Arte se escribe con H - Jesús Benítez · 2019-01-27 · 25 - ¿Los genios sólo se valoran cuando...

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Buscamos paraísos perdidos, sin darnos cuenta de que vivimos en ellos. Seguimos los pasos de genios lejanos y nunca valoramos a los que tenemos al lado. No hace falta ir al Museo del Prado para deslumbrar-nos con un gran artista, también lo encontramos aquí, en otro prado, el de Prado del Rey. Concretamente en el Molino de las Montañas, donde descubriremos que ya no se fabrica aceite como en su origen del Siglo XVI, pues José, el genial dueño que lo habita, se de-dica a reconstruirlo con sus propias manos y fruto de las grandiosas obras que en él realiza, el Arte se escri-be con la H de su primer apellido: Hinojo. Es más, el segundo también es de artista: Velázquez.

A sus 60 años de edad, José Hinojo es un creador polifacético e incombustible, que resurge una y mil veces de sus cenizas, renegando a convertirse en pol-vo. La propia naturaleza viene a socorrerlo en la no-che, zarandeándolo con las garras de un ave angelical que le despierta del angustioso letargo, para que salga a arar el cielo artístico. De su universo imaginativo nacen enjambres y bosques humanos, en perfecta ar-monía con seres de otros mundos. Su creación pictó-rica y escultural es muy elaborada, casi descomunal, plena de matices, profusa de elementos, con estilo propio. Hinojo trabaja con virtuosismo todo tipo de materiales, dimensiones y colores, todos nacidos en la naturaleza que le provee, e incluso de lo que otros desechan. Recolecta sueños y los materializa en ma-

dera, hierro, cartón, latas o vidrio. Se emociona con la complejidad, no se rinde, disfruta del esfuerzo y regala escenas llenas de vida (terrenal o no), que mu-tan en función de nuestra capacidad de observación.

Contemplar la obra del artista pradense es un via-je cosmopolita por la historia de la humanidad, con escala incluida al Planeta Hinojo (entre Villamartin y Prado del Rey). Al hablar con él, debes atender sus palabras e imaginar lo que dibujaría con ellas.

- Dalí en Cadaqués, Picasso en Málaga, Van Gogh en Holanda, ¿por qué José Hinojo en Prado del Rey?

- Si se me incluye con nombres tan emblemáti-cos, sinceramente no sé qué responder. Me provoca sorpresa y mucha timidez que me describan como un genio. La genialidad no es mi cualidad. Si es que ten-go alguna virtud, puede que sea otra. Me avergüenza el califi cativo de genio. En cualquier caso, resido en Prado del Rey porque nací aquí y porque me encanta de forma desmesurada la Sierra de Cádiz. Las raíces son algo muy importante para cualquier creador. En el caso de Dalí, Picasso o Van Gogh, puede que algu-no de ellos perdieran sus raíces y volviesen a echarlas en otros sitios, pero para mí la esencia de un artista sólo es viable, a pesar de los pesares, en su propia tierra. Aunque la vaca y la tierra que lo parió no le den leche, eso no es lo que importa para un creador.

Arte se escribe con H

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- ¿Qué recuerda de sus primeros pasos en la pintura cuando era un niño y cómo convirtió al arte en su profesión?

- La pintura irrumpe en mí siendo un niño de 5 años. Por aquel entonces dibujaba con los lápices de colores que tenía mi prima hermana, que creaba mu-ñequitos con trenzas y muñequitas de ojos muy gran-des. Ella lo hacía por intuición infantil y femenina. Es ahí cuando empiezo a imitar esa tendencia. Después, como tenía cualidades más o menos innatas, en los colegios me elegían para hacer el decorado del tea-tro, o el de la pizarra en navidades. Pero siempre lo requerían en momentos puntuales, no había continui-dad en el tiempo. Desgraciadamente, no se promo-vían las tendencias creativas. Es más, creo que hoy en día tampoco se promueven.

- ¿Qué debe ofrecer un artista para llegar muy lejos?

- Un artista debe ofrecer su vida entera. Llegar muy lejos no es llegar a ningún sitio concreto. Creo que lo realmente valioso es encontrarse a sí mismo, o comprender el lenguaje de la oscuridad y poder trans-mitirlo a la luz. Un artista debe realizarse a través de la materia y del misticismo, si se me permite usar palabra o licencia tan sutil y tan amplia, porque todo nace del espíritu.

- Una de las mejores defi niciones que se cono-cen de Arte la afi rmó Louise Bourgeoise, estable-ciendo que el Arte es la arquitectura del pensa-miento, ¿qué es para usted el Arte?

