Arenas, Reinaldo-Termina El Desfile

176
NUEVA NARRATIVA HISPÁNICA SEIX BARRAL BARCELONA • CARACAS • MÉXICO

description

Arenas

Transcript of Arenas, Reinaldo-Termina El Desfile

  • i }

    NUEVA NARRATIVA HISPNICA

    SEIX BARRAL BARCELONA CARACAS MXICO

    REINALDO ARENAS ''"

    Termina el deiftle

  • i }

    NUEVA NARRATIVA HISPNICA

    SEIX BARRAL BARCELONA CARACAS MXICO

    REINALDO ARENAS ''"

    Termina el deiftle

  • 1

    Diseo cubierta: josep Navas

    PQ7390 f:\735 T+

    Primera edicin: mayo de 1981

    198 1: Reina! do Arenas

    Derechos exclusivos de edicin reservados para todos los pases de habla espaola:

    1981: Editorial Seix Barra!, S. A. Tambor del Bruc, 10 - Sant Joan Desp (Barcelona)

    ISBN: 84 322 J39S O Depsito legal: B. 7.495 - 1981

    Printed in Spain

    1'

    COMIENZA EL DESFILE

    DETRS -pero casi JUnto a m- viene Rigo, silban-do y haciendo rechinar sus botas. Y despus, las hijas de los Pupas, con los muchachos de la rpano, hablando, cacareando, muertas de risa, llamando a Rigo para de-cirle no s qu cosa. Y ms atrs vienen los Estradas, y Rafael Rodrguez, y los hijos de Bartola Angulo y de Panchita, y Wilfredo el bizco. Y despus, los nietos de Cndido Parranda. Y ms atrs los hijos de Caridad, la de Tano. Y Arturo, el hijo de La Vieja Rosa. Y la gente de la Loma, y de la Perrera, y de Guayacn. Y delante las mujeres de las carretas, barrigonas, y el grupo de rebeldes, y todos los muchachos del barrio. Y ms all la gente de a caballo. Y las bicicletas, y hasta un camin. Y Nino Ochoa, en muletas. Y otro camin que nos da alcance al pasar El Majagual. Y nosotros, y nosotros que nos echamos a un costado del camino. Pasa el camin repleto de gente que agita los sombreros y saca una ban-dera. Qu escndalo. Y el polvo del camino, levantndo-se, cubrindonos, bajando otra vez como un humo ras-trero, y luego, por los cascos de los caballos (que ya se acercan, que ya estn junto a nosotros, que ya van de-lante de nosotros), alzndose otra vez, formando una nu-be que nos envuelve y casi me impide verte. Ms atrs vienen todas aquellas gentes que no s quines son, y que parecen cantar. O quiz traen un radio. No s. Estn muy lt::jos. A lo mejor solamente hablan y des~e aqu pa-rece como si cantaran. Porque todo parece cantar. Y hasta la voz de Rigo -que ya me alcanza de nuevo, que ya va a mi lado- cuando me dice "Huelo a cojn de

    7

  • 1

    Diseo cubierta: josep Navas

    PQ7390 f:\735 T+

    Primera edicin: mayo de 1981

    198 1: Reina! do Arenas

    Derechos exclusivos de edicin reservados para todos los pases de habla espaola:

    1981: Editorial Seix Barra!, S. A. Tambor del Bruc, 10 - Sant Joan Desp (Barcelona)

    ISBN: 84 322 J39S O Depsito legal: B. 7.495 - 1981

    Printed in Spain

    1'

    COMIENZA EL DESFILE

    DETRS -pero casi JUnto a m- viene Rigo, silban-do y haciendo rechinar sus botas. Y despus, las hijas de los Pupas, con los muchachos de la rpano, hablando, cacareando, muertas de risa, llamando a Rigo para de-cirle no s qu cosa. Y ms atrs vienen los Estradas, y Rafael Rodrguez, y los hijos de Bartola Angulo y de Panchita, y Wilfredo el bizco. Y despus, los nietos de Cndido Parranda. Y ms atrs los hijos de Caridad, la de Tano. Y Arturo, el hijo de La Vieja Rosa. Y la gente de la Loma, y de la Perrera, y de Guayacn. Y delante las mujeres de las carretas, barrigonas, y el grupo de rebeldes, y todos los muchachos del barrio. Y ms all la gente de a caballo. Y las bicicletas, y hasta un camin. Y Nino Ochoa, en muletas. Y otro camin que nos da alcance al pasar El Majagual. Y nosotros, y nosotros que nos echamos a un costado del camino. Pasa el camin repleto de gente que agita los sombreros y saca una ban-dera. Qu escndalo. Y el polvo del camino, levantndo-se, cubrindonos, bajando otra vez como un humo ras-trero, y luego, por los cascos de los caballos (que ya se acercan, que ya estn junto a nosotros, que ya van de-lante de nosotros), alzndose otra vez, formando una nu-be que nos envuelve y casi me impide verte. Ms atrs vienen todas aquellas gentes que no s quines son, y que parecen cantar. O quiz traen un radio. No s. Estn muy lt::jos. A lo mejor solamente hablan y des~e aqu pa-rece como si cantaran. Porque todo parece cantar. Y hasta la voz de Rigo -que ya me alcanza de nuevo, que ya va a mi lado- cuando me dice "Huelo a cojn de

    7

    Yolanda

    Yolanda

    Yolanda

  • ' ' '

    j

    oso" es corno un canto. "Y yo tambin", digo. "Y yo" ... Y ya los dos caminamos juntos. Y ya nos confundimos con el barullo que se agranda. Y l se me pierde entre la gente; pero me espera. Y de nuevo carnina a mi lado. Y otra vez me habla de los olores. "Pero, qu bao -me dice-. Qu bao cuando llegue por fin a casa". Y yo lo vuelvo a mirar, rindome. Te miro. Te veo con ese uniforme deshilachado, caminando a mi lado entre el tropel de la gente y los caballos, entre el tumulto. T, con ese formidable uniforme destartalado que se te cae a pedazos; y la escopeta al hombro, amarrada con alam-bres. Y la gente que se te acerca. Y las Pupas que ya tesa-can conversacin. Conversan contigo, conversan para ti. Para m no, qu va, a m de ningn modo. Yo nada trai-go encima. No quise traer nada. No pude ... Estaba en el arroyo llenando las latas de agua para las tinajas de mi ta Oiga. All estaba cuando sent el tiroteo. Otra vez el tiroteo, pens. Pero despus o risas, y el escndalo de "Viva Cuba libre" (ese grito que, aunque parezca in-creble, an no se ha gastado), y ech a correr, dejando las latas en el mismo paso del arrbyo, sin despedirme de mi ta. As, jadeando, llegu hasta el camino real. Ya l~s Pupas estaban en la talanquera. Ellas, y la gente que Iba llegando, me dieron la noticia, que yo, de pron-to, no pude creer. Estaba en el arroyo llenando las latas de agua (ya era el segundo viaje), y pensaba: Madre ma, esto no tiene fin; esta gente no ganar nunca la guerra con esas armas destartaladas. Siempre estar aqu, es-condido, huyendo; sin volver jams a Holgun. Dur-miendo con las ratas en la prensa de las viandas. Sin otra esp~ranza que una reclamacin lejana de un to, que ha-ce siglos lava platos y nos escribe. Las carretas, las garro-chas que se clavan en los lomos de los bueyes. "Caminen, condenado.\". Lo.s casco.s de lo.1 caballo.\: la polvareda que se alza, que asciende, que nos envuelve, que nos cae de pron-

    8

    ''

    1

    ---

    to como un gran mosquitero. Hasta que t aparece.\ de nue-vo, con el uniforme desarrapado, con la e.1copeta que bam-boleas, que te ajustas a la espalda, que enarbolas triunfante. "Tira un tiro", me dijiste. Yo cog el arma y trat de aculatarla en el pecho. "As no", dijiste. Y yo te devolv la escopeta sin hacer el intento. Pero entonces espera-ba; all, en el campamento, esper durante un mes y pico. Entre los rebeldes, sin hacer nada; oyendo sus cuentos de relajo; espantando las guasasas. Tomando, a veces, un trago de ron. Comiendo la carne chamuscada de las vacas que nos regalaban, o que (segn ellos) com-prbamos a crdito. Pero llega la noticia: no se reciben ms alzados si no traen armas largas. Y con la noticia llegan 48 hombres y 7 mujeres que han sido rechazados desde la Sierra porque no hay cabida para tanta gente desarmada. Y cada da son ms los que quieren alzarse, sin traer siquiera una pistola. "Armas largas!" "Armas largas!" "Si no traen armas largas no podemos admitir-los". Y en verdad, qu puede hacer un ~jrcito sin ar-mas. Hay que regresar. Pero ya es tarde. D~j un papel en la cama. Deca: "Querida mam, me voy con los re-beldes porque aqu no hago nada". As deca. Y tam-bin: "No le digan nada a nadie". Y mi nombre. Y aho~ ra que ya pasamo.s por el ro del Majagual, la caravana .\e va agrandando, .1e alarga y .se ensancha; y ya .1e nos acerca la gente de Las Carreteras, la.s de Perronale.s y Guajabales. Todos vienen detrs de no.wtros, nos alcanzan y ya .1e nos adelantan. Gritan, caminan: ca.si corren. Se confunden en la polvareda. Y t, con el uniforme, .1udando, tan orgulloso; al-zando la escopeta. Noinbtando lo.1 diferentes olore.s de tu cuerpo. "Tambin yo" ... , digo. Y hago .1ilencio. Y miro para mis manos -tan callo.sa.1 de cargar la.s lata.s de agua. Y luego, ca.si con pena, miro mi ropa. Y .seguimos andando. T .sin darle cuenta de n-da, conversando. "Y la vieja, y la jeva, y todo .e{ mundo e.s-perndome ", dices. El tropel por momentm e.s enwrdecedor.

