Aries Philippe - El Hombre Ante La Muerte

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PHILIPPE ARIES EL HOMBRE ANTE LA MUERTE Versión castellana de MAURO ARMIÑO taurus

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PHILIPPE ARIES

EL HOMBRE ANTE LA MUERTEVersin castellana

deMAURO ARMIO

taurus

Ttulo original: L 'homme devanl la mort, @ 1977, DlTIONS DU S, s.

A PRIMEROSE

in utroque tempore semper una

Primera edicin: 1983 Reimpresin: 1984

cultura Libre @ 1983, TAURUS EDICIONES, S. A. Prncipe de Vergara, 81, 1..28006 MADRID ISBN: 84-306-1229-7 Depsito legal: M-25873-1984 PRINTED IN SPAIN

PREFACIO

Esto no es una introduccin. La verdadera introduccin a este libro apareci en 1975, al frente de los Essais sur l'histoire de la mort en un texto en el que explicaba por qu haba escogido este tema, cul haba sido mi punto de vista, cmo fu llevado luego de siglo en siglo hacia adelante, hacia atrs, qu dificultades de mtodos planteaba una investigacin tan larga. No tengo que volver sobre ello: bsteme remitir a l al lector curioso. Esa introduccin, salida antes de tiempo, la haba titulado Hstora de un libro que no acaba>, y era a este libro al que me referia. En aquel momento vea tan lejos el final que me decid a publicar sin demora los primeros ensayos, los trabajos de acceso a mi obra. No sospechaba que una feliz circunstancia iba a permitirme acelerar enseguida la marcha y llegar antes de lo que suponia. En enero de 1976, gracias a la presentacin de mi amigo O. Ranum, fui admitido durante seis meses en el Woodrow Wilson Internacional Center for Scholars, y durante esa estancia pude consagrar todo mi tiempo y todo mi corazn al tema y rematar por fin un libro en marcha desde hacia una quincena de aos. Se sabe que en Estados Unidos existen algunas insignes abadas de Tblme donde los investigadores se ven liberados de sus ocupaciones temporales y viven en su tema como monjes en religin. El Woodrow Wilson International Center es una de esas abadas laicas,;Est instalado en un fantstico castillo de ladrillo rojo cuyo estilo neo-Tudor invita al alejamiento del siglo y que, para un historiador de la muerte, posee la singular particularidad de conservar una autntica tumba, ila del fundador de la Smithsonian Institution! La ventana de mi espaciosa celda, semicubierta de vid virgen, daba sobre el Mall, el gigantesco tapiz verde que cubre el centro de Washington. All, el director, J. Bllngton, el hada buena del lugar, Fran Hunter, los administradores, secretarios y bibliotecarios velan por el recogimiento y el bienestar de los Fellows. La severidad de ese retiro estaba suavizada por el calor humano cuyo secreto tiene Amrica, no slo ese calor que mantienen las amistades serias, sino el ms efimero de los encuentros de paso. Hay que haber viajado un poco para apreciar en su valor de rareza esa calidad de acogida. Cuando dej Washington, no me quedaba por escribir ms que la conclusin, para la que deseaba tomar cierta dstancia, las notas de referencias y los agradecimientos.

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Este libro debe mucho a los amigos y colegas que se han interesado en mis investigaciones y me han comunicado documentacin, indicaciones de lugares, de monumentos, inscripciones y textos, referencias, recortes de prensa..., gracias a todos ellos, a las seoritas o seoras N. de la Blanchardire, M. Bowker, N. Castan, L. Collodi, M. Czapska, A. F1eury, H. Haberman, C. Hannaway, J.-B. Holt, D. Schnaper, S. Strazewska, M. WollT-Terroine. Ya los seores J. Adhemar, G. Adelman, S. Bonnet, P.-H. Butler, Y. Castan, B. Cazes, A. Chastel, P. Chaunu, M. Collart, M. Cordonnier, J. Czapski, P. Dhers, J.-L. Ferrier, P. F1amand, G. Glnisson, G. Godechot, A. Gruys, M. Guillemain, P. Guiral, G.-H. Gy, O. Hannaway, C. Ielinski, Ph. Joutard, M. Lanoire, P. Laslett, l. Lavin, F. Lebrun, G. Liebert, O. Michel, R. Mandrou, M. Mollat, L. Posfay, O. Ranum, D.-E. Stannard, B. Vogler, M. Vovelle. El manuscrito ha sido cuidadosamente releido por Annier Franeois, A esta lista debo unir los nombres de algunos autores que me han inspirado o informado particularmente: F. Cumont, . Mile, E. Morin, E. Panofsky, A. Tenenti. Como se ve, la ruta fue larga, pero numerosas fueron tambin las manos que ayudaron. Ahora el libro llega a puerto tras fatigosa navegacin. Ojal que el lector no perciba las incertidumbres del camino.

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LIBRO PRIMERO

EL TIEMPO DE LOS YACENTES

PRIMERA PARTE

TODOS HEMOS DE MORIR

l

LA MUERTE DOMADA

La imagen de la muerte que adoptaremos como punto de partida de nuestros anlisis es la de la primera Edad Media, digamos, en lineas generales, la muerte de Rolando. Pero esa muerte es anterior: es la muerte acrnica de los largos periodos de la historia ms antigua, quiz de la prehistoria. Esa muerte tambin le ha sobrevivido y volveremos a encontrarla en el leador de La Fontaine, en los campesinos de Tolstoi e incluso en una vieja dama inglesa en pleno siglo xx. Pero la originalidad de la Edad Media consiste en que la aristocracia caballeresca impuso la imagineria de las culturas populares y orales a una sociedad de clrigos - trados, herederos y restauradores de la antigedad culta. La muerte de Rolando se ha convertido en la muerte del santo, pero no la muerte excepcin del mstico, como la de Galaad o la del rey Mehaign. El santo medieval fue tomado prestado por los clrigos letrados a la cultura profana y caballeresca, tambin de origen folklrico'. El inters de esta literatura y de esa poca va, pues, a restituimos claramente, en textos accesibles, .dna actitud ante la muerte caracteristica de una civilizacin viejsima y largusima, que se remonta a las primeras edades y que se apaga ante nuestros ojos. A esta actitud tradicional habr que referirse siempre a lo largo de este libro para comprender cada uno de los cambios cuya historia intentamos aqu.

SABIENDO QUE LA MUERTE LLEGA

Ante todo vamos a preguntarnos ingenuamente cmo mueren los caballeros en la

Chanson de Roland, en las novelas de la Tabla redonda, en los poemas de Tristn...No mueren de cualquier forma: la muerte est regulada por un ritual consuetudinario, descrito con complacencia.' La muerte comn, normal, no le coje a uno traidoramente, aunque sea accidental a consecuencia de una herida, aunque sea efecto de una emocin grandsima, como ocurria. Su carcter esencial es que deja tiempo parael asso. Ah, buen y dulce seor, pensis1 Le Golf, Culture clricale et traditions folkloriques dans la clvilisation mrovmgienne, Annaies Ese, julio-agosto de 1967, pgs. 780 y ss.

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pues moriros tan pronto? -S, responde Gauvairr', sabed que no vvr dos das . Ni el mdico, ni los compaeros, ni los sacerdotes, estos ltimos ignorados y ausentes, saben tan bien como l. Slo el moribundo mide el tiempo que le queda'. El rey Dan ha sufrido una mala cada de caballo. Arruinado, expulsado de sus tierras y de su castillo, huy con su mujer y su hjo. Se detuvo para ver de lejos brillar su castillo que era todo su consuelo. No resisti su pena: El rey Dan reflexionaba as. Puso sus manos ante sus ojos y un pesar tan grande le punz y oprimi que, no pudiendo derramar lgrimas, su corazn le ahog y se desmay. Cay de su palafrn con tanta dureza... : entonces se perda el conocimiento a menudo, y los rudos guerreros, tan intrpidos y valientes, se desvanecian cuando llegaba el caso. Esta emotivdad vril dur hasta el periodo barroco. Slo despus del siglo XVII convino al hombre, al varn, superar sus emociones. En la poca romntica el desvanecimento se reserv para las mujeres, que abusaron de l. Hoy da no tiene otro sentido que un signo cInco. Cuando el rey Dan volv en s, se dio cuenta de que sangre bermeja le sala de la boca, de la nariz, de los odos. Mir al cielo y pronunci como pudo...: Ah, Seor Dos... socorredme porque veo y s que mi fin ha llegado . Veo y s. Oliveros y Turpn sienten, ambos, que la muerte les asedia y cada cual se expresa en trminos casi idnticos. Rolando siente que la muerte se apodera totalmente de l. De su cabeza desciende hacia el corazn.' Siente que su tiempo ha acabado. Herido por un arma envenenada, Tristn sinti que su vda se perda, comprendi que

iba a morr?, Los piadosos monjes no se comportan de modo distinto a los caballeros. En SantMartn-de-Tours, segn Raoul Glaber, tras cuatro aos de reclusin el muy venerable Herv sinti que pronto iba a dejar el mundo y numerosos peregrinos acudieron con la esperanza de algn milagro. Uno saba en efecto que su muerte estaba prxima'. Una inscripcin de 1151 conservada en el museo de los Agustinos de Toulouse' cuenta cmo el gran sacristn de Saint-Paul de Narbonne tambn vo que iba a morir: Mortem s/bl Instare cernerattanquam obitus su/ prescius (Vio la muerte a su lado y tuvo de este modo el presentimiento de su muerte). Hizo su testamento en medio de los monjes, se coufes, fue a la iglesia a recibir el corpus domini y all muri. Algunos presentimientos tenan carcter maravlloso: uno, en particular, no engaaba, la aparicin de un espectro, aunque slo fuera en sueos. La vuda del rey Dan7 haba entrado en religin tras la muerte de su marido y la desaparicin misteriosa de su hijo. Pasaron los aos. Una noche vo en sueos a su hjo y a sus sobrinos, a los que creia muertos, en un hermoso jardn: Entonces comprend que nuestro seor la habia atendido y que iba a morir. Raoul Glaber' cuenta cmo un monje llamado Gaufier tuvo una vsin mientras rezaba en la iglesia. Vio un grupo de hombres graves, vestidos de blanco, adornados con estolas prpuras, a los que preceda un obispo con la cruz en la mano. Este se acerc a un altar y alli celebr la misa. Explic al hermano Gaufier que eran religiosos muertos en combates contra los sarracenos y que iban al pas de los bienaventurados. El preboste del2 Les

Romans de la Table ronde. adaptados por J. Boulenger, Pars, Plon, 1941, pgs. 443 y ss.pg. 124.

3 lbid.,

(La Chaneon de Roland.,OO. y trad. de J. Bdier, Pars, H. Pieaza, 1922, CCVII. CLXXlV. Le Roman de Tristan el Yseult, adaptado por J. Bdiei, H. Piazza, 1946, pg. 247. Les Tristan en verso J.-C. Payen, Pars, Garnier, 1974. s R. Glaber, citado por G. Duby, L'An mi/o Pars, Julliard, col. Archives, 1967, pags. 78 y 89. 'Museo los Agustinos, Toulouse, n," 835. 1 Les Romans de la Table ronde, op. cu; pg. 154. G. Duby, op. cit., pg. 76.

