Arroyo y Suipacha. Esquina del Alma

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“El 17 de marzode 1992 se separaron hijos de padres y padres de hijos.Perdimos compañeros de tareas, de esperanzas, de futuro.”

David Ben-Rafael con sus hijos.

Dos días antes del atentado.Jardín Japonés, Buenos Aires.

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LA SANTIDAD DE LA VIDA

El 31 de octubre de 2008 volvimos, otra vez, en misión a Buenos Aires.

Era casi el mediodía cuando salimos, cansados, del ae-ropuerto de Ezeiza acompañados, esta vez, de policías y guardias federales. En el camino a la residencia oficial pedí detenernos por algunos minutos en Arroyo y Suipacha. Saliendo del vehículo miré la plaza, las paredes de alre-dedor con las marcas que quedaron del edificio que ya no existe y vi los árboles, como testimonio de vida, plantados en homenaje a los que ya no están.

No era la primera vez que visitaba el lugar desde el horri-ble atentado. Pero, aquel día, fue diferente.

Pasaron más de 20 años desde que llegué junto a mi fami-lia, por primera vez, a Buenos Aires en misión diplomática. Ese edificio fue nuestra casa, nuestro lugar de trabajo y de tantas experiencias. Podía sentir las voces conocidas de amigos y compañeros que ya no están; imaginar el movi-miento interior, la risa tímida de los alumnos de colegios que nos visitaban, el murmullo incesante de las recepcio-nes...

Y, en un segundo, la casa había desaparecido, aunque con-tinuaba allí.

Necesitaba mirar la plaza y a sus alrededores como forma de renovar mi compromiso con los caídos en el atentado.

Veinte años atrás era un joven diplomático, lleno de ener-gía y optimismo; inmerso en la seguridad de los inocentes

que pensaba que, con la fuerza de la verdad, podría con-vencer al mundo de la justicia de nuestra causa.

El tiempo modificó mi percepción de las cosas. El odio, la mentira y la intolerancia convergen en los atentados. La locura de la muerte no discrimina en la selección de sus víctimas. Una vez más me apoye en la convicción que, la diplomacia era una misión con un objetivo: traer la paz y mejorar el mundo asentado en una única premisa: la santi-dad de la vida.

Así los emisarios de la paz pasaron a ser un objetivo del terrorismo fundamentalista; terrorismo que atenta contra nuestra civilización y se propone imponer su metodolo-gía, sin reconocer límite alguno. No obstante, hay algo que no logró: imponernos un modo de vida. Continuamos con nuestra cotidianeidad, ya sea yendo a nuestro trabajo, a la escuela, reuniéndonos y asistiendo a cualquier manifesta-ción que nos convoque desde nuestra condición humana.

Abrazamos a los sobrevivientes con toda nuestra conside-ración y afecto. Juntos edificaremos una nueva sociedad y lucharemos, con fuerzas, para vivir en un mundo más hu-mano y feliz.

Ese es el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos.

Este libro está dedicado a quienes modificaron su vida, de una vez y para siempre, aquel 17 de marzo de 1992. Ellos bregan para que todos nosotros continuemos.

Daniel GazitEmbajador de Israel en Argentina.

Jerusalén, Marzo de 2012.

20 años han pasado del atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires, hecho que sin lugar a dudas marcó un punto de referencia en la lucha contra el terrorismo internacional.

El 17 de marzo de 1992 quedará grabado en la memoria del pueblo israelí y de la sociedad argentina. No olvidaremos y no perdonaremos a los asesinos que, a sangre fría, truncaron la vida de 29 víctimas inocentes, ciudadanos israelíes y argentinos.

Pero a pesar del dolor ante la pérdida de madres, padres, hermanos y amigos nos hemos fortalecido y continuamos con decisión y entereza por el camino y el legado que ellos nos dejaron.

El cruel destino que se nos impuso, llevó a que Argentina e Israel se unieran en su lucha contra el terrorismo. El Gobierno argentino actuó y continua esforzándose por llevar a juicio a los asesinos y a sus gestores, responsables de los más gran-des atentados terroristas ocurridos en los años 90 en la ciudad de Buenos Aires: en 1992 contra la Embajada de Israel y dos años después, en 1994, contra la Comunidad Judía - AMIA. La estrecha colaboración llevó al pedido de captura internacional contra altos funcionarios iraníes responsables de los mismos.

Lamentablemente 20 años después, las embajadas de Israel en el mundo continúan siendo blanco de atentados de or-ganizaciones terroristas apoyadas por Irán y Hezbollah, su subsidiaria en el Líbano. Los intentos por destruir objetivos israelíes no cejan, pero nada de esto hará que nos detengamos en nuestro empeño por extirpar este flagelo en todas partes del mundo.

Este libro en memoria de las víctimas simboliza el triunfo de los valores, la moral y los ideales de la cultura occidental frente al eje del mal. El Estado de Israel y el Estado Argentino continuarán trabajando juntos para evitar que se atente contra vidas inocentes y por mantener viva la memoria de las victimas del atentado como símbolo de valor y la deter-minación del espíritu humano.

Deputy Prime Minister and Minister of Foreign Affairs

Avigdor LibermanMinistro de Relaciones Exteriores de Israel

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ARROYO 910/6. NUESTRA CASA

“Es terreno común afirmar que el terrorismo es una de las amenazas más graves para la paz y la seguri-dad internacional. Pero eso, “por” sí y “en” sí, no repara, ya que nada puede levantarse haciendo invisible a las víctimas. La aplicación de la ley regula la vida social y pone fin a la humillación del olvido y la indo-lencia. Nadie merece morir dos ve-ces; una por la muerte física y otra por la indiferencia. Todavía, en el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, del 17 de marzo de 1992, seguimos reclamando el fin de la impunidad y el silencio.”

Al emprender este trabajo, se mezclan un cúmulo de sen-saciones y temores. Por un lado, el intentar hacer justicia con las palabras sobre los que ya no están y por el otro acompañar, a los sobrevivientes, en su necesidad de dejar testimonio.

Sólo la conducta pertinente diseñará un presente digno. No es lo mismo recordar para que “no vuelva a repetirse” que para que “los muertos descansen en paz”. Es verdad que el transcurso del tiempo reduce las demandas socia-les pero, a la sentencia “el tiempo todo lo cura” se opone aquella de “hay heridas que no cierran nunca”.

En medio de esa paradoja surgen estas páginas, escritas con el sentimiento, con el corazón apretado, con el común denominador de la culpa (por qué ellos y no yo) por la ca-rencia de las palabras no dichas, por los abrazos no dados, por la soledad que queda como huella en el alma.

Agradecemos a todos los que dieron respuesta a nues-tras demandas, que no fueron pocas. A Jana Beris, la di-rección en Israel donde comenzamos cualquier trabajo; a Alejandro Machado que nos brindó datos sobre el primer habitante de Arroyo 910 y su constructor; a Enrique Zadoff que nos proporcionó fotos de su archivo personal; a Anita Weistein y el Centro Marc Turkow que, con generosidad, nos ofreció todo lo que disponía en imágenes; al archi-vo fotográfico de la Revista Gente – Atlántida/Televisa

que puso a nuestra consideración decenas de sobres con negativos sobre el atentado a la Embajada de Israel y, de manera especial, al fotógrafo Marcelo Ranea, el primero que, con un simple pedido, nos cedió sus negativos poco tiempo después de esa masacre; a Alicia Leczycki por su invalorable ayuda y a Gabriel Graves por su atenta mirada.

Este libro no hubiera sido posible sin la labor de Lea Kovensky -ella misma sobreviviente- que se encargó de la tarea de producción, con incansables llamadas y se-guimientos; a la gente de CIDIPAL (Elizabeth Andelsman, Liliana Glaser y Laura Szchetman -también sobrevivien-te)- que se ocupó de traducir y corregir los testimonios que fueron llegando hasta el final y participando de esta “casa”, “nuestra casa”; a Madre Admirable, “hogar” del Presbítero Juan Carlos Brumana, inmolado en el cruel atentado y a Hernán Churba, “descubierto” como ser hu-mano excepcional, quien tuvo a su cargo la producción fotográfica sin la cual el libro no hubiese tenido la puesta en valor 2012.

Para algunos este es el último trabajo que realizamos, por escrito, para recordar a nuestros compañeros, colegas y amigos. Otros “nos” continuarán. A ellos el imperativo de recordar no les es ajeno. A nosotros, este palacio de la me-moria, como fue Arroyo 910/6, nos seguirá interpelando, como el primer día, en la búsqueda que, el tiempo de civi-lización prime por sobre los tiempos de barbarie.

Liliana Isod Directora del Centro de Información y Documentación de Israel para América Latina (CIDIPAL).

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AQUELLOS DÍAS...Aquellos días en los que mi madre se ocupaba del diseño de la Embajada, en la calle Arroyo, los recuerdo como muy particulares. La invadía la sensación de estar participando de un edificio y de una fiesta. La nueva soberanía judía buscaba su expresión. La comunidad judía y sus potentados se involucraban sin condiciones pero... los oriundos de Alemania pidieron un piano. Los llegados de Jaleb, alfombras. Los lectores en idish aportaron libros y la biblioteca judía en español. Alguien donó la gran Enciclopedia Judaica. Se adhirieron – sobre el folklore judío - cortes de madera que diseñó un artesano cuyo propósito era mostrar a los alemanes, que el ritual judío era estético.

Mi madre colocó, en la entrada, un gran candelabro de siete brazos y, a ambos lados de la escalera, con la roja alfombra diplomática, dos esculturas de un pionero y una pionera de Israel. Cada vez que subía sentía que esos colonizadores consideraban y reflexionaban so-bre lo que hacía un niño de un Estado pobre sobre esas “diplomáticas” escalinatas rojas.

Nuestra familia residía en el tercer piso. El departamento era de amplias medidas. Quedaban, todavía, señales de la aristocracia católica que vivió en esa mansión antes de nuestra llegada. En el baño, había una bañadera de mármol negro y espejos, grandes y curiosos.

Los salones de bienvenida (la recepción), ubicados en el segundo piso, eran amplios y fes-tivos. Con frecuencia allí se reunían diplomáticos en divertidos y fatigosos cocteles, con atuendos apropiados. Una vez al año, la casa era abierta para la comunidad judía, la que llegaba – a montones- a festejar. La celebración no estaba terminada hasta que, en el tocadiscos, no sonaba “Hatikva” 1. Un día llegó a la casa un pequeño niño que tocaba el piano. Lo hacía como un grande, de manera fantástica. Después jugué con él, tirados en

Muki TsurHijo del primer embajadorde Israel en Argentina, Jacob Tsur.

1 I Himno Nacional de Israel.

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la alfombra, a las bolitas. ¿Sabía entonces que el que estaba en mi casa, en uno de sus prime-ros conciertos, era Daniel Barenboim? ¡Sí! Creo que lo sabía…

La Embajada era mi hogar. Una casa algo rara y no sé si aquello que transmitía era lo que pensé que aspiraba a ser. Después de todo, un “pionero” se conforma con poco. Y, quizás, deseaba serlo por la sensación de responsabilidad de haberme tocado vivir allí: fue un lugar hecho con sentimientos y símbolos.

Con nosotros vivían Antonio y Piedad. Habían llegado desde Jujuy, del norte argentino; gente de campo que venía a la gran ciudad. Muchos años después, regresé a la Argentina y los bus-qué. Me enteré de que, al haber finalizado su trabajo en la Embajada, abrieron una pizzería en el barrio de Belgrano. Fui, sin anunciarme, a visitarlos. La emoción fue inmensa. Cerraron el negocio y me llevaron a su casa. Allí vi la foto de un chico joven. “Es nuestro hijo”, me dijeron.

“Estudia agronomía. Eso es lo que comprendimos cuando trabajábamos con ustedes. Hay que retornar al campo”. Recordé, con gran sorpresa, lo que les provoqué cuando no logré explicar-les que la Embajada me conducía, en camino directo, hacia el kibutz 2 y les dije que, cuando fuera grande, me iría al campo.

Más de mil personas asistieron a mi Bar Mitzva 3. No conocía a casi nadie. A todos les di la mano y me llenaron de regalos; entre otros, 13 Martín Fierro, con cubiertas de diferentes tipos de piel. Tuve la sensación que sobraba gente… Me enojé, un poco, con mi padre por semejan-te fiesta. Con el tiempo, descubrí en su libro de memorias que, para su Bar Mitzva 3, ocurrie-ron incidentes en su ciudad y, junto a mi abuelo, se escondieron en la azotea. Comprendí que la fiesta fue celebrada como la recompensa personal a su triste Bar Mitzva. Fue un gesto de reparación.

La boda de mi hermana, también, se realizó en la Embajada. ¡Fue emocionante! El ramo de flores, enviado por Perón y Evita, conmovía al público pero, para mí, ese casamiento se celebraba demasiado lejos de Israel. Como hermano, fue muy significativo.

En la residencia fueron recibidos los líderes del Estado de Israel que llegaron a disertar, en idish 4, frente al Pueblo judío. Grandes concentraciones tuvieron lugar en el Luna Park y en la residencia de la Embajada. Los dirigentes se paseaban, en pantuflas, como si estuviesen en su casa y mantenían, con el niño que yo era conversaciones de adultos. Años después, comprendí que no se trataba de algo sobreentendido que hablasen, con seriedad, con criaturas sin la presencia de periodistas o fotógrafos.

Hace veinte años, al momento en que los terroristas hicieron estallar la Embajada, era Secretario del Movimiento Kibutziano. Telefoneé a los enviados del Movimiento en Buenos Aires y les pregunté todos los detalles sobre la des-trucción. Transcurridos algunos minutos, comprendí que no era correcto. No debía indagar por las escaleras en un momento de duelo y quiebre humano. De todos modos, supe que el candelabro sobrevivió y los pioneros explotaron.

En especial, me asombró la noticia de que la araña de cristal subsistió íntegra. Estando en Turquía supe que fue enviada a una sinagoga en Estambul. Siempre me pregunté cómo mi madre la adquirió para el Estado pionero de Israel. No podía entenderlo pero mi hermana me reveló algo que no sabía. Mi madre no la compró. El propietario anterior decidió ofrecerle un regalo al Estado de Israel: ese colgante inmenso de cristal.

Aquel 17 de marzo de 1992 me senté junto a mi madre y vimos, por la televi-sión, el edificio destruido. Estábamos anonadados. Tal como los lectores pue-den comprender mi relación hacia la vivienda era compleja (no el vínculo con mi madre). Veía en ella, en ese lugar, una expresión del sueño juvenil de una generación. Me preocupé por los pioneros que estallaron pero, después de un tiempo, comprendí que la juventud judía en Argentina vio, en la destrucción de la Embajada, un punto doloroso que destacaba su responsabilidad como personas y como judíos.

Supe, entonces, que la historia del palacio de mi infancia, la Embajada de Israel en Arroyo 910, no se había terminado…

“La Embajada era mi hogar(...) fue un lugar hecho con sentimientos y símbolos.”

2 I Asentamiento comunal en la Tierra de Israel basado en el principio de la propiedad y responsabilidad colectiva por el trabajo, productividad, etc.

3 I Joven de 13 años obligado a cumplir con los preceptos religiosos, cuando resulta elegible para ser incluído en un quórum para plegarias públicas.

4 I Es el idioma del judeo - alemán, hablado por las comunidades judías del centro de Europa o askenazíes.

Entrega de una Torá. Foto: E. Frommer.

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Rab. Amram Blum coloca la mezuzá en la sede de la Legación, Arroyo 910/6.

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Hace poco tiempo salió a la luz un libro llamado Un Guarnerius en Buenos Aires. Trata sobre la historia del instrumento que fue presentado y dejó escuchar su magnífica sonoridad. Ese violín mudo, quieto y ciego durante 83 años durmió en su estuche dentro de una cámara de seguridad del Museo Fernández Blanco, cercano a la Embajada de Israel. Violinista afi-cionado, Isaac Fernández Blanco lo adquirió en un remate, en París, por 30.800 francos, una cifra más que respetable para 1900. Dos meses antes, en febrero, había muerto su dueño, el compositor y violinista Jules Armingaud. Fernández Blanco amaba tanto su Guarnerius que en 1900 se hizo retratar- por el pintor francés León Bonnat- con esas cuerdas. Entre 1948 y 1958 su colección de instrumentos fue trasladada al foyer del Teatro Colón. Pero el Guarnerius permaneció oculto y en secreto para sufrir, el 17 de marzo de 1992, las historias de una esquina traspasada por el dolor y la impotencia. Veinte años después se volvió a escuchar su inconfundible sonido.

La realidad fue que el paisaje de pocas cuadras, en un terrible segundo, se modificó para siempre. Veintinueve vidas acabaron de un plumazo. Cientos de heridos. La sede diplomá-tica destruida. Escombros en el convento, el geriátrico y la iglesia, la escuela, el museo y los edificios de alrededor. Ya no más discoteca de moda en el “recodo más elegante de la ciudad”, ni farmacia, ni kiosco, ni nada quedaba en pie. Era el atentado más brutal cometido contra civiles desde la Segunda Guerra Mundial.

A 20 AÑOSDEL ATENTADO A LA EMBAJADA DE ISRAEL EN BUENOS AIRES Liliana Isod

“Vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosasy sabrá todo.” “Funes, el Memorioso”.Jorge L. Borges, Ficciones, 1944.

El “Partido de Dios”, Hezbollah, se lo adjudicó como coro-lario de una serie de amenazas públicas. Seis años después (1998), por primera vez, un documento oficial admitía la vinculación de la Jihad con el hecho y, el 23 de diciembre de 1999, la Corte Suprema ratificaba su responsabilidad como brazo armado de Hezbollah.

El 17 de marzo de 2000, en el mismo predio en que se le-vantaba la sede de la misión diplomática, se inauguraba una plaza, testiga de memorias y en cumplimiento del imperati-vo de “no olvidar”. Pocos años después un monumento de mármol se realizaba en la actual sede de la misión diplomá-tica. La obra, del arquitecto Hugo Salama, reforzaba el espa-cio asignado con una estructura poliédrica cúbica invertida donde el drama continuaba. Sucedía. Geometría que fugaba por el efecto de la explosión. Era la advertencia de la pre-sencia de dos mundos, como espejos: todo ocurría “acá” y resonaba “allá”. La expresión central era una chapa flotante, de acero, que enfatizaba la creación de un vacío, a través del cual se visualizaba un fragmento reconocible -una pilastra- de Arroyo 910 donde se inscribieron los nombres de los pe-recidos. El metal sujeta, con dos perfiles de acero, el hueco de mármol blanco, simbolizando la brutalidad conviviendo con lo cotidiano. Un zócalo y un techo enmarcaban y sepa-raban el sentido sagrado. Un versículo del Profeta Amos, colocado en el capitel de la pilastra, nos recuerda cada día “La reconstruiré como fue” (9:11).

Foto: Marcelo Ranea

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David Ben Gurión en conferencia de prensa de en la Embajada de Israel. Foto: E. Frommer.

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CADA HISTORIANECESITA SU RELATO

Y, empezar por el fin, no exime el principio. Jacob Tsur - un sembrador que abrió el camino, como diplomático en Suda-mérica, contaba sobre su nombramiento, primero, en Uru-guay, uno de los dos países que, en 1948, había reconocido “de iure” al Estado de Israel.

“- Considero de especial interés” – dijo Sharett, Canciller is-raelí –“extender la red de nuestras relaciones allende el océa-no. América Latina es una parte importante de esa región geográfica. Por eso te propongo que salgas, lo antes posible, en calidad de ministro plenipotenciario, a Montevideo, capi-tal de Uruguay.

-¿Uruguay?, se sorprendió Tsur “- ¿Qué sé yo de ese país, salvo el hecho de que se encuentra en la vecindad de Argentina? Además allí se habla español, idioma que no conozco”.

- Con todo – replicó Sharett- llegó el momento en que todos aprendamos geografía. En cuanto al idioma, no dudo que lo adquirirás con prontitud 5.

No fue el único que tenía dudas. En la familia Tsur había un niño, de casi diez años, hijo de aquel primer embajador.

Su nombre: Muki, que relata cómo era la situación en Israel al momento de la partida hacia Sudamérica.

P: ¿Qué se había llevado consigo de esa guerra que continua-ba en Israel?

R: Mucho. Salimos directo del sitio a Jerusalén, donde vi-víamos, con el primer cese del fuego. No quería irme. Era un niño…Avisé formalmente a mis padres: ¡no viajo! Mi madre me prometió que habría una cena y mi padre que “sería el primer niño que viajaría por el camino de Burma”.

P: Recordemos, para quien no conoce el término, que “Derej Burma”, o sea “el camino de Burma” (que significa Birmania porque rememoraba una línea de abastecimiento entre Bir-mania y China, durante la guerra entre China y Japón), fue una ruta alternativa que permitió conectar, con Jerusalén, durante el sitio impuesto a la ciudad por los bloqueos a la carretera principal que es por la que se viaja, también hoy.

P: Eso fue una salvación…

R: Así es, exactamente. Nunca averigué si realmente fui el primer niño que pasó por “Derej Burma”. Lo tomé como un hecho histórico indiscutible que así era. O sea que, para mí, Uruguay fue lo posterior. Primero había que llegar a Tel Aviv…Tel Aviv significaba tener agua, tener comida, poder recibir pollo…en Jerusalén, sitiada, era otra cosa….

P: No sé exactamente qué podía sentir un niño en una situa-ción así ¿ Pensó en algún momento que, quizás, el Estado que recién había nacido no aguantaría la guerra y desaparecería?

R: No. Creo que los niños no sentíamos eso. Captar qué signifi-ca una guerra no es tan sencillo. Hasta que vi el primer herido creía que era un gran juego de boy- scouts. Pero sí capté, con claridad, que mis padres sentían la inseguridad. Recuerdo que un día llegó mi hermana que era, en ese momento, una mu-chacha de 16 años, y dijo que Gush Etzion había caído…

Yo no entendía cómo puede pasar algo así… si nosotros te-níamos razón. Entonces, mi papá me dijo: “-Hijo mío, también quienes tienen razón son, a veces, derrotados”. Desde enton-ces esa frase me acompaña. Era indudable que mis padres es-taban más preocupados que yo. Pero creo que, más tarde, la sensación de que en Israel no había qué comer fue, para mí, muy pesada y significativa.

P: Si se sentía culpable por comer pollo y arroz, Muki, imagino que se le mezclan los recuerdos de entonces como niño…

R: Era, en efecto, un niño. No olvidemos que veía las cosas con ojos románticos, de niño.

Así, con el pasaporte n°49, emitido por el Estado de Israel, comenzaron los preparativos del viaje junto a su esposa, Vera, Yehudit Bergman e Itzhak Navon quien fuera, poste-riormente, quinto Presidente de Israel.

5 I BERIS, JANA: Entrevista con Muki Tsur, publicada en “Semanario Hebreo”, Montevideo (Uruguay), 1º de septiembre, 2011.

“Hace muchos, muchos años, en 1948, salimos en un barco con 1500 inmigrantes italianos y cinco israelíes, en un viaje que duró 19 días (…). Teníamos 19 días para estudiar qué es ser embajador. Mi padre llevó muchos libros en los que explicaban cómo es ser embajador, cómo se sienta un embajador, cómo habla un embajador, cómo puede comer un embajador... Hicieron un “ulpan ” 6 de diplomacia...como se decía en aquel tiempo, tras 2000 años.No entendía nada. No entendía qué querían.No entendía el idioma. Pero el barco llegó. Era muy pequeño. Había sido tomado de las profundidades del mar, porque se había hundido en la Segunda Guerra mundial. Durante todo el viaje a Sudamérica iban cam-biando las estrellas. Sentía que el barco hacía ruido...como si quisiera volver a las profundida-des. Personalmente no comprendía qué pasaba pero, muchos años después, me dijeron que un diplomático israelí “puede llegar sólo en bar-co”. Lo que no decía el libro de mi padre era que el Estado de Israel no tenía dinero para pagar pasajes de avión.”

6 I El término se aplica a los cursos intensivos, que reciben los inmigrantes, de hebreo.

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El 15 de febrero de 1949, la cancillería argentina informa-ba que el Poder Ejecutivo, por decreto 3368, reconocía al Estado de Israel como Estado soberano. Poco después, el 23 de febrero, el gobierno de Argentina dejaba en claro que “las relaciones, entre nuestros dos países, se desa-rrollarán sobre la base de amistad recíproca e interés de la paz y en el respeto de las obligaciones internaciona-les”. Por entonces, como ahora, la comunidad judía de la Argentina era una de las más importantes del mundo.

El 13 de mayo, el enorme poeta Carlos Moisés Grünberg 7, como Agente Oficioso de Israel en la Argentina, autoriza-do a firmar notas reversales, dirigía al Subsecretario de Relaciones Exteriores, Embajador Dr. D. Pascual la Rosa, un cable en el que decía que “Israel vese obligado, en circuns-tancias actuales de su estructura limitarse apertura lega-ciones” (de la misma categoría que las de la mayoría de las grandes potencias), en diferentes países del mundo a cargo de Ministros Plenipotenciarios. (…) Ministro Sharett confía que evolución Israel permitirá considerar con máxi-ma simpatía futura modificación actual status diplomá-tico. Israel confía su ilustre colega argentino será sensible esta situación y hágase intérprete ante su Gobierno”.

Las expectativas por la llegada del primer embajador de Israel eran inmensas. Cinco días antes de mudar su resi-dencia desde Montevideo a Buenos Aires, la comunidad uruguaya le ofreció a Tsur y a su familia pasar unos días en Punta del Este. Allí se encontró con dos argentinos: Elías Teubal y Simón Mirelman quienes le preguntaron si acep-taría que fuese comprada, en Buenos Aires, una casa, en un barrio distinguido, destinada a ser legación y vivienda. Al final del encuentro, Mirelman y Teubal le anunciaron que,

junto a un reducido grupo de amigos, adquirirían un in-mueble adecuado para ponerlo a disposición del Estado de Israel.

La llegada de los diplomáticos israelíes desde Montevideo a Buenos Aires fue relatada por el propio embajador. “Nos instalamos en el Hotel Plaza, donde hubimos de vivir has-ta que se puso a nuestra disposición una vivienda (…) Y así, a los pocos días de nuestra llegada, llegó el gran día de la presentación de cartas credenciales”. El 11 de junio de 1949, el Ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina concedió el plácet solicitado por el Gobierno de Israel, designando a Jacob Tsur en carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. La presentación de las cartas credenciales fue con el protocolo de principio de siglo XX. Se vestía de etiqueta y con sombrero de copa. Era conducido hasta la Casa de Gobierno en carroza tira-da por caballos. En otra, iban los miembros de la legación, siendo custodiados y flanqueados por los Granaderos a Caballo. La calle Florida se cerró al tránsito para permitir el paso de la caravana. “Desde el amanecer se apretujaban, a ambos lados del camino, a lo largo de varios kilómetros, muchedumbres de judíos. Agitaban banderas de Israel y de la Argentina” (…) Era la llegada del Mesías. Era, realmen-te, el Mesías”. 8

Mientras tanto los amigos, aquellos con los que se había encontrado en Punta del Este, cumplieron con la palabra y un grupo pequeño de gente pudiente – conformados en comité- adquirieron un petit hotel, en pleno barrio diplo-mático, cerca del Palacio San Martín, sede de la cancille-ría argentina. Las tratativas se realizaron con la familia Mihanovich, que tenía su residencia en Suipacha y Arroyo. A los siete meses de la llegada de Tsur a Buenos Aires, Israel contaba con su “casa” que “había pertenecido a un potentado de Buenos Aires, descendiente de una de esas familias que, antes de la Primera Guerra Mundial, solían viajar en el verano a Europa en vapores de lujo y llenar los balnearios de moda de la costa francesa. Los días de grandeza habían pasado y quien vivía últimamente en la casa era un anciano, solitario, que tenía a su disposición un lujoso edificio de tres pisos”. 9

De inmediato, se destinó la utilidad de las plantas: una para oficinas, otra para recepciones y la tercera para re-sidencia del ministro. A las pocas horas de la adquisición, uno de los hermanos Mirelman se acercó a Vera Tsur y le extendió una chequera firmada diciéndole “Ahora salga a comprar los muebles (…) y tengo plena confianza en su gusto. Cuando esta libreta se termine, pídame otra. Sólo una condición pongo: que todo sea de lo mejor y no aho-

“Mirelman y Teubal le anunciaron que, junto a un reducido grupo de amigos, adquirirían un inmueble adecuado para ponerlo a disposición del Estado de Israel.”

Tsur escribió: “Allí, en esa casa, una de las más hermosas embajadas israelíes del mundo entero, celebramos el segundo aniversario de la Independencia del Estado de Israel. Es la noche del 23 de abril de 1950.”

7 I Agosto de 1948, el Director de la División Latinoamericana de la Cancillería de Israel, D. Moshe A. Tov, me designó Ofi-cial de Enlace del Estado de Israel ante el Gobierno de la Na-ción Argentina y, posteriormente, el 28 de febrero de 1949, el Canciller de Israel, D. Moshe Sharett, me designó Repre-sentante Especial del Estado de Israel ante el Gobierno de la Nación Argentina.El 14 de febrero de 1949, y de resultas de mis gestiones anteriores realizadas como Oficial de Enla-ce, el Poder Ejecutivo Nacional dictó, en acuerdo general de ministros, el decreto Nº 3668, cuyo art. 1º dice: “Reconócese al Estado de Israel como Estado soberano”. El trámite de este decreto fue laboroso y difícil. La República Argentina, que el 29 de noviembre de 1947, cuando la Asamblea General de la Naciones Unidas adoptó la Resolución sobre el Futuro Go-bierno de Palestina, se había abstenido de votar, se demoró largamente en reconocer a Israel. El 17 de febrero de 1949,

presidí, como Oficial de Enlace, una ceremonia pública, celebratoria del reconocimiento argentino del Estado de Israel, que tuvo lugar en la sede de la Oficialía de Enlace, situada en la calle Larrea Nº 744, y en cuyo transcurso enar-bolé, junto a la bandera argentina, la bandera israelí. EN: Un diferente y su diferencia: Vida y obra de Carlos M. Grünberg. Estudio introductorio al libro de ese título, antología de la obra de Carlos M. Grünberg, compuesta y anotada por Eli-ahu Toker, editada por el Taller de Mario Muchnik, Madrid, España, 1999.

8 I Testimonio del Dr. Tobías Kamenszain, ex- presidente de AMIA. En: “1949-1999. Israel – Argentina. Encuentro de dos naciones”, ICAI, Embajada de Israel en Buenos Aires ,1999.

9 I TSUR, JACOB Cartas Credenciales 4, Jerusalén, La Semana Pu-blicaciones, 1983.

Despacho del Señor Embajador. Foto: E. Frommer.

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rre”. 10 Elías Teubal, el otro mecenas que conoció en Punta del Este, expresó que la Embajada de Israel “debe superar, en belleza y comodidades a la Embajada del Líbano”, la única representación diplomática de Medio Oriente que, por entonces, funcionaba en Buenos Aires.

Así, se convocaron arquitectos y comenzaron las compras y las obras. Día y noche golpearon los martillos y, en poco tiempo, la vivienda se alzó en todo su esplendor, en ve-cindad con las Embajadas de Brasil y Francia. Destacaba su recepción, con la pesada araña de cristal -que pronto dejarían de fabricarse- y alfombras adquiridas en la repre-sentación del Reino de Persia.

Cuarenta y dos años después, el brutal atentado a la Embajada de Israel, destruyó vidas y la casa donde se es-cribió parte de la historia grande de Israel y la Argentina y, cuarenta y dos años después de la llegada de Tsur, entre los escombros, sólo eran visibles algunas alacenas abier-tas, con platos y copas intactas, y la maravillosa araña de cristal del salón principal que, hoy, como homenaje y de pie frente al terror, se puede ver reparada en una sinagoga de Estambul, otro espacio - víctima de la barbarie terroris-ta. Esa araña, de 300 kilos, seis brazos y medio de bron-ce, 72 candelabros y 42 portalámparas se desarmaba una vez al año. Cada pieza era tratada, por separado, siendo una metáfora, poderosa, de la luz inmutable que enfrentó el terror.

Tsur escribió: “Allí, en esa casa, una de las más hermosas embajadas israelíes del mundo entero, celebramos el se-gundo aniversario de la Independencia del Estado de Israel. Es la noche del 23 de abril de 1950”. Al atardecer de ese día tuvo lugar la apertura simbólica de las puertas y se descubrió la placa. Uno de los rabinos fijó la mezuza 11. Representantes de la Bnei Brith encendieron las velas del enorme candelabro de bronce que adornaba el vestíbulo. “Se iza la bandera sobre un balcón del edificio. Finalmente queda abierta al público. Más de tres mil personas pasan esa noche por la residencia. No faltan los conmovedores ca-sos de judíos que besan el umbral de ese pedazo de suelo de Israel en Argentina. ¡Es la gran fiesta!” Al día siguiente, Tsur y su misión recibieron al cuerpo diplomático. La emba-jada estaba cubierta de flores. “Pensé – escribió Tsur- para mí: dos años pasaron desde la existencia del Estado. ¡Dos años ya! Ese esplendoroso espectáculo de representantes de

Cuando estábamos en Argentina, el cho-fer de la embajada se llamaba Laurentino Paniagua, un indio de Jujuy. Él me llevaba a la escuela. Un día me preguntó: “-¿Qué vas a hacer cuando seas grande?”

No sabía cómo responderle con las pala-bras exactas que iría a un kibutz, lo cual ya había decidido. Entonces le dije: “-Me voy a ir al campo”. Y él me dijo: “-¿Estás loco? El hijo del diplomático, del emba-jador ¿va a estar en el campo?”.

Y le dije: “-Sí, voy a estar allí”. Él agregó: “-No te creo”.

Así que, cuando llegué al kibutz, a Ein Gev, le mandé una carta a Laurentino Paniagua y le dije: “- Llegué al campo”.

