales que afanosamente iban a ponerse a órdenes del Presidente de la República. Por su parte, el General estuvo a la altura de su reputación de héroe legendario, afronto el peligro con serenidad y con osadía, y sacando todo el cuerpo fuera del coche, dio las primeras ordenes para la captura, e increpo a los asesinos la cobardía de su acción que de manera alevosa disparaban inconsideradamente con riesgo de matar a su hija.

Testigos presenciales A las cinco de la mañana saldrá un avance con las declaraciones de los que presenciaron el atentado.

Se han recibido más de dos mil despachos. Los Alcaldes de Chocontá, Chía, Cajicá y Sopó comunican que han tomado medidas para aprehender a los fugitivos.

Circular Urgente

Gobernadores, Inspectores, Militares, Prefectos y Alacaldes. Transcríbales “Bogotá, Febrero 10 de 1906” “Gobernadores Brigard y Ayala” Zipaquirá y Facatativa

“Hoy a las once y media a.m., cerca del puente del Arzobispo, tres asesinos montados a caballo me hicieron a quemarropa ocho tiros de revolver sin herirme a mi ni a ni hija Sofía que me acompañaba en el coche. Huyeron por el camellòn hacia Chapinero, probablemente irán hacia la calera, Puente del Común, Sopó, etc. Tomen ustedes caballerías de las pesebreras, monten la Policía y háganlos perseguir y conducir a esta ciudad y den ordenes por

telégrafo y por posta a todos los Alcaldes para aprenderlos. “A los que los aprendan se les dará una recompensa de mil pesos oro ($1.000) por cada individuo.” “Mantengan ustedes la calma y la tranquilidad a todos los ciudadanos pacíficos, y a los sospechosos de estar complicados en este atentado, redúzcanlos a prisión y mándenlos a esta ciudad.” “El incidente es simplemente un asesinato frustrado, y pueden considerarse como la agonía de la anarquía y de la revolución en nuestra infortunada Patria.”

REYES.”

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Un cómplice preso

En la mañana del sábado, antes del horrible atentado, Juan Ortiz, en la Bodega de San Diego, les destapa botella de brandy a los tres criminales.

Bogotá, Febrero 11 de 1906, 9 y 30 a.m. Gobernador de Prefecto del Guavio, Intendente Villavicencio. Según declaraciones tomadas, los asesinos que asaltaron ayer el coche presidencial son Arturo Salgar Neira, Roberto González y Fernando Aguilera, vecinos de Suba. Los asesinos tomaron de Usaquèn ayer a las doce del día la vía de Oriente. Estuvieron a las cuatro de la tarde en la hacienda de La Calichana y de allí se han podido seguir a Guasca y La Calera, volver hacia Sopó permanecer escondidos en el páramo. Las filiaciones son las siguientes:

MARCO ARTURO SALGAR O NEIRA (usa ambos apellidos): edad treinta y dos años; vecindad Suba; casado; sin profesión. ROBERTO GONZALEZ: edad, veintiocho amos más o menos; vecindad, Suba; negociante. FERNANDO AGUILERA: treinta y dos años, más o menos; natural de Subachoque; vecino de Suba; sin profesión Todas las autoridades confirmarán el ofrecimiento de cien mil pesos por cada uno de los asesinos que sea capturado.

REYES

BANDO

El Director general de la Policía Nacional cita y emplaza a Roberto González, Marco A. Sagar, Fernando Aguilar y Pedro León Acosta para que se presenten en la Oficina de la Dirección o en la casa particular del Director, en el termino de la distancia del lugar en donde se encuentren, a responder de los cargos que pesan sobre ellos con motivo del atentado del diez del presente contra el Excmo. Sr. Presidente y su hija la Sra. Sofía R. de Valencia. Si así lo hicieren, se tendrá en cuenta su preocupación, pero de lo contrario, se les aplicara todo el rigor de la ley. A todo individuo que oculte, tenga correspondencia, suministre bagajes y de noticias o alimentos a los

citados, se le entregara a la Corte Marcial para que sea juzgado como cómplice, auxiliador o encubridor. En cambio, cualquiera persona que de aviso del paradero o asilo, o entregue a los emplazados recibirá una gratificación de $100.000,oo por cada uno de los tres primeros nombrados y de $200.000 por Pedro León Acosta, y se promete guardar en reserva el nombre del denunciante. Bogotá, Febrero 28 de 1906. El Director general. P.A. PEDRAZA

