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  • 8/18/2019 Arguedas Raza de Bronce

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    Arguedas :

      Ra^a de

      bronce

    La primera vez que se leen juntas las dos obras más conocidas del bol iviano

    Alcides Arguedas (1879-1946):

      Pueblo enfermo

      (1909) y

      Ka^a de

     bronce  (1919), la mera

    comparación de los t í tulos y los contenidos produce en el lector la sensación de que

    se t rata de dos l ibros contrastantes, opuestos. La obra ensayíst ica, tan combatida y

    aplaudida por su rac ismo y su denuncia l i smo, su posi t iv i smo y su mora l i smo, su

    debi l idad por los reg ímenes de fuerza , de ja un prec ip i tado ev identemente negat ivo ,

    que refleja la visión idént ica que el autor tenía de su propio país * . Esa negat ividad se

    extendía a la total idad de la existencia de Bolivia: a su historia , sus diferentes pueblos,

    su pol í t ica. No nos interesa ahora estudiar esas ideas, ni señalar sus fundamentos y

    sent ido. Lo evidente es que la visión de su propio país estaba cargada de pesimismo

    y que sus denuncias implacables fueron la base del anál isis de las «enfermedades

    sociales» bol ivianas. El l ibro se abría con un t í tulo t remebundo: «Pueblo enfermo» y

    seguía la t rad ic ión dec imonónica posi t iv i s ta (Comte , Le Bon, Taine) , l a misma que

    inf lu ía por esos años en Bunge (Argent ina) , Zumeta (Colombia) o Picabea (España) .

    También e l los —como Arguedas— at r ibu ían a la mezcla de razas , a la ausencia de

    raza blanca, a los indios, al mestizaje y al clima, los males de sus respectivos países

      2

    .

    Es ta v i s ión tan poco favorable de l mundo ind ígena bol iv iano que da e l vo lumen

    de 1909, no só lo negat iva , s ino caren te de esperanzas , cont ras ta , marcadamente , con

    la que deja la novela. Ya desde el t í tulo se hacen visibles las diferencias polares entre

    ambas obras . Fren te a la

     enfermedad

     («debi l idad, degen erac ión, incapacidad , ineficacia»),

    lo racial del  bronce  que alude al color de la piel («fuerza, resistencia, poder, salud»). La

    Í

    1

      Todas las citas de esta obra remiten a

      Pueblo enfermo

      (La Paz: Gisbert y Cía., 1979). Cuando citamos

    la novela lo hacemos por

      Ra a

      de

     bronce

      (Buenos Aires: Losada, 1979), 6.

    a

      edición. Las referencias a  ha

    Dativa

     de

      las

     Sombras  son de A.  A R G U E D A S , Obras completas  (México: Aguilar, 1959-1960, 2 vols.) vol. I. Ya

    Juan Albarracín Millán indicó: «Si trasladáramos este análisis psicosocial de Pueblo enfermo  a los componentes

    raciales de

      Ra a

      de bronce,  veríamos sorprendidos cómo el planteamiento de 1919, es llanamente un cuadro

    invertido del de 1909. No dio cuenta [Arguedas] de este cambio en sus escritos, lo expuso sin molestarse

    en explicarlo», en  El

      gran

     debate.

      Positivismo

      e

     irracionalismo

      en el

     estudio

      de la

     sociedad boliviana

      (La Paz: Ed.

    Universo, 1978), pág. 154.

    Quiero agradecer aquí a mi colega y amiga, la doctora Martha Martínez, el haberme facilitado

    numerosos libros y publicaciones aparecidas en Chile, Perú y Bolivia existentes en su biblioteca particular,

    que son de muy difícil acceso.

    2

      Sobre las ideas de  A R G U E D A S  véase G.  FR A N C O V IC H ,  El  pensamiento voliviano  en el siglo  XX  (México:

    Fondo de Cultura Económica, 1956), págs.  40-43;  W. R.

      C R A W F O R D ,

      A Century of Latin American Thought

    (Boston: Harvard University Press, 1961, 2.

    a

      ed.), págs. 106-108; M. S. STABB,

     In Quest of

     Identity  (Chapel

    HUÍ: North Carolina Press, 1967), cap.  z:  «The Sick Continent and its Diagnosticians». Sobre  A R G U E D A S

    escribieron

      R A M I R O D E M A E Z T U

      (que prologó la primera edición de  Pueblo enfermo);

      M I G U E L D E

    U N A M U N O ,  que fue amigo personal del escritor;  R A F A E L A L T A M I R A  (en el prólogo a la ed. de 1923 de la

    2

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    lectura de la novela entrega una visión mucho más posi t iva y dinámica del indio y de

    su mundo. Esta v i s ión t iene dos aspectos , que deben ser separados . Por una par te ,

    Arguedas desc r ibe ,

      por dentro,

     e l funcionam iento soc ia l e ind iv idual de una com unida d

    indígena, con sus individuos, jefes, valores, t rabajos, f iestas, rel igión, conocimientos

    de la na tura leza , l eyes , cos tumbres , l enguaje . Por o t ra , muest ra cómo esa comunidad

    es atacada (agredida y explotada) por los blancos y sus cómplices (los cholos,

    adminis t radores , po l í t i cos , comerc ian tes , l a Ig les ia) , y cómo reacc iona ferozmente en

    un levantamiento que supondrá un uso leg í t imo de la v io lencia , y una probable y

    terrible represión posterior. Y una dist inción necesaria . Mientras el ensayo anal iza la

    totalidad de la realidad nacional boliviana (desde la geografía, las razas, la polít ica y

    la historia), la novela se l imita a presentar la comunidad indígena aymara, en su

    compleja si tuación social e histórica.

    Estas son las conclus iones de una pr imera lec tura . Cuando se examinan de ten ida

    mente ambas obras , s in embargo , debe mat izarse es ta observac ión señalando a lgo

    concre to : en  Pueblo enfermo  están, en agraz, tod os los aspectos q ue la nov ela

    desarro l la rá dramát icamente por medio de personajes , s i tuac iones y d iá logos . En un

    pasaje de esta obra dedicado a describir el habi tante de la pampa interandina, el indio

    aymara , Arguedas descr ibe su ps ico logía —en correspondencia con e l hosco pa isa je

    que habi ta— y su vida durísima, desde la niñez hasta la tumba. Un buen espacio está

    dedicado a la mujer aymara; al l í se adelanta el sent ido del t í tulo de la novela:

    «La mujer observa la misma vida y, en ocasiones, sus faenas son más rudas. En sus odios es

    tan exaltada como el varón.. . Ruda y torpe, se siente amada cuando recibe golpes del macho, de

    lo contrario, para ella no tiene valor un hombre. Hipócrita y solapada, quiere como la fiera, y

    arrostra por su amante todos los peligros. En los combates lucha a su lado, incitándole con el

    ejemplo, dándole valor para resistir . La primera en dar cara al enemigo y la última en retirarse

    novela citada); JOSÉ E.  R O D Ó ,  etc. MARIANO  B A P T I S T A G Ü M U C I O ,

      Alcides Arguedas

     (La Paz-Cochabam ba:

    Los Amigos del Libro, 1979), ha recogido numerosos juicios de compatriotas sobre   A R G U E D A S .  Polémica

    y política, la obra y la vida del escritor han estado sometidas en Bolivia a duros ataques provenientes de la

    izquierda y de los sectores nacionalistas (Diez de Medina, Medinaceli, Navarro, Marcos. Domic, etc.)

    Y todavía hoy se habla de «arguedismo» como una corriente ideológica denigrativa de la tradición nacional

    y vendida al imperialismo y a los intereses de la llamada «Rosca». Debe decirse, sin embargo, que

    ARGUEDAS reconoció en varios lugares de sus escritos que recibió dinero del millonario del estaño, Patino,

    con lo cual disfrutó de la paz necesaria para escribir su vasta historia de Bolivia. Pero no es este lugar para

    examinar la variada —y a veces cambiante— postura ideológica de nuestro escritor. Nos atendremos a lo

    que se indica en su novela.

