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Los destrozos materiales ocasionados durante la guerra civil española de 1936-1939 en el solar de la actual comarca de Campo de Belchite fueron tan cuantiosos como indiscriminados, todo en un grado sin parangón con el alcanzado en conflictos bélicos anteriores. No en vano trajo consigo importantísimos daños en toda suerte de inmuebles, religiosos, civiles y militares, y todavía mayores en sus respectivas dotaciones artísticas, dando lugar a la pérdida o menoscabo de lo que en su momento integró un legado insustituible. Y, desde luego, afectó sin distinción al patrimonio acumulado de todas las épocas, incluido el heredado de la Edad Moderna que aquí nos ocupa y que, en términos generales y apelando a la tradicional periodización histórico-artística, se corresponde con el desarrollo de los estilos renacentista y barroco. Así, pues, las siguientes páginas tratan preferentemente de cuestiones edilicias, por ser casi en exclusiva arquitectónicos los testimonios conservados, mientras que las referencias a otras manifestaciones artísticas se describen en otro artículo. Arquitectura civil Durante la Edad Moderna, las poblaciones que salpican la comarca de Campo de Belchite fueron mudando su fisonomía, merced a nuevas edificaciones que relevaban a las antiguas, pero sin que esto alterara sustancialmente su primitiva estructura, configurada en lo fundamental en los primeros siglos de dominio cristiano tras la reconquista. De hecho, todavía perduran las huellas de aquel remoto pasado en la textura urbana de algunas localidades. Y para comprobarlo basta adentrarse en ciertos entramados de calles en aquellos núcleos que estuvieron habitados por numerosos vecinos mudéjares, primero, y moriscos, después, como Codo, Lagata, Letux o el propio Belchite, en los que todavía pueden respirarse ambientes de inequívoca tradición islámica. Arquitectura de la Edad Moderna 5 ERNESTO ARCE OLIVA 213 De las artes

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Los destrozos materiales ocasionados durante la guerra

civil española de 1936-1939 en el solar de la actual

comarca de Campo de Belchite fueron tan cuantiosos

como indiscriminados, todo en un grado sin parangón

con el alcanzado en conflictos bélicos anteriores. No

en vano trajo consigo importantísimos daños en toda

suerte de inmuebles, religiosos, civiles y militares, y

todavía mayores en sus respectivas dotaciones artísticas,

dando lugar a la pérdida o menoscabo de lo que en su

momento integró un legado insustituible. Y, desde luego,

afectó sin distinción al patrimonio acumulado de todas

las épocas, incluido el heredado de la Edad Moderna que aquí nos ocupa y que,

en términos generales y apelando a la tradicional periodización histórico-artística,

se corresponde con el desarrollo de los estilos renacentista y barroco.

Así, pues, las siguientes páginas tratan preferentemente de cuestiones edilicias, por

ser casi en exclusiva arquitectónicos los testimonios conservados, mientras que las

referencias a otras manifestaciones artísticas se describen en otro artículo.

Arquitectura civil

Durante la Edad Moderna, las poblaciones que salpican la comarca de Campo

de Belchite fueron mudando su fisonomía, merced a nuevas edificaciones que

relevaban a las antiguas, pero sin que esto alterara sustancialmente su primitiva

estructura, configurada en lo fundamental en los primeros siglos de dominio

cristiano tras la reconquista. De hecho, todavía perduran las huellas de aquel

remoto pasado en la textura urbana de algunas localidades. Y para comprobarlo

basta adentrarse en ciertos entramados de calles en aquellos núcleos que estuvieron

habitados por numerosos vecinos mudéjares, primero, y moriscos, después, como

Codo, Lagata, Letux o el propio Belchite, en los que todavía pueden respirarse

ambientes de inequívoca tradición islámica.

Arquitectura de la Edad Moderna5

ERNESTO ARCE OLIVA

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Sí se sucedieron, por descontado, pe-queños cambios en plazas, calles y demás espacios públicos, mediante regularizaciones impuestas por la pre-sencia de edificios relevantes y hasta donde lo permitían las condiciones del terreno. E incluso algunas nove-dades mayores como acontece en Al-mochuel, localidad repoblada en 1788, por iniciativa del arzobispo zaragoza-no Andrés de Lezo y después de tres siglos de abandono, para cuyos colo-

nos se construyeron viviendas que siguen las pautas de la arquitectura vernácula pero que componen un notable ejemplo de urbanismo barroco tardío.

