Arturo Guerrero-Una Rosa Violenta

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Tomado de: ELESPECTADOR.COM-CULTURA 2 MAYO 2015 - 9:45 PM, http://www.elespectador.com/noticias/cultura/una-rosa- violenta-i-articulo-558168 Una rosa violenta (I) La guerra de Colombia tiene fuente antigua, que no se toca con las manos. La cultura de la violencia es intoxicación que navega en la sangre ciudadana. El Espectador presenta la primera parte de este ensayo. Por: Arturo Guerrero “Se oyen gritos: ‘el pueblo unido jamás será vencido’. En la batalla decisiva de la Guerra de los Mil Días, conservadores y liberales, unidos, fueron vencidos”. Cortesía y Archivo El Espectador Los ojos negros de las calaveras. Ojos no, cuencas, pozos de vacío. También las narices son cavidad. Miran, claro que miran, otean. Allá adentro se vislumbra el siglo XIX, el pretérito categórico. Y se proyectan hacia el XX, sin aportar ningún remedio. * * * Fueron puestas una al lado de otra, una encima de otra. Severamente orientadas hacia el frente para castigar la pupila viva de los espectadores. ¿Cómo las pegaron? Alguien aportó cemento, aferró los cráneos pensando en la eternidad. El pedestal está fundado con huesos largos y esdrújulos, fémures, húmeros, cúbitos. A manera de leños de hoguera, para evocar el infierno. Esta base es ancha, hacia arriba las calaveras forman filas cada vez más angostas hasta completar geometría de pirámide. La aglomeración funesta está cubierta por techo de paja, sombreada por palmeras altas, enmarcada entre cruces de madera desnuda. Un monigote, especie de santo de palo quemado, hace las veces de custodio. No hay nada que custodiar. Una tabla rectangular emborrona un aviso, a medias legible: “Año de 1901. En recuerdo de...”. Arriba, entrecruzados en equis sobre una vara, un par de mazos o hachuelas. Como la hoz y el martillo de los futuros comunistas. La fecha indica que esos cráneos tuvieron carne y bríos hasta más o menos año y medio antes. La batalla duró quince días y noches, entre el 11 y el 25 de mayo de 1900. Los muertos fueron cubiertos de tierra santandereana en fosas comunes, sin discriminar el bando en que combatían. De esas tumbas sin nombres debieron de ser exhumados y limpiados entre náuseas. Mezcolanza de despojos irregulares, troncos cercenados, brazos, piernas amputados a machete. La decapitación en el combate facilitó el rescate de calaveras sin quijadas. Un aviso mayor corona la pila, “Osario de Palonegro”. No es osario. Esta palabra es solemne, igual que cenizario, sitio de iglesias y camposantos donde se guardan restos viejos. Valdría más llamarla túmulo de ruinas humanas para disciplinar dos siglos. Es única en su especie en toda Colombia. La imagen se conserva gracias a fotografía tomada por Amalia Ramírez de Ordóñez, señora con dos apellidos del gran Santander. Ramírez, como Ramírez Villamizar. Ordóñez, como el procurador Alejandro, conocido por otros cúmulos y otras piras. Diversos documentos difieren sobre el tiempo en que duró erigida la pirámide, que diez años, que cincuenta. Sea lo que sea, muchos ojos alcanzaron a contemplarla sobre la loma de los muertos, donde más tarde se construyeron las pistas del aeropuerto de Bucaramanga. Ojos que recibieron su pedagogía. Al cabo, gentes pías deshicieron el montón y llevaron en procesión huesos y cuencas expresivas hasta el cementerio católico bumangués. Hoy duermen allí, trastornados y promiscuos, cuatro mil trescientos NN. Alguna vez fueron conservadores y liberales. Así igualmente lucharon. Dieciocho mil soldados del gobierno conservador, grupos de fusileros, cañoneros, campesinos. Ocho mil combatientes liberales, cuadrillas de macheteros, muchachos escapados de la escuela, coroneles de veinte años, campesinos. Se despedazaron cuerpo a cuerpo en la más fiera de las batallas libradas en Colombia. Armas blancas, vísceras expuestas, mutilaciones, humo de pólvora, hedor de sangre, hartazgo de aves carroñeras. “Continuo desfilar de espectros, asediados por insomnio, fiebres y desilusión”, narra el historiador Henrique Arboleda Cortés. El general Próspero Pinzón, comandante conservador y devoto católico boyacense, recibió la sagrada comunión cada mañana en el campo devastado. Implantó en sus tropas la idea de guerra santa. Luego de su victoria hizo celebrar un tedeum en Bucaramanga. Esa idea instalada en los cerebros combatientes, esa ira infiltrada en la corriente circulatoria de los hombres, era la savia de un vegetal cultural. Era un torcimiento psíquico hacia la sevicia, iniciado mucho antes. Era la resiembra de la cultura de la violencia en este país. Soldados y macheteros cumplieron amablemente. La consigna era vencer o morir. Se mataron con aspaviento maquinal, propulsados por ira gregaria. Al final de cada día se encendían en fuego los cadáveres, amasijo de miembros y troncos destrozados. Ocho mil muertos, de los cuales cinco mil liberales. Los caudillos de estos, Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, lograron escabullirse entre montañas con los andrajos de sus huestes y manifiestos de partido. Catorce años más tarde, Uribe Uribe caería abatido a golpes de hachuela, similar a las dos clavadas sobre la pirámide de

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Texto de sociología sobre el contexto que vive Colombia hoy.Un estudio importante para comprender el actual proceso de paz y la realidad política que vive el país.

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  • Tomado de: ELESPECTADOR.COM-CULTURA 2 MAYO

    2015 - 9:45 PM,

    http://www.elespectador.com/noticias/cultura/una-rosa-

    violenta-i-articulo-558168

    Una rosa violenta (I)

    La guerra de Colombia tiene fuente antigua, que no se toca

    con las manos. La cultura de la violencia es intoxicacin

    que navega en la sangre ciudadana. El Espectador presenta

    la primera parte de este ensayo.