    Sobre los últimos anos de Arguedas, véase A. A.,  Etapas

     de la vida de

     u n

     escritor

      (La Paz: Talleres Gráficos

    Bolivianos, 196}), vol. I , prólogo y notas de Moisés Alcázar, donde se editan por vez primera numerosos

    pasajes del Diario  inédito que Arguedas dispuso fuera publicado en 1996, Desgraciadamente, en esta edición

    se han borrado los nombres personales a los que el autor hace referencia. En pág. 155, Arguedas anota que

    el 13 de enero de 1945, «... he tomado un coche y, a carrera, he ido a entregar al gerente de la editorial

    Losada, Guillermo de Torre, el ejemplar corregido de

     Kat^a de bronce

      para una nueva edición en la colección

    barata de Contemporánea., . Saldrá el libro en marzo». Lo que confirma lo señalado por Gordon

    Brotherston, «A. A. as a "Defender of Indians" in the First and Later Editíon of

      Ra a

      de Bronce»,

      Romance

    Notes,  XIII (1971), págs. 41-47, de que hay importantes diferencias textuales entre las distintas ediciones de

    la novela, cosa que no puedo comprobar aquí. Nos atendremos a la edición corregida publicada por Losada

    en 1946, repetida  me

     varietur

      por esa editorial.

    1 1 3

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    de la derrota, jamás se muestra ufana de triunfo. Cuando crueles inquietudes turban la paz de su

    hogar, no se queja, no demanda consuelo ni piedad a nadie, y sufre y llora sola.

    Fuerte, aguerrida, sus músculos elásticos tienen solidez de bronce batido. Desconoce esas

    enfermedades de que están llenas nuestras mujeres por el abuso del corsé y el desmedido gasto

    de perfumes y polvos. Sus nervios no vibran ni con el dolor ni con el placer. Engendra casi cada

    año,

      y da a luz sin tomar precauciones, y jamás se dislocan sus entrañas, forjadas para concebir

    fruto sólido y fuerte. Hacendosa, diligente, emprende viajes continuos y va en pos de sus

    caravanas haciendo 40 ó 50 kilómetros diarios, sin fatiga ni alarde» (págs. 52-55).

    Recuérdese el pasaje de  Ra^a de bronce,  donde se justifica el t í tulo de la obra por

    boca de l pa t rón , Panto ja , después que e l g rupo de los b lancos in ten ta v io lar a

    Wata-Wara y el la muere de los golpes:

    «—Al verla tan fina nadie hubiera sospechado que esa salvaje tuviese tanta fuerza. Yo la cogí

    por la cintura y quise echarla al suelo, pero no pude. Es una raza de bronce— confesó Pantoja»

    (pág. 254).

    En el capí tulo II del ensayo están además adelantados la t rama total de la novela

    y hasta la fría indignación que parece mover la pluma del autor en su defensa de los

    indígenas. Para no alargar demasiado estas páginas indicaremos sólo algunos pasajes

    claves. La novela parece evocar una época de malas cosechas semejante a las crisis

    agrícolas de los años 1898-1905 de que se habla en ese capítulo del ensayo:

    «Los indios, como no tienen la precaución de almacenar sus cosechas en previsión de malos

    años, sólo producen lo estrictamente indispensable.. . cayeron en vergonzante indigencia, hasta

    el punto de que... se vieron forzados a refugiarse en la ciudad en busca de trabajo... a mendigar

    por las calles y plazas mostrando sus cuerpos enflaquecidos en largos años de privaciones»

    (págs-

      5 3-54-)

    Confróntese con el capí tulo VI de la segunda parte de la novela. El ensayo señala

    además que las malas cosechas fueron interpretadas por los sacerdotes como «enojos

    de Dios contra la decaída raza. . . por inobediente, poco sumisa y poco obsequiosa»

    (pág. 54), cosa que se repi te en el sermón del cura Pizarro

      (Ra^a de bronce,

    p á g s .  191-192). El ensayo en el mismo lugar indica la necesidad de rotar los cul t ivos

    y proteger las especies en desaparición, idea que en la novela expresa Suárez

    (págs .  202-204). E l f inal terrible , no desc ri to , per o alu did o en la nove la, ya está

    adelan tado como hecho habi tua l en e l ensayo:

    «Cuando dicha explotación, en su forma agresiva y brutal, llega al colmo y los sufrimientos

    se extreman hasta el punto de que padecer más sale de las lindes de la humana abnegación,

    entonces el indio se levanta, olvida su manifiesta inferioridad, pierde el instinto de conservación

    y, oyendo a su alma repleta de odios, desfoga sus pasiones y roba, mata, asesina con saña atroz...

    La idea de la represión y el castigo apenas si le atemoriza, y obra igual que el tigre de feria

    escapado de la jaula. Después, cuando ha experimentado ampliamente la voluptuosidad de la

    venganza, que vengan soldados, curas y jueces y que también maten y roben.. . ¡no importa »

    (pág. 56.)

    E n  Pueblo enfermo, co m o ejemp lo de la ser vid um bre a la qu e está obl iga do el indio

    en manos de los b lancos , l eemos:

    114

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    «Se alquila un pongo con taquia. Llámese pongo  al colono de una hacienda que va a servir

    por una semana a la casa del patrón en la ciudad, y  tequia  la bosta de ovejas y llamas que se

    recoge, se hace secar al sol y luego se emplea como combustible» (pág, 63).

    En la novela será el dueño de la hacienda el que pone un aviso idént ico: «Pablo

    Panto ja a lqu i la pongos con taquia» (pág .

      5

     8).

    Hasta la visión del paisaje de la meseta alta en el ensayo semeja el de la novela,

    des tacando su rudeza , su insoportab i l idad para e l hombre , su poder de hacer de l ind io

    un ser in t rover t ido , so l i ta r io : «Moralmente e l ind io es un gran so l i ta r io , un esquivo ,

    un desdeñoso» (pág. 64). Y rei teradamente se comenta al l í su biografía de t rabajos

    constantes: «El indio t rabaja desde los dos años, hasta que revienta» (pág. 50).

    Ejecución

    La obra novelesca , como ha escr i to e l mismo Arguedas , es producto de dos

    décadas la rgas de t raba jo . Su pr imer esbozo , imperfec to , fue una breve obrü la

    narra t iva t i tu lada  Wata-Wara  (1904). La prim era ed ición aparec ió en 1919; la siguien te

    en 1924, y la tercera, y definitiva, es la terminada en 1945 y editada en 1946. Al final

    de esta úl t ima, Arguedas aclara su intención frente al problema indígena

      3

    .

    De aquí debe ex t raerse una conclus ión necesar ia : es un l ib ro no improvisado , n i

    apresurado. Tuvo una larga ejecución y hay al l í detal les de composición, de est i lo , de

    ideas ,

      que prueban una cuidada elaboración l i teraria y conceptual . Por eso se escribe

    nues t ro e s tud io .

    En general , la crí t ica ha t ratado superficialmente la novela de Arguedas. Unas

    veces , por e l hecho de ser una obra rea l i s ta ; o t ras , por muy comunes razones

    pol í t ico- ideológicas , se la ha le ído apresuradamente y se le ha concedido muy poca

    importancia. La crí t ica bol iviana, tan influida por lo ideológico o las disputas pol í t icas,

    aun reconociendo la importancia de Arguedas dent ro de la h i s tor ia cu l tura l de l pa ís ,

    la ha leído siempre o casi siempre de modo superficial

      4

    . C reemos , s in embargo , que

    es un l ib ro r ico en perspec t ivas , poderoso , jus to , duro como e l mundo que descr ibe .