- Para mí el Arte es una forma de vivir, que lo engloba todo en la existencia de una persona, tanto en su relación con el mundo o entorno, como en la convivencia directa con la realidad. La creatividad es un concepto tan amplio, que lo abarca todo, tanto lo que vives, como lo que sueñas o anhelas vivir. En cuanto a la afi rmación de Louise Bourgeoise, debo decir que ella era una mujer con una fuerza increíble y una herida muy grande, que la hizo ser raciona-lista. Pero si miramos bien su trabajo, no creo que sea arquitectura, más bien se trata de un juego la-beríntico, a veces incluso esperpéntico, como sus magnífi cas arañas gigantes. Pero no creo que eso sea arquitectura.

- ¿Habría organizado una escuela de arte en Prado del Rey o en la Sierra de Cádiz?

- No, nunca. La pedagogía no es una de mis afi cio-nes. Soy muy egoísta de mi tiempo y creo que hay co-sas que no se pueden transmitir. Tal vez podría com-partir una palabra o una frase, quizá algo que resulte inmemorial en un encuentro puntual e instantáneo, pero trabajar con alumnos no lo veo, no estoy en esa onda. Soy muy egoísta de mi tiempo. He sido profe-sor y he dado cursos en Suiza durante dos o tres años, pero te roba tanta energía y tiempo, que no me veo así. No se puede transmitir la creatividad, ni quiero. Sólo se podría hablar de técnica, o enseñar a sumar o a dibujar, que es una cosa también muy matemática. Pero el alma está en otro sitio y de otra manera que no se podría transmitir por un creador a otro que pre-tenda serlo.

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- ¿Los genios sólo se valoran cuando mueren?

- No lo sé. Vuelvo a sorprenderme otra vez, por-que yo no me siento identifi cado con la clasifi cación de genio. Pero sí es cierto que ya está todo urdido o hecho, no hay nada más que ofrecer. Ese es el morbo o drama de nuestra sociedad, que apreciamos las co-sas cuando ya no están.

- ¿Nunca le han ofrecido montar su exposición permanente en Prado del Rey? ¿Quizá el Museo José Hinojo debería crearse en el Molino de las Montañas, donde usted vive y que es un gran mu-seo desconocido?

- Puede, pero eso es algo que yo no voy a decidir. Si Dios quiere, todo esto irá a manos de mi hijo y, si él no lo gestiona, lo cederé a un organismo interna-cional que se dedique a ayudar a niños necesitados de todo el mundo. Son cosas que tengo que hablar con mi hijo, pero si ese museo se materializa, no es-tará en Prado del Rey, sino en Villamartín, porque yo donde resido es en la Ermita de las Montañas de Vi-llamartín y esa es mi idea. Pero es absurdo pensar en esas probabilidades, porque vivimos en un país que no reconoce a sus verdaderos creadores y nunca se prima nuestra propia creación. Picasso está ahí por-que es quien es y porque tiene museos por todo el mundo. Lo último que se ha hecho ha sido precisa-mente en Málaga, pero antes se crearon otros muchos lejos de aquí. También está el caso de Chillida, cuya fundación está en confl icto. O el caso de Saura, que también cuenta con la posibilidad de legar un patri-monio enorme, pero no se hace. No veo yo que los españoles cuiden sus riquezas. La verdad es que te-

nemos tantas, que las tenemos que enterrar. Aparecen mosaicos romanos tan bellos que, como no tenemos dinero, debemos enterrarlos de nuevo. Por eso no sé qué va a pasar.

- ¿De dónde y cómo le llega la inspiración?

- La inspiración llega de la noche, viene de la os-curidad y el dolor, frecuentemente. A veces desde la alegría de los demás que te duele, porque es así. Todo nace de la oscuridad.

- ¿Se considera un artista iconográfi co?

- Me agrada utilizar iconos, matices y símbolos. De hecho, parto siempre de una tradición iconográfi -ca andaluza, barroca y española. En general, me gus-ta la representación fi gurativa en el arte, la manuali-dad y destreza con las manos, jugar con la materia, dar porrazos, romper, cortar, pegar, deshacer y volver a rehacer otra vez.

- ¿Hay algo de Iptuci u otras civilizaciones en sus obras?

- Sí, así es. Alguien dijo que el arte no es ni será nunca revolucionario, porque siempre tiene raíces en el pasado y todos quisiéramos ser los pintores de Al-tamira. Seguimos persiguiendo tener esa agilidad en el trazo, esa expresión máxima jugando sobre la ero-sión del terreno. Todo arte tiene una raíz en el pasado.

- Con una naturaleza tan deslumbrante como la que le rodea, su estilo es surrealista. ¿Nunca le atrajo crear obras al estilo de Antonio López con la realidad que le rodeaba tanto en Suiza como posteriormente en Andalucia?

