Armagedon. La Derrota de Alemania - Max Hastings

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  • ARMAGEDN

    MEMORIA CRTICA

    MAX HASTINGS

    ARMAGEDON

    La derrota de Alemania, 1944-1945

    Traduccin castellana de David LenGmez

    REALIZADO POR MAKANO

  • A Penny, que lo hace todo posible

    Hoy se ha puesto el sol sobre mssufrimiento del que jams haya visto elmundo.

    WINSTON Churchill, 6 de febrero de1945

    Llevbamos una existencia en la que lavida de las personas no tena valor enabsoluto: lo nico que importaba era lasupervivencia de uno mismo.

    GUENNADI VNOV, teniente delEjrcito Rojo

  • Introduccin

    Cierto diccionario define el Armagedncomo el campo de batalla decisivo delDa del Juicio Final y, por extensin,cualquier lucha final a gran escala. Lasltimas campaas de la segunda guerramundial libradas en Europa cercaroncon su sangriento abrazo a ms de cienmillones de personas dentro y fuera delas fronteras del Gran Reich de Hitler, ysus resultados cambiaron de formaradical las vidas de muchas otras. Losmeses ltimos de la contienda seconvirtieron en el final ms apropiado,por lo terrible, de la experiencia humanams desastrosa que haya conocido lahistoria.

  • El presente volumen tiene sus races enOverlord, mi anterior libro, quedescriba la invasin de Europaemprendida el Da D, en 1944, y lacampaa de Normanda. La narracinacababa con el decidido avanceprotagonizado por estadounidenses ybritnicos en el mes de agosto. Despusde la rpida victoria lograda en todaFrancia, no fueron pocos los soldadosaliados que se convencieron de que lacada del imperio de Hitler no tardaraen producirse. Overlord se cerrabacomo sigue:

    En tantos aspectos parecen pertenecerlas batallas libradas en los Pases Bajosy el resto de las fronteras con Alemania

  • a una poca diferente de las que seentablaron en Normanda, que resultaasombroso pensar que la de Arnhemtuviese lugar apenas un mes despus quela de Falaise; que semanas despus dehaber sufrido una de las mayorescatstrofes de la historia contempornea,los alemanes hallaran la fuerzanecesaria ... para prolongar la guerrahasta mayo de 1945. Si este fenmeno sedebe a las mismas cualidadesasombrosas de los ejrcitos de Hitlerque tanto dao permitieron

    causar a los aliados en Normanda esuna pregunta que deber responderse

    en otro lugar.

  • La primera parte del presente volumenabarca, precisamente, esta cuestin. Hetomado como punto de partida el deseode satisfacer la curiosidad que meprovocaba el que los alemanes nocejasen en su resistencia en 1944, pese ala aplastante superioridad deladversario. A menudo se afirma que losaliados occidentales tuvieron que vencertoda una sucesin de ros caudalosos ycomplicados elementos del relieve parairrumpir en el corazn de los dominiosdel Fhrer. Sin embargo, las fuerzas deste no tuvieron grandes dificultadespara superar tales obstculos durante laguerra relmpago de 1940. En 1944 y1945, aqullos contaban con unpotencial blindado y areo del que

  • jams haban gozado los nazis.

    En tanto que la mayora de los estudiosque se ocupan de los ltimos meses dela guerra se centra en el frente oriental oen el occidental, ste aspira, ms bien, aofrecer una visin de conjunto. Entre lossoviticos y los angloamericanos noslo se hallaban los ejrcitos de Hitler,sino que se abra un gigantesco abismopoltico, militar y moral. He tratado deanalizar cada una de las facetas de estehecho y presentar, de este modo, elmarco en que se desarrollaron lasbatallas de Patton y Zhkov, Mont-gomery y Rokossovski. As y todo, hepreferido pasar por alto la campaaitaliana, pese a la gran influencia que

  • ejerci en lo tocante a la lucha porAlemania, al absorber un dcimo de lasfuerzas de la Wehrmacht durante los dosltimos aos de la contienda, ya quehabra resultado abrumadora para lanarracin. A la labor llevada a cabo endiversos archivos he sumado unas cientosetenta entrevistas mantenidas contestigos de aquella poca en Rusia,Alemania, el Reino Unido, EstadosUnidos y los Pases Bajos. La queestamos viviendo es la ltima dcada enque ser posible recoger testimonioscomo stos, pues, si bien son muchas laspersonas capaces de recordar de formavivida lo sucedido, lo cierto es quetodas son ya muy ancianas. Aquellosjvenes sanos, capaces, vitales y a

  • menudo valientes y bien parecidos queprotagonizaron los hechos quedeterminaron el sino de Europa hacesesenta aos son hoy personasencorvadas y frgiles que cumplen, alcabo, con el destino que nos ha sidoasignado todos.

    Hace tiempo, me fue de gran ayudaconocer a generales estadounidenses ybritnicos como sir Arthur Harris, PeteQuesada, James Gavin, J. LawtonCollins o Pip Roberts. Sin embargo, hoyapenas quedan con vida testigos que, ala sazn, ocuparan un puesto mayor queel de comandante. En lo que a militaresde mayor graduacin se refiere, hetenido que recurrir a manuscritos

  • inditos y a las copiosas colecciones denarraciones orales que se conservan enEstados Unidos, el Reino Unido yAlemania. Los historiadores hanrecibido con los brazos abiertos elreciente aluvin de memorias escritaspor veteranos, y publicadas de formaparticular. Como quiera que este librodescribe una tragedia humana, ms queuna epopeya blica, he querido recoger,asimismo, el testimonio de no pocasmujeres rusas y alemanas. Lasexperiencias que vivieron durante laguerra merecen ms atencin de la quehan recibido hasta la fecha, y van muchoms all de sus vivencias en cuantomeras vctimas de violaciones.

  • En Overlord sostengo la tesis de que lasfuerzas armadas de Hitler fueron las mspoderosas de cuantas contendieron en lasegunda guerra mundial. Tras supublicacin, tuvo lugar todo unmovimiento revisionista que expres susargumentos en contra de esta teora. Dehecho, no faltan, sobre todo en EstadosUnidos, quienes hayan escrito obras enlas que aseguran que autores como yomismo otorgamos a la actuacin de losalemanes un valor mayor del quemerece. En realidad, algunos de ellos sedejan arrastrar por una evidente euforianacionalista. Cierto historiador militarnorteamericano conocido mo, observ,con tino y sin la menor envidia, que unode sus colegas, escritor de gran fortuna

  • editorial, haba dado en erigirmonumentos ms que en escribirhistoria al publicar una serie devolmenes consagrados a rendirhomenaje al soldado estadounidense.

    Un compatriota suyo, veterano de lacampaa del noroeste europeo, alaba loslibros de Stephen Ambrose afirmando:Nos hacen, a m y a los mos, sentirnosorgullosos de nosotros mismos. Lacreacin de obras romnticas en torno ala experiencia militar, capaces deinflamar los corazones de un buennmero de lectores, no tiene nada decensurable, siempre que queden bienclaras las limitaciones de que adolece elrelato en lo tocante a su valor

  • historiogrfico. El presente volumentambin trata de dar vida a las vivenciasde quienes lucharon en la contienda,aunque tiene como finalidad principal elanlisis objetivo. Defender Alemaniacuando todo estaba en contra requerauna destreza militar mucho mayor que laque demostraron los atacantes, y msan teniendo en cuenta que todas lasoperaciones alemanas estaban sometidasa la direccin de las manos muertas deHitler. Cierto es, sin embargo, quedesde que escrib Overlord hancambiado mis propias ideas al respecto,no en lo rea-cionado con la actuacinde los combatientes en el campo debatalla, sino con respecto a susignificacin, sentido en que intervienen

  • cuestiones morales y sociales msimportantes que una estrecha valoracinmilitar.

    En Alemania, en 1945, tuvo lugar unchoque cultural entre sociedades quehaban experimentado la segunda guerramundial de modos diametralmenteopuestos. Tanto el dao que infligieronsoviticos y alemanes como el quehubieron de soportar tienen poco quever con la guerra que conocieronestadounidenses y britnicos. Entre elmundo de los aliados occidentales,poblado por hombres que no habandejado de esforzarse por conducirse contemplanza, y el universo oriental, en elque se imponan las pasiones ms

  • elementales, se abre un verdaderoabismo. Pese a que no faltaron en losejrcitos de Eisenhower individuosllamados a sufrir indeciblemente, lo quevivi la mayora de ellos cae dentro delo propio de una guerra. La batalla deArnhem, pongamos por caso, seconsidera un acontecimiento pico. Contodo, la experiencia blica de muchos delos britnicos que participaron en ella selimit a unos cuantos das. En el bandoaliado, apenas murieron tres millares dehombres. Uno de quienes sirvieron en elnoroeste europeo, el capitn lordCarrington, rememora con cario supertenencia al regimiento blindado deguardias granaderos. Habamos estadojuntos durante un largo perodo

  • declara. Puede parecer extrao, peroaqul fue un tiempo muy dichoso.Eramos jvenes, y estbamos deseososde aventuras. Adems, bamos ganando.Cada uno de nosotros tena a sualrededor a todos sus amigos: ramoscomo una familia feliz. No tengointencin alguna de generalizar hasta elpunto de afirmar que los soldadosbritnicos y estadounidenses disfrutarondel conflicto. A pocas personas en susano juicio puede gustarles la guerra.Sin embargo, a muchos de los quehaban tenido la suerte de escapar a lamutilacin o a la muerte les resultsoportable el bienio de 1944 y 1945.Muy pocos norteamericanos profesarona los alemanes un odio comparable al

  • que provoc contra los soldadosnipones el ataque de Pearl Harbor,sumado a la tica cultural que pusieronde relieve los combatientes de Japndurante la Marcha de la Muerte, tras lacaptura de Bataan.

    Por el contrario, entrevistar a veteranossoviticos o alemanes constituye unaexperiencia muy poco agradable. Unos yotros padecieron atrocidades demagnitud muy distinta. Entre ellos, erafrecuente el caso de los que luchaban enla misma formacin de combate duranteaos, sin rns interrupcin que a la queobligaban las heridas de guerra. Laexistencia de los sbditos de Stalinestuvo ligada a desgracias indecibles,

  • antes incluso de que los nazis entrasenen sus vidas. He conocido a muchaspersonas que perdieron a sus familiasdurante las hambrunas y las purgasanteriores a la era que se inaugur en1941. Cierto entrevistado me hizo saberque sus padres, campesinos iletrados,fueron vctimas de una denunciaannima procedente de sus vecinos ymurieron fusilados en 1938, en unaprisin situada a las afueras deLeningrado, hoy San Petersburgo. Unamujer que oa nuestra conversacinexclam: Los mos tambin perdieronla vida en esa prisin!, con el mismotono que emplearamos en Nueva York oLondres al descubrir que la persona quenos han presentado asisti a la misma

  • escuela que nosotros.

    Tras su declaracin, una compatriotasuya le advirti en tono sombro: Nodeberas hablar de esas cosas delante deun extranjero. En Rusia no existeninguna tradicin en lo tocante a labsqueda de la verdad histricaobjetiva. An hoy, entrados ya en elsiglo XXI, resulta difcil persuadir a losms nacionalistas de que hablen confranqueza de los aspectos ms crudos desu vivencia blica. Casi todas lasinvestigaciones de relieve en torno alperodo en que se libr la guerra sonobra de eruditos de fuera del pas; losrusos, como si siguieran el ejemplo desu presidente, prefieren correr un tupido

  • velo sobre la poca de Stalin. En lacontienda murieron unos veintisietemillones de ciudadanos soviticos, entanto que la suma de las vctimasmortales de estadounidenses, britnicosy franceses no llega al milln.1 Decualquier modo, el respeto que merecenlos logros del Ejrcito Rojo no resta unpice de la repugnancia que despiertanla tirana estalinista, que en nada puedeconsiderarse mejor que la de Hitler, ylos actos cometidos en nombre de laUnin Sovitica en la Europa oriental.Tanto los estadounidenses como losbritnicos habitaron, a Dios gracias, ununiverso diferente del que vivi elsoldado sovitico.