    No es sólo la obra que inicia la novela indigenista (a pesar del texto desvaído de

    Clo r inda Mat to de Turne r ,  Aves sin nido,  1889), es también, todavía hoy, la más exacta

    pintura objet iva de una clase social y de una comunidad indígena, en su medio

    3

      Sob re la ejecución e intenciones de la ob ra véase  La  dativa de las sombras,  ed, cit,, pág. 634-Ó36; detalles

    sobre ediciones en  Pueblo  enfermo,  ed. cit , , págs. 77-79. Una nota final del autor acota la importancia que la

    novela pudo haber tenido en el cambio de actitud de los gobiernos bolivianos frente al indio: «Este libro

    ha debido en más de veinte años obrar lentamente en la conciencia nacional, porque de entonces a esta parte

    y sobre todo en estos últimos tiempos, muchos han sido los afanes de los poderes públicos para dictar leyes

    protectoras del indio, así como muchos son los terratenientes que han introducido maquinaria agrícola para

    la labor de sus campos, abolida la prestación gratuita de ciertos servicios (pongaje y mita) y levantado

    escuelas en sus fundos.»

    «Un congreso indigenista tenido en mayo de este año de 1945 y prohijado por el Gobierno, ha adoptado

    resoluciones de tal naturaleza que el paria de ayer va en camino de conv ertirse en señor de maña na.. .», pág. 266.

    4

      Véanse, por ejemplo, las historias de la novela hispanoamericana de F.

      A L E G R Í A ,

      6.

    a

      ed. (México: De

    Andrea, 1974), que el concede apenas media página, y O. C. Goic, (Valparaíso: Ed. Universidad de

    Valparaíso, 197*), que la menciona entre la «Generación mundonovista».  A N D E R S O N I M B E R T ,  en su

    5

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    geográf ico y en su época . Y const i tuye uno de los más posi t ivos tes t imonios que hoy

    existen de todo un aspecto esencial de la vida bol iviana.

    A es tos dos va lores , in ic iac ión de una v igorosa corr ien te denuncia l i s ta , documento

    socia l y humano logrado , suma la novela de Arguedas a lgo obvio : es una excelen te

    muestra (sobre todo en su úl t ima versión) de la novela de la t ierra , El l ibro de

    Arguedas es el primero en abrir esa dirección todavía fruct í fera de la visión

    todopoderosa de l a na tu ra l eza , como dominadora y de t e rminadora de l hombre en

    Hispanoamérica . Arguedas ha logrado l impiamente combinar todos es tos aspectos en

    una obra art íst ica que apela a los recursos del real ismo y a ciertos elementos

    modern is tas . Ambos medidamente u t i l i zados y combinados en una to ta l idad narra t iva

    eficaz y poderosa.

    Trama y desar rol lo

    La novela está dividida en dos l ibros. El primero, t i tulado «El val le» (seis

    capí tu los , págs .

      1-90 .

      El segundo, «El Yermo» (ca torce cap í tu los , págs . 91-266) . El

    pr imer l ib ro presenta a los personajes pr inc ipa les , Wata-Wara y Agia l i , enamorados

    deseosos de casarse, y la necesidad en que él se encuentra de ir de viaje al valle con

    ot ros t res hombres (Qui lco , Manuno y Cachapa) ; dos semanas en que i rán a buscar

    granos , enviados por e l adminis t rador , Troche . Los cap í tu los I I a VI narran ese v ia je

    y permiten al novel ista describir la real idad humana   y  geográfica de los valles al sur

    de La Paz (Mallasa, Palca, Mecapaca),así como las al tas zonas de las grandes montañas

    nevadas, el I l l imani en primer lugar. All í sufri rán los «sunichos» grandes t rabajos y

    uno de e l los , Manuno, mori rá a rras t rado por un r ío c rec ido . Este pr imer l ib ro

    desarrol la el motivo del viaje , que combina la descripción con lo dramático; lo

    individual con lo social . Aunque es evidente el deseo del novel ista de describir así una

    parte de la geografía de su patria , e l viaje de Agial i tendrá inmensa repercusión en la

    ex is tenc ia de los enamorados: duran te su ausencia , Wata-Wara se verá mater ia lmente

    obl igada a aceptar su v io lac ión por Troche .

    El segundo l ib ro , «El Yermo», descr ibe la ex is tenc ia de la comunidad ind ígena ,

    que vive y t rabaja en la hacienda de los Pantoja. En verdad, ésta es la parte más

    importan te de la novela . Narrada toda de modo hor izonta l y c ronológico , hay en e l las

    Historia,  maneja la segunda versión de la novela (y lo mismo sucede con Zum Felde), no la última. En la

    crítica boliviana véase F. DÍEZ DE   M E D I N A ,

      La literatura

     boliviana  (La Paz: A. Tejerina,

      95 3);

      E. FlNOT,

    Historia de la literatura

     boliviana

      (México: Porrúa, 194}), y A.

      G U Z M Á N ,

      La

      novela

      en

     Bolivia.  Proceso

      igtf-ipjj

    (La Paz. 1967), reiteradamente superficiales. Entre los estudios utilizables, pero demasiado breves: A.  ZUM

    F E L D E ,

     índice critico

      de la

     literatura

      hispanoamericana.  La

      narrativa

      (México: Guarania, 1959), pag. 259-265; R.

    LAZO,  La

      novela andina

      (México: Porrúa, 1971), págs. 27-42; BENJAMÍN  C A R R I Ó N ,  LO S

      creadores

      de la

      nueva

    América

      (Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1928), págs. 165-217. No hemos podido leer: M.

    C.  R O C A B A D O ,  «El indio y la mujer en la novela de A. Arguedas»,  Revista de Cultura,  Cochabamba, I I , 2

    (1956), págs. 234-506, ni L. J.   R O D R Í G U E Z ,  Hermenéutica y praxis de la novela  del indigenismo  (México: Fondo

    de Cultura Económica, 1980).

    Sin disputa el mejor estudio sobre la novela es el de MAURICIO OSTR1A

      G O N Z Á L E Z ,

      «Atisbos estéticos

    y estilísticos en

      Ra a

      de Bronce», Anales de la

     Universidad

     d el Norte,  Antofagasta, Chile (1967), págs. 29-89,

    con juicios muy atinados.

    I l 6

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    dos apar tados que const i tuyen verdaderos re la tos re t rospect ivos . El cap í tu lo pr imero

    de «El Yermo» es anacrónico: una verdadera inserción de lo histórico, en la que se

    escucha la voz de l h i s tor iador Arguedas , encendida de ind ignación , y en la que , como

    en ciertas novelas románticas (por ejemplo en algunos pasajes de

      • El Zarco,

      de

    Al tamirano) , lo h i s tór ico , lo panf le tar io y lo ensayís t ico se combinan de modo

    especial ísimo para destruir la insularidad de lo narrat ivo.

    Arguedas narra cómo los aymarás perd ieron sus t ie rras duran te la d ic tadura de

    Melgare jo :

    «De este modo, más de trescientos mil indígenas resultaron desposeídoas de sus tierras, y

    muchos emigraron para nunca más volver, y otros, vencidos por la miseria, acosados por la

    nostalgia indomab le de ía heredad, resignáronse a consentir eí yugo mestizo y se hicieron colo nos

    para llegar a ser, como en adelate serían, esclavos de esclavos...» (págs. 92-93).

    Y a cont inuación (como en Balzac o en Pérez Galdós), se expl ica el origen de la

    fortuna de los Pantoja.

    Otro pasaje en el que se vuelve al pasado, pero éste más verosímilmente inserto

    en el relato, es el

      del

      te rr ib le recuerdo que los dos ancianos , Choquehuanka

      y

    Tokorcunki , t ienen y actual izan del levantamiento indígena fracasado, en el que

    fueron ferozmente reprimidos por Pantoja padre y el ejérci to (capí tulo III) .

