Arqueología General

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José Emilio Rodríguez De Hoyos 200804403 Diez sitios arqueológicos en la Ciudad de México ENAH-2010 ¿Qué entendemos de lo que nos dicen los sitios arqueológicos? Nuestra carrera está profundamente ligada con un discurso histórico que ha tratado de construir una identidad nacional. Este discurso se manifiesta en rocas labradas, ciudades abandonadas, códices, malacates de cerámica que pasan de una generación a otra, en pencas de maguey y granos de maíz. Pero este discurso es una interpretación que pretende la unificación de los mexicanos por un origen común -especialmente los pueblos indígenas-. Es también el rostro de nuestro país a los ojos de los extranjeros. Los arqueólogos tenemos una doble responsabilidad que debería ser una misma. Es la de estudiar, conservar y resguardar el patrimonio arqueológico de todos los mexicanos y la de integrar los objetos cerámicos, líticos, textiles y de cualquier material, ya sean pequeños como un besote o monumentales como la pirámide del sol, al discurso histórico de nuestra nación. Y por otro lado seguir generando conocimiento en nuestra disciplina cuyo marco teórico, metodológico y enfoque visionario cambia constantemente bifurcándose en diversos puntos y separándose del discurso original que planteaba en sus inicios para reconstruir la historia de los antiguos pueblos de este país, la historia de los antepasados ancestrales de todos nosotros. Sin embargo, este trabajo debe ser un trabajo en conjunto entre arqueólogos, autoridades, maestros, familias y la sociedad en general. Muchos sitios arqueológicos y museos de sitio son administrados y resguardados por los gobiernos locales del lugar en el que están inmersos y muchas colecciones son donaciones de las familias modernas que desprenden sus tesoros personales de ese contexto hogareño para convertirlo en un tesoro nacional que expresa, como unidad, parte de la riqueza cultural de nuestro pasado.

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Diez sitios arqueológicos en la Ciudad de México

ENAH-2010

¿Qué entendemos de lo que nos dicen los sitios arqueológicos?

Nuestra carrera está profundamente ligada con un discurso histórico que ha tratado de construir una identidad nacional. Este discurso se manifiesta en rocas labradas, ciudades abandonadas, códices, malacates de cerámica que pasan de una generación a otra, en pencas de maguey y granos de maíz. Pero este discurso es una interpretación que pretende la unificación de los mexicanos por un origen común -especialmente los pueblos indígenas-. Es también el rostro de nuestro país a los ojos de los extranjeros. Los arqueólogos tenemos una doble responsabilidad que debería ser una misma. Es la de estudiar, conservar y resguardar el patrimonio arqueológico de todos los mexicanos y la de integrar los objetos cerámicos, líticos, textiles y de cualquier material, ya sean pequeños como un besote o monumentales como la pirámide del sol, al discurso histórico de nuestra nación. Y por otro lado seguir generando conocimiento en nuestra disciplina cuyo marco teórico, metodológico y enfoque visionario cambia constantemente bifurcándose en diversos puntos y separándose del discurso original que planteaba en sus inicios para reconstruir la historia de los antiguos pueblos de este país, la historia de los antepasados ancestrales de todos nosotros.

Sin embargo, este trabajo debe ser un trabajo en conjunto entre arqueólogos, autoridades, maestros, familias y la sociedad en general. Muchos sitios arqueológicos y museos de sitio son administrados y resguardados por los gobiernos locales del lugar en el que están inmersos y muchas colecciones son donaciones de las familias modernas que desprenden sus tesoros personales de ese contexto hogareño para convertirlo en un tesoro nacional que expresa, como unidad, parte de la riqueza cultural de nuestro pasado.

En algunos casos el estado de abandono de nuestros santuarios históricos refleja que están más olvidados ahora que forman parte de nuestra sociedad que antes que eran solo elementos del paisaje natural. El vandalismo urbano abarca una ocupación total del espacio que no solo se asienta sobre el suelo de valles, lagos y cerros en forma de casa en terrenos robados, siendo la única opción de hogar de muchas personas, sino que trepa por las paredes en forma de aerosol y grabados con nombre y fecha y llega a lo más profundo de todos nosotros a tal punto que algunos no ven glifos en las piedras, sólo signos de pesos a favor o en contra. Este vandalismo es responsabilidad de todos.

En éste texto hablaré sobre el estado de algunos sitios arqueológicos del Sur, Centro y Norte de la Ciudad de México. Sobre su historia y su estado actual, y veremos como el contexto urbano y las situaciones sociales tienen un gran impacto sobre estos monumentos. Haremos un recorrido geográfico desde el Sur en dónde está la cede de la formación de arqueólogos mexicanos hasta el

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norte de la ciudad más allá de sus límites simbólicos con el estado de México en la región más densamente poblada de nuestra nación.

Sur

En la primera parte de este trabajo, dedicada al sur de la cuenca, hablaré sobre una zona arqueológica en los límites de Xochimilco con milpa alta y sobre una serie de vestigios que rodean el centro de Tlalpan, sobre y junto al derrame de lavas basálticas del Xitle.

En Xochimilco: Museo Arqueológico y petrograbados de Cuailama

Xochimilco está muy al sur de la ciudad de México colindando con las delegaciones de Tlahuac, y Milpa Alta (no estoy seguro); lo que antes era un pueblo alejado de la ciudad, ahora está cercano al centro de la mancha urbana. Alberga uno de los pocos contextos prehispánicos que han permanecido en uso hasta el presente, como los canales y las chinampas, que conservan gran parte de su fauna y su flora originales; y un riquísimo ejemplo de los grandes sincretismos culturales que existen en nuestro país, en donde conviven todos los estratos sociales haciendo gala de un folclor dinámico que sólo los mexicanos, que pertenecen a él, comprenden. Un paisaje ecléctico en el que caben en un mismo espacio una abuela Otomí que vende flores, un fotógrafo Holandés que viste de traje, una colonia de ajolotes ocultos en el fango, todas las flores del mundo en la corona de una trajinera llena de mariachis roqueros, una banda de guerra formada por niños bajo la sombra de una palmera en el atrio de la parroquia entre autobuses y un mercado rodante en dónde comprar una fórmula para el amor, pescado del pacífico y el atlántico, sombreros y equipo electrodoméstico, es posible.

El pasado prehispánico de Xochimilco comienza con la llegada del hombre a la cuenca y tiene un desarrollo milenario que continúa vigente pero con cambios contrastantes como lo son el choque de pueblos diferentes y los desastres naturales como la lluvia de cenizas, las inundaciones y la tensión constante que existe entre estratos sociales, recursos y el hilo del tiempo.

Cuando pensamos en Xochimilco casi todos tenemos una imagen de las chinampas y las trajineras y las complicaciones que representan el tráfico y una mala planeación víal para llegar hasta este pueblo que está rodeado de una de las ciudades más grandes del mundo; pero casi nadie piensa que sus barrios son unos de los más antiguos de éste país y los vestigios de su fundación siguen cubiertos de una capa de ignorancia que cada vez representa una costra más gorda.

Los petrograbados de Cuailama fueron la razón de mi visita y deberían ser parte del itinerario obligado de las salidas escolares de nuestra institución. Están en el pueblo de Santa Cruz a unos tres kilómetros del centro histórico de esta delegación. Estos barrios estuvieron comunicados antiguamente por canales y Santa cruz es uno de los más alejados. Sobre el cerro de Cuailama, en el sendero que conduce a su cima, hay una serie de glifos tallados en la roca que forma la elevación que son los mejor conservados que he visto desde que entre a la ENAH.

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La visita a esta sitio la planee con un par de meses de anticipación y ubicarlo fue muy complicado. En la escuela no había mucha gente que los conociera. Muchos habían escuchado de ellos pero muy pocos los habían visitado. En internet hay muy poca información al respecto pero es casi la misma que encontramos en las bibliotecas. En realidad quienes mejor me informaron de él fueron los encargados de las oficinas de turismo de la delegación cuya sede está a un costado de la parroquia.

