Ascesis en la familia: en busca del bien común · 1 M. GANDHI, Young India (17-julio-1924), en...

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017), 539-567 ISSN: 0034 - 8147 Ascesis en la familia: en busca del bien común MARÍA DOLORES LÓPEZ GUZMÁN Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) Recibido el 20 de noviembre de 2017 Aceptado el 12 de diciembre de 2017 RESUMEN: Las prácticas ascéticas han gozado de una alta consideración en todas las grandes religiones y culturas. Poseen una dimensión universal que hace pensar en lo desacertado que sería despreciarlas. Contienen una sabidur- ía milenaria y un conocimiento del ser humano profundamente realista ya que necesitamos correctivos que nos sitúen continuamente en la buena dirección, pues no siempre elegimos bien y nos desviamos con facilidad de nuestros idea- les y proyectos más nobles. La familia es un lugar privilegiado para cultivar al- gunas prácticas que ayuden a las nuevas generaciones a crecer en la virtud y en el deseo del bien común. PALABRAS CLAVE: ejercicios, prácticas, medios, amor, Jesús. Ascesis in the Family: In Search of the Common Good SUMMARY: Ascetic practices have enjoyed considerable prestige in all of the great religious traditions and cultures; they have a universal dimension which suggests how unwise it would be to disregard them. These practices possess an ancient wisdom and knowledge of the human person which is profoundly realistic; they are necessary correctives which continually set us on the right path, since we do not always choose wisely and we easily deviate from our most noble ideals and projects. The family is a privileged place for cultivating

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017), 539-567 ISSN: 0034 - 8147

Ascesis en la familia: en busca del bien común

MARÍA DOLORES LÓPEZ GUZMÁN Universidad Pontificia de Comillas (Madrid)

Recibido el 20 de noviembre de 2017 Aceptado el 12 de diciembre de 2017

RESUMEN: Las prácticas ascéticas han gozado de una alta consideración en

todas las grandes religiones y culturas. Poseen una dimensión universal que hace pensar en lo desacertado que sería despreciarlas. Contienen una sabidur-ía milenaria y un conocimiento del ser humano profundamente realista ya que necesitamos correctivos que nos sitúen continuamente en la buena dirección, pues no siempre elegimos bien y nos desviamos con facilidad de nuestros idea-les y proyectos más nobles. La familia es un lugar privilegiado para cultivar al-gunas prácticas que ayuden a las nuevas generaciones a crecer en la virtud y en el deseo del bien común.

PALABRAS CLAVE: ejercicios, prácticas, medios, amor, Jesús.

Ascesis in the Family: In Search of the Common Good

SUMMARY: Ascetic practices have enjoyed considerable prestige in all of the great religious traditions and cultures; they have a universal dimension which suggests how unwise it would be to disregard them. These practices possess an ancient wisdom and knowledge of the human person which is profoundly realistic; they are necessary correctives which continually set us on the right path, since we do not always choose wisely and we easily deviate from our most noble ideals and projects. The family is a privileged place for cultivating

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certain practices which will help the new generations to grow in virtue and in the desire for the common good.

KEY WORDS: Exercises, practices, means, love, Jesus. “Algunos dicen: «Los medios no son más que medios». Yo, sin

embargo, prefiero decir: «A fin de cuentas, todo depende de los me-dios». Los medios determinan el fin. No hay ningún muro de separa-ción entre los medios y el fin. De hecho el Creador nos ha dado tan solo el control (y un control muy limitado) sobre los medios, no sobre el fin. La consecución de la meta es exactamente proporcional al buen uso de los medios. Y esta es una regla sin excepción”1.

Con esta contundencia expresaba Mahatma Gandhi su modo de comprender al ser humano donde el ascetismo ocupa un lugar rele-vante. En primer lugar, porque en sus afirmaciones trasluce que, para él, existen metas que logramos conseguir gracias al uso de determi-nados medios; por tanto, la vida tiene sentido, dirección, horizontes, un rumbo que viene determinado por un fin. Y en segundo lugar, por-que según su visión, estos medios, además de ser imprescindibles en la consecución de nuestros sueños y deseos, contienen en ellos algo de ese fin.

Un buen ejemplo de esta filosofía es el atletismo de medio fondo o larga distancia; una disciplina en la que si importante es ganar, no lo es menos el hecho de terminar la carrera y llegar a la meta. Nuestra retina ha podido contemplar a través de los medios de comunicación, escenas impactantes de corredores extenuados que han sido recogidos por otros compañeros para poder cruzar la meta. En el maratón popu-lar de Londres de abril de 2017, todos los ojos quedaron fijos en Harrier Matthew mientras sostenía en sus brazos a David Weyth, quien se había mareado a pocos metros del final. Harrier le ayudó y acompañó hasta sobrepasar la línea de meta. “Los que en alguna oca-sión hemos tenido la suerte (o la locura) de correr esta prueba (los fatídicos 42,195 kms.) sabemos que es casi una escuela de vida, sobre todo en una sociedad como la nuestra, en la que se nos invita constan-

1 M. GANDHI, Young India (17-julio-1924), en “La Verdad es Dios”. Es-

critos desde mi experiencia de Dios, (Maliaño, Cantabria: Sal Terrae, 2005), 204.

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temente a la comodidad, al egoísmo (solapado o burdamente eviden-te), a la vulgaridad ramplona, al éxito fácil y al «pelotazo». Nos hacen falta héroes como usted [Abebe Bikila2] que nos hagan soñar con otros valores, con otros horizontes, con otras metas”3. Palabras del actual Prior General de la Orden del Carmen con las que homena-jeaba a la figura del mítico atleta etíope.

Desde esta perspectiva, los medios no se consideran un mero re-curso de segunda categoría que la persona usa según el estado de ánimo de cada momento, sino que son fundamentales para que la vida se desarrolle con sentido.

La ascesis, que pertenece al mundo de los medios, hace referencia a una serie de ejercicios -físicos o espirituales- encaminados a que la persona vaya ganando en libertad y pueda quitar así los impedimentos que le dificultan situarse en la dirección adecuada o proseguir en el camino que conduce a la consecución del fin. Bien planteada, la ascé-tica no solo favorece que las personas crezcan en humanidad sino que las fortalece ante las dificultades y las ayuda a conseguir sus objeti-vos. Por eso, si bien es cierto que en la historia ha habido manifesta-ciones radicales que han conducido a praxis perjudiciales para la sa-lud, se trata de deformaciones que van en contra de su significado profundo y que, evidentemente, hay que combatir y desterrar. En la tradición de la iglesia nunca han faltado voces que se han alzado para pedir moderación sobre el abuso de determinadas prácticas. El padre Benito Benni, fundador de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, estableció en las Constituciones que las hermanas no realizaran penitencias o ayunos más allá de los estipulados por la Iglesia pues la entrega a los enfermos ya conllevaba suficientes sacri-ficios; es decir, que la vida en sí misma, contiene ingredientes de so-bra que nos impelen al ejercicio de la renuncia en sus múltiples for-mas. Mejor no añadir una sobrecarga a una existencia de por sí “car-gada”.

2 Atleta etíope que ganó el oro en la prueba de maratón en los juegos olímpicos de Roma en 1960 (donde corrió descalzo) y en 1974, en Tokio, a pesar de estar recién operado de apendicitis dos semanas antes y donde esta-bleció una nueva marca mundial.

