Arte hispano musulmán I
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ARTE HISPANO-MUSULMÁN.
Orígenes del Islam.
En el año 622 d.C. se produce el importante acontecimiento de
la Hégira, o hiyra, inicio de la cronología islámica establecido en
el 16 de julio de aquel año y fecha de la huida de Mahoma (571-632)
desde La Meca hasta la cercana ciudad de Medina, donde recibirá la
revelación del arcángel Gabriel sobre su misión religiosa. Así
nacerá el Islam, palabra inventada por su fundador para designar la
sumisión o renuncia del creyente a sí mismo ante la voluntad del
Dios Único, que es la religión del libro por antonomasia, pues el
Corán glorioso, inscrito en la Tabla guardada cuidadosamente (en el
cielo) fue dictado en árabe por el arcángel Gabriel en su revelación
al Profeta en la Laylat al-qadr, la Noche del Destino.
El surgimiento de la civilización islámica tendrá su origen en
el impulso de la nueva religión y su capacidad para unificar los
pueblos nómadas del interior de la Península Arábiga con los
habitantes de las ciudades costeras del Yemen y de la franja litoral
del Mar Rojo. Mahoma galvanizará algunas vivencias extendidas entre
los pueblos del desierto (reconocimiento de la ciudad santa, hábito
de emprender peregrinaciones, culto a dioses locales, papel
dirigente de una tribu concreta, etc.) y comenzará en La Meca la
predicación de una fe que reúne verdades de estirpe cristiana, judía
y zoroástrica junto a ancestrales prácticas de las tribus árabes.
El Profeta tomó la mayor parte de su material exterior de
formas laterales y semiheréticas del judaísmo y del cristianismo
oriental1, casi siempre mal entendidas y manipuladas, y así el Islam
pudiera haber sido otra de las numerosas sectas cristianas que
florecían por doquier en aquella época; no obstante, su insistencia
en ser una revelación directa de Allah y su idea de completar y
1 Está documentada su participación en algunas de las caravanas que periódicamente se dirigían a Siria, donde pudo tener contacto con el cristianismo heterodoxo de los eremitas esenios.
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superar el mensaje del Viejo Testamento y el Evangelio, la convirtió
en una forma religiosa nueva, moderna, sencilla y fecunda.
A la muerte del Profeta el estado teocrático por él fundado se
extendió rápidamente por toda Arabia, Siria, Persia y Egipto. En su
extensión los musulmanes adoptan y nacionalizan las formas vigentes
en las tierras conquistadas rebosantes de reliquias de arte romano,
bizantino, persa, visigodo, etc., pudiendo así explicarse el hecho
de que una religión surgida en el desierto incorpore con decisión
bellas formas para sus lugares de culto.
Con la dinastía Omeya (661-750) las conquistas fueron más
espectaculares hacia el Occidente, pues tras someter a los bereberes
norteafricanos el camino hacia la Península Ibérica quedaba franco;
las disensiones entre las distintas facciones visigodas facilitarían
la penetración incluso más allá de la barrera pirenaica hasta que
las tropas de Carlos Martel les frenaran en Poitiers y fijaran el
límite máximo de la progresión islámica.
En la época del califato abbasí (750-945) las fronteras
políticas ya no coinciden con las religiosas, pues Al-Andalus, el
norte de África y las zonas ocupadas en la India pronto escapan a la
autoridad del califa de Damasco, la capital es trasladada a Bagdad y
la influencia persa crece de forma notable.
El Corán, libro sagrado del Islam, es además de un libro de
contenido espiritual, una recopilación de principios jurídicos y
religiosos que no fue escrito en vida de Mahoma. La primera
redacción se hizo en el año 11 de la Hégira (633) aunque pronto
aparecieron otras cuatro redacciones divergentes que originaron
fuertes disensiones. Una nueva redacción definitiva se hizo a
mediados del siglo VII, fijando una división en cuatro azoras y un
número variable de versículos o aleyas.
Entre los preceptos contenidos en el Corán, se incluyen cinco
obligaciones básicas, del creyente musulmán, los arkan al-Islam o
pilares del Islam, de las que sólo la segunda y la quinta tienen
alguna implicación artística:
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La sahada o profesión de fe, el reconocimiento de la autoridad
y la unicidad divinas, “no hay más Dios que Alá y Mahoma es su
profeta”.
La salat u oración ritual cinco veces al día, delimitando un
espacio ritual en el suelo situándose en dirección a La Meca pero en
cualquier lugar excepto la oración del mediodía de los viernes que
ha de ser en la mezquita mayor o aljama.
El ayuno religioso desde la salida hasta la puesta del sol,
instituido por Mahoma en Medina en el año 624 se realiza durante el
mes de ramadán, el noveno del calendario musulmán que coincide con
la época de más calor. El año islámico tiene 354 días y ocho horas
con lo que las fechas del ramadán cambian por completo cada 36 años.
La zakat o limosna legal que permite restituir a Dios una parte
de los bienes terrenales y sin la que sería impío disfrutar de
ellos. La limosna se configura así en el mundo musulmán como una
especie de impuesto progresivo que permite a cualquier creyente
vivir con una mínima renta.
La peregrinación a La Meca, el haj, al menos una vez en la vida
es otra de las obligaciones del creyente aunque de ella están
exentos los pobres, los esclavos y las mujeres sin parientes que las
acompañen; en la ciudad santa se ha de venerar a la kaaba dando
siete vueltas a su alrededor en sentido inverso al del sol, además
de cumplir con otros ritos y ceremonias durante la peregrinación
como la visita a la tumba del profeta en Medina.
Cronología de la expansión islámica.
- VII-IX. El sucesor de Mahoma, Abu Bakr, tomó el título de califa
e inicia la explosiva invasión de las cuencas ubicadas al Norte
del desierto: las orillas del Mediterráneo, la del Jordán y la
del Eufrates. Los bizantinos son derrotados en la actual
Palestina y es conquistada Hira, capital del reino de los lajmíes
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cristianos, que les abrió la puerta de Mesopotamia. Expansión por
Mesopotamia, Persia, Siria, Egipto, África y la Península
Ibérica. Prerrománico en Europa.
- 705. Fundación del califato de Bagdad. Gobierno de la dinastía
abbasí.
- X-XIII. Consolidación de la dinastía fatimí en Egipto. Se
acrecientan las diferencias entre el mundo islámico oriental y
occidental. Románico europeo.
- XIII-XIV. Gótico europeo. Reconquista y repoblación en la
Península Ibérica. Los normandos expulsan a los musulmanes de la
isla de Sicilia.
- 1453. Conquista turca de Constantinopla.
Cronología de la presencia islámica
en la Península Ibérica.
- VIII-X. El 19 de julio del año 711 tuvo lugar junto a una laguna,
hoy seca, de la provincia de Cádiz, una batalla que por sí sola
abrió las puertas de Europa a un ejército "árabe", formado en
realidad por unos jefes sirios, es decir conversos o hijos de
conversos, y un grupo de bereberes apenas islamizados. En pocos
meses la vieja Hispania pasó a ser otro de los dominios del Islam
y cambió su nombre milenario por un neologismo culto, Al-Andalus,
documentado por vez primera en el Corán y que en realidad no era
más que una derivación del nombre de la mítica Atlántida. Arte
asturiano - califato cordobés.
