Artículo Ecopedagogia y Cultura Depredadora

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Taller del 30% de la nota final Para el desarrollo del presente taller que tendrá un valor del 30% de la nota final, el estudiante deberá leer el artículo titulado “Ecopedagogía y Cultura depredadora” con el fin de desarrollar un ensayo donde dé a conocer cuál es la finalidad de la ecopedagogía y cómo podríamos vincularla a nivel local para transcender posteriormente a cambios socio - culturales regionales, nacionales y mundiales que permitan un mayor cuidado y preservación del ambiente. Entregar en físico al comienzo de la tutoría para su respectiva socialización ante el grupo. Revista Cubana de Educación Superior No 2/ 2005 ECOPEDAGOGÍA Y CULTURA DEPREDADORA SIGFRIDO LANZ DELGADO Universidad Nacional Experimental de Guayana (Puerto Ordaz, Venezuela) [email protected] RESUMEN La civilización moderna sufre una crisis agónica. La cuantía y profundidad de los problemas que la azotan y en medio de los cuales nos ha tocado vivir, no es posible solucionarlos apoyados en la lógica que funda esta misma civilización. Es necesario otra lógica y otro mundo. Nos inscribimos en ese movimiento que, ante el momento crucial en que nos encontramos, ha lanzado el proyecto de la civilización ecológica. Sus proposiciones están siendo postuladas desde distintos ámbitos. A su vez, la ecopedagogía es la propuesta que desde el mundo de la educación está haciéndose en aras de contribuir desde aquí a la fragua del nuevo mundo. Estos son los asuntos que abordamos en el presente texto. INTRODUCCIÓN La humanidad está confrontando en estos momentos una situación crucial. Creemos que la civilización occidental moderna vive sus últimos tiempos. Claro que su límite definitivo no está a la vuelta de la esquina. Modernidad y capitalismo tendremos para rato, pero sin duda que tal civilización ha entrando en su fase agónica. Muchas voces nos advierten en tal sentido. Nos encontramos en un Punto Crucial”, dice Capra (1982); “Enfrentamos una crisis generalizada de la civilización”, sentencia Boff (2001). Nos encontramos a punto de ocasionar nuestra propia destrucción”, afirma Elías Capriles (1994). “Requerimos fundar una nueva civilización”, declara Dos Santos (2003). “Este mundo ya no sirve”, leemos en el titular del mensuario venezolano Question (02-10-2003). Para

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La civilización moderna sufre una crisis agónica. La cuantía y profundidad de los problemas que la azotan y en medio de los cuales nos ha tocado vivir, no es posible solucionarlos apoyados en la lógica que funda esta misma civilización. Es necesario otra lógica y otro mundo.

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Taller del 30% de la nota final

Para el desarrollo del presente taller que tendrá un valor del 30% de la nota final, el estudiante deberá leer el artículo titulado “Ecopedagogía y Cultura depredadora” con el fin de desarrollar un ensayo donde dé a conocer cuál es la finalidad de la ecopedagogía y cómo podríamos vincularla a nivel local para transcender posteriormente a cambios socio - culturales regionales, nacionales y mundiales que permitan un mayor cuidado y preservación del ambiente.

Entregar en físico al comienzo de la tutoría para su respectiva socialización ante el grupo.

Revista Cubana de Educación Superior No 2/ 2005 ECOPEDAGOGÍA Y CULTURA DEPREDADORA

SIGFRIDO LANZ DELGADO Universidad Nacional Experimental de Guayana (Puerto Ordaz, Venezuela)

[email protected] RESUMEN La civilización moderna sufre una crisis agónica. La cuantía y profundidad de los problemas que la azotan y en medio de los cuales nos ha tocado vivir, no es posible solucionarlos apoyados en la lógica que funda esta misma civilización. Es necesario otra lógica y otro mundo. Nos inscribimos en ese movimiento que, ante el momento crucial en que nos encontramos, ha lanzado el proyecto de la civilización ecológica. Sus proposiciones están siendo postuladas desde distintos ámbitos. A su vez, la ecopedagogía es la propuesta que desde el mundo de la educación está haciéndose en aras de contribuir desde aquí a la fragua del nuevo mundo. Estos son los asuntos que abordamos en el presente texto. INTRODUCCIÓN La humanidad está confrontando en estos momentos una situación crucial. Creemos que la civilización occidental moderna vive sus últimos tiempos. Claro que su límite definitivo no está a la vuelta de la esquina. Modernidad y capitalismo tendremos para rato, pero sin duda que tal civilización ha entrando en su fase agónica. Muchas voces nos advierten en tal sentido. Nos encontramos en un “Punto Crucial”, dice Capra (1982); “Enfrentamos una crisis generalizada de la civilización”, sentencia Boff (2001). “Nos encontramos a punto de ocasionar nuestra propia destrucción”, afirma Elías Capriles (1994). “Requerimos fundar una nueva civilización”, declara Dos Santos (2003). “Este mundo ya no sirve”, leemos en el titular del mensuario venezolano Question (02-10-2003). Para