También son estas edificaciones domésticas las que en mayor medida contribuyen en aquellos siglos a la puesta al día de los caseríos. Y en este panorama domina por doquier una suerte de arquitectura popular hecha en ladrillo, mampostería y tapial, integrada por viviendas entre medianeras, con estrechas fachadas de tres alturas, perforadas con pocos huecos y enlucidas con yeso, sin olvidar el habitual uso de encalados de color añil en jambas, suelos y cielos de los vanos. Una arqui-tectura, en suma, que mantiene indemnes sus características materiales y formales hasta el siglo pasado, lo que la convierte en la más representativa de estas locali-dades como de tantas otras de la Depresión del Ebro.

Existen, no obstante, casas solariegas de mayor prestancia, no pocas veces blasonadas, como puede verse en Lécera, Moyuela, Fuendetodos o Valmadrid, entre varios otros lugares. Y por lo común obedecen al tipo de casa principal aragonesa consolidado en el quinientos, cuyo componente formal más llamativo es la consabida galería de arcos dispuesta en lo alto de la fachada por debajo del alero.

Ejemplo representativo de este género de vivienda solariega es la restaurada casa Muniesa en Lécera, ubicada en la plaza mayor, que reproduce fielmente

la versión más característica de la arquitectura civil aragonesa del siglo XVI. De composición simétrica y dividida en tres alturas, la fachada presenta sencilla portada en arco de medio punto en el nivel inferior, tres huecos de formato vertical en el piso noble, ostentando las armas familiares sobre el central, y la característica galería de arquillos semicirculares en el superior, en esta ocasión doblados, todo unificado por un robusto alero de ladrillo aplantillado.Lécera. Casa Muniesa, ejemplarmente restaurada

Azuara. Casa solariega coronada con alero de madera (s. XVI)

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crucería estrellada cuya complejidad de trazado, junto con el hecho de hallarse las capillas comunicadas entre sí, permiten datar la edificación en el último tercio del quinientos. Así las cosas, en las dos centurias siguientes será objeto de la antedicha reforma barroca a la que corresponden la modificación de una de las capillas del Evangelio, cerrada mediante cúpula sobre pechinas con linterna, la incorporación a sus muros de un nuevo orden de pilastras y un entablamento de yeso, aquéllas apoyadas en molduras dispuestas a la altura del arranque de los arcos de acceso a las capillas y éste interrumpido en los paños del ábside, y la construcción de un coro alto a los pies, iluminado por un óculo practicado en la fachada donde se abre una sencillísima puerta, con hueco en arco semicircular entre pilastras que sostienen un entablamento en el que apoya un frontón recto. Y en la misma reforma se añade a la torre su actual remate, de planta octogonal y con pilastras angulares, que completa los dos cuerpos cuadrados de la quinientista ya considerada por Carlos Lasierra a propósito de la fábrica mudéjar del segundo de ellos.

Más humilde es la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Valmadrid,

asimismo quinientista y construida en lo alto de la población al lado del castillo

medieval, destruido recientemente, sin que sepamos si algo de lo que conserva es

fruto de la intervención del maestro moro zaragozano Mahoma Arrami, quien en

1508, según ha documentado Carmen Gómez Urdáñez, figura como receptor de

gastos y pagos por la obra de esta iglesia en una relación encargada por los jurados

de la localidad a los maestros Gabriel Gombau y Juan de Sariñena.

Templos, santuarios y ermitas barrocos

Mayor relevancia tiene la arquitectura religiosa del periodo barroco, no tanto por el ritmo más intenso proporcionado a la edificación o renovación de los inmuebles, en todo caso creciente desde finales del siglo XVII, cuanto porque trae consigo una auténtica renovación tipológica que no se había dado en la arquitectura aragonesa del quinientos y que incorpora a la cubierta de los templos un elemento de tanta trascendencia formal, estructural y significativa como es la cúpula. Y a la vez se produce una transformación lingüística cuyo desarrollo, igual que en el resto de Aragón, discurre entre el manierismo tardío, aún en vigor durante una buena porción del seiscientos, y ese barroco último que hace suya la manera clasicista impuesta por el prestigioso arquitecto Ventura Rodríguez a partir de 1750 con su intervención en la obra del Pilar de Zaragoza. Novedades, en fin, a las que contribuyen templos de toda índole a la sazón levantados en estas tierras, desde los más ambiciosos conventuales y parroquiales hasta las más modestas ermitas.