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monasterio a quien el monje cont su visin, hombre de saber profundo,le dijo: Reconfortaos en el Seor, hermano mo, mas como habis visto lo que raramente es dado a los hombres ver, es preciso que paguis el tributo de toda carne, a fin de que podis compartir el destino de quienes se os han aparecido. Los muertos estn siempre presentes entre los vivos, en ciertos lugares yen ciertos momentos. Pero su presencia slo es sensible a los que van a morir. Asi, el monje sabia que su fin estaba cercano: Convocados los dems hermanos, le hicieron la visita de costumbre en semejantes casos. Al final del tercer dia, cuando caa la noche, dej su cuerpo. A decir verdad, es probable que la distincin que aqui hacemos de los signos naturales y de las. premoniciones sobrenaturales sea anacrnica: entonces era insegura la frontera entre lo natural y lo sobrenatural. No es menos notable que los signos invocados con ms frecuencia para anunciar una muerte prxima fueran, en la Edad Media, signos que hoy calificariamos de naturales: una comprobacin trivial, posible mediante los sentidos, hechos comunes y familiares de la vida cotidiana. Es ms tarde, en los tiempos modernos y contemporneos, cuando observadores que indudablemente ya no creian del todo, acentuaron el carcter maravilloso de los presentimientes, considerados a partir de entonces como supersticiones populares. Esta reserva aparece desde principios del siglo XVII, en un texto' de Gilbert Grimaud que no refuta la realidad de las apariciones de los difuntos, pero que explica por qu causan medo: Lo que todavia aumenta ese temor es la creencia del vulgo, como se ve incluso en los escritos de Pierre, abad de Cluny, que es que tales apariciones son como los correos anticipados de la muerte de aqullos a quienes llegan. Esta no es la opinin: de todos, menos an de los hombres instruidos: es la opinin del vulgo. De acuerdo con la dicotomia 'que aisl a los litterati de la sociedad tradicional, los pre.sentimentos de la muerte fueron asimilados a supersticiones populares, incluso por los autores que las estimaban poticas y venerables. Nada ms significativo a este respecto que la forma en que Chateaubriand habla de ellos, en Le Gnie du chrtsttanisme, como de un beIlisimo folklore: La muerte, tan potica porque afecta a las cosas inmortales, tan misteriosa debido a su silencio, deba tener mil maneras de anunciarse, pero aade, para el pueblo; no poda confesarse de forma ms ingenua que las clases instruidas no percibian ya los signos precursores de la muerte. A principios del siglo XIX, ya no creian realmente en cosas que comenzaban a encontrar pintorescas e incluso fascinantes. Para Chateaubriand, las mil maneras de anunciarse. son todas ellas maravillosas: Unas veces un difunto se hacia prever por el sonido de una campana que sonaba sola, otras el hombre que deba morir oia llamar tres veces en el piso de su habitacin." En realidad, este maravilloso legado de pocas en que era insegura la frontera entre lo natural y lo sobrenatural ocult a los observadores romnticos el carcter muy positivo, muy arriesgado en la vida cotidiana, de la premonicin de la muerte. Que la muerte se hiciera anunciar era un fenmeno absolutamente natural, incluso cuando iba acompaada de prodigios. Un texto italiano de 1490 muestra cun espontneo, natural y extrao en sus races a lo maravilloso, como por otro lado a la piedad cristiana, era el reconocimento franco de la muerte prxima. Esto ocurre en un clima moral muy alejado del clima de las canciones de gesta, en una ciudad mercantil del Renacimento. En Espoleto vivia una linda muchacha, joven, coqueta, muy aficionada a los placeres de su edad. De pronto la enfermedad la'G. Grimaud, Liturgie sacre, en Guillaume Durand de Mende, Rauonae divinorum ojJkiorum. Pars. '1854, t. V, pg. 290 (trad. por Ch. Barthlmy).

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derriba. Va a aferrarse a la vida, inconsciente de la suerte que le espera? Otro comportamiento nos parecera hoy cruel, monstruoso, y la familia, el mdico, el sacerdote conspiraran para mantener su ilusin. La juvencula del siglo xv, comprendi inmediatamente que iba a morr (cum cerneret, infeliJe jusencula, de proxima sibi inminere mortem). Ha visto la muerte cerca. Se rebela, pero su rebelin no adopta sin embargo la forma de un rechazo de la muerte (no tiene siquiera la idea de eso) sino de un desafio a Dios. Se hace revestir con sus ms rcas galas como en el dia de sus bodas, y se entrega al diablo", Como el sacrstn de Narbonne, la joven de Espoleto ha visto. Ocurria incluso que la premonicin iba ms lejos que la advertencia, y que todo se desarrollaba hasta el final segn un calendaro previsto por el que iba a morir. A principios del siglo xvm se divulgaban relatos como el siguiente: Su muerte [Madame de Rhert] no es menos sorprendente que su vida. Ella misma hizo preparar sus pompas fnebres, poner de negro su casa y decir por adelantado misas por el descanso de su alma [en el capitulo 4 veremos que esta devocin fue corriente l, hacer su funeral, todo esto sin sentir ningn dolor. Y cuando hubo acabado de dar las rdenes necesarias para ahorrar a su esposo todos los cuidados de que habra tenido que encargarse sin tal previsin, muri en el dia y la hora que el/a haba sealado". No todo el mundo posea la misma clarividencia, pero cada cual sabia al menos que iba a morir, y sin duda este reconocimiento adopt formas proverbiales que han pasado de edad en edad .Sintiendo su muerte prxima, repite el labrador de La Fontaine. Desde luego estos signos, estas advertencias, algunos no queran verlas:

Que vous tes pressante, O desse cruel/el (La Fontane)."Moralistas y satiricos se encargaban entonces de ridiculizar a esos extravagantes que negaban la evidencia y falseaban el juego natural. Indudablemente, stos aumentaron en los siglos XVII y XVlIl, y, de creer a La Fontane, los tramposos se reclutaban sobre todo entre los viejos.

Le plus semblable aux morts meurt le plus

aregret.

La sociedad del siglo XVII no era amable con estos viejos (de cincuenta aos!) y se burlaba sin indulgencia de un apego a la vida, que hoy nos parecera muy comprensible:

La mort avait raison. Allons, vteillard, et sans rplique.Ocultarse a la advertencia de la muerte es exponerse al rdculo: incluso el loco Quijote, menos loco en verdad que los viejos de La Fontaine, no intentar huir de la muerte en los sueos en que habia consumido su vida. Al contrario, los signos del final le devolvieron a la razn: Dice muy cuerdamente: Yo me siento, sobrina, a punto de muerte".A. Tenenti, 11 senso delta mortee l'amore della vita Mi Rtnasctmento, Turn, Einaudi, 1957, pg. 170. n. 18. Mme. Dunoyer, Leures et Histoires galantes. Amsterdam, 1780, t. 1, pg. 300. 12Cervantes, Don Quic:hQtte. Pars, Gallmard, col. La Pliade, 2,- parte, cap. 74 . Qu opresora sois, / oh diosa cruel! El ms semejante a los muertos muere con mayor pesar .10 11

... La muerte terna razn. / Vamos, viejo, y sin chistar.

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Esta creencia de que la muerte avisa, que ha durado a travs de las pocas, ha sobrevivido mucho tiempo en las mentalidades populares. Al genio de Tolstoi corresponde haberla encontrado, obsesionado como estaba a un tiempo por la muerte y por el mito del pueblo. En su lecho de agona, en una estacin de campo, gemia: . Y los mujiks? Cmo mueren los rnujiks? 13. Pues bien, los mujks moran como Rolando o como la joven posesa de Espoleto o como el monje de Narbonne: ellos sabian. En Les Trois Morts", un viejo postilln agonza en la cocna del albergue, junto a la gran estufa. Aliado, en una habitacin, la mujer de un rco hombre de negocios hace otro tanto. Pero mientras la muerte era ocultada al prncipio a la enferma rca por temor de asustarla y luego representada como un gran espectculo a la manera romntica, en la cocina el viejo postilln lo ha comprendido todo inmedatamente. A una buena mujer que amablemente le pregunta cmo se encuentra, le responde: la muerte est ah, eso es, y nadie trata de engaarle. Lo mismo ocurre tambin con una vieja campesna francesa, la madre de M. Pouget, cuyo bigrafo fue Jean Gnitton: En el 74, tuvo un clera benigno. Al cabo de cuatro das: id a buscar al seor cura. El cura lleg, quiso administrarle la extremauncin. Todavia no, seor cura, ya le avisar cuando sea preciso. Y dos dias despus: d a decir al seor cura que me traiga la extremauncin. Un tio del mismo M. Pouget: 96 aos.Estaba sordo y ciego, rezaba todo el tiempo. Una maana djo: no s lo que tengo, me siento agarrado como jams lo estuve, que vayan a buscarme al cura. El cura fue y le dio todos los sacramentos. Una hora despus habia muerto". J. Guitton comenta: Vemos cmo en esos tiempos antiguos los Pouget pasaban de este mundo al otro como gentes prcticas y simples, observadoras de signos [el subrayado es mio] y ante todo de si mismos. No tenan prsa por morr, pero cuando veian llegar 'SU hora, entonces, sin adelantarse ni demorarse, exactos como era preciso, moran cristianos. Pero los no cristianos .moran tambin sencillamente.

M ORS REPENTINAPara que la muerte fuera anunciada de ese modo, era preciso que no fuera sbita, repentina. Cuando no avisaba, dejaba de aparecer como una necesidad temible, pero esperada y aceptada, de buena o mala gana. Entonces desgarraba el orden del mundo en el que cada cual crea, instrumento absurdo de un azar disfrazado a veces como clera de Dios. Por eso la mors repentina estaba considerada como infamante y vergonzosa. Cuando Gahers muere envenenado por un fruto que la reina, Ginebra, le habia ofrecido inocentemente, se le enterr con gran honor, como convena a un hombre tan valiente. Pero su memora fue prohibida.El rey Arturo y todos los que estaban en su corte sntieron tanto pesar por una muerte tan fea y ran villana que apenas s hablaron de ella entre s. Cuando se conoce el esplendor de las demostraciones del luto en esa poca, puede medirse el sentido de ese silencio que parece de hoy. En este mundo tan familiarzado con la muerte, la muerte sbita era la muerte fea y villana, daba miedo, pareca cosa extraa y monstruosa de la que no se osaba hablar. Hoy que hemos desterrado a la muerte de la vida cotidiana, quedaramos emoconaJ1H.

Troyat, Vie de Tolstot, Pars, Fayard, 1965, pg. 827.

l. L. Tolstoi, Les Tros Mons. dans La Mort d'lvan llitch et autres cantes, Pars, Colin, 1958 (primeraedicin en Rusia,1859). l' J. Guitton, M.Pouget, Pars, Gallimard, 1941, pg. 14.