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nosotros no hay duda que transitamos una coyuntura en la que como lo señala Laszlo (1997), el camino se bifurca y tenemos que tomar una u otra decisión. “Estamos en jaque, nos advierte Pigem (1994: 80), y sólo hay dos opciones: o seguimos naufragando hacia el laberinto y los hechizos de Circe o viramos la proa y ponemos rumbo a Itaca”. Es ésta la misma preocupación que asalta el pensamiento de Tamanes (1993: 85) cuando nos dice: “estamos ante una disyuntiva real: lautopía o la nada”. De igual forma piensa Capra, quien asevera: “hemos llegado a una encrucijada, y frente a nosotros se abren dos caminos: el que lleva a la Bomba (atómica) y el que lleva a Buda” (en Capriles, 1994: 319). En fin, la humanidad pasa en este momento por una coyuntura especial, dada la cual, los gobiernos y los pueblos estarán obligados en el futuro inmediato a tomar decisiones radicales respecto a su destino. LA AGONÍA DE LA CIVILIZACIÓN Los sucesos que han tenido lugar en el siglo XX han dejado sin sustento la confianza que tenían los seres humanos en su futuro próximo. La serie de acontecimientos que han plenado los últimos momentos de la historia humana no dan lugar para el optimismo. En el Norte y en el Sur; en el Este y en el Oeste, lo que observamos es todo tragedia. Nos rodea un presente miserable, desdichado, angustioso. Destacan sobre manera, aquí y allá, las hambrunas y las guerras. Por ningún lado percibimos que avanzamos hacia un futuro mejor. Ni progreso, ni desarrollo logramos avizorar. “El porvenir radiante zozobra”, sentencia Morin (1999, 85), después de percibir la terrible tragedia en la que nos encontramos. ¿Qué nos espera más adelante? No sabemos con seguridad. En medio de este “Mundo sin rumbo” en el que” la alarma y el desconcierto han desplazado a la gran esperanza, la incertidumbre es la única certeza” (Ramonet (1997, 15). No estaríamos exagerando si caracterizáramos el siglo XX como el siglo de la guerra y de la muerte. En el mismo se condensa “la historia de lo inhumano” (Bárcena y Melich, 2000, 13). Más de cien millones de personas perdieron la vida a consecuencia de los conflictos bélicos que en distintos lugares tuvieron lugar en el transcurso del anterior siglo. Por cierto que el siglo XXI parece que será peor, dado lo que estamos observando. La persistencia en el tiempo de los mismos acontecimientos nos permiten pensar en los términos que lo hace Agnes Heller, quien nos dice que “Los mismos vasos sanguíneos de la cultura moderna llevan los virus del mal del siglo XX”. Al parecer, sigue diciéndonos Heller, “Lo que llamamos civilización como rasgo de la modernidad, tiene no una sola cara sino dos, una que apunta a la felicidad y al bienestar y otra que mira el rostro de la muerte y la barbarie” (1999, 188). Así entonces, la primera y segunda guerras mundiales, el holocausto judío, Hiroshima y Nagasaki, el conflicto Servio- Bosnio; más recientemente, las matanzas en Ruanda, Afganistán e Iraq, entre otros terribles acontecimientos son, no accidentes históricos, sino la consecuencia lógica de la evolución de este modelo de organización económico-social que ha dominado la vida occidental en los últimos quinientos años(1). Este es el parecer también de intelectuales como Herbert Marcase(2) y Walter