    La novela está estructurada como una serie de cuadros episódicos, que a la vez

    que desarrol lan un argumento centrado en la vida de la pareja ci tada, van dando

    amplias pinceladas de aspectos de la comunidad: sus tareas anuales, sus ceremonias,

    sus dificul tades, su difíci l relación con los amos. En varios pasajes, Arguedas, con

    buena habi l idad narra t iva , ha inser tado re la tos au tónomos. Ent re e l los des tacan dos

    logrados cuadros cos tumbris tas ; uno , e l de la venta por Choquehuanka de un toro

    bravo , que le permi te documentar e l hab la y la as tuc ia campesinas en una lograda

    escena popular (págs. 146-149), El otro, la historia —narrada por Mallcu— de la

    muerte del cóndor (págs. 59-64). Otros son el de la inundación («la Mazmorra») y el

    del estudiante cazador de pumas (págs. 29-30 y 77-82). Todos estos intermedios

    narrat ivos se insertan sin dificul tades en la total idad de la obra, a la que prestan

    densidad y riqueza, y de la que reciben su unidad definitiva. Casi al final de la novela

    el lector «escucha» por boca del escri tor modernista Suárez, una leyenda incaica: «La

    just icia del Inca Huaina-Capac» (págs. 227-236). Esta si rve para mostrar la visión

    ideal izada del mundo indígena que contrasta , visiblemente, con la que Arguedas ha

    querido dar a sus lectores de esa misma real idad.. .

    Narrada con técnica presentat iva, usando casi siempre la tercera persona, la novela

    apela también a la pr imera en c ier tos re la tos personales (Mal lcu , muerte de Manuno) ,

    o en los recuerdos « in ter iores» de Choquehuanka , Agia l i o Wata-Wara . En a lgunos

    momen tos ; s i n embargo , e scuchamos —como hemos d i cho—- l a voz de l au to r . Pe ro

    esto ocurre pocas veces. Se t rata de una novela t radicional , en la que no puede

    hablarse de novedades narra t ivas . Una obra que combina c ier tos e lementos rea l i s tas y

    has ta na tura l i s tas con medidos rasgos modern is tas v i s ib les , como veremos, en las

    mesuradas descripciones de la naturaleza.

    La intención fue escribir una evidente novela de espacio, en la que el autor quiso

    dejar una detal lada descripción de la vida de una comunidad aymara, que vive junto

    117

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    7/16

    al Titica ca. Pe ro a la vez , de he señalarse q ue el au to r, co n el relato del d u ro viaje de

    los cuatro indios, logró dar una visión concreta de los val les sureños y de las al turas

    más sol i tarias a su patria . A esta compleja suma de intenciones descript ivas (geográ

    ficas, de fauna y de flora, sociales, e tc .) , debe agregarse la estructura argumental .

    Vertebrada sobre la historia de las relaciones entre los enamorados y sus famil ias

    respect ivas , i a obra consigue conver t i r es te p ivote dramát ico y humano en ef icaz h i io

    narra t ivo para —a par t i r de ese e je— descr ib i r l a to ta l idad soc ia l de l mundo que t iene

    bajo sus ojos: las luchas con los patrones blancos, sus representantes (el mest izo

    Troche , e l cura , e l e jé rc i to ) , su h is tor ia y , de a lguna manera , una honda p in tura de l

    mundo social bol iviano en torno a los aymarás. Dos zonas geográficas: la al ta meseta

    en torno al Ti t icaca

      y los

      cá l idos va l les recorr idos por r íos de desh ie los , pe l igrosos

      y

    cambiantes (con sus t ipos sociales respect ivos). Y dos historias humanas: la de Agial i

    y su amada, la de la comunidad y sus pa t rones .

    La obra combina con maestría lo individual y lo social . La primera escena, con la

    que se abre la novela, nos presenta a la pareja enamorada. Poco a poco, lo social se

    va sobreponiendo a lo personal y , al f inal , e l asesinato de la joven, desencadena la

    reacción de la comunidad. La t ragedia individual funciona corno el detonante, la gota

    que desborda e l to rren te de la reacc ión vengat iva comuni tar ia . Es tos dos n ive les , e l

    individual y el social , jamás son dejados de lado. Lo que ocurre es que a part i r del

    in ic io de la obra , lo soc ia l se va hac iendo poco a poco más importan te , has ta que

    ocupa la to ta l idad de l espac io narra t ivo . El p r imer cap í tu lo parece narrar so lamente

    una agreste y primit iva historia de amor. De aquí pasamos al relato del viaje . Pero ya

    a l comienzo de la segunda par te , «El Yermo», lo soc ia l -h is tór ico parece apoderarse de

    la to ta l idad de la novela . Debe señalarse , s in embargo , que s iempre Arguedas muest ra

    lo soc ia l como ind iv idual izado , como refer ido a un personaje concre to y par t icu lar .

    Aun los pasajes en que se describen fiestas, ceremonias, labores comunitarias, s iempre

    están enfocados en si tuaciones part iculares que les dan un pecul iar  y  específico peso

    humano y pe rsona l .

    Personajes

    Arguedas ha ten ido la buena idea de no profundizar demasiado en lo ind iv idual ;

    no hay personajes hondamente anal izados . Casi s iempre los vemos ac tuar , hab lar ,

    pensar . Arguedas ha v is to b ien que se t ra ta de personal idades pr imarias , en las que es

    raro encont rar ps ico logías comple jas . Alguna reacc ión in ter ior se des taca en Wata-

    Wara o Agial i , o la madre de Agial i . El único que ha sido profundizado (y esto

    corresponde a su importancia dent ro de l g rupo) es e l anc iano Choquehuaníca , pero ,

    hasta en su caso, lo social devora a lo individual . Los otros son personajes planos y

    a lgunos , burdamente s imples ( los malos : e l adminis t rador , los pa t rones , e l cura , e tc . ) .

    Se t ra ta cas i s iempre más de t ipos que de ind iv iduos . Aquí debe dec i rse que Arguedas

    maneja e l mismo esquema que ya aparec ía en su ensayo: los mest izos son todos malos

    (kharas)

    t

      y los b lancos tocan Jo abyec to . Claro que en n in gú n m om en to a lcanza

    Arguedas la s impl ic idad e lementa l de separar malos y buenos (como hará después

    8

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    8/16

    Icaza, por ejemplo) en extremos polares. La hi ja de Troche, los amigos del patrón, la

    mujer del administrador, etc . , muestran algunos rasgos diferenciales. Esto se acentúa

    en el caso de los indígenas, que son aquel los personajes que realmente interesaban al

    autor, En ese sent ido, sus descripciones de las reacciones y las personal idades de los

    indígenas jamás ignoran el poderoso influjo que las circunstancias geográficas, sociales

    y económicas han ten ido en la const i tuc ión de sus v is iones de l mundo, de sus

    psico logías , de sus mied os , t em ores , c reencias , va lores . Aq uí es dond e la novela ac ierta

    a concretar una visión que cal i f icaríamos de mesurada y real ista , de equi l ibrada y

    obje t iva . Ni e l romant ic i smo ñoño y t ib io , que ve s iempre posi t ivamente a los ind ios ,

    ni la crápula que aparecerá en la novela indigenista posterior.

    Arguedas muest ra una v is ib le s impat ía , un mayor in terés , t an to humano como

    valorat ivo, frente a los indígenas que frente a los restantes personajes de la novela.

    Una lectura cuidada de la obra muestra que la pluma arguediana dest i la un marcado

    desprec io condenator io cont ra los b lancos y sus representan tes ; nada de es to hay con

    respecto a los indios. Su mirada Via t ratado de mostrarlos tal como él mismo creía que

    eran: hombres determinados por una difíci l existencia en lucha constante contra un

    cl ima y una t ierra excepcionalmente duras, una organización social jerárquica, racista

    e injusta , y una estructura económica heredada l lena de favori t ismos esclavizantes.

