Arturo Francisco-No Abras Nunca Esa Puerta

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Novela escrita para jóvenes adolescentes, aunque en realidad es una novela de aventuras para todo público. Desde la visión de un niño de 11 años, sin comprender porque sus padres lo dejan solo para ir a Europa. Se las tendrá que ver con sus tíos, amigos, familia y sobretodo, con un reto. Encontrar un -tesoro- antes que su tío.

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    No AbrasNunca

    Esa Puerta

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    NO ABRAS NUNCA ESA PUERTA

    Arturo Francisco

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    Haba cosas que Manfred ODIABA. As, con todas las letras: O- DIA-BA.

    Por ejemplo, la smola con leche. O la gelatina de fruta. O los pulveres

    tejidos. Ni ta Rosa que, quieras o no, se los regalaba todos los aos para

    su cumpleaos, ni nadie en el mundo podan obligarlo a usarlos!

    Esas no eran las nicas cosas que Manfred ODIABA. Haba ms.

    Por ejemplo, los zapatos lustrados. O los lbumes de fotos. O...

    To Herrmann!

    Bueno, la verdad sea dicha, to Herrmann no era una cosa, sino ms

    bien un tipo, es decir, un hombre, es decir, un viejo. Un viejo insufrible,

    inaguantable, insoportable y...! Y todo lo dems! Aunque, la verdad sea

    dicha, no es que no le gustara, este hombre, es decir, este viejo, es decir,

    este to Herrmann. Y no es que no lo quisiera, a este hombre, es decir, a

    este viejo, es decir, a este to Herrmann. No, no. Porque, la verdad sea

    dicha, a to Herrmann lo... Lo amaba! S. O mejor dicho... No! A TO

    HERRMANN LO ODIABA! Lo odiaba tanto, pero tanto que... Siempre

    dicindole, este to suyo, ya voy a hacer de vos un hombre, quieras o no.

    Un hombre! Qu barbaridad! Querer hacer de un nio, un hombre!

    Tanto, pero tanto lo odiaba, a este hombre, a este viejo idiota, a este

    to Herrmann, que prefera no verlo NUNCA. Lo cual era imposible, porque

    su to estaba siempre en todas partes. Regandolo, retndolo de la

    maana a la noche. Que Manfredo esto, que Manfredo aquello.

    No me llamo Manfredo, me llamo Manfred! Protestaba l. Pero igual,

    para su to, l era Manfredo... Y basta!

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    Ah, qu alivio, esos tres das que su to se fue de viaje a... A dnde?

    A una ciudad del interior, ya no saba cul, para hacer ya no saba qu.

    Dejndolo solo, a l, un nio, a merced de esa vieja idiota! Qu vieja

    idiota? Pues, la mujer del jardinero, quin otra? Aunque, la verdad sea

    dicha, as como era, regaona y sin dientes, la vieja sa era mil veces

    preferible a su to, siempre llamndolo a los gritos.

    Manfredo! As empezaba...

    Manfredo! As segua...

    MANFREDO! Y as terminaba...

    Seguro que ya lo estara esperando, este to suyo, tamborileando

    como siempre con los dedos sobre el escritorio, para decirle que l,

    Manfredo, era un chico...

    MALCRIADO

    HARAGN

    CONTESTADOR Y...

    ACOSTUMBRADO-A-HACER-SU-SANTA-VOLUNTAD

    Y que se fuera preparando! Porque l, to Herrmann, ya le enseara

    a tener e-du-ca-cin!

    Bueno, para ser justos, la culpa de todo la tenan su mam y su pap

    que, en vez de llevarlo con ellos a Italia y Espaa y otros lugares no menos

    fabulosos, como lo hacan todos los dems paps cuando salan de viaje, lo

    haban dejado, a l, un chico de slo once aos, a merced de ese viejo

    mandams que se la pasaba gritndole de la maana a la noche...

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    Manfredo!... MANFREDO!... MANFREDO!

    Ay, qu ganas de comerlo crudo! Pero su to no estaba para ser

    comido crudo, sino que estaba, como siempre, impecable de la cabeza a los

    pies, pese al calor y la humedad y las moscas zumbando sobre su cabeza.

    Un alemn de pelcula.

    Repatingado en su silln de cuero negro, su to lo midi de arriba

    abajo. No, l, Manfred, no estaba impecable de la cabeza a los pies, estaba

    sudado de la cabeza a los pies y embarrado de la cabeza a los pies. Bueno,

    es que haba estado jugando a la pelota con el hijo del jardinero. No, no

    era se el problema. El problema era que haba roto de un pelotazo el rosal

    preferido del to. Bah, slo una ramita. No, slo una hojita o dos. Pero

    igual, se haba agarrado la cabeza con las manos. No, l no, ni tampoco el

    hijo del jardinero, ese marica que andaba escondido por ah, sino el

    jardinero en persona. Bueno, quin le mandaba tener una cabeza. Y quin

    le mandaba tener una mujer como la que tena.

    Se asom a la ventana. El jardinero segua agarrndose la cabeza. No,

    no se agarraba la cabeza, hunda muy serio la pala en la tierra. Y entonces

    qu? Qu crimen imperdonable haba cometido ahora? Porque sus crmenes

    eran siempre imperdonables. Bah, qu importa, pens. Siete das ms y sus

    padres estaran de vuelta. Pero antes... Antes tena que escucharlo a ese to

    suyo, siempre enojado, siempre a los gritos.

    Bueno, aguantarse, quedarse callado y dejarlo hablar. Lo dej hablar,

    pues, hasta que escuch el nombre del morochito se...

    No es verdad!

    No es verdad qu?

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    Eso!

    Eso qu?

    No contest, total, para qu.

    And, ponete ah --le orden su to.

    Ah dnde?

    Ah junto a la puerta.

    Y por qu?

    Porque s.

    Lanzando un bufido, se par como un soldado al lado de la puerta.

    Bien dijo su to. Ah donde ests vos, ah tambin estaba l.

    Quin?

    El Negro, quin otro.

    La sangre se le subi a la cabeza. Seguro que ese sinvergenza...!

    Qu te dijo?

    Pues...

    No es verdad!

    Apuntndolo con el dedo ndice:

    Cmo sabs si no me dejs hablar?

    Pero l saba. Saba que el morochito haba ido a quejarse a su to

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    porque l, Manfred, le haba dicho... Negro? Negro le haba dicho? O algo

    peor?

    No es verdad! repiti, por si acaso.

    Bueno, para ser justos, lo que le haba dicho al pibe se era... Ya no

    se acordaba! Pero igual. Que se fuera preparando, ese marica vendedor de

    diarios!

    Su to hablaba...

    To!

    ...y hablaba...

    To!

    ...y hablaba...

    TO!

    Qu!

    Qu? Pues... Ya no se acordaba! O mejor dicho, s. Aquella vez que

    lo mand al quiosco, a comprar el diario, y el morochito se haba quedado

    con el vuelto!

    Iba a contarle eso, y varias otras cosas ms, cuando tuvo que

    agacharse, su to haba levantado el brazo para darle un golpe, no, era para

    encenderse un cigarrillo. Pero igual. Ya vera el marica se que le sostena

    la mirada como si...!

    - Y ahora? De qu hablaba ahora?

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    - De un tesoro?

    Tomndolo de la mano, su to lo arrastr hasta el hall de entrada y, de

    all, escalera arriba, al desvn. El misterioso desvn siempre cerrado con

    llave!

    Se agach, contuvo la respiracin y...

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    Imposible moverse entre las cientas de cosas, de cientos de aos.

    Imposible respirar entre todo ese polvo. Ah, si al menos apareciese una

    araa venenosa!

    Lo que apareci no fue una araa, sino una pelota de ftbol nmero

    5, casi nuevita. Iba a pedirle a su to que se la regalara, cuando...

    Tom dijo su to, te lo regalo.

    Qu! Le regalaba la pelota?

    Pero tom.

    Pero qu era eso? Un espejo?

    Lo quers?

    Para qu quera l un espejo?

    No, yo quisiera...

    Pues entonces, no.

    Estaba loco, su to, ms loco que una cabra. Querer regalarle, no una

    pelota, o siquiera unos botines, o al menos una camiseta de Rver, sino...!

    Un espejito!

    A continuacin, su to abri una especie de valijn mugriento, sac de

    adentro un papel no menos mugriento y...

    Aqu est dijo.

    Era el plano de algo. Bah, otra porquera ms. Porque todo all era

    una porquera. Araas, telaraas, polillas, basura. Era preferible mil veces

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    la biblioteca, con su olor a encierro.

    De vuelta en la biblioteca, su to no se repating en el silln de cuero

    para medirlo de arriba abajo, ni tampoco para gritarle nada, ni tampoco

    para sermonearlo de arriba abajo, sino que fue derecho a la ventana, corri

    la cortina y...

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    Igual que en el cine! Polvillo a contraluz. Y la blanca, redonda cara

    de su to. Hablando, qu otra cosa. Esta vez de...

    Un castillo?

    Estaba loco, su to. Primero, un tesoro, y ahora, un castillo! El

    castillo de Landlade. O Landadle. O Landalde. Un castillo del cual l,

    Herrmann, era el dueo.

    Retrocedi asustado. Dueo de un castillo? Estaba loco, su to!

    Y dnde quedaba el castillo se?

    En Patagones.

    Dnde?

    Patagones! Ignorante!.

    Dicho lo cual, descolg un mapa de la pared. Un mapa de la Repblica

    Argentina. Su dedo ndice baj derecho en diagonal por la provincia de

    Buenos Aires, hasta detenerse en Ro Negro.

    Pero eso era...

    La Patagonia!

    Su corazn peg un respingo. La misteriosa Patagonia! Con un gran

    castillo! Alto, inconquistable! En medio del desierto!

    Su to le apret la mano, para que prestara atencin. l prestaba

    atencin, mucha atencin.

    Esa misma noche, le dijo, apretndole fuerte la mano, esa noche

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    viajara a Patagones.

    Yo?

    S.

    Esta noche?

    S.

    A Patagones?

    S, con el plano para encontrarlo.

    Encontrar qu?

    El tesoro!

    Es un cofre...?

    Shhh!

    ...con joyas?

    Shhh!

    Pero l, Herrmann, desgraciadamente no podra acompaarlo.

    Por qu?

    Porque no tengo tiempo.

    Entonces yo...?

    S, vas a ir solo.

    La cabeza le daba vueltas.

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    Un castillo?

    Exacto.

    Un tesoro?

    Su to se irgui cun grande era.

    Basta ya!

    Llevara alguna ropa, no mucha, y una carta para su hermano, un tal

    Moritz.

    Es cmo vos? se le ocurri preguntar.

    Como yo qu?

    Es decir, malo, bueno...

    Mir la cara de su to se ensombreci, mejor no hablar. Tiene un

    almacn de ramos generales. Sabs lo que es?