- X-XIII. Arte románico – reinos de taifas/periodos almorávide y
almohade.
- XIII-XV. Arte gótico – reino nazarí de Granada.
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- 711. Abd-al-Rahman desembarca en Almuñecar e inicia una
penetración lenta y velada, desplazando a las elites hispano-
visigodas, liberando de los tributos a los conversos al Islam y
respetando a la minoría cristiana, la mozarabía, que
posteriormente ayudará a repoblar el valle del Duero.
- 718. Córdoba.
- 719. Proclamación del emirato cordobés dependiente de Damasco.
Orígenes de la mezquita musulmana.
El origen histórico de la mezquita hay que situarlo en la casa
que el profeta tenía en la ciudad de Medina, compuesta por una
hilera de estancias sobre un patio central.
Reconstrucción de la casa de Mahoma en Medina; gran patio al que
se asoman las distintas estancias. Gran sencillez en la estancia de
la favorita Aisha donde se enterró al profeta según su biógrafo Ibn
Sab. Rasillas de barro que sostienen palmeras en el techo y cortinas
de piel de cabra negra.
Cobertizo de troncos de palmera de doble filo en la casa del
profeta en Medina formando un espacio donde se recibía a los
visitantes. Desde este locutorio en el lado norte se levanta un muro
hacia el que se dirige la oración, antecedente del muro de la qibla
en las mezquitas posteriores. Inicialmente el muro estaba orientado
hacia Jerusalén para atraerse a la poderosa comunidad hebrea de la
ciudad y sólo años más tarde se orientará hacia el sur, hacia La
Meca. Sencillo techo de la sala pues los momentos de la oración, la
nudidia, coinciden con los más calurosos del día.
Así, desde los tiempos del profeta queda configurado el espacio
religioso, el haram, con el muro orientado o qibla y el nicho vacío
o mihrab y “el negro” o manar (alminar) cuya función anunciadora la
realizaba un esclavo negro que subía al tejado de una casa cercana;
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no existe como en la basílica cristiana una compleja liturgia que
exija una especial ordenación del espacio, sólo un ambiente
suficientemente amplio, sobre todo en las llamadas mezquitas del
viernes que debían tener capacidad para convocar a la población de
toda la ciudad. Al no requerir un ordenamiento rígido, las
posibilidades de crecimiento son ilimitadas y el mejor ejemplo lo
tenemos en la mezquita de Córdoba.
En la disposición de los distintos ambientes, al aire libre o
cubiertos, la religión musulmana, apoyada en la tradición de la casa
de Mahoma, daba la solución a la arquitectura de la mezquita; otra
cosa era la creación material a partir de unos orígenes
extremadamente pobres. Y aquí fue donde se impuso a los
conquistadores la superioridad cultural de los conquistados,
especialmente en Siria. Los musulmanes aceptaron en este orden de
cosas ser extremadamente receptivos. Todo o casi todo vino del arte
oriental cristiano tardío: tipo de soporte, materiales, arcos,
cubiertas y elementos de adornos. Lo mismo cabría decir de la
arquitectura palaciega.
La arquitectura cordobesa.
En cuanto a las técnicas constructivas, la arquitectura
cordobesa supone el apogeo de la disposición de soga y tizón. Los
sillares, de piedra caliza amarillenta y blanda, se cortan y colocan
a la antigua manera romana exponiendo alternativamente el lado mayor
y menor de piezas paralelepipédicas y los soportes de pilar y
columnas también son los mismos romanos. Las cubiertas pueden ser de
madera, abovedadas o cupulares.
Los arcos hispano-visigodos se adoptan prolongando el estradós y
haciéndolo paralelo al intradós y dotando a las dovelas de un centro
diferente. Enmarcando al arco se coloca un alfiz y se decora el
espacio entre el trasdós del arco y el ángulo del alfiz, denominado
albanega.
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1.- qibla o muro orientado a La Meca.
2.- mihrab o recinto desde el que el imán dirige su sermón.
3.- macsura o espacio sagrado de la mezquita donde está situado el
kursi o atril donde se coloca el Corán de gran tamaño y muy decorado
de taraceas e incrustaciones.
4.- minbar o alminbar, lugar desde el que se dirige la oración.
5.- dikka, espacio situado enfrente del mihrab donde el califa, emir
o autoridad sentada sobre una tarima participa del rito.
6.- haram o conjunto de las naves paralelas perpendiculares al muro
de la qibla.
7.- riwaq o galerías que rodean el patio
8.- sahn, patio delantero de la mezquita.
9.- sabil, fuente situada en el centro del patio donde se realizan
las abluciones rituales.
10.- alminar o torre coronada por el yamur con las tres bolas
decrecientes.
Cronología del emirato/califato de Córdoba.
El arte islámico encuentra en la Península Ibérica su más
perfecta evolución. En sus realizaciones concretas queda claramente
subrayada la unidad existente entre Al-Andalus y el norte de África
y la superior iniciativa artística ejercitada por los hispano-
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musulmanes y su huella profunda en las ciudades norteafricanas, por
lo que también hemos de incluir en el apartado del arte califal a
las peculiaridades artísticas debidas a los almorávides y almohades,
pueblos procedentes de la otra orilla del Mediterráneo pero cuyo
arte tras su estancia en Al-Andalus puede considerarse como un
corolario africano del arte cordobés y más tarde nazarí.
El Emirato de Córdoba mientras estuvo sometido al califa de
Damasco (hasta el 755) se hallaba en proceso de consolidación y no
ofrece para la historia del arte interés alguno. Fue con ocasión de
las luchas entre los últimos omeyas y los abbasidas y el exterminio
de aquéllos en las cercanías de la actual Tel-Aviv, cuando el único
miembro de la familia omeya que pudo escapar del exterminio, Ab al-
Rahman2, se instaló en la Península dando lugar a lo que algunos
historiadores han llamado "ficción califal", pues Abd-al-Rahmán I,
como musulmán, estaba sometido a la autoridad espiritual y política
del nuevo califa de Bagdad, pero de hecho actuó de forma
independiente (Emirato Independiente 756-912).
Poco antes del Año Mil el mapa de la Península Ibérica mostraba
el poderío de un Estado unitario, el Califato omeya, que dominaba
cuatro quintas partes del territorio continental, articulado gracias
a una trama de sesenta ciudades importantes; el resto de la antigua
Hispania era una estrecha parcela montañosa, fraccionada en varios
Estados, a menudo enemigos entre sí, en los que lo más parecido a
una ciudad era el alojamiento de una de sus cortes reales en las
ruinas de un viejo campamento romano, Legio, actual ciudad de León.
Treinta años después la mitad de la Península era ya cristiana,
sus habitantes habían aprendido a vivir en ciudades y tenían
sometidos a sus impuestos y armas a los veinticuatro reinos y
repúblicas islámicos que se repartían a la greña la otra mitad del
territorio hispánico. Cómo se produjo este curioso fenómeno es algo
tan sorprendente como la propia conquista relámpago del 711.