Me contestó enviándome discos con canciones de gauchos.

todas las naciones del mundo bajo el raudal de luces. Sólo ayer habíamos salido del asedio, de los toneles de agua por las calles y del tronar de los obuses y el ruido estrepitoso de nuestra ‘Davidka’. Dos años. ¡Sólo dos años! No sabía de qué asombrarme más; si del tiempo transcurrido tan rápido o de la distancia que habíamos alcanzado cubrir”.

Nadie pensaba, en aquel momento, que ese primer niño que vivió en Arroyo 910 desarrollaría toda su vida en un kibutz.

R: Quizás tomé mi decisión de vivir en un kibutz cuando es-taba en Argentina. Es un hecho. Cada uno tiene un momento en el que siente una revelación. A mí me pasó eso de muy jo-vencito, en Argentina. Volví a Israel cuando tenía 14 años. Mis padres siguieron como diplomáticos en Argentina. Quería ir a un kibutz pero mis padres no me lo permitie-ron. Entonces viví en una especie de comuna familiar en Jerusalén hasta que entré al servicio militar.

10 I TSUR, JACOB. Cartas Credenciales 4, Jerusalén, La Semana Publicaciones, 1983.

11 I Rollo de pergamino con versículos bíblicos, que se fija en la entrada y en las jambas de las puertas de una casa judía.

12 I GALVÁN, RAÚL ALFREDO. Versión provisional del Informe producido el 18 de marzo de 1998 en el recinto del Honorable Senado de la Nación, Buenos Aires, 20 de marzo, 1998.

13 I YANNOVER, HÉCTOR. Páginas leídas el 19 de abril de 1998 en conmemoración del Levantamiento del Gueto de Varsovia, Buenos Aires, mayo, 1998.

Nadie pensaba que, hace catorce años, en el recinto del Parlamento argentino se escucharía “y debo decir, con la respon-sabilidad que me cabe, que si hay alguna nación extranjera implicada en esto, el Po-der Ejecutivo tendrá que romper relaciones exteriores. No admitimos como amigos a aquellos que penetran el alma argentina volándola en pedazos. (…) no me resigno a que la República sea una viuda y todos los días esté llorando a sus muertos. 12

Nadie pensaba que “Esa sangre fue vertida por nosotros. Esa sangre reparte futuro y trae brisas de vida”. 13

Nadie pensaba que con ser libres alcanza-ba. Desde siempre, y más desde aquel fatí-dico 17 de marzo, todos estamos atados a nuestros actos.

Nadie pensaba – finalmente - que esa his-toria de grandeza y fe comenzaría asentada sobre la base de una roca (Tsur), desde la cual se estructuró la diplomacia de Israel en Argentina y que, desde hace dos déca-das, continuamos – como el primer día- comprometidos con el principio de “Justi-cia, justicia perseguirás” (Deuteronomio, 16:20).

“Nadie pensaba que con ser libres alcanzaba. Desde siempre, y más desde aquel fatídico 17 de marzo, todos estamos atados a nuestros actos.”

Embajador Arieh L. Kubovy (primero, a la derecha) . Foto: E. Frommer

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EL ARQUITECTODE LA CASA

Nacido en Buenos Aires en el año 1892, fue uno de los principales exponentes locales del Art-Decó, así como un precursor del Taylorismo y trabajó con los prime-ros sistemas de prefabricación de viviendas. En sus primeras obras, Alejandro Virasoro compartió el esti-lo predominante en Buenos Aires ya desde la década de 1880: el Beaux-Arts o “academicismo francés”. Sin embargo, ante la influencia europea de la naciente co-rriente de renovación moderna, fue uno de los prime-ros arquitectos argentinos que adoptó las característi-cas del estilo Art Decó, y se transformó en un ferviente promotor de la renovación.

Apasionado polemista, se enfrentó a la mayoría de los arquitectos del establishment de su época y hasta llegó a criticar a los comitentes que no se animaban a encargar obras “modernas”. Algunos de sus edificios más destacados en Buenos Aires son: su casa de Agüe-ro 2038 (1925), su estudio de Agüero 2024 (1927), la Casa del Teatro (1927) encargada por Regina Paci-ni, esposa del Presidente M. T de Alvear, el Banco El Hogar Argentino (1927), la impactante compañia de seguros de Diagonal Norte y Florida: La Equitativa del Plata (1927) y el Sanatorio De Cusatis (1929) en la Av. Pueyrredón.

Hacia mediados de la década del ‘50, por razones per-sonales se “exilió” en Mar del Plata, donde dejó una veintena de obras, destacándose las personalísimas bóvedas de dos familias de su amistad los Cremonte y los Queirolo. Alejandro era tataranieto del goberna-dor de San Juan, coronel José Antonio Virasoro, que en 1860 fue asesinado mientras protegía a su hijo Alejan-dro, abuelo del arquitecto. Creó un importante estudio de arquitectura que sobrevive hasta nuestros días con una tercera generación de profesionales arquitectos.

Alejandro Virasoro(1892- 1978)

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Golda Meir saluda a Alejandro Romay, empresario del ámbito teatral

y televisivo en la Embajada de Israel. Foto: E. Frommer.

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Entrega de obsequios a Lea e Itzjak Rabin en la Embajada de Israel. Foto: E. Frommer.

Conferencia del escritor Jaim Grade. Foto: E. Frommer.

Entrega de reconocimiento al Dr. René Favaloro por parte de Ben Shajar (UTA). Embajada de Israel. Archivo Enrique Zadoff.

Recepción del Embajador Ephraim Tari al Ministro Arieh Sharon, Embajada de Israel. Archivo: Enrique Zadoff.

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La Menora, símbolo de permanencia.

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Menora obsequiada por B’nai B’rith para la Embajada de Israel. Diseñada según el modelo existente en el Arco de Tito, en Roma. Trabajo de investi-gación, diseño y modelado realizado por el Ing. Agrónomo David Sevi y fundida por el escultor Levin.

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VEINTEAÑOSDESPUÉSRetratos por Hernán Churba

PRODUCCIÓN FOTOGRÁFICA:

IDEA GENERAL: BasevichCreaFOTOGRAFÍA: Hernán ChurbaASISTENTE: Axel Delbene

PRODUCCIÓN: Lea Kovensky

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SOBREVIVIENTES. 20 AÑOS DESPUÉS

Laura Szechtman Isidoro Kirszenberg

Fanny Can Lea Kovensky

Alberto Kupersmid

Nelly Durán de Lomazzi

Esposa de Miguel Ángel Lancieri Lomazzi, con la agenda de trabajo y la cita para aquel 17 de marzo de 1992, en Arroyo 932.

Elena Brumana

En la Parroquia Mater Admirabilis, con la estola de su hermano el Padre Juan Carlos Brumana que mantiene las marcas de sangre del 17 de marzode 1992.

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Jorge Cohen era el Encargado de Prensa de la Embajada.Revista Gente, Atlántida-Televisa

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ALBERTO CRESCENTI CARLOS DANTE RUSSOGUILLERMO PETRAGLIAALFREDO LEUCO I ANA MARÍA SHUAEZEQUIEL CACCIATO I CARLOS ESCUDÉDANIEL FILMUS I JOSÉ EDUARDO ABADIJULIO BOCCA I MARCOS AGUINIS

MARCOS PEÑA I MAURICIO WAINROTGISELA LOMAZZI I PEPE ELIASCHEVRAÚL EUGENIO ZAFFARONI I CARLOS SCARPONIELENA MANDARADONILEANDRO E. RODRIGUES DE OLIVERAROSA DEL SOCORRO LESCANODANNY BIRAN

LOSVECINOSY LASOCIEDADTestimonios de:

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El 17 de marzo a las 14.45 me encontraba en el piso 12 de Carlos Pellegrini, en la oficina de la Dirección General del SAME con el Director General, Dr. Héctor Garín. Escuchamos una explosión de gran magnitud. El edificio nuestro también tembló. Le manifesté al Director: “- No sabemos qué pasa”.

Bajé y dispuse las ambulancias, apostadas en zona centro, en un total de seis, guiándome por la columna de humo.

La primera información que recibimos en la central operativa del SAME (Zuvi-ría 64) fue que había explotado una caldera en el Hotel Panamericano.

Continuaba guiándome por la columna de humo y le dije a la central operati-va que no era el Panamericano.

Seguimos con dos móviles y, al arribar a Carlos Pellegrini y Arroyo, nos encon-tramos frente a una imagen que no se borró de mi mente en todos estos años. Cuerpos por todos lados. Vidrios. Maderas. Mamposterías. Impactos en todos las construcciones linderas por la onda expansiva y la desaparición completa del edificio de la Embajada.

En ese momento declaré “alerta roja” para todos los hospitales de la, enton-ces, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El resto es de público cono-cimiento.

Recuerdo que empezamos con las tareas de rescate y traslado de las víctimas a las 14.50 en forma ininterrumpida y sin descanso. En un alto, a la madru-gada, aproximadamente a las 4.30 horas escuchamos un grito de auxilio, que provenía del convento, frente a la Embajada. Se hizo un silencio que recuerdo como el más angustioso de mi vida. Rescatamos a una mujer que había que-dado colgada de una viga del segundo piso, con politraumatismos y fracturas varias. Fue la última víctima que trasladamos.

Para finalizar, mis condolencias a todos los familiares que sufrieron pérdidas irreparables. Hubiésemos querido salvar a todos.

Y mi agradecimiento a todo el personal del SAME por la entrega.

NO SABEMOSQUÉ PASA Dr. Alberto CrescentiMédico emergentólogoEn el momento del atentado era el Director de Emergencias del SAME, dependiente de la Secretaria de Salud de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

Mirta DenmonRevista Gente, Atlántida-Televisa

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Ese 17 de marzo de 1992 me encontraba haciendo mi guardia semanal en el Hospital Pirovano, cuando fuimos requeridos para cubrir, sanitariamente, a las víctimas del atentado terrorista a la Embajada de Israel.

Tengo muy vívidas las sensaciones de aquel momento, creo que por el hecho de la impresión inicial que se recibe ante tamaña tragedia.

Las imágenes. Los sonidos. Los olores. El deseo de ayudar. La impotencia y la emoción impactante quedaran grabadas, eternamente, en mi alma.

Lamentablemente, vamos ampliando nuestra conciencia, aprendiendo de los errores y, en este caso, podría decirse que, el SAME, vivió su bautismo de fuego con víctimas múltiples ese día, intentando mejorar, desde entonces, nuestra capacidad de dar respuesta.

En el presente me encuentro trabajando como Director de Emergencias del SAME y agradeciendo el alimento espiritual que siempre hemos recibido por parte de los familiares y amigos de los inmolados de ese crimen horrible.

ELBAUTISMO DE FUEGO

Dr. Carlos Dante RussoDirector de Emergenciasdel SAME.

“Las imágenes. Los sonidos. Los olores. El deseo de ayudar. La impotencia y la emoción impactante quedaran grabadas, eternamente, en mi alma.”

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Hace veinte años estaba cuidando a mi hija de seis meses. Era, casi, mediodía cuando escuché un gran ruido, y, de inmediato, se cayeron algunos escombros por el hueco de la cortina de mi departamento, ubicado en Cerrito casi Santa Fe.

Por la ventana pude ver que algo extraño sucedía.

A los pocos minutos llegó la cuidadora de mi hijita, que venía de Arroyo y Cerrito donde trabajaba por la mañana. Me contó que, en el edificio, se ha-bían roto los vidrios de la entrada; que el encargado había ido a rescatar a su hijo que asistía al jardín de infantes frente a la Embajada y que había mucho desorden por una explosión. Soy médico especialista en Ortopedia y Trauma-tología y, a los pocos minutos, partí caminando por Santa Fe rumbo a mi con-sultorio de entonces. Poco duré en la atención.

Me llamaron de CEPRIMED (una medicina prepaga que atendía en esos días) y en la que un plan de afiliados era “Embajada de Israel”. Me pidieron que me presentara para atender heridos. Así fue que retomé camino a casa para ir, en mi auto, a la Clínica de la Ciudad que pertenecía, en ese tiempo, a CEPRIMED.

Esperé varias horas. Recién entrada la tarde comenzaron a llegar los heridos...Todos ya habían recibido atención en algún hospital de primera derivación.

LAS VÍCTIMAS INOCENTES DE LA TIERRA

Dr. Guillermo PetragliaMédico, ortopedistay traumatólogo.

No recuerdo hoy nombres de esas infortunadas personas, pero sí sus heridas. Había un hombre con vidrios en sus ojos; pequeños vidrios en los párpados y dentro de ellos. Contar-lo no parece mucho pero saqué cerca de cincuenta esquirlas de vidrios sólo de los párpados. Al otro día, los oftalmólo-gos procedieron con el resto.

A las pocas horas llegó su mujer, muy confundida y angus-tiada. Casi no hablaba. Tenía una fractura en un hombro y golpes en todo su cuerpo.

Entre los que recuerdo ingresó otra mujer, personal de servi-cio de la Embajada. Tenía una herida profunda y desgarrante desde la ingle izquierda hasta el pie. Ya había sido lavada y su-turada. (Me enteré después que era famosa por sus ricas empa-nadas).Algunos preguntaban por amigos y/o familiares. Otros, ya muy tristes, se enteraban de los que habían muerto...

Llegaron, esa noche, siete u ocho pacientes. Una mujer de 40 ó 45 años con una fractura de columna, paraparética (pérdi-da de movilidad y sensibilidad en miembros inferiores). Fue

operada y murió durante la cirugía. También murió un sacer-dote, de la iglesia “Madre Admirable”, la que quedó totalmen-te destruida por el atentado.

No hay palabras para describir esos cua-dros de barbarie. Los seres humanos nos hemos desensibilizado por los hechos que ocurren en el mundo entero; guerras, guerrillas, muertes, crímenes y asesina-tos. Mucho valor tiene una vida.

Tan sólo proyéctese, por unos instantes, y piense que estuvo en el momento de un atentado, en ese lugar, aún por casuali-dad, y es uno de ellos... Si lo hace de ver-dad tal vez pueda sentir la injusticia que haya víctimas inocentes en la tierra.

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- Papá, ¿Por qué me trajiste a esta plaza?

- No hijo.... esto no es una plaza.

- ¿A no? ¿Y esos árboles? ¿Y esos pájaros? ¿Y esa especie de lago que rodea este inmenso espacio vacío?

- Tenés razón hijo. Parece una plaza pero no es una plaza. ¿O no ves que no hay hamacas ni toboganes?

- No entiendo... pá.

- Vení... vení ...hijo, dame la mano. Vení... caminemos jun-tos por esta plaza que no es una plaza y yo te explico. Este es un lugar para mantener viva la memoria. Vos no te podés acordar porque hace 20 años todavía no habías nacido, pero aquí, en este lugar, la embajada de Israel desapareció de la faz de la tierra. Sí... sí algo parecido a lo que pasó en las Torres Gemelas en Nueva York; sin aviones pero con el mismo odio.

Uno va caminando lentamente de la mano con su hijo y es como si recorriera esos gigantescos descampados a los que quedaron reducidos algunos de los más triste-mente célebres campos de concentración del nazismo. Uno camina por el silencio y hace equilibrio en el aire mientras siente que se le adhieren al corazón dolores in-terminables que le estrujan el pecho. No es para menos. Aquí en este suelo porteño de Arroyo y Suipacha hace 20 años había 29 vidas que ya no están. Aquí hace 20 años se

cometieron 29 asesinatos en un segundo. Porque todo tar-dó un segundo. El tiempo que uno tarda en pestañear les alcanzó a los asesinos masivos para terminar con la vida de 29 personas. La pentrita y el TNT hicieron estallar la vie-ja casona por los aires y millones de pedazos de la emba-jada de Israel volaron como papeles quemados que luego bajaron hecho polvo y escombros para sepultarlo todo.

“Nadie entendió por qué el mundo se cayó encima de esos 29 seres humanos.”

¿Quién se atribuye el poder sobrenatural de decidir quié-nes deben morir y quiénes no? ¿Quiénes son los fanáticos terroristas que arrancaron para siempre la respiración de 7 viejitas que sobrevivían sus últimos días en el hogar que está al lado de la parroquia, al frente de la embajada? ¿Eran conscientes de que había 200 chicos en la escuela? ¿Supieron qué mataron al cura párroco? ¿Tendrán con-ciencia o el odio les clausura la sensibilidad eternamente y los convierte en robots, talibanes y blindados?

Hace 20 años que Buenos Aires se transformó en Manhattan o en Kabul o en Atocha o en Beirut. El cora-zón de esta ciudad desarmada y con la guardia baja fue apuñalado por la espalda. Fue el anuncio brutal de todo el terror que se venía en una Argentina que ya no sería la misma. Porque, dos años después, la tragedia se multipli-có en la AMIA. Otro anuncio: el olvido es el primer paso.

PROHIBIREL ODIO

Alfredo Leuco (Alfredo Lewkowicz)

Nació en Córdoba y es periodista. Acompaña a Fernando Bravo en Radio Continental, es conductor en canal 26 del programa “Le doy mi palabra” y columnista del diario Perfil. Tiene dos Martin Fierro a la mejor labor perio-dística en radio y en televisión y fue nominado en ocho ocasiones. Recibió el Konex al mejor analista político audiovisual de la década y tiene tres li-bros publicados. Trabajó en los diarios Clarín, El Cronista y Córdoba y en la revistas El Periodista, Somos y Gente. Paso por radio del Plata y La Red y por los canales América TV, Telefé y canal 7. Condujo “Génesis-Bereshit” producido por la Embajada de Israel y la AMIA.

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El 17 de marzo de 1992 se produjo en la ciudad de Bue-nos Aires un atentado que destruyó la Embajada de Israel, dañó a un geriátrico, una escuela, una iglesia católica.

Fue una explosión que, en ese momento, parecía haber cobrado nada más que veintinueve vidas, parecía haber herido solamente a doscientas cuarenta y dos personas.

“Veinte años después, sabemos que esa explosión provocó todavía más víctimas, que nos manchó de ver-güenza, que hirió a todos y cada uno de los habitantes de este país, que causó y sigue causando daños inclu-so en los que estaban por nacer.

Porque el atentado a la embajada de Israel hizo estallar en mil pedazos nuestra confianza en la justicia.”

Una de las primeras reacciones visibles después del hecho fue la manifestación de una peligrosa opinión antiisraelí,

que se convertía en antisemita por elevación. Aunque la mayor parte de la comunidad argentina no compartiera esa opinión, la idea del auto -atentado fue encontrando medios a través de los cuales expresarse. Culpar a la víc-tima fue siempre un excelente método para entorpecer la marcha de las investigaciones y dificultar la acción de la justicia. En esta causa, que estuvo primero en manos de varios jueces de instrucción y llegó finalmente a la Corte Suprema, no hubo jamás ni detenidos ni procesados.

No tiene nada de extraño, entonces, que dos años des-pués, alentados por la inacción de los investigadores, protegidos por una sensación de impunidad reafirmada por la penosa realidad, los mismos o parecidos enemigos atacaran la AMIA, la mutual judía-argentina, provocando ochenta y cinco muertos y trescientos heridos.

Fue entonces cuando los judíos-argentinos terminamos de entender que la diferencia nada sutil entre ser israelí y ser judío, para nosotros tan obvia, no entraba en la mente de nuestros enemigos. Una vez más el odio y, desde ese odio, la mirada del otro, nos estaba obligando a redefinir nuestra identidad.

Como argentina, como judía, como persona, una vez más, pido justicia.

LA MIRADA DEL OTRO

Ana María Shua

Nació en Buenos Aires en 1951. En 1980 ganó con su novela Soy Paciente el premio de la editorial Losada. Sus otras novelas son Los amores de Lauri-ta, (llevada al cine), El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim), La muerte como efecto secundario (Premio Municipal en novela) y la última, El peso de la tentación (2007). Como autora de microrrelatos ha obtenido el máximo reconocimiento en el ámbito iberoamericano. Sus libros en el género son La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Cazadores de Letras (que reúne los cuatro anteriores). También ha escrito varios libros de cuentos. Con Miedo en el sur, obtuvo el Premio Municipal en cuento. En el 2009 aparecieron sus cuentos completos, con el título Que

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tengas una vida interesante. Recibió varios premios nacionales e internacionales por su importante producción infantil-juvenil. Algunos de sus libros han sido publicados en Brasil, España, Italia, Alemania, Corea y Estados Unidos. En 2011 se publicó simul-táneamente en Argentina y en España su nuevo libro de microrrelatos Fenómenos de circo.

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NO OLVIDAR

Ezequiel CacciatoHijo de Rubén

Corría el año 1992. Era temprano, de mañana. Mi papá se despidió de mi mamá diciéndole que preparase mate porque, al otro día, era su cumpleaños. Alegre salió por la puerta por la que nunca más volvería a entrar.

El día era agitado. Se acercaba el mediodía y la hora de co-mer. Un compañero le pidió si podía hacer un viaje por él ya que tenía que comprarle medicamentos a su hija. Como siempre, y diciéndolo en criollo, “mi viejo macanudo” le dijo que sí. En eso, salió un primo que hacía tiempo que no veía y decidió invitarlo a tomar un café. Le dijo: “- Voy hasta acá nomás y vuelvo”.

Y esa fue la última vez que lo vio.

¿Quién sabe por qué aceptó ese viaje?¿Quién sabe por qué no accedió al café que le ofrecían y lo postergó?

Llegó la pasajera a la Embajada y se escuchó un fuerte es-truendo… (silencio y ruido de sirena). En casa se miraba la televisión. Nadie imaginaba que mi papá estaba allí. Pasaron los días y papá no regresaba a casa.Luego supimos que había muerto.

De chico siempre me pregunté por qué otros podían disfrutar de un papá y yo no. ¿Las cosas de la vida? No lo creo…

Uno de los recuerdos más antiguos que guardo es que un día le pregunté a mi abuela si Dios respondía y cumplía lo que uno le pedía. Y me respondió: “- Si hijo. Lo que pidas con fe, Él lo hace”.

Y se hizo un silencio. Pensé y respondí: “- Abu; y ¿Por qué no le pedís que me baje a mi papá del cielo?”.Con los ojos llorosos, mi abuela no contestó. Y comencé a llorar.

Como pequeño no entendía el por qué de tantas cosas; el por qué tener que pasar por situaciones que no debía. No enten-día por qué no tenía papá y a todos aquellos que un día me quitaron el privilegio de tenerlo les digo que no creo en la justicia de esta tierra sino en la de Dios. De grande, supe que tenía que sanar las heridas pero no sabía cómo dejar de pen-sar en algún día…

¿Cómo poder formar una familia?, ¿Cómo lograrlo? Lo cier-to fue que, la explosión, se llevó las piezas de un incompleto rompecabezas. Las familias, que intentan rehacer sus vidas, se encuentran frente a un dilema: es la pieza de ese rompe-cabezas la que falta: la Justicia y, para que no quede enterra-da bajo los escombros es necesario que hagamos memoria. Un hecho de lesa humanidad no puede quedar impune. Hay Alguien que conoce todas las cosas y no permitirá que histo-riasde esta magnitud, queden sin resolver.

“De chico siempre me pregunté por qué otros podían disfrutar de un papá y yo no. ¿Las cosas de la vida? No lo creo… .”

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El teléfono de mi cuarto de hotel sonó alrededor de las seis de la tarde, hora de Greenwich. Yo preparaba apun-tes para una exposición en St. Antony’s College, Universi-dad de Oxford, adonde había sido invitado a un simposio sobre “La Argentina y su experiencia de ajuste económi-co en un contexto democrático”. Estaba feliz de regresar al lugar donde había sido estudiante doctoral en el año académico 1977-78 y que, por añadidura, había sido mi primer hogar independiente. Oxford fue importante para mí y no estaba dispuesto a que un teléfono intempestivo destruyera el ánimo nostálgico que deliciosamente me abrazaba, mientras me concentraba en mis obligaciones académicas inmediatas.

Siempre odié los teléfonos y casi nunca los atiendo: más bien, pretendo que me dejen un mensaje. No obstante, con fastidio, levanté ese artefacto que, con su estridente sonido entrecortado, típicamente inglés, me exhortaba con urgencia a no ignorarlo. Fue como un terremoto. Del otro lado del tubo, en directo desde un programa radiofó-nico, la voz emblemática del hoy difunto Bernardo Neu-stadt atravesaba mares y hemisferios para espetarme la inimaginable y aterradora noticia: a las 14:42, hora de Buenos Aires, la Embajada de Israel había volado por los cielos y la devastación se había apoderado de ese pedazo de mi ciudad.

“Con el aliento contenido por el estupor, y sin suponer que mis pa-labras serían anticipatorias,

susurré entonces al público por-teño y al icónico periodista: “Ber-nardo: ¡hoy quiero ser judío!”

No recuerdo qué otras palabras, seguramente nimias, pude haber murmurado en ese desgarrador momento his-tórico en que la mera retórica no podía jamás estar a tono con las circunstancias, pero recuerdo el sentimiento in-tenso que me embargó y las primeras palabras que musi-té que, de una manera misteriosa, anticipaban mi futuro.

Llamé entonces al recordado Jorge Garfunkel, que gene-rosamente había financiado el evento en Oxford y Lon-dres. Creo que al principio pensó que se trataba de un chiste macabro. En todo caso, sé que llamó a Buenos Aires para verificar el dato antes de comunicárselo a Félix Peña y demás miembros de la delegación. Obviamente, a par-tir de entonces nuestros discursos en Oxford y Londres se modificaron. Ya no podíamos decir lo que teníamos pro-gramado sin antes referirnos a la infausta tragedia des-encadenada por el inexplicable crimen.

Cuando regresé a Buenos Aires, un concuñado, hombre del polo, me dijo con aire de mequetrefe: “- Ya no se puede vivir en la calle Arroyo por culpa de los judíos”.

Con todo cinismo convertía las víctimas en victimarios, tal como sucedió en todas las persecuciones, pogromos y expulsiones, por los siglos de los siglos. Y en mi cabeza, lentamente, comenzó a germinar la semilla que, una dé-cada y media después, me convertiría en judío.

EL BIEN Y EL MAL, EL YING Y EL YANG

Carlos Escudé(Najman ben Abraham Avinu)

Nació en Buenos Aires en 1948. En 1973 se graduó de sociólogo en la Uni-versidad Católica Argentina. En 1977 comenzó sus estudios de postgrado en St. Antony’s College, Universidad de Oxford. Migró a Yale University por la obtención de una beca Fulbright-Hays para estudios doctorales en los Estados Unidos. Obtuvo tres títulos en Ciencia Política en dicha universi-dad: M.A. (1979). En 1984 recibió la beca John Simon Guggenheim, para estudiar el impacto en el desarrollo argentino de las relaciones con Estados Unidos. En 1986 recibió la Orden de Bernardo O’Higgins por su campaña pública a favor de

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la paz y amistad entre la Argentina y la Re-pública de Chile, que había peligrado a raíz del diferendo del Canal de Beagle. En 1987 recibió el Premio Bernardo Houssay del CO-NICET. En 2008 se convirtió al judaísmo a través del Seminario Rabínico Latinoameri-cano “Marshall T. Meyer”, donde dirige (ad honorem) el Centro de Estudios de Religión, Estado y Sociedad (CERES).

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Desde hace veinte años, todos los 17 de marzo, a las 14.42, suena una sirena que nos recuerda cada nuevo aniversario del atentado a la Embajada de Israel en Bue-nos Aires. En ese preciso instante del año 1992, esa casa diplomática sufría uno de los peores ataques terroristas de la historia argentina. El odio irracional destruyó com-pletamente la Embajada de Israel en Argentina y causó 29 muertos y 242 heridos, además de provocar daños a una iglesia católica y una escuela ubicada en un edificio cercano. Fue la agresión más virulenta que padeció nues-tro país hasta que, dos años después, el 18 de julio de 1994, un coche bomba estalló frente a la AMIA, la organi-zación mutual judía, también en Buenos Aires, asesinando a otras 85 personas. Desde hace veinte años, todos los 17 de marzo, la socie-dad entera recuerda a las víctimas y repudia la intoleran-cia y el antisemitismo, porque la considera un ataque al conjunto de los argentinos. Todos tenemos la obligación y el compromiso de preservar la memoria de las víctimas y de alcanzar finalmente la verdad, como forma de home-najear a nuestros muertos y de prevenir otros crímenes similares en el futuro. Nuestro país ha acuñado, desde sus orígenes y en dife-rentes momentos de su historia, una notable tradición de respeto por la diversidad y la integración. La República Argentina se ha forjado a partir de la incorporación de distintas camadas de inmigrantes, que han llegado a nuestra tierra en busca de trabajo y un porvenir digno para sus familias. Esa tradición nos enorgullece, y debe-mos velar para que no se pierda.Identificada con los principios de esa idiosincrasia inte-

gradora y pacifista, que no hizo distinciones raciales, reli-giosas o políticas, la sociedad argentina es profundamen-te agraviada cuando se agrede o se ofende a cualquier sector de la población. Es necesario recuperar lo mejor de esa arraigada tradición de paz y exigir el pleno respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas sin importar la condición étnica, cultural, religiosa ni políti-ca. Para eso, debemos trabajar para que el conjunto de la sociedad y sus instituciones repudien y condenen enérgi-camente toda manifestación de antisemitismo o toda otra forma de discriminación. En esta dirección la Argentina ha asumido que la escuela y la cultura tienen un papel fundamental, al proponerse que las nuevas generaciones sean educadas en la memoria y la no discriminación.Seguiremos comprometidos en la misma lucha hasta que se haga justicia. No hay otro modo de avanzar contra el terrorismo que insistiendo en el camino de la memoria y la verdad. Y no hay otro modo de lograrlo que reafirmar nuestro empeño para que se profundice la investigación tendiente al esclarecimiento de los responsables de uno de los más dolorosos atentados terroristas en la historia de nuestro país.El terrorismo internacional exige una respuesta global de todos los países que integran la comunidad de naciones y Argentina está avanzando para que exista un compromi-so de esta naturaleza en todos los organismos interguber-namentales. Bajo estas premisas, el Gobierno argentino, primero con Néstor Kirchner y ahora con Cristina, trabaja día a día ya que sólo la memoria, la verdad y el castigo a los culpables por vía de la justicia pueden hacer que estas atrocidades no vuelvan a ocurrir.

MEMORIA, VERDADY JUSTICIA

Lic. Daniel Filmus

Actualmente, se desempeña como Senador de la Nación. Es Presidente de la comisión de Relaciones Exteriores y Culto de la Cámara Alta y Vicepre-sidente de la comisión de Derechos y Garantías. Es Licenciado en Sociolo-gía (UBA, 1977), Especialista en Educación para Adultos (CREFAL, México, 1982-1983) y Máster en Educación (Universidad Federal Fluminense, Brasil, 1989). Se ha desempeñado como Ministro de Educación, Ciencia y Tecno-logía de la Nación (2003-2007) y Secretario de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2000-2003). Desde 2006, es Presidente del Grupo de Trabajo para el Canje de Deuda por Educación de la UNESCO. En la actualidad, es miembro del Comité Ejecutivo de la UNESCO y Vicepresi-dente por América Latina y el Caribe del Consejo Ejecutivo de la UNESCO (2009-2011). Fue consultor y asesor en distintas organizaciones nacionales e internacionales como la Organización de Estados Americanos (OEA), la

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Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el Banco Interamericano de Desarro-llo (BID) y Director de la Facultad Latinoa-mericana de Ciencias Sociales (FLACSO) - Sede Académica Argentina.- Medalla Jan Amos Comenius- UNESCO 2008, Ginebra. Es autor, entre otros, de Presidentes: voces de América Latina y Filmus, Daniel, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A de Ediciones, Buenos Aires, Noviembre de 2010.- Crisis, transformación y crecimiento: América Lati-na y Argentina (2000-2010).

“Es necesario recuperar lo mejor de esa arraigada tradición de paz.”

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Aquello que define a un ser humano como tal es su poten-cial capacidad para amar e interesarse por el otro. Es este registro del semejante lo que le otorga sentido, dirección y significado a nuestras acciones y proyectos. Qué duda cabe su relación con la generosidad, la alegría de dar, la compa-sión y la empatía. Estos son pilares en aquello que llama-mos instinto de vida, impulso creativo y espíritu solidario. Son los trazos que dibujan una arquitectura que aloja a sujetos que anhelan compartir y convivir. Allí se insertan también la coherencia y la armonía, conceptos estos que han sido transitados por renombrados pensadores.

Cuando esto falta no sólo hay un espacio vacío sino que esa grieta está ocupada por aquello que se le opone. Me refiero a la pulsión de muerte, a la fuerza tanática que irradia destructividad y zozobra. Aquellos que están im-pregnados de esta furia agresiva y de esa cruel indiferen-cia, diríamos inescrupulosidad, desconocen el derecho a la vida del prójimo así como los valores esenciales indis-pensables.

Hace veinte años la tragedia se hizo presente de un modo insolente y brutal.

Hombres y mujeres inocentes fueron vilmente asesinados. Delirios nutridos de odio ocuparon la escena convirtiendo en realidad algo tan horrible que parece inimaginable. Un enorme trauma, imposible por su magnitud de ser ela-borado, sembró en nuestra sociedad tristeza, conmoción y

angustia, quedando como un cuerpo extraño, con sus con-secuentes efectos y perturbaciones. La lógica de la vida no encuentra explicación a situaciones que respiran semejan-te salvajismo. La herida debe ser curada y el dolor aliviado. Tarea que no por su dificultad puede ser evitada.

Es tiempo desde todos los ángulos pertinentes de reparar. Aludo con esto a la justicia, la asistencia social, el acom-pañamiento afectivo y los aportes que dignifican tanto a los que dan como a los que reciben. Conscientes, dado que no somos omnipotentes, que ciertos acontecimientos y procesos dejan huellas imborrables que como sabemos en los duelos queda siempre una cuota incompleta.La violencia traumática no desaparece por generación espontánea. Exige trabajo, esfuerzo y de un modo sus-tancial el pensamiento y la reflexión, herramienta privi-legiada del hombre.