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- Cuando era alumno fui de un toque y una pre-tensión o aprendizaje muy clásicos. Era la corriente que ofrecían Antonio López y la escuela de realis-mo mágico de Sevilla. En mis comienzos pretendía buscar esa expresión o técnica clásica. Pero después evolucionas y las cosas cambian. No quiero decir con ello que mi camino posterior haya sido acertado. Hoy en día volvemos a una expresión artística que, en algunos sectores, busca el neo barroquismo o neo clasicismo. Todas las escuelas giran, vuelven, van o regresan.

- ¿El pintor debe ser fi el a su estilo, crear su propia moda?

- Si eres fi el a tu estilo, te repites y entonces es-tamos arreglados, porque llega el aburrimiento. En el fondo, aunque haya evolución, todo lo que haces tiene tu propia marca. Eso es lo importante. Pese a que vayas cambiando, no hay que forzar los acon-tecimientos, porque la vida en sí misma es cambio permanente.

- Usted se nutre de emociones para crear, pero ¿dicta su mente o un duende inquieto?

- Es preciosista decir como Lorca que el duende es quien hace las cosas. Pero en realidad, es la ma-teria la que nos lleva a crear. Ella es la que nos hace refl exionar con los ojos cerrados, en posición hori-zontal o fetal y por supuesto en silencio. Es soñando como se hacen las cosas.

- Seguro que nunca ha hecho la cuenta de los cuadros o esculturas que lleva realizados.

- Es imposible. Uno de mis mayores orgullos, que me llena incluso de vanidad, es saber que mi obra no podrá ser nunca numerada como la de ciertos grandes artistas, que afi rman haber hecho 12.361 dibujos. Yo trabajo como mucha espontaneidad y a veces regalo obras por donde quiera que vaya. También he vendi-do por donde haya ido y nunca he tenido el tiempo de catalogar lo que hago. Voy como el sembrador an-tiguo, tirando a manos llenas por donde me parece y cuando veo bien.

- Un cuadro sintetiza las ideas de su autor. ¿Podría sintetizar su trayectoria como creador de grandes ideas?

- No creo que yo sea un creador de grandes ideas. Soy un exponente del ‘arte povera’, una corriente italiana que surge a fi nales del siglo pasado, carac-terizada por usar materiales pobres para hacer arte. Soy quizás un exponente máximo de esa corriente, porque siempre he usado materiales llamados pobres como el hierro o el cartón, que en el fondo no lo son. Desde que empiezo a defi nir mi trayectoria, he utili-zado productos reciclados, de desecho, que han teni-do una vida anterior y yo los transformo intentando prolongar su uso vital.

- Dicen que la ciudad neurotiza y el pueblo idiotiza. Usted hizo carrera en la gran urbe Sui-za de Ginebra, pero no dudó en cambiarla por su aldea gaditana de Prado del Rey. ¿Se arrepiente?

- En absoluto me arrepiento de haber dejado atrás Suiza para volver a vivir en Prado del Rey. Estoy muy contento de estar aquí. No podemos saber qué

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hubiese sido de otra manera. De momento, estoy muy bien aquí. En Suiza hice muchísimas obras y en la Sierra de Cádiz también. Además, no sirve de nada arrepentirse.

- ¿Tiene en mente la obra que más recuerda con cariño? Descríbala.

- No puedo decir con exactitud la obra concreta que mejores recuerdos me trae. Pero sí me viene a la memoria una creación que no me pertenece y que anda por el mundo. Está a la entrada de una clínica de análisis del sueño en Suiza. Es una obra que me gustaría tener ahora, pero que ya no está conmigo. Se trata de un puñado de piedrecitas tiradas sobre un charco de agua, que hacen ondas profundas y de ahí salen espirales de seres humanos. Es una creación de mucho peso, bastante obsesiva, prolongación de un bosco contemporáneo que tiene mucho de materia y caos. Aunque no me hubiera gustado deshacerme de ella, sé que está en buenas manos, haciendo su vida.

- ¿La obra cumbre es una asignatura pendien-te, o de alguna forma ya lo son todas las que pro-duce un artista?

- Las obras maestras siempre serán asignaturas pendientes. Los sueños están lejanos, van por delante y nosotros andamos persiguiéndolos. La mejor obra está por hacer.

- ¿Qué pregunta le gustaría que le hicieran y nunca le formularon?

- Me quedo casi en blanco. No sé. ¿Qué vale más, el amor o el dinero?

- Responda a su pregunta.

- Me quedo con el amor, que destruye y constru-ye…

Jesús Benítez www.jesusbenitez.com

Agradecimiento al director de cine y fotógrafo Francisco Javier Gómez Pinteño, por sus imágenes

incluidas en la serie “La naturaleza más viva”

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“Entrad, entrad, la chimenea está encendida”, dice mientras la sonrisa afi la la punta de sus bigotes. Un artista debe hablar, antes de nada y sobre todo, a tra-vés de su obra. Pero tampoco está de más, al menos de vez en cuando, atender a sus palabras, preguntarse cómo vive, qué mirada proyecta sobre el mundo. Sa-ber, por ejemplo, cómo invoca a las musas: “Entrad, mis queridas amigas, la chimenea está encendida...”.