2 Ab al-Rahman, biznieto del califa Abd al-Malik, fundador de la dinastía, nació en el 731 en una villa de los alrededores de Damasco y era hijo de una magrebí; por ello en su huida se dirigió a la provincia norteafricana, Ifriqiya, y de allí, perseguido por agentes abbasíes, llegó hasta Nakur; finalmente, el 14 de agosto del 755 desembarcó en Almuñecar (Granada), dando comienzo a un turbulento reinado como amir, y volviendo a enarbolar la bandera blanca de su familia, en vez de la negra de los abbasíes.
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- Abd al-Rahman I 756-788.
- Hisam I 788-796.
- Al-Hakam I 796-822.
- Abd al-Rahman II 822-852.
ampliación 832-848.
- Muhammad I 852-886.
- Abd-Allah 886-912.
- Abd al-Rahman III (califato) 912-961.
- Al-Hakan II 961-976.
ampliación 961-966.
- Hisam II
visir Almanzor 976-1002.
ampliación 987/988-990.
- 1003-1030 desmembramiento del califato, reinos de taifas,
almorávides y almohades.
Mezquita de Córdoba.
Primitiva basílica hispano-visigoda de San Vicente, conservada
tras el pacto con el caudillo Moguit. Conservada para el culto
cristiano en un primer momento, los hispano-visigodos convertidos al
Islam exigen su derecho a utilizar la basílica que contribuyeron a
sufragar para celebrar su nuevo culto. Al igual que en muchos otros
lugares del califato oriental, el edificio se comparte por los dos
cultos separados únicamente por unos cortinajes.
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Con la proclamación del emirato independiente, la situación se
complica en la mezquita. Al surgir un nuevo aparato burocrático-
militar se necesita ampliar el espacio de culto para albergar en el
momento de la oración del mediodía de los viernes a todo el séquito
del emir. Con Abd-al-Rahman I se inicia las obras de ampliación y un
texto del siglo X nos cuenta que se decidió comprar a los cristianos
por 80.000 monedas de oro su parte de la antigua basílica. Las
gestiones se iniciaron en el año 780 cuando el visir Abdala-ben-
Jaled recibió el encargo de realizar la compra que probablemente se
efectuó en el año 786. En ese mismo año se realiza la demolición de
la iglesia, pero se aprovecharon varios tramos de muros y numerosas
columnas visigóticas e incluso romanas que debieron ser parcialmente
enterradas para igualar su altura.
Planta de la primitiva mezquita con once naves perpendiculares al
muro de la qibla, que mira al sur en vez de hacerlo al Oriente,
orientación peculiar de las mezquitas hispano-musulmanas. La nave
central es la más ancha de todas y el conjunto posee una orientación
norte-sur, situándose al norte un amplio patio al que se abren once
puertas. La anchura de las naves disminuye progresivamente hacia los
extremos con columnas que miden 4´20 metros desde los pies al techo
de la mezquita. Las naves pasan desde los 8´60 metros de la nave
central hasta tamaños menores en los extremos, 7,85, 6´86 e incluso
5´35 metros configurando un espacio cuadrilátero casi perfecto. Los
muros tienen contrafuertes exteriores que no se corresponden con
estructuras interiores pues la cubierta está realizada con una
armadura de madera que no necesita contrarresto exterior. La
existencia de los contrafuertes se explica entonces más bien por el
interés en respetar la tradición arquitectónica del Oriente Próximo
donde eran muy habituales más que en necesidades tectónicas.
Al-Hakam I completa la torre de seis metros de lado y veinte de
alto que se encontraba fuera del patio y que será sustituida por
Abd-al-Rahman III por otra mucho más vistosa.
También Al-Hakam I realiza los pórticos o azaquifas a los lados de
la mezquita para ser utilizados por las mujeres. Asimismo realiza
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las conducciones de agua para las fuentes del lado oriental del
patio.
El interior de la mezquita está dominado por la presencia de los
arcos de herradura que voltean sobre columnas que tienen basa,
fuste, capitel y cimacio. Algunas columnas se hunden en el pavimento
debido a que se hicieron cajeados independientes y no corridos por
lo que para compensar la presión vertical las basas se hunden en el
suelo. Utilización de elementos reaprovechados de edificios hispano-
visigodos e hispanorromanos. Capiteles corintios de acanto espinoso,
campaniformes, con flores de lirio y otros ejemplos muy variados.
Los cimacios de las columnas rebasan los ábacos siguiendo un
modelo de clara inspiración latina. Son cimacios de tronco invertido
con una decoración dividida en tres partes: un primer friso de
origen hispano-visigodo con ornato geométrico de círculos y hojas,
un segundo nivel de hojas de acanto y un tercero de frente de cruz
que quizás provenga de Mérida.
La gran altura de los arcos de la Mezquita de Córdoba se consigue
mediante un original sistema de doble arco. Para resolver el
problema de la altura y la luminosidad, se sobrepusieron a las
columnas unos pilares, desarrollándose así un bello entramado de
arcos de herradura y de medio punto, de un efecto visual complejo y
fascinante y cuyas calidades decorativas se realzan mediante la
alternancia de las dovelas de colores rojo y blanco o bien de
materiales, piedra y ladrillo, efecto cuyo antecedente era el
acueducto romano de los Milagros de Mérida.
Los arcos de herradura inferiores hacen la función de entibo
incrustándose en las pilastras y sobre ellos los arcos de medio
punto voltean sobre una pilastra que carga sobre el grueso cimacio
situado encima de las columnas. Este interesante sistema
compensatorio tuvo su origen en la necesidad de ampliar la altura de
las naves al ser muy amplio el espacio a cubrir. Ante problema
parejo en otras mezquitas, se había preferido el tirante de madera
en lugar de los arcos de entibo.
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El dovelaje cambia con la altura, siendo primero de piedra y luego
de ladrillo rojo. Los arcos de herradura ganan progresivamente
altura y no tienen función tectónica sino que sirven de entibo y los
tectónicos son los de medio punto que en el trasdós llevan dos
filetes de ladrillo y unas pequeñas incisiones.
Las rectas pilastras terminan abajo en unos modillones de lóbulo o
de rollos (tres o cuatro) con incisiones vegetales que tienen restos
de policromía e influirán en el arte de la repoblación pues no
existe precedente en Oriente ni en Occidente.
Abd-al-Rahmán II (833-848) amplió la longitud de las naves hacia
el lado meridional mientras que en tiempos del emir Muhammad I se
construyó la puerta de San Esteban.