  • En cuanto a los alemanes, hace unosaos, compareciendo ante una cmara detelevisin en la tribuna de Hitler enNremberg, expres mi total admiracinpor el coraje con el que haba hechofrente la generacin de posguerra allegado nacionalsocialista. Despus delrodaje, nuestra investigadora, una jovenalemana que ha trabajado en bastantesdocumentales acerca de aquel perodo,se acerc a m. Perdone me dijo,pero creo que est equivocado. En miopinin, nuestro pueblo no ha dejadonunca de negar todo lo relativo a laguerra. Desde entonces, he pensadomucho en aquellas palabras, y hellegado a la conclusin de que, en parte,estaba en lo cierto. Muchos jvenes

  • alemanes adolecen de una extraordinariaignorancia con respecto al perodo nazi.Por su parte, algunos de los msancianos parecen menos atormentadospor la culpabilidad histrica que cuandotuve los primeros contactos con sugeneracin, hace ya un cuarto de siglo.Da la impresin de que los horrores deaquellos aos hubiesen sido perpetradospor gentes que apenas tienen vinculacincon los pensionistas observantes de laley que hoy habitan en confortableshogares en el centro o la periferia deMnich, Stuttgart, Nremberg o Dresde,convertidos en ciudadanos de bien de laUnin Europea.

    Una de las mujeres a las que entrevist

  • se encontraba, en mayo de 1945, con sumadre y sus hermanos, aterrorizados, enuna casa de campo del Bltico cuandoirrumpieron dos oficiales soviticos.Uno de ellos comenz a sermonearlos enun alemn fluido acerca de los crmenescometidos por su pas en la UninSovitica. Fue horrible me decatener que or todo aquello cuandosabamos que no habamos hecho nada.malo. Apenas puede sorprendernosque la adolescente que era en 1945entonces pensase de ese modo, aunque sque en 2002 conservase esa mismaconviccin. Los alemanes dan muestrasde una firmeza cada vez mayor por loque respecta a los crmenes de guerra delos aliados. En este sentido, comparto la

  • opinin de los historiadores alemanesque, como Jorg Friedrich, sostienen quelos britnicos y los estadounidensesdeberan afrontar con mayor honradezsus indudables yerros, errores que enocasiones fueron de bulto. Caberecordar, por poner un ejemplo, que en1945 se ahorc a un nmero nadadespreciable de alemanes por matar aprisioneros. Pese a no ser inslito entrelos militares aliados, semejantecomportamiento apenas hizo que setomasen medidas disciplinarias alrespecto. En junio de 1942, losneozelandeses masacraron al personalmdico y los heridos de un puesto desocorro alemn en el norte de Africa, ynadie ha pedido cuentas sobre el

  • particular, aun a pesar de que elepisodio est bien documentado. SkipMiers, comandante de un submarinobritnico, ametrallaba sistemticamentea todos los supervivientes alemanes delas embarcaciones que hundi en elMediterrneo durante 1941. Cualquieroficial nazi capturado en 1945 habrasido ejecutado por llevar a caboacciones similares. A Miers, sinembargo, lo condecoraron con la CruzVictoria y lo ascendieron a almirante.

    No obstante, tal como indiqu a JorgFriedrich durante un debate televisivo,cualquier alemn prudente deberapensrselo dos veces antes de de-

    cir nada que implicara una equiparacin

  • moral de los excesos aliados con loscrmenes nazis. No puedo menos deadmirar la actitud de Helmut Schmidt,antiguo canciller de la RepblicaFederal de Alemania, con quien mantuveuna entrevista en torno al tiempo en quesirvi en la Luftwaffe, en calidad deoficial de artillera antiarea. Alpreguntarle cul era su opinin acercadel comportamiento demostrado por elEjrcito Rojo en Prusia Oriental,respondi: Nunca oir, de un alemncomo yo, nada que pueda hacer pensarque est comparando lo sucedido enPrusia Oriental con los actos llevados atrmino por el Ejrcito alemn en laUnin Sovitica.

  • Huelga decir que algunos de los viejospartidarios de Hitler siguen manteniendouna actitud impenitente. Entrevistando aun antiguo capitn de las Waffen SS ensu domicilio, repar en las medallas einsignias que tena expuestas en la paredde su saln, distintivos que, veinte aosatrs, habran estado guardados en unlugar discreto. Tras escuchar suextraordinario testimonio, seal,tratando de ser irnico, que parecahaber disfrutado de su experienciamilitar. -^Ach\ exclam.Aqullos s que fueron buenos tiempos!Los dos acontecimientos msimportantes de mi vida fueron mi juracomo guardia personal de Hitler, en1934, y el mitin de Nremberg, en 1936.

  • Ha visto usted las imgenes, no es as?_ Los reflectores, la multitud, elFhrer... Yo estuve all! Estuve all!Otro orgulloso veterano de laLeibstandarte quiso saber si estarainteresado en ayudarle a escribir susmemorias.

    La inmensa mayora de quienes han sidotestigos de grandes acontecimientos losrecuerda, de forma exclusiva, como unaexperiencia personal. Conoc a unaalemana que conservaba, en 2002, lamisma clera que le haba provocado,en 1945, la ocupacin de su casa porparte de los soldados rasosestadounidenses y el robo de algunas desus posesiones ms queridas. De nada

  • hubiese servido tratar de hacerle ver lapoca sig-' nificacin que tena aquellode lo que se quejaba si se comparabacon la matanza de judos, la devastacinde Europa o la situacin de indigencia aque se vieron reducidos millones depersonas. Slo lo que haba sufrido encarne propia tena para ella unaimportancia real.

    He descrito, en el presente libro, lacampaa militar en pos de Alemania,aunque sin intencin alguna de recogertodas y cada una de las acciones que laconformaron. Lo que el lector tiene ensus manos no es una historia oficial,sino, ms bien, un retrato que se centraen episodios de especial relevancia y

  • vivencias individuales que ilustranverdades ms amplias. Tengo elpropsito de analizar el cmo y elporqu de lo que sucedi y de lo queno sucedi, ms que el de recopilarnarraciones

    que resulten familiares. He abordado,brevemente, cuestiones ya tratadas enOverlord, tales como la inferioridad demuchas armas aliadas, y en especial lade los carros de combate, encomparacin con las empleadas por losalemanes. De igual modo, apenas medetengo en la batalla de Berln, cuyospormenores se han expuesto confrecuencia, como hizo, hace no mucho,el admirable Antony Beevor.1 Casi todo

  • lo que recojo sobre ella proviene dematerial indito hasta la fecha,procedente, en su mayora, de archivosrusos. Algunos episodios que haban detratarse, como Arnhem

    o la batalla de las Ardenas, resultan pordems conocidos, en tanto que de otrosrelatos, como los de Prusia Oriental o elHongerwinter (invierno del hambre)neerlands, apenas tiene noticia elpblico, por asombroso que puedaparecer. Considero infructuoso volver atratar aqu los ltimos das que vivieronHitler y sus secuaces en el bnkerberlins, sobre los que existe ya unaingente bibliografa sensacionalista degran popularidad. Este es, por encima de

  • todo, un libro escrito en torno a sereshumanos ordinarios que vivieronsucesos extraordinarios. Pese a quealgunas de las personas que heentrevistado gozan hoy de grancelebridad el doctor Henry Kissinger,el canciller Helmut Schmidt, lordCarrington..., se ha pretendido que lamayora fuese annima.

    He consagrado un captulo a losprisioneros del Reich. Amn de losjudos, a los que se conden a muerte deforma explcita, en Alemania, en 1945,haba millones de personas sometidas acautiverio o a trabajos forzados. Fuepara m muy revelador or decir aalguien que haba sobrevivido al

  • internamiento en varios campos deconcentracin: En Auschwitz, unoestaba vivo o estaba muerto. Heconocido recintos peores. Algunoscombatientes se preguntan si tuvo, enrealidad, importancia que los aliadostardasen tanto en liberar Alemania. Y locierto es que esta cuestin fue vital paraalgunos de los cientos de miles desbditos y presos de Hitler que murieronen 1945 y que podran haber seguidocon vida si sus liberadores hubiesensido capaces de precipitar, aunque deforma mnima, los acontecimientos.Valga como ejemplo el caso de VictorKlemperer, escritor judo de Dresde quedej constancia en su impresionantediario de sus miedos y del modo como,

  • un da tras otro, casi sin excepcin,esperaba la muerte. Tal vez laaniquilacin de la divisin dedesembarco areo inglesa en Arnhemsea un episodio sin trascendencia que notardar en ser olvidado escribi el 21de septiembre de 1944; pero para m.hoy, reviste una importancia extrema.2

    Tengo la esperanza de que quienes leaneste libro encuentren abundanteinformacin que desconocan, tal comome sucedi a m. Tres lus-

    tros de exposicin a los historiadoresoccidentales 110 han logrado que losarchivos rusos dejen de ser magnficasfuentes de material inexplorado. No me

  • avergenza, en absoluto, aceptar, decuando en cuando, la sabidura popular.Despus de casi sesenta aos, es pocoprobable que queden grandes secretospor revelar en torno al desarrollo globalde la segunda guerra mundial: elverdadero reto consiste en mejorarnuestro punto de vista y buscar unanueva interpretacin a los testimonios deque disponemos. Los libros de nuevaaparicin que afirman haber descubiertorevelaciones sensacionales acerca de lacontienda no pasan de ser, en sumayora, un cmulo de sandeces. Delliterato dieciochesco Oliver Goldsmith,nos dice Boswell: Cuando Goldsmithcomenz a escribir, tom ladeterminacin de no consignar en papel

  • nada que no fuese nuevo. Sin embargo,con posterioridad par mientes en que lonuevo era, por lo general, falso, y desdeentonces no mostr ningn inters porlas novedades. Yo an conservo ciertointers por las novedades, perocomparto la poca inclinacin deGoldsmith a perseguir la innovacin pors misma. Muchas de las historiasrecogidas en el presente libro no son,precisamente, secretos de Estado:representan, sin ms, la puesta porescrito de experiencias que han pasadoinadvertidas, as como el anlisis de.cuestiones a las que no se ha prestado ladebida atencin. Las notas instructivaspueden resultar banales para loshistoriadores, pero ofrecen un hilo

  • conductor al lector medio. Los datosestadsticos ofrecidos en el texto sehacen eco de los mejores que haydisponibles, si bien muchos y enespecial los relativos al nmero devctimas estn basados en poco msque conjeturas. Es imposible no errarnunca cuando se pretende examinar unpanorama demasiado extenso y estudiarasuntos que jams acabarn porresolverse de un modo concluyente. Alhablar de la segunda guerra mundial,todas las cifras excesivas deberantratarse con gran cautela.