3 F. MILLÁN O. Carm., Suyo afectísimo…, (Maliaño, Cantabria: Sal Te-rrae 2010), 63.

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Sin embargo, resulta llamativo comprobar que, a pesar de la mala prensa que las rodea, las prácticas ascéticas han gozado de una alta consideración en todas las grandes religiones y culturas. Poseen una dimensión universal que hace pensar el error que sería despreciarlas o marginarlas. Contienen una sabiduría milenaria y un conocimiento del ser humano profundamente realista ya que necesitamos correcti-vos que nos resitúen una y otra vez, pues no siempre elegimos bien y nos desviamos con facilidad de nuestros ideales y proyectos más no-bles. Debemos “trabajarnos” y modelar tanto el cuerpo como el inte-rior para mantenernos firmes en la búsqueda del fin último (por nues-tro bien y por el de los otros) que es lo que de verdad tiene valor y nos dignifica.

Para los creyentes ese fin al que tendemos se identifica con un Dios Bueno o con ese Ser Supremo del que proceden todas las cosas y al que todas las cosas vuelven. Pero solo cumpliendo metas asequi-bles, en sintonía con la bondad, es posible ir aproximándose poco a poco, paso a paso, a Él. Por tanto, la ascesis debe tener en cuenta dos tipos de objetivos: uno general e inalcanzable, que orienta el conjunto de la existencia; y otro compuesto por multitud de pequeños retos que, a medida que los vamos alcanzando, contribuyen a que la perso-na avance hacia ese final.

Respecto al primer objetivo, es fundamental buscar fórmulas que ayuden a hacer presente ese Bien Último que ilumina y orienta. Las grandes tradiciones religiosas proponen acciones y símbolos que ex-presen ese lugar preferente que debe tener: contemplación de imáge-nes o iconos, asistencia a la liturgia, lectura de los textos sagrados, conocimiento continuo, etc. Sin embargo, nos movemos en un terreno difícil, que a veces genera incomodidad, pues se trata de una Presen-cia que no podemos controlar, pero de la que tampoco podemos pres-cindir, ya que aporta algo inigualable y único. Una realidad que siempre está ahí, disponible, y que tira permanentemente de nosotros hacia adelante, empujándonos a trascender los límites de nuestra es-trecha realidad. “Si no renunciamos a nuestro ideal, el ideal jamás re-nunciará a nosotros”4 decía Gandhi. Una buena noticia, sin duda, que exige, sin embargo, el propósito firme de buscar modos y maneras (lo

4 M. GANDHI, Quien sigue el camino de la verdad no tropieza. Palabras a un amigo, (Maliaño, Cantabria: Sal Terrae, 2001), 111.

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que conlleva un compromiso y cierta dosis de ascesis y disciplina) que muestren cómo ese Bien Último condiciona la existencia. Si no lo hiciéramos así, ese fin se desdibujaría y perdería capacidad para orientarnos.

En el caso del segundo objetivo, es esencial proponerse metas concretas, practicables, que nos ayuden a avanzar. Cada logro, por pequeño que sea, provoca satisfacción, y levanta el ánimo (por lo conseguido, y porque implica dar pasos hacia adelante). Teresa de Li-sieux explicaba que ella se “aplicaba sobre todo a la práctica de las pequeñas virtudes, por no tener facilidad para practicar las grandes”5. Una estrategia con la que lograba un “efecto dominó” espiritual. Me-jor pocos retos pero factibles, que muchos inabordables. La alegría que produce la experiencia de avanzar por terreno firme, eleva el ni-vel de confianza, y se gana en humildad (pues uno hace consciente lo poco que abarca) y en seguridad; y esta dinámica positiva que se ge-nera en el sujeto va haciendo caer, por contagio y con menor esfuer-zo, otras dificultades que en principio parecían mayores.

Estas metas cotidianas requieren de ejercicios continuados tanto físicos como espirituales. Bien lo sabía por propia experiencia Dorot-hy Day -fundadora del Catholic Worker Movement junto con Peter Maurin-, quien en su juventud se había deslizado por unos derroteros poco recomendables, tal y como ella misma confesó en sus escritos. La descripción que hizo sobre su estilo de vida por aquellos años no es nada complaciente: “Llevaba una vida realmente desordenada, pues por primera vez hacía exactamente lo que quería, asistiendo solo a las clases que quería asistir, entrando y saliendo a cualquier hora de la noche que me venía en gana”6. Pero el vacío que experimentó la llevó a realizar una reflexión seria sobre los límites de la independen-cia y la autonomía. “La libertad me intoxicó”7, concluye. “Para forta-lecer el cuerpo hace falta ejercicio físico, disciplina y esfuerzo. ¿Por qué no va a haber un ejercicio para el alma? Un ejercicio que hay que hacer se quiera o no, automáticamente al principio, si es preciso: con

5 TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, Ms A, en Obras completas, (Burgos: Monte Carmelo, 1989, 7ª ed.),193.

6 D. DAY, La larga soledad. Autobiografía, (Maliaño, Cantabria: Sal Te-rrae, 2000), 53.

7 Ibid.

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esfuerzo, a tientas, si es así como nos sentimos, pero hay que hacer-lo”8. Todo el mundo necesita cierto orden y control. Ella se conven-ció de la necesidad de establecer pautas claras para conseguir una buena conducta: “Tenía una urgente necesidad de fe, pero había de-masiada gente en mi vida, demasiada actividad, demasiado placer (no felicidad). He pasado algunos años de inquietud y de luchas, de belle-za y fealdad, días e incluso semanas de tristeza y desesperación, pero a veces han existido también la serena belleza y felicidad que ahora poseo. Todos estos años creí que era libre; ahora me parece que no era libre de verdad, que ni siquiera me sentía libre”9.

La libertad que procura la ascesis es la que produce la verdadera paz. Buscar la satisfacción de los deseos sin más criterio que el placer inmediato, nos convierte en esclavos de nuestros inconsistentes sen-timientos y afectos, y nos deja sometidos a los vaivenes del goce más superficial de corta duración. La grandeza del fin al que tendemos es lo que nos hace grandes, mientras que el poco valor de muchos de nuestros objetivos, nos degrada. Por eso, la ascesis que tiene como meta la aproximación a ese fin último que es puro bien y amor, nos introduce en una vía de salvación. Este camino requiere decisión, compromiso, espíritu de superación, aprendizaje continuo y aceptar que la vida es un proceso (pero que el único progreso que merece la pena es el del amor). I. AMOR EN ORDEN

El amor es (o debería ser) el eje regulador de las relaciones en la

familia. Pero no siempre es así. Incluso en los amores “de película” se cuela el egoísmo. Muchas veces descubrimos que en el afecto que experimentamos por alguien prevalece la satisfacción personal sobre la del otro. No es tan fácil distinguir si quiero a una persona porque la necesito y me agrada, o porque de verdad me alegra y procuro su bien por encima de todo lo demás. Por eso es fundamental contar con un Amor mayor que inspire y regule los “amores” entre nosotros, y nos

8 D. DAY, Mi conversión. De Union Square a Roma, (Madrid: Rialp, 2014), 121.

9 Ibid.

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ayude a discernir si vamos en la buena dirección o no (no sea que nuestros afectos, por puros que parezcan, estén contaminados por elementos poco recomendables).