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dos, por el contrario, ante un accidente tan sbito y absurdo, y en esa ocasin extraordinaria levantariamos ms bien las prohibiciones habituales. La muerte fea y villana no es slo en la Edad Media la muerte sbita y absurda, como la de Gaheris, es tambin la muerte clandestina que no tuvo testigo ni ceremonia, la del viajero en el camino, la del ahogado en el rio, la del desconocido cuyo cadver se descubre a la vera de un campo, o incluso del vecino fulminado sin razn. Poco importa que fuera inocente: su muerte sbita le marca con una maldicin. Es una creencia muy antigua. Virgilio haca vegetar en la zona ms miserable de los infiernos a los inocentes a quienes una falsa acusacin haba arrastrado a la muerte y a quenes nosotros, los modernos, desearamos rehabilitar. Compartan el destino de los nios que lloran porque no han conocido la dulzura de vivir. Desde luego, el cristianismo se esforz por combatir la creencia que infamabade ese modo la muerte sbita, pero con reticencia y pusilanimidad. En el siglo XlII, el obispo liturguista de Mende, Guillaume Durand, deja traslucir ese obstculo. Piensa que morir subitamente es morir no por alguna causa manifiesta, sino por el solo juicio de Dios. El muerto no debe ser considerado maldito sin embargo: hay que enterrarle cristianamente, con el beneficio de la duda. Alli donde se encuentre un hombre muerto, se le sepultar debido a la duda en que se est de la causa de su muerte'r.. En efecto, eljusto, sea la hora en que salga de la vida, est salvado. Y sin embargo, pese a esa afirmacin de principio, Guillaume Duran se ve tentado a ceder a la opinin dominante: Si alguien muere subitamente entregndose a juegos usuales como el de la bola o de la pelota, puede ser enterrado en el cementerio, porque no pensaba hacer mal a nadie. Puede: era solamente una tolerancia y ciertos canonistas hacian restricciones: Porque estaba ocupado en diversiones de este mundo, algunos dicen que debe ser sepultado sin el canto de los salmos y sin las dems ceremonias de los muertos. En cambio, si puede discutirse sobre la muerte sbita de un honrado jugador, no hay duda en el caso de un hombre muerto por un maleficio. La vctima no puede ser inocente, est necesariamente mancillada por la villana de su muerte. Guillaume Durand la asimila a la muerte durante un adulterio, un robo, o un juego pagano, es decir en todos los juegos salvo en el torneo caballeresco (no todos los textos cannicos tienen la misma indulgencia con el torneo)". Si la reprobacin popular que condenaba a las victimas de un asesinato no las prohibia ser enterradas cristianamente, les impona a veces el pago de una especie de multa: los asesinados eran penalizados... Un canonista, Thomassin, que escriba en 1710, refiere que, en el siglo XlII, los arciprestes de Hungria solian pedir un marco de plata por todos aquellos que habian sido desgraciadamente asesinados y matados por la espada o el veneno, o por otras vas semejantes, antes de dejarlos meter en tierra. Y aade que fue preciso un concilio en Buda, en 1279, para imponer al clero hngaro que esta costumbre no pudiera extenderse a los que hubieran muerto fortuitamente por cadas, en un incendio, ruinas u otros accidentes semejantes, sino que se les diera la sepultura eclesistica con tal que antes de la muerte hubieran dado seales de penitencia. Y Thomassin, como hombre del siglo XVlII, comenta asi costumbres a sus ojos exorbitantes: Hay que creer que este concilio se content con oponerse entonces al progreso de esa exaccin, pues crey que an no podia abolirla enteramente. El prejuicio popular seguia persistiendo a principios del siglo XVII: en las oraciones fnebres de Enrique IV, los predicadores se sintieron obligados a justificar al rey por las circunstancias infamantes de su muerte bajo el cuchillo de Ravaillac.16 Guillaume11

Durand de Mende, op. et., 1. Y, pg. XIV. H. Huzinga, Le Dclin du Moyenge. Pars, Payot, 1975.

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A fortiori vergonzosa era la muerte de los condenados: hasta el siglo XIV se les negaba incluso la reconciliacin religiosa, era preciso que fueran malditos en el otro mundo tanto como en ste. Los mendicantes, con el apoyo del papado, consiguieron de los poderes temporales el derecho a asistir a los ajusticiados: era siempre uno de ellos el que acompaaba a los condenados al cadalso. En cambio, en una sociedad fundada sobre modelos caballerescos y militares, la sospecha que manchaba la muerte sbita no se extenda a las nobles vctimas de la guerra. En principio la agonia del caballero cado en combate singular en medio de sus pares dejabatiempo todava para ejecutar las ceremonias usuales, incluso abreviadas. Finalmente, la

muerte de Rolando, la muerte del caballero, estaba considerada por los clrigos, tanto como por los laicos, como la muerte de un santo. No obstante, en los liturgistas del siglo XIlI aparece un espiritu diferente, que corresponde a un nuevo ideal de paz y de orden ms alejado de los modelos caballerescos. Han asimilado ciertos casos de muerte caballeresca a los muertos sospechosos de viejas creencias. Para ellos, la muerte del guerrero ha

dejado de ser el modelo de la buena muerte, o bien slo lo es bajo ciertas condiciones: Elcementerio y el oficio de los muertos, escribe Guillaume Durand, son otorgados sin obstculo al defensor de la justicia y al guerrero muerto en una guerra cuyo motivoera con-

forme a la equidad. La restriccin es gravsima,y habrapodido tener grandes consecuencias si, inmediatamente, en los estados que nacan en esa misma poca, los soldados de las

guerras temporales no hubieran gozado del privilegio reservado por Guillaume de Mende a los cruzados -y esto gracias a la duradera complicidad de la Iglesia- hasta la guerra de 1914. Sin embargo, debido a esta repugnancia por la muerte volenta entre los clrigos, Guillaume Durand, a pesar de los progresos de una mentalidad ms moral y ms razonable, seguia invocando las creencias primitivas de la polucin de los lugares sagrados por los liquidos del cuerpo humano, sangre o esperma: No se lleva a la iglesia a aquellos que han sido muertos, por miedo a que su sangre mancille el pavimento del templo de Dios. La misa y el Libera se decian entonces en ausencia de los despojos del difunto.

LA MUERTE EXCEPCIONAL DEL SANTO

La muerte as anunciada no es considerada como un bien del alma, como proponan

siglos de literatura cristiana, desde los Padres de la Iglesia hasta los humanistas devotos: la muerte comn e ideal de la Alta Edad Media no es una muerte especficamente cristiana. Desde que el Cristo resucitado triunf de la muerte, la muerte en este mundo es la verdadera muerte, y la muertefisica, acceso a la vida eterna. Por eso el cristiano est comprometido a desear la muerte con alegria, como un nuevo nacimiento. Media vita, in morte sumus (vivientes, estamos muertos), escribe Notter, en el siglo VII. y cuando aade: Amarae morti ne tradas nos (No nos abandones a la muerte amargaj. la

muerte amarga es la del pecado y no la muerte fisica del pecador. Estos sentimientos devotos no son, sin duda, completamente extraos a la literaturalaicamedieval, y los encontra-

mos en los poemas de la Tabla redonda, en el rey Mhaign, a quien la uncin de la sangre del Graal devuelve a la vez la vista y el poder de su cuerpo y la salud del alma. El viejo rey se sent sobre su silla, los hombros y el pecho desnudos hasta el ombligo, y alzando las manos al celo dijo: Buen y dulce padre Jesucristo, ahora [que estoy perdonado y he comulgado J te suplico que vengas a buscarme, porque no podr morir con mayor gloria 19

que en este momento; yo no soy ms que rosas y lirios [segn la vieja idea de que el cuerpo del santo no sufre los perjuicios de la corrupcin l. Tom a Gallad en sus brazos, lo abraz por los costados, lo estrech contra su pecho y en el mismo instante Nuestro Seor prob que habia odo la plegaria, porque el alma parti del cuerpo . As mismo, el da en que Galaad" tuvo la visin del Graal, se puso a temblar, y alzando las manos al cielo: Sire, te doy las gracias por haber aceptado asi mi deseo; aqu veo el comienzo y la causa de las cosas. Y ahora te suplico permtas que yo pase de esta vida terrestre a la celestial. Recibi humildemente el corpus domini... Luego fue a besar a Perceval y dijo a Bohan: Bohan, saluda por mi a mi seor Lancelot mi padre, cuando lo veis. Tras lo cual volvi a arrodllarse ante la tabla de plata y pronto su alma dej sucuerpo.

Esta es la muerte excepcional y extraordinaria de un mistico a quien la proximidad del fin llena de una alegria celestial , No es la muerte secular de la Gesta o del Roman, lamuerte comn.

YACENTE EN EL LECHO:LOS RITOS FAMILIARES DE LA MUERTE

Sintendo el moribundo su fin cercano. tomaba sus disposcones. En un mundo tan impregnado de lo maravilloso como el de la Tabla redonda, la muerte misma era, por el contrario.iuna cosa sencillsima. Cuando Lancelot vencido, extraviado, se da cuenta, en el bosque desierto, de que ha perdido hasta el poder de su cuerpo, cree que va a morir. se quita las armas, se tiende prudentemente en el suelo, con los brazos en cruz. la cabeza vuelta hacia oriente, y se pone a rezar. El rey Arturo pasa por muerto: es extendido, con los brazos en cruz. Sin embargo tiene fuerza suficiente para agarrar a su copero tan fuerte contra su pecho que le hiri completamente sin darse cuenta y le revent el corazn! La muerte escapa a esta hiprbole sentimental: es siempre descrita en trminos cuya sencillez contrasta con la ntensidad emotiva del contexto. Cuando Isolda llega junto a Tristn y le encuentra muerto, se acuesta a su lado y se vuelve haca oriente. El arzobispo Turpin espera la muerte: sobre su pecho, perfectamente en el centro, ha cruzado sus manos blancas tan bellas 1'. Es la actitud ritual de los yacentes: el moribundo, segn GuIlaume Durand, debe estar acostado de espaldas a fin de que su rostro mire sempre al cielo. El yacente ha mantenido durante mucho tiempo en su sepultura la orientacin hacia el este, hacia Jerusaln. Debe sepultarse al muerto de forma que su cabeza est de vuelta hacia occidente y sus pies hacia oriente/", Asi dispuesto, el moribundo puede cumplr los ltimos actos del ceremonial. Comenza por un recuerdo triste y dscreto de las cosas y los seres que ha amado, por un resumen de su vida, reducida a las imgenes esenciales. Rolando, de muchas cosas que recordar fue cogdo. En primer lugar de tantas tierras como conquist, aquel valiente, luego de la dulce Francia, de los hombres de su linaje, de Carlomagno, su seor que le cri. Ningn pensamiento para Aude, su desposada. que sin embargo caer muerta al saber su cruel fin, ni para sus padres carnales. Comparemos los ltimos pensamientos del caballero medieval con los de los soldados de nuestras grandes guerras contemporneas, que llamabanLes Romans de la Table ronde. op. cit., pg. 380. [bid.. pgs. 350 y 455; Le Roman de Tristan et Yseult, op. cit. 2GuiUaume Durand de Mende, op. cit., t. V, pg. xxxvm.11

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siempre a sus madres antes de entregar el alma. Rolando conserva en el umbral de la muerte el recuerdo de los bienes poseidos, de. las tierras conquistadas, lamentadas como seres vivos, de sus compaeros, de los hombres de su partida, y del seor que le ha criado y al que ha servido. Llora y suspira, no puede impedrselo . Es tambin a su seor a quien echa de menos el arzobispo Turpin: Cuando la muerte me angustie, no volver a ver ya al emperador poderoso, En las novelas de la Tabla redonda, la mujer y el nio tienen ya un sitio, pero los padres siguen siendo olvidados. El corazn del rey Ban se encogi tanto al pensar en su mujer y sus hijos que sus ojos se enturbiaron, sus venas se rompieron y su corazn revent en su pecho. Esbozado de est forma en tono menor, el lamento medieval de la vida permite captar la delicada ambigedad de un sentimiento popular y tradicional de la muerte que se ha transparentado inmediatamente en las expresiones de las culturas doctas: contemptus mundi de la espiritualidad medieval, distanciamiento socrtico o rigidez estoica del Renacimiento. Indudablemente el moribundo se enternece con su vida, con los bienes poseidos y los seres amados. Pero su pesar no supera nunca una intensidad muy dbil en relacin a lo pattico de esa poca. Lo mismo ocurrir tambin en otras pocas que tenian la declamacin tan fcil como la poca barroca. El lamento de la vida est asociado pues a la simple aceptacin de la muerte prxima. Est vinculado a la familiaridad con la muerte, en una relacin que permanecer constante a travs de las edades. Aquiles tampoco temia a la muerte, pero Su sombra murmuraba en los Infiernos: Antes preferiria, criado de buey, vivir siervo en casa de un pobre granjero que no tuviera gran cosa, que reinar sobre los muertos... El apego a una vida miserable no est separado de la familiaridad con una muerte siempre cercana. En cuidados y penas ... ha vivido todo su tiempo, dice el campesino de la Danza macabra, en el siglo xv.