    Llevo veinticinco aos escribiendolibros acerca de este perodo, y lafamiliaridad adquirida en este tiempo no

  • evita, en absoluto, que me sorprendaante las formidables muestras de corajeque dieron algunas personas, ni ante lasbajezas de que fueron capaces otras.Despus de escuchar durante cuatrohoras el relato de una juda hngara quesobrevivi al Holocausto y hoy vive enel distrito neoyorquino de Queens, y alver que no llegaba el taxi que deballevarnos a mi esposa y a m alaeropuerto John F. Kennedy, dondedebamos tomar el vuelo a Londres, nopude evitar preocuparme de formavisible. Tranquilcese! exclam mian-fitriona en tono alegre. No hay dequ preocuparse. Cuando una ha es-

    tado confinada en un campo de

  • exterminio, acaba por darse cuenta deque perder un avin no es nada. En esemomento me ruboric, igual que meruborizo ahora, por haber manifestadoante una mujer as esa preocupacin porlas cosas triviales que tanto caracterizaal hombre del siglo XXI y de la quenuestros padres y abuelos tuvieron quedesembarazarse, por fuerza, entre 1939y 1945. De hecho, siempre heagradecido que nuestra generacin nohaya tenido que afrontar lo que sufri lasuya. Creo, apasionadamente, en laverdad de las palabras inscritas enmuchos monumentos conmemorativos dela guerra erigidos en Estados Unidos yel Reino Unido: Murieron para quenosotros pudisemos vivir.

  • La primera parte de este volumen versa,principalmente, sobre lo que se hicieron,unos a otros, los combatientes deuniforme. Ms adelante, el inters de lanarracin se centra en la experienciahumana de la gran variedad de gentesque coincidi en Alemania en 1945.Nunca debe olvidarse, de cualquiermodo, que pocos de los uniformados seconsideraban soldados: la marea de lahistoria los haba arrastrado, sin ms, aun inoportuno carnaval para disfrazarlosde guerreros. Ellos eran, tambin, gentenormal. Hay quien ha sugerido que sonmuchos los libros que hay escritos entorno a la segunda guerra mundial. As ytodo, las historias que an no se hancontado acerca de las epopeyas humanas

  • del conflicto son tan extraordinarias quese dira que es un privilegio podercontribuir, aun de forma modesta, a lalabor de recopilarlas y colocarlas sobreel teln de fondo del acontecimiento mssignificativo del siglo XX.

    Max Hastings Hungerford (Inglaterra),enero de 2004

  • Principales comandantes y sus fuerzasmilitares

    A pesar de que los nombres de muchosde los comandantes que protagonizanesta historia no sern ajenos al lector,puede resultar til ofrecer una breverelacin de los ms importantes de uno yotro bando, as como de cules eran susresponsabilidades.

    ALIADOS OCCIDENTALES

    General Dwight Eisenhower. Dirigi, encalidad de comandante supremo, las

  • operaciones angloamericanas realizadasen el noroeste europeo desde el CuartelGeneral Supremo de las FuerzasExpedicionarias Aliadas (SHAEF),establecido en la localidad bretona deGranville en septiembre de 1944,trasladado despus a Versalles y, mstarde, a Reims. Su jefe de estado mayorera el general estadounidense WalterBedell Smith;' su subordinadoinmediato, el general de la RAF sirArthur Tedder. El general britnico sirBernard Montgomery ejerci el controloperativo de los ejrcitos aliadosdurante el Da D y la campaa deNormanda, aunque cedi estaresponsabilidad a Eisenhower el 1 deseptiembre de

  • 1944, para recibir, a modo deconsolacin, su ascenso a mariscal decampo por orden de Churchill.

    Bajo la direccin del SHAEF seencontraban las siguientes fuerzas detierra:

    El 12. grupo de ejrcitosestadounidense, acaudillado por elgeneral Ornar Bradley. A sus rdenes sehallaban los ejrcitos estadounidenses

    1. (general Courtney Hodges), 3.(general George Patton) y 9. (generalWilliam Simpson). El 15. ejrcitoestadounidense (general Leo-nardGerow) entr en actividad en febrero de1945. En ocasiones, un mismo cuerpo

  • estuvo adscrito a distintos ejrcitos enmomentos diferentes. Los siguientescuerpos sirvieron en uno u otro de losejrcitos de Bradley en diversosperodos de la campaa: III (general dedivisin John Millikiny, desde el 16 demarzo de 1945, general de divisinJaimes van Fleet), V (general dedivisin Leonard Gerow y, desde el 16de enero de 1945, general de divisinClarence Huebner), VII (teniente generalJ. Lawton Collins), VIII (general dedivisin Troy Mid-dleton), XII (generalde divisin Mantn Eddy y, desde el 20de abril de 1945, general de divisinStafford Le R. Irwin), XIII (general dedivisin Alvan Gillem), XVI (general dedivisin John Anderson), XVIII

  • aerotransportado (general de divisinMatthew Ridgway), XIX (general dedivisin Charles Corlett y, desde el 17de octubre de 1944, el ge-jieral dedivisin Raymond McLain), XX(general de divisin WaltonWalker),XXII (general de divisinErnest Harmon), XXIII (general dedivisin James van Fleety, desde el 17de marzo de 1945, general de divisinHugh Gaffey).

    El 6. grupo de ejrcitos de EstadosUnidos, destacado en la Franciameridional y, ms tarde, en el sur deAlemania, estaba comandado por elgeneral Jacob Devers, y comprenda el7. ejrcito estadounidense (general

  • Alexander Patch) y el 1. francs(general Jean de Lattre de Tas-signy).Durante la mayor parte de la campaadel noroeste europeo, el 6. grupo deejrcitos que era mucho ms reducidoque el 12. comprendi cincocuerpos: los estadounidenses VI(general de divisin Lucan Truscott y,desde el 25 de octubre de 1944, elgeneral de divisin Edward Brooks),XV (general de divisin Wade Haislip)y XXI (general de divisin FrankMilburn), y los franceses I (tenientegeneral Emi-le Bethouart) y II (tenientegeneral Goislard de Montsabert).

    Los cuerpos estadounidenses estabanconstituidos, por lo general, por tres

  • divisiones. Cada una de las de infanteraconsista en tres regimientos de combatey tropas de apoyo. Un regimiento deinfantera estadounidense de tres milhombres equivala a una brigadabritnica. Las divisiones blindadas deEstados Unidos se dividannormalmente, por iv/.ones operativas, endos mandos de combate o brigadaspesadas. La artillera de campaa detodos los combatientes estaba integradaen dos

    divisiones, en tanto que los caones mspesados se hallaban al mando de loscuerpos o ejrcitos.

    El 21.er grupo de ejrcitos

  • anglocanadiense estaba dirigido por elmariscal de campo sir BernardMontgomery, cuyo jefe de estado mayorera el general de divisin FrederickdeGuingand. A sus rdenes se encontrabael 2. ejrcito britnico, comandado porel general sir Miles Dempsey. Durantela mayor parte de la campaa, el 2.ejrcito se compuso de cuatro cuerposlos I, VIII, XII y XXX, al mando,respectivamente, del teniente generalJohn Crocker, el teniente general sirRichard OConnor, el teniente generalNeil Ritchie y el teniente general BrianHorrocks.

    El l.er ejrcito canadiense estabaacaudillado por el teniente general

  • Harry Crerar, e inclua los cuerpos I(teniente general Charles Foulkes) y II(teniente general Guy Simonds). A lasrdenes de Canad serva tambin unadivisin acorazada polaca.

    Los cuerpos britnicos y canadiensescomprendan, por lo comn, dos o tresdivisiones, as como tropas especialesde ingenieros o personal de apoyo ointendencia. Los dos comandantes a lasrdenes de Montgomery disponan,asimismo, de seis brigadas blindadasindependientes para desplegar segn losrequisitos operativos. Una divisin que con-* taba, cuanto ms, con quincemil hombres, muchos menos en caso deser blindada sola estar constituida

  • por tres brigadas, compuesta cada unade ellas por tres batallones oregimientos acorazados. La estructuratriangular se repeta a lo largo de toda lajerarqua, de manera que un batallnestaba formado por tres compaas decombate, que a su vez contaban con trespelotones de combate o tropasblindadas.

    Eisenhower contaba tambin con unareserva estratgica: el l.er ejrcito aliadoaerotransportado (teniente generalLewis Brereton), compuesto por el Icuerpo britnico (teniente generalFrederick Browning) y el XVIII cuerpoaerotransportado estadounidense(teniente general Matthew Ridgway). En

  • septiembre de 1944, las fuerzas sujetasal mando de Brereton comprendan dosdivisiones estadounidenses y dosbritnicas. A stas se aadieron, durantela primavera de 1945, dos divisionesestadounidenses ms, en tanto que la 1.abritnica aerotransportada qued fueradel orden de batalla despus de Arnhem.Brereton nunca ejerci el mando deoperaciones de las unidades a su cargo:esta funcin recaa sobre comandantesdel noroeste europeo segn lo requeranlas necesidades operativas.

    UNION SOVIETICA

    Comandante en jefe supremo: mariscalIsiv Stalin.

  • Cada frente sovitico elequivalente a un grupo de ejrcitos delos aliados occidentales estabaformado por un conjunto de entre tres ydiez ejrcitos de cien mil soldados, loque haca un total de un milln dehombres. La relacin que sigue recoge alos que estaban constituidos entre 1944y 1945, por orden geogrficodescendente, del Bltico a Yugoslavia:

    Frente de Leningrado: mariscal LeonidGovorov.

    3." frente del Bltico: coronel generalIvn Maslennikov (desaparecido enoctubre de 1944).

    2. frente del Bltico: general Andri

  • Yeriomenko y, desde febrero

    de 1945, Govorov.

    1.cr frente del Bltico: mariscal I. J.Bagramian (integrado en el 3.er

    frente bielorruso el 24 de enero de1945).

    3." frente bielorruso: general I.Cherniajovski y, desde febrero de

    1945, mariscal Alexandr Vasilevski.

    2. frente bielorruso: mariscalKonstantn Rokossovski, desde sep

    tiembre de 1944.

  • 1 .er frente bielorruso: Rokossovski y,desde noviembre de 1944, mariscalGueorgui Zhkov.

    1." frente ucraniano: mariscal IvnKniev.

    4. frente ucraniano: general I. Ye.Petrov y, desde marzo de 1945,

    general A. I. Yeriomenko.

    2. frente ucraniano: mariscal RodinMalinovski.

    3.er frente ucraniano: mariscalFidorTolbujin.

    La Unin Sovitica empleaba para sus

  • unidades la misma nomenclatura que losaliados occidentales (ejrcitos, cuerpos,divisiones, brigadas, regimientos ybatallones), pese a que las suyas estabanintegradas por un nmero mucho menorde soldados. Una divisin de fusilerossovitica, por ejemplo, constaba, por logeneral, de entre tres mil y siete milhombres. Las unidades reciban el ttulohonorfico de guardias cuando sedistinguan en accin. Los ejrcitos dechoque y los blindados cumplanlas funciones que sugieren sus ttulos.Por su parte, las fracciones selectasreciban un adiestramiento y unosequipos mucho mejores que la colosalmultitud armada que segua a las tropasde vanguardia, y de la que apenas se

  • esperaba otra cosa que la capacidad deocupar territorio y absorber el fuegoenemigo.

    ALEMANIA

    Comandante en jefe del Ejrcito: AdolfHitler.

    Jefe de estado mayor del alto mando delas fuerzas armadas (OKW): mariscal decampo Wilhelm Keitel.

    Jefe del estado mayor de operacionesdel OKW: coronel general A1-fredjodl.

    Jefe de estado mayor del cuartel generalsupremo (OKH): coronel general HeinzGuderian y, desde el 28 de marzo de

  • 1945, general Hans Krebs,

    Comandante en jefe de las tropas derelevo: Heinrich Himmler,

    Reichsfhrer de la SS.