Ese Amor con mayúscula, que es el que nos debe inspirar a todos (sacerdotes, religiosos y laicos), es propio de Dios -“Dios es amor” (1Jn 4,8)-, y lo conocemos gracias a Jesucristo, quien lo hizo visible y palpable entre nosotros en la encarnación. En Él, amor y bien se unen plenamente. Seguirle y tenerle como fuente de inspiración supone cultivar las virtudes que Él practicaba y que nos ayudan a identificar dónde está ese “amor del bueno”. “Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados” (1Jn 5,3). Virtudes como la prudencia, justicia, pacien-cia, templanza, mansedumbre, misericordia, etc. que el Maestro prac-ticó, son manifestaciones de la verdadera caridad más allá de los sen-timientos de complacencia y afecto que puedan despertarnos las per-sonas. El amor es, principalmente, y así lo vemos en el Señor, una decisión donde una persona se compromete a actuar en favor de los demás con el convencimiento de que el bien de cada uno es un bien para todos. Y en esa experiencia de coincidencia de “los bienes” o de “bien común”, se encuentra una inmensa e inexplicable alegría.

Jesucristo, por tanto, es para el cristiano el Fin al que dirigirse -“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso” (Ap 1,8)- al que el creyente tiende y el que le muestra el camino -“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6)-.

Pero actuar como Él no es fácil. Hay que disponerse y entrenarse mucho en la renuncia a uno mismo para ir en su misma dirección y convertirle en nuestro guía por encima de todo lo demás -“El que ama a su hijo o su hija más que a mí, no es digno de mí; el que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”(Mt 10,37-39)-; por eso la ascesis es indispensable en el seguimiento. Hay que dejarse configurar y modelar por el Señor para que sus gestos nos salgan de modo espontáneo, como parte de nuestro ser-en-Cristo.

En el Sermón del Monte (Mt 5-7) el Maestro dejó para sus discí-pulos numerosas pautas de comportamiento que constituyen un autén-

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tico compendio del bien-obrar: cumplir la Ley pero ir más allá de ella -“no he venido a abolir sino a dar plenitud”-; ampliar los mandamien-tos del Decálogo llevándolos al ámbito del corazón y el deseo -“habéis oído que se dijo «no matarás», y el que mate será reo de jui-cio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado”-; apostar decididamente por la reconcilia-ción -“deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte”-; devolver bien por mal -“si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”-; amar a los enemigos -“rezar por los que os persi-guen”-; ser modestos y recatados -“cuando hagas limosna no mandes tocar la trompeta ante ti”-; rezar en lo escondido -“entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre”-; hacer penitencias sin ostentación -“cuando ayunéis no pongáis cara triste”-; no acumular riquezas -“haceos tesoros en el cielo, donde no hay polillas ni carcoma”-; bus-car y servir al verdadero Señor -“no podéis servir a Dios y al dinero”- ponerse en manos del Padre -“¿quién de vosotros a fuerza de agobiar-se podrá añadirse una hora a su vida?”-; evitar los prejuicios -“no juzgar y no seréis juzgados”-; reconocer los propios defectos en lugar de detenerse en los ajenos -sácate primero la viga del ojo”-; poner en práctica la regla de oro -“todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella”-; vivir para los demás -“un árbol sano no puede dar frutos malos”-.

Este modo de actuar no se improvisa. Requiere de mucha fe y de un espíritu decidido. Conviene remangarse cuanto antes y comenzar a “trabajarse” por dentro y por fuera para que, cuando aparezcan mo-mentos decisivos, nos salgan de modo natural las actitudes de Jesu-cristo tanto con las gentes de fuera como dentro del hogar o la comu-nidad.

Pero cuesta. Primero, porque es difícil y supone realizar un es-fuerzo. Y segundo, porque la experiencia de la liberación no es ins-tantánea. Para aceptar la parte ascética de la vida es imprescindible tomar conciencia de que vivimos en la temporalidad y, consecuente-mente, todo lo importante se fragua “a fuego lento”.

Existen cuatro puntos principales donde las prácticas ascéticas nos ayudan de modo particular a ordenar el amor que sentimos hacia los demás. Pero llevan su tiempo; algunas de ellas incluso es necesario mantenerlas durante toda la vida:

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1. Prepararse para acoger la vida

Aunque nuestra cultura esté gobernada por la prisa y el ruido, to-do lo que invirtamos en preparar el corazón para acoger los aconte-cimientos e imprevistos que conforman la existencia será una ganan-cia.

El imperio del Carpe Diem está generando sujetos con un bajo umbral de frustración. Se busca tanto colmar los deseos de forma in-mediata y se esquivan tanto las realidades que causan dolor que, cuando éste es inevitable, provoca en la persona sensaciones de as-fixia y profunda tristeza. La apatía termina convirtiéndose en el tono vital prevalente.

Una buena comprensión de la realidad, por el contrario, que cono-ce las dificultades y asume e integra las mezclas de alegría y dolor, éxitos y fracasos, ilusiones y desilusiones, elige de antemano mirar de frente el “material” del que la vida está hecha. Y desde un conoci-miento profundo y un deseo de experimentar una felicidad duradera, se prepara para acoger lo que está por venir, sea lo que sea. Para vivir con más plenitud; gustando lo que se nos da y manteniendo relacio-nes equilibradas.

Algunos maestros espirituales incluyen entre los ejercicios para practicar de forma sencilla la contemplación de situaciones reales que tarde o temprano la persona se va a encontrar, tales como la muerte, la enfermedad, la marginación laboral, etc. Todo ello acompañado siempre de la mirada de Dios, que es quien otorga a cada cosa su ver-dadero valor y la coloca en su lugar en el conjunto de la realidad. San Ignacio de Loyola, por ejemplo, plantea al ejercitante en el segundo modo de hacer elección que se imagine “como si estuviese en el artí-culo de la muerte, la forma y medida que entonces querría haber teni-do en el modo de la presente elección”, o que mire y considere “cómo me hallaré en el día del juicio y pensar cómo entonces querría haber deliberado de la cosa presente”10. Todo ello con el fin de ajustar los deseos en el conjunto de la realidad.

Este tipo de ejercicios ayudan enormemente a querer mejor a las personas y son especialmente sanadores. Una de las tentaciones más

10 San IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [185-186].

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habituales en el enamoramiento es la idealización del otro. El recuer-do de que la muerte existe o que la enfermedad nos llega a todos en algún momento, nos hace cambiar las expectativas sobre el amado, pues nunca nos podrá colmar en todas nuestras aspiraciones.

Pero el ser humano suele evitar pensar sobre realidades incómo-das, aun sabiendo que es provechoso. Por eso es necesario convencer-se de su necesidad y marcarse el objetivo de hacerlo con una frecuen-cia adecuada.

Otra práctica aconsejable que nos prepara para vivir mejor en la familia es la del ahorro sensato. Durante la vida es lógico que se in-tercalen etapas de abundancia con otras de carestía. La realidad es dinámica y cambiante y nunca sabemos lo que nos puede deparar. Por ello, aun cuando a veces tengamos los bolsillos llenos y podamos vi-vir con holgura, conviene ejercitarse en una moderada austeridad, no solo por solidaridad, sino por realismo existencial. Evitaremos pro-blemas innecesarios.

2. Conocimiento de uno mismo

Todos los ejercicios ascéticos tienen como objetivo detectar los

puntos débiles de la persona para que pueda trabajarlos y ganar así en libertad. Esto requiere espacios físicos de silencio donde el sujeto pueda escuchar los movimientos y emociones que discurren por el in-terior. El ritmo de vida frenético y el ruido permanente impiden escu-char lo que sucede dentro de nosotros, por eso es necesario pararse y rebajar, en la medida de lo posible, las interferencias del exterior. Si esperamos a que la vida cotidiana sea propicia y nos traiga de modo espontáneo estos espacios de soledad, nunca los encontraremos.