    Por: Arturo Guerrero

    Se oyen gritos: el pueblo unido jams ser vencido. En la batalla decisiva de la Guerra de los Mil Das, conservadores y liberales, unidos, fueron vencidos. Cortesa y Archivo El Espectador

    Los ojos negros de las calaveras. Ojos no, cuencas, pozos

    de vaco. Tambin las narices son cavidad. Miran, claro que miran, otean. All adentro se vislumbra el siglo XIX, el

    pretrito categrico. Y se proyectan hacia el XX, sin aportar

    ningn remedio.

    * * *

    Fueron puestas una al lado de otra, una encima de otra.

    Severamente orientadas hacia el frente para castigar la pupila viva de los espectadores. Cmo las pegaron?

    Alguien aport cemento, aferr los crneos pensando en la

    eternidad.

    El pedestal est fundado con huesos largos y esdrjulos, fmures, hmeros, cbitos. A manera de leos de hoguera,

    para evocar el infierno. Esta base es ancha, hacia arriba las

    calaveras forman filas cada vez ms angostas hasta completar geometra de pirmide.

    La aglomeracin funesta est cubierta por techo de paja,

    sombreada por palmeras altas, enmarcada entre cruces de madera desnuda. Un monigote, especie de santo de palo

    quemado, hace las veces de custodio. No hay nada que

    custodiar.

    Una tabla rectangular emborrona un aviso, a medias legible: Ao de 1901. En recuerdo de.... Arriba, entrecruzados en equis sobre una vara, un par de mazos o hachuelas. Como

    la hoz y el martillo de los futuros comunistas.

    La fecha indica que esos crneos tuvieron carne y bros

    hasta ms o menos ao y medio antes. La batalla dur

    quince das y noches, entre el 11 y el 25 de mayo de 1900.

    Los muertos fueron cubiertos de tierra santandereana en fosas comunes, sin discriminar el bando en que combatan.

    De esas tumbas sin nombres debieron de ser exhumados y

    limpiados entre nuseas. Mezcolanza de despojos irregulares, troncos cercenados, brazos, piernas amputados

    a machete. La decapitacin en el combate facilit el rescate

    de calaveras sin quijadas.

    Un aviso mayor corona la pila, Osario de Palonegro.

    No es osario. Esta palabra es solemne, igual que cenizario,

    sitio de iglesias y camposantos donde se guardan restos

    viejos. Valdra ms llamarla tmulo de ruinas humanas para disciplinar dos siglos. Es nica en su especie en toda

    Colombia.

    La imagen se conserva gracias a fotografa tomada por Amalia Ramrez de Ordez, seora con dos apellidos del

    gran Santander. Ramrez, como Ramrez Villamizar.

    Ordez, como el procurador Alejandro, conocido por otros cmulos y otras piras.

    Diversos documentos difieren sobre el tiempo en que dur

    erigida la pirmide, que diez aos, que cincuenta. Sea lo que

    sea, muchos ojos alcanzaron a contemplarla sobre la loma de los muertos, donde ms tarde se construyeron las pistas

    del aeropuerto de Bucaramanga. Ojos que recibieron su

    pedagoga.

    Al cabo, gentes pas deshicieron el montn y llevaron en

    procesin huesos y cuencas expresivas hasta el cementerio

    catlico bumangus. Hoy duermen all, trastornados y promiscuos, cuatro mil trescientos NN. Alguna vez fueron

    conservadores y liberales.

    As igualmente lucharon. Dieciocho mil soldados del

    gobierno conservador, grupos de fusileros, caoneros, campesinos. Ocho mil combatientes liberales, cuadrillas de

    macheteros, muchachos escapados de la escuela, coroneles

    de veinte aos, campesinos. Se despedazaron cuerpo a cuerpo en la ms fiera de las batallas libradas en Colombia.

    Armas blancas, vsceras expuestas, mutilaciones, humo de

    plvora, hedor de sangre, hartazgo de aves carroeras.

    Continuo desfilar de espectros, asediados por insomnio, fiebres y desilusin, narra el historiador Henrique Arboleda Corts.

    El general Prspero Pinzn, comandante conservador y devoto catlico boyacense, recibi la sagrada comunin

    cada maana en el campo devastado. Implant en sus tropas

    la idea de guerra santa. Luego de su victoria hizo celebrar un tedeum en Bucaramanga.

    Esa idea instalada en los cerebros combatientes, esa ira

    infiltrada en la corriente circulatoria de los hombres, era la

    savia de un vegetal cultural. Era un torcimiento psquico hacia la sevicia, iniciado mucho antes. Era la resiembra de

    la cultura de la violencia en este pas.

    Soldados y macheteros cumplieron amablemente. La consigna era vencer o morir. Se mataron con aspaviento

    maquinal, propulsados por ira gregaria. Al final de cada da

    se encendan en fuego los cadveres, amasijo de miembros

    y troncos destrozados.

    Ocho mil muertos, de los cuales cinco mil liberales. Los

    caudillos de estos, Rafael Uribe Uribe y Benjamn Herrera,

    lograron escabullirse entre montaas con los andrajos de sus huestes y manifiestos de partido.

    Catorce aos ms tarde, Uribe Uribe caera abatido a golpes

    de hachuela, similar a las dos clavadas sobre la pirmide de

  • huesos. Apstol, paladn y mrtir, se lee hoy en el monumento a su memoria desgonzada, en el Parque

    Nacional de Bogot.

    De esta esfinge parten un siglo despus las manifestaciones

    de protesta hacia la Plaza de Bolvar. Se oyen gritos: el pueblo unido jams ser vencido. En la batalla decisiva de la Guerra de los Mil Das, conservadores y liberales, unidos,

    fueron vencidos.

    Palonegro no puso punto final a esta guerra que dur de octubre de 1899 a noviembre de 1902. Fue batalla decisiva

    pues fue la ltima con combates de posiciones. Los

    liberales, en adelante, se convirtieron en guerrillas mviles.

    Como las de Guadalupe Salcedo, a mediados del XX, en el llano. Cantante y coplero, conoci en Puerto Lpez a un

    muchacho liberal de izquierda, compositor de joropos.

    Guadalupe y Gil Arialdo Rey contrapuntearon un rato, al cabo del cual ste se convirti en auxiliar de la guerrilla de

    aqul.