En mi primer intento por ir, traté de seguir los señalamientos viales y terminé dando vueltas en círculo pasando tres veces frente al mercado y me perdí 45 minutos. En México los señalamientos sirven sólo para no perder la fe pero no se puede confiar en ellos a menos que sean de aquellos que guían a alguna institución privada. Por fortuna pasé en frente de la dirección de turismo en una de las vueltas y me detuve para pedir referencia y dirección del sitio. Esa tarde había un concurso de ballet folclórico entre varias escuelas de la delegación. El ganador se presentaría en alguno de los eventos programados para la conmemoración de nuestros doscientos años de independencia. La oficina estaba llena de jóvenes mujeres (niñas) vestidas con floridos huipiles ajustados a la cintura, con el pelo bien amarrado alargando la línea de los párpados y con tocados de listones que, entre un ambiente de sonrisas y tacones telégrafos, reflejaban con sinceridad el más efímero lucero que caía sobre ellos. En realidad había entrado al backstage del evento. Me acerque a una señorita que trabajaba detrás de un escritorio y propiamente pero con una voz firme y segura le pregunte cómo llegar a los petrograbados de Cuailama y, en la sala, primero se hizo un silencio y después muchas personas dijeron “ammmmmm” mientras trazaban mentalmente su mejor ruta y, de pronto, como cuando se abren las apuestas en un hipódromo, me llovieron las indicaciones para tomar camino a mi destino. Algunas se oponían tanto que abrían discusiones, y las niñas que estaban siendo peinadas por sus madres, en ese momento, quedaron con tocados zoomorfos llenos de nudos. Entre toda la confusión que se había formado y una guerra de dedos índices que apuntaban en todas direcciones ya se me había olvidado que yo no había ido a Xochimilco para ver bailar a nadie… De esa espesa nube de gente, emergió una señora de lentes, delgada y con una sonrisa tranquilizante y me preguntó si era yo quien había preguntado por los petrograbados de Cuailama y sólo dije: sí, señora, soy yo. En ése momento dejé de estar perdido y comencé a recibir, de aquella mujer, la mejor atención que cualquier turista puede esperar.

Me facilitaron toda la información que tienen sobre el sitio, en fotocopias porque sólo tienen un ejemplar tanto de trípticos como de documentos que relatan la história ó incluso de los mapas de la delegación. También me dijeron que si cruzaba la calle y compraba un disco compacto virgen me podían compartir todo lo que tuvieran al respecto en su computadora. Me recomendaron que no fuera yo sólo porque el barrio de Santa Cruz y en especial el cerro de Cuailama están invadidos por asentamientos irregulares, lo que conocemos como paracaidistas. Recientemente habían sido tratados de reubicar por un proyecto de rescate de la zona que tenía el jefe delegacional, al cual habían respondido de forma negativa tratando de lograr tener derecho sobre el espacio que habitaban. Pero para mi buena suerte, en Xochimilco dan visitas guíadas gratuitas a Cuailama. Para este servicio me fué coordinada una audiencia con la subdirectora de planeación turística, la

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Licenciada Samanta A. Segovia Arroyo, ése mismo día en esas oficinas. Me atendió muy amablemente extendiéndome su tarjeta personal con la promesa de programar una cita para visitar con guía los petrograbados y el museo de arqueología que está en el mismo barrio y le pidió a su secretario que me grabara el Cd que me había prometido.

Dos semanas después, acompañado de mi novia y la profesora Ivonne Schonleber llegamos de nuevo a las oficinas de turismo de Xochimilco. Después de media hora de espera llegó nuestro guía que era la misma señora de agradable sonrisa que me había ayudado en mi primera visita. Llevaba sombrero y lentes oscuros y nos preguntó si estábamos listos. Respondimos que sí e inmediatamente partímos. Eran las diez de la mañana en punto.

Nos dirigimos sin problemas a Santa Cruz Alcapixca y en el camino nuestro guía nos contó un poco sobre cómo se despertó su interés por la historia de Xochimilco. Ella era oriunda del lugar, es decir, había nacido y crecido en Xochimilco y siempre tuvo un gran interés por su gente, sus barrios y tradiciones y sobre todo por estos míticos lugares que estaban llenos de leyendas sobre la fundación de su pueblo natal. Nos habló sobre las administraciones que han tenido en esta delegación en los últimos años y lo mal que les había ido tanto a los canales y los trajineros como a los chinamperos, los artesanos y en especial a la zona arqueológica. Entre sus anécdotas, cuenta que hacía dos años, Xochimilco había sido visitado por un príncipe Japonés quien era una figura diplomática de su país (evidentemente). Debido a su importancia política el itinerario presentaba una serie de protocolos entre los que estaba incluido que sólo daría la mano al jefe delegacional y a su secretaria quienes, sin previo aviso, no acudieron al encuentro. El príncipe no quería venir a México sin conocer Xochimilco y aún con el grave impacto que hoy en día han sufrido los canales y el lago de los pájaros -por la contaminación voraz- la evaporación incesante y el crecimiento de la ciudad, quedó impactado por éste oasis urbano.

Tomamos la carretera a Oaxtepec y en menos de quince minutos ya estábamos en Santa Cruz. Había un letrero que decía Cuailama, lo que me dejó muy impresionado. Dimos vuelta a la derecha y avanzamos tres cuadras hasta llegar a una “Y”, ahí no había letrero pero nuestra guía conocía bien la ruta y nos indicó que diéramos vuelta la izquierda y nos mantuviéramos orillados a la derecha media cuadra más. Debajo de un poste con farol, junto a una barda de malla ciclónica que envolvía un terreno baldío tremendamente empinado, nos pidió que nos detuviéramos pues habíamos llegado.

Esa pared empinada cubierta de hierba era el sitio y su entrada era una puerta también de la misma malla que está parcialmente arrancada del marco de tal forma que cuelga como los jóvenes que reciben el cambio y anuncian los destinos en los microbuses . Está poco anunciado y se tiene que tener mucha suerte ó muy “buen ojo” para saber que esa es la entrada a una zona arqueológica.

El recorrido es por un pasillo escalonado de roca que serpentea para subir hasta la cima del cerro, decorado con grafitis de tipologías muy extrañas, y con algunas ofrendas de envases de refresco y papel . Según nuestro guía, Cuailama quiere decir Vieja del bosque o cabeza de anciana y es que es

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muy curioso que aunque en realidad esperábamos ver grabados en piedra, lo primero, lo que da la bienvenida al lugar, es una formación rocosa de unos tres metros de altura en forma de helado de máquina, como los conos de mc donald´s, que parece, desde cierta perspectiva y haciendo un gran ejercicio interpretativo visual, el perfil de una anciana. Unos metros más arriba están los primeros petrograbados.

Fue muy interesante ver que estaban protegidos detrás de barras de hierro como si hubieran arrancado la barda del jardín de un vecino y la hubieran dejado recargada sobre la pared en la que estaba el glifo. Se trataba del Tlamatini, palabra que para algunos pobladores (otomies) quiere decir anciano. Esta imagen que contiene a un personaje con tocado, sentado sobre una pirámide con escalinatas fue mi iniciación a la glífica Xochimilca.

Según una interpretación del profesor José Gonzales Rodríguez (de quien hay una placa en la entrada al sitio) y Herman Beyer, representa a una persona en actitud de reflexión con el cósmos significa “venimos al lugar”. Tal vez sea este uno de los petroglifos más deteriorados del lugar pero es perfectamente visible el contorno de la figura. En verdad me sentí frente a la piedra roseta de Xochimilco. No podía creer lo que nuestra guía nos estaba diciendo pero, lo que no es raro, coincidía con la información que me habían dado en las oficinas de turismo. Por lo menos su discurso concuerda y si bien el documento no presentaba bibliografía, está basado, según los autores que nombra, en el trabajo de un Arqueólogo, el Doctor Jeffrey Parson y los dos profesores previamente citados, uno de los cuales, José González, hizo una recopilación del reconocimiento que las tradiciones de herencia oral hacían a los petroglifos:

La siguiente información es parte de los textos que recibí en las oficinas de turismo en el centro de Xochimilco pero está reordenada para hacerla coincidir con la manera en que se van presentando los petroglifos durante el ascenso al cerro de Cuailama pero sin cambiar la información:

Xonekuil: (bastón), báculo de Huitzilopochtli. Por su forma ideográfica representa la vida y la muerte así como los cuatro ciclos de la tierra.

Es un bastón que tiene discos que representan estrellas puestas en cierto orden, formando una constelación. Este significado de constelación es la evidente razón por la cual fue esculpido en ése lugar que és el más septentrional del cerro de Cuailama. Tiene una barra transversal debajo de la cual hay una calavera y una empuñadura adornada con cuatro cintas anudadas y dos grandes fajas que se dirigen a la izquierda de la imagen.

Este petrograbado también estaba cubierto con barrotes de acero que parecen una medida desesperada por protegerlos. No son nada cómodos y mucho menos estéticos pero al menos aquellos que sí estaban protegidos estaban mejor conservados que los que no y ese es el caso del báculo que se percibe perfectamente. Tiene una pátina que le fue aplicada para conservarlo protegiéndolo del clima que apenas y se alcanza a ver.

Zipaktli: (cocodrilo o lagarto), conocido por la gente Náhuatl del lugar con el nombre de Tlaltippaktli, que traducido al español quiere decir Planeta Tierra. Dentro del calendario Náhuatl representa el primer día del año.

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Es una cabeza de rasgos ofidianos con las fauces abiertas, con colmillos y lengua bífida; características evidentes de una cabeza de serpiente, toda la cabeza está rodeada de puntas y la ceja termina en voluta. En la esquina superior derecha de la imagen está la cifra “UNO”.