Reservar zonas de soledad e intimidad con el Señor y con uno mismo es fundamental si no queremos terminar siendo unos descono-cidos también para nosotros; y ya decía la santa de Ávila que “esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar, porque no hay estado de oración tan subido que mu-chas veces no sea necesario tornar al principio; y en esto de los peca-

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dos y el conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se han de comer”11.

En el matrimonio existe la dificultad de pensar que, como el co-razón de la vocación descansa en la relación entre los dos cónyuges, no resulta tan imprescindible el silencio pues lo importante es querer-se. Pero ese razonamiento es engañoso pues para saber lo que, por un lado, puedo dar al otro, y lo que, por otro, puedo esperar de él, necesi-to saber quién soy, qué tengo y qué deseo. Porque “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene sciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro”12.

Uno de los puntos de mayor conflicto entre los cónyuges es preci-samente la frustración que emerge de una expectativas que no se co-rresponden con la realidad de lo que el otro es y me puede (y debe) dar. Este punto siempre hay que estar dispuesto a revisarlo y trabajar-lo. 3. Dominio de sí

Muchos conflictos cotidianos, y particularmente los que suceden en el hogar, se evitarían o rebajarían su intensidad si las personas se “entrenaran” en el control de sus impulsos y deseos. Una naturalidad mal entendida ha extendido la idea de que toda forma de dominio de uno mismo implica represión y contribuye a generar caracteres áspe-ros y actitudes rígidas; pero no es del todo cierto. Cualquier expresión humana tiene sus riesgos, también la espontaneidad sin mesura, que provoca situaciones comprometidas que son dañinas para los que las padecen.

La capacidad de raciocinio y el control de los instintos es una de las diferencias fundamentales entre el ser humano y los animales. Pe-ro no es suficiente con tener la capacidad si no se aplica. Es necesario

11 Santa TERESA DE JESÚS, Vida, c.13, 15, en Obras completas, (Madrid:

BAC, 1977), 68. 12 San IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [231].

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aprender a sujetar los impulsos y a re-direccionarlos si pretendemos convivir en paz.

La cantidad y complejidad de emociones, estímulos y deseos que experimentamos provocan una lucha interior que hombres y mujeres vivimos con matices distintos. Un dato a tener en cuenta en las rela-ciones conyugales. En las mujeres dicho combate suele producirse entre lo que realmente se quiere y lo que se siente; mientras que en los hombres la confusión se centra más entre lo que piensan y lo que anhelan. Pero sea de un modo, u otro, todos experimentamos la des-gastante contradicción entre cómo nos gustaría actuar y lo que real-mente hacemos. “No entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” escribía el Apóstol (Rm 7,15). Mantener la calma, dar tiempo para mirar las emociones y nombrarlas, dejarse iluminar por el Espíritu del Señor para así poder actuar y decidir en consecuencia es crucial. Un auténtico ejercicio de madurez, prudencia y lucidez espiritual. Implica contención y obser-vación; realizar prácticas de pararse simplemente a mirar alrededor, sin hablar.

4. Renuncia a uno mismo

Si el ascetismo no hace al sujeto más libre y disponible a la volun-

tad de Dios, y solo contribuye a experimentar la satisfacción del con-trol por el control, pierde su valor pues en lugar de hacernos salir de nosotros mismos nos convertiría en personas más narcisistas. Por eso “el amor se alimenta de sacrificios. Cuantas más satisfacciones natu-rales se niega a sí misma el alma, tanto más fuerte y desinteresada se hace su ternura”13.

La renuncia es difícil porque supone frenar un movimiento que se percibe con fuerza, y no se comprende ni compensa si no es por un amor mayor y mejor que quizás no produce agrado de forma inmedia-ta. Cuando Jesús afirma que “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23) no está haciendo una invitación a la destrucción de la persona sino al sometimiento del ego que tanto frena nuestra entrega y que nos con-vierte en principio y fin de nuestras acciones. Este movimiento es tan

13 TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, Ms C., o.c., 274.

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fuerte que los Santos Padres aseguraban que el peor enemigo del ser humano era la filautía, es decir, el exceso de autoestima o egoísmo. El mismo san Ignacio planteaba al ejercitante en la reforma de vida que solo se podía aprovechar de las cosas espirituales “quanto saliere de su proprio amor, querer y interesse”14.

Ahora bien, en la práctica no es fácil de distinguir en qué medida nos mueve el amor propio o el amor al otro, y mucho menos en las re-laciones “a dos”. Porque tampoco se trata de someter sin más nuestra voluntad a los caprichos o deseos del amado por muy nobles que se-an, prescindiendo de nuestro propio bien. ¿Dónde está entonces la clave de la renuncia a uno mismo en el matrimonio?

En primer lugar en el cultivo de la reciprocidad. No soy yo quien debe entregarse al otro sin más, sino los dos quienes lo deben hacer mutuamente. La cuestión está, por tanto, en servir y dejarse servir, cuidar y dejarse cuidar, acariciar y ser acariciado… aunque con una condición: que cada uno lo haga a su modo. No es fácil. Requiere comprensión y renunciar a pretensiones que únicamente satisfacen a uno mismo pero que prescinden del modo de ser del amado.

En segundo lugar, potenciar activamente el deseo hacia el otro poniendo más énfasis en sus virtudes que en los defectos. Fijarnos en su bondad y atractivo; hacer memoria de los momentos buenos, y alegrarnos del bien que realiza con sus dones y capacidades a los de-más (no solo a mí en particular). Convertir sus logros en fuente de mi alegría.

Y en tercer lugar, encontrar el consuelo y el mayor gozo en la gra-tuidad. Si la persona depende del cumplimiento de las expectativas que tenga puestas en los demás, nunca encontrará descanso ni una di-cha verdadera. Gozarse en el hecho de amar sin más conlleva, sin embargo, una gran paz interior.

No obstante, existe un paso más que aún nos puede proporcionar una mayor satisfacción y es la que se experimenta cuando lo que más nos complace no son nuestras capacidades o nuestros logros sino los de Dios. Hacer de su voluntad la nuestra y alegrarnos en su alegría nos llenará de plenitud interior. Por eso “es capital el espacio de me-

14 San IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [189].

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ditación, de conversación con Dios fiel. Estando Él, los esposos ob-tienen la gracia de la fidelidad, comprenden y aceptan la necesidad de la ascesis que genera la libertad verdadera”15.

Las relaciones de amor forman parte del corazón del hogar, pero dentro de un orden en el que cada miembro ocupa un lugar y posee una misión particular aunque Dios sea el fin último para todos. No se acepta con tanta facilidad. Una concepción errónea de la democracia está erosionando las diferencias e instaurando un igualitarismo ramplón que únicamente genera confusión. En la familia, aunque aprendamos continuamente unos de otros, es el matrimonio quien po-see la responsabilidad de la educación. Es tan importante que Santo Tomás equiparaba este ministerio al del presbítero16. Una buena edu-cación no puede prescindir de la ascesis si busca conducir a los hijos hacia Dios, y ayudarles a crecer en el “buen amor”.