    Si esta estructura resulta ambivalente yconfusa al lector de hoy, no lo era menospara los oficiales alemanes de la poca,que no ignoraban la existencia decentros rivales de poder en el interiordel escalafn militar nacionalsocialista.Hitler cambiaba con tanta frecuencia asus jefes de operaciones que serafatigoso ofrecer aqu una relacin detodos ellos. A continuacin se enumeranlos militares que ocuparon los puestosoperativos de mayor importancia

  • durante los ltimos meses de la guerra:

    Fuerzas alemanas en Occidente

    Comandante en jefe del frenteoccidental: mariscal de campo Gerd vonRundstedt y, desde el 10 de marzo de1945, mariscal de campo AlbertKesselring.

    El grupo de ejrcitos B (al mando delmariscal de campo Walter Model)estaba conformado por el 5. ejrcitoblindado (teniente general Hasso vonManteuffel, hasta marzo de 1945) y losejrcitos 7 (general ErichBrandenburger, hasta el 20 de febrero de1945; general Hans Fel-ber, y, desde el25 de marzo de 1945, general Von

  • Olstfelder) y 15. (general Von Zangen).El 6. ejrcito blindado de la SS(coronel general Sepp Dietrich) estuvotambin a sus rdenes hasta enero de1945.

    El grupo de ejrcitos G (coronel generalPaul Hausser) comprenda al l.er ejrcito(general Otto von Knobelsdorffy, mstarde, general Her-mann Foertsch) y al19. (general Wiese y, desde el 16 defebrero de 1945, Foertsch).

    En el grupo de ejrcitos H (coronelgeneral Kurt Student, de noviembre de1944 a enero de 1945, y desde estaltima fecha, coronel general Johannesvon Blaskowitz) se integraban el l.er

  • ejrcito de paracaidistas (Student y, mstarde, general Alfred Schlemm) y el 25.ejrcito (Gnther Blumentritt y, desdemarzo de 1945, Klefifel).

    Fuerzas alemanas en Italia

    Grupo de ejrcitos C (mariscal decampo Albert Kesselring y, desde marzode 1945, general Heinrich vonVietinghofi).

    Fuerzas alemanas en elfrente oriental

    Grupo de ejrcitos Centro, conocido, apartir de enero de 1945, como grupo deejrcitos Norte (general Hans Reinhardt,hasta enero de 1945; coronel generalLothar Rendulic, hasta marzo, y Walter

  • Weiss, hasta abril).

    Grupo de ejrcitos del Vstula, formadoen Prusia Oriental en enero de 1945{Reichsfhrer Heinrich Himmler y,despus, coronel general GotthardHeinrici).

    Grupo de ejrcitos de la Ucraniaseptentrional, convertido en grupo deejrcitos Centro en enero de 1945(general Josef Harpe y, desde enero de1945, mariscal de campo FerdinandSchrner).

    Grupo de ejrcitos de la Ucraniameridional, convertido en grupo deejrcitos Ostmark en abril de 1945(general Johannes Friessner; a partir de

  • diciembre de 1944, general OttoWohler, y desde abril de 1945,Rendulic).

    Grupo de ejrcitos E (coronel generalAlexander Lohr).

    Grupo de ejrcitos F, disuelto en marzode 1945 (mariscal de campo Maximilianvon Weichs).

    Grupo de ejrcitos Kurland (Rendulic,en enero de 1945; Von Vie-tmglioff,hasta marzo de 1945, y Hilper, desdeesta fecha).

    Los ejrcitos alemanes se organizaban, arasgos generales, de un modo similar acomo lo hacan los aliados, si bien el

  • movimiento de cuerpos y divisionesentre mandos y frentes era mucho mayor.Las Waffen SS respondan, en el aspectoorganizativo, ante Heinrich Himmlerms que ante la Wehrmacht; sinembargo, sus unidades haban desometerse a las rdenes de diversossuperiores de menor entidad de acuerdocon las necesidades operativas y elcaprichoso parecer del Fhrer. En elpresente texto se cita a los oficiales dela SS segn su graduacin militar, y nopor la que posean dentro de laorganizacin.

    1

    Tiempos de esperanza

  • aliados: tal para cual1

    El da 1 de septiembre de 1944 secumpla el quinto aniversario de lainvasin alemana de Polonia, accinblica que haba desencadenado lasegunda guerra mundial. A esas alturas,las facciones en liza llevaban en-rentadas nueve meses ms de los quehaba durado, en total, el anteriorconflicto mundial, la llamada, hastaentonces, Gran Guerra. No obstante, enla de 1914-1918 apenas perdieron lavida nueve millones de personas, entanto que su sucesora estaba llamada aquintuplicar, cuando menos, esta cifra.Una inmensa mayora de quienesmoriran en ella lo hara en la Unin

  • Sovitica o en China: sus defuncionespasaran, en gran medida, inadvertidas alos occidentales de entonces y los depocas posteriores.

    Los britnicos gustan de congratularse,en cierto modo, del papel que'representaron en el conflicto, por cuantoFrancia, el Reino Unido y sus dominiosfueron los nicos beligerantes queentraron en l de forma voluntaria,movidos por el deseo de plantar cara altotalitarismo por principio y respaldarla libertad del pueblo polaco, ms queen calidad de vctimas de una agresin oatrados por posibles botines. El genialdesafo presentado por Churchill en1940 atenu el triunfo logrado por Hitler

  • en la Europa occidental aquel mismoao. De no haber contado con su talento,es muy probable que el Reino Unidohubiese pedido la paz. Llegado junio de1940, no haba posibilidad alguna deque las armas britnicas llegasen aderrotar a Alemania o, al menos, arepresentar un papel esencial en lavictoria. Con todo, no deja de ser propiode la indulgencia

    para consigo mismos que caracteriza alos britnicos el que, cuando Hitlerinvadi Rusia en junio de 1941, los msprecavidos de ellos se estremeciesenasqueados ante la idea de luchar codo acodo con soviticos manchados desangre, aun cuando su participacin

  • supusiera la primera oportunidad talvez la nica real que se presentaba dederrotar a Hitler.

    En la excelente triloga de EvelynWaugh Espada de honor, el oficialbritnico Guy Crouchback abraza lacausa blica en 1939 como una cruzadacontra el mundo moderno en armas, peroacaba por perder la fe * cuando su passe alia con los rusos. La historiapertenece al mundo de la ficcin, si bienest basada en la cruda realidad, talcomo demuestra la afirmacin de sirJohn Dill, jefe del Ejrcito britnico,quien asegur, en 1941, que considerabaa los rusos lo bastante idiotas parahacerle odiar la idea de establecer

  • cualquier asociacin estrecha conellos.2 Sir Alan Brooke, sucesor deDill en calidad de jefe del estado mayorgeneral imperial, los vea, en unprincipio, con desdn, tanto en lo moralcomo en lo militar. El gobierno deChurchill emprendi una ambiciosacampaa .propagandstica destinada aconvencer a su pueblo de que el toJoe (o sea, Stalin) y su nacin eranamantes de la libertad dignos deencomio.

    Y tuvo tanto xito que, en 1945, leresult bastante difcil echar por tierrala falsa imagen que de ellos se habaformado el pblico y divulgar la noticiade que acaso la Unin Sovitica no

  • fuese, a la postre, tan buena comopareca.

    De cualquier modo, si la conversin delos soviticos en aliados dio pie aopiniones equvocas, lo cierto es que laentrada de Estados Unidos en lacontienda fue objeto de prdigascelebraciones. Al final, hemosganado!, exclam, alborozado, WinstonChurchill al saber del ataque a PearlHarbor en diciembre de 1941/ Entre estafecha y el mes de mayo de

    1945, los norteamericanos consagraronel 85 por 100 de su potencial blico a lalucha contra Alemania. Sin embargo, porparadjico que resulte, no fueronmuchos los que albergaron, en relacin

  • con los alemanes, una animosidad tanhonda como la que profesaban a losbrbaros amarillos que habanarremetido contra su base naval enHawi. Los alemanes no medespertaron jams un gran odio asever Nicholas Kafkalas, capitn deveinticuatro aos al mando de unacompaa de infantera de la

    10.a divisin blindada destacada en elnoroeste europeo. Eran muy buenossoldados. Muchos norteamericanos sesentan menos enfrentados con ellos quecon los japoneses.4 Llegado el otoode 1944, las armas y dems pertrechosproporcionados por el poderoindustrial de Es-

  • tados Unidos hicieron que ningn aliadodudase de su inminente victoria. Noobstante, la gratitud del pueblobritnico, extenuado, maltratado yhambriento, se ti de resentimiento antela imagen de decenas de miles deestadounidenses impetuosos yrozagantes, limpios y ricos, saliendo entropel de las embarcaciones de suejrcito para reunirse con las tropas deEisenhower. A su parecer, los soldadosdel Nuevo Mundo llegaban a recoger losfrutos de la victoria sin habercompartido el dolor sufrido por loseuropeos.

    Leyendo los diarios britnicos, ununiversitario de treinta y dos aos que

  • serva en calidad de historiador en elEjrcito estadounidense en septiembrede 1944 repar en los temores queexpresaba la prensa a que losnorteamericanos pretendiesen serreconocidos como los nicos artficesdel triunfo sobre el enemigo.

    Por desgracia [para ellos], nada puedeimpedir que nuestro pueblo reclamepara s la victoria vaticin ForrestPogue. Nuestros hombres estnconvencidos de que los britnicos sonlentos y sobrestiman su [propia]contribucin al resultado global. Losbritnicos nunca recibirn elreconocimiento que merecen por suaportacin al triunfo blico, ya que su

  • mayor mrito consisti en resistirdurante el perodo de 1939-1942. Setrata de una-lucha pasiva, por lo que sufama acabar por marchitarse ... Lo msseguro es que a la Unin Sovitica se lereste importancia en un futuro en nuestrapatria ... Su sacrificio activo quebrantla solidez de Alemania e hizo posible eldesembarco [de Normanda], Sinembargo, eran nuestras la voz y la manotendida que alentaron a los ingleses aseguir luchando y subsanaron lasterribles prdidas materiales sufridaspor los soviticos.5

    Y tena razn.

    Winston Churchill, que en 1940 haba

  • evitado el triunfo de Hitler gracias a suirracional testarudez, disfrut de losaos de victoria mucho menos de lo quehaba esperado. Al igual que su pueblo,estaba tan cansado como habra estadocualquier otro hombre de sesenta ynueve aos en su situacin, y adolecade una creciente mala salud. Saba quesu ascendiente era cada vez menor en elseno de la Gran Alianza del ReinoUnido, Estados Unidos y la UninSovitica, y eso lo haba convertido enun ser desdichado. Lo atormentaba eltemor de que la tirana ejercida porHitler en la Europa oriental pudiese sersuplantada por la de Stalin. En 1940, elprimer ministro britnico haba sido eladalid del nico bastin capaz de

  • oponer resistencia a los nazis; dos aosdespus, los soviticos seguantratndolo con morboso recelo debido aque era un antiguo im-

    penalista, enemigo de la revolucin, yEstados Unidos profesaba ciertadeferencia a su grandeza y a laexperiencia blica de su nacin. Sinembargo, desde 1943, su influenciasobre los dems miembros de la alianzamengu hasta el punto de llegar casi aextinguirse. La Unin Sovitica mostrpara con su persona la glida arroganciaque consideraba que mereca en cuantopatrocinador del sangriento sacrificionecesario para mantener a raya alimperio de Hitler. Los estadounidenses

  • dejaron bien clara su intencin dedeterminar cul sera la estrategia quedebera seguirse en el frente occidental,as como la de invadir Normanda enverano de 1944 (Operacin Overlord),en un momento en que su podero sehallaba en alza y el de los britnicos sedesmoronaba.

