Argumentos del día
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omar lara nació en Nueva Imperial, Chile, 1941. En 1964, siendo estudiante de la Universidad Austral de Valdivia, fundó y dirigió el Grupo Trilce de Poesía y la revista de poesía Trilce, publicación que, en su tercera época, se edita actualmente en Concepción, siempre bajo la conducción de Lara. Además de su obra de creación literaria —que comprende una veintena de libros, entre ellos Los buenos días, Serpientes, Memoria, El viajero im-perfecto, Islas flotantes, Vida probable, Fuego de mayo, Bienvenidas calles del Perú, Voces de Porto-caliu, La nueva frontera, Delta, Papeles de Harek Ayun—, Omar Lara es traductor del rumano, labor que ejerció a partir de su exilio en Bucarest, entre 1974 y 1981 (exilio que lo llevó antes a Lima y luego a Madrid). El Ecuador y los polos, de Marin Sorescu, mereció el Premio Internacional de Poesía Mística Fernando Rielo, Madrid, 1983. Del mismo Sorescu se publicó en México El centinela de la galaxia (2007). Algunas distinciones recibidas por Omar Lara son el Premio Casa de las Américas (por su libro Oh buenas maneras, La Habana, 1975), la Beca de Creación John Guggenheim (1983), la Medalla Mihai Eminescu (Gobierno de Rumanía, 2001), la Medalla Presidencial Centenario Pablo Neruda (2004), el Premio Municipal de Extensión Cultural (Valdivia, 1972), El Premio Municipal de Arte (Concepción, 1992), el Premio Regional de Artes Literarias Baldomero Lillo (Concepción, 2004). En su calidad de director de la Revista Trilce recibió el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile 2006, que conceden los ex presidentes de la entidad. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Fernando Santiván, el Premio Casa de América de Poesía Americana (Madrid) y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Trieste (Italia). En febrero de 2008 fue declarado Hijo Ilustre de Nueva Imperial. En junio de 2009 recibió el Premio Internacional de Traduc ción Festival de Poesía Ovidio (Rumania). En 2009 fueron publicados sus libros Foto&Grafia (Chile) y Vida, toma mi mano (Cuba).
Argumentos del día [antología personal, 1973-2005]La Cabra EdicionesSerie Azor
© 2009, Omar Lara© 2009, de la presentación, Minerva Margarita Villarreal© 2009, del prólogo, Niall Binns© 2009, La Cabra Ediciones (editor)
Copilco 300-7-503
Col. Copilco Universidad04360, México, D.F.
© 2009, Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo LeónWashington 648 Oriente, Centro, 64000, Monterrey, Nuevo León
1ª edición, 2009
Fotografía de portada© José Ángel Leyva, 2008
Diseño y formaciónMaría Luisa Martínez Passarge
isbn 978-607-7735-03-8
Hecho en México
Omar Lara
Argumentos del día[antología personal, 1973-2005]
Presentación de Minerva Margarita Villarreal
Prólogo de Niall Binns
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presentación
Omar Lara: señas de identidad
Minerva Margarita Villarreal
¿la poesía para qué puede servir sino para encontrarse?
o. l.
Cuando Omar Lara define la identidad entramos en un terreno quebradizo, o mejor dicho, quebrantado. Y digo “define” por
continuar su juego, un juego donde la ironía gana porque, efectivamente, la identidad no puede ser definida salvo por los procedi mientos de la teoría antropológica o del psicoanálisis, siempre pobres para abarcar lo ingobernable. “Identidad” es el título del tercer poema de Argumentos del día [antología personal, 1973-2005] que pertenece a la sección “Nueva Imperial/Valdivia: 1963-1973”, donde Lara recoge poemas breves y contundentes, nutridos por la nostalgia y el dolor, restregados en las faldas de la vida, llorados en la cárcel, con las visitas de los hijos niños, o gozados antes, en la playa, tendido “frente a una mujer / embarazada hace ya mucho tiempo”. Son poemas tempranos y definitivos nacidos en sus primeros libros, en los que el yo lírico atraviesa las estaciones, desde el verano con su libertad oceánica donde el amor se lee como la entrega, hasta el invierno de una “ciudad perdida” en la cual: “Ha mucho no se lee (…) / los libros
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ardieron en piras fantásticas / y ante toda letra escrita / los habitantes bajan la vista / llenos de confusión y vergüenza.”
No quiero establecer analogías ni paralelismos entre el allá y entonces del Chile de la dictadura que padeció nuestro poeta y cuya tragedia canta, y nuestro hoy en México, que sin golpe militar golpea todos los días, y que sin piras funerarias editoriales ha generado tal vacío de lectura que más pareciera regir la humillante ignorancia que la confusión y la vergüenza entre sus habitantes.