    La v is ión arguediana de los ind ios , que tan tos denuestos ha provocado de par te

    de numerosos po l í t i cos y pensadores bo l iv ianos , parece , a p r imera v is ta , cargada de

    rasgos negat ivos . Arguedas v io a los ind ios como seres insensib les , duros , v io len tos ,

    feroces, carentes de piedad, de ternura, de matices humanos específicos, codiciosos,

    inhumanos, resen t idos , envid iosos , s imples , p r imi t ivos , fa ta l i s tas , in t rover t idos y

    cobardes , Pero la lec tura de su novela muest ra que esos rasgos se dan como productos

    sociales, históricos, geográficos, económicos. Arguedas jamás dice que esas sean notas

    raciales.

     E l

      resentimiento

      y e l od io s i lenc iosos , guardados en e l fondo de l corazón como

    un puñal pres to a agred i r , los muest ra Arguedas como e l ún ico , e l ú l t imo recurso que

    res ta a esos desd ichados para a f i rmarse como seres humanos. El od io y e l resen t imien

    to son el refugio final , la ínt ima caverna donde vuelven a verse como criaturas

    humanas . Odian porque no pueden hacerse jus t ic ia ; od ian porque esa es la ún ica forma

    que t ienen de afi rmar su l ibertad perdida; odian porque esa es la única posibi l idad de

    dar un sent ido posi t ivo a sus existencias ferozmente humil ladas. Odiar es la única

    posibi l idad que les ha dejado el mundo de venganza. Y si buscan just icia , se ven

    obl igados a hacer la por su misma mano. Es importan te , en es te sen t ido , des tacar un

    pasaje de la novela en el que Choquehuanka, inci tando a sus hombres a atacar y matar

    a los blancos, les habla:

    «—De poco a esta parte, mis ojos se han cansado de ver tanta crueldad y tan grande

    injusticia, y a cada paso que doy en esta tierra me parece sentirla empapada con la sangre de

    nuestros iguales. Yo no me maravillo del rigor de los blancos. Tienen la fuerza y abusan, porque

    parece que es condición natural del hombre servirse de su poder más allá de sus necesidades. Lo

    que me lastima es saber que no tene mo s a nadie para dolerse de nuestra miseria y que para buscar

    un poco de justicia tengamos que ser nuestros mismos jueces—

    ... Y así, maltratados y sentidos, nos hacemos viejos y nos morimos llevando una herida viva

    en el corazón.

    . . .—Entretanto. . . , nada debemos esperar de las gentes que hoy nos dominan, y es bueno

    I I

    9

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    9/16

    que.. . nos levantemos para castigarlos, y con las represalias conseguir dos fines, que pueden

    servirnos mañana.. . , hacerles ver que no somos todavía bestias y después abrir entre ellos y

    nosotros profundos abismos de sangre y muerte, de manera que el odio viva latente en nuestra

    raza, hasta que sea fuerte y se imp onga o sucum ba a los males, com o la hierba q ue de los campos

    se extirpa porque no sirve para nada» (págs. 262-263).

    Este es e l va lor soc ia l e ideológico de la obra de Arguedas . Lo des tacamos porque ,

    casi siempre, tanto los crí t icos l i terarios como los enemigos del escri tor, parecen haber

    ignorado es te aspec to importan t í s imo de la novela : most rar , a t ravés de l espe jo de la

    l i te ra tura , e l ex t raord inar io va lor humano de mi l lones de ind ígenas que merec ían una

    vida mejor; y condenar a sus amos, a la sociedad que hacía posible esta esclavi tud.

    Wata-Wara , con cuya descr ipc ión se abre e l l ib ro , s ien te una ev ideente a t racc ión

    por el joven Agial i , a t racción física que deberá terminar en el matrimonio. La vida la

    ha hecho —ya tan joven— dura, práct ica, t rabajadora, si lenciosa y resignada a los

    dolores de esa vida y aún a los aspectos más sórdidos de la misma (el la deberá

    ent regarse a l cholo Troche y también a l cura , para poder casarse) . Símbolo de su raza

    y de su comunidad, el la desempeña una función concreta en su medio y acata las

    normas de su mundo. En sus ac t i tudes hay una v is ib le ausencia de todo condimento

    o concesión románt ica . El la qu iere formar un hogar con su compañero y convier te en

    posi t ivo hasta lo t rágico: le comenta a Agial i que las monedas con las que Troche ha

    pagado su v i rg in idad serv i rán para comprar unas ga l l inas . . . Ninguna tendencia a

    dramatizar o a la queja inút i l .

    Insensible al dolor físico, al fr ío o a la soledad, su comportamiento ante las

    manifestaciones primit ivas de amor de Agial i que la pel l izca (pág. 14) o la golpea

    ferozmente (pág. 102) después de su entrega, confirman esta característ ica de su raza.

    Para e l la lo importan te es formar un hogar , una fami l ia , en t idad supra- ind iv idual cuyo

    valor es tá por enc ima de lo personal . Y vemos, además, cómo, también en su caso ,

    lo social t ipifica lo amoroso individual . Por eso, el la concede (como Agial i ) tanta

    importancia a la relación con sus padres. La madre de Agial i y el anciano padre de

    Wata-Wara combinan el casamiento (págs. 105-106), y real izan todas las ceremonias

    que d i spone su mundo .

    Agia l i es también duro y pr imario , e lementa l , ahorra t ivo , t raba jador , responsable .

    Su resen t imiento , que es una forma escondida de agres ión , sofrenada por una

    organización social injusta , se i rá acumulando a t ravés de la obra, hasta el estal l ido

    final . Primero es la reacción contra Troche; después, el maltrato a golpes por el cura,

    que al fin también exigirá los favores de la muchacha; finalmente, el asesinato. El

    resen t imiento se vuelve odio inext inguib le . Astu to , fuer te , háb i l , duro , sabe d is imular

    y luchar porque ha debido hacer lo s iempre para ob tener todo lo que le ha s ido dado .

    Po r eso su dureza para co n su m adr e v iuda , para con sus her m ano s , para consig o m ism o.

    Cuando se entera de lo que el la ha sufrido con Troche, estal la:

    «... a él, si pudiera, le comería el corazón...

    — ¡Y yo también Le odiam os, ¿verdad?», agrega ella (pág. 104).

    Y esto es lo qu e qued a a los hum i l lados: el od io e scon dido en e l corazó n . . . Cu and o

    1 2 0

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    habla con su madre , Choquela , y le cuenta lo sucedido a Wata-Wara , su progeni tora

    trata de que el muchacho no se case con su novia:

    «—¡Merece que la maten — rep uso C hoquela, con esa inquina de las madres pob res qu e

    viven a expensas de los hijos solteros.

    —A ella no; a él. . . —repuso con indolencia el mozo» (pág. 104).

    A esta serie de humil laciones se suman los golpes que recibe del cura Pizarro, que

    cobrará además su derecho de pernada . . . La muerte de la joven pondrá en marcha la

    venganza de todos, y es aquí donde aparece el disimulo, la astucia del resent ido, la

    feroc idad de l humi l lado que cobrará caro prec io a sus dominadores . Cuando e l padre

    se en tera de la muerte de Wata-Wara , l e p regunta a Agia l i :

    «—Quisieras vengarte, ¿verdad?

    — ¡Quisiera... ¡Quisiera mo rderle s el corazón » (pág. 247).

    Choquehanka encarna en sí los dos extremos de la t ragedia. Por una parte , es el

    personaje ind iv idual , e l padre de Wata-Wara y e l maest ro y pro tec tor de Agiaü .

    Encarna , en c ier to sen t ido , e l padre ofendido y humi l lado . Por o t ra , es tá en la

    dimensión social , es el representante de la comunidad avasal lada y agredida, el jefe

    espiri tual de los indígenas, el sacerdote, el consejero y guardador de las leyes y las

    costumbres . Así debe en tenderse su t í tu lo de «Choquehuanka , e l Jus to» . Su descr ip

    ción, en la novela, ocupa un espacio mayor al de todo otro personaje; desciende

    directamente del cacique que cien años atrás había saludado en Huaraz al Libertador:

    «Era un indio sesentón, de regular estatura, delgado, huesoso y algo cargado de espaldas, lo

    que le hacía aparecer canijo y menudo... Su rostro cobrizo y lleno de arrugas acusaba una gran

    gravedad venerable, rasgo nada común en la raza.. . era consejero, astrónomo, mecánico y

    curandero. Parecía poseer los secretos del cielo y de la tierra. Era bíblico y sentencioso...