    Antes de la Operacin Overlord escribi el secretario personal deChurchill cuando ya todo haba acabado, se vio a s mismo como la autoridadsuprema a la que se consultaban todas ycada una de las decisiones militares.Ahora, las circunstancias lo hanreducido a poco ms que unespectador.6 El propio aludido no pudo

  • menos de reconocerlo: Hasta julio de1944, la voz de Inglaterra tena un pesoconsiderable; 'pero desde aquelmomento, no pas por alto que eraAmrica la que tomaba las decisionesimportantes.7 En 1944, Estados Unidosprodujo tantas armas como la suma delas potencias del Eje el 40 por 100 detodo el armamento empleado por los quecombatan en los frentes de la segundaguerra mundial. Las tensiones entre elprimer ministro britnico y el presidenteestadounidense aumentaron. En palabrasdel historiador John Grigg, Rooseveltenvidiaba el genio de Churchill, y stesenta otro tanto por el creciente poderde aqul.8 La cordialidad quemanifestaban ambos durante sus

  • encuentros pblicos enmascaraba unagran frialdad, que se destapaba enprivado y que iba ligada, sobre todo, ala impaciencia de que daba muestrasRoosevelt para con Churchill, msmarcada an en los meses finales de lacontienda.

    Si bien su vida era reflejo de los mselevados ideales, lo cierto es que elgobernante norteamericano era unnombre mucho menos sentimental y msdespiadado que el ingls. Posea, segnasegura su bigrafo ms reciente, unavisin del mundo ms perspicaz y menosromntica que Churchill.9 Tal asertoest justificado en la medida en que,mientras que Roosevelt reconoci que la

  • era de los imperios haba llegado a sufin, el corazn de Churchill se neg aaceptar lo que le dictaba el cerebro aeste respecto. Con todo, cualquier teoraque sostenga que aqul gozaba de unamayor sensatez que ste resulta pococonvincente si tenemos en cuenta que nofue capaz de percibir, como hizo elprimer ministro, el mal

    que representaban Isiv Stalin y laUnin Sovitica. Acaso sea cierto quelos aliados occidentales carecan delpodero militar necesario para evitar ladestruccin del Este europeo llevada acabo por los soviticos; pero no por ellotiene la posteridad menos derecho alamentar que Roosevelt hubiese

  • mostrado semejante indiferencia entorno a este hecho.

    Los britnicos consideraban que ni elpresidente ni pese a su grandeza encalidad de principal conductor delempeo blico estadounidense el jefedel estado mayor de su ejrcito, GeorgeMarshall, estaban en posesin de lapericia tctica necesaria para terminarla guerra con rapidez. Tal como loexpresa uno de los mejoreshistoriadores de las relacionesangloamericanas en aquel perodo: Amedida que se redujo su dominiodurante los ltimos aos de su vida ...,el presidente se convirti, en algunossentidos, en un estorbo para la

  • consecucin de los objetivos de EstadosUnidos y sus aliados ... [S]u negativa aafrontar los hechos relativos a su propioestado de salud ... hace pensar, ms queen un acto de herosmo, tal como seafirma a menudo, en una actimdirresponsable, as como en un erradoconvencimiento de su propio carcterindispensable, cuando no en un excesivoapego al poder.10 Aun cuandosemejante veredicto peca, tal vez, desevero en demasa, y pasa por alto laposibilidad, nada desdeable, de que, enenero de 1945, saliese electo unpresidente menos imponente que HarryS.Truman, no resulta fcil cuestionar laafirmacin de que la sensatez deRoosevelt comenzaba a fallar, habida

  • cuenta de que los acontecimientos seescaparon, visiblemente, de sus manosdesde su campaa de reeleccin en 1944hasta su muerte, ocurrida en abril delao siguiente.

    De cualquier modo, lo cierto es que laperspicacia estadounidense en torno a ladecisin estratgica ms importante dela guerra en Occidente es decir, elasalto al continente europeo habaresultado ser mayor' que la de losbritnicos. En una fecha tan tarda comoel invierno de 1943-1944, Churchillsegua manteniendo la lucha deretaguardia en pos de su anheladaestrategia mediterrnea. Habaconcebido la quimera de penetrar en

  • Alemania a travs de Italia yYugoslavia, y no haba abandonado susinstintivas ansias de retrasar una posibleinvasin del noroeste de Europa, que,segn tema, poda convertirse en unbao de sangre digno de la primeraguerra mundial. Su conciencia se veaacosada por la penosa experiencia delas limitaciones de las fuerzas aliadasfrente a las de la Wehrmacht, la mayormquina de guerra que jams hubieseconocido el mundo. El primer ministroreconoci en todo momento que, mstarde o ms temprano, sera inevitableun enfrentamiento en Francia y,

    Dorlmund

  • sin embargo, por inslito que resulte,pareca querer retrasarlo cuanto fueraposible. El general sir John Kennedy,2director de operaciones militares delEjrcito britnico, escribi tras laguerra que habra dudado de efectuar lainvasin de Normanda antes de 1945 deno haber sido por la insistencia de losjefes del alto mando estadounidense. Elrespaldo de los norteamericanos a laidea de desembarcar en Francia en 1944era, sin sombra de duda, ms fuerteque el nuestro.15 Franklin Rooseveltpoda reclamar para s el mrito deinstar que el Da D tuviese lugar en lafecha que hoy conocemos. Marshall, deigual modo, declar, no sin justicia, queuno de sus principales logros durante la

  • guerra fue oponerse a lasexcentricidades de Churchill.

    En verano de 1944, Estados Unidosdemostr de manera triunfal en el campode batalla lo acertado de la confianzaque haba depositado en la OperacinOverlord. Tras diez semanas de intensalucha en Normanda, las fuerzasalemanas se vieron sometidas a unaaplastante derrota: los restos maltrechosde los ejrcitos de Hitler hubieron deretirarse hacia levante y dejar atrs,destrozados, casi todos sus carros decombate y sus caones. Los aliados,que haban dado por hecho que tendranque conquistar Francia ro a ro, campoa campo, se encontraron, por el

  • contrario, con que Pars cay sinnecesidad alguna de lucha. En losalbores del mes de septiembre, lascolumnas britnicas irrumpieron en unaalborozada Bruselas, donde fueronobjeto de una bienvenida mucho mscalurosa que la que les habandispensado los franceses, dolidos porprofundas heridas polticas ypsicolgicas. Daba la impresin de quelos belgas sentan que haban cumplidosu parte comindose todo el alimentodisponible durante la guerra, comentalord Carrington, capitn de la divisinblindada de guardias.12 Como muchosotros soldados aliados, haba quedadopasmado por la abundancia que habaencontrado en Blgica despus de haber

  • pasado aos de privaciones en el ReinoUnido. El l.er ejrcito estadounidense deCourtney Hodges lleg por esas fechas alas fronteras de Alemania, en tanto quela vanguardia del 3. de George Pattonalcanzaba el curso alto del Mosela.Haba extensas zonas que habanquedado sin defensa por parte de losnazis, y las lneas enemigas estabanresguardadas por unas cuantasdivisiones debilitadas, respaldadas tanslo por meras compaas de carros decombate, insuficientes ante las legionesblindadas con que contaban losangloamericanos. Durante un puado dedas felices, el regocijo y el optimismode los aliados no conocieron lmites.

  • Mientras tanto, en el frente oriental, lossoviticos se jactaban de toda una seriede triunfos obtenidos en el marco de laOperacin Bragatin a fin deequipararse a estadounidenses ybritnicos. Y lo cierto es, en todo caso,que sus logros fueron mucho mayores,por cuanto sus fuerzas armadas tuvieronque enfrentarse a tres divisionesalemanas por cada una de lasdesplegadas en Francia. Entre el 4 dejulio y el 29 de agosto, el Ejrcito Rojoavanz unos quinientos kilmetros endireccin oeste a partir de la lnea departida de la ofensiva efectuada aquelverano en el norte. El fervor del odioque profesaban los rusos a su enemigose vio intensificado por el espectculo

  • desolador que encontraron enBielorrusia a medida que fueronretirndose los alemanes: cultivosarrasados, campos sin rastro de ganado,un milln de casas quemadas y la mayorparte de la poblacin muerta odeportada para ser destinada a trabajosforzados. No obstante haber soportadoya dos aos de guerra, Vitold Kuba-shevski, soldado raso del 3.cr frentebielorruso, no pudo menos deestremecerse, horrorizado, por lo quevio all. En cierta ocasin, tras percibircierto hedor procedente de una cabaasituada al lado de una iglesia y entrar ainspeccionarla, l y el resto de supelotn se toparon con un montn decadveres de granjeros del lugar,

  • apilados y en descomposicin.13 Cuandolos corresponsales de guerra informarondel hallazgo del campo de exterminionazi de Majdanek, en Polonia, dondeseguan amontonadas en el hornocrematorio las cenizas de doscientas milpersonas, algunos medios decomunicacin occidentales incluida laBBC- se negaron a publicar susdespachos por sospechar que se tratabade alguna estratagema propagandsticade los soviticos. El New York HeraldTribune escribi: Tal vez deberamosesperar a la confirmacin de tan terriblenoticia ...A pesar de todo lo que yasabemos de la crueldad manaca de losnazis, este nuevo caso resultainconcebible.14

  • Llegado septiembre, el Ejrcito Rojohaba recuperado casi todo el territorioperdido desde 1941. Las gentes deStalin, que haban logrado su victoriadecisiva sobre Alemania en Kursk, enjulio de 1943, se hallaban a la sazn alas puertas de Prusia Oriental, y en elVstula, a pocos kilmetros de Varsovia.Los alemanes apenas contaban con unpequeo punto de apoyo en Lituania.Ms al sur, los soviticos se habanintroducido en Rumania hasta tal puntoque se hallaban luchando cerca de lacapital, Bucarest. Slo en los Crpatoshaba logrado retener Alemania unaestrecha franja de suelo sovitico. Elnmero de bajas causaba pavor.

  • Cincuenta y siete mil prisionerostuvieron que atravesar las calles deMosc el 17 de julio, abucheados yapedreados por los nios moscovitas.Entre los que observaban la escenahaba una nia de seis aos, tancondicionada por las imgenes delenemigo que haba difundido lapropaganda, que no pudo menos deasombrarse al comprobar que aquellosalemanes tenan rostros humanos, y nolos rasgos propios de bestias salvajesque haba esperado.15 La mayora de losadultos asista a aquel desfile sumida enun lgubre silencio. Aun as, ciertocorresponsal occidental que observabaaquella columna de presos queavanzaban arrastrando

  • - los pies se sorprendi al or a una rusamusitar: Como nuestros pobresmuchachos ... arrastrados a la guerra.16Entre julio y septiembre, los ejrcitos deHitler perdieron a 215.000 hombresmuertos en combate, en tanto que elnmero de desaparecidos y capturadosen el frente oriental ascenda a 627.000.En total, quedaron destrozadas cientoseis divisio-t nes. Las prdidasglobales sufridas por Alemania en elEste aquel verano

    (ms de dos millones, entre muertos,heridos, presos y desaparecidos) hacanparecer insignificantes las deStalingrado. Apenas cabe sorprender-^se de que Stalin y sus mariscales

  • adoptasen una actitud de desdn conrespecto a los xitos logrados enFrancia por britnicos yestadounidenses. Un estudio recientepublicado en Estados Unidos ha descritola Bra-gatin como la operacinterrestre ms impresionante de laguerra.17 Lo cierto, sin embargo, es quelo fue tanto por sus logros como por sucoste en vidas humanas: las victoriasrusas de aquel verano se saldaron con243.508 soldados del Ejrcito Rojomuertos y 811.603 heridos.