Omar Lara es un poeta que, por supuesto, no define, porque las definiciones no son materia para la poesía, salvo que la metáfora implícita actúe en función de sacar a la luz “una realidad inabarcable para la razón”.1 Lara presenta la identidad, su identidad, en los términos que Luis Cernuda, el gran poeta del amor, estableció en el poema “Si el hombre pudiera decir”, de Los placeres prohibidos:2 “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien.” Lara condensa en siete versos la terca enfermedad que lo acosa; como el buen poeta que es, da cuenta de sus síntomas y nombra al cúmulo del pro ceso:
Identidad
Frecuento con obstinada melancolíael espacio vacío que me hiere;establezco mis méritos de soledad,calculo con eficiencia tus puntos vulnerablesy, mal que me pese,
1 María Zambrano, María Zambrano en Orígenes, México, Ediciones El Equili brista, 1987, pp. 3 y 4.2 Luis Cernuda, La realidad y el deseo, México, Fondo de Cultura Económica, Tezon tle, 1980, p. 73.
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a tu menor descuido me encierro en ti,me huyo.
A diferencia del poema “Tréboles”, en el que Jorge Guillén subraya: “Tanto mi tiempo fue tuyo / Que en mí para siempre estás: / Si no te sigo, me huyo”,3 donde la huida significaría un perderse de sí mismo ante la posibilidad de desprenderse de la persona ama da, un perder la identidad en beneficio directo de la locura que la propia nada incita, en Lara este “me huyo” implica un deli berado encierro, un recogerse hacia una entrega absoluta en quien se ama, un ponerse en camino del amor como una emergencia ante el padecimiento del vacío en el que ya ha morado y del que ha sido víctima.
Por esta razón es que digo al principio que estamos entrando en un terreno quebrantado. Porque nuestro poeta subvierte el término al someterlo a un pasaje interno. Sus señas de identidad corresponden al irrefrenable deseo que opera en la intimidad cuando aparece otro, el ser amado, hacia el cual el yo lírico “huye”. Un individuo generalmente huye de algo, no huye hacia algo, y menos se huye hacia alguien. Esta violentación del verbo, este volcarse huyendo implica un cambio de orientación muy significativo porque ofrece otra lectura del amor en la cual se da desde la falta, por la carencia, lo que no se tiene; se parte del propio fracaso al ausentarse de sí para alcanzar el estadio amoroso. De esta manera, la palabra en cuestión crece como una lámpara que se enciende en la noche oscura de esta época, porque no somos lo que señala nuestro carnet de identidad, sino aquello que nos obliga y nutre, aquello que nos orilla y que generalmente desconocemos.
3 Jorge Guillén, …Que van a dar en la mar, Buenos Aires, Sudamericana, 1960, p. 103.
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Las siguientes palabras de María Zambrano permiten vislumbrar el hallazgo que trae consigo este poema: “La poesía perma ne ce en lo sagrado y por ello requiere, exige, estado de permanente sacrificio. El sacrificio es la forma primera de captación de la rea li dad. Mas, tratándose de la poesía, la captación es un aden tra mien to, una pe netración en lo todavía informe. La poesía no es contemplativa primariamente, puesto que es acción antes que conocimiento.”4
El poema “Identidad” principia con una acción que emprende continuamente la primera persona con enfermiza obstinación, es decir, con terquedad, hacia el vacío que aquí aparece físicamente en cuanto espacio. Pero su empeño es resultado de una atracción. El vacío es una presencia, un sitio que seduce, y en éste asume el yo poético el padecimiento que da cuenta de un autosacrificio al señalar que allí establece sus “méritos de soledad”, que finalmente lo conducirán al premeditado conocimiento de los puntos débiles de la per sona amada en quien, aunque le pese, se recogerá.
¿Por qué Omar Lara circunscribe la identidad a ese oscuro terreno del vínculo amoroso? ¿No estamos ante un hallazgo que habría que celebrar cuando nombra la identidad no como las señas y rasgos con los que usualmente se “identifica” a un individuo, sino con su incontenible circunstancia íntima?
Lara nos devuelve la palabra como revelación, la recarga de sentido, la potencia, nos ofrece su realidad más profunda, porque lo que menos importa en esta acepción del término identidad es el nombre. A donde escapa el nombre, eso es lo que somos. Cuando entramos en otro, cuando alguien nos llena, eso nos da vida. Nos constituimos a partir de un lazo, pero creemos que somos únicos e independientes, autónomos, y con la prestancia de la suficiencia vamos por el mundo.
4 María Zambrano, op. cit., p. 51.
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Con esta claridad anímica que no niega ni renuncia, sino que se vale del agudo y sospechoso conocimiento del síntoma hasta nombrarlo como la vida misma, sólo resta seguir, seguir, gozar y padecer, porque Omar Lara asume, a lo largo de su obra, el riesgo. O se abisma la desesperación en el vacío, o calma el hambre extrema su voracidad, como resume “El desesperado”:
Opto a mejor vida, como todos.Mientras tanto,remato mis tesoros por un plato de lentejasque, generalmente, devorocon voluptuosidad.