    (págs. 128-129).

    Choquehuanka es el centro de las ceremonias y el curador de las tareas de la

    comunidad , que ocupan un enorme espacio en la novela . En é l se s in te t izan los

     valores

    sociales

      de la sociedad en que vive. Su visión del mundo, pesimista , dura, desesperan

    zada, nace de su vida, de su experiencia. Es el representante de las inst i tuciones

    polí t icas de su comunidad (recuérdese sus palabras y función en la importante

    ceremonia del cambio de hi lacata, por ejemplo). Es la norma y también el saber

    práct ico. Pero a la vez es la conciencia ét ica de su grupo social , por eso, cuando se

    resuelve la rebel ión, será él quien dirá a los suyos:

    «Vais a derramar sangre de hombres.. . pensad en las consecuencias morales y sociales que

    caerán sobre nosotros» (págs. 248-250).

    Es e l deposi ta r io de las normas,  la ley heredada . Y es también  el que  sabe,  el que ha

    rec ib ido de los an tepasados los conocimientos que permi ten predeci r cómo será la

    cosecha, si habrá peces en el lago, si el t iempo será o no favorable a las labores de la

    agr icu l tura , a la cosecha , a la reproducción y a l imentac ión de los an imales domést icos .

    E s

      el

      sacerdote,  aquel que conoce los ri tos ceremoniales de invocación a la naturaleza,

    1 2 1

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    las fórmulas ant iquísimas que deben ser usadas para pedir a la Tierra (la Pachamama),

    que haya peces y granos y h ierbas para e l ganado y los hombres .

    Pero también es  el

      consejero

      político,  e l representan te de la comunidad en sus

    relaciones con el poder de los blancos, de los poseedores de las t ierras. Consejero y

    padre, resuelve con su prudencia y su sent ido de la just icia las disputas entre los

    d is t in tos miembros de l g rupo , y los p le i tos que és tos mant ienen con los poderosos .

    Es el que siempre t iene a mano la palabra para consolar a los dol ientes y a las viudas,

    a los huérfanos y a los desheredados .

    Su fi losofía vi tal se expresa en términos que suenan a defini t ivos; cuando le

    preguntan por su escept ic i smo, responde: «¡Es la v ida » (pág . 129) o «Nuest ro des t ino

    es sufri r» (pág. 117). Por eso su función esencial cuando se resuelve la venganza

    colect iva, que significa un cambio en la act i tud de toda su vida.

    Frente al viejo sabio los demás personajes parecen circunstanciales, planos,

    i n impor t an t e s , t an to soc i a l como humanamen te . Los o t ro s func ionan como mode los

    de la existencia general , como ejemplos de la vida social , no individual . Quilco, que

    enferma y muere , muest ra con su pequeña t ragedia la te rr ib le dureza de esa soc iedad ,

    que no admi te en su seno a ind iv iduos débi les o enfermos. Estos , como Qui lco , deben

    sobrevivir a la fal ta de atención médica y a una geografía que sólo permite cont inuar

    a los más fuertes. La muerte de uno servirá para mostrar la reacción de estos hombres

    ante ese fatal t ránsi to: una circunstancia común que puede acaecerle a cualquiera, y

    que no admi te demasiadas ex ter ior izac iones . La v ida debe prosegui r , por enc ima de l

    dolor y la muerte . A es ta v i s ión par t icu lar de la muerte (Manuno, Qui lco) , s iguen las

    ceremonias fúnebres, en que toda una ri tual idad específica desplaza su costado social :

    Choquela, que a gri tos confiesa su vida y su relación con el desaparecido. Y-el ent ierro

    será seguido por la forma fest ival de la ceremonia, en la que el alcohol encarna la

    forma de l o lv ido . A és ta segui rá después e l recuerdo de l d ía de los muertos , cuando

    Carmela , l a v iuda de Manuno, t ra ta rá de ca lmar e l a lma en pena de su marido

    (págs. 149-152). Obsérvese aquí de qué manera lo individual está siempre unido a lo

    colect ivo; aun esta circunstancia personal se inscribe en la esfera de lo comunitario.

    Otro personaje más in tegrado a lo genera l que a lo ind iv idual es , por e jemplo , l a

    bruja de la aldea, la Chulpa. Es la que desempeña las funciones de comadrona,

    abortera , curandera y hechicera . La Chulpa sabe cómo in terpre tar e l sen t ido posi t ivo

    o nefando de c ier tos hechos , es la que pred ice la muerte de Manuno y la t ragedia que

    caerá sobre Wata-Wara. El la cura los males de amor, las enfermedades físicas y hasta

    las menta les . Es ta soc iedad pr imi t iva es tá muy b ien most rada por la importancia que

    en el la desplazan los ancianos, sociedad en la que conservar, proseguir, rei terar los

    ges tos y formas heredadas va le mucho más que in ten tar acc iones o ges tos nuevos .

    Mundo de t en ido , p re s to a repe t i r y con t inua r , y que igno ra e l cambio .

    Como ya se había indicado en  Pueblo enfermo, en la nov ela u no de los persona jes

    nefandos es e l cholo Tro che : malv ado , lu jur ioso , rapaz , egoís ta , codic ioso (págs . 95-

    96,  135 , e tc . ). Los b lanco s , com enz and o po r e l pa t r ón , Panto ja , as í co m o sus am igos ,

    cargan notas marcadamente negat ivas : egoísmo, pereza , incapacidad humana para

    comprender la t ragedia de los ind ios , sev ic ia , maldad gra tu i ta . Son consumidores

    puros, inút i les herederos de t ierras que no saben administrar ni t rabajar. A través de

    2 2

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    ellos,

      Arguedas ha de jado un re t ra to s iempre negat ivo de toda una c lase soc ia l

    bol iviana: la de los terratenientes. Para éstos, los indios son animales de carga, rapaces,

    ment i rosos y un verdadero mal necesar io . Aun aquel los que parecen adoptar an te los

    indios una act i tud posi t iva (como es el caso de Suárez, el poeta, que se compadece

    humanamente de sus desgrac ias) no son most rados nada más que como in tegran tes de

    la clase ociosa: carecen de los conocimientos concretos del asunto y adoptan ante el

    problema una ac t i tud e lus iva y l í r ica . Suárez , in te lec tua l inmaduro y ñoño, eco logis ta

    avant la lettre,  le s i rve a Arguedas de e jemplo de la v i s ión en t re románt ica y modern is ta

    de la vida andina que manejan estos l i teratos, productores de una l i teratura anacrónica

    cuyo ejemplo lo da la «Leyenda incaica» que éste lee a sus amigos. . . Es evidente que

    aquí Arguedas postula lo que el narrador l lama l i teratura «de observación y anál isis»,

    que se contrapone a la del ejemplo al l í reproducido (págs. 227-236)

      5

    .

    Ot ro b lanco , representan te de la Ig les ia , l e s i rve a Arguedas para most rar ,

    d ramát icamente , l a corrupción que la so ledad y ese mundo pueden e jercer sobre un

    ser débi l y mora lmente quebrado . El cura Hermógenes Pizarro , sensual , codic ioso ,

    ant icrist iano, si rve también para ejemplificar la act i tud que durante siglos adoptaron

    los representantes de la Iglesia catól ica: instrumento de apoyo a los operadores y de

    just i f icación del poder. Su sermón, durante la f iesta de la Cruz, es un ejemplo de ese

    apoyo político-religioso (págs. 154-157 y 191-192). La fiesta religiosa termina en una

    terrible borrachera final en la que el alcohol se erige en una forma de huida y olvido

    para una existencia intolerable.