Este ejemplara está bien tallado y, a diferencia de los demás, esta enmarcado en una cuadrado como los glifos Mayas. ES considerablemente más pequeño y a un metro frente al báculo y al alcance de la mano ha sido maltratado por los grafiteros quienes lo han decorado con una de sus lindísimas rubricas en color violeta.

Ozelotl: (jaguar). Dentro del calendario es el décimo cuarto día y símbolo del solsticio de invierno, como nahual de Texcatlipoca, su piel representa el cielo nocturno y sus manchas las estrellas.

Se trata de un felino hechando la cabeza hacia atrás con la mandíbula abierta, de la que le salen unas vírgulas que representan su rugido.

El ozelote es simplemente impresionante. Es un dibujo sencillo y con el estilo característico de los felinos Olmeca (Piña Chan, 1962) aunque este origen es un tema que no se discutirá en este texto. Los trazos son figurativos y tienen tanto movimiento que se siente que va apegar un brinco.

Papalotl: (mariposa), la mariposa liba y canta a la resurrección, por lo que simboliza la primavera y al mismo tiempo a la poesía y a la danza; la flor ya extinta se llama Ukalxóchitl.

Se trata de una imagen doble con una flor a la izquierda y una mariposa a la derecha. Son de un mismo estilo y coetáneas. En tanto son representaciones de las cuatro regiones del planeta que para los habitantes del México prehispánico eran disolubles.

La flor que estaba junto a la figura de la mariposa era similar al Alcatráz y es una de las flores sagradas de la región. Tenía una especie de celosía que eran el tallo y las raíces y me recordaon un poco a las enredaderas de calabaza que están grabadas en la roca justo junto a la imagen del Rey. Curiosamente Esta imagen de Cuailana está junto al onzelote ó jaguar, tan sólo a un métro de distancia.

Tonaltetl: (piedra del sol), se le conoce como Nahi Ollin (cuatro movimientos) representa a las cuatro eras o edades de la humanidad y el quinto sol; también a los cuatro rumbos ó cuadrantes del universo y en el centro tiene un rayo solar hacia el norte que otras personas interpretan como un punzón con empuñadura.

En el pensamiento de los antiguos mexicanos, el mundo había pasado por cuatro edades y la vida había sido regida por los cuatro rumbos del universo en los que se encontraba un Dios que reinaba aquella parte del mundo.

Esta es la descripción que los turistas reciben y, como pasa con los museos, transmite un discurso con el que muchas personas pueden no estar de acuerdo. Sin embargo éste el discurso que transmite el pueblo de Xochimilco sobre su propia historia y trata de presentarlo de la manera más digna que le es posible.

Cerro arriba pero no monte adentro, siguiendo el sendero de escalones de piedras hacia la cima del cerro, hay un sistema de plataformas con una serie de montículos. En los costados de las plataformas se pueden percibir las piedras sobrepuestas a hueso que contienen el peso de la materia que forma las planicies. Todas éstas estructura no nos habrían parecido culturales de no

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haber sido por la ayuda del entrenado ojo de la Profesora Schonleber, quien nos acompañaba. Estas bardas continúan cerro abajo en algunas laderas formando pequeñas terrazas que son un tipo de modificación cultural que abunda en ésta región. Muchas terrazas prehispánicas permanecen en uso como sistema de cultivo. Otras son aprovechadas para la construcción de viviendas ilegales. Las terrazas de Milpa alta mantienen una de las principales producciones de nopal en el mundo el cual es, en su mayoría, exportado a Japón.

Desde la cima de Cuailama se alcanza a ver el cerro de la estrella y los volcanes de Sierra Nevada, que ése día estaban escondidos entre la bruma.

Las elevaciones cercanas presentan también terrazas de cultivo tanto en uso como abandonadas. Las que están en las faldas de este cerro están muy erosionadas. La planicie artificial de la cima, tiene vegetación riparia que ha crecido sobre los montículos y en general, en las laderas, está poblado por eucalipto peruano. Citando a la profesora Ivonne ése mismo día: “ ésta especie introducida ha tenido tanto éxito en nuestra región que ha desplazado a las especies locales, lo que se ha vuelto un verdadero problema ecológico”.

También en la cima, tenemos el casco de una hacienda cuyos muros muy probablemente fueron construidos con las rocas de los montículos.

El cerro de Cuailama se conecta al sur con el complejo de la Sierra Chichinautzin y es en ése punto en dónde ha sido más atacado por los asentemientos irregulares. Nuestra guía nos dijo que apenas veinte años atrás aquellos terrenos eran bosque y que una gran parte de los pobladores de Xochimilco están muy tristes por las áreas verdes que perdieron y otros muy enojados porque nunca podrán recuperar sus tierras robadas. Unos pocos, que representan miles, viven muy contentos con una hermosa vista a costa de todos luchando por contar con los servicios básicos de agua, drenaje y luz.

En resumen puedo decir que el sitio arqueológico de Cuailama tiene una gran riqueza que mostrar, tanto por sus materiales prehispánicos, como por la situación social que lo rodea. Desgraciadamente el gran esfuerzo que se hace para preservarlo no ha sido suficiente y la información que reciben los pobladores de Santa Cruz y sus alrededores, no ha logrado cautivar a sus representantes más jóvenes quienes, supongo, son autores de los murales de grafiti que cubren sin discriminar, todas las superficies verticales que encuentran, incluyendo las representaciones simbólicas de la fundación del lugar en el que viven.

Después de regresar al auto seguimos por el mismo camino unos quinientos metros hasta una papelería. Nos estacionamos allí porque aún hacía falta visitar un petrograbado más: La Piedra Mapa. Es una de las representaciones de este tipo más rara que he visto Jamás. Tiene una seria de puntos ó pequeñas incisiones circulares que se supone que marcan todos los manantiales de la región. También tiene un canal, una pequeña pirámide que nos recuerda el glifo del Tlamatini y algunos elementeos icinográficos que están demasiado erosionados como para interpretarlos.

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Aún así, dejamos el cerro motivados a volver pronto y nos dirigimos a la segunda y última parte de nuestra visita: El Museo Arqueológico de Xochimilco.

Volvimos al mismo camino que nos había llevado hasta Santa Cruz y sin salir de ella, pero ahora con dirección a Xochimilco, llegamos al Museo que es una maravilla.

Muy cercano al cerro de Cuailama y con un canal que conecta con el embarcadero de Nativitas que se habría abierto para llegar en trajinera, proyecto que fracasó por la evaporación y pérdida de agua de los canales; y con una fachada bien cuidada, sencilla pero muy notable, el Museo de Arqueología de Xochimilco es de mis favoritos.

En una casa de Bombas del Porfiriato, con una arquitectura modernista rodeada de un tranquilo jardín que resguarda un basamento reconstruido encontrado en una chinampa y una breve colección de petrograbados, organizaron una exposición permanente de piezas arqueológicas que formaban parte de colecciones familiares de los pobladores de la región. También hay materiales excavados y donaciones del gobierno. La museografía es humilde pero muy clara aunque no es tan humilde como la del Museo del Templo Mayor en el Zócalo de la capital. En general es estado del recinto y los materiales que expone es muy bueno.

Está dividido en dos partes ó salas que son el cuarto de máquinas y la Tina ó pozo que a su vez presentan limitaciones espaciales que subdividen las representaciones y el flujo del andar por el museo.

Nos da la bienvenida una roca tallada que representa el glifo de Xochimilco que tiene tres imágines en la parte superior que representan los tres estadios de la tierra de siembra que son: la preparación, la producción, y el descanso. Formando un patrón lineal Horizontal, tiene canoas y canales que rematan con dos flores acuáticas.

De manera resumida podemos decir que el primer espacio de exposición está dedicado a la fundación de Xochimilco y de la llegada de los primeros pobladores humanos a la cuenca con una vitrina que tiene partes de Mamuts, reptiles y venados así como puntas de proyectil de pedernal. En la sala siguiente tenemos herramientas líticas de molienda a demás de desfibradores, alineadores y raederas y muchas piezas cerámicas, la mayor parte constituidas por vasijas de almacenamiento con engobes que van del blanco al negro, bruñidas, con y sin decoración que constituían múltiples tipos. En aquella sala, pegado a la ventana en un espacio que se sentía como un rincón, había una extraña pieza lítica con la forma de un malacate pero del diámetro de una pelota de futbol que contenía inscripciones glíficas. Se asume que se trata de un receptáculo para colocar el corazón de los sacrificados.

En la siguiente sala, un cuarto de muros negros con un techo de menor altura y con muy poca luz, encontramos las piezas dedicadoas a los dioses ehecatl, tlaloc y la reina. Estos personajes aparecen en representaciones de todo tipo en toda clase de materiales pero aquellas piezas que destacan por raras o bien logradas son los braseros.

La siguiente sala es el espacio correspondiente al pozo.