Las lentejas son el símbolo del objeto anhelado, el signo del amor, al que se conoce en materia (se le come) lo suficiente como para saber que podrá no ser el mejor bocadillo, pero es devorado con sensual deleite. Por lentejas aquí se rematan tesoros. ¿No estaremos hablando de una riqueza mayor, un bien entrañable como pu diera ser el platillo preparado por la madre en esa infancia donde se forma el paladar?
Así, a la mujer amada se la asocia con el alimento, se la consume. Pero en esta oscilación entre el despojo a que obliga el vacío y el vaciamiento de la entrega amorosa, el hambre se recrudece y evidencia acciones de un ciclo alimenticio feroz en el plano ama to rio. Herir, abrir, engullir, escarbar, hartar, son verbos que Lara concilia con fecundar, desplazar, regenerar, en ese poema ti tulado “Serpientes”, dividido en diez epigramas de amor, en el cual la serpiente coral es analogía del ser femenino. La serpiente engu lle y fecunda a un tiempo, regenera su piel con el cuerpo del amado lue go que éste inhabilitó su veneno y fue tragado por ella.
¿No sintetiza este erotismo antropófago la primitiva esencia del amor, su lucha ciega y mayúscula por sublimar el acto de la
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penetración hacia un sentido de trascender en la unidad? ¿Qué bus ca Omar Lara bajando a tropezones por las aristas de la cordillera que es el cuerpo de la amada: la abuela, la madre, la serpiente coral que acecha enroscada y hambrienta cuando menos se la espera?
Entremos en la segunda sección del libro: “Lima / Buca rest / Madrid: 1974-1984”. Observemos su “Paisaje”, que se arriesga en el exilio y la visión de la sangre derramada:
Sorpresivamente el cielo se puso de un color anaranjadoy en las nubes se formaron espacios como grietascon un fondo azul intenso. Más tarde todo pareció ardery sobre los cerros negros hasta entonces invisiblesvimos caer una ceniza roja.
Lo que vuelve a los cerros visibles es la sangre hecha ceniza, puesto que la primera ya es pasado, es muerte. Es importante señalar aquí cómo el poema inicia con un adverbio que implica un cambio inesperado que trae consigo la tragedia, advertida a través de los colores del cie lo que repentinamente varían y acentúan tonalidades como pre mo nición. Este poema presenta el cuadro de un desconcierto ante lo inenarrable, y su tono y sus contrastes cromáticos nos exponen a lo siniestro.
Omar Lara es un poeta viajero, un barquero que navega en un mar interior hacia las regiones oscuras de la sangre, allí donde su “semejante secreto” le espera, porque podrá haber escapado de la represión militar pero nunca de sí mismo, a menos que se huya hacia el amor. Aunque el amor aquí es un animal desesperado. De hecho, la única escapatoria posible es hacia el adentro de este encierro amoroso, que culmina en el encuentro erótico como prueba mayor del milagro de estar vivo.
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El amor es su centro, y la suma, el ajuste de cuentas, es siempre personal, identitario y sin salida. Si se huye hacia el amor es porque la carga de sí mismo, del que está dentro de sí, pesa demasiado, es pesadumbre pura y “Surge a deshora / como un ahogado que hubiera decidido / salir a superficie después de mucho tiempo”.
En la poética lariana rigen varias obsesiones. Una de ellas es el tiempo cíclico evidenciado a través de la reiteración utilizada al terminar poemas que, más que cerrar, se abren indefinidamente. También establece correspondencias entre el ir y el volver del viaje, entre el espacio exterior y el espacio íntimo, e incluso entre la superpo sición de ambos planos, en beneficio siempre del interno. Porque lo cíclico puede girar a su vez concéntricamente y ejer cer una fuerza especular donde lo que está afuera llama desde adentro. Así, el ejercicio de escucha de nuestro poeta es capaz de in troyectar lo inaudi to y alumbrar al cuerpo como mundo interior por medio de una percepción aguda del universo que lo rodea, de su na turaleza: “el sonido de la música a través de los tilos / se confunde / con el estallido certero / en los huesos / en la sangre”.
