Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO DESDE LA VISIÓN DE SAN AGUSTÍN Guillermo Arriaga García Mayo de 2009

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El tema a tratar en este trabajo es el deseo de paz en el ser humano desdela visión de san Agustín plasmada en su obra “La ciudad de Dios”. Escogí estetema pues en él encuentro un cúmulo de materia de análisis para la filosofía encuanto a la antropología, política y ética. El ser humano, su deber y su realizaciónson temas filosóficos cuyo estudio desenvuelve la conciencia del interesado ygenera o regenera las motivaciones de las relaciones personales orientándolas albien deseado.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

DESDE LA VISIÓN DE SAN AGUSTÍN

Guillermo Arriaga García

Mayo de 2009

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A nuestros padres y hermanos

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

DESDE LA VISIÓN DE SAN AGUSTÍN

“Señor, me tocaste

y ardo en deseos de tu paz”

SAN AGUSTÍN, Confesiones X, 27, 38

“Señor, Tú nos hiciste para Ti y nuestro

corazón está inquieto hasta que

descanse en Ti”

SAN AGUSTÍN, Confesiones I, 1, 1

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CONTENIDO

Presentación

Introducción …………………………………………………………………………… I

I. La miseria y el deseo …………………………………………………… 1

II. La virtud y el vicio …………………………………………………………… 13

III. La paz y la guerra …………………………………………………………… 35

IV. El deseo de paz …………………………………………………………… 57

Conclusiones …………………………………………………………………… 65

Bibliografía …………………………………………………………………… 69

Anexo I: Referencias recomendadas …………………………………………… 71

Anexo II: Resumen …………………………………………………………………... 75

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PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN

El tema a tratar en este trabajo es el deseo de paz en el ser humano desde

la visión de san Agustín plasmada en su obra “La ciudad de Dios”. Escogí este

tema pues en él encuentro un cúmulo de materia de análisis para la filosofía en

cuanto a la antropología, política y ética. El ser humano, su deber y su realización

son temas filosóficos cuyo estudio desenvuelve la conciencia del interesado y

genera o regenera las motivaciones de las relaciones personales orientándolas al

bien deseado.

El presente escrito tiene como objetivo brindar un análisis del pensamiento

agustiniano en torno al deseo de paz, que implica la relación de la miseria y la paz

en el ser humano. Deseo que el seguimiento de este trabajo cause en el lector una

concientización o reconcientización de los bienes que desea, una valorización o

revalorización de cómo los desea y una evaluación o revaluación de para qué los

desea. Pretendo mostrar lo importante que es la misericordia y que el bien

auténtico es provechoso para todo el ser humano y para todos los seres humanos,

es decir es saludable y común.

Este análisis se dirige a todos aquellos estudiosos del tema del ser humano,

a los que se interesan en la antropología agustiniana y al público en general que

tenga la oportunidad seguir estas ideas.

Las preguntas centrales a tratar serán: ¿Qué es la paz?, ¿Por qué se

desea?, ¿Para qué se desea?, ¿Cómo se obtiene?, ¿Qué proviene del deseo de

paz?, ¿Cómo es el deseo de paz?, ¿Por qué se hacen guerras?, ¿Puede alguien

ser un guerrero pacífico?

Las hipótesis polémicas a sustentar son: Todo el quehacer humano es

originado por el inquietante deseo de paz. La consecución de la paz verdadera

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PRESENTACIÓN

ordena todos los deseos humanos y adecua al ser humano al orden natural. Las

considero polémicas por dos motivos: el primero es porque han sido para mí una

refundamentación de mi visión del ser humano; el segundo, por el aparente

contrasentido que conlleva pensar que por desear la tranquilidad se promueve el

quehacer humano. Por orden natural, espero que se entiendan los deberes

saludables de la humanidad. Saludables en todas las dimensiones humanas, a

saber: la física, la psicológica, la espiritual, la social y la emocional. En el capítulo

tercero se ahondará en este punto.

He adherido un anexo que contiene gran cantidad de referencias a La

Ciudad de Dios y se encuentran ordenadas según cada subtema a tratar en el

presente trabajo. En cuanto a la citación, como principalmente es a San Agustín

en su obra: “La Ciudad de Dios”, se hará como en el siguiente ejemplo cuando sea

esta obra: CD, XIX, 1, 2. Con ‘CD’ se indica “La Ciudad de Dios”, con ‘XIX’ el

número del libro que la integra, con ‘1’ el número de capítulo dentro de ese libro y

con el ‘2’ el número dentro del capítulo -cuando lo haya, pues no todos los

capítulos están subdivididos. Las citas utilizadas de esta obra pertenecen a los

libros y páginas electrónicas descritas en la bibliografía.

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INTRODUCCIÓN

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INTRODUCCIÓN

Para tomar la visión de san Agustín de Hipona desde el enfoque filosófico,

es útil discernir el aspecto cristiano católico en su pensamiento. Debido a este

ingrediente hay una creencia que responde a las dudas sobre el origen y el fin de

la humanidad. Así pues, hay una creencia indudable sobre la posibilidad de la

unión plena con Dios, considerado a Éste como el Sumo Bien y fuente de todos

los bienes, después de transcurrida la muerte, tras un peregrinar en comunidad

hacia la plenitud humana -cuya realización está en la unión insuperable con Dios.

También, incluye la creencia que hubo un momento en la historia humana,

precisamente en el principio, en el que el ser humano vivió en plenitud y, como

consecuencia de una desobediencia al orden natural establecido por el Sumo

Bien, experimentó la miseria.1 Consideradas estas creencias, el análisis estará

sustentado en lo que la evidencia revela y la razón entrelaza.

1 Cfr. CD, XXI, 15: “Como caímos por el pecado de un solo hombre en una miseria tan deplorable,

así arribaremos por la gracia de un solo hombre, que a la vez es Dios, a la posesión de nuestro bien soberano. Y nadie debe confiar que pasó del primer estado al segundo hasta que arribe al puerto en que no habrá ya tentación y logre la paz que persigue a través de los combates que la carne libra contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Una guerra semejante no tendría lugar si el hombre, usando su libre albedrío, se hubiera conservado en la rectitud en que fue creado. Ahora el hombre feliz que se negó a tener paz con Dios lucha infeliz consigo mismo, y, siendo este mal miserable, es mejor que su vida precedente. Mejor es combatir los vicios que dejarse dominar sin choque alguno. Mejor es, digo, la guerra con la esperanza de la vida eterna que el cautiverio sin esperanza de libertad”.

El Catecismo de la Iglesia Católica indica en su número 302: “La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada en ‘estado de vía’ hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección.” Y en el número 310: “Dios quiso libremente crear un mundo en ‘estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” y, continúa en el número 311: “Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios de ninguna manera es, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien”. La fuente consultada es: Catecismo de la Iglesia Católica. Coeditores Católicos Unidos. México, 2004, p. 89 y 92. Es una versión oficial en español.

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INTRODUCCIÓN

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Este análisis parte de una evidencia: la miseria humana. Este enfoque sólo

permite apuntar a que el deseo de satisfacción de la miseria humana tiene la

finalidad de adquirir lo que se necesita y conservarlo. Si esto puede ser por

siempre y después de esta vida, es algo que se razonará pero que no se

respaldará por una creencia, a lo menos se indicarán las posibilidades y las

causas finales de la existencia de lo evidente.

San Agustín fue un ser humano con grandes cualidades intelectuales y

humanitarias2. “La Ciudad de Dios” es una de sus últimas3 y principales obras, de

modo que recoge, en gran medida, la riqueza de su reflexión, los frutos selectos

de su experiencia, el consejo y la observación cribada por la autocrítica y la

búsqueda de objeciones. La redacción de esta monumental obra fue realizada en

más de veinte años, durante los principios del siglo V después de Jesucristo; en

ese tiempo, Roma se encontraba en grave desmoronamiento por su inconsistencia

interna, debida a sus costumbres4, y por su destrucción externa, debida a la

invasión bárbara. De modo que san Agustín alentaba a los ciudadanos a

reconocer su condición de peregrinos5, a darse cuenta que el seguimiento del

San Agustín indica en CD, XXII, 2, que: “Dios, presabiendo que algunos ángeles por soberbia

querían bastarse a sí mismos y constituirse en principio de la propia felicidad, desertando así del verdadero bien, no les privó de este poder, juzgando que es más digno de su omnipotencia y de su bondad hacer buen uso de los males que no permitirlos. (…) Él creó al hombre recto con el libre albedrío, y lo creó animal mortal, es verdad, pero digno del cielo, si se unía a su Autor, y condenado a una miseria congruente con su naturaleza, si lo abandonaba. Y previendo que también éste había de pecar, violando la ley divina y abandonando a Dios, no le privó de la potestad del libre albedrío, porque preveía el bien que podría reportar de ese mal”.

2 Cfr. San Agustín: Carta 78, 8: “Soy un ser humano (…) nada de lo que es verdaderamente humano me es ajeno”. Por lo que, la problemática de cualquier ser humano no le fue ajena y, sintiéndola propia, colaboró por el bien de todos cuanto pudo. Además, encontró las directrices de la solución a varios problemas humanos, por lo que su pensamiento es útil para los seres humanos de nuestro tiempo.

3 San Agustín la redactó entre los años 413 y 426 d.C., después de la invasión goda en Roma (410), encabezada por Alarico, y poco antes de su muerte (430).

4 Cfr. CD, XXI, 24,5: “Aunque erguidas las murallas y las casas, la ciudad fue derribada en sus rotas costumbres”.

5 Es decir, su condición de buscadores de la vida eterna durante la estancia temporal de esta vida terrena. La vida con cualidad de eterna implica la máxima calidad y cantidad de salud y conocimiento, es decir: plenitud de la salud y del conocimiento por siempre. La vida con

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INTRODUCCIÓN

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cristianismo fortalece internamente a la sociedad, que era insostenible creer que

los dioses romanos los castigaran por la vivencia del cristianismo y la erradicación

del paganismo, que se puede hacer buen uso6 de todo acontecimiento y que la

destrucción dependía de la moralidad. El santo invita a todas las personas que

puede a ser ciudadanas de la Ciudad Eterna, a que se esfuercen por la

misericordia y que la esperanza en la plenitud les entusiasme a avanzar a la Patria

Celestial, haciendo el bien incondicionalmente, dando a cada quien lo que

necesita y aprovechando cada vivencia para ser mejores personas.

Lector, que este recorrido intelectual de la mano de los deliciosos frutos

agustinianos rinda en ti un buen provecho y entusiasme tu vida para avanzar

diligentemente en la consecución de la saciedad y tranquilidad de modo común a

todos los que te rodean y a ti.

El punto de partida será la situación de miseria en el ser humano que

alienta el deseo de plenitud, este deseo lleva a la paz e ilumina el camino de su

propia consecución. Por lo que el primer capítulo trata sobre la miseria y el deseo,

ambos en el ser humano. El segundo implica el tema de la virtud y el vicio, en él

se describirá cómo la voluntad puede obrar a favor de la consecución de la paz. El

capítulo tercero tocará el de la paz y la guerra para aclarar lo que se desea y las

implicaciones de su logro. Por último, el cuarto se circunscribe en las

peculiaridades del deseo de paz, su universalidad y necesariedad.

cualidad de terrena implica cierta calidad y cantidad de salud y conocimiento acompañadas de enfermedad e ignorancia. La vida eterna no puede padecer muerte, la vida terrena sí. El estar eternamente vivo no implica gozar de vida eterna y san Agustín llama muerte eterna no a la no vivencia plena y eterna sino a la vivencia eterna de la vida mísera. (Cfr. CD, XIX, 28).

6 El “buen uso” quiere decir: que la afectación recibida del entorno sea utilizada como una afectación positiva para la persona, es decir, que le sirva para ser una mejor persona, para desenvolverse más. Esto se ahondará en el tema de la virtud en el capítulo 2.

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CAPÍTULO I. LA MISERIA Y EL DESEO

Algo evidente en el ser humano es que es mísero7. Ya desde antaño es

reconocida esta condición del ser humano y es plasmada en renombradas obras

como son la Ilíada y la Odisea, atribuidas al genial Homero, y las tragedias de

Sófocles, entre una vasta literatura que trata sobre el ser humano. Es evidente

esta condición pues muestras de ella son la presencia de enfermedad e

ignorancia8 en la vida de todo ser humano, en mayor o menor medida a través del

tiempo. San Agustín pregunta: “¿Qué caudal de elocuencia bastaría para describir

las miserias de esa vida?”9 y prosigue10 enumerando cuanta miseria detecta junto

con lo que la carencia apunta, como: los vaivenes de los bienes obtenidos en

oposición a su permanencia, el dolor al placer, la inquietud a la tranquilidad, la

debilidad a la funcionalidad de los miembros, la amputación a la integridad, la

deformidad a la belleza, la enfermedad a la salud, la pesadez a la agilidad, la

fragilidad de los sentidos a la adecuada percepción sensorial, la locura al buen

juicio, el vicio a la virtud, la mortalidad a la inmortalidad, la inseguridad de la

amistad y la traición a la fidelidad, la defectuosa percepción de la verdad y la

imperfección de nuestro juicio al reconocimiento pleno de la verdad, las

dificultades de la vida social11 a la concordia y bien común, la posibilidad de

7 A continuación se hará una breve descripción de lo que se quiere decir con algunos términos:

EVIDENTE: Que puede ser percibido de modo inmediato, sin necesidad de explicaciones. MÍSERO: Que padece miseria. MISERIA: La carencia de lo necesario para vivir plenamente. MISERICORDIA: Compasión que mueve a la satisfacción de la miseria propia y/o ajena. MISERABLE: Que no obra misericordiosamente. NECESARIO: Algo de satisfacción obligatoria. VIVIR PLENAMENTE: Ejercer todas las cualidades humanas. No experimentar carencia

alguna. 8 Cfr. CD, XIX, 6. 9 CD, XIX, 4, 2. 10 Cfr. CD, XIX, 4-8. 11 Hay injurias, enemistades, guerras, desigualdad de oportunidades, desperdicio de bienes en

unos lugares y carencias en otros. Ante esto, en CD XIX, 5, San Agustín pregunta: “¿quién sería capaz de enumerar y gravedad de los males a que está sujeta la sociedad humana en esta mísera condición mortal?”.

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condenar inocentes y absolver a culpables por la limitación del juez, las guerras

que violan los derechos humanos a la justicia y la paz, el dolor por el malestar de

los amigos12. En fin, la miseria está presente13 en cada dimensión humana y en

las relaciones humanas.

Para ejemplificar la miseria humana es imprescindible considerar la

totalidad del ser humano y de sus relaciones. De este modo, se puede hacer una

distinción de los niveles de carencia para poder hablar de niveles de satisfacción,

puesto que la vida del ser humano, antes de la muerte, se desarrolla en el

intermedio entre plenitud y plena carencia; no tiene plenitud pues o lo conseguido

merma o se puede conseguir algo de mayor calidad; no tiene plena carencia pues

es, en la plena carencia no sería -no tendría ser. Como indiqué anteriormente,

llamo miseria a la carencia de lo necesario. Entiendo por necesario aquello cuya

adquisición o conservación es obligatoria, pero ¿obligatoria para qué?, aquí es 12 Cfr. CD, XIX, 8: “¿qué consolación mejor hallamos, entre las agitaciones y penalidades de la

sociedad humana, que la fe sincera y el mutuo amor de los buenos y auténticos amigos? Pero cuantos más y en más lugares los tenemos, tanto más tememos que les suceda algún accidente de esos que llenan el mundo. Porque no nos preocupa solamente que no sean afligidos por el hambre, las guerras, las enfermedades, la cautividad y los males que esto lleva consigo, imposibles de imaginar, sino que además tememos –y es temor mucho más amargo- que se tornen pérfidos y malvados. Y cuando esto sucede (evidentemente tanto más cuanto más y más diferentes son nuestros amigos) y llega a nuestro conocimiento, ¿quién podrá darse cuenta de las llamas en que arde nuestro corazón sino el que siente tales reveses? Preferiríamos saber a nuestros amigos muertos, aunque esto no lo podríamos saber sin dolor. (…) Aunque la muerte de los seres más queridos, sobre todo si son forjadores de los lazos sociales, pinche más blanda o más duramente en la vida de los mortales, sin embargo, preferimos verlos morir a verlos desertar de la fe o de las buenas costumbres, que es morir en el alma. De esta inmensa cantidad de males está llena la tierra. (…) He aquí por qué debemos felicitarnos por la muerte de nuestros mejores amigos. Y cuando nuestro corazón sea presa de la angustia, consolémonos y pensemos que la muerte ha librado a los amigos de los males que hieren, depravan o, al menos, ponen en peligro en esta vida aun a los hombres buenos.”

13 Cfr. CD, XXI, 14, ahí, San Agustín dice: “Yo he conocido algunas personas que han llegado a una vejez muy avanzada sin haber tenido la menor fiebre y que han pasado su vida en una tranquilidad perfecta. Esto no obsta para considerar la vida de los mortales como una larga pena y como tentación. (…) No es ya pequeña pena la ignorancia o la impericia, cuya aversión es tal que, para escapar a ella, se obliga a los niños, a costa de castigos y dolores sin cuento, a aprender las letras liberales”.

También indica, en CD, XIX, 4,5, que esta vida es miserable e infeliz: “¿Qué pasaría si, por un oculto juicio de Dios, fueras retenido entre estos males, sin permitírsete morir ni separarte jamás de ellos? A la verdad que entonces darías a esta vida, por lo menos, el calificativo de miserable. No deja, pues de ser miserable por ser presto abandonada, puesto que, si fuera eterna tú mismo la tacharías de miserable. Y no por ser breve debe parecernos que no es miseria, o que –mayor absurdo todavía-, por ser una miseria breve, debe llamarse felicidad”.

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donde se puede graduar la miseria. Así pues, hay carencia de aquello que es vital

para el nivel biológico del ser humano, como: la nutrición, el descanso y el

movimiento; aquello a nivel psicológico, como: la autoestima, la virtud y el

conocimiento; aquello vital a nivel espiritual, como: la comunión, la creatividad

artística, la bondad; aquello vital a nivel social, como: la comunidad, la justicia, la

solidaridad, la paz; y aquello vital a nivel emocional, como: la tolerancia a la

frustración, la postergación de la gratificación, la conducción racional, equilibrada y

misericordiosa de nuestras emociones, el dolor por las conductas miserables, la

alegría por la satisfacción, el miedo por la carencia, el enojo por el desorden. Así

pues, estas distintas dimensiones -constitutivas del ser humano-, van a ser en este

trabajo, la pauta para graduar la carencia y su consecuente satisfacción. En la

dimensionalización anterior se han indicado algunas de las cosas necesarias, cuya

ausencia o detrimento acrecienta el grado de miseria. Este análisis no pretende

ahondar en las consideraciones de todo lo necesario para el ser humano sino

contemplar la presencia de necesidad y brindar algunos evidentes ejemplos.

Incluso, no agota las dimensiones y relaciones del ser humano. Sin embargo, el

ahondar en esto no es crucial para el desarrollo de este trabajo, aunque es útil

dicha profundización para la concientización de la miseria de modo que su

satisfacción pueda ser más eficaz.

La miseria, por lo tanto, es la carencia de aquellos bienes necesarios14 para

la realización plena del ser humano, y éste tiene el deseo de satisfacerla para

estar en paz15. Y entre mayor conciencia haya de la miseria, más se enardecerá el

deseo de saciarla. La miseria no es absoluta pues se existe, es decir, “no puede

existir naturaleza alguna en la que no se halle algún bien”16. Por esto, la miseria es

14 Cfr. San Agustín: La vida feliz, IV, 28: “toda necesidad equivale a miseria y toda miseria implica

necesidad”. 15 Cfr. CD, XIX, 10, Aquí, San Agustín, hablando de los engaños y la miseria como prueba, indica

que: “En este valle de debilidad y de miseria, esa prueba no carece de sentido, pues excita y enardece el deseo de esa seguridad en que habrá una paz perfecta y enteramente cierta”.

16 CD, XIX, 13, 2, aquí, San Agustín también indica que: “La potestad del Ordenador (…) no priva a la naturaleza de todo lo que le dio, sino que sustrae algo y deja algo, a fin de que haya quien sufra la sustracción. El dolor es el mejor testigo del bien sustraído y del bien dejado, porque, si no existiera el bien dejado, no podría dolerse el bien quitado. El que peca es peor si se alegra

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la ausencia no total de los bienes que se requieren para la realización plena del

ser humano. Y el dolor de experimentarla exalta el deseo de satisfacerla.

Para ahondar en estas concepciones se examinará ¿qué es el deseo?,

¿qué se desea?, ¿por qué se desea?, ¿para qué se desea?, ¿cómo se desea?,

¿en qué medida aparece el deseo?, ¿en qué medida desaparece? Estas

interrogantes iniciales serán tratadas en este primer capítulo, en una indagación

que nos abrirá el panorama de la visión agustiniana del ser humano, aunque sólo

en la parte que requerimos para analizar el deseo humano de paz.

Partiendo de la observación del objetivo del deseo, podemos apreciar que

éste promueve la adquisición o a la conservación de algo. En los dos aspectos se

procura la plenitud o se evita carecer, es decir, se procura tener algo que se

necesita o se quiere; en el aspecto adquisitivo se evita continuar careciendo y en

el aspecto conservativo se continúa sin carecer; en el primero se sacia la carencia,

en el segundo se evita carecer de saciedad.17

en el daño de la equidad, y el que es atormentado, si de él no reporta bien alguno, sufre el daño de la salud. Y es que la equidad y la salud son dos bienes, y de la amisión del bien es preciso dolerse, no alegrarse (si es que no hay una compensación en lo mejor, y es mejor la equidad del ánimo que la salud del cuerpo). Es más razonable, sin duda, el dolerse el pecador de sus suplicios que el alegrarse de sus crímenes. Así como el alegrarse del bien abandonado al pecar es una prueba de la voluntad mala, así el dolor del bien perdido en el suplicio es testigo de la naturaleza buena. Quien siente haber perdido la paz de su naturaleza, lo siente por ciertos restos de paz que hacen que ame su naturaleza. (…) Dios, pues, Creador sapientísimo y Ordenar justísimo de todas las naturalezas, que puso como remate y colofón de su obra creadora en la tierra al hombre, nos dio ciertos bienes convenientes a esta vida, a saber: la paz temporal según la capacidad de la vida mortal para su conservación, incolumidad y sociabilidad. Nos dio además todo lo necesario para conservar o recobrar esta paz; así como lo propio y conveniente al sentido, la luz, la noche, las auras respirables, las aguas potables y cuanto sirve para alimentar, cubrir, curar y adornar el cuerpo. Todo esto nos lo dio bajo una condición, muy justa por cierto: que el mortal que usara rectamente de tales bienes los recibirá mayores y mejores. Recibirá una paz inmortal acompañada de gloria y el honor propio de la vida eterna, para gozar de Dios y del prójimo en Dios. Y el que los usara mal no recibirá aquéllos y perderá éstos”.

En CD, XIX, 12, 2, San Agustín indica que: “no hay vicio tan contrario a la naturaleza que borre los vestigios últimos de la misma”.

17 Con esta observación se han desplegado dos sentidos del deseo que confluyen en la misma consecuencia, a saber: el sentido positivo de procurar la plenitud y el sentido negativo de evitar la carencia. Estos sentidos parten de diferentes intenciones y brindan diferente intensidad a los actos voluntarios. Ambos derivan en lo mismo pero no por esto son iguales. Uno busca la plenitud el otro evita la carencia. Uno se mueve por amor, el otro por temor. El amor va más de

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Así pues, en el aspecto adquisitivo del deseo, deseamos algo que no

tenemos ya sea porque lo necesitamos o solamente porque lo queremos. Si

recordamos los períodos de sed, hambre y sueño podemos detectar que en ellos

experimentamos una motivación a saciar nuestra necesidad corporal de bebida,

comida y descanso. Y que entre más se carece de algo, mayor es el deseo de su

satisfacción; a menos que una distracción, un placebo o un paliativo disminuyan el

deseo o lo alejen de la conciencia. Esto es, por ejemplo, si nuestra necesidad es

de algún alimento específico y consumimos un alimento que poco o nada contiene

de lo necesitado entonces se mitigará el hambre pero el deseo específico

persistirá en una reaparición retardada. Con estos ejemplos es fácil detectar que,

en este aspecto, se desea lo que se carece; que el deseo se experimenta en la

medida en que es necesario lo que se carece o en la medida que nuestra voluntad

lo quiere y nuestra conciencia lo atiende.

En el aspecto conservativo del deseo se pretende evitar la carencia de algo

que se quiere o se necesita. Por ejemplo, cuando alguien ha obtenido un terreno y

ha edificado una casa, puede desear conservar dicha construcción a fin de que le

permita descansar en paz gozando de un lugar seguro y, probablemente,

confortable. En este caso, el aspecto conservativo encaminará al deseo a dar el

mantenimiento suficiente para que cada elemento de la casa continúe cumpliendo

con su finalidad.

Ahora bien, con estas consideraciones sobre los aspectos del deseo en el

ser humano, es posible que concibamos lo que es el deseo, por qué se desea y

para qué se desea. El deseo es el motivador de la saciedad de algo que se

la mano de la libertad que el temor, pues el amor no esta condicionado a algo externo, es un acto puramente interno, el temor es promovido por algo externo a uno mismo. Voy a mostrar algunas aplicaciones: podemos buscar la salud por amor a la salud o por miedo a la enfermedad. Podemos buscar el conocimiento por amor al conocimiento o por miedo a la ignorancia. La finalidad del amor es superior a la del miedo. Cuando alguien hace algo por amor: aunque pueda no hacerlo, no quiere no hacerlo; cuando alguien hace algo por miedo: aunque quiera hacerlo, no puede no hacerlo.

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necesita o se quiere. Se desea porque hay carencia o porque puede haber. Se

desea para satisfacerla o para continuar satisfecho. El deseo es una motivación

humana, un elemento de dinamismo interno que exige una acción de solución o

prevención para obtener o mantener la situación que se desea.

Debido al dinamismo de la vida, algunas cosas que se poseen son

transitorias18, finitas y mermables, por lo que se vuelve necesaria su adquisición

continua. Por ejemplo, el hambre retorna tiempo después de comer. Además, la

calidad y la cantidad de lo deseado pueden variar demandando la adquisición de

algo propiamente mejor o mayor a lo obtenido. Cabe señalar que los dos aspectos

del deseo están relacionados, por ejemplo, el aspecto conservativo de la vida

favorece el aspecto adquisitivo de la salud, de la cual siempre hay más por

obtener19, y favorece el propio aspecto conservativo de la poseída al prevenir

enfermedades o la muerte. De estas ideas, es posible concluir que el ser humano

desea constantemente en esta vida.

Además de los aspectos del deseo, es posible distinguir entre los deseos

que experimenta el ser humano, los que nacen de su voluntad y los que no, es

decir, entre los voluntarios y los involuntarios20. Esta distinción es útil para

identificar que hay deseos propiciados por la necesidad involuntaria –la miseria

humana– y dependencias voluntarias que generan deseos –que llamo apegos

innecesarios21. Los deseos generados por la miseria humana están dentro de los

18 Cfr. CD, XVII, 13: “los vaivenes de la vida humana no conceden a pueblo alguno una seguridad

tal, que le permita no temer las incursiones hostiles”. 19 Aunque llamemos sana a una persona que presenta los síntomas estandarizados de salud

aceptable –mas no los óptimos. 20 San Agustín identifica que hay cosas que se buscan naturalmente. Estas cosas entran en el

conjunto de los deseos involuntarios. Agustín indica en CD, XIX, 1, 2: “Hay cuatro cosas que los hombres buscan naturalmente, sin necesidad de maestro, ni de doctrina, ni de industria, ni del arte de vivir, que se dice virtud y es adquirible. Y son: el placer, que es un movimiento agradable del sentido del cuerpo; el descanso, que excluye toda molestia corporal; las dos cosas juntas, llamadas por Epicuro con el nombre de placer; y los principios de la naturaleza que comprenden estas y otras cosas, como en el cuerpo: la integridad, sanidad e incolumidad de sus miembros, y el ánimo: las dotes, grandes o pequeñas, de ingenio”.