    Novela espacial

    Un breve apar tado serv i rá para most rar de qué manera en la vo luntad de l au tor ,

    lo espac ia l es de enorme importancia . Con habi l idad narra t iva e log iab le , Arguedas ha

    ido insertando a lo largo de la obra (a lo largo del desarrol lo de la intriga central

    b i furcada: d rama de los enamorados y drama de la comunidad en que v iven) , toda

    una serie de descripciones de las tareas, fiestas, ceremonias, labores de la sociedad

    indígena a la vera del Ti t icaca. Esas tareas y ceremonias siguen el r i tmo cronológico

    de las estaciones y los meses. Primero asist imos al recuerdo, actual izado con un

    t remendo dramat i smo, de la rebe l ión ind ígena pre tér i ta , repr imida con feroc idad

    inigualada (págs. 119-124). Esto da el costado histórico de la comunidad, y debe ser

    leído como un eco anterior de algo que ocurri rá al f inal de la obra: todo lo que vamos

    a leer es otra acumulación de circunstancias que l levarán a la nueva rebel ión. También

    lo que va a suceder se inscribe en un proceso cícl ico y rei terado, como las vidas de

    los agonistas de la novela.

    Al casamiento de Agial i y Wata-Wara siguen las labores de junio, secar las patatas

    y preparar chuño, tun ta y caya (pág . 108) ; l a ceremonia de Chaul la -Katu , p id iendo a

    los peces que fecunden la especie para que al imenten a los hombres (págs. 112-113);

    las ceremonias del ent ierro de Quilco (págs. 137-141); en sept iembre, mes de las

    5

      Sobre la leyenda, léase

      R I C H A R D F O R D ,

      «La estampa incaica intercalada en

      Ra a

      de Bronce», Romance

    notes, 18, 3 (1978), págs 311-317, que plantea alguno s p roblem as dignos de estudio .

    123

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    13/16

    s iembras , que in ic ia Choquehaunka (pág . 143) ; ceremonias de l d ía de los muertos , a

    comienzos de noviembre (págs. 149-152); la siega (pág. 175); el cambio de hi lacata,

    jefe de la comarca (págs. 176-178); la recolección de las patatas (págs. 181-182); la

    fiesta de la Cruz (págs. 186-191 y 193-197).

    Naturaleza y hombre

    Ha sido Alcides Arguedas quien, antes que Rivera, Gal legos o Alegría , inicia el

    ciclo de las l lamadas «novelas de la t ierra», en las que la naturaleza se muestra como

    un en torno todopoderoso , de terminante de ex is tenc ias , ps ico logías y es t ruc turas

    sociales. La naturaleza se erige en el las como presencia inevi table, destructora muchas

    veces, indomable y durísima. Y es a la naturaleza (selva, l lano, montaña, r íos

    gigantescos) a la que se somete, en defini t iva, el hombre que debe habi tarla .

    E n

      Ra a de bronce

      es ta forma ind i rec ta de de term inism o geográf ico aparece

    most rada en su p len i tud . El s i lenc io de las montañas inhumanas de termina los

    caracteres y hasta el aspecto físico de los personajes; a la hosquedad pétrea del I l l imani ,

    rodeado de s i l enc io , co r re sponderá un hombre t ambién in t rove r t i do y du ro como e l

    sí lex de que está formada la montaña:

    «... y llegaron a la cumbre de una montaña, sobre cuyos lomos de piedra se afirman las

    estribaciones del último pico del Illimani, que salta enorme sobre los montes, cubriendo todo el

    ancho cielo con su masa de nieve y de granito, acribillado de oquedades negras, de ventisqueros,

    de torrentes cristalinos... Tan fuerte era la visión del paisaje, que los viajeros, no obstante su

    absoluta insensibilidad ante los espectáculos de la Naturaleza, sintiéronse, más que cautivados,

    sobrecogidos por el cuadro que se desplegó ante sus ojos atónitos y por el silencio que en ese

    concierto del agua y del viento parecía sofocar con su peso la voz grave de los elementos, única

    soberana en esas alturas.

    Era un silencio penoso, enorme, infinito. Pesaba sobre el ambiente con dolor.. .

    Todo allí era barrancos, desfiladeros, laderas empinadas, insondables precipicios. Por todas

    partes, surgiendo detrás de los más elevados montes, presentándose de improviso a la vuelta de

    las laderas, saltaba el nevado alto, deforme, inaccesible, soberbiam ente ergu ido en el espacio. Su

    presencia aterrorizaba y llenaba de angustia el ánimo de los pobres llaneros. Sentíanse vilmente

    empequeñecidos, impotentes, débiles. Sentían miedo de ser hombres» (págs. 55-56).

    «Únicamente los cóndores parecían vivir sin la angustia de lo grande en aquellos sitios...»

    (págs.

      57).

    «.. . los peones que, sentados en un desmonte, mascaban coca esperando el mediodía., , yacían

    mudos, silenciosos, graves y cada uno tenía junto a sí. . . los pequeños enseres de madera

    fabricados por sus propias manos» (pág. 67).

    «El ventisquero, visto desde lejos, daba la impresión de un río de leche petrificado; pero de

    cerca, era un caos de cosas blancas, cerrado en los costados por dos murallas de granito. En su

    ondulada superficie se abrían grietas insondables, y la nieve adquiría coloraciones azuladas y

    verdosas, por donde chorreaba el agua transparente. Y ruidos extraños, ruidos como de cristal

    que se quiebra, surgían de los abismos de las grietas, que parecían palpitar con una vida vigorosa

    y que fuera hostil a la vida humana» (pág. 69).

    De Mal lcu se d ice que: «La montaña y la so ledad habían ap las tado comple tamente

    el espíri tu . Jamás se ponía en comunicación con ningún ser dotado de palabra» (pág. 64).

    La naturaleza es un reino de poder absoluto sobre los hombres: los al imenta y

    puede lanzarlos al hambre; les da y les qui ta , con poderes impredecibles y cambiantes.

    1 2 4

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    Aun los más sab ios , como e l v ie jo anciano , deben res ignarse a comprobar sus

    decis iones , no a cambiar las . . . La na tura leza los mata : los ahoga , como a Manuno; los

    contag ia , como a Qui lco ; los amenaza y a terror iza , como a Agia l i an te e l t emblor y la

    avalancha.

    El r i tmo vi tal está unido al de las estaciones, en una simbiosis primaria e

    inevi table. Y la naturaleza los ha hecho insensibles, duros, pétreos como el la . Por eso

    la ven como a lgo host i l , que provoca temor y un profundo respeto cargado de

    creencias mágicas . Los pocos tex tos que hemos c i tado (y muchos o t ros podrían ser

    aquí aducidos)

      6

    , muestran esta idea central : «Los viajeros. . . s int iéronse. . . sobrecogidos

    por e l cuadro . . .

      la vo\ grave de los elementos, única soberana en esas alturas...

      Sent íanse

    v i lmen te  empequeñecidos, impotentes, débiles. Sentían miedo de ser hombres». N o es so lamente

    que esa presencia poderosa determina sus vidas y sus psicologías; el la les muestra su

    pequenez impoten te , de cr ia turas su je tas a poderes super iores .

    Esta constan te re lac ión con un poder incomprensib le los ha l levado —como

    ocurre en toda menta l idad mágica y pr imi t iva— a ver en muchas de sus mani fes tac io

    nes la expresión de decisiones superiores, que casi siempre anuncian t rastornos y

    tragedias. La aparición de una estrel la errante indica, para Agial i , la muerte de alguien

    (pág. 258); el viento

      kenaya,

      cuando sopla, anuncia desgracias (pág. 257); la cueva

    residencia de los brujos, en la que Wata-Wara cree se ha escondido uno de sus

    carneros, será profanada por la muchacha, y al l í morirá golpeada por los blancos (pág.