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Es un espacio con techo de doble altura con una columnata central que forma un atrio con pasillos laterales. Cuando atraviesas el humbral que divide los dos espacios de la forma que nosotros lo hicimos, entras a la segunda sala desde el segundo piso por un pasillo que recorre el perímetro interior del edificio. Das la vuelta entera hasta llegar exactamente al lugar opuesto del que entraste y te topas con una escalera de caracol que desciende un piso.

Esta segunda sala expone desde entierros directos hasta entierros dentro de vasijas cerámicas. Tiene un gran ejemplo del aprovechamiento de la obsidiana mostranado una serie de herramientas y lapidaria para el uso personal. Las vitrinas son grandes y muy ricas y la museografía es tan clara que si el Museo de Templo Mayor tuviera la misma suerte su visita sería un par de horas más corta.

Salimos del museo con ganas de seguir viendo. En la entrada, mientras Érika, Ivonne y nuestra guía se refrescaban dentro del coche que se había convertido en un horno, pregunté sobre la asistencia que tenía el museo y me respondieron una impresionante cifra que se suponía era un promedio mensual. Mil personas visitan este museo cada mes. Aquel día era entre semana y había más gente que nosotros pero según dice la directora del museo los fines de semana reciben muchísimas familias y grupos escolares.

Dentro del recinto tiene una sala de usos múltiples en la que suele haber exposiciones temporales y hay una pequeña sala auditorio en la que realizan actividades culturales.

Ahí terminó nuestra visita.

Cuicuilco, Peña Pobre y Villa Olímpica.

Lo que el Xitle se llevó es un buen título para el intento de realizar una reconstrucción histórica de una ciudad olvidada debajo de las lavas petrificadas de un volcán. Una ciudad que los autores modernos han tratado de definir en los últimos años.

Cuicuilco es una palabra de proscedencia náhuatl que quiere decir lugar dónde se hacen ruegos ó el lugar de cantos (Fray Alonso de Motolinia 1571, 2ª edición (1966 p. 330) pero el verdadero nombre, es decir, el nombre que dieron sus constructores originales es desconocido.

En general la literatura que existe sobre Cuicuilco es muy escasa en comparación con el peso que éste nombre tiene en la arqueología pero plantea importantes paradigmas y es que algunos piensan que es un buen ejemplo del paso de los asentamientos aldeanos del preclásico a asentamientos urbanos de la Cuenca en el Protoclásico que fueron abandonados durante la expuisión de cenizas del volcán Xitle y mucho después cubierto por el derrame de lava del mismo (Muller, Florencia. 1990 INAH.)

Cuicuilco es un eco parque con pirámide y Universidad en la esquina que se forma entre las avenidas periférico sur e insurgentes sur. Ha cambiado poco desde que se abrió al público siendo los senderos que restringen la entrada a las áreas naturales protegidas, la variación más importante desde su inauguración. Cuenta con un museo de sitio pequeñísimo pero muy

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ilustrativo en el que se resumen bien las temporadas de excavación que se han llevado a cabo. Éste museo fue construido en 1967 como parte de los preparativos de los juegos olímpicos del año siguiente y sinceramente para pertenecer a este proyecto el espacio es muy pequeño y la información que contiene es sobre zonas muy localizadas.

Hoy en día el museo, si bien está muy bien cuidado, da la sensación de ser viejo. El montaje ya no convence. Sin embargo es excelente para visitar los fines de semana porque se complementa y enriquece con el recorrido a pie que se puede hacer dentro del sitio. En general, sobre Cuicuilco se sabe poco pero lo que hay en la literatura no coincide con el discurso de museo y aún habría por hacer un gran trabajo con el sitio para aprovecharlo como medio didáctico para el público en general.

Con respecto a Villa Olímpica, los basamentos están en dos partes diferentes del parque. Aquellos que formaban la calzada están en un espacio rejado con un segmento de pista de atletismo sobre el circuito que conduce de la entrada del complejo a la zona de oficinas que es el acceso a la alberca, las canchas de tenis y básquet y los gimnasios. Uno de los montículos fue aprovechado para usar como cimientos de un gran monumento de forma circular que se eleva algunos metros anunciando la ignorancia del arquitecto que lo construyó. El otro complejo está entre la alberca y el campo de futbol. Es un basamento de planta rectangular cuyas dimensiones superan las de las demás estructuras dentro del predio.

En el terreno que corresponde a la calzada, aquel que está en la entrada de Villa Olímpica justo a un costado de Insurgentes sur, que debió continuar cruzando insurgentes hasta el basamento circular de Cuicuilco, debe tener cerca de una hectárea y demuestra lo intensas que debieron ser las discusiones para conservar la arquitectura prehispánica que contiene pues tiene un segmento de la pista que había sido trazada cortando el complejo. Es muy extraño. Hay algunos letreros que parecen fichas museográficas, pero la entrada no está permitida al público y no realicé ningún tipo de trámite para que me facilitaran el acceso. Son como elefantes blancos a los que la gente está acostumbrada y en realidad es una pena porque tienen una importancia histórica invaluable. ¿En dónde está el INAH?

Durante este proyecto de salvamento y rescate que se realizó durante la construcción de Villa Olímpica también se encontraron Tronco cónicas (un total de 74) cuyo uso es aún tema de diversas discusiones y que son muy comunes de los pueblos antiguos del occidente de México pero que aparecen también en el altiplano central y la Cuenca.

El problema que ofrece Cuicuilco, y algo muy bello (u orripilante), es que está divido el contexto prehispánico por los contextos modernos quedando tres secciones, siendo a la vez, la correspondiente al edificio de Peña pobre la menos clara pero con mayor potencial de ser trabajada. Con respecto a los accesos a cada sitio, el de Peña pobre está en San Fernando esquina con Insurgentes Sur dirección Norte, Cuicuilco está del mismo lado de Insurgentes pero esquina con Periférico Sur y Villa Olímpica está justo del lado opuesto cruzando la avenida , es decir, en dirección Sur.

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Regresando de Cuernavaca por insurgentes, justo en dónde ésta avenida cruza con la de San Fernando está el parque ecológico de Loreto y Peña pobre. Si volvemos la mirada hacia el, veremos entre los troncos de sus inmensos árboles una serie de terrazas que en cierto punto parecen Metepantlis porque están delimitadas con Magueyes. Estas tienen una forma semicircular en esta cara. Son los restos de otro edificio Prehispánico que pertenece al complejo de Cuicuilco.

Para visitarlo hay que entrar a ese parque ecológico y el acceso es por San Fernando justo después de la entrada a plaza inbursa pero antes de llegar a insurgentes. El parque es pequeño pero tiene un ambiente muy tranquilo. En realidad es agradable caminar y tal vez detenerse a tomar un café. Degraciadamente tampoco es un paseo arqueológico y no cuenta con museografía y toda la información que nos pueden dar está en el museo de sitio de cuicuilco. En Loreto y peña pobre la gente sabe que ese cerrito es una pirámide.

Anexo a Cuicuilco hay una serie de vestigios arqueológicos que se tienen en cuenta como Cuicuilcas entre los que podemos destacar a la pirámide te Tenantongo en el bosque de Tenantaongo, mejor conocido como bosque de Tlalpan ,un montículo en el cerro del Zacatépetl y unos petrograbados que fueron estudiados por Gándara en los años ochenta.

Debí acudir a ambos para éste trabajo.

Ir a Zacatépetl. Hoy en día, es tan complicado como visitar al presidente. Se necesita una carta que exprese la razón de la visita con el aval de alguna institución. Es un pequeño cerro que también quedó cubierto por lava sobre el cual hay un basamento muy deteriorado lleno de trincheras de saqueo y embases de cerveza. Está en medio de la colonia el pedregal, frente al periférico a la altura del bosque de Tlalpan, y es por eso que la seguridad es algo estricta. Actualmente pertenece al INAH pero también es propiedad privada y peor que en Cuialama ó la Etrella, la ciudad se lo come a pasos agigantados. Pienso que es peor que en los dos ejemplos anteriores porque aquí no son asentamientos irregulares sino que son terrenos seguramente vendidos por funcionarios corruptos.

A cerca de la pirámide de Tenentongo, está en la parte más alejada del bosque de Tlalpan.

Frente a la pista de corredores hay un croquis caricaturizado que ilustra diferentes puntos en los senderos que atraviesan el parque. Guíandonos por éste mapa, el bosque es como un gran óvalo del que nace en un extremo un apéndice o península formando una especie de “n”. La entrada por Zacatépetl al parque estaría en la pata derecha de la “n” mientras que la pirámide sería la base de la otra patita. Afortunadamente está señalado y se puede confiar en los letreros. Es el punto 10 del croquis citado.

