Artículo La Tekhné La paradoja del pesimismo tecnológico

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LA PARADOJA DEL PESIMISMO TECNOLÓGICO Por Álvaro Monterroza Profesor de ciencias y epistemología Cuando al público en general se le pregunta por la tecnología, muchas respuestas dejan ver que se percibe como un conjunto de máquinas con operaciones repetitivas, y otras veces se ve como un campo de oscuras amenazas antihumanas de catástrofes, guerras y dominación. Por otro lado, y de forma paradójica, también hay respuestas – alimentadas por autores, revistas, programas de televisión, etc.- que consideran acríticamente a la tecnología como el remedio a todos los males de la humanidad. Lo cierto es que es innegable que la tecnología supera lo propiamente tecnológico y rápidamente pasa a los ámbitos sociales, culturales e incluso emocionales de las vidas de los seres humanos. Nadie podría negar que en la mayor parte de los discursos filosóficos, sociológicos o ambientalistas, y también en la literatura, el arte y el cine, es común la idea de que la tecnología se ha convertido en un sistema autónomo, que arrasa, con su dinámica incontrolada, todos los sistemas humanos, económicos, culturales y cualquier tipo de relación entre individuos y grupos. Esta perspectiva, llamada «determinismo tecnológico», incluye a autores como Lewis Mumford, Jacques Ellul 1

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LA PARADOJA DEL PESIMISMO TECNOLÓGICO

Por Álvaro Monterroza

Profesor de ciencias y epistemología

Cuando al público en general se le pregunta por la

tecnología, muchas respuestas dejan ver que se percibe

como un conjunto de máquinas con operaciones

repetitivas, y otras veces se ve como un campo de

oscuras amenazas antihumanas de catástrofes, guerras y

dominación. Por otro lado, y de forma paradójica,

también hay respuestas –alimentadas por autores,

revistas, programas de televisión, etc.- que consideran

acríticamente a la tecnología como el remedio a todos

los males de la humanidad. Lo cierto es que es innegable

que la tecnología supera lo propiamente tecnológico y

rápidamente pasa a los ámbitos sociales, culturales e

incluso emocionales de las vidas de los seres humanos.

Nadie podría negar que en la mayor parte de los discursos filosóficos, sociológicos o

ambientalistas, y también en la literatura, el arte y el cine, es común la idea de que la

tecnología se ha convertido en un sistema autónomo, que arrasa, con su dinámica

incontrolada, todos los sistemas humanos, económicos, culturales y cualquier tipo de relación

entre individuos y grupos. Esta perspectiva, llamada «determinismo tecnológico», incluye a

autores como Lewis Mumford, Jacques Ellul y Langdon Winner, que hacen una denuncia

crítica de la tecnología actual y de cómo esta ha transformado de forma negativa los valores y

costumbres de la humanidad.

Sin embargo, considerar la tecnología sólo como un ente autónomo al servicio del poder es

problemático al menos por dos razones. La primera es porque es prácticamente imposible una

centralización total de la tecnología bajo un solo poder y prueba de ello es sobre las falsas

predicciones de los teóricos de esta escuela de los años sesenta y setenta del siglo XX sobre

cómo se desarrollarían los grandes complejos tecnológicos. Un ejemplo es el de la energía

nuclear que dichas décadas sería la energía del futuro impuesta por sus factores de eficiencia

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pero que, por el contrario, la presión social impidió su expansión. Actualmente la energía

nuclear por fisión está en desuso y los últimos acontecimientos con el terremoto y tsunami de

Japón en 2011 ha acelerado este proceso. Esto sucedió porque la tecnología, más que

determinada por un poder central, es un conjunto de posibilidades de acción colectiva. Si bien

es cierto que existen agentes con más poder que otros –por ejemplo, los gobiernos o las

multinacionales tienen más poder que los grupos sociales–, el uso y la dirección de una

determinada tecnología no es algo que se pueda controlar bajo una misma regla central de

intereses, justamente porque su uso es colectivo. Podríamos usar otro ejemplo significativo y

global para refutar el «determinismo tecnológico»: la internet. Sabemos que la internet es un

conjunto descentralizado de redes de comunicación, interconectadas bajo unos determinados