Lo que el General Reyes ha hecho por el Partido Liberal ha sido lo que cumplía a un mandatario digno de un pueblo civilizado, a saber: sacarlo de la condición de paria en que se encontraba, reconociéndole derechos iguales de ciudadanía, llamándolo a fraterna unión y declarándole que el Presidente es Jefe de la Nación y no de un partido político. Y cuando ha llegado el caso de decir su ultima palabra a este respecto, la ha dicho con franqueza y lealtad en la declaración que acaba de hacer al General Benjamín Herrera para que él la comunique a sus copartidarios, de que el continua en su política de concordia sin dejar de ser el miembro decidido, pero magnánimo del Partido Conservador.

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El General Reyes y D. Anatolio Acosta El martes a las 12 del día salio el Sr. General Reyes hasta Facatativa a acompañar al Sr. Holguín y a la Sra. Reyes de Holguín, quienes partieron para Europa. Al llegar el tren a Facatativa, la fuerza a órdenes del General Belisario Ayal le hizo al Excmo. Sr. Presidente los honores de ordenanza. A las dos de la tarde se puso el tren en marcha de regreso. En Madrid el Sr. General Reyes conferencio dentro del carro con el Sr. Anatolio Acosta, padre del General Pedro León Acosta. El Excmo. Sr. Presidente, al despedirse del Sr. Acosta lo abrazó, y éste al retirarse le dijo que la ley caería con todo rigor contra los autores materiales y sus cómplices del atentado, los cuales ya estaban identificados; lanzó palabras incorrectas contra el Sr. General Reyes. El Sr. Acosta fue inmediatamente aprehendido y remitido a la capital.

PEDRO LEÓN ACOSTA Le pedí que me permitiera expresarme con toda franqueza de las personas que formaban el Gabinete ministerial, de algunos altos empleados de la administración pública y de la policía nacional que estaba convirtiéndose en una verdadera amenaza social. Yo creo que no hubo hombre mejor colocado que yo ante el gobierno del General Reyes para hacer una carrera política más colmada de honores y de fortuna.

Después de todo lo que dejo relatado, los acontecimientos se precipitaron porque el ambiente nacional era de conspiración contra el gobierno y se produjo el atentado contra la vida del General Rafael Reyes el día 10 de Febrero de 1906.

Por mi parte me dediqué a las labores del campo, siguiendo la tradición de mis mayores. Atendía con la actividad que me era posible a los negocios de mi padre y a los míos. Radicados en las cercanías de Bogota, en haciendas ubicadas en Sopo, Ubate, Simijaca y Chiquinquirá, en las cuales la agricultura y la ganadería nos proporcionaban a mi familia y a mi un vivir independiente y decoroso.

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Pedro León Acosta

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Yo tenía por aquellos tiempos un relativo prestigio. A los 28 años lucia sobre mis hombros las estrellas de general de división. Mi temperamento me impulsaba a la lucha y mi educación a la rebeldía. Había nacido para luchar y con orgullo declaro que si no fui el primero en conspirar contra el gobierno de Reyes, si fui de los primeros.

A través de los años aún revive en mi memoria el recuerdo del entusiasmo juvenil con que un día nos reunimos más de veinte caballeros en uno de los lugares más hermosos del valle de Sopo, desde donde contemplábamos las rocas de Suesca. Todos con copa de Champagne en la mano izquierda y haciendo la señal de la cruz con el pulgar y el índice de la derecha, juramos luchar hasta dar en tierra con el gobierno del General Reyes.

Contaba con dinero suficiente, particularmente estaba asociado con los señores Dionisio y Antonio J. Mejía, Gerentes del Banco de Colombia, lo cual me colocaba en situación ventajosa para mi crédito comercial. También contaba con algunas armas de precisión y caballerías bastantes para mover una fuerza capaz de imponer nuestros puntos de vista. Con numerosas amistades entre los hacendados sabaneros contaba con el apoyo decidido de diez, por lo menos, de los más poderosos para llevar a cabo un plan de golpe de estado.