    9

    Yolanda

    Yolanda

  • ' ' '

    j

    oso" es corno un canto. "Y yo tambin", digo. "Y yo" ... Y ya los dos caminamos juntos. Y ya nos confundimos con el barullo que se agranda. Y l se me pierde entre la gente; pero me espera. Y de nuevo carnina a mi lado. Y otra vez me habla de los olores. "Pero, qu bao -me dice-. Qu bao cuando llegue por fin a casa". Y yo lo vuelvo a mirar, rindome. Te miro. Te veo con ese uniforme deshilachado, caminando a mi lado entre el tropel de la gente y los caballos, entre el tumulto. T, con ese formidable uniforme destartalado que se te cae a pedazos; y la escopeta al hombro, amarrada con alam-bres. Y la gente que se te acerca. Y las Pupas que ya tesa-can conversacin. Conversan contigo, conversan para ti. Para m no, qu va, a m de ningn modo. Yo nada trai-go encima. No quise traer nada. No pude ... Estaba en el arroyo llenando las latas de agua para las tinajas de mi ta Oiga. All estaba cuando sent el tiroteo. Otra vez el tiroteo, pens. Pero despus o risas, y el escndalo de "Viva Cuba libre" (ese grito que, aunque parezca in-creble, an no se ha gastado), y ech a correr, dejando las latas en el mismo paso del arrbyo, sin despedirme de mi ta. As, jadeando, llegu hasta el camino real. Ya l~s Pupas estaban en la talanquera. Ellas, y la gente que Iba llegando, me dieron la noticia, que yo, de pron-to, no pude creer. Estaba en el arroyo llenando las latas de agua (ya era el segundo viaje), y pensaba: Madre ma, esto no tiene fin; esta gente no ganar nunca la guerra con esas armas destartaladas. Siempre estar aqu, es-condido, huyendo; sin volver jams a Holgun. Dur-miendo con las ratas en la prensa de las viandas. Sin otra esp~ranza que una reclamacin lejana de un to, que ha-ce siglos lava platos y nos escribe. Las carretas, las garro-chas que se clavan en los lomos de los bueyes. "Caminen, condenado.\". Lo.s casco.s de lo.1 caballo.\: la polvareda que se alza, que asciende, que nos envuelve, que nos cae de pron-

    8

    ''

    1

    ---

    to como un gran mosquitero. Hasta que t aparece.\ de nue-vo, con el uniforme desarrapado, con la e.1copeta que bam-boleas, que te ajustas a la espalda, que enarbolas triunfante. "Tira un tiro", me dijiste. Yo cog el arma y trat de aculatarla en el pecho. "As no", dijiste. Y yo te devolv la escopeta sin hacer el intento. Pero entonces espera-ba; all, en el campamento, esper durante un mes y pico. Entre los rebeldes, sin hacer nada; oyendo sus cuentos de relajo; espantando las guasasas. Tomando, a veces, un trago de ron. Comiendo la carne chamuscada de las vacas que nos regalaban, o que (segn ellos) com-prbamos a crdito. Pero llega la noticia: no se reciben ms alzados si no traen armas largas. Y con la noticia llegan 48 hombres y 7 mujeres que han sido rechazados desde la Sierra porque no hay cabida para tanta gente desarmada. Y cada da son ms los que quieren alzarse, sin traer siquiera una pistola. "Armas largas!" "Armas largas!" "Si no traen armas largas no podemos admitir-los". Y en verdad, qu puede hacer un ~jrcito sin ar-mas. Hay que regresar. Pero ya es tarde. D~j un papel en la cama. Deca: "Querida mam, me voy con los re-beldes porque aqu no hago nada". As deca. Y tam-bin: "No le digan nada a nadie". Y mi nombre. Y aho~ ra que ya pasamo.s por el ro del Majagual, la caravana .\e va agrandando, .1e alarga y .se ensancha; y ya .1e nos acerca la gente de Las Carreteras, la.s de Perronale.s y Guajabales. Todos vienen detrs de no.wtros, nos alcanzan y ya .1e nos adelantan. Gritan, caminan: ca.si corren. Se confunden en la polvareda. Y t, con el uniforme, .1udando, tan orgulloso; al-zando la escopeta. Noinbtando lo.1 diferentes olore.s de tu cuerpo. "Tambin yo" ... , digo. Y hago .1ilencio. Y miro para mis manos -tan callo.sa.1 de cargar la.s lata.s de agua. Y luego, ca.si con pena, miro mi ropa. Y .seguimos andando. T .sin darle cuenta de n-da, conversando. "Y la vieja, y la jeva, y todo .e{ mundo e.s-perndome ", dices. El tropel por momentm e.s enwrdecedor.

    9

    Yolanda

  • ~~m---------~~----------------~------------------------~~~ ........................................................ ... 1 '

    '1

    1 1

    Alguien pasa de mano en mano una botella de Paticruzado. Tomamo.1. Y ahora, rojos por el ron y el sol, entre la nube de polvo que baja y se levanta, se mece delante de nosotro.1 y luego . se empina tapndonos la cara, borrndono.1 por momentos, se-guimos avanzando... Tena yo razn: la gente qu,e viene detrs cantaba. Est cantando; alguien trae una guitarra. Al pasar por el ro Lirio, las risas, los cantos y el tropel de los caballos es tre-mendo. Casi no te oigo. Me hablas a gritos. "Q.u", pregun-to yo tambin a gritos. "Q.ue cmo te fue, chico, dnde te me-tiste despus que saliste de Ve/asco". Y seguimo.s trotando sudorosos. T, con el uniforme que de mojado se te pega a las nalgas. A.s, entre la polvareda que sigue levantndose. Dentro de media hora, o antes, entraremos en Holgun. Nada te res-pondo; pero el cuchillo que t me regalaste viene aqu, debajo de la camisa. Lo palpo, con pena, pero no te lo enseo. Los dos junto.s casi corremos. Huyendo de los caballos saltamos a un costado del camino. T sigues hablando. "S", digo. "S", aunque _Ya casi no te oigo entre el tropel. Y de pronto, nada es-cucho. Nada. Nada oigo aunque s que el escndalo es tremendo Alguien me mira, alguien tropieza conmigo y sigue andando. Las mujere.s quiz gritn, quiz lloren de alegra. Q_u s yo; por-que ya nada oigo. Es .slo el silencio. Veo, .s; veo que entras en el ro. No lo cruzas por el pedregal. Las botas que rechinan se zambullen en el agua revuelta. Yo, detrs, casi a tu lado, tam-bin hundo mis pie.s. El agua nos refre.sca. Q_uiz ya no estamos tan .wfocados. Pero las mano.s me siguen .sudando como siem-pre. Porque todo es insoportable; porque en los l-timos meses hasta se fueron las luces; la escuela cerrada y el pueblo bloqueado por los rebeldes, sin una vian-da, sin una gota de leche. "Virgen Santa -dice abuela-, nos rnori remos de hambre". Y yo en la sala, ya sin po-der or a Miguel Aceves Meja. Y yo en la sala, dn-dome silln, sin saber qu hacer. Y abuelo regando el

    .flit noche tras noche; sin nada que comer y con esta casa llena de mosquitos, de cucarachas y ratones. Rato-

    lO

    1 1

    nes!, cualquier da vendrn silba_ndo h~sta mi. ca1~a,_ .n~ tomarn por los pies y me llevaran hana no se que Sitio, a sus cuevas oscuras; all, donde termina el mundo ... Por eso, y porque estaba hasta la coronilla de este pue-blo maldito que nunca ha visto, ni ver, jams el mar . Porque ni de da ni de noche casi se puede salir a 1~ calle. Y ya slo me queda la sala (ese horno) pues la cocina y el comedor son territorios de _abuela, ~buelo y mi madre. Y, corno si eso fuera poco, s~n un. qmlo; por~ que la fbrica cerr hace tiempo. As estoy, sm saber que hacer, oyendo el tiroteo. Noche tras noche, noche tras noche oyendo el tiroteo. "Estn ya en Bayamo". "Estn

    ' " " 1 Ch b " "E t ya en Cacocun . Tomaron a om a . n raron anoche en la Loma de la Cruz". Ahorita toman el pueblo y yo aqu, en este balanc~, enchoc~a?o; esc~chando el zumbido del aparato de fht que el ve_o mane_ a con una habilidad increble. Y la vieja: "Ay, que nos morimos de hambre". Y el vie_jo: "Cornernierdas, piensan ganar la guerra con banderitas". Y mi madre: "Qu destino, qu destino". Y Lo urdes: "Me quieres o no me quieres? Dilo de una vez". Y estas cucarachas, y estos mosquitos inmortales. Por eso, y por este condenado calor (el techo de la casa es de fibrocernento), y por este pueblo caliente y central, sin aceras ni portales, casi sin rboles. Por eso y por qu s yo cuntas cosas ms. Y sin una peseta para comprar ron. Ni un medio que es lo que cuesta el trago ms barato. Sin poder fabricar aquel vino ?e ta-marindos fermentados (porque tampoco los tamanndos llegan a este pueblo). S que andan cerca. S que en la frontera de la loma pusieron un cartel que deca: "Has-ta aqu llegan los hombres". S que a Holgun, segn di-cen, le enviaron una caja llena de blmeres.Pero yo. no. Yo no resisto ms este lugar espantoso. Yo ... Comienza el tercer cruce del ro. Los caballos en el agua, encabritndo.se. Uno se echa en la corriente. Gran escndalo de mujere.s. Se-

    11

    Yolanda

  • ~~m---------~~----------------~------------------------~~~ ........................................................ ... 1 '