La mort est souhaite ~uvent. Mais volontiers je la juisse: J'aimasse mieux.fut pluie ou vent, tre en vigne 011 je suisse.Pero el malestar no le inspira un gesto de rebelin. Asi, el labrador de La Fontaine.

l/ appelle la mort, elle vient sans tarder.Pero slo ser para ayudarle a cargar su lea. El desgraciado que

Appelait tous les jours La mor! ti son seeours,la despide cuando llega:

La muerte es a menudo deseada. / Pero de buena gana la rehuyo: / Antes preferira.con lluvia o viento. / estar borracho donde yo estuviese. El Dama a la muerte, ella viene sin demora. Uamaba todos los das / a la muerte en su ayuda.

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N'approche pas, o mortl o mortl, retire-toi.*

o bien la muerte viene a curar todo, o bien mejor sufrir quemorir; he ah dos afirmaciones que en realidad son ms complementarias que contradictorias, dos caras del mismo sentimiento: la una no va sin la otra. El pesar de la vida quita a la aceptacin de la muerte lo que tiene de forzado y de retrico en las morales cultas. El campesino de La Fontaine querria evitar la muerte, y como es un viejo loco trata incluso de utilizar artimaas con ella; pero cuando comprende que el fin est realmente cerca, que no hay que engaarse, cambia de papel, cesa de jugar a aferrarse a la vida, como era preciso para vivir, y pasa rpidamente del lado de la muerte. Adopta de entrada el papel clsico del moribundo: rene a sus hijos en torno a su lecho para los ltimos consejos, los ltimos adioses, como hacen todos los ancianos que ha visto morir.

Mes chersenfants, dit-il, je vais ou sont nos pres. Adieu, promettez-moi de vivre commefrres. Il prend el 10US les mains. JI meurl.**Muere como el caballero de la Chanson, o tambin como esos campesinos de la Rusia de que habla Soljenitsin: y he aqui que ahora, yendo y viniendo por la sala del hospital, se acordaba de la forma que tenian de morir aquellos viejos, en su rincn, all, a orillas del Korma, tanto los rusos como los Trtaros o los Udmurtes, Sin fanfarronadas, sin hacer historias, sin jactarse de que no morian, todos ellos aceptaban la muerte apaciblemente (el subrayado es del autor). No slo no demoraban el momento de las cuentas, sino que se preparaban para l suavemente y con antelacin, decan a quin ira a parar la burra, a quin el pollino, a quin la blusa, a quin las botas, y se apagaban con una especie de alivio, como si simplemente debieran cambiar de isba 21. La muerte del caballero medieval no es menos simple. El barn es valiente y combate como hroe, con una fuerza herclea y hazaas increbles, pero su muerte en cambio no tiene nada de heroico ni de extraordinario: tiene la trivialidad de la muerte de cualquiera. Por eso, despus del lamento de la vida, el moribundo medieval contina cumpliendo los ritos acostumbrados: pide perdn a sus compaeros, se despide de ellos y los encomienda a Dios. Oliveros pide a Rolando perdn por el mal que ha podido hacerle a pesar suyo: Yo os perdono aqu y ante Dios. Tras estas palabras, se inclinaron el uno hacia el otro. Ivn perdona a su asesno, Galvn, que le ha herido sin reconocerle: Buen seor, es por la voluntad del Salvador y por mis pecados por lo que me habs matado, y yo os lo perdono de buen corazn.' A su vez Galvn, matado por Lancelot en leal combate, pide antes de su muerte al rey Arturo: Buen to, me muero, mandadle decir [a Lancelot] que le saludo y que le ruego venga a visitar mi tumba cuando yo haya muerto". Luego el moribundo encomienda a Dios a los supervivientes que le son queridos: Que Dios bendiga a Carlos y a la dulce Francia, mplora Oliveros, y, por encima de todo, aSoljenitsyne, Le Pavillon des cancreux; Pars, Julliard, 1968, pgs. 163-164. Romans de la Table ronde. op. cit., pgs. 3.50 y 447. No te acerques, oh muerte! Oh muerte, retratel21 A.

22 Les

.. Queridos hijos, dice,voy all dondeestn'nuestros padres. / Adis, prometedme vivir como hermanos. / Les toma atodos las manos. Muere.

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Rolando mi compaero. El rey Ban confia a Dios a su mujer Hlne: Aconsejad a la desaconsejada. No era, en efecto, la peor desgracia estar privado de consejo, la peor miseria estar solo? Acordaos de mi dbil hijo, Seor, que es un hurfano tan joven, porque slo vos podis sostener a los que no tienen padre. En el ciclo de Arturo se ve aparecer incluso lo que ms tarde se convertir en uno de los principales motivos del testamento: .Iaeteccn de__sepultura..Eso apenas importaba a Rolando y a sus compaeros. Pero Galvn se dirige al rey de este modo: Seor, os requiero para que me hagis enterrar en la iglesia de Saint-Etienne-de-Camalaoth, junto a mis hermanos (...) y que hagis escribir sobre la lpida (...)>> Buen y dulce seor, pide antes de morir la Doncella que jams minti (...), os ruego que no enterris mi cuerpo en este pais. Esa es la razn por la que se la extiende en una nave sin vela ni remo. Despus de su adis al mundo, el moribundo encomienda su alma a Dios. En La Chanson de Roland, donde es ampliamente comentada, la plegaria final se compone de dos partes. La primera es la culpa: Dios, mi culpa por tu gracia para mis pecados, los grandes y los menudos, que he cometido desde la hora en que naci hasta este dia en que heme aqui abatido (Rolando).EI arzobispo (Turpin) dice su culpa. Ha vuelto sus ojos hacia el cielo, une sus manos y las alza. Ruega a Dios para que le d el Paraso. En alta voz [Oliveros] dice su culpa, con las dos manos unidas y alzadas hacia el cielo, y ruega a Dios que le d el Paraiso. Es la plegaria de los penitentes, de los barones a quienes Turpin daba una absolucin colectiva: Decid vuestras culpas, La segunda parte de la plegaria final es la commendatio animae. Es una viejsima plegaria de la Iglesia primitiva, que pervivir durante siglos, y que dio su nombre al conjunto de plegarias conocidas hasta el siglo XVIII con el nombre comn de encomendacones. La reconocemos, en su forma abreviada, en labios de Rolando: .Verdadero padre, que jams mientes, t que te acordaste de Lzaro entre los muertos, t que salvaste a Daniel de los leones, salva mi alma de todos los peligros, por los pecados que he cometido en mi vida. Cuando el rey Ban se dirige a Dios, su plegaria est compuesta como una oracin litrgica: Os doy las gracias, dulce Padre, porque os ha placido que yo acabe indigente y menesteroso, porque tambin vos sufristeis pobreza. Seor, vos que con vuestra sangre vinisteis a redimir, no perdis en rni el alma que vos pusisteis, sino socorredme. En los Romans de la Tab/e ronde. las disposiciones que conciernen a los supervivientes, la eleccin de sepultura, son ms precisas que en La Chanson de Roland. En cambio, las plegarias se transcriben con mayor rareza. Se contentan con indicaciones como: confes todos sus pecados a un monje, recibi el Corpus dominio No dejar de sorprendernos por dos ausencias: nunca se habla para nada de la extremauncin, reservada a los clrigos, y no hay ninguna invocacin particular dirigida a la Virgen Maria. El Ave Maria completo no exista todavia (pero a un monje de Saint-Germain-I'Auxerrois que conoci Raoul G1aber, la Virgen se aparece como protectora contra los peligros del viaje). Los actos realizados por el moribundo, desde el momento en que, advertido de su fin cercano, se ha acostado cara al cielo, vuelto hacia oriente, con las manos cruzadas sobre el pecho, tienen un carcter ceremonial, ritual. Reconocemos en ellos la materia todava oral de lo que va a convertirse en el testamento medieval, impuesto por la Iglesia como un sacramento: la profesin de fe, la confesin de los pecados, el perdn de los supervivientes, las disposiciones piadosas hacia ellos, la encomendacin a Dios de su alma, la eleccin de sepultura. Todo se produce como si el testamento debiera formular por escrito y hacer obligatorias las disposiciones y las plegarias que los poetas picos ponian en boca de los moribundos espontneamente.

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Despus de la ltima plegaria, slo queda esperar la muerte, y esta ya no tiene ningn motivo para demorarse. Se pensaba que la voluntad humana poda llegar a ganar algunos instantes sobre ella: De este modo, Tristn dur tiempo suficiente para perntitir que Isolda llegase. Cuando debe renunciar a esta esperanza, se deja ir: No puedo retener mi vida por ms tiempo. Dice tres veces: Isolda amiga. A la cuarta entreg el alma. Apenas Oliveros ha terntinado su plegaria: El corazn le falta, todo su cuerpo se derrumba contra tierra. El conde est muerto, no ha hecho ms larga estancia23. Si ocurre que la muerte es ms lenta en venir, el moribundo la esperaen silencio, sin comunicarse desde ese momentocon el mundo: Dice I sus ltimas recomendaciones, sus ltimas plegarias I y ya nunca ms dijo palabro alguna despus.

LA PUBLICIDAD

La sencillez familiar es uno de los dos carcteres necesarios de la muerte. El otro es su publicidad: sta persistir hasta el final del siglo XIX. El moribundo debe estar en el centro de una reunin. La seora de Montespan tena menos miedo a morir que a morir sola. Se acostaba, cuenta Saint Simon, con todas sus cortinas abiertas, con muchas bujas en su habitacin, con sus veladoras alrededor de ella, a las que, siempre que se despertaba, quera encontrar hablando, bromeando o comiendo para tranquilizarse contra su adormecimiento. Pero cuando el 27 de mayo de 1707 sinti que iba a morir (la advertencia), ya no tuvo miedo, hizo lo que tena que hacer: llamar a sus criados hasta a los ms bajos, pedirles perdn, confesar sus faltas y presidir, como era costumbre, la ceremonia de la muerte. Los mdicos higienistas de finales del siglo XVIII que participaron en las investigaciones de Vicq d'Azyr y de la Acadentia de medicina comenzaron a quejarse del gentio que invadia la sala de "los moribundos. Sin mucho xito, porque a principios del siglo XX, cuando se llevaba el vitico a un enfermo, todo el mundo, aunque fuera un desconocido de la familia, podia entrar en la casa y en la habitacin del moribundo. Asi, la piadosa seora de la Ferronsys pasea por Ischl en los aos 1830, por la calle, cuando oye la campanilla y se entera que van a buscar el Santisimo Sacramento para llevrselo a un joven sacerdote al que sabia enfermo. Ella no se ha atrevido a visitarle todavia por no conocerle, pero el vitico me ha hecho ir alli naturalmente (el subrayado es ntio). Me pongo de rodillas como todo el mundo bajo la puerta cochera, mientras los sacerdotes pasan, luego yo tambin subo y asisto a su recepcin del santo vitico y de la extremauncin". Siempre se moria en pblico. De ahi el sentido fuerte de la frase de Pascal, que se muere solo, porque entonces nunca se estaba fisicamente solo en el momento de la muerte. Hoy ya no tiene ms que un sentido trivial, porque realmente hay muchas posibilidades de morir en la soledad de una habitacin de hospital.

Ls SUPERVIVENCIAS: LA INGLATERRA DEL SIGLO xx

Sin embargo, esta manera simple y pblica de irse tras haber dicho adis a todo el13

La Chanson de Roland, op. cit.