El General Pedraza, revólver en mano, intima prisión a los criminales.

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No estoy arrepentido de haber conspirado contra la dictadura de Reyes. Las falanges de la conspiración se mostraron en cambio cautelosas por error del golpe.

De aquí en adelante Bogotá cobro un aspecto misterioso: un únete recorría las calles por la noche cubierto y anónimo como una sombra, seguido por las guardias y patrullas desbocadas. Más tarde se oían voces de allanamiento. Con estas escenas de amenaza y de poder parecía que las mejores cabezas de conspiración se rindieron en oblato ante el gobierno, cayendo desde entonces como alud implacable todo el peso de la responsabilidad sobre los asesinos aprehendidos más tarde por Pedro A. Pedraza en virtud de la denuncia que le hiciera Emeterio Rodríguez vecino de la población de Suba, amigo íntimo de los denunciados, el 2 de marzo fueron capturados y llevados al Consejo de Guerra Verbal.

Capitán Faustino Pomar. Oficial de órdenes del Excmo. Sr. Presidente.

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CONSEJO DE GUERRA VERBAL

Aun cuando el delito que se juzga es de publica notoriedad, aparece suficientemente comprobado en el proceso, y de las declaraciones y confesiones recibidas resulta, así mismo, plenamente establecido que Pedro León Acosta y Juan Ortiz E. buscaron y comprometieron a los tres individuos que dieron el golpe de mano, suministrándoles al efecto las armas y el dinero necesarios, dándoles las instrucciones, ordenando la ejecución del hecho y, finalmente, asociándose y mancomunándose con ellos para dar muerte violenta al Excelentísimo señor Presidente, con previa asechanza, sorprendiéndolo indefenso y desapercibido. El Consejo, administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la Ley.

Resuelve:

1. Condénase a Juan Ortiz E., Carlos Roberto González, Fernando Aguilar y Marco Arturo Salgar, como autores principales del delito de ataque en cuadrilla de malhechores, verificado contra la persona del Excelentísimo señor Presidente de la República, General Rafael Reyes, y de su hija, la señora doña Sofía Reyes de Valenzuela, el día 10 de febrero último, a la pena capital. En consecuencia, serán pasados por las armas en el mismo sitio en que se cometió el delito.

2. Condénase a Barcelino Hernández y Carlos A. Vélez, como cómplices del

mismo delito, a la pena de doce años y ocho meses de presidio, que sufrirán en el Panóptico de Tunja.

3. Condénase igualmente a Miguel Antonio Acosta a la pena de diez años de presidio, que sufrirá en el lugar que determine el Poder Ejecutivo.

4. Condénase a Pedro María Ortega, Alfredo Pulido, Antonio Pulido, Luis F. Uscátegui, Ignacio Ortega y José Gabriel Acosta, como encubridores del delito, a sufrir la pena de cinco años de presidio, que cumplirán en el establecimiento de castigo que determine el Poder Ejecutivo. A todos los condenados a presidio se les aplicarán las penas accesorias correspondientes.

5. Los cómplices y auxiliadores presenciaran precisamente la ejecución de los sentenciados a pena de muerte.

6. Los señores Marceliano Vélez S., Alfredo Lleras y José Lozano, quedan a disposición del Ministerio de Guerra.

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Fueron ejecutados el 5 de marzo en el mismo sitio donde lo perpetraron. Hubo voces que pidieron igual patíbulo para los autores intelectuales. Reyes se negó. Y el 20 de julio, fiesta de la patria, el Presidente otorgó un indulto para los presos políticos. Quedaron en libertad los conspiradores del 19 de diciembre y del 10 de febrero.

Los reos fueron fusilados en el mismo sitio del atentado.

Sentados en estas bancas asistieron al fusilamiento los cómplices de este cobarde atentado.

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Al sujeto Pedro León Acosta debe considerarse como reo ausente; y el sumario que ha servido de base a éste fallo, se devolverá al funcionario instructor para que continúe la investigación.