    '1

    1 1

    Alguien pasa de mano en mano una botella de Paticruzado. Tomamo.1. Y ahora, rojos por el ron y el sol, entre la nube de polvo que baja y se levanta, se mece delante de nosotro.1 y luego . se empina tapndonos la cara, borrndono.1 por momentos, se-guimos avanzando... Tena yo razn: la gente qu,e viene detrs cantaba. Est cantando; alguien trae una guitarra. Al pasar por el ro Lirio, las risas, los cantos y el tropel de los caballos es tre-mendo. Casi no te oigo. Me hablas a gritos. "Q.u", pregun-to yo tambin a gritos. "Q.ue cmo te fue, chico, dnde te me-tiste despus que saliste de Ve/asco". Y seguimo.s trotando sudorosos. T, con el uniforme que de mojado se te pega a las nalgas. A.s, entre la polvareda que sigue levantndose. Dentro de media hora, o antes, entraremos en Holgun. Nada te res-pondo; pero el cuchillo que t me regalaste viene aqu, debajo de la camisa. Lo palpo, con pena, pero no te lo enseo. Los dos junto.s casi corremos. Huyendo de los caballos saltamos a un costado del camino. T sigues hablando. "S", digo. "S", aunque _Ya casi no te oigo entre el tropel. Y de pronto, nada es-cucho. Nada. Nada oigo aunque s que el escndalo es tremendo Alguien me mira, alguien tropieza conmigo y sigue andando. Las mujere.s quiz gritn, quiz lloren de alegra. Q_u s yo; por-que ya nada oigo. Es .slo el silencio. Veo, .s; veo que entras en el ro. No lo cruzas por el pedregal. Las botas que rechinan se zambullen en el agua revuelta. Yo, detrs, casi a tu lado, tam-bin hundo mis pie.s. El agua nos refre.sca. Q_uiz ya no estamos tan .wfocados. Pero las mano.s me siguen .sudando como siem-pre. Porque todo es insoportable; porque en los l-timos meses hasta se fueron las luces; la escuela cerrada y el pueblo bloqueado por los rebeldes, sin una vian-da, sin una gota de leche. "Virgen Santa -dice abuela-, nos rnori remos de hambre". Y yo en la sala, ya sin po-der or a Miguel Aceves Meja. Y yo en la sala, dn-dome silln, sin saber qu hacer. Y abuelo regando el

    .flit noche tras noche; sin nada que comer y con esta casa llena de mosquitos, de cucarachas y ratones. Rato-

    lO

    1 1

    nes!, cualquier da vendrn silba_ndo h~sta mi. ca1~a,_ .n~ tomarn por los pies y me llevaran hana no se que Sitio, a sus cuevas oscuras; all, donde termina el mundo ... Por eso, y porque estaba hasta la coronilla de este pue-blo maldito que nunca ha visto, ni ver, jams el mar . Porque ni de da ni de noche casi se puede salir a 1~ calle. Y ya slo me queda la sala (ese horno) pues la cocina y el comedor son territorios de _abuela, ~buelo y mi madre. Y, corno si eso fuera poco, s~n un. qmlo; por~ que la fbrica cerr hace tiempo. As estoy, sm saber que hacer, oyendo el tiroteo. Noche tras noche, noche tras noche oyendo el tiroteo. "Estn ya en Bayamo". "Estn

    ' " " 1 Ch b " "E t ya en Cacocun . Tomaron a om a . n raron anoche en la Loma de la Cruz". Ahorita toman el pueblo y yo aqu, en este balanc~, enchoc~a?o; esc~chando el zumbido del aparato de fht que el ve_o mane_ a con una habilidad increble. Y la vieja: "Ay, que nos morimos de hambre". Y el vie_jo: "Cornernierdas, piensan ganar la guerra con banderitas". Y mi madre: "Qu destino, qu destino". Y Lo urdes: "Me quieres o no me quieres? Dilo de una vez". Y estas cucarachas, y estos mosquitos inmortales. Por eso, y por este condenado calor (el techo de la casa es de fibrocernento), y por este pueblo caliente y central, sin aceras ni portales, casi sin rboles. Por eso y por qu s yo cuntas cosas ms. Y sin una peseta para comprar ron. Ni un medio que es lo que cuesta el trago ms barato. Sin poder fabricar aquel vino ?e ta-marindos fermentados (porque tampoco los tamanndos llegan a este pueblo). S que andan cerca. S que en la frontera de la loma pusieron un cartel que deca: "Has-ta aqu llegan los hombres". S que a Holgun, segn di-cen, le enviaron una caja llena de blmeres.Pero yo. no. Yo no resisto ms este lugar espantoso. Yo ... Comienza el tercer cruce del ro. Los caballos en el agua, encabritndo.se. Uno se echa en la corriente. Gran escndalo de mujere.s. Se-

    11

    Yolanda

  • guimo.1 caminando. T delante, volvindote, mirndom' .. Para ti, lo.1 elogio; para ti, las mirada1 de la1 Pupas. T! ajwta1 la e.1copeta al hombro y .1igues conversando. Lo.5 rio.1 vamos empapado.\. As que esa noche, despus de Lt comida, fui a ver a Tico. "Chico, -le dije- aqu no hacemos nada, qu t crees? Por qu no nos alzamos?". Pero l estaba en el sof casi dormitando, Los padres senta-dos en la sala. "Paso maana bien temprano a buscar-te -le dije-:-. Podernos ir a pie hasta Velasco. All estn

    !~s . ~eb~ldes; Les ~ecimos 9ue queremos alzarnos, y ya." S1 , diCe el, y s1gue casi acostado en el sof. "Hasta

    maana", le digo. Y ahora el tiroteo, el e.1cndalo, la1 rsa1 y lo.1 canto.1. Dentro de poco.1 minuto.1 estaremo.1 en el pueblo. De noche. El viejo riega de nuevo el flit. No s qu es ms horrible, si la furia de los mosquitos, o ese olor a p~trleo. No s. Pero maana bien temprano estar leJOS. Me voy. Amaneciendo me levanto; me visto sin hacer-ruido. (Por suerte, los vic::jos no hicieron nada esta noche; otras veces no me dejan pegar los ojos con sus escndalos). "Querida mam", escribo en el papel. Sal-go despacio. Abro con cuidado la puerta. Estoy ya en la calle. El trotar de Lo.1 caballo.1, el escndalo del gento; r.1a1. Y. ms. all. la1 carretal. Y ahora pa1an la1 bicicleta\, roz.n-dome, revolviendo d polvo que nos sube a la cara. ''Vamo.1 a montarnos en una carreta", dice.1. Pero no hacemos ni el intento. Seguimo.1 caminando entre el barullo, JUdoro.1os. Pita un cami.n. "Paso", grita el chfer. l camin se abre paw entre la muchedumbre que salta a los lados. "Paso", "paso", sigue gritando el chfer. "Tico", dije no muy alto. "Tico", dije otra ve~. Pero no respondi. Estaba dormido, o tal vez se haca el dormido. Sal por la carretera de Gibara; camin por el borde sin pedir botella. Voy solo hasta

    Ag~asclaras. All. me uno a un grupo de mujeres recin p~ndas que van hasta V el asco. "Mi padre vive all", les digo. Doy un nombre. Les ayudo a. llevar los mucha-

    12

    . 1

    chos. Pasamos por la represa; desd~ all nos llaman los casquitos. Ahora s me hund; pero no. "Es la misma gente de la semana pasada", dicen los casquitos. Y se-guimos andando. Despus de treinta kilmetros de ca-minata entramos en Velasco. Voce.1, de tan alta1, incre-ble.\. Otra botella de Palicruz.ado. "Bebe t primero", me dice.1. "No, t", digo; pero bebo yo. De nuevo enrojecemo.1. Qy. calor, qu polvareda. Estamos pegajo.ws. Uno al lado del otro .1eguimo.1 avanz.ando. l me .1igue hablando. Pero no hay 11i un rebelde en este pueblo." Y los 45 quiJos que llevaba me los com de panqueques en cuanto lle-gu. Me siento en el parque, debajo de un higuillo. Espero; pero no pasa ni un alzado. Slo hay un hom-bre frente a m, en el otro banco, mirndome. Hace rato que me mira. A lo mejor es un chiva y me tiene fichado. Se para. Viene hasta m. Tal vez me lleve a la jefatura, all me sacarn los ojos ... "Y t, de dnde eres?", me dice. "Soy de Holgull". Y los dos hacemos silencio. As estamos un rato, sin dejar de mirarnos. "Y tienes familia aqu?" "No". Y volvemos al silencio. l sigue mirndome. Pero luego, quiz ya por la tarde, despus de mirarnos durante un siglo, me habla en voz baja, pero muy gruesa. "Muchacho -dice-, t viniste a alzarte, verdad?" "S", digo, y pienso que ahora no tendr escapatoria, que ya ... "De mis siete hermanos -dice- el nico que no est alzado soy yo. Aunque tam-bin estoy medio arisco". Y me lleva para casa de suma-dre. Despus, al campamento. "Mire lo que me hicieron los guardias cuando entraron en el pueblo -me dice la madre mientras me pasea por toda la casa-. Los muy malditos, me rompieron hasta los garrafones de mante-ca". Por la noche, el hombre me gua hasta los Rebel-des, en Ja Sierra de Gibara. All ests t, a la entrada. Haciendo la guardia con esa escopeta desvencijada. "Alto!", dices. El hombre te saluda y te da la contra-

    13

    Yolanda

  • guimo.1 caminando. T delante, volvindote, mirndom' .. Para ti, lo.1 elogio; para ti, las mirada1 de la1 Pupas. T! ajwta1 la e.1copeta al hombro y .1igues conversando. Lo.5 rio.1 vamos empapado.\. As que esa noche, despus de Lt comida, fui a ver a Tico. "Chico, -le dije- aqu no hacemos nada, qu t crees? Por qu no nos alzamos?". Pero l estaba en el sof casi dormitando, Los padres senta-dos en la sala. "Paso maana bien temprano a buscar-te -le dije-:-. Podernos ir a pie hasta Velasco. All estn