21 Son apegos por la afición debida a la costumbre o simplemente por el querer. Son innecesarios pues su satisfacción no es obligatoria para la realización de la plenitud humana.

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deseos involuntarios, aunque no los agotan puesto que también hay pasiones

involuntarias que no atienden a la satisfacción de la miseria. Mas, qué decir a esta

cuestión: ¿Acaso hay miseria voluntaria? Pues san Agustín indica: “¿qué cosa

más miserable que un miserable que no tiene misericordia de sí?"22; ante esta

cuestión, es útil ver que hay una voluntaria situación miserable, esta situación es

causada o incrementada por el entorpecimiento voluntario de la acción

demandada por el deseo de saciar la miseria y se soluciona cuando la voluntad

obra a favor de la satisfacción de la miseria experimentada. Una de las

condiciones de la miseria humana es la posibilidad de mermar el bien necesitado,

de modo que su satisfacción deba ser constante; es por esto que, un miserable

padece más miseria que un mísero que obra por la satisfacción de la que padece.

Hay miserables que sólo se detienen23, otros regresan24 pero, debido a la

mermabilidad de algunos bienes, en los dos casos regresa, en el segundo más

rápido que en el primero. Pero, a todo esto, la miseria no está aumentando sino

que el incremento es de la calidad o cantidad de su padecimiento; la voluntad no

engendra miseria sino que varia su padecimiento, es decir, lo puede incrementar o

disminuir; lo que engendra es una situación miserable o una misericordiosa,

miserable si incrementa el padecimiento involuntario de la miseria, misericordiosa

si se compadece de la condición mísera y obra por su disminución.25

Siguiendo esta visión, es importante aclarar qué es lo que se carece de

modo involuntario y por qué de este modo. Para esto es fundamental tener en

cuenta que el ser humano, para san Agustín, es un peregrino26 en esta vida mortal

22 San Agustín: Confesiones, I, 13, 21.

Cfr: CD, XIX, 7: “el que sufre la miseria o la considera sin dolor es mucho más miserable al creerse feliz, porque ha perdido el sentimiento humano”.

23 Es decir, que no obran por saciar su miseria pero tampoco por incrementar su padecimiento de la misma.

24 Es decir, que no obran por saciar su miseria y obran por incrementar su padecimiento de la misma.

25 Cfr. CD, IX, 5: “¿Qué es la misericordia, sino una compasión de nuestro corazón de la ajena miseria que nos obliga e impele si podemos ayudarla?”.

26 Cfr. CD, XIX, 17; 26.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

Guillermo Arriaga García Página 8

que debe avanzar a la plenitud en la vida inmortal27. Así, esta vida es vista como

una constante acción en la que el deseo es un motor inextinguible y la misericordia

es la que va completando la existencia. La miseria, para san Agustín, es contraria

a la felicidad28, es inevitable29 y promueve el deseo de saciarla30. Dicha miseria es

manifestada por la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento, la muerte, la

ignorancia, la esclavitud del vicio, la estupidez, la deformidad, la debilidad y la

inquietud.31 Podemos notar que nadie está exento de esta miseria pues la salud

inquebrantable, la dicha sin fin, el conocimiento pleno, la sabiduría insuperable, la

belleza indefectible, la fortaleza segura, la capacidad óptima y la paz sin fin,32 no

forman parte de los logros humanos. Sin embargo, el ser humano desea estos

bienes y puede ir participando de ellos de modo auténtico aunque imperfecto

antes de la muerte, con un posible progreso asintótico –con la posibilidad de

acercarse cada vez más33.

Estos deseos de plenitud34, que son involuntarios35, están orientados al

Sumo Bien36, pues “es la fuente de la felicidad y el fin de todos nuestros deseos”37.

27 Y puede no lograrlo. 28 Cfr. CD, XIX, 28: “siendo la guerra contraria a la paz, como la miseria a la felicidad y la muerte a

la vida”. 29 Inevitable porque ya está antes de conseguir lo que se necesita y porque, una vez conseguido lo

necesario, puede mermar en esta vida o puede ser mejorado. Cfr. CD XIX, 6, ahí San Agustín indica que la miseria de la ignorancia es invencible.

30 Cfr. CD, XIX, 6. 31 Entre otras manifestaciones de la miseria. Cfr: CD, XIX, 4, 2. 32 Cfr. CD XIX, 12, 3; 13, 2. XXII, 30, 1. 33 Esto involucra la condición de ser peregrino, estar avanzando… avanzando. 34 Salud, conocimiento, paz… todos perfectos y sin fin. 35 Aunque no es involuntaria su saciedad, por lo que no nos movemos involuntariamente hacia el

Sumo Bien. 36 Sobre el Sumo Bien, san Agustín expresa en CD, XIX, 1,1 que: “El fin de nuestro bien es aquel

objeto por el que deben apetecerse los demás y él por sí mismo. Y el fin del mal, aquel por el que deben evitarse los demás y él por sí mismo. Al presente entendemos por fin del bien no un fin consuntible hasta el no ser, sino perfectible hasta la plenitud, y por fin del mal no un fin que destruya el mal, sino que lo lleva al colmo. Estos dos fines son el Sumo Bien y el sumo mal”.

Y, en CD, XIX, 3, 1, le parece que es lógico el siguiente juicio: “Y, hablando con lógica, el Sumo Bien beatificante del hombre consiste en el conjunto de bienes del alma y cuerpo”.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

Guillermo Arriaga García Página 9

El Sumo Bien para san Agustín es la felicidad de la paz perfecta o la paz de la

felicidad perfecta38, indistintamente39. La unión insuperable e inquebrantable con

Añade en CD, XIX, 4,1: “La vida eterna es el Sumo Bien y la muerte eterna el sumo mal. Y, como

consecuencia, que debemos vivir bien para lograr aquella y esquivar ésta”. 37 CD, X, 3, 2. Ahí mismo, Agustín indica que el Sumo Bien, Dios: “Él es la fuente de nuestra

felicidad, Él el fin de nuestros deseos. Eligiéndole, o mejor, reeligiéndole, pues le habíamos perdido por nuestra negligencia; reeligiéndole, de aquí tomó su nombre la religión, tendemos a Él por el amor para, en llegando, descansar. Seremos felices por ser perfectos con el fin. Nuestro bien, sobre el cual los filósofos levantan una gran polvareda, no es otro que unirnos a Él. El alma intelectual, en un abrazo incorpóreo, si cabe hablar así, a Él, se llena y se fecunda de virtudes verdaderas. Amar este bien con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza, es para nosotros un precepto. A este bien debemos ser conducidos por los que somos amados y conducir a quienes amamos. Así se completan aquellos dos preceptos de los que pende la Ley y los Profetas: Amarás al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-40).

Para que el hombre aprendiera a amarse, se le fijó un fin al que refiriera todo lo que hace para ser feliz. El que se ama a sí mismo, no quiere otra cosa que ser feliz. Este fin es adherirse a Dios. Al que sabe amarse ya a sí mismo, cuando se le manda amar al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se le manda sino encarecer al otro, en cuanto esté de su parte, el amor a Dios? Este es el culto de Dios, ésta la verdadera religión, ésta la recta piedad, ésta la servidumbre debida a sólo Dios. Cualquiera que sea la excelencia y la virtud de la potestad inmortal, si nos ama como a sí misma, quiere que estemos sometidos para ser felices, a Aquel por someterse al cual es ella feliz. Si no se rinde culto a Dios, no quiere que se lo rindan a ella en lugar de a Dios. Antes aprueba y con la potencialidad de su amor favorece a aquella divina sentencia que suena: El que sacrifica a dioses y no al solo Señor, será destruido (Ex 22,20)”.

Sobre el Sumo Bien, Agustín también indica en CD, XXII, 30, 1: “El premio de la virtud será el Dador de la misma, que prometió darse a sí mismo, superior y mayor que el cual nada puede haber. ¿Qué significa lo que dijo el profeta: Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, sino: Yo seré el objeto que colmará sus ansias, yo seré cuanto los hombres pueden honestamente desear: vida, salud, comida, riqueza, gloria, honor, paz y todos los bienes? Este es el sentido recto de aquellos del Apóstol: A fin de que Dios sea todo en todas las cosas. Él será el fin de nuestros deseos, y será visto sin fin, amado sin hastío y alabado sin cansancio. Este don, este afecto, esta ocupación, será común a todos, como la vida eterna”.

38 San Agustín, al hablar de la paz perfecta y la felicidad perfecta expresa lo siguiente, que se encuentra en CD, XIX, 27: “Y por eso en la paz de esta felicidad y en la felicidad de esta paz consistirá el Sumo Bien”.

Además, en CD, XIX, 10, Agustín indica que: “La verdadera virtud consiste, por lo tanto, en hacer buen uso de los bienes y de los males y en referirlo todo al fin último, que nos pondrá en posesión de una paz perfecta e incomparable”.

Y, en CD, XIX, 11: “Podemos, en consecuencia, decir de la paz lo que hemos dicho de la vida eterna, que es el fin de nuestros bienes. (…) Mas, como el nombre de paz es también corriente en las cosas mortales, donde no se da la vida eterna, he preferido reservar este nombre de ‘vida eterna’, en vez del de ‘paz’, para el fin en que la ciudad de Dios encontrará su bien supremo y soberano. (…) Mas, como también los no familiarizados con las Sagradas Escrituras pueden entender por vida eterna la vida de los pecadores, bien, según algunos filósofos, por la inmortalidad del alma, bien, según nuestra fe, por las penas interminables de los impíos, que no serán eternamente atormentados si no viven eternamente, debe llamarse fin de esta ciudad en que gozará del Sumo Bien, o la paz en la vida eterna, o la vida eterna en la paz”.

También indica en CD, XIX, 20: “Siendo, pues, el Sumo Bien de la ciudad de Dios la paz eterna y perfecta”.

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el Sumo Bien sólo es posible una vez terminada esta vida finita, en la eterna

vivencia, para san Agustín.40 Y en la medida en que nuestra voluntad se oriente y

encamine en la progresiva unión con dichos bienes en el Supremo Bien por medio

de la misericordia41, la voluntad del ser humano estará ordenada. Ésta se

desordena cuando desea otra cosa que lo que debe desear. La voluntad

desordenada no tiene causa eficiente para san Agustín, pues todo lo creado es

bueno y la buena voluntad no puede ser causa de la mala, la mala voluntad es el

desorientar el deseo de lo supremo por algo inferior –esto inferior, por ser criatura,

es bueno- pero el desorden es lo malo.42 Los seres racionales tenemos la

Y en CD, XIX, 28: “la paz, tan celebrada y alabada como Sumo Bien”. 39 Felicidad perfecta, Paz perfecta, Vida eterna, Dios, son indistintamente el mismo Sumo Bien para

san Agustín.

En CD, II, 29, 2: “La ciudad soberana es incomparablemente más luminosa. En ella, la victoria es la verdad, el honor es la santidad, la paz es la felicidad y la vida es la eternidad”.

40 Es posible y no posible debido a nuestra libre opción por llenarnos cada vez más de la fuente o alejarnos de ella. Es unión en el sentido de participación. Es insuperable pues es la máxima, la saciedad indefectible, inigualable a la unión perfectible que se puede tener en esta vida. Es inquebrantable pues no habrá deseo de alejarse de la plenitud, pues a ella apuntan nuestros deseos… Todas estas características de la unión se derivan de reflexionar en torno a lo que es ‘la vida eterna’. A saber, vida, esto es, vida sin mermas, vida verdadera; eterna, sin suceso posterior, por siempre.

41 Cfr. CD, X, 6: “las obras de misericordia no tienen otro fin que librarnos de la miseria y hacernos felices”.

42 Cfr. CD, XII, 6, Aquí, San Agustín indica que si una criatura inteligente se aparta del Sumo Bien: “no sería reducida a la nada, pero sí se haría menos y, en consecuencia miserable. Si se busca la causa eficiente de esta mala voluntad, no se halla, porque ¿qué es lo que hace a la mala voluntad, siendo ella misma la autora de la obra mala? De aquí que la causa eficiente de la obra mala sea la mala voluntad, y de la mala voluntad no haya causa eficiente alguna. (…) Cuando la voluntad, abandonando lo superior, se convierte a las cosas inferiores, se hace mala no porque sea malo el objeto a que se convierte, sino porque es mala la misma conversión. Por tanto, no es causa de la voluntad mala el ser inferior, sino que ella es su propia causa, porque apeteció mal y desordenadamente al ser inferior”.

En CD, XII, 8: “Quien ama desordenadamente el bien de cualquier naturaleza que sea, aun consiguiéndolo, se torna malo y miserable en el bien al privarse del mejor”.

Y en CD, XII. 7: “Nadie busque, pues, la causa eficiente de la mala voluntad. Tal causa no es eficiente, sino deficiente, porque la mala voluntad no es efección, sino defección. Declinar de lo que es en sumo grado a lo que es menos, es comenzar a tener mala voluntad. Empeñarse, por tanto, en buscar las causas de estos defectos, no siendo eficientes, sino como he dicho, deficientes, es igual que pretender ver las tinieblas u oír el silencio. Y, sin embargo, estas dos cosas nos son conocidas, una por los ojos, y otra, por los oídos, pero no es su especie, sino en la privación de la misma. En consecuencia, que nadie se prometa aprender de mí lo que sé que no lo sé, sino que espere aprenderá no saber lo que debe saberse que es imposible saberlo. En efecto, las cosas que se conocen no en su especie, sino en la privación de la misma, si se

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

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capacidad de desorientar y reorientar nuestra voluntad. Está orientación es la

respuesta a la interrogante sobre cómo se desea: se desea ordenada o

desordenadamente.

Ahora bien, los deseos voluntarios pueden estar subordinados a los deseos

involuntarios o pueden desordenarse de estos y así ocasionar apegos

innecesarios.43 Dichos apegos son contrarios a la condición de peregrino del ser

humano y son innecesarios en la medida en que no atienden a la acción

misericordiosa, es decir, a la satisfacción de la miseria humana y la adquisición de

la felicidad44. Así que el ser humano, en congruencia con su peregrinar, debe

hacer buen uso de los bienes de esta vida con una disposición a su desapego, en

una lucha constante con el apego desordenado.

Los deseos voluntarios pueden girar en torno a las criaturas y son inútiles y

nocivos en la medida en que se prefieren al Sumo Bien –desde el cual son

deseados ordenadamente los demás bienes. En estos deseos voluntarios es

donde encontramos tanto los vicios como las virtudes, tema que se desarrollará en

el segundo capítulo. De modo que el análisis del deseo humano y de la miseria

puede hablar así, se conocen, en cierto modo, no conociéndolas, y no se conocen conociéndolas”.

43 Los deseos voluntarios como: comer nutritivamente, vivir en un justo medio las emociones, promover pláticas constructivas, desarrollar el buen humor, solidarizarse con el necesitado, afinar las cualidades artísticas… están subordinados al deseo involuntario de salud, pues la salud atañe a todo el ser humano. Por el contrario, si se desea más el placer que la salud, entonces la voluntad incurre en un desorden manifestado por el comer cosas sabrosas que sean dañinas, se vivirían más las emociones que gustan y menos las que no, se promoverían pláticas que gusten aunque no sean edificantes… en fin, se estaría en actitudes desequilibrantes. Cuando se analice el orden en el capítulo tercero, se ahondará en la materia de estos ejemplos.

44 Cfr. CD, X, 6: “Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía, es decir, relacionada con aquel fin del bien, merced al cual podemos ser verdaderamente felices. De donde se sigue que la misericordia que nos mueve a socorrer al hombre, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Aunque lo haga y ofrezca el hombre, con todo, el sacrificio es obra divina. (…) Siendo verdaderos sacrificios las obras de misericordia hacia nosotros o hacia los prójimos, pero referidas a Dios, y siendo verdad que las obras de misericordia no tienen otro fin que librarnos de la miseria y hacernos felices, cosa que no se efectúa sino por aquel bien del que está escrito: Mi bien es adherirme a Dios (Sal 72,28)”. Recordemos la identidad Dios=Sumo Bien=Vida Eterna=Paz perfecta.

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humana permeará los siguientes capítulos y se complementará en una visión

unificada con nuestra principal empresa indagatoria: el deseo humano de paz.

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CAPÍTULO II. LA VIRTUD Y EL VICIO

Ahora se incursionará en el análisis de la virtud y el vicio en el ser humano.

Para continuar con lo plasmado en el primer capítulo, es útil recordar que los

deseos que nacen de la voluntad del ser humano pueden estar a favor de los

deseos involuntarios que procuran la satisfacción de su miseria o pueden estar en

su contra.

Para llegar a lo anterior partamos de la siguiente pregunta: ¿qué es para

san Agustín la virtud? Él considera que la virtud es el arte de vivir y que es

adquirible por el adoctrinamiento.45 Para profundizar en su visión es preciso que

cuestionemos ¿qué es vivir?, esta pregunta es similar a indagar el sentido de la

vida. Debido a la amplitud de ese análisis y la centralidad del tema que nos

interesa, la respuesta será expresada en consonancia con los subtemas de este

trabajo.

El sentido de la vida debe ser tal que el que viva lo pueda realizar en tanto

que tenga las posibilidades necesarias para hacerlo; la mayoría de los vivientes

las debe tener, pues si no fuera así entonces el sentido debería ser otro, porque la

mayoría debe poder cumplirlo para que el sentido tenga sentido, es decir, razón de

ser. El interés de este análisis está en el sentido de la vida del ser humano, por lo

que debe ser algo que la mayoría desee y pueda realizarlo. San Agustín indica

que todo ser humano desea la felicidad46. Salvo rarísimos casos de imposibilidad

45 Cfr. CD, XIX, 1, 2: “el arte de vivir, que se dice virtud y es adquirible. (…) La virtud es adquirida

por la doctrina”. Entiéndase por doctrina la enseñanza de conocimientos.

Y en CD, XIX, 3, 1: “la virtud, el arte de vivir que enseña la ciencia, (…) es fruto del aprendizaje”. 46 Cfr. CD, X, 1: “Es sentir unánime de todos cuantos pueden usar de la razón que todos los

mortales quieren ser felices. (…) El alma humana no puede arribar a la felicidad más que por la participación de la luz de Dios, que la hizo y que hizo el mundo, concluyeron (los platónicos) que sólo puede lograr el objeto del apetito de todos los hombres, o sea, la vida feliz, el que se adhiere con la pureza de un amor casto a aquel único Bien Sumo que es el Dios inconmutable”.

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en el desear47, se puede decir que todos deseamos ser felices y que todo el que

desea, por lo menos desea ser feliz. Y, recordando que la miseria es la ausencia

de felicidad48 para el santo, se puede vislumbrar que el sentido de la vida del ser

humano es saciar la miseria para ser feliz. Incluso, con esta observación, es fácil

apreciar que la felicidad es la saciedad de la miseria, la unión con lo plenificante.

Prosigamos con la pregunta ¿qué es vivir en el ser humano? Si el sentido

de la vida es la satisfacción de la miseria y vivir es realizar ese sentido, entonces

el ser humano efectúa el hecho de vivir cuando obra a favor de la saciedad de la

miseria humana49.

Si la virtud es el arte de vivir, entonces la virtud es la obra en pro de la

satisfacción de la miseria50 del ser humano con respecto a sí y a los demás. El

Y, en CD, X, 3, hablando del Sumo Bien, San Agustín expresa que: “Él es la fuente de nuestra

felicidad, Él el fin de nuestros deseos (…) El alma intelectual, en un abrazo incorpóreo, si cabe hablar así, a Él, se llena y se fecunda de virtudes verdadera. (…) Para que el hombre aprendiera a amarse, se le fijó un fin al que refiriera todo lo que hace para ser feliz. El que se ama a sí mismo, no quiere otra cosa que ser feliz. Este fin es adherirse a Dios”.

En CD, XXII, 30, 3: “el querer la felicidad no lo perdimos ni cuando perdimos la felicidad”. 47 Casos dudosos como la vida vegetativa, la deformidad que no permita el ejercicio pleno de las

facultades humanas; en cierta medida la propia inconciencia. Incluso graves trastornos psicológicos como depresión crónica.

48 Cfr. CD, XIX, 28: “siendo la guerra contraria a la paz, como la miseria a la felicidad y la muerte a la vida”.

49 Cfr. CD, XIX, 3, 1: “La vida del hombre es, pues, feliz cuando goza de la virtud y de los demás bienes del alma y del cuerpo, sin los cuales no puede subsistir la virtud. Si goza también de algunos o de muchos otros necesarios para que subsista la virtud, es más feliz, y si los posee todos sin faltarle alguno, ni del alma ni del cuerpo, es felicísima. La vida no es lo mismo que la virtud, porque no toda vida es virtud, sino sólo la vida sabia. Y, sin embargo, la vida, sea cual fuere puede existir sin la virtud, y la virtud, en cambio, no puede existir sin la vida”.

50 Cfr. Op. Cit. La vida feliz, III, 22: “siendo verdad que todo indigente es infeliz, no lo es menos que todo infeliz es un indigente. (…) la miseria y la penuria son una misma cosa”.

Cfr. Ibidem. III, 23: “la miseria no es más que la indigencia, y convinimos todos en que los indigentes eran desgraciados. (…) ¿todos los desgraciados padecen necesidad? Si llegamos a demostrar con la razón este punto, tenemos la perfecta definición del hombre feliz, que será el que no padece necesidad. Pues todo el que no es desgraciado es feliz. Luego será feliz el que no tiene necesidades, si averiguamos que la miseria y la penuria son la misma cosa”.

Cfr. Ibidem. IV, 27: “la máxima y más deplorable indigencia es carecer de la sabiduría”.

Cfr. Ibidem. IV, 28: “Pues si todo hombre falto de sabiduría es un indigente y el que la posee de nada carece, síguese que todo necio es desgraciado y todo desgraciado necio”.

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vicio es contrario a la virtud de modo que es un obrar que no logra algún progreso

en el hecho de vivir cuando no es el caso de que incrementa la intensidad de la

miseria.

San Agustín indica que “nadie puede ser feliz si le falta lo que desea, pero

tampoco lo es quien lo reúne todo a la medida de su afán”51 porque puede desear

algo nocivo o algo que no permanece. Por lo que “quien desea ser feliz debe

procurarse bienes permanentes, que no le puedan ser arrebatados por algún

revés de la fortuna”52. Así como el cuerpo tiene su alimento, también el alma lo

tiene, este es la sabiduría53. El que desea la sabiduría y, con ella, va sanando su

ignorancia y evitando la estupidez54, va obteniendo un bien que difícilmente

perderá55. Con la sabiduría, el ser humano vive bien56, evita el vicio, y hace buen

uso de todo pues “todo tiene sus ventajas”57. La sabiduría permite encontrar el

buen uso de cada situación.

San Agustín recalca que el arte de vivir conlleva el hacer buen uso de las

situaciones favorables y adversas, positivas y negativas, alegres y dolorosas,

agradables y desagradables… de todo. Dice que la virtud hace buen uso de los

Cfr. Ibidem. IV, 29: “Decir ‘tiene necesidad’ significa lo mismo que tiene el no tener. Demostrado,

pues, que la estulticia es la verdadera y cierta indigencia, mira si la cuestión que nos hemos propuesto está ya resuelta. Preguntábamos si la infelicidad implica la indigencia, y hemos convenido en que estulticia e indigencia se equivalen. Luego como todo necio es infeliz y todo infeliz un necio, así también todo indigente es infeliz y todo infeliz un indigente. Y si de ser todo necio un infeliz y todo infeliz un necio se sigue que la necedad es una infelicidad o miseria, ¿por qué no concluir ya que infelicidad e indigencia se identifican, pues todo indigente es infeliz y todo infeliz un indigente?”.

51 Ibidem. II, 10. 52 Ibidem. II, 11. 53 Cfr. Ibidem. II, 8: “Y del alma, ¿qué me decís? -les pregunté-. ¿No tendrá sus alimentos? ¿No os

parece que la ciencia es su manjar?”. 54 El comportamiento nocivo. 55 Es difícil perderla pues, mientras se goce de las cualidades mentales, el ser humano recuerda lo

que ha adquirido por la instrucción, reflexión y costumbre. El que conoce es transformado por el conocimiento y éste es parte de él.

56 Cfr. Ibidem. III, 21. 57 Ibidem. III, 17.

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bienes y de los males, que experimenta el ser humano, refiriendo todo al fin último:

la Paz Perfecta58. “Y no es verdadera virtud sino la que tiende al fin en que reside

el bien del hombre, mejor que el cual ninguno hay”59. Bajo esta visión podemos

encontrar que una actitud viciosa hace mal uso de los bienes y de los males.

¿Qué es hacer buen uso de cuanto acontece y ha acontecido? Si el bien es

aquello que hace provecho, aquello que nutre al ser humano, aquello que lo

realiza y plenifica, entonces hacer buen uso es aprovechar cada acontecimiento

para ser una mejor persona, un ser humano más desarrollado, más saludable,

más ordenado. Así, se puede apreciar que la adversidad favorece el desarrollo de

las virtudes como la bondad gratuita, la paciencia, el desapego a bienes, personas

y al ego, la fortaleza y brinda la oportunidad de obrar la misericordia según las

necesidades detectadas en el agente del mal. El buen uso implica el referir todo al

provecho del ser humano: que los objetos sean utilizados para el provecho del ser

humano, para la satisfacción de las necesidades humanas; que los

acontecimientos sean utilizados para hacer el bien y para avanzar en la liberación

de los apegos innecesarios que se tengan; que las necesidades de las personas

sean la oportunidad de obrar misericordiosamente ayudando a obtener lo

necesario para el ser humano.60 Es importante aclarar que no se pretende una

58 Cfr. CD, XIX, 10: “Cuando nosotros, mortales, entre lo efímero de las cosas, poseemos esta paz

que puede existir en el mundo, si vivimos rectamente, la virtud usa rectamente de sus bienes; mas, cuando no la poseemos, la virtud usa bien aun de los males de nuestra condición humana. La verdadera virtud consiste, por lo tanto, en hacer buen uso de los bienes y de los males y en referirlo todo al fin último, que nos pondrá en posesión de una paz perfecta e incomparable”.

59 CD, XII, 4. 60 Sobre el buen uso de la adversidad, San Agustín también expresa que el ser vencedor o vencido

no afecta las dignidades propias de los humanos, a saber: la incolumidad y las buenas costumbres; sólo afecta a la soberbia. Si alguien obra virtuosamente por amor a la Paz, entonces no busca la gloria humana y, por esto, no le afecta que sus virtudes no sean reconocidas entre las personas y ésta situación le ayuda a abatir su jactancia, lo cual es un buen uso, pues si se deja conducir por la soberbia desordena su voluntad. Cfr. CD, V. 17,2.

Otro ejemplo del buen uso de la adversidad es el ejercicio y fortalecimiento que puede reportar el experimentarla: el incremento de la astucia para evitarla, de la sabiduría para erradicar el error, de la paciencia para erradicar la intranquilidad, de la bondad gratuita. En CD, XVI, 2, 1, San Agustín indica que: “Los herejes (son) hombres ardientes y animados no del espíritu de sabiduría, sino del de impaciencia, que suele poner en ebullición sus intimidades y perturbar la paz de los santos. Mas esto redunda en provecho de los proficientes, según aquello del Apóstol: Es necesario que haya herejías, para que se descubran entre nosotros os que tienen una virtud

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visión utilitarista ni de objetos ni de personas, sino el aprovechamiento de las

oportunidades para saciar la miseria humana, ajena y propia; por esto, la finalidad

no es otra más que el bienestar humano, no una finalidad egoísta que implique el

utilizar a seres humanos como medios.