II. EDUCACIÓN INTEGRAL “La familia es el ámbito de la socialización primaria, porque es el

primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir. La tarea educa-tiva tiene que despertar el sentimiento del mundo y de la sociedad como hogar, es una educación para saber «habitar», más allá de los límites de la propia casa”17. Esta labor supone una mezcla que com-bina acompañamiento y “saber estar” sin interferir demasiado, dar consejo y conducir con suavidad, poner límites y sancionar; en defini-tiva, realizar un continuo ejercicio de adaptación a las necesidades de cada hijo que obliga a caminar entre la confianza en Dios y la incerti-dumbre humana del “no saber”. Implica la ascesis de la aceptación de los propios límites como padres, de la disponibilidad a reconocer los errores, de la búsqueda de consenso entre los cónyuges, y de la ora-

15 JUAN PABLO II, Homilía en la misa para las familias, Kinshara (3-V-

1980). 16 Santo TOMÁS DE AQUINO, Suma contra gentiles, IV, 58. Cf. JUAN PA-

BLO II, Exhortación Apostólica, Familiaris Consortio, n. 38 (28-XI-1981). 17 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n. 276 (19-

III-2016).

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ción permanente. Nada que ver con el deseo tan extendido de que lo importante es dar a los hijos todo lo que uno no ha tenido; sobre todo en el ámbito económico. “Un pedagogo concienzudo es lo que se ne-cesita para educar al niño y no oro”18.

La educación en el mundo antiguo -tal y como muestran la Didas-calia o las Constituciones apostólicas- es “una educación fundamen-talmente en virtudes que se aprenden con la práctica pero también con la instrucción y la razón (…) incluía la corrección a través de cas-tigos y recompensas, el poner límites y el saber motivar, la vigilancia y la elección cuidadosa de los educadores, el aprendizaje y el respeto a las normas y leyes, el cuidado y la concordia”19.

Los progenitores deben potenciar principalmente varios aspectos: 1. Generar “hábitos saludables”

Dejar a las personas a su libre albedrío sin ningún tipo de control sobre sus pasiones e impulsos es condenarles al infantilismo y, aun-que parezca lo contrario, a la falta de libertad auténtica. “La organi-zación y la disciplina son de las cosas más complicadas de esta vida. Si hubiese una campana que sonara a las seis de la mañana, si nos ajustáramos a un plan diario y estuviésemos obligados a adaptarnos a una disciplina conjunta, nuestra vida sería más eficaz y organizada. Llegaríamos no solo al trabajo programado, sino a mucho más”20; una conclusión de Dorothy Day después de haber explorado hasta el lími-te la falta de criterio para decidir y el dejarse llevar por las apetencias del momento. Los niños llegan al mundo con impulsos que hay que modelar y dirigir; y además, ese mismo mundo les llena de impactos que hay que aprender a interpretar y discernir, forjando un modo de mirar el mundo para forjar a la persona, “porque cual es su pensa-miento en su corazón, tal es él” (Prov 23,7). Estamos sometidos a la ley del crecimiento, como así lo asumió el Señor cuando se encarnó:

18 SAN JUAN CRISÓSTOMO, La educación de los hijos y el matrimonio,

(Madrid: Ciudad Nueva, 1997), 37. 19 Cf. F. J. DE LA TORRE, Jesús de Nazaret y la familia, (Madrid: San Pa-

blo, 2014), 157. 20 D. DAY, Mi conversión, o.c., 100.

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Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52).

Crear hábitos y costumbres sanas es fundamental para forjar per-sonalidades equilibradas con las que resulte agradable convivir. Pero se necesita disciplina y constancia; de ahí su dificultad. Sin embargo, es importante poner empeño en ello, pues, en el fondo, son manifes-taciones de respeto y consideración hacia los demás. Existen tres áre-as en las que poner un empeño particular:

a. La higiene

El cuidado de uno mismo es un hábito que tiene consecuencias

prácticas fácilmente perceptibles. Ducharse, lavarse las manos y los dientes con regularidad, vestir ropa limpia… facilita que los otros estén a gusto con la persona, refleja la consideración del cuerpo como algo positivo que nos ha sido dado y que debemos cuidar, y contribu-ye además a tener buena salud. Es un síntoma de respeto por uno mismo y por los demás. “Quizás muchos se rían de lo que digo como si se tratara de pequeñeces. No son pequeñeces sino cosas importan-tes, y mucho”21. b. El orden

Aunque un principio educativo por excelencia es la adaptación a la situación y los caracteres particulares de cada niño “porque los re-cursos aprendidos o las recetas a veces no funcionan”22, ello no im-plica la renuncia absoluta a algunas claves que pueden reinterpretarse en función de las personas, pero que al mismo tiempo es conveniente que estén presentes de algún modo. El orden es uno de esos princi-pios que habría que animar a cultivar a pesar de que existan perfiles capaces de vivirlo en medio de cierto desorden o caos interior y exte-rior.

En todo caso, no habría que renunciar a exigir unos mínimos, co-mo el sometimiento a un horario para poder tener puntos de encuen-

21 SAN JUAN CRISÓSTOMO, o.c., 38. 22 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica, Amoris Laetitia n. 288.

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tro familiar y cumplir con los requisitos de la escolaridad, o el mante-nimiento de un ritmo constante de estudio que ayude a estructurar la mente. Todo en su justa medida, pues quienes posean inclinaciones perfeccionistas precisarán de ayuda para relativizar el exceso de celo respecto al orden, mientras que a los anárquicos habrá que pedirles que se ajusten a criterios comunes que hagan posible, por el bien de todos, la convivencia.

c. La limpieza

Aunque de forma automática sigamos vinculando la limpieza de

la casa a las tareas propias de la mujer dentro del hogar, se trata de un campo en el que debe ejercitarse cualquier persona pues contiene en-señanzas irrenunciables que poseen una gran repercusión en el con-junto de la vida. De hecho se trata de una de las manifestaciones uni-versales de la hospitalidad, del cuidado de todas las cosas y de la con-tribución de cada uno a la convivencia.

2. El cuidado de los sentidos

“El cuerpo no nos pertenece. Mientras dure tenemos que servirnos

de él como algo que se nos ha confiado y de lo que somos responsa-bles. Si tratamos de este modo lo que pertenece a la carne, podemos esperar liberarnos un día del peso del cuerpo. Si comprendemos las limitaciones a que está sujeta la carne, tenemos que esforzarnos dia-riamente por alcanzar ese ideal con todas nuestras fuerzas”23.

Mantener una relación equilibrada con la corporalidad no resulta sencillo. El ser humano se mueve entre el desprecio y la idolatría de una realidad que nos acompaña toda la vida y que posee un gran valor pues no solo nos permite relacionarnos con el mundo y con los de-más, sino que nos da acceso al conocimiento. Los sentidos son las puertas por las que el entorno entra. Por eso es tan importante cuidar-los y saberlos situar. Pero el culto al cuerpo -seña de identidad de nuestra cultura- no lo pone fácil. Las consecuencias de idolatrarlo y de no poner ningún filtro a los efectos que causan los impactos que

23 M. GANDHI, From Yeravda Mandir, en “La Verdad es Dios”. Escritos

desde mi experiencia de Dios, (Maliaño, Cantabria: Sal Terrae, 2005), 59.

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llegan a los sentidos, trae funestas consecuencias: desgaste y pérdida de la sensibilidad, exposición indiscriminada a cualquier tipo de ex-periencia, y reducción del placer al ámbito de lo sensorial. Usarlos sin criterio y en exceso conduce a la pérdida de su verdadera función.