:wJ.-P. Peter, Malades et Maladies au XVIII sicle, Annales ESe, 1967. pago 712; P. Craven, Rcit d'une SCI?Ur, Souve-

nirs defamille, Pars, J. Clay, 1866, vol. 11, pg. 197.

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mundo, aunque se ha vuelto excepcional en nuestra poca, no ha desaparecido por completoo He tenido la sorpresa de encontrarla en la literatura de mediados del siglo xx, y no en la lejana y todavia santa Rusia, sino en Inglaterra. En un libro consagrado a la psicologia del luto, Lily Pincus comienza contando la muerte de su marido y de su suegra. Fritz estaba enfermo de un cncer ya avanzado. Lo supo inmediatamente. Se neg a la operacin y alos grandes tratamientos heroicos. Por eso pudo quedarse en su casa: Entonces tuve, le

escribe a su mujer, la prodigiosa experiencia de una vida alargada por la aceptacin de la

muerte.Debia tener entre 60 y 70 aos-, Cuando lleg la ltima noche [la advertencia], se aseguraron de que tambin yo tenia conciencia de ella, como l, y cuando pude darle esa seguridad, dijo con una sonrisa: entonces todo est- bien. Muri algunas horas ms tarde en

completa paz. La enfermera de noche, que le cuidaba conmigo, habia dejado por suerte la habitacin..., por lo que pude permanecer sola con Fritz durante esta ltima hora llena de paz, por la que siempre estar llena de agradecimiento. A decir verdad, esta muerte perfecta deja translucir una emocin, una sensibilidadromntica que no era usual expresar antes del sigloXIX.

La muerte de la madre de Fritz est ms conforme, por el contrario, con el modelo tradicional antiguo. Vieja dama victoriana, superficial y conformista, algo frivola e incapaz dehacer nada completamente sola, la vemos enferma de un cncer de estmago, enfermedad

dolorosa que la ponia en situaciones humillantes para cualquier otra persona, porque no tenia ya control de su cuerpo, sin que, no obstante, dejara de ser nunca una perfect lady. No parecia darse cuenta de lo que le pasaba. Su hijo se inquietaba y se preguntaba cmo ella, que jams habia podida enfrentarse a la menor dificultad en la vida, haria frente a su muerte. Se engaaba. La vieja dama incapaz supo tomar muy bien el mando de su propia muerte. El dia de su setenta cumpleaos, tuvo un ataque y permaneci algunas horasinconsciente. Cuando se despert, pidi que la pusiera sentada en su cama, y entonces, con

la sonrisa ms amable, y los ojos brillantes, pidi ver a todas las personas de la casa. Dijoadis a cada uno, individualmente, como si partiese para un largo viaje, dej mensajes de

gratitud para los amigos, los parientes, para todos los que se haban preocupado por ella. Tuvo un recuerdo particular para los nios que la haban divertido. Tras esta recepcin que dur casi una hora, Fritz y yo quedamos solos a su lado hasta que tambin se despidi de nosotros con mucho cario y nos dijo: Ahora, dejadme dorrnir. Pero en pleno siglo XIX, un moribundo no est seguro de que le dejen dormir. Media hora ms tarde llega el mdico, se informa, se indigna por la pasividad de quienes le rodean, no escucha nada de las explicaciones de Fritz y de su mujer, segn las cuales la vieja dama se ha despedido de todos y pide .que la dejen tranquila. Furioso, se precipit en la habitacin con la jeringa en la mano, se inclin sobre la enferma para ponerle una inyeccin, cuando sta, que pareca inconsciente, abri los ojos y con la misma amable sonrisa

que habia tenido para decimos hasta luego, le ech los brazos alrededor del cuello y murmur: "Gracias, profesor." Lgrimas brotaron de los ojos del mdico, y no volvi a

hablarse ya de inyeccin. Se march como amigo y aliado, y su enferma continu durmiendo un sueo del que no despert ".

2' L. Pincus, Death

and the family, New York, Vintage Book, 1975, pgs. 4-8.

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LA RUSIA DE LOS SIGLOS XIX-XX

La familiaridad pblica con la muerte se expresa en una frmula proverbial que ya hemos encontrado, tomada de la Escritura sagrada. Evocando sus recuerdos de juventud ", P.-H. Simon refiere esta frase de Bellessort --o lo que Bellessort pensaba que era una frase-: Creo orle todavia, desde el hy pokdgne de Luis el Grande, leernos a Bossuet: "Todos hemos de morir", decia aquella mujer cuya sabiduria Salomn alaba en el Libro de los Reyes. Dejaba caer su pesada mano con un silencio sobre el pupitre y comentaba: Aquella mujer tena ideas originales. Este texto nos muestra que Bossuet saba todavia el sentido y el peso del todos hemos de morir en las mentalidades de su tiempo. En cambio, Bellesort y su alumno, a pesar de toda su cultura y su buena voluntad, no vean ahi ms que trivialidad pomposa. En esta incomprensin, que ya es de ayer mismo, se mide la diferencia entre dos actitudes ante la muerte. Cuando, en el poema de Tristn, Rohalt va a consolar a la reina Blancaflorde la prdida de su seor, ledice: Todos los que nacen no deben acaso morir? iQue Dios reciba a los muertos y preserve a los vivos!27 En el romancero espaol del conde Alarcos, ms tardio, la condesa injustamente condenada a la pena fatal por su esposo, pronuncia las palabras y plegarias que preparan para la muerte. Pero ante la queja de la nostalgia de la vida: (emas psame de mis hijos, que pierden mi compaia), ella repite la frmula: No me pesa de mi muerte, porque yo morir

tenia 28.Tambin en el romancero, Durandarte, herido de muerte, clama: Muero en esta batalla. No lamento ver mi muerte (se sobreentiende: puesto que todos hemos de morir), aunque me llame pronto. Pero lamento... (La nostalgia de la vida). Ms prximo a nuestro tiempo, en La Muerte de Ivn Ilitch, publicado en 1887. Tolstoi exhuma la vieja frmula de los campesinos rusos, para oponerla a concepciones ms modernas, adoptadas desde entonces por las clases superiores. Ivan Ilitch estaba muy enfermo. Sola pensar que quiz Juera la muerte, pero su mujer, su mdico, su familia se entendan tcitamente para engaarle sobre la gravedad de su estado, y le trataban como a un nio. Solo Guerassim no mentia. Guerassim era un joven servidor. venido del campo, prximo an a los origenes populares y rurales. Todo probaba que l era el nico en comprender lo que ocurra (la muerte de Ivn) y no juzgaba necesario ocultarlo. Simplemente tenia piedad de su amo dbil, descarnado. No temia mostrarle aquella pedad prodigndole con gran sencillez los cuidados repugnantes que exijen los enfermos graves. Un dia, movido por su abnegacin, Ivn Ilitch insisti en que descansara un poco y que fuera a otra parte a cambiar sus ideas. Entonces Guerassim le respondi, como Rohalt a la reina Blancaflor: Todos hemos de morir. Por qu no tomarse alguna molestia? Y Tolstoi comenta: Expresando de este modo que aquel trabajo no le resultaba penoso precisamente porque lo realizaba para un moribundo y porque esperaba que, cuando a l le llegara la vez. se comportarian igual ". Rusia debe ser un conservatorio. porque la frmula proverbial resucita en un bello relato de Babel datado en 1920. En una aldea juda de la regin de Odesa durante el carnaval, se celebran seis bodas a la vez: es fiesta: se come, se bebe, se baila. Una viuda, Gaza, medio puta, baila, baila con toda su alma, con su pelo suelto, marca el ritmo a golpes de bastn en la pared: Todos somos mortales. susurraba Gaza manejando su bastn. OtroP. H. Siman, Dscours de rception a I'Acadmie ancase, Le Monde, 20 de noviembre de 1967. Le Roman de Trstan el Yseult. op. cit. u Le Romancero. Pars, Stock. 1947, pg. 191 (trad. fr. por M. de Pomes). 1'1... Tolstoi, La Mort d'/van llitch. op. cit.26 21

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da, Gaza entra en casa del secretario del comit ejecutivo para la colectivizacin: un hombre grave y concienzudo. Quizs ella intente pervertirle, pero pronto se da cuenta de que seria trabajo perdido. Antes de dejarle, ella le pregunta, con su manera proverbial, por qu est siempre tan serio: Por qu tienes nliedo de la muerte? .. se ha vistoalgunavezque un mujik rehse morirf'" . En el cdigo salvaje de la judia Gaza, el Todos hemos de morir. es, bien una exclamacin que traduce la alegria de vivir en la ebriedad del baile, de las grandes francachelas, bien un signo de la indiferencia ante el porvenir, de la vida al dia. Por el contrario, en el mismo cdigo el miedo de la muerte seala el espritu de previsin, de organizacin, una concepcin razonable y voluntaria del mundo: la modernidad. Gracias a su familiaridad, la imagen de la muerte se convierte, en una lengua popular, en el simbolo de la vida elemental e ingenua. La muerte, escribe Pascal, es ms fcil de soportar sin pensar en ella que el pensamiento de la muerte sin peligro. Hay dos maneras de no pensar en ella: la nuestra, la de nuestra civilizacin tcnica que rechaza la muerte y la castiga con la prohibicin; y la de las civilizaciones tradicionales, que no es rechazo, sino imposibilidad de pensar en el/a fuertemente. porque la muerte est muy cerca y forma, demasiado, parte de la vida cotidiana.

Los

MUERTOS DUERMEN

Por eso la distancia entre la muerte y la vida no era sentida, segn la frase de J anklvitch, como una metbola radical . Tampoco era la transgresin violenta que Georges Bataille relacionaba con la otra transgresin que es el acto sexual. No se tenia la idea de una negatividad absoluta, de una ruptura ante un abismo sin recuerdo. No se experimentaba tampoco el vrtigo y la angustia existencial, o al menos ni uno ni otra tenian sitio en los estereotipos de la muerte. En cambio, no se crea en una supervivencia que fuera simple continuacin de la vida en este lado. Es notable que, en la ltima despedida, tan grave, de Rolando y de Oliveros, no se haga ninguna alusin a un encuentro celeste; pasada la lamentacin del duelo, el otro olvidaba rapidamente. La muerte es un trnsito, un interitus. Mejor que cualquier historiador, el filsofo Janklvitch ha captado ese carcter, tan contrario a sus propias convicciones: el muerto se desliza en un mundo que, dice l, slo difiere de este mundo por su debilisimo exponente . En efecto, Oliveros y Rolando se han dejado como antes de caer, cada uno de los dos, en un largo sueo, indefinido. Se crea que los muertos dorman. Esta creencia es antigua y constante. Ya en el Hades homrico los difuntos, pueblo apagado, fantasmas insensibles de los humanos agotados, duermen en la muerte . Los infiernos de Virgilio son tambin un reino de simulacros, morada del sueo, de las sombras y de la noche adormecida . Alli donde, como en el paraiso de los cristianos, reposan las sombras ms felices, la luz tiene el color de la prpura, es decir, del crepsculo!'. El dia de los Peralta, dia de los muertos, los Romanos sacrificaban, segn Ovidio en Tacita, la diosa muda, un pez con la boca cosida, alusin al silencio que reina entre los

JO l. Babel, ConJes d'OdessQ, Pars, Gallimard, 1967,pgs.84-86. Los paiseseslavosde tradicin bizantina son conservadores. Vase M. Ribeyrol y D. Schnapper, Crmonies funraries dans la Yougoslave ortodoxe, Archiveseuropennes de $ociologie, XVII (1976), pgs. 220-246. )l Homero, Odisea, XI, v. 475, 494; Virgilio, Enelda, VI, v. 268 a 679.