    Camuflaba municiones de fusil en panes que enviaba a Guadalupe al Casanare, para que combatiera a los

    conservadores. Cay preso, lo iban a matar por chusmero y

    bandolero. De esa memoria, que es la misma memoria de

    Palonegro, escribi su xito El negrito Jos Mara:

    Ay caramba

    por esta sabana abajo

    ay caramba

    donde llaman la Viga

    Ay caramba

    me encontr con un negrito

    me encontr con un negrito

    llamado Jos Mara

    Ay caramba

    convid a jugar espadas

    ay caramba

    le dije que no saba

    Ay caramba

    me dijo que me enseaba

    me dijo que me enseaba

    le dije que aprendera

    Ay caramba

    duramos jugando espadas

    ay caramba

    siete semanas y un da

    Ay caramba

    los paticos navegaban

    los paticos navegaban

    en la sangre que corra

    Ay caramba

    las espadas se amellaron

    ay caramba

    de los huesos que rompan

    Ay caramba

    los chulitos se ahitaron

    los chulitos se ahitaron

    de la carne que coman

    Ay caramba

    si no corro tan ligero

    ay caramba

    me mata Jos Mara

    Ay caramba

    l corri pa La Poyata

    l corri pa La Poyata

    yo pa Barranca de Upa.

    La matanza de Colombia se mide por miles, miles de das. Detallar mil es referirse a incontables jornadas. Como

    cuando se dice mil gracias, queriendo significar muchas

    gracias. Todos los das suficientes para marcar con plvora el cierre del XIX y la alborada del XX. Todas las momias

    necesarias para elevar el tringulo que clama.

    La Guerra de los Mil Das fue la ltima de ocho guerras

    civiles nacionales y catorce regionales, peleadas en los aos mil novecientos. Con matemtica certera, Garca Mrquez

    puso a combatir al coronel Aureliano Buenda en el triple

    de ellas:

    Promovi treinta y dos levantamientos armados y los perdi todos. Escap a catorce atentados, a setenta y tres

    emboscadas y a un pelotn de fusilamiento. Sobrevivi a una carga de estricnina en el caf que habra bastado para

    matar a un caballo. Lleg a ser comandante general de las

    fuerzas revolucionarias, con jurisdiccin de una frontera a

    la otra, y el hombre ms temido por el gobierno.

    Las beligerancias comenzaron en 1812 con enfrentamientos

    de tres aos, nombrados como Patria Boba. Centralistas y

  • federalistas quemaban cartuchos sin reparar en que tenan

    un enemigo comn espaol. Antes de vencerlo, la ambicin

    quera repartir el botn.

    Luego de la independencia de 1819, cada caudillo se

    autoproclamaba comandante supremo de su propio ejrcito.

    Terratenientes conservadores se alzaban contra reformistas liberales que liberaron esclavos, expulsaron jesuitas y

    suprimieron pena de muerte.

    Glgotas o draconianos, dos ramas liberales que se disputaban quines eran ms radicales, se aliaban en

    ocasiones con conservadores constitucionalistas. Liberales

    federalistas protagonizaron en 1862 la nica guerra ganada

    por insurrectos, que dio pie a la Constitucin del 63, de Rionegro.

    Ya en el Gobierno, los radicales declararon la educacin

    laica o anticatlica. Para detenerla, cmo no, otra guerra civil abri puertas a la Regeneracin del conservador Rafael

    Nez. Una ms, ganada por Nez, llev a la reforma

    constitucional que promulg la Carta del 86. De ciento cinco aos, toda una vida, fue su vigencia.

    Escaramuza ms, escaramuza menos, se llega a nuestra

    Guerra de los Mil Das. A su didctica de pirmide con

    cabezas rebanadas, insignia que habra que agregar al escudo nacional. Nos hermana con el alma del pas, da

    explicacin de nuestra sangre caliente. Es espejo donde

    todo colombiano encuentra identidad.

    Incluso antes de la batalla de Boyac, los caudillos de

    partidos nios, partidos polticos de leche, vean en la

    guerra el medio para conquistar y mantener el poder. No

    haba contradictores ideolgicos, haba rprobos. En lugar de contender con adversarios, se enfrentaban a enemigos.

    Dos frases de Bolvar, transcritas por Gabo entre comillas

    en El general en su laberinto, parecen catedrales: cada colombiano es un pas enemigo y todas las ideas que se les ocurren a los colombianos son para dividir.

    Un sustantivo ilustra la condicin de los dirigentes de partidos del XIX al debatir sus diferencias polticas,

    ideolgicas o religiosas: intemperancia. Estos son sus

    sinnimos: insolencia, desenfreno, abuso.

    En su relatora a la Comisin Histrica del Conflicto y sus Vctimas, cuerpo que cumpli con 800 pginas en febrero

    de 2015, Eduardo Pizarro concluye que los dos partidos

    histricos seran ms bien dos subculturas polticas enfrentadas, dos culturas sectarias. Y anota una tendencia al uso simultneo de las armas y las urnas.

    Esta asimilacin de poltica y armas es el revoltijo que el

    lenguaje seco de los analistas llama combinacin de todas las formas de lucha. Azules y rojos, centralistas y federalistas, conservadores y liberales, practicaron esta

    promiscuidad de la forma legal o electoral y la forma guerrera. Al mismo tiempo empuaban en un brazo la

    Constitucin y en la otra el machete. Todo en procura del

    poder.

    Partido es bandera, faccin, grupo, incluso de compaeros

    de juego, ftbol, tenis. En el partido se comparte y departe.

    Secta es cosa diferente. La palabreja viene del verbo latino seco, que indica cortar, mutilar, trinchar, desgarrar, lacerar.

    Los paticos navegaban en la sangre que corra... Las espadas se amellaron de los huesos que rompan!.

    Los sectarios son seguidores de la misma doctrina; si se

    trata de religin son herejes, se apartan de la comunin

    principal. Son intolerantes, fanticos, intransigentes. Aqu hemos tenido sectas, no partidos. Pases enemigos en el

    seno del nico pas que nos fue dado.

    Estas sectas son subculturas, no dan para culturas pues

    mantienen un reducido campo de mira intelectual y sensitivo. Su contenido cerebral es el dogma, religioso o

    ideolgico. Sus obsesiones son compartimentos estancos,

    se miran el ombligo, ladran a quien las interpele. Si no corro tan ligero, me mata Jos Mara!.