    S.

    Bueno, hay quienes dicen que anda en cosas raras.

    Qu cosas raras?

    Contrabando, esas cosas...

    Y por qu?

    Vaya a saber! Culpa del socio, pienso. Pero ahora, basta!

    Manfred se cuadr.

    S, mi general!

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    No te hags el gracioso!

    No, mi general!

    Y escuch bien!

    S, mi general!

    Te doy cuarenta y ocho horas!

    Para qu?

    Para encontrarlo!

    Al to?

    AL TESORO!

    La cabeza le daba vueltas. Y ms vueltas le dio, al enterarse de que el

    morochito, ese nene flacucho y cobardn, viajara tambin, slo que un da

    despus.

    Qu es? Una carrera...?

    Una carrera!

    ...entre los dos?

    Entre los dos!

    Y el tesoro?

    Del primero que lo encuentre!

    Se agarr la cabeza, para que no se le volara.

    No te quejs dijo su to, ponindole una mano en el hombro Te doy

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    un da de ventaja.

    Y por qu?

    Porque no sos tan rpido.

    No es verdad!

    Ni tan inteligente.

    No es verdad, iba a decirle otra vez, cuando...

    Ven, acompame!

    De la biblioteca al escritorio, tambin feo y oscuro, pero al menos sin

    olor a encierro.

    Su to se sent, garabate algo en un papel, escribi unas lneas en

    otro papel, puso el segundo papel en un sobre, escribi un nombre y una

    direccin, y le entreg el sobre. Deca: Para el Sr. Moritz Rattenberg, ms

    la direccin y el nombre de la ciudad. Carmen de Patagones.

    Pero qu era eso, una ciudad o una mujer?

    Finalmente, le dio el papel, con unas lneas garabateadas.

    El corazn le galopaba en el pecho. No vea el momento de subir al

    mnibus, bajarse en Patagones, entrar al castillo, desenterrar el tesoro y

    dejar una nota para el odiado Negro, una nota diciendo: Volvete a pie aqu

    no hay nada. O mejor an: nimo que hay ms tesoros en alguna parte.

    As pensando, no se dio cuenta de que su to haba desaparecido.

    Dos horas despus, su to volva para entregarle otro sobre, esta vez

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    con el pasaje. Asiento 13, ventanilla.

    Trece? Trag saliva No haba otro?

    No!

    Se cuadr e hizo la venia:

    S, mi general!

    Tuvo que hacerse el bolso solo. Es que su to estaba con la cabeza en

    otra parte. Ms tarde, lo encontr viendo televisin. Ni lo mir. Tampoco lo

    acompa a la terminal. Bueno, mejor as. Cmo deca su pap? Ms vale

    solo que mal acompaado.

    Ms vale... comenz, pero se detuvo.

    Qu?

    Nada.

    No, dec, ms vale qu?

    Ms vale pjaro en mano que muchos volando dijo, recordando otra

    frase de su pap.

    Al pedirle dinero para el taxi, su to mene la cabeza.

    No?

    No!

    Dicho esto, sac del bolsillo tres monedas de cincuenta centavos. Para

    viajar en colectivo, le dijo. Y un billete de cinco pesos, por las dudas que...

    Cinco pesos! Eso era un chiste! Pero se call la boca.

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    Tras decirle dnde tena que bajarse, su to lo mir fijo.

    Sabs una cosa?

    No.

    Te le parecs.

    A mi to?

    No, al Negro.

    Eso era como pegarle una cachetada! Pero igual, se senta feliz y

    contento. En dos das, o antes, estara de vuelta! Sus padres lo recibiran

    como a un hroe! Y ya no vera nunca ms a ese viejo insufrible!

    Puso todo en el bolso el plano del castillo, la hoja con las

    instrucciones y la carta para el to Moritz. Hecho esto, tir el bolso al aire

    y lo ataj al vuelo. Qu alegra, mi Dios! Se detuvo, perplejo. Dios? Era

    verdad eso que siempre deca su mam? Que Dios lo miraba desde lo alto?

    Bah, qu me importa. Se encogi de hombros y sali corriendo.

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    El viaje no empez muy bien, mejor dicho, empez muy mal. 1: uno

    de los choferes, un gordo pelado de lo ms antiptico, le orden que dejara

    el bolso en la baulera. 2: en el bolso estaban el plano, las instrucciones y

    la carta para el to Moritz.

    Y bueno, pens resignado.

    A su lado fue a sentarse un tipo de lo ms raro: cara blanca como un

    papel y un bigote finito como... El mnibus ya se haba puesto en marcha.

    Afuera, el mar de luces de la gran ciudad. Adentro, los pasajeros

    acomodndose en sus asientos.

    Su compaero de asiento hojeaba una revista. No muy joven, ni

    tampoco muy viejo, con su bigote finito como una antena, o ms bien como

    una lanza apuntndolo cada vez que giraba la cabeza para mirar afuera.

    Uf, qu aburrimiento. Ah vena uno de los choferes, no el gordo, sino

    el flaco, ofreciendo alfajores. Tom dos, de chocolate y vainilla, y los meti

    en un bolsillo de la campera.

    Uf, qu aburrimiento. Afuera, luces, calles, casas... Y adentro... Ya

    era hora de que pasaran la pelcula, porque sino... El bus tena una marcha

    ronroneante que lo fue adormeciendo. Se despert cuando ya daban la

    pelcula. Lgrimas, besos, ms lgrimas, ms besos, el ltimo tan largo que

    de nuevo cay dormido. So con un desierto. En medio del desierto, un

    castillo. Y en el castillo, un hombretn barbudo que lo persegua. l corra,

    escalera arriba, escalera abajo, abra puertas, se perda en mil laberintos. Y

    el barbudo detrs pisndole los talones...

    Despert empapado en sudor. La calefaccin no poda ser, era verano.

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    Mir por la ventanilla, cabece varias veces y otra vez cay dormido. Pero

    esta vez no tuvo ningn sueo.

    Al despertarse, el bus estaba parado en medio de un yuyal. Los dos

    choferes se haban bajado. Uno de ellos volvi en busca de herramientas.

    Qu pasa, le pregunt a su compaero de asiento. El bigotito no se

    movi. Repiti la pregunta. El bigotito se movi, aunque slo un poquito.

    Entonces, se acord.

    El Negro! exclam.

    El bigotito lo apunt derecho al corazn..

    Me va a ganar!

    El bigotito tembl, como diciendo no entiendo.

    Algo lo impuls a contarle su historia. No toda la historia, es claro,

    slo lo referente al tesoro y el plano.

    El tipo no pareca muy interesado.

    Patagones queda lejos? Pregunt l, para cambiar de tema.

    Unos cuatro kilmetros, oy que alguien deca.

    Slo cuatro kilmetros? Salt al pasillo apoyndose en el hombre, que

    no sala de la sorpresa. Los choferes hurgaban en el motor trasero. Pidi su

    bolso. Ests loco? Le dijo el gordo, ac no pods bajarte. Y cunto

    tardaran en llegar? Una hora, en el mejor de los casos. Sino, tendran que

    esperar el coche de relevo.

    Empuj a un lado primero al gordo y despus al flaco.

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    - Permiso, permiso!

    Salt afuera y sali corriendo, perdindose en la oscuridad.

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    Corri por la ruta reverberante de luz. Despus, se intern en un

    campo de matas espinosas. Hasta que la tierra empez a temblar. Truenos a

    la distancia y una nube de polvo que lo fue envolviendo. Rod como una

    pelota. Una rfaga lo lanz hacia arriba y otra rfaga lo arroj a tierra. Sus

    manos resbalaban sobre objetos duros, cortantes. Rod, vol, gir en

    redondo. Ya se senta caer, cuando sali disparado para adelante. Rod,

    vol y rebot como una pelota. Espinas de arbustos se clavaban en su cara y

    en sus manos, piedras filosas le desgarraban la ropa.

    Ya le faltaba el aire, ya se asfixiaba, cuando todo ces tan

    repentinamente como haba empezado.

    Tirado entre los yuyos, senta un dolor punzante en todo el cuerpo. Le

    cost abrir los ojos pegoteados de tierra. Bruma por todas partes.

    Lentamente, la bruma fue adquiriendo vagos contornos. Una hilera de

    lamos... Una tranquera... Un espejo de agua...

    Se tendi en el suelo duro como piedra. Durmi un rato y se despert

    con hambre. Pero ya no tena los alfajores, ni tampoco la campera donde

    los haba guardado.

    Se levant y fue hasta la tranquera. A su espalda, el campo con sus

    matas y arbustos, a su frente, rboles y una casa de ladrillos sin revocar.

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    Parado en la tranquera, un muchacho bajito, de pelo ensortijado.

    El muchacho lo mir con mala cara.

    Por fin! dijo Ya creamos que te habas muerto.

    Qu! Lo esperaban? A l?

    Con un brusco ademn, el muchacho le orden que lo acompaara.

    El chacarero, un viejo con un tremendo mostachn y una cara an

    ms agria que la de su to, tomaba mate en la entrada de la casa. Pegaba

    sorbos a la bombilla con rtmicos cabeceos.

    Ac lo tens dijo el muchacho.

    Aj gru el hombre Otra vez!

    Otra vez qu?

    El muchacho se acerc al hombre y le dijo algo al odo.

    S, tens razn! dijo el chacarero Borracho!

    Qu! Borracho? l?

    Yo?

    El puetazo lo tir al suelo. Primero vio las estrellas, despus vio todo

    negro.

    Se levant tambaleante.

    Y quin sin? gru el chacarero O no sos el Negro acaso?

    El Negro? Lo confundan con el Negro?

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    Nuevamente, el muchacho se acerc al hombre para decirle algo.

    S, tens razn, la misma porquera que el viejo.

    Eso ya era demasiado.

    Le juro que...!

    El puetazo lo mand de nuevo a tierra. No vio las estrellas, vio todo

    negro. Gusto a sangre en la boca.

    Esta vez, tard en levantarse.

    Borracho! dijo el muchacho.

    Borracho y haragn! aadi el hombre A qu hora te dije que

    vinieras?

    Yo?

    S, vos! Contestame! A las ocho?

    S dijo por decir algo.

    S qu?

    Pues... s.

    El chacarero echaba chispas.

    S, seor!

    S...

    Seor!

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    S, seor.

    Escuchame!

    S.

    S qu!

    S, seor.

    Para las tres, tiene que estar todo listo.

    Pero yo...

    El golpe casi le hace saltar los dientes. Saltaron las lgrimas.

    Ven! le orden el muchacho, desde un tractor.

    Fueron avanzando a lo largo de una acequia. Entre lgrimas, quiso

    explicarle al muchacho lo que haba pasado.

    Recin vengo de Buenos Aires y...

    El muchacho se volvi con ojos llameantes.

    Segu hablando y te mato!