    I O - I I

      y 242); Agial i , que sabe que el la ha t ransgredido una norma misteriosa, le

    adelanta, entristecido: «seguro que te ha de suceder algo.. .» (pág. 112). La vida está

    sujeta a un dest ino inexorable, ante el cual nada puede la voluntad humana, por eso

    a l mori r Manuno, uno de sus compañeros exclama: «Estaba escr i to . La Chulpa lo ha

    predicho.. . di jo que moriría de mala manera» (pág. 46), y así han muerto antes el t ío

    y el padre del difunto, ambos «l levados por el diablo»  (ibíd.)  Cisco, en cuya choza se

    han refugiado los  sunichos  después del terrible accidente, decide i r junto con su mujer

    a buscar e l cadáver de Manuno para apoderarse de l d inero que és te l l evaba consigo ,

    pero en su camino una víbora atraviesa la senda por la izquierda, señal de mal agüero

    que los l levará a volverse y decir a los amigos dónde está el muerto (pág. 49); el r ío ,

    con su poder mortal ; la avalancha, que aterroriza a Agial i ; las heladas, las enfermeda

    des del ganado, la fal ta de l luvias y humedad, la escasez de peces, etc . , son

    manifestaciones de este poder superior que es la naturaleza. Un ejemplo t ípico es el

    del granizo, que se ve personificado por los indios como «un viejo muy viejo, de

    luengas barbas blancas, perverso y sañudo, que se ocul ta detrás de las nubes y lanza

    su metral la al l í donde se produjo un aborto.» Los indios t ratan de conjurar ese pel igro

    con grandes fogatas y palmas benditas (véase la mezcla de lo crist iano y lo pagano),

    pero se «rompieron las nubes con el peso de la carga, y el pedrisco blanco del viejo

    implacable machucó los sembríos» (pág. 161-162). El granizo es una forma de cast igo

    de las fal tas humanas. . . Es la naturaleza a t ravés de sus signos inexorables la que

    manifiesta a los ojos expertos de los ancianos que el año será como los anteriores, seco

    6

      M. OSTRIA  G O N Z Á L E Z  ha analizado bien la función de la naturaleza, art. cit., págs. 77-89.

    125

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    y sin l luvias, con poca cosecha y pocos peces; y no dudan en dar una expl icación

    mánt ico-re l ig iosa :

    «—Parece que los campos están

      kenehas

      (embrujados) -—dijo uno, miedoso.

    —Se habrá enojado Dios —repuso otro» (pág. 127).

    Devoradora de hombres , imp lacab le y po t en t e , l a na tu ra l eza domina e l mundo y

    rodea las existencias de los personajes de fatal idad, de magia, de autént ico sent imiento

    t rág ico .

    Arguedas ha sab ido también descr ib i r numerosos aspectos de la na tura leza

    boliviana con marcada intención estét ica. El paisaje posee así un poder específico que

    se ejerce no sólo sobre los personajes, también es sent ido por el lector como una

    presencia fáct ica que influye en el complejo proceso interno del mundo de la obra y,

    a la vez, se erige en una real idad autónoma de valores específicos

      7

    . La grandios idad

    de las escenas naturales, la bel leza y horror de las sol i tarias al tas cumbres, los tonos

    grises y negros del apagado yermo, la cal idez pictórica y vibrante de tonos de los

    val les sureños, con sus insectos y pájaros, sus frutos y granos característ icos, todo esto

    ha s ido captado y expresado admirab lemente por nuest ro escr i to r .

    Las descripciones de paisajes se entregan de dos maneras: o son «presentadas» por

    el narrador y entonces crea la impresión de que es el lector quien contempla el paisaje;

    o son descri tas desde el personaje, que al verlo reacciona posi t iva o negat ivamente,

    con temor anonadado o con a legr ía (Agia l i a l regresar a su t ie rra , Wata-Wara a l

    comienzo de la obra, los viajeros ante los ríos desbordados, etc .) . Siempre las

    descripciones «presentat ivas» están teñidas de notas estét icas:

    «Ornaba el terciopelo de la noche la celistia, claror de astros que da a las tinieblas una

    transparencia misteriosa, dentro de la que se adivinan los objetos sin precisar sus contornos.

    Rutilantes y numerosas brillaban en el cielo las estrellas, tan vastas y tan puras, que aquello

    resultaba el apogeo del oro en el espacio, y para celebrarlo se había recogido la llanura en un

    enorme silencio, turbado de tarde en tarde por el medroso ladrido de un perro o el chillido de

    alguna ave noctámbula. Y después, nada. Ningún rumor, ni el río; ningún susurro, ni el de la

    brisa. Aquel silencio era más hondo que el del sueño; parecía de la muerte» (pág. 114).

    Si se lee este t rozo despacio, se notarán algunas característ icas t ípicas del

    modern ismo. El vocabular io , poblado a veces de voces cu l tas , denuncia una voluntad

    estet icista . Los colores, en los que se destacan el oro y el rojo, y otras el negro y los

    grises. Las sensaciones, ya visuales, ya audi t ivas, ya táct i les, ya térmicas, tan

    característ icas de la tendencia mencionada. Por fin la sintaxis, que combina sabiamente

    oraciones cortas y largas (que imitan el r i tmo de las percepciones, o dan un

    movimiento especí f ico a la prosa) .

    7

      A .  Z U M F E L D E  ya señaló que Arguedas es el verdadero descubridor, para las letras hispanoamerica

    nas,  del paisaje de las altas cumbres,  índice crítico de la literatura  hispanoamericana.  La narrativa (M éxico:

    Guarania, 1959), pág. 259. Y agregaba: «Rai{a de  bronce...  se levanta en el panorama histórico de la narrativa

    continental con la doble preeminencia de ser la primera gran novela telúrica americana —entre las tres o

    cuatro mayores de su especie y, al par, ser la primera en alcanzar categoría prototípica entre las de

    motivación y carácter indigenista, más logradas»  (ibíd).

    26

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    La luz y el paisaje funcionan de modo pecul iar en la obra. Al comenzar la novela

    contemplamos un a tardecer sobre e l l ago:

    «El lago, desde esa altura, parecía una enorme brasa viva. En medio de la hoguera saltaban

    las islas con manchas negras, dibujando admirablemente los más pequeños detalles de sus

    contornos; y el estrecho de Tiquina, encajonado al fondo entre dos cerros que a esa distancia

    fingían muros de un negro azulado, daba la impresión de un río de fuego viniendo a alimentar

    el ardiente caudal de la encendida linfa», (pág. 10).

    Este ocul tamiento de l so l , que sumerge todo e l espac io en la oscur idad nocturna ,

    preanuncia la t ragedia. El la tendrá lugar a lo largo de la novela, que termina en el

    feroz levantamiento , sab iamente a lud ido a t ravés de sonidos , luces , g r i tos , d i sparos ;

    pero no descri to de manera directa. Al incendio y a la muerte, a la rebel ión, sucede

    el si lencio acongojado de la al ta noche. Y la obra termina con la luz del nuevo día:

    «Entonces, sobre el fondo purpurino se diseñaron los picos de la cordillera; las nieves

    derramaron el puro albor de su blancura, fulgieron luego intensas.

    Y sobre las cumbres cayó lluvia de oro y diamantes.

    El sol...» (pág. 266).

    El mundo recomienza, en un final esperanzado manifiesto a t ravés de la luz. Por

    encima del odio y de la muerte, la naturaleza sigue su proceso eterno, pero su luz

    contemplará ahora e l matar y mori r de los humi l lados . Rebelarse , aún sab iendo que

    serán reprimidos, es la única forma que les queda de afi rmar sus derechos. Y así , e l

    levantarse del sol , expresa esta voluntad implíci ta de l ibertad y de just icia .

    R O D O L F O A . B O R E L L O

    University of Otiawa.

    Mo dern Languages and Literatures.

    OTTAWA (Canadá)

    1 2 7