No podemos disolver el sufrimiento padecido y menos aún corresponde olvidarlo. Pero luego de la inmediatez de la tormenta debemos convertir el episodio en una experiencia que nos permita aprender para fortalecernos y prevenir.

“La sombra opacó el paisaje. No debe-mos permitir que el paisaje sea siempre una sombra. Ese es nuestro compromi-so, no podemos desconocerlo.”

DESPUÉS DE VEINTE AÑOS

Dr. José Eduardo Abadi

Médico, psiquiatra, psicoanalista, didáctico de la Asociación Psicoanalítica. Desarrolla una actividad periodística en ra-dio y televisión de modo continuo desde hace más de 20 años. Escritor y dramaturgo. Entre sus publicaciones mere-cen citarse: Eduardo y Marco Antonio, aquí y entonces, De qué hablamos cuando hablamos, Invitación al Psicoanálisis, El bienestar que buscamos, No somos tan buena gente.

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Todo hombre tiene un nombreQue D’s le dioQue sus padres le dieron.

Todo hombre tiene un nombreQue su altura y su sonrisa le dieronQue sus vestiduras le dieron.

Todo hombre tiene un nombreQue las montañas le dieronQue sus murallas le dieron.

Todo hombre tiene un nombreQue el zodíaco le dioQue sus vecinos le dieron.

Todo hombre tiene un nombreQue sus pecados le dieronQue sus deseos le dieron.

Zelda

“Todo hombretiene un nombre”

Todo hombre tiene un nombreQue sus enemigos le dieronQue su amada le dio.

Todo hombre tiene un nombreQue las fiestas le dieronQue su trabajo le dio.

Todo hombre tiene un nombreQue las estaciones le dieronQue su ceguera le dio.

Todo hombre tiene un nombreQue el mar le dioQue su muerte le dio.

(1914 - 1984) Poeta Israelí.

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El atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires es una herida abierta que aún hoy, 20 años des-pués, continúa sangrando para espanto de todos aque-llos que creemos no solamente en la justicia, sino en el diálogo como herramienta indispensable para dirimir cualquier cuestión que haga a nuestra vida como so-ciedad y como seres humanos.

La falta de compromiso real en la investigación de los hechos frente al reclamo de los damnificados y de todo el pueblo argentino y las sombras de corrupción que tiñeron en su momento el accionar de algunos de los que debieron esclarecer tan tremenda acción criminal, no hacen más que agregar dolor a aquel que parecería imposible de superar y que es el que todos sentimos por las víctimas inocentes que todavía no encuentran justicia.

Frente a estos acontecimientos a veces nos parece que nuestro esfuerzo, el de los artistas, por hacer más llevadero el tránsito obligado por el duro mundo que

nos toca vivir, es en vano. Pero también sabemos que el arte puede ser, a la vez que un bálsamo reparador de tanta barbarie, un arma sorprendentemente eficaz cuando la alzamos para demostrar nuestro repudio por tanta brutalidad, por tanta irracionalidad.

Por eso no hay que cejar en el intento.

Por eso, los artistas tenemos que seguir de pie.

Por eso no nos tenemos que dejar doblegar por la vo-luntad de quienes han elegido el camino del terror como la ruta infernal por la cual llevan a cabo su desti-nado viaje hacia la nada. Que este renovado dolor que hoy sentimos todos, sea el elemento necesario para coadyuvar nuestro pedido de justicia.

Y no nos conformemos con aquella que sabemos Divi-na. En estos casos, se impone la justicia terrenal, para lograr que, de una vez por todas, el hombre deje de ser el lobo del hombre.

LA HERIDA ABIERTA

Julio Bocca

Nació en 1967 en Buenos Aires (Argentina).Inicia sus estudios a los 4 años y en 1974 ingresa al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. En 1982 comienza su carrera profesional como primer bailarín en la Fundación Teresa Carreño de Venezuela y en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, Brasil. En 1985 obtiene la Medalla de Oro en su categoría en el Vº Concur-so Internacional de Danza de Moscú. En 1986 es contratado como primer bailarín por el American Ballet Theatre. Fue artista invitado con el Royal Ballet de Londres, el Bolshoi de Moscú, el Kirov de Leningrado, Alla Scala de Milán, la Zarzuela de Madrid, el Royal Danish Ballet de Dinamarca, el Ballet de la Ópera de Oslo, el Stuttgart Ballet de Alemania, el Ballet de la Ópera de París, el Ballet de Tokio, el Ballet Nacional de Cuba, el del Teatro Municipal de Santiago de Chile, el Nacional de México, el Ballet del Teatro Municipal General San Martin y el del Teatro Colón de Buenos Aires, en muchos casos con producciones especialmente preparadas para él y con

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algunas de las partenaires.En 1997 inau-gura su propio estudio -sede permanente de Ballet Argentino- y centro de formación de jóvenes. Es Embajador Cultural de las Ciudades del MERCOSUR y Embajador de Wines of Argentina. Su retiro definitivo de la danza ocurrió el 22 de diciembre de 2007 en Buenos Aires. En junio de 2010 el Presidente de la República Oriental del Uruguay, país en el que reside, Sr. José Mu-jica, lo nombró Director del Ballet Nacional Sodre, el que dirige desde entonces y con el que ya ha realizado giras por el interior de ese país e internacionales.

“No nos tenemos que dejar doblegar por la voluntad de quienes han elegido el camino del terror.”

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ASALTO AL PARAISO FRAGMENTOS DEL CAPÍTULO I

Dr. Marcos Aguinis

Nació en Córdoba, Argentina. Escritor que ha transitado una amplia formación internacional en literatura, medici-na, psicoanálisis, arte e historia. Dijo: “He viajado por el mundo, pero también he viajado por diversas profesio-nes”. En 1963 apareció su primer libro y, desde entonces, ha publicado diez novelas, catorce libros de ensayos, cua-tro libros de cuentos y dos biografías que generan entu-siasmo y polémica. En los últimos años, todos sus títulos se convirtieron en best-sellers. Ha escrito artículos sobre una amplia gama de temas en diarios y revistas de América latina, Estados Unidos y Europa. Ha dictado centenares de conferencias y cursos en instituciones educativas, artís-ticas, científicas y políticas en Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Rusia, Italia y casi todos los países latinoamericanos. Fue designado, en 1983, subsecretario y luego secretario de Cultura de la Nación; impulsó la famosa “primavera cultural” que animó al país. Creó el PRONDEC (Programa Nacional de Democratización de la Cultura), que obtuvo el apoyo de la UNESCO y de las Naciones Unidas, y puso en marcha intensas actividades participativas para concientizar a los individuos sobre los derechos, deberes y potencialidades que se cultivan en una real democracia. Por su obra fue nominado al Premio Educación para la Paz de la UNESCO. Recibió, entre otros, el Premio Planeta (Es-paña), el Premio Fernando Jeno (México), Premio Benemé-rito de la Cultura de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación, Premio Nacional de Sociología, Premio Lobo de Mar, Premio Nacional de Literatura y Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, entre otros.

“Era el 17 de marzo de 1992.

En la esquina de Arroyo y Suipacha se levantó, con estré-pito ensordecedor, una nube de polvo y fuego. Sus lóbulos giraron hacia el firmamento asombrado. Estallaban vidrios y retumbaban los muros. Se caían puertas y celosías, se agrietaban las paredes. Entre los remolinos grises cruza-ban ráfagas que hacían más amenazante el fenómeno.

Había sido impactada la Embajada de Israel.

Empezaron a chillar las sirenas mientras ambulancias y autos policiales recibían órdenes contradictorias. La onda expansiva tuvo tanto poder que había afectado edificios de numerosas cuadras en derredor. Las palabras de los lo-cutores de radio se volvieron desordenadas.

A centenares de metros un camarógrafo filmaba un docu-mental sobre la cercana Villa Miseria 31. Sorprendido por el fenómeno, giró su cámara Sony Súper Ocho y registró el ascenso de las monstruosas nubes cargadas de polvo y sangre. Filmó durante cincuenta y cuatro segundos. Des-pués voló hacia un canal de televisión a vender su trabajo por cincuenta dólares.

El canal enseguida decidió usarlo para abrir y cerrar cada bloque de noticias. La gente se desplazaba despavorida, los periodistas chocaban con el recién llegado aluvión de médicos, policías, voluntarios, diplomáticos, vecinos y, so-bre todo, familiares desesperados que aullaban nombres. Competían en una carrera contra la muerte, aunque la muerte ya había finalizado la mayor parte de su obra.

Se calculaban víctimas al voleo: diez, quince, veinte, trein-ta, cuarenta. Y muchos heridos.

El impacto también fue grande contra la iglesia Mater Ad-mirabilis, donde se reportó el fallecimiento del cura pá-rroco y una de sus empleadas. La explosión también había agujereado un jardín de infantes, donde estaban 192 ni-ños. La onda criminal tampoco sintió piedad por el asilo de ancianos ubicado justo enfrente de la destruida Embajada.

La periodista Cristina Tíbori quebró uno de sus tacos so-bre los escombros y rompió el cerco que había tendido la policía. La acompañaban dos pesadas cámaras de su canal cargadas al hombro por miembros de su equipo. Vestía fal-da rosa y blusa de seda.

Le costaba caminar sobre los vidrios y cascotes. Tuvo que esquivar astillas de madera, pedazos de mampostería y orientarse entre las cortinas de polvo. A su lado la gente trotaba sin orden alguno.

Y lloraba, maldecía, gritaba. La periodista se hizo a un lado para dejar pasar una camilla que trasportaba un cuerpo ba-ñado en sangre. Casi fue derrumbada por una pareja que se precipitaba hacia el jardín de infantes en busca de su hijo. Cristina preguntaba a diestra y siniestra. Le decían que había sido una bomba. O un coche-bomba. Debía ha-ber muchas víctimas.

-¿Cuántas?

Muchas, muchas.

-¿Hay indicios del asesino? ¿Quedó algo del coche-bomba?

A su lado otros locutores, encendidos los micrófonos, des-cribían la catástrofe sin darse respiro.Sintió que pisaba algo que no era piedra, ni madera, ni vidrio. Miró hacia sus pies y reconoció un papel, un simple papel desamparado en medio de la calle cubierta de ruinas. Era el dibujo de un niño. Uno de sus ángulos estaba manchado por sangre fresca.

Mientras lo recogía le apretaron el hombro con nerviosa ternura: era Esteban.

La cámara fotográfica le colgaba de su hombro. Balbuceó que esta carnicería lo quebraba. Había estado en la cer-cana plaza San Martín para un reportaje, cuando escuchó la explosión. Abandonó a su entrevistado y vino como un bólido. En la esquina vio un cadáver y desde ese momento su cámara no dejaba de disparar, poseída.

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Irrumpió otra correntada de bomberos, personal de segu-ridad, Policías y la Brigada de Investigaciones. Tras ellos, equipos de Defensa Civil y la División Perros.

Cristina se aproximó cautelosa a una colina de polvo. Sus cámaras la seguían de cerca. Le costaba mantenerse tran-quila, profesionalmente tranquila. Muchas veces había pasado por este lugar y había apreciado la hermosa cons-trucción de principios del siglo erigida por una familia de navieros. Fue la primera sede de la Embajada, establecida apenas comenzaron los vínculos diplomáticos de Argenti-na con Israel. Ahora sólo quedaban las paredes mediane-ras, con trozos de revoque desprolijamente arrancados.

En el espacio rectangular del antiguo edificio sedimentaba un tolmo de ruinas, un extraño monumento funerario que no encajaba en esta porción residencial de Buenos Aires.

Los equipos de salvamento corrían hacia los cuerpos ten-didos sobre el páramo. Voluntarios ayudaban a salir del lugar a quienes podían caminar, pese a estar heridos, aton-tados o ciegos. En ese pandemonio muchos escarbaban para encontrar cuerpos; la angustia impedía entender que su peso podía dañar a quienes estuvieran abajo, entre las destrozadas vigas.

Cristina se dirigió a un oficial para que bloqueara la mar-cha de los irresponsables.

-¡Estamos desbordados! -replicó.

La cámara iba a filmar su boca iracunda, pero el oficial se alejó hacia un auto estacionado a pocos metros, cuyo es-queleto retorcido había comenzado a arder.

-Parece Beirut -dijo Cristina al micrófono-. La Beirut de la larga guerra civil entre libaneses y palestinos, cristianos y musulmanes, palestinos e israelíes. La Beirut donde los edificios se derrumbaban por las bombas como la que hoy ha explotado aquí, en Buenos Aires. Este pedazo de nues-tra ciudad es ahora un espejo de Beirut. Es el testimonio de

la locura asesina, del odio y la impunidad que alienta a los fanáticos. Se dirigió entonces a una mujer que lloraba con las manos sobre los ojos.

-Soy la encargada del edificio de enfrente -dijo temblan-do-. Estaba durmiendo la siesta cuando escuché un ruido impresionante. Me tiró de la cama. Supuse que había es-tallado la cocina de algún piso. Así que subí asustada a la terraza y, desde allí, vi los restos de la Embajada.

-También soy portera, pero en el edificio de la otra esqui-na -se acercó una mujer demudada-. El humo que se levantó después de la explosión fue como el de una bomba atómica.

-¡Espantoso! ¡Nunca pasó algo igual! -exclamó un mucha-cho que acababa de depositar un cuerpo herido en el inte-rior de la ambulancia. Cristina le acercó el micrófono:

-Caminaba por Suipacha rumbo a Libertador cuando un gol-pe de aire me aplastó contra la pared. La onda fue brutal. Fíjese: ni un vidrio sano por ninguna parte. Ni uno solo.

-iCasi me muero! Vivo a la vuelta y se me desplomó el te-cho –sollozó una mujer canosa-. Míreme, por favor. Tengo heridas en el cuello, en los brazos. ¡Qué criminales!...

-Estaba leyendo cuando una lluvia de vidrios me abrió acá -el anciano se apretaba la frente con un pañuelo.

Cristina prosiguió sus reportajes durante horas. Ya se con-taban veinte muertos y más de doscientos heridos, según informes de los equipos de rescate.

No cesaba la evacuación. Algunos porteros se sumaron a los voluntarios que ya eran cientos, para depositar vícti-mas sobre las persianas diseminadas entre las ruinas: su-plían de esa forma la escasez de camillas. Pero las ambu-lancias, con sus rabiosas luces intermitentes, eran ya tan numerosas que entre ellas se bloqueaban la salida. Cris-tina hizo cálculos mientras recogía testimonios. A menos que le probasen lo contrario, éste era el peor asesinato en

masa realizado contra una institución judía desde que ter-minó la Segunda Guerra Mundial. Y era el primero de esta magnitud en toda la historia de la República Argentina, y quizá de América entera.

Aunque hubo dictaduras, persecuciones, matanzas y milla-res de desaparecidos, nunca se asesinó de una vez, a plena luz del día, dos docenas de personas e hirió a casi tres cen-tenares. Calló unos segundos y disparó un pensamiento comprometedor.

-Este crimen, realizado en un suburbio del planeta como es la Argentina, demuestra que el terrorismo está dispuesto a trasladar su aliento de muerte mucho más allá de donde nace. Es el costado más tenebroso de la globalización.

Mientras seguía reportando circunvaló el cráter que había formado el coche-bomba sobre la destrozada vereda. Se detuvo de golpe. La cámara que la estaba enfocando des-cendió su objetivo al suelo.

Asomaba un brazo lleno de rasguños. Un enfermero lo to-maba con cuidado y tiraba suave para rescatar el resto del cuerpo. Pero estaba desconectado del cuerpo. El brazo sa-lió solo, liviano. La cámara osciló, también perpleja. Cristi-na entregó el micrófono porque iba a vomitar.

El comisario Adolfo Branca utilizó su línea telefónica pri-vada para obtener más detalles de lo sucedido. Le acaba-ban de informar que, por suerte, el suboficial de la policía que debía cumplir guardia en la garita junto a la Embajada había abandonado su puesto varias horas antes del estalli-do, como si le hubiesen advertido a tiempo.

-Perfecto -exclamó Branca y, tras reflexionar un segundo, preguntó:

-¿Hubo reemplazante?

-Tenía que llegar, pero se quedó haciendo trabajos en la ta-labartería de la Policía Montada. No murió ningún policía.

-Bien…-se atusó la raya negra del bigote y pensó que los muchachos se habían movido correctamente.

Esteban reapareció con la lengua afuera luego de entregar varios rollos de fotos en el diario. Descubrió a Cristina pi-sando el borde del montículo principal. Sus grandes ojos apuntaban hacia un entretejido de escombros cruzado anárquicamente por vigas.

-¡Allí! -apuntó con el índice impaciente y repitió con todas sus fuerzas-: ¡Allí! ¡Urgente, allí! Hay alguien con vida.

Dos enfermeros se acercaron a la carrera con una camilla.

-¡Dónde, dónde!...

Empezaron a retirar polvo, cenizas y cascotes mientras médicos y enfermeros acercaban tubos de oxígeno. Tal vez había más de una persona enterrada en ese lugar.

Pudieron detectar en el fondo una cabeza de mujer que emitía quejidos. Le colocaron una máscara de oxígeno. Cristina se acercó, seguida por las leales cámaras que se ocupaban de filmar lo que describía el micrófono. Consi-guió abrirse paso entre quienes rodeaban la víctima. Al principio sólo distinguió fragmentos de un rostro maltre-cho. Pero enseguida reconoció de quién se trataba.

Arrojó el micrófono a la cara de su asistente y emitió un chillido animal.”

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CONSTRUYENDO UNA SOCIEDAD

Lic. Marcos PeñaEs Secretario General del Gobierno de la Ciudad desde el 2007. Entre 2003 y 2007 fue Diputado en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y presidió la Comisión de Educación, Ciencia y Tecnología de la LCBA (2005-2007). Es Licenciado en Ciencia Política y Gobierno (Universidad Torcuato Di Tella). Está casado y tiene un hijo.

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“La mejor manera de honrar las víctimas de este y cualquier otro atentado terrorista es construyendo una sociedad que promueva el amor, la felicidad y la igualdad entre su gente.”

Ese es un gran escudo protector ante el odio fanático de cualquiera que crea que su verdad es tan terminante como para quitarle la vida a otro. También es necesa-rio avanzar en la construcción de una sociedad donde se cumpla la ley, se respeten las instituciones y se haga justicia cuando así no ocurre. Sin duda en ese punto estamos en falta cuando vemos que tras 20 años del atentado a la Embajada aún no se han encontrado los autores de semejante crimen. La construcción de socie-dades más justas, con menos desigualdades, con mayo-

res oportunidades de realización personal y, a su vez, con fuertes instituciones, es un desafío central para lograr un mundo menos propenso al odio. Enseñar sobre el pasado y sobre las cosas terribles que hemos vivido es una obliga-ción para nosotros, para con nuestras victimas pero funda-mentalmente para nuestras generaciones futuras.

Esto se vuelve aún más importante cuando no ha habido justicia, ya que esa falta de ley puede dar a entender que todo vale y nada tiene costos.

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La memoria se enriquece cuando entendemos que ella no es una construcción teórica, sino algo que aparece cada día cuan-do hay que aceptar y abrazar al vecino. Amar al que es igual es sencillo, conocer y entender al que es distinto es el desafío. Es necesario, coincidimos, promover valores como el respeto, el diálogo, la justicia, pero también el entusiasmo, la vitalidad, las ganas de vivir se vuelven indispensables.

Vivimos hoy en un mundo donde las distancias se acortan y la comunicación se acelera. Y, sin embargo a medida que avanza la tecnología, es más desafiante construir lazos de conexión entre las personas, vínculos significativos y positivos. Construir sociedades más humanistas y más felices es algo que le debe-mos a aquellos que perdieron la vida por culpa del odio.

El odio y el fanatismo deben entender que su prédica no tiene réditos. Que no logra mayor adhesión ni apoyo. El fanatismo es un poder destructivo, no contiene un mensaje de esperanza para nadie.

“Aquí, en la ciudad de Buenos Aires, en la Argentina, no debe haber lugar para el odio. Nacimos en la diversidad, nacimos en una tierra que siempre fue una esperanza para aquellos que vinieron en busca de una nueva oportunidad.”

Hoy celebramos permanentemente esas identidades que com-ponen nuestro mosaico humano, y eso nos ayuda a ser cons-cientes de que la diversidad nos define como sociedad. La idea de una sociedad homogénea es algo que quedó en el pasado. Todos los intentos de avanzar en esa dirección han fracasado, muchos de la peor manera. Eso no quita que haya que estar atentos para defender la libertad y el derecho a ser diferente.

Esta ciudad también es una capital del diálogo interreligio-so. Cristianos, judíos, musulmanes, budistas, todos tienen espacios de interacción y conocimiento compartido. Aún en los momentos más difíciles de otras regiones del mundo, los líderes religiosos locales buscaron generar símbolos de unión y paz, dejando claro que las diferencias que pudieran existir no iban a enturbiar el clima local. Quienes hicieron este atentado también quisieron atentar contra nuestra forma de vida, la de todos los porteños. Quien quiera quebrar nuestro espíritu de convivencia en paz, aprenderá que eso es imposible.

Honremos a las víctimas de este trágico atentado viviendo una vida plena, entusiasta y apasionada, transmitiendo a nuestros hijos el valor de vivir en una sociedad plural y diversa.

Después de la Segunda Guerra, comenzaron a llegar a nuestro país, masivamente, inmigrantes alemanes y croatas que esca-paban de la guerra por motivos terribles: eran asesinos y ver-dugos de otros seres humanos, que la paradoja de la vida los unía en esta, nuestra querida tierra.

LAMEMO-RIA COMO CONS-TRUCCIÓNMauricio Wainrot Coreógrafo, Profesor. Director Artístico 1999- 2011: Ballet Contemporá-

neo del Teatro San Martín, Buenos Aires; 2004; Director Artístico del Swiss, Swiss Choreographic Project; 1994/95 Les Ballets Jazz de Montréal, Ca-nadá; 1982/1985; Grupo de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, Buenos Aires. Fue coreógrafo residente: 1992-2004; Royal Ballet of Flan-ders, Bélgica; 1987/1990 Ballets Jazz de Montréal; 1990/1992: Hildesheim Stadtstheater, Alemania y profesor invitado: 1986/1987; Mudra International, Bejart’s Company School ; 1991/ 1999 The Juilliard Scholl de New York; en-tre otros. Fue Jurado Internacional 2010:Prix de Laussane; 2009 New York International Dance Competition; 2007 Benois de la Danse, en Moscú en el Teatro Bolshoi y New York Internacional Dance Competition.2000 Competition de Dance du Monde , Montecarlo; 1992 Concurso Coreográfico de Madrid. Recibió numerosos premios y distinciones.

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Miles de Nazis, devenidos en fugitivos, llegaron al país con la aprobación del gobierno de turno, y entraron con pasa-porte falsos otorgados por diplomáticos argentinos, (se les cambiaba la identidad a estos refugiados, y con la venía del Vaticano). La cuestión es que estos nuevos inmigrantes ma-yoritariamente, fueron afincándose en los cordones de Bue-nos Aires, en el Sur del país y en Córdoba. Grandes fábricas de marcas de autos alemanes les brindaron asilo y trabajo.

Este caldo de cultivo, de dos realidades que fueron creciendo al unísono , el conventillo por un lado donde los inmigran-tes Judíos, Españoles, Italianos, Árabes y de otras nacionali-dades y etnias aprendieron a convivir y a revivir sus pasados europeos liberales, socialistas o anarquistas, y que comen-zaron a transformar la Argentina en tantísimas realidades maravillosas: económicas, artísticas, literarias y periodísti-cas como políticas, convivía con el otro grupo de fugitivos, los arios, los de la raza pura, que se afincó en nuestra pa-tria trayendo sus ideas de odio e intolerancia. Estas ideas fascistas son las que con el tiempo producirían en nuestro país una especie de laboratorio de pruebas, que comenzó con el atentado a la Embajada de Israel primero, y el de la AMIA después, fruto de compatriotas que fueron, de alguna manera, modelados por esas ideas antisemíticas y militaris-tas, dado que sin la ayuda de una conexión argentina no se hubieran podido concretar esos dos atentados, por más que los ideólogos hayan sido iraníes o sirios.

El odio nazi hizo escuela en muchísimos argentinos y argen-tinas. Los dictadores que nos gobernaron y algunos gobier-nos ¨democráticos¨ , también utilizaron metodologías fas-cistas para concretar sus crímenes. La Triple A entre ellos.

Argentina se convirtió en la gran Madre acogedora de nume-rosísimos inmigrantes nazis alemanes y croatas, y también la Madre de cientos de miles de inmigrantes judíos, y al final Argentina, la tierra prometida, terminó siendo como Medea, el personaje de la tragedia griega, que asesina a sus propios hijos por venganza. La Medea que asesinó a 30.000 desapa-recidos, La Medea que expulsó a más de 1.000.000 de ar-gentinos, que se convirtieron en inmigrantes y ciudadanos de segunda clase por doquier. Nuestros compatriotas co-menzaron a devolverles la visita, que 50 o 100 años antes, habían hecho a nuestro país sus gloriosos ancestros llega-dos de Galicia, Nápoles, Alepo, Varsovia, Kiev y tantos sitios lejanos para hacer de nuestro país un lugar mucho mejor para vivir y crecer. Paradójicamente, nuestro país se usó como una especie de laboratorio de pruebas de otros aten-tados en el mundo, como el Septiembre 11 de New York.

Aquí, en nuestro país, se concibió el primer gran atentado, 50 años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. En forma deplorable, otros argentinos, posiblemente mercena-rios y/o fascistas, se asociaron al odio irracional de un gru-po de asesinos extranjeros, ofreciéndoles la ayuda necesaria para cometer en Buenos Aires, el primer gran atentado a una institución Judía en el mundo: la voladura de la Embajada de Israel, y luego la destrucción de la sede de la AMIA. Hace 20 años que la Embajada de Israel fue destruida completamente, y aún, no se sabe quiénes han sido, ni se tiene a los culpables encarcelados ni juzgados. Tan solo tenemos a las víctimas de atentado, para llorarlas. La escuela fascista alemana triunfó sobre el liberalismo y la intelectualidad Judía, pero tan solo en estos tristísimos hechos. La Justicia Argentina es lenta, eso ya lo sabemos, y más aún en casos como estos donde otros países y muchos intereses locales están en juego.

La dignidad de la Nación también está en juego, pero a las fuer-zas de seguridad, a la policía y a la justicia parece importarles no mucho (o poco), dado el mínimo avance que se ha logrado para encontrar a los culpables y sus causas en veinte años. El mundo nos mira, nos olfatea, nos sigue. Eso lo sabemos todos los que tenemos la cabeza bien puesta, de la misma manera como el mundo miró a nuestro país cuando, solapadamente, en la Segunda Guerra mundial la Argentina colaboró con Ale-mania, mientras pretendía hacer creer al resto de la comunidad internacional que Argentina, en ese perverso juego de la Gue-rra, participaba como neutral. Ni el mundo ni la gente que lo comprende es tonto y sabe que no es así, sabe muy bien que Argentina jugó ese juego a dos puntas. Ahora Argentina, desde hace más de dos décadas, sigue con el juego de la no verdad, porque no hay respuestas contundentes a la terrible barbarie cometida en nuestro suelo.

El mundo mira y es paciente. También espera que alguna vez nuestro país vuelva a la senda de la justicia con mayúscula y a la comunidad mayor de las naciones, para que se lo considere como un país confiable y seguro, y sepamos la verdad y el por-qué del Atentado a la Embajada de Israel y el de la AMIA.

El antisemitismo ronda la esquina de cada barrio, como un es-tigma, diría doméstico. Ya lo sabemos todos los que hemos per-dido familias enteras en el Holocausto, pero también sabemos que los judíos hemos sobrevivido mas de 5.700 años, a pesar de los asesinos que nos han querido borrar de la faz de la tierra, porque nuestra cultura, nuestro afán de libertad, nuestro ape-go a la vida, nuestras enseñanzas maravillosas, y, sobre todo, nuestra justicia terrenal y divina ha estado, y estará, siempre de nuestro lado.

Histórico índice telefónico de la Embajada rescatado de los escombros.

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Juan Carlos BRUMANA nació en la ciudad de Buenos Aires el 14 de septiem-bre de 1954, Fiesta de la Exaltación de la Cruz (en que se celebra el valor redentor de la crucifixión de Cristo).

Fue el menor de cuatro hijos y el único varón, en una familia con una profun-da valoración de la fe. Vivió en el barrio de Liniers (Buenos Aires), en donde estuvo, desde chico, integrado a la vida cotidiana del lugar. Hizo vínculos que perduraron a través del tiempo.

Era Despachante de Aeronaves, Observador Meteorológico y Técnico en Meteorología Sinóptica (U.B.A.). Trabajaba en Aerolíneas Argentinas en el momento de entrar al Seminario de Buenos Aires. También obtuvo el título de Catequista, buscando el crecimiento de su propia vida y de su fe. El 19 de marzo de 1982 ingresó al Seminario Metropolitano (Buenos Aires), luego de cuatro años de discernimiento vocacional. Obtuvo los títulos de Bachiller y Profesor en Teología. El 18 de marzo de 1989 fue ordenado Diácono (paso previo al sacerdocio), estando, durante todo ese año, en la Parroquia Santa Julia, lugar en que fue muy querido y que él sintió profundamente cercano. El 25 de noviembre de 1989 fue ordenado Sacerdote. Se desempeñó en las parroquias Santa Julia, Nuestra Señora de la Paz y Madre Admirable, inclu-yendo la Villa 31 de Retiro (Capilla Nuestra Señora del Rosario).

Fue una persona en la cual lo ejemplar se halla oculto en su sencillez y vivido en lo cotidiano. Habitualmente era sereno y alegre. Todo lo que emprendía lo realizaba con una gran dedicación y entrega interior. Era muy humilde, com-prensivo con los otros y sumamente servicial. Jamás se lo escuchó hablar mal de alguien. De pocas palabras, muy reflexivo, cuando opinaba lo hacía de modo

PADRE JUAN CARLOS BRUMANA Carlos ScarponiPresbítero

conciso, profundo y acertado. Sobrellevó, con fe y mansedumbre evangélicas, sufrimientos y contrariedades, venciendo el mal con el bien.

La fuente de su ministerio era la celebración cotidiana de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas. Cultivaba la lectura y el estudio de la Sagrada Escri-tura. Desde niño creció en él una particular devoción a María.

En la convivencia era muy querido. Vivía en una continua paz y alegría que irradiaba a todos los que entraban en contacto con él. Poseía una notable capacidad de escuchar y aconsejar, gracias a la cual logró cimentar amista-des auténticas. Tuvo como ideal configurarse con Jesús, Buen Pastor, culti-vando gran disponibilidad y entrega para con todos los que lo necesitaban. Vivía en una verdadera pobreza evangélica llegando a compartir sus pro-pios bienes con los más necesitados. Amaba a la Iglesia como Madre. Pasó su vida haciendo el bien.

El 17 de marzo de 1992, siendo Vicario Parroquial de Madre Admirable, fa-lleció con la explosión que destruyó la Sede de la Embajada de Israel en Buenos Aires. Tenía 37 años y llevaba dos años y cuatro meses de fecundo ministerio sacerdotal.

Sus restos descansan en el Cementerio de Flores (Bs. As.). Galería Planta Alta, Nicho 4286, Fila 2 (Entrada por Varela y Balbastro). Todos los primeros sábados de mes, a las 16 hs, se realiza allí un momento de oración por todas las intenciones de quienes quieran participar.

Juan Carlos continúa su tarea de mediador entre Dios y los hombres.

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Presbitero Juan Carlos Brumana (en el centro de la imagen). Ordenación Diaconal (18/03/1989) junto a familiares y amigos. Abadía San Benito. Buenos Aires, Argentina.

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La muerte del grano de trigo (Juan 12, 20-33)Cuando faltan pocos días para comenzar la Semana Santa, la Iglesia nos presenta esta hermosa página del Evangelio de San Juan. Aquí encontramos las últimas palabras de Jesús antes de entrar en su pasión.El Evangelio nos sitúa en la llegada de Jesús a Jerusalén, pocos días antes de la Pascua de los judíos, cuando muchos peregri-nos llegan hacia esta ciudad para participar de las solemnes ceremonias.Nos dice el Evangelio que, en medio de esa muchedumbre, hay muchos griegos que, al ver la multitud que aclama a Jesús, bus-can la manera de conocerlo y les piden, a los apóstoles, que les concedan este favor.En estos hombres se expresa un deseo existencial que ha-bita en toda persona y que Pedro lo va a formular en otra ocasión: “Señor, ¿a dónde iremos, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?”.Solamente Él nos da la respuesta a estas ansias de vida y de felicidad eterna que el hombre lleva en su corazón. San Agustín lo va a expresar con estas palabras: “Nos hiciste, Señor, pero ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti”.De una manera simbólica, pero también real, se percibe que Cristo es el centro hacia el cual confluyen todos los hombres. Lo único que falta es dar el paso subiendo a la cruz para resuci-tar gloriosamente. Ha llegado así el momento, LA HORA –como lo llama el Señor- en que el Hijo del Hombre sea glorificado.Con tres ejemplos, va a explicar Jesús cuál es el sentido de ese paso por la muerte hacia la gloria, es decir, LA VIDA. La primera comparación o parábola es la del grano de trigo que muere. Muchos se escandalizaron al ver a Cristo crucificado, pensando que todo había resultado un fracaso. Pero, en realidad, allí se escondía el triunfo. Por medio de la parábola Jesús va a decir que, la muerte, es un fracaso sólo en apariencia, porque a tra-vés de la muerte es como nos alcanza la vida eterna a todos los que creemos en Él. Lo que a los ojos humanos parecía un fraca-so se ha convertido en el comienzo de la verdadera vida.A partir de la resurrección de Cristo la muerte es un signo de esperanza de la propia resurrección.