    Apolinar Moscote, politiquero corrupto y suegro del

    coronel Aureliano Buenda, le daba a ste lecciones esquemticas sobre las diferencias entre liberales y

    conservadores:

    Los liberales, le deca, eran matones; gente de mala ndole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos

    naturales que a los legtimos, y de despedazar al pas en un

    sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema.

    Los conservadores, en cambio, que haban recibido el poder

    directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del

    orden pblico y la moral familiar; eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban

    dispuestos a permitir que el pas fuera descuartizado en

    entidades autnomas.

    Tras esta ctedra afilada, Gabo contina su escritura desde

    la mente de Aureliano quien no entenda cmo se llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podan tocarse con las manos. Tras ser testigo de fraude electoral por cambio de papeletas en las urnas, ste zanja as su

    bandera personal: si hay que ser algo, sera liberal, porque los conservadores son unos tramposos.

    Tiempo despus, salvado del fusilamiento gracias a

    repentina metamorfosis de su verdugo, capitn Roque

    Carnicero, el ya coronel Buenda aclar sus pensamientos al punto de poder examinarlos al derecho y al revs. Una noche tuvo el siguiente dilogo con su lugarteniente,

    coronel Gerineldo Mrquez:

    Dime una cosa, compadre, por qu ests peleando?

    Por qu ha de ser, compadre contest el coronel Gerineldo Mrquez: por el gran partido liberal.

    Dichoso t que lo sabes contest l. Yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.

    Eso es malo dijo el coronel Gerineldo Mrquez.

  • Al coronel Aureliano Buenda le divirti su alarma.

    Naturalmente, dijo. Pero en todo caso, es mejor eso, que no saber por qu se pelea. Lo mir a los ojos y agreg sonriendo:

    O que pelear como t por algo que no significa nada para nadie.

    Por qu peleamos de continuo? Por qu navega plvora

    en el fragor arterial de este pueblo, dispuesto a vencer o

    morir? Qu triunfo vence en la muerte de otros? El rojo que sube a las mejillas de la rabia, resorte tras la mnima

    altanera, es la sangre ajena que queremos derramar para

    lavar el orgullo.

    En su novela Todos los hermosos caballos, Cormac McCarthy, norteamericano contemporneo, escrut la

    herencia ibrica de los pases al sur de la frontera del ro

    Grande:

    En el corazn espaol hay una gran aoranza de libertad, pero slo la suya propia. Un gran amor por la verdad y el

    honor en todas sus formas, pero no en su sustancia. Y la profunda conviccin de que nada puede probarse si no es

    con sangre. Vrgenes, toros, hombres. En ltima instancia,

    el propio Dios.

    Sbanas con una rosa violenta, exhibidas por la ventana en noche de bodas; banderillas, estoque y orejas cortadas desde

    el traje de luces; puales del duelo con testigos estoicos;

    corona de espinas, veinte mil y ms azotes, contorsin de crucificado en cada altar, sala, comedor.

    Hemorragia como demostracin, cogulo como divisa,

    mirada inyectada del todopoderoso como ejemplo de

    suplicio consagrado. Yo sufro, yo sufro!, gime la santa Teresa del Nio Jess en una premiada pelcula de Alain

    Cavalier, de 1986. Desde adolescente decidi permanecer

    siempre al pie de la cruz dice su autobiografa, para recoger la sangre divina y drsela a las almas.

    Me es imposible sufrir porque todo sufrimiento es dulce, concluye. Era francesa, no espaola, pero ingiri la mstica de los espaoles Juan de la Cruz y Teresa de vila, a quien

    llamaba madre. Muri de tuberculosis tos y sangre, a la edad de 24, en el ao anterior a la Guerra de los Mil

    Das.

    Tomado de: ELESPECTADOR.COM-CULTURA 2 MAYO

    2015 - 9:45 PM,

    http://www.elespectador.com/noticias/cultura/una-rosa-

    violenta-ii-articulo-558168

    El Espectador presenta la segunda parte de este ensayo.

    Una rosa violenta (II)

    La guerra de Colombia tiene fuente antigua, que no se toca

    con las manos. La cultura de la violencia es intoxicacin

    que navega en la sangre ciudadana. El Espectador la segunda parte de este ensayo. Espere la ltima entrega el

    domingo.

    Por: Arturo Guerrero

    Los chulavitas nacieron en el municipio de Boavita

    (Boyac) en los aos cuarenta. Archivo

    Tras haberse nutrido de las barbaridades del siglo XIX, la

    pirmide de Palonegro tiende su sombra sobre el XX. Esos ojos sin resplandor guan el nimo de hijos, nietos y

    bisnietos de los sacrificados. Suministran comprimidos de

    pendencia y sevicia a brazos que darn trabajo a los machetes.

    La mayora de acadmicos convocados a la Comisin

    Histrica del Conflicto comienzan sus anlisis en los aos veinte. Desde entonces, un sector del conservatismo es Alfredo Molano quien escribe- est decidido a mantener el

    triunfo de los Mil Das apelando a todas las formas de lucha:

    ideolgica, electoral o armada.

    La matriz de la poltica conservadora es la doctrina del

    atentado personal, santificada por Laureano Gmez. Matar

    liberales no es pecado, evangelizan los plpitos. Ay caramba me encontr con un negrito llamado Jos Mara.

    Ay caramba convid a jugar espadas, le dije que no saba,

    me dijo que me enseaba, le dije que aprendera!

    Durante el XIX el Estado no tuvo monopolio exclusivo de

    las armas. Luego de la Constitucin del 63 ahora es Mara Emma Wills quien ejemplifica-, el ejrcito de la Unin era

    una Guardia Colombiana de 600 hombres, incapaz de hacer frente a las tropas de los Estados, atadas a lealtades

    partidistas.

    Ya en el XX, a los cuerpos armados oficiales les surgieron apndices encargados del trabajo sucio. No asomaron de la

    nada, fueron as que el Estado siempre ha tenido bajo manga.

    En los aos cuarenta, comienzos de la Violencia por

    antonomasia, la vereda Chulavita del municipio de Boavita en Boyac, suministr a la polica asesinos a los que

    denomin con su propio nombre. Y armas, claro, blancas y

    de fuego.