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Manes, locus ille silentiis aptus (ese lugar consagrado al silencio)". Era tambin el da de las ofrendas llevadas a las tumbas, porque los muertos, en ciertos momentos y en ciertos lugares, salan de su dormicin como las imgenes inciertas de un sueo y podan perturbar a los vivos. Sin embargo, parece evidente que las sombras extenuadas del paganismo estn algo ms animadas que los durmientes cristianos de los primeros siglos. Desde luego, estos tambin pueden vagar, invisibles entre los vivos, y se sabe que se aparecen a las personas que van a morir pronto. Pero el cristianismo antiguo exager ms bien la insensibilidad hipntica de los muertos, hasta la inconsciencia, sin duda porque el sueo era slo la espera de un despertar bienaventurado, el dia de la resurreccin de la carne". San Pablo ensea a los fieles de Corinto que el Cristo muerto ha resucitado, que entonces se apareci a ms de doscientos hermanosjuntos: unos viven todava, otros se han dormido, quidam autem dormierunt. San Esteban, el protomrtir, muere lapidado. Las Actas de los apstoles dicen: obdormivit in Domino. En las inscripciones, aliado del hic jacet que se encuentra, mucho ms tarde, bajo la forma francesa de ci-g, se lee a menudo: l duerme, reposa: hic pausat, hic requiescit, hic dormit, requiescit in insto tumulo. Santa Radegunda pide que su cuerpo sea enterrado en la baslica donde muchas de nuestras hermanas tambin han sido inhumadas, en un reposo perfecto o imperfecto? (in bastlica ubi etiam multae sorores nostrae conditae sunt, in requie sive perfecta sive imperfecta). El reposo poda por tanto no estar seguro de antemano: requie perfecta sive imperfecta. Las liturgias medievales y galicanas, que sern reemplazadas en la poca carolingia por la liturgia romana, citan los nomina pausantium, invitan a rezar pro spirtttbus pausantium (las almas de los durmientes). La extremauncin reservada a los clrigos, en la Edad Media, es llamada dormientium exitium (el sacramento de la muerte de los durmientes). Ningn documento explica mejor la leyenda de los siete durmientes de Efeso, la creencia del sueo de los muertos. Se difundi lo bastante como para encontrarla al mismo tiempo en Gregorio de Tours, en Paul Diacre e incluso, en el siglo XlII, en Jacques de Voragine: los cuerpos de los siete mrtires, vctimas dela persecucin de Decio, fueron depositados en una gruta amurallada. La versin popular quiere que reposaron alli durante trescientos sesenta y siete aos, pero Jacques de Voragine, que conoce su cronologa, hace observar que, si se hace la cuenta, no han podido dormir ms de ciento ochenta y seis aos! Sea como fuere, en la poca de Teodosio se propag una herejia que negaba la resurreccin de los muertos. Entonces, para confundir a los herticos, Dios quiso que los siete mrtires resucitasen, es decir que los despert: Los santos se levantaron y se saludaron, con la idea de que no habian dormido ms que una noche. (se saludaron como Oliveros y Rolando hicieron antes de dormirse en la muerte). De hecho, habian dormido varios siglos sin haberse dado cuenta, iY aqul de ellos que sali a la ciudad no reconoci nada del Efeso de su tiempo! El emperador, los obispos, el clero, advertidos del prodigio, se reunieron con la multitud ante la gruta tumular para ver y or a los siete durmientes. Uno de ellos, inspirado,explic entonces la razn de su resurreccin: Creednos, es por vosotros por lo que Dios nos ha resucitado antes del dia de la gran resurreccin ... porque hemos resucitado verdaderamente y vivimos. i Y lo mismo que el nio vive en el vientre de su madre sin sentir necesidades. as nosotros hemos estado]2Ovidio, Fastos, 1I, 533. J3 er. tambin infra, cap. 3 y 5. J4 Actas de los Apstoles, 7, 60; Ph. Labbe, Sacra sancta concilia, Pars, 1671, t. V, col. 87; Dctonnaire d'archologie chruenne et de lturge; Pars, Letouzey, 1907, 1. XII, columna 28, Mort: t. 1, columna 479, Ad sanctos.

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viviendo, reposando, durmiendo y no experimentando sensaciones! Cuando hubo dicho estas palabras, los siete hombres inclinaron la cabeza sobre la tierra, se durmieron y entregaron el espritu segn orden de Dios". Se puede describr mejor el estado de durmicn en que estarian sumidos los muertos? Veremos (captulo 5) que esta imagen resisti siglos de rechazo por parte de los litterati: se la encuentra en la liturgia, en el arte funerario. No est ausente de los testamentos. Un cura de Pars en 1559 opone todavia a la umbra mortis la placidam ac quietam mansionem, la morada del reposo". Y hasta nuestros das, las plegarlas a intencin de los difuntos sern dichas por el reposo de sus almas. El reposo es a la vez la imagen ms antigua, la ms popular y la ms constante del ms all. No ha desaparecido an hoy, a pesar de la competencia de otros tipos de representacin.

EN EL JARDiN FLORIDO

Si los muertos dormian, era ms bien en un jardin florido. Que Dios reciba todas nuestras almas en las santas flores, pide Turpin a Dios ante los cuerpos de los barones. Del mismo modo Rolando ruega que en santas flores les haga yacer. Este ltimo verso contiene perfectamente la doble representacin del estado que segua a la muerte: yacer o el sueo sin sensacin, en santas flores o el jardn florido. El Paraso de Turpin y de Rolando (al menos esta imagen del Paraso, porque hubo otras), apenas es diferente de las frescas praderas. del Eliseo virgiliano, que rigen riachuelos, o del jardn prometido por el Corn a los creyentes. Por el contrario, en el Hades homrico no haba ni jardin ni flores. El Hades (al menos el del canto XI de la Odisea) gnora tambin los suplicios que, ms tarde, en la Eneida, anuncian el Infierno de los cristianos. Hay mayor distancia entre los mundos subterrneos de Homero y de Virgilio que entre el de Virgilio y las representacones ms antiguas del ms all cristiano. Dante y la Edad Meda no se engaaron sobre esto. En el Credo o el viejo canon romano, el Infierno designa la morada tradicional de los muertos, lugar de espera ms que de suplicio. Los justos y los redmdos del Antiguo Testamento han esperado all a que Cristo, tras su muerte, vaya a liberarlos o a despertarlos. Fue ms tarde, cuando la idea del Juicio la domin, cuando los infiernos se convirtieron, para toda una cultura, en lo que eran solamente en casos aslados, el reino de Satn y la morada eterna de los condenados 37. El Euchologo de Serapin, texto litrgico greco-egipcio de mediados del siglo IV, contiene esta splica por los muertos: Da el reposo a su espritu en un lugar verdeante y tranquilo. En el Acta Pauli el Theclae, el cielo donde reposan los justos es descrito como el lugar de remozamiento y de saciedad y de alegra ".. Es el refrigerium. Refrigerium o refrigere se emplean en lugar de requies o de requiescere. Refrigeret nos qui omnia potestl, dice una inscripcin marsellesa que puede datarse de finales del siglo u. (Danos la frescura, t que puedes todo). En la Vulgata, el libro de la Sabiduria llama al Paraso refrigerium: Justus, si morte preoccupatus fuerit. in refrigerio erit (el justo, despus de la muerte, estar en el Paraso,l' J. de voregne, La Lgende dore, Pars. Garnier-Flarnmarion, 1967, t. 11, pg. 12 Y ss. (trad. fr. por J.-B. Roze).36J1

1559. Archivos nacionales (AN), minutario central (Me), VIII. 369.

Dtaonnatre d'archologie chruenne el de ltturgie. op. cit., t. XII. columna 28. JI Vase irfra, cap. 5, Yacentes, orantes, almas. Vase M. Ribeyrol Y D. Schnapper, op. cit.

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4, 6-14). La palabra subsiste, siempre con el mismo sentido, en el Canon antiguo de nuestra misa romana, en el Momento de los difuntos: in locum refrigerii, lucis et pacis, un jardin fresco, luminoso y pacifico. Las versiones francesas han rechazado la imagen porque, segn los traductores, [nosotros, en tanto que nrdicos no esperamos de la frescura las mismas delicias que los orientales y los mediterrneos! Admito que, en nuestras sociedades urbanas de hoy, se prefiera el rayo de sol a la frescura de la sombra. Pero ya en tiempos de san Luis, un piadoso recluido de Picarda, opona al oscuro valle, hibernacin de este mundo, el claro mundo, el bello esto del paraso. La asociacin de la frescura y del calor, y tambin la de la sombra y la luz, evocaban al medieval de cultura de oil tanto como al oriental la felicidad del estio y del paraiso. El paraso dej de ser un fresco jardin florido cuando un cristianismo depurado sinti repugnancia por estas representaciones materiales y las encontr supersticiosas. Entonces buscaron refugio entre los Negros americanos: los films que han inspirado muestran el cielo como un verde pasto o un campo de blanca nieve. La palabra refrigerium tiene tambin otro sentido. Designaba la comida conmemorativa que los primeros cristianos tomaban sobre las tumbas de los mrtires y las ofrendas que en ellas depositaban. As, santa Mnica llevaba, segn la costumbre de frica, a las tumbas de los santos, caldo, pan y vino. Esta devocin, inspirada en costumbres paganas, fue prohibida por san Ambrosio y sustituida por servicios eucaristicos. Ha sido conservada en el cristianismo de origen bizantino, y quedan restos de ella en nuestro folklore. Es curioso que la misma palabra signifique a la vez la morada de los bienaventurados y la comida ritual ofrecida en su tumba. La actitud del convivio romano, acostado en la mesa, es la que la Vulgata da a los bienaventurados: Dico autem vobis quod mull ab oriente et occidente venient et recumbent cum Abraham et Isaac et Jacob in regno coelorum. Las palabras que designan el paraiso se encuentran emparentadas por tanto con tres conceptos: el jardn fresco, la comida funeraria, el banquete escatolgico. Pero la iconografia medieval apenas sinti inclinacin por estos simbolos. A partir del siglo XII prefiri a stos el trono o el seno de Abraham, El trono procede sin duda de la imaginera oriental, pero transportado a una corte feudal. En el Paraso de Rolando los muertos estn sedentes. El seno de Abraham es ms frecuente. A menudo adornaba las fachadas exteriores de las iglesias que daban al cementerio. Los muertos enterrados alli sern puestos un da como nios sobre las rodillas de Abraham. Es ms, autores como Honorius de Autun ven en el cementerio ad sanctos el regazo de la Iglesia al que estn confiados los cuerpos de los hombres hasta el ltimo da y que les lleva como Abraham en su seno. Aunque rara, la imagen del jardn florido no es, sin embargo, totalmente desconocida; reapareci aqui y all durante el Renacimiento, en la pintura, donde los bienaventurados se pasean, de dos en dos, a la sombra fresca de un maravilloso vergel. No obstante, lo cierto es que la imagen ms difundida y ms constante del paraso es la del yacente del arte funerario, el requiescens'".