    !~s . ~eb~ldes; Les ~ecimos 9ue queremos alzarnos, y ya." S1 , diCe el, y s1gue casi acostado en el sof. "Hasta

    maana", le digo. Y ahora el tiroteo, el e.1cndalo, la1 rsa1 y lo.1 canto.1. Dentro de poco.1 minuto.1 estaremo.1 en el pueblo. De noche. El viejo riega de nuevo el flit. No s qu es ms horrible, si la furia de los mosquitos, o ese olor a p~trleo. No s. Pero maana bien temprano estar leJOS. Me voy. Amaneciendo me levanto; me visto sin hacer-ruido. (Por suerte, los vic::jos no hicieron nada esta noche; otras veces no me dejan pegar los ojos con sus escndalos). "Querida mam", escribo en el papel. Sal-go despacio. Abro con cuidado la puerta. Estoy ya en la calle. El trotar de Lo.1 caballo.1, el escndalo del gento; r.1a1. Y. ms. all. la1 carretal. Y ahora pa1an la1 bicicleta\, roz.n-dome, revolviendo d polvo que nos sube a la cara. ''Vamo.1 a montarnos en una carreta", dice.1. Pero no hacemos ni el intento. Seguimo.1 caminando entre el barullo, JUdoro.1os. Pita un cami.n. "Paso", grita el chfer. l camin se abre paw entre la muchedumbre que salta a los lados. "Paso", "paso", sigue gritando el chfer. "Tico", dije no muy alto. "Tico", dije otra ve~. Pero no respondi. Estaba dormido, o tal vez se haca el dormido. Sal por la carretera de Gibara; camin por el borde sin pedir botella. Voy solo hasta

    Ag~asclaras. All. me uno a un grupo de mujeres recin p~ndas que van hasta V el asco. "Mi padre vive all", les digo. Doy un nombre. Les ayudo a. llevar los mucha-

    12

    . 1

    chos. Pasamos por la represa; desd~ all nos llaman los casquitos. Ahora s me hund; pero no. "Es la misma gente de la semana pasada", dicen los casquitos. Y se-guimos andando. Despus de treinta kilmetros de ca-minata entramos en Velasco. Voce.1, de tan alta1, incre-ble.\. Otra botella de Palicruz.ado. "Bebe t primero", me dice.1. "No, t", digo; pero bebo yo. De nuevo enrojecemo.1. Qy. calor, qu polvareda. Estamos pegajo.ws. Uno al lado del otro .1eguimo.1 avanz.ando. l me .1igue hablando. Pero no hay 11i un rebelde en este pueblo." Y los 45 quiJos que llevaba me los com de panqueques en cuanto lle-gu. Me siento en el parque, debajo de un higuillo. Espero; pero no pasa ni un alzado. Slo hay un hom-bre frente a m, en el otro banco, mirndome. Hace rato que me mira. A lo mejor es un chiva y me tiene fichado. Se para. Viene hasta m. Tal vez me lleve a la jefatura, all me sacarn los ojos ... "Y t, de dnde eres?", me dice. "Soy de Holgull". Y los dos hacemos silencio. As estamos un rato, sin dejar de mirarnos. "Y tienes familia aqu?" "No". Y volvemos al silencio. l sigue mirndome. Pero luego, quiz ya por la tarde, despus de mirarnos durante un siglo, me habla en voz baja, pero muy gruesa. "Muchacho -dice-, t viniste a alzarte, verdad?" "S", digo, y pienso que ahora no tendr escapatoria, que ya ... "De mis siete hermanos -dice- el nico que no est alzado soy yo. Aunque tam-bin estoy medio arisco". Y me lleva para casa de suma-dre. Despus, al campamento. "Mire lo que me hicieron los guardias cuando entraron en el pueblo -me dice la madre mientras me pasea por toda la casa-. Los muy malditos, me rompieron hasta los garrafones de mante-ca". Por la noche, el hombre me gua hasta los Rebel-des, en Ja Sierra de Gibara. All ests t, a la entrada. Haciendo la guardia con esa escopeta desvencijada. "Alto!", dices. El hombre te saluda y te da la contra-

    13

    Yolanda

  • t

    s~a. "Traigo a este muchacho que quiere alzarse", te dtce y me seala. T me miras; luego enciendes un ci-garro y me brindas uno. Detr1 de la5 carretal repleta\ de mujere.1 barrigona\, el estruendo de los caballo.1; detr1 de los cabal/oJ, los camiones pitando; y luego /m bicicleta\, y des-pus el gen{o de a pie. Y por encima de todo, la gran polva-reda que sube y baja, .1e apaga y .1e alz.a de nuevo como un esta-llido, envolvindonos. Delante y detr1, arriba y abajo, por todo.1, lo.5 sitios, 1~ _gran polvareda que levanta el desfi. Y yo segm acompanandote en las guardias, aunque ms nunca me prestaste la escopeta. Hacamos los dos la misma posta, y hablbamos. Y as un da. Y el otro. Y el otro. "Mire esta foto -me decas-. Es la de mi madre, la pobre" ... "Mira esta foto -me decas-. Es la de mi novia; la cogida que le voy a dar cuando salga. Aqu llevo once meses; imagnate qu atraso" ... Delante y arri-ba, abajo y detr5, la gran polvareda. Y ahora ese canto. Un himno. Q.ue t tambin cantaL Y hmta yo abro y cierro la boca, como si cantara; pero sin hacerlo. Sudamos a chorros. Slo que al mes y pico de estar all llegan los 48 hombres y las 7 mujeres de la Sierra. Llegan enfangados, des-truidos por la caminata. T y yo le traemos agua en las cantimploras. Y luego, todos, esperamos la llegada del

  • t

    s~a. "Traigo a este muchacho que quiere alzarse", te dtce y me seala. T me miras; luego enciendes un ci-garro y me brindas uno. Detr1 de la5 carretal repleta\ de mujere.1 barrigona\, el estruendo de los caballo.1; detr1 de los cabal/oJ, los camiones pitando; y luego /m bicicleta\, y des-pus el gen{o de a pie. Y por encima de todo, la gran polva-reda que sube y baja, .1e apaga y .1e alz.a de nuevo como un esta-llido, envolvindonos. Delante y detr1, arriba y abajo, por todo.1, lo.5 sitios, 1~ _gran polvareda que levanta el desfi. Y yo segm acompanandote en las guardias, aunque ms nunca me prestaste la escopeta. Hacamos los dos la misma posta, y hablbamos. Y as un da. Y el otro. Y el otro. "Mire esta foto -me decas-. Es la de mi madre, la pobre" ... "Mira esta foto -me decas-. Es la de mi novia; la cogida que le voy a dar cuando salga. Aqu llevo once meses; imagnate qu atraso" ... Delante y arri-ba, abajo y detr5, la gran polvareda. Y ahora ese canto. Un himno. Q.ue t tambin cantaL Y hmta yo abro y cierro la boca, como si cantara; pero sin hacerlo. Sudamos a chorros. Slo que al mes y pico de estar all llegan los 48 hombres y las 7 mujeres de la Sierra. Llegan enfangados, des-truidos por la caminata. T y yo le traemos agua en las cantimploras. Y luego, todos, esperamos la llegada del

  • ~~~~--------------~----------------~~--._----------~--~~ ............................................................ . 1 fil ;r

    1!

    ,,

    '!.1

    'i \ 1

    nuevo, levantando la tierra reseca; algunas van ponchadas y 1m llevan en hombro.s o la.s depo5itan en la.s carretas, estibadas de mujeres y muchachos. Una de las Pupas llama a gritos a su hijo que se le ha extraviado. Se t:rye el estruendo de la guitarra; siguen los cantos. El desfile es imponente. La tercera botella de Paticruz.ado llega a nosotros. Sudorosos, .seguimos marchando muy juntos. Tu brazo hmedo roza con el mo ya empapado. El casquito, de pie, hace la guardia frente a la planta elctrica. A veces se mueve. Camina de uno a otro extremo de la gran portera metlica. El rifle al hombro. El casquito silba. El casquito va y viene. Se queda quieto. Mira para todos 'los sitios. Yo me voy acercando. A veces, con disimulo, me palpo el cuchillo por encima de la camisa. El casquito lleva botas relu-cientes; pantalones de kaki ceidos al cuerpo fuerte y delgado. Parece jabao, aunque en la oscuridad no lo puedo distinguir muy bien. Me sigo acercando. Es muy joven el casquito. Le cruzo por el frente. En la otra es-quina me paro. Miro para atrs. Creo que l tambin me mira. Sigo caminando. Me detengo. Regreso. Ya, un poco ms cerca, me vuelvo a parar. Lo miro. l tambin me mira. Nos estamos mirando hace rato. Ahora camina de un lado a otro de la gran porte-ra. Ahora me mira y me da jamn. A lo m~jor pien-sa que soy un maricn y le estoy sacando fiesta. Da dos o tres pasos ms, avanzando hacia m. Silba. Retrocede. Se vuelve de frente, y se rasca de nuevo. Sigue silban-do. Por un rato me quedo en la esquina, mirndolo. Luego echo a andar rumbo a la casa. Toco en la puer-ta. Es ya de madrugada. Nadie me pregunta quin soy. La puerta se abre, y de nuevo mi madre, envuelta en la sbana, se me tira al cuello. "Ay, muchacho -dice-, t ests loco. Dame ac ese cuchillo. No ves que t eres lo nico que tengo". Sigue llorando mientras me abra-za. En el pasillo veo a mis abuelos. Iguales. Inmviles.