En segundo lugar nos dice que quien ama la vida la perderá y que el que odia su vida la conservará. Es importante darnos cuenta que cuando los orientales dicen “odiar”, no quieren ex-presar lo mismo que nosotros entendemos por esta palabra. Para ellos, odiar es amar menos en comparación con otra cosa. Con esto nos quiere decir Jesús que el que quiera aferrarse a esta vida no llegará a tener la vida eterna. Por eso, en este contexto, amar esta vida es lo mismo que perderla. Quien ama desordenadamente esta vida terrenal no deja lugar para la vida eterna. Pero, quien descubre que la verdadera vida exige morir, no teme arriesgar cuanto tiene con tal de ganar la vida en plenitud.Finalmente, Jesús nos habla de un servidor que tiene que se-guir a Cristo para poder estar donde está Él. Servir y seguir son dos palabras que se usan frecuentemente para expresar que se es cristiano: se sirve al Señor y se sigue al Señor. Van indican-do aspectos de la vida del discípulo. Servir quiere decir que se asume una tarea, se realiza algo por encargo del Señor. El que sirve no está de brazos cruzados, sino que está activo. Servir también es rendir culto a Dios, aclamarlo, amarlo y obedecer-lo. El culto se expresa en los actos que celebramos en la Iglesia, pero también en nuestra vida diaria, ya que toda nuestra vida debe ser un acto de culto al Señor.Seguir a Cristo es escucharlo, aprender de Él como de nuestro maestro, y así tratar de imitarlo. Jesús nos dice que sirviéndolo y siguiéndolo es como llegaremos a estar donde está Él, es de-cir, nos promete participar de su misma gloria junto al Padre.La Semana Santa nos llama a morir con Cristo para que poda-mos resucitar con Él. Para poder morir con Cristo tenemos que amar la verdadera vida, no temiendo perder aquello que nos obstaculice el poder estar con Jesús.Algunos se privan de muchas cosas por un premio que dura poco: un premio deportivo o un aplauso por una actuación ar-tística. A nosotros Cristo nos llama a morir a todo lo que perte-nece al hombre pecador para obtener la vida que no se acaba.En esta Eucaristía pidámosle al Señor que sepamos asumir todo lo que supone la muerte a una vida de pecado para poder dar los frutos de una vida iluminada por la gracia de Dios.

HOMILÍA QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

El domingo 17 de marzo de 1991, exactamente un año an-tes de su muerte, el Padre Juan Carlos BRUMANA explicaba el Evangelio del día (Jn 12, 20-33) con esta homilía (es la inter-pretación que da el sacerdote sobre la palabra de Dios)

“En esta Eucaristía pidámosle al Señor que sepamos asumir todo lo que supone la muerte a una vida de pecado para poder dar los frutos de una vida iluminada por la gracia de Dios.”

Caliz, patena y estola pertenecientes al Padre Juan Carlos Brumana. Todos los objetos tienen iconografía elegida personalmente por el sacerdote. Se presume que el Padre Brumana tenía la estola a la vista dado que fue encontrada, entre los escombros, con manchas de sangre.

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Interior de la Capilla Mater Admirabilis. Revista Gente, Atlántida-Televisa

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Las agujas del reloj marcaban cerca de las dos de la tarde, un día de verano del mes de febrero, allá por el año 1988. Un calor húmedo y fuerte golpeaba el asfalto de las calles vacías de la ciudad uruguaya de Paysandú; propio del horario de la siesta de toda ciudad del interior.

Miguel llegó a la casa de sus padres, donde su esposa y sus tres hijos lo espe-raban; alegre y ansioso como un niño -con esa energía que lo caracterizaba- e incentivó, a todos los presentes (hijos, sobrinos, amigos de amigos), a subirse al auto, con baldes de agua, bombitas y todo lo que podía servir de “arsenal”, para comenzar un verdadero día de carnaval.

Así fue como lo seguimos.

Todos lo hicieron, como era común en él, con su enorme sonrisa y alegría, capaz de convencer a todos. Contentos, pero sigilosos, llegamos unas cuadras más abajo. Ahí, al parecer, era el punto de encuentro. Pero no había nadie. Tal vez nos habíamos equivocado de lugar. En un segundo, como si nos hubiesen armado una emboscada aparecieron, gritando y riendo, niños, mujeres, abue-las y abuelos, con ollas y baldes con agua, bombitas enormes…y comenzó una hermosa y divertida tarde de carnaval.

Así era Miguel, vital y alegre con las simples cosas de la vida. Un hombre que, a los 26 años, buscando un destino, dejó aquella ciudad que lo vio crecer y partió, junto a su reciente esposa Nelly y la familia de ésta, a la enorme ciudad de Buenos Aires soñando con, algún día, brindar a sus hijos un buen porve-nir.

En 1975 nació Maximiliano, el primogénito varón. A los tres años las mellizas, Yanina y Gisela, sus “mellicitas”, y, diez años más tarde, llegó a sus vidas Juan Mauro, “Maurito”, el bebé mimado de la familia entera; su debilidad.

Corrían los primeros meses del año 1992 y Miguel Ángel, con sus espléndidos 45 años, estaba lleno de proyectos. Ese verano no pudo ir, como le gustaba, a las playas de la costa uruguaya. Punta del Diablo y la Fortaleza de Santa Teresa quedarían para el próximo año.

LA BÚSQUEDA DESESPERADAGisela LomazziHija de Miguel Ángel

Miguel Ángel con Maxi -el hijo mayor- las mellizas -Gisela y Yanina- y Nelly, embarazada de Mauro.

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Vendió el auto y se quedó con la camioneta, que compartía con Fabián, su socio. La utilizaban para colocar equipos de aire acondicionado. Un gran proyecto laboral, en su querido Paysandú, estaba en pleno crecimiento. Esa camioneta que, el 17 de marzo de 1992, Miguel decidió no manejar porque una fuerte gripe, que lo había tenido en cama la semana an-terior, aún lo mantenía débil. Así fue como, a diferencia de otros días, bajó las herramientas en la puerta del edificio de Arroyo y Suipacha, lindero a la Embajada de Israel.

Allí, a las 14:45 horas –según había marcado en su agenda- lo esperaba un cliente. Aún no sabemos si llegó a tocar el tim-bre o si alguien le contestó.

Tampoco sabemos si vio alguna situación extraña.

En un parpadear de ojos Fabián lo perdió entre la nube de pol-vo y escombros. Todavía se pregunta ¿cómo hizo para llegar desde el centro al barrio de Flores, donde Miguel vivía con su familia para avisar a Nelly, su mujer, lo que había pasado?

“Así era Miguel, vital y alegre con las simples cosas de la vida.”

Neli y sus hijos, hoy.

Agenda laboral de Miguel donde figura la cita del trabajo que fue a realizar, el 17 de marzo de 1992, a Arroyo 932.

Fue recién dos días después que la noticia de su muerte llegó, en la voz quebrada de Nelly, quien cubierta de un llanto des-garrador, se envolvió en un abrazo eterno con sus tres hijos, mientras Maurito, el cuarto, de tan sólo dos años, dormía ino-cente en un rincón de la casa.

Fueron 48 horas de búsqueda desesperada en hospitales, co-misarías y el depósito de cadáveres. Dos días de angustia, de dichos y contradichos, suposiciones, rezos y esperanza, hasta encontrar el cuerpo de Miguel que, desde el primer día, yacía en la Morgue Judicial; un cuerpo irreconocible por efectos de la onda expansiva de aquella bomba que, el 17 de marzo de 1992, a las 14:45 horas estalló en la sede de la Embajada de Israel, al 900 de la calle Arroyo, de la ciudad de Buenos Aires, llevándose a Miguel, mi padre y a 22 personas más y, con ellos, la felicidad y paz de sus familias y seres queridos.

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Una impunidad legal que acumula veinte años es la más elocuente fotografía de un drama argentino que, en este caso, tuvo trascendencia mundial. La demolición de la sede de la embajada de Israel en la Argentina, perpe-trada en marzo de 1992, fue una operación de guerra que colocó a Buenos Aires en el epicentro del accionar terrorista, nueve años antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos. Sin embar-go, esa brutal matanza sigue sin ser computada en los archivos del terrorismo fundamentalista como parte del mismo fenómeno que asoló a naciones de Europa, Asia, África y el Medio Oriente, además de los EE. UU.

Lo poderosamente llamativo es que ese episodio ocu-rrido en la Argentina quedó sepultado en la nulidad pe-nal más absoluta. Tras dos décadas y cuatro gobiernos surgidos de la legitimidad electoral (Menem, De la Rúa, Kirchner y Fernández de Kirchner), esas 29 muertes no han tenido sanción penal en la Argentina, aún cuando intuyo que el propio estado agredido, Israel, ha adopta-do en su oportunidad mecanismos reparatorios.

Desde los bolsones del antisemitismo más rancio hasta las trincheras de la judeofobia más moderna, se han se-guido formulando las argumentaciones más obscenas e hirientes. Reposan sobre la noción del auto-atentado (“los israelíes se autodestruyeron su propia embajada para inculpar a sus adversarios políticos en el mundo”),

hasta la torpe especie del “accidente” (“a los israelíes, les estalló el polvorín/arsenal [sic] de su propia emba-jada”).

Lo único cierto es que desde el 17 de marzo de 1992 la Argentina no pudo hallar a los culpables, aún cuando en 18 de esos 20 años ha gobernado el mismo partido político.

Mientras la horrenda matanza de marzo de 1992, sobre cuya impunidad se montó la también impune atrocidad de julio de 1994 contra la AMIA, siga enterrada en el vi-tuperable silencio con que se selló, la Argentina seguirá siendo un país éticamente deficitario entre las naciones libres de la tierra.

UN PAÍS ÉTICAMENTE DEFICITARIO

Pepe EliaschevBuenos Aires, 1945. Es periodista y escritor. El más recien-te de sus diez libros publicados es Los hombres del juicio. Ejerce el periodismo desde 1964 y se ha desempeñado en prensa, radio, TV y agencias en varios países.

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“Como periodista, retengo vívidamente el recuerdo de las primerísimas reacciones locales, cuando la pestilente manía de victimizar a la víctima se hizo evidente con rotunda nitidez.”

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Un sentimiento complejo envuelve el recuerdo, o sea, el tendido de la cuerda de dos décadas entre ese pasa-do y el presente, que sigue doliendo en ese sentimien-to. Es menester tratar de pasarlo de lo emocional a lo racional: indignación, repulsión, etc., es lo emocional. La razón nos pregunta qué nos moviliza en el plano de lo emocional, además del obvio dolor por los muertos.

“No se puede negar que hay una enorme base de impotencia frente al juego de poderes que impide llegar a la verdad y condenar formalmente.”

Se desbarata toda sensación de seguridad ante la evidencia de que estamos inmersos en un manejo de poder que nos supera y que no tiene piedad alguna, opera con singular y extrema crueldad. Desvalimien-to, ya no ante la naturaleza, como lo veía Freud hace más de ochenta años, sino ante la propia destructivi-dad de los humanos. No hay padre que nos proteja de

nuestros propios semejantes, por no decir, de nosotros mismos. Veinte años y aún domina el silencio, la sala de audiencias permanece vacía, el tribunal desierto. ¿Y el ídolo del poder punitivo de los estados, que nos promete protegernos de todo a cambio de nuestras li-bertades? Parece indiferente, ocupado en otras cosas, mirando hacia otro lado, o simplemente ausente y, lo peor es que nos carcome la sospecha –y los indicios- de que sus propios acólitos sean los criminales. No sería la primera vez, pero sentimos miedo, desvalimiento, inde-fensión, porque sabemos que, por desgracia, tampoco será la última. Entregamos la libertad al Leviatán que nos promete seguridad y termina matándonos.

Se burla de nosotros y, sin embargo, sigue engañándo-nos, valido de nuestros propios y fuertes sentimientos humanos, explota nuestra indignación y nuestro des-valimiento para que le entreguemos más libertad, nos moviliza lo emocional para impedirnos acceder a lo racional. De este modo es como el Leviatán asume la función de máximo estafador de nuestro tiempo. Ante una estafa, la víctima tiene una primera reacción de negación, luego una de indignación y, por último se de-prime. Debemos controlar la depresión, para que a ella le siga la razón.

VEINTE AÑOS SIN JUSTICIA

Dr. Raúl Eugenio ZaffaroniProfesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. Dr. h.c. múltiple. Vicepre-sidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal. Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

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20 AÑOS MAS TARDE...

20 años pasaron… Desde chica siempre escuché, y me enseñaron, que el tiempo cura, que el tiempo borra…que el tiempo ayuda…que hay que darle “tiempo al tiempo”.

Pasaron 20 años. Bastante tiempo…pero nada de lo di-cho se cumplió…La herida no curó. Sangra cada día por tu ausencia…El tiempo no borró ni el dolor, ni los recuerdos, ni el amor…

Le di tiempo al tiempo sin querer, sin proponerlo, sim-plemente porque el tiempo pasó...pero ese tiempo no pudo hacer nada porque el amor de todos los que nos dejaron ese 17 de marzo de 1992 fue tan fuerte, que si-guen vivos en todos nosotros…

Los que los recordamos…

Los que hacemos que sigan viviendo, más allá de los tiempos, más allá de espacio, porque bien dicho está que NO MUERE JAMÁS EL QUE SIGUE VIVO EN EL RECUERDO Y EL CORAZÓN DE QUIENES LO AMARON.

Elena MandaradoniHija de Francisco

Es por eso que “mi viejo”, perdón mi papá , FRANCISCO MANDARADONI, está vivo por siempre en quienes tuvi-mos el honor de haberlo tenido, los que tuvimos el orgu-llo de seguir sus enseñanzas, los que tenemos la suerte de habernos quedado con su herencia, incalculable, con la cual viviremos y vivirán nuestros hijos y nues-tros nietos, que son los valores que cotizan más alto en todo el mundo: LA NOBLEZA, la cual permitía que nadie pudiera juzgarlo, LA HUMILDAD, la que le abría todos los corazones de quienes lo conocían, la HONESTIDAD a la cual siempre le rindió un culto muy especial y una cultura inmensa; LA CULTURA DEL TRABAJO con la que se abrió camino, con la que formó una familia, con la que educó y nos ayudó a nosotras, sus hijas; con la que vivió hasta su último respiro, y allí quedó, trabajan-do, con su BONDAD Y HOMBRÍA DE BIEN, que es con lo que la recuerdan su familia, sus hermanos, sobrinos, amigos, vecinos y fundamentalmente “mi vieja”… mi mamá. Eran muy compañeros, envidiables compañe-ros de luchas, sacrificios, de vida…

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Mi PAPÁ no llevó una vida fácil. Aún guardo, muy dentro de mí, esos domingos por la mañana, siendo muy pero muy pe-queña cuando, tirados sobre la cama, le pedía, como si fuera un juego, que me hiciera el sonido de los aviones allá, en su Italia; aviones bombarderos durante la Guerra. Se salvó de esas bombas pero otra, 40 años más tarde, en un país sin guerra, fue la que le quitó la vida.

Hoy 20 años más tarde, me parece estar escuchando las si-renas. Siento la misma angustia que cuando esperaba, con infantil esperanza, que “mi viejo” estuviera con vida, la mis-ma impotencia de no poder hacer nada, la misma indigna-ción que un/unos salvajes quiten el principal derecho del ser humano que es el derecho a vida.

Miro a mí alrededor…y veo a mi hijo y a mis dos sobrinos. Recuerdo la mirada de mi papá; esa mirada que muchas ve-ces decía lo que no mencionaban las palabras; esa sonrisa… Amaba esa sonrisa y me parece verlo jugar con ellos.

Amaba profundamente a los chicos. La vida le dio tres nie-tos, pero le faltó vida para disfrutarlos. Esos nietos son los que hoy lo mantienen vivo entre nosotros y son los que lle-van adelante su legado. Basta detenerse y observarlos para decir MI VIEJO ESTÁ EN ELLOS. No puedo, en estas líneas, dejar de agradecer a mi hijo, Leandro Rodrigues de Olivei-

“No hay bombas que aniquilen al amor que es mucho más poderosoque cualquier odioo salvajismo.”

ra que, a pesar de tener sólo dos años ese 17 de marzo, es quien hoy me enseña a no quedarme quieta, a pedir justicia, a luchar para mantener nuestra memoria, para que esto no suceda nunca más, para que ningún ser sobre la tierra pase este dolor.

Creo, humildemente, que es lo mejor que le podría pasar a la memoria de “mi viejo”.

Cuántas cosas me quedaron pendientes. “- Papá: te fuiste demasiado pronto…”

Injustamente, cada día, miro al cielo tratando de encontrar-te. Quizás en una estrella, para recordarte que “te quiero”, para decirte que “me” hacés falta, “NOS” HACÉS FALTA.

Al mismo tiempo te veo sentado a la mesa cuando nos reunimos con mamá, cuando escucho un pasodoble, cuando levantamos una copa para algún brindis, en cada éxito de los chicos, en cada logro de la familia, “te llevo”, te llevamos con nosotros, en cada momento, en cada palabra, NO HAY BOMBAS QUE ANIQUILEN AL AMOR QUE ES MUCHO MÁS PODEROSO QUE CUALQUIER ODIO O SALVAJISMO.

Papá: TE AMO. TE AMAMOS.Francisco, su esposa y dos hijas.

Francisco, su mujer y su nieto Leandro.

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Mi abuelo fue uno de los tantos italianos que vinieron muy jóvenes a buscar un futuro mejor en la Argentina. Una vez acá, dedicó todo su tiempo a estudiar y trabajar para poder alcanzar un objetivo simple: poder mantener a la familia que tanto anhelaba tener y darles un techo donde vivir. Después de mucho esfuerzo logró obtener su título de Maestro Mayor de Obras. También cumplió su sueño de formar una familia y una casa que fue construyendo, de a poco, en los tiempos libres en los que no tenía que trabajar.

Tiempo antes del atentado había sido contratado por la em-presa que estaba llevando a cabo las reformas del edificio de la Embajada, donde realizaría las tareas de plomería. La mañana del 17 de marzo de 1992 debía terminar esos tra-bajos. Esa tarde iría, con mi abuela, a hacer los trámites de la jubilación pero la llamó y le dijo que lo dejarían para el día siguiente. Se le estaba retrasando la finalización ya que no encontraba una llave de paso que necesitaba.

Estalló la bomba y, en casa, comenzó la preocupación por sa-ber dónde estaba mi abuelo. Empezaron las corridas, de un lado para el otro, recorriendo todos los hospitales… Mi abue-lo no figuraba en ninguna lista de heridos.

MI ABUELO FUE

Leandro Ezequiel Rodrigues de OliveraNieto de Francisco Mandaradoni

Mi tío, que estuvo ayudando en las tareas de rescate lo encon-tró, el viernes 20, bajo siete metros de escombros. Lo recono-ció por una mancha que tenía en el pecho que se había hecho, de chico, en Italia cuando se quemó con el agua hirviendo de una olla de fideos.

Fui su primer nieto y, al poco tiempo que nací, se fue un año a Italia por lo que me disfrutó poco. Pero “ese poco” bastó para tener un montón de recuerdos en videos, fotos y anécdo-tas pero, sobre todo, una pila de lecciones de vida. En 1994 y 1996 nacieron mis dos primos y siento impotencia de pensar por qué no pudieron conocer a su abuelo. ¿Por qué debieron venir al mundo incorporando conceptos como atentado e im-punidad? ¿Por qué saber que su abuelo no murió de forma natural sino por una locura, que no tengo palabras para defi-nir? ¿Por qué mi abuelo no pudo disfrutarlos si era uno de los tantos sueños que tenía?

Según el calendario, se cumplen 20 años del atentado pero, dentro de nosotros, poco influye el tiempo. El dolor sigue ardiendo al igual que el primer día. No el sufrimiento por la pérdida de mi abuelo porque él sigue estando vivo. Está vivo en mi abuela que demostró la misma fuerza que tuvo él, po-

niéndose la familia al hombro y haciendo lo imposible para que, hasta el día de hoy, no nos falte nada a nadie de nosotros… ni siquiera galletitas para la merienda. Sigue vivo en mi “vieja” y en mi tía que, como hijas, son el fiel reflejo de su forma de ver la vida y constituyen el nexo entre mi abuelo y nosotros, los nietos, a través de las historias.

Sigue vivo, al igual que las otras 29 víctimas, a través de las pa-labras que hay a lo largo de este libro, que son las mejores armas contra el olvido.

El dolor que no cesa es la falta de justicia que, después de 20 años, sigue siendo y será tan necesaria como el primer día. Porque la justicia no es reparar el pasado (ya que, ninguno de nuestros fami-liares, va a volver a estar físicamente). Se trata del presente y del futuro; un presente en el cual los culpables de semejante masacre estén recibiendo la pena pertinente y un futuro, como país, donde la impunidad no sea parte del vocabulario diario; un país donde se pueda vivir con la tranquilidad de que se aprendió del pasado, asegurándonos que estas cosas jamás vuelvan a pasar.

Por eso hoy más que nunca… hoy como siempre: JUSTICIA POR LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO A LA EMBAJADA.

“En 1994y 1996 nacieron mis dos primos y siento impotencia de pensar por qué no pudieron conocer a su abuelo.”

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Escorcina Albarracín de Lescano nació en Coronel Moldes, pro-vincia de Córdoba, el 30 de noviembre de 1912 transcurriendo parte de su vida en la ciudad de Córdoba, donde formó su ho-gar junto a José María Lescano y tuvo su primer hijo, Roberto Jorge. Tiempo después se afincó en San Francisco, donde na-cieron sus otros dos hijos: José María y Rosa del Socorro.

De fuerte convicción católica, su línea de conducta se caracte-rizó por un acendrado humanismo y respeto al prójimo. En tal sentido, orientó a su familia e inculcó, en sus hijos, esos valores de ejemplaridad.

Trabajadora incansable acompañó a su marido en el empren-dimiento de un estudio fotográfico que, instalado primero en la ciudad de Córdoba, continuó su actividad profesional en San Francisco, durante treinta años, poniendo de relieve su aptitud empresaria en el acometimiento personal de otras actividades comerciales.

Entre sus virtudes, cabe destacar su temple frente a la adver-sidad que se vio reflejada cuando, como consecuencia de un acontecimiento imprevisto – derivado de una mala praxis médica –, falleció su marido, en el año 1969. A partir de ese momento, bregó denodadamente y sin claudicaciones por el

IN MEMORIAM

Rosa del Socorro LescanoHija de Escorcina Albarracín

futuro de sus hijos; dos de ellos Jueces Nacionales y un tercero dedicado a actividades de negocios empresariales.

En relación a la actividad laboral, cumplida junto a su marido, es dable destacar, como testimonio de su labor fotográfica, la exposición denominada “Retazo de nuestra historia” que, con motivo de celebrarse los 110 años de la fundación de la ciudad de San Francisco, organizó el Archivo Gráfico de esa localidad, con el fin de hacer conocer documentos y objetos del patrimo-nio cultural local, nutriéndose del archivo fotográfico acumula-do que testimoniaba la realidad social y el patrimonio edilicio de tres décadas.

Su vida se vio dolorosamente interrumpida en una etapa en la que ya disfrutaba de la consolidación familiar de sus hijos y nueras, Mora Pena y Alexis Orecchia, como así también de la proyección profesional de sus nietos, Roberto Francisco y María José; quienes se unieron en matrimonio a Paula Campagno y Martín Irurueta, respectivamente.

Su pública y emocionada despedida se puso de manifiesto en la lectura de conceptos muy elocuentes escritos por su nieto, Roberto Francisco, y que fueron pronunciadas en una calurosa tarde de verano, un 18 de marzo de 1992, en el cementerio de

La Chacarita, a la que sucedieron días grises de otoño conti-nuado y por un interminable invierno, triste y despreciable, no sólo para los familiares sino para la comunidad toda. “La abuela Cina era una persona que conocía, como pocas, el sen-tido de vivir. Ella tenía el equilibrio, la sabiduría de lo simple. Y ante cada uno de esos pequeños actos cotidianos, que tantas veces todos no sabemos valorar, nos regalaba su sonrisa, esa sonrisa auténtica, bellísima, que sólo una persona tan llena de amor puede tener. Te queremos mucho abuela y, ojalá, todos nos podamos parecer un poco más a vos”.

Al cumplirse los diez años del luctuoso y execrable suceso, la muerte la privó de conocer y gozar del cariño de sus bisnie-tos, Milagros y Salvador, quienes contribuyeron a cubrir en el entorno familiar, el infausto vacío espiritual que provocó su drástica desaparición. La respuesta frente a lo ocurrido que-dó traducida en una gama de sentimientos encontrados: ho-

rror, desesperación, angustia, disgusto, negación, acusación, indefensión, miedo, desamparo y confusión; persuadidos de que el peor escenario posible ocurre cuando el mundo es un testigo impotente ante un siniestro tan deplorable.

Al conmemorarse veinte años de su violenta muerte, la historia continúa y la pena no cesa. El dolor permanente seguirá, a pe-sar del duelo. El tiempo, en su reloj de arena, nos fue dando la templanza y la fuerza de espíritu necesario para creer, más que nunca, en los valores morales que nos inculcó. Nuestra familia, que siempre apostó a la vida, fue creciendo.

Nacieron Candelaria, Segundo y Joaquín. José María se unió a mí para acompañarme. En un nuevo aniversario de este trágico suceso, nuestro único deseo es que los culpables reciban la con-dena que merecen. No pedimos venganza. Exigimos justicia.

“La abuela Cina era una persona que conocía, como pocas, el sentido de vivir. Ella tenía el equilibrio, la sabiduría de lo simple.”

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ayerLa noche anterior estuvimos junto a ella. Y ella desapareció.Al día siguiente, media hora antes, me despedí de él e, incluso, le dije que le debía dinero por los cigarrillos para los policías y, al regresar, había desaparecido.¡Sí! Todos “me” desaparecieron. Ellos fueron mis amigos. Desaparecieron y ya no están más. Eli Carmon, Eli Ben- Zeev, David , Marcela y muchos otros que conocimos y a los que veíamos, casi todos los días y, otros, a los que no conocimos.Todos desaparecieron a manos de despreciables asesinos. Ellos “nos” desaparecieron en un instante y, si pensamos que veinte años es mucho tiempo y olvidamos y no recordamos … ¡Entonces, no! No olvidamos y siempre recordaremos.

Casi todos los días y, por supuesto, en esa terrible fecha del 17 de marzo de 1992, a las 14.45 horas, hora en que la tierra tembló bajo la representación de Israel en Buenos Aires, borrando - en un segundo- vidas completas, sepa-rando familias y generando huérfanos (aunque algunos digan que, con sus muertes, nos impusieron la vida).

Pero aquí, con sus muertes, nuestras vidas se volvieron más pesadas y tristes aunque debamos continuar y recordar. Y nos comprometemos que, hasta el último día, no olvidaremos ni perdonaremos.

TODOS“ME” DESAPA-RECIERON

Danny BiranDiplomático israelí

No perdonaremos a los abominables asesinos iraníes que no desdeñaron ningún recurso y no dudaron en destruir un barrio entero, un geriátrico, una iglesia, una escuela de jóvenes y, sobre todo, nuestra Embajada con nues-tros amigos (a quienes no olvidaremos), visitantes, transeúntes casuales en ese lugar, algunos porque trabajaban, otros porque hacían trámites, otros, simplemente, porque pasaban por la hermosa calle en ese día y a esa hora inadecuada y hoy ya no están.

“Les prometo no olvidarlos jamás, mis queridos amigos.Que vuestra memoria sea bendita.”

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VÍCTOR NISEMBAUN MARTÍN GOLDBERGLEA KOVENSKYFANNY CANGLADYS AQUINO

PLANTA BAJA

DANNY CARMON ALIZA EZRAMIRI BEN ZEEV-KORENCLAUDIA G. WAJSBORT

Testimonios de:

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14 I Se refiere a Eli Ben Zeev (fallecido en el atentado).

15 I Se refiere a Martín Goldberg.

Volvía de mis vacaciones anuales en Brasil y, leyendo el diario, una noticia me estremeció. Era el 7 de marzo de 1992. El jefe de seguridad de la Embajada israelí en Ankara (Turquìa), Ehud Sadan, había sido asesinado.

Cuando me reincorporé al trabajo, debido a las remodelaciones que se estaban llevando a cabo en el edificio, el ingreso a la Embajada se había modificado, pasando de Arroyo 910 a Arroyo 916; entrada habitual del consulado, lindante con el edificio vecino. Ese hecho salvó la vida a tres personas y a mí ya que nos alejó de la entrada principal y del coche bomba unos diez metros más del lugar en que, habitualmente, deberíamos haber estado.

Era un martes soleado de verano. Por la mañana hubo una conferencia de pren-sa. Luego Roni, nuestro jefe, se fue al Hotel Sheraton para planificar la llegada de David Levi, ministro israelí, cuyo arribo estaba previsto para algunas sema-nas después.

Estuve en la calle unos minutos e ingresé. Creo que fui el último junto con Eli 14 que se fue a su oficina y yo me quedé en otro lugar. Sentí una explosión ensordecedora y, de repente, todo se oscureció... Casi por instinto llevé mis manos a mis oídos. A modo de filtro, puse mi camisa sobre la boca. Me costaba respirar. Escuchaba gritos. Martín 15, un amigo y compañero de trabajo, gritaba: “- Apretá la alarma. Apretá la alarma”. Intenté tranquilizarlo.

Pasé mis manos por la cara y no logré verlas. Pensé que había quedado ciego. La oscuridad era total.

DE REPENTE TODO SE OSCURECIÓ… Víctor NisembaunSobreviviente

Todo el edificio había caído sobre nosotros.No se cuánto tiempo pasó. Seguramente fueron minutos que parecieron años y, de repente, una luz comenzó a entrar. Todo alrededor era destrucción. No había paredes ni ventanas. Nos ayudamos unos a otros y, levantando los pedazos de mampostería que cubrían mis piernas, logramos salir a la calle. Era un cuadro de guerra: los autos ardían. La gente gritaba. Los edificios de alrededor, da-ñados. Nos distribuimos las tareas. Fui hasta un bar, ubicado a media cuadra. Llamé, a gritos, a la gente de seguridad de un edificio que de-pendia de la Embajada. Pedí que lo cerraran y que aplicasen el plan de emergencia. Después, hablé a mi casa, con mi mama y le dije que había habido un atentado. Lo visto y vivido fueron, sin duda, los momentos más terribles y tristes de mi vida.

Todas las personas que trabajábamos en “Arroyo”, así llama-bamos al edificio de la Embajada, sabíamos, sin decirlo, la necesidad de volver a construir nuestra casa. Ninguno tuvo temor o pensó en dejar el lugar. Todo lo contrario: ese hecho tremendo nos unió y fortaleció como homenaje y respeto a la memoria de los que no pudieron salir con vida de allí.

Veinte años después de esa terrible voladura escribo: agradez-co el estar vivo y el haber podido formar una familia, con dos hijos hermosos - Lara y Facundo - y una mujer maravillosa que me ayudan a seguir adelante.

hoy

Un hecho que nunca podré borrar de mi mente fue cuando, en la maña-na del viernes, tres días después del atentado, le entregué a Miri, la espo-sa de Eli, una bolsa con su reloj, la bi-lletera y la alianza de casamiento.

En su momento sentía tristeza, bron-ca y, a veces, culpa por estar vivo. Eli tenía 33 años; esposa, hijos y todo una vida por delante.

Sentí gran angustia por esa situa-cion. Los años hicieron cambiar mi modo de pensar.

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MI QUERIDA SHAGRI

Le pedí a Noam que pulsara el “botón de pánico” para informar a toda la Embajada de esa situación. Recuerdo que, Noam, me dijo que no veía donde estaba el pulsador. Le grité: “- en la pared”Y me respondió: “- No hay pared” .

16 I Shagrirut (embajada, en hebreo).

En el año ´87, con 18 años recién cumplidos, comencé a trabajar en la Embajada de Israel en Argentina. Mi primera función fue en el colegio israelí, que funcionaba en la calle Paraguay 1535, donde estudiaban los hijos de los enviados de Israel.

El destino quiso que, por intermedio de mi gran amigo Diego que, en esa época trabajaba en la Embajada, me presentase a Salman A. con quien nos hicimos muy amigos. Fue él quien me propuso ingresar a trabajar en la Embajada.

Siempre recuerdo mi primera reunión, con quien fuera mi primer jefe. Al ingresar a su oficina me miró y dijo: “- ¿Tenés un aro? Acá no se usan esas cosas.” Entendí que, si no me sacaba el aro, me quedaba sin oreja.

Por aquellos años recién terminaba el secundario y transi-taba mi adolescencia, como cualquier chico, dedicándome a la música como hobby, tocando en fiestas y cantando en algunos templos. La realidad fue que, con 18 años, un mundo nuevo se abría ante mí, habiendo pasado, sin darme cuenta, a formar parte de una gran familia a la cual sigo ligado hasta hoy. Tuve la suerte de conocer mucha gente durante los años

Martín GoldbergSobreviviente

que trabajé en la “Shagri” 16 y con muchos mantenemos una gran amistad.

Luego de un tiempo, fui trasladado desde la calle Paraguay a Arroyo 910/6 donde, pasado algunos meses, decidí viajar, por un año a Israel. En el año `91, aconsejado por mí amigo y hermano Salman A., escuché sus “amables” palabras: “Vagos en mi casa ¡no! Si no estudias o trabajas, te vas” .

En forma rápida armé mi valija y decidí regresar para estudiar en una universidad argentina. Al volver, la gran familia de la “Shagri” me recibió y retorné a mi antiguo trabajo; esta vez como alumno universitario. Al cabo de algunos meses me fui a vivir con dos compañeros de trabajo y grandes amigos, Aviv y Noam, a un departamento muy cerca de la Embajada.

El 17 de marzo de 1992 llegué muy temprano. El día se de-sarrollaba en forma normal. Luego del almuerzo compartí un café con mis compañeros de trabajo (Víctor, Noam y Alberto) cuando, de repente, todo se oscureció y tuve la sensación de quedar electrocutado. Minutos después comenzó a faltar el aire y entendí que habíamos sufrido un atentado pero nunca imaginé que fuera de tal magnitud.