    Tomaron por un camino bordeado de tamariscos. Al fondo, el ro, al

    costado, cuadros de tomate. El tractor se detuvo. A slo unos metros, una

    nia con el brazo levantado. Piel oscura, grandes ojos negros.

    Todava abombado por los puetazos recibidos, se acerc a la nia.

    Qu pinta que tens! le dijo sta a modo de saludo Qu te

    pas?

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    Y como l se quedara callado, continu:

    Si no quers hablar, and a trabajar, que se hace tarde!

    Y por qu?

    Por qu? La nia no encontraba las palabras Yo te voy a decir por

    qu!

    S, decime..

    Quers saber? Pues... Porque ya hace tres horas que estamos

    cosechando, mi pap, mi mam, mi hermano y yo!

    Unas hileras atrs, una mujer con el pelo cado en la cara. A su lado,

    un chico, tambin de su edad, y un hombre. Cabeza gacha, manos yendo y

    viniendo, de la planta al cajn, un, dos, un, dos...

    l arda en ganas de contar su historia. Pero no, pens, ahora mejor

    no.

    La nia se le ocurri que se llamaba Rosa sigui con su trabajo de

    cosechar tomates. Y como el hombre no dejaba de mirarlo, no tuvo ms

    remedio que ponerse a trabajar l tambin. Se daba vuelta, miraba lo que

    haca Rosa y despus haca lo mismo. Pronto, ambos competan a ver quin

    cosechaba ms. No, el que competa era l, ella pareca ajena a todo, muy

    seria, su brazo yendo y viniendo, de la planta al cajn, un, dos, un, dos...

    Pese al dolor de cabeza y al gusto a sangre en la boca, slo pensaba

    en una cosa y era ganarle a Rosa. No haba acabado de llenar un cajn,

    cuando ya llenaba el siguiente.

    Al medioda, la cabeza empez a darle vueltas. Ejrcitos de mosquitos

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    se abalanzaron sobre l. El calor le achicharraba los sesos. La sola vista de

    los tomates, su olor penetrante, le daban nuseas. Los tomates a veces

    caan en el cajn, otras, en el suelo. El brillo feroz del sol, el zumbido de

    los mosquitos, el mareo en aumento, hicieron que la tierra girara bajo sus

    pies, que el cielo girara sobre su cabeza, y que todo, cielo y tierra,

    terminaran girando como un carrusel enloquecido.

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    Al salir del desmayo, todo segua igual a su alrededor. El chico alz la

    cabeza, una sola vez, para mirarlo y lanzar un escupitajo.

    Se levant tambaleante, se sacudi el polvo de la ropa y sigui con su

    trabajo. Llegado el medioda, apil con Rosa los cajones debajo de unos

    nogales. De all, fueron al galpn, a almorzar. Sudados, silenciosos, los

    peones pasaron a su lado sin mirarlo, no as la mujer, que lo midi de arriba

    abajo con cara de muy pocos amigos:

    Qu te pas, Negro, que ands tan golpeado?

    Negro? Era posible que lo confundieran con el Negro?

    Se sent junto a Rosa, al final de una largo tabln que haca de mesa.

    Al lado de Rosa, el chico de los escupitajos. Quizs era su hermano. Lo

    cierto era que no dejaba de mirarlo, siempre lanzando escupitajos.

    Comieron en silencio los fideos con salsa. Para beber, slo agua.

    Segua mareado, no consegua pinchar los fideos, que salan disparados en

    todas direcciones.

    Rosa le mostr su brazo y vestido salpicados de salsa.

    Mir lo que hacs! De nuevo, no encontraba las palabras

    Borracho! y se levant de la mesa.

    Borracho! Y slo haba bebido un trago de agua!

    Tena la impresin de que todos lo miraban. Tambin el chico, que al

    terminar de almorzar, se levant, pas a su lado, y:

    Negro haragn! Borracho! le dijo, dndole un golpe en la cabeza.

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    Yo no soy el Negro! Tampoco soy un haragn ni un borracho! quiso

    gritar. Pero se contuvo.

    Qu te pas, Negro, que ands tan magullado?

    Quin le hablaba? Ah, el morochito aqul, en la otra punta de la

    mesa. Iba a contestarle como debido, cuando...

    Mrenlo! exclam alguien, sealndolo a l De tal palo, tal astilla,

    toma el vino de la canilla!

    Cuchicheos, risas.

    Quin te peg? Fue el patrn? dijo uno.

    Todava me acuerdo de cuando me dio una paliza! dijo otro.

    Dec, Negro! Te emborrachaste otra vez con tu viejo?

    Quiso contestarle como debido, pero le falt la voz. La rabia en su

    pecho era como el fuego de un volcn.

    Confes! Cuntos litros te tomaste?

    Risas, cuchicheos.

    Se levant, los ojos llameantes:

    Ustedes...!

    Pero entonces le volvi el mareo.

    Qu pasa con nosotros?

    Sal de ac, inservible!

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    Haragn!

    Borracho!

    Ciego de furia:

    Ustedes...! comenz.

    La cabeza le daba vueltas, ms y ms rpido.

    Habl, te escuchamos!

    Sali del galpn casi a ciegas.

    Manos queriendo atajarlo, zancadillas. Un puetazo en el hombro le

    hizo ver las estrellas por segunda vez.

    Borracho! alcanz a escuchar, mientras corra hacia el tomatal.

    Tan cansado se senta, que quera echarse a dormir debajo de uno de

    los nogales. Pero mejor no, pens, porque entonces le diran borracho,

    haragn y qu s yo cuntas cosas ms.

    Mal que bien, recomenz su trabajo sintiendo que todo el mundo lo

    miraba. Peor an eran el calor y los mosquitos. Se pas el brazo por la

    frente mojada de sudor. Ciego del sol, tapado de mosquitos, tiraba los

    tomates con rabia en el cajn.

    Finalmente, el sol, los mosquitos, el cansancio, la luz enceguecedora

    y el calor acabaron con sus ltimas fuerzas. Sus brazos se movieron ms

    lentos, se tambaleaba como un borracho. Como un borracho! Su cabeza

    giraba enloquecida.

    Para no caerse desmayado, se sent en el suelo.

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    Rosa... Era Rosa quien le hablaba? Rosa...

    Como hundido en un sopor...

    Se tendi en el suelo bajo el sol quemante, pero...

    Quin lo estaba sacudiendo? O era idea suya? No consegua abrir los

    ojos. S, alguien lo estaba sacudiendo. Abri un ojo y vio medio cuerpo de

    hombre. Abri el otro y vio el cuerpo entero. Un tremendo corpachn,

    rematado por una cabeza con tremendos mostachos. El chacarero? No

    consegua ver claro, tampoco al muchacho, con su cambiante mueca, de

    fastidio, de asco, de fastidio...

    Sinti que lo agarraban de los hombros para descargar en su cabeza,

    en sus hombros, en su espalda, un mazazo. Y otro. Y otro ms.

    El hombre pareca como enloquecido:

    Tom, porquera!

    Se tap la cabeza con las manos. Pero alguien se las apart. Y

    llovieron ms golpes.

    No quera llorar, pero llor.

    Djeme hablar! logr decir entre golpe y golpe.

    El hombre se detuvo.

    Habl, pues!

    Mi to...!

    Qu pasa con tu to?

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    Es el dueo...!

    Dueo de qu?

    Del castillo!

    Los golpes se redoblaron.

    Borracho!

    Haragn!

    A los golpes, siguieron las patadas. Sinti que se doblaba en dos y que

    volaban cinco, diez, todos sus dientes. Y de nuevo cay a tierra. Confusas

    imgenes en su cabeza. Desfile de rostros, unos conocidos, otros, no. Como

    en una pelcula. Ahora lo llevaban a lo alto de una montaa. Ahora lo

    tiraban montaa abajo. Abajo, un pelotn de fusilamiento. Fuego! Campo

    cercado por las llamas. l corra, tropezaba, se laceraba la piel. El aire

    quemante, el humo le cortaban la respiracin.

    Se va a morir?

    Voz quejumbrosa, de mujer.

    No! Dijo l, sin dejar de correr. No, no!

    Despert a los gritos, en la cama revuelta.

    Pobrecito! Se va a morir?

    Misma voz quejumbrosa, de mujer.

    Y una voz de hombre:

    No habls pavadas!

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    Aliento apestoso, a cebolla y ajo.

    Abri despacio un ojo. Inclinada sobre l, la mujer del tomatal.

    Pasndole por la cara la mano rugosa con olor a cebolla:

    No te deca?

    Qu!

    Que no es el Negro!

    Y quin es? pregunt el hombre, el mismo del tomatal.

    Un rubio.

    Un rubio?

    S, todo golpeado.

    Ahora entiendo! exclam el hombre Slo a un rubio se le ocurrira

    cosechar tomates verdes!

    Volvindose hacia la nia en la entrada del rancho, la misma del

    tomatal:

    Llevalo a la acequia, que se lave un poco dijo la mujer..

    Al bajarse de la cama, sinti que se caa. La mujer lo sostuvo.

    Afuera, amenazaba llover.

    Llegados a la acequia, Rosa le pidi se quitara la camisa manchada de

    sangre. El agua era clara y fra. Bebi unos sorbos. Rosa se ech a rer.

    Por qu te res? le pregunt, mientras se pona otra vez la camisa.

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    Porque no sos el Negro!

    Claro que no!

    Y quin sos?

    Entonces se acord de todo: de su to, del viaje a Patagones, del

    ventarrn, de la chacra, del chacarero, de los golpes que le haban dado,

    del castillo y... del Negro!

    El Negro!

    Rosa retrocedi asustada. Es que no saba... No saba que el Negro le

    iba a birlar el tesoro!

    Quin sos, le haba preguntado Rosa. Su respuesta fue salir corriendo.

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    Corri sin importarle pisar en su carrera la verdura recin regada.

    Llegado a la tranquera, oy voces detrs suyo llamndolo.

    Qu queran de l? Matarlo, golpearlo?

    No! Grit, sin dejar de correr.

    Termin envuelto en la nube de polvo que l mismo levantaba. Se

    detuvo para tomar aliento. A pocos metros, un puente ferroviario. Ms all,

    casas, calles, postes de alumbrado. Aquello era...

    Patagones? S, Carmen de Patagones!

    Se escondi entre unos yuyos. Primero, no pas nadie. Despus,

    pasaron uno, dos hombres. El sol fue girando, hasta quedar suspendido

    sobre su cabeza. Los ojos le ardan del sudor. Se los frot, bostez, se

    tendi en el suelo. Y se qued dormido.

    Se despert tiritando. Ya era de noche. Olor a orina y mugre. Junto al

    puente, una fogata y un tipo barbudo absorto en la danza de las llamas. A su

    costado, un perro. El perro alz la cabeza. Tambin el hombre alz la

    cabeza.

    Hola, vos, qu hacs ac?