    16

    Mi madre contina hablndome, y yo pienso en lo ri" dculas que suenan sus palabras. Y al verla, baada en lgrimas, abrazndome y dicindome tantas tonteras, siento deseos de darle una trompada. Peto no lo hago. Y, aunque no s por qu, tambin empiezo a llorar. La gente, y despus los perros que ladran asustados, que se re-vuelcan en la polvareda; que gritan cuando alguien los patea desconsideradamente. Y luego el rechinar de la.s carretas, el tropel de los caballos; el ruido de los camiones. La.s bicicletas se pierden en el camino polvoriento. Y t a mi lado, la escopeta al hombro, el uniforme empapado cubierto por el polvo, habla.L Hablas. Habla.s. Una mujer se te a.cerca y te regala una sonrisa desprestigiada. Sigue.s hablando y yo trato de e.scucharte. A ve-ces, como sin querer, me palpo el cuchillo por sobre la cami.la. Estamos ya entrando en el pueblo. "Hijo de la Gran Puta", le grita una de la.s Pupas a alguien que le ha pelliz.cado una nal-ga. Paso un da debajo de la cama, escondido. "No le fran huevos -dice abuelo- que el ruido puede traer sospechas". Por la noche, el to Benedicto detiene su automvil frente a la casa. Mi madre me tira una toalla en los hombros. Abuela me encasqueta un sombrero viejo. Mam y yo montamos en el carro que echa a an-dar con los faroles apagados. La mquina nos d~ja en el Atejn. "Es peligroso seguir en auto -dice Benedicto-, los casquitos, o los rebeldes, nos pueden parar y hasta quitar la mquina" ... Y ahora, la aburrida peregrina-cin con mi madre. A casa de Arcadio, a casa de GuiJo. Por todas las casas conocidas. Un da aqu y otro all. En cualquier lugar donde nos den un plato de comida. Has.-ta que al fin, despus de muchos ruegos por parte de mi madre (que yo nunca he abierto la boca para pedir na-da), logro meterme en casa de ta Oiga. Y all me quedo (mam regresa para el pueblo) cargando agua y lea, trabajando durante todo el da para ganarme la comida; escondido de los guardias. Y algunas veces, mientras voy

    17

  • ~~~~--------------~----------------~~--._----------~--~~ ............................................................ . 1 fil ;r

    1!

    ,,

    '!.1

    'i \ 1

    nuevo, levantando la tierra reseca; algunas van ponchadas y 1m llevan en hombro.s o la.s depo5itan en la.s carretas, estibadas de mujeres y muchachos. Una de las Pupas llama a gritos a su hijo que se le ha extraviado. Se t:rye el estruendo de la guitarra; siguen los cantos. El desfile es imponente. La tercera botella de Paticruz.ado llega a nosotros. Sudorosos, .seguimos marchando muy juntos. Tu brazo hmedo roza con el mo ya empapado. El casquito, de pie, hace la guardia frente a la planta elctrica. A veces se mueve. Camina de uno a otro extremo de la gran portera metlica. El rifle al hombro. El casquito silba. El casquito va y viene. Se queda quieto. Mira para todos 'los sitios. Yo me voy acercando. A veces, con disimulo, me palpo el cuchillo por encima de la camisa. El casquito lleva botas relu-cientes; pantalones de kaki ceidos al cuerpo fuerte y delgado. Parece jabao, aunque en la oscuridad no lo puedo distinguir muy bien. Me sigo acercando. Es muy joven el casquito. Le cruzo por el frente. En la otra es-quina me paro. Miro para atrs. Creo que l tambin me mira. Sigo caminando. Me detengo. Regreso. Ya, un poco ms cerca, me vuelvo a parar. Lo miro. l tambin me mira. Nos estamos mirando hace rato. Ahora camina de un lado a otro de la gran porte-ra. Ahora me mira y me da jamn. A lo m~jor pien-sa que soy un maricn y le estoy sacando fiesta. Da dos o tres pasos ms, avanzando hacia m. Silba. Retrocede. Se vuelve de frente, y se rasca de nuevo. Sigue silban-do. Por un rato me quedo en la esquina, mirndolo. Luego echo a andar rumbo a la casa. Toco en la puer-ta. Es ya de madrugada. Nadie me pregunta quin soy. La puerta se abre, y de nuevo mi madre, envuelta en la sbana, se me tira al cuello. "Ay, muchacho -dice-, t ests loco. Dame ac ese cuchillo. No ves que t eres lo nico que tengo". Sigue llorando mientras me abra-za. En el pasillo veo a mis abuelos. Iguales. Inmviles.

    16

    Mi madre contina hablndome, y yo pienso en lo ri" dculas que suenan sus palabras. Y al verla, baada en lgrimas, abrazndome y dicindome tantas tonteras, siento deseos de darle una trompada. Peto no lo hago. Y, aunque no s por qu, tambin empiezo a llorar. La gente, y despus los perros que ladran asustados, que se re-vuelcan en la polvareda; que gritan cuando alguien los patea desconsideradamente. Y luego el rechinar de la.s carretas, el tropel de los caballos; el ruido de los camiones. La.s bicicletas se pierden en el camino polvoriento. Y t a mi lado, la escopeta al hombro, el uniforme empapado cubierto por el polvo, habla.L Hablas. Habla.s. Una mujer se te a.cerca y te regala una sonrisa desprestigiada. Sigue.s hablando y yo trato de e.scucharte. A ve-ces, como sin querer, me palpo el cuchillo por sobre la cami.la. Estamos ya entrando en el pueblo. "Hijo de la Gran Puta", le grita una de la.s Pupas a alguien que le ha pelliz.cado una nal-ga. Paso un da debajo de la cama, escondido. "No le fran huevos -dice abuelo- que el ruido puede traer sospechas". Por la noche, el to Benedicto detiene su automvil frente a la casa. Mi madre me tira una toalla en los hombros. Abuela me encasqueta un sombrero viejo. Mam y yo montamos en el carro que echa a an-dar con los faroles apagados. La mquina nos d~ja en el Atejn. "Es peligroso seguir en auto -dice Benedicto-, los casquitos, o los rebeldes, nos pueden parar y hasta quitar la mquina" ... Y ahora, la aburrida peregrina-cin con mi madre. A casa de Arcadio, a casa de GuiJo. Por todas las casas conocidas. Un da aqu y otro all. En cualquier lugar donde nos den un plato de comida. Has.-ta que al fin, despus de muchos ruegos por parte de mi madre (que yo nunca he abierto la boca para pedir na-da), logro meterme en casa de ta Oiga. Y all me quedo (mam regresa para el pueblo) cargando agua y lea, trabajando durante todo el da para ganarme la comida; escondido de los guardias. Y algunas veces, mientras voy

    17

    Yolanda

  • ~w=~~~~~~--~~~~~~~~~~~~==========~==~~~~!1111111111111111111111111111111111111111111111111111111111111 %,ji!?. :~ 1 ~.p ll

    ' r' ,

    l! {

    /

    con las latas de agua rumbo al arroyo, empiezo a cantar. Y un da me puse a pescar pitises. Y una vez me cogi la noche en el arroyo. Entonces saqu el cuchillo que me regalaste, y que siempre llevo debajo de la camisa, y me puse a mirarlo. Y luego le pas el dedo por el filo -cmo- cortaba ... Y as estuve mucho rato; pasndole la mano; silbando no muy alto debajo de los cupeyes, en el arroyo. Regres muy tarde a la casa. Mi ta estaba im-paciente. Ese da las tinajas se quedaron a medias. Pero al otro da las llen. Y al otro. Y al otro. Y al siguiente. Y siempre as: llenando las tinajas. Aqu, en este monte intil por donde no pasa ni un rebelde, y slo se oye el tiroteo lejano. Y me pregunto qu ser de tu vida en la Sierra. Y sigo cargando agua. Yendo y viniendo al arro-yo. Y algunas veces me bao en el charco; y algunas, para entretenerme, pesco pitises; y algunas me pongo a silbar. Y algunas veces creo que lo mejor sera ... Y as estoy, con los pantalones arremangados, metido en el arroyo, pensando, cuando oigo el tiroteo. El tiroteo cer-cano. Y despus el escndalo de la gente, y los gritos de "Viva!" Y dejo las latas, y echo a correr por la sabana, rumbo al camino real. "Huy Batista", me dicen en la portera de la finca las hijas de los Pupas y toda la gente que ya va llegando. Y yo as, harapiento, corro en el grupo hacia el pueblo. Ya detrs viene la gente de Guayacn. Aparecen las bicicletas. Una carreta, llena de mujeres baja por la loma muy despacio, siguindo-nos. Pasamos por Los Cuatro Caminos y all nos en-contramos con el primer grupo de Rebeldes. Viene a pie desde Velasco, disparando al aire, gritando "Viva Cuba, cojones" y miles de cosas ms. Entre ellos ests t. Te llamo a voz en cuello. T, en cuanto me ves, dejas el grupo. Vienes corriendo hasta m. Me tiras el brazo por la espalda. Y empiezas a hablarme. Bal)dera.l y ban-deras. Delante y detrs_. Arriba y abajo; en la.1 arcada~ que de

    18

    pronto se improvisan en las calles; en los postes de telgrafo de la primera avenida; colgando de los laureles; en la~ puerta.\ y ventanas de todas la.1 ca.1a.1. Dispena.\ por el mela. Amarrada.\ a larga.1 retahila.1 de cordeles, agitadas por el viento. Banc dera.1. Mile.\ y mile.1 de bandera.\ colocada.\ con urgencia ha.1la en lo.\ ms mnimos recovecos. Trapos rojos y trapos negros. Papeles de colores. Papele.\, papeles. Trapos. Porque ya e.l-tamos entrando en Holgun. Y nosotros debajo de la.1 bandera.\. Y todos gritando. Soltando viva~. Cantando. Y delante: ban-dera.\, amarrada.\ a lo.\ palo.\ de la.1 e.1coba.1, a lo.1 trapeadore.l, a cualquier cuje, agitndose. Y los carros pitando constante-mente. Y todos los muchachos de la loma a un co.1tado de la calle. vindonos cruzar. "Ah van los rebeldes", grita alguien. "Ah van los rebeldes". Y _ya todos te rodean. Y las putas de la Chomba y de Pueblo Nuevo _ya .1e le acercan. Y una le loca la cara. "Pero qujoven es -dice-: ni siquiera tiene barba". Y t las mira.\ y te echa.\ a rer. Banderas, bandera.1. Y, de pronto, un esfruendo an mayor cue los dems es-truendos, y gritos de "paredn, paredn!". "Han cogido a un Tigre de Mansferrer", gritan todos y echan a correr rumbo al barullo. Los rebeldes tratan d'e evitar cue maten al esbirro; corren y l protegen ron los fu-siles. Una vi\ja se acerca y logra darle un golpe. El pue-blo brama. Pide la muerte. El esbirro no dice nada. Mira al frente. Parece estar en otro mundo. As seguimos avanzando por toda la avenida repleta de banderas. Hasta cue surge en medio de la calle, -frente a nosotros, una mujer alta y flaca. Cerrada de negro. Es la madre de una de las vctimas del esbirro. La mujer detiene la comitiva. "Por Dios -dice-, no lo maten, no lo maten. Castguenlo, pero no lo maten". Baada en lgrimas si-gue hablando. Peto ustedes, y todos nosotros, echa-mos a andar. La mujer va quedando atrs, en el centro de la ralle repleta de banderas. Llegamos al parque in-fantil. Ya casi es de noche. Alguien ha arreglado el