Partícipes de los cambios tipológicos y lingüísticos mencionados son las arruinadas iglesias conventuales de San Agustín y de San Rafael, ambas en Belchite Viejo.

Aunque la llegada de los agustinos a la localidad tuvo lugar en las postrimerías

del siglo XVI, por iniciativa de la viuda del duque de Híjar y conde de Belchite,

la actual y maltrecha iglesia del antiguo convento de San Agustín corresponde a

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la centuria siguiente, sin que podamos precisar el momento de inicio de las obras. Sí sabemos, en cambio, que ya estaba parcialmente edificada en 1687 y que no se remata hasta después de 1711, pues, según información aporta-da por Julio Martín, de esas fechas da-tan otros tantos acuerdos suscritos con el maestro de obras Juan Faure, natu-ral de Belchite, para la terminación del templo y la construcción de la torre respectivamente.

De planta de cruz latina, consta de una nave cubierta con bóveda de medio

cañón con lunetos, capillas laterales comunicadas entre sí, presbiterio recto y cru-cero con cúpula sobre pechinas que ostentan las efigies en relieve de los santos Alipio de Tagaste, Fulgencio de Ruspe y Simpliciano, discípulos de San Agustín, amén de la de San Patricio. Presenta, además, huecos encima de los arcos de acce-so a las capillas laterales que debieron pertenecer a una tribuna erigida sobre ellas, por lo que obedece a la tipología de templo jesuítico plenamente desarrollada con anterioridad en la iglesia del convento de dominicos de San Ildefonso (hoy parro-quia de Santiago) de Zaragoza. Grandes pilastras corintias sobre las que discurre un entablamento articulan el interior que, pese a su deterioro, todavía conserva en parte los estucos y agramilados que ayuaban a configurar su imagen barroca. Y le sirve de acceso una monumental portada, obrada en ladrillo y de dos cuerpos en-samblados por pilastras, con la puerta en arco de medio punto en el inferior y un hueco rectangular en el superior, todo enriquecido con una decoración geométrica de círculos y rombos, que se continúa con los cuadrados del cuerpo inferior del contiguo campanario, muy parecida a la del citado templo zaragozano de San Ilde-fonso. Por lo demás, el convento, abandonado a raíz de la Desamortización, fue in-

cendiado en 1869 y demolido en 1875, mientras que la iglesia fue restaurada a finales del decenio siguiente y, pese a su deterioro, aún hizo las veces de parroquia después de la Guerra Civil.

Más modernos son los restos de la vecina iglesia del convento de San Rafael, de religiosas dominicas, cons-truido tras su fundación en 1749. Ca-lificada de “graciosa” por Ponz, quien la considera obrada por el maestro bel-chitano Nicolás Bielsa, la iglesia pre-senta cúpula sobre pechinas como la

Belchite Viejo. El convento de San Agustín desde el aire

Belchite Viejo. Vista aérea de las ruinas del convento de San Rafael

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anterior, aunque en este caso responda al tipo de templo de tres naves de igual altura, separadas por grandes pilares y cubiertas con bóvedas de medio cañón con lunetos, todo engalanado con esgrafiados barrocos. La sobria portada, sostenida por pilastras que enmarcan el acceso en arco semicircular, en el cuerpo inferior, y una hornacina entre estribos, en el superior, albergaba las armas de su fundador don Gregorio Galindo, obispo de Lérida (1736-1756) y antes párroco de Belchite (1711-1736), escudo que hoy figura en la fachada de la iglesia del nuevo convento.

Idéntica transformación tipológica se observa en el grupo de los templos parroquia-les, no pocas veces materializada mediante la renovación y ampliación de otros an-teriores ya tratadas por Gonzalo Borrás y Carlos Lasierra a propósito de las reformas barrocas de varias fábricas mudéjares, lo que nos exime de considerarlas en este lugar. Son las efectuadas en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de Azuara, acometida a finales del siglo XVII, en la de igual advocación de Moyuela, debida al mecenazgo del arzobispo de Zaragoza don Pedro de Apaolaza (fallecido en 1643), o en la de Santa María Magdalena de Lécera, asimismo seiscentista, sin olvidar la reforma dieciochesca de la iglesia de San Martín de Tours en Belchite Viejo, que sólo comportó la modificación de las capillas laterales y la adición de un tramo a los pies junto con la monumental portada de gusto clasicista. Sí cabe, no obstante, insistir en el propósito de estas intervenciones barrocas: son obras que convierten viejos templos de planta longitudinal en iglesias de cruz latina, en las que la cúpula actúa como poderosa fuerza centralizadora con su sola presencia y con la iluminación que proyecta en la zona próxima a la cabecera, a ruego de los cambios litúrgicos y sim-bólicos requeridos por la arquitectura religiosa posterior a Trento.