La sangre es una metáfora recurrente que anuncia la sed infinita del poeta, y su circulación revela el ritmo sonoro de los mantos acuí feros siempre presentes en su obra, así como la circularidad de los ciclos vitales, y se convierte en una imagen detonadora en “La esta ción sedienta”, ese poema clave de la última sección del libro: “Portocaliu: 1985-2005”, donde la derrota se presenta amarga y hostil ante la imposibilidad del mundo soñado. Este poema es triste como principio activo del fin, y participa de la congoja de César Vallejo y su dolor goteante y lumínico que acompañará a Omar Lara en esa encomiable empresa, única en toda Hispanoamérica, que es su revista Trilce, heroicamente sostenida desde 1964. Veamos la última estrofa del poema:
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En este punto habría que considerar que estamos ante una de las propuestas poéticas más importantes de la poesía hispanoamericana contemporánea. En la poesía de Omar Lara se cumple el sueño que María Zambrano expresó en su exhaustivo trabajo en torno a la metáfora del corazón. Una ciencia labora secreta y oscuramente, dentro de su cerrada cavidad, en el estricto espacio íntimo que la interioridad le guarda, en el ritmo acompasado donde sístole y diástole celebran su rutinario y monótono son al dictado de la ceguera de su amo. Pues el amor es ciego y, sin romper muros, esta voz lírica y lárica pronuncia sus verdades más hondas, como que la identidad es todo aquello que escapa al nombre como nosotros escapamos de nuestro ser, cargados de vacío, para huirnos en la atracción genuina e impura del dios de los ojos vendados cuya flecha nos hace lentamente sangrar.
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prólogo
Composición y recomposición del lugar
La poesía de Omar Lara
Niall Binns
Escribir poesía en Chile en los años sesenta no era una tarea fácil. El que Marcelino Menéndez y Pelayo bautizara, en el cuar
to centenario del Descubrimiento, como un “país de historiadores” inoculado contra todo atisbo de poesía, se había metamorfoseado en el “país de poetas” por excelencia. Gabriela Mistral era, en ese entonces, el único Nobel hispano americano; Huidobro había sido el gran pionero de las vanguardias hispanas; Pablo de Rokha seguía siendo una vociferante y a veces imponente presencia; y Pablo Neruda era el poeta por antonomasia de la lengua, el más contagioso de los poetas de amor del siglo xx, uno de los más desga rradores de la vanguardia, el más influyente poeta político, el gran vate de la epopeya americana y, últimamente, una especie de antipoeta melan cólico que estaba entrando en el otoño de su vida. Nicanor Parra dijo en esos años —y lo dijo bien— que si la obra de Neruda era una “obra irregular”, también lo era la cordillera de los Andes, pero cuando en 1964 Neruda pu blicó una ambiciosa autobiografía en verso, Memorial de Isla Negra, debe haberse dado cuenta de que ya no importaba tanto ni impresionaba tanto ni obligaba a los poetas jóvenes como
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antes. Éstos preferían, en sus lecturas, a tres estupendos poetas que se habían librado de la sombra nerudiana —y la sombra de todos sus predecesores— y estaban luchando por reorientar el canon chileno. Preferían a Parra, cuya antipoesía era un sabotaje directo al “Olimpo” de sus maestros y cuyos irreverentes Versos de salón habían aparecido en 1962; a Enrique Lihn, que había publicado en 1963 el tercero de sus libros pero su primera obra maestra, La pieza oscura; y a Jorge Teillier, que aún no cumplía treinta años, pero cuya poesía “lárica” —Poemas para un país de nunca jamás, de 1963, era su cuarto libro— se había hecho precozmente imprescindible.
Parra, Lihn y Teillier —mucho más que Gonzalo Rojas, a pesar de su soberbio Contra la muerte— formaron el panorama más determinante de la poesía chilena cuando en 1964 llegó Omar Lara, desde su pueblo de Nueva Imperial, a la hermosa ciudad universitaria de Valdivia. Era un panorama —como lo había sido desde la “guerrilla literaria” entre Huidobro, De Rokha y Neruda en los años treinta— brutalmente crispado. Neruda y De Rokha seguían enemistados; Pa rra había roto con Neruda; Parra y Rojas mantuvieron sus distancias; Lihn y Teillier, grandes amigos en otros tiempos, se habían peleado a muerte. Uno de los grandes logros de Omar Lara fue poner fin, entre sus coetáneos, a estos conflictos intestinos. La poesía chile na era, para él, una tradición, no un campo de batalla, y poco después de su llegada a Valdivia comenzó su misión —el término quizá no sea excesivo— como un impulsor del diálogo y el respeto entre poetas de generaciones distintas, y de amistad y solidaridad entre los de la misma generación. Después de tanta “tradición de la ruptura” y tanta necesidad de matar al padre, a la madre y a todos los hermanos, llegó un remanso de paz a la poesía chilena.
Dentro de las nuevas universidades de provincia, en la Universidad Austral —pero también en Arica y Concepción— se fueron formando grupos poéticos que pronto establecieron vasos comunicantes entre sí. El más importante, sin duda, era Trilce, fundado
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por Lara en el mismo año de 1964, que se embarcó en seguida en la publicación de unas hojas de poesía con el nombre del grupo. Se alargarían con el tiempo hasta convertirse en la revista Trilce que, en su tercera etapa, aún sigue editándose hasta el día de hoy. Allí publicarían Parra, Lihn y Teillier, así como todos los poetas que se conocen en Chile como la “generación del 60”: Waldo Rojas, Federico Schopf, Manuel Silva Acevedo, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Óscar Hahn, Gonzalo Millán y, por supuesto, el propio Omar.