Ya en época califal, a Abd-al-Rahmán III se debe la ampliación del
patio y la erección del minarete que en la actualidad está encerrado
en la torre campanario del siglo XVII. Las obras comenzaron en el
951, mientras aun se trabajaba en Madinat as-Zahra. Se utilizó en el
nuevo alminar piedra de cantería, de aparejo mayor que el usual, no
muy pulida. La base era cuadrada. En el interior había un macizo que
permitía apoyar un notable juego de dos escaleras que se
entrecruzaban. Se elevaron varios pisos y se ornamentaron con
arquerías de herradura geminada enmarcadas en alfiz. A la altura del
lugar donde se colocaba el muecín, se dispuso un sistema de almenado
con el tipo de merlones que se habían utilizado en la mezquita de
Madinat as-Zahra. Se mantuvieron unas ciertas proporciones que
parecieron ejemplares, en tanto que se tomaron como modelo, como
todo el minarete, en la arquitectura posterior. La altura hasta el
lugar del muecín era triple a la base. La altura total era
cuádruple. La notable disposición de la escalera que terminaba en la
terraza no pareció apropiada para otros alminares, con excepción del
de la mezquita almohade de Marrakech. Cuando los cristianos
convirtieron el gran oratorio en catedral lo usaron como torre de
campañas. Deseando ampliar su altura a comienzos del siglo XVII,
consideraron insuficiente su estructura, por lo que la forraron con
nuevo recubrimiento.
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También An Nasir modificó algunos aspectos del sahn. Reorganizó o
construyó los pórticos de los tres lados con arcos de herradura
cerrados. Dobló además las arquerías de separación del patio y la
sala de oración. El motivo era el derrumbamiento de alguna de las
arquerías anteriores. Se confirmaba así la endeblez de los
contrarrestos pensados por los primeros arquitectos. Cuando los
cristianos la convirtieron en iglesia aún considerarán insuficientes
las medidas. Reformas posteriores modificaron asimismo los pórticos
laterales.
Al-Hakam II (961-969) fue el promotor de la más importante de las
reformas, por cuyo efecto alcanzó la mezquita sus más bellos y
peculiares perfiles y se convirtió en la obra maestra del arte
musulmán hispano. Al frente de las obras, iniciadas en 961 y
terminadas hacia 968, se colocó a Cha'far, liberto, hijo del
preceptor del califa. La reforma fue de grandes vuelos. No sólo fue
ampliada la longitud de las naves echando abajo el muro de la qibla,
sino que sobre todo se construyó un eje central, una nave medial,
que iba desde el norte, donde destacaba una cúpula, hasta el nuevo
muro de qibla. Allí se construyeron la maxura y el actual mihrab con
su extraordinaria cúpula. También se abrieron nuevas entradas
directas al santuario.
El material principal siguió siendo la piedra. Se talló en bloques
grandes, mayores que los de la parte primitiva y menos perfectos,
unidos con cal. En el interior se volvió a hacer uso del ladrillo en
ciertas partes (despiece de arcos). Los materiales principales se
cubrieron, por una parte, con las placas de mármol, como se había
hecho en Madinat as-Zahra; por otra, se implantó un sistema de
origen oriental, pero usado aquí con un gran lujo: la yesería de
recubrimiento. Tomará carta de naturaleza desde entonces en lo
andalusí y seguirá siendo frecuente entre las construcciones
mudéjares posteriores. Con menor gasto y tiempo de trabajo se pueden
conseguir efectos semejantes a los del mármol. La profusión de
yeserías vendrá ligada a un nuevo fenómeno: la parte estructural no
solo se recubre, sino que puede disimularse y aun falsearse. La
organización del aparejo no coincide siempre con lo que parece ser
su imitación en las yeserías. Esto se había hecho ya en las antiguas
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puertas, para disimular los efectos de un feo enjarje de arcos.
Pero, ahora, se añade su uso en otros lugares, permitiendo efectos
de entrecruce de arquerías donde ésta no existe, colaborando en la
visión imaginativa de los arcos más caprichosos. Ya se había usado
la pintura o el yeso para cubrir en parte las piezas de mármol
anterior, sobre todo para contrastar los fondos con la superficie
más cuidadosamente trabajada; ahora se seguirán pintando estas
yeserías. De todos modos continúan siendo frecuentes aún los
mármoles de recubrimiento, además de que el material sirve para
fustes de color oscuro veteado o capiteles. Hay que añadir entre los
materiales de recubrimiento el mosaico y la cerámica lustrada o de
brillo. La cubierta se hará de madera.
Capiteles y arcos son típicamente cordobeses. Se combinan inéditos
arcos polilobulados, que se entrecruzan y superponen en el aire. Al
hacer la ampliación y derribar el muro de qibla de Abd al-Rahman II,
se abrieron arcos de acceso a la nueva construcción. Entre ellos,
destaca la frecuente disposición, como adorno en un primer momento,
de arcos lobulados, esto es, arcos de circunferencia dispuestos de
modo que sus puntos secantes se inscriben dentro de un nuevo arco
ideal. Al principio no se trasdosan, no son arcos en sentido
estructural, sino adornos en forma de arco. Era también
procedimiento usado en Oriente. Pero aquí se formulará con cierta
originalidad y en cantidad y calidad extraordinarias.
Traspasado el muro horadado, la disposición de las naves siguió a
la primitiva en todas partes salvo en la nave medial. Los fustes de
mármol no apoyaron en basas; pero en la nave-eje, para destacar su
carácter, no solo se aumentó la altura de las cubiertas, sino que se
modificó aumentando su riqueza. Los pilares altos vieron adosados a
ellos otros menores de forma prismática y base semioctogonal,
trabajado su fuste con motivos de relieve; por encima apoyaban
capiteles más adornados que los restantes. En general, el capitel
utilizado es el de acanto. Los acantos se esquematizan en perfil y
engrosan alejándose de cualquier naturalismo.
El arco de herradura cerrada es el normal en los casos generales,
pero pronto se multiplican, en ciertos lugares, los arcos lobulados,
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sobre todo en las zonas que se quiere resaltar. Así, en el
enmarcamiento de la que será llamada capilla de Villaviciosa, primer
ambiente nuevo cupulado, y en el cierre de la macsura. Serán ya
arcos completos, no adornos incorporados. Como característica
específica está la de que el arco tangente a los lóbulos es
apuntado, consiguiendo de esta manera un aun mayor resalte del
conjunto. Ya se había llevado a cabo una pequeña irregularidad en
los arcos de herradura usuales anteriores apuntando el trasdós, de
modo que se evitara cualquier efecto óptico de aplanamiento. Ahora
se hace más efectivo en los lobulados. En la macsura, especialmente,
estos arcos lobulados se entrecruzarán en un esplendoroso tejido sin
paralelos contemporáneos, ni en lo oriental ni en lo occidental. Hay
que insistir en que en ciertas ocasiones (capilla de Villaviciosa)
algunos entrecruzamientos no son estructurales, sino pura forma
conseguida con el recubrimiento de las yeserías. Incluso aquí el
despiece del aparejo presenta ciertas irregularidades o deficiencias
que quedan así totalmente invisibles. También ahora se usa la
alternancia de color en el dovelaje, tanto por el procedimiento de
usar ladrillo o piedra, como haciéndolo ver así con las falsas
dovelas de yeso. Además de contrastar los colores, igual que en
algunas de las puertas exteriores, dovelas lisas alternan con otras
ornamentadas.