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Benjamín(3), miembros de la Escuela de Frankfurt, como sabemos. Este último opinaba que la historia no era como se pensaba, un largo camino recorrido por la humanidad en ruta hacia el progreso, sino más bien una montaña de ruinas que sube al cielo. Por eso, para él Auschwitz fue la culminación de una tendencia que estaba latente en el mundo occidental, y que representó “la irrupción en la superficie de la tierra de su infierno oculto, la conclusión de una larga trayectoria ya marcada por la violencia de las cruzadas, los exterminios de las conquistas del Nuevo Mundo, el genocidio de los armenios y las masacres tecnológicas de la Primera GuerraMundial” (Traverso: 2001, 238). Esa tendencia a la violencia que presenciamos en la historia contemporánea es generada, según los Frankfurtianos, por la enfermedad que se había apoderado de la razón. La enfermedad de la razón tiene que ver con el empeño de los hombres por dominar, por someter y explotar la realidad natural y social. Su nacimiento está asociado a la aparición de la ciencia moderna, y también del positivismo. La primera como sabemos hizo del conocimiento un instrumento de control de la naturaleza y de dominio sobre los propios hombres. El segundo, liquidó la capacidad crítica de la razón ilustrada al someterla al dictado exclusivo de los hechos naturales y sociales, e hizo de la razón un mero instrumento. Por la enfermedad de la razón todas las cosas del mundo, incluido los hombres y mujeres, son convertidos en meros instrumentos al servicio de los ideales de dominación. La devastación ecológica, el culto a la competencia, el endiosamiento de la tecnología, el rascismo, la carrera armamentista, y la deuda externa, son hoy por hoy muestra de hasta donde puede conducirnos este afán irracional de dominarlo todo. Pero es la producción de armamento nuclear la prueba más contundente del empeño de la razón instrumental por erigirse en ama del mundo, empeño que nos puede costar nuestra propia sobrevivencia. El poderío nuclear acumulado en este momento por los países que han logrado controlar la energía proveniente del átomo es capaz de destruir varios mundos como éste. Nuestro planeta abunda ya en armamento nuclear. Además, tenemos plantas de energía nuclear por todos lados, nada seguras como se demostró en Chernobyl. Las sustancias radiactivas es otro de los grandes peligros que se derivan de la industria nuclear. Dichas sustancias son poderosos cancerígenos, capaces de alterar el código genético de los seres humanos, cuando se encuentran en concentraciones mayores. En este momento, la cantidad de esas sustancias que ha sido inyectada a la biosfera es tan alta que para algunos conocedores del tema es demasiado tarde para impedir nuestra degeneración biológica e incluso nuestra extinción (Capriles: P. 87). Sin embargo, se continúan produciendo reactores atómicos, fabricando más armas nucleares y experimentando con explosiones “controladas”. De esta forma se incrementa la concentración de sustancias radiactivas en la ecosfera, y se acerca más la posibilidad de una gran catástrofe atómica. Pero no sólo confrontamos el riesgo circunstancial del holocausto, sino que otro gran peligro nos amenaza. Este otro riesgo se deriva de la misma lógica instrumental que subyace al sistema en el que vivimos, y que tiene que ver con la creencia en el crecimiento material indefinido. “La fatalidad de nuestro tiempo, afirma Leff, se expresa en la obsesión por el crecimiento” (1998, 22). Por esa obsesión por el crecimiento, las causas de los problemas que hoy azotan al hombre y a la tierra