EL PROFUGO PEDRO LEÓN ACOSTA

Fui llamado afanosamente por el Coronel Abelardo Mesa, para decirme que al General Reyes lo habían atacado en la carretera del norte y que debía guardarme porque se me buscaba como conspirador activo y que las gentes me consideraban el principal implicado en tal asunto; que debía huir porque la policía no tardaría en cogerme. Cogí la carrera séptima hacia la trece; el instinto de conservación y el conocer la orden con que obraban las gentes de Reyes, me impulsaron a huir por el camino del Cementerio.

Revolviendo mi caballo para así darme cuenta exacta de la exactitud de la policía, la que en la carrera me seguía y entonces decididamente apresure el paso. Desvié mi caballo hacia el camino que conducía a la Hacienda de “El Salitre” de propiedad de los señores Vargas y cuando llegue a la puerta la encontré con un candado irrompible dándose la circunstancia de que una epidemia de ranilla y se hallaba desocupada.

Pedro León Acosta hace saltar a su caballo una zanja en el Salitre.

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Después tome por entre los potreros tumbando cercas de alambre, etc., etc. En dirección de la Hacienda de “Tibabuyes” de propiedad de don Pedro Campos, grande amigo mío y de quien tenía una tarjeta en la que ordenaba a su Administrador señor Nicolás Silva que pusiera a mis órdenes todo el ganado caballar, orden semejante a la que me había dado no pocos hacendados respetabilísimos como don Francisco Ortiz Brava, don Antonio Restrepo y algunos más pues en mira tenia yo, mover una buena fuerza de caballería para apoderarnos del Presidente llegado el momento oportuno. El 11 de febrero fue para mí la fecha más triste, más inolvidable y más significativa. De ahí en adelante empezaba para mí el camino del dolor profundo que se llevó las mejores jornadas de mi vida. Al través del despoblado y burlando el despliegue de las fuerzas del Gobierno como antes he dicho, llegué a la sede del hogar paterno como un paria.

Cueva que sirvió de escondite al prófugo Pedro León Acosta a 3.100 m.s.n.m. situada en los cerros de la hacienda San Bernardo

(hoy en día finca Las Tominejas de la Familia Ospina).

En esta cueva se pretendía esconder al Señor Presidente Reyes pero a última hora se cambio de plan y se resolvió asesinarlo…

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A mediados de mayo, es decir tres meses después del atentado del General Reyes me ordenaron todos los miembros de familia salir del país. Este período de tiempo fue suficiente para conocer hasta donde había lealtad y más que todo hombría, de quienes estaban más que comprometidos en ese juego de conspiraciones contra el gobierno del General Reyes, como queriendo cada uno de ganar de mano a las otras. Me resolví a emprender viaje al exterior, pues ya para mí era materialmente imposible resistir la persecución desenfrenada contra mi familia, y contra mí.

Hice cuanto estuvo a mi alcance por medio de comunicaciones escritas, en las cuales trataba de mover a quienes estaban solemnemente comprometidos a derrocar el gobierno, tanto en el campo civil como en el militar, pero todo fue absolutamente inútil. Debo anotar que sólo el General Daniel Pardo tuvo el gesto civil de contestarme diciéndome lo imposible que era reaccionar dentro del ambiente ruinoso y servil de las gentes. De ahí el que mi determinación fuera la de huir del país.

Después de lo primeros días en los que dedique a infundir a mi familia seguridad, así como en arreglar algunos negocios personales permanecí en los cerros de “San Bernardo” de donde se dominaban las casas de la hacienda de “La Ofrenda”, la primera de propiedad de mi padre y la segunda adquirida en arrendamiento, en la que vivían mi madre y mis hermanos.

En menos de cinco días tenia yo construida por los arrendatarios una choza dentro del montecito más estratégico, pero antes tuve que dormir en una cueva que para entrar tenía que arrastrarme y en la parte del fondo ya había un espacio más amplio donde tuve que dormir sin luz y un frío aterrador. Desde allí dominaba a los que se acercaban. Mi campo de actividades a partir del 11 de febrero quedo circunscrito entre Sopó, Tocancipa, Zipaquira y Nemocón, donde lograba esconderme viajando de noche. Ejército, policía, espionaje bien remunerado, todos los elementos y las instituciones de que podía disponer el gobierno, fueron desplegadas en mi persecución, inclusive por cartelones oficiales sometían mi cabeza a precio. Viendo que ya era imposible confiar en los amigos y tomando todas las precauciones del caso bajé de mi escondite para lograr ver a mi atormentada esposa y de repente se apareció en la casa el virtuoso Párroco N… Riveros, y a quien a pesar de su santidad yo no le tenia confianza; se introdujo en la alcoba que yo habitualmente ocupaba y miraba sin descanso por todos los rincones de la casa como tratando de descubrirme (gracias a que la divina providencia me ilumino a tiempo para esconderme dentro del armario hasta que salio de la casa) y después de no lograr su cometido, les dijo que él tenia noticias de que Pedro León Acosta venia de Santander con cinco mil hombres sobre Bogotá. Argumento que invento a los presentes al no encontrarme y su frustración fue notoria al ver esfumada la fabulosa recompensa que daban las autoridades por