Lugares privilegiados de la ampliación son los entornos del mihrab
y el ambiente bajo la primera cúpula. Utilizando la anchura de tres
naves, las tres medias, se dobló el número de soportes en sentido
paralelo a la qibla para crear un ambiente a la macsura, el lugar
destacado cerca del mihrab, para colocar allí el mimbar o púlpito y
situarse el califa. Este llegaba al santuario, desde el palacio, a
través del sabat abierto a los lados del mihrab. Al-Hakam quiso, de
acuerdo con la mística del Califato entendida así desde los días de
su padre, que fuera lo más rico de lo reformado. Al doblar el número
de soportes, se crea un primer cierre. Cuando se entrecruzan los
antiguos arcos de entibo, ahora además lobulados, y se eleva el
nivel de la techumbre, cubriendo las enjutas generadas por los arcos
altos con macizos ornamentos, se aumenta la impresión externa de
ambiente acotado.
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El muro del mihrab y el de la puerta del sabat están suntuosamente
decorados. Los zócalos los componen grandes piezas de mármol
tallado, similares a las de Madinat as-Zahra. La puerta del primero
es de herradura y la enmarca un doble alfiz. Sus enjutas o albanegas
se rellenan con la decoración usual, abundando las hojas rizosas de
tipo ataurique. La superficie entre albos alfices la cubren
abundantes inscripciones epigráficas. La epigrafía se utiliza, y
esto será común en lo islámico, como elemento ornamental en sí,
además del mensaje que contiene. Suele haber letreros explicativos
de fechas, alabanzas al califa, a Cha'far, asuras del Corán, etc.
Por encima del alfiz hay una arquería ciega trilobulada con despiece
alternado de falsas dovelas.
Una de las principales novedades es la abundancia de mosaicos de
recubrimiento. Sabemos que Al-Hakam escribió al basileus bizantino
pidiéndole un musivara. Se trataba, dice la fuente árabe, de imitar
el trabajo que los omeyas habían encargado para la gran mezquita de
Damasco, tantos años anterior. Con el artista llegó un gran
cargamento de teselas preparadas, regalo del emperador
constantinopolitano, amigo y aliado del califa cordobés. Durante
varios años trabajó en la mezquita rodeado de ayudantes. Festejado
por el califa, volvió a su tierra, dejando una escuela que podía dar
fin a su obra. El artista de Bizancio debió trabajar en condiciones
especiales; los mosaicos que acostumbraba hacer había de colocarlos
en unos muros diferentes y, prescindiendo de la temática figurativa
usual en su tierra, preparar otra en la que se incluyeran motivos
decorativos propios con otros ajenos, incorporados por posible
sugerencia de quien hacía el encargo. El resultado fue espléndido;
los motivos vegetales variados se hicieron destacar sobre fondos de
oro. Se imitó el despiece de dovelas en el arco del mihrab, se
resaltaron los nervios de la gran cúpula construida delante del
mismo con motivos repetidos y los gallones de la cúpula central de
la principal.
Un detalle interesante es el enmarcamiento de esta cupulilla
gallonada. Resalta como una moldura de perfil casi semicircular
realizada en cerámica brillante y policromada. Aunque la cerámica
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califal alcanza altas cotas de perfección, en este caso estamos ante
un tipo de obra con precedentes en lo bizantino.
El suntuoso espacio del mihrab venía resaltado por las cúpulas
antes mencionadas. Era evidente el poco interés de los musulmanes
por los problemas estructurales complejos que supusieran
contrarrestos obligados. En un caso tan sencillo como los arcos del
haram se había visto su escasa pericia. Por eso resulta más
sorprendente el juego de cuatro cúpulas sobre la macsura y el primer
ambiente próximo a la antigua qibla de Abd al-Rahman II. Todas estas
cúpulas tienen la particularidad de ser nervadas. En la capilla de
Villaviciosa, sobre la base cuadrada se levantó el entramado de
nervios, ocho en total, cuatro paralelos a los lados base y los
otros componiendo un rombo de vértices en los puntos medios de cada
uno de aquéllos. Esto determina un cuadrado central, en vez de la
clave única que será tan normal en Occidente. Los antecedentes se
pueden rastrear en el Oriente Próximo y en la arquitectura armenia
cristiana. Aquí se obtuvieron resultados de gran efecto. Sin
embargo, no parece claro que el arquitecto estuviera muy seguro del
sentido estructura de lo que hacía. En todo caso, al cubrir la
plementería parece haber cometido más de una incorrección. En ella
hizo nuevas cupulillas. La central es gallonada, con antecedentes
bizantinos. Pero sólo nominalmente es cúpula, en realidad no pasa de
ser un hermoso motivo plástico. Otro tanto se puede decir de las
restantes, en algunas de las cuales se repite otra nervada. La
disposición del entramado mayor le permitió abrir ventanas de
iluminación directa.
Más importante es la gran cúpula que antecede al mihrab. En ella,
como en la derecha, se pasó, por medio de trompas aveneradas, del
cuadrado al octógono, forma óptima utilizada para cubiertas nervadas
entre los cristianos. Pero aquí, de nuevo, las nervaduras dibujaron
una estrella que definía un octógono central muy amplio, donde se
situó la nueva cúpula gallonada, enmarcada con cerámica y cubierta
de mosaicos. Es la obra maestra del sistema en Córdoba. También los
nervios permitieron la apertura de ventanas de iluminación,
cubiertas con interesantes celosías.
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El mihrab, en su interior, es poligonal. Su muro se divide en dos
pisos, liso el primero y cubierto con arcos ciegos lobulares el
segundo, en disposición que recuerda el muro de entrada, pero sin
mosaicos. Por encima, una bellísima concha o venera lo cubre a modo
de supuesta cúpula.
Todavía a finales del siglo X Al-Mansur, el Almanzor cristiano,
omnipotente ministro del hijo de Al-Hakam II, Hixam II, quien,
respetando el plan inicial, aumentó el número de naves añadiendo en
esta ocasión al lado oriental otras ocho más estrechas con lo que
totalizan diecinueve, lo que ocasionó la pérdida de la posición
central que tenía el mihrab y el resto del santuario. Fue una obra
enorme, pero no delicada.
El exterior de la mezquita nos ofrece unos tejadillos a doble
vertiente independientes en cada nave y coronando las fachadas unas
pequeñas almenas escalonadas que recuerdan a las fortalezas
orientales.
Madinat as-Zahra
La llegada al trono cordobés de Abd al-Rahman III en el año 912
supone un punto de inflexión en la historia de la presencia
musulmana en la Península Ibérica. Desde el primer momento, el nuevo
monarca se empeña en eliminar los principales obstáculos que
amenazaron desde su origen la unidad del Emirato andaluz. Acallada
la fuerza disgregadora del muladí Omar ibn Hafsún, quien desde su
refugio en la serranía de Ronda cuestionaba la autoridad cordobesa,
el emir consolidó la posición andaluza en el norte de África
aprovechando el desplazamiento de los intereses de la dinastía
famití que la dominaba hacia Egipto. Además, las querellas entre
leoneses y castellanos anulaban su fuerza expansiva mientras que los
reinos cristianos del este y el oeste peninsulares pagaban tributo
al señor de Al-Andalus quien, por otra parte, tampoco consideraba
estratégico el dominio completo de la Península.