También seiscentistas son las reformas barrocas de las iglesias parroquiales de Santa Águeda de Lagata, que mantuvo la nave única de su predecesora añadiéndosele las bóvedas de lunetos y la cúpula sobre pechinas que cierran la nave y el crucero respectivamente, la de San Bernardo de Codo, de tres naves, testero recto y cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos salvo el tramo que precede a la cabecera sobre el que se voltea una cúpula sobre pechinas, y la de Santa Eulalia de Moneva, también con ábside recto y de tres naves, cerrado con cúpula sobre pechinas el primer tramo de la central, mientras que para los dos restantes se emplean bóvedas de lunetos, y con cúpulas elípticas muy rebajadas los tramos de las laterales, todo decorado con interesantes yeserías a base de motivos vegetales y geométricos.

Y del tránsito entre los siglos XVII y XVIII, aunque sucesivamente restaurada tras los daños sufridos en las guerras decimonónicas y en la Guerra Civil, es la actual fábrica de Santa María de Vista aérea de la iglesia de San Bernardo de Codo

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las Nieves de Letux, contigua al palacio de los Bardají, luego de los marqueses de Lazán, que la sufragaron. De ahí que ambos edificios comunicaran mediante una tribuna con dos huecos abiertos al templo, erigida sobre la nave del Evangelio y reservada para uso de los inquilinos del palacio. Por lo demás, es probable que en su construcción interviniera Martín Lozano, quien se hizo cargo

de la conclusión de la parroquial de Valdealgorfa (Teruel) en 1706 cuando, según ha documentado Teresa Thomson Llisterri, todavía figura como residente en Letux. Se trata de una obra de tres naves de altura desigual, cubiertas con bóveda de medio cañón con lunetos, crucero no acusado en planta, con cúpula sobre pechinas erigida en su centro, y ábside recto, amén de un coro alto a los pies. Muy sobrio es el interior, probablemente por haber perdido su ornato con motivo de las citadas restauraciones, y se articula mediante pilastras sobre las que discurre un robusto entablamento que proporciona unidad al conjunto. E igualmente sobria es la portada, con hueco en arco semicircular entre pilastras que, a su vez, sostienen un entablamento sobre el que apoya el remate con hornacina flanqueada por estribos.

Ya en el transcurso del XVIII, aunque con arreglo a parecidos planteamientos, se construye de nueva planta la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Fuendetodos, aprovechando las ruinas del castillo palacio de los condes de Fuentes e inaugurada en 1728 según datos facilitados por José Luis Ona, y se reforma la vieja fábrica de San Gervasio y San Protasio de Almochuel, de tres y una naves respectivamente y las dos reconstruidas tras la Guerra Civil. Carece, en cambio, de la consabida cúpula la más moderna de San Pedro de Samper del Salz, de tres naves separadas por pilares cruciformes de orden toscano y levantada hacia 1800.

Pero el componente más llamativo de la estampa barroca que ofrecen estas iglesias son las esbeltas torres-campanario que en ocasiones las enriquecen, auténticos hitos en el seno de las poblaciones y magníficas atalayas que dominan el espacio circundante.

Fuera de alguna levantada en fechas avanzadas del siglo XVII, como el cuerpo y el remate octogonales de la parroquial de Lagata, se trata de obras dieciochescas aunque a veces completen fábricas renovadas en la centuria precedente. Así sucede con la ya referida torre de la iglesia de San Agustín de Belchite Viejo, cuya obra se contrata en 1711 transcurrido casi un cuarto de siglo desde que se hiciera lo propio para la terminación del templo.

Y no pocas de ellas siguen el nuevo modelo aragonés de torre-campanario definido a partir del prototipo de la Seo de Zaragoza, diseñado por el romano

El conjunto señorial de Letux: castillo, palacio e iglesia parroquial