¿Por qué Trilce y por qué Vallejo? Hace algunos años Omar Lara recordó “con estupor e incredulidad nuestros paseos nocturnos has ta que rayaba el alba —y a veces en verdad nos rayaba el alba— le yendo y confundiéndonos con los versos de los heraldos, de trilce, de españa aparta de mí este cáliz. Vallejo no nos apartó su cáliz”. Esta sintonía con la figura y la obra del peruano incluso lo llevó en 1966 a liderar una especie de peregrinación del grupo a Lima. La experiencia de la orfandad y el exilio —aún virtuales y puramente existenciales en la primera obra del chileno—, la melancolía y una mezcla de sufrimiento y ternura (ese “dolor tan cariñoso” del poe ma “Vallejo”) son rasgos que comparte Lara a su manera, pero más importantes quizá sean la falta de pretensiones del “yo” poético de Vallejo, tan ajeno a los grandes egos del canon chileno, y el empleo de un lenguaje cotidiano cargado no de la picardía y la agresividad de la antipoesía de Parra (como también de Lihn y de varios poetas de los sesenta), sino de las formas afectivas del ámbito familiar. Pocos poetas chilenos han empleado los diminutivos con tanta naturalidad. Sería un error, no obstante, exagerar los parentescos. Salvo en algún neologismo —como el verbo “amadrar”—, el tono y el lenguaje de Lara suenan poco a Vallejo, y mucho menos a la sintaxis brutalmente desgarrada de su libro Trilce. Por eso quizá habría que re cor dar que leer, nombrar y venerar al peruano era, para un joven poeta de 1964, una buena forma de eludir las tensiones de la tradi ción chilena y de unirse a ella sin comprometerse con ninguno de sus clanes.
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Los primeros libros de Omar Lara —Argumento del día (1964), Los enemigos (1967), Los buenos días (1972) y Serpientes (1974)— se asemejan a los de su generación en la brevedad, la autorreflexividad, el rechazo a cualquier aspiración a la trascendencia (el poema “Gran Himalaya” es ejemplar) y el tono frecuentemente impersonal e iró nico. En ellos surge, sin embargo, el mundo propio del autor, un mundo hostil y fragmentario, poblado de sombras amenazadoras, de mujeres feroces y de objetos impenetrables que atemorizan al yo, reduciéndolo a un estado de enajenación desamparada, de resignación e impotencia, convirtiéndolo en una “sombra irrisoria”, una “enmohecida puerta”, un “ahogado” y un “náufrago”. El poema “Asedio” resulta curioso en este sentido:
Mira donde pones el ojocazadorlo que ahora no vesya nunca más existirálo que ahora no toquesenmohecerálo que ahora no sientaste ha de herir algún día.
Mientras el mundo asedia al sujeto aturdido que habla en estos primeros poemas de Lara, ese sujeto dialoga consigo mismo, tildándo se de “cazador” con un desafío inconsciente, tal vez, en su ironía (¿cómo cazará un sujeto atolondrado que vive a la deriva?) y retándose a sí mismo a sacudirse y convertirse en asediador del mundo. El resultado es una extraña variante del “carpe diem” tradicional: la falta de movilidad, no ver, no tocar y no sentir deshumaniza al ser hu mano, le impide gozar humanamente de la existencia. Para vivir la vida con plenitud hace falta no sólo “poner el ojo” y no sólo “mirar”, sino “ver”: penetrar el mundo y comprenderlo.
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Pero el mundo se resiste a la mirada del poeta. En otro texto —“Tu semejante secreto”—, el sujeto vuelve a la introspección o al diálogo interior, refiriéndose ahora —mientras se escudriña a sí mismo en el espejo— a “tu propia mirada / que desordena sin quererlo el espacio”. Los espacios fragmentados y desordenados son el fruto de la veta expresionista que nunca se ha perdido en Omar Lara y de su tendencia de ver —como decía José Martí— con los “ojos del alma”, aunque sea, en este caso, un alma lacerada por el desorden y la fractura de la identidad.