    Eran cuadrillas conservadoras, hermanas de los Pjaros,

    que asolaban campos y pueblos en acciones mviles con

    dios pero sin ley. Esos vientos sembrados cosecharon tempestades que devastan incluso el XXI. Impusieron

    mtodos bestiales como el corte de franela, la lengua

    extenuada que cuelga del cuello finamente hendido por

    pual.

  • Replicaron delicadezas como las decapitaciones cumplidas

    por los macheteros de los Mil Das. Fueron el primer tiempo

    de un partido cuya etapa complementaria la iran a consumar los paramilitares de ahora, que juegan ftbol con

    las cabezas chorreantes, reciben listas marcadas con cruces

    por comit de notables, y son definidos por intelectuales como brazo armado del ejrcito .

    Eternizado por el novelista Gustavo lvarez Gardeazbal,

    un lder insignia de estas hordas fue Len Mara Lozano, El Cndor. Desde Tulu lider su mquina de aniquilar

    liberales. Eso s, asista a misa diaria de 6 de la maana, oa

    solo la emisora La voz catlica y lea El Siglo, diario

    conservador en cuyas pginas encontraba temprano lo que deba hacer. A su fervor se atribuyen 3.569 muertos.

    Huyendo de estas huestes, tratando de sobrevivir a sus

    familiares desangrados, algunos campesinos y sus primos, campesinos y compadres, campesinos sin cerdos ni

    gallinas, se agazaparon con escopetas y alpargates en

    cobertizos de guerrillas liberales.

    En 1964 el Frente Nacional comenzaba a aplacar el

    sectarismo entre liberales y conservadores, sin que reformas

    sociales mitigaran el da a da de los pobres. Se reuni

    entonces la segunda conferencia del Bloque Sur, nombre adoptado por el conjunto de esas guerrillas liberales.

    Quines son esos dos seores venidos de ciudad, entre

    tantos seres rsticos? Pues son dirigentes del partido comunista, enviados a apadrinar la conferencia. Segn lo

    recuerda el padre Javier Giraldo en su texto para la

    Comisin Histrica, este partido acababa de celebrar su

    dcimo congreso que concluy: la lucha armada es inevitable y necesaria como factor de la revolucin.

    De esta simiente, pocos meses despus aparecieron las

    FARC. Los comunistas daban la lnea: la guerra de guerrillas es instrumento del partido. Nuevamente la

    combinacin de todas las formas de lucha, esta vez desde la

    contraparte insurgente.

    * * *

    Cmo opera la transmisin de ideologas en estas guerras

    dos veces centenarias? Qu azar explica que miles de

    hombres se exterminen por cosas que no podan tocarse con las manos, como se queja el coronel Buenda? La respuesta la guarda una palabra: dogma. En las dos

    trincheras campea el pensamiento frreo.

    Estanislao Zuleta, pensador de amplio espectro como

    pocos, padeci el dogmatismo desde los extremos

    antagnicos. Siendo colegial pregunt a un maestro por qu

    los nios sin bautizar van al limbo, si la decisin de bautizarlos era de sus paps. De manera que Ud. cree saber ms que los padres de la Iglesia?, cort el maestro.

    En otra ocasin los estudiantes plantearon al sacerdote profesor de religin que les pareca aberrante que un ser

    omnisciente y omnipotente creara personas destinadas a ir

    al infierno. Cuidado, hijo replic el padre-, que el

    demonio se disfraza muchas veces en la forma de la

    verdad.

    En 1956 Estanislao entr al partido comunista. Formul su rechazo a sostener una juventud comunista como cosa

    separada del mismo partido. Qu importancia tiene que los

    militantes sean jvenes o viejos? Un dirigente argument que eso suceda aqu, en Rusia y en China.

    l insisti: si yo preguntara por qu aqu se da misa en latn

    y me respondieran que porque as ocurre en Roma, eso estara bien. Pero en un asunto como el comunismo, que se supone debe ser pensado, la respuesta no es la ms

    adecuada, complet.

    Cay entonces la contestacin definitoria: Compaero Zuleta, usted cree que sabe ms que toda la Academia de

    Mosc, que todo lo que hemos logrado en toda nuestra

    experiencia? Cuidado, porque la Academia de Mosc, con perdn, sabe ms marxismo que Ud.

    El eplogo de Estanislao Zuleta es vertical: Doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que saben contestar, doctores tiene el partido comunista que saben contestar! Eso me pareci

    tan similar. Las imgenes que les presento en estos

    ejemplos me curaron mucho del dogmatismo. Si alguien lo

    sabe yo no tengo derecho a pensarlo: esta frmula condensa la esencia del dogmatismo.

    La vigencia promedio de los proyectos guerrilleros en

    Amrica Latina es de siete aos. Esto si se exceptan de este clculo FARC y ELN, las dos guerrillas longevas de

    Colombia, cuya duracin se cuenta en tajadas de medio

    siglo.

    Sobrevivieron a los aos setenta cuando se present declive de estos aparatos armados en toda Latinoamrica.

    Sobrevivieron al repudio y desprestigio social de su

    financiacin con dineros de narcotrfico, secuestro y extorsin. Se acab la Guerra Fra, se hundi la Unin

    Sovitica y su campo de agudizacin, y los guerrilleros

    colombianos no se inmutaron.

    Tampoco escucharon a los analistas que hablan del costo

    humano devastador de esta guerra, solo equiparable a los de

    las dictaduras terroristas del Cono Sur y Centroamrica.

    Desoyeron el convencimiento de Fidel Castro, cono entre conos, sobre la liquidacin de vigencia de la lucha armada

    en el continente.

    Persistieron en argumentaciones extradas de contextos en que el cerebro del mundo corra por rumbos sangrientos.

    Los enumera Javier Giraldo: derecho a la insurreccin,

    ungido por la declaracin de independencia de Estados

    Unidos en 1776 y la Revolucin Francesa en 1789. Derecho a la rebelin como ltima carta, que incluye legitimacin de

    la violencia, signado por la naciente ONU en 1948.

    Los rejuvenece Jairo Estrada, de la Comisin Histrica, quien liga la combinacin de todas las formas de lucha a la necesidad de supervivencia del movimiento campesino y

    no a la mera decisin subjetiva. A su juicio, esa

  • combinacin es un producto histrico de condiciones especficas.