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informes para mi captura. ¿Quién le comento a este Párroco que yo estaba ahí? Esto me reafirmó que ya no podía confiar en nadie. Por lo tanto salí del país huyendo, disfrazado de mujer el 15 de mayo por la ciudad de Cartagena y me logré embarcar en un barco de la United Fruit Company como polizón a Panamá y de allí seguí a San José de Costa Rica donde estuve escondido hasta cuando el General Reyes entrego el Gobierno.

El General Reyes: Pasara a la historia como el mejor Presidente y figura incuestionablemente entre los constructores de nacionalidad. En un país convulsionado por el odio y devorado por la anarquía, Reyes impuso el

orden, por medio de la autoridad y del progreso.

Pertenecía el General Rafael Reyes a la escuela política formada por hombres sagaces, previsores, tolerantes, que se movían sin escrúpulos para devolverle al país la seguridad y la paz. Al asumir el mando en 1904, acababa de concluir la más asoladora de nuestras guerras civiles. El país era un calvario. Los miembros del partido vencido eran

CUEVA SANTA lugar donde se escondió huyendo de la justicia el prófugo Pedro León Acosta. Para entrar o salir hay que arrastrarse.

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emigrados en el interior. La obra fecunda del General Reyes, que no olvidará la historia, fue reconstruir la convivencia ciudadana, por medio de la ley sobre minoría, y de una participación equitativa de ambos partidos en la administración pública. Reyes, como escribió Camacho Carrizosa, le abrió al liberalismo las avenidas del sufragio y acostumbró la retina de los conservadores a ver en el Gobierno elementos liberales, pero, al propio tiempo, demostró objetivamente a los conservadores y al país que los apóstoles del partido liberal eran hombres como todos… El General Reyes llamó a su gabinete, a los jefes del ejército vencido; realizada la concordia, dentro de una dictadura necesaria, tolerante y benigna, fue fácil integrar el movimiento republicano con miembros de ambos partido.

Pueblos entregados al fanatismo de las luchas religiosas y políticas, necesitan encauzarse por la vía del progreso material, que hace irrespirable el ambiente para la demagogia y el rencor.

En plena juventud, el General Reyes fue llamado por el Presidente Núñez para confiarle la campaña de Panamá, que iba a ser decisiva en la guerra de 1885. Venciendo imposibles, consigue armar un pontón en Buenaventura, trasladarse al Istmo y pacificar en pocas semanas esta caliginosa comarca. Para esto fue necesario tomar resoluciones supremas, ahorcar a Prestán, Petricelli y Cocobolo, sobre las ruinas de Colón.

“Unas cuantas ideas-sentimientos se alcanzan en ese momento a fijar con claridad resplandeciente en el espíritu de Reyes. La primera de todas, que va a ser eje de su futura actividad, es el horror a la guerra civil: no más sangre entre hermanos, no más ruina ni desolación en los campos de Colombia. Otra, es un profundo desprecio por los ideólogos trasnochados y un odio por los demagogos: a los primeros los tolerará como mal necesario en una sociedad ya acostumbrada a los malabarismos intelectuales, y a los segundos tratará de aplastarlos o desenmascararlos al menos.

Todas las constituciones imaginables serán malas; todas las leyes serán irritas y todos los gobiernos se encontrarán impotentes para mantener el orden público, si los colombianos no tienen dónde ocupar remunerativamente sus brazos y sus energías. Pero para ello será necesario un gobierno fuerte y decidido, que no les tema a los ideólogos ni a los políticos; será necesario un gobierno presidido por un hombre popular, enérgico, experimentado y patriota”.