    Durante la segunda semana de agosto,los mariscales Gueorgui Zh-kov, quehaba dirigido de forma magistral lasoperaciones estivales de los dos frentes

  • bielorrusos, y Konstantn Rokossovski,su subordinado inmediato en el l.erfrente, consideraron, junto con Stalin, laposibilidad de lanzar una ofensiva atravs de Polonia, en direccin oeste,con el objetivo de alcanzar, finalmente,Berln. La idea acab por descartarsepor prematura, toda vez que las fuerzasde Rokossovski se hallaban agotadastras el prolongado avance que acababande protagonizar. Adems, convencido deque poda cosechar mayores xitos enotros terrenos, el dirigente soviticoprefiri centrar sus fuerzas, en primerlugar, en emprender nuevas operacionesen el frente del Bltico, donde anresistan treinta divisiones alemanas enterritorios costeros algunos de los

  • cuales lograron retener hasta mayo de1945 y, en segundo lugar, en una s: rede ofensivas de relieve en los Balcanes,donde haba varios pases encondiciones de ser sometidos porMosc.

    En lo militar, esta ltima campaa eraracional, aunque no esencial; en lopoltico, sin embargo, la tentacinresultaba irresistible desde el punto devista de Stalin. El 20 de agosto, elEjrcito Rojo envi a un milln dehombres a Rumania, pas al que sabandeseoso de abandonar la causa deHitler. Los bombardeos aliados estabandestrozando la industria petrolera delpas, y el gobierno rumano llevaba

  • varios meses explorando la posibilidadde negociar con Mosc el cambio debando. Durante el primer da del ataque,los soviticos avanzaron cuarentakilmetros en zonas que los ejrcitos deBucarest defendan con muy pocaconviccin. El

    23 de agosto, tras un golpe de Estado enla capital, Rumania anunci su respaldoa los aliados. Este inesperado giro cogitotalmente por sorpresa a los serviciossecretos alemanes, que siempre fueronel sector ms dbil del empeo blicodel Fhrer. La nacin recin conquistadapermiti al Ejrcito Rojo acceder aldelta del Danubio, Bulgaria,Yugoslavia, Hungra, Austria y

  • Checoslovaquia. Unos setenta milsoldados alemanes efectuaron unaruptura feroz y brillante delenvolvimiento sovitico; pero fueronmuchos ms los que se encontraronaislados. El Ejrcito Rojo entr enBucarest el 31 de agosto, despus deavanzar un total de cuatrocientoskilmetros en doce das. Aunque de unmodo poco eficaz, el Ejrcito rumanohaba luchado junto con el alemn en lascampaas de Hitler en suelo sovitico;de modo que cuando, tras el cambio debando, lleg a Mosc la delegacin deRumania y fue conducida al despachodel ministro sovitico de AsuntosExteriores, Moltov no dud enpreguntar con desdn a sus integrantes:

  • Qu estabais buscando enStalingrado?.18

    En Bucarest, el escritor judo IosifHechter dej constancia, en su diario,del espritu de desconcierto, temor,duda imperante:

    Soldados soviticos que violan a lasmujeres ... Soldados que detienen a loscoches en la calle, y ordenan salir alconductor y los pasajeros para ponersedespus tras el volante y desaparecer.Esta tarde, tres de ellos han irrumpidoen casa de Zaharia, han hurgado en lacaja fuerte y se han dado a la fuga conalgunos relojes ... No puedo considerartrgicos estos incidentes y accidentes: se

  • me hacen normales, y aun justos.Rumania no tiene derecho a salir ilesade esta situacin. Esta despreocupada yopulenta Bucarest constituye unaprovocacin para un ejrcito venido deun pas que ha quedado yermo.19

    Mientras Hechter y los que, como l,haban visto alejarse el fantasma de loscampos de exterminio se rompan lasmanos aplaudiendo a las columnassoviticas que desfilaban por las callesde su ciudad, otros ru-manosobservaban con recelo a losentusiastas judacas. Hechter mirabade hito en hito a los soldados rojos,extenuados, sucios y a menudoandrajosos, y se deca: No parecen

  • gran cosa y, sin embargo, estnconquistando el mundo.20

    Pese a que el avance sovitico se hacacada vez ms lento debido a lasdificultades de abastecimiento ymantenimiento, sus ejrcitosconsiguieron mantenerlo durante todo elmes de septiembre. La batalla porRumania caus unas 230.000 bajas entrelos alemanes, en tanto que la UninSovitica perdi 46.783 hombres (a losque hay que sumar 171.426 heridos),2.200 carros de combate y 528 aviones.Para no perder de vista la diferenciaentre los frentes oriental y occidental,debemos tener en cuenta que una de lasoperaciones soviticas menos

  • sangrientas de 1944 y 1945 supuso parasus fuerzas armadas un nmero devctimas mayor que las sufridas porbritnicos y canadienses durante toda lacampaa del noroeste europeo.Bulgaria, sin embargo, cay sin quehubiese que disparar una sola bala. Nobien hubieron cruzado sus fronteras el 8de septiembre, las tropas rusas fueronobjeto de un caluroso recibimiento porparte de aquellos que, en teora, eran susadversarios, que no haban dudado enformar con banderas rojas desplegadas ybandas de msica.

    Casi ninguno de los soldados soviticosque estaban entrando en tropel en laEuropa oriental haba puesto jams un

  • pie fuera de su pas, por lo que nopudieron menos de sentirse fascinadosy en ocasiones, tambin asqueadospor todo un cmulo de novedades. Losrusos tenan Polonia por un Estadocapitalista y burgus hostil para con laUnin Sovitica,21 escribe ciertahistoriadora rusa. Un soldadocompatriota suyo reconoci: No puedodecir que le tuvisemos mucho afecto aPolonia. Para nosotros no haba nada enaquel pas que pudisemos considerarnoble. Todo era burgus y banal. Nosmiraban de un modo muy poco amistoso,y no queran otra cosa que timar a susliberadores.22 Los soldados delEjrcito Rojo tenan orden de respetarlas propiedades de los polacos, si bien

  • fueron pocos los que la acataron.Cuando, en determinada ocasin, sereprendi a uno de ellos por robar unaoveja, sus cama-radas no dudaron enprotestar. Vamos!, dijimos recuerda uno de los presentes. Qusupone una oveja? Este hombre haestado luchando desde la batalla deStalingrado.23

    El teniente Valentn Krulik no podaentender por qu los campesinosrumanos dejaban salir el humo de lacocina por la puerta principal de sushogares, hasta que supo que el gobiernohaba impuesto gravmenes sobre el usode las chimeneas. Despus de sertestigos de la desesperada

  • pobreza que sufran las zonas rurales delpas, l y sus hombres quedaronestupefactos al topar con una capitaliluminada con profusin, donde loscomercios estaban abiertos y llenos degnero.24 Cuando atraves, montado ensu todoterreno Willys y dirigiendo unabatera de artillera, los primerospueblos blgaros, el comandante DmitriKalafati y los vehculos que loacompaaban tuvieron que soportar unverdadero bombardeo de sandas. Lasprimeras tropas del lugar con las que seencontraron se limitaron a decirles: Notenemos intencin de oponerresistencia. Kalafati pudo, as, recorrerBulgaria sin encontrar obstculo algunoy entrar en Yugoslavia sobre su querido

  • Jeep con el comandante del 3.er frenteucraniano. A los soviticos les gust elpas, si bien algunos consideraban quelos yugoslavos, y en especial losguerrilleros comunistas de Tito, eranarrogantes y altaneros: Parecanmirarnos por encima del hombro.23 Elteniente Vladmir Gormin, uno de losartilleros rusos que respaldaba a losyugoslavos, admiraba el espritu de lospartisanos, aunque no acababa deentender las bondades tcticas queposea la prctica de avanzar hacia elcombate detrs de un acordeonista queentonaba canciones patriticas.26 Launidad de transmisiones de YuliaPozdniakova estuvo un tiempoacantonada en el inmenso castillo de un

  • noble de Polonia. Entre los parterres deljardn haba dispuestos relieves enpiedra de diversos po-' lacos que habanluchado con las huestes napolenicas enRusia en 1812. A la joven se la llevabanlos demonios. Me indignaba quealguien pudiese vivir como lo habahecho aquel conde, con todo servido enbandeja de plata. Nunca haba vistonada parecido en Rusia: aquelloscolosales baos, aquellas estatuas demujeres desnudas labradas en mrmol...No poda ser bueno.27

    Es algo comn a todos los soldados, seacual fuere su guerra, la tendencia acentrarse de manera irrefrenable en suspropias perspectivas devida o muerte,

  • sin pensar demasiado en batallasdistantes. Los del Ejrcito Rojo sepreocupaban poco por lo que estuviesenhaciendo sus aliados, si bien estabanagradecidos a los norteamericanos porlos camiones y las latas de carne enconserva que les haban proporcionado.Entre otras muchas mercancas, EstadosUnidos suministr a la Unin Soviticaquinientos mil vehculos, treinta y cincomil equipos de radio, trescientosochenta mil telfonos de campaa y msde milln y medio de kilmetros decable de telecomunicaciones. Muypocos de los soldados soviticosllegaron a saber que invadieron Berlncon botas de fabricacinnorteamericana, conseguidas por su

  • ejrcito en virtud del Pacto de Prstamoy Arriendo, o que buena parte de laproduccin aeronutica de su pas de-

    penda de la provisin estadounidensede aluminio. Mosc tampoco reconocijams que, desde finales de 1943, slohaba en el frente oriental un 20 por 100de los aviones de la Luftwaffe, siendoas que el resto se hallaba luchandocontra los aliados occidentales en elcielo de Alemania.

    Las embarcaciones estadounidenses quetransportaban ingentes cargamentos dematerial blico eran sometidas a unaestricta cuarentena en los puertossoviticos, durante la cual se trataba atodos y cada uno de sus tripulantes como

  • espas en potencia, captores polticos deciudadanos soviticos. Tres denuestros agentes se han mezclado con elpersonal de descarga del muelle inform el jefe local de la NKVD a Lav-renti Beria, adalid del aparato deseguridad de Stalin, despus de quearribase a Sebastopol un buque de carganorteamericano, con objeto de evitarlos posibles intentos de introducirespas estadounidenses en el puerto,contener a los elementos subversivosque pudiera haber entre la tripulacin eimpedir cualquier contacto entre sta yel personal portuario. Tambin se harecurrido a una serie de agentesfemeninos con instrucciones especficasde mantenerse en estrecho contacto con

  • los oficiales que desembarquen.25' Decualquier manera, Roosevelt seguacreyendo que poda negociar con Stalinde un modo que le estaba vedado aChurchill. El embajador estadounidenseen Mosc, Averell Harri-man, cuyaconcepcin del Estado sovitico sehaba tornado mucho ms pesimista, lovisit en noviembre de 1944 a fin derecomendarle encarecidamente queadoptara una actitud mucho msinflexible con respecto a Stalin. Salidel encuentro descorazonado. No creohaber convencido al presidente de lanecesidad de una poltica firme yvigilante, escribi.29 A muchos de suscompatriotas les preocupaban ms lasambiciones imperialistas que pudiesen

  • conservar sus aliados del Reino Unidoque los designios de los soviticos en lotocante a la Europa oriental. Losbritnicos son capaces de tomar tierraen cualquier lugar del mundo, aunquesea una roca o un banco de arena, fueel mordaz comentario que hizoRoosevelt a su secretario de Estado.30Por su parte, un lector del San FranciscoChronicle se quej en una carta alperidico de que los muchachos deNorteamrica estn derramando susangre en Europa para proteger supoderoso imperio ... Ayer, cuandoestaba en apuros, Inglaterra implorabaayuda para derrotar a su arroganteenemigo, y hoy, que tiene asegurada lavictoria a costa de la sangre y la riqueza

  • de Norteamrica, es ella la arrogante.Washington se esforz con denuedo paramantener vivas sus relaciones conMosc, pese a los implacables desairessoviticos.