La verdad que no recuerdo cuánto tiempo estuvimos bajo los escombros pero sí que, de repente, mire al cielo y vi la luz, que provenía desde el exterior. Me saqué, como pude, las co-sas que estaban encima de mí y me levanté. Tenía cortes en

muchas partes de mi cuerpo y gran dolor en una de mis piernas. Salí y comencé a ayudar a mis compañeros, que estaban en otro sector, a quie-nes fuimos rescatando de a poco. Al llegar las primeras ambulancias fui atendido en el lugar y, luego, llegué a un sanatorio.

Esa experiencia me dio mucha más fuerza para continuar trabajando en “mi querida Shagri”. Empezamos a armar la sede provisoria y, luego, en el actual edificio, donde ocupamos un piso hasta que nos trasladamos a las oficinas defini-tivas. En el año ‘96 terminé mis estudios univer-sitarios y entendí que un ciclo estaba concluido, dando por terminado mi trabajo en la “Shagri”.

En el año ‘97 me casé con Fanny y tuvimos dos hermosos hijos Federico y Sophie. Hoy a, casi, 20 años del terrible atentado, cada 17 de marzo recuerdo este día como si fuera este instante y espero que no quede en el olvido, ya que mucha gente lamentablemente no pudo salir con vida.

hoy

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Entre todos los primeros momentos, posteriores al atentado, me viene a la memoria uno en especial. Estoy sentada, en una gran sala del Hospital Fer-nández, esperando ser atendida. En forma repentina y desesperada empiezo a buscar un teléfono. Siento gran necesidad de avisar a mi familia que estoy VIVA. El único que, en ese momento, tenía teléfono era mi hermano Abraham en su oficina. Llamo y me atiende su socio. Casi, a los gritos, y ante la mirada atónita de la recepcionista del lugar le digo:

“- Si Abraham se comunica, díganle que estoy ¡VIVA!”.

Compulsivamente, cada 15 minutos, vuelvo a llamar al mismo número. Hablo con la misma persona y le digo exactamente los mismo:

“- Si Abraham llama, díganle que estoy VIVA”.

Continuo así hasta que me llaman para ser atendida.

Nunca esa pequeña palabra había tenido, para mí, tanto significado.

Nunca, hasta ese momento, me había planteado la posibilidad de perderla.

Nunca pensé que alguien podría decidir sacármela, adueñándose de mi vida como si fuera algo de su propiedad.

Con el pasar de los días cuando, de a poco, las cosas volvieron a reacomodar-se, me preguntaba cómo iba a ser continuar viviendo rodeada de ausencias con tanta presencia….

¡ESTOY VIVA!

Lea KovenskySobreviviente

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A lo largo de estos 20 años mis amigos me acompaña-ron, guiaron, aconsejaron y fueron de gran inspiración en momentos especiales.

Con ellos aprendí que la violencia es un camino sin sa-lida. Con ellos comencé a recorrer el difícil camino de la tolerancia, a valorar la diversidad, lo diferente a mí, lo otro.

La bomba, cuyo destino era matar y destruir, falló en su objetivo. Mirta, Marcela, Eli, Ali, Zehava, Raquel, Beatriz, Graciela, Rubén, Escorcina vi-ven en los corazones de todos noso-tros. Laten con cada uno de nuestros latidos. Ríen cada vez que sonreímos.

Crecen y se multiplican en cada nuevo ser que llega a este mundo pasando a formar parte de la gran fami-lia en la que, desconocidos hasta el 17 de marzo de 1992, nos hemos ido transformando los familiares y sobrevivientes del atentado.

ayer

“El tiempo me ayudó a descubrir que la vida es mucho más que nuestros cuerpos.”

Lea Kovensky y el marine norteamericano que la rescató.Revista Gente, Atlántida-Televisa

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Siento que el día del atentado a la Embajada de Israel cambió mi vida.

Mi viaje a Israel había sido una decisión acertada. Así lo creí desde mi llegada al puerto de Haifa, el 1º de enero de 1963. La familia del hermano de papá me esperaba. Mi tía Zlate, no sé cómo, logró filtrarse hasta llegar al pie de la rampa del bar-co. No era poca cosa esa primera muestra de cariño. Me sentía tan bien...Llegaba a una casa donde me llenaron de amor y ese sentimiento no fue sólo del primer momento sino que perma-necerá inalterable hasta el fin de mis días. Me trataron mejor que a sus propios hijos.

Israel fue, para mí, el comienzo de un mundo perfecto. Ese sen-timiento lo mantuve intacto hasta el 17 de marzo de 1992. Todo me parecía maravilloso. Todo…. Todo….Los paisajes, las personas, los sabores, las diferencias, la “mala” y “buena” edu-cación. Mi vida tenía todos los colores pero, si había un deno-minador común, era el de la alegría. No extrañaba a mi familia y, definitivamente, me había reencontrado con mis raíces y el sentimiento permanente de pertenencia a un pueblo y a una historia.

Me casé. Nació Ronit, mi única hija y, por el matrimonio de mi hermana, viajamos a Buenos Aires. No soñaba, siquiera, con volver a vivir en esta ciudad pero Arie, mi marido, quiso que-darse, entre otros motivos porque había encontrado a una

UNA VIDA DE TODOS LOS COLORES Fanny CanSobreviviente

familia cosa que, desde los 13 años, cuando lo detuvieron los alemanes, no tenía. Fue entonces cuando me planteó que lo mejor era radicarnos en Buenos Aires para que Ronit tuviese un marco afectivo más grande, con tíos, abuelos, primos…. Acepté, sin mucho convencimiento. En algún momento, tal vez, consi-deré que era lo mejor.

Y desde entonces acá estamos.

Al tiempo comencé a trabajar en la Embajada de Israel y mi in-greso, por muchos motivos, fue algo que vi como sumamente auspicioso. Me encantaba la tarea y la gente. Era la más “vieja” de todos. Tenía 33 años. Para mí fue un privilegio estar en ese ámbito. Los diplomáticos me trataban con respeto y afecto. Y, de a poco, mis compañeros fueron achicando las distancias que generaban mi puesto y la edad. Al mismo tiempo, sentía que estaba “cerca” y “lejos” de Israel; cerca porque era un pedazo de suelo israelí y lejos por la distancia física, que seguía siendo inmensa.

Logré aislarme del afuera. Todo era Israel: la comida, las perso-nas, el mundo…. Defendía al Estado desde mi labor: cada peso o gasto sentía que lo hacía en nombre de un país pobre al que había que ayudar.

El verano de 1992, como lo hacíamos siempre, pasamos unos días en San Clemente con mis padres. Tenía, por entonces, 52

años. Ese 17 de marzo era de intenso sol. Entré – fruto de las refacciones – por una puerta de emergencia. Esa mañana me crucé con Víctor. No sé en qué momento comencé a sentir una fuerte opresión, en la garganta y en los oídos, que me ahogaba. Esa misma sensación la tuve, años después, en las oficinas de la Avenida de Mayo.

Había llegado el arquitecto Pitchon, a cargo de las obras de remodelación de la Embajada. Enseguida comenzó hablar con Danny Carmon.

Y, luego, la noche y la oscuridad más absoluta.

Me desmayé y una biblioteca de la oficina quedó, haciéndome una especie de techo, por encima de mi cuerpo que yacía sobre el escritorio. Esa pasarela sirvió para que el cielorraso no caye-se encima de mí. No sentí golpe alguno y tampoco sé cuánto duró pero, al abrir los ojos, me costaba ver claro: miraba y no entendía qué había pasado. Escuchaba gritos y órdenes: “- Sal-gan de ahí”.

Observé a mí alrededor y vi a Danny desmayado, debajo de su escritorio. De a poco, logramos ponernos de pie y comenzamos a caminar. Colocaron una tabla- como si fuese un puente- des-de mi escritorio hasta una ventana que daba a la calle Suipacha y por ahí salimos. Alguien nos dio una mano. No entendíamos qué había sucedido. Estábamos aturdidos. Estuvimos senta-dos, en el cordón de la vereda, sobre la calle Arroyo cruzando Suipacha, cerca de la discoteca “Mau Mau”, un buen rato.

Danny buscaba y preguntaba: “- Eli (su esposa, Eliora) ¿dónde está?”.

Había preguntas que no sabía contestar pero descartaba que, si habíamos salido nosotros, todos lo habían hecho.

Luego nos subieron en una ambulancia hacia el Hospital Fer-nández dónde nos colocaron sobre unos colchones, tirados en los pasillos. Una persona nos preguntó si queríamos que hicie-ran llamadas telefónicas a los familiares. Arie estaba por salir cuando le avisaron donde me habían llevado. Ronit, mientras tanto, desesperada, tomó un taxi hacia Arroyo.

Al rato, nos asignaron una habitación con Lea. Recuerdo que su familia le trajo ropa de cama, que compartió conmigo. Aún me veo con el “sexy” camisón que me prestó.

La Dra. Adela Kohan (cuya madre es mi amiga, desde hace mu-chos años) al enterarse, fue una de las primeras en llegar, revi-sarme y decidir mi traslado e internación en terapia intensiva en la Clínica de la Ciudad. Fueron tres días en esa unidad en la cual, lo único que sé que hice fue dormir, dormir y dormir.

Por la televisión me enteré de la muerte de Eli Carmon y hoy, todavía, la lloro. ¡Qué ser extraordinario y completo! Recuerdo nuestras charlas. Unos días antes ha-bíamos ido a la peluquería. Repetía una y otra vez, que era “la primera vez, que, sin deudas, disfruto y soy inmensamente feliz” (viajaron con sus suegros, Danny y los hijos, a Bariloche y con Danny, solos, al Chalten).

Y lo que son las cosas de la vida. Ese día Eli no tenía que llegar a Arroyo. Había dos motivos: el primero que Ayala, la menor de los Carmon, comenzaba su guardería y Eli, temiendo que no quisiera despe-garse de ella, se había quedado para su adaptación. Pero, para su sorpresa, Ayala saludó y entró contenta sin siquiera dar-se vuelta para ver donde había quedado su mamá. ”No le había dado ni cinco de bolilla”. Ayala estaba feliz de estar con otros chicos.

Y había una segunda causa: debía pre-parar una cena, que tenía como invitado central a Víctor Harel, que había llegado a Buenos Aires para difundir las buenas nuevas del inicio, en Madrid, del proceso de paz.

Lo cierto fue que pasó por la oficina para ver si había cartas. Quedó un momento hablando conmigo. Sacó una fotocopia y, luego, subió al segundo piso, en el mo-mento que explotó la bomba.

Vuelve a resonar en mí el ”-tuviste suer-te” de Arie; aquel ”-no te pasó nada”. Y me pregunto “-¿Por qué tuvo que subir Eli?” Y “-¿por qué, los que quedamos en la planta baja, sobrevivimos?”.

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Mi familia me ocultaba lo pasado, cuál había sido el destino de mis compañeros, quién era responsable de esa bomba. Me escondían los diarios. No me dejaban ver televisión. Hubo un intento común de protegerme.

Me dieron el alta el viernes en que enterraron a Mirta Saientz y, el sábado, llegamos, con Arie y Ronit, al ICCAI de Paraguay 1535 a intentar acomodar los papeles salvados del desastre. No podía entender a mis compañeros que no lograban sobre-ponerse a lo ocurrido. Para mí eso era rendirse. Lo único que me importaba era seguir. Tenía la convicción que “no nos iban a ganar” y Arie me repetía, una y otra vez, “- Vos estás bien”.

Era un ejemplo de que, como a Arie, la tragedia no me había ganado.

Veinte años después tomo conciencia de que, desde aquel 17 de marzo de 1992, bajé una cortina y seguí adelante. Pero, en algún momento, ese pesado andamiaje cayó y, lo que no lloré en su tiempo, ahora se transforma en sensibilidad y sen-timientos a flor de piel. Digo y me digo ”Fue una atrocidad” y “Es una tragedia”.

Mientras tanto, nadie se hace cargo de nada. Veinte años después, siento que no sólo soy sobreviviente de un atentado sino de un terremoto. Tengo una tristeza terri-ble que me acompaña siempre. Y rabia, contenida, porque fui abandonada.

Veinte años después sé que, para mí, el atentado fue un gran golpe. Eso lo comprendo ahora, no en los primeros momentos

ayer

donde el imperativo fue colocar “la casa” otra vez en pie para seguir adelante, sin mirar lo que había pasado ni las secuelas que dejaba.

Veinte años después sé que morí ahí porque la que salió por aquella rampa fue otra persona. Y debo estar por los que no están. En el “día a día” nada fue igual. Los que sobrevivimos quedamos huérfanos. No significábamos nada. Israel padecía, y sufre, a diario, dolores semejantes. Pero yo necesitaba la pro-tección del Estado hebreo y, por eso, la pérdida fue enorme. No sólo fue la muerte de compañeros y amigos, sino la caída de “mi casa-refugio”.

La nueva sede no fue un hogar como Arroyo. Fue fría y más parecida al común de las oficinas. No había donde construir una casa. Avenida de Mayo constituyó una cáscara vacía de sentimientos, sin calor “israelí”, como el que conocí. Los diplo-máticos no fueron nuestros compañeros y amigos, como los que tuve durante tanto tiempo. Eran extraños. Para ellos Arro-yo 910/16 no significaba nada. No podían anidar sentimientos sobre lo que no conocían. Tampoco entendían qué “nos” había pasado ni menos qué era lo que se esperaba de ellos.

Los que sufrieron pérdidas graves se aislaron como si los que sobrevivimos con menos daños físicos fuésemos los culpables.

Y la bomba me dejó sin hogar.Y la bomba destruyó muchas vidas. Muchos proyectos. Muchas familias. Frente a todo eso, no hay reparación posible.

hoy

Con su marido, Ronit (su hija) y sus nietos.

La oficina contable en Arroyo 910/6.

Bar Mitzva de su nieto mayor.

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Me llamo Gladys Aquino. En 1992, tenía 34 años. Estaba casa-da y era mamá de dos hijas, Sabrina y Lorena; ambas en edad escolar. Me ocupaba de la limpieza de la planta baja donde estaban las oficinas del consulado, la agregaduría comercial y militar, el conmutador y el departamento contable.

Las reformas habían comenzado pocos días antes y el ambien-te era de mucho movimiento. Personal local, diplomáticos y obreros alternaban con la llegada del público que iba al con-sulado, que atendía por separado.

En un intento, casi inútil, de mantener lo más ordenado posi-ble ese lugar, en medio de mezcladoras y albañiles, encontré sucia una taza. Subí a la cocina a lavarla. Mientras hablaba con Esperanza (que hacía el servicio doméstico en la primera planta) de pronto vi, en medio de la más absoluta oscuridad, luces de muchos colores. Mi sensación fue que todo aconteció en un segundo y caí, agachada en cuatro patas, aplastada por escombros. De inmediato pensé: “- Explotó el calefón”. Me que-de quieta esperando que la gente de seguridad me viniese a sacar.

“- Me voy a casa ¡qué bueno!”. Ese fue otro segundo porque, de inmediato, empecé a sentir los gritos de Esperanza: “Gladys, Gladys”. No me asusté pero no dejaba de rumiar: ”- ¿Por qué no viene y me ayuda?”

Intenté quitarme lo que me oprimía la espalda y, a pesar de mis esfuerzos, no pude. Llegó alguien y Esperanza gritó:“- Gladys ¿está ahí?”.

NO NOS PODÍAN ASUSTAR Gladys AquinoSobreviviente

No dejaba de pensar: “-¿Por qué no me ve?”. Erez, el israelí que estaba al lado de Esperanza, me pisó y ahí me asusté.

De inmediato reaccioné: - “No debo hablar”. Recuerdo que esa mañana era hermosa y me decía: “-¡Ahora me van a devolver en un cajón”! ¡Pobre mis hijas” “¡pobre mi madre!”

Sabía que si Erez me pisó fue porque no me veía y, por tanto, no era algo fácil de solucionar. En ese momento, sentí que ha-bían sacado algo de mi espalda y me pude mover. Le pregunte, ”-¿Qué paso?” y me contestó: “- Es un escape de gas”.

Me levanté y, la primera sorpresa, fue que se había “borrado” la planta baja. Entraba el sol y caía agua de un tanque. El ruido de las sirenas era intenso. Llegué abajo, por la escalera principal y volví a subir porque no se podía salir. Estaba entera y sin un zapato. Escuchaba gritos desde el ascensor. Eran de Raúl. 17

Subí por la escalera de servicio al tercer piso. Hugo me pedía que cruzara porque íbamos a salir por el edificio lindero, de la calle Suipacha … Pero no podía. Hugo 18 me sostuvo y salimos a la calle.

De inmediato pedí a un compañero algo de dinero para hacer una llamada a mi casa. Me dijo “- No tengo cambio”. Quería hablar con mi familia, decirles que estaba viva. Salí caminan-do con un zapato. Me saqué el otro y, a lo largo de Suipacha, anduve descalza mirando y buscando caras conocidas. Entre los primeros que me encontré fue con Alberto K. Le pregunté por la gente de planta baja, los que estaban en el consulado,

ayer

17 I Se refiere a Raúl Moreira.

18 I Se refiere a Hugo Escalier.

en la cabina de seguridad… Yossi (personal de seguridad) me levantó en brazos y me metió en una ambulancia, en la que estaba Raúl. Iba acostada, sangrando por la boca. Llegamos al Hospital Rivadavia. No éramos los únicos. Había mucha gente que preguntaban… y nadie tenía respuesta.

En la guardia di el teléfono de mi mamá, mi hermana y mi tía María con la que, finalmente, se comunicaron. María fue la encargada de avisar que estaba viva. Al poco rato llegaron mi mamá, mi marido, mi hermana Rosa y mi cuñado.

“Todavía tengo el calor del abrazo que me di con mi madre. Lloramos”. “- Yo sabía que ibas a estar bien”, decía mi marido. Y mi respuesta fue: “- Sí, pero perdí el zapato”.

Gladys (sin zapato) junto a su madre y su tío. Sentados: Sabrina (hija) y un sobrino.

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Erez, la persona de seguridad que me sacó los escombros más pesados que te-nía sobre mi espalda, fue una de los pri-meros que vi, cuando retome mi trabajo. El encuentro fue en medio del patio del ICAI. Lo besé y abracé tanto … ¡No sabía cómo agradecerle!

El problema fue que ese abrazo y beso lo repetía cada vez que lo encontraba, has-ta que aprendió a esquivarme.

Un momento que recuerdo con enorme alegría fue la celebración de “mi” primer Iom Hatzmaut, en Arroyo. Corría 1990. Me asignaron el guardarropas y ver toda esa gente que conocía por los diarios y la televisión, todo ese movimiento, todos los militares con sus trajes de gala, toda esa felicidad … Sentía que tenía acceso a algo inimaginable. Con la salida de la última persona, arreglábamos la casa para la llegada, al día siguiente, al me-diodía, del segundo grupo de invitados. Eran tantos que, en una sola reunión, no tenían cabida.

Estuve en la guardia entre las 3.30 de la tarde y las 8 de la noche. Se prolongó más de lo esperado no por necesidad sino porque se suponía que llegaría un juez, para tomar declara-ción; un juez que nunca llegó. Salimos y fuimos a la casa de mi hermana, Graciela. Sabrina (la mayor de mis hijas) había visto, por televisión, el brutal ataque terrorista. Mi marido in-tentó tranquilizarla: “- Tu mamá está bien”.

Mis hijas conocían la Embajada y no tenían la misma con-vicción de que “estaba bien”. Lorena no supo nada hasta que volvió del colegio. “-No entendía qué era un atentado”.

Llegaron a verme todos: mis familiares, vecinos, amigos, las maestras de mis hijas … el barrio entero. “Fueron mis cinco minutos de fama”. Luego volví a mi casa de la que salí dos veces para hacerme curaciones en la Clínica de la Ciudad, de Parque Centenario. Recuerdo que la primera vez que entré a ese edificio me dio miedo. Mientras tanto, seguía los aconte-cimientos por televisión. Cada vez que aparecía un nombre era un enorme dolor. En especial me afectó el encuentro de los restos de Beatriz Berestein, a la que había cruzado antes de ir a lavar la taza de café. A Beatriz la bomba la encontró en la puerta de la Embajada. Veinte años después, en una conversación con un compañero, me enteré que estaba espe-rando un taxi en la vereda. Y, también, tengo muy presentes a los chicos, todos jóvenes, que estaban en la mezcladora que, con seguridad, ni sabían qué era una Embajada. “¡Pobrecitos! ¡Eran tan jóvenes!”

A medida que iba recuperando fuerzas hablaba con mis com-pañeros. El primero fue Alberto K. que, por entonces, era mi jefe. Me informó que la Embajada estaba funcionando en el ICAI (Instituto Cultural Argentino- Israelí, Paraguay, 1535). No conocía ese lugar. Hasta que volví a trabajar no me en-contré con ninguno de mis compañeros. No recuerdo si una o dos semanas después quise regresar a pesar de que toda la familia estaban en contra de esa decisión. Me mantuve firme: “ Había que seguir. No nos podían asustar”. Sentía que “nos” había pasado y que “había que ponerse de pie, demostrando que no nos habían vencido”. Volví. Ese primer día fue de mu-chos nervios. No sabía con quién me iba (o no) a encontrar tras la puerta. Intentaba recuperarme. Regresé, sin miedo, a mi casa, aliviada. Estaba contenta de hacerlo en contra todo lo que decían en mi familia “- Dejá el trabajo”. Siempre estu-ve convencida de que ese era (y es) mi lugar.

Veinte años después, agradezco a D-os que me ayudó a cono-cer a mi primer nieto, Lionel; de poder haber acompañado a mis padres hasta sus últimos días, de ver a mis compañeros (los que están y los que se jubilaron), a todos. Lionel es mi mayor felicidad. Lo vi nacer, aprender a caminar, sonreír … y con mis hijas, que crecieron y son buenas personas y a las que, ojalá, pueda acompañar mucho tiempo.

Creo que en el tema del atentado a la Embajada de Israel na-die se movió lo suficiente. Hoy por hoy, muchos, me ven como una sobreviviente y eso no tiene ninguna importancia. Cada vez el olvido es mayor. Me hubiera gustado que mirasen, bus-casen , se fijasen … pero no hay nada.

Hoy estoy feliz de continuar. Siempre me gustó trabajar y lo hice, y lo hago, con placer. Estoy orgullosa de pertenecer a este lugar donde, espero, jubilarme. En poco tiempo, desearía armar un álbum con todas las fotos de las alegrías compar-tidas y, hasta que me muera, deseo que, ese 17 de marzo de 1992 no se borre de mi memoria.

Pertenecer a la Embajada me brindó mucho. Fui, y soy, muy reconocida. Formo parte de una familia con la que, junto a mis hijas, compartimos gozos y sombras. Sabrina y Lorena conocen a todos por sus nombres y viven, a la distancia, el día a día de cada uno de sus integrantes. Lloro cada 17 de marzo, el que puedo pasar en cualquier lugar. Lloro por tanta hipocresía. Fue un atentado que comprometió a hombres y mujeres. Nos queda sentir y recordar.

Aprendí que “nadie muere ni un sólo minuto antes, ni un sólo minuto después” y sé que ese, el de aquella tarde, no fue mi momento. Y, en cuanto a la idea de justicia, creo que las cosas deben hacerse como corresponde, sin subjetividades y sin pri-vilegios. Entiendo que no basta con recordar sino que a las familias de los deudos y a nosotros, como sobrevivientes, se nos debe reconocimiento, respeto y cariño.

hoy

Con mi nieto, “Lio” Lionel.

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El 17 de marzo se conmemorarán los 20 años del suceso que conmovió la vida de tanta gente. En esos días, muchos, en el mundo, se emocionaron y angus-tiaron frente a la imagen del edificio destruido. Numerosas personas en Israel, Argentina y a lo largo del planeta, siguie-ron - en tensión- los intentos de rescate, enojados con los des-preciables terroristas y, luego, compartieron la pena de padres, niños, hermanos y hermanas, mujeres y esposos, que perdieron a sus seres queridos en la tragedia de la Embajada. Pasaron los días. Cambiaron los titulares. El mundo desvió su centro de atención del modo más natural hacia otras noticias, otros ám-bitos, nuevos acontecimientos.

Ese es el camino y, quizás, es bueno que así sea.Me resulta muy difícil escribir sobre ese tema tal como me es muy complicado revelar y ser descubierto alrededor de un su-ceso tan privado y tan público; acontecimiento que cambió nuestras vidas de punta a punta, tragedia que mató a decenas e hirió a cientos… “El suceso del 17”, tal como es denominado en Argentina.“¡El 17!”Me es arduo escribir dado que, además de haber sido una de las víctimas de la tragedia, continué con mi trabajo en el servi-cio exterior israelí, algo de lo que me enorgullezco. Ese “doble juego” no ayuda ya que, sin exagerar, es como “abrir” y que se “me abra” la puerta. Y, de todos modos, esas cosas se dicen sólo desde el punto de vista personal y con intencionalidad.

ESE ERAEL CAMINO Danny CarmonSobreviviente y viudo de Eliora

Eli, que era diseñadora de productos y medio ambiente, traba-jaba en la Embajada haciendo una pausa en su profesión a fin de acompañarme en mi misión en Argentina.

A pesar de que se proponía volver a casa más temprano, a fin de terminar con los preparativos de la cena oficial que tenía-mos prevista para esa noche, estaba en el edificio de la Em-bajada en el momento del estallido. Más aún: “nuestra” Eli estaba en el lugar no indicado en el momento no apropiado. La suerte no la acompañó. El final es conocido.

Fui herido durante el atentado. Perdí el conocimiento y, du-rante horas, bajo la influencia de medicamentos despertaba, dormía y, poco a poco, acepté y entendí (si es que resulta po-sible entender) la amarga noticia. Pedí a mis colegas que me permitiesen ser el que contase a los niños lo ocurrido. Nunca olvidaré el desgarrador momento en el que ingresaron a mi habitación del hospital los cinco, de pie, angustiados frente a mi cama para escuchar, de mi boca, lo peor.

Nosotros perdimos a Eli, mi esposa y madre de nuestros cinco hijos. Mujer adorable, israelí verdadera, jerosolemitana de corazón y alma, que irradiaba su luz a todo aquel que la rodeaba.

Danny Carmon con su hija Ayala, en brazos, a su llegada a Israel. Revista Gente, Atlántida-Televisa

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Cada persona cuenta su singular modo de enfrentarse al duelo, a la ira, al pavor de una desgracia que nunca pensó que le ocurriría. Las adversidades son cosas que ocurren a los otros, ¡no a uno! Y, de todos modos, nos encontramos a nosotros mismos, la familia Carmon, en el ojo de la tormen-ta; en el candelero público sobre sus cinco hijos, destino de interés, participación, compasión, voluntad de colaborar… Y no se está preparado para ello. ¿Quién piensa que eso le ocurrirá? Y, ¿quién quiere prepararse para el día en que te avisen, a ti y a tus hijos pequeños, que mamá fue enterra-da viva bajo las ruinas de la Embajada de Israel en Buenos Aires?

Muchos, a nuestro alrededor, quisieron colaborar desde el primer momento. Los amigos, compañeros de trabajo, fami-lia y miembros de la comunidad, amorosos y preocupados nos envolvieron; toda gente muy querida que hizo lo posible para hacernos sentir bien, que pudiéramos retornar, cuanto antes, a nosotros mismos, que enfrentásemos el dolor y la pérdida del modo más fácil. Valoramos mucho esos gestos y nunca los olvidaremos.

Pero, de repente, llegamos a la intuitiva conclusión que, para volver a reconciliarnos, debíamos levantarnos de las sillas del duelo hacia la realidad del “día a día”; regresar a lo que definimos como “rutina” de vida, crecimiento perso-

ayer

nal y familiar, estudio y trabajo. Siento que logramos, a lo largo de los años, vivir una vida común y, también, alegre, capaz de articular en el interior de la rutina, de manera sana y cada uno a su modo, la nostalgia por Eli. Cuando miro a cada uno de los maravillosos chicos que dejó Eliora, como verdadera herencia, los mismos chicos a los que Eli se pre-ocupaba por mencionar en cada conversación y ante cual-quier interlocutor, la veo en ellos…Cada uno recibió de ella algo distinto y, a pesar que algunos carecen de recuerdos concretos (en especial Ayala, que sólo tenía 2 años cuando Eli murió), brotan sus cualidades, sus formas de hablar, sus aptitudes de ayuda e, incluso, sus “maneras” de preciosa mujer que sabía, con exactitud, cuáles eran sus recursos y su belleza.

Cuando a ti y a tu familia les ocurre una desgracia de seme-jante dimensión, y lamentablemente ocurren desgracias de ese y otros tipos a mucha gente, existen algunos caminos para enfrentarlo. Me parece que mi familia eligió un modo particular de retorno; en cierto sentido rápido, a una rutina de vida que mira hacia el futuro; una rutina que busca lo mejor y lo más alegre de la vida y no se hunde en el dolor del pasado. Ello no logra – en cada uno de nosotros- calmar la fuerza de la pena ante la pérdida. Por el contrario: si Eli hu-biera sabido que sus días serían cercenados en un cruel mo-mento de terrorismo ciego y enloquecido, ese hubiese sido el camino que hubiera deseado señalar para nosotros.

“Cuando miro a cada uno de los maravillosos chi-cos que dejó Eliora como verdadera herencia, la veo en ellos… brotan sus cualidades, sus formas de hablar, sus aptitudes de ayuda e, incluso, sus “maneras” de preciosa mujer que sabía, con exac-titud, cuáles eran sus recursos y su belleza.”

Danny Carmon y Fanny Can al salir del edificio. Revista Gente, Atlántida-Televisa

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ayer

Dos años y medio después del terrible atentado al edificio de la Embajada de Israel en Buenos Aires, llegué a la representación para hacerme cargo del servi-cio, en el rol de Cónsul y a cargo de la Dirección de Personal. Durante esos dos años, fui testigo, día tras día, del gran dolor y las cicatrices que dejó el atentado en gran parte de los empleados de la representación. Su sufrimiento no siempre fue expresado en palabras pero sus ojos lo decían todo. A través de ese grupo aprendí algo sobre las personas que murieron, la pérdida y el enorme espacio que quedó en el corazón de sus familias.

Como enviada de Israel sentí que debía hacer algo a fin de perpetuar a todos aquellos que se fueron para no volver y busqué una idea de cómo hacerlo. Con ayuda de la Cancillería y junto a Bat-Sheva Wainstein , comenzamos con el pro-ceso de idear y concretar el proyecto. Entonces recibí, como si fuese un regalo, al arquitecto Hugo Salama.

Los tres, Hugo, Bat-Sheva y yo, comenzamos en la búsqueda de algún resto del edificio de la Embajada destruida para convertirlo en memoria viva. Hugo Sala-ma, con enorme aptitud, logró rescatar una pilastra siendo éste el motivo alre-dedor del cual se creó la escultura, simbolizando la posibilidad que, desde ese recuerdo hecho presente, se comenzara a transitar un nuevo tiempo.

Cuando la obra de Salama se terminó y colocó dentro de las oficinas de la Em-bajada, sentí que me había convertido en parte de esos mismos empleados de la representación que sobrevivieron al atentado y se me permitió el gran honor de ayudar, de ese modo, a perpetuar el recuerdo de los caídos.

¡Qué sus memorias sean benditas!

PERPETUAR LA MEMORIAAliza Ezra 19

Diplomática Israelí

19 I Incluímos este testimonio en el interior del edificio por ser la promotora del monumento que, en la Embajada, recuerda la tragedia. Aliza llegó a cumplir su misión en las oficinas actuales.

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SOMOS NUEVAMENTE UNA FAMILIA NORMAL

ayerTras el atentado de marzo del ‘92, retornamos a Israel con Eilon (de 6 años) y Omer (de 1 año y medio). Eilon- que había comenzado su primer grado en Buenos Aires - volvió al jardín y Omer - que estuvo muy enferma durante las primeras semanas en el país - ingresó a una guardería familiar para que pu-diese, otra vez, comenzar a rearmar mi vida. Vivimos en lo de mis padres dado que era incapaz de ingresar a nuestra antigua vivienda y, después de algunos meses, nos trasladamos a nuestro departamento.

Cerca de tres años vivimos solos intentando acostumbrarnos a la nueva reali-dad; años en los que, la sombra de Eli, fue inmensa y sentida en cada parte de nuestras vidas. Los chicos eran muy pequeños y yo estaba dolida y confundi-da intentando abrir un camino en esa nueva vida.

Al principio, trabajé en empleos que resultaban cómodos para la crianza de los chicos (y no justamente en lo que me interesaba). Pero, con el tiempo, comencé a estudiar y ocuparme de lo que me gustaba hasta hoy.

Después de tres años, se sumó a nuestras vidas Zeevi, (Eli Ben Zeev…), que es mi esposo actual. Omer se alegró mucho por la llegada de un papá y, para Eilon fue un poco más difícil. Tras algo más de un año, nació Adi, hermana de Eilon y Omer. “Y desde entonces somos nuevamente una familia normal”, mientras Eli acompaña siempre nuestras vidas. Eilon tiene, en la actualidad, casi 26 años. Trabaja con animales. Omer finalizó, hace poco, su servicio en el ejército y ahorra para hacer un gran viaje. Adi, de casi 15 años, vive siempre junto a los cuentos del papá de Eilon y Omer.

Miri Ben Zeev - KorenEsposa de Eli

Hijos de Eli Ben Zeev alrededor de la fecha del atentado

Bar Mitzva de Eilon Ben Zeev

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hoyEilon estuvo, hace tres años, en Buenos Aires y dijo Kadish 20 en el monumento que se construyó allí. Omer y yo participamos en el décimo aniversario.

Desde entonces, dos veces estuve en Buenos Aires y, cada vez que llegaba, sentía como si Eli estuviera allí mucho más que en cualquier otro lugar, como en su moshav 21 o en la ciudad en la que vivimos, siendo pareja. Con la llegada de cada aniversario los recuerdos surgen y brotan y, con ellos, el dolor que oprime cada día en el más profundo interior.