    Sin responder, Manfred retrocedi unos pasos.

    Ven, acercate. Y, contame, qu hacs?

    Manfred sigui retrocediendo. El hombre se levant blandiendo una

    botella.

    Ven, contame.

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    Retrocedi otro poco hasta dar contra el puente.

    Botella en mano, el hombre se acerc tambaleante.

    Contame, che! No te vays! Y vos, Negro, quieto, si no quers

    ligarte una patada!

    Como el animal no obedeciera, el hombre le larg la patada

    prometida.

    Negro sinvergenza! Grit

    Y le larg una segunda patada.

    Adelantndose:

    Usted...!grit Manfred.

    Estaba furioso recordando los puntapies que haba recibido en la

    chacra.

    El hombre revole la botella.

    Quin sos vos para...!

    Tambin el perro empez a gruir, no saba bien si a l o al hombre.

    ste avanz en zigzag, siempre blandiendo la botella.

    Manfred vacil un segundo, luego sali corriendo. El ruido de su

    respiracin se amplificaba en el silencio de la noche. Dobl la esquina. A su

    frente, el cielo surcado de relmpagos. Y a su lado...

    El perro! Tamao mediano, pelo negro.

    Ahora bien, si el perro estaba all, el dueo no poda andar lejos.

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    Dobl otra esquina, con el perro trotando a su lado.

    Fuera, Negro!

    Un trueno, como un caonazo, hizo vibrar el asfalto.

    Bajo un rbol baado por la luz de un farol, un banco partido en dos.

    Pero igual. l slo quera dormir. Que el barbudo lo encontrara, o no, le

    daba lo mismo.

    Lo despertaron las gotas de lluvia que en lenta sucesin caan de la

    copa del rbol. Ya era de da. Los hilos de lluvia se transmutaban en un

    vapor plateado a la luz del farol que segua encendido. Se pas la lengua

    por la boca. No le faltaba un solo diente. Pero el gusto a sangre segua. El

    perro a su lado abri los ojos y los volvi a cerrar.

    Una mujer se asom a la ventana para sacudir un mantel. Manfred le

    pregunt si conoca a un tal Rattenberg.

    Cmo?

    Rattenberg.

    No, dnde vive?

    No s.

    Cmo dijiste que se llama?

    Rattenberg.

    Yo slo conozco a un tal Ratengo.

    No, Rattenberg.

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    No, a se no lo conozco.

    Sigui caminando, hasta dar con una calle ms ancha. La lluvia haba

    amainado. Apur el paso. En la esquina, un hombre tapndose la cabeza con

    un diario. Le pregunt si conoca a Rattenberg. El hombre sigui de largo.

    Repiti la pregunta.

    Quin? pregunt el hombre, sin darse vuelta.

    Rattenberg!

    Ratengo?

    No, Rattenberg!

    No, no lo conozco.

    En la esquina siguiente, una mujer le dio vagas indicaciones. Que

    siguiera derecho hasta Perito Moreno y ah...

    Hizo como le haba dicho la mujer. Fue hasta Perito Moreno y dobl a

    la derecha. El perro a veces iba delante suyo, otras a su lado. Pero casi

    siempre iba delante suyo, como ensendole el camino.

    Cruz una calle de tierra. Al fondo, el ro envuelto en bruma.

    La lluvia arreci.

    A un muchacho en bicicleta, le pregunt si conoca a Rattenberg.

    Quin?

    La lluvia le azotaba la cara.

    Rattenberg!

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    Ratengo?

    No, Rattenberg!

    No, no lo conozco.

    Mientras se alejaba, senta la mirada del muchacho en su espalda.

    Estaba tan cansado, que se hubiera echado a dormir ah mismo, en medio

    de la calle. Lo que hizo fue sentarse en el borde de la acera. Entonces

    reapareci el muchacho. Pedaleaba con fuerza, sin dejar de mirarlo. Volvi

    la cabeza una ltima vez, antes de perderse de vista.

    A esa hora temprana, le costaba pensar. Todo era una bruma. Y en

    medio de la bruma, un papel. Con un nombre, Moritz Rattenberg, y una

    direccin.

    Sigui caminando y, al doblar una esquina, casi se lleva por delante al

    letrero mecido por el viento:

    M RAT EN ER R MOS G N RAL S

    Tienda grande, ruinosa, como el letrero que amenazaba con venirse

    abajo. Era imposible que su to viviera all. Pero dnde entonces?

    Sigui camino, siempre en lnea recta, hasta la plaza. Bordeaban la

    plaza un edificio de varios pisos, una iglesia con dos torres y la

    Municipalidad.

    Repentinamente, la lluvia ces.

    Fue hasta un quiosco.

    Ratengo decs? pregunt el quiosquero.

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    S.

    El hombre le mostr un chal enfrente de la plaza.

    Ahora sabra por fin quin era el famoso Ratengo!

    El. chal tena delante un jardincito sin plantas y un buzn con el

    nombre M. Rattenberg.

    Toc el timbre, una, dos veces. Se asom una mujer. l conoca a esa

    mujer. Era... Trat de hacer memoria. Boca torcida, ceo fruncido. Era...

    S, era...!

    Quiso salir corriendo, pero estaba como clavado en el suelo.

    Qu quers?

    Qu quera? Pues... Ya no saba! O, mejor dicho, s.

    Vengo a verlo a mi to!

    Qu to?

    Mi to!

    Y vos, quin sos?

    Quin era l? Pues... Ya no saba! O mejor dicho, s.

    Soy el sobrino y...!

    La mujer no lo dej terminar:

    Sal de ac, vos!.

    De buena gana se hubiera ido. Pero segua como clavado en el suelo.

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    Volvi a tocar el timbre. La mujer empez a dar gritos y l tambin, para

    que se callara.

    Afuera, se haban parado dos o tres curiosos. El perro les mostraba los

    dientes. l, por su parte, no dejaba de tocar el timbre. Y la mam de Rosa

    gritaba, o quizs no gritaba, sino que l crea que gritaba.

    Finalmente, se abri la puerta y apareci un tipo grandote, barbudo y

    en pijama. Manfred se abraz a l como a una tabla de salvacin.

    Los curiosos en la calle ya eran cuatro.

    Dnde, dnde!

    Era un agente que vena corriendo. Sudoroso y jadeante, dudaba si

    llevrselo a l, o al hombre, o al perro, o a los tres juntos.

    Basta! tron el hombre en pijama, mientras le daba un empujn

    para sacrselo de encima.

    A la mujer le dijo que entrara, y al agente, que poda irse.

    El agente mir en su torno, sin saber qu hacer. Los curiosos ya eran

    seis. Tres estaban a favor de que se quedara, y tres, de que se fuera. El

    agente se encogi de hombros, el perro le gru y el agente opt por irse.

    El barbudo miraba a Manfred como a un marciano. La mujer se

    dispona a intervenir, cuando Manfred se le adelant:

    SoyManfredsusobrinoydebohablarle!

    No entend nada! dijo el barbudo.

    Soy Manfred... Aqu tom aliento Y debo hablarle.

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    Manfred? Qu Manfred?

    Su sobrino!

    Mi sobrino?

    De su hermano!

    Qu hermano?

    Su to!

    Mi to?

    No, mi to! grit Manfred, al borde de las lgrimas.

    Qu to?

    Herrmann!

    Herrmann?

    El hombre se rasc la cabeza.

    Ahora entiendo! Y vos?

    Yo?

    S, vos! Quin sos?

    Afuera, la mujer le explicaba a la gente que l, Manfred, era, o deca

    ser, el sobrino de vaya a saber quin.

    Por favor, tengo que hablarle suplic Manfred.

    Pues ac me tens!

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    A solas.

    Y por qu?

    Por favor...

    Su to vacil:

    Bueno, entr.

    Pasaron a una habitacin pequea, con unos cuadros bastante ttricos

    y un escritorio inundado de papeles.

    Su to se sent detrs del escritorio.

    Y? Cont.

    Contar qu? Todo? Un poco?

    Acab contndolo todo.

    Su to escuch, primero ceudo, despus, con una sonrisa. Pero al

    levantarse, ya no sonrea.

    Suena medio increble no te parece?coment.

    Pero es verdad!

    No, a juicio de su to lo haban engaado de lo lindo.

    Acaso lo viste, al famoso castillo?

    Todava no, pero...

    Y si te digo que es un casern que se viene abajo?

    No es verdad!

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    Cmo pods decir que no es verdad, si ni siquiera lo conocs?

    Por lo visto, este to de Patagones no era menos loco que su to de

    Buenos Aires.

    Sabs de quin es?

    El castillo?

    Bueno, si as te parece, el castillo dijo su to, condescendiente.

    Sabs de quin es?

    No, es decir... S!

    De quin?

    De mi to! Se corrigi De mi otro to!

    Quin te lo dijo?

    l me lo dijo!

    l? Su to se infl como un globo a punto de reventar

    Escuchame!

    l puso cara de escuchar muy atentamente.

    Hace quince aos, un tal Landalde, un polica que era el dueo de

    eso que vos llams castillo, entr en deudas y quiso venderlo. Yo mostr

    inters, quera hacer de eso un hotel. Llam a mi hermano, a ver si le

    interesaba. Me dijo que s, que le interesaba. Entonces fui y me pas una

    tarde regateando el precio. Y finalmente, lo compr! Dando un bufido

    Para qu!

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    Qu pas?

    Pas que tu to se viene un da a Patagones, mira la casa, dice oh,

    qu linda, y despus me dice, tan campante, un hotel, no. As como

    escuchaste, un hotel, no, me dijo. Terminamos pelendonos. Mirndolo

    muy fijo Es un soador, tu to!

    Mi to?

    Tu to! O no sabs lo que es un soador? Alguien como vos, que

    suea con un castillo y un tesoro y esas cosas.

    No existe? Digo, el castillo.

    Qu castillo?

    Y el tesoro?

    Qu tesoro? Su to se ech a rer Realmente cres que aqu hay un

    tesoro? Se ri otra vez Quin te meti en la cabeza tamao disparate?

    Mi...

    Se call a tiempo.

    Ya s, tu to, es decir, mi hermano!

    No...

    Callate! orden su to O no ves que se est burlando? De vos, de

    m, de todo el mundo! Si lo conocer! Hace aos que andamos peleados.

    Por qu? pregunt Manfred, retrocediendo al mismo tiempo, porque

    la mole de su to amenazaba desplomarse sobre l.

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    Por qu? Porque somos muy distintos... Y vos, lo quers? pregunt

    a quemarropa.

    A quin?

    A tu to.

    No.

    Lament haberlo dicho, pero dicho estaba.

    Sabs por qu? Su to se apur a dar la respuesta Porque es un

    hombre... se toc la frente un poco loco. No, loco del todo! Sentndose

    otra vez Pods creer que estos das llaman a la puerta y...? Adivin quin

    era!