    Los rusos abrigaban bastante desprecioque Stalin no se encarg precisamentede atenuar por los tardos logros de laOperacin Overlord. Hablamos muypoco del segundo frente asegur elcomandante de artillera Yuri Riajovski. En ningn momento sentimosaminorar la presin de los alemanes deresultas de las acciones de nuestrosaliados occidentales. De hecho,tenamos la impresin de que estabanhaciendo bien poco: su campaa no era

  • ms que una astilla clavada en el frentealemn.31 Fue una lstima que losestadounidenses y los britnicos nocomenzasen a luchar antes, observaba,sarcstico, el teniente Pvel Nikforov,mientras recordaba que l mismo habasido herido tres veces en combate antesde que el primer aliado pusiese un pieen tierra durante el Da D.32

    La actitud que mantuvieron lossoviticos con respecto a Occidentedurante lo que dur la segunda guerramundial responda, tal como ha sealadoel historiador Orlando Figes, a unapostura histrica caracterizada por lacompleja sensacin de inseguridad,envidia y resentimiento en relacin con

  • Europa [que] define la conciencianacional rusa.33 Cierto rumano quevisit la Unin Sovitica en septiembrede 1944 describi el sobrecogimientoque le provocaron las privaciones a queestaba sometida la poblacin, y advirtila combinacin de soberbia y complejode inferioridad que determinaba laactitud adoptada por sus habitantes paracon el mundo: Son conscientes de lasgrandes victorias que han conquistado,pero, a un tiempo, tienen miedo de queno se les trate con el suficiente respeto,y eso los perturba.34 Los soviticosdesdeaban la hipocresa poltica queconsideraban presente en elcomportamiento de sus aliadosoccidentales. Los angloamericanos

  • hacan patente su preocupacin acercade la futura forma de gobierno que seadoptara en Bulgaria y Rumania, perodaban muestras de una total indiferenciaen lo tocante a la alarma expresada porla Unin Sovitica acerca de lacontinuidad de la dictadura fascistaimperante en Espaa. Y los rusos nopodan menos de ver en tal actitud unsigno propio de la doble moralburguesa. Milovan Djilas, dirigente dela guerrilla yugoslava, escribi despusde reunirse con Stalin en 1944: Quedlleno de admiracin por la voluntaddespiadada, inextinguible, de loscabecillas soviticos; y de terror, por loinagotable de la astucia y el mal querodeaban la Unin Sovitica.35 John

  • Erickson, cronista britnico del EjrcitoRojo, habla de una actitud deaislamiento asediado presente tantoen los soldados como en los civiles delpas.36

    Los rusos revelaron poco menos quenada a sus aliados occidentales en loreferente a sus planes operativos. Laspeticiones de Estados Unidos relativasal empleo de oficiales de enlace en elcuartel general del Ejrcito soviticofueron rechazadas de forma sumaria.Pese al intercambio de cumplidos deque daban muestras en pblicoChurchill, Roosevelt y Stalin, lo ciertoes que exista una clara divisinespiritual que separaba a los aliados

  • orientales de sus compaeros deponiente, y que evolucionara hastaconvertirse en un verdadero abismo amedida que se acercaba el momento dehacer acopio de los despojos de lavictoria. La majestuosa calificacin deGran Alianza, acuada en plenofragor de la batalla, enmascaraba unarealidad incontestable: a losangloestadounidenses y los soviticosslo los una el objetivo comn dedestruir a Hitler. Fueran cuales fuesenlas sospechas que albergaba Rooseveltcon respecto a Churchill, lo cierto esque las metas blicas de Estados Unidosy el Reino Unido tenan, en gran medida,un carcter altruista. De la UninSovitica, sin embargo, no puede

  • decirse lo mismo, y ms an cuando alas ambiciones de Stalin fueron asumarse unas ansias ciclpeas devenganza y conquista. As lo entendieronlos alemanes implicados en losdescarros que, durante tres aos, haballevado a cabo su nacin en territoriosovitico o los que estaban al corrientede lo all ocurrido. En ocasiones daba laimpresin de que los aliadosoccidentales fuesen simples intrusos,fisgones que no entendan nada de lo queescuchaban a escondidas y se inmiscuanen la lucha a muerte que estabanlibrando las dos tiranas rivales en elEste europeo.

    El frente oriental no tuvo un minuto de

  • paz entre otoo e invierno; pero durantelos cinco meses transcurridos entremediados de agosto de 1944 y mediadosde enero de 1945, la lnea polaca apenasse movi. Al Ejrcito Rojo le hubieseresultado imposible sosteneroperaciones simultneas en Polonia, elfrente del Bltico y los Balcanes. Sussoldados necesitaban tierra firme y durasobre la que pudiesen maniobrar loscarros de combate, y, llegado el cambiode ao, apenas quedaba terreno conestas caractersticas. No deja de serplausible que Stalin hubiese tenido lapotestad de avanzar directamente haciaBerln y acabar as antes con la guerra de haber hecho depender suestrategia de objetivos puramente

  • militares. En cambio, opt por hacersecon el total dominio de los Balcanesantes de acaparar municiones destinadasa una nueva ofensiva en el ro Vstula,en la zona central de Polonia, convertidoen frente decisivo en la lucha contra laWehrmacht. Los ejrcitos de Zhkovemplearon, pacientemente, los meses deotoo e invierno en recobrar fuerzas yextender sus inmensas redes deaprovisionamiento antes de lanzar unpoderoso embate en direccin alcorazn He Alemania.

    TODO VA DE MARAVILLA

    Quienes vivan en democracia gustabande suponerse mejor informados acercade la guerra y del mundo que los

  • rodeaba que quienes estaban sometidosa un gobierno tirnico. As y todo, enotoo de 1944, muchos de los soldadosestadounidenses y britnicos queluchaban en el frente occidentalcompartan una indiferencia y undesconocimiento con respecto a lanebulosa lucha que se estaba librando enel Este, que bien podan compararse conla actitud adoptada por los hombres delEjrcito Rojo en lo tocante a sus aliadosde Occidente. En aquella poca,sabamos muy poco acerca de lossoviticos reconoce el comandanteWilliam Deedes, del XII cuerpo defusileros reales. Resulta asombrosohasta qu punto ignorbamos lo queestaban haciendo. Estbamos mucho ms

  • interesados en escuchar a Vera Lynncantando por la radio.37 Durante unavisita a la divisin polaca que sehallaba a sus rdenes, el mariscal decampo Mont-gomery no tuvo reparos enpreguntar al comandante de la unidad si,en su pas, los polacos se comunicabanen ruso o en alemn. No cabe duda deque se habra asombrado si alguien lohubiese informado de que Polonia tenauna historia ms dilatada que Rusia encalidad de nacin independiente. Losgenerales de Estados Unidos y el ReinoUnido eran conscientes de las victoriasdel pueblo sovitico, pero no sabannada de sus intenciones, absortos comoestaban en la siguiente fase de su guerra:el avance hacia el Rin. Dieron por

  • sentado el carcter predominante de suspropias operaciones, porque, al cabo,as es la naturaleza humana.

    Algunas de las batallas vividas por lossoldados de las fuerzas angloamericanasen Francia, entre junio y julio, habaninfligido a la infantera daos msgraves que los sufridos durantecualquier otro combate de la guerra;daos que, de hecho, podan compararsecon los de algunas de las accionesblicas de 1916. El 4 batalln delregimiento britnico Wiltshire, porejemplo, se haba visto mermadoseriamente. En septiembre, ninguna desus compaas contaba con ms deochenta hombres, y no eran pocos los

  • pelotones que haban quedado al mandode suboficiales. El capitn DimRobbins, al frente de una de aquellascompaas, afirma: Normanda habaconstituido una experiencia terrible paranosotros. No habamos reparado en lobuenos que eran los alemanes, a pesarde que no poseyesen nada comparable alo que tena-

    90

    mos nosotros.

    Muchos de los miembros del Ejrcitobritnico se hallaban exhaustos. Unoscuantos de ellos haban luchado enFrancia en 1940, y un nmero mayorhaba servido en Egipto, Libia y Tnez

  • entre 1941 y 1942, y en Sicilia e Italiaen 1943. Incluso aquellos que habanpermanecido en Inglaterra y no conocanlo que era un combate haban vividodurante aos entre bombardeos yracionamientos, miseria, ruinas yseparaciones familiares. La mayorapensaba que haba cumplido su parte,y en el caso de los veteranos delMediterrneo, ms que eso. Poco faltpara que, antes del Da D, estallara unmotn en el 5. de tanques reales.Mientras regresaban a casa tras tresaos de servicio con el 8. ejrcito, susintegrantes supieron que debanparticipar an en otra gran batalla, y nopudieron menos de afligirse. El 6. delregimiento Green Howard, que haba

  • combatido en el desierto, Sicilia yNormanda, se encontraba tan reducidoen septiembre que termin pordisolverse como unidad. Pensamos: seacab; ahora, que siga luchandocualquier otro cabrito comenta elsoldado raso George Jackson, uno de lossupervivientes. Pero no: nossepararon y nos enviaron a reforzarotras unidades que necesitaban soldadoscon desesperacin. Nos pareci injusto,por no decir otra cosa. Algunos de miscompaeros no eran precisamentejvenes: tenan esposa e hijos. Ymientras, en Inglaterra segua habiendojvenes llenos de energa dedicados aconducir camiones o llevar las cuentasdel ejrcito.39

  • Entre tanto, los estadounidenses semostraban cada vez ms resentidos conla relativa debilidad que achacaban alos britnicos y a su contribucin a lacontienda. El senador de Montana,Burton K. Wheeler, se quej ante elCongreso en los siguientes trminos:Se me hace difcil entender por qu,disponiendo del mayor ejrcito delmundo, hemos de sentirnos obligados allamar a filas a ms hombres si tenemosluchando en la guerra el cudruple desoldados que los britnicos. Entre suscompatriotas, no faltaban ciudadanos derelieve como el propio presidenteque vean con morboso recelo lo queconsideraban un intento, por parte deChurchill, de sacrificar vidas

  • norteamericanas en pos de larestauracin del Imperio britnico. En1942, Estados Unidos haba aceptado, ainstancias del Reino Unido, la polticapor la que se conceda prioridad aAlemania. Sin embargo, muchosestadounidenses, incluidos algunossituados en lo ms alto de la cadena demando, entendan que constitua unaempresa lamentable concluir la guerraeuropea antes de que su pas hubieseajustado cuentas con su principalenemigo: Japn.

    La diferencia existente entre aliadosoccidentales, por un lado, y alemanes yrusos, por el otro, qued reflejada de unmodo sorprendente en la actitud

  • adoptada ante las vctimas. Loscaudillos de Stalin ardan en deseos deacometer la ltima fase de la lucha porEuropa, y nada les importaban lasmuertes y el sufrimiento de sussoldados, siempre que no influyesen enla capacidad del Ejrcito Rojo paracombatir en la siguiente batalla. Losdirigentes de Alemania, por su parte,llevaban ms de una dcadamanteniendo algo semejante a unarelacin amorosa con la muerte. Seguanacariciando la esperanza de alcanzar lavictoria final, aunque a esas alturas sehaba hecho evidente que Hitler estabadispuesto a aceptar con igual entusiasmoun apotesico bao de sangre digno dellugar que deban ocupar en la historia el

  • Tercer Reich.