LA RESIGNACIN A LO INEVITABLE

La prctica de los documentos judiciales a finales del siglo XVII permite descubrir en las mentalidades populares de la poca la mezcla de insensibilidad, de resignacin, de familiaridad, de publicidad que nosotros hemos analizado en otras fuentes. Lo que Nicole Castan 30

escribi de la muerte a partir de los procesos criminales del parlamento de Toulouse se aplica tanto a la Edad Media como a la Rusia campesina del siglo xx: El hombre del siglo XVII, dice ella, expresa menor sensibilidad [que la nuestra] y da muestras en el sufrimiento [la tortura] y la muerte de una resignacin y de un aguante sorprendentes: quiz sea debido al formalismo de los interrogatorios, pero un condenado nunca protesta de una vinculacin particular a la vida o no clama a gritos su repugnancia a rnorir. No es por falta de medios de expresin: Ntese (en efecto) que se sabe expresar muy bien la fascinacin por el dinero y las riquezas.x Ya pesar de este amor por las cosas de la vida, el criminal testimonia por regla general ms miedo al ms all que confianza en este mundo. El moribundo da la impresin de aceptar la fatalidad ". Es penetrante relacionar la observacin de Nicole Castan sobre los suplicios languedocianos en el siglo XVII con el relato de una ejecucin en el Sur americano a finales del siglo XIX: Paul Bourget cuenta en Outre-Mer cmo fue testigo por azar del hecho, durante su viaje a los Estados Unidos en 1890. Un joven negro estaba condenado a ser colgado. Haba sido servidor de un antiguo coronel nordista establecido en Georgia, Mr. Scott, a quien habia Paul Bourget sido presentado. P. Bourget llega a la prisin y encuentra al prisionero comiendo: Yo no tenia ojos ms que para aquel bandido que iba a morir, al que haba visto defender su vida con una valentia encarnizada y que ahora saboreaba el pescado frito de aquella suprema comida con una sensualidad tan evidente. Pasan luego al condenado la librea del suplicio, una camisa nueva: Se estremeci con un ligero temblor ante el contacto de la tela fresca. Este signo de delicadeza nerviosa aadia ms valor an al coraje que aquel muchacho de veintisis aos desplegaba ante aquellos preparatvos.s Su antiguo amo, Mr. Scott, pide quedarse solo con l unos instantes, para prepararle para la muerte y cumplir el papel del confesor, del mendicante del siglo XVII. Se ponen de rodillas y recitan juntos el Padrenuestro, y Paul Bourget comenta de este modo la escena: El valor tanto fisico y casi bestial [no comprende la resignacin inmemorial ante la muerte] que habia mostrado comiendo con aquel jovial apetito se ennoblecia repentinamente con un poco de ideal.: P. Bourget no capta que no hay diferencia alguna entre las dos actitudes que opone: l esperaba la rebelin, o la gran escena sentimental, y lo que comprueba es la indiferencia: Yo pensaba en la sorprendente indiferencia con que aquel mulato abandonaba la vida, una vida a la que amaba sin embargo, puesto que era sensual y enrgico. Yo me deca incluso: Qu irona, sin embargo, que un hombre de esta espece (...) llegue de un solo golpe a lo que la filosofa considera como el fruto supremo de su enseanza, la resignacin ante lo inevitable. Ante la horca, Seyrnour, el condenado, dej caer el puro que haba conservado. Ese estremecimiento fue el nico signo dado por aquel hombre, que trat de dominar. Lo domin enseguida [pero era realmente un dominio estoico como lo imagina el occidental de fin del siglo?], porque subi los peldaos de madera sin que sus pies desnudos temblasen. Su actitud era tan firme, tan simple, tan perfectamente digna, incluso en la infamia del suplicio, que se hizo el silencio entre los rudos espectadores. Justo antes de ser colgado, cuando tenia el rostro envuelto en un pao negro, el coronel Scott, siempre en el papel del monje confesor, le hizo repetir algunas invocaciones piadosas, Seor, acordaos de mi en vuestro reino, repiti la voz siempre ceceante del mulato. Luego, tras un silencio: I am al! right now, y con mucha firmeza: good bye, captain ... good bye everybody..., el ltimo adis 40.39 N. Castan, Criminalit el Subsstances dans le ressort du Parlement de Toulause (1690~ 1730), tesis de tercer ciclo universidad de Toulouee-Le Mirail, 1966, mecanografiada, pg. 315. 4l,IP. Bourget, Outre-mer, Pars, A. Lamerre, 1895, t. 11, pg. 250.

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El mejor comentario a esta escena no es la frase ya citada de Nicole Castan: El moribundo [el supliciado] da la impresin de aceptar la fatalidad?

LA MUERTE DOMADA

Encontrar de Homero a Tolstoi la expresin constante de una misma actitud global ante la muerte no significa que le reconozcamos una permanencia estructural extraa a las variaciones propiamente histricas. Muchos otros elementos han recargado este fondo elemental e inmemorial. Pero ha resistido dos impulsos evolutivos durante dos milenios aproximadamente. En un mundo sometido al cambio, la actitud tradicional ante la muerte aparece como un rompeolas de inercia y de continuidad. Est ahora tan difuminada en nuestras costumbres que a duras penas podemos imaginarla y comprenderla. La actitud antigua en que la muerte est a la vez prxima, familiar, y disminuida, insensibilizada, se opone demasiado a la nuestra, en que causa tanto miedo que ya no osamos decir su nombre. Por eso, cuando llamamos a esta muerte familiar la muerte domada, no entendemos por ese trmino que fuera antao salvaje y que luego haya sido domada. Queremos decir por el contrario que hoy se ha vuelto salvaje mientras que antes no lo era. La muerte ms antigua estaba domada",

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Este captulo estaba terminado cuando apareci L 'Anthropologle de la mort, por V. Thomas, Pars, Payot, 1975.

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AD SANCTOS; APUD ECCLESIAM

En el captulo anterior, hemos comprobado la persistencia, durante milenios. de una

actitud que apenas ha cambiado ante la muerte, que traduca una resignacin ingenua y espontnea al destino y a la naturaleza. A esta actitud ante la muerte, a ste de morte corresponde una actitud simtrica ante los muertos, un de mortuis que expresa la misma familiaridad indiferente respecto a las sepulturas y a las cosas funerarias. Esta actitud ante los muertos es especifica de un periodo histrico perfectamente delimitado: aparece con nitidez hacia el siglo v d. Jesucristo, muy diferente de las que le haban precedido, y desaparece a finales del siglo XVIII sin dejar huellas en nuestras costumbres contemporneas. Su duracin, larga pero perfectamente delimitada, se sita por tanto en el interior de la continuidad interminable de la muerte domada. Comienza con el acercamiento de los vivos y de los muertos, con la penetracin de los cementerios en las ciudades olos pueblos, en medio de los habitculos de los hombres. Acaba cuando ya no se tolera esa promiscuidad.

LA PROTECCIN DEL SANTO

A pesar de Sufamiliaridad con la muerte, los antiguos tenan la vecindad de los muertos y los mantenian aparte. Honraban las sepulturas, en parte porque teman el regreso de los muertos, y el culto que consagraban a las tumbas y a los manes tena por objeto impedir a los difuntos volver para perturbar a los vivos. Los muertos enterrados o incinerados eran impuros: demasiado cerca, amenazaban con mancillar a los vivos. La morada de los unos deba estar separada del dominio de los otros a fm de evitar cualquier contacto, salvo los dias de los sacrificios propiciatorios. Era una regla absoluta. La ley de las Doce Tablas la prescribia: Que ningn muerto sea inhumado ni incinerado en el interior de la ciudad, Se repite en el cdigo de Teodosio que ordena sacar de Constantinopla todos los despojos funerarios: Que todos los cuerpos encerrados en urnas o sarcfagos, sobre el suelo, sean levantados y depositados fuera de la ciudad. Segn el comentario del jurisconsulto Paul: Ningn cadver debe ser depositado en la ciudad, para que los sacra de la ciudad no sean mancillados. Ne funestentur: mancillados 33

por la muerte, la frase traduce bien la intolerancia de los vivos. Funestus que ha dado, al debilitarse, el francsfuneste [cast.: funesto] no significa en su origen cualquier profanacin, sino la provocada por un cadver. Deriva de funus, que significa a un tiempo losfunerales, el cuerpo muerto, y el asesinato 1.

Por eso los cementerios de la antigedad estaban siempre fuera de las ciudades, a lo largo de las rutas, como la via Appia en Roma: tumbas familiares construidas sobre dominios privados, o cementerios colectivos, tenidos y gestionados por asociaciones que quiz

proporcionaron a los primeros cristianos el modelo legal de sus comunidades ', Al principio los cristianos siguieron las costumbres de su tiempo y compartieron las opiniones corrientes sobre los muertos. Primero fueron enterrados en las mismas necrpolis que los paganos, luego aliado de los paganos en cementerios separados, siempre fuera de la ciudad. San Juan Crisstomo experimentaba todava la repulsin de los antiguos por el contacto de los muertos. En una homilia recuerda la costumbre tradicional: Ten cuidado de que ningn -sepulcro sea levantado en la ciudad. Si se depositara un cadver all donde t duermes y comes, qu no haras? Y sin embargo, depositas los muertos (animan mortuum) no donde t duermes y comes sino sobre los miembros de Cristo... LCmo se pueden frecuentar las iglesias de Dios, los santos templos, cuando reina un olor tan espant0801 3

En el aos 563 se encuentran todavia huellas de ese estado de espiritu en un canon del concilio de Braga que prohiba toda inhumacin en las basilicas de los santos mrtires: No se puede rehusar a las basilicas de los santos mrtires ese privilegio que las ciudades conservan inviolablemente para s mismas, el de no dejar enterrar a nadieen su recintot.s Sin embargo, esta repugnancia por la proximidad de los muertos cedi pronto entre los antiguos cristianos, primero en frica y luego en Roma. Este cambio es notable: traduce una diferencia grandisima entre la actitud pagana y la nueva actitud cristiana respecto alos muertos, pese a su reconocimiento comn de la muerte domada. En adelante, y para

largo tiempo, hasta el siglo XVlII, los muertos han dejado de causar miedo a los vivos yunos y otros cohabitarn en los mismos lugares, detrs de los mismos muros.

Cmo se pas tan pronto de la antigua repugnancia a la nueva familiaridad? Por la fe en la resurreccin de los cuerpos, asociada al culto de los antiguos mrtires y de sus tumbas. Las cosas podrian haber ocurrido de otro modo: entre los antiguos cristianos, algunos no daban ninguna importancia al lugar de su sepultura, para marcar mejor la ruptura entre las supersticiones paganas y su alegria por el retorno a Dios. Pensaban que el culto pagano de las tumbas se oponia al dogma fundamental de la resurreccin de los cuerpos. San Ignacio deseaba que los animales no dejasen subsistir nada de su cuerpo'. Anacoretas del desierto egipcio pedian que sus cuerpos fueran abandonados sin sepultura y expuestos a la voracidad de los perros y de los lobos, o a la caridad del hombre que les descubrieracasualmente. He encontrado, cuenta uno de esos monjes, una caverna, y antes de pene-

trar en ella, he llamado segn la costumbre de los hermanos. Al no obtener respuesta,"Citado por L. Thomassin, Anctenne et Nouvelle Discipline de L'glise, ed. de 1725, t, IlI, pgs. 543 y ss.; Dictionhaire d'archofogie chrtienne, op. cu.; I>, pgs. 71-75. y de D. Roche, Le mmoire de la mort, pgs. 76-119. ) A. Tenenti, 11 Senso. op. cit.; pg. 268, n. 47, 49; pago 269. n. 55. p. 242-243. "Bellarmin, De arte bene morlendi. Opera omnia, Pars. 1875. Francfort, 1965.1. VIII, pgs. 551-622.

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la retrica medieval.La amargura de la agona es verdaderamente una pena breve y ligera al lado de los suplicios de los mrtires, de los profetas. La agona es algo natural que no hay que dramatizar: It is naturally to dye, why then labour we to degenerate and growe out of kind? (Es natural morir, por qu entonces nos esforzamos por salir de la naturaleza y vivir al margen de ella?'). Se repite aqui la idea estoica del viaje, si es que habia desaparecido alguna vez de la conciencia popular, como atestigua la palabra francesa trpas [trnsito). Un siglo despus, en la misma Inglaterra, Taylor, autor de The Rule and Exercises of Holy Dying, 1651, que no era un sectario y se inspiraba sin vergenza en la literatura catlica derivada de san Ignacio, consideraba decididamente las visiones del lecho mortuorio como fantasmas de Satn, como abusedfancies de enfermos deprimidos y neurastnicos.