Nuestra esperanza es continuar viviendo vidas normales tanto como sea posible, tal como lo hicimos hasta hoy, a pesar de los que nos fue quitado ese terrible 17 de marzo de 1992.

20 I Kadish es la plegaria de la persona de duelo aunque, en la realidad, proclama la supremacía de D-s y la inmortalidad de Israel. Kadish Yatom se recita en memoria de los muertos.

21 I Tipo de comunidad rural de carácter cooperativo, formado por granjas agrícolas individuales.

“La historia nos ha impuesto una carga sumamente pesada; pero mientras permanezcamos fieles servidores de la Verdad, de la Justicia y de la Libertad, no sólo subsistiremos como el más viejo de los pueblos existentes, sino que también seguiremos -como hasta ahora y con un constante trabajo productivo- creando valores que contribuyan al ennoblecimiento de la Humanidad.”

Albert Einstein

Miri Ben Zeev con su familia

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ARROYO 910 SIEMPRE SERÁ PARTE MÍA

ayer

hoy

Verano. El 17 de marzo era un día soleado. Hacía calor. Trabajaba en CIDIPAL 22, en la calle Paraguay 23, y fui a la Embajada a firmar unos papeles para la Feria del Libro, de la que participába-mos todos los años. Llegué al mediodía. Me gustaba caminar por Arroyo. ¡Era tan glamoroso! Sus palacetes, sus insinuantes calles, su arboleda y su tranquilidad hacían de esta calle una de las más hermosas de Buenos Aires. Y, nosotros, teníamos el privilegio de disfrutarla.

Como siempre, estuve charlando con algunos de mis compa-ñeros y, en especial, con mi amiga Marcela 24, en la oficina de Cultura. Con ella había compartido mis vacaciones, justo un mes antes, en Ushuaia, Calafate y el sur de Chile. La habíamos pasado maravillosamente bien y, todavía, seguíamos hablan-do del viaje.

Me quedé más tiempo que el que debía. Era hora de irme ya que tenía una reunión afuera y llegaba tarde. Al bajar las hollywoodenses escaleras de Arroyo hacia la planta baja, me encontré con Eli Carmon quien estaba a punto de subir por el viejo ascensor. Nos saludamos, cálidamente.

Entré al consulado por un tema administrativo y, esperando sólo un minuto después, un terremoto me sacudió. Se hizo la noche. Las imágenes de estupor y el humo negro quedarán grabadas en mi memoria como una película que se proyecta, a menudo.

Claudia G. WajsbortSobreviviente

Hoy sigo adelante, Sin embargo, desde ese día toda fecha o época de mi vida se refiere a “antes” o “después” del atentado.

Nunca olvidaré a mis compañeros ni lo que pasó. Pero, la vida sigue y, el mejor homenaje que puedo rendirles es continuar.

Tuve la suerte de sobrevivir. Era mi deber y mi deseo sobre-ponerme y mirar hacia adelante. ¡Sí! Una nueva oportunidad me fue otorgada. Aprendí a convivir con este dolor, pero sin olvidarlos.

Llevaré esta herida en mi corazón por siempre.

Con lo que no puedo cohabitar es con la falta de justicia. No puedo ni quiero aceptar que, quienes perpetraron este horror estén, hoy, libres aquí y algunos otros paseándose por el mun-do, soberbios e impunes.

No importa el tiempo que pase. Arroyo 910 siempre será parte mía.

22 I Centro de Información y Documentación de Israel para Amé-rica Latina.

23 I Se refiere a Paraguay, 1535.

24 I Se refiere a Marcela Droblas.

Claudia junto a Marcela Droblas en Ushuaia, Febrero 1992.

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LAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADO

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LAURA SZECHTMANLAURA SZECHTMANLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOLAURA SZECHTMANESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADOESPERANZA MALDONADO

SARA LEONOR SAIENTZ DE ELNECAVEPABLO MALECELISA BEN-RAFAEL

PRIMERPISO

Testimonios de:

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Querida,Mí querida, Queridísima Mirta:Hija, HermanaMadre, Tía

Te extraño. No pasa un solo día sin que tenga el impulso de llamarte por teléfo-no para contarte algo…Compartir…Reírnos….

No dejo de pensar en lo orgullosa que estarías al ver la hermosa familia que formó tu hijo, Pablo, por el que tanto te preocupabas.Truncaron tu vida en tu lugar de trabajo, la Embajada, el lugar que te unía a tu incondicional amor por Israel.A veinte años de tu ausencia, seguís presente.

Con mucho amor,Sara, Pablo, Alicia, Roli, Dina. Gabriel, Ruti, Daniela y Gustavo.

Y otra generación, que no pudo conocerte Lorena, Agustín, Valentina, David, Marlenne, Juan Pablo, Noelia, Boaz, Yona, Yardena, Nicki, Max, Tamara, Uriel, Lara, Gabey y Alisa.

CARTA A MI HERMANA

Sara Leonor Saientz de ElnecaveHermana de Mirta

Mirta Saientz con sobrinos e hijo

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Ma;No puedo creer que hayan pasado veinte años sin vos. Veinte años sin besos y abrazos. Te fuiste muy pronto de mi vida. Me hubiese encantado que estés cuando me llevaba materias a marzo, presen-tarte a mi primera novia, cuando me recibí, cuando elegí mi profesión, cuando me casé, cuando nacieron tus nietos, Agus y Valen.Pero lo peor son estos veinte años sin Justicia que, espero, que algún día llegue.Te quiero con toda mi almaTu hijo,

Pablo

¡MA!Pablo MalecHijo de Mirta

hoy

ayer

Mirta Saientz en el Bar Mitzva de su hijo Pablo

Pablo y Lorena con los nietos de Mirta, Agustín y Valentina, en el agua

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ב”הדייויד אלוף נעוריDavid, compañero de mi juventud, esposo, amor de mi vida.

Como siempre cuando pienso en estas cosas te hablo únicamente a ti. Perdóna-me que, esta vez, te escriba estas palabras sabiendo que serán publicadas.

Acá, en Jerusalén, ya son “veinte primaveras” de vida llenas sin ti. Acá, en Jerusalén, ya son veinte primave-ras llenas de vida sin ti...“...Volver con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien 25 (....)”. Allá en Buenos Aires ya son veinte otoños de vida llenos sin ti; allá en Buenos Aires ya son veinte otoños llenos de vida sin ti.

Todos recordamos el fin: “Atentado Contra La Embajada de Israel, 17 Marzo 1992 (Yod Bet B’Adar Bet 5752) a las 14:45 horas”. Cuento oficial. Hora ofi-cial.

Pero, “aunque no quise el regreso 26”, volví una vez más. Ya me conoces; siempre con mis paseos espirituales regresé al lugar de la matanza para que todo lo que en vida fuiste tú se apegara a mí, para estar segura que siempre estarás con-migo y para no vivir sin ti. Volví una tarde, en abril 1992. Estuve en Suipacha y Arroyo y sin “coimear” al policía, que custodiaba los escombros de “nuestra” Embajada y más bien guardaba algo de nuestros recuerdos encerrados entre aquellas ruinas, pedí permiso y entré. Pasé por lo que quedaba de la puerta principal. Subí hasta llegar al vacío en que se transformó tu despacho. Fui, yo solita, (pero con HaShem ( D-os)), y te recobré y te recogí para que volvieras a Israel y para que, junto a nuestros hijos, Noa y Yonatan, a nuestra familia y a mí algo de ti pudiera ser testigo de la vida que no vivirías.

VOLVERElisa Ben – RafaelEsposa de David

David Ben Rafael con sus padres, 1989

ayer

Elisa en el Jardín Japonés, con sus hijos, dos días antes del atentado.

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hoy25 I Letra de “Volver” de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera.

26 I Ídem.

27 I Una niña que llega a la edad de su responsabilidad religiosa designa la ceremonia que marca esa ocasión. De acuerdo con la Halajá, una niña judía alcanza su madurez legal a la edad de 12 años y un día.

28 I “Gran alegría y honor de estar al servicio del Estado”.

29 I “Volver”, tango de Gardel y Le Pera.

“Voy y vuelvo, como siempre, contigo, a mi lado.”

También sabemos que “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada 29”, y que aún faltan los casamientos de los chicos y la llegada de nuestros nietos. Uno de los nietos, según nuestra costumbre hebraica, llevará tu nombre porque tu historia nunca morirá. Voy y vuelvo, como siempre, contigo, a mi lado. Esto te lo escribo en diciembre 2011, durante un via-je entre Jerusalén, Sde Boker, Desierto de Zin, Uvdat y Maktesh Ramón; tus paisajes más queridos, aquí, en Israel y muy lejos de la Patagonia. De la Patagonia te diré: “Il n’y a plus la Pa-tagonie, la Patagonie, que convienne à mon immense tristes-se… . En la Patagonia dejé mi inmensa tristeza. En Israel, por siempre, feliz porque sé que estás aquí.

עד כאןבן-רפאל בעד בן-רפאל(Hasta aquí, Ben-Rafael presente y en honor de Ben-Rafael)

Y, así, pasaron veinte años. Sencillo triunfo del amor que te tienen tus super-vivientes (y con la bondad que nos tiene HaShem): estás presente, a diario.

Vives la vida cotidiana israelí. Viste cada una de las ocasiones importantes en las vidas de tus hijos; sus primeros días de escuela, graduaciones, la Bat Mitzva 27 de Noa, el Bar Mitzva de Yonatan, y cada uno de sus paseos escolares en Israel.

Con nuestros ojos (los de nuestros mu-chachos, la familia y los míos) viste paisajes ingleses, italianos, irlandeses, húngaros, franceses, españoles, pola-cos, japoneses, chilenos, portorriqueños, norteamericanos, etíopes y jordanos. Y ya que siempre te encantó viajar, te pro-meto verás muchos más. Fuiste testigo del Servicio Nacional de Noa en nuestra cancillería (Ministerio de Relaciones del Exterior de Israel). Hoy por hoy, eres tes-tigo del Servicio Militar de Yonatan en Tzahal. Sé que te sientes orgulloso al ver que, tus hijos, entienden y ejercen, muy bien, su obligación nacional, lo que tú llamabas “the great joy and honor of being in the service of the State 28”.

Todos nosotros vivimos y tú también vi-ves aquí, en Israel.

Triunfamos. Ganamos vida. Aprendimos a vivir acompañados por las palabras de Gregorio Marañón Posadillo: “Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar”.

Noa y Yonatan, los hijos de David hoy.

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Parte médico en el Hospital Fernández. Revista Gente, Atlántida-Televisa

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ayerUn ruido ensordecedor. La sensación de haberme electrocutado mientras vo-laba por el aire. Los zapatos amarillos que llevaba puestos se despegaron de mis pies.

Ese es mi primer recuerdo del atentado.

Era martes después del mediodía. Unos minutos antes de la explosión, estaba trabajando en mi escritorio del primer piso, con sus enormes y hermosos ven-tanales que daban a la calle Arroyo. Me paré a saludar a un amigo, que vino de Nueva York cuyo destino hizo que estuviera en la Embajada ese día a esa misma hora.

Destino. Gracias a su llegada, me alejé unos metros de las ventanas y me quedé conversando con él y, cuando se fue, bajando las escaleras, otra parada: me quedé hablando con mi amiga y compañera Mirta 30, al lado de nuestro querido y hermoso piano de cola que hacía, a veces, de escritorio y compañero de char-las en el primer piso.

Apenas instantes después sobrevino la explosión. Volé por el aire. Perdí el co-nocimiento. Todo ese sector, cercano a la ventana, explotó por el impacto, y yo caí al piso de abajo, en algún lugar, entre los escombros.

RESPIRAR, GOZAR, AGRADECERLaura SzechtmanSobreviviente

30 I Se refiere a Mirta Saientz.

Luego, la pesadilla. Recuerdos nítidos en un estado de shock absoluto: fuego por todas partes pro-veniente de los autos que explotaron afuera. Gente corriendo y gritando. Per-sonas ensangrentadas. Rostros personificando el terror, literalmente, y yo, sin entender nada, fui rescatada y quedé en la calle, recostada en el piso, a pocos metros de lo que había sido la Embajada, ya sin fuerzas para incorporarme.

Mi cuerpo en su totalidad y mi cara estaban cubiertos de sangre. Mi querido amigo y compañero Víctor 31, con todo su amor, me dijo que “estaba tan her-mosa como siempre”, cuando le pregunté preocupada si mi cara era la de un monstruo…. Sabía que era una mentira piadosa porque sentía mi rostro desfi-gurado, pero ese recuerdo lo llevo en mi corazón y lo quiero, y lo querré siempre, por esa respuesta.

Ambulancia. Guardia del Hospital Fernández. Un escenario horroroso de per-sonas heridas, tiradas en los pasillos, mientras me trasladaban en camilla. Estudios, placas, quirófano. Anestesia. Sutura de muchas, múltiples heridas en todo mi cuerpo. Mandaron a buscar a un cirujano plástico, para que me suture las heridas en mi cara ya que era una joven de, tan sólo, 23 años…

Al despertar, abrí los ojos y vi a mi papá en la puerta del quirófano, parado al lado de mi camilla, cubriéndome con una manta. En ese instante sentí que estaba a salvo.Semana de internación. Sin poder comer. Sin poder caminar. La presencia – omnipresencia - de mis padres, hermanos, familiares, amigos, tur-nándose para cuidarme. Las visitas de compañeros queridos de la Embajada.

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Estuve varios meses en rehabilitación, y regresé a trabajar, en estado de shock absoluto, del que sólo fui consciente muchos años después.

Del hospital regresé a la casa de mis padres ya que no podía valerme por mí misma en mi casa. Allí me fui enterando, lenta-mente, de todo lo que había sucedido durante mi internación. Había fallecido tanta gente querida: Amigos que ya no están, Marcela 32, Mirta, David 33 mi jefe, y muchos buenos compañe-ros… Todos esos meses posteriores al atentado fueron terribles, tanto a nivel personal como grupal. Mucho dolor, muchas heri-das, físicas y emocionales. Tratamientos, rehabilitaciones, y la sensación de estar solos. La culpa de estar vivo.

Han pasado veinte años. El recuerdo lo llevo conmigo, siempre, en mi cuerpo y en mi corazón, así como la presencia de cada uno de los que ahora no están entre nosotros.

Ha sido, y sigue siendo, un largo proceso de aprendizaje. Acep-tación, dolor, injusticia, culpa, agradecimiento, interrogantes sin respuesta.

Luego de un terrible atentado como éste la vida se detiene (al menos eso es lo que me sucedió). Todo sigue funcionando pero, dentro de mí, hubo algo que quedó “congelado” durante muchos años. Se requirió paciencia, trabajo, acompañamien-to y mucho amor para poder recuperar todo lo que se había perdido.

¿Por qué, para qué estoy viva? Me lo he preguntado en infinitas oportunidades.

La vida me dio otra oportunidad, de recuperar lo perdido. Como volver a nacer en muchos sentidos. La posibilidad de bende-cir todo y a todos los que me rodean. De construir una bella familia, con un compañero de vida tan noble y una hija llena de amor. De estar rodeada de familia, amigos y compañeros incondicionales de la vida. De obtener mi flamante título de médico.

Respirar.Gozar. Agradecer. La vida es fascinante.

31 I Se refiere a Víctor Nissembaun.

32 I Se refiere a Marcela Droblas.

33 I Se refiere a David Ben – Rafael.

hoy

“¿Por qué, para qué estoy viva? Me lo he preguntado en infinitas oportunidades.”

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Comenzaba mi jornada a las 8:30 horas. Ese fue un día normal. Era un viaje en tren y, luego, una caminata de cinco cuadras, desde la estación Retiro hasta la Embajada. Recuerdo que esa mañana el cónsul tenía que ir al Sheraton.

El atentado sucedió 14:45. Estábamos trabajando tranquilas. Minutos antes me acerque a la oficina del embajador a limpiar y mirar que estuviese todo en orden.

En el momento de la bomba charlaba con Gladys 34 en la cocina y me pareció que había caído un trueno. Recién me di cuenta qué pasaba cuando vi colgada mi pierna de un palo. Luego un muchacho me sacó de donde estaba. Me tiró al suelo sobre los vidrios y, desde ahí, me arrastré hasta la puerta.

Grité: “– Gladys”.

El joven fue en su ayuda. Cuando la levantó le dijo: “-No la mires a Esperanza” (estaba muy lastimada).

Vi a todos. Nadie me podía dar la mano porque no sabían el grado de mis heridas y, además, estaban muy lastimados.

El ruido que recuerdo es el de la caída de agua (es posible que haya sido de un tanque de agua o de la rotura de algunas tuberías).

25 AÑOSDE MI VIDA

Esperanza MaldonadoSobreviviente

ayer

34 I Se refiere a Gladys Aquino.

Esperanza Maldonado en la Embajada

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Luego me subieron sobre una puerta. Tiraron hacia arriba y me bajaron, colocándome en una camioneta donde ya había una señora muy grave. Me llevaron al Hospital Argerich. Ha-cía mucho calor. Lo sorprendente fue que no sentía dolor.

En el edificio sólo miraba los escombros caer. Tenía la sensa-ción de que había pasado un terremoto.

En el hospital me pusieron en una camilla. Me sacaron la ropa. El doctor me quito los anillos y collar. Me limpiaron mucho con un cepillo la herida de la pierna. Parecía que no había sido suficiente porque el profesional volvió a hacerlo. Ese operativo duró unas dos horas. Salí muy bien. Luego me sacó las placas. Estaba la esposa del embajador y Lily. Estuve internada dos meses. El muchacho que me vio primero me vi-sitó. La recuperación fue muy buena. “Me trataron como una rei-na”. El Doctor Barreiro fue mi médico. Años después, se suicidó.

La recuperación se basó en aprender a caminar. El trato de los empleados del hospital fue óptimo. Luego me enteré que fue un atentado. Durante la internación, supe que una compañe-ra, había fallecido por una cortadura chiquita en la pierna.

No me costó acostumbrarme a estar sin trabajar. En la Em-bajada había pasado 25 años de mi vida. Le dediqué mi vida a mi casa y a mi familia, a mis hijos y nietos... y a mi perra.

“En el edificio sólo miraba los escombros caer. Tenía la sensación que había pasado un terremoto.”

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EVA BIRAN ISIDORO KIRSZENBERG

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ALBERTO KUPERSMIDFAMILIA DROBLASRAÚL MOREIRA

SEGUNDOPISO

Testimonios de:

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Arroyo 910 tenía vida propia.

No era sólo la Embajada de Israel. Era una gran casa donde habíamos cons-tituido una gran familia. Cada rincón con su historia y cada uno de nosotros era parte de ella. La cocina era el punto de encuentro obligado de mates, café turco y anécdotas de la última década…

YA NADA SERÍA IGUAL

Esa tarde mientras atravesaba la planta baja, con Beatriz 35, rumbo a la puerta, no imaginaba que nuestras vidas tomarían un curso tan distinto. Ella estaba ansiosa de buscar a su bebé y yo salía hacia el kiosco de la es-quina. Por esas cosas del destino me quedé en la cabina de seguridad y ella continuó, sin saber, que le esperaba el peor de los destinos… Al cerrar la puerta de calle estalló la bomba. El temblor fue tremendo y, minutos des-pués, la calma.

La Embajada se había convertido en una pila de escombros.

Las risas se transformaron en gritos de ayuda, sangre y llanto… y, al salir, la imagen más horrible: todo era destrucción, desconsuelo y, lo más triste, nuestros muertos.

A partir de allí, empecé a escribir una nueva historia.Pensé que era un sueño. Los autos parecían acribillados a balazos y había, en la esquina, uno en-vuelto en llamas.

En minutos, el lugar se llenó de policías, ambulancias, gente que comenza-ba a buscar a sus seres queridos. Ahí comprendí que se trataba de un brutal atentado, como nunca antes este país había tenido y cuyos muertos eran personas, como vos o como yo, que sólo habían ido a trabajar como todos los días; los empleados y funcionarios de la Embajada, los albañiles, el taxista,

HONRAR LA VIDAAlberto KupersmidSobreviviente

el párroco, y el resto de seres humanos que se convertirían en las primeras víctimas del terrorismo internacional, aquí, en Argentina.

No podía dejar el lugar hasta que un amigo, a la fuerza, me subió a una ambulancia y me trasladaron hasta el Hospital Fernández. Allí, mampara por medio, comenzaron a suturar-me al mismo tiempo que lo hacían con Claudia Spodek, la prolongación de la imagen del horror pero, esta vez, en ma-nos de los médicos que no paraban de llegar. El Fernández colapsó de heridos.

Dicen que “quien salva una vida es como si salvase al mun-do entero”. Esos médicos, junto a los otros, hicieron una gran tarea. A ellos, mi eterno agradecimiento.

Salí al playón del hospital y me encontré con el marido de Beatriz y el hermano de Marcela. Ambos me hicieron la mis-ma pregunta: “- ¿Las viste?”… Sólo pude responder: “-A Bea-triz la vi salir y, a Marcela no la vi”.

Entendí que mi lugar era en Arroyo 910, con mi gente. Volví y me uní al equipo de trabajo.

A medida que pasaban las horas la situación era cada vez más difícil y las posibilidades de encontrar a nuestros ami-gos con vida era, cada vez, menor.

Hoy, veinte años después, cierro mis ojos y puedo revivir, mi-nuto a minuto, las imágenes del horror que quedaron gra-badas para siempre y, lo peor; aun puedo respirar ese olor mezcla de bronca, angustia, llanto y muerte. Es difícil creer que ya no habrá más Embajada en Arroyo 910.

Es difícil creer que, esa gran casa, se transformaría en lo que es hoy, un espacio para el recuerdo.

Y, es más difícil aún enfrentar, y entender que estuve, codo a codo, en una pulseada con la muerte.

Y, de inmediato, la culpa de estar vivo; algo muy loco pero real. Y las preguntas: ¿por qué a ella “sí” y a mí “no”?

No hay una tarde de mi vida en que no piense en Marcela 36, ¿qué me diría? ¿qué canción traería a nuestro café diario, oficina medio, en el segundo piso?.

Día a día, trato de enseñarles a mis hijos que no hay nada más valioso que la vida y nada más importante que hon-rarla.

Veinte años después, no pierdo las esperanzas que los res-ponsables de tremenda barbarie, sean castigados porque así, y sólo así, los que ya no están podrán descansar en paz y no habrán sido muertes vanas. “Lo que no te mata, te for-talece” y en mí se multiplicaron esas fuerzas para llegar a la verdad.

Que Hashem cobije las almas de nuestros seres queridos y nos ilumine para encontrar, juntos, el camino hacia la Justicia.

35 I Se refiere a Beatriz Berenstein.

36 I Se refiere a Marcela Droblas.

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ayer

“Es difícil creer que esa gran casa se transformaría en lo que es hoy, un espacio para el recuerdo.”

Alberto Kupersmid caminando sobre los escombros

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17 DE MARZO, 1992

Familia DroblasEn recuerdo de Marcela

En mi cabeza retumban los ruidosQue por doquier zumbanA mí no me llegan los sonidos Mis sentimientos no tienen oídos Nuestro accionar fue el de ir a buscar Buscar con asombro al sentir la palabra escombroSalir a buscar sin saber dónde ir Solo a distintos hospitales tuvimos que recurrirPero nuestra desgraciada búsqueda se acabóY la tan miserable noticia nos llegó.Ya nada podíamos escuchar Nuestros corazones clamaban y latíanNuestras mentes bramabanNuestras almas extendidas y con furia contenida Y con lamento abrumador por la pérdida del ser amadoSabemos que en la vida nada puede durarCon goce pleno eternamente Es nuestra ley constante La muerte de los más grandesPero muchos interrogantes surgen en nuestras mentesHabrá sentido la muerteMiedo y frío habrá tenidoSola y lejos de su “nido”.Sabemos que sos como el jazmínMás perfumas cuando agonizasY ninguna flor consigue al dejar de ser regada Un final de fragancias aromadas.

17 de marzo de 2012 Estamos frente a todos Creyendo en nuestras fuerzas Creyendo que la paz está al alcance de la mano Creyendo que hoy es un día de unidad y entendimiento Creyendo que es tiempo de educación y esperanza Nuestro Corazón No sólo se estremece sino que se quiebraFrente a los recuerdos de tan horrible pasado.Nuestros ojos Se orientan hacia un futuro común De un mundo joven Libre de todo odioEn el que las palabras guerra y judeofobia seanpalabras muertasNuestro razonamientoSe orienta a someter a juicio a todos aquellosque se ocuparon de la tarea vil contra la EmbajadaNuestro accionar No será de venganza Sino la de educar y simbolizar EDUCAR A la joven generación Para recordar y no olvidarConocer lo que sucedió

Y que nunca se les ocurra Que existe otra posibilidadQue no sea la de la Paz, Conciliación y Amor SIMBOLIZAR El recuerdo de los asesinadosLa tragedia de la tardanza La opinión mundial bajo las llamasLa industria de la muerte que actúa sin molestias

20 años han pasado Y vaya si lo hemos notadoY hoy sentimos la misma sensaciónQue vivimos con mucha pasión

Hoy 20 velas vuelven a arderY justicia pretenderPosición inclaudicableQue merece un final honorable

17 de marzo de 199217 de marzo de 2012Veinte años han pasado y la familia de Marcela Judith DROBLAS quiere expresar la gran pérdida sufrida porsu desaparición en el atentado a la Embajada de Israely el posible actuar futuro.

Anillo y aro que usaba Marcela Droblas el 17 de marzo, 1992. Esas piezas ayudaron al reconocimiento de su cuerpo.

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Había entrado a trabajar en la Embajada de Israel en 1987. Mi mamá, que por entonces vivía, me dijo:

“– ¡Tené cuidado porque esa gente está siempre en problemas!”.

Y esa frase me volvió a golpear aquel 17 de marzo de 1992, con mis 24 años, soltero y viviendo por mi cuenta. Era mi primera tarea importante y, con el tiem-po, fui sintiendo que Arroyo 910 era mi casa.

Menashe Bar-On, el cónsul, me apoyaba en todo. -Era como un padre para mí porque siempre me aconsejó para bien.

Esa tarde estaba en el segundo piso, hablando con Marcela Droblas, quien es-taba comiendo un yogurt descremado. Radiante me contaba sus próximas va-caciones, en Canadá, donde tenía pensado ir a ver a su novio.

En un momento me llamaron desde el Departamento de Télex. Me debatí entre ir o terminar la conversación con Marcela. Pero ella me pidió: “- Andá y, des-pués, ¡volvé!”, esa insistencia, creo, me salvó la vida.

Llegué al ascensor y, al momento de apretar el botón para ir al tercer piso, “ex-plotó”. Pensé que había estallado el elevador, que era muy antiguo. Ese artefac-to era pequeño, con espejos, gruesos y de buena calidad. De inmediato, se cayó el techo y saltaron los cristales quedando detenido entre el segundo y el tercer piso (era poco lo que había logrado subir antes de cimbronazo).

ANDÁ,Y DESPUÉS, ¡VOLVÉ!Raúl MoreiraSobreviviente

ayer

“Era mi primera tarea importante y, con el tiempo, fui sintiendo que Arroyo 910 era mi casa.”

Hugo Escalier, Alfredo Bazán, Raúl Moreira y Alberto Kupersmid.

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Sentí gritos por todos lados. Efraím, David, Raquel… También yo empecé a llamar. “- ¡Ay! ¡Dios mío!”Me quedé, en un instante, sordo. Si escuchaba los alaridos de desesperación. Fue Erez M. quien me ayudó a salir por, casi, una rendija. En ese rescate perdí ambos zapatos y se me clavaron numerosas esquirlas en los pies.

“- ¿Qué pasó?”, pregunté. No me contestó.Al salir vi que había caído la oficina de Claudia, el télex… y ahí tome conciencia de que fue una explosión. No sabía, ni entraba en mi vocabulario, la palabra “atentado”.

Traté de salir por el edificio de al lado, el que daba a la ca-lle Suipacha. Ahí vi mucho desorden y, enseguida, estaba dentro de una ambulancia. Creo que, en ese momento, me desmayé y, cuando desperté estaba siendo atendido en el Hospital Rivadavia. Me desesperé y quede muy impresiona-do al ver a un compañero, que traía las bolsas de correo, que había perdido un ojo.

Mi hermana, Sara, llegó de Mar del Plata. Comenzó a peregri-nar de hospital en hospital. Había escuchado mi nombre y me daban por muerto hasta que llegaron al “Rivadavia”.Horas después volví a mi casa y vinieron a verme familiares, que vivían en la provincia y amigos. Luego, me enfermé. Su-fría continuos desmayos. No encontraba posición. Ni parado. Ni sentado ni acostado. Tenía la convicción que me moría. Tal vez coincidió con el momento en que tomé conciencia de que “me había salvado”.

Por la televisión me enteré sobre los compañeros muertos. Es-taba muy mal. Psicólogos y médicos me acompañaron en un tramo de ese camino. Así corrieron los años 1992 y 1993. El oído izquierdo no volvió nunca a su estado normal. Tengo una perforación, muy grande, en el tímpano. También se sucedie-ron las internaciones, en la Clínica de la Ciudad, para sacarme las esquirlas, en ambos pies.

Mientras tanto, mi familia insistía; “- No vuelvas a trabajar en la Embajada”.

Después del atentado fue tanto el pánico que tenía y, sin em-bargo, no tuve miedo de volver ni que un hecho de esa magni-tud se repitiese.

Tardé un tiempo. Viajé a “mi” Corrientes natal. Ahí, en la con-valecencia, conocí a la que sería la mamá de mis hijos al mis-mo tiempo que iba convenciéndome que seguiría ocupándome del mismo lugar.

“-Voy a trabajar un tiempo más y, después, me voy”, me decía. Ya hace casi veinte años que repito lo mismo.

Al poco tiempo quise volver y fui al ICAI, donde transitoriamen-te funcionó la misión diplomática. Curiosa mi vida, de verdad. Dos años después, cuando estalla la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) vivía a una cuadra, Uriburu, 619; entre Tu-cumán y Viamonte y mucha de la gente que sobrevivió, lo hizo saliendo por la calle Uriburu. ¡No lo podía creer! Estaba esa mañana del 18 de julio de 1994 en la Embajada y, cuando re-torne a mi casa, estaba todo vallado. Cayeron todos los vidrios de las ventanas de mi casa.

Estoy convencido de que, como estamos en Argentina, nunca se va a saber quién fue y quiénes son los responsables de tan-ta barbarie. Hoy tengo dos hijos: Thomas, que nació en 1996 y Nataniel, en 2001. Vivo para ellos. Cuando los veo pienso en aquel atentado y que podía no estar ni yo ni ellos. Tho-mas entiende más y le comento qué pasó. Cada 17 de marzo me mueve a mucha tristeza. La de Arroyo 910 era una casa. Todavía queda fresca la imagen de Marcela y su viaje y ese “- Andá y después ¡volvé!”

Comprendí que la vida es única y hay que tener capacidad para disfrutarla, estar bien y dar lo mejor que cada uno es capaz.

Cumplo años el 17 de abril. Y, el atentado fue, justo, un mes antes. Lo cierto fue que, ese 1992, nadie me felicitó.

Nadie se acordaba y muchos estaban con-vencidos que “recién” cumplía un mes. Había vuelto a nacer y la consigna fue: “- Festejemos porque estás vivo”. Y, de ver-dad, había vuelto a nacer.

hoy “Comprendí que la vida es única y hay que tener capacidad para disfrutarla, estar bien y dar lo mejor que cada uno es capaz.”

Raúl con sus hijos Thomas y Nataniel, en Mar del Plata.

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ME ENCANTABA HASTA EL MISMO AIRE Eva BiranSobreviviente

Me encantaba estudiar italiano. Me encantaban mis mañanas libres que me permitían involucrarme con la cul-tura argentina. Me encantaban mis caminatas por el exquisito vecindario donde se encontraba la Embajada. Me encantaba mi trabajo, con mis amigos, en la Embajada. Me encantaba todo lo relacionado con Buenos Aires hasta el mismo aire que respiraba allí.Trabajaba en la Embajada, como secretaria, en el turno vespertino y eso me daba libertad, por las mañanas, para disfrutar de todo lo que se me ocurría en esa hermosa ciudad. Nos trasladamos allí para respirar “aire fresco”, luego de una difícil misión peruana. Pero, el reloj se detuvo a las 2:36 37, el 17 de marzo de 1992. Mi mundo colapsó el 17 de marzo de 1992. Perdí amigos. Perdí queridos amigos en ese día fatal. Perdí a mis colegas. Perdí personas con quienes me divertía.Perdí gente con cuyos hijos jugaban mis hijas.

Hay quienes me dicen, constantemente, que renací ese día porque fui muy afor-tunada en sobrevivir. Pero mis pesadillas, el trauma, el enojo, las numerosas preguntas y los rostros de mis amigos aún siguen representándose todos y cada uno de los días, veinte años después.

Todos los grandes recuerdos de Pinamar, Bariloche, Recoleta, fueron abrupta-mente borrados de mi memoria y, en su lugar, las horrorosas escenas de un campo de batalla se grabaron profundamente en mi mente.

Siempre recordaré a mis amigos. Siempre recordaré ese trágico día y quiero creer que nadie hará que esto vuelva a ocurrir.

37 I La hora oficial se refiere a 14.45. Revista Gente, Atlántida-Televisa

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EL MILAGRO DE LA VIDA

Sobreviviente Salí por la ventana...

Eso creo y reconfirmo cada vez que veo estas fotos...Mientras caminaba por Arroyo, entre escombros, gritos, miedo y sangre, sabía que había salido del horror, que había escapado de la locura y de la muerte...Sabía que me costaba dejarlos allí... Que antes de ver la luz de la calle, en medio del temor, volví, una y otra vez, en un sin razón, para ver qué más podía hacer entre tanto dolor y confusión...

Ayudar... Confortar... Dar una mano...Finalmente logré hacerlo.