El mal uso de cuanto acontece y ha acontecido consiste en volvernos

peores personas, vengativas, ingratas, injustas… en fin, desordenadas. Este mal

uso conlleva el hacernos daño61 con lo vivido o intentar hacer daño a otro ser vivo.

Incluso, se puede hacer mal uso de una virtud62, cuando la motivación para

realizarla no es el deseo del bienestar humano sino algún otro deseo63, incluso el

deseo de la virtud por la virtud. San Agustín no duda en enfatizar lo deplorable de

esta conducta64, incluso llega a juzgar como vicios a aquellas virtudes mal

probada. Por eso también está escrito: El hijo ejercitado será sabio y usará útilmente del necio (Prov 10,4). Hay muchos puntos tocantes a la fe católica que, al ser puestos sobre el tapete de la astuta inquietud de los herejes, para poder hacerles frente son considerados con más detenimiento, entendidos con más claridad y predicados con más insistencia. Y así, la cuestión suscitada por el adversario brinda ocasión para aprender”.

61 Esto es, evitando saciar nuestra miseria o la miseria de otras personas, alterando el orden y violando los derechos humanos. Estos temas del orden y los derechos humanos se tratarán ampliamente en el siguiente capítulo.

62 Lo cual es un mal uso de un bien. San Agustín indica sobre la virtud en CD, XIX, 3, 1 que: “Ella hace buen uso de sí misma y de los demás bienes que hacen feliz al hombre. Donde ella no está, los otros bienes, por más abundantes que sean no son para bien del que los posee, y, por tanto, no merecen el nombre de bienes, porque no pueden ser útiles al que usa mal de ellos”.

63 El obrar virtuosamente por otra motivación que el deseo del bienestar humano debilita la virtud al retirar su aspecto de gratuidad favorecida por la compasión de la misericordia. El fin último no es la paz sino la vanagloria u otra vanidad. Recordemos lo que San Agustín indica en CD, V, 12, 4: “No es verdadera virtud sino la que tiende al fin en que reside el bien del hombre, mejor que el cual ninguno hay”.

64 Cfr. CD, XIX, 25: “Por más dichoso que parezca el imperio del alma sobre el cuerpo y de la razón sobre las pasiones, si el alma y la razón no están sometidas a Dios y no le rinden el culto que Él manda, ese imperio no es justo y verdadero. ¿Cómo una mente que desconoce al Dios verdadero y que, en lugar de estarle sujeta, se prostituye a los demás infames demonios, que la violan, puede ser señora del cuerpo y de los vicios? Las virtudes que cree tener, al mandar al cuerpo y a las pasiones, para el logro y conservación de algo, si no las refiere a Dios, son más bien vicios que virtudes. Y es que, aunque algunos piensen que las virtudes son verdaderas y honestas cuando son referidas a sí mismas y puestas como fin propio son hinchadas y soberbias. Por ende, no son virtudes, sino vicios, y por tales deben tenerse. Así como no procede del cuerpo, sino que es superior al cuerpo, lo que hace vivir al cuerpo, así no procede del hombre, sino que es superior al hombre, lo que hace vivir al hombre felizmente, y no solamente al hombre, sino también a toda otra potestad y virtud celestial”. Es importante tomar en cuenta que los frutos naturales de la virtud no motivada por la Paz Perfecta, sea cualquiera

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motivadas. Sin embargo, siendo que el valor y los frutos de una virtud motivada

por un amor desordenado65 disminuyen, no deja de tener efectos positivos sobre

el que la practica66 y sobre los afectados por dicho comportamiento.

El vicio daña a quien lo obra, es decir, al vicioso, porque “corrompe el bien

de su naturaleza”67, el que padece lo nocivo del vicio de otra persona puede hacer

buen uso de él o puede dañar el bien de su naturaleza si hace un mal uso68. Este

buen uso no elimina el daño directo recibido sino que el ser humano que obra

virtuosamente elige voluntariamente no dañar más el bien de su naturaleza ni la

su motivación, no se evitan. El problema está en que la virtud se está utilizando desordenadamente pues su finalidad es referida por otra cosa que el Sumo Bien.

Cfr. CD, V, 19: La virtud “no es verdadera cuando se supedita a la gloria humana. Con todo, los que no son ciudadanos de la ciudad eterna (…) son más útiles a la ciudad terrena cuando tienen por lo menos aquella virtud que si carecieran de ella”.

65 Cfr. CD, XII, 8: “Lo que sí sé es que la naturaleza de Dios nunca jamás puede desfallecer, y que sí pueden los seres hechos de la nada. Estos seres, cuanto más ser tienen y más bien hacen (entonces hacen algo positivo), tienen causas eficientes; empero, en cuanto desfallecen y, en consecuencia, obran mal (¿qué otra cosa hacen entonces que vanidades?), tienen causas deficientes. Sé también que la mala voluntad radica en hacer aquello que sin su querer no se haría, y que, por eso, la pena justa sigue no a los defectos necesarios, sino a los voluntarios. Este desfallecer se encamina no a las cosas malas, sino mal, o sea, no a naturalezas malas, sino desordenadamente, porque se hace contra el orden de la naturaleza, de lo que es en sumo grado a lo que es menos. Así, la avaricia no es vicio del oro, sino del hombre, que ama el oro desordenadamente, abandonando por él la justicia, que debe ser infinitamente preferida a ese metal. Y la lujuria no es el vicio de la belleza y suavidad de los cuerpos, sino del alma, que ama perversamente los placeres corporales, dando de mano a la templanza, que nos coapta a cosas espiritualmente más bellas e incorruptiblemente más suaves. Y la jactancia no es vicio de la alabanza humana, sino del alma que ama desordenadamente ser alabada por los hombres, desdeñando el testimonio de la propia conciencia. Y la soberbia no es vicio del que da el poder, o del poder mismo, sino del alma, que ama desordenadamente su poder, despreciando el poder más justo y poderoso. Por eso, quien ama desordenadamente el bien de cualquier naturaleza que sea, aun consiguiéndolo, se torna malo y miserable en el bien al privarse del mejor”.

66 El que obra por el bien común y refrena sus pasiones pero por el deseo de gloria humana recibe su premio en la memoria duradera entre los seres humanos de su fama (Cfr. CD, V, 15). El que hace esto mismo, pero por el deseo del bien del ser humano, por gratuidad, por el deseo del Sumo Bien, recibe el galardón en la felicidad perfecta (Cfr. CD, V, 16).

67 CD, XII, 3. Aquí mismo, San Agustín expone que el vicio se opone a la naturaleza, es nocivo a ella. En la nota 69 se encuentra el texto de ésta cita.

68 Cfr. CD, IV, 3: “En la tierra, el reino de los buenos aprovecha no tanto a ellos cuanto a las cosas humanas; el reino de los malos daña a los que reinan, que estragan sus ánimos con mayor libertad en los crímenes; en cambio, a los que sirviéndoles, se les someten no daña sino la propia iniquidad. Porque cuales quiera males que los malos señores infligen a los justos no son pena de la culpa, sino prueba de la virtud. Por consiguiente, el bueno, aunque sirva, es libre; y el malo, aunque reine, es siervo, y no de un solo hombre, sino, lo que es más grave, de tantos señores cuantos son sus vicio”.

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Guillermo Arriaga García Página 19

de otro y, además, puede aprovechar el daño recibido para acrecentar virtudes -lo

cual aumenta su desarrollo como persona- y ayudar al agente del mal a dejar las

conductas nocivas que inevitablemente le dañan -lo cual también aumenta su

desarrollo como persona y favorece el desarrollo de otro ser humano. Además, es

útil tomar en cuenta que no todos los daños son irreparables pues hay niveles de

adversidad que fortalecen al ser humano. En el caso de los irreparables, como la

perdida de algún miembro corporal, no se niega el buen uso de ese daño si la

persona valora más la vida, la salud de sus demás miembros, la oportunidad de

desarrollar otras habilidades que suplanten la carencia irremediable, además de la

vivencia de la liberación de algún apego a lo transitorio.

El vicio es nocivo para la naturaleza, incluso para la naturaleza viciada pues

toda naturaleza es un bien,69 por lo que conserva algún bien, así que no es posible

el vicio total70 y sí es posible la naturaleza sin vicio. El bien sustraído se manifiesta

69 Cfr. XII, 3, aquí, San Agustín, hablado de los viciosos indica que el vicio es un mal: “para ellos

mismos. Y esto no por otra razón que porque corrompe en ellos el bien de su naturaleza. No es contraria a Dios la naturaleza sino el vicio, porque el mal es contrario al bien, y ¿Quién negará que Dios es el bien sumo? El vicio, por tanto, se opone a Dios, como el mal al bien. Sin embargo, la naturaleza, aun viciada, es un bien. De donde se colige que el vicio es contrario también a este bien. Pero sólo a Dios se opone como el mal al bien, y a la naturaleza que vicia, no solamente como algo malo sino como algo nocivo. Porque no existe mal alguno nocivo para Dios, sino para las naturalezas mudables y corruptibles, buenas con todo, según lo prueban los mismos vicios. Y lo prueban, porque, si no fueran buenas, no podrían dañarlas, pues ¿qué hacen al dañarlas sino que pierdan su integridad, su belleza, su salud, su perfección y cuantos bienes suele el vicio substraer o robar a la naturaleza? Si falta en absoluto, no daña, porque no priva de bien alguno, y, por tanto, no es vicio, puesto que ser vicio y no dañar es contradictorio. De donde se sigue que, aunque el vicio es incapaz de dañar al bien inmutable, no puede dañar sino al bien, ya que toda su razón de ser radica en dañar. Esto puede decirse también del modo siguiente: el vicio no puede existir ni en el bien sumo ni en algo que no sea bien. Luego los bienes pueden existir solos en alguna parte, pero los males, en sí solos, nunca. En efecto, las naturalezas corrompidas por el vicio de una mala voluntad son malas, es cierto, en cuanto viciosas, pero en cuanto a naturalezas son buenas. Y cuando una naturaleza es castigada, además de la naturaleza, es bueno también el no quedar impune. La razón es que ese castigo es justo, y todo lo justo es bueno. Nadie sufre penas por los defectos naturales, sino por los voluntarios, ya que el vicio mismo que, robustecido por la costumbre y el excesivo avance, ha llegado a ser natural, tuvo también su origen en la voluntad. Al presente tratamos de los vicios de la naturaleza racional, capaz de la luz inteligible, que la posibilita para discernir lo justo de lo injusto”.

70 Cfr. CD, XIX, 12, 2: “No hay vicio tan contrario a la naturaleza que borre los vestigios últimos de la misma”.

Cfr. CD, XII, 15: “el último grado de corrupción, que aboca las naturalezas mudables y mortales a su desaparición, no reduce al no ser lo que era hasta el punto de que no resulte de allí lógicamente lo que debía ser”.

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por el dolor y no hay dolor sin vida, ni vida sin existencia, ni existencia sin bien, por

lo que queda algún bien.71 El vicio es una manifestación de la miseria humana e

implica el permitir ser dominado por una pasión desordenada72 que haga parecer

deseable lo dañino73, confundiendo un mal con un bien. Debido al dolor del daño,

no es apetecible la sustracción del bien, pero ¿por qué el ser humano, en

ocasiones, obra viciosamente si no es por creer que alcanzará un bien que

apetece? Ese bien no es auténtico sino aparente, es decir, su inteligencia sufre

alguna confusión74 motivada por la pasión y favorece el obrar insensatamente. O

puede darse el caso en que sea algo de provecho pero se obtenga de un modo

que dañe a otros, en este caso no es un bien común a todos. Debido a ésta gran

probabilidad de presencia de vicio en el ser humano, el combate al vicio por la

virtud es una lucha constante75.

71 Cfr. CD, XIX, 13, 2: “El dolor es el mejor testigo del bien sustraído y del bien dejado, porque, si

no existiera el bien dejado, no podría dolerse el bien quitado”. 72 Cfr. CD, XIX, 15. 73 El ser humano que ha obrado viciosamente puede recapacitar al experimentar lo desagradable

de lo nocivo. Cfr. CD, XII, 4: “Y es que nos desagrada que el vicio prive a la naturaleza de lo que nos agrada en ella. Pero con frecuencia desagradan también a los hombres las naturalezas cuando se les tornan nocivas (…) En efecto ¿qué hay más hermoso que un fuego en llamas vivo y resplandeciente? ¿Qué más útil que él cuando calienta, cura y cuece? Y, sin embargo, nada hay más molesto que él cuando quema. Uno mismo es, pues, el fuego que, aplicado mal, resulta ser nocivo, y, aplicado convenientemente, es muy útil. Pues ¿quién hallará palabras suficientes para explicar las utilidades que reporta en todo el mundo? No deben por consiguiente, prestarse oídos a quienes alaban en el fuego la luz y vituperan el ardor, porque consideran no su naturaleza, sino su propia comodidad o incomodidad. Estos tales quieren ver y no quieren quemarse. Pero no reparan en que esa misma luz que les agrada a ellos, daña por inconveniencia a los ojos débiles, y que el ardor que les desplace, da vida y salud a algunos animales por conveniencia”. Aquí encontramos un útil ejemplo del buen uso y mal uso que se puede hacer de la misma cosa.

74 La confusión tiene una solución voluntaria, el buscar el buen uso de la situación y hacerlo, el buscar la concientización de la finalidad del acto para identificar si es en provecho del ser humano o en daño de alguno. De modo que el buen uso de la confusión es ejercitar la conciencia y la sabiduría, y el mal uso el permanecer convencidos por un error y dañar a algún ser humano.

75 Cfr. CD, XIX, 27: “la razón no impera perfectamente a los vicios en esta vida mortal y en este cuerpo corruptible que apesga al alma”.

Además, en CD, XIX, 4, 3 dice: “Dios nos libre de creer que, desgarrados y luchando aún en esta guerra intestina, hemos logrado ya la felicidad sin la posesión de la victoria. ¿Hay algún sabio que no sostenga este combate interior contra sus pasiones?”.

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Las principales motivaciones de la virtud que degradan su acción son para

San Agustín el deseo de gloria humana76, el de dominio77 y el del deleite

corporal78. Si se obra virtuosamente por obtener la fama, entonces se procurará no

disgustar a cualquier observador con la conducta. Si es por obtener dominio,

entonces se procurará agradar sólo a los que puedan facilitar el poder e, incluso,

puede buscar el dominio a través de manifiestas maldades públicas; es decir,

podrá obtener el dominio por simpatizar con los que se lo pueden dar o por

hacerse temer de los que lo pueden quitar o, igualmente, infundiendo miedo a los

que se le puede quitar. Si es por obtener placer, entonces sólo hará esfuerzo por

lo que aporte placer; así que, no se realizarán actividades provechosas para el ser

76 San Agustín, hablando de algunas figuras públicas romanas, indica en CD, V. 12,1, que: “La

codicia inmensa de la gloria fue el freno de todas las demás cupididades”. Por lo que experimentaron los efectos positivos de este autocontrol; por ejemplo, pudieron cumplir un precepto para Roma descrito en la Eneida de Virgilio, “Tú ¡oh Romano! atiende a gobernar a los pueblos; esas serán tus artes y también imponer condiciones de paz, perdonar a los vencidos, derribar a los soberbios” según la 12ª ed. de la Ed. Porrúa en el número 147 de su colección ‘Sepan cuantos…’ publicada en México en el año 2000, en los comienzos de la página 92, a saber: Libro 6, versos del 847 al 853; esto lo expresa San Agustín en CD, V, 12, 3: “<<Serán tus virtudes dictar leyes de paz entre las naciones, dominar a los soberbios y perdonar a los vencidos>> (Aeneid. Libro 6, versos 847-853) Con tanta mayor pericia ejercían ellos estas artes cuanto menos se daban a los placeres, que enervan el ánimo; y a las concupiscencias del cuerpo, al aumento de las riquezas y a la corrupción de costumbres, robando a los ciudadanos pobres y prodigándolo a los torpes histriones”.

El santo prosigue en CD, V, 12, 4: “La gloria en cuyo ardor ardían era la buena opinión de los hombres, y, por tanto, es mejor la virtud, que no se contenta con el testimonio de los hombres, sino con el de su conciencia. (…) A la gloria, al honor y al mando que ansiaban para sí, y a los cuales esforzábanse por llegar los buenos con medios honestos, no debe seguir la virtud, sino precederles”.

Además, agrega en CD, V, 13: “Los dirigentes que buscaban su propia gloria y honor velaban por su propia Patria. No dudaron anteponer a su propia vida la salud de la patria, aplastando por este único vicio, o sea, por el amor de la alabanza, la codicia del dinero y muchos otros vicios. (…) Sin embargo, los que no refrenan sus libidos más torpes, rogando con piadosa fe al Espíritu Santo y amando la belleza inteligible, sino más bien por la codicia de la alabanza humana y de la gloria, no son santos ciertamente, pero sí menos torpes”.

Incluso, en CD, XXI, 16 apunta que: “hay vicios manifiestos que son superados por otros vicios ocultos tenidos por virtudes, en las cuales reina la soberbia y una vanidad ruinosa de agradarse a sí mismo”.

Cfr. San Agustín: Regla I, 8, ahí expone que: “Sucede que otros vicios incitan a realizar malas acciones, la soberbia, en cambio, se insinúa en las buenas obras para que perezcan”.

Por último, en CD, XIX, 4, 5 indica que: “una virtud (es) tanto más engañosa cuanto más soberbia”. 77 Cfr. CD, V, 19. 78 Cfr. CD, V, 20.

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humano si no son placenteras e, inclusive, se realizarán actividades dañinas que

sean placenteras –en este caso, el desorden de anteponer lo placentero a lo

provechoso evidencia la posibilidad de obrar viciosamente. Por esto, es gran virtud

despreciar la gloria humana79, el dominio y el placer por sí mismos, para referirlos

ordenadamente al bienestar, es decir: recibiendo la gloria sin buscarla para

motivar a otros al virtuosismo, recibiendo el mando sin buscarlo para referirlo al

servicio misericordioso y recibiendo el placer que provenga de referir los actos a la

salud humana.

Así pues, la verdadera virtud debe estar bien motivada para beneficiar

grandemente al ser humano. La virtud de la verdadera piedad80 es para San

Agustín el complemento necesario para que cualquier otra virtud sea referida a su

finalidad óptima: el bienestar del ser humano. San Agustín entiende por verdadera

piedad el culto sincero del verdadero Dios. ¿A qué se refiere con esto? Por el culto

sincero del verdadero Dios expresa los sacrificios veraces y las buenas

costumbres81, es decir, la piedad va unida a la bondad. En mi opinión, los actos

del ser humano son parte de su culto, así como sus intenciones; por esto, si

desperdicio el tiempo y dejo para otro momento lo que debo hacer en este,

entonces le estaré dando culto a la flojera; por lo que, para darle culto al Sumo

Bien, a la Paz Perfecta, es preciso que el obrar humano y sus intenciones estén

referidos a la satisfacción de la miseria humana –propia y ajena. San Agustín,

cuando reflexiona sobre el culto verdadero encuentra que éste es el amor al Sumo

79 Bastando el testimonio de la propia conciencia. 80 Cfr. CD, V, 19: “Siempre ha de constar que, entre todos los verazmente piadosos, nadie sin

verdadera piedad, esto es, sin el culto sincero del verdadero Dios, puede tener verdadera virtud, y que ésta no es verdadera cuando se supedita a la gloria humana. (…) Cualesquiera sean las alabanzas y los elogios tributados a la virtud que, sin la piedad verdadera, sirve a la gloria de los hombres”.

81 Cfr. CD, IV, 3: “Si se rinde culto al Dios verdadero y se le sirve con sacrificios veraces y con buenas costumbres, es útil que reinen por doquier y por largo tiempo los buenos. Y no lo es tanto para los regentes cuanto lo es para los regidos. Por lo que a ellos atañe, la piedad y su bondad, grandes dones de Dios, les bastan para una felicidad verdadera, merecida la cual, se vive bien en la presente vida, y luego se consigue la eterna”.

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Bien82 por medio de la misericordia.83 De modo que las verdaderas virtudes libran

de la miseria humana.84 Y el culto tiene peso en la medida en que desemboca en

la misericordia por amor al bien85, esta es la condición necesaria y suficiente de la

religación con la Paz Perfecta86, los modos de culto pueden ser útiles para este fin

pero no necesarios, pues pueden variar87, ni suficientes, porque no involucran

aquel desemboque ni aquella motivación.

82 Cfr, CD, X, 1, 3: “Por piedad suele propiamente entenderse el culto de Dios. (…) El estilo vulgar

usa también este nombre en las obras de misericordia. (…) La latreia griega es traducida al latín por servidumbre (…), esta servidumbre decimos que se debe únicamente a Dios, al verdadero Dios, que transforma en dioses a los que le rinden culto”.

Continuando con esto en CD, X, 3, 2: “Él se digna habitar en la concordia de todos y en cada uno. Y no es mayor en todos que en cada uno, porque ni se distiende en su grandeza ni se disminuye por división. (…) Le inmolamos la hostia de la humildad y de la alabanza en el ara del corazón con el fuego de una caridad ferviente. Para verle, como puede ser visto, y para adherirnos a Él, nos purificamos de toda mancha de pecados y de impiedades y nos consagramos en su nombre. Él es la fuente de nuestra felicidad, Él el fin de nuestros deseos. Eligiéndole, o mejor, reeligiéndole, pues le habíamos perdido por nuestra negligencia; reeligiéndole, de aquí tomó su nombre la religión, tendemos a Él por el amor para, en llegando, descansar. Seremos felices por ser perfectos con el fin”.

83 Cfr, CD, X, 5: “La misericordia es el verdadero sacrificio (misericordia verum sacrificium est). (…) Todos los preceptos divinos que se leen de muchos modos, en el misterio del tabernáculo o del templo, sobre los sacrificios, tienden a significar el amor de Dios y del prójimo. De estos dos preceptos, como está escrito, pende la Ley toda”.

Cfr. CD, X, 6: “Por consiguiente, verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía, es decir, relacionada con aquel fin del bien, merced al cual podemos ser verdaderamente felices. De donde se sigue que la misericordia que nos mueve a socorrer al hombre, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Aunque lo haga y ofrezca el hombre, con todo, el sacrificio es obra divina. (…) Siendo verdaderos sacrificios las obras de misericordia hacia nosotros o hacia los prójimos, pero referidas a Dios, y siendo verdad que las obras de misericordia no tienen otro fin que librarnos de la miseria y hacernos felices, cosa que no se efectúa sino por aquel bien del que está escrito: Mi bien es adherirme a Dios (Sal 72,28) (…) El Apóstol nos exhorta a que ofrezcamos nuestros cuerpos en hostia viva, santa y agradable a Dios, que es el culto racional nuestro, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu”.

84 Cfr. CD, XIX, 4, 5: “Las virtudes mismas, lo más noble y útil del hombre, cuanto mayor ayuda nos brindan contra la violencia de los peligros, de los dolores y de los trabajos, tanto más fieles testigos son de la miseria. Porque, si no son verdaderas virtudes –y éstas no pueden poseerlas sino los que tienen una verdadera piedad-, a nadie permiten librarse de miseria alguna”.

85 San Agustín, hablando de la Paz Perfecta –Sumo Bien- indica en CD, XIX, 17 que el ser humano: “Posee esta paz aquí por la fe, y de esta fe vive justamente cuando refiere a la consecución de la paz verdadera todas las buenas obras que hace para con Dios y con el prójimo”.

86 Cfr. CD, V, 21: “La virtud movida por la piedad recibe la felicidad verdadera”. 87 Cfr. CD, XIX, 17: “La ciudad celestial, durante su peregrinación, va llamando ciudadanos por

todas las naciones y formando de todas las lenguas una sociedad viajera. No se preocupa de la diversidad de las leyes, las costumbres o institutos, con que se busca o mantiene la paz terrena.

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Aquella persona que elige cultivar la virtud verdadera se va allegando de

felicidad, paz y libertad auténticas, aunque imperfectas. En cuanto a la paz y

felicidad88 por la satisfacción de la miseria, la tranquilidad de la conciencia y el

cumplir con el deber para avanzar en la consolidación humana de la paz89. En

cuanto a la libertad, que implica la liberación de los vicios90, es la capacidad de

elegir lo provechoso al ser humano y realizarlo. Por esto, el ejercicio de la libertad

está limitado al conocimiento de los bienes auténticos91, para distinguirlos de los

aparentes92. De modo que la liberación de la ignorancia93 permite ejercer mejor la

Ella no suprime y nada destruye, antes bien lo conserva y acepta, y ese conjunto, aunque diverso en las diferentes naciones, se flecha, con todo, a un único y mismo fin, la paz terrena, si no impide la religión que enseña que debe ser adorado el Dios único, sumo y verdadero”.

Y, en CD, XIX, 19, San Agustín expresa que: “En realidad nada importa a esta ciudad el género de vida que adopta el que abraza la fe que lleva a Dios, con tal de que no vaya contra los preceptos divinos. Por eso, a los filósofos que se hacen cristianos no se les obliga a cambiar su tren de vida si no lo impide la religión, sino sus doctrinas falsas. (…) con tal de que nada se haga contra la honestidad y la templanza”.

88 Cfr. CD, XXII, 30, 3: “Al pecar no conservamos ni la piedad ni la felicidad”.

Entiéndase por pecado aquello nocivo a la naturaleza humana, es decir: vicio. Por lo que obrar como pecador es obrar viciosamente.

89 Tema del siguiente capítulo. 90 Cfr. CD, V, 18, 1: “La libertad verdadera nos hace libres de la dominación de la injusticia, de la

muerte y del diablo, y no por el deseo de humanas alabanzas, sino por la caridad de liberar a los hombres”.

Cfr. CD, XXII, 30, 3: “Serán tanto más libres cuanto más libres se vean del placer de pecar hasta conseguir el placer indeclinable de no pecar”. El placer de pecar es el valorar lo ventajoso de los vicios, por ejemplo de las injusticias. La liberación de ese placer es valorar lo nocivo del vicio y el compadecer el daño del ser humano para evitarlo. Si lo nocivo no tiene un efecto placentero, aunque breve, difícilmente se elegiría.

Cfr. CD, XXI, 15: “Mejor es combatir los vicios que dejarse dominar sin choque alguno. Mejor es, digo, la guerra con la esperanza de la vida eterna que el cautiverio sin esperanza de libertad (…) deberíamos siempre preferir el combate, aunque sea duro, a ceder a los vicios y a arrojarnos en sus brazos”.

91 Es decir, los bienes provechosos junto con su uso provechoso para el ser humano. 92 Los que involucran algún efecto nocivo en alguien. 93 San Agustín, al analizar la ignorancia que padece el ser humano indica en:

CD, XIX, 14: “Mas, como su espíritu es débil, para que el afán de conocer no le precipite en error alguno, tiene la necesidad del magisterio divino, para conocer con certeza, y de su ayuda, para obrar con libertad”. Tomemos de aquí que el error no permite obrar con libertad.

Y en CD, XIX, 6, San Agustín describe males que el ser humano obra por ignorancia como castigar a inocentes y premiar a culpables. Indica que: “Tantos y tan enormes males, el juez sabio no los

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libertad de la voluntad humana. Muestra de la libertad humana para elegir la

realización es el poder hacer buen uso de todo. Por esto, San Agustín toma en

cuenta la situación en la que alguien sea dominado por alguien que procede

viciosamente y explica que el siervo puede ser libre si su obrar es virtuoso.94

Para San Agustín, la edad de la adolescencia es cuando el ser humano

debe comenzar el combate de los vicios pues ya cuenta con una razón

suficientemente desarrollada para ello y, entre los cambios que experimenta, sus

pasiones se encuentran exacerbadas.95 En su opinión, el ser humano tiene una

infancia y puericia guiada por las pasiones mientras el uso de razón se va

desarrollando.