    Mi...?

    Tu to, s!

    To Herrmann se haba ausentado para viajar a una ciudad del

    interior. Eso lo saba. Pero a cul? Eso lo saba ahora. A Patagones!

    Me dijo, tu to, que haba venido a ver no s qu cosa del famoso

    castillo. Yo le habl de que lo vendiera. Pero l no quiso saber nada.

    Por qu?

    Por qu? Porque, como ya te dije, es un soador. O, vaya a saber,

    quiz porque... Aqu larg una risa medio siniestra Porque quera verlo al

    fantasma!

    Un fantasma?

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    Sin contestar, su to continu:

    Cuando le pregunt por qu quera ir al castillo, se call la boca.

    Y punto.

    Tambin Manfred se call la boca. Por lo visto, todos los tos, de aqu,

    de all y de todo el mundo, eran la misma cosa. Un poco gritones y otro

    poco locos. Aunque ste al menos sonrea y andaba en pijama. Y adems, no

    le menta. Porque to Herrmann le haba mentido. O...?

    No tuvo tiempo de pensar en el asunto, porque son el telfono. Su

    to atendi. Durante varios minutos, no dijo otra cosa que s, s y bueno,

    bueno. Despus, colg y lo mir fijo, como tratando de adivinar sus

    pensamientos.

    Veo que te gusta leer.

    S.

    Y qu les? Novelas?

    S.

    De aventuras?

    S.

    Bueno, escuch lo que te digo. Le menos. Demasiada imaginacin.

    Lo mismo que tu...

    Que mi to?

    S. Soltando una risa Un castillo! Con un tesoro! Soltando otra

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    risa Nada menos que en Patagones! Ponindose serio Perdoname. Yo soy

    un comerciante y no me gusta leer.

    No?

    No! Y tampoco me gusta el cine.

    No?

    No! Y tampoco la televisin.

    No?

    No! Y sabs por qu? Porque yo llamo al pan, pan, y al vino, vino.

    Por eso, cuando veo un casern ruinoso, lo llamo casern ruinoso y no aqu

    hizo una mueca castillo...

    Y que se baara y se fuera a dormir. Y se cambiara de ropa.

    La ropa!

    Tengo la ropa en la terminal!

    Pues and a buscarla dijo su to, encogindose de hombros.

    Dicho lo cual, llam a la mujer, que segua hablando con los pocos

    curiosos que an quedaban, y le dijo que acompaara al nio a la

    terminal de mnibus. La mujer obedeci de mala gana.

    Salieron a la calle. El perro, que haba reaparecido como por arte de

    magia, iba trotando detrs de ellos.

    Al llegar a la esquina, tuvo la impresin de que alguien los segua. Se

    dio vuelta. No, nadie los segua. Fuera de una chica que barra la vereda, no

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    haba nadie ms. En cuanto a la mujer, en todo el trayecto no abri la boca.

    Vista de lejos, la terminal no era fea, pero de cerca, luca sucia y

    despintada. Adentro no haba nadie. S, haba alguien, un muchacho, el

    mismo de la maana. Fumaba un cigarrillo en la otra punta del vestbulo de

    entrada, la cabeza ladeada, como tratando de reconocerlo.

    Se sentaron en un banco, la mujer mirando a su frente y el perro

    echado entre los dos. A la media hora, lleg el empleado. Manfred pregunt

    por su bolso y ah estaba, debajo de unas valijas.

    El empleado le dio el bolso y tambin la mano, que Manfred estrech

    efusivamente.

    Me llamo Manfred le dijo al hombre. Y usted?

    Yo? El hombre no encontraba las palabras Pues...

    Qu! No sabs quin sos? le pregunt el muchacho.

    S que s! protest el empleado. Es decir, ms o menos...

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    De vuelta en el chal, abri el bolso. Ah estaba la ropa. Pero, y los

    papeles? Hurg entre la ropa. Faltaban el sobre y el plano del castillo! Era

    para llorar, y llor. Su to se apur a consolarlo. El plano, el tesoro, el

    castillo eran slo un sueo, una quimera, le dijo.

    Ven, vamos a tu cuarto.

    Era un cuarto no muy grande que daba al vestbulo.

    Y que se baara y se fuera a dormir.

    Y el que me rob el plano?

    Ponindole la mano en el hombro:

    Ests seguro de que llevabas un plano? le pregunt su to.

    S! Y para que sepas, yo no soy ningn soador!

    El bao le hizo bien. Ms tarde, en la cama, pens en el plano.

    Alguien se lo haba robado. Pero quin? Acaso el hombre de la terminal?

    Despus de todo, era un bolso fcil de abrir. La sola idea de que le hubiesen

    robado el plano lo despabil. A esa hora, la terminal estaba cerrada. Pero

    quedaba el castillo.

    Se visti otra vez.

    Al salir, casi tropieza con la mujer que se iba yendo. Rpidamente,

    volvi a su cuarto.

    Pasada media hora, abri la ventana y salt afuera.

    Afuera, lo esperaba el perro. Se agach para tirarle una piedra.

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    Quieto ah! le orden.

    Pero el perro ya haba desaparecido.

    A un chico que pasaba, le pregunt dnde quedaba el castillo.

    Qu castillo?

    El de Landalde!

    Ah, se El chico seal a la distancia. Ves ese hombre en la

    esquina? Bueno, dobl ah y segu derecho. Es pasando la higuera.

    El hombre se alejaba a grandes pasos, perdindose en las sombras. Ya

    iba a llamarlo, cuando entrevi la barba inconfundible.

    To!

    Ech a correr, pero enseguida tropez con alguien. Estaba tan fuera

    de s, que tard en reconocerlo, mejor dicho, en reconocerla.

    Rosa!

    Qu hacs a esta hora? le pregunt Rosa.

    Y vos?

    Qu te importa! dijo Rosa, sacudindose el polvo del vestido. Ms

    bien fijate por dnde ands!

    Era posible que no se acordara?

    No te acords?

    De qu?

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    De m!

    S, y qu?

    Y qu? Pues ya era hora de que esa tonta supiera quin era l! l

    era Manfred! Entends? Vena de Buenos Aires! Entends? Y su to era era

    dueo de un castillo!

    Llegado aqu, Rosa le tap la boca.

    Dejate de mentir! Y nada menos que debajo de un pehun!

    Pehun? Mir en su torno, extraado Pehun?

    Bruto, ignorante! Eso es un pehun!

    Ahora entenda! El rbol debajo del cual haba dormido era un

    pehun!

    Mentiroso!

    La lista se iba alargando. Borracho... haragn... bruto... ignorante...

    mentiroso.... S, ya era hora de que esa pavota supiera quin era l!

    l era MANFRED, vena de BUENOS AIRES y su to era DUEO DE UN

    CASTILLO!

    Rosa solt una risa.

    Castillo? Qu castillo?

    Cmo explicarle a esa tonta algo tan clarito como el agua?

    Un castillo! Entends? Landalde que lo llaman!

    Rosa solt otra risa.

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    Sabs una cosa? dijo tocndose la frente Vos ests loco! Loco de

    remate! Mir Seal un enorme casern a mitad de cuadra. se es el

    castillo que vos decs.

    Que lo perdonara, Rosa, pero eso no era ningn castillo, sino un

    casern ruinoso.

    Eso no es ningn castillo!

    Pues lamento, no hay otro.

    Iba a contestarle que s, que haba otro, grande, grandsimo,

    hermoso, hermossimo, cuando a la luz del atardecer vio a un chico

    saltando de una de las ventanas del casern.

    Su corazn peg un brinco. Ese chico era...!

    El Negro!

    Por un segundo, su corazn dej de latir.

    Poda ser?

    Su corazn lati de nuevo.

    El Negro? En Patagones?

    Su corazn dej de latir.

    El Negro? En Patagones? Escapndose...?

    Su corazn lati otra vez.

    ...con el tesoro?

    Esperame! llam, y sali corriendo.

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    Pero el otro ya doblaba la esquina.

    Temiendo que Rosa se escapara tambin, corri de vuelta y,

    efectivamente, Rosa ya no estaba.

    Qu ciudad ms rara, pens. Todo el mundo desapareciendo. Su to

    haba desaparecido. El perro haba desaparecido. Rosa haba desaparecido.

    El Negro haba desaparecido. El Negro! La sola idea de que su rival le

    birlara el tesoro lo sumi en la ms negra desesperacin.

    Fue hasta el portn y trat de abrirlo. Pero el portn no quera

    abrirse. Bordeando el edificio en busca de una entrada, tropez con una

    pila de ladrillos. Cay al suelo y se levant con un fuerte dolor en la pierna

    izquierda. A unos metros, el perro meneaba la cola, que s, que no. Fue

    tanteando una a una todas las persianas. La primera no quiso abrirse, la

    segunda, tampoco. La tercera se abri. Salt adentro. Olor a humedad y

    encierro. Cerr la persiana y avanz a ciegas hasta chocar con algo. Una

    pared. Borde la pared hasta llegar a una puerta. La abri. Un corredor

    daba a una segunda puerta. La abri tambin. Dio un paso y otro ms y

    termin rodando por una escalera de piedra. Su cuerpo peg contra algo

    duro. Atrs, en las sombras, la silueta de un bote balancendose. Se

    levant. Le dola la pierna y tambin el brazo izquierdo. Dud entre subir al

    bote o volver a la habitacin. Opt por lo ltimo.

    En la habitacin, escuch voces. Quiso escapar, pero ms pudo la

    curiosidad. La puerta rechin al abrirla.

    Contuvo la respiracin. A la luz de un par de velas pegadas al piso, las

    siluetas de dos hombres en cuclillas.

    Aqu dice... lea uno de ellos, recorriendo con el dedo una hoja de

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    papel ...situarse a dos metros y medio de la puerta.

    El hombre fue hasta la puerta.

    Dame el lpiz! orden.

    Ven a buscarlo dijo el otro hombre.

    Gracias, siempre tan amable!

    Quin era el que hablaba? Acaso...?

    Dos pasos grandes y otro ms corto. El hombre marc el sitio con el

    lpiz.

    Perfecto dijo.

    Dejame ver dijo el otro, alargando el brazo para quitarle el plano.

    Tranquilo, no te pongs nervioso.

    Vos me pons nervioso!

    Tranquilo repiti su to. Dejame ver... Aqu dice... Veinte pies a la

    izquierda...

    Veinte pies? La voz remat en un chillido Qu quiere decir veinte

    pies?

    Cmo qu quiere decir?

    S! Pies grandes, chicos, medianos?

    Oh, qu par de idiotas, pens Manfred, no saber que un pie son

    treinta centmetros!

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    Yo dira comenz su to, muy lentamente, quiz para tranquilizarse y

    tranquilizarlo al otro que son pies como los tuyos. O los mos. Pies

    normales, bah.