En estas prietas líneas aparece ya fundida la personalidad de Reyes, lo que fue en su vida pública y privada. Horrorizado por el bárbaro espectáculo de las matanzas fraternas, Reyes trabaja por la concordia cívica y crea intereses para pacificar a los violentos”.

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En este Castillo pasó sus últimos días Pedro León Acosta viejo, enfermo y atormentado por todo el daño que le hizo a su familia y a la Patria.

CASTILLO MAGDALA - BOGOTÁ

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“El país vivía entonces en el caos. ’En nuestras guerras civiles, decía Caro durante los debates de la Constitución del 86, no se ha sabido muchas veces en dónde está la revolución y en dónde la autoridad’. Y aunque es cierto que, con frecuencia, entre jefes enemigos se suscitaban excepcionales episodios de galantería caballeresca, la triste realidad es que en los pueblos, en las veredas lejanas, al amparo de la guerra se cometían los más atroces crímenes, unas veces por auténtico odio político, otras para satisfacer venganzas personales, viejas rencillas de familia, simples instintos delictivos.

La guerra no ha creado nunca ni la democracia, ni la libertad, ni la justicia. La violencia engendra el despotismo. Idealizar las carnicerías que periódicamente han desencadenado entre nosotros caudillos delirantes, es un crimen contra la patria. El progreso es hijo del orden y de la autoridad. Por esto el General Reyes, después de fulminar la revolución del 96 en la heroica marcha de Enciso, regreso con amargo sabor de ceniza en los labios calcinados y se convirtió en el más enérgico evangelista de la paz. Buscarla por todos los medios e imponérsela a la República.

Los radicales se hubieran lanzado a la atroz guerra del 99, porque ellos siempre han pensado que el poder les pertenece por derecho divino y no han admitido nunca que los conservadores gobiernen en paz.

El discurso del General Reyes al tomar posesión de la primera magistratura fue una página afirmativa, que venía a liquidar un pasado ominoso, para abrirles ancho campo a la tolerancia y la concordia. Desde los primeros días de su gobierno tuvo que afrontar inmensas dificultades, dominar con mano inflexible el odio, el resentimiento y la vindicta. Práctico y magnánimo, llamó a los liberales al gabinete y a la diplomacia, y despejó los caminos de la paz.

Los conservadores sintieron que una mano fuerte tutelaba el orden, y los liberales, que otra vez se les tenía como hijos de una patria común. El General Benjamín Herrera explicaba así la colaboración de su partido en el gobierno: “Desde que empezó la Regeneración empezó el calvario del liberalismo; Reyes nos permitió respirar, nos reincorporó a la patria, nos convirtió en ciudadanos efectivos: “hay que ser gratos”. Lo que no habían logrado las armas lo consiguió la tolerancia.

La República estaba fatigada de odio, de destrucción y de anarquía. Cansado del poder, enemigo de la violencia, el General Reyes entregó el mando al General Jorge Holguín; los liberales y los conservadores comían en el mismo plato, y Colombia, en fin, se enrumbaba por un camino, no desprovisto de peligros, es cierto, pero alejado del horrible precipicio de las guerras civiles y alegrado con la fresca sombre de la reconciliación nacional.

“Ahora podía Reyes alejarse del país”.

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A su última morada fue conducido en medio del respeto de la Nación, y sobre su tumba el señor Suárez pronunció uno de aquellos panegíricos que califican históricamente una vida.

El país le está debiendo una estatua al General Reyes, padre de la concordia

cívica, y rudo agente del progreso y de la paz.

BIBLIOGRAFIA El Diez de Febrero: Por Rafael Reyes. Credencial Historia. Año 2004. Diccionario de Personajes Boyacenses. Exposición necesaria a los Colombianos. Periódico. “El Sábado”. Año 1945 Periódico El Mercurio. Febrero 1906. Periódico El Porvenir. Febrero 1906. El Nuevo Tiempo. Febrero 1906. Memorias de un Conspirador. Pedro León Acosta. Febrero 1906. Fotografías: Mauricio Giraldo Restrepo Archivo Histórico: Oscar Mesa Upegui.