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son dejadas de lado y ocultadas. El interés por el crecimiento también hace que los efectos perniciosos que la búsqueda del crecimiento provoca en el medio ambiente natural sean minimizados y justificados. Si los países quieren demostrar que están progresando tienen que demostrar, al final de cada año que su economía creció más que el año anterior. Mientras mayor sea el crecimiento mayor será su desarrollo. En esto consiste el mito del desarrollo ilimitado sobre el cual se ha levantado el mundo moderno. Se ha estado pensando ciegamente en términos de recursos y que estos son ilimitados. “Nos movemos dentro de dos infinitos concretos, dice Boff: el infinito de los recursos naturales y el infinito del progreso en dirección al futuro” (2000, 31). De acuerdo con ambos infinitos, la naturaleza es una fuente inagotable de bienes a disposición libre de las personas. Los trabajadores son también unos medios, esto es unos recursos humanos al servicio de la producción económica y de los dueños de ésta. Derivado también del desarrollo está la idea según la cual el sentido de nuestras vidas está asociado al de posesión y propiedad. “La propiedad es sagrada”, reza una sentencia que está en las constituciones, leyes, reglamentos y en la mentalidad mundial. Se entiende que es apropiándonos de las cosas como podemos beneficiarnos de su existencia. Así, nos apropiamos de la tierra, de los animales, de las plantas, de las cosas que fabricamos, e incluso de los propios seres humanos. Solo la propiedad plena genera satisfacción plena. Creemos que mediante la propiedad nos hacemos libres. Pero la propiedad más bien nos aísla, nos hace seres egoístas, lo que propende a que la vida social sea altamente conflictiva y menos llevadera para todos. Pero hoy sabemos que el progreso y el crecimiento son insostenibles. Estamos destruyendo a Gaia, nuestra madre tierra, como la llama Lovelock (1974). La situación ha llegado a un nivel tal que toda la vida del planeta está en peligro. Gadotti (2002, 27) nos advierte que arribamos a la “era de la exterminación”. “Hemos evolucionado, sigue diciéndonos Gadotti, del modo de producción al modo de la destrucción”, y, como consecuencia de ésta mutación tendremos que hacer, en el futuro próximo, un gran esfuerzo por reconstruir el planeta. Nos queda menos de un siglo quizá para decidir, que debemos hacer ante el reto que nos plantea la “Gran Bifurcación”: o continuamos hacia la destrucción o tomamos rumbo hacia otro modelo de vida, ésta vez integrativo, ecológico, espiritual. Estamos obligados a corregir el rumbo. Es un asunto de vida o muerte(4). No cabe aquí término medio. Pero donde se manifiesta el síntoma más doloroso del malestar de la civilización es en el maltrato que el hombre ha dado al propio hombre. Se presenta, según Boff (2001), a quien seguiremos en las próximas líneas, en la forma de descuido, de la falta de atención y del abandono, es decir, de la falta de cuidado. Nos dice al respecto Boff: Existe descuido y desatención con respecto a los niños. Hay descuido y desatención con respecto a la vida de los pobres, víctimas del hambre, de la falta de vivienda, para quienes no hay educación, salud, ni agua potable. Vemos descuido y desatención respecto al destino de los jubilados y desempleados, así como también de los cada vez más excluidos del trabajo, que son tratados como desechos sociales. Hay descuido y abandono de los principios que promueven la sociabilidad. Las personas se aíslan cada vez más y se refugian en la cultura del espectáculo, del falso entretenimiento

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mediático. La comunicación y el diálogo están siendo desplazados por la imagen televisiva. Hay descuido y desatención de la dimensión espiritual del ser humano que se ve sustituida por la adoración y búsqueda de placeres crematísticos. No se cultiva la emoción, el corazón, sino la razón. Se observa descuido y desatención respecto de los asuntos públicos; a los estados se les pide que restrinjan sus gastos y que destinen más al pago de sus responsabilidades con organismos financieros internacionales. En algunos aspectos termina diciéndonos Boff, “hemos regresado a la barbarie más atroz” (P. 17). Y No podemos seguir viviendo de esta manera. Otro mundo se hace necesario y es posible levantarlo si cambiamos nuestras creencias. A eso vamos. EL PARADIGMA ECOLÓGICO Como alternativa al modelo de vida dominante en el mundo occidental moderno, viene tomando cuerpo, desde hace la década de los ochenta del siglo pasado, una propuesta crítica radical muy sugerente, que se sustenta en una visión unificadora de la realidad. Se trata del paradigma ecológico o ecologismo(5), considerado por algunas personas como la única plataforma antisistema de nuestros días, así como el discurso con mayor profundidad crítica. Lo que propone el ecologismo como salida es nada más y nada menos que una nueva civilización con otra lógica de desarrollo asentada en lo cualitativo más que en lo cuantitativo. La forma de vida que defiende son comunitarias y naturales, en oposición al artificialismo consumista: la comuna es la forma de organización social. Al respecto nos dice Melich: “el ecologismo se nos presenta como una vía alternativa no prevista hasta ahora por los otros sistemas de pensamiento: el liberalismo y el marxismo. La misma intenta armonizar lo social con lo natural, se presenta como una filosofía vitalista y planetaria, como una especie de neohumanismo naturista y, por tanto, como respuesta a un capitalismo de espaldas al hombre y a la naturaleza” (1994, 175). La perspectiva ecológica se alimenta de distintas fuentes de pensamiento, que van desde la física cuántica, hasta llegar a las filosofías místicas orientales, pasando por la Teoría Crítica, la Teología de la Liberación, el Pensamiento Complejo de Edgar Morin, la Hipótesis Gaia de Lovelock y buena parte de las cosmogonías indígenas de América Latina. Entre todas hay un planteamiento común, como es el de considerar la unidad absoluta de toda la realidad. Capra, por ejemplo, un físico, en su extraordinario texto “La Trama de la vida” (1996) presenta su idea del mundo como un todo integrado, reconoce la interdependencia fundamental entre todos los fenómenos, así como que nosotros estamos inmersos en los procesos cíclicos de la naturaleza. También este punto de vista es defendido por Laszlo en su obra “El cosmos creativo” (1997), en donde su autor nos señala que la realidad constituye una totalidad sin juntas ni costuras, cuyos elementos forman orgánicamente parte de un todo, por lo que sus distintos elementos están en contacto. De igual forma Frei Betto, en su bello libro“La obra del artista” (1999) suscribe la visión unificadora en la que se sustenta el paradigma ecológico. Michael Talbot también es partidario de esta perspectiva relacional, que es expuesta en su obra “Misticismo y Física moderna. Algo similar defiende Edgar Goldsmith, en su trabajo “El Tao de la Ecología” (1999).