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La brillante actuación política de Abd al-Rahman III culminó
con la asunción del título de califa y señor de los creyentes,
desprendiéndose así de los últimos vínculos que le ataban a la gran
monarquía musulmana de Oriente. Había un derecho a ello, porque los
emires de Córdoba descendían de la antigua dinastía omeya.
El régimen de vida musulmán siguió propiciando el desarrollo de
las ciudades y de la actividad urbana. Córdoba se despegó claramente
de las restantes, convirtiéndose con su entorno en el centro
económico, político, literario y artístico, superior a los demás. No
otra cosa sucedía por los mismos años a Bizancio.
La concentración de poder en el califa inició un
distanciamiento de sus súbditos basándose en la propia titulación y
en la promoción de una política edilicia que indicaba tanto el
refinamiento cultural de algunos de los califas como el deseo de
colaborar al aumento del místico prestigio de que buscaban
investirse ante sus súbditos y ante los enemigos o aliados que les
visitaban. La titulación nueva implicaba, entre otras cosas, una
cierta necesidad de rodearse de una pompa, similar a la que habían
sentido los primeros omeyas, que pasaron de ser señores del desierto
a grandes príncipes de territorios inmensos, de elevado nivel
cultural algunos de ellos. La formación de algunos, especialmente
Al-Hakam II, su sensibilidad artística y la herencia favorecían las
intenciones políticas que traía consigo la construcción de obras en
consonancia con las nuevas situaciones.
La cristalización de todas estas ideas está en la ciudad y
residencia, un poco al norte de Córdoba, de Madinat as-Zahra. Fue
una inmensa construcción que sólo podía intentar en un tiempo
relativamente corto quien poseyera unos recursos excepcionales. Se
habla de 10000 hombres trabajando al mismo tiempo. Contrasta el
número cuando lo comparamos con obras cristianas contemporáneas y
aun posteriores sobre las que se dispone de datos. Posiblemente hubo
entre ellos una amplia mayoría de musulmanes; pero se ha dicho que
también debieron de colaborar gentes mozárabes y hasta bizantinas.
La gran abundancia de operarios especializados se ha explicado
por el carácter absolutamente esencial de la parte decorativa
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complementaria. Las paredes se cubrieron de piezas cuidadosa y
profusamente esculpidas en relieve. Los aleros del exterior estaban
tratados de la misma manera, hasta el punto de que se talló los
modillones de rollos, las cobijas y las tabicas con la misma minucia
artesanal. Cuando se tienen cifras, aunque no sean más que
aproximadas, como en el caso de la mezquita levantada allí, vemos
que se requirió un gran número de carpinteros. Esto se debió a que,
siguiendo lo ya visto en otras construcciones del emirato, la mayor
parte de las construcciones no estaban abovedadas, sino techadas con
madera y esta madera con frecuencia se trabajaba con el mismo
virtuosismo que lo restante.
Para realizar esta obra colosal, Abd al-Rahman III debió de
contar con unos medios económicos excepcionales. Sabemos que dedicó
un tercio de los tributos cobrados a su financiación. Designó como
supervisor de las obras a su hijo Al-Hakam; seguramente nadie mejor
escogido. A juzgar por lo que conocemos de él, fue persona
extremadamente sensible a toda manifestación artística. Con una
formación fuera de lo normal y una ilimitada curiosidad por todo, es
bien conocida la extraordinaria biblioteca que más tarde llegó a
formar. Es posible suponer que no sería un mero inspector de obra,
sino que sus ideas personales encontraran eco en esta o aquella
parte de las edificaciones.
La intención del califa promotor se puede deducir de un verso a
él atribuido. La majestad de un soberano, decía, se mide por las
construcciones que ha mandado emprender y su belleza.
Las obras comenzaron a finales de 936. Se hicieron sobre un
terreno irregular, que desciende, aproximadamente de Norte a Sur;
las fuentes hablan de la acumulación de las construcciones
palaciegas al Norte, en las terrazas más altas. Luego, una segunda
zona medial, con abundancia de jardines y corrientes de agua. La
tercera, más baja, sería la residencia del pueblo. Se pueden aceptar
relativamente estas disposiciones. En efecto, en la parte superior
se han excavado varios edificios palaciales. La construcción no se
detuvo después de la muerte de Al-Hakam II. Esto no implica que no
se acabara el espacio habitado, sino más bien que hubo deseo de
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ampliación de los existentes. Lo más antiguo y lo más moderno
parecen estar entre estos palacios. Hacia el Sur, no obstante, se ha
excavado lo que parece haber sido la joya de Madinat as-Zahra: el
llamado Salón Rico, y próxima a él, la mezquita mayor. El hecho de
que fuera concebido como tal, y no como oratorio particular del
monarca, indica la proximidad de las construcciones comunes. También
la de una parte de las residencias califales.
Se cuenta que en el año 941 se comenzó a toda prisa la mezquita
y se terminó en cuarenta y ocho días. Es posible que algunos
trabajos de embellecimiento duraran hasta comienzos del año
siguiente. El tardío historiador al-Maqqari (siglo XIV) habla de 100
trabajadores al mismo tiempo, entre ellos 200 carpinteros. Acaso se
comenzó por dos partes diferentes, para poder sacar partido a esta
masa de alarifes. Se ha pensado si un maestro de nombre Sa'id ibn,
que aparece en la epigrafía de los restos, podía haber sido el
encargado; pero nada resulta seguro.
La planta es un gran rectángulo de 54 por 34 metros. Está
orientado hacia el Sureste. El haram se divide en cinco naves de
igual anchura, correspondiendo las tres centrales al ancho del
patio. Este estaba porticado en tres de sus lados. Resulta
interesante, porque es precedente del mismo sistema en la mezquita
de Córdoba, modificada años después por orden del califa Abd al-
Rahman III. Tras la qibla, hay un segundo muro con pasaje o sabat,
similar al que tendrá asimismo Córdoba en la ampliación de Al-Hakam
II. El alminar también tiene un gran interés. Su estructura es
modélica de lo que serán los alminares posteriores. Es de planta
cuadrada al exterior, octogonal internamente, y con un macizo
vástago central probablemente semejante.
Los hallazgos de fragmentos de puertas indican la cuidada labor
realizada en las dovelas. Más interesante puede ser aun el almenado,
en el que se sigue la disposición dentada señalada en la primitiva
mezquita de Córdoba, pero se adornan mucho más con motivos
vegetales. Por el número de partes encontradas, cabe suponer que fue
un motivo muy normal en la disposición de cubiertas de mezquitas.
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Los palacios estaban, al parecer, organizados al modo de los
abbasíes. En los omeyas predominaban las composiciones de plantas
regularizadas de tipo occidental. Luego se van modificando y
creciendo con cierta anarquía a partir de algunos núcleos. El
sistema consiste en escoger una unidad que incluya un patio como
elemento básico de relación. La comunicación entre cada unidad de
este tipo podía hacerse de cualquier manera. A veces existían
corredores estrechos y tal vez poco iluminados. El resultado total
era laberíntico. También permitía las continuas ampliaciones, que de
esta manera no rompían con nada concebido como acabado. Entre lo
encontrado hay varios capiteles fechados en 971 y 975, años de
gobierno de Al-Hakam II, lo que indica que el gran monarca había
encargado algunas ampliaciones. A la ciudad se pudo ir a vivir hacia
945, pero posteriormente a estas fechas se hicieron obras muy
importantes.