Hace más de una década que compró ese molino ruinoso, colindante con la Ermita de Nuestra Señora de las Montañas –“muy milagrosa”, le gusta añadir– e instaló su taller en la cálida matriz de lo que alguna vez fue pesebre de vacas. Siete corpulentas tinajas yacían enterradas en el lagar de aceite, esperando a que José las cosiera y restaurara. Las formidables bóvedas del siglo XVI estaban en trance de desmo-ronarse. La luz se fi ltraba a chorros a través de las grietas, y las maderas podridas crujían con la menor brisa.

Pero la belleza es obstinada y se resiste a sucum-bir. El arte de José Hinojo, celebrado en galerías eu-ropeas, piropeado por la crítica, también iba a mani-festarse allí: labrando con paciencia los suelos para dibujar una metáfora del mundo, instalando una jaula tan espaciosa que sus faisanes y pavos reales no se sintieran en cautividad, abonando primorosamente sus plantas con café molido. Y avivando las ascuas de las cuales brota, vaporosa y aromática, la inspiración. “Entrad, la chimenea está encendida...”

En su fi nca de Prado del Rey, el artista ha vuelto a reconocer el rostro de los dioses lares en las formas del fuego vivo, y a distinguir los ciclos del verde en las colinas. Atiende a los sonidos de la naturaleza y sabe escuchar el ruido en el corazón de los hombres. Si Tólstoi dormía la siesta bajo los manzanos en Ias-naia Poliana, José Hinojo busca la sombra de los oli-vares, y como aquél vibra con el tacto de las ramas fl orecidas. Antes de examinar ninguna de sus obras, es menester verle acariciar esos troncos petrifi cados, duros como el hierro, sobre los que aplica el cincel. “Tengo que respetar estas maderas: llevan esperándo-me trescientos años”, murmura.

José es amigo de las fi guras elementales, casi pri-mitivas. A menudo forma con ellas racimos multi-tudinarios, otras veces insinúa tan sólo el proceso y las deja como en vilo, porque cree devotamente en la hermosura de las cosas inconclusas. El mundo, en su ilimitada vulgaridad, llama desechos a los cartones a los que él confi ere una segunda, insospechada vida.

José Hinojo en voz baja

A R T E

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Allí donde otros ven sólo escoria y chatarra, los ojos del artista sueñan formas portentosas, perfi les inaudi-tos, princesas y titanes.

Eugenio Trías, al hablar de la materia, subrayaba el origen etimológico de la palabra, que no es otro que madre, matriz. En griego, hylé, materia, signifi ca bosque. Los estoicos llaman a la materia silva, selva, “el lado silvestre y salvaje, o boscoso, que debía ser clareado con el fi n de que resplandeciese la forma”, afi rmaba el fi lósofo. Ese es el verdadero taller de José Hinojo, la selva, que a veces se asemeja a la arcadia verde y frondosa que perseguía Thoreau, y otras se vuelve jungla de asfalto, factoría inagotable de vorá-gine y herrumbre. Ambas le abastecen y le interpelan.

Hay que ver trabajar a José Hinojo para cobrar conciencia de la mística de lo táctil, subversiva en un mundo que ha olvidado el uso de las manos, sal-vo para pulsar ensimismado teclas y botones. Mística fi eramente humana, como la de Juan de la Cruz, tam-bién como la de Whitman, mística y amor: no hay una sola obra, ni siquiera un fragmento de la producción de este artista, que no sea creación enamorada. Por

eso a menudo sus esculturas nos parecen aéreas, vo-látiles, suspendidas en el aire, desobedientes de todas las leyes de la gravedad.

La materia nunca acata órdenes, pero condescien-de a pactar con el arte si media una poética, una ver-dad que vaya más allá de la técnica, de la habilidad, de la simple pericia. Un febril Buonarotti ordena a su Moisés recién acabado: “¡Habla!”, escena inconcebi-

ble en el taller de José Hinojo. Con un gesto reveren-cial, ceremonioso pero ligero, natural, sin la menor afectación, el gaditano se sienta entre sus criaturas y conversa en voz baja con ellas: en el dialecto del fuego, del viento, de la tierra y del agua, acaso el úni-co que vale la pena escuchar. De pronto se detiene, presta el oído, reconoce los pasos. ¿Lo sentís? Es la musa, que regresa…

Alejandro Luque

Agradecimiento al director de cine y fotógrafo Francisco Javier Gómez Pinteño, por sus imágenes

incluidas en la serie “La naturaleza más viva”

A R T E