Estos elementos negativos en la primera obra de Omar Lara conviven con rasgos más esperanzadores. Detrás de la mirada impersonal de los “humanos ojos”, hay poemas en los que se configura una voz individual cargada de la melancolía que surge de las pérdidas de un sujeto concreto. Afín al “larismo” de Jorge Teillier, el espacio encarna en los lugares de la infancia provinciana del poeta, que emergen embellecidos en la com posición poética como un paraíso perdido, alrededor de los cuales se va estableciendo uno de los núcleos de lo positivo en la obra de Lara. En “Miro esta tarde que perdí” se alude por primera vez al pueblo don de transcurrió la infancia del poeta. Lara pone el ojo en su pasado y la mirada se transforma en visión que borra el tiempo y recupera lo ya vivido. Esa tarde del pasado (“me vi corriendo sobre el pasto / entre las margaritas de Imperial / bajo álamos y eucaliptos”) se ha perdido, pero sigue viva en el presente del sujeto, consolidando una escisión básica en su identidad. “Lo que una vez ama mos nos pertenece para siempre”, dice el poema “Calles sucias”: se ama los lugares (no el concepto abstracto del “espacio”), los tiempos de la felicidad y los personajes de la infancia (sobre todo los familia res: la madre, los abuelos), pero también se ama mucho en esta poe sía, para bien y para mal, a las mujeres, hacia las que “se repliega” el sujeto como si fuese un ejército vapuleado, vencido o desmoraliza do, y a los amigos, a pesar o más allá de esas “palabras precipitadas / y terribles” que a veces los enemistan (“El enemigo”).
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Omar Lara y la poesía de Omar Lara, desarraigados de su país natal y arrojados al extranjero, supieron ver, en cambio —gracias, quizá, al respaldo de la mujer amada—, “que sería tan fácil / amor / tener que ver”; tan fácil establecer nuevos vínculos, volver a poner el ojo, a mirar y a ver. Pocos exilios han sido poéticamente tan fructí feros como el de Lara. Su poesía registra los horrores de la soledad y del desarraigo redoblado, lo que significa el alejamiento de la patria y, a la vez, de la lengua materna, pero expresa también el descubri mien to maravilloso —y maravillado— de que es posible, a pesar de todo, echar nuevas raíces y, de alguna manera, comenzar de nuevo. Los inicios de este hallazgo se palpan en un poema como “En un tren yugoslavo”, en el que el sujeto sorprende una inesperada familiaridad en los hombres que viajan a su lado. Es una verdadera epifanía: se da cuenta de que, a pesar de la ausencia de un idioma común, ni el espacio ajeno ni el idioma son abismos infranquea bles. El pequeño río que observa desde el tren no es suyo; en principio nada tiene que ver con él, pero la solidaridad y la fraternidad, unidas al anhelo de arraigo, lo convierten en suyo:
Durante varias horas nos ha acompañado un pequeño ríode grises y duras aguas.Quisiera saber cómo se llama¿cómo se llama este río?sonríen,cómo se llama este río,sonríen,este río se llama Sonrisa.No hubiese podido irme sin saber su nombre.
Lejos del sur de Chile, la poesía de Omar Lara luchó por compensar la sucesión de pérdidas (la infancia, la patria, la lengua, la familia)
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mediante el amor —la mujer es una “salvadora” para el sujeto atribulado (“Diario de vida”)—, pero sobre todo mediante el arraigo en los nuevos lugares que va habitando: primero en las “bienvenidas calles del Perú”, y luego en el espacio poético de “Portocaliu”. En “En cuentro en Portocaliu”, los topónimos (el barrio residencial Drumul Taberei y el río Dimbovitza de Bucarest, la “columna del infinito”, una escultura de Constantin Brancusi construida en la ciudad de Targu Jiu) remiten al exilio rumano del poeta, pero Portocaliu funciona poéticamente co mo un lugar que reúne los fragmentos del sujeto escindido, fun de sus distintas “vidas” y sus distintas “patrias”, su pasado y su presente, sus sueños y, a la vez, la áspera realidad de su existencia de exiliado. Es lo que se ve en otro poema largo, “Recorríamos el país estrechamen te abrazados”, que rememora un viaje en tren por Chile, que llevó al sujeto y a la mujer que amaba hasta el pueblo costeño de Cartage na. Es un poema en el que el sujeto se distancia de lo dicho y aparentemente se ríe de sí mismo (de sí mismo como era en el pasado), pero lo que expresa —la capacidad de vivir el exilio sin renunciar al pasa do, pero sin anularse en ese pasado— es la historia de un triunfo:
Alguna vez recordaría yo esas fantásticas tardescuando borrachos y quemados por el soldescubríamos que estábamos enamoradosesas tardes en que una película nos hacía llorary nos mirábamos a través de los anteojosy entre los anteojos una nubecita brillante en un cine de Portocaliu.Todo es muy enredado no me explico y el amable lectortampoco se explicará cómo fue que ese trennos llevó a un cine de Portocaliudespués de Cartagenael lector adivinará que esto no es sino otro juego
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para explotar el famoso sentimentalismo de los chilenosgalantes ingleses finosen este año de 1976
tan a propósito para hablarles de un viejo amorque de nuestra alma sí se alejapero nunca dice adiós.