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El principio central del paradigma ecológico es que “todo se conecta con todo en todos los puntos”, y el principio ecológico explicativo de lo real es que “el todo es más que la suma de sus partes”. Este principio lo podemos denominar principio de causalidad sistémica. De acuerdo con el mismo “toda la naturaleza está unida por lazos invisibles y cada criatura orgánica, por más elemental que sea, es necesaria para la existencia de otra dentro de la miríada de formas de vida que pueblan la tierra” (Goldsmith: 1999, 46). De acuerdo con tal manera de pensar nada está de más en este mundo. Todo lo que ocupa un lugar en la tierra es necesario y tiene su sentido. Para el conjunto de la gente humano ello significa que cada uno de las personas que pueblan el mundo es tan importante como todas las demás. Nadie es más relevante que nadie. De manera que el paradigma ecológico postula una forma de vivir más convivencial, más tolerante, en la que la solidaridad desplaza a la competitividad, el diálogo al monólogo, la comunicación al aislamiento, lo colectivo a lo individual. En ésta dirección es hacia donde deben apuntar los esfuerzos de los hombres y mujeres que habitamos el planeta actualmente, que, como apuntamos atrás, tenemos la desgracia de estar experimentando experimentar directamente las circunstancias que se derivan de un mundo sin rumbo, presentista. Un mundo miserable por que está lleno de miserias materiales y espirituales, que está a punto de liquidar del genero humano su capacidad para soñar con un mañana redentor. LA ECOPEDAGOGÍA Movimiento social y político La ecopedagogía se deriva del paradigma ecológico. La idea central que defiende es formar para que aprendamos a pensar globalmente, en términos de totalidad, teniendo como referente mayor la tierra. La ecopedagogía no es un movimiento estrictamente educativo, sino que sobre todo se trata de un movimiento social y político que cuestiona el modelo de vida occidental depredador de la naturaleza y del ser humano mismo. Para la ecopedagogía este modelo social, identificado plenamente con los conceptos de progreso, desarrollo y crecimiento económico, es el causante de la peligrosísima crisis ecológica del planeta así como del enorme crecimiento del número de seres humanos que viven en situación miserable. Desde la perspectiva ecológica, ambos problemas son interdependientes. Con razón Josué de Castro ha dicho que “La pobreza es nuestro mayor problema ecológico” (en Boff, 2000). Esto significa que entre la injusticia ecológica y la injusticia social existe una identidad de fondo, que le viene de la razón enferma antes mencionada. Tampoco es la ecopedagogía un modelo pedagógico que se suma a los que ya conocemos. El sentido de sus propuestas trasciende el espacio del aula de clases, el de la escuela y el de la universidad, y de todo el sistema educativo. La ecopedagogía implica un modelo alternativo de dimensiones globales, donde la preocupación está “en un nuevo modelo de civilización sustentable desde el punto de vista ecológico (Ecología Integral), que implica un cambio en las estructuras económicas, sociales y culturales. Ella está unida, por lo tanto, a un proyecto utópico: cambiar las relaciones humanas, sociales y ambientales que tenemos hoy. Aquí está el sentido profundo de la ecopedagogía, el de una Pedagogía de la