    Esta ltima frase emula con las que formulan la importancia del agua en la navegacin o las posibles causas del

    embarazo. Todo en la vida social es producto histrico y

    todo producto histrico es fruto de condiciones especficas! Interpretaciones dogmticas de cierta teora decimonnica

    pretenden subordinar la compleja, contradictoria e

    impredecible vida a los clculos de la economa.

    No son nicas. Circula en redes la siguiente ocurrencia:

    Moiss: la ley es todo

    Jess: "el amor es todo

    Marx: el capital es todo

    Freud: "el sexo es todo

    Einstein: todo es relativo

    Existen inquietudes de por qu solo en Colombia hay guerra, si en muchos pases de Amrica Latina no la hay a

    pesar de sufrir tambin desigualdad, pobreza y dems lacras

    del capitalismo. Vctor Manuel Moncayo, segundo relator de la Comisin, cree descubrir en ese interrogante una

    fuerza para deducir mecnicamente similares

    comportamientos de similares realidades.

    Se trata de un entendimiento de un grosero corte determinista, increpa. Y vuelve a las condiciones especficas: (esas) consideraciones carecen de fundamento, pues desconocen precisamente la especificidad histrica de cada sociedad. Han sido las

    peculiares circunstancias colombianas de transicin,

    instauracin y reproduccin del capitalismo, muy distintas

    de las de otras sociedades as sean del mismo conjunto latinoamericano, las que explican esas expresiones

    subversivas violentas.

    Peculiares circunstancias, condiciones especficas: los dos acadmicos citados se amparan bajo esas peripecias del

    capital, a su parecer bien identificadas y ponderadas, para

    concluir, en palabras de Moncayo: la explicacin, por lo tanto, no es una supuesta cultura de la violencia o la

    determinacin subjetiva de individuos o grupos polticos.

    Sus palabras figuran en la cuarta, de catorce tesis finales

    para contribuir al anlisis, titulada Tesis sobre el carcter congnito tanto de la expresin subversiva como de la

    contrainsurgencia y sus modalidades de presentacin. Congnita la guerrilla, congnitos los paras? Pertenecen estos grupos armados a la composicin gentica del pas?

    El atesoramiento de riquezas, por s mismo lleva al gatillo

    rpido?

    Caramba, el coronel Aureliano Buenda habra mirado a los ojos a estos expertos y les habra dicho lo mismo que a su

    compadre Gerineldo Mrquez, tan seguro de saber por qu

    peleaba: Dichoso t que lo sabes. Yo por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo.

    Para la mirada dogmtica la cultura de la violencia es

    supuesta, es decir una suposicin, un descarro del anlisis.

    Desde el flanco derecho, el origen de la violencia no se atribuye a un aparato de ideas y alegatos fanticos, es decir

    a una cultura de violencia. Para estos conservadores matar

    infieles es mandato divino de perentoria obediencia, dato objetivo inscrito en el deber ser csmico.

    Desde el bando izquierdo, la guerra no es engendro del

    voluntarismo revolucionario sostenido por fijaciones antagnicas que menosprecian toda vida singular, es decir

    de una cultura de la violencia. Para estos insurgentes la

    entrega a las armas es constreimiento fatalista de leyes de

    la historia, de circunstancias del capitalismo imposibles de torcer con otros modos.

    * * *

    Ambas creencias son caras de la misma moneda. Una llama a otra. Los dos caen en idntica negacin de la cultura de

    violencia como veneno colombiano. Cada cual eleva

    sistemas rgidos de razonamiento, jerarquas y nomenclaturas con obispos y secretarios generales a la par

    adiposos y esclerotizados de cerebro. En medio de estas

    iglesias ha transcurrido la cotidianidad bicentenaria de un

    pueblo lcido, bailador, generoso y a la postre desconfiado e irreverente.

    Los derechos a insurreccin y rebelin, incluida la

    legitimacin de la violencia, hunden justificacin en escenarios donde el planeta no era todava aldea global para

    la guerra. Ellos nutrieron a Clausewitz, mximo terico de

    la guerra en Occidente, quien vivi entre el XVIII y el XIX,

    y cuya obra De la guerra fundament la Primera Guerra Mundial y encant por igual a Lenin y a Hitler.

    Combatiente en campaas napolenicas, sus tiempos de

    guerra fueron la carnicera. Encumbr la divisa la guerra es la continuacin de la poltica por otros medios, gracias a la cual las armas cobraron dignidad civilizada. Haba

    ingresado a ellas, nio de once aos, en regimiento prusiano. Los explosivos le hicieron reducir el mundo a una

    humareda.

    La guerra result un infierno. Sus medios no fueron los de

    la poltica. Al contrario, la guerra evidenci ser el quiebre, el fracaso de la poltica. De ninguna manera su

    continuacin. La hecatombe nuclear de 1945 sobre las

    ciudades japonesas dibuj un hongo de advertencia: la bomba atmica es dios o diablo.

    El globo puede estallar varias veces, estremecido por el

    arsenal de las potencias. Y una mnima e imprevista chispa,

    una guerrita en un pas lejano, es capaz de escalar la conflagracin orbital. De aquella fecha en adelante, hacer

    la guerra es jugar con fsforos junto a barriles de gasolina.

    John Keegan, principal historiador britnico de la guerra, sostiene: El pavoroso coste de la militarizacin masiva, pagado por los Estados industrializados en la segunda

    guerra mundial, desemboc en la creacin de armas nucleares pensadas para acabar con la guerra sin que

  • interviniera la mano de obra en el campo de batalla, pero

    que una vez desplegadas amenazaban con acabar con todo.

    Y la militarizacin masiva del mundo pobre dio por resultado, no la liberacin, sino la consolidacin de

    regmenes opresores llegados al poder a costa de

    sufrimiento y muerte generalizados. Remata con ilusin: realmente, la guerra se ha convertido en un azote como lo fuera la enfermedad a lo largo de la historia. Augura que

    desaparecer, como otras instituciones que parecan hechos elementales de la existencia: esclavitud, sacrificios

    humanos, infanticidio, duelo. La poltica debe continuar; la guerra no, precisa.