    19

  • ~w=~~~~~~--~~~~~~~~~~~~==========~==~~~~!1111111111111111111111111111111111111111111111111111111111111 %,ji!?. :~ 1 ~.p ll

    ' r' ,

    l! {

    /

    con las latas de agua rumbo al arroyo, empiezo a cantar. Y un da me puse a pescar pitises. Y una vez me cogi la noche en el arroyo. Entonces saqu el cuchillo que me regalaste, y que siempre llevo debajo de la camisa, y me puse a mirarlo. Y luego le pas el dedo por el filo -cmo- cortaba ... Y as estuve mucho rato; pasndole la mano; silbando no muy alto debajo de los cupeyes, en el arroyo. Regres muy tarde a la casa. Mi ta estaba im-paciente. Ese da las tinajas se quedaron a medias. Pero al otro da las llen. Y al otro. Y al otro. Y al siguiente. Y siempre as: llenando las tinajas. Aqu, en este monte intil por donde no pasa ni un rebelde, y slo se oye el tiroteo lejano. Y me pregunto qu ser de tu vida en la Sierra. Y sigo cargando agua. Yendo y viniendo al arro-yo. Y algunas veces me bao en el charco; y algunas, para entretenerme, pesco pitises; y algunas me pongo a silbar. Y algunas veces creo que lo mejor sera ... Y as estoy, con los pantalones arremangados, metido en el arroyo, pensando, cuando oigo el tiroteo. El tiroteo cer-cano. Y despus el escndalo de la gente, y los gritos de "Viva!" Y dejo las latas, y echo a correr por la sabana, rumbo al camino real. "Huy Batista", me dicen en la portera de la finca las hijas de los Pupas y toda la gente que ya va llegando. Y yo as, harapiento, corro en el grupo hacia el pueblo. Ya detrs viene la gente de Guayacn. Aparecen las bicicletas. Una carreta, llena de mujeres baja por la loma muy despacio, siguindo-nos. Pasamos por Los Cuatro Caminos y all nos en-contramos con el primer grupo de Rebeldes. Viene a pie desde Velasco, disparando al aire, gritando "Viva Cuba, cojones" y miles de cosas ms. Entre ellos ests t. Te llamo a voz en cuello. T, en cuanto me ves, dejas el grupo. Vienes corriendo hasta m. Me tiras el brazo por la espalda. Y empiezas a hablarme. Bal)dera.l y ban-deras. Delante y detrs_. Arriba y abajo; en la.1 arcada~ que de

    18

    pronto se improvisan en las calles; en los postes de telgrafo de la primera avenida; colgando de los laureles; en la~ puerta.\ y ventanas de todas la.1 ca.1a.1. Dispena.\ por el mela. Amarrada.\ a larga.1 retahila.1 de cordeles, agitadas por el viento. Banc dera.1. Mile.\ y mile.1 de bandera.\ colocada.\ con urgencia ha.1la en lo.\ ms mnimos recovecos. Trapos rojos y trapos negros. Papeles de colores. Papele.\, papeles. Trapos. Porque ya e.l-tamos entrando en Holgun. Y nosotros debajo de la.1 bandera.\. Y todos gritando. Soltando viva~. Cantando. Y delante: ban-dera.\, amarrada.\ a lo.\ palo.\ de la.1 e.1coba.1, a lo.1 trapeadore.l, a cualquier cuje, agitndose. Y los carros pitando constante-mente. Y todos los muchachos de la loma a un co.1tado de la calle. vindonos cruzar. "Ah van los rebeldes", grita alguien. "Ah van los rebeldes". Y _ya todos te rodean. Y las putas de la Chomba y de Pueblo Nuevo _ya .1e le acercan. Y una le loca la cara. "Pero qujoven es -dice-: ni siquiera tiene barba". Y t las mira.\ y te echa.\ a rer. Banderas, bandera.1. Y, de pronto, un esfruendo an mayor cue los dems es-truendos, y gritos de "paredn, paredn!". "Han cogido a un Tigre de Mansferrer", gritan todos y echan a correr rumbo al barullo. Los rebeldes tratan d'e evitar cue maten al esbirro; corren y l protegen ron los fu-siles. Una vi\ja se acerca y logra darle un golpe. El pue-blo brama. Pide la muerte. El esbirro no dice nada. Mira al frente. Parece estar en otro mundo. As seguimos avanzando por toda la avenida repleta de banderas. Hasta cue surge en medio de la calle, -frente a nosotros, una mujer alta y flaca. Cerrada de negro. Es la madre de una de las vctimas del esbirro. La mujer detiene la comitiva. "Por Dios -dice-, no lo maten, no lo maten. Castguenlo, pero no lo maten". Baada en lgrimas si-gue hablando. Peto ustedes, y todos nosotros, echa-mos a andar. La mujer va quedando atrs, en el centro de la ralle repleta de banderas. Llegamos al parque in-fantil. Ya casi es de noche. Alguien ha arreglado el

    19

  • 1

    !,

    '1

    '" r l

    !''' ;}' 1

    tendido elctrico y se encienden las luces. En todos los radios comienzan a sonar los himnos ms recientes que yo an no haba odo. Un grupo de rebeldes lleva al esbirro para el cuartel. T te quedas en el parque, rodeado de gente. Las mujeres de La Chomba te brindan cigarros. Te llevan para un banco y empiezan a hacerte preguntas. T hablas, siempre sonriendo; siem-pre mostrando la escopeta; pero si alguien trata de to-carla, t no se lo permites. Yo te sigo observando. Cada vez es ms la gel}te que te rodea, que te hace preguntas, que te elogia. Levanto la mano. Trato de despedirme, de decirte: "Ya nos veremos por ah". Pero no puedo acercarme. Todos te han rodeado. Es posible que te lleven a hombros. Ahora se oyen ms estruendo-sos los himnos. Alguien, a voz en cuello, los parodia junto a m. "Viva, viva", dicen unos muchachos hara-pientos parados sobre la fuente de las jicoteas. Me voy abriendo paso por un costado del parque, donde el tu-multo es menor. Es ya de noche. Suenan los primeros cohetes. De repente, el cielo estalla en fuegos artificia-les. Tomo la calle lO de Octubre y llego a mi barrio. Todos estn alborotados; algunos vecinos me saludan entusiasmados. Me apuro y llego a la casa. Mi madre y mis abuelos estn en el portal, esperndome. Los tres me abrazan al mismo tiempo. Los tres dicen: "Hijo". Yo entro en la casa. "Debes estar murindote de hambre -dice abuela-, quieres que te prepare algo". "No", digo. Y me siento en el comedor. En ese mo-mento entran Tjco y Lo urdes. "Y qu, caballn", me dice Tico. Yo le doy la mano y abrazo a Lourdes. En el radio, que mam acaba de prender, una mujer recita un poema patritic9. En la calle siguen retumbando los himnos. Y ahora llega abuelo, desde la venduta, con una bandera roja y negra y un 26 enorme en el centro. "Caray, muchacho", dice, y me entrega la ban-

    20

    dera. "Sal a la calle con ella -me dice mam-, todos los vecinos te estn esperando". Por un momento me quedo de pie, con la bandera en la mano. "Estoy can-sado", digo finalmente, y tiro la bandera en el bao. Prendo la luz. Me saco el cuchillo de la camisa y lo co-loco en el borde del inodoro. Antes de desvestirme contemplo mi miserable ropa de civil, sudorosa y mu-grienta. En el radio, la mujer sigue declamando con voz atronante. En la calle retumban los himnos y el bu-llicio de todo el pueblo. "Aprate -:-dice mi madre al otro lado de la puerta-; te estarnos esperando". No le respondo. Desnudo me coloco bajo la ducha y abro la llave. El agua cae sobre mi cabeza, rueda por mi cuerpo, llega al suelo completamente enrojecida por el polvo.