Entrando al bosque por Zacatépetl, que es calle que pasa detrás del centro comercial Perisur y cruza debajo del periférico hasta llegar al bosque, vamos a caminar siguiendo el sendero que va paralelo a aquel que pasa junto a la pista de corredores hasta topar con pared. Siempre siguiendo la barda vamos a caminar derecho hasta que encontremos un señalamiento que diga pirámide a la izquierda y ahí está. No se recomienda ir sólo porque está algo alejada pero si está bien vigilada. El

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basamento está en mejores condiciones que el de Zacatépetl pero igualmente abandonado. Da la sensación de haber sido construido como una atractivo extra.

A lo largo del bosque hay petrograbados muy deteriorados y en algun lugar hay lo que se piensa como un altar pero nunca he tenido el tiempo para poder caminar con calma y buscar alguno de estos íconos.

En la página del INAH, en el apartado con el título “lo que el Xitle se llevó” encontramos que se propone que ambos (tenantongo y Zacatépetl), por asociación estilística, deben ser Cuicuilcas pero las pocas investigaciones que se han realizado han sido mal dirigidas.

Tal vez un recorrido de superficie realizando sondeos en una retícula digital no le vengan mal al bósque de Tlalpan. Hacer un croquis de los petroglifos y señalarlos en el croquis general del parque podría ser una buena idea. ¿Que es tenantongo? ¿a que cultura arqueológica pertenece? No lo sabemos. Hoy en día es un cerrito de hierbas en el punto más lejano del bósque de Tlalpan.

Cerro de la estrella, el fuego nuevo

El cerro de la estrella está en el corazón de la delegación Iztapalapa y es cede de una de las representaciones de la paisón de Cristo más famosas del mundo. Es posible llegar en Coche desde avenida Ermita que cruza el viaducto Tlalpan o en metro bajándose en la estación Iztapalapa porque la estación Cerro de la Estrella está más alejada a la entrada al parque.

No me fue posible hacer la visita en semana santa ni en fin de semana por lo que no pude presenciar ni la ceremonia de fuego nuevo ni la pasión de Cristo. Fui un jueves por la mañana.

Cuando salí de mi casa llovía fuerte. Mi plan era tomar el metro en la UNAM y bajar en la estación Cerro de la Estrella haciendo un par de transbordes. Esta sería mi primera visita a esa delegación e incluso a esa línea del metro. Muchos compañeros de la carrera viven en las cercanías al cerro y me advirtieron sobre lo peligrosa que puede ser esa colonia pero nadie me explicó que debía bajar en la estación Iztapalapa.

El viaje en metro fue una de los más lentos que he hecho. Por alguna razón el tren se detenía entre cada estación y las paradas eran de hasta quince o veinte minutos. Un recorrido que fácilmente hubiera podido hacer en cuarenta minutos me tomo casi dos horas. Cuando llegue a la que pensaba que era mi estación -“Cerro de la Estrella”- me bajé del metro pero antes de salir a la calle recargué mi tarjeta pensando que me podían asaltar y quitar el poco dinero que llevaba.

En la ventanilla pregunté cómo llegar y me dijeron que la mejor opción sería tomar un pecero. Justo saliendo del metro, en la esquina hay una parada de “Micros” antes de abordar ninguno le pregunté a los choferes por el Cerro de la estrella y todos me mandaron a la estación de Iztapalapa. Ya en el lugar correcto, al salir a la calle me dirigí a un policía y muy atentamente me dió diversas opciones para llegar: Por micro, en taxi ó Caminando .todas eran por el mismo camino. Me heché a andar a pie y al cruzar la calle me encontré frente a una parroquia con un atrio con un bellísimo jardín.

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Volví a la calle y tomé un taxi que me cobró doce pesos con cincuenta centavos. Es muy notable que después de cruzar la entrada al parque, las casas continúan hasta muy alto. No es un cerro muy grande pero según el INEGI, el cerro de la estrella, que es un área natural protegida, ha perdido el 85% de sus terrenos originales y con ellos gran parte de su flora y su fauna, al ser invadida, otra vez, por asentamientos irregulares. Este es un problema grave en todo el país y se debe a la poca confianza que la gente tiene por su gobierno y a la pobreza y a la falte de educación. Es una guerra de estira y afloje que se está llevando entre la patas a las poquísimas reservas naturales que tenemos y que genera toda clase de problemas sociales que uno pueda imaginar. Según la UNESCO, la Ciudad de México no cuenta con el promedio mínimo de áreas verdes que se necesitan para una calidad de vida media, que son de 9 m2 por habitante. La capital tiene 7.5.

Las autoridades dicen que esto no es cierto porque en sus cerros hay bósques, como el Ajusco y la Marqueza. Tenemos suerte de que no hayan dicho que la ciudad está rodeada de un país con grandes recursos naturales porque México es uno de los países más deforestados del mundo.

Pasamos en el taxi hasta dónde se permite la entrada a los coches que es justo después del museo del Fuego nuevo. Junto al auto pasó un señor de unos cuarenta años a quien preguntamos sobre a la zona arqueológica, nos vió raro, se rascó la cabeza y señalando el museo nos dijo: ¡ahí!

Yo respondí –no, pero… los vestigios, señor- y de nuevo me vió de manera extraña y alzando los hombros me señaló la cima y me dijo que tenía que seguir a pie. Le agradecí y se fue.

Baje del taxi y mi plan era caminar a paso veloz hasta arriba y de regreso entrar al museo. Delante de mi, a unos cien metros podía ver al señor que me había dado las indicaciones.

Hice todo mi esfuerzo por alcanzarlo y lo logré justo en la entrada al basamento de la cima, el templo del fuego nuevo. Y es que si algo necesitaba en ése momento era una renovación. El señor me dijo -aquí es, joven-. Yo sonreí y le hice el único ruido que el poquísimo aire que tenía me permitío para decir gracias. En realidad yo creo que no me veía muy bien. Jadeaba con fuerza tratando de llevar aire a mis pulmones, tenía las manos en la cintura y caminaba en un vaivén de quince pasos como los actores en las películas que caminan de un lado al otro en el cuadro de la toma mientras hablan por teléfono. Mientras, el señor, subió y bajó los escalones al basamento como veinte veces.

Cuando me recuperé por completo subí hasta la cima y quedé fascinado con la vista. Ya no llovía y estaba parcialmente nublado. Los pocos rayos de luz que se filtraban jugaban una danza exótica con los cerros del Ajusco y Guadalupe. Estaba tan claro que sentía que me podía poner los pantalones de Santa Fé y tomar una cocacola con hielos en el mirador de Torre mayor. Sentía que podía ver desde Sierra de las Navajas hasta Chalcatcingo. Xochimilco y Chalco eran dos charquitos. También Texcoco estaba en la pintura.

Definitivamente desde la parte más alta del cerro de la estrella se tiene un dominio muy especial de la Cuenca de México. Sólo por ésa vista, ya no digamos la importancia religiosa y el papel socio-

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cultural que juega el cerro ni sus cuevas, petrograbados y estructuras, por ésa imagen perfecta de la ciudad, vale muchísimo la pena visitarlo.

Yo no visité ninguna de las cuevas porque se estaba comenzando a nublar sobre mí y todavía tenía que ir al museo del fuego nuevo.

La ceremonia del fuego nuevo ostenta ser una de las tradiciones más antiguas de nuestro país. Se supone que antiguamente se realizaba con el fin de “atar los años” que transcurrían en ciclos de medio siglo. Todos los fuegos de la cuenca se apagaban y se esperaba la culminación de las pléyades para sacar el fuego nuevo del pecho de un cautivo. Una vez obtenido se repartía a los diferentes señores y así se estaba seguro de que el sol alumbraría nuevamente y el mundo seguiría existiendo (Tríptico informativo del museo del Fuego nuevo).

En sus diferentes salas se exponen pinturas del descubrimiento del hombre de Aztahuacán, una maqueta que ilustra la ceremonia del fuego nuevo, y las reproducciones de las relaciones geográficas de 1580 de Fray Felipe II quien trató de ilustrar los nuevos territorios conquistados.

En el techo de esta sala hay una pintura que es una reproducción del calendario prehispánico segín la interpretación de Fray Diego Durán.

Con el museo culminó mi visita al cerro de la estrella dejando atrás una serie de petroglifos y cuevas que espero poder ver muy pronto.

Además cuenta con una sala de usos múltiples en la que había una exposición de pintura y erotismo y

Museo del templo Mayor

Yo nací en Chetumal Quintana Roo y ningún lugar me gusta más que el Chetumal de mi infancia. Los fines de semana, cuando mi padre no tenía que hacer guardias en el hospital del seguro social en el que trabajaba, salíamos de paseo y así conocí Oxtanká en calderitas a quince minutos de Chetumal. Kohunlich, Uxmal, Limones, Chichen Itzá, Palenque, Cobá, Tulum, El jaguar y seguramente que otros sitios arqueológicos de Yucatán también. Me gustaban muchísimo esos paseos que algunas veces eran de ida y vuelta y otras eran para aprovechar los largos puentes que regalaba la SEP y las diminutas vacaciones que tenían mis papás.