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Tierra”,como la llama Gadotti (2002). Las pedagogías tradicionales son pedagogías escolares que abordan solamente los problemas de mediación entre el docente, los conocimientos y los alumnos. Además de lo anterior, descontextualizan lo educativo del entorno circundante que obligatoriamente la atrapa. Más que, igualmente, se interesan sobre todo por la eficiencia del desempeño educativo de docentes y estudiantes. De ahí que sea la búsqueda de resultados concretos el afán que movilice a éstas pedagogías(6). Esto no es lo que llama la atención de la ecopedagogía a la luz de los problemas económicos, sociales y políticos que estamos viviendo. A ésta lo que le importa es conectar la reflexión y la acción educativa con las necesidades de los hombres y mujeres de la tierra que están sufriendo penurias y ver cómo desde la educación podemos ayudarles para salir de su situación. Por tales razones es que la pedagogía es un movimiento político-social que apunta hacia la construcción de otro modelo de vida en el que no haya lugar para las iniquidades que arrastra consigo el actual sistema capitalista mundial. Desde la ecopedagogía se reconoce la enorme responsabilidad que tiene la educación en la construcción de otro modelo de mundo. En ésta dirección, la misma nos propone la resignificación del sentido de la formación educativa, para orientarlo ésta vez hacia la consecución de un ciudadano convivencial que piense como habitante de una comunidad planetaria. De aquí la idea de ciudadanía planetaria. Ciudadanía planetaria La idea de ciudadanía planetaria se apoya en la visión unificadora contenida en la “Hipótesis Gaia” (Lovelock: 1974), según la cual “todos los seres vivos forman parte de un inmenso organismo de las dimensiones del planeta (...) todos pertenecemos a Gaia” (en, Sorman: 1995, 31). Supone la ciudadanía planetaria que debamos reconocer que la nacionalidad del género humano es la tierra; que nuestra madre es Gaia, un superorganismo al que estamos integrados en cuerpo y alma. Por tanto, los problemas que se susciten en uno u otro lugar del mundo no deben ser ajenos a nadie, puesto que todo lo que le ocurra a la tierra se reflejará también en nosotros y viceversa. De aquí nace el compromiso de los hombres y mujeres por “Cuidar la Tierra” (Boff: 2001), nuestro hogar común. No soy extranjero, ciudadano del mundo soy, evoca una melodía de un cantante latinoamericano en la que se resume muy bien el sentimiento de ciudadanía planetaria. Al percibir el planeta como una totalidad única percibo a los demás seres humanos que lo habitan como iguales a mí, y al resto de los seres vivos como familiares míos. De igual manera, si toda la tierra es mi hábitat, tengo que preocuparme entonces por todos lo problemas que afectan a mis paisanos de la tierra, así como los que afectan mi hogar. De ésta forma, el sentimiento de pertenencia a una misma humanidad borra las diferencias por razones geográficas, culturales, de raza, económicas y sociales que hemos inventado los hombres y mujeres de este mundo, que nos separan unos de otros y son fuente de conflictos permanentes entre los seres humanos. La ciudadanía planetaria responde a una condición espiritual. Se deriva la ciudadanía planetaria de un sentimiento de pertenencia profunda al planeta tierra y a todo lo que hay en él. Gracias a dicho sentimiento nos vemos conectados con todo