    Transformar el conflicto armado en conflicto poltico es el idntico llamado del filsofo Sergio de Zubira en su

    texto para la Comisin colombiana. El conflicto armado acenta las desigualdades sociales y polticas, favorece la agravacin de las injusticias, consolida el poder de las

    clases dominantes, antiguas y nuevas, arguye para el mismo ente el historiador franco colombiano Daniel Pecaut.

    La primera y ms importante tarea hoy en da en Colombia es acabar con la violencia misma sin ms excusas ni

    justificaciones espurias, refuerza el relator Eduardo Pizarro.

    Las calaveras en pirmide de Palonegro son un monstruo

    cultural, el producto de un modo de pensar y sentir

    sistemticamente inoculado. Son resultado del orgullo del coronel Aureliano y de los incesantes aurelianos de las

    incesantes guerras. Estn ah, cuajadas en mortalidad de

    piedra, a causa de cosas que no podan tocarse con las

    manos.

    Eso que no se toca con las manos es la cultura, un sistema

    de certidumbres que entra por odo y vista, desciende de

    cabeza a estmago y, rayo sumario, mueve el brazo hacia furia punzante. La cultura de violencia es transfusin de

    azufre a las arterias, veneno que enciende toda sangre,

    resorte de nervios que empujan el gatillo.

    Ms all de la guerra, esta cultura infiltra calles, casas,

    campos, iglesias, tabernas, aulas, fbricas, talleres, estadios,

    todos los lugares ordinarios donde los colombianos

    ejercemos como pases enemigos.

    Dos ingredientes concomitantes consumaron hasta el

    paroxismo la conversin en virus de la cultura violenta. Los

    modos de los narcotraficantes, su elevacin del dinero a divinidad suprema, su petulante zancada de amos del

    mundo, sus torrentes de dlares para comprar lo que ni se

    compra ni se vende. Sus pistolas como argumento contra la

    privacin de afecto.

    El segundo vendaval vino del Palacio de Nario. Durante

    dos cuatrienios se desgaj desde la ms alta silla un estilo

    miserable para tomar ventaja en la vida. Amanec cargado de tigre, le voy a dar en la cara, marica: embestidas de profundidad para hacer trizas el altruismo, decoro,

    inocencia y gracia de la gente.

    Al expresidente innombrable se le acusa de fechoras a la

    altura de sus buenos muchachos secuaces. No hay ni habr

    pruebas reina, pues la justicia no es el tribunal ajustado. En su lugar, la sancin social zumba en las calles.

    Caricaturistas y redes sociales trinan de ingenio.

    Hace falta, eso s, identificar el oprobio superior. Con pulso metdico, el menudo y poseso mandatario inyect cido

    sulfrico en el torrente nervioso de los sobrevivientes.

    Carga de tigre, en sus palabras de trocha y atajo. El tsigo cundi como nunca. Colombia devino tropa de

    energmenos. Este delito mayor clama, no al suelo de los

    cuerpos, sino al cielo de las almas.

  • Tomado de: ELESPECTADOR.COM-CULTURA 2 MAYO

    2015 - 9:45 PM,

    http://www.elespectador.com/noticias/cultura/una-rosa-

    violenta-iii-articulo-558168

    El Espectador presenta la ltima parte de este ensayo

    Una rosa violenta (III)

    La guerra de Colombia tiene fuente antigua, que no se toca

    con las manos. La cultura de la violencia es intoxicacin

    que navega en la sangre ciudadana.

    Por: Arturo Guerrero

    Quienes perpetran estas sangres vieron a sus padres agonizar humillados, escribe Guerrero en la ltima parte de su ensayo. Archivo

    Los pensadores de la Comisin Histrica del Conflicto, en

    su aplicacin hacia las causas de nuestra guerra atvica,

    cumplieron con creces el escrutinio sobre las cosas que s se tocan: luchas por la tierra, distribucin injusta de

    riquezas, ausencia de polticas sociales, falta de presencia

    del Estado, brutalidades de la soldadesca, dinastas polticas recurrentes, cierre de oportunidades, intromisin

    norteamericana, garra del narcotrfico, en fin, lo que suele

    llamarse condiciones objetivas del conflicto. Y predicaron: no hay explicacin unicausal.

    Los 14 largos textos son despliegue til de cifras, fechas,

    perodos, ngulos de anlisis, provenientes de fuentes,

    disciplinas y enfoques variopintos. En el documento desfila la llaga de un pas sin misericordia.

    Pero hay un vaco. Solo un ttulo incluye la consideracin

    sobre cultura, el de Sergio de Zubira. No obstante, esta se alinea al lado de factores polticos e ideolgicos con los

    cuales se equipara. En el parco desarrollo, la cultura se

    estrecha en marcos como derechos de la mujer, divorcio, libertad de ctedra en la educacin, papel de catolicismo e

    hispanismo, modernizacin.

    Qu pensarn los crneos de Palonegro, desde su

    cavilacin congelada? Sentirn interpretada su furia y la sevicia de sus matadores, en estos renglones que no hablan

    de azar, incertidumbre, magia, fuerza telrica, sorpresa,

    complejidad, caos, mstica ni poesa?

    Es que la violencia colombiana no se comprende con

    frmulas preestablecidas para procurar que la realidad se

    parezca al discurso sobre la realidad. En la Comisin

    Histrica no fueron incluidos sabios que supieran ms por viejos que por sabios. Tampoco artistas ni estudiosos del

    alma. Y es el alma del pas la que est intoxicada.

    Acaso esta pestilencia halla su esclarecimiento ntimo en un recuento de hectreas, decretos, huelgas y presidentes de

    alcanfor?

    Tanto los comisionados designados por el gobierno como los escogidos por la guerrilla se limitaron a ocuparse de lo

    tangible. Desdearon los tormentos e ilusiones del espritu,

    pusieron al margen el corazn de un pueblo martirizado y

    lacrado por la cultura de la violencia.

    El ardor homicida que campe en los Mil Das es el mismo turbin sin control que entierra minas para dividir a los

    nios en tres mitades, que extrae vsceras para que el

    cadver no flote en el cauce, que sube a Facebook videos donde un hombre amputa una tras otra las dos manos de

    otro y luego lo deja salir corriendo.