Es un poema de 1976 escrito en Rumania. Pero Omar Lara ha seguido escribiendo sobre Portocaliu hasta mucho después de su regreso del exilio (Voces de Portocaliu es de 2003). Se podría pensar, quizá, en una nueva y paradójica añoranza: el poeta, de vuelta en Chile, reme mora los lugares de su exilio y a los amigos y poetas (o amigospoetas) que formaron parte de esos lugares. Pero no es un larismo al estilo de Jorge Teillier. Omar Lara supo arraigarse en Rumania así como, también, en la poesía rumana: ha traducido al castellano a Mihai Eminescu, Geo Bogza, Gellu Naum, Stefan A. Doinas, Ma rin Sorescu y muchos más. No hay, sin embargo, un deseo de volver; no hay nostalgia. En la imaginación del poeta —o, mejor dicho, en la imaginación de su poesía—, Portocaliu es como esas extrañas ciudades que conforman nuestros sueños, una síntesis de los lugares (“todo es muy enredado”) en los que hemos vivido, amado y padecido. “Lo que una vez amamos nos pertenece para siempre.” Omar Lara no añora el pasado en su poesía última; sabe, más bien, que el presente se va construyendo a partir de ese pasado, es el producto de todos sus pasados. En Portocaliu, la ciudad imaginaria que se va componiendo y recomponiendo desde los primeros años de su exilio, de algún modo está cifrada esa identidad que buscaba Omar Lara desde los comienzos de su obra.
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Playa
Las mujeres semidesnudas y los hombres
carentes de imaginación nos reunimos
tranquilos a la caída de la tarde, cada uno
en su respectivo espacio.
Jóvenes audaces, mientras tanto, sacan machas del mar,
en actitudes sugerentes y malignas
que nos hacen empequeñecer.
Algunas sombras aparecen y desaparecen impulsadas
por el vibrante olor que fluye de las olas
y yo me tiendo frente a una mujer
embarazada hace ya mucho tiempo.
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Día de verano
Este ojo hiriente sanguinolento
es lo único real
este fruto deshecho descolgándose
presuroso
dispuesto a jugarse una última carta
cuando las sombras que su aniquilamiento
indiquen
o su sagacidad
nos lo oculten a los humanos ojos
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Asedio
Mira dónde pones el ojo
cazador
lo que ahora no ves
ya nunca más existirá
lo que ahora no toques
enmohecerá
lo que ahora no sientas
te ha de herir algún día.
32
Reincido en aleteo ciego
Desprendido de tu presente
heme sombra irrisoria, árido
cuerpo;
heme enmohecida puerta,
heme astronauta de tu ámbito.
Reincido en aleteo ciego;
en la fuerza bruta de tus entrañas
reincido.
33
Poderío
Atravesamos muros
y vemos debajo del agua
hablamos con seres de otras edades
y adivinamos el porvenir
encontramos una aguja en un pajar
y la perdemos oh dios.
168
Ayer di la vuelta al mundo
Ayer
di la vuelta al mundo
y yo
casi sin enterarme
en los caireles de la semivigilia
huelo hoy y me digo
ayer di la vuelta al mundo
y yo
casi sin enterarme
Índice
presentación
Omar Lara: señas de identidad 7
Minerva Margarita Villarreal
prólogo
Composición y recomposición del lugar. La poesía de Omar Lara 17
Niall Binns
nueva imperial / valdivia, 1963-1973
Playa 29
Día de verano 30
Asedio 31
Reincido en aleteo ciego 32
Poderío 33
Identidad 34
Objetos 35
Los habitantes de la tarde 36
El enemigo 37
La tierra prometida 38
Cuarto 39
Jugada maestra 40
Permanencia suya 41
El desesperado 42
Vallejo 43
Impulso 44
Calles sucias 45
Miro esta tarde que perdí 46
Fotografía 47
Habitantes 48
Cumpleaños de BertaIsabel 51
Tarde en la cárcel 52
Hoy he visto a mis hijos 53
Ciudad perdida 54
Serpientes 55
lima / bucarest / madrid, 1974-1984
He aquí un bello naufragio 61
Paisaje 62
Gran Himalaya 63
Tu semejante secreto 64
Despierta a cualquier hora 65
La imagen engañosa 66
Estos cielos 67
Bajamarea 68
Hotel de Turistas 69
Bucólica 70
Mediodía 71
Hablo de Luis Oyarzún, del río Valdivia, etc. 72
La primavera de Chile 76
Bienvenidas calles del Perú 77
Direcciones 78
Apuntes para un retrato general 79
Un fiero espantapájaros 80
Gastadas y estropeadas 81
Acoso 82
Los árboles no dejan oír tu respiración 83
Una guarida fresca y tibia 84