El material usado con preferencia siguió siendo la piedra, pero
los interiores se recubrieron con grandes placas de mármol, que
prestarían una imponente suntuosidad a las salas. Así se puede
juzgar por lo que queda del llamado Salón Rico. Se han dado
distintas fechas para su realización. Parece que se trabajaba en él
hacia 954-957. Estaba dividido en cinco grandes naves y precedido de
un pórtico. La reconstrucción a base de los restos hallados, si
acaso sea cuestionable parcialmente, permite, mucho más que en la
mezquita, conservada a niveles solo arqueológicos, formarse una idea
del aspecto que estas estancias pueden haber tenido. La ahora
reseñada debió tener función de mexuar o sala de embajadores. Aunque
en la estructura pudo utilizarse el ladrillo, se recubrió todo con
bellas placas marmóreas.
Hay pilastras de escasa profundidad, que indica su nulo efecto
tectónico, trabajadas en dos planos, destacando la superficie
esculpida con exquisito cuidado. El vástago central se abre en
tallos vegetales, que dibujan volutas, terminan en formas florales o
rizan sus hojas en el tipo de labor que llamamos de ataurique. Los
acantos del capitel se estilizan y los caulículos son tallos
terminados en flor. A medida que se avanza en el tiempo, se van
dejando atrás las herencias de los siglos visigodos y, con
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inspiración en parte bizantina, se llega a unas formulaciones
características. Otras placas, más o menos ricas, cubrían los muros.
Podemos suponer la techumbre realizada en madera, a juzgar por
ciertos restos carbonizados hallados. Una vez más la arquitectura
musulmana hispana se desentiende de problemas estructurales
dinámicos. El hallazgo, en la zona de la mezquita, de piezas
posibles del Salón Rico permite formarse una idea de lo que sería el
extraordinario alero. Se apoyaba en trabajados modillones de rollos,
que soportaban en peso de cobijas adornadas con formas vegetales,
situando entre ellos tabicas hechas de la misma manera. El efecto se
completaría al exterior, con la capa de elucido o cal blanca sobre
los sillares de los muros.
Por desgracia, pese a la restitución del Salón Rico, difícilmente
pueden reconstruirse los ambientes perdidos y menos su función. Se
nos escapa la organización de los patios, el uso del agua como
elemento configurador, el sistema de iluminación, etc. De lo hallado
y de las referencias literarias pueden deducirse al menos algunos
detalles. El obispo mozárabe Recemundo había traído de Bizancio una
gran pila de mármol verde, con doce caños de oro e incrustación de
piedras preciosas con figuras de animales. En uno de los mexuares
había un recipiente de mercurio sobre el que se hallaba una enorme
perla, regalo del basileus al califa.
Se habla en las fuentes de una estatua de la favorita de Abd al-
Rahman III. Esto último, con visos de probabilidad, es un primer
indicio de que se hizo escultura figurativa. Un hallazgo reciente de
una plaqueta decorativa proporciona nuevas pistas. La escultura
primera había de ser de bulto redondo, demasiado excepcional por lo
que sabemos del arte musulmán. La plaqueta citada es de forma
cuadrada, con un círculo central que sirve de apoyo a cuatro parejas
de animales afrontados dos a dos y ordenadas según las diagonales
del cuadrado. Es un relieve. Los motivos pueden estar inspirados en
telas. La conservación de otro tipo de relieves figurativos, unido a
la placa, y el recuerdo de la estatua de la favorita permiten
afirmar como muy probable que pudieran existir piezas semejantes.
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La placa comentada lleva una doble inscripción. De la lectura de
la mejor conservada se puede deducir que fue obra de un tal Rasiq o
Rasif. Este tipo de firmas se repite muchas veces en los mármoles de
Madinat as-Zahra. Poco podemos saber de sus autores, salvo el
orgullo ante la obra bien hecha. Nombres como Sa'afar, Tarif y Sa'id
al-Ahmar se repiten en distintas ocasiones. Pero más importante
parece haber sido un tal Fatah. Entre 954 y 955 firma una pilastra
del Salón Rico. En 961, otra seguramente de una estancia no
identificada de la misma ciudad que se conserva en Berlín. Terminado
su trabajo aquí, pasa en 965 a la mezquita que entonces se ampliaba
en Córdoba. Con más dudas se le atribuye aún otro capitel
aprovechado en el Alcázar de Sevilla.
En 978 se paraliza toda actividad en Madinat as-Zahra, al subir al
poder Al-Mansur. El nuevo señor de Al-Andalus inició, a imitación de
los califas, una Madinat as-Zahira, una residencia propia. Entre
1009 y 1010, bereberes y gentes del pueblo saquearon la gran ciudad
en busca de riquezas. Un débil intento, por parte de uno de los
efímeros califas posteriores, de restaurar lo destruido no tuvo
consecuencias. Los restos se utilizaron para obras de la mayor
diversidad. Algunas se conservan en museos. Llegó a olvidarse el
emplazamiento de la antigua ciudad y confundirse sus ruinas con las
de otra. Son varias las campañas de excavaciones que se han
realizado en este siglo, no siempre con la misma fortuna. Una de las
últimas, llevada a cabo por B. Pavón, puso al descubierto los restos
de la mezquita a que se ha hecho referencia.
Almorávides y almohades.
La rivalidad entre los distintos reyezuelos taifas propició la
presencia en Al-Andalus de los almorávides, al-Murabitun, pueblo
bereber que dominaba el Magreb acaudillado por los voluntarios de la
fe que guarnecían los fuertes fronterizos cuya pretensión era
unificar de nuevo el Magreb desde el Sahara al Atlántico y los
confines de la provincia norteafricana, tratando de contrarrestar la
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reconquista cristiana. Su poderío militar logró constituir un
extenso reino al incorporar las tierras del sur de la Península
Ibérica que permanecieron por ellos ocupadas desde el 1.075 hasta el
1.146; desde el punto de vista religioso pretendieron una reforma
basada en una interpretación más ortodoxa de la fe musulmana.
Aunque la invasión almorávide supuso un corte en la evolución
cultural protagonizada por la monarquía cordobesa, sin embargo
permitió la entrada de algunos rasgos estilísticos de notable
transcendencia: los mocárabes, aunque habían sido utilizados con
anterioridad, son un característico elemento decorativo del gusto
almorávide y se disponen a modo de estalactitas que bajan de la
bóveda y suelen presentar forma de lazo o prisma; el arco más usado
es el de cortina, formado por dos porciones de circunferencia con
centros exteriores y que se cruzan en la clave formando ángulo, el
alfiz suele cortar el arco por sus lados; las bóvedas presentan
nervaduras cada vez más finas; los pilares van sustituyendo
progresivamente a las columnas.