protocolos, que garantizan que las redes físicas heterogéneas que la componen funcionen

como una red lógica única de alcance mundial; esto hace que sea algo así como la hierba, en la

que pueden fallar algunos elementos particulares de determinados lugares, pero en donde la

red en sí se mantendría y regeneraría con la entrada de más elementos. De este modo, la

internet no está bajo el control total de algunos agentes en particular. Como es sabido,

internet en sus inicios fue un proyecto militar estadounidense que se salió de un control

central y se convirtió en uno de los desarrollos tecnológicos colectivos que más han

transformado las relaciones económicas, sociales, culturales, políticas y afectivas de gran

parte de las comunidades humanas.

El segundo problema en particular que observo en autores como Mumford y Ellul es la

creencia de que el medio artificial es un medio antihumano, que el hombre ha pasado de ser

un Homo sapiens a un Homo faber. Esto es un equívoco: sabemos que nuestra especie es

transformadora técnica del medio, es decir, no esperamos la adaptación biológica a un

ambiente, sino que adaptamos el ambiente a nuestro favor. No podemos olvidar que ya no

somos animales viviendo libremente en la naturaleza. Si bien podemos tener cierta melancolía

por lo natural, nuestros proyectos de vida, individuales y colectivos, solo son plenos bajo

ciertas condiciones culturales y materiales que proporciona nuestro medio «natural», es decir,

el medio artificial donde crecimos. Somos Homo sapiens, pero también somos Homo faber,

para poder justamente desarrollarnos como seres pensantes plenos.

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Se puede pensar que los actuales medios técnicos de información son la auténtica realización

del “Gran Hermano” de la novela de Orwell1. Incluso, los medios de comunicación televisivos

han usado este mismo nombre para mostrar que muchos están dispuestos a que les sean

inspeccionadas sus vidas a cambio de convertirse ellos mismos en espectáculo. Internet y las

nuevas redes sociales son la plataforma perfecta para seguir los rastros electrónicos que

permitiría hacer un seguimiento de nuestras vidas, pero lo curioso es que la gran mayoría no

ve esto como una amenaza de dominación. Los grandes poderes tendrían como nunca las

herramientas para el control de las vidas como lo auguraba la ciencia ficción y los

deterministas tecnológicos, esa es una posibilidad. Pero lo paradójico es que han sido los

desarrollos tecnológicos informáticos (como Wikileaks y otras páginas) los que han facilitado

herramientas para denunciar las oscuras conexiones de los poderes estatales con los poderes

privados, las violaciones a los derechos humanos, las tenebrosas relaciones entre los aparatos

militares y terroristas, el manejo especulativo de los capitales, las relaciones diplomáticas

hipócritas, etc. Este año 2011 vemos ejemplos muy significativos como las protestas en el

mundo musulmán o el grupo de los “indignados” de Europa y Estados Unidos que usaron las

redes tecnológicas para la consolidación y expansión de sus movimientos sociales. Es como si

la tecnología se hubiera vuelto en contra de los grandes poderes, muy diferente a lo que

predijeron los deterministas.

Estos casos recientes apoyan mi postura que se aleja de los extremos: la tecnología no es la

senda de un progreso de bienestar que prometieron y prometen tantos tecnoprofetas ni

tampoco el ente autónomo que rompería con los rasgos humanos de la humanidad de algunos

filósofos deterministas (tecnofóbicos); sino que es un espacio de posibilidades abiertas al

futuro, además que es una manifestación de lo que somos y un modo de transformar

colectivamente el presente.

Referencias

1. Broncano, Fernando (2006). Entre ingenieros y ciudadanos. Filosofía de la técnica para días de democracia.

Madrid. Montesinos.

2. Monterroza, Álvaro (2011). Artefactos técnicos. Un punto de vista filosófico. Medellín. Fondo Editorial ITM.

1 De la novela 1984 George Orwell escrita entre 1947 y 1948 y publicada en 1949. La novela introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano o Hermano Mayor, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del pensamiento y de la neolengua, adaptación del inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el siguiente principio: Lo que no está en la lengua, no puede ser pensado (Wikipedia).

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