    Los soldados al mando del generalDwight Eisenhower, por el contrario,compartan, en septiembre de 1944, elsentimiento de alivio que lesproporcionaba el pensar que, trasNormanda, comenzaba a columbrarse elfinal de la guerra. En su opinin, ya sehaba derramado demasiada sangre, yresultaba beneficioso creer que, enadelante, se tratara slo de limpiarla.Despus de que las tropas irrumpiesenen Francia, nos dijeron segn laspalabras del capitn Dim Robbins queel Ejrcito alemn se haba derrumbado.Era, tan slo, cuestin de cruzar elRin.40 Los hombres bendecan su suerte

  • por hallarse tan cerca de la liberacin, ymuchos resolvieron arriesgarse lomenos posible durante los ltimos das.El 28 de agosto, el Ministerio del Airebritnico hizo llegar a todos los mandosde la RAF un memorndum en el que serecogan las medidas preventivas quedeban adoptarse para la celebracin delfinal de la contienda. No deba darseningn tipo de comportamientoextravagante

    0 destructivo, segn se adverta en eldocumento. En consecuencia, losoficiales al mando de las diversasunidades deban asegurarse de que elpersonal no autorizado no tuvieseacceso a armas de fuego, explosivos o

  • artificios pirotcnicos. Todo va demaravilla recogi en su diario, el

    1 de septiembre, el coronel GeorgeTurner-Cain, al frente del 1. britnicodel regimiento Herefordshire. Loshunos apenas estn oponiendoresistencia.3 Casi todos parecencontentos de entregarse. Cuatro dasdespus, escribi: No paran de correrrumores. La radio suiza dice que Hitlerha huido a Espaa y se ha declarado lapaz.41

    Eran muchos los alemanes que dabanmuestras de querer abandonar la lucha.Un alemanito se nos entrega en mediode un campo de coles puede leerse en

  • la entrada correspondiente al 2 deseptiembre del diario de John Thorpe,soldado del 2. regimiento de caballeravoluntaria Fife & Forfar. Tiene laropa empapada de agua, est cubierto debarro y no deja de tiritar a causa del froy el miedo. Le ofrecemos una galleta ylo entregamos a nuestra infantera.42Querida mam rezaba la carta queenvi a casa Michael Gow, teniente delregimiento Scots Guards, con fecha del1 de septiembre: No te pareceesplndida la noticia? Todo indica quela retirada de los alemanes, que era, enmuchos sentidos, tan magistral comonuestro avance, se ha convertido enderrota.43

  • Los soldados que quedaban con vida aunque sin demasiadas fuerzas del Icuerpo blindado de la SS se toparon conla pequea poblacin de Troisvierges,poco despus de atravesar la fronteraluxemburguesa durante su huida aAlemania.

    No dbamos crdito a nuestros ojos afirma el capitn Herbert Rink, uno desus jefes de unidad. En la calleprincipal de la ciudad se habancongregado todos los habitantes conflores y bebidas. No caba duda de queestaban esperando a las fuerzas deliberacin ... No tenamos mucho tiemposi queramos llegar all antes que losnorteamericanos ... Salimos corriendo

  • del bosque ... doblamos la calleprincipal, sin dejar de mirar al sur, ypasamos, lentamente, por entre lapoblacin expectante ... Jams habavisto personas ms calladas y azoradas.No saban qu hacer con las flores;tenan la mirada clavada en el suelo ylas manos cadas en un gesto deimpotencia.44

    Por fortuna para las gentes deTroisvierges, los estadounidensesestaban, en efecto, pisando los talonesde los vehculos semioruga de la SS.

    El mdico neerlands Fritz van denBroek se hallaba de vacaciones con sufamilia cerca de Maastricht y pudo

  • observar, maravillado, el espectculoque ofrecan las tropas alemanas deocupacin en su huida hacia el Estedurante el dolle Dinsdag (martes loco,como bautizaron en los Pases Bajos el5 de septiembre), cargadas del botn quehaban acopiado por media Europa leos, muebles, alfombras, relojes eincluso cerdos. El holands pens:Bueno! Se acab!, antes de tomar,con satisfaccin, el tren que lo llevarade nuevo a su hogar en Dordrecht, sinpreocuparse siquiera por lasinterrupciones sufridas durante el viaje acausa de los bombardeos de los Spitfire,y sin ms planes que esperar a quetranscurrieran los pocos das queparecan separarlo de la liberacin.45

  • Las noticias de la llegada de losaliados nos causaron una magnficasensacin refiere Theodore Wempe,integrante de la resistencia neerlandesaen Apeldoorn, que a la sazn contabaveinte aos. El pnico se habaapoderado de los alemanes. Suponamosque, de un da a otro, nos anunciaran elfinal de la guerra.46

    Recuerdo aquellos das como hechosde fruta escribi el general de brigadaJohn Stone, ingeniero jefe del 2.ejrcito britnico. Los belgasllenaban los arcenes con cestos de uvas,peras, manzanas, ciruelas ymelocotones. Si nos detenamos un solosegundo, se apresuraban a colmarnos de

  • regalos, y se mostraban dolidos si losrechazbamos.47Atra-vesamos Franciasin encontrar, en ningn momento,resistencia alguna frente a nosotros. Nosdirigamos, a toda velocidad, haciaAlemania recordaba el coronelChester Hansen, ayudante del generalOrnar Brad-ley, y pens que tal vezfueran a abandonar la lucha.48 Unaencuesta de opinin llevada a cabodurante la primera semana deseptiembre revel que el 67 por 100 delos estadounidenses esperaba que laguerra hubiese acabado antes deNavidad. A propsito de la percepcinde los ciudadanos, la embajada britnicaen Washington comunic a Londres: Sesigue dando por sentada una victoria

  • rpida en la campaa europea.49 Dehecho, se inform a la Comisin deControl Aliada para Alemania que debaprepararse para actuar en Berln antesdel 1 de noviembre.0 Segn losservicios de inteligencia observ elsargento Forrest Po-gue, hastamediados de septiembre, todo el frentese hallaba imbuido de un optimismo casihistrico.51

    El 4 de septiembre, el consejo deministros britnico fij, con finesorganizativos, el da 31 de diciembrecomo fecha probable del fin de laguerra. El Consejo de ProduccinBlica de Washington cancel algunosde sus contratos militares, una vez

  • asumido que el material no seranecesario. El 8 de septiembre, sir AlanBrooke, jefe del alto mando imperial,hizo saber al primer ministro que, sibien los jefes de estado mayor nodescartaban la posibilidad de que losalemanes pudiesen sostener laresistencia, pareca presumible que nosobreviviran a aquel invierno.Churchill era de los pocos que disentande esta teora, tal como escribi alcomit conjunto de servicios deinformacin: Existen, cuando menos,las mismas probabilidades de que Hitlercontine luchando el 1 de enero como deque caiga antes de esa fecha. Y sisucumbe antes, ser ms por razonespolticas que militares.52 El dirigente

  • britnico respetaba, ms que cualquierotro integrante de la cpula de poderangloamericano, el podero combativodel Ejrcito alemn. Adems, estabaterriblemente familiarizado con laslimitaciones de que adolecan lasfuerzas armadas de los pasesdemocrticos.

    Pero con qu poda combatir elenemigo? Ultra, la maravillosa fuente deinformacin secreta que revelaba adiario a los comandantes aliados loscuantiosos datos que se obtenan enBletchley Park a partir de lastransmisiones alemanas codificadas,haba puesto al descubierto bastantesdetalles de la debilidad del enemigo.

  • Cierta estimacin efectuada por losservicios de espionaje el 12 deseptiembre daba a entender queAlemania slo poda desplegardiecinueve divisiones en la defensa delWest-wall la cadena fortificada querodeaba el pas, conocida tambin comola Lnea Sigfrido, a las que tal vez sesumase un refuerzo de cinco o seis afinal de mes. Es imposible defender elWestwall con tal nmero de fuerzas, porms que reciban ayuda de restos de otrasunidades y abundantes baterasantiareas. Un informe secretoredactado en tono jubiloso por el 2.ejrcito britnico el 5 de septiembreinsinuaba que la actividad de los gruposguerrilleros contra los aliados iba a

  • suponer una amenaza ms seria que loque quedase del Ejrcito alemn.

    Es casi seguro que el enemigo no hamantenido dentro de sus fronteras a unareserva lo bastante adiestrada oequipada para tener a raya a una fuerzainvasora durante mucho tiempo, enparticular si sta posee unidadesblindadas ... Sin embargo, conquistarAlemania no es igual que conquistarFrancia. All no contamos con elrespaldo de la poblacin ... los focos deresistencia que dejemos atrs van a sermucho ms que un fastidio, y semultiplicarn los ataques defrancotiradores y los asaltos menores avehculos aislados, coches de oficiales,

  • etc. Aun en el caso de que el avanceresulte relativamente fcil, habr que irlimpiando de enemigos la retaguardia.Tambin tendremos que despojar a lapoblacin civil de las armas quepudiesen haberle proporcionado.53

    Los comandantes estadounidensescompartan su postura. El ayudante deBradley escribi el 5 de septiembre:Brad cree que, una vez crucemos elRin, los alemanes pueden venirse abajoo ... si la SS mantiene an cierto control,obligarnos a limpiar el pas a fuerza deescaramuzas, lo que constituir unproceso tan costoso como molesto.54 Elenemigo tambin pareca estar deacuerdo en este particular. As, el

  • mariscal de campo Gerd von Rundstedthizo saber a Hitler, el 7 de septiembre,que haran falta seis semanas paraproveer de hombres el Westwall yhacerlo defendible. Entre tanto, el grupode ejrcitos B el principal contingentecon que contaban los alemanes enOccidente no dispondra sino de ciencarros de combate con los que hacerfrente a los dos mil de los aliados.Ludwig Seyfeert, general al mando de la348.a divisin germana, confes a losque lo interrogaron tras ser capturado el6 de septiembre: Los aliados podranhaber llegado al corazn de Alemania enmenos de dos meses.55 Dos das antes,el cabo Joseph Kolb haba escri-

  • to a su familia desde la guarnicinasediada de Calais: Sigo vivo, aunqueacaso sea sta la ltima carta que osescribo. No s cmo acabaremos, simuertos o en cautividad. El soldadoraso Fritz Gerber se expres en trminossemejantes: La nica esperanza que nosqueda es que nos hagan prisioneros. Osquiero. Recibid mis ltimos saludosdesde el frente occidental, y en caso deque no volvamos a vernos en esta vida,rogad para que podamos reunimos en laotra.56 El sargento Helmut Gnther, queluchaba en el ro Mosela, con lo quequedaba en pie de la 17.a de infanterablindada (Panzergrenadier) de la SS,refiere: Nos asombr que los aliadosestuviesen tardando tanto en entablar

  • combate con nosotros. Estbamostotalmente exnimes. Sin embargo, nosestaban ofreciendo la oportunidad detomar aliento y reagruparnos en Metz.Nos pareca extraordinario."'

    En el interior del Tercer Reich, lasgentes informadas ajenas al rgimen deHitler se exasperaban ante la inminentellegada del fin de la guerra. Slo la pazpodra poner fin a la muerte implacable:la victoria aliada llevara la esperanzade vivir a millones de prisioneros, y enespecial a los que haban osadooponerse a la tirana nazi. Para losmiles de ciudadanos apresados por laGestapo y para los que se saban en supunto de mira escribi Paul von

  • Stemann, periodista dans que pas lacontienda en Berln, la espera sehaba convert