Salí. Busqué un teléfono... Un taxi... Y, luego, el reencuentro... ca-mino a casa, viajaba Leti, mi esposa, en otro taxi, volviendo ella también del caos y la confusión, del temor y, por sobre todo, la fe. Porque ella sabía, porque confiaba, mientras esperaba en Arroyo, junto a mi hija, el milagro que yo debía estar a salvo, ya que re-cordaba la bendición pronunciada por el Rebe de Lubavitch, unos días atrás y, mientras esperaba, hacía el ejercicio de imaginarme saliendo entre los escombros ileso e indemne...

¡Y así fue!Después, mientras trataba de componerme y, al mismo tiempo, saber el destino de mis compañeros, el timbre del teléfono no de-jaba de sonar. Llamadas locales y de todas partes del mundo don-de estuviera algún familiar o amigo que se interesara por mí.

A pesar del dolor por las víctimas, los días que siguieron festeja-mos Purim, reafirmando nuestra fe en el Todopoderoso que, como en toda la existencia del Pueblo Judío, nos da señales de que tene-mos que confiar en sus designios...

Aunque no los comprendamos.Aunque nos duelan.Aunque nos hagan gritar y llorar por dentro cada vez que recorda-mos, cada vez que nos cruzamos con alguna persona que guarda un parecido físico con los que ya no están...

Porque sabemos que nada malo viene de Di-s... Que vemos sólo la punta del iceberg, un capítulo de una historia, una pequeña parte de un gran todo.

Tres días más tarde pude acceder al edificio siniestrado compro-bando que mi oficina (salvo una pared medianera que se había desplomado) estaba intacta, como así también el cuadro del Rebe, un libro sagrado, efectos personales y fotos familiares. Estos ele-mentos volvieron a presidir el escritorio de mi nueva oficina, hasta que me jubilé.

Los años seguirán pasando pero, dentro mío, hoy y cada día es el primer día de mi vida. Cada día trato de vivirlo como único e irrepetible, agradeciendo a Di-s cada mañana el milagro de es-tar vivo... Mejor dicho, el milagro de la vida y pidiendo, a su vez, que todas las personas que fallecieron santificando Su nombre, descansen en paz y volvamos a encontrarnos con la llegada de Moshiaj, pronto en nuestros días.

“Los años seguirán pasandopero, dentro mío, hoy y cada día es el primer día de mi vida.”

Revista Gente, Atlántida-Televisa

Isidoro (Iser) Kirszenberg

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AYALA CARMON I OR, YEDIDA Y AVIGDOR ZEHAVIALFREDO GOLDSTAJNCLAUDIA BERENSTEINDIANA E. SUSEVICH DE CRUPNICOFFBERNARDO FLEISCHERALBERTO ROMANO

MÓNICA INTRAUBINES MAASARIEL GUSTAVO INTRAUB MIRTA DENMONEFRAÍN RABINOVICHGLORIA DIANA SVETLIZA

TERCERPISO

Testimonios de:

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Soy Ayala, la quinta y última hija de mi madre, Eli Carmon. A pesar de ser ella mi madre, nunca tendré oportunidad de llamarla por su nombre. Incluso no me recuerdo a mí misma llamándola “mamá”, pero es lógico no hacerlo porque no creo que tenga mucha memoria de mis dos años.

Éste año festejaré mi cumpleaños número 22 y se conmemoran 20 de aquel día en que, mis hermanos, hermanas y yo, perdimos a nuestra madre y mi padre a su mujer. No puedo escribir cómo se siente la vida “sin” madre dado que nunca supe cómo se siente la vida “con” madre. Es, a mi pesar, una falta a la que uno se acostumbra, también por mi bien y por el bien de todos.

La vida continúa.

Es imposible saber cómo la falta de mamá influyó en cada uno de nosotros. Yo, como dije, tenía dos años y más grandes que yo, otros cuatro hermanos y her-manas que, en su momento, contaban con 12, 10, 8 y 6: Ariel, Maya, Ofer y Ruti. Incluso Ariel, mi hermano mayor, tenía sólo 12 años cuando ocurrió el atenta-do. En relación a todos nosotros, era grande pero, en cualquier otra escala, era un niño. Todos éramos pequeños que teníamos que aprender a enfrentarnos con la situación que nos había tocado y, se puede decir y en cierto sentido, de repente, superarla. Por suerte, nuestro padre es un modelo de valoración y res-peto por el modo en que siguió criándonos con sus propias fuerzas y siempre intentando transmitirnos que “la vida continúa”; que se debía aprovechar al máximo y disfrutarla y que nuestra madre estaría orgullosa de nosotros si viera en qué personas nos convertimos.

Creo que ella lo ve y que está feliz de nosotros y, también, de papá. Creo que, desde arriba, nos observa y protege. Cada vez que tengo miedo, le hablo y le pido que me cuide.

LA VIDA CONTINÚA

Ayala CarmonHija de Eliora

La principal vía por la cual intenté investigar y conocer la vida y la personalidad de mi madre fue a través de la lectura de los diarios que escribía cuando era una jovencita. Es apa-sionante conocer su personalidad tan desde adentro y enten-der, una vez más, cuántas cosas nos transmitió, cuánto nos parecemos en tantos aspectos. Esa lectura me generó sentir-me más cerca de ella. La gente que la trató dice que, en cada uno de nosotros,” los Carmonim”, hay algo que la recuerda. A mí siempre me dicen que me parezco a ella y, escucharlo, me alegra cada vez; saber que, a pesar de haber crecido con su falta, tengo mucho de ella. Y lo mismo con respecto a mis hermanos y hermanas.

“Este año festejaré mi cumpleaños número 22 y se conmemoran 20 de aquel día en que, mis hermanos, hermanas y yo, perdimos a nuestra madre y mi padre a su mujer.”

Continuaremos todos recordándola y queriendo escuchar relatos sobre ella y así conocer, cada vez, otra característica de su personalidad. Continuaremos siendo fuertes y unidos e intentando ser las mejores personas que podamos, para que siga estando orgullosa de nosotros, de los adultos en los que nos convertimos sin ella, pero con el contexto de su eterna presencia.

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Zehava nació en Netanya. Sus padres fueron Tzipora y Simja Bonim Hermann, que arribaron a Israel como sobrevivientes de la Shoa.

En su juventud fue miembro del movimiento “Bnei Akiva” y estudió en la es-cuela secundaria religiosa de su ciudad. Con la finalización de sus estudios se-cundarios, se enroló en Nahal y, al terminar su servicio militar, estudió en el Seminario de Maestras Jardineras Beit Berl.

Zehava se casó con Itzik Zehavi. Residieron en la localidad de Shavei Shomron y, allí, Zehava trabajó como maestra jardinera en Alon Moreh, Einav, Karnei Shomron y en Shavei Shomron.

La pareja tuvo tres hijos: Or, Yedidia y Avigdor.

Al inicio de los años ‘90, la familia se trasladó a Buenos Aires, capital de Argen-tina. Itzik era personal del Ministerio de Relaciones Exteriores y fue designado Primer Secretario en la Embajada de Israel en el lugar.

En Argentina, Zehava se desempeñaba como empleada de la Embajada de Israel.

Está enterrada en el Cementerio de Netanya.

Su esposo y tres hijos, continúan residiendo en Shomron.

Or se desempeña en su profesión de médico, mientras Yedidia y Avigdor son estudiantes.

SIGUE VIVAEN EL RECUERDOOr, Yedida y Avigdor Zehavi Hijos de Zehava

ayer

hoy

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NO TENGO RESPUESTA ALGUNAAlfredo GoldstajnSobreviviente

Me encontraba tratando un asunto con mi jefe (David A.) en su oficina. Llevaba una carpeta en mi mano y me pidió que fotocopiara un documento. Me acerqué a la oficina conti-gua, en la que estaba la fotocopiadora y, al pisar el umbral, David me preguntó algo. Así fue que volví sobre mis pasos para contestarle y, en ese instante, se produjo la explosión. No sentí nada. Me desvanecí, por unos segundos y, al levan-tarme, estaba un poco mareado. Sólo veía una bruma que envolvía la habitación. David me hizo notar que me sangra-ba, profusamente, el pómulo y que debía buscar atención médica. Fui a la misma oficina contigua donde estaba la fo-tocopiadora para salir al pasillo y, al pisar el umbral, vi que - de ese lugar - no quedaba nada. Sólo el vacío y el polvo de los escombros. En ese sitio había una cafetera. Una compañera, cuya ofici-na no fue afectada por la explosión en ese segundo fatídico en el que yo di el paso atrás, ingresó en esa área para ha-cerse un café. Su cuerpo fue encontrado, después, bajo los cascotes de ese lugar.

Desde entonces muchas veces pensé, y pienso, en ese segundo que me separo de la muerte y por qué alguien moría y otro se salvaba. Pasaron veinte años y no encontré respuesta alguna.

En estos años me centré, mucho, en otra paradoja: antes del atentado había vivido, durante nueve años, en Jerusalén. Tiem-pos difíciles con muchos atentados en mercados, transporte público, negocios… Me enteraba de esos acontecimientos por la radio o la televisión. Debí viajar miles de kilómetros y volver, a Buenos Aires, para sufrirlo en carne propia.

De ese día, a pesar de la tragedia, me quedaron algunos bue-nos recuerdos; toda la gente que, solidariamente, nos ayudó y trató de mitigar nuestro dolor, los compañeros de trabajo que me auxiliaron para encontrar, entre las montañas de escom-bros, el camino de salida; el policía que me sacó por una ven-tana del primer piso y me dio un pañuelo para parar la sangre que brotaba de mi cara; la gente - en la calle- que se acercaba para ver en qué podía ayudar, las enfermeras y doctores del “Hospital Fernández” que nos atendieron tan bien ...

Y como el dolor, a veces, se mezcla; me viene a la mente un recuerdo risueño: luego de recibir las primeras curaciones en el Hospital Fernández me trasladaron, ese mismo 17 de marzo, al Sanatorio Antártida. Me sacaron en camilla para subirme a una ambulancia y, en ese momento, vi que la sa-lida estaba ocupada por decenas de periodistas, fotógrafos y camarógrafos.

Los flashes me enceguecieron y, cuando recuperé la vista, estaba ya encerrado en ese vehículo. Me sentí como una estrella de cine. Grande fue mi de-cepción cuando, días después, busqué esas fotos en los diarios y no aparecía por ningún lado.

hoy

Alfredo (izquierda) y sus hijos: Federico, Cecilia, Sonia, Lautaro (arriba) y Augusto (abajo)

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20 años pasaron...Y siempre presentes, en cada 17 de marzo, en cada aniversario, para evocar tu memoria y las de tus compañeros.Juntos, muy juntos. Acompañándonos, abrazándonos, conteniéndonos.

20 años pasaron…Y te busco y te encuentro, en el rostro y en algún gesto de tu hija Shirly, don-de la magia de tus genes dejó huellas que nadie puede borrar ni dudar.

20 años pasaron…Y con el dolor a cuestas, los viejos continúan enfrentando la vida, con su vacío inexplicable, sus alegrías a medias y sus años de experiencia.

20 años pasaron… Y sigo, querida hermana, en el más profundo silencio; conversando, discu-tiendo y compartiendo contigo cada momento decisivo de nuestra pequeña familia.

20 años pasaron…Y esos ignorantes de la vida, precursores del horror y la muerte, no lograron borrarte de este mundo, de nuestro mundo.

20 AÑOS PASARONClaudia BerensteinHermana de Beatriz

ayer

hoy

¡¡¡Ellos PERDIERON!!! No pudieron completar su funes-to objetivo, porque vos, lograste trascender tu propia muerte. Porque estás con nosotros. Estás en nosotros, ESTÁS.

La familia hoy

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TODO ESTÁ GRABADO EN LA MEMORIA

Tal vez parafraseando el tema de León Gieco, cantautor y uno de los íconos de nuestro país en la defensa de los Derechos Humanos, es que me vuelve a la me-moria la barbarie, esa del 17 de marzo de 1992; manifestación de la condición más baja del ser humano al servicio de intereses de grupos radicalizados que dejó, tras de sí, un tendal de muertos y heridos y, también, cientos de historias.

La vida cambia y, desde ese instante, existe un “antes” y un “después”.

Las heridas físicas, como las de la mente (si bien son escollos que llevan su tiem-po superar) no son comparables con las del alma. En mi caso hasta la filmación de mi boda se tornó un hecho difícil ya que, en ella, visualizó varias personas que compartían nuestra alegría, (sólo tres meses antes del atentado) y que hoy, por ese instinto asesino, ya no están entre nosotros.

¿Cómo explicar aquello que no es natural? ¿Cómo se cuenta un hecho de semejante naturaleza? ¿Cómo entender que, por el sólo hecho de estar en tu lugar de trabajo, pueda cambiar, de la noche a la mañana, mi forma de vida , mi visión del mundo, mis temores y la sana ingenuidad de aquel que no se siente en deuda con nadie, desatando un estado paranoico del que es difícil salir?

Luego del atentado la vida fue una alternancia de negación (que justificase la supervivencia) y una mochila de piedras cuando concientizaba los recuerdos y la memoria; agravadas por la falta de justicia generada por la complicidad, la inoperancia, la ignorancia y la maraña de intereses creados, todos garantes in-equívocos de la impunidad. Recuerdo una Corte Suprema dependiente del poder de turno que, por poco, nos declara culpables a quienes fuimos víctimas. El pu-ñal sigue clavado y mi vida no es la misma.

Alberto RomanoSobreviviente ayerPienso, casi siempre, en la suerte de mi destino, ese que, por fortuna, me eligió

para seguir vivo.

Pienso en aquellos padres que perdieron a sus hijos, esos familiares que nunca van a tener consuelo porque sus seres queridos ya no están.

En estos años vi crecer a mis hijos. A medida que maduraban preguntaban e indagaban acerca de lo ocurrido, sabiendo que soy un sobreviviente y su-friéndolo, en carne propia, por las secuelas que mostraba. Una vez intenta-ron averiguar si se había encontrado a los culpables... Hice malabares para explicar lo inexplicable porque el atentado en sí, contra vidas humanas, es misterioso pero más lo es la impunidad. Recién, casi veinte años después, se escuchó una condena abierta al terrorismo internacional, fundada en pedidos hechos en foros internacionales para que comparezcan los sospechados de la autoría intelectual de ambos atentados (Embajada - AMIA) ante la justicia argentina. El tiempo pasa y aquello que, al principio, fue intentar vivir, “hoy” (se transformó) en un só lo “se vive”. Como recuerdo objetivo de ese día me queda cada sensación, cada acción por salir de lo que quedaba del edificio destruido. Tengo, en mi memoria, a cada uno de mis compañeros con quienes recorrimos su interior buscando la salida improvisada ya que, las creadas para ese fin, es-taban tapadas y destruidas.

Cada momento tiene un impacto visual - sensorial que me relaciona con esa gente y ese instante; ese olor a destrucción, a polvo, a miedo, que - con el correr de las horas- se agravaba con el insoportable olor a cuerpos semienterrados, que comenzaban su descomposición.

Es la barbarie. Es la locura y es la memoria.

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NO TE MUERAS CON TUS MUERTOS

Diana E. Susevich de CrupnicoffHermana de Liliana Graciela

Vuelvo, hoy, 20 años atrás y recuerdo nuestro deambular, desesperados, bus-cando en hospitales y ambulancias, imaginándote herida, lastimada o pérdida. Y, a medida que las horas pasaban, recuerdo, alimentábamos la esperanza en la idea que estarías atrapada en un sótano, o en algún resquicio de entre los escombros en que veíamos - y no podíamos creer- que se había transformado lo que fue el edificio que albergaba la sede de la Embajada.

Todo era confusión. Nadie recordaba nada. Los heridos que llegaban en las am-bulancias, los sobrevivientes que pudieron salir de entre el derrumbe no sabían si te vieron, o dónde te vieron, si estabas o con quién y ya, llegada la noche, iríamos presagiando, sumidos en la más triste y desesperada angustia, aquello que, recién dos días más tarde, se confirmaría al encontrar tú cuerpo entre esas piedras en la que tu vida quedó atrapada.

La bomba y el derrumbe robaron tu vida y a tus hijos, su mamá. A tus padres les robó una hija y a tú esposo, su compañera. Y a nosotros, toda tu familia y todos tus amigos, nos robó tú maravillosa presencia, tú amor, tú alegría, tú valentía y empuje.

Y, entonces, nosotros, heridos, lastimados nuestros corazones, debimos apren-der a salvar la vida por sobre la muerte, porque la vida, para los vivos, continua y sigue. Y los años pasaron y los que antes eran chicos, hoy ya son grandes y, también, padres.

Los que éramos padres hoy somos abuelos y los que eran padres-abuelos hoy es bisabuelo, porque hoy solo queda uno.

“La tragedia, el horror vivido no podrán jamás ser olvidado. Tampoco deben ser relegados los justos reclamos de justicia para los, todavía, desconocidos culpables.

Y tomo prestado esta cita que, alguna vez, leí: ‘no te mueras con tus muertos’.”

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SOY UNSOBREVIVIENTE

ayer

Cuesta leer y cuesta escribir la palabra “sobreviviente”.

Cuesta aceptarla y reconocerse en ella.

Cuesta más que la angustia el recuerdo de Raquel 38, ambos a tientas, al borde del precipicio, caminando entre escombros.

Cuesta más que las lágrimas recordar su internación y su fallecimiento.

Cuesta más que la pena el haber visitado a Mirta 39, un día antes, para ver su co-lección de estampillas y llevar conmigo, hasta hoy, esa última imagen de ella.

Cuesta más que la desesperación, el volver una y otra vez, a abrir la prime-ra puerta del ascensor para que, Raúl 40, finalmente lograra abrir la segunda puerta, con el único objetivo de que los gritos de horror, que de allí provenían, se convirtiesen, para la gente atrapada, en una esperanza de seguir viviendo.

Cuesta más que una puntada en el pecho, Alfredo 41 viniendo hacia mí, ensangrentado.

Cuesta más que la ocasional incertidumbre el tiempo que estuvo internado.Y yo, saliendo de hacer fotocopias, diez minutos antes de la tragedia, de un lu-gar donde nada quedó. Parado a escasos metros de esa oficina cuando el es-truendo, y la confusion, y la vista nublada y los gritos desesperados. Y mi propio grito ahogado al borde de la nada. Y el miedo. Y la sangre de mis compañeros y la mía. Y el estar tan aturdido...

Bernardo FleischerSobreviviente “Cuesta aceptar

y cuesta reconocerse en la palabra ‘sobreviviente’.Yo soy uno de ellos.”

Bernardo con su esposa, Regina (Z’L) y Daniel, su hijo.

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hoy

Y ayudar desesperadamente, para hacerle frente a la muerte, que no daba tregua.

Y mi hijo deambulando por hospitales, buscándome por cada uno de ellos, y su decisión, al cabo del recorrido sin resultados, de llamar a mi esposa para comunicarle tratando de encontrar de qué manera decirle , Dios mío, si sabía lo que había pasado y que todavía no se podia asegurar nada pero era muy posi-ble que papá... Y mi esposa, casi sin habla, entre llantos decirle “-papá está vivo...”

Y mi hijo cayendo al pie del teléfono gritando esa angustia contenida, inconsolable y desgarradora.

Esa angustia penetrante y lascerante que fue de todos, pero a la vez tan distinta e irrepetible para cada uno.

A través de los años he escuchado, y sigo escuchando, infinidad de palabras.

Hablan y siguen hablando acerca de investigaciones.

Presencio actos, homenajes… leo sobre entramados políticos y esbozos de respuestas que nunca lo serán del todo.

Porque allí ha muerto gente. Y, para ellos, no hay respuesta que sirvan. Aquí hay familias destrozadas para siempre por la sin-

38 I Se refiere a Raquel Intraub.

39 I Se refiere a Mirta Saientz.

40 I Se refiere a Raúl Moreira.

41 I Se refiere a Alfredo Goldsztajn.

razón. Allí jamás habrá respuestas que satisfagan, aunque las haya algún día. Porque aquí hay muertos y “sobrevivientes”, quienes muchas veces alternamos el rol: ellos presentes en for-ma de memoria viva; nosotros, con la sensación de ausencia que el peso de la muerte viste en forma de herida que jamás cicatriza. Me han preguntado, muchas veces, cómo es posible vivir con esta herida abierta.

Y cómo se sobrelleva.

Se trata, para mí, del camino que he transitado y recorro con mi familia, a cada paso, atravesándolo con el amor que me brin-dan y les brindo.

Con la felicidad del tenernos. Y celebrándolo. Se trata, definiti-vamente, de los besos y de la sonrisa de mi nieta.

Cuesta creer todo lo que me hubiesen privado de vivir.Cuesta creer todo lo que le han privado de vivir a tantos.Cuesta aceptar y cuesta reconocerse en la palabra “sobrevi-viente”. Yo soy uno de ellos.

Me han preguntado, muchas veces, cómo es posible vivir con esta herida abierta.

Y cómo se sobrelleva.

Se trata, para mí, del camino que he tran-sitado y recorro con mi familia, a cada paso, atravesándolo con el amor que me brindan y les brindo.

Con la felicidad del tenernos. Y celebrán-dolo. Se trata, definitivamente, de los be-sos y de la sonrisa de mi nieta.

Bernardo con su amada nieta Brenda.

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LA BUENA SIEMBRAMónica IntraubHija de Raquel

Hoy a la mañana 42 volví al país, luego de un mes en Londres. Allí reside Clarisa, mi hija mayor y la primer nieta mujer de Raquel Intraub, mi madre.

Clarisa vive allí con su marido y sus 2 hijas inglesas.

Este mismo día recibo una carta de la Embajada pidiendo un texto, fotos y recuerdos de las personas que trabajaban allí cuando explotó la bomba. Texto, palabras, imágenes de pre-sentes y futuros a quienes no pudieron conocer.

Los deseos quedan, a veces, sembrados como plantitas de las que se apropian otros…

En este caso, podría decir que, algunos de los deseos de Raquel, se convirtieron en hechos a través de sus nietas. Para mi mamá era muy importante saber inglés. Y, por supuesto, te-nía razón. Con vaivenes algo aprendí, pero no mucho. También quería que aprendieran ballet. Sólo duré una clase.

Si mi madre, Raquel, viviera vería a su nieta mayor hablan-do, pensando, estudiando, educando, amando y relacio-nándose, todo el tiempo, desde hace más de diez años en el idioma que su abuela consideraba que debía saberse. Y a sus bisnietas Olivia Raquel (la mayor) y Milena Edith (la segunda) que juegan y aprenden y sueñan en dos idiomas, de manera simultánea.

Y, ¿ el ballet? También eso quedó, de alguna manera, sembra-do. Mi hija menor, Inés, baila desde antes de aprender a cami-nar y toda su vida gira y gira alrededor de la danza.

Me imagino sus ojitos pardos empañados de tanta emoción, si hubiera podido compartir algo de lo que ayudó a producir.

Entonces, si la memoria es lo que no sólo convoca sino lo que ayuda a permanecer vivo, Raquel está presente todos los días, hasta con su nombre; allá lejos, a muchos kilómetros, donde se habla el idioma que ella quería que supiéramos y, por acá, a través de la música y el cuerpo en movimiento.

Aprendí de ella, entre tantas otras cosas, la abuelidad faná-tica, sin límites ni condicionamientos; la alegría inmensa de compartir todo lo que puedo con mis nietas y la posibilidad, maravillosa, de poder transmitirles la historia de su madre, mi hija, la nieta de Raquel.

Amores sembrados que retornaron y florecieron, por aquí y por allá, aún sin saberlo con clara conciencia.

Así es la herencia… aquello que no se sabe del todo y se porta de manera ineludible.

42 I 8 de noviembre, 2011.

CARTA A MI BOBEPermanentemente presente con tu calidez y tu pureza reflejada en tu risa, tus ojos y brazos siempre abiertos al vernos, imborrables momentos que llenaste mi infancia de calor y amor. Extraño tu voz y tu apoyo incondicional, tus postres dulces, olores y sabores que, jamás, olvidaré.

Después de tu partida, todo fue diferente.Después de tantos años se me hace imposible cerrar la cicatriz del horror in-comprensible de lo ocurrido. Te pienso, como si fuera hoy, lo lejos que te tengo. En mi sueño no me cuesta imaginar tu felicidad al ver a tus bisnietos, llenos de alegría y ganas de disfrutar, el día a día, como vos lo hacías en tu existencia.

Desde ya, imposible no extrañarte.Te amo y no te olvidaré jamás.

Ariel Gustavo IntraubNieto de Raquel

SIEMPRE LA TENDRÉ EN MI CORAZÓN

A mi abuela Raquel no llegué a conocerla porque murió cuando tenía tres años. Tengo una hermana mayor, Clarisa, hija de Mónica (mi mamá). Me hubiera gustado compartir momentos entre las cuatro; poder conocer a la mamá de mi mamá, descubrir sus similitudes y sus diferencias.

En fotos, veo su mirada pura de mujer buena y me da mucha rabia no recordar nada de ella ni saber cómo hablaba ni cómo se reía. Siempre sentí que me faltó el amor de esa abuela que perdí. Por eso, nunca voy a olvidarla y siempre, a la mamá de mi mamá, la tendré en mi corazón.

Inés MaasNieta de Raquel No llegaba a 3 años en el momento del atentado.

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ayerCumpleaños del hijo de Raquel, dos días antes del atentado.

1

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6 7

1) Nieta Inés con Olivia y Milena (2010).

2) Ailen, Facundo y Lautaro Intraub.

3) Olivia Raquel Murray, bisnieta de Raquel primera hija de Clarisa.

4) Milena Murray, bisnieta de Raquel, segunda hija de Clarisa.

5) Nieta Clarisa en su boda (2002) con Jake Murray.

6) Ailen Intraub.

7) Lautaro Intraub.

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El 9 de marzo de 1992 regresé de un soñado viaje a Israel y Eu-ropa. Para personas como yo, la posibilidad de recorrer mundo era un sueño que, afortunadamente, había podido realizar. Mi alegría era enorme.

Ese 17 de marzo fue hermoso, soleado y caluroso… un día nor-mal como cualquier otro. Tenía 43 años. Llegaba a Arroyo y Suipacha con una bolsa, con fotos, de esa experiencia que aca-baba de realizar. Quería compartir esa aventura y los lugares donde había ido con la gente que conocía y quería.

Era un día como cualquier otro día. Entré y subí en el pequeño ascensor hasta el tercer piso; el mismo espacio – más parecido a una coctelera que a un elevador - en que, un rato después, quedaría atrapado Raúl 43 y hasta hoy me provoca asombro que haya salido vivo de ese lugar.

Estaba, circunstancialmente, en la Embajada, en una pequeña oficina, sin ventanas, ubicada en el contrafrente del edificio. Había almorzado hacía poco rato. En un instante, mi vida se desmoronó cuando sentí la explosión que me levantó unos centímetros de la silla para volver, golpearme en el escritorio y dejarme, otra vez, sentada.

UN DÍA COMO CUALQUIER OTROMirta DenmonSobreviviente

La oscuridad fue total. Tanteando intenté, por todos los me-dios, abrir la puerta de la oficina, que estaba cerrada y trabada. Luché, con toda mi fuerza, para desatascarla. Me raspé el brazo derecho. Volví a probarlo. Me costó pero, finalmente, lo logré. Tomé mi cartera y deje la bolsa con las fotografías. En ese en-tonces, todavía las fotos – papel tenían negativos. Pero no lo pensé en ese momento. Creo que, en total, entre la explosión y mi salida transcurrió una media hora.

La sorpresa fue mayúscula al comprobar que, frente a mí, ha-bía una abertura, de grandes proporciones, por las que entraba el cielo y el radiante sol. Ahí tomé conciencia que había sido una explosión y, me dije: “Esto es grave”. De pronto, entendí que era el final de mi vida. Buscaba ayuda y, al mismo tiempo, entendía que todo había terminado.

“- Qué raro” pensaba. Tenía la convicción que la Embajada de Israel era el lugar más seguro del mundo. Pero, ahora, esa certi-dumbre no significaba nada. Había sido vulnerada su infalibili-

ayer

43 I Raúl Moreira.

44 I Gloria Svelitza.

dad. Un segundo después, supe que esto “me” pasaba a mí. Nunca había tenido la muerte tan cerca. Me repetía, en silencio, una y otra vez: “De acá no salgo”.

Empecé a caminar. No escuchaba gritos pero si el ulular de las sirenas. Buscaba a alguien para salir. Encontré a Gloria 44. Bajamos por la escalera de madera, la asignada al servicio doméstico, en ese petit hotel. Llegamos a un lugar donde estaba Esperanza, muy mal herida. Al verla la impresión fue dolorosa. Me pre-guntaba si habría alguien que quedase vivo en la Embajada….

Queríamos salir y no podíamos avanzar. Nos sacaron por una ventana (creo que fue la del primer piso) que daba a la calle Arroyo. Al llegar a la abertura, delante de nosotros se abría una montaña de escombros. Una cadena humana nos ayudaron a bajar; unos nos tomaban de las piernas y otros de los brazos. Al llegar a la calle, la última persona me sostuvo y me abrazó. Creo que nunca tuve una caricia como esa, de tanta intensidad. Era la diferencia entre la vida y la muerte. Me sujeté con tanta fuerza que fue como “aferrarme a la vida”. Pedía que no me tomasen fotos.

“- Esto es una tragedia”, repetía.

Ese es el momento que apareció en la revista “Gente”. Estaba sucia. Las san-dalias cortajeadas… pero ¡viva! De pronto tuve la sensación de estar mirando un noticiero y la imagen era la de Beirut bombardeada. Las sirenas conti-

Mirta. 1992.

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Hablé por teléfono con algunos amigos y, de a poco, me fueron dando las tremendas noticias. Tal vez, entre todas, me afectó parti-cularmente la muerte de Liliana (Susevich de Levinson), una mujer que siempre recuerdo con unas inmensas ganas de vivir.

Y luego la de Raquel (Intraub), que fue muy dura porque el día que me avisaron su fallecimiento, no podía levantarme de la cama del shock que significó esa inespera-da noticia. La taquicardia que me provocó todavía la recuerdo como si fuese ahora mismo. Sin embar-go, con máximo esfuerzo fui al ve-latorio como señal de respeto por la enorme persona que fue.

Habíamos sido muy, pero muy cercanas. Raquel fue una de las personas que vi caminar, el día del atentado, por la calle Juncal, cerca de Suipacha. Después es-tuvo internada y, finalmente, la llevaron – para operarla- al sana-torio Mitre, donde murió. Y, cada vez que voy al cementerio, paso por todas las tumbas de los que fueron mis queridos amigos, y a Raquel, le dejo una flor porque sigue ocupando un lugar de privi-legio en mi corazón.

nuaban sonando. Los edificios con los vidrios rotos. … no podía creer lo que veía. Me acercaron a una ambulancia. Alguien me dio agua… insistía en volver a mi casa.

Comenzamos, con una amiga, a dar vueltas por la calle Juncal que no había sido tan dañada. Buscaba amigos, conocidos… algo que me dijese que estaban vivos.

La gente fue muy solidaria. En ese momento, llamé a la oficina de mi hermana que no estaba. Había salido hacia lo que había sido la Embajada. Lo máximo que llegó fue a Carlos Pellegrini y Arroyo. Mi hermana insistía en pasar: “- Mi hermana está ahí adentro”, re-petía. Y la respuesta, frente al incendio que se desató, fue: “- Usted no puede pasar”.

Mientras tanto, busqué un teléfono. Otra vez llamé a la oficina donde trabajaba mi hermana para avisar que había salido de la Embajada y volvía a mi casa. Y, en el más absoluto anonimato, comencé el retorno a mi hogar.

Todo era caótico. Fuimos caminando, con otra amiga, hasta Talca-huano y Marcelo T. de Alvear. Tomé un taxi y llegué a mi domicilio. Ahí estaban, mirando como caminaba un muerto, mi papá y mi hermana. No tenía palabras. Repetía, una y otra vez, “- Esto es una tragedia”, “- Esto es terrible”…

Me saqué la ropa. Me duché y comenzó, para mí, una semana de las más duras de mi vida. Miraba la televisión y, por la noche, al acostarme, volvía a mi mente la imagen del edificio caído, derrum-bado y los escombros… y el dolor de aquellos sobre los cuales no se sabía su destino.

Mientras tanto, y antes de la demolición final del edificio, algunas personas entraron y recorrieron para sacar todo lo que se podía salvar. Ahí apareció la bolsa con mis fotos del viaje que, indiferen-tes ante tanta tragedia, guardaban historias de alegrías compar-tidas. Después de muchas preguntas para saber a quién pertene-cían, volví a conectarme con una vida que había sido la mía.

Iba a la clínica (de la Ciudad) para ver a los internados; enfermos y heridos. Lo hice durante varios días. Lo cierto es que, a cada mo-mento, mi angustia aumentaba. Viví casi dos semanas como un autómata. Me di cuenta que no podría salir sola de la situación y llame a mi terapeuta, con el que me había tratado tiempo atrás, y le comenté mi estado.

Me preguntó: “- ¿Qué le pasa?”Y le dije, creo que por primera vez, “- Soy una sobreviviente del atentado a la Embajada de Israel”.

De inmediato me dijo: “-¿Cómo dejó pasar tantos días?”.

Eso fue a fines de marzo del '92. Ahí comenzó mi verdadera reha-bilitación que duró hasta diciembre de ese año, manejando – de la mejor manera posible- mi reinserción al trabajo y a la vida. Lo más duro fue, y es, el dolor de la gente que murió.

Hablé por teléfono con algunos amigos y, de a poco, me fue-ron dando las tremendas noticias. Tal vez, entre todas, me afecto particularmente la muerte de Liliana (Susevich de Le-vinson), una mujer que siempre recuerdo con unas inmensas ganas de vivir.