Belarmino se sorprende de que los hombres consagren tanto tiempo a sus procesos, asus bienes, a sus asuntos, y tan poco a su salvacin, o, ms precisamente, que pospongan

el cuidado de su eternidad al momento en que ya no sern dueos de si, desechos, casi inconscientes: vix sui campos. Pero si toma en consideracin las angustias de la agona, slo ve en ellas sus lados negativos, la destruccin de la voluntad y de la conciencia, y no tiene ninguna ternura, nnguna piedad natural por los restos que la vida verdadera ya ha abandonado. La imagineria medieval preservaba durante ms tiempo la libertad del ser, y su capacidad de dar y recibir, en ese cuerpo que se vuelve cadver. Belarmino es tan duro con el moribundo como con el viejo. Los autores espirituales se muestran unnimes en reconocer que la muerte no es esa caricatura horrible que han heredado de las postrimerias de la Edad Media. Si los catlicos lo hacen con ms precaucin, los protestantes -yen especial Calvin0 6- no tienen su timidez: Sentirnos horror [por la muerte) porque la aprehendemos no tal como es en si, sino triste, macilenta y repugnante, tal como gustaba a los pintores [autores de las danzas macabras) representarlas en las paredes. Huimos ante ella, pero es porque, ocupados por esas vanas imaginaciones, no nos tomamos la molestia de mirarla. Detengmonos [es la poca de la meditacin), permanezcamos firmes, mirmosla directamente a los ojos y la encontraremos completamente distinta a como nos la pintan y de un rostro distinto a nuestra miserable vida. Pero en qu se ha convertido la muerte si ya no es el yacente en el lecho enfermo, sudando, sufriendo y rezando? Se convierte en una cosa metafisica que se expresa por una metfora: la separacin del alma y del cuerpo, sentida como la separacin de dos esposos, o tambin de dos amigos, queridos y antiguos. El pensamiento de la muerte se asocia a la idea de ruptura del compuesto humano, a una poca que es la de la tumba de alma, a una poca en que el dualismo comenzaba a penetrar en la sensibilidad colectiva. El dolor de la muerte se relaciona, no con los sufrimientos reales de la agonia, sino con la tristeza de una amistad rota.

LAS NUEVAS ARTES DE MORIR: VIVIR CON EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE

No es, por tanto, en el momento de la muerte ni en la cercania de la muerte cuando hay'Citado por N. L. Bcaty, The crqft ofdying, Yale University Press, 1970, pg. 150. 'A. Tenent, 11 Senso, op. cil., pg. 312, n. 61.

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que pensar en ella. Es durante toda la vida. Para el lions Jean de Vauzelles que publicaba en 1538 el texto de una danza macabra de Holbein el Joven que Natbalie Z. Davis ha estudiado, la vida terrestre es la preparacin para la vida eterna, como los nueve meses del embarazo son la preparacin para esta vida'. El arte de morir es sustituido por un arte de vivir. Nada ocurre en la cmara del moribundo. al contrario, todo est repartido en el tiempo de la vida y en cada da de esa vida. Pero qu vida? No importa cul. Una vida dominada por el pensamiento de la muerte, y una muerte que no es el horror fsico o moral de la agona, sino la anti-vida, el vacio de la vida, incitando a la razn a no apegarse a ella: por eso existe una estrecha relacin entre

bien vivir y bien morir:Pour morir bienheureux, ti vivreilfautappendre. Pour vivre bienhereux, ti mourir faut apprendre. *Estos versos ignacianos son del calvinista Duplessis-Momay'. Aquel que durante todasu vida confia en Dios, como desea Erasmo, est presto a morir y no necesita otra preparacin:

Celuy qui s'est toujours en Dieu fi JI vit en Foy si uny en la vie Que mort le rend sans mort difi. **(Duplessis- Momay) Por otro lado, no es posible vivir en el mundo, es decir fuera de la proteccin de los muros monsticos, si uno no puede convencerse de la vauidad de las cosas en medio de las que hay que vivir, de las que uno se agita y de las cuales se saca provecho. Por eso la meditacin sobre la muerte est en el centro de la conducta de la vida. Las imgenes de la Muerte, escriba Jean de Vauzelles, es el verdadero y adecuado espejo en el que deben corregirse las deformidades de pecado y embellecer el alma. En los tratados de espiritualidad de los siglos XVI y XVII, no se trata por tanto, o por lo menos no es lo primordial, preparar a los moribundos para la muerte, sino ensear a los vivos a meditar sobre la muerte. Hay tcnicas para ello, una educacin del pensamiento y de la imaginacin cuyo maestro es san Ignacio, con sus Ejercicios espirituales. Son de sobra conocidas. Debemosfijarnos aqu en que la muerte se ha convertido, en esta economa nueva, en pretexto para

, una meditacin metafsica sobre la fragilidad de la vida, a fn de no ceder a sus ilusiones. La muerte no es ms que un medio de vivir mejor. Podra ser la invitacin al placer de los epicreos; por el contrario, es la negativa de ese placer. No obstante, el esqueleto es el mismo en los cubiletes de los epicreos gozadores de Pompeya y en los grabados de los Ejercicios espirituales. El reformado francs y el telogo anglcano hablan como el cardenal romano. En este punto hay en la lte cristiana total unauimidad. Desde ese momento estn convencidos, incluso los catlicos tradicionalistas y conservadores, para quienes el testimonio de los monjes medievales sigue siendo vlido, que, salvo intervencin de una gracia excepcional,7 N. Z. Davis, Hoben Pctures 01 Death and the Reforma/ion al Lyons, Studies on the Renaissance, vol. VIII, 1956, pg. 115. "A. Tenenti, I/ Ser/so, op. ctt., pg. 312, n. 56.

Para morir bienaventurado, a vivir hay que aprender. / Para vivir bienaventurado, a morir hay que aprender. Aquel que siempre en Dios ha confiado / vive en Fe tan unido en la vida / que la muerte le hace sin muerte deificado.

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sobre la que por otro lado no hay que prejuzgar, no es el momento de la muerte el que dar a la vida pasada su justo premio ni el que decidir su destino en el otro mundo. Entonces ya es demasiado tarde, o al menos no hay por qu correr ese riesgo. La iluminacin del ltimo instante no vendr para arrancar de la condenacin a una vida entregada por entero al mal: No es razonable ni justo que cometamos tantos pecados durante toda nuestra vida y que no queramos ms que un da o una sola hora para llorarlos y arrepentirnos de ellos'. En todo momento de la vida ha de hallarse uno en el estado en que las artes moriendi de la Edad Meda quieren poner al moribundo: in hora mortis nostrae, como dice la segunda parte del Ave M aria que precisamente se volvi popular en el siglo XVI. Esta doctrina viene ilustrada por dos ancdotas. Una pertenece a la Contrarreforma. La tradicin jesuita la atribuye a san Luis Gonzaga, Un da en que el joven santo jugaba a la pelota le preguntaron qu haria si supiera que tena que morir. Es fcil imaginar que un monje de los siglos x al xv habria respondido que dejaria todas sus actividades mundanas, que se consagrara enteramente a la oracin y a la penitencia, que se encerrara en una ermita donde nada pudiera apartarle del pensamiento de su salvacin. Y un laico: que huiria a un convento. Pero el joven santo de la Contrarreforma respondi simplemente que continuaria jugando a la pelota. La otra ancdota procede de un humanista ingls de 1534, ganado para las ideas de la Reforma lO. Inspirado por el estoicismo, se fijaba en el relato que Sneca hace de la muerte de Canius para proponerla como ejemplo. El filsofo Canius habia sido condenado a muerte por Caligula, Cuando el verdugo fue a recogerle para llevarle al suplicio, lo encontr jugando al ajedrez, igual que san Luis Gonzaga jugaba a la pelota. Incluso iba ganando. Para un hombre preparado todos los momentos son semejantes al de la partida. Que en plena salud, nos dice Calvino 11. tengamos siempre la muerte ante los ojos [aunque 1no nos hagamos la cuenta de permanecer siempre en este mundo, sino que tengamos un pie levantado como suele decirse. En uno de sus coloquios muestra Erasmo cmo veia l, en la vida de todos los das, el efecto concreto de tal estado de espiritu; en el curso de un naufragio, marinos y pasajeros se ahogaban. Mientras la mayora de ellos invocaba a los santos y cantaban cnticos, refugindose en la oracin y esperando una intervencin sobrenatural, como a ello invitaban las prcticas de la poca, una joven valerosa y razonable, en lugar de perder la cabeza, se comport sin miedo ni bravatas, con sentido comn. De todos nosotros (...) la persona que mejor cara ponia era una joven mujer que llevaba en sus brazos un nio al que daba de mamar (...). Ella era la nica que no lloraba ni gritaba, que no hacia ruegos. Se limitaba a rezar en voz baja, apretando al nio contra su seno. Una plegaria que era como la continuacin de su plegaria habitual, que no peda ningn favor excepcional ligado al suceso. Su sangre fria y su sencillez la sirvieron, puesto que fue la primera en llegar a la orilla. La habiamos puesto sobre una tabla curva a la que estaba bien atada (...). Pusimos en sus manos un palo que deba utilizar como timn; luego, con una ferviente plegaria, la confiamos a las olas (...) y aquella mujer, sosteniendo a su pequeo con la mano izquierda, remaba con la otra mano. Remaba igual que el santo jesuita Luis Gonzaga jugaba a la pelota, y como el estoico Canius jugaba al ajedrez. Qu hace Cristo, comenta Erasmo, sino invitarnos a vivir montando buena guardia, como si debiramos morirnos al instante,~ J. de Vauzelles citado por N. Z. Davs, op. ct.. pg. 115.10 11

N. L. Beaty, op. cit., pg. 68. A. Tenenti, [1 Senso, op. ctt., pg. 315, n. 107.

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y a vincularnos a la prctica de la virtud, como si estuviramos destinados a vivir eternamente '!, Pero esta actitud ejemplar de la mujer naufragada, segn cree Erasmo, o segn quiere creer mejor dicho, era excepcional en su poca. Es que el miedo a la muerte y las recetas cuasimgicas para triunfar de ella se han vuelto demasiado frecuentes debido a la escandalosa propaganda de los monjes mendicantes. A cuntos cristianos no habr visto tener un final miserable! Unos ponen su confianza en cosas que apenas las merecen [es la avaritia], otros, conscientes de su maldad y confusos por las dudas, estn en su ltimo suspiro tan atormentados por ignaros .[los amigos espirituales de Gerson] que entregan el alma casi como desesperados [y sin embargo la desesperacin era una de las tentaciones clsicas de la agona, cuyo peligro conocian perfectamente los amigos espirituales y que se esforzaban por evitar, si hemos de creer a las viejas artes moriendi]. Repruebo a los criminales y a los supersticiosos, 0, para templar mi lenguaje, a los ingenuos y a los ignorantes que ensean a los fieles a poner su confianza en esas ceremonias [de la muerte] y a descuidar precisamente lo que nos transforma en verdaderos cristianos. A Erasmo le parece supersticiosa la creencia en las virtudes de las ltimas ceremonias por las mismas razones que a J. de Vaucelles, citado ms arriba, y tambin a muchos otros del siglo XVII: porque parecen tener por meta permitir a una vida disoluta salvarse in extremis. Cuando por fin suena la ltima hora, las ceremonias estn dispuestas para la circunstancia. El moribundo hace su confesin general. Se le administra la extremauncin y el vitico. Ahi estn los cirios y el agua bendita.