Los constructores almorávides lograron su obra más conseguida
en la mezquita de Tremecén (Argelia), digna continuación de la
herencia cordobesa. Se corona con la bóveda cuyos nervios, según
costumbre musulmana, no se cruzan en el centro y cuyos plementos se
hallan perforados dando lugar a una hermosa y fantástica bóveda
calada. Además deben citarse las mezquitas de Fez y Marraquex, ambas
en Marruecos. En la Península se reconocen como almorávides las
ruinas del Castillejo de Monteagudo (Murcia), nuevo tipo de
residencia en el que cobran especial relieve los jardines, fuentes y
estanques, que anticipan el gusto granadino.
El dominio almohade reconstruyó de nuevo la unidad
hispanoafricana y difundió un exigente ideal religioso que tuvo
repercusiones en las expresiones artísticas. Sus líderes se
denominaban al-Muwahhidun (los que profesan la unidad de Allah) y
seguían las enseñanzas de un asceta (mahdi) bereber llamado Ibn
Tumart cuya iconoclastia tuvo su equivalente cronológico en el
cristianismo occidental con el triunfo de la reforma de San
Bernardo.
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Como en el caso almorávide, la superioridad cultural andaluza
se tradujo en un importante influjo en las realizaciones de los
almohades. Caracteriza a este arte el uso de una abundante
decoración que puede llegar a enmascarar el nítido esquema
constructivo empleado, símbolo de una honestidad tectónica que
alimentaría al arte peninsular hasta bien entrado el siglo XVI. Los
paños de Sebka y sus peculiares redes de rombos cubren los espacios
lisos, mientras que los vanos encerrados entre los arcos se ven
complicados con elementos colgantes que arrebatan a aquellos su
misión constructiva; el uso de la cerámica vidriada, los mocárabes,
el arco de herradura apuntado enmarcado por el alfiz así como la
presencia del pilar cuadrado sobre la columna, son diversos rasgos
que los almohades conservan de sus predecesores almorávides.
Como monumentos más representativos deben señalarse las
mezquitas de Kutubiya, en Marraquex, obra de fines del siglo XII, la
de Hassan, en Rabat, y en la Península la de Sevilla, ciudad que al
ser constituida capital del reino frente a la decadente Córdoba, fue
dotada de una gran mezquita de la que tan sólo queda el minarete -la
Giralda- terminado en la última década del siglo XII y algunos arcos
del llamado patio de los naranjos.
Otro género de edificaciones almohades que deben considerarse
son las fortificaciones. Frecuentemente se organizaban dobles
murallas, llamándose barbacana la situada al exterior, y en la que
se intercalaban algunas torres avanzadas con el objeto de vigilar
lugares estratégicos tales como puentes o puertas de acceso; estas
torres podían colocarse incluso con independencia de la línea
amurallada y se llamaban albarranas, de las que es ejemplo bellísimo
la sevillana Torre del Oro (1220).
Castillo de Monteagudo (Murcia).
El Castillejo del Monteagudo ocupa en planta una extensión de 18
por 23 metros con un patio central rodeado de pasillos y estancias
de difícil interpretación. En el centro se dispone un riyad, jardín
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interior muy típico de la arquitectura musulmana que quizás no sea
la versión hispana de los cahar-gab persas divididos por cuatro
camino intersectantes en cuyos lados menores hay dos templetes y una
fuente en el centro. Se trataría pues de una creación completamente
hispánica que luego se difundirá en la arquitectura marroquí. Es
posible que esta fuera la forma del patio de la Aljafería de
Zaragoza.
Mezquita de Sevilla.
Construida entre los años 1.171 y 1.182 por orden de Abu-Yaqub-
Yusuf I (1.162-1.284) fue sustituida por la catedral en el siglo XIV
a excepción del alminar y una porción del patio. Se trataba de una
construcción de dieciséis profundas naves -a imitación de las naves
de la mezquita de Córdoba- perpendiculares a la qibla. La nave
central era más ancha y las de los lados se prolongaban rodeando el
patio. En el portal aún se conserva una bóveda de muqarnas con
decoración imitando estalactitas.
Arco de herradura apuntada realizado en ladrillo y situado en el
patio de la mezquita de Sevilla.
El alminar de la mezquita fue realizado por el arquitecto Ahmad-
Ibn-Baso que quizás también participara en las obras del resto del
edificio. A la muerte de Abu-Yaqub-Yusuf I se paralizan las obras
que no se reanudan hasta el gobierno de Yaqub-Almansur (1.185-1.189)
con un nuevo arquitecto, Alí de Gomara, y se concluyen en el año
1.195.
El alminar de la mezquita, conocido como la Giralda, está formado
por un cuerpo liso de ladrillo sobre el que se alinean las ventanas
y sobre el que se sitúan otros dos cuerpos y un tercero superior. En
la parte superior se colocó el yamur con las manzanas cuya ceremonia
de colocación conocemos con todo detenimiento a través de las
fuentes de la época. En el centro se colocó un vástago de hierro en
donde se dispusieron las cuatro manzanas, cada una menor que la más
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baja inmediata. Estaban doradas y reflejaban la luz ostentosamente,
convirtiéndose en un signo del alminar en mayor medida que cualquier
otra parte. No se sabe con exactitud cuál era su función simbólica;
cuando la conquista cristiana, no solo se mantuvieron, sino que
también fueron consideradas como algo excepcional, hasta que en el
terremoto de 1.355 se vinieron abajo.
El interior de la Giralda está formado por una planta cuadrada con
un cuerpo central cubierto con bóveda de arista y un sistema
helicoidal de rampas que obliga a que las ventanas no estén al mismo
nivel en cada cara del edificio.
Los dos cuerpos centrales de la Giralda se subdividen en tres
calles al exterior. La calle central está formada por varios
balcones con arcos pentalobulados y pequeños arquillos interiores y
las dos laterales ofrecen una labor de rombos -los paños de Sebka- y
dos arcos de herradura apuntada ciegos.
Torre del Oro (Sevilla).
Construcción defensiva o albarrana de las muchas que estaban
dispuestas a lo largo del río Guadalquivir y que disponía de una
gemela en la otra orilla a la que estaba unida por unas cadenas que
se elevaban para impedir el paso de embarcaciones. El hecho de que
la conquista cristiana de la ciudad se hiciera sin forzar las
murallas ha hecho fácil la relativa conservación de las torres
defensivas. Dispone de doce lados al exterior y al interior tiene
forma hexagonal que en la parte superior se transforma de nuevo en
doce lados. Se realizó entre los años 1.220-1.221, es decir, después
de la batalla de las Navas de Tolosa (1.212) cuando el poder
almohade había declinado notablemente
La Torre del Oro de Sevilla dispone de unas cubiertas de bóveda de
aristas y de un friso alto con arcos geminados rematados de dos en
dos por un alfiz. En la parte superior tiene almenas para resaltar
su carácter defensivo. El nombre de la Torre deriva de los azulejos
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que cubrían la parte más altas de los que quedan algunos restos que
constituyen las únicas muestras, con las de la Giralda, de este tipo
de cubierta almohade en la Península. Mientras casi no hay vanos en
las partes bajas como corresponde, la parte alta conserva abundantes
adornos. En el siglo XVIII se añadió el último cuerpo.
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