Hasta aquí, han relucido algunos aspectos de la verdadera virtud, a saber:

la piedad, la bondad, la misericordia, el referir el fin de todo en la Paz Perfecta, el

hace con voluntad perversa, sino por ignorancia invencible”. Como la ignorancia es parte de la miseria humana, la Plena libertad sólo se ejerce en la Paz Perfecta -donde no hay miseria alguna.

94 Cfr. CD, XIX, 15: “(…) que el hombre racional (…) dominara únicamente a los irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre a la bestia. (…) El yugo de la servidumbre se impuso con justicia al pecador. (…) Todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado. Y por eso, muchos hombres piadosos sirven a amos inicuos, pero no libres, porque quien es vencido por otro, queda esclavo de quien lo venció. A la verdad que es preferible ser esclavo de un hombre que de una pasión, pues vemos lo tiránicamente que ejerce su dominio sobre el corazón de los mortales la pasión de dominar, por ejemplo. Mas en ese orden de paz que somete unos hombres a otros, la humildad es tan ventajosa al esclavo como nociva la soberbia al dominador. (…) De modo que, si sus dueños no les dan libertad, tornen ellos, en cierta manera, libre su servidumbre, no sirviendo con temor falso, sino con amor fiel”.

Cfr. CD, IV, 3: “Porque cuales quiera males que los malos señores infligen a los justos no son pena de la culpa, sino prueba de la virtud. Por consiguiente, el bueno, aunque sirva, es libre; y el malo, aunque reine, es siervo, y no de un solo hombre, sino, lo que es más grave, de tantos señores cuantos son sus vicios”.

Cfr. CD, 17, 1: “¿Qué importa bajo el imperio de quién viva el hombre que ha de morir, si los que imperan no obligan a impiedades e injusticias?”.

95 Cfr. CD, XXI, 16: “Tanto en la primera como en la segunda edad del hombre, o sea en la infancia y en la puericia, la una entregada sin resistencia a la carne y la otra, en la que la razón, aún no conciente de esta lucha, está casi por completo sometida a todas las inclinaciones viciosas y, aunque ya capaz de habla –lo cual induce a creer que pasó la infancia-, no es capaz de preceptos. (No tiene penas que pagar). (…) Y, llegando a la edad capaz de preceptos y de leyes, debe comenzar la guerra contra los vicios y pelear bravamente (…). Pero se cuenta con los dedos los hombres tan dichosos que hayan pasado su adolescencia sin cometer algún pecado mortal, sin caer en algún exceso, en algún crimen o en algún error impío y hayan reprimido con gran liberalidad de espíritu cuanto les haya sugerido la delectación carnal”.

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hacer buen uso de todo y la liberación del vicio. Ahora, es el momento de

encontrar otros aspectos implicados en la piedad. Dentro de la piedad se vio su

lazo con la misericordia por bondad, esto es: por amor al bienestar del ser

humano. Es precisamente aquí donde se ubican tres virtudes: la fe, la esperanza y

la caridad.

La fe es la virtud por la cual el ser humano confía en la existencia de la Paz

Perfecta y confía que es alcanzable.96 Por la fe, el ser humano busca lo que no

percibe y cree que necesita de algo ajeno a sí mismo para su plenitud. Como

semejante bien no es alcanzable en esta vida97, el ser humano camina guiado por

la fe en este peregrinar a su consecución.98 La fe le ayuda a avanzar sin

vacilación99 refiriendo su obrar en provecho humano a la Paz Perfecta.100

96 Cfr. CD, XIX, 4, 1: “como no vemos aún nuestro bien, es preciso que lo busquemos por la fe. El

mismo vivir bien no lo tenemos de propia cosecha si el que nos dio la fe, que nos lleva a creer en nuestra debilidad, no nos ayuda a creer y suplicar”.

97 Cfr. CD, XVII, 13: “Es una locura esperar tamaño bien en este mundo terrenal”. En el siguiente capítulo se tratará con mayor profundidad este punto. Aunque es útil recordar lo que en el primer capítulo se expuso: la condición de peregrino del ser humano en este modo de vida.

98 Cfr. CD, XIX, 26: “El pueblo de Dios es liberado por la fe y para que con ella camine mientras viva”.

Cfr. CD, XVII, 13: “La vida piadosa penetrada del deseo de tal premio debe llevar por guía la fe a través de este triste peregrinaje”.

Cfr. CD, XIX, 17: “Mas los hombres que no viven de la fe buscan la paz terrena en los bienes y comodidades de esta vida. En cambio, los hombres que viven de la fe esperan en los bienes futuros y eternos, según la promesa. Y usan de los bienes terrenos y temporales como viajeros. Éstos no los prenden ni los desvían del camino que lleva a Dios, sino que los sustentan para tolerar con más facilidad y no aumentar las cargas del cuerpo corruptible, que apesga al alma. Por tanto, el uso de los bienes necesarios a esta vida mortal es común a las dos clases de hombres y a las dos casas; pero, en el uso, cada uno tiene un fin propio y un pensar muy diverso del otro”.

99 Cfr. CD, XIX, 18, aquí San Agustín indica sobre la fe que: “El cristiano, sobre las cosas que comprende con la mente y con la razón, tiene una ciencia ciertísima, aunque limitada por el cuerpo corruptible que apesga al alma, porque, como dice el Apóstol, conocemos en parte. Cree a los sentidos que manifiestan con evidencia una realidad, y de ellos se sirve el ánimo por medio del cuerpo, puesto que más miserable el engaño del que piensa que no se les debe fe nunca. En fin, añade la fe en las Santas Escrituras, antiguas y nuevas, que llamamos canónicas, que son las fuentes de la fe de la que vive el justo. Gracias a ella caminamos sin titubeos mientras peregrinamos lejos del Señor. Permaneciendo a salvo y cierta esa fe, podemos dudar, sin miedo a reprensión, algunas cosas que no han llegado a nuestro conocimiento y no las hemos conocido ni por los sentidos ni por la razón, ni nos las han anunciado la Escritura canónica ni testigos a quienes fuera absurdo no creer”.

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La esperanza es la virtud por la cual el ser humano es feliz en esta vida

miserable pues espera la unión con el Sumo Bien101 en que confía por la fe.102 Así

refiere su obrar al Sumo Bien y se alegra con la cercanía de su consecución. De

hecho, ¿quien hay que no muera hoy?, ¿Acaso cuando alguien muera será

mañana o ayer? Todo acontecimiento sucede precisamente en el presente, hoy se

dan cita los sucesos, aunque no necesariamente en esta fecha pero sí en el

presente. Además, entre más tiempo pase más probable es que se de cita hoy el

momento de la muerte.

La caridad es la virtud por la cual el ser humano obra con amor al Sumo

Bien y a sus semejantes. Por deseo de la Paz Perfecta obra por la satisfacción de

la miseria humana, propia y ajena. La fe en la Paz Perfecta obra por la caridad103,

es decir, realiza obras de misericordia.

Estas tres virtudes se ejercen unidas y le dan sustento a la piedad para que

sea verdadera. Se ejercen unidas porque por la fe el ser humano cree y confía en

la posibilidad de unirse a la Paz Perfecta, por la esperanza se alegra de la pronta

unión con lo que cree y confía, y por la caridad obra por ir consolidando aquello en

lo que cree, confía y espera, esto es misericordiosamente. Le dan sustento a la

100 Cfr. CD, XIX, 17, aquí indica sobre el ser humano que de la “fe vive justamente cuando refiere a

la consecución de la paz verdadera todas las buenas obras que hace para con Dios y con el prójimo”.

101 Cfr. CD, V, 19: “los santos, que fundan su esperanza en la gracia y en la misericordia de Dios”. Es decir, esperan la condición de saciedad plena de la miseria humana.

102 Cfr. CD, XIX, 20: “Siendo, pues, el sumo bien de la ciudad de Dios la paz eterna y perfecta, no esta que atraviesan los mortales entre el nacimiento y la muerte, sino en la que permanecen una vez inmortales y libres de todo padecimiento, ¿quién hay que niegue que esa vida será muy dichosa, o que no estime, en su comparación misérrima ésta, por más llena de bienes anímicos, corporales o externos que esté? Y, sin embargo, quien se conduce de tal forma que refiere el uso al fin de aquella que ardentísima y fidelísimamente espera, puede llamarse con razón feliz en este mundo, más, en verdad, por la esperanza que por la realidad. La realidad presente, sin aquella esperanza, es una felicidad falsa y una auténtica miseria, porque no usa de los verdaderos bienes del espíritu”.

103 Cfr. CD, XIX, 23, 5: “Y de esta manera, como un solo justo vive de la fe, así vivirá también el conjunto y el pueblo de esos justos de esa fe que obra por la caridad, que lleva al hombre a amar a Dios como debe y al prójimo como a sí mismo”.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

Guillermo Arriaga García Página 28

piedad porque permiten que ésta motive a las demás virtudes104 refiriéndolas a la

Paz Perfecta siendo eficaces en la satisfacción de la miseria humana; por lo que

se hace el bien sin esperar que suceda algo para hacerlo y sin esperar algo a

cambio por parte de los beneficiados sino sólo la consecución de la Paz; por lo

que se obra en provecho del ser humano sin importar lo que se halla recibido o se

vaya a recibir de algún ser humano; así pues, con la piedad, el amor a la Paz

Perfecta se realiza incondicionalmente.

Hay otras cuatro virtudes que San Agustín expresa como importantes para

procurar la saciedad de la miseria humana, a saber: la prudencia, la fortaleza, la

templanza y la justicia. La prudencia es la virtud por la cual el ser humano

discierne lo bueno de lo malo y vigila si está evitando lo malo y ejecutando lo

bueno105; lo bueno y lo malo es lo provechoso y lo nocivo para el ser humano

respectivamente. Con ella puede distinguir si un bien es aparente o auténtico y se

buscará el modo en que se obtenga el bien auténtico y el modo de mantenerlo.

También puede encontrar el buen uso de algo o su mal uso. Si la prudencia no se

une a la piedad sino que su motivación es el placer, entonces “el placer manda a

la prudencia que investigue con circunspección cómo reinará el placer y cómo se

asegurará”106, es decir, cómo conseguirlo y cómo conservarlo. Si la motivación es

la gloria humana entonces la fortaleza nada tolerará si no es útil para obtener o

mantener la vacía gloria humana agradando a los observadores.107 Así pues, la

prudencia vigilará y discernirá entorno a su motivación, pero sólo será verdadera

virtud si procura el bienestar humano deseando la Paz Perfecta. Sobre el

conocimiento de los males, San Agustín indica que:

104 Las otras virtudes que se tratarán son las llamadas cardinales, a saber: fortaleza, prudencia,

templanza y justicia. La fe, esperanza y caridad son llamadas teologales, como están unidas y contenidas en la piedad se hablará en delante de ésta última refiriendo a todas.

105 Cfr. CD, XIX, 4, 4: “¿Qué diremos de la virtud que se llama prudencia? ¿Toda su vigilancia no se encamina a discernir los bienes de los males, para buscar sin error unos y huir otros? (…) Ella nos enseña que es un mal consentir en la libido pecaminosa y que es un bien no consentir en ella”.

106 CD, V, 20. 107 Cfr. CD, V, 20: “queriendo que (…) nada tolere la fortaleza (…) sino aquello con que agrade a

los hombres y sirva a la gloria huera (ventosa, vacía, vana).”

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“Los males se pueden conocer de dos maneras: por ciencia intelectual o por experiencia corporal. De una manera conoce los vicios la sabiduría del hombre de bien, y de otra, la vida rota del libertino. Y pueden olvidarse también de dos maneras. De una manera los olvida el sabio y el estudioso, y de otra, el que los ha sufrido: aquél los olvida descuidando el estudio, y éste, despojado de su miseria”108.

Así que la prudencia no requiere la experiencia del vicio para ejercitarse y el vicio

requiere la satisfacción de la miseria que conlleva.

La fortaleza es la virtud por la cual el ser humano soporta con paciencia los

males109. El sufrimiento en esta vida es prácticamente inevitable110 e incluso

puede desanimar el hecho de que, en ocasiones, a los viciosos les vaya bien y a

los virtuosos, mal111; pero, la paciencia “está puesta porque vivimos entre males,

que es preciso tolerar pacientemente, hasta que logremos los bienes inefables que

nos deleitarán plenamente. Entonces nada habrá ya que tolerar”112. Si la

motivación de la fortaleza fuera el placer, entonces éste le mandaría a aquella que

“si el dolor montare al cuerpo, no le obligue a morir y mantenga firme el

pensamiento del espíritu en su señor, esto es, en el placer, con el fin de mitigar

con el recuerdo de las delicias pasadas las espinas del dolor presente”113. Y si la

motivación fuera la gloria humana entonces nada toleraría, “sino aquello con que

108 CD, XXII, 30, 4. 109 Cfr. CD, XIX, 4, 4: “La fortaleza (…) es el testigo más irrefragable de los males del hombre, que

ella se ve obligada a tolerar con paciencia”. 110 Cfr. CD, XXI. 14: “Son rarísimos los que en esta vida no sufren (…) No es ya pequeña pena la

ignorancia o la impericia, cuya aversión es tal que, para escapar a ella, se obliga a los niños, a costa de castigos y dolores sin cuento, a aprender las letras liberales. El mismo estudio, a que se los constriñe con castigos, les es tan duro, que a veces prefieren aguantar las penas a estudiar”.

111 Cfr. CD, XX, 28: “Tratando de resolver esta dificilísima cuestión que se presenta al ver a los buenos miserables y a los malos dichosos, añade (…) las cosas aparecerán de muy distinta manera cuando se manifieste la felicidad de los justos y la miseria de los pecadores”.

112 CD, XIX, 4, 5. 113 CD, V, 20.

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agrade a los hombres y sirva a la gloria huera”114. Así pues, si la fortaleza no está

unida a la piedad, poco sirve llamarla virtud.

En cuanto a la tolerancia entre los seres humanos, san Agustín indica que

es necesaria y que tiene un límite. Es necesaria para convivir armoniosamente115,

para progresar en la virtud verdadera116, para acrecentar la paciencia117 –que es

un gran valor del ser humano sabio- y, sobre todo, para apoyar al que obra

viciosamente en su cambio a un obrar virtuoso118. Además, lo más probable es

que todo ser humano tenga algo que pueda ser tolerado. Entre menos tiene

alguien que le toleren otros más puede y debe tolerar, por caridad con los otros y

por correspondencia a lo que se le ha tolerado. Entre más tiene alguien que le

toleren otros, usualmente, menos se esfuerza en tolerar a otros, incluso las

mismas conductas negativas que mantiene. A esto último cabe citar un refrán

popular que reza así: “al ladrón, ¡que no le roben!” porque no descansará en su

afán de justicia. En cuanto al límite de la tolerancia, san Agustín indica que no hay

inocencia si no se hace lo que está de nuestra parte por ayudar a que el que obre 114 Ibidem. 115 Cfr. San Agustín: Comentario al Salmo 99, núm 12: “Las cosas verdaderas de los malos deben

soportarse por la convivencia de los buenos”.

Cfr. CD, XV, 6: “Llevad mutuamente vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo. (…) Son muchos los mandatos sobre el perdón mutuo, y se exige un cuidado muy esmerado, con el fin de que se mantenga la paz, sin la cual nadie puede ver a Dios”.

116 Cfr. San Agustín: Carta 48, 3: “¿Qué podrá tolerar quien no tolera a su hermano?” 117 Cfr. Op. Cit. Comentario al Salmo 99, núm 10: "Me retirare—dice alguien—con pocos buenos;

con ellos me ira bien. Es impío y cruel a nadie aprovechar”. 118 Cfr. Ibidem. núm 9: “¿Adonde ha de retirarse el cristiano para no gemir entre los falsos

hermanos? ¿Adonde ha de ir? ¿Qué ha de hacer? ¿Se encaminara al desierto? Le seguirán los escándalos. ¿Ha de apartarse el que progresa para no soportar en absoluto a hombre alguno? ¿Que hubiera acontecido si a el mismo, antes de aprovechar, nadie le hubiera querido sufrir? Luego si porque progresa no quiere soportar a hombre alguno, en esto mismo de negarse a tolerarle demuestra que no progresa. Atienda vuestra caridad: Sufriéndoos unos a otros—dice el Apóstol—con caridad, cuidando de conservar la unidad de espíritu en el vínculo de la paz. Sufriéndoos unos a otros. ¿Nada tienes, nada, que deba soportarte alguno? Me maravillo; lo concedo; entonces eres tanto mas fuerte para soportar a los demás cuanto nada tienes en ti que puedan soportarte otros. Tú no eres soportado; soporta a los demás. "No puedo", dices. Luego tienes algo en ti que te soportan los demás. Soportándoos unos a otros con caridad. Tú abandonas los asuntos humanos y te apartas para que nadie te vea. ¿A quién aprovechas? ¿Hubieras llegado tú a esto si nadie te hubiera servido de provecho? ¿Acaso porque te parece haber tenido pies más veloces para pasar has de cortar el puente? Exhorto a todos; a todos exhorta la voz de Dios, diciendo: Sufríos unos a otros con caridad.”

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viciosamente se concientice de su engaño, ignorancia o malicia y se le apoye a

que cambie de conducta119 y obre por el bien de todos. El límite está en que no

por tolerar se permita que alguien se dañe o dañe o otros, sino que se obre por la

renovación de su moralidad sin dejar de tolerar lo necesario para ese cambio.

La templanza es la virtud por la cual el ser humano domina y conduce

moderadamente sus pasiones por medio de la razón para la consecución del

bienestar humano, evitando inmoderaciones que dañen, precisamente, el

bienestar humano.120 Lo que la prudencia discierne que debe ser evitado la

templanza lo combate121 dominando las pasiones corporales a fin de que los

miembros del ser humano no sean utilizados para algo nocivo sino para algo

provechoso122. Si la motivación de la templanza es el placer, entonces éste manda

a ésta que se sirva moderadamente de los alimentos y objetos que deleiten, de

119 Cfr. San Agustín: Sermón 82, 2: “Suponte que un niño quiere jugar en el agua de un río, en cuya

corriente puede perecer; si tu lo ves y lo toleras pacientemente, lo odias; tu paciencia significa para el la muerte. ¡Cuanto mejor sería que te airases y lo corrigieses, que no el dejarlo perecer sin indignarte!”. El buen uso del buen uso del mal consiste en no ser cómplice del mal.

Cfr. CD, XIX, 16: “La inocencia exige, pues, no solamente a nadie hacer mal, sino retraer al prójimo del pecado o castigar el pecado”.

120 Cfr. CD, XIX. 4,3: “En fin, la misma virtud, (…) ¿qué hace sobre la tierra sino guerra continua contra los vicios, no contra los exteriores, sino contra los interiores; no contra los ajenos, sino contra los propios y personales? Esta guerra la libra sobre todo la virtud, llamada en griego sofrosine y en castellano templanza, que tiene por objeto frenar la libido carnal, a fin de que ésta no lleve a la mente a consentir, despeñándose en mil crímenes. (…) ¿Qué queremos hacer cuando queremos llegar a la perfección del sumo bien sino que la carne no desee contra el espíritu ni cree en nosotros este vicio contra el que desea el espíritu? Mas, aunque queramos hacer esto en la presente vida, como no podemos, procuremos siquiera (…) no ceder rindiendo el espíritu a la carne, que desea contra él, y no consentir en la perpetración del pecado. Dios nos libre de creer que, desgarrados y luchando aún en esta guerra intestina, hemos logrado ya la felicidad sin la posesión de la victoria. ¿Hay algún sabio que no sostenga este combate interior contra sus pasiones?”.

121 Cfr. CD, XIX. 4,4, Aquí se indica que la prudencia: “nos enseña que es un mal consentir en la libido pecaminosa y que es un bien no consentir en ella. Y ese mal que la prudencia nos enseña a no consentir y la templanza nos hace combatir, ni la prudencia ni la templanza lo descartan en esta vida”. Esta libido es lo que antes se llamó: el placer de pecar, es decir: lo atractivo del vicio. Ver nota 90.

Además, en CD, XIX, 27 se indica que: “La razón no impera perfectamente a los vicios en esta vida mortal y en este cuerpo corruptible que apesga al alma. Aunque mande, nunca lo hace sin combate y sin resistencia por parte de las pasiones”.

122 Cfr. CD, X, 6: “El castigar nuestro cuerpo por la templanza (…) a fin de no dar nuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino como armas de justicia”.

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modo que no turbe la salud, y con ella el placer, algún exceso.123 Si la motivación

de la templanza es la gloria humana, entonces sólo moderará aquello que agrade

a los observadores y sirva para recibir vanagloria.124

La justicia es la virtud por la cual el ser humano “da a cada uno lo suyo”125,

esto es, da a cada quien lo que requiere para su bienestar y para ubicarse

ordenadamente donde le corresponde126. Implica a la templanza pues al ordenar:

el ser humano se subordina al Sumo Bien, su cuerpo a su alma y sus pasiones a

su razón.127 Así, la meta de la verdadera justicia es la Paz Perfecta128. Si la justicia

es dirigida por el placer, entonces éste “manda a la justicia que haga los beneficios

que pueda, a fin de granjearse las amistades necesarias para las comodidades

corporales, y que a nadie injurie, no sea que, quebrantadas las leyes, no pueda

123 Cfr. CD, V, 20: “Manda a la templanza (…) que por la inmoderación, algo nocivo no turbe la

salud y el placer (…) se lesione gravemente”. 124 Cfr. CD, V, 20: “nada modere la templanza sino aquello con que agrade a los hombres y sirva a

la gloria huera”. 125 CD, XIX, 21, 1. 126 Cfr. CD, XIX, 4, 4: “¿Qué decir de la justicia, cuyo objeto es dar a cada uno lo suyo? (Así, en el

hombre hay un orden justo y procedente de la naturaleza, según el cual el alma está sometida a Dios y la carne al alma, y el alma y la carne a Dios.) ¿No es verdad que también esta virtud prueba que aún trabaja en esa obra y que todavía no ha llegado al fin de la misma? El alma está, en efecto, tanto menos sometida a Dios cuanto menos piensa en Él. Y la carne está tanto menos sometida al espíritu cuanto más desea contra el espíritu”. Las ideas contenidas en el paréntesis que está en la cita son de San Agustín, es decir, así es la cita. El orden del que habla se tratará en el siguiente capítulo.

127 Cfr. CD, XIX, 21, 2: “Y cuando el alma está sometida a Dios, manda justamente a la libido y a las demás pasiones. Por tanto, cuando el hombre no sirve a Dios, ¿qué justicia hay en él? La verdad es que, si no sirve a Dios, el alma no puede imperar con justicia al cuerpo, ni la razón humana a las pasiones. Y si en un hombre semejante no existe la justicia, en una reunión de hombres, que es un conjunto de esa ralea, tampoco la habrá”.

Cfr. CD, XIX, 24: “incapaz de hacer prevalecer el alma sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, desconoce la verdadera justicia”.

En CD, XXI, 16, se indica que los seres humanos: “Sometiendo su espíritu a Dios, se les somete la carne”.

128 Cfr. XIX, 27: “Nuestra misma justicia, aunque verdadera en tanto que la referimos al Bien Supremo, es tal en esta vida, que más bien consiste en la remisión de los pecados que en la perfección de las virtudes. (…) Aquí la justicia consiste en que Dios mande al hombre obediente; el alma al cuerpo y la razón a los vicios, aunque se rebelen, o venciéndolos o resistiéndolos, y en que se pida a Dios la gracia del mérito y el perdón de los pecados y se den gracias por los bienes recibidos. (…) la paz final (…) debe ser la meta de la justicia que tratamos de adquirir aquí”.

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vivir seguro el placer”129. Si la justicia es dirigida por el afán de gloria humana,

entonces éste querrá que “nada distribuya la justicia, (…) sino aquello con que

agrade a los hombres y sirva a la gloria huera”130.

Gracias al análisis de estas virtudes, ahora es fácil identificar que la

verdadera virtud conlleva a la piedad, pues si no, las habilidades que implica cada

virtud estarán siendo útiles para algo nocivo. Por decirlo así: el ser humano estaría

haciendo ‘virtuosamente el mal’ si no hay piedad. Claro que esto es un

contrasentido a lo que San Agustín entiende por virtud, a saber: el arte de vivir, es

decir, el arte de obtener y mantener el bienestar humano. Por esto, San Agustín

no duda en calificar como vicios a las virtudes mal motivadas, a pesar de que hay

motivaciones que implican, en mayor o menor medida, ciertos frutos positivos para

la satisfacción de la miseria. Dice que:

“No es verdadera sabiduría la que en estas cosas, que discierne con prudencia, soporta con fortaleza, reprime con templanza y ordena con justicia, no se propone el fin supremo, en que será Dios todo en todas las cosas por una eternidad cierta y una Paz Perfecta”.131

Al haber tratado sobre estas ocho virtudes132, que San Agustín enfatiza, se

ha dado el preámbulo al siguiente capítulo. Durante el análisis de la justicia se

comenzó a hablar de cierto orden que favorece la consecución del el objetivo de

las virtudes verdaderas: la Paz Perfecta. Ésta última relució en varias partes de

este capítulo. Ahora bien, el tercer capítulo profundizará en la visión agustiniana

de la paz y tratará tanto al orden como a la guerra. Las virtudes permearán el

siguiente capítulo y la justicia, en especial, encontrará amplitud en su desarrollo

para la aplicación a los siguientes temas.

129 CD, V, 20. 130 Ibidem. 131 CD, XIX, 20. 132 Piedad, fe, esperanza, caridad, prudencia, fortaleza, templanza y justicia.

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CAPÍTULO III. LA PAZ Y LA GUERRA

Llegó el momento de descubrir en qué consiste la paz para san Agustín.

Gracias a su gran esfuerzo de síntesis nos indica que “la paz es la tranquilidad del

orden”133 y “el orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes e iguales

el lugar que les corresponde”134. También indica que la paz conlleva “ver colmados

todos los deseos”135. Así que la paz es aquella tranquilidad que emana de la

realización del orden y, esta realización implica el cumplimiento ordenado de los

deseos humanos.

Dado que para profundizar en esta concepción de paz es indispensable

considerar lo que san Agustín refiere con la palabra ‘orden’. Él mismo describe el

orden como la disposición a que cada cosa ocupe el lugar que le corresponde.

Pero, ¿el lugar que le corresponde es natural o arbitrario?, ¿es natural o artificial

este orden?

Si fuera artificial, entonces sería arbitrario y dependiente de cada ser

humano y apuntaría a la realización de la motivación –arbitraria-, de modo que la

paz variaría según cada individuo e incluiría la posibilidad de que la realización del

orden de una persona o un grupo obstaculice la realización del orden de otra

persona o grupo. Si fuera natural, entonces no dependería de cada ser humano y

su realización se podría efectuar en común136, sin obstáculos mutuos; además,

todo ser humano tendría la posibilidad de obtener lo que necesita137 y necesitaría

133 CD, XIX, 13, 1. 134 Ibidem. 135 CD, XIV, 1. 136 Porque el lugar para cada cosa sería estable y cualquiera podría favorecer que cada cosa esté

en su lugar. 137 Porque el orden natural no puede ser irrealizable debido a que, precisamente, la naturaleza

implica la posibilidad de su consecución. Si fuera imposible el orden natural, entonces la existencia de la naturaleza no tendría sentido.

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lo mismo –cualquier ser humano- para estar en paz –aunque no precisamente en

la misma calidad y cantidad; por último, colectivamente se podría avanzar en la

consecución de la paz de modo incluyente y no excluyente.