    1965

    21

    Yolanda

  • 1

    !,

    '1

    '" r l

    !''' ;}' 1

    tendido elctrico y se encienden las luces. En todos los radios comienzan a sonar los himnos ms recientes que yo an no haba odo. Un grupo de rebeldes lleva al esbirro para el cuartel. T te quedas en el parque, rodeado de gente. Las mujeres de La Chomba te brindan cigarros. Te llevan para un banco y empiezan a hacerte preguntas. T hablas, siempre sonriendo; siem-pre mostrando la escopeta; pero si alguien trata de to-carla, t no se lo permites. Yo te sigo observando. Cada vez es ms la gel}te que te rodea, que te hace preguntas, que te elogia. Levanto la mano. Trato de despedirme, de decirte: "Ya nos veremos por ah". Pero no puedo acercarme. Todos te han rodeado. Es posible que te lleven a hombros. Ahora se oyen ms estruendo-sos los himnos. Alguien, a voz en cuello, los parodia junto a m. "Viva, viva", dicen unos muchachos hara-pientos parados sobre la fuente de las jicoteas. Me voy abriendo paso por un costado del parque, donde el tu-multo es menor. Es ya de noche. Suenan los primeros cohetes. De repente, el cielo estalla en fuegos artificia-les. Tomo la calle lO de Octubre y llego a mi barrio. Todos estn alborotados; algunos vecinos me saludan entusiasmados. Me apuro y llego a la casa. Mi madre y mis abuelos estn en el portal, esperndome. Los tres me abrazan al mismo tiempo. Los tres dicen: "Hijo". Yo entro en la casa. "Debes estar murindote de hambre -dice abuela-, quieres que te prepare algo". "No", digo. Y me siento en el comedor. En ese mo-mento entran Tjco y Lo urdes. "Y qu, caballn", me dice Tico. Yo le doy la mano y abrazo a Lourdes. En el radio, que mam acaba de prender, una mujer recita un poema patritic9. En la calle siguen retumbando los himnos. Y ahora llega abuelo, desde la venduta, con una bandera roja y negra y un 26 enorme en el centro. "Caray, muchacho", dice, y me entrega la ban-

    20

    dera. "Sal a la calle con ella -me dice mam-, todos los vecinos te estn esperando". Por un momento me quedo de pie, con la bandera en la mano. "Estoy can-sado", digo finalmente, y tiro la bandera en el bao. Prendo la luz. Me saco el cuchillo de la camisa y lo co-loco en el borde del inodoro. Antes de desvestirme contemplo mi miserable ropa de civil, sudorosa y mu-grienta. En el radio, la mujer sigue declamando con voz atronante. En la calle retumban los himnos y el bu-llicio de todo el pueblo. "Aprate -:-dice mi madre al otro lado de la puerta-; te estarnos esperando". No le respondo. Desnudo me coloco bajo la ducha y abro la llave. El agua cae sobre mi cabeza, rueda por mi cuerpo, llega al suelo completamente enrojecida por el polvo.

    1965

    21

    Yolanda

  • 1

    '1 1

    CON LOS OJOS CERRAPOS

    A USTED ~ se lo voy a decir, porque s que si se lo cuen-to a usted no se me va a rer en la cara ni me va a rega-ar. Pero a mi madre no. A mam no le dir nada, por-que de hacerlo no dejara de pelearme y de regaarme. Y, aunque es casi seguro que ella tendra la razn, no quiero or ningn consejo ni advertencj~.

    Por eso. Porque s que usted no me va a decir nada, se lo digo todo.

    Ya que solamel),te tengo ocho aos voy todos los das a la escuela. Y aqu empieza la tragedia, pues debo le-vantarme bien temprano -cuando el ?_ixn~ que me re-gal la ta Grande Angela slo ha dado dos voces- por-que la escuela est bastante lejos.

    A eso de las seis de la maana empieza mam, a pe-learme para que ne levante y ya a las siete estoy sentado en la cama y estrujndome los ojos. Entonces todo lo tengo que hacer corriendo: ponerme la ropa corriendo, llegar corriendo hasta la escuela yentrar corriendo en la fila pues ya han tocado el timbre y la maestra est pa-rada en la puerta.

    Pero ayer fue diferente ya que la ta Grande Angela deba irse para Oriente y tena que coger el tren antes de las siete. Y se form un alboroto enorme en la casa. To-dos los vecinos vi1,1ieron a despedirla, y mam se puso tan nerviosa que se le cay la olla con el agua hirviendo en el piso cuando iba a pasar el agua por el colador para hacer el caf, y se le quem un pie.

    Con aquel escndalo tan insoportable no me qued ms remedio que despertarme. Y, ya que estaba des-pierto, pues me decid a levantarme.

    23

  • 1

    '1 1

    CON LOS OJOS CERRAPOS

    A USTED ~ se lo voy a decir, porque s que si se lo cuen-to a usted no se me va a rer en la cara ni me va a rega-ar. Pero a mi madre no. A mam no le dir nada, por-que de hacerlo no dejara de pelearme y de regaarme. Y, aunque es casi seguro que ella tendra la razn, no quiero or ningn consejo ni advertencj~.

    Por eso. Porque s que usted no me va a decir nada, se lo digo todo.

    Ya que solamel),te tengo ocho aos voy todos los das a la escuela. Y aqu empieza la tragedia, pues debo le-vantarme bien temprano -cuando el ?_ixn~ que me re-gal la ta Grande Angela slo ha dado dos voces- por-que la escuela est bastante lejos.

    A eso de las seis de la maana empieza mam, a pe-learme para que ne levante y ya a las siete estoy sentado en la cama y estrujndome los ojos. Entonces todo lo tengo que hacer corriendo: ponerme la ropa corriendo, llegar corriendo hasta la escuela yentrar corriendo en la fila pues ya han tocado el timbre y la maestra est pa-rada en la puerta.

    Pero ayer fue diferente ya que la ta Grande Angela deba irse para Oriente y tena que coger el tren antes de las siete. Y se form un alboroto enorme en la casa. To-dos los vecinos vi1,1ieron a despedirla, y mam se puso tan nerviosa que se le cay la olla con el agua hirviendo en el piso cuando iba a pasar el agua por el colador para hacer el caf, y se le quem un pie.

    Con aquel escndalo tan insoportable no me qued ms remedio que despertarme. Y, ya que estaba des-pierto, pues me decid a levantarme.

    23

  • 1 1

    !

    1'

    La ta Grande ngela, despus de muchos besos y abrazos, pudo marcharse. Y yo sal en seguida para la escuela, aunque todava era bastante temprano.

    Hoy no tengo que ir corriendo, me dije casi son-riente. Y ech a andar bastante despacio por cierto. Y cuando fui a cruzar la clle me tropec con un gato que estaba acostado en el contn de la acera. Vaya lugar que escogiste para dormir -le dije-, y lo toqu con la punta del pie. Pero no se movi. Entonces me agach juntb a l y pude comprobar que estaba muerto. El pobre, pen-s, seguramente lo arroll algun mquina, y alguien lo tir en ese rincn para que no lo siguieran aplastando. Qu lstima, porque era un gato grande y de color ama-rillo que seguramente no tena ningn deseo de mo-rirse. Pero bueno: ya no tiene remedio. Y segu an-dando.

    Como todava era temprano me llegu hasta la dul-cera, porque aunque est lt:jos de la escuela, hay siem-pre dulces frescos y sabrosos. En esta dulcera hay tam-bin dos viejitas de pie en la entrada, con una jaba cada una, y las manos extendidas, pidiendo limosnas ... Un da yo le di un medio a cada una, y las dos me dijeron al mismo tiempo: "Dios te haga un santo". Eso me dio mucha risa y cog y volv a poner otros dos medios entre aquellas manos tan arrugadas y pecosas. Y ellas volvie-ron a repetir "Dios te haga un santo", pero ya no tena tantas ganas de rerme. Y desde entonces, cada vez que paso por all, me miran con sus caras de pasas pcaras y no me queda ms remedio que darles un medio a cada una. Pero ayer s que no -poda darles nada, ya que hasta la peseta de la merienda la gast en tortas de cho-colate. Y por eso sal por la puerta de atrs, para que las vit:jitas no me vieran.

    Ya slo me faltaba cruzar el puente, caminar dos cuadras y llegar a la escuela.

    24

    1

    1

    En ese puente me par un momento porque sent una algaraba enorme all abajo, en la orilla del ro. Me arreguind a la baranda y mir: un coro de muchachos de todos tamaos tenan acorralada una rata de agua en un rincn y la acosaban con gritos y pedradas. La rata corra de un extremo a otro del rincn, pero no tena es-capatoria y soltaba unos chillidos estrechos y desespera-dos. Por fin, uno de los muchachos cogi una vara de bamb y golpe con fuerza sobre el lomo de la rata, re-ventndola. Entonces todos los dems corrieron hasta donde estaba el animal y tornndolo, entre saltos y gri-tos de triunfo, la arrojaron hasta el centro del ro. Pero la rata muerta no se hundi. Sigui flotando bocarriba hasta perderse en la corriente.

    Los muchachos se fueron con la algaraba hasta otro rip.cn del ro. Y yo tambin ech a andar.

    Caramba -me dije-, qu fcil es caminar sobre el puente. Se puede hacer hasta con los ~jos cerrados, pues a un lado tenemos las rejas que no lo dejan a uno caer al agua, y del otro, el contn de la acera que nos avisa antes de que pisemos la calle. Y para comprobarlo cerr los ojos y segu caminando. Al principio me sujetaba con una mano a la baranda del'Juente, pero luego ya no fue necesario. Y segu caminando con los ~jos cerrados. Y no se lo vaya usted a decir a mi madre, pero con los ojos cerrados uno ve muchas cosas, y hasta mejor que si los llevramos. abiertos ... Lo primero que vi fue una gran nube amarillenta que brillaba unas veces m~ fuerte que otras, igual que el sol cuando se va cayendo entre los r-boles. Entonces apret los prpados bien duros y la nube rojiza se volvi de color azul. Pero no solamente azul, sino verde. Verde y morada. Morada brillante como si fuese un arcoiris de esos que salen cuando ha llovido mucho y la tierra est casi ahogada.

    Y, con los ojos cerrados, me puse a pensar en las ca-

    25

  • 1 1

    !

    1'

    La ta Grande ngela, despus de muchos besos y abrazos, pudo marcharse. Y yo sal en seguida para la escuela, aunque todava era bastante temprano.

    Hoy no tengo que ir corriendo, me dije casi son-riente. Y ech a andar bastante despacio por cierto. Y cuando fui a cruzar la clle me tropec con un gato que estaba acostado en el contn de la acera. Vaya lugar que escogiste para dormir -le dije-, y lo toqu con la punta del pie. Pero no se movi. Entonces me agach juntb a l y pude comprobar que estaba muerto. El pobre, pen-s, seguramente lo arroll algun mquina, y alguien lo tir en ese rincn para que no lo siguieran aplastando. Qu lstima, porque era un gato grande y de color ama-rillo que seguramente no tena ningn deseo de mo-rirse. Pero bueno: ya no tiene remedio. Y segu an-dando.