La oración es un lugar privilegiado para comprobar esta degrada-ción. Quien se retira a un lugar para estar en soledad y silencio lo primero que experimenta es la fatiga, porque el sujeto debe emplear tiempo y esfuerzo en “recoger los sentidos, que como están acostum-brados a andar derramados es harto trabajo. Han menester irse acos-tumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra las horas de oración”24.

Los progenitores deberían redoblar el esfuerzo en educar a los hijos en el gobierno y manejo de los sentidos. Será una buena inver-sión de futuro y les hará mejores personas. Requiere entrenamiento, disciplina, confianza y esfuerzo.

a. Aprender a mirar

El modo preferente tanto de comunicación como de conocimiento

de la realidad en el mundo actual a nivel global es el universo de lo audiovisual. Si algo no “entra por los ojos” es como si no existiera.

Ante este imperio de la imagen los padres no deben dejar de in-tervenir para enseñar a los hijos a conducir la mirada. Porque no es conveniente ver todo lo que se presenta ante nuestros ojos indiscrimi-nadamente. Algunas escenas dañan la vista y, consiguientemente, el corazón. Por tanto, hay que hacer entender a los hijos que hay imáge-nes que es mejor evitar porque excitan y despiertan deseos negativos, otras que nos invitan a un consumo desenfrenado e inalcanzable que nos introducen en una espiral de derroches y excesos, y muchas otras nos ofrecen una información intencionadamente sesgada de la reali-dad.

Sin embargo, habría que incidir en la importancia de detenerse en aquello que fomenta los buenos deseos y sentimientos positivos. Con-templar al Señor y todo aquello que nos recuerde a su estilo es lo más liberador.

24 Santa TERESA DE JESÚS, Vida 11,9.

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b. Aprender a escuchar Con el sentido del oído habría que actuar de una forma semejante

al de la vista. Porque no todo lo que se dice o que suena alrededor de-be ser escuchado. Ni siquiera la música -una de las expresiones artís-ticas que más tocan la sensibilidad- es del todo inofensiva al respecto, pues existen composiciones que provocan agresividad (por su caden-cia y sus letras) y otras, sin embargo que transmiten sensaciones posi-tivas.

Probablemente la capacidad de escucha sea una de las cualidades más difíciles de adquirir. Exige paciencia, interés y convencimiento de que el otro tiene algo que decirme o de lo que puedo aprender. Por ello es importante hacer ejercicios en los que los niños estén callados. Afinar el oído es imprescindible para captar tonalidades que si no, se nos escaparían. Pero en otras ocasiones habría que invitarles a que se retiren pues no todo debe ser escuchado. Aunque pueda parecer una muestra de intolerancia, apagar la televisión es, en ocasiones y según lo que estén proyectando, un auténtica obligación moral. c. Aprender a hablar

Lo más delicado para enseñar a un niño es el lenguaje. Nacemos

sin palabras. Son los otros quienes nos van aportando el vocabulario para podernos comunicar y quienes, a su vez, nos aleccionan en su uso. Existen expresiones malsonantes que deberían estar desterradas de la boca de los niños y otras, por el contrario, que habría que poten-ciar para que las emplearan con asiduidad como todas aquellas que forman parte del campo semántico del agradecimiento, el respeto y la generosidad. Estas últimas habría que alentarlas más. “No seamos mezquinos en el uso de estas palabras, seamos generosos para repetir-las día a día, porque «algunos silencios pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos». En cambio, las palabras adecuadas, dichas en el momento justo, pro-tegen y alimentan el amor día tras día25.

Por el contrario, habría que “establecer inmediatamente una ley: no injuriar a nadie, no hablar mal de nadie, no jurar, ser pacífico. Y si

25 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n. 133.

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ves que transgrede la ley, castígalo, unas veces con una mirada seve-ra, otras [con] palabras mordaces, otras con reproches. Otras veces, sin embargo, halágalo y hazle promesas (…) porque si aprende a re-cibir correctivos continuamente también aprenderá a despreciarlos, y si aprende a despreciarlos se echará todo a perder”26.

d. Aprender a tocar

“Hay una puerta que se extiende por todo el cuerpo, a la que de-

nominamos tacto. Parece cerrada, pero es como si estuviera abierta, dejando pasar así todo al interior. A ésta no le permitamos el contacto ni con vestidos delicados ni con cuerpos. Hagámosla dura. Criamos un atleta, esto es lo que debemos pensar”27

El tacto es un sentido que tenemos bastante abandonado a su suer-te, y sin embargo, es fundamental aprender a usarlo. Con él abraza-mos, acariciamos… o pegamos y despreciamos. Y es el que reclama mayor atención, el que más protesta cuando no experimenta sensa-ciones confortables. Su punto débil es la búsqueda infatigable de la comodidad. Por eso es importante exponerlo a vivir situaciones ar-duas y fatigosas, para evitar que los hijos se conviertan en personas pusilánimes y excesivamente melindrosas.

e. Aprender a comer

“El hombre es un ser hambriento, decía Alenxander Schmemann,

y el alimento que come no es algo material limitado a sus funciones físicas, sino que le es dado por Dios como comunión con Él y para hacer de su vida una comunión con el Señor. (…) Toda la creación depende del alimento pero lo que distingue al hombre de las otras criaturas es precisamente la capacidad de reconocer cuál es el signifi-cado de su hambre”28. No se trata, por tanto, de un tema menor.

26 SAN JUAN CRISÓSTOMO, o.c., 47. 27 Ibid., 67. 28 M. I. RUPNIK, El arte de la vida. Lo cotidiano en la belleza, (Madrid:

Fundación Maior, 2013), 163. Rupnik cita la obra de A. SCHMEMANN, Per la vita del mondo. Il mondo come sacramento, (Roma: Ed. Lipa en colaboración con el Centro Aletti, 2012).

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Enseñar a los hijos a comer es esencial. Un lugar en el que deben aprender a controlar los caprichos, a ser disciplinados, a tomar todo lo que se sirven en el plato, a probar cualquier tipo de alimento, a ser so-lidarios, a cuidar la salud… Es tan importante que algunos maestros espirituales aseguran que la experiencia espiritual comienza por el control del gusto y el alimento. No es gratuito que una de las prácti-cas ascéticas más extendidas sea el ayuno. Porque, aunque no esté de moda, “el ayuno auténtico purifica el cuerpo, la mente y el alma. En la medida en que crucifica la carne, eleva al alma. (…) El ayuno y la oración son un proceso muy poderoso de purificación, y lo que nos purifica nos capacita del mejor modo posible para cumplir nuestro deber y alcanzar nuestra meta. Si a veces parece que el ayuno y la oración no responden, no es porque no haya nada en ellos, sino por-que no se hacen con espíritu correcto”29.