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lo que nos rodea, formando parte de un sistema único, sólido, común. Principalmente, nos dice Gadotti (2002, 132), “La planetariedad, nos lleva a sentir y vivir nuestra cotidianidad en relación armónica con los otros seres del planeta tierra”. Al contrario de los valores egoístas que promueve la ciudadanía globalizada, la ciudadanía planetaria promueve valores universalistas para un mundo de justicia, sin exclusiones, en un ambiente natural y social saludable. Igualmente promueve el crecimiento espiritual y moral de las personas. Es en fin, la ciudadanía planetaria, una condición cuya emergencia no es posible dentro de la civilización capitalista. Corresponde eso sí, el ciudadano planetario, a la civilización ecológica postcapitalista que está en trance de fraguado. FORMACIÓN ECOLÓGICA Para pensar en términos de ciudadanos de la tierra se requiere hacer el desmontaje del sistema de creencias en el que se ha formado el ciudadano moderno. Este ha sido educado en términos de una mentalidad individualista, localista y nacionalista, además de despilfarradora y consumista; cree también que la naturaleza debe ser dominada por la ciencia y explotada intensa y extensamente. Así mismo, para él sólo tienen valor significativo los objetos fabricados por los hombres. Los “productos” o frutos de la propia naturaleza, como el aire, las aguas, los insectos, las plantas, los animales, etc., tienen un valor meramente instrumental, son recursos a su disposición, que como tales pueden ser utilizados arbitrariamente. En su escala jerárquica estos “productos” tienen menos valor que los primeros. Así tenemos que una hectárea de bosques vale menos que un gramo de oro; un banquero de petróleo tiene mayor valor que un cardumen de peces; una nutria vale tanto como un sombrero, y así infinitamente. Para la visión del mundo defendida por la modernidad, se considera que todos los beneficios que llegan a las personas “sonresultado del progreso científico, tecnológico e industrial y ellos están a nuestra disposición gracias al sistema de mercado” (Goldsmith: 1999, 166); son beneficios que se derivan únicamente del esfuerzo humano, razón por la cual los productos culturales son más apreciados que los “productos” naturales. Estos han sido dados espontáneamente a los hombres por la naturaleza, y como no ha costado económicamente nada su producción, tampoco tiene que valer nada el servirnos de ellos. Aquí está el núcleo del pensamiento despilfarrador y depredador en el trato del hombre con el medio ambiente natural. De allí que sea la destrucción y no el cuidado lo que se distinga en las relaciones que tiene el hombre con la naturaleza. UNA ÉTICA ECOLÓGICA La ecopedagogía implica recuperar los valores asociados a la espiritualidad de los seres humanos. Estos nuevos valores insurgen necesariamente contra la cultura del poder basado en la racionalidad científico-técnica que nos inoculó la creencia en la superioridad del hombre sobre el resto de los seres vivos y generó, en consecuencia prácticas de dominación sobre la naturaleza y el mismo hombre. La ecopedagogía trabaja por recuperar los valores de la subjetividad, por el respeto a la diversidad cultural, la tolerancia, la democracia participativa; defiende también

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los saberes tradicionales, la autodeterminación, la organización popular; también se identifica con los valores del humanismo clásico: la solidaridad y el respeto a la integridad. Hemos dicho anteriormente que desde una perspectiva ecológica la realidad es un juego de relaciones que conecta a todos con todos. En tal circunstancia nada ni nadie está solo, ni se basta a sí mismo, sino que, al contrario, todos nos encontramos conviviendo con todos, por lo que nos necesitamos mutuamente (Boff: 2000, 91). En un sistema interconectado cada quien ocupa un lugar necesario en la red de la vida. Esto significa que no tenemos un centro privilegiado ni nadie quien lo ocupe. Una ética ecológica supone entonces que tengamos que aceptar que el interés común está por encima del interés particular, lo que implica reconocer igualmente que es la convivencia el paradigma social que da sentido a nuestra existencia. A este respecto opina con razón Boff que el ser humano sólo “vive éticamente cuando renuncia a estar sobre los otros para estar con los otros” (2000, 41). Como se puede colegir, la ecopedagogía hace que los seres humanos tengan que ser más sensibles ante los problemas que sufren el resto de los hombres y mujeres de la tierra. De allí que el ciudadano planetario con mentalidad ecológica tenga la disposición para asumir compromisos sociales y políticos en aras de construir otro modelo de vida radicalmente distinto al dominante hoy entre nosotros. Por su parte, el proceso educativo, visto desde una perspectiva ecológica, adquiere un carácter profundamente ético. La educación implica, en este caso, compromiso social y participación en política en aras de levantar otro tipo de sociedad en donde por fin puedan cumplirse los sueños milenarios de justicia, paz y equidad social. Hoy las posibilidades de materialización de estos sueños son imposibles, por lo que la educación como proceso ético-ecológico, se inscribe dentro de una perspectiva educativa crítica de la sociedad contemporánea, sociedad que intenta borrar su pasado y ocultar sus excrecencias, para avanzar así, sin obstáculos en el cumplimiento de sus metas de progreso económico, y de sus sueños de desarrollo científico y tecnológico. Con razón, Bárcena y Melich, (2000) por un lado, y Gadotti (2002) por otro, y los pedagogos críticos a su manera, señalan que el principal reto de la educación hoy día es pensar y crear un mundo nuevo que sea más democrático y más justo. Desde la educación se puede contribuir a lograrlo, afirman todos, si a la pedagogía le trastocamos su sentido exclusivamente escolarizante que ahora tiene y la consideramos más bien como una pedagogía que puede dar lugar al nacimiento de lo nuevo, a la irrupción de una ciudadanía planetaria, así como a la emancipación del pensamiento de la tiranía cientificista, respectivamente. En los momentos actuales la ética es un asunto central del debate educativo, dado lo que consideramos la crisis agónica de la civilización moderna. Hemos señalado que nos encontramos en una encrucijada: una opción nos conduce al holocausto, este es el camino no ético; la otra opción nos conduce a la vida, dependerá ésta de que tengamos ahora un comportamiento ético, en el sentido que hemos expuesto aquí. Una conducta ética es en este momento de la historia necesariamente una conducta ecológica.