Yo coleccionaba piedras, atrapaba animales y me gustaba subirme a todo lo que se dejaba. En especial llegar primero que nadie a la cima de las pirámides me gustaba mucho. Siempre cargaba con cangurera, en dónde traía mi equipo de arqueólogo (una lupa) y canicas y por supuesto. Al final del día, todas las piedras bonitas, semillas raras y escarabajos y demás tesoros que me encontraba estaban en mu bolsita masculina que llevaba a la cintura. Mi verdadera pasión eran los dinosaurios y leía muchísimo sobre ellos y para mí eso era lo que hacían los arqueólogos: excavar

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para encontrar y analizar cosas antiguas entre las que estaban los dinosaurios y las ciudades perdidas. Era naturalista y coleccionista con una fijación por lo exótico.

Sin embargo, nunca creí ni media palabra de lo que decían ni los guías ni los letreros de los museos, ni los libros de texto y estaba seguro de que todo estaba mal. A demás no conocí a ningún arqueólogo y para mi eran tan lejanos como el pueblo que había tallado las cabezas colosales de San Lorenzo. Lo que más me frustraba, y sigue frustrando hoy en día, era entrar a las zonas arqueológicas y ver tantas cosas reconstruidas. Sentía que había perdido para siempre la oportunidad de ver como las encontraron y hacerme de mi propia idea de cómo hubieran sido cuando estaban habitadas. En verdad me enojaba mucho y casi siempre salía de mal humor.

Mis abuelos paternos y maternos vivían en la Ciudad de México y los visitábamos por lo menos una vez por año. Siempre nos llevaban a algún museo, o a los parques ó al zoológico y hasta a Reino Aventura. Pero en una ocasión fuimos primero a Tlatelolco y después al museo del templo mayor. Lo que sentí en Tlatelolco fue muy raro y hablaré de ello más adelante y por lo pronto me voy a centrar en lo que sentí y ví en esa primer visita que ha sido precedida por lo menos por otras diez.

Estaba muy impresionado con el centro de la ciudad de México. Ha cambiado muchísimo desde entonces. Antes había miles de puestos de vendedores ambulantes y se tenía que tener mucha maestría para esquivar las bicicletas y los diablitos cargados de toda clase de mercancías. Olía a todo y, con práctica, podías distinguir la diferencia del aroma del aceite en el que se freían gorditas del que se usaba para freír pambazos. Había más gente en una cuadra que en todo Chetumal.

Del templo mayor sabía la historia que nos ensañaban en la escuela de la que lo único que recordaba era la imagen de la piedra del sol, la coyolzausqui?? Y la Cuatlicue de los libros de texto; piezas que pensaba que estaban ahí. A demás tenía la idea de que alrededor de la historia de la llegada de los españoles sólo había muchos litros de sangre y mentiras. También recordaba que algo me habían dicho sobre la fundación de Tenochtitlán y yo no veía ningún lago por ninguna parte.

Nunca entendí a dónde se había ido el lago y, como era más ecologista que ahora, me daba muchísima tristeza saber que se había convertido en calles y edificios. Cuando entramos a la zona arqueológica estaba muy alterado porque no entendía nada. Ni las formas de los vestigios ni las explicaciones de los letreros. Pensaba que los arqueólogos habían destruido todas las etapas constructivas para mostrar el corazón y no entendía cómo pudo haber quedado enterrado ése lugar. Me llenaba de lágrimas el pecho, saber que la catedral estaba sobre algún otro templo ó estructura antigua y que la ciudad que hubo antes de la Ciudad de México había desaparecido por completo. No tengo muchos recuerdos del museo en aquel viaje pero si recuerdo a la mega piedra labrada con una mujer “rota” labrada en ella, en ese recuerdo la mujer tiene un rostro mucho más definido del que tiene en le realidad. También recuerdo la oscuridad de las salas y la sensación de descuido de las piezas de las vitrinas.

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No he cambiado mucho mi forma de pensar sobre los sitios arqueológicos pero ahora por lo menos sé porque se ven así.

En mi más reciente visita al templo mayor, visita que hice para el presente trabajo, tuve una ventaja sobre el niño Emilio que había ido la primera vez hace casi veinte años. Esta vez iba sólo y con el tiempo suficiente como para detenerme a ver con calma todo lo que quisiera. En primer lugar los alrededores han cambiado mucho. Ahora es más fácil caminar por el Zócalo y es posible ver las fachadas de los edificios sin la interrupción de una lona estridente que protege un lote de tenis de tallas únicas. Aún así extraño las multitudes de vendedores sin sentir que hagan falta.

Disfruté mucho esta vez. Si bien hizo muchísimo calor, por haber ido entre semana, el museo y el zócalo, estaban casi para mi sólo. Ahora entiendo menos que cuando era niño pero con ojos de adulto, con ojos de un arqueólogo potencial y con la misma necesidad de saber que había pasado ahí exactamente.

Admiro mucho al Doctor Matos y, en especial, me parece ejemplar porque es uno de esos investigadores que trabajan tanto en tantos proyectos que es difícil saber a qué se dedican específicamente y es que hoy, el templo mayor parece el templo de Matos, y no está tan lejos, porque está en todas las fotos, los documentos y la museografía. Ahora cuando veo un Tlaloc me parece una caricaturización de él. Aún así El museo del templo mayor, y que me perdonen sus encargados, está más viejo y descuidado ahora que la primera vez que fui y puedo apostar a que sus fichas bibliográficas, incluso los pocos focos que aún alumbran, son los mismos que cuando me llevaban mis abuelos.

Es un gran museo. Tiene una planeación y diseño únicos y estoy seguro de que sorprende al más exigente de lo públicos, sobre todo porque es muy impresionante el Zócalo y los muros del museo son un gran oasis en medio del tumulto y caos que puede ser el centro histórico de la ciudad.

Esta vez, como todas las demás pero ahora por ser estudiante de arqueología, no pagué la entrada pero el costo hubiera sido de 50 pesos. Lo malo es que no me dieron boletito.

El recorrido comienza en el exterior. Similar a lo que hicieron los arqueólogos en Tlatelolco, el Templo Mayor te recibe con pasillos que protegen el suelo sagrado de Tenochtitlán de los pies impuros de los turistas y te conducen entre todas las capas del cascaron de la pirámide que corresponden a distintas etapas constructivas. En realidad debo decir pirámides (plural) porque hay un templo con dos cuerpos techados en la cima por el que, para llegar, se debe atravesar primero una explanada con ranas y el pasillo de las etapas ojaldradas y otros tres basamentos, a demás de los cuartos reales y el muro Mectepantli. El pasillo de las etapas remata con los restos de un antiguo acueducto que fue un drenaje durante la época Colonial. Su construcción debió cortar el gran basamento y muy probablemente desenterró material prehispánico. Esta gran estructura, la de los cuartos en la cima, está protegida con un techo de lámina y aún tiene frescos y restos de pigmentos rojos. En las escalinatas del frente hay una serie de perfiles con glifos iconográficos de los que nos vamos a acordar cuando hablemos de Teneyuca.

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Continuamos el paseo por estos pasillos elevados y llegamos a lo que se tiene como el recinto de los emperadores. Es increíble la calidad de conservación de la pintura. Aún se alcanza a distinguir bien el rojo, el azul y el amarillo que colorean los muros de estos espacios que se suponen como cuartos rectangulares con patios intermedios que contaban con un buen sistema de drenaje. Rodeamos este complejo y el paseo exterior termina con el impresionante muro de cráneos o mectepantli , el templo rojo y los restos de las estacas que los españoles usaban para cimentar sus edificios en el suelo fangoso del lago clavándolas en el fondo y el piso de los monumentos indígenas.

En toda esa zona la museografía es impecable.

Pero después entré y las cosas cambiaron porque la construcción, planeación, montaje y conservación de un museo techado entre muros es mucho más minuciosa por ecléctica que la de los museos al aire libre.

Dentro están las piezas que se han recobrado de las distintas temporadas de excavaciones desde finales del siglo XIX hasta la fecha. Es un acervo riquísimo bien montado pero mal conservado, por lo menos en cuestión de material informativo y de iluminación por que en realidad el material arqueológico parece estar muy bien.

El Museo es una espiral que conduce por las diferentes etapas de la historia de Tenochtitlán entrelazando la arqueología con un discurso histórico del pueblo Mexica. Trata, con el más puro de los esfuerzaos, de mostrar al mundo la grandeza de la cultura Arqueológica que fundó la primera gran Ciudad en la cuenca de México y la relación y conocimiento del medio ambiente que desarroyó en todos sus años de estancia.