Si fuera natural apuntaría a la plenitud de la naturaleza, al seguimiento de

su finalidad natural; como no variaría según la voluntad de cada persona, estaría

basado no en una causa artificial sino natural. Para san Agustín, el orden es

natural, es el cumplimiento de la ley natural138. La naturaleza es un bien para san

Agustín139, y la naturaleza del ser humano está viciada, es decir, no goza de

plenitud y conlleva la posibilidad de desordenar sus deseos por medio de la

voluntad. La naturaleza humana está viciada porque ha padecido la sustracción de

bienes y el dolor es consecuencia de esta sustracción140. Esta sustracción de

bienes es lo que implica la miseria humana y el deseo de saciarla es el impulso a

restaurar el orden de la naturaleza humana. Este orden, por lo tanto, implica el

desarrollo de la naturaleza hacia su plenitud y el cumplimiento de su finalidad

natural. Esta finalidad natural es la felicidad de la paz o la paz de la felicidad.

Así pues, el cumplimiento del orden natural implica la satisfacción de la

miseria humana. Ya que se padece miseria, se experimenta el deseo de saciarla y

la voluntad puede obrar en pro de ese deseo ¿Acaso no encontramos aquí la

piedra de toque de los derechos141 y deberes naturales del ser humano? El ser

humano tiene el derecho natural de desarrollarse plenamente por lo que tiene el

deber de saciar la miseria humana, éste deber lo llamaré: el deber fundamental.

Puesto que tiene este deber, ninguna persona y ninguna situación deben impedir 138 Cfr. CD, XIX, 15: La ley natural es “aquella ley que manda conservar el orden natural y prohíbe

perturbarlo”. 139 Cfr. CD, XII, 3: “la naturaleza, aun viciada, es un bien”. 140 Cfr. CD, XIX, 13, 2: “El dolor es el mejor testigo del bien sustraído y del bien dejado, porque, si

no existiera el bien dejado, no podría dolerse el bien quitado”. 141 Por derecho natural me refiero a la facultad del ser humano de hacer lo que legítimamente le

conduce a su vida, a la salud, al desarrollo integral.

Por deber natural me refiero a las obligaciones requeridas para el ejercicio de los derechos naturales. Pueden ser las actividades que obtienen o las que mantienen la vivencia de los derechos.

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el cumplimiento de este deber. Por esto, el segundo deber es no obstaculizar a

otro ser humano en la satisfacción de su miseria. Y el tercer deber, que también se

deriva del primero, es el contribuir en la satisfacción colectiva de la miseria

humana, es decir, favorecer la satisfacción de la miseria ajena.142

Con estos deberes, uno fundamental y dos derivados, se puede desplegar,

descubriendo o redescubriendo, los derechos naturales de todo ser humano, a

saber: derecho a vivir naturalmente, a tener una vida digna y saludable, a tener

una alimentación nutritiva, a ejercitarse en pro de la salud, a descansar lo

necesario para restablecerse saludablemente; a desenvolverse en una ambiente

agradable, amable, solidario y seguro; a una educación que edifique el criterio, la

conciencia y la voluntad; a elegir libremente sus creencias; a obrar libremente lo

que es de provecho para el ser humano; a elegir libremente su punto de vista y a

compartirlo; a formar organizaciones que procuren el bien común de modo eficaz,

a elegir a sus dirigentes, a ayudarse mutuamente en la consecución constante del

bien común143; a tener una vivienda favorable para el desarrollo de sus habitantes;

a ayudar al que lo necesite –mientras lo necesite- para el bien de todos; a

beneficiarse y beneficiar a los demás con un trabajo útil y provechoso; a utilizar los

recursos naturales en favor del bien común; a desarrollarse en un ambiente

seguro; y, por último, el ser humano tiene el derecho a morir de modo natural144.

Cada derecho involucra el deber de su consecución. Ningún derecho anula

a otro145, por lo que el ejercicio de los derechos de un individuo no puede

obstaculizar el de otro. Es por esto que se tiene el derecho de tener bienestar en

142 Cfr. CD, XIX, 14: “El orden que se ha de seguir es éste: primero, a nadie hacer mal, y segundo,

hacer bien a quien pueda”. ‘A nadie hacer mal’ enfatiza el segundo deber y ‘hacer el bien a quien pueda’ el primer y tercer deber.

143 Cfr. CD, XIX, 14: “En primer lugar debe comenzar el cuidado por los suyos, porque la naturaleza y la sociedad humana le dan acceso más fácil y medios más oportunos”. Con esto, san Agustín indica la eficacia del trabajo en sociedad por la consecución del bien común.

144 Es decir, tiene derecho a morir por causas naturales y no por causas artificiales, también tiene derecho a vivir gracias a condiciones naturales y no a condiciones artificiales.

145 La ley natural debe ser consistente (estable, sólida). No varía naturalmente, mucho menos artificialmente.

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cada dimensión del ser humano, el derecho a obrar en pro del bien común146.

Bienestar, provecho, bien común son términos que sustentan el derecho natural y

que persiguen la realización de todo el ser humano y de todos los seres humanos.

Entre más ejerza el ser humano sus derechos naturales más ordenada será

la satisfacción de los deseos que buscan saciar su miseria, de este modo gozará

de una paz de mayor calidad y cantidad. Asimismo, contribuirá al bien de todos y

la fruición de la paz experimentada favorecerá el continuar ordenando la vida

según la ley natural.

Ahora, si el orden fuera artificial ¿qué pasaría? Evidentemente la ley sería

artificial y ésta podría estar a favor o no de la satisfacción de la miseria. Es el

mismo análisis de la virtud y el vicio. Y, como resolviendo el peor caso se

encuentra la solución general147 -de modo que los demás casos son ganancia-,

sólo es necesario analizar la posibilidad de la promulgación de alguna ley artificial

que favoreciera el vicio en el ser humano. El ejercicio de dicha ley estaría

obstaculizando el deber fundamental antes descrito148. Por lo que en este caso, no

hay fundamento natural que respalde dicha ley. De esto, se puede ver que la ley

artificial tiene peso en la medida en que coincide con la natural. Por lo que las

leyes convencionales de los seres humanos tienen peso y consistencia149 en la

medida en que se apoyan en la ley natural, en la consecución del bienestar

humano150.

146 Cfr. CD, XV, 3: “Los hijos de la gracia, ciudadanos de la ciudad libre, socios de la paz eterna. En

ella no reina el amor a la voluntad propia y privada, sino un gozo del bien común e inmutable y la obediencia de la caridad, que hace de muchos un solo corazón, una concordia perfecta”.

147 La solución del peor caso aplica para casos mejores. Si tengo un libro y lo presto, el peor caso es que no me sea devuelto. Si resuelvo este caso regalándolo, entonces lo prestaré con el pensamiento de regalarlo y será una ganancia si me es devuelto y no será una pérdida si no es así.

148 El deber de satisfacer la miseria humana. 149 Por consistencia pretendo dar a entender el estado de no contradicción, de que algún elemento

no anule ni obstaculice a otro. 150 Cfr. CD, V, 12, 4: “Y no es verdadera virtud sino la que tiende al fin en que reside el bien del

hombre, mejor que el cual ninguno hay”.

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El orden, para san Agustín, también implica la subordinación de lo inferior a

lo superior como el cuerpo al espíritu y el espíritu a la Paz Perfecta, es decir, el

Sumo Bien. Por lo que este orden atañe incluso a los valores, por ejemplo: el valor

del placer por debajo del valor de la salud implicaría el realizar actos saludables

sean placenteros o no, por el contrario, si se tuviera el valor del placer por encima

de la salud se realizarían actos placenteros sean saludables o no151. Por obvio que

parezca, el siguiente ejemplo es muy ilustrativo: el cuerpo no debe estar de

cabeza mucho tiempo152. Así, podemos constatar que siempre se está realizando

algo conforme al orden natural y, como de este emana la paz, siempre se goza de

cierto nivel de paz.

Los derechos naturales toman una importancia significativa en este trabajo

puesto que su realización es el modo en que el ser humano, voluntariamente,

propicia la vivencia de la paz. Recordemos que la justicia es la virtud por la cual el

ser humano da a cada quien lo suyo, esto es, da a cada quien lo que le

corresponde para desarrollarse como persona, para promover y mantener

relaciones sanas con los demás153 seres humanos, con la naturaleza y

desarrollarse integralmente. Así que la justicia es el ejercicio de los derechos

naturales, es la virtud por la que el ser humano ordena su vida y, de ese

ordenamiento, emana la deseada paz.

Ahora se desarrollará lo que implica la justicia, promesa que hice al final del

capítulo pasado. Puesto que la justicia obra en pro del orden natural154, implica a

151 Cfr. Op. Cit. Regla V, 34: “Aunque perjudique se cree que es provechoso lo que agrada”. 152 Cfr. CD, XIX, 12, 3: “Lo que es perverso o contra el orden, necesariamente ha de estar en paz

en alguna, de alguna y con alguna parte de las cosas en que es o de que consta. De lo contrario, dejaría de ser. Supongamos un hombre suspendido por los pies, cabeza abajo. La situación del cuerpo y el orden de los miembros es perversa, porque está invertido el orden exigido por la naturaleza, estando arriba lo que debe estar naturalmente abajo. Este desorden turba la paz del cuerpo, y por eso es molesto”.

153 Cfr. CD, XIX, 12, 2: “¡Cuánto más es arrastrado el hombre por las leyes de su naturaleza a formar sociedad con todos los hombres y a lograr la paz en cuanto esté de su parte!”.

154 Cfr. CD, XIX, 4, 4: “¿Qué decir de la justicia, cuyo objeto es dar a cada uno lo suyo? Así, en el hombre hay un orden justo y procedente de la naturaleza, según el cual el alma está sometida a Dios y la carne al alma, y el alma y la carne a Dios”.

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la virtud de la templanza pues las pasiones humanas son dominadas por la razón

y conducidas por ella para el logro de la satisfacción de la miseria humana. Por

este ‘dominio’ se lleva a cabo lo que san Agustín llama la sujeción del cuerpo al

espíritu. Y por esta ‘conducción’ se lleva a cabo la sujeción del espíritu a la Paz

Perfecta. Como la templanza implica a la prudencia para identificar qué dominar y

cómo conducir, entonces la justicia también la implica. Para el ejercicio de la

justicia, la fortaleza es necesaria mientras se lleva a cabo el ordenamiento

humano pues ayuda a sobrellevar con paciencia los males momentáneamente

ineludibles, sin desistir en la consecución del orden. La piedad es ingrediente de

las virtudes para referirlas a la Paz Perfecta, por lo que la justicia la necesita. Así

pues, la justicia implica a las virtudes que san Agustín describe como básicas para

vivir bien.155

Como la justicia obra por la consecución del orden, conlleva el hacer un uso

adecuado de los recursos en favor del bien común, de modo que los ciclos de

restablecimiento natural no sufra una afectación irreparable que prive a futuras

generaciones de la humanidad de algo necesario.

Dado que la justicia da a cada quien lo suyo, conlleva el crear o el no evitar

las oportunidades de ejercer los derechos naturales. Dar a cada quien lo que

necesita para la satisfacción de la miseria humana se puede llevar a cabo directa

o indirectamente. De modo directo cuando se suministran los bienes necesitados.

De modo indirecto cuando se brinda instrucción para lograrlo y cuando se evita

obstaculizar su logro.

En cuanto al modo directo, san Agustín invita a la redistribución de la

riqueza. Él considera vanidad poseer más de lo necesario e invita a que el ser

humano se deshaga de lo superfluo a fin de avanzar en la liberación humana.156

155 Lo contenido en este párrafo es una síntesis del tema de las virtudes descrito al final del

capítulo pasado, por lo que, si se desea releer las citas agustinianas, es conveniente revisarlo. 156 Cfr. CD, V. 18,1: “Cuanto, al parecer, amontonaban y conservaban para los hijos, o lo den a los

pobres, o, si existe tentación que compela a hacer esto por la fe y la justicia, lo abandonen. Las riquezas terrenas no hacen felices ni a nosotros ni a nuestros hijos. O las hemos de perder en

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Propone un modo de vida, cuyo fin es la Paz Perfecta, en el que libremente los

bienes sean puestos en común y que cada quien haga uso de lo que necesite157.

Claro que al hacer uso de lo que se necesita es inevitable privar a otros de su uso,

pero lo que se pretende evitar es que alguien quede privado de lo que necesita, no

de acabar con el uso privado de lo necesario, esto último es un contrasentido al

objetivo de saciar la miseria. Además, San Agustín indica claramente que los

bienes superfluos son bienes ajenos158, por lo que la redistribución, además de

liberar al que posee algo superfluo de cosas innecesarias159, también libera de la

miseria al que lo necesita y lo recibe. Esta redistribución apunta al beneficio

común de los bienes de todos, por lo que no necesariamente deben cambiar de

dueño160 pero su servicio y beneficio no debe ser exclusivo sino inclusivo a los

seres humanos, es decir, un grupo dueño de una empresa no necesita vender su

empresa o aumentar sus miembros sino redistribuir las ganancias, recibiendo lo

vida, o, muertos nosotros, las han de poseer, o quienes ignoramos o tal vez quienes no queramos. Sólo Dios hace felices, porque es la verdadera opulencia de las mentes. (…) La libertad verdadera nos hace libres de la dominación de la injusticia (…) y no por el deseo de humanas alabanzas, sino por la caridad de liberar a los hombres”.

157 Cfr. CD, V, 18, 2: “¿Por ventura todos los cristianos, que por un fin más excelente hacen comunes sus riquezas, según lo que está escrito en los Hechos de los Apóstoles, que se distribuya a cada uno según su necesidad y nadie tenga cosa propia, sino que todas las cosas sean comunes, no deben entender que no les es lícito pavonearse por esto, cuando casi hicieron aquellos otro tanto por conservar la gloria de los romanos?”.

158 Cfr. San Agustín: Comentario al Salmo 147, 12, 13: “Investiga las cosas que son necesarias y verás cuán pocas son. Ved que no sólo es poco lo que os es suficiente, sino que ni siquiera Dios os exige mucho. Pide lo que te dio, de ello quita lo que te sea necesario; los demás bienes que son superfluos para ti, a otros son necesarios. Los bienes superfluos de los ricos son necesarios a los pobres. Posees lo ajeno cuando posees lo superfluo”.

159 Cfr. San Agustín: La verdadera religión, 93: “Quien se deleita, pues, con la libertad, trate de liberarse del amor de las cosas pasajeras; y el que quiera reinar viva sumiso y unido a Dios, Señor de todas las cosas, amándole más que a sí mismo. He aquí la perfecta justicia, consistente en amar más lo que vale más, en amar menos lo que vale menos. Ame al alma sabia y perfecta, tal como la ve en sí; a la necia no la ame como tal, sino porque puede ser perfecta y sabia; pues tampoco debe amarse a sí mismo como necio, porque quien se ama a sí mismo como necio, no llegará a la sabiduría ni logrará lo que desea sin aborrecer lo que es. Y mientras está en el camino de la sabiduría y perfección, sufra la flaqueza y necedad del prójimo con el mismo ánimo con que se sufriría a sí mismo, en idéntica condición, si fuese necio y amase la sabiduría. Siendo, pues, la soberbia como una sombra de la verdadera libertad y de la soberanía verdadera, la divina Providencia nos insinúa a qué aspiran nuestros vicios y adónde hemos de tornar, corrigiéndolos”.

160 Esto es una recomendación útil, pero no necesaria. Lo necesario es que las posesiones estén a favor del bien común.

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que necesita cada quien de los que intervinieron en que éstas se dieran, y si sobra

que se emplee para beneficios de la comunidad humana.

Así pues, san Agustín enfatiza su recomendación en torno a que cada quien

tenga lo que necesita y, tomando una frase de Séneca, recalca que “es mejor

necesitar menos que tener mucho”161. También refiere la finalidad de la

administración de los bienes terrenos y del trabajo humano al indicar “que todo

sea para el bien común”162 con tal de que “no se niegue a cada uno lo que

necesite”163. En cuanto a las relaciones humanas expresa que éstas deben

llevarse a cabo “procediendo con amor a los hombres y odio para con los vicios”164

a fin de que, en los vínculos de la solidaridad y amistad, se logre el saneamiento

de la naturaleza humana con la erradicación de los vicios. Así, los castigos a

personas que obren injustamente serán a favor de su desarrollo como personas

para contribuir al bien común.

Con esto, la justicia impregna las relaciones sociales del ser humano, a

saber: la familia, el Estado y la sociedad internacional165. San Agustín indica que

“la vida del sabio es vida de sociedad”166 y que, precisamente, la vida en

comunidad orientada hacia la Paz Perfecta es el origen, desarrollo y finalidad de,

lo que él llama, la Ciudad de Dios167.

161 Op. Cit. Regla III, 18. Cfr. Séneca, Carta a Lucio 2, 6. 162 Ibidem. V, 31.

Además, san Agustín, hablando a un amigo rico que hace buen uso de su riqueza, en su obra: Op. Cit. La vida feliz, I, 5, dice: “menos temo la grandeza de tu fortuna, porque aunque grande, es en ti propicia y acoge favorablemente a los que domina”.

163 Op. Cit. Regla V, 30. 164 Ibidem. IV, 29. 165 CD, XIX, 7: “Después de la ciudad o la urbe viene el orbe de la tierra, tercer grado de la

sociedad humana, que sigue estos pasos: casa, urbe y orbe”. 166 CD, XIX, 5: “La vida del sabio es vida de sociedad. Porque ¿de dónde se originaría, cómo se

desarrollaría y cómo lograría su fin la Ciudad de Dios si la vida de los santos no fuera vida social?”.

Cfr. CD, XIX, 3,2: “La vida feliz es también una vida social que ama los bienes de los amigos por sí mismos como los propios y desea para ellos lo que para sí mismo”.

167 Cfr. CD, XVII, 14: “El concierto acorde y acompasado de diversos sonidos insinúa con concorde variedad la unidad compacta de una ciudad bien ordenada”.

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San Agustín, al reflexionar entorno a la República Romana, parte de una de

una observación que hace Escipión. Él dice que nunca ha existido República

Romana porque, definiendo a la República como ‘la cosa del pueblo’ y al pueblo

como una sociedad fundada sobre derechos reconocidos por la justicia y sobre la

comunidad de intereses, no ha habido pueblo romano puesto que no ha habido

verdadera justicia al haber leyes injustas. La República no puede ser gobernada

sin justicia, las constituciones injustas no deben llamarse derecho, tampoco lo que

es útil al más fuerte es derecho y donde no hay justicia no puede haber

República.168 Si alguien pretendiera indicar que no puede haber justicia en la

República puesto que ella requiere dominar a otras provincias y los ciudadanos

deben estar dominados por los gobernantes, creyendo que es injusto tal dominio;

entonces es oportuno que vea que ese dominio es justo si se siguen leyes justas y

que aquel que obre injustamente será neutralizado por los gobernantes, cosa que

facilita el ejercicio de derechos reconocidos de los demás ciudadanos. Esta

situación difícilmente se daría si no hubiera dominio, difícilmente se portarían con

justicia los que se inclinan por injusticias. Por otro lado, servir a la paz cumpliendo

leyes justas es útil a todos; si no hay tal servicio no hay virtud verdadera en el ser

168 Cfr. CD, XIX, 21, 1: “Según las definiciones de que Escipión se sirve en los libros ‘Sobre la

república’ de Cicerón, nunca ha existido la república romana. En pocas palabras define la república, diciendo que es la cosa del pueblo. Si esta definición es verdadera, nunca ha existido la república romana, porque nunca ha sido cosa del pueblo, que es la definición de república. Define el pueblo diciendo que es una sociedad fundada sobre derechos reconocidos y sobre la comunidad de intereses. Luego explica qué entiende por derechos reconocidos. Y añade que la república no puede ser gobernada sin justicia. En consecuencia, donde no hay verdadera justicia no puede darse verdadero derecho. Como lo que se hace con derecho se hace justamente, es imposible que se haga con derecho lo que se hace injustamente. En efecto, no deben llamarse derecho las constituciones injustas de los hombres, puesto que ellos mismos dicen que el derecho mana de la fuente de la justicia y que es falsa la opinión de quienes sostienen torcidamente que es derecho lo que es útil al más fuerte. Por tanto, donde no existe verdadera justicia no puede existir comunidad de hombres fundada sobre derechos reconocidos, y, por tanto, tampoco pueblo, según la definición de Escipión o de Cicerón. Y si no puede existir el pueblo, tampoco la cosa del pueblo, sino la de un conjunto de seres que no merecen el nombre de pueblo. Por consiguiente, si la república es la cosa del pueblo y no existe pueblo que no esté fundado sobre derechos reconocidos, y no hay derecho donde no hay justicia, síguese que donde no hay justicia no hay república.”

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humano y, menos, en su conjunto. Así que no hay pueblo sin justicia y sin pueblo

no hay ‘cosa del pueblo’ o República.169

Hay justicia donde el ser humano encamina sus esfuerzos a la consecución

de la Paz Perfecta. Recordemos que Dios, el Sumo Bien, se entiende en este

trabajo como Paz Perfecta. San Agustín, concluye así lo tratado anteriormente:

“Por tanto, debe exigirse esta justicia que hace que el Dios único y supremo impere, según su gracia, a la ciudad obediente, que a nadie sacrifique fuera de Él. De esta suerte, en todos los hombres, ciudadanos de esta ciudad y obedientes a Dios, el alma imperará fielmente y con orden legítimo al cuerpo, y la razón a las pasiones. Y de esta manera, como un solo justo vive de la fe, así vivirá también el conjunto y el pueblo de esos justos de esa fe que obra por la caridad, que lleva al hombre a amar a Dios como debe y al prójimo como a sí mismo. En conclusión, donde no existe esta justicia no existe tampoco la congregación de hombres fundada sobre derechos reconocidos y comunidad de intereses. Y si esto no existe, no existe el pueblo, si es que es verdadera la definición dada de pueblo. Por consiguiente, no existe tampoco república porque donde no hay pueblo no hay cosa del pueblo.”170

Ahora bien, San Agustín propone otra definición de pueblo, que le parece

más accesible y más adaptable a la realidad de la sociedad: “El pueblo es un

169 Cfr. CD, XIX, 21, 2: “Decían que la república no puede mantenerse y acrecerse sino sobre la

injusticia. Pusieron como argumento irrebatible que es injusto que los hombres estén sometidos a hombres dominadores. La ciudad imperiosa, capital de gran república –añadían-, no puede señorear a sus provincias si no acoge esta injusticia. Los partidarios de la justicia respondieron que eso es justo, porque la servidumbre es ventajosa a tales hombres, y que esa acción, hecha con este fin, es recta, es decir, priva a los malos de su licencia para hacer el mal. Y los tendrán mejor domados, porque se portarían peor indomados. En apoyo de esta prueba se adujo un ejemplo brindado por la misma naturaleza. <<Pues ¿por qué, dice él, Dios manda al hombre, el alma al cuerpo, la razón a la libido y a las demás pasiones del ánimo?>> Este ejemplo mostró con llaneza que la servidumbre es útil a algunos y que servir a Dios es útil a todos. Y cuando el alma está sometida a Dios, manda justamente a la libido y a las demás pasiones. Por tanto, cuando el hombre no sirve a Dios, ¿qué justicia hay en él? La verdad es que, si no sirve a Dios, el alma no puede imperar con justicia al cuerpo, ni la razón humana a las pasiones. Y si en un hombre semejante no existe la justicia, en una reunión de hombres, que es un conjunto de esa ralea, tampoco la habrá. No existe, por consiguiente, ese derecho reconocido que constituye en pueblo a la sociedad de hombres, que es lo que se llama república. (…) Mas tengo para mí que cuanto hemos dicho sobre el derecho es suficiente para mostrar que, según esta definición, no existe el pueblo si no hay justicia, y, por consiguiente, tampoco república”.

170 CD, XIX, 23, 5.

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conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad de objetos

amados” 171. De este modo, todo grupo humano con intereses comunes es un

pueblo y forma una república para organizarse en la consecución de los objetos de

su amor. Para Cicerón y Escipión la república sólo es justa, para san Agustín la

república puede ser injusta y la justa es la verdadera república. Así pues, la

comunidad orientada hacia la Paz Perfecta es la verdadera república, que tiene

peso por su verdadera justicia, la justicia que concibe san Agustín. La república

cuyo derecho avala injusticias es una comunidad delictiva172, el crimen

organizado, que, por una gran magnitud llega a ser aplaudida como imperio pero

si es una sociedad pequeña, es perseguida. Es decir, es aplaudida por los que

reciben cierta protección al estar involucrada en ella pero repudiada por los que

reciben un trato injusto.

171 CD, XIX, 24: “Y si descartamos esa definición de pueblo y damos esta otra: <<El pueblo es un

conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad de objetos amados>>, para saber qué es cada pueblo, es preciso examinar los objetos de su amor. No obstante, sea cual fuere su amor, si es un conjunto, no de bestias, sino de seres racionales, y están ligados por la concorde comunión de objetos amados, puede llamarse sin absurdo alguno, pueblo. Cierto que será tanto mejor cuanto más nobles sean los intereses que los ligan, y tanto peor cuanto menos nobles sean. Según esto, el pueblo romano es un pueblo, y su gobierno, una república. La historia da fe de lo que amó este pueblo en su origen y en las épocas siguientes y de cómo se han ido infiltrando las más sangrientas sediciones, las guerras civiles, y de cómo se rompió y se corrompió la concordia, que es en cierta manera la salud del pueblo. En los libros precedentes hay muchos datos a este respecto. Por eso, yo no diría que no es un pueblo o que su gobierno no es una república mientras subsista un conjunto de seres racionales unidos por la comunión concorde de objetos amados. Lo dicho de este pueblo y de esta república hágase extensivo al pueblo de los atenienses o de otros griegos, al de los egipcios, a la primera Babilonia de los asirios, cuando sus repúblicas sostuvieron imperios grandes o pequeños, y de cualesquiera otras naciones. Porque, en general, la ciudad de los impíos, refractaria a las órdenes de Dios, que prohíbe sacrificar a otros dioses fuera de Él, y por eso incapaz de hacer prevalecer el alma sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, desconoce la verdadera justicia”.

172 Cfr. CD, IV. 5: “Desterrada la justicia ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios? Y los mismos latrocinos ¿qué son sino pequeños reinos? También este es un puñado de hombres, rígese por el poderío de un príncipe, lígase con pacto de sociedad y repártese su botín según las leyes de sus decretos. Si este mal crece, porque se le añaden hombres perdidos hasta enseñorearse de lugares, fundar cuarteles, ocupar ciudades, subyugar pueblos, toman el nombre más auténtico de reino. Este nombre se lo da ya abiertamente, no la cupididad perdida, sino la impunidad añadida. Elegantemente, pero en verdad, respondió un pirata preso a Alejandro Magno, que le preguntaba qué le parecía el sobresalto en que tenía la mar. Él, con arrogante libertad, le dijo: <<Lo que te parece tener tú turbada toda la tierra. Sólo que a mí, por hacerlo con un pequeño navío, me llaman ladrón, y a ti, por hacerlo con una gran escuadra, emperador>>”.

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Por lo descrito hasta aquí en este capítulo, el ser humano obra por la

restauración del orden natural cumpliendo con la satisfacción de la miseria

humana, obrando con una bondad no condicionada al tipo de relaciones humanas

que viva173 sino gratuita a ellas por el deseo de experimentar la Paz Perfecta. Para

avanzar eficazmente en ésta restauración y para desarrollarse plenamente, el ser

humano forma sociedad y encamina sus esfuerzos al bien común, al igual que su

administración de bienes está encaminada al mismo.