Como todas las instituciones humanas, el ayuno puede ser usado legítima o ilegítimamente pero eso no debe llevarnos a renunciar a él, sino a buscar el modo adecuado de practicarlo y adaptarlo a las per-sonas. Santa Teresa de Jesús, junto a la recomendación del ayuno, hacía indicaciones personales. En una carta dirigida al padre Jeróni-mo Gracián intercede para que algunas de sus monjas rebajen la in-tensidad de las prácticas ascéticas: “De la San Jerónimo será menester hacerla comer carne algunos días y quitarla de la oración y mandarla vuestra paternidad que no trate sino con él u que me escriva, que tiene flaca la imaginación (…) De Beatriz me parece lo mismo, (…) ha menester ayunar poco”30. Porque lo importante no son las privaciones en sí, sino que ayuden al fin y hagan crecer en nosotros el amor. f. Aprender a pensar

“La educación es mucho más que un mero asunto consistente en

impartir conocimiento y la destreza gracias a los cuales se pueden conseguir objetivos más bien elementales. Además de esto, es tam-bién el acto de abrir los ojos al niño a las necesidades y los deseos de los demás. Hemos de enseñar a los niños que sus actos tienen una di-mensión universal. Y de algún modo hemos de encontrar una manera

29 M. GANDHI, Young India, o.c., 77. 30 SANTA TERESA DE JESÚS, Carta 134.

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de formar sus naturales sentimientos de empatía, para que lleguen a tener el sentido de la responsabilidad hacia los demás, ya que es pre-cisamente esto lo que nos incita a pasar a la acción. Cierto es que, si tuviésemos que elegir entre el conocimiento y la virtud, esta es sin lugar a dudas mucho más valiosa. La persona cuyo buen corazón es fruto de la virtud es en sí misma un gran beneficio para la humanidad. El conocimiento por sí solo no lo es de manera comparable”31.

Un paso importante para enseñar a utilizar la mente en beneficio propio y de los demás es haciéndoles ver a los hijos que “hay dos cla-ses de pensamientos: unos que elevan, otros que envilecen. Debería-mos tenerlo siempre presente y aprender a distinguir unos de otros”32 puesto que, cuando aprendamos a reconocerlos, desecharemos unos y potenciaremos los otros y así conseguiremos ser mejores para los de-más.

3. El cultivo de la inteligencia espiritual

“El ser humano goza de un sentido espiritual que padece unas ne-

cesidades de orden espiritual que no puede desarrollar ni satisfacer de otro modo que cultivando y desarrollando su inteligencia espiritual. Estas necesidades son comunes a todos los seres humanos. Resulta esencial identificarlas y expresarlas, así como hallar inteligentemente formas para darles respuesta, pues en ello está en juego la misma feli-cidad y el bienestar integral. Partimos del supuesto de que el olvido de esta dimensión conduce a un grave empobrecimiento”33.

“El término «inteligencia espiritual» fue acuñado por estos dos investigadores: Dahar Zohar (profesora de la universidad de Oxford) e Ian Marshall (psiquiatra de la universidad de Londres). (…) Según sus investigaciones, las personas que cultivan esa forma de inteligen-cia, la última que ha sido explorada hasta el presente, son más abier-tas a la diversidad, tienen una gran tendencia a preguntarse el porqué

31 DALAI LAMA, Escritos Esenciales (Introducción y edición de T. Forst-

hoefel), (Maliaño, Cantabria: Sal Terrae, 2009), 184. 32 M. GANDHI, Quien sigue el camino de la verdad no tropieza. Palabras

a un amigo, (Maliaño, Cantabria: Sal Terrae, 2001), 29. 33 F. TORRALBA, Inteligencia espiritual, (Barcelona: Plataforma editorial,

2010), 17.

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y el para qué de las cosas, buscan respuestas fundamentales, y además, son capaces de afrontar con valor las adversidades de la vi-da”34.

Precisamente porque entendemos el ser humano como un ser que está compuesto por diversas dimensiones es fundamental atenderlas todas para que se desarrolle de manera armónica e integral. Para no descuidar la inteligencia espiritual -que va más allá de creencias par-ticulares- los progenitores deberían hacer que los hijos cultivaran al-gunas áreas vitales para su crecimiento total:

a. Paciencia y perseverancia

Lo propio del niño es la impaciencia; lo característico de la madu-

rez, la capacidad de saber esperar. “La paciencia, que consiste en el aguante continuado de las dificultades, protege del cansancio hasta el desfallecimiento que pueden producir los grandes proyectos”35. Se trata de una de las cualidades más importantes para afrontar la vida con espíritu de superación y con confianza. Pero el educador debe armarse a su vez de paciencia para que los niños la vayan asumiendo. “Si le has dicho algo a alguien miles de veces y él no ha hecho ni ca-so, tienes que repetírselo una y mil veces más”36. Y en esto no hay tregua. Para lograr una buena convivencia la paciencia es requisito indispensable. San Pablo lo tenía claro cuando la colocó en primer lugar en el himno a la caridad: “El amor es paciente, es servicial…” (1Co 13,4). Un auténtico ejercicio de ascesis.

b. Oración, silencio y meditación

La soledad nos sienta mal. Por eso tratamos de eludirla. Y sin em-

bargo, es imposible crecer sin aprender a convivir con ella. Quizás la evitamos tanto porque tardamos en comprender que nunca estamos solos del todo; que hay una presencia invisible pero cierta y real que está siempre con cada uno de nosotros. Por eso, Dorothy Day afirma-ba en los comienzos de su conversión, cuando apenas sabía nada de la fe, que “los atisbos de Dios se producían siempre cuando estaba sola.

34 Ibid., 46-47. 35 San TOMAS DE AQUINO, Suma de Teología II, II, 128. 36 M. GANDHI, Quien sigue el camino de la verdad no tropieza, o.c., 109.

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Quienes me critican no pueden decir que lo que me hizo volverme a Él fue el temor a la soledad y al sufrimiento. Lo encontré precisamen-te durante esos pocos años en que estuve sola y fui más feliz”37.

Las oraciones de la infancia proporcionan los cimientos para que las personas puedan manejarse en el silencio y estar abiertas al Miste-rio. La vida cotidiana siempre está amenazada por la pereza y las ur-gencias de lo inmediato que nos hacen perder el ritmo y abandonarlas muchas veces. Pero merece la pena no desanimarse y retomarlas las veces que haga falta. La ganancia, a largo plazo, es grande. Y no de-beríamos privarles a nuestros hijos de ella.

c. No violencia

En un mundo lleno de guerras no se puede obviar la educación pa-

ra la paz. Cuanto más enraizada esté desde la niñez la no violencia y el espíritu de reconciliación más garantías tendremos de construir so-ciedades pacíficas. Se trata de un reto complicado. Los impulsos de dominio y destrucción aparecen pronto y no se dejan reducir fácil-mente. Sin embargo, “la mansedumbre es lo que hace al ser humano dueño de sí mismo”38.

La no violencia exige mucha concentración porque afecta a todos los órdenes de la vida y a todos los órganos de la persona. Cada sen-tido corporal y espiritual está sometido a la tentación del orgullo y la posesión que desemboca en agresividad. Ejercitarse en la no violencia es como “mantenerse en equilibrio en el filo de una espada. Gracias a la concentración, el acróbata puede caminar sobre la cuerda floja. (…) La menor falta de atención nos hace caer por tierra. Solo pode-mos tener experiencia de la Verdad y la no violencia si nos esforza-mos incesantemente”39.

d. Ocio y placer

Los creyentes no siempre hemos sabido transmitir que el ocio y el

placer son realidades valiosas para la fe. Hemos puesto tanto énfasis

37 D. DAY, Mi conversión, op.cit., . 24. 38 Santo TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología II, II 157,4. 39 M. GANDHI, From Yeravda Mandir, op.cit., 59.

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en la contención para frenar excesos que, sin darnos cuenta, hemos perjudicado la dimensión lúdica de la existencia. Es importante que en nuestra vida se den expresiones de alegría explosiva, sensaciones vibrantes y descanso de las preocupaciones. Dios descansó en el séptimo día de la Creación y se recreó en su obra. El ocio nos sitúa en la órbita de la gratuidad.