La explicación, como otros museos arqueológicos de México, tiene un fundamento Histórico cultural por lo que los materiales están ordenados y clasificados por materia prima en relación a la industria que los produjo. Siempre tratando de explicar las cuestiones tecnológicas que se requirieron para explotar los recursos accesibles y son acompañados de relatos sobre los estratos sociales.

El museo tiene tres problemas que ya mencioné y estoy seguro de que tienen solución muy sencilla.

El primero es el estado de la museografía. Está muy vieja y la información que contiene ya cambió hasta en los libros de texto. Son hojas que parecen haber sido impresas en un fax y se ven amarillas, esto cuando se ven porque en muchos casos están ausentes. Pocas piezas tienen placas metálicas que resistan mucho al trato que la gente les da.

El segundo problema es que las salas son muy grandes y obscuras y hay tantos focos fundidos que muchas cosas no se alcanzan a ver bien. A la gente le molestaba mucho que no toda la información pudiera ser leída. Y que muchas de las piezas no se vieran.

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El tercer problema es muy curioso y es muy similar a lo que sucede en el zoológico de Chapultepec en dónde los animales hambrientos, somnolientos y enfermos suelen estar guardados en sus jaulitas. Muchas piezas de la colección están prestadas a exposiciones dentro y fuera de México y su vitrina esta ocupada por una foto recargada en uno de los muros de cristal con una leyenda que dice: prestada por exposición.

Esa situación es muy común. Es un problema que comparate con otros museos con exposiciones permanentes. Al curador de la exposición que anda de viaje y al encargado del museo donante no les parece necesario sustituir las piezas prestadas por otras diferentes o tal vez esa tarea no sea sencilla per es un hecho que en el MUTEMA se encontraran con muchas vitrinas vacias.

Por todo los demás este museo es muy bonito y se encuentra muy buenas condiciones. Ofrece actividades como cursos de verano para niños y telleres infantiles los fines de semana. Tiene un proyecto de excavación en el ala oriente que ha sido muy rico y estoy seguro de que las investigaciones en el ZOOcalo seguirían para siempre por lo que la actual etapa de abandono parcial por la que atraviesa es sólo un ratito de su historia.

Cuando cruzas la barda del perímetro el museo para salir de él, una extraña sensación de inseguridad invade tu cuerpo y sumada a ella una gran nostalgia circula las venas al ver a los danzantes y sahumadoras que ahora viven de sus representaciones teatrales.

Tlatelolco

La primera vez que estuve ahí, antes de conocer su historia, fui como una de esas visitas que hacía con mis abuelos a los lugares históricos de la ciudad. Esta vez tuve todo el viaje un gran enojo porque sentía que los vestigios arqueológicos estaban mutilados. Además, algo muy raro que aún recuerdo muy bien, es que en los pasillos interiores por los que se camina, veía sangre. Veía todas las paredes llenas de sangre pero no sangre escurriéndose, fresca, sino una especie de pátina seca que cubría las piedras que yo sabía que era sangre y me puse muy triste.

Estaba tan enojado que no me acuerdo ni de la catedral ni del antiguo convento. Esa tarde supe lo que había pasado en el 68 y nunca pude quitarme de encima la sensación de zona guerra que me provocó esa visita.

La primera vez que visité sólo el lugar fue a principios del semestre pasado para acudir a una representación teatral como parte de los eventos programados para el aniversario de los hachos ocurridos en el 68. Veríamos una obra de teatro dirigidi por Carlos Corona. En ella participaba nuestra profesora de redacción que estudio dramaturgia en la UNAM. La obra estuvo, perdón por la expresión, Chingonsísisma.

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En aquella ocasión me aprendí muy bien el caminito desde el metro hasta la plaza de las tres culturas: saliendo del carro caminas por la derecha y sales a la calle por la puerta que queda frente a ti. Llegas a un pequeña explanada que continúa al frente hasta llegar a unos jardines en los que hay muchos edificios antiguos de departamentos. Ahí das vuelta a la izquierda siguiendo el sendero techado hasta llegar a un punto en el que el camino se bifurca. Seguimos el recorrido por el lado izquierdo hasta llegar a otro jardín que da a la calle. Cruzamos con cuidado y atravesamos el parque hasta llegar a otra pequeña calle. Nos subimos a la banqueta del lado derecho y continuamos de frente pasando debajo de la calle y listo, llegamos a la plaza de las tres culturas.

Es un lugar muy tranquilo, aparentemente pero no hay que confiarse. Suele ser silencioso como un cementerio, a peasr de que está entre dos avenidas muy transitadas.

En Tlatelolco podemos visitar una de las zonas arqueológicas más bonitas de la ciudad, una iglesia de más de medio milenio y un ex-convento que lleva el mismo nonmbre que la plaza y admirar los antiguos recintos administrativos del país que quedaron manchados por los acontecimientos atroces de la noche del 2 de octubre de 1968.

El semestre pasado tuve una clase en Tlatelolco guíada por los arqueólogos que estaban trabajando y esa será la narración que usaré para el presente trabajo.

Tres grandes obras se estaban realizando y dos de e ella nos recuerdan que en nuestra disciplina hay que estar preparados para todo.

En la estructura conocida como gran basamento habían hecho algunos análisis de prospección con inducción de descargas eléctricas con el fin de realizar un plan de excavación para estudiar las etapas constructivas. Cuando estuvieron listos para excavar comenzaron a quitar las piedras de la superficie. Por otro lado, en la estructura del templo mayor de ese sitio, comenzaban la remoción del material del centro de la estructura desde el plano que forma si cima con la finalidad de llegar hasta el suelo firme, por dentro, para estudiar sus estapas de construciión y con la información recabada de ambos sitios se trataría de reconstruir una cronología de a sociedad que los consruyó. (histórico cultural)

Las dos investigaciones se descarrilaron por eventos muy singulares.

En la excavación del gran basamento comenzaron a surgir entierros cosa común y particular en Tlatelolco. Tuvieron que pedir permiso para convertir lo estaba pensado como una cala en una gran excavación que abarcaría un tercio de la superficie de esta estructura. Los entierros estaban todos acostados boca arriva pero aparecían unos encima de otros con una delgada capa de tierra compacta que impedía que los huesos se mexclaran. Las ofrendas no eran muy ricas y era de llama la atención que la mayoría de los restos pertenecía a indivuos jóvenes, de ambos sexos y de múltiples “razas”.

El Encargado de las investigaciones temblaba cada vez que alguien mencionaba la matanza del 68 pero era un hecho de que el entierro era colonial. En total habían descubierto 114 entierros, con múltiples orientaciones y sin rasgos ni evidencia de alguna enfermedad, una peste.

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Con respecto al pozo de sondeo que hicieron en el templo mayor, un pequeño accidente les había surgido. Dentro de pozo una lámina de triplay evito que los muros de la excavación colapsaran hacia adentro pero no fue suficiente para evitar que este pequeño derrumbe se manifestara en el exterior de la estructura que ahora tenía en la cara norte una enorme grita unida con grapas de metal. Este edificio se pudo haber perdido durante éste trabajo y ahora no sé como seguirá.

Tanto la aparición de los entierros de la que aún no se tenía una hipótesis porque ni los pobladores ni los vestigios han sido analizados con detalle, como el pozo del templo mayor lograrían cumplir con sus objetivos porque estaban dedicando todos sus fuerzas a los trabajos pertinentes de salvamente y rescate.

Mientras tanto en el convento de Santa Cruz Tlatelolco se estaba llevando a cabo la adaptación de unas excavaciones de un sitio histórico para convertirlo en museo, dentro del recinto en un extremo este de la fachada pero con acceso el interior.

Se trataba de un sitio conocido como caja de agua. Las cajas de agua eran antiguos sistemas de almacenaje que construían en donde existía corriente ya fueran manatiales o riachuelos. En el Convento de santa cruz Tlatelolco esta caja de agua era alimentada por los canales de el lago que conectaban el lugar con el zocalo y Xochimilco, antiguemente.

La excavación tenía un metro cuarenta de profundidad y empezaba en el piso original del recinto. A 40 cm comenzaban una serie de pinturas murales que debieron adornar las paredes del lugar. Tenían dibujos dónde el tema central eran las actividades lacustres de la región en la época colonial.

El museo tendría en exposición materiales cerámicos restaurados de época prehispánica, material textil y vidrio colonial así como curiosidades conm cocacolas y chicles que encontraron en una excavación en los 80.

En la entrada el piso es de cristal por lo que se puede caminar encima de la excavación para acercarse y poder ver bien las pinturas.

Acuallmete este museo está abierto al público pero las excavaciones de el gran basamento y templo mayor ya se terminaron.

Tlatelolco es un lugar muy bonito y es una de las visitas obligadas de la Ciudad de México pero aún con una red de historias y acontecimientos importantes de la zona aún no tiene un buen museo de sitio que ofrecer. El que estaban comenzando era un gran ejemplo muy bien montado pero aún muy pequeño.