El estado ordenado de la naturaleza, del cual surge la paz, se puede

encontrar a través de la concientización de la miseria humana, pues de allí surge

la conciencia de su saciedad; un segundo modo consiste en identificar cómo

deseamos que sea tratado un ser querido y así tratar a los demás, dar a los

demás lo que queremos que reciba un ser querido, evitar a los demás lo que

queremos que no padezca un ser querido. Esto es lo que san Agustín llama: la ley

divina o ley eterna; pues considera que ha sido revelada por Dios al ser humano y

que involucra dos preceptos vivificantes de vigencia eterna: amar a Dios y al

prójimo como a uno mismo. Es decir, en el contexto de este trabajo, amar la Paz

Perfecta y amar el bienestar de los demás seres humanos como se ama el propio

bienestar, es decir, como se ama el bienestar de un ser querido. Así, lo que

implica la justicia se lleva a cabo, a saber: obrar para el bien común de la

humanidad y canalizar las posesiones a dicho bien. Así, las relaciones

interpersonales van avanzando en concordia y solidaridad, gozando de una paz de

mayor calidad y duración. Así se avanza en la salud personal y social.174

173 Es decir, obra el bien por deber de caridad y deseo de paz, no por lo que haya recibido de los

demás o lo que pueda recibir, sobre todo: cuando reciba algo negativo. 174 Cfr. CD, XIX, 14: “El uso de las cosas temporales dice relación, en la ciudad terrenal, al logro de

la paz terrenal, y en la ciudad celestial, al logro de la paz celestial. Por eso, si fuéramos animales irracionales no apeteceríamos más que la ordenada complexión de las partes del cuerpo y la quietud de las apetencias. No apeteceríamos, por consiguiente, algo fuera de eso. La paz del cuerpo redundará en provecho de la paz del alma. Porque la paz del alma irracional es imposible sin la paz del cuerpo, pues sin ella no puede lograr la quietud de sus apetencias. Pero ambos se ayudan a esa paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, paz de vida ordenada y de salud. Así como los animales muestran que aman la paz del cuerpo cuando esquivan el dolor, y la paz del alma cuando, para colmar sus necesidades, siguen la voz de sus apetencias, así, huyendo la muerte, indican a las claras cuánto aman la paz que aúna el alma y el cuerpo.

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Un tercer modo, afín al segundo, consiste en identificar el modo de obrar

que, si lo realiza la mayoría, se conserva la armonía de todos, el bienestar común;

este modo es más restringido en su detección de actitudes ordenadas porque sólo

detecta lo general, por ejemplo: si todos ocupáramos la porción de agua que

necesitáramos ¿se mantendría la armonía y el bienestar de todos? Sí; de aquí se

puede encontrar que si todos desperdiciáramos el agua, alguien no podría usar la

que necesita ahora o en el futuro, por esto se afectaría el bienestar común. Y así

podemos proseguir encontrando lo que si todos lo hiciéramos resultaría es bien de

todos.

Con estos tres modos para identificar el estado de vida ordenado y, por lo

tanto, gozoso de paz, se concluye la indagación inicial de este capítulo: qué es el

orden para san Agustín y cómo es. Esta indagación ha involucrado el tema de la

Pero el hombre, dotado de alma racional, somete a la paz de esta alma cuanto tiene de común con las bestias, con el fin de contemplar algo con la mente y según ese algo obrar de suerte que haya en él una ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, en que consiste, como hemos dicho, la paz del alma racional. A esto debe enderezar su querer, a que el dolor no la atormente, ni el deseo la inquiete, ni la muerte la separe para conocer algo útil, y según ese conocimiento componer su vida y sus costumbres. Mas, como su espíritu es débil, para que el afán de conocer no le precipite en error alguno, tiene la necesidad del magisterio divino, para conocer con certeza, y de su ayuda, para obrar con libertad. Y como, mientras mora en este cuerpo mortal, anda lejos de Dios y camina por la fe y no por la especie, por eso es preciso que relacione tanto la paz del cuerpo con la del alma, como la de los dos juntos, a aquella paz que existe entre el hombre mortal y el Dios inmortal, dando así margen a la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y puesto que el divino Maestro enseña dos preceptos principales, a saber: el amor de Dios y el amor del prójimo, en los cuales el hombre descubre tres seres como objeto de su amor: Dios, él mismo y el prójimo, y el que ama a Dios no peca amándose a sí mismo, es lógico que cada cual lleve a amar a Dios al prójimo, que se le manda amar como a sí mismo. Así debe hacer con la esposa, con los hijos, con los domésticos y con los demás hombres que pudiere, como quiere que el prójimo mire por él, si por ventura lo necesitare. Y así tendrá paz con todos en cuanto de él dependa, esa paz de los hombres que es la ordenada concordia. El orden que se ha de seguir es éste: primero, a nadie hacer mal, y segundo, hacer bien a quien pueda. En primer lugar debe comenzar el cuidado por los suyos, porque la naturaleza y la sociedad humana le dan acceso más fácil y medios más oportunos. Por eso dice el Apóstol: Quien no provee a los suyos, mayormente si son familiares, niega la fe y es peor que un infiel. De aquí nace también la paz doméstica, es decir, la ordenada concordia entre el que manda y los que obedecen en casa. Mandan los que cuidan, como el varón a la mujer, los padres a los hijos, los amos a los criados. Y obedecen quienes son objeto de cuidado, como las mujeres a los maridos, los hijos a los padres, los criados a los amos. Pero en casa del justo, que vive la fe y peregrina aún lejos de la ciudad celestial, sirven también los que mandan a aquellos que parecen dominar. La razón es que no mandan por deseo de dominio, sino por deber de caridad; no por orgullo de reinar, sino por bondad de ayudar”.

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justicia, desde la visión agustiniana, pues por medio de ella, el ser humano obra

por la restauración del orden. Y el orden es la plataforma de la paz. Ahora se

proseguirá con el tema de la guerra.

La guerra para san Agustín es la contienda, es decir, la lucha entre

diversos175. En la antropología agustiniana es visto el ser humano en su interior y

su exterior. Cuando en el interior no se combaten las pasiones, el resultado es la

guerra exterior al ser humano, en dicha guerra se procede en contra de los

derechos humanos, propios y/o ajenos.

Retomemos lo que la virtud de la templanza involucra, esto es: el control de

los apetitos por medio de la razón, la cual los conduce a su ordenada realización y

esto repercute en provecho individual y colectivo, o al menos no se obstaculiza a

otro la realización de los suyos. La templanza es la que obra la guerra que no se

debe dejar en esta vida176: la justa guerra interior177, la cual evita el dolor de los

175 Cfr. CD, XIX, 28, San Agustín, al hablar de las personas que no quieren formar parte de una

comunidad orientada hacia la Paz Perfecta, indica que: “Los que no pertenecen a la ciudad de Dios tendrán por lote una miseria eterna, por otro nombre muerte segunda, porque ni el alma ni el cuerpo viven. El alma, porque estará separada de su vida, que es Dios, y el cuerpo, porque sufrirá dolores eternos. La muerte segunda será más dura, porque no podrá terminar con la muerte. Mas, siendo la guerra contraria a la paz, como la miseria a la felicidad y la muerte a la vida, puede preguntarse, y con razón, si a la paz, tan celebrada y alabada como Sumo Bien, responderá una guerra en el mal supremo. Quien esto pregunte, repara qué es lo dañino y pernicioso en la guerra, y hallará que no es más que la oposición y el choque de cosas entre sí. ¿Qué guerra, pues, más grave y más amarga puede imaginarse que aquella en que la voluntad será tan contraria a la pasión, y la pasión a la voluntad, que su enemistad no cesará jamás por la victoria de una o de otra? Y ¿cuál más cruel que aquella en que la fuerza del dolor combate a la naturaleza del cuerpo, sin que alguno de los dos se rinda? Cuando en el mundo se desencadena ese combate, o vence el dolor, y la muerte priva del sentido, o vence la naturaleza y la salud arroja el dolor. Empero, en la otra vida subsiste el dolor para atormentar y la naturaleza para sentir dolor, y no falta ni el uno ni la otra para que la pena dure siempre.”

176 Cfr. CD, XXI, 15: “Verdad es que ansiamos vernos también libres de esta guerra y nos abrasamos en el fuego del amor divino por conseguir esa paz ordenadísima que trae consigo la estabilidad y el sometimiento de lo inferior a los superior. Mas, aunque –lo que Dios no permita- no esperáramos tamaño bien, deberíamos siempre preferir el combate, aunque sea duro, a ceder a los vicios y a arrojarnos en sus brazos”.

177 Cfr. CD, XXI, 15: “Mejor es combatir los vicios que dejarse dominar sin choque alguno. Mejor es, digo, la guerra con la esperanza de la vida eterna que el cautiverio sin esperanza de libertad”.

Cfr. CD, XXI, 16: El ser humano, “llegando a la edad capaz de preceptos y de leyes, debe comenzar la guerra contra los vicios y pelear bravamente”.

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vicios; a fin de que no sea uno mismo el causante de una guerra injusta en el

exterior178, la cual engendra dolor, tanto en el que la ejecuta como en el que la

Cfr. CD, XIX, 4, 3: “Dios nos libre de creer que, desgarrados y luchando aún en esta guerra

intestina, hemos logrado ya la felicidad sin la posesión de la victoria. ¿Hay algún sabio que no sostenga este combate interior contra sus pasiones?”.

Cfr. CD, XVII, 12: “Dios que es fuerza en el combate, será premio en la paz”. 178 Cfr. CD, XVIII, 2,1: “La sociedad de los mortales, extendida por toda la tierra y en los más

diversos lugares, ligada por la comunión de una misma naturaleza, se divide con frecuencia contra sí misma, y la parte que domina oprime a la otra. Esto se debe a que cada uno busca su propia utilidad y su cupididad y a que el bien que apetecen, o para nadie es suficiente, o no para todos, porque no es el bien auténtico. La parte vencida se rinde a la vencedora, prefiriendo a la dominación o aun a la libertad cualquiera paz y salud. Tanto es así, que ha causado gran admiración el pueblo que amó más perecer que servir. En efecto, en casi todas las naciones la naturaleza grita con voz fuerte que los vencidos prefieran sufrir el yugo de los vencedores a ser aniquilados en los últimos furores de la guerra”. En esta cita podemos identificar cómo San Agustín considera ‘bien auténtico’ es provechoso a todos. También, se puede identificar que el origen de la guerra injusta es el vicio, principalmente el de querer hacer uso privado de algo que tiene derecho otro ser humano a usar, es decir: cada uno busca su ambición y utilidad, sin evitar el daño a otros o la imposibilidad de provecho.

Cfr. CD, XV, 4: “La ciudad terrena, que no será eterna -pues, una vez condenada al último suplicio, no será ya ciudad-, tiene aquí abajo su bien y se goza en su posesión con ese gozo que pueden brindar tales cosas. Y porque ese bien no es tal que excluya de sus amadores las angustias, por eso esta ciudad con frecuencia se divide contra sí misma, pleiteando, batallando, luchando y buscando victorias mortíferas o al menos mortales. Porque sea cualquiera la parte de ella que se levante en guerra contra otra, pretende ser vencedora, siendo ella cautiva de los vicios. Si vence y se engalla más soberbiamente, su victoria es mortífera; pero, si pensando la condición y las consecuencias comunes, es mayor su aflicción por las desgracias que pueden sobrevenir que su hinchazón por las ventajas que reporte, la victoria es solamente mortal. Porque no siempre puede señorear, subsistiendo, a quienes pudo someter venciendo. No es acertado decir que los bienes que desea esta ciudad no son bienes, puesto que ella misma es un bien, y el mejor en su género. Por causa de estos bienes ínfimos, desea cierta paz terrena y anhela llegar a ella por la guerra. Si vence y no hay quien resista, nace la paz de que carecerían los partidarios contrarios entre sí, que luchaban con infeliz miseria por cosas que no podían poseer a la vez. Esta es la paz que persiguen las penosas guerras, ésta es la paz que logran las victorias pretendidamente gloriosas. Cuando vencen los que lucharon por la causa más justa, ¿quién duda que la victoria debe acogerse con aplauso, y la paz con gozo? Son bienes, y los bienes son dones de Dios. Mas si, abandonados los bienes supremos, posesión de la Ciudad soberana, donde habrá una victoria seguida de una paz eterna y suma, se ansían estos bienes de manera que o se crea que son únicos o se amen más que los superiores, inevitablemente sigue la miseria y se acrece la existente”.

Cfr. CD, XIX, 17: “Así, la ciudad terrena, que no vive de la fe, apetece la paz terrena y fija la concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obedecen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o mejor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe, usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad, que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como viajero cautivo en la ciudad terrena, habiendo recibido ya la promesa de su redención y el don espiritual como prenda de ella, no duda en obedecer las leyes de la ciudad terrenal que reglamentan las cosas necesarias y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas cosas”.

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padece179. Cuando un justo recibe o puede recibir una agresión, una violencia

contra el ejercicio de sus derechos humanos, tiene el derecho a velar por el

respeto de los mismos, por ejercerlos. Y si es inevitable el enfrentamiento violento

contra el agresor, debe realizarlo sólo en tanto que sea el mínimo suficiente180 y

mientras no haya posibilidad de evasión o de recapacitación por parte del agresor;

esto es la guerra justa exterior para san Agustín181; de ésta, indica su posibilidad

pero no su necesidad182 pues alguien puede elegir plausiblemente nunca ir en

contra de los derechos de otro ser humano a pesar del no cumplimiento de los

suyos, esto es heroico y debe ser gratuito, no necesario y no exigible. San Agustín

exhorta a corregir al que obre injusticias, no sólo por el bien de los que las

padecen sino también por el bien del agresor, para que cambie su conducta y viva

saludablemente183.

Siendo, pues, la paz: la tranquilidad del orden y la guerra: la oposición y

choque. Parece que son cosas contrarias. Sin embargo, retomemos que la miseria

es la ausencia de felicidad y san Agustín encuentra coincidentes la felicidad y la

paz, incluso identifica al Sumo Bien como la felicidad de la paz o como la paz de la

felicidad indistintamente. Por esto, se puede concluir que lo contrario a la paz no

es la guerra sino la miseria. No hay miseria en la paz y no hay paz en la miseria,

179 Cfr. CD, III, 22: “¡Qué espectáculo tan mísero ofrecía la muerte inesperada e impía de

cualquiera y doquiera! (…) ¡Cuántos gemidos de los que morían, cuántas lágrimas de quienes veían, cuántas quizá también de cuantos los ejecutaban!”.

180 Para no pasar de la defensa justa a la agresión injusta. 181 Cfr. CD, III, 10: “Es excusa justa para los romanos, por tantas guerras emprendidas y

guerreadas, el decir que se vieron obligados a resistir a sus enemigos y a sus continuas arremetidas, no por la avidez de conseguir humanas alabanzas, sino por la necesidad de defender la vida y la libertad”.

Cfr. CD, XIX, 15: “aunque se libre una guerra justa, la parte contraria guerrea por el pecado. Y toda victoria, aun la conseguida por los malos, humilla a los vencidos, por juicio divino, o corrigiendo los pecados o castigándolos”.

182 Cfr. CD, IV, 3: A los justos, “la piedad y su bondad, grandes dones de Dios, les bastan para una felicidad verdadera, merecida la cual, se vive bien en la presente vida, y luego se consigue la eterna”.

183 Cfr. CD, XIX, 16: “La inocencia exige, pues, no solamente a nadie hacer mal, sino retraer al prójimo del pecado o castigar el pecado. Y esto con el fin de que el castigado se corrija en cabeza propia y otros escarmienten en la ajena”.

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puesto que la paz es fruto de la misericordia, ya que ésta busca la satisfacción de

lo necesario para la plenitud del ser humano por compasión. Sin embargo, san

Agustín mismo indicó que la guerra es contraria a la paz184. Aquí es oportuno

distinguir la Paz Perfecta de la paz auténtica pero imperfecta. La Paz perfecta no

admite choque alguno, es la perfecta tranquilidad que emana del perfecto orden,

situación que san Agustín enfatiza como inalcanzable en ésta vida pero, según su

creencia, alcanzable en la vida eterna, cuando no se padezca miseria alguna ni el

cuerpo desee contra el espíritu y el espíritu goce de la Paz Perfecta185. La paz

auténtica pero imperfecta que el ser humano puede gozar en esta vida requiere de

la guerra interior para combatir el vicio y, así, avanzar en la satisfacción de la

miseria humana obrando justamente186.

184 Cfr. CD, XIX, 28. Texto citado en la nota 175. 185 Cfr. CD, XX, 28: “los buenos no estarán sujetos a miseria alguna, ni temporal siquiera, sino que

gozarán de una felicidad eterna y gloriosa”. 186 Cfr. CD, XIX, 27: “Por otra parte, nuestra propia paz la gozamos aquí con Dios por la fe, y

eternamente la disfrutaremos con Él por la visión clara. Aquí abajo, la paz, tanto la común como la propia nuestra, es más bien consuelo de nuestra miseria que gozo de nuestra dicha. Nuestra misma justicia, aunque verdadera en tanto que la referimos al bien supremo, es tal en esta vida, que más bien consiste en la remisión de los pecados que en la perfección de las virtudes. Testigo es de ello la oración de la ciudad de Dios, peregrina en el mundo. Ella clama a Dios por la boca de todos sus miembros: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esta oración no es eficaz para aquellos cuya fe sin obras es muerta, pero sí lo es para aquellos cuya fe obra por la caridad. Los mismos justos tienen necesidad de esta oración, porque aunque su alma esté sometida a Dios, la razón no impera perfectamente a los vicios en esta vida mortal y en este cuerpo corruptible que apesga al alma. Aunque mande, nunca lo hace sin combate y sin resistencia por parte de las pasiones. Y siempre es verdad que aun al más fuerte luchador y dominador de tales enemigos en este valle de flaqueza se le entromete algo que, si no le hace pecar con fácil obra, sí le hace con hábil locución o con inconstante pensamiento. Por eso, mientras se impera a las pasiones, no hay paz perfecta, porque las que resisten se debaten en peligrosa pelea, y las vencidas aún no tienen asegurada la victoria, sino que requieren todavía una vigilante opresión. En estas tentaciones, de las cuales dice brevemente la Escritura: ¿No es acaso una continua tentación la vida del hombre sobre la tierra? (Job 7,1), ¿quién presumirá de que su vida sea tal que no precisa decir a Dios: Perdónanos nuestras deudas, sino el hombre soberbio? Y soberbio no por su grandeza, sino por su hinchazón. A éste resiste con justicia el que da su gracia a los humildes. Por eso está escrito: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Aquí la justicia consiste en que Dios mande al hombre obediente; el alma al cuerpo y la razón a los vicios, aunque se rebelen, o venciéndolos o resistiéndolos, y en que se pida a Dios la gracia del mérito y el perdón de los pecados y se den gracias por los bienes recibidos. En la paz final, empero, que debe ser la meta de la justicia que tratamos de adquirir aquí abajo, como la naturaleza estará dotada de inmortalidad, de incorrupción, y carecerá de vicios y no sentiremos resistencia alguna interior ni exterior, no será necesario que la razón mande a las pasiones, pues no existirán. Dios imperará al hombre, y el alma al cuerpo. Y esto se hará con una felicidad triunfante y gloriosa. Este estado será eterno y estaremos ciertos de su eternidad. Y por eso en la paz de esta felicidad y en la felicidad de esta paz consistirá el Sumo Bien”.

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Por lo que, la posible contradicción, entre la tranquilidad de la paz y el

choque o contienda de la guerra, es aparente si pueden cooperar la guerra y la

paz, o es real si estando una no puede estar la otra. Aquí es cuando es importante

tratar la siguiente cuestión: ¿Es posible ser un guerrero pacífico? Para intentar

resolver está cuestión es preciso retomar nuevamente lo que la templanza es.

Dicha virtud es por la que el ser humano, de manera voluntaria, domeña sus

pasiones bajo la presencia de la razón, la cual indica el modo ordenado de

satisfacer o conducir los impulsos en pro del bien de la persona. Así pues, un ser

humano que obra templadamente efectúa un choque intestino, una guerra interior,

que le favorece la paz de su ser en la medida en que sacia ordenadamente su

condición mísera. Aquel que no presenta oposición a sus pasiones y permite que

ellas guíen su actuar, no tarda en padecer el dolor de los excesos y defectos de su

miserable obrar. La conducta miserable no sólo es causante del dolor injusto para

el actor sino también para su entorno, siendo así la raíz de las guerras

interpersonales injustas. De este modo, la paz de la persona y de las personas en

relación directa con ella requiere de la guerra interior. Efectuar esta guerra es ser

un guerrero pacífico.

Es oportuno que se resalte que no toda guerra es contraria a la tranquilidad,

y que no toda guerra es injusta. Una estructura injusta en una sociedad requiere

de quien la promueva y quien la permita, la guerra justa implica el choque con esta

estructura. Pero, no todo choque es violento, la violencia es un mal que se debe

evitar en tanto que no sea la única opción, es decir, en tanto que no halla una

solución pacífica viable. No toda guerra es violenta y todo lo violento está en

contra de los derechos humanos. Existe, pues, la posibilidad de protestar sin

agredir, de modificar las estructuras injustas desde la renovación de la conducta

personal y la concientización de otros, de no apoyar y de alzar la voz para

despertar a quienes sin querer apoyan una estructura injusta.

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Tratado el tema de la guerra, ahora se mostrarán los niveles de paz que

experimenta o puede experimentar el ser humano, según la visión agustiniana. La

paz corporal depende de la ordenada complexión de sus partes, su

funcionamiento apropiado, su nutrición y su integridad. La paz del alma racional se

da en la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, la vida sabia, la vida

virtuosa. La paz del ser humano se basa en la vida ordenada, saludable. La paz

del pueblo proviene de la ordenada concordia y el amor entre sus integrantes por

la Paz Perfecta. La paz de la casa187 y de la ciudad parte de la concorde

obediencia a las leyes justas, por medio de la obediencia a los gobernantes.188 La

paz temporal procura la conservación, incolumidad y sociabilidad de la vida mortal,

además, es posible adquirirla en mejor calidad y conservarla en mayor cantidad.189

La comunidad orientada hacia la Paz Perfecta, en su peregrinar por esta

vida mortal, hace uso de la paz temporal supeditándola a la Paz Perfecta, de la

que goza por la fe. En su viaje obra por el bien común y atiende a los deseos de la

humanidad en tanto que procuran la paz y el orden, sin que su piedad se aleje de

187 Cfr. CD, XIX, 16: “La casa debe ser el principio y el fundamento de la ciudad. Todo principio dice

relación a su fin, y toda parte a su todo. Por eso es claro y lógico que la paz doméstica debe redundar en provecho de la paz cívica; es decir, que la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en casa debe relacionarse con la ordenada concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obedecen. De donde se sigue que el padre de familia debe guiar su casa por las leyes de la ciudad, de tal forma que se acomode a la paz de la misma”.

188 Cfr. CD, XIX, 13, 1: “La paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y mutuamente en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden”.

189 Cfr. CD, XIX, 13, 2: “Dios, pues, Creador sapientísimo y Ordenador justísimo de todas las naturalezas, que puso como remate y colofón de su obra creadora en la tierra al hombre, nos dio ciertos bienes convenientes a esta vida, a saber: la paz temporal según la capacidad de la vida mortal para su conservación, incolumidad y sociabilidad. Nos dio además todo lo necesario para conservar o recobrar esta paz; así como lo propio y conveniente al sentido, la luz, la noche, las auras respirables, las aguas potables y cuanto sirve para alimentar, cubrir, curar y adornar el cuerpo. Todo esto nos lo dio bajo una condición, muy justa por cierto: que el mortal que usara rectamente de tales bienes los recibirá mayores y mejores. Recibirá una paz inmortal acompañada de gloria y el honor propio de la vida eterna, para gozar de Dios y del prójimo en Dios. Y el que los usara mal no recibirá aquéllos y perderá éstos”.

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sus virtudes190, fomentando la civilización del amor191, que impregna de buenas

obras a la humanidad. Confía que la Paz Perfecta es posible, por lo que es su

meta, de modo que el cuerpo de sus ciudadanos no experimentará necesidad

alguna, su voluntad no tendrá contrariedad alguna y su gozo será mutuo en la Paz

insuperable e inquebrantable.192

190 Cfr. CD, XIX, 20: “Siendo, pues, el sumo bien de la ciudad de Dios la paz eterna y perfecta, no

esta que atraviesan los mortales entre el nacimiento y la muerte, sino en la que permanecen una vez inmortales y libres de todo padecimiento, ¿quién hay que niegue que esa vida será muy dichosa, o que no estime, en su comparación misérrima ésta, por más llena de bienes anímicos, corporales o externos que esté? Y, sin embargo, quien se conduce de tal forma que refiere el uso al fin de aquella que ardentísima y fidelísimamente espera, puede llamarse con razón feliz en este mundo, más, en verdad, por la esperanza que por la realidad. La realidad presente, sin aquella esperanza, es una felicidad falsa y una auténtica miseria, porque no usa de los verdaderos bienes del espíritu. No es verdadera sabiduría la que en estas cosas, que discierne con prudencia, soporta con fortaleza, reprime con templanza y ordena con justicia, no se propone el fin supremo, en que será Dios todo en todas las cosas por una eternidad cierta y una paz perfecta”.

191 Cfr. CD, XIX, 17: “La ciudad celestial usa también en su viaje de la paz terrena y de las cosas necesariamente relacionadas con la condición actual de los hombres. Protege y desea el acuerdo de quereres entre los hombres cuanto es posible, dejando a salvo la piedad y la religión, y supedita la paz terrena a la paz celestial. Esta última es la paz verdadera, la única digna de ser y de decirse paz de la criatura racional, a saber, la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y mutuamente en Dios. Llegando a esta meta, la vida ya no será mortal, sino plenamente vital. Y el cuerpo ya no será animal, que, mientras se corrompe, apesga al alma, sino espiritual, sin alguna necesidad, sometido de lleno a la voluntad. Posee esta paz aquí por la fe, y de esta fe vive justamente cuando refiere a la consecución de la paz verdadera todas las buenas obras que hace para con Dios y con el prójimo, porque la vida de la ciudad es una vida social”.

192 Cfr. CD, XXII, 30, 1: “¡Cuánta será la dicha de esa vida, en la que habrá desaparecido todo mal, en la que no habrá bien oculto alguno y en la que no habrá más obra que alabar a Dios, que será visto en todas las cosas! No sé qué otra cosa va a hacerse en un lugar donde no se dará ni la pereza ni la indigencia. (…) Todas las partes del cuerpo incorruptible, destinadas ahora a ciertos usos necesarios a la vida, no tendrán otra función que la alabanza divina, porque entonces ya no habrá necesidad, sino una felicidad perfecta, cierta, segura y eterna. Todos los números de la armonía corporal, de que he hablado y que se nos ocultan, aparecerán entonces a nuestros ojos maravillosamente ordenados por todos los miembros del cuerpo. Y, juntamente, las demás cosas admirables y extrañas que veremos, inflamarán las mentes racionales con el deleite de la belleza racional a alabar a tan gran Artífice. No me atrevo a determinar cómo serán los movimientos de los cuerpos espirituales, porque no puedo ni imaginarlo. Pero de seguro que el movimiento, la actitud y la misma especie, sea cual fuere, serán armónicos, pues allí lo que no sea armónico no existirá. Es cierto también que el cuerpo se presentará al instante donde el espíritu quiera, y que el espíritu no querrá lo que sea contrario a la belleza del cuerpo a o la suya. La gloria allí será verdadera, porque no habrá ni error ni adulación en los panegiristas. Habrá honor verdadero, que a ninguno digno de él se negará y a ninguno indigno se dará, no pudiendo algún indigno merodear por aquellas mansiones, exclusivas del que es digno. Allí habrá verdadera paz, donde nadie sufrirá contrariedad alguna, ni de sí mismo ni de otro”.

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Con lo expuesto en este capítulo, se ha tratado el tema de la paz, el orden,

la justicia, el bien común y la guerra. El siguiente capítulo girará en torno al deseo

de paz en el ser humano, tema del que se han descrito sus ligaduras con los

temas de estos primeros tres capítulos, a saber: el padecimiento de la miseria y su

concientización enardecen el deseo de paz, la virtud es verdadera si procura la

Paz Perfecta, la satisfacción del deseo de paz conlleva el cumplimiento del orden

natural, que implica el ejercicio de los derechos humanos y el cumplimiento de los

deberes naturales.