Y luego la de Raquel (Intraub), que fue muy dura porque el día que me avisaron su fallecimiento, no podía levantarme de la cama del shock que significó esa inesperada noticia. La taqui-cardia que me provocó todavía la recuerdo como si fuese aho-ra mismo. Sin embargo, con máximo esfuerzo fui al velatorio como señal de respeto por la enorme persona que fue. Había-mos sido muy, pero muy cercanas. Raquel fue una de las per-sonas que vi caminar, el día del atentado, por la calle Juncal, cerca de Suipacha. Después estuvo internada y, finalmente, la llevaron – para operarla- al sanatorio Mitre, donde murió. Y, cada vez que voy al cementerio, paso por todas las tumbas de los que fueron mis queridos amigos, y a Raquel, le dejo una flor porque sigue ocupando un lugar de privilegio en mi corazón.

Todo esto lo pude contar muchos años después. Fue un paso adelante, importante, porque me permitió aprender a sentir-me mejor. Durante mucho tiempo tenía “culpa” por disfrutar de la vida. El primer año, especialmente, fue muy duro.

Volví a mi trabajo con rapidez. La alegría de mis compañeros de labor ante mi presencia ayudó, mucho, en mi reinserción. Fue, en muchos sentidos, volver a nacer, volver a empezar, volver a vivir. Todo convivía con el llanto y la angustia. El atentado a la Embajada de Israel me cambió la vida. Tomé conciencia sobre cuán importante era el ahora, el presente, un día de sol, los afectos… Todo apareció con nueva signifi-cación. Ver la luz era fundamental porque, en un instante, se podía perder todo…

¿Cómo recuerdo los 17 de marzo? Es un día en que desfilan todas esas personas queridas que ya no están. Siempre me digo: “Hay que pasarlo”. Es una jornada dolorosa dedicada a recordar. Y lamento, profundamente, que todavía no estén es-clarecidos cuáles fueron las motivaciones, más allá de las que aparecieron en los medios. Se debe dar futuro a todas las fami-lias involucradas. Y entiendo que, mientras los sobrevivientes los recordemos, estarán siempre latentes porque “en tanto los traiga a este presente, siempre los tendré en mi vida”.

Quisiera creer que hay justicia. Sería un gran alivio para que los muertos descansen en paz.

hoy

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TODAVÍA HOY

hoy

Efraín RabinovichSobreviviente

Aquel martes, como todos los días, salí temprano de mi casa para tomar un café, como de costumbre, en el bar de Juncal y Suipacha.Llegué a mi oficina y me dispuse a trabajar, del mismo modo que, gracias a D-s, continúo haciéndolo hasta hoy. Minutos después llegó Raquel 45, con quien compartía el lugar. Eran muchos años de trabajo juntos y una gran amistad. A las 14:45 sentí un estruendo ensordecedor y, de repente, no sabía dónde estaba parado. Se escuchaban ruidos, gritos, si-renas… No tenía idea de lo que ocurría.A los pocos minutos una voz nos llamó: “-Acérquense a la ven-tana”. Junto con Raquel salimos por un edificio lindero. A Raquel la vino a buscar su hija. Caminé cuadras y cuadras sin poder comprender lo que ha-bía sucedido hasta que encontré un teléfono público desde el cual pude comunicarme con mi familia.Pocos días después, más allá de haber salido con vida del atentado, Raquel no resistió las secuelas que la bomba cau-só en su cuerpo y falleció. Todavía hoy, veinte años después, me sigo preguntando ¿Por qué? Todavía hoy, veinte años des-pués, agradezco a D-s por haberme dejado con vida. Todavía hoy, veinte años después, recuerdo y honro a todos mis compañeros que dejaron su vida en ese lugar.

ME DEJARON SIN CASA

hoy

Gloria Diana SvetlizaSobreviviente

Martes 17 de marzo. Un día que empezó como todos: levan-tarme temprano, preparar la ropa, el desayuno, el arreglo per-sonal. Luego, salir al trabajo; el lugar que siempre sentí como mi propia casa. Las labores se llevaron las horas de la mañana. Llegó el al-muerzo y, como siempre, nos reunimos, todos juntos, a con-versar de nuestras cosas. Eran tantos años que nos conocía-mos que nos sentíamos como una familia. Después, la vuelta al compromiso.De pronto, un estruendo. Temblor. Gritos. Sirenas… Sin saber qué pasaba, me aferré a mi compañera. No sé cuántos segun-dos pasaron hasta que abrí los ojos y no pude ver nada. Era como un desierto cuando el viento levanta esa polvareda. Intenté salir de mi oficina y lo que presencié fue el horror: es-pacios que ya no estaban, gritos de auxilio, gente atrapada por los escombros y que, gracias a otros compañeros que los ayudaron, pudieron salir.Tuve, y aún tengo, la sensación de una violación. Me dejaron sin casa. Me quitaron la felicidad y la alegría que sentía, al levantarme, todos los días y saber que iba a mi trabajo, con tantas ganas de ver a mis amigos después de más de quince años juntos.Lo único que me queda es el recuerdo de los que ya no están, los momentos felices que pasamos y la memoria para tenerlos siempre presente.

45 I Se refiere a Raquel Intraub.

Efraín con sus nietos y su esposa. Gloria con su mamá.

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ALICIA FARJATALFREDO B. KARASIK

EDUARDO DARDIKEDUARDO KRASKASANA E. BIER DE ARUJ

CUARTOPISO

Testimonios de:

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DESPUÉSDE LA LLUVIADE ESCOM-BROS Y TIERRA

Muchos conocemos un famoso tango llamado “Volver”, canta-do por Carlos Gardel, donde se hace referencia a “Sentir…. que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra”.

En oportunidad de conmemorarse veinte años del atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, quiero compartir mis sensaciones, emociones y sentimientos sobre ese lamentable suceso y cómo repercutió, en mí, con el paso del tiempo.

Adhiriendo a lo escrito en el tango, y también contrariándolo, veinte años es bastante tiempo y, en general, el tiempo “hace lo suyo”.

Me desempeñé laboralmente en el histórico y señorial edificio de la calle Arroyo durante 11 años, desde 1981 hasta el fatídi-co día del atentado.

Trabajé siempre en el cuarto y último piso (el ascensor llegaba hasta el tercero y luego de recorrer ese piso, subía por una es-calera). Nuestro grupo, compuesto por 6 personas, fue el único que no tuvo víctimas fatales. Mis compañeros de piso (creo que cinco estábamos presentes en ese momento) eran Alfredo, Ana, Alicia, mi tocayo Edu y Elizabeth.

Eduardo DardikSobreviviente

La explosión me encontró en el momento que había ingresado al baño. Recuerdo que, durante unos 30 segundos, escuché un estruendo ensordecedor. No sabía qué pasaba y pensaba en una gigantesca explosión y un supuesto terremoto (todo al mismo tiempo). El techo del baño se cayó sobre mi cuerpo y, durante muchos instantes, fue seguido por una lluvia de escombros y tierra. Mirando hacia arriba veía en lugar de una cubierta sólo alambres entretejidos de construcción y una inmensa nube de polvo. De inmediato noté una especie de sordera casi total (que permaneció inalterable como 48 horas), con los oídos tapados producto de la onda expansiva por la explosión. Al intentar salir del baño me percaté que la puerta no se podía abrir. Los herrajes se habían retorcido. Escuché, a lo lejos, que todos mis compañeros de piso estaban con vida.

Luego de varios minutos - que parecieron días- y con la ayu-da de ellos y de personal de maestranza (creo que Raúl 46

o Hugo 47) pudieron rescatarme del baño. Que nuestro piso quedase en pie se explica porque fue un agregado, construido hacia años, en la terraza y a que se encontraba en la parte tra-

46 I Se refiere a Raúl Moreira.

47 I Se refiere a Hugo Escalier.

ayer

La familia Dardik con su hijo de 6 meses. (marzo, 1992)

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hoy

sera. Por eso no se desmoronó (como sí sucedió con la parte del frente del edificio), aunque no impidió que nuestras oficinas quedasen totalmente destruidas.

Ahí comenzó nuestra segunda odisea. Al acercarnos a la esca-lera notamos que habíamos quedado aislados del resto y, al mismo tiempo, alcanzábamos a divisar, desde arriba, imáge-nes de gente caída y herida. También con la ayuda de nuestros “rescatistas” Hugo y Raúl, y luego de superar complicadas ins-tancias, pudimos pasar a la terraza de la Embajada y, a través de una ventana rota, ingresar al edificio lindero, de la calle Sui-pacha. Los cuatro pisos del antiguo edificio equivalían a ocho o nueve de la moderna construcción lindante.

Bajamos con lentitud (ayudándonos los unos a los otros) por escaleras llenas de escombros, en plena oscuridad (como si es-tuviéramos ciegos y por un sendero desconocido). Puede resul-tar paradójico, pero siempre me quedó grabado en la memo-ria el momento en que, luego de esa plena oscuridad, ingresé desde las escaleras al hall de entrada del edificio de Suipacha (lleno de luz natural) y, recién en ese instante, me percaté de que había sobrevivido.

El sol penetraba con fuerza en la entrada y la emoción se apo-deró de mí, aún imaginándome que, a escasos 20 metros, en la esquina era todo un caos generalizado.

A la distancia, siento culpa por no haber ido en socorro de com-pañeros necesitados o atrapados. Pero estaba imposibilitado por mi estado de shock. A manera de síntesis, puedo decir que, para mi suerte, y a pesar de caer un techo sobre mí, sólo sufrí

heridas leves en algunas partes del cuerpo (fuí atendido en la Clínica CEMIC) y recibí curaciones, vacuna antitetánica y ex-haustivos exámenes auditivos. Pero lo que sí fue más relevante fueron las heridas psíquicas que dejaron mucho más que hue-llas profundas y duraderas.

Recuerdo, en forma especial, todos los eventos (incluso los fe-lices) producidos durante el primer año posterior al atentado, como cumpleaños de familiares cercanos, en especial de mi hijo (que, en aquel momento, tenía sólo 6 meses de vida) o de mi esposa. En ese instante, me embargaba la emoción pensan-do que, por suerte (y dentro de la desgracia ocurrida), había logrado salir casi ileso pero, al mismo tiempo, imaginaba el otro lado de la moneda y cuál sería la situación si, en mi caso personal, la “suerte” hubiera sido otra.

Otro asunto relacionado, sobre todo en esos primeros tiempos aunque sucedió también hace un par de años, es que recibí, en su momento, varias propuestas para ser entrevistado en audi-ciones radiales o de medios escritos de comunicación, en los que no tuve interés en participar… vaya a saber por qué. Hasta el presente adopté un bajo perfil.

Con el correr del tiempo llegué a convencerme de que lo ade-cuado, para aprender a intentar superar esa instancia, era abordar un tratamiento psicológico con un profesional espe-cializado en ese tipo de situaciones traumáticas.

Supuse que sería una terapia breve pero, en el terreno, resulto ser prolongada, eficaz y de invalorable ayuda. Recuerdo que, en su momento, la psicóloga me sugirió, todavía en fecha cercana

“Adhiriendo a lo escrito en el tango, y también contrariándolo, veinte años es bastante tiempo y, en general, el tiempo hace lo suyo.”

al atentado, intentar escribir lo vivido aquel 17 de marzo de 1992, a los efectos de conservar un documento de valor testimonial. En ese momento no me sentí capacitado para hacerlo y sólo hoy, al momento de redactar estas líneas, puedo cumplir tal cometido.

Seguramente muchos detalles puntuales olvidé por el paso del tiempo pero, en esencia, el recuerdo de esa tragedia lo tengo pre-sente, casi en forma permanente, y así será por el resto de mis días.

En marzo del año 2000, y luego de un proceso de maduración per-sonal, me radiqué en Israel acompañado de mi esposa y mis dos hijos. Cada vez que tenemos la oportunidad de viajar de visita a Buenos Aires concurro a la Plaza Embajada de Israel (en el mismo lugar que ocupaba la Embajada), sitio destinado a preservar la memoria de este hecho trascendente que, al día de hoy, remite a una situación de concreta impunidad sin culpables que cumplan su merecida condena.

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Fui a trabajar pensando que sería uno más de los últimos días “pesados” de verano. Estaba en mi oficina, en el cuarto y úl-timo piso. Hacia el mediodía ya estaba notando que el calor insistía en acompañarme. Había una batalla declarada entre esa sensación y el hambre que amenazaba mi calma. Venció el hambre.

A eso de las 14, con un obligado y abúlico, “- ¡Bajo a comprar-me!” que, seguramente, ninguno de mis cuatro compañeros escuchó, emprendí el descenso por la pequeña escalera hacia el tercer piso y, desde allí, en el ascensor, hasta la planta baja. Recuerdo haberme cruzado con una compañera de abajo que, mientras caminaba, se abanicaba su cara y con la otra mano sostenía una taza de té con el saquito dentro. De la sonrisa de los dos se infería un “hola” gestual y convencional.

Demoré más de un minuto en intentar salir del edificio por-que, en el área de seguridad, por la que obligatoriamente de-bíamos pasar, estaban los albañiles trabajando y, por alguna razón, la puerta de salida estaba ocupada. Por fin, por una Arroyo vacía caminé, con paso cansino, una cuadra y media para dirigirme al supermercado del barrio, por entonces “La Gran Provisión”, en la calle Esmeralda. Recuerdo, vívidamen-te, el aire acondicionado que, por unos minutos, me devolvió

HERMANADOS PARA SIEMPRE Eduardo KraskasSobreviviente

literalmente la vida. Me dirigí hacia el fondo del negocio, en el sector de las comidas y, tras una breve espera, le pedí a la empleada una de esas raras ensaladas que, por entonces, elaboraban y me volví a la “Emba” (como cariñosamente la llamábamos). Subí por el ascensor los tres pisos, y nos salu-damos con Eliora Carmon (Z”L) en un estrecho pasillo. Llegué a mi oficina anunciando mi regreso con la convicción de que nadie lo oyó. Una vez en mi escritorio aumenté la potencia del ventilador de techo, cubriendo algunos papeles para que no se volaran. Escuchaba música en la radio mientras preparaba el ritual del almuerzo, como un día más.

Me puse a comer mientras escuchaba que, mis dos compañe-ras, estaban en el escritorio de una de ellas hablando a solas. Quizás el tema eran los hijos, las familias, o quién sabe qué. Mi mente estaba cruzada entre el trabajo que debía continuar, alguna compra para ir terminando mi nuevo departamento (que había adquirido hacía tres meses) y en la ensalada cari-beña que devoraba con gran satisfacción.

Una vez terminado el almuerzo de rigor, recogí todo y llevé a la cocina para lavar los platos y tirar el envoltorio del súper. Todo muy previsible. Volví a mi mesa de trabajo. Puse los pa-peles en orden y seguí con mi tarea.

ayer

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De repente, sentí un largo silencio. La ceguera instantánea se convirtió en oscuridad y un extraño polvillo cubrió todo. Ense-guida, alrededor mío, el mundo parecía que se movía como en cámara lenta. Atrás, parte del cielorraso se me había venido encima. Un aspa del ventilador quedó colgada entre mi cabe-za y el respaldo de la silla. El vidrio de la ventanita, que daba hacia Suipacha, estalló detrás de mí. Mis oídos registraban, como en un eco, ruidos extraños, voces muy lejanas, como la de mis compañeros de piso. Una gritaba en forma preocupan-te nuestros nombres, como de muy lejos, a unos tres metros:

“- ¿Están bien?”

Escuché que alguien más gritaba de lejos:

“-¿Fue una caldera o una bomba?”

Nunca supe bien cuántos minutos pasaron. Como pudimos nos incorporamos, cada uno a su manera y, sin percibir lo que pasaba en los pisos de abajo, de golpe, vimos subir, por las escaleras, a asustados albañiles que no encontraban escapa-toria. De ahí en más, todos juntos, cuidándonos los unos a los otros, emprendimos el descenso por esa escalerita hacia el tercer piso, en medio de la oscuridad y un silencio tortuo-so que marcaban lo que veríamos después. Nos unimos a los compañeros del tercero. Por sobre la mansarda, que daba a Suipacha, nos asomamos a la calle y, con desesperación, gri-tamos para avisar que ahí estábamos. Había fuego y humo. Escuchábamos gritos por todos lados. Oí que alguien, desde la calle, gritó mi nombre y nos hicieron señas para que mi-ráramos hacia atrás. A partir de ese momento, descubrimos nuestra salida a la vida; la salvación.

Tuvimos que saltar el vacío de un patio interno, que nos con-ducía hacia una escalerita de incendio que, a su vez, nos co-

nectaba con una ventanita que daba a las escaleras del edificio lindero. Fuimos acompañándonos en ese infierno hacia el inte-rior de esas escaleras del edificio de al lado. Recuerdo que baja-mos varios pisos, como seis o siete. Llevaba, conmigo a Raquel Intraub (Z”L) y la sostuve hasta que llegamos a la planta baja. Sólo oía ambulancias y gritos. Gente corriendo, asustada.

Caminé por una Suipacha extraña, bombardeada, hacia Jun-cal. Mi ropa estaba cubierta de polvo y sangre. Un anticuario de la zona me ofreció un teléfono para que llamara a mi fa-milia. No podía ubicar a nadie. Estaban viniendo para ahí o a los hospitales. Terminé viajando con un piadoso taxista que, a pesar de mi estado, ofreció llevarme hasta la casa de mis tíos, luego de un viaje de más de una hora para recorrer veinte cuadras. No encontré a nadie. Me caí al suelo en el comedor y, recién ahí, pude gritar y llorar.

Llamé a mis padres a Israel y no nos dijimos nada.

Sólo lloramos.

Ahí me di cuenta que empecé a vivir de nuevo.

Al ratito, una multitud de familia y amigos me rodearon.

Al día siguiente, volví a la “Emba”. Subí, entre los escombros, a la que fue mi oficina. Tomé mi bolso, que había dejado el día anterior y apagué la radio. En ese instante sentí que una nueva mística de hermandad se estaba formando.

Y, desde ese 17 de marzo, en cada abrazo con los sobrevivien-tes, siento un vínculo diferente a aquellos que, normalmente, uno cultiva. Es la mezcla entre el dolor por lo que no están, en la extraña sensación de haber quedado vivo en la historia común que nos va a hermanar para siempre.

Y, desde ese 17 de marzo, en cada abrazo con los sobrevivientes, siento un vínculo diferente a aquellos que, normalmente, uno cultiva. Es la mezcla entre el dolor por lo que no están, es la extraña sensación de haber quedado vivos en la historia común que nos va a hermanar para siempre.

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DE REPENTE, SENTÍ QUE ALGUIEN MELLAMABA

De repente sentí, que alguien me llamaba… Era una voz, apenas audible, que venía de muy lejos, como si fuera una película que transcurría en cámara lenta. Abrí los ojos y se acentuó la sensación de estar en otro mundo, donde todo eran tonos grises y oscuridad. Sólo vi que estaba bajo un gran pedazo de vidrio que correspondió, alguna vez, al mar-co metálico de una ventana… Y escombros. En ese momento, tomé conciencia de que estaba viva y que debía salir al en-cuentro de esa voz, que me reclamaba y en la que reconocí a mi compañera y amiga que me estaba buscando. Así fue, para mí, como comenzó el atentado a la Embajada de Israel. Estaba en el cuarto y último piso del edificio, a cargo de las oficinas de la Agencia Judía.

Me levanté de entre los escombros y comenzó la odisea para encontrar una salida. Éramos cinco personas a las que se su-maron los que estaban en el tercer piso. Si hubo un común denominador, entre todos, fue nuestra desorientación pero, juntos y solidarios, ayudándonos los unos a los otros, estába-mos afanados por salir de ese infierno.

Las escaleras eran un pozo negro. Las llamas trepaban por lo que, hasta hacia segundos apenas, conocíamos como “salida de emergencia”, en el frente del edificio y, por supuesto, ni hablar de usar el ascensor. Finalmente, los hombres del grupo lograron desprender las rejas que daban a una ventana del edificio vecino lo que nos permitió saltar a sus escaleras y, desde allí, ganar la calle Juncal. Siempre pensamos que esos hechos les ocurrían a los otros pero, al tomar conciencia de que uno es el protagonista, comenzamos a replantearnos el senti-do de la existencia, de los valores humanos, de los ideales…

En el 2008 Imad Mughniyeh, considerado uno de los respon-sables de los atentados en Argentina, murió en Damasco, a

Ana E. Bier de ArujSobreviviente

raíz de la explosión de un coche - bomba. En un reportaje que me hicieron por entonces me preguntaron si estaba contenta. Contesté que contenta no era la palabra adecuada porque hu-biese deseado que todos los responsables fueran juzgados y condenados de acuerdo a la ley. Esa ley que ellos desconocen y que impide al mundo vivir en paz.

ayer

48 I Lit. subir o ascender en el sentido de inmigración a Israel desde las tierras de la dispersión.

Tampoco pudo, ese atentado, quebrantar nuestros ideales sionistas. Prueba de ello fue la realización familiar en Israel. En 1994 hizo “Alia” 48 nuestro hijo mayor. Lo siguió nuestra hija en 1998 y, en 2006, habiendo terminado nuestro perío-do productivo en Argentina, nos unimos a toda la familia que nos precedió en Israel.

Hoy el grupo se agrandó y disfrutamos de la llegada de nues-tros dos nietos (Noga y Nadav) que nos alegran y dan sentido a nuestra vida.

Por mi parte, trato de aportar mi “granito de arena” con mis trabajos voluntarios en este país que elegimos, en el Hospital Bnei Zion de Haifa y en Asistencia al Anciano (ייעוץ לקשיש) de Bituaj Leumi.

Personalmente, a pesar del dolor y las pérdidas, con el tiempo salí fortalecida. Creo que la vida merece ser vivida con res-ponsabilidad, asumiendo el rol que nos toca. Cada uno es dueño de decidir sobre los valores que le dan sentido a su vida y a su entorno.

hoy

Ana con sus hijos. (C . 1992)

Noga y Nadav, los nietos israelíes de Ana y José.

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Era uno de los mejores días del año, cuando estaba llena de vitalidad, luego de las vacaciones con la familia.

El clima era ideal. En la esquina de Arroyo y Suipacha no co-rría el incómodo viento de los días de invierno, ni el abrasa-dor sol de las tres de la tarde (recuerdo los actos).

Era un día de sol y de brisa.Reinaba la calma. Después entendí que ¡demasiada calma! No estaban los agentes en la calle, que NO PERMITÍAN esta-cionar en la puerta de la sede diplomática.

Mi día era tranquilo y mi compañera me pidió que veamos un trabajo juntas. En un minuto, un ruido ensordecedor, un humo negro, y gritos, muchos gritos, cambiaron para siempre nuestras vidas. Fue muy difícil recuperarse, y no del todo, de este terrible trauma.

Muertos, heridos, desaparecidos, fue el saldo, de algo que aún algunos no terminamos de procesar.

Debo decir que, a título personal, ahora, después de casi veinte años, entiendo que cambiaron algunas cosas mías para mal y otras para bien. Por ejemplo, supe que las cosas que parecen

ESTEDOLOR QUE NO CESA Alicia FarjatSobreviviente

pequeñas de la vida son las más importantes, y me refiero a los afectos, que muchas veces no le damos el valor que merecen.

Y… por ejemplo, entendí que, algunos hombres, pueden ser más malvados, más violentos y más crueles de lo que nos podemos imaginar las personas comunes que andamos en este mundo, amando, trabajando, o lidiando con las cues-tiones cotidianas.

Que la realidad, a esta altura, supera la ficción ya no tenemos ninguna duda.

Por lo tanto, esto nos da una inseguridad, con la cual vamos a tener que convivir, por lo menos hasta que se termine con este horroroso flagelo que es el negocio del terrorismo.

Hace pocos días, murió un gran amigo en Israel. Dentro de mi casa, en soledad y en silencio, durante varios días, pensé en todas esas pérdidas que he sufrido en mi vida, que no fueron pocas. ¡Cuántas! me decía, cómo puedo sobrevivir aquí, en este mundo si tantos a los que quise, profundamente, ya no lo están. Cómo puede mi mente y mi espíritu sostener tanta angustia, tanta pena, que a veces se hace insoportable, se te cierra la garganta y, el pecho, parece explotar.

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49 I Voz en hebreo que significa Embajada.

50 I Ceremonia de recordación de los muertos.

51 I Día del Perdón.

Estas sensaciones también las sentí durante y después del atentado a la Shagrirut 49 , pero con el terrible agravante de la bronca e impotencia.

Pero esto fue distinto. Esto fue programado, provocado, pensa-do y planificado fríamente por mentes podridas, macabras, en-fermas que siguen actuando cobardemente en la oscuridad.

En Izkor 50 – Yom Kipur 51, estuve acompañada de mis hijos y nos abrazamos y, dentro del dolor, me sentí mejor y pensé en compañeros, padres e hijos, esposos, de los muertos en la Em-bajada que no pudieron abrazarse nunca más, a los que se les quitó, deliberadamente, la posibilidad de hacerlo de por vida.

A casi veinte años el dolor no cesa.Sigamos peleando por la justicia.

“Era uno de los mejores días del año, cuando estaba llena de vitalidad, luego de las vacaciones con la familia.”

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ayer

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“En primer lugar doy gracias a D-s, todos los días, por haber permitido continuar en esta vida.”Trabajé en el último piso – el cuarto - de lo que fue la Embaja-da del Estado de Israel hasta el momento del atentado. Había ingresado en febrero de 1976. Era un día soleado y realizaba mis tareas habituales. Mi escritorio se encontraba bajo un gran ventanal desde el cual se llegaba a divisar el Río de la Plata.

Ese 17 de marzo nadie había faltado. Estábamos todos. Y llegó la hora, la hora más triste, la hora que nos cambió, arruinó, asesinó y acabo con un grupo. Eran las 14:45horas. Del aquel ventanal, desde el cual miraba el río, se desprendie-ron todos los vidrios los cuales salieron despedidos pasando por encima de mi cabeza. Logré sujetarme a la mesa para que la onda expansiva no me tirase al piso. Faltaba el aire. Estábamos todos.

Subimos a los techos para respirar y pedir ayuda. Mi esposa trabajaba en su local, como cualquier otro día. Comenzaron

LA BANDERA QUE ONDEÓ ENTRE LOS ESCOMBROS Alfredo B. KarasikSobreviviente

los vecinos a decirle las imágenes que se mostraban por el te-levisor… Y se repetía que había muchos muertos. Ella respon-día: “- Mi esposo está bien”. Mis hijas estaban en el shule 52. No entendían lo que sucedía.

Nadie podía entenderlo.

Bajamos de los techos. La gente del piso de abajo logró subir donde estábamos nosotros. Rompimos un candado que era el de una ventana que comunicaba con las escaleras del edificio lindero, de la calle Suipacha. Salí primero y colaboré para que todos pasasen por esa pequeña abertura. Al día siguiente, logré ingresar, otra vez, por ese mismo lugar.

Recorrí el cuarto y tercer piso. No había nadie. Entré a una oficina, en la que había una bandera de Israel y, lo primero que se me ocurrió, fue sacarla y entregársela, en algún mo-mento, al Señor Embajador. Otra vez salí hacia la calle Sui-pacha. Fui abordado por periodistas. Y la bandera de Israel la entregué a otro compañero. Al rato, empezó a ondear en-tre las ruinas del tercer piso, que daba sobre la calle Arroyo. Pasaron todos estos años.Continué en el trabajo, siempre sintiéndome muy acompañado por mi esposa. Y pienso en lo afortunado que soy.

52 I Escuela judía.

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Aquel 17 de marzo de 1992 permanece intacto en mi memoria. Era mediodía. Había terminado de presentar a Víctor Harel, lle-gado para dar a conocer los avances del proceso de paz inicia-dos en la Conferencia de Madrid, en octubre del año anterior. Unos 60 intelectuales estaban reunidos, en el salón de la Em-bajada, para anoticiarse de las “buenas nuevas” que el camino iniciado conllevaba.

Nuestra hija Nilly y nuestros tres nietos estaban, por casuali-dad, en Buenos Aires. Ellos vivían, como ahora, en Guayaquil. Todos insistieron en que compartiésemos el almuerzo. A pesar de la cantidad de tareas pendientes que tenía, el peso de la fa-milia pudo más y volví, a mediodía, a la residencia. Ya senta-dos a la mesa, mientras almorzábamos, una entrañable amiga llamó preguntando a Silvia, empleada en la Residencia, “ - ¿El Embajador está en casa”? Me pasó el teléfono y me dijo: “ – Es-cuché la radio. Colocaron una bomba ( o hubo una explosión) en la Embajada”.

ARROYO 910/6.EL PALACIO DE LA MEMORIA

Itzhak ShefiEmbajador de Israel en Argentina el 17 de marzo, 1992

Dejé, de inmediato, la casa y con el chofer nos dirigimos hacia Arroyo. En el camino, nos cruzamos con varias ambulancias, sin saber que iban hacia allá. A pocas cuadras, el tráfico estaba cortado y no había manera de avanzar.

Bajamos del coche y empezamos a correr. En el camino, tuvi-mos que explicar a los policías que nos paraban, quienes éra-mos para que nos dejasen pasar. Años después, digo que fue-ron mis nietos y Nilly los que, en verdad, me salvaron la vida. El Ministro-Consejero, David Ben-Rafael, y mi abnegada secre-taria, Mirta Saientz, sentados en la vecindad de mi despacho, pagaron con sus vidas ese criminal acto.

El concepto “salvajismo”, después de ese 17 de marzo, tuvo otro significado. Vidas perecidas, historias inconclusas y pre-sentes truncados no sólo para aquellos que, hoy, no están sino, también, para nosotros, en este silencio que nos acompaña y nos convoca. Hoy, como ayer, esas ausencias ahondan los

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significados. Fueron todas víctimas inocentes. No estaban en nin-guna trinchera ni en el frente de batalla. Los transeúntes, los ha-bitantes del vecino hogar geriátrico, el sacerdote que falleció, los colegas y personal perecido eran personas simples, que no tenían convencimiento alguno de que ese día sería su último día.

Hoy como ayer me pregunto ¿quién difundió el cuento absurdo de que el policía, que custodiaba la entrada a la Embajada, no se encontraba en el momento del atentado porque me acompañaba a una entrevista fuera de la Embajada? ¿Desde cuándo un em-bajador es custodiado por un guardaespaldas uniformado? Esa ausencia en la puerta evidencia que hubo quienes sabían, con exactitud, el día y la hora del fatídico hecho.

Hoy como ayer me pregunto ¿quién estaba interesado en difun-dir la teoría de la supuesta implosión, propuesta por peritos de la Academia de Ingeniería? No tengo dudas de que ese peritaje no surgió de la iniciativa de los propios expertos.

Hoy como ayer me pregunto ¿quién propagó la idea de que la Embajada contenía, en su sótano, un arsenal de armas? ¿Quién puede probar lo que no existe?

Veinte años después entiendo, mejor que nunca, que “La justicia es un derecho humano”. Cuando no hay respuestas, el concepto de pena se une al de dolor no menos que al de castigo. Sólo la búsqueda de los culpables, llevados a justo juicio, reparará a las víctimas y a, nosotros, los sobrevivientes.

Solo la equidad traerá reconciliación porque lo que se violó, en la Embajada de Israel en Buenos Aires, no fue un edificio sino el alma y el cuerpo de cada uno de los que ya no están y de los que continuamos reclamando la totalidad de nues-tros derechos.

Pasaron veinte años y las heridas no cicatrizan. Es doloroso haber perdido colaboradores entra-ñables y amigos y, no menos penoso, saber que los criminales continúan libres, mientras las vic-timas no tienen paz.

Veinte años después, fuera del dolor de las fami-lias enlutadas y de las vidas cortadas, los terro-ristas no lograron asesinar nuestras esperanzas, no cambiaron nuestra forma creativa de vida, ni consiguieron disminuir, en nada, nuestra fe en la justicia y en el ser humano.

“Veinte años después entiendo, mejor que nunca, que “La justicia es un derecho humano.”

Transcurrieron veinte años y, para mí, Arroyo 910 no fue, sólo, la direc-ción de la antigua Embajada.

En esa casa se vivió y se escribió la historia de dos países; Israel y Ar-gentina. Fue un pedazo de Israel en la diáspora en donde, los construc-tores del Estado Judío, inscribieron sus nombres: David Ben-Gurion, Golda Meir, Moshe Sharett, Abba Eban, Itzhak Shamir, Itzhak Navon, Jaim Herzog, Menahem Begin, y tan-tos otros caminaron en ese hogar.

Y de pronto, de pie, frente a los es-combros y las ruinas, entrecerrando los ojos, los vi desfilar, uno tras otro, relatando una nueva y horrorosa página de esta historia que, parece, no tener fin.

hoy

Iom Hatzmaut en Arroyo 910/6. Familia Shefi con hijos, nietos y bisnietos

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Foto: Libro “Retratos de una Comunidad”, AMIA, 2005. Gentileza: Centro Marc Turkow

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“Buscamos justicia, no venganza. Éste, como todo crimen de lesa humanidad, tiene sus responsables. Y no dejaremos que queden impunes.

Buscamos comprensión: cuando los acontecimientos superan nuestras fantasías debemos asirnos a la fe; fe inquebrantable de valores primeros: el hombre y su capacidad creadora por encima de los prejuicios, la discriminación, la persecución y el odio.

Las puertas de la Embajada de Israel en Argentina continúan abiertas. No se han cerrado ni aún cuando el estruendo conmovió sus más íntimas estructuras.

La Embajada de Israel es mucho más que una di-rección física. La sociedad toda demuestra que cada uno sufre los mismos dolores y condena los mismos hechos.

Este atropello salvaje nos ha herido en nuestra condición de humanos. Y tenemos conciencia de que hay una labor por hacer. Ese es nuestro com-promiso con los que hoy no están. Esa es nuestra lucha hacia el porvenir.”

Itzhak ShefiDiscurso pronunciado el 19 de marzo de 1992, en Carlos Pellegrini y Arroyo.

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Liliana IsodEditor Responsable

Lea KovenskyProducción general

Elizabeth AndelsmanLiliana GlaserLaura SzechtmanTraducciones y revisión final

CIDIPALCentro de Información y Documentaciónde Israel para América [email protected] www.turismo.cidipal.org

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Hernán Churbawww.hernanchurba.comFotografías “20 años después”

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