Pero no toda forma de diversión es buena. También la educación y la ascesis deben estar presentes en este ámbito. El exceso de alegría es bienvenido siempre que esté impulsado por un exceso de amor. Por eso a veces hay que forzar algunas experiencias que vayan generando el gusto por fórmulas sanas. El divertimento está sujeto al aprendiza-je, y la risa, puesto que es contagiosa, también. Si los hijos ven que los padres disfrutan con determinado tipo de espectáculos o celebra-ciones que transmiten buen ambiente, ellos gozarán también.

e. “Mens sana in corpore sano”

Quien reduzca la vida espiritual al mundo interior no conoce al ser

humano. Todo lo que constituye nuestra existencia nos habla de Dios, y lo que sucede en las capas más superficiales de la piel influye en lo más profundo, y viceversa. Somos un solo ser. Por eso el ejercicio físico encierra lecciones interesantes para la vida.

La pena es, sin embargo que la preocupación por el embelleci-miento del cuerpo está desplazando el interés por buscar su capacidad para enseñarnos a afrontar las dificultades y para escuchar lo que el Señor nos transmite a través de la corporalidad. San Ignacio incluía en los Ejercicios Espirituales, movimientos y posturas corporales para propiciar el encuentro con Dios40, de tal modo que el que da los Ejer-cicios, debe demandar al ejercitante que los realice para que no pierda una parte importante de la experiencia. Evidentemente todo ello re-quiere constancia y atención.

Con las posturas corporales comunicamos mucho lo que sentimos y lo que queremos.

40 San IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [76].

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III. UN ESTILO DE VIDA

La educación en virtudes no debería tener como objetivo principal la perfección moral de una persona en particular sino el bien del que nos beneficiamos todos. Por eso lo importante es que todas nuestras acciones estén alentadas por el amor de unos para con los otros. “Es buena la familia en la que el amor recíproco palpita como una llama en el ejercicio de toda virtud”41.

La importancia de que cada uno se ejercite a título personal en lo suyo es porque ello redunda en el bien de todos y favorece una buena convivencia. Cuando cada miembro de una familia pone sus dones al servicio de los demás se genera un cuerpo sano, un estilo común que atrae. En este sentido la familia cristiana está llamada a propiciar un modo de vida alternativo que supere el individualismo asfixiante en el que nos movemos en la actualidad. Sin este paso que nos libere de nuestro “yo” es inviable desarrollar algo común, un “nosotros”, que haga posible un cambio importante en la sociedad42.

Algunos aspectos que habría que cuidar entre todos para crear ese estilo distintivo de los cristianos (sea en las familias o en la comuni-dad) serían los siguientes:

1. Austeridad y consumo

“Nadie puede negar los beneficios materiales de la vida moderna,

pero todavía tenemos que hacer frente al sufrimiento, al miedo y a la tensión, y quizás más que nunca”43. Pero no solo al propio dolor y a los propios miedos, sino al de los otros. Por eso, “solo hay una falta de dignidad: el poseer muchas cosas y es realmente una gran falta de dignidad”44. Poner nuestro empeño en ganar cuanto más mejor y en comprar sin criterio, solo para estar a la moda o por comodidad, es un insulto y una humillación para quienes no tienen lo suficiente. “Hay

41 JUAN XXIII, Orar. Su pensamiento espiritual, (Barcelona: Planeta,

2000), 147. 42 Cf. PAPA FRANCISCO, Encíclica Laudato Si, n. 208 (24-V-2015). 43 DALAI LAMA, Escritos Esenciales, o.c., 171. 44 SAN JUAN CRISÓSTOMO, o.c., 35.

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cosas necesarias sin las cuales no es posible vivir, como el producto de la tierra, que es cosa necesaria y si esta no trae fruto no es posible vivir. Los vestidos que nos cubren, el techo y las paredes así como los zapatos, estas cosas son necesarias, sin embargo, todas las demás son superfluas”45. De ellas deberíamos prescindir al máximo. Esa debería ser nuestra tendencia.

“En el hogar se pueden replantear los hábitos de consumo para cuidar juntos la casa común: La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto primario que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad”46.

Desde que nuestros hijos son pequeños deberíamos incorporar hábitos de consumo justo y moderado, así como de cuidado de las co-sas y de la tierra.

2. Convivencia: armonía en el conflicto

“Si no hay paz, unidad y concordia en las familias, ¿cómo podrá

haberlas en la sociedad civil? Esta organizada y armónica unión que siempre debe reinar entre los muros de la familia, nace del vínculo indisoluble y de la santidad propia del matrimonio cristiano, y coope-ra en gran parte el orden al progreso y al bienestar de la sociedad ci-vil”47.

Para conseguir esa atmósfera de armonía existe un requisito indis-pensable que debe “centralizar” la convivencia: el diálogo continuo (primero dentro del matrimonio, y después favorecerlo con los hijos y entre los hermanos). Para ello es necesario “darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber es-cuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un si-lencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente:

45 Ibid., 33. 46 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n. 277 (19-

III-2016). 47 Juan XXIII, o.c., 150.

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despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y ur-gencias, hacer espacio”48.

Un diálogo profundo que realmente implique una transformación interior y suponga un avance en las relaciones se alimenta continua-mente de tres palabras que en la familia deberían estar “a la orden del día”: “permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Cuando en una familia no se es entrometido y se pide “permiso”, cuando en una fa-milia no se es egoísta y se aprende a decir “gracias”, y cuando en una familia uno se da cuenta de que hizo algo malo y sabe pedir “perdón”, en esa familia hay paz y hay alegría49.

3. Vivir en y con la tierra

Ya no se puede vivir de espaldas a la tierra. Menos aún la familia.

Ella es “el sujeto protagonista de una ecología integral”50. “Hasta ahora la Madre Tierra ha sido capaz de tolerar nuestros de-

fectuosos hábitos domésticos. En cambio, ahora hemos llegado a una etapa en que la Madre Tierra ya no puede aceptar nuestro comporta-miento en silencio. Los problemas debidos a la degradación del me-dio ambiente bien podrían considerarse como su respuesta ante nues-tra conducta irresponsable. Así nos advierte de que también su tole-rancia tiene un límite”51.

El cuidado de la casa común no debe formar parte de una educa-ción para el futuro, es decir, para nuestros hijos, sino que debemos es-tar implicados todos. Porque la ecología no está llamada a ser un apartado más junto a otros proyectos, sino un eje conductor que atra-viese nuestro modo de vivir. Por eso “es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravi-lloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un es-tilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material

48 Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n. 137 (19-III-2016).

49 Ibid., n. 133. 50 Ibid., n. 277. 51 DALAI LAMA, o.c., 185.

ASCESIS EN LA FAMILIA: EN BUSCA DEL BIEN COMÚN

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017), 539-567 ISSN: 0034 - 8147

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plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuida-do a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las lu-ces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna creativi-dad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivacio-nes, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.

No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo”52.

Todo ello requiere no solo un cambio de hábitos y de mentalidad, sino de paradigma. Dar la vuelta a muchos esquemas e ideas precon-cebidas. Resulta costoso y exige de nosotros constancia y aplicar la ascesis a nuevos lugares. Pero es urgente y necesario. Nos va en ello la vida.

52 Papa FRANCISCO, Encíclica Laudato Si, n. 211-212.