Pájaros 85
Llave de la memoria 86
Los días del poeta 87
Víctor Jara 89
Las horas del lobo 90
El caballero extravagante 93
Los pájaros se han ido 96
Parque de los recuerdos 97
Hijo 98
Paisajes 99
En la pálida hora del lobo 101
Esta tarde de abril 102
He encontrado una muchacha en la calle 103
En un tren yugoslavo 104
Visitas 105
El huevo nostálgico 106
Llueve 107
De esa agua no beberá 108
Lectura 109
Después de leer a George Bacovia 110
La vieja trampa 111
El lenguaje más querido 112
Obstinado viajero 113
Una isla en el amar 114
Hecha de sangre, lágrimas, ardores 115
Proibido debruçarse 116
Poema optimista 117
Este silencio 118
Si eres la realidad 119
portocaliu, 19785-2005
Nada 123
Maternidades 124
Una mujer 125
Paseamos nuestro amor 126
Abrazo azul 127
Encuentro en Portocaliu 128
Toque de queda 130
Mamá, yo sé que nada 131
Madre, ella era 133
Deja, madre 135
En el futuro, madre 136
En la laguna gata 138
Mordí la mano 139
Muerte de Miguel 140
Círculos 141
Sábado en Portocaliu 142
Día de muertos 144
Diario de viaje 145
Entonces vi 148
Pequeño diario 150
La estación sedienta 151
Amanecer en Portocaliu 152
Yo y las cosas 153
Un animal fastuoso 154
Cuello de cántaro 156
Mesa de diálogo 158
Cocholgüe 99 159
La casa 160
Un bicho en un rincón 161
Buenas noches, Jorge 162
Sorescu 164
Soyda 165
Soyda y yo 166
Como un niño de nadie 167
Ayer di la vuelta al mundo 168
Argumentos del día [antología personal, 1973-2005]de Omar Lara
Junio de 2009
Impresión | Exima, S.A. de C.V.Panteón 209, bodega 3, Los Reyes Coyoacán,
Coyoacán, 04330, México, D.F.
Cuidado de la edición | Omar Lara y María Luisa Martínez Passarge
1 000 ejemplares
otros títulos en la serie azor
Jorge Enrique Adoum | Claudicación intermitente [antología]
Rodolfo Alonso | Poesía junta [1952-2005]
Jotamario Arbeláez | Paños menores
Jorge Boccanera | Libro del errante
Régis Bonvicino | Poemas [1990-2004]
Rafael del Castillo | Aires viciados. Antología personal, 1981-2006
André Doms | Piedra de agua
Antonio Cisneros | A cada quien su animal
Alfredo Fressia | Eclipse. Cierta poesía, 1973-2003
Juan Gelman | Los otros
Ferreira Gullar | Animal transparente
Lêdo Ivo | Poesía en general [antología 1940-2004]
Jaime Jaramillo Escobar | Tres libros
Niki Ladaki-Filippou | Hacia Kerini y otros poemas
Omar Lara | Argumentos del día [antología personal, 1973-2005]
Eduardo Langagne | Lo que pasó esto fue
José Ángel Leyva | Duranguraños
Eduardo Lizalde | Todo poema está empezando [antología, 1966-2007]
Floriano Martins | Tres estudios para un amor loco
Carlos Montemayor | Los poemas de Tsin Pau
Margaret Randall | Dentro de otro tiempo: reflejos del Gran Cañón
Juan Manuel Roca | Las hipótesis de Nadie
Víctor Rodríguez Núñez | Todo buen corazón es un prismático
Máximo Simpson | A fin de cuentas
Jordi Virallonga | Por si no puedes
bilingües
Stéphane Chaumet | La travesía de la errancia | La traversée de l’errance
Luuk Gruwez | Cosas perdidas | Verloren dingen
Lêdo Ivo | Réquiem
Roland Jooris | Inerme | Weerloos
Eduardo Lizalde | Baja traición. Crestomatía de poemas traducidos
Stefaan van den Bremt | Matando al héroe | Helden doden
Estamos ante una de las propuestas poéticas más importantes de la poesía hispanoamericana contemporánea. En la poesía de Omar Lara se cumple el sueño que María Zambrano expresó en su exhaustivo trabajo en torno a la metáfora del corazón. Lara nos devuelve la palabra como revelación, la recarga de sentido, la potencia, nos ofrece su realidad más profunda porque lo que menos importa en esta acepción del término identidad es el nombre. Adonde escapa el nombre, eso es lo que somos. Cuando entramos en otro, cuando alguien nos llena, eso nos da vida. Nos constituimos a partir de un lazo, pero creemos que somos únicos y autónomos, independientes, y con la prestancia de la suficiencia vamos por el mundo. Con esta claridad anímica que no niega ni renuncia, sino que se vale del agudo y sospechoso conocimiento del síntoma hasta nombrarlo como la vida misma, sólo resta seguir, seguir, gozar y padecer, porque Omar Lara asume, a lo largo de su obra, el riesgo.
minerva margarita villarreal