    Te parece?

    S, me parece.

    Cunto calzs?

    Cuarenta y cinco.

    Y eso te parece normal? Mir! Se levant Esto es un pie normal!

    Vos sabrs coment su to.

    Cuntos pies dijiste?

    Veinte.

    A la derecha o a la izquierda?

    A la izquierda.

    Fue contando los pasos, siempre de espaldas:

    Uno... dos... tres... cuatro...

    Al llegar a veinte, golpe con los nudillos la madera del piso.

    Aqu no suena a hueco. Dame el lpiz.

    Imbcil! exclam su to Son veinte pies, s, pero a la izquierda

    Y?

    Que fuiste a la derecha, no a la izquierda!.

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    No!

    S!

    No! Lo que es izquierda para vos, es derecha para m. Ponete

    aqu, a mi lado, y vers que la derecha es la derecha.

    Correcto.

    Y que la izquierda es la izquierda.

    Correcto.

    Y entonces?

    Pues que aqu la derecha es la izquierda explic su to.

    No entiendo!

    Irguindose cuan grande era:

    Nunca entends nada! dijo su to y fue contando los pasos, pero

    en sentido inverso.

    Uno... dos... tres... cuatro...

    Al llegar a veinte, golpe con los nudillos la madera del piso.

    Tampoco aqu hay nada. Dame el lpiz!

    Llegado a esto, Manfred alarg el brazo, se apoder del plano y

    escap dando un portazo.

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    En la calle, oy voces, se dio vuelta y tropez con algo. Se levant

    furioso. Quin era esta vez? El perro?

    S, el perro! Mova la cola, que s, que no.

    Perro idiota! Le tir una piedra. Pero la cola continu movindose,

    que s, que no. Perro mugriento! Y le tir una segunda piedra. Entonces s,

    se alej, aunque lentamente, con dignidad.

    Sigui corriendo, hasta llegar a la gran plaza iluminada.

    De la plaza, al chal.

    Salt por la ventana abierta. Su mano estrujaba el plano. El plano del

    tesoro! En realidad, un plano muy sencillo. Mostraba la entrada del castillo,

    la habitacin conocida y la otra, donde haba sorprendido a los dos

    hombres. Tena dibujada una cruz, que remita a otra cruz al pie de la hoja,

    con una nota que deca:

    situarse a 2 m 12 puer enfrent contar 20 pies a la izq

    sonar

    a hueco sino 3 pasos cortos al frente 12media

    vuelt y 10 largos

    tambin al frent suena hueco

    levantar mader cuidado material

    viej ah est.

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    Memoriz los datos: puerta de enfrente, 2 metros y medio, 20 pies a

    la izquierda...

    Rompi la hoja en mil pedazos y los tir en el inodoro del bao.

    Unos ruidos lo pusieron sobre alerta. Su to haba vuelto. Se meti en

    la cama, tapndose hasta la cabeza. Y esper temblando hasta que, vencido

    por el cansancio, se durmi.

    Se despert en medio de la noche. Alguien se mova en la pieza. La

    luz de la linterna bailoteaba sobre el el piso y las paredes. Muerto de

    miedo, oy el lento abrir y cerrar de cajones y gavetas, el lento rechinar de

    la puerta del placar. Ahora buscaba algo debajo de la cama. Pero qu? Qu

    era lo que buscaba con tanta obsesin? El plano?

    Pero ya la puerta se cerraba de nuevo.

    No durmi ms el resto de la noche. En realidad, no era era tanto su

    to, ni su misterioso acompaante, sino su rival, el escurridizo Negro, quien

    no lo dejaba dormir. Seguro que tambin l tena una copia del plano. Y

    otra cosa ms: si haba escapado por la parte trasera, era slo para no ser

    descubierto por su to y el otro hombre.

    As, pensando en el Negro y en el tesoro, lo sorprendi la luz del

    nuevo da. Fue entonces que la puerta volvi a abrirse.

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    La mujer entr llevndose un dedo a los labios.

    Qu pasa? susurr l.

    La mujer se sent a su lado, en el borde de la cama.

    No quiero que se entere dijo.

    Quin?

    Shhh! Tu to, quin sin!

    A la sola mencin de su to, tembl, pese a estar tapado de la cabeza

    a los pies.

    Dando un suspiro:

    Estoy preocupadsima dijo la mujer.

    Pero l estaba con la cabeza en otra parte.

    Y por qu? pregunt ausente.

    Porque Damin no aparece. Vos lo viste?

    A Damin?

    S. No te acords? El hermano de Rosa!

    Sac la cabeza de debajo de la frazada.

    Ah.

    Dnde puede estar?

    No s.

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    l no pensaba en Damin, pensaba en el Negro y el tesoro.

    Desde ayer que no viene dijo la mujer.

    Ya volver.

    S, te parece? Estoy preocupadsima.

    Frunci la nariz, por el olor a sudor, a cebolla y ajo.

    Veo que no me escuchs dijo la mujer.

    S que escucho!

    No

    La mujer se acerc un poco ms.

    En qu ands pensando?

    El aliento a cebolla le hizo apartar la cara.

    En nada dijo indiferente Por qu?

    Vos ests pensando en algo y...

    Lo mir fijo, como queriendo adivinarle el pensamiento.

    Yo s en qu penss.

    En qu?

    Decime sigui la mujer qu anduviste haciendo en lo de Landalde?

    Yo?

    S, vos.

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    Si no estuve!

    S que estuviste.

    Para dar ms nfasis a sus palabras, lo tom del hombro.

    Yo s que estuviste.

    Le juro que...!

    No jurs, hereje!

    Mirndolo tan de cerca que de nuevo tuvo que apartar la mirada:

    No hay que jurar! Quers que te d un consejo?

    l no quera escuchar ningn consejo.

    No vays.

    A dnde?

    A la casa sa.

    Y por qu?

    No vays!

    Por qu? insisti l.

    Porque est embrujada!

    Embrujada?

    Embrujada, s! O no te diste cuenta?

    Volvi a taparse hasta las orejas. Es que el recuerdo del casern le

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    daba escalofros.

    S, embrujada continu la mujer. De esa vez que se mat...

    Aqu se detuvo.

    Se mat quin? pregunt l.

    Quin sabe, pens, quizs as me entero dnde est el tesoro.

    Ya te cuento.

    Sac afuera la cabeza para escuchar mejor.

    Fue hace mucho comenz la mujer, sin dejar de mirar la puerta. Lo

    que hoy es la casa de Landalde era antes de un alemn, el abuelo del que

    decs que es tu to. Un tipo muy rico. El ms rico del mundo. S, creeme, el

    ms rico del mundo. Compraba lana y la mandaba a Europa.

    Eso ya sonaba un poco ms interesante.

    Y la casa?

    La casa era enorme. Con muchsimas habitaciones. Y un saln

    de baile.

    De veras?

    De veras! Un saln de baile! Enorme! Bueno, resulta que el hombre

    del que te habl vuelve de uno de sus viajes, slo que esta vez con una

    muchacha. Linda, lindsima! Tan rubia! Y tan delicada! Vieras! Una

    belleza! Tan linda era, que la tena todo el da encerrada.

    Dnde?

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    S, encerrada.

    Pero dnde?

    Encerrada, s.

    Qu mujer ms bruta!

    En el stano? Pregunt.

    En el stano Aqu se detuvo. Hasta que un da...

    De nuevo se detuvo.

    Qu pas?

    Pues que la pobrecita... Se mat! De tanto estar encerrada y vaya a

    saber cuntas cosas ms. De entonces su voz baj a un susurro, la casa

    est embrujada. Dicen...

    Hizo una pausa para ver si Manfred escuchaba. l escuchaba, s, pero

    tambin pensaba en el Negro y en el tesoro que se le escapaba.

    Dicen que de noche, el alma de la pobre nia se pasea por las

    habitaciones, haciendo un ruido. As. Cri, cra, cri, cra. Me os? Cri, cra, cri,

    cra...

    l empezaba a tener miedo.

    Por eso, ya nadie quiere entrar en la casa. Y vos...

    Qu.

    Ten cuidado. Y no abras nunca esa puerta!

    Qu puerta?

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    Es lo que le dije a Rosa. Y tambin a Damin.

    Qu?

    No abran nunca esa puerta!

    La mujer se levant.

    Veo que no me cres.

    S que le creo!

    La mujer mene la cabeza.

    No! Se detuvo otra vez Sabs rezar?

    A qu vena esa pregunta?

    S contest de mala gana.

    S?

    S.

    Bueno, a ver!

    -Qu?

    Rez!

    No s.

    No dijiste que sabas?

    S, pero...

    Rez, pues!

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    Hubo un silencio demasiado largo.

    Veo que no sabs.

    S que s!

    Sabs?

    S! Esa mujer lo iba a volver loco Mejor dicho... No!

    Por qu te pons as? Si es la cosa ms fcil del mundo!

    Se hinc en el piso.

    Es nada ms que arrodillarse, ves? y... Rompi a llorar Dios, qu le

    habr pasado! Dejando de llorar e irguindose otra vez No se te ocurra ir!

    S! Mejor dicho, no, no!

    A Damin se lo tengo prohibido Con un gesto de desesperacin Qu

    le habr pasado?

    Ya va a aparecer dijo l, sin dejar de pensar en el tesoro y en el

    bribn del Negro que se lo birlaba.

    Vos no me escuchs dijo la mujer con algo de amargura.

    S que la escucho!

    No.

    Mirndolo muy de cerca:

    En qu ands pensando?

    Yo?

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    Viendo que a la mujer se le humedecan los ojos:

    Tengo miedo dijo, casi en un susurro.

    Miedo? La mujer mir hacia la puerta Miedo de qu?

    No s!

    Ponindole un mano en el hombro:

    No hay que tener miedo!

    S, pero...

    Y si en ese instante se abra la puerta?

    La mujer fue hasta la puerta, la abri, mir afuera, la cerr otra vez.

    Hac como te digo! Junt las manos! orden.

    Para qu?

    Vamos! dijo la mujer, imperiosa O tens vergenza?

    No!

    Pues entonces, arrodillate y junt las manos!

    Se arrodill.

    Y ahora dec: Dios, ayudame. Ayudame, oh Dios querido.

    Esta mujer estaba loca!

    Dec! Dios, ayudame!

    Y qu ms?

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    Slo eso! Dec Dios...!

    Dios...

    Ayudame, Dios querido, te lo ruego! Echndose a llorar Ayudame,

    ayudame!

    Dios, ayudame repiti l, obediente.

    La mujer se levant y le puso una mano en el hombro.

    Sos rubio dijo Sos rubio y tens que hacerte hombre.

    Y se fue tan rpido como haba venido.

    Al poco rato, volvi.

    Eran las ocho y media y su to lo esperaba para desayunar.

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    Durante un buen rato, su to no abri la boca. O la abra slo para

    engullir una tostada con manteca y mermelada tras otra.