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CITAS 1. Tal es el parecer de hombres como Dwiight Mac Donald, intelectual marxista norteamericano de los años de la postguerra. De acuerdo con Donald, sería un gravísimo error considerar que Auschwitz y Hiroshima son simples accidentes históricos; tales acontecimientos son, asegura Donald, productos sustantivos de la civilización occidental. La barbarie representada por la Segunda Guerra Mundial, constituyó el “triunfo de la organización científica de la sociedad” . Igualmente, la bomba atómica es resultado de la aplicación de una tecnología que posee su propia dinámica antihumanista. Ver: Enzo Traverso. La historia desgarrada. Pp. 214-215. 2. “Esta sociedad es irracional como totalidad ( ... ) su paz se mantiene mediante la constante amenaza de guerra”. Marcuse. El hombre Unidimensional. P. 20 3. “Debemos basar el concepto de progreso en la idea de catástrofe. La catástrofe es que las cosas sigan yendo así” .Benjamín, citado por Enzo Traverso. Op. Cit. P. 73 4 En opinión de Antonio Pasquali, el hombre se ha forjado no dos sino tres métodos de autodestrucción. “Sea, dice Pasquali por holocausto atómico global o por caída al precipicio de una irrecuperable destrucción del ecosistema en que vivimos, el ser humano se ha procurado en los últimos sesenta años dos métodos de autodestrucción masiva, el nuclear y el ecológico, mientras forja un tercero de pronóstico aciago, el que pudiera escaparse de alguna manipulación genética incontrolable”. Pasquali A. Del futuro: hechos, reflexiones y estrategias. Monte Avila Editores, Venezuela, 2002 5 El término ecología fue introducido a la jerga académica por el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), Se trata de una expresión compuesta de dos palabras griegas: oikos que significa casa y logos que significa estudio, reflexión. La ecología tiene que ver entonces con el estudio de las condiciones y relaciones que constituyen el habitat de cada uno de los seres vivos. De acuerdo con Haeckel, ecología es el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos y su medio ambiente. Ver: Leonardo Boff. Ecología y política; Teología y mística. 2000 6. En Gimeno Sacristán. Pedagogía por objetivos. Obsesión por la eficiencia. 1997, pueden verse los supuestos teóricos en los que descansan estos modelos pedagógicos afanados en la búsqueda de logros visibles en el proceso educativo BIBLIOGRAFÍA Adela Cortina. Crítica y Utopía. La Escuela de Frankfurt. Editorial Cincel, España, 1985. Ana Ayuste. Ramón Flecha y Fernando López Palma. Planteamientos de la pedagogía Crítica: Comunicar y Transformar. Biblioteca de Aula, Serie Pedagógica. España 1999 Barcena, Fernando y Joan-Carles Mélich. La educación como acontecimiento ético. Natalidad, narración y hospitalidad. Paidós. Barcelona, 2000 Betto, Frei. La obra del Artista. Una visión holística del universo. Editorial Trotta, Madrid, 1999.

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