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CAPÍTULO IV. EL DESEO DE PAZ

La tranquilidad que puede manifestar un ser inerte es la aparente193 quietud

en algún lugar del universo o la tranquilidad de un movimiento constante. Es decir,

la tranquilidad de los seres inertes se aprecia en la constancia de su estado. Aquí,

en nuestro planeta, todos los seres inertes caen hacia el centro de la Tierra

mientras algo no los detenga. Cuando alguien mueve algo, esto tiende a recuperar

su estado de constancia. Esta tendencia a la tranquilidad por el cumplimiento de

leyes naturales, como la gravedad y la reacción194, se ve cumplida en los seres

inertes. Los cuerpos existentes se atraen entre sí195 y así mantienen cierto

equilibrio en el universo. En fin, si el equilibrio es alterado, se tiende a él gracias a

las fuerzas naturales.

En cuanto a los seres vivos, por su dimensión material, se rigen por las

leyes de la materia y, así, gozan de algún nivel de orden, por lo que gozan de

cierta paz. El ser organismos vivos conlleva, tautológicamente, una organización,

un conjunto de miembros en orden para permitir la vida, por lo que de este orden

emana cierto nivel de paz. Sin la paz de la unidad organizada, los miembros

tenderían a la paz que pudieren196. Los animales irracionales buscan,

193 ‘Aparente’ pues todo el universo está en movimiento. Si un observador se mueve igual que una

piedra quieta, entonces no notará movimiento traslacional, es decir, percibirá que permanece en el lugar en que la ha visto.

194 La fuerza de reacción es la que un cuerpo reporta a otro que le presiona; mientras no se deforme, la reacción es igual a la fuerza que presiona pero en sentido contrario. Es decir, cuando algo sostiene a otra cosa, entonces ese algo es presionado por el peso de la cosa y ésta es empujada para arriba según sea la fuerza con la que presiona verticalmente a ese algo. Otra fuerza de reacción es la fricción, que se opone al desplazamiento de un cuerpo sobre otro.

195 Más fuerza de atracción si tienen más masa y menos entre más separados estén. 196 Si se puede continuar con la vida, de ese modo. Si prosigue la disgregación y transformación,

de este otro modo.

Cfr. CD, XIX, 12, 3: “El que sabe anteponer lo recto a lo torcido, y lo ordenado a lo perverso, reconoce que la paz de los pecadores, en comparación con la paz de los justos, no merece ni el nombre de paz. Lo que es perverso o contra el orden, necesariamente ha de estar en paz en alguna, de alguna y con alguna parte de las cosas en que es o de que consta. De lo contrario, dejaría de ser. Supongamos un hombre suspendido por los pies, cabeza abajo. La situación del

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principalmente, la satisfacción de sus apetitos197 instintivos de supervivencia, a

saber: comer, beber, dormir, procrear. La satisfacción de estos apetitos les permite

cierta paz.198 Incluso buscan realizar esta satisfacción en un lugar o en una

situación que no interrumpa su paz, es decir, al comer quieren comer y beber en

paz, sin que haya riesgo de muerte199 o de pérdida del alimento; al dormir busca

un lugar seguro; para procrear, busca la oportunidad de hacerlo y evita las

posibilidades de no realizarlo, incluso puede pelear contra seres semejantes; a sus

cuerpo y el orden de los miembros es perverso, porque está invertido el orden exigido por la naturaleza, estando arriba lo que debe estar naturalmente abajo. Este desorden turba la paz del cuerpo, y por eso es molesto. Pero el alma está en paz con su cuerpo y se afana por su salud, y por eso hay quien siente el dolor. Y si, acosada por las dolencias, se separa, mientras subsista la trabazón de los miembros, hay alguna paz entre ellos, y por eso aún hay alguien suspendido. El cuerpo terreno tiende a la tierra, y al oponerse a eso su atadura, busca el orden de su paz y pide en cierto modo, con la voz de su peso, el lugar de su reposo. Y, una vez exánime y sin sentido, no se aparta de su paz natural, sea conservándola, sea tendiendo a ella. Si se le embalsama, de suerte que se impida la disolución del cadáver, todavía une sus partes entre sí cierta paz, y hace que todo el cuerpo busque el lugar terreno y conveniente y, por consiguiente, pacífico. Empero, si no es embalsamado y se le deja a su curso natural, se establece un combate de vapores contrarios que ofenden nuestro sentido. Es el efecto de la putrefacción, hasta que se acople a los elementos del mundo y retorne a su paz pieza a pieza y poco a poco. De estas transformaciones nada se sustrae a las leyes del supremo Creador y Ordenador, que gobierna la paz del universo. Porque, aunque los animales pequeños nazcan del cadáver de animales mayores, cada corpúsculo de ellos, por ley del Creador, sirve a sus pequeñas almas para su paz y conservación. Y aunque unos animales devoren los cuerpos muertos de otros, siempre encuentran las mismas leyes difundidas por todos los seres para la conservación de las especies, pacificando cada parte con su parte conveniente, sea cualquiera el lugar, la unión o las transformaciones que hayan sufrido”.

197 Cfr. CD, XIX, 14: “Si fuéramos animales irracionales no apeteceríamos más que la ordenada complexión de las partes del cuerpo y la quietud de las apetencias. No apeteceríamos, por consiguiente, algo fuera de eso. La paz del cuerpo redundará en provecho de la paz del alma. Porque la paz del alma irracional es imposible sin la paz del cuerpo, pues sin ella no puede lograr la quietud de sus apetencias. Pero ambos se ayudan a esa paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, paz de vida ordenada y de salud. Así como los animales muestran que aman la paz del cuerpo cuando esquivan el dolor, y la paz del alma cuando, para colmar sus necesidades, siguen la voz de sus apetencias, así, huyendo la muerte, indican a las claras cuánto aman la paz que aúna el alma y el cuerpo”.

198 Cfr. CD, XIX, 12, 2: “Aun las fieras más crueles custodian la especie con cierta paz, cohabitando, engendrando, pariendo y alimentando a sus hijos, a pesar de que con frecuencia son insociables y solívagas, son no como las ovejas, los ciervos, las palomas, los estorninos y las abejas, sino como los leones, las raposas, las águilas y las lechuzas. ¿Qué tigre hay que no ame blandamente a sus cachorros y, depuesta su fiereza, no los acaricie? ¿Qué milano, por más solitario que vuele sobre la presa, no busca hembra, hace su nido, empolla los huevos, alimenta sus polluelos y mantiene como puede la paz en su casa con su compañera, como una especie de madre de familia? ¡Cuánto más es arrastrado el hombre por las leyes de su naturaleza a formar sociedad con todos los hombres y a lograr la paz en cuanto esté de su parte!”.

199 En el grado que cada animal irracional lo detecte o su instinto se lo indique.

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crías, por más fiero que sea, les da muestras de ternura y protección200. Así pues,

los animales irracionales también tienden a cierta paz, ya sea conservándola o

procurándola.

El ser humano, no sólo goza de cierta paz propia de la materia y de los

seres irracionales, sino también de cierta paz debida al orden de su racionalidad,

sociabilidad y religiosidad. Desea la salud corporal ya sea por la valoración de su

intelecto de estar saludable o, ya sea, por el deseo de evitar el dolor de la

enfermedad. Desea la tranquilidad de un hogar seguro y de un Estado seguro.

Desea la tranquilidad que hay cuando sus organizaciones sociales son

funcionales. Desea la tranquilidad de su conciencia y de la satisfacción de sus

necesidades. Desea la paz de sus seres queridos. Desea la religación con la Paz

Perfecta.

Si el ser humano desea la paz201, entonces ¿por qué provoca guerras

injustas? San Agustín explica que la paz es la aspiración suprema de los seres

humanos, incluso los belicosos, y lo hace de la siguiente manera:

“Quienquiera que repare en las cosas humanas y en la naturaleza de las mismas, reconocerá conmigo que, así como nadie hay que no quiera gozar, así nadie hay que no quiera tener paz. En efecto, los mismos amantes de la guerra no desean más que vencer, y, por consiguiente, ansían llegar guerreando a una paz gloriosa. Pues ¿qué es la victoria más que la sujeción de los rebeldes? Logrado este efecto, llega la paz. La paz es, pues, también el fin perseguido por quienes se afanan en poner a prueba su valor guerrero presentando guerra para imperar y luchar202. De donde se sigue que el verdadero

200 Aunque estás manifestaciones varíen entre diferentes especies e individuos. 201 Cfr. CD, XIX, 11: “La paz es un bien tan noble, que aun entre las cosas mortales y terrenas

nada hay más grato al oído, ni más dulce al deseo, ni superior en excelencia. Abrigo la convicción de que, si me detuviera un poco a hablar de él, no sería oneroso a los lectores, tanto por el fin de esta ciudad de que tratamos como por la dulcedumbre de la paz, ansiada por todos”.

202 Cfr. CD, XIX, 13, 1: “Los miserables, en cuanto tales, no están en paz, no gozan de la tranquilidad del orden, exenta de turbaciones; pero como son merecida y justamente miserables, no pueden estar en su miseria fuera del orden. No están unidos a los bienaventurados, sino separados de ellos por la ley del orden. Éstos, cuando no están turbados, se acoplan cuanto pueden a las cosas en que están. Hay, pues, en ellos cierta tranquilidad en su orden, y, por tanto, tienen cierta paz. Pero son miserables, porque, aunque están donde

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fin de la guerra es la paz203. El hombre, con la guerra, busca la paz; pero nadie busca la guerra con la paz. Aun los que perturban la paz de intento, no odian la paz, sino que ansían cambiarla a su capricho.

Su voluntad no es que no haya paz, sino que la paz sea según su voluntad.204 Y si llegan a separarse de otros por alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus cómplices una especie de paz. Por eso los bandoleros procuran estar en paz entre sí, para alterar con más violencia y seguridad la paz de los demás. Y si hay algún salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe y saltee y mate y se dé al pillaje él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos a quienes no pueda matar y a quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura vivir en paz con su esposa, con los hijos, con los domésticos, si los tiene, y se deleita en que sin chistar obedezcan a su voluntad. Y si no se le obedece, se indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no puede existir en la familia si los miembros no se someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o pueblo quisiera sometérsele como deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se escondiera ya como ladrón en una caverna, sino que se engallaría a la vista de todos, pero con la misma cupididad (ambición) y malicia. Todos desean, pues, tener paz con aquellos a quienes quieren gobernar a su antojo. Y cuando hacen la guerra a otros hombres, quieren hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego las condiciones de su paz”205.

Esta argumentación de san Agustín recalca que el ser humano siempre

desea cierta paz, que no puede subsistir sin algo de paz, que desea la paz por

ciertos restos de paz que aún goza206 y que su obrar va encaminado a conseguir

deben estar, no están donde no se verían precisados a sufrir. Y son más miserables si no están en paz con la ley que rige el orden natural. Cuando sufren, la paz se ve turbada por ese flanco; pero subsiste por este otro en que ni el dolor consume ni la unión se destruye. Del mismo modo que hay vida sin dolor y no puede haber dolor sin vida, así hay cierta paz sin guerra, pero no puede haber guerra sin paz. Y esto no por la guerra en sí, sino por los agitadores de las guerras, que son naturalezas, y no lo fueran si la paz no les diera subsistencia”.

203 Y la guerra llega a su fin porque desean la paz los agredidos o los agresores. 204 Cfr. CD, XIX, 12, 2: “Los malos combaten por la paz de los suyos, y quieren someter, si es

posible, a todos, para que todos sirvan a uno solo. ¿Por qué? Porque desean estar en paz con él, sea por miedo, sea por amor. Así, la soberbia imita perversamente a Dios. Odia bajo él la igualdad con sus compañeros, pero desea imponer su señorío en lugar de él. Odia la paz justa de Dios y ama su injusta paz propia. Es imposible que no ame la paz, sea cual fuere. Y es que no hay vicio tan contrario a la naturaleza que borre los vestigios últimos de la misma”.

205 CD, XIX, 12, 1. 206 Cfr. CD, XIX, 13, 2: “Quien siente haber perdido la paz de su naturaleza, lo siente por ciertos

restos de paz que hacen que ame su naturaleza. Los inicuos e impíos lloran en sus tormentos la pérdida de los bienes naturales”.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

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cierta paz207. Por esto, el quehacer humano está motivado, fundamentalmente, por

el deseo de paz, según san Agustín. Y éste quehacer humano se ordena al bien

común por medio de la sabiduría, que involucra a las virtudes tratadas en este

trabajo, según sea el deseo de una paz auténtica –común a todos- y perfecta.

El ser humano sabio logra disfrutar de la paz que puede alcanzar en esta

vida208, haciendo buen uso de los bienes y de los males, gozando de la felicidad

que reporta la virtud y saciando la miseria humana, principalmente la miseria que

conlleva su alma209, la ignorancia y la necedad, con la equidad de ánimo que le

otorga la sabiduría210, aunque no logre la salud del cuerpo211, pues ésta no sólo

207 Vaya paradoja: El esfuerzo se encamina a la paz. Vaya dilema: Nada de esfuerzo busca la

quietud. ¡Caramba con estas observaciones!: Tanto esfuerzo para gozar de paz o tanta paz por la cuál esforzarse. ¡Oh dichosa paz, inspiradora de tantas empresas y al mismo tiempo creadora de tantas comodidades, centro motriz del ser humano y celosa meta del movimiento!, ¿qué sería del deseo si no te deseara?, ¿qué sería de mí si no te alcanzara?

208 Cfr. Op. Cit. La vida feliz, IV, 33: “Ser dichoso es no padecer necesidad, ser sabio. Y si me preguntáis qué es la sabiduría -concepto a cuya exploración y examen se consagra la razón, según puede, ahora-, os diré que es la moderación del ánimo, por la que conserva un equilibrio, sin derramarse demasiado ni encogerse más de lo que pide la plenitud. Y se derrama en demasía por la lujuria, la ambición, la soberbia y otras pasiones del mismo género, con que los hombres intemperantes y desventurados buscan para sí deleites y poderío. Y se coarta con la avaricia, el miedo, la tristeza, la codicia y otras afecciones, sean cuales fueren, y por ellas los hombres experimentan y confiesan su miseria. Mas cuando el alma, habiendo hallado la sabiduría, la hace objeto de su contemplación; cuando, para decirlo con palabras de este niño, se mantiene unida a ella e, insensible a la seducción de las cosas vanas, no mira sus apariencias engañosas, cuyo peso y atracción suele apartar y derribar de Dios, entonces no teme la inmoderación, la indigencia y la desdicha. El hombre dichoso, pues, tiene su moderación o sabiduría”.

209 Cfr. Ibidem. IV, 27: “Porque la máxima y más deplorable indigencia es carecer de la sabiduría”. 210 Cfr. CD, XIX, 13, 2: “Es mejor la equidad del ánimo que la salud del cuerpo”. 211 Cfr. CD, XIX, 14: “La paz del alma irracional es imposible sin la paz del cuerpo. (…) Pero el

hombre, dotado de alma racional, somete a la paz de esta alma cuanto tiene de común con las bestias, con el fin de contemplar algo con la mente y según ese algo obrar de suerte que haya en él una ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, en que consiste, como hemos dicho, la paz del alma racional. A esto debe enderezar su querer, a que el dolor no la atormente, ni el deseo la inquiete, ni la muerte la separe para conocer algo útil, y según ese conocimiento componer su vida y sus costumbres. (…) Por eso es preciso que relacione tanto la paz del cuerpo con la del alma, como la de los dos juntos, a aquella paz que existe entre el hombre mortal y el Dios inmortal, dando así margen a la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y puesto que el divino Maestro enseña dos preceptos principales, a saber: el amor de Dios y el amor del prójimo, en los cuales el hombre descubre tres seres como objeto de su amor: Dios, él mismo y el prójimo”.

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EL DESEO DE PAZ EN EL SER HUMANO

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depende de su voluntad212, pero sí aceptando su situación y haciendo buen uso de

ella, evitando lo evitable y sobrellevando lo inevitable.213

El sabio tiene en cuenta que “es preferible ser esclavo de un hombre que de

una pasión”214 y que, en su libertad interior, nadie le puede esclavizar, solamente

el vicio, al que con la templanza215 le hace frente. Su virtud obra a favor del

bienestar humano216 y valora la “bondad de ayudar”217. Y su desapego de los

bienes temporales facilita el buen uso de ellos218.

212 Aunque de su voluntad depende contribuir a que haya oportunidad de que se sacie la miseria

humana en comunidad. Pues Cfr. CD, XIX, 14: “la naturaleza y la sociedad humana le dan acceso más fácil y medios más oportunos”.

213 Cfr. Op. Cit. La vida feliz, IV, 25: “Nadie pone en duda que es infeliz el que está necesitado, sin que nos amedrenten aquí algunas necesidades corporales de los sabios, pues el alma, sujeto de la vida feliz, está libre de ellas. El ánimo es perfecto, y nada le falta. Lo que le parece necesario para el cuerpo, lo toma si lo tiene a mano, y si le falta, no sufre quebranto alguno por ello. Porque todo sabio es fuerte, y ningún fuerte cede al temor. No teme, pues, el sabio ni la muerte corporal ni los dolores para cuyo remedio, supresión o aplazamiento son menester todas aquellas cosas cuya falta le puede afectar. Sin embargo, no deja de usar bien de ellas si las tiene, porque es muy verdadera aquella sentencia: <<Cuando se puede evitar un mal es necedad admitirlo>>. Evitará, pues, la muerte y el dolor cuanto puede y conviene, y si no los evita, no será infeliz porque le sucedan esas cosas, sino porque pudiéndolas evitar no quiso; lo cual es señal evidente de necedad. Al no evitarlas, será desgraciado por su estulticia (necedad, locura, tontería), no por padecerlas. Y si no puede evitarlas a pesar del empeño que ha puesto, esos males inevitables tampoco le harán desgraciado, por ser no menos verdadera la sentencia del mismo cómico: <<Pues no puede verificarse lo que quieres, quiere lo que puedas>>. ¿Cómo puede ser infeliz cuando nada le sucede contrario a su voluntad? No puede querer lo que a sus ojos se ofrece como imposible, tiene la voluntad puesta en cosas que no le pueden faltar. Sus acciones van moderadas por la virtud y ley de la sabiduría divina, y nadie es capaz de arrebatarle su íntima satisfacción”.

214 CD, XIX, 15. 215 Cfr. Op. Cit. La vida feliz, IV, 32: “Modestia o moderación se dijo de modo, y templanza, de

temperies. Donde hay moderación y templanza, allí nada sobra ni falta. Ella, pues, comprende la plenitud, contraria a la pobreza, mucho mejor que la abundancia, porque en ésta se insinúa cierta afluencia y desbordamiento excesivo de una cosa. Y cuando esto ocurre, falta allí la moderación, y las cosas excesivas necesitan medida o modo. Luego la abundancia supone cierta pobreza, mientras la medida excluye lo excesivo y lo defectuoso. La opulencia misma, examinada bien, comprende el modo, pues se deriva de ope, ayuda. Pero ¿cómo lo excesivo puede servir de ayuda, si muchas veces es más molesto que lo escaso? Tanto lo excesivo como lo defectuoso carecen dé medida, y en este sentido se muestran indigentes y faltos. La sabiduría, es, pues, la mesura del alma, por ser contraria a la estulticia, y la estulticia es pobreza, y la pobreza, contraria a la plenitud. Concluyese que la sabiduría es la plenitud. Es así que en la plenitud hay medida. Luego la medida del alma está en la sabiduría. De donde aquel dicho célebre, de máxima utilidad para la vida: <<En todo evita la demasía>>”.

216 Cfr. CD, V, 12, 4: “No es verdadera virtud sino la que tiende al fin en que reside el bien del hombre, mejor que el cual ninguno hay”.

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La búsqueda de la sabiduría no concluye en esta vida mortal219. El ser

humano puede acceder a una vida sabia de mayor calidad a cada momento.

Además, en esta vida siempre habrá miseria que saciar, ignorancia por vencer,

inclinación al vicio que dominar, personas a quienes ayudar, situaciones que

aprovechar… hasta el fin del perfeccionamiento de la naturaleza.220

217 CD, XIX, 14. 218 Cfr. CD, XIX, 17: “Los hombres que no viven de la fe buscan la paz terrena en los bienes y

comodidades de esta vida. En cambio, los hombres que viven de la fe esperan en los bienes futuros y eternos, según la promesa. Y usan de los bienes terrenos y temporales como viajeros. Éstos no los prenden ni los desvían del camino que lleva a Dios, sino que los sustentan para tolerar con más facilidad y no aumentar las cargas del cuerpo corruptible, que apesga al alma. Por tanto, el uso de los bienes necesarios a esta vida mortal es común a las dos clases de hombres y a las dos casas; pero, en el uso, cada uno tiene un fin propio y un pensar muy diverso del otro”.

219 Cfr. Op. Cit. La vida feliz, IV, 35: “Con todo, mientras vamos en su busca y no abrevamos en la plenitud de su fuente, no presumamos de haber llegado aún a nuestra Medida; y aunque no nos falta la divina ayuda, todavía no somos ni sabios ni felices. Luego la completa saciedad de las almas, la vida dichosa, consiste en conocer piadosa y perfectamente por quién eres guiado a la Verdad, de qué Verdad disfrutas y por qué vínculo te unes al sumo Modo. Por estas tres cosas se va a la inteligencia de un solo Dios y una sola sustancia, excluyendo toda supersticiosa vanidad. (…) Esta es, sin duda, la vida feliz, porque es la vida perfecta, y a ella, según presumimos, podemos ser guiados pronto en alas de una fe firme, una gozosa esperanza y ardiente caridad”.

220 Cfr. CD, XIX, 10: “Los santos y los fieles adoradores del único Dios verdadero y sumo no están aún a salvo de sus engaños (los engaños de los vicios) y de sus multiformes tentaciones. En este valle de debilidad y de miseria, esa prueba no carece de sentido, pues que excita y enardece el deseo de esa seguridad en que habrá una paz perfecta y enteramente cierta. Allí se darán cita todos los dones de la naturaleza, es decir, las perfecciones dadas por el Creador a nuestra naturaleza, bienes eternos no sólo para el alma, curada por la sabiduría, sino también para el cuerpo, renovado por la resurrección. Allí las virtudes no lucharán contra los vicios o contra los males, sino que poseerán, como premio de su victoria, una paz eterna, que por ningún enemigo será turbada. Y ésta será la beatitud final, el fin de la perfección, que no tendrá fin. El mundo nos llama felices de verdad cuando gozamos de paz, tal cual como puede gozarse en esta vida; pero esta felicidad, comparada con la final de que hablamos, es una verdadera miseria. Cuando nosotros, mortales, entre lo efímero de las cosas, poseemos esta paz que puede existir en el mundo, si vivimos rectamente, la virtud usa rectamente de sus bienes; mas, cuando no la poseemos, la virtud usa bien aun de los males de nuestra condición humana. La verdadera virtud consiste, por lo tanto, en hacer buen uso de los bienes y de los males y en referirlo todo al fin último, que nos pondrá en posesión de una paz perfecta e incomparable”.

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CONCLUSIONES

El objetivo planteado para esta tesina se ha realizado pues se ha analizado

el pensamiento agustiniano en torno al deseo de paz en el ser humano. Para este

análisis, hice uso de varias obras agustinianas a fin de corroborar lo que, de modo

sintético, en ‘La Ciudad de Dios’ está plasmado. El análisis se ha realizado

mostrando el pensamiento agustiniano, explicitando su conducción, tomando

evidencias y abriendo preguntas.

En conclusión temática, me enriquecí y comparto las siguientes ideas: El

deseo de paz es experimentado por todo ser humano y le orienta al cumplimiento

del orden natural, en el que ejerce sus derechos y deberes naturales. La

orientación es seguida por la voluntad por medio de una vida sabia, una vida

virtuosa, que encuentra el buen uso de cada acontecimiento para avanzar en la

consecución del bienestar humano en el desarrollo pleno de la persona sabia y de

todas las personas de modo solidario.

La paz se desea gracias a ciertos niveles de ella misma, que

inevitablemente se tienen y que promueven la aspiración a la paz plena. La

conciencia de la miseria enardece éste deseo y la posibilidad de obrar

misericordiosamente abre el camino del goce de una paz de mayor calidad y

cantidad en esta vida.

La miseria no es posible de satisfacerse del todo en esta vida, puesto que si

se consigue su satisfacción se debe conservar, si merma se debe readquirir y se

debe estar en una lucha constante contra la inclinación al vicio, al abuso y a la

exclusividad para que la virtud, el buen uso y la inclusión solidaria favorezcan una

tranquilidad mayor, en un orden mayor que alcance a más personas. Sin embargo,

el sabio goza de la paz, fruto de las acciones sabias, y, al menos, conserva la paz

íntima de su conciencia y libertad interior; aunque no logré la plena salud física.

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El deseo de paz está a la base de todo deseo humano, todo quehacer

humano persigue cierta paz. En la medida en que se va librando de la ignorancia

por la sabiduría, el ser humano reconoce y procura eficazmente una paz que

redunde en bien común.

Las guerras injustas violan los derechos naturales de los seres humanos,

son fruto de cierta ignorancia pues se desea la paz pero no una que sea auténtica,

es decir, común a todos. Las guerras injustas provienen del vencimiento interior a

mano de los vicios. La vida sabia promueve la justa guerra interior que mantiene el

respeto de los derechos humanos. La templanza, que permite el dominio interior,

es la virtud pilar para que el ser humano pueda ejercer la justicia y gozar de la paz.

Lo contrario a la paz que se puede gozar en esta vida no es la guerra sino

la miseria. El choque de cosas contrarias –razón y pasiones- es necesario para

ésta paz pero la miseria no es necesaria para la paz, incluso, su no satisfacción

perturba la realización del orden natural y, así, obstaculiza la paz. Así pues, la paz

humana no es ausencia de conflicto, sino que, precisamente, requiere del justo

conflicto contra lo que oprime al ser humano, contra las estructuras que le impide

desarrollarse y vivir dignamente. La paz se conquista solucionando el conflicto, no

evadiéndolo. Además, goza de la paz aquel que está consciente de que no es

cómplice de algo contrario a lo humano, sino que, antes bien, hace valer la

dignidad humana bajo los medios suficientes, según se presenta la situación

demandante de conflicto.

Saber que puedo hacer buen uso de toda cosa y situación es un gran

estímulo que me facilita el vencimiento de temores sobre lo inevitable.

Precisamente, la vida se da en el presente y el presente ya se está dando, de

modo que es inevitable. Lo que se puede evitar se encuentra en el futuro

inmediato. Aprender a vivir conlleva la aceptación de la realidad y la adaptación a

ella, claro que esta aceptación no conlleva conformismo ante lo que se deba y

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pueda evitar, sino tolerancia e involucración en su mejoría. Desde que leí por

primera vez ‘La Ciudad de Dios’ me convenció que la paz es la aspiración

universal de los seres humanos, pero sobre ello, me pasmó el escuchar que la

virtud hace buen uso de los bienes y de los males, de todo. Comencé a buscar el

buen uso de cuanto he podido. Encontré que algunas ramas de la psicología se

dedican a la integración y valoración de las vivencias pasadas, positivas y

negativas, en la vida de las personas, de modo que encuentran el buen uso en el

presente del inevitable pasado. Encontré que el perdón sólo es el primer paso

hacia la valoración y agradecimiento. Además, encontré que los componentes de

la bomba atómica pueden tener un uso muy benéfico para contrarrestar el cáncer,

que una pistola puede servir para salvaguardar la vida ante una fiera amenazante,

que las situaciones críticas son la oportunidad de crecimiento, que madurar duele,

que el vaciamiento llena, que la paciencia fortalece a la sabiduría, que la vida

contiene su propia terapia, que cada quien es capaz de percibir lo que necesita

percibir. Así pues, el caer en la cuenta que de todo se puede hacer buen uso me

ha ayudado a liberarme de miedos para poder vivir en el presente de modo cada

vez más pleno.