Tenayuca y Santa Cecilia

De todos los sitios visitados estos dos eran los que me quedaban más lejos. Es curioso como las distancias dentro de una ciudad como la de México son tan grandes que en comparación, el tiempo que se hace para recorerla de un extremo a otro en metro y microbús es el mismo que

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toma atravesar el estado de Querétaro desde sus límites con el estado de México e hidalgo hasta su frontera con Guanajuato.

Pero cuando se tiene suerte y el tráfico avanza a favor se puede hacer la misma operación en una fracción mucho menor de tiempo. Así me fue a mi el día que conocí Tenayuca.

Atravesé la ciudad en metro recorriendo todas las estaciones de la línea Universidad-Indios Verdes desde la UNAM hasta cerquita del Politécnico Nacional. En Indios Verdes tome un pecero que me dajaba sobre la avenida canal de Vallejo a un par de cuadras de la parroquia que tenayuca.

Desde mi casa en el centro de Tlalpan hasta las faldas del cerro Tenayo hice una hora.

Tenayuca está en el municipio más densamente poblado del país y probablemente uno de los más poblados del continente. También es el que registra más asesinatos y asaltos violentos en la zona metropolitana. Yo sabía estas cifras antes de ir por lo que todo el tiempo tuve la sensación d tener que cuidarme las espaldas y tratar de no sacar mucho ni la cámara n el celular.

Aúnasí, el centro de tenayuca es un lugar tranquilo, muy tranquilo. La gente en la calle está haciendo sus actividades cotidianas como compra de alimentos e insumos y es de llamar la atención que hay mucha gente mayor.

El zocalito es muy humilde pero lo mantienen muy limpio. Es muy de llamar la atención el fenómeno de zócalo con pirámide adosada, aunque por derechos de antigüedad debería decir la pirámide con iglesia adosada, en este lugar.

La parroquia es muy breve y sencilla a demás de que es muy claro el uso del material del basamento en los muros y contrafuertes de la iglesia.

El basamento es enrome. Mucho más grande que templo mayor en el zócalo o Tlatelolco. Está bardeado y protegido con alambre de púas. Esto es de llamar muchísimo la atención. El acceso es por un costado en lado opuesto a las escalinatas. Tanto la pirámide como la iglesia están orientados al Sur oeste. El día que fui no fue el mejor. El museo tenía casi un mes cerrado porque estaba en remodelación y cambiarían las piezas que exibía.

Aquel día llegue a media jornada de trabajo de limpieza y restauración de los monumentos que rodean el basamento. En la parte de atrás y en los constados tiene una larga fila que recorre todo el perímetro de cabezas de serpientes. Algunas aún conservan restos estucados con los colores originales. Estas serpientes son mencionadas por Hernan Cortéz en su salida de la ciudad de México el día de la noche triste.

También en cada costado hay un altar. En realidad todo se ve muy falso y reconstruido. Fue uno de los trabajos de arquitecto Marquina quien tenía una gran visión de la construcción prehispánica pero que no conicidía del todo con la realidad. Realidad que se nos ha escapado con el tiempo y que tal vez nunca logramos recatar.

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Anteriormente estaba permitido escalara a la cima pero hoy en día el acceso está restringido a aquellas personas encargadas de la conservación del monumento.

Mucha gente me había dicho que la pirámide estaba muy abandonada y en malas condiciones. Pero debo suponer que las actuales actividades de restauración han sido muy buenas porque el lugar estaba muy limpio y libre de grafitis, lo cuales llenan casi toda la barda que protege la pirámide.

Desgraciadamente no pude tener un entrevista con la encargado del proyecto de restauración y la nueva curación y organización de la salas del museo por lo que una promesa de volver pronto será cumplida con urgencia en esta vacaciones.

Después tenía planeda la visita a Tenayuca dos y a Santa Cecilia.

Tenayuca dos está a un par de cuadras caminando desde el centro de Tenayuca por la calle en donde está la entrada a la pirámide, en dirección al cerro Tenayo cruzando el canal de Tlanepantla.

Desde la calle, entre unidades habitacionales de edificios de 6 pisos se alcanza a ver un gran solar enrejado, con un jardín empastado muy bien cuidado que tiene al centro lo que parecen vestigios de una antigua construcción. Cuando llegué a la entrada había junto al letrero con los horarios de visita que tiene un enorme logotipo del INAH, una manta que decía que los trabajadores del INAH apoyaban y se unían a las causas del “SME”. El sitio estaba cerrado. Fue una gran decepción porque llegar hasta allá pasa nada… además es conocido como el palacio de Xólotol, uno de los fundadores del imperio Mexica y eso no es un hipótesis arqueológica sino un relato con fundamentos históricos. Ni modo, no tenía otra opción que la de continuar en Santa Cecilia.

Para llegar hasta a ella mi plan original era hacer el recorrido a pie pero después de pedir referencias un par de veces me dijeron que con mi cara de guerito no iba a llegar muy lejos, que mejor tomara un pecero o un taxi.

Tomé un taxi que me costó veinte pesos. No parece caro pero exactamente cuatro veces el precio del camión pero no me arrepentí porque cuando llegamos, si bien tiene una apariencia más colonial y amable, está lleno de jóvenes de aspecto agresivo que están sin hacer nada. Siempre he sido mucho de pasear a pie y meterme por donde no me importa y es la primera vez que me siento inseguro. Ni siquiera en Tepito había tenido esa sensación.

No era por la mayoría de la gente, al contrario, la mirada de los pobladores de Santa Cecilia es una mirada sincera de ente de pueblo y su barrio es un lugar muy limpio y muy digno, incluso más que Tenayuca. Pero los grupitos de chavos que andan en la calle percen de armas tomar; incluso la demás gente los ve como si su presencia les pareciera molesta.

Para mi mala suerte la pirámide, que por cierto también está perimetrada por una barda, estaba cerrada con el mismo letrero del apoyo a los trabajadores del SME. Está también cercana a la iglesia y conservan la misma orientación pero aquí aparece a espaldas de la parroquia y ambas están en una especie de callejón.

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El atrio de la iglesia, la iglesia y la pirámide están en fila india. Nunca había visto esa formación en la aquitectura urbana ni colonial ni prehispánica. La pirámide también está completamente reconstruida y se parece muchísimo a las maquetas del templo mayor en el zócalo. El jardín que la rodea está perfectamente cuidado y las casas del barrio, si bien son muy modestas, son de estilo colonial, muy bonitas. Hay muchas bugambilias que ese día estaban bien floreadas y todo el conjunto logra un panorama muy lindo, de pueblo de provincia, que remata con la cima del cerro Tenayo pero contrasta totalmente con la hostilidad que refleja una parte de la población de una de las comunidades más pobres de la ciudad.

Así terminaba mi paseo. Para regresar tuve que tomar un transporte que me dejara en una parada de camión sobre la autopista México-Querétaro que es parte del periférico en ése punto. Espere quince eternos minutos hasta que subí al pecero que me llevaría de regreso al metro indios verdes en dónde podría atravesar de vuelta la ciudad hasta la UNAM.

Comentarios

En general puedo decir que mi visita a estos diez sitios ha sido muy valiosa para mi carrera porque ahora tengo un panorama más claro sobre el gran problema de comunicación que existe entre los arqueólogos y la población en general. Me da una gran pena saber que los discursos que producimos no puedan llegar a toda la gente que deberían y que por esto no se haya logrado construir un respeto sincero por el patrimonio arqueológico de todos. Si a esta falta de información le sumamos el resentimiento que existe en muchos sectores sociales podemos entender que monumentos como los glifos de la fundación de Xochimilco estén cubiertos de violeta en aerosol.

Nuestra generación de arqueólogos tiene una durísima labor que es la de lustrar el nombre de nuestro trabajo y hacerlo llegar a todos. Que nuestros esfuerzos puedan tener frutos compartidos con la sociedad depende del enfoque de los nuevos proyectos y la continuidad e importancia que se dé a la difusión digna del conocimiento arqueológico.

Reseñas

Para este trabajo no voy a agregar ninguna referencia bibliográfica porque es una narración anecdótica propia. Pero si quisiera extender un agradecimiento a la subdirección de turismo de Xichimilco por su magnífica atención y la gran ayuda que me brindaron. Igualmente aurero agradecer a las direcciones de los Museos Templo Mayor y Tlatelolco por hacer válida mi credencial de estudiante y permitirme el acceso gratuito a sus instalaciones. Por último un agradecimiento anónimo a los conductores de taxis, vendedores de chicles en las calles, y señores que se ejercitaban en el cerro de la estrella por haberse dirigido respetuosa y amistosamente a un joven siempre perdido y con prisa que visitaba su pueblo.

Con respecto a las imágines, perdí casi toda la información de mi computadora, razón por la cual no pude entregar a tiempo el trabajo pero anexo en el CD un archivo con todas las que pude recuperar.

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