    Como todava era temprano me llegu hasta la dul-cera, porque aunque est lt:jos de la escuela, hay siem-pre dulces frescos y sabrosos. En esta dulcera hay tam-bin dos viejitas de pie en la entrada, con una jaba cada una, y las manos extendidas, pidiendo limosnas ... Un da yo le di un medio a cada una, y las dos me dijeron al mismo tiempo: "Dios te haga un santo". Eso me dio mucha risa y cog y volv a poner otros dos medios entre aquellas manos tan arrugadas y pecosas. Y ellas volvie-ron a repetir "Dios te haga un santo", pero ya no tena tantas ganas de rerme. Y desde entonces, cada vez que paso por all, me miran con sus caras de pasas pcaras y no me queda ms remedio que darles un medio a cada una. Pero ayer s que no -poda darles nada, ya que hasta la peseta de la merienda la gast en tortas de cho-colate. Y por eso sal por la puerta de atrs, para que las vit:jitas no me vieran.

    Ya slo me faltaba cruzar el puente, caminar dos cuadras y llegar a la escuela.

    24

    1

    1

    En ese puente me par un momento porque sent una algaraba enorme all abajo, en la orilla del ro. Me arreguind a la baranda y mir: un coro de muchachos de todos tamaos tenan acorralada una rata de agua en un rincn y la acosaban con gritos y pedradas. La rata corra de un extremo a otro del rincn, pero no tena es-capatoria y soltaba unos chillidos estrechos y desespera-dos. Por fin, uno de los muchachos cogi una vara de bamb y golpe con fuerza sobre el lomo de la rata, re-ventndola. Entonces todos los dems corrieron hasta donde estaba el animal y tornndolo, entre saltos y gri-tos de triunfo, la arrojaron hasta el centro del ro. Pero la rata muerta no se hundi. Sigui flotando bocarriba hasta perderse en la corriente.

    Los muchachos se fueron con la algaraba hasta otro rip.cn del ro. Y yo tambin ech a andar.

    Caramba -me dije-, qu fcil es caminar sobre el puente. Se puede hacer hasta con los ~jos cerrados, pues a un lado tenemos las rejas que no lo dejan a uno caer al agua, y del otro, el contn de la acera que nos avisa antes de que pisemos la calle. Y para comprobarlo cerr los ojos y segu caminando. Al principio me sujetaba con una mano a la baranda del'Juente, pero luego ya no fue necesario. Y segu caminando con los ~jos cerrados. Y no se lo vaya usted a decir a mi madre, pero con los ojos cerrados uno ve muchas cosas, y hasta mejor que si los llevramos. abiertos ... Lo primero que vi fue una gran nube amarillenta que brillaba unas veces m~ fuerte que otras, igual que el sol cuando se va cayendo entre los r-boles. Entonces apret los prpados bien duros y la nube rojiza se volvi de color azul. Pero no solamente azul, sino verde. Verde y morada. Morada brillante como si fuese un arcoiris de esos que salen cuando ha llovido mucho y la tierra est casi ahogada.

    Y, con los ojos cerrados, me puse a pensar en las ca-

    25

  • lles y en las cosas; sin d~jar de andar. Y vi a nn tia Grande ngela saliendo de la casa. Pero no con el ves-tido de bolas rojas que es el que siempre se pone cuando va para Oriente, sino con un vestido largo y blanco. Y de tan alta que es pareca un palo de telfono envuelto en una sbana. Pero se vea bien.

    Y segu andando. Y me tropec de nuevo con el gato en el contn. Pero esta vez, cuando lo roc con la punta del pie, dio un salto y sali corriendo, Sali corriendo el gato amarillo brillante porque estaba vivo y se asust cuando lo despert. Y yo me re muchsimo cuando lo vi desaparecer, desmandado y con el lomo erizado quepa-reca soltar chispas.

    Segu caminando, con los ojos desde luego bien ce-rrados. Y as fue como llegu de nuevo a la dulcera. Pero como no poda comprarme ningn dulce pues ya me haba gastado hasta la ltima peseta de la merienda, me conform con mirarlos a travs de la vidriera. Y es-taba as, mirndolos, cuando oigo dos voces detrs del mostrador que me dicen: "No quieres comerte algn dulce?" Y cuando alc la cabeza vi que las dependientes eran las dos viejitas que siempre estaban pidiendo limos-nas a la entrada de la dulcera. No supe qu decir. Pero ellas parece que adivinaron mis deseos y sacaron, son-rientes, una torta grande y casi colorada hecha de cho-colate y de almendras. Y me la pusieron en las manos.

    Y yo me volv loco de alegra con aquella torta tan grande y sal a la calle.

    Cuando iba por el puente con la torta entre las ma-nos, o de nuevo el escndalo de los muchahos. Y kan los ~jos cerrados) me asom por la baranda del puente y los vi all abajo, nadando apresurados hasta el centro del ro para salvar una rata de agua, pues la pobre pa-rece que estaba enferma y no poda nadar.

    Los muchachos sacaron la rata temblorosa del agua

    26

    1'1

    1

    y la depositaron sobre una piedra del arenal para que se o~eara con el sol. Entonces los fui a llamar para que vi-meran hasta donde yo estaba y comernos todos juntos la torta de chocolate, pues yo solo no iba a poder co-merme aquella torta tan grande.

    Palabra que los iba a llamar. Y hasta levant las ma-nos con la torta y todo encima para que la vieran y no

    f~e~an a cree~ que era mentira lo que.,les iba a decir, y vi meran cornendo. Pero entonces, "puch", me pas el camin :asi por arriba en medio de la calle que era

    . donde, sm darme cuenta, me haba parado. Y aqu me ve usted: con las piernas blancas por el es-

    paradrapo y el yeso. Tan blancas como las paredes de este cuarto, d9nde slo entran mujeres vestidas de blanco para darme un pinchazo o una pastilla tambin blanca.

    Y no crea que lo que le he contado es mentira. No vaya a pensar que. porque tengo un poco de fiebre y a

    c~da rato m~ queo del dolor en las piernas, estoy di-nendo ment~ras, porque no es as. Y si usted quiere comprobar si fue verdad, vaya al puente, que segura-mente debe estar todava, toda desparramada sobre el asfalto, la torta grande y casi colorada, hecha de choco-late y almendras, que me regalaron sonr:ientes las dos vi~jecitas de la dulcera.

    1964

    27

  • lles y en las cosas; sin d~jar de andar. Y vi a nn tia Grande ngela saliendo de la casa. Pero no con el ves-tido de bolas rojas que es el que siempre se pone cuando va para Oriente, sino con un vestido largo y blanco. Y de tan alta que es pareca un palo de telfono envuelto en una sbana. Pero se vea bien.

    Y segu andando. Y me tropec de nuevo con el gato en el contn. Pero esta vez, cuando lo roc con la punta del pie, dio un salto y sali corriendo, Sali corriendo el gato amarillo brillante porque estaba vivo y se asust cuando lo despert. Y yo me re muchsimo cuando lo vi desaparecer, desmandado y con el lomo erizado quepa-reca soltar chispas.

    Segu caminando, con los ojos desde luego bien ce-rrados. Y as fue como llegu de nuevo a la dulcera. Pero como no poda comprarme ningn dulce pues ya me haba gastado hasta la ltima peseta de la merienda, me conform con mirarlos a travs de la vidriera. Y es-taba as, mirndolos, cuando oigo dos voces detrs del mostrador que me dicen: "No quieres comerte algn dulce?" Y cuando alc la cabeza vi que las dependientes eran las dos viejitas que siempre estaban pidiendo limos-nas a la entrada de la dulcera. No supe qu decir. Pero ellas parece que adivinaron mis deseos y sacaron, son-rientes, una torta grande y casi colorada hecha de cho-colate y de almendras. Y me la pusieron en las manos.

    Y yo me volv loco de alegra con aquella torta tan grande y sal a la calle.

    Cuando iba por el puente con la torta entre las ma-nos, o de nuevo el escndalo de los muchahos. Y kan los ~jos cerrados) me asom por la baranda del puente y los vi all abajo, nadando apresurados hasta el centro del ro para salvar una rata de agua, pues la pobre pa-rece que estaba enferma y no poda nadar.

    Los muchachos sacaron la rata temblorosa del agua

    26

    1'1

    1

    y la depositaron sobre una piedra del arenal para que se o~eara con el sol. Entonces los fui a llamar para que vi-meran hasta donde yo estaba y comernos todos juntos la torta de chocolate, pues yo solo no iba a poder co-merme aquella torta tan grande.

    Palabra que los iba a llamar. Y hasta levant las ma-nos con la torta y todo encima para que la vieran y no

    f~e~an a cree~ que era mentira lo que.,les iba a decir, y vi meran cornendo. Pero entonces, "puch", me pas el camin :asi por arriba en medio de la calle que era

    . donde, sm darme cuenta, me haba parado. Y aqu me ve usted: con las piernas blancas por el es-

    paradrapo y el yeso. Tan blancas como las paredes de este cuarto, d9nde slo entran mujeres vestidas de blanco para darme un pinchazo o una pastilla tambin blanca.

    Y no crea que lo que le he contado es mentira. No vaya a pensar que. porque tengo un poco de fiebre y a

    c~da rato m~ queo del dolor en las piernas, estoy di-nendo ment~ras, porque no es as. Y si usted quiere comprobar si fue verdad, vaya al puente, que segura-mente debe estar todava, toda desparramada sobre el asfalto, la torta grande y casi colorada, hecha de choco-late y almendras, que me regalaron sonr:ientes las dos vi~jecitas de la dulcera.

    1964

    27

  • ~----------~----_.~~--------~--_.~._--~~~--._--~~~lllllllllllllll .... lllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll ~~'.' ,,

    \''

    '1 11

    LA VIEJA ROSA

    PoR. LTIMO sali al patio, casi envuelta en las llamas, se recost a la mata de tamarindo que ya no floreca, y empez a llorar en tal forma que, el llanto pareca no haber comenzado nunca, sino estar all desde siem-pre, baando sus