    Quienes perpetran estas sangres vieron a sus padres agonizar humillados, crecieron con caldo de muerto. La

    existencia les ha sido ctedra feroz. Replican en su saa una

    leccin muy antigua y reiterada, cuya almendra dice que la

    vida vale nada. He aqu la cultura, la cultura de la violencia, ms insidiosa que la injusticia y el hambre.

    Dice Antanas Mockus, faro manifiesto de humanidad en

    medio de la inhumanidad, que la mentira ms grande de la guerra en Colombia es la que pronuncia cada bando: t empezaste y yo segu.

    En la misma lgica de la teora de la conspiracin, que asegura ver a Pablo Escobar vivo, de incgnito y favorecido

    entre riquezas, el alegato de quin tir la primera piedra de

    la violencia suele alargarse hasta las carabelas de Coln

    mancillando el Caribe. Cada vociferante exhibe a su muerto y despliega mviles de su desquite.

    Aqu llamea la importancia de la paz que se negocia en La

    Habana. El da que firmen gobierno y guerrilla, juntos estarn ratificando el fin de la combinacin de todas las

    formas de lucha practicada por ambos desde edad con

    memoria vana. Ni soldados ni guerrilleros consiguieron

    aniquilarse unos a otros en la ms reciente contienda. Largusima, casi de setenta aos, la vida promedio de un

    ciudadano.

    Unos y otros recurrieron a ayudantes espurios, paramilitares, milicianos, pjaros, chusmeros, bandas

    criminales. Violaron ntegras las clemencias de los

    derechos humanitarios. Arremetieron con armas de dos caones, para matar esta vida y la otra. Exhibieron rojos

    pedazos de cadver, licuados por bombas con inteligencia

    extranjera o por cilindros repletos de tornillos.

    Nada sirvi. Seis millones y medio de gentes sacadas de sus siembras, miles de secuestrados enflaqueciendo entre

    alambradas, inventarios campeones de muertos anuales por

    cada cien mil habitantes, muchachos del barrio contabilizados como postizos guerrilleros abatidos, tantos

    desaparecidos con insepultas almas en pena: este es el

    desenlace de una convulsin sostenida contra la

    insustituible vida.

    La firma contra el conflicto armado es puntillazo

    simultneo contra el derecho a insurreccin, rebelin y

    violencia. Ojo, no solo firmar la guerrilla. El Estado tiene la mitad del peso. Debe desistir de los disfraces chulavitas;

    de combinar leyes, urnas y justicia, con el atentado secreto,

    la tortura en cantones, las brutalidades de la soldadesca.

  • El cese de las armas en la poltica, en cualquier poltica,

    conlleva el desmonte del delito poltico. Si no hay derecho

    de rebelin, tampoco rige el amparo poltico para quienes con fusiles alegan proteger a los vivos acabando con la vida.

    Ni para uniformados que desde sus cuarteles orienten o

    consumen atentados, desapariciones, ejecuciones sumarias.

    A la altura del segundo decenio del XXI, ningn ciudadano,

    ninguna organizacin, puede justificar el uso de armas

    como algo noble, altruista, patritico ni liberador. Bandas criminales, narcotraficantes, delincuentes comunes,

    atracadores y asesinos tienen que vrselas con las fuerzas

    destacadas por Constitucin para dar garanta al sencillo

    derecho general de seguir vivos.

    El Estado es nico monopolista de las armas. Y estas bocas

    de fuego legales son por parejo proteccin para el pueblo y

    para los que se oponen desde su inteligencia a los gobernantes del pueblo.

    Este deber ser no es todava el ser. Luego de tantas

    alevosas, pualadas traperas y frenteras, homicidios de quienes renunciaron al homicidio, luego del sacrificio de

    tantos uribe uribes, guadalupes salcedos, gaitanes, uniones

    patriticas, es comprensible que en todas las trincheras

    aceche el escepticismo.

    El Estado desconfa del constreimiento de los insurgentes

    a poblaciones por largos aos subyugadas, de que queden

    armas enterradas, rescoldos siniestros que daran paso a nuevos grupos alzados practicantes de combinacin de

    todas las formas de lucha.

    Los guerrilleros no saben cmo creer en ese Estado,

    mquina de guerra que no cambia, que reprime y se deshace de oponentes combinando todas las formas de lucha.

    Es, pues, hora de acabar hasta su fondo la cultura de la

    violencia. De quitarle mscara al mecanismo automtico que pone carga de fuego a los gatillos tan pronto se huele el

    primer peligro. De desinfectar cabeza y tripas alejndolas

    del comodn de las armas.

    Es hora de la inteligencia y la palabra. Si los detentores de

    armas no cambian, hay que buscar modos diferentes a las

    armas para desarmarlos. La supresin de las sangres

    permitir aplicar los mpetus a las reformas necesarias para que la vida de la gente valga la pena vivirla.

    * * *

    El jefe del pelotn de ejecuciones sumarias que fusil a Arcadio en Cien aos de soledad, tena un nombre que era mucho ms que una casualidad: capitn Roque Carnicero. S, el mismo que tiempo despus se arrepentira al borde de

    ordenar disparos letales contra el coronel Aureliano Buenda.

    En las ltimas dos horas de su vida, durante el consejo de

    guerra, Arcadio, el ms cruel de los gobernantes que hubo nunca en Macondo, perdi el miedo que lo atorment desde la infancia.

    Y cierra Gabo: Pensaba en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste de cuentas con la vida, empezando a

    comprender cunto quera en realidad a las personas que ms haba odiado.

    Igual que a don Quijote, a este hroe se le volte la vida al

    revs, justo cuando la vida era un hilo desfalleciente. En ambos casos, la lucidez es la fuerza que pone en su sitio

    destinos trastornados o aciagos.

    La guerra de Colombia est a punto de fenecer, de vieja y ulcerada. Un canto postrero puede alumbrar a los guerreros.

    Como el siguiente, del costeo Rmulo Bustos Aguirre,

    poeta del que se hablar cada vez ms en los das que uno

    tras otro sern el posconflicto. Se llama Odiseo:

    La guerra que descamin mis das

    tambin me ha entregado su rosa

    Cada cual ha de ir en busca de su rosa

    Una rosa violenta

    S que hay una

    para cada hombre en la guerra

    Al final sers una

    sombra, un nfora

    vaca.

    Pero habrs odo cantar

    a las sirenas.