El sentido de la vida me ha llamado la atención grandemente, ya alguien

lanzó la pregunta: ¿por qué y para qué hay cosas en vez de nada?, conocer a san

Agustín me ha ayudado a ver la vida desde una perspectiva que me convence,

deseo la paz y quiero vivir una vida sabia, haciendo buen uso de todo y ayudando

a que mis semejantes lo hagan por convicción propia, procurando la salud, la

virtud, la concordia y la misericordia.

Realizar este trabajo ha dejado en mí una claridad en cuanto a lo que san

Agustín recomienda al ser humano para gozar auténticamente de la paz. He

querido difundir la visión de san Agustín en cuanto al ser humano, su felicidad y su

paz para que tú, estimado lector, disfrutes y compartas las reflexiones de una

persona que considero sabia. En mi opinión, san Agustín es la boca de los sabios

de la humanidad. Por su mano nos quedan grandes reflexiones, que de una u otra

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manera, varios filósofos también han encontrado, ya sea coincidiendo en

conclusiones o nutriéndose unos de otros. Así que, estimado lector, una vez

ejercido el ocio santo, te invito a que hagamos el negocio justo.221.

221 Cfr. CD, XIX, 19: “El amor a la verdad busca el ocio santo, y la necesidad de la verdad carga

con el negocio justo. Si nadie nos impone esta carga, debemos entregarnos a la búsqueda de la contemplación de la verdad. Y si alguien nos la impone, debemos aceptarla por la necesidad de la caridad. Aun en este caso no deben abandonarse de plano las dulzuras de la verdad, no sea que, privados de esa suavidad, nos oprima la necesidad”.

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BIBLIOGRAFÍA

Guillermo Arriaga García Página 69

BIBLIOGRAFÍA

De Hipona, San Agustín: Carta 48. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Col. Obras

completas de San Agustín, Tomo VIII “Cartas, 1ª parte”, edición bilingüe Español-Latín, 1ª edición, 1951, p. 281-285.

De Hipona, San Agustín: Carta 78. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Col. Obras

completas de San Agustín, Tomo VIII “Cartas, 1ª parte”, edición bilingüe Español-Latín, 1ª edición, 1951, p. 467-479.

De Hipona, San Agustín: Comentario al Salmo 99. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC),

Col. Obras completas de San Agustín, Tomo XXI “Enarraciones sobre los Salmos, 3ª parte”, edición bilingüe Español-Latín, 1ª edición, 1966, p. 587-607.

De Hipona, San Agustín: Comentario al Salmo 147. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC),

Col. Obras completas de San Agustín, Tomo XXII “Enarraciones sobre los Salmos, 4ª parte”, edición bilingüe Español-Latín, 1ª edición, 1967, p. 827-875.

De Hipona, San Agustín: La Ciudad de Dios. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Col.

Obras completas de San Agustín, Tomo XVI, edición bilingüe Español-Latín, 1ª edición, 1958, pp. 1728.

De Hipona, San Agustín: Sermón 82. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Col. Obras

completas de San Agustín, Tomo X “Sermones, 2ª parte”, edición bilingüe Español-Latín, 2ª edición, 1983, p. 467-483.

De Hipona, San Agustín: Las confesiones [en línea]. Italia: Federación Agustiniana Española, 2005,

consulta: 12 de mayo de 2009. Disponible en Internet: http://www.augustinus.it/spagnolo/confessioni/index.htm

De Hipona, San Agustín: La verdadera religión [en línea]. Italia: Federación Agustiniana Española,

2007, consulta: 12 de mayo de 2009. Disponible en Internet: http://www.augustinus.it/spagnolo/vera_religione/index.htm

De Hipona, San Agustín: La vida feliz [en línea]. Italia: Federación Agustiniana Española, 2005

consulta: 12 de mayo de 2009. Disponible en Internet: http://www.augustinus.it/spagnolo/felicita/index.htm

De Hipona, San Agustín: La regla [en línea]. México: Provincia Agustiniana de Michoacán, 2005,

consulta: 12 de mayo de 2009. Disponible en Internet: http://www.agustinosnet.org.mx/Biblioteca/obras_sagustin/regla_sanagustin.html

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ANEXO I

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ANEXO I: REFERENCIAS A “LA CIUDAD DE DIOS”

SUGERIDAS PARA COTEJAR CADA TEMA

Las referencias conllevan una explicación breve de su contenido.

Para el capítulo I MISERIA X, 6: La misericordia no tiene otro fin que

librarnos de la miseria y hacernos felices uniéndonos a Dios.

XIX, 4,2: Las miserias de esta vida. XIX, 4,3: La guerra interior, condición

miserable. XIX, 4,4-5: La vida miserable. XIX, 5: La vida social y la miseria. XIX, 6: La ignorancia y el castigo de justos. XIX, 7: La miseria de la guerra. No dolerse de

la miseria es ser miserable. XIX, 9: La gran misericordia de Dios es

necesaria. XIX, 10: La debilidad y miseria excitan el

deseo y lo orientan al bien sumo. XIX, 13,1: Ser miserable. No se puede ser

completamente miserable pues se existe. XIX, 28: Miseria = Ausencia de felicidad. Bien

y mal sumos. XIX, 8: Inseguridad de la amistad en esta

vida. Dolor de amar. XXI, 15: La miseria y la gracia. DESEO X, 1: Todos los mortales quieren ser felices.

Adhesión a Dios es la felicidad. X, 3: Dios es la fuente de la felicidad, el fin de

nuestros deseos. Nuestro bien es unirnos a Dios.

XIX, 1,1; 2; 3,1: Sumo bien y sumo mal. XIX, 1,2: Deseos involuntarios. XIX, 4,1: Supremo bien. XIX, 10: La paz perfecta y su deseo. XIX, 12,3: Deseo de salud manifestado por el

dolor. XIX, 13,2: La equidad y la salud son dos

bienes, su amisión causa dolor del cual es oportuno dolerse y no alegrarse.

XIX, 14: El orden de la voluntad.

XXII, 29; 30,1-3: La paz perfecta. Características. Bienes que se desean involuntariamente.

Para el capítulo II VIRTUD IV, 3: La paz se da en la virtud y da felicidad.

El virtuoso siempre es libre aunque esté sometido.

V, 12,3-5; 13: Utilidad de la virtud verdadera y falsa.

V, 15: Las virtudes son las buenas artes. V, 16: La verdadera virtud. V, 17,2: Buen uso del mal y la guerra. V, 19: La virtud verdadera. V, 20: Torpeza de la falsa virtud. V, 21: La verdadera virtud. X, 1: Felicidad = Adhesión a Dios. Piedad.

Misericordia = Verdadera religión. X, 3: Humildad y caridad. Virtud verdadera la

unida a Dios. Caridad, a Dios somos conducidos por los que nos aman y conducimos a los que amamos. Verdadera religión y piedad.

XVI, 2,1: Buen uso del mal. Herejías. XIX, 1,2: La virtud es el arte de vivir, es

adquirida por la doctrina. XIX, 3,1: La virtud. XIX, 3,2: La virtud y la comunidad. XIX, 4,3-4: Las virtudes. XIX, 4,5: La virtud no sacia la miseria

plenamente. XIX, 10: La virtud hace buen uso de todo. XIX, 19: Vida y costumbres del pueblo

cristiano. XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. XIX, 25: Verdadera virtud en verdadera

religión. XXI, 24,5: La ciudad es derribada en sus

rotas costumbres. XXII, 2: Dios permite el mal por el buen uso

que hace de él.

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ANEXO I

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XXII, 30,1: Dios es el premio de la virtud verdadera.

XXII: 30,3: Libertad. VICIO II, 29,2: La intemperancia conlleva a los

males carnales. III, 9: La ociosidad no santa facilita la

tentación. V, 12,1: La virtud mal motivada. V, 22: La falsa virtud. XII, 2: Toda esencia es buena. XII, 3-4: El vicio y el daño. XII, 3-5: Toda naturaleza es buena, el

desorden puede estar en los seres racionales.

XII, 6-8: El mal genera miseria. La causa del mal.

XVII, 4,3: La falsa virtud. XIX, 12,2-3: No hay vicio total. XIX, 12,2-3: No hay vicio total.

Perversidad=desorden. El desorden turba la paz del ser.

XIX, 13,2: Hay que dolerse del daño (señal de la naturaleza buena) y no alegrarse del bien abandonado al pecar (señal de la mala voluntad). Los impíos se duelen de su vicio.

XIX, 13,2: No hay mal total. Si hay bien sumo XIX, 15: Todo aquel que comete pecado es

esclavo del pecado. Es preferible ser esclavo de un hombre que de una pasión.

XIX, 27: La razón no impera perfectamente a los vicios en esta vida. Guerra interior.

PIEDAD V, 21: La virtud movida por la piedad recibe la

verdadera felicidad. X, 1: Felicidad = Adhesión a Dios. Piedad.

Misericordia = Verdadera religión. X, 3: Humildad y caridad. Virtud verdadera la

unida a Dios. Caridad, a Dios somos conducidos por los que nos aman y conducimos a los que amamos. Verdadera religión y piedad.

XIX, 26: La fe libera. Piedad y caridad. XIX, 27: La paz de los adoradores de Dios.

Justicia y paz. Paz y felicidad = sumo bien.

FE XIX, 17-18: La fe. XIX, 23: Justicia, fe, caridad. XIX, 26: La fe libera. Piedad y caridad.

ESPERANZA XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. CARIDAD X, 1: Felicidad = Adhesión a Dios. Piedad.

Misericordia = Verdadera religión. X, 3: Humildad y caridad. Virtud verdadera la

unida a Dios. Caridad, a Dios somos conducidos por los que nos aman y conducimos a los que amamos. Verdadera religión y piedad.

X, 5-6: La misericordia. X, 5-6: Misericordia = verdadero sacrificio.

Templanza. XIX, 14: El buen uso, el orden y la paz

perfecta como reunión de todos los niveles de paz temporal que involucran la misericordia. Este es el orden.

XIX, 22-23: El verdadero Dios. Sacrificio verdadero.

XIX, 23: Justicia, fe, caridad. XIX, 26: La fe libera. Piedad y caridad. PRUDENCIA XIX, 4,3-4: Las virtudes. XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. FORTALEZA XIX, 4,3-4: Las virtudes. XIX, 6: La ignorancia y el castigo de justos. XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. XX, 28: Desánimo por el malestar. XXI, 14: Penas temporales. TEMPLANZA I, 30: La paz requiere de templanza y

disciplina. X, 5-6: Misericordia = verdadero sacrificio.

Templanza. XIX, 4,3-4: Las virtudes. XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. XXI, 15-16: Guerra interior JUSTICIA IV, 5: Sin justicia sólo hay sociedades

delictivas. V, 14: Vénzase la avidez de gloria por el amor

a la justicia. V, 18,1-2: La verdadera justicia. XV, 6; 7,1-2: Buen uso del mal y perdón

gratuito. XIX, 4,3-4: Las virtudes. XIX, 14: El buen uso, el orden y la paz

perfecta como reunión de todos los niveles de paz temporal que involucran la misericordia. Este es el orden.

Page 86: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO I

Guillermo Arriaga García Página 73

XIX, 16: La justicia en el dominio. Conformidad con el orden natural. En la paz eterna no habrá necesidad alguna. El castigo de la desobediencia es en pro de recuperar la paz. La casa debe ser el principio y fundamento de la ciudad. La paz doméstica redunda en paz pública.

XIX, 20: Esperanza. Demás virtudes. XIX, 21: Justicia y comunidad. Utilidad del

sometimiento. XIX, 21: La justicia. XIX, 23: Justicia y comunidad. XIX, 27: La justicia.

Para el capítulo III PAZ XII, 5: todo tiene cierta paz XIV, 1: La paz es ver colmados los deseos.

La comunidad. XV, 6; 7,1-2: Buen uso del mal y perdón

gratuito. XVII, 12-13: La paz perfecta premio de la vida

eterna. XIX, 3, 2: La vida social es feliz. XIX, 10: La paz perfecta y su deseo. XIX, 11: La paz es el fin de nuestros bienes.

Sumo bien = Vida eterna en paz o paz en la vida eterna.

XIX, 12,1-2: La paz es la aspiración suprema de los seres. Anhelamos un hogar en paz (sin molestias, ni turbación, ni miedo, ni violencia), estar en paz con el cuerpo por la paz de su vida y salud. Si quisiera tener con los demás la paz que deseo para mí nada malo haría. Aun las fieras más crueles custodian su especie con cierta paz. La paz y la comunidad.

XIX, 12,3: El sabio distingue la verdadera paz y la falsa. Nadie puede ser (existir) sin un poco de paz, nadie se aparta de su paz natural (ya sea conservándola o tendiendo a ella). Toda organización requiere paz para estar unida y para funcionar (unidad->nivel ontológico de la paz; función y equilibrio->nivel moral; orden->nivel lógico). Dios gobierna la paz del universo. Dios es el Creador y el Ordenador.

XIX, 13, 1: La paz no le puede faltar a cada ser, enumera la paz del: cuerpo, alma racional, cuerpo y alma, humano y Dios, humanos entre sí, organización (casa, ciudad). La paz es la tranquilidad del

orden. El orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes e iguales el lugar que les corresponde. Hasta los miserables están en cierta paz.

XIX, 13,2: Quien siente haber perdido la paz de su naturaleza, lo siente por ciertos restos de paz que hacen que ame su naturaleza. La paz temporal es dada para la conservación, incolumidad y sociabilidad. Tenemos todos los bienes para alcanzar la paz perfecta haciendo buen uso de ellos.

XIX, 14: El buen uso, el orden y la paz perfecta como reunión de todos los niveles de paz temporal que involucran la misericordia. Este es el orden.

XIX, 16: La justicia en el dominio. Conformidad con el orden natural. En la paz eterna no habrá necesidad alguna. El castigo de la desobediencia es en pro de recuperar la paz. La casa debe ser el principio y fundamento de la ciudad. La paz doméstica redunda en paz pública.

XIX, 17: La falsa paz. La paz terrena y la celestial, la paz entre las dos ciudades. La paz perfecta se da en la vida plenamente vital y la paz terrena en esta vida mortal. La paz perfecta.

XIX, 19: La paz eterna y perfecta es el sumo bien.

XIX, 22-23: El verdadero Dios. Sacrificio verdadero.

XIX, 26: Paz de las dos ciudades. XIX, 27: La paz de los adoradores de Dios.

Justicia y paz. Paz y felicidad = sumo bien.

XIX, 27: Paz perfecta. XIX, 28: La miseria eterna. Guerra contraria a

la paz. XX, 28: La paz perfecta XXI, 24,5: La ciudad es derribada en sus

rotas costumbres. XXII, 29; 30,1-4: La paz perfecta.

Características. FELICIDAD II, 20: Una gran felicidad de la república es la

paz X, 26: Felicidad de la adhesión a Dios. XIX, 27: La paz de los adoradores de Dios.

Justicia y paz. Paz y felicidad = sumo bien.

ORDEN XII, 4-5: El orden.

Page 87: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO I

Guillermo Arriaga García Página 74

XIX, 14: El buen uso, el orden y la paz perfecta como reunión de todos los niveles de paz temporal que involucran la misericordia. Este es el orden.

XIX, 15: El orden. La pena del desorden es ordenada.

XIX, 16: La justicia en el dominio. Conformidad con el orden natural. En la paz eterna no habrá necesidad alguna. El castigo de la desobediencia es en pro de recuperar la paz. La casa debe ser el principio y fundamento de la ciudad. La paz doméstica redunda en paz pública.

COMUNIDAD XII, 22: La comunidad. XIV, 1: La paz es ver colmados los deseos.

La comunidad. XV, 3: La comunidad. XVII, 14: La comunidad. XIX, 5: La vida en comunidad, la amistad. XIX, 8: Inseguridad de la amistad en esta

vida. Dolor de amar. XIX, 12,1-2: La paz y la comunidad. XIX, 16: La justicia en el dominio.

Conformidad con el orden natural. En la paz eterna no habrá necesidad alguna. El castigo de la desobediencia es en pro de recuperar la paz. La casa debe ser el principio y fundamento de la ciudad. La paz doméstica redunda en paz pública.

XIX, 21: Justicia y comunidad. Utilidad del sometimiento.

XIX, 23: Justicia y comunidad. XIX, 24: Pueblo. GUERRA III, 22: El dolor de la guerra. III, 28: Los belicosos mismos terminan la

guerra por el deseo de paz. IV, 3: Innecesariedad de la guerra exterior.

Utilidad del reino de los malos y de los buenos.

V, 17,1-2: Los buenos frutos de la guerra se pueden adquirir por la paz.

XV, 4: La paz y la guerra en la ciudad terrena. XVIII, 2,1: Causa de la guerra. XIX, 12: El verdadero fin de la guerra es la

paz. Nadie hace la guerra sin un poco de paz y la hace deseándola. Toda organización requiere de paz, de obediencia en paz, paz con los súbditos. Los malos combaten por la paz de los suyos y quieren someter a todos a uno

para estar en paz con él (ya sea por miedo o amor).

XIX, 28. La miseria eterna. Guerra = oposición y choque de cosas entre sí. Mal supremo = guerra sin fin. Guerra = contraria a la paz.

XIX, 4, 3: La virtud: causa de guerra. XIX, 7: Miseria de las guerras. XIX, Puede haber paz sin guerra pero no

guerra sin paz. Pues los agitadores nada podrían hacer si no tuvieran cierta paz.

GUERRA JUSTA III, 10: La guerra justa. XIX, 15: Aunque se libre una guerra justa, la

parte contraria guerrea por el pecado. La victoria humilla a los vencidos. El sometimiento es causado por el pecado.

XIX, 16: El castigo del pecado es necesario en pro de la paz. Es guerra justa castigar el pecado. El castigo es útil para corregir al pecador y útil para prevenir al justo.

GUERRA INJUSTA III, 14: La guerra injusta. V, 12,2: Degeneración de la guerra justa en

injusta. GUERRA INTERIOR XVII, 12: La guerra interior. XIX, 4,3: La guerra interior. XXI, 15-16: La guerra interior.

Para el capítulo IV DESEO PAZ X, 1: Todos los mortales quieren ser felices.

Adhesión a Dios es la felicidad. X, 3: Al humano se le fijó un fin al que refiriera

todo lo que hace para ser feliz, este es adherirse a Dios.

XIX, 11: La paz es ansiada por todos. La paz es el sumo bien.

XIX, 12: Todos quieren la paz y gozar. Los amantes de la guerra desean vencer. Los amantes del valor guerrero desean luchar para estar en paz. Si el ser humano deseara tener con los demás esa paz que busca para sí no sería malo. Es imposible no amar la paz.

XIX, 13,2: Dios es creador y ordenador. El deseo de paz es ordenador.

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ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 75

ANEXO II: RESUMEN

Adaptación del discurso de presentación de este escrito.

Buen día amable lector. Soy Guillermo y voy a exponer el pensamiento de

San Agustín en torno al deseo de paz en el ser humano. Escogí este tema puesto

que he experimentado la inquietud por el sentido de la existencia humana y el

pensamiento agustiniano me ha ayudado a esclarecer mi conciencia. Deseo que

este tema impulse en todos nosotros el deseo de obrar por la paz que tanto

ansiamos.

El ser humano en ésta vida mortal padece la ausencia no total de los bienes

que se requieren para su plena realización, ésta es su condición mísera. La

enfermedad, la ignorancia, la necedad, la deformidad, la debilidad, el sufrimiento,

el envejecimiento, la inquietud y la muerte evidencian ésta condición mísera.

El ser humano, por su naturaleza, experimenta el deseo de alcanzar la

plenitud evitando que haya carencia o que ésta llegue. Sin embargo, la salud

inquebrantable, la dicha sin fin, el conocimiento pleno, la sabiduría insuperable, la

belleza indefectible, la fortaleza segura, la capacidad óptima y la paz sin fin, no

forman parte de los logros humanos.

Cuando el ser humano obra voluntariamente conforme a su deseo natural

de plenitud, de felicidad y de paz, va gozando auténticamente de los bienes

deseados, aunque imperfectamente, en un avance constante, con el cual puede

gozar de esto bienes en una mayor calidad y cantidad.

Todo ser humano desea ser feliz, la miseria es la ausencia de felicidad, la

felicidad perfecta y la paz perfecta se identifican; por lo que el sentido de su vida

es consolidar la felicidad de la paz o la paz de la felicidad, indistintamente.

Page 89: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 76

La virtud es el arte de vivir, por lo que es dinamizada por el deseo de paz y

felicidad. El ser humano virtuoso hace buen uso de cada situación en la que vive

para ser mejor persona y favorecer que los sean mejores personas, refiriendo su

obrar a la consolidación de la paz y la felicidad.

Cuando el ser humano voluntariamente no obra a favor de éste deseo

natural, además de su condición mísera, experimenta una condición miserable,

pues obra viciosamente corrompiendo los bienes de su naturaleza.

La virtud verdadera contiene el ingrediente de la piedad. Con la piedad, el

ser humano obra bondadosa y misericordiosamente para la consecución de la Paz

perfecta.

La piedad conlleva las virtudes de la fe, esperanza y caridad, gracias a las

cuales, el ser humano cree y confía en la posibilidad de la Paz Perfecta, espera en

lo que cree y confía alegrándose de su cercanía y obra por ir consolidando lo que

cree, confía y espera con bondad incondicional y deseo inquebrantable de la Paz

Perfecta.

El ingrediente de la piedad vuelve verdaderas las demás virtudes, entre

ellas:

• La prudencia, con la cual, el ser humano discierne las acciones que están a

favor o en contra de la Paz y vigila que el propio obrar sea favorable.

• La fortaleza, con la cual, el ser humano soporta con paciencia los males

inevitables de modo que no se debilite el seguimiento del deseo de paz.

• La templanza, con la cual, el ser humano domina, modera y conduce los

impulsos y pasiones humanas para procurar y mantener el bienestar humano.

• La justicia, con la cual, el ser humano da a cada quien lo que requiere para su

bienestar y para ubicarse ordenadamente donde le corresponde.

Page 90: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 77

Así, pues, el obrar virtuoso va encaminado al bienestar humano,

consolidando la paz y satisfaciendo la miseria humana.

La paz es la tranquilidad del orden. El cumplimiento del orden natural se va

dando en la medida en que la naturaleza va llegando a su plenitud, la satisfacción

de la miseria humana está a la base de éste cumplimiento.

Por lo que, naturalmente, el ser humano tiene derecho a una vida plena.

Éste derecho involucra el deber del desarrollo integral de todos y cada uno de los

seres humanos.

De este deber se desprenden otros deberes, a saber: el deber de satisfacer

la miseria propia, el deber de no obstaculizar la satisfacción de la miseria ajena y

el deber de colaborar en conjunto por la satisfacción de la miseria humana.

El derecho al desarrollo integral comprende la lista de los derechos

naturales del ser humano, entre ellos:

• A una vida natural, digna y saludable.

• A un ambiente que propicie el trato digno, la comunicación amable, la

solidaridad y la seguridad.

• A una educación que edifique el criterio, la conciencia y la voluntad para

libremente obrar en provecho del bienestar humano.

• A un trabajo digno que beneficie a todos y por el cual pueda solventar lo que

necesita.

• A formar organizaciones que encaminen tanto el esfuerzo de todos como los

bienes naturales al bien común, favoreciendo la ayuda a los necesitados.

Para ejercer estos derechos, el ser humano tiene el deber de su

consecución, creando las oportunidades para que se puedan ejercer y no evitando

su ejercicio.

Page 91: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 78

La justicia apunta al ejercicio directo cuando se suministran los bienes a los

que los necesiten. Apunta al ejercicio indirecto cuando no se obstaculiza el

ejercicio, cuando se neutraliza a aquel que pretenda obstaculizar y cuando se

brinda instrucción.

El ejercicio de estos derechos apunta a la satisfacción de la miseria

humana, éste ordenamiento justo va dando cumplimiento al orden natural y, así,

se va gozando de auténtica paz.

La identificación del orden natural se puede hacer por tres modos, ellos

facilitan la concientización de cómo satisfacer la miseria humana.

• El primer modo es la concientización de la miseria, así, uno se da cuenta de lo

que necesita, por lo que puede actuar eficazmente por su consecución y

mantenimiento.

• El segundo modo es el tratar a los demás como a un ser querido, esto es el

cumplimiento de la llamada ley eterna por San Agustín, así uno se da cuenta

del trato digno y equitativo entre seres humanos, procurando el bienestar de

los demás como se procura el de un ser querido.

• El tercer modo es hacer lo que pueda ser hecho por todos sin que alguien

resulte afectado, ni se afecte la concordia y unidad.

Identificando y dando cumplimiento al orden natural, se va dando la paz,

que es la tranquilidad del orden. A saber:

• La paz a nivel corporal es la ordenada complexión y funcionamiento saludable

de los miembros.

• La paz a nivel del alma es la ordenada armonía entre el conocimiento y la

acción virtuosa.

• La paz a nivel de la casa y del estado es la ordenada concordia y solidaridad

entre los que mandan, los que obedecen y las leyes justas que promueven los

derechos y deberes naturales.

Page 92: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 79

El pueblo es el conjunto de seres humanos congregado por la unidad de

deseos, por lo que es mejor cuanto más excelente sea lo que desean. Por esto, la

llamada Ciudad de Dios por san Agustín es la comunidad orientada a la Paz

Perfecta y en camino hacia ella, haciendo uso de la paz temporal y supeditándola

a la Paz Perfecta, obrando por el bien común y atendiendo los deseos humanos,

sin dejar de lado la piedad. ¡Todos estamos invitados a formar parte de esta

comunidad y a permanecer en ella!

La guerra para san Agustín es la oposición y choque de cosas diversas. Es

justa cuando el choque es contra la injusticia y el vicio. Es injusta cuando el

choque es contra el orden justo y la virtud.

La paz temporal requiere de la lucha interior de cada ser humano por

dominar templadamente sus pasiones. Con la justa guerra interior se evita llevar a

cabo una injusta guerra exterior. Así, el ser humano puede ser un guerrero

pacífico.

Por lo que la guerra no es contraria a la paz temporal, sino que la miseria es

lo contrario a la paz. La Paz Perfecta no contiene miseria alguna, ni vicio alguno

que combatir, por lo que no conlleva guerra alguna.

Todo ser humano desea la paz. Pero ¿Por qué hay quienes promueven

guerras injustas si todos deseamos la paz? Porque la paz que buscan dichas

personas es exclusiva, no común a todos. Guerrean por llegar a un período de paz

en el que sean obedecidos sus caprichos, en una organización pacífica que

funcione según sus intereses no comunes.

Incluso los seres irracionales, al igual que los seres humanos, buscan un

lugar donde vivir en paz, donde alimentarse en paz, donde descansar en paz,

donde procrear en paz y donde criar en paz.

Page 93: Arriaga Garcia Guillermo - El Deseo de Paz en El Ser Humano

ANEXO II

Guillermo Arriaga García Página 80

En conclusión:

• El sentido de la existencia humana es la vida pacífica y feliz que le reporta la

satisfacción de la miseria humana.

• Nadie hay que no quiera la paz, por lo que es importante la concientización de

la paz auténtica, común a todos.

• La paz de esta vida no es ausencia de conflicto, sino que se conquista gracias

al sano conflicto con lo que oprima al ser humano.

• Todos podemos contribuir a la satisfacción de la miseria humana, ejerciendo

nuestros derechos y deberes naturales.

• Todos podemos hacer buen uso del presente para avanzar continuamente en

la satisfacción de la miseria humana.

• En esta vida mortal siempre habrá miseria que saciar, ignorancia que vencer,

vicio que dominar, personas que ayudar, situaciones que aprovechar… hasta

la perfección de la naturaleza.

¡Satisfagamos la miseria humana!

Guillermo Arriaga García

26 de mayo de 2009

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