    A la sexta tostada, lo bombarde a preguntas.

    Haba dormido bien?

    S.

    Se senta mejor?

    S.

    No haba escuchado ningn ruido raro?

    No.

    No se haba levantado durante la noche?

    No.

    Seguro que no?

    Seguro.

    Quera un poco ms de caf?

    No.

    Se dice no gracias, corrigi su to.

    No, gracias.

    Ms tostadas?

    No, gracias.

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    Un poco de leche?

    No, gracias.

    Seguro que no quers caf?

    No, gracias.

    Mir que el caf se enfra.

    No, gracias.

    De veras no se haba levantado?

    No, gracias.

    No digas no gracias, slo dec no y punto.

    No y....

    No?

    No y punto.

    Basta! estall su to Yo slo te pregunt si no te levantaste...

    No.

    Ni una sola vez?

    No.

    Mientras haca sus preguntas, to Moritz no dejaba de engullir una

    tostada tras otra y de beber una taza de caf con leche tras otra. Ms beba

    y coma, ms preguntas haca.

    Bien continu , de modo que...

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    No.

    No te levantaste?

    No.

    Ests seguro?

    S.

    No te acords de nada?

    No, por qu?

    Por nada dijo su to, visiblemente irritado. Por nada!

    l ya estaba un poco harto de tantas preguntas. Pero su to se tomaba

    su tiempo.

    Entonces, resumiendo... No fuiste al castillo.

    No.

    O s?

    La pregunta lo tom de sorpresa. Vacil un segundo.

    No, al castillo no haba ido. Pero hoy s ira.

    Hoy? La cara de su to se ensombreci Hoy no!

    Por qu?

    Porque no! cort tajante su to Qu apuro tens?

    Ninguno.

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    Pues entonces! Hizo una pausa para tragar otra tostada Y

    cambiando de tema, sabs cunto es veinte pies?

    Tard en responder, su to tena clavada en l la mirada.

    Bueno... comenz veinte pies... son pies...

    Adelante, te escucho!

    Son...

    Dec!

    Veinte pies!

    Los ojos de su to se achicaron, su cara se endureci.

    Ya s que veinte pies son veinte pies! estall Cunto miden, te

    pregunto!

    Cunto miden? Se rasc la cabeza, para ganar tiempo No s.

    Su to trag la ensima tostada, bebi al galope la ensima taza de

    caf y...

    De veras no sabs?

    Manfred decidi cambiar de tctica.

    Bueno, alguna idea tengo...

    Dec entonces! apur su to.

    Es una medida...

    S?

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    ...como un pie bien grande concluy, con una calma que a l mismo

    dej asombrado.

    Y qu sera para vos un pie bien grande?

    Bueno, es un pie... de unos... Puso cara de pensar mucho Sesenta

    centmetros!.

    Era una mentira demasiado grande.

    Sesenta centmetros? Dnde viste nunca un pie de sesenta

    centmetros?

    Es que... se defendi son pies prehistricos!

    Te ests burlando!

    No!

    Su to no pareca muy convencido.

    Y qu pas con el dichoso plano?

    -Nada, fue slo un sueo.

    Su to, que beba otra taza de caf, se atragant, tosi, pero no se dio

    por vencido.

    Un sueo?

    S, creo que fue un sueo.

    Cmo creo?

    Bueno, quiero decir que...

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    Aqu, se detuvo.

    No ests seguro? pregunt su to.

    S, creo estar seguro.

    Hubo un largo silencio.

    Qu penss hacer esta maana?

    No s Se encogi de hombros. Pasear...

    Bien. Pero no se te ocurra ir al castillo.

    No, to.

    No digs siempre s to, no to! Basta que digas s o no.

    S.

    Su to lo fulmin con la mirada.

    Bien! Entonces no irs al castillo! Entendido? Adems, sin las llaves

    no pods. Y las llaves las tengo yo! Entendido? Iremos juntos los dos,

    maana... pasado... Alguna vez! Entendido? Estir los brazos y bostez

    Tanta comida y conversacin terminan por cansarlo a uno. Adems, no

    dorm bien, tuve una pesadilla.

    Yo, no.

    Su to volvi a fulminarlo con la mirada. No, esa maana no ira al

    almacn.

    Que lo abra mi socio.

    A l no le interesaba en en lo ms mnimo qu hara su to. Bostez

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    cortsmente, se despidi cortsmente y volvi a su cuarto. Esper unos

    minutos. Luego, salt por la ventana.

    Camin despacio, con displicencia, las manos en los bolsillos. Miraba

    todo como queriendo empaparse de Patagones y su gente. Pero al doblar la

    esquina, sali corriendo. Tena la impresin de que alguien corra detrs

    suyo. Su to? La sola idea lo hizo correr ms rpido. O era el perro? Se dio

    vuelta y el encontronazo lo mand al suelo. Aturdido, tard en reconocer

    aquello con lo que haba chocado. El perro? No, ah estaba, a su espalda.

    No era el perro, era...

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    Rosa, por segunda vez! Y ahora echando chispas!

    Bruto!

    Qu decs?

    Digo bruto! repiti Rosa, sacudindose el polvo del vestido.

    Y por qu?

    Bruto, bruto!

    Bruto... y adems, haragn... y adems, borracho... y adems...

    Manfred respir hondo, para no estallar. Pero Rosa tena algo ms que

    decirle.

    Dice pap que lo vays a ver.

    Nadie iba a decirle a l, y menos que menos el pap de Rosa, lo que

    tena que hacer!

    Y a m qu?

    Cmo y a m qu! Maleducado!

    Haragn, borracho, bruto, y adems, maleducado...

    Y a m qu? repiti desafiante.

    Y sin ms, fue hasta la entrada del casern.

    Acostado debajo del pehun, el perro movi la cola, slo una vez, que

    s, que no.

    Esta vez, entr sin problema. Dej la puerta abierta. La luz del da se

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    enredaba en el polvo suspendido en el aire.

    De pronto, capt una sombra que saltaba por la ventana al patio del

    fondo.

    El Negro!

    Corri hasta la ventana. Pero en lugar del Negro, slo estaba el perro

    meneando la cola.

    A vos no te llam! dijo.

    Y furioso, levant un pedazo de madera del piso. Pero ya el perro se

    haba ido esfumado

    Retrocedi unos pasos y choc con algo. No, con alguien. Se dio

    vuelta, con el corazn en la boca. Era.....

    Rosa, por tercera vez! Miraba la puerta como hipnotizada. Algo

    pasaba con esa puerta. S, algo. Pero qu?

    Avanz unos pasos, para ver.

    La puerta no estaba abierta, slo entornada!

    Eso s que era raro.

    Tomados de la mano, entraron en la habitacin del tesoro. La poca luz

    que haba, desapareci.

    Eso s que era raro.

    Se dio vuelta, temblando.

    La puerta se haba cerrado! Poda ser el viento, slo que... No haba

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    viento!

    Y si era...?

    Sus piernas se aflojaron.

    No, pens, su to no se hubiera apurado en venir, para no

    despertar sospechas.

    Pero quin entonces?

    Cri, cra, cri, cra, crey escuchar.

    Cri, cra, cri, cra.

    Y nuevamente...

    Cri cri, cra, cra....

    Apret fuerte la mano de Rosa. Y cuando habl, lo hizo con la mayor

    calma posible:

    El plano dice... situarse a dos metros y medio de la puerta de

    enfrente, y de all... veinte pies a la derecha, y si no suena a hueco...

    El ltimo hilo de luz que se colaba por la ventana, desapareci.

    Alguien estaba cerrando la ventana!

    Voces en el casern vaco. No, no era idea suya. Eran voces! Ya iba a

    escapar por la puerta que daba a la habitacin vecina, cuando Rosa lo hizo

    a un lado.

    Ven, seguime! orden.

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    Bajaron corriendo la escalera. El bote apenas si se mova en el agua

    que se plegaba en turbias ondulaciones.

    Sub!

    Pero l no escuchaba. La voz le sali un chillido puro nervios:

    No lo viste? Pregunt.

    Sub de una vez!

    El eco le devolvi su voz centuplicada.

    Slo decime si lo viste!

    A quin?

    Al Negro!

    Con un empujn, Rosa lo mand al agua. Luego, salt al bote y

    empu los remos.

    Chorreando agua, Manfred ya trepaba de vuelta al amarradero,

    cuando escuch las voces de su to y del otro que bajaban corriendo la

    escalera.

    Rpidamente, con fuertes brazadas se alej nadando.

    Casi al mismo tiempo, escuch el ruido de un cuerpo que caa al agua.

    Rosa lo esperaba en la boca del tnel. Subi al bote sin decir palabra.

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    Se internaron en el ro anochecido. Rosa remaba, muy seria, sin mirar

    a uno u otro lado. l tiritaba de la cabeza a los pies. Estaba furioso, senta

    ganas de tirarla al agua, como ella haba hecho con l.

    Me la vas a pagar!

    Pero la que no escuchaba ahora era Rosa. El bote se deslizaba veloz

    sobre las aguas del ro. Pens que el ro, la noche negra y sin luna, eran slo

    un teln de fondo para la extraa historia que estaba viviendo. Una historia

    con dos protagonistas, l y el Negro. El recuerdo del rival que haba venido

    para robarle el tesoro lo hundi en una desesperacin tan negra como la

    noche misma. Ya iba a tirarse al agua, cuando Rosa se le adelant:

    Ests loco? dijo blandiendo uno de los remos.

    Quiero volver! exclam l Es mo! O no sabs?

    Callate, no s de qu ests hablando.

    Poco despus, Rosa amarraba el bote a un tronco cado en la orilla.

    Seguime! Y no habls!

    Qu era eso? Una isla? Quizs, pero con tanta oscuridad era

    imposible ver nada.

    Se abrieron paso entre la maleza. Una estrella fugaz cay en el

    matorral vecino. Oy el llamado de un pjaro. Luego, vio un resplandor

    rojizo.

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    Rosa apur el paso.

    Ven, seguime!

    Ms adelante, en un pequeo descampado, se toparon con Damin.

    Estaba encendiendo un fuego. Las llamas se reflejaban en sus ojos,

    dndoles un brillo feroz. A su lado, un viejo de cara arrugada pegaba sorbos

    a la bombilla.

    Sin alzar la mirada, Damin salud a Rosa con un seco hola. A

    Manfred, le dio la espalda. Manfred hizo lo propio. Y ah estaban los dos,

    dndose la espalda, cuando:

    And a secarte! le orden Rosa, mientras se agachaba para ayudar

    a su hermano.

    La sangre le hirvi en las venas. Quin era esa pavota para darle

    rdenes a l?

    Estpida! grit, y ech a correr por la senda que l y Rosa haban

    abierto momentos antes.

    De un salto, Damin lo agarr de la camisa.

    Qu dijiste?

    Su respuesta fue darle un empujn que lo dej tambaleando. Hecho

    esto, sali corriendo, hasta que otro empujn lo mand al suelo a l. Un

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    ardor en las piernas le nubl la vista. Haba cado sobre un hormiguero!

    Dejame o te mato! grit furioso.

    Pero Damin no lo soltaba.

    Estpidos! Es que no entendan que el tesoro se le escapaba de las

    manos?Ciego de rabia, tir un puntapi al aire, se levant de un salto y

    ech a correr de nuevo. Damin lo alcanz en la playa. El bote recortaba su

    silueta contra el cielo surcado de relmpagos. Por un instante, dud entre

    subir al bote o enfrentarlo a Damin. Un golpe en el hombro lo sac de

    dudas. Retrocedi unos pasos para poner distancia. Al mismo tiempo, oy

    un trueno, seguido de unas gotas. Tena que apurarse! Damin esperaba

    que l tomara la iniciativa. Y como l pensaba lo mismo, hacan los dos

    fintas, prontos a pasar al ataque.

    Ven, pegame! lo desafi Damin, largndole un golpe.

    l bailoteaba para no exponerse, pero luego, ofuscado por el ardor en

    las piernas, larg un puetazo. Damin retrocedi y embisti como un toro.

    El golpe en el pecho le cort la respiracin. Otro golpe lo mand a tierra.

    Se levant de un salto, pero otro golpe lo mand al suelo por segunda vez.

    Visto desde abajo, Damin pareca un gigante, con la sonrisa burlona del

    triunfador. Triunfador? Ese estpido que lo nico que saba era escupir? Le

    larg un puntapi que no dio en el blanco, se levant y sali corriendo. Pero

    Damin le cort la retirada. Dndose golpes y empujones, ambos fueron

    retrocediendo hacia la orilla. Rosa los miraba seria como siempre. Tambin

    el viejo los miraba, sin dejar de sorber la bombilla.

    De espaldas al bote, Damin empez a largar puntapies, que Manfred

    esquivaba a duras penas.

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    Adelantndose:

    Y? dijo el viejo Qu espers para ganarle al rubiecito?

    Ganarle? A l? Ya vera ese viejo idiota! Y embisti como un toro l

    tambin. Damin se ech atrs, tropez con el bote y cay de costado.

    Rpidamente, Manfred salt al bote y empu los remos. Damin

    trat de asirse a la borda, pero l ya se alejaba a golpes de remo.

    Ms avanzaba por las negras aguas, ms negra se haca la noche.

    Volvindose hacia la orilla:

    Esprenme! llam Esprenme que voy a...!

    Su voz se perdi en las sombras.

    Rem en direccin del tnel. Sbitos destellos lo alertaron. Quizs

    eran su to y el compinche. O quizs... Pero la oscuridad era impenetrable.

    Vir y sigui de largo.

    A su frente, veladas por la lluvia, dbiles luces en el centro del ro.

    Las luces, tres amarillas y una rojiza, titilaban en la oscuridad. Ya ms

    cerca, vio que eran las luces de un lanchn negro como la noche misma.

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    En cubierta, dos hombres, bajo y regordete el uno, alto y flaco el

    otro. A un costado, una docena o ms de cajas apiladas una sobre otra.

    Quin es? pregunt el flaco.

    La culata del revlver brillaba en la oscuridad.

    Su compaero tante las aguas con la linterna.

    Un chico! exclam.

    Un chico?

    Inclinndose sobre la borda:

    Qu quers? pregunt el petiso con voz gangosa.

    Y Ratengo? pregunt a su vez el otro. Su voz era, no gangosa, sino

    aguda y chillona.

    Manfred tiritaba tanto, que no consegua articular palabra.

    Sub! orden el bajito.

    Manfred obedeci.

    Y, dec! continu el petiso, apuntndolo con la linterna Por qu no

    vino?

    Manfred decidi tomarse su tiempo para contestar.

    Bueno...

    Dec!

    O sea...

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    Habl!

    Es mi to.

    Tu to? pregunt el de la voz chillona

    S.

    A su compaero:

    Vos sabas que tena un to, es decir, un sobrino?

    Sobrino? No!

    - Y, decime, vos, por qu no vino?

    Porque... Manfred temblaba como una hoja Porque no puede!

    No puede? Y por qu no puede?

    Porque...

    El de la voz chillona cort impaciente:

    Y vos, a qu viniste?

    Es decir, mi to...

    A qu viniste, te pregunto!

    ...me mand...

    El de la linterna:

    Mandar a un chico? Est loco!

    El de la voz chillona:

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    Y, decime, qu te pas?

    El de la linterna:

    S, qu te pas, que ands todo mojado.

    Yo...

    El petiso, sin dejarlo terminar:

    Te caste al agua?

    Manfred tena como trabada la lengua.

    Dejalo. O no ves cmo tiembla? dijo el de la voz chillona Que nos

    diga la contrasea!

    Eso! La contrasea!

    Su corazn lati ms rpido.

    La contrasea?

    S, la contrasea!

    Esta vez tembl, pero de miedo. Haba una contrasea y no la saba!

    Aqu yo huelo algo raro dijo el de la voz resfriada.

    Y, sabs o no sabs?

    Yo... comenz Manfred.

    La contrasea!

    Cul? se le ocurri preguntar.

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    Cmo cul! estall el petiso

    Dejalo, tiene razn intervino su compaero. O no te acords que

    eran tres?

    Tres?

    S, tres. Una era el nombre de una flor.

    Una flor? El bajito se qued pensando Ah, ya s cul!

    Callate vos!

    Ama...

    Callate dije!

    Amapola? aventur Manfred.

    Cooo-rrecto! Amapola! asinti el petiso.

    No ves que no sabe? protest su compaero Vamos, decime las

    otras dos!

    Las otras dos?

    S, las otras dos!

    Djeme pensar... comenz Manfred. Una era...

    Vamos! Pronto!

    Por mucho que se devanaba los sesos, a Manfred no se le ocurra...

    Nada!

    Ro... sopl el de la linterna. Ro... ro... ro...

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    Rosa!

    El petiso le apret el brazo hasta hacerlo doler.

    Sabs una cosa?

    No.

    No hay tres contraseas! exclamaron a coro los dos hombres.

    Manfred empez a ver todo negro.

    Estoy... Su cabeza giraba como un carrusel Mareado...

    Ms mareada tu madre!

    El petiso le apret el brazo tanto que tuvo que llorar. Trat de

    soltarse. Pero apenas intent hacerlo, un golpe en la cara lo llam a

    sosiego.

    Quieto o te mato!

    Dejalo dijo el de la voz chillona O no ves cmo tiembla?

    Volvindose a l:

    Trajiste la orden?

    Quiso retroceder, pero el petiso le aplast la linterna contra la cara.

    No te movs, o...!

    La orden! insisti el de la voz chillona.

    Pero yo... Tanto le dola el brazo, que tena ganas de llorar Yo

    crea...

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    Qu es lo que creas?

    El de la voz chillona no estaba para conversaciones. Dndole un

    empujn:

    Andate! dijo.

    Su voz cambi a un siseo amenazador.

    Andate o te acribillo!

    No, esper dijo el petiso Que antes nos diga cmo es el to!

    Apretndole el brazo:

    Decinos cmo es tu to!

    Cmo es...?

    En su cabeza todo era una bruma.

    S, cmo es!

    Habl!apur el de la voz chillona.

    Bueno, es un tipo...

    Un tipo?

    No, un hombre...

    Segu!

    Grandote.

    Aj!

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    Con barba.

    l slo pensaba en escapar. Pero el brillo del revlver lo paralizaba.

    Y por qu no vino? quiso saber el petiso.

    Porque... Porque no se siente bien.

    Largando una risita:

    No me vengs con cuentos! La punta del revlver se clav en su

    pecho Si ayer todava andaba perfecto!

    Dej que hable! cort el petiso Qu pasa con tu to? Est

    enfermo?

    Un poco.

    Un poco? El de la voz chillona larg una carcajada. A su

    compaero:

    Te das cuenta?

    S, pero yo dira...

    Qu!

    Que lo dejs.

    Que lo deje?

    S, mir cmo tiembla.

    Y las cajas? Su voz trep ms alto Qu hacemos con las cajas?

    Bueno, si se quiere llevrselas, que vaya y vuelva con la orden.

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    El flaco arranc la linterna de manos de su compinche y se la aplast

    en la cara.

    Escuchaste? dijo, en tanto le aplastaba la linterna contra la nariz

    Dice que vayas y despus vuelvas.

    Con una orden! remarc su compaero.

    Escuchaste? Con una orden!

    Escrita!

    Escuchaste? Escrita!

    Firmada por el to.

    Escuchaste? Firmada por el to!

    No, no, firmada por su to!

    No, no, firmada por su to!

    Te damos... Volvindose a su compaero Cunto le damos?

    Media hora.

    Es muy poco.

    Bueno, entonces media hora.

    Correcto! Escuchaste? Media hora! Y ni un minuto ms! Y no se te

    ocurra...!

    No dijo Manfred.

    Porque sin... te matamos!

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    S.

    Y ahora, andate!

    Quitando la linterna de manos de su compinche y apuntando con ella

    a Manfred:

    Media hora! gru el petiso Entendiste? Y ni un segundo

    ms!

    O te matamos! complet su compaero.

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    Rem contra la corriente, en zigzag, para despistar. El ro era una

    masa oscura guarnecida de reflejos metlicos.

    Al rato, sonaron dos disparos.

    Rem ms fuerte. La boca del tnel no poda quedar lejos. Qu era

    preferible? Remar hacia la isla? Era el trayecto ms corto, pero...

    Y si el Negro le birlaba el tesoro?

    Un tercer disparo lo sac de dudas. La orilla era un mar de sombras.

    Su primer impulso fue bordearla hasta el tnel, pero... Y si all lo

    esperaban su to y el otro?

    Dej de remar para orientarse. Al lanchn se lo haba tragado la

    noche. Lentamente, fue acercndose a la orilla. Rumor apagado de una

    corriente de agua. Sbitos destellos, multitud de parpadeos en la noche. Su

    corazn galopaba. Unos pocos golpes ms de remo y... Ah estaba el tnel!

    No haba nadie esperndolo. Respir aliviado. Pero enseguida, dej de

    respirar. Alguien lo esperaba, s! Pero quin?

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    El perro! Como de costumbre, meneando la cola, que s, que no.

    Perro mugriento! Por qu no me ayudaste?

    Salt a tierra y le tir una piedra. Pero el perro haba desaparecido.

    Bueno, qu importaba, no poda perder el tiempo con ese perro idiota.

    En el amarradero, subi la escalera cuidando de no resbalar. Tiritaba,

    la cabeza le arda como fuego. Arriba, se sac las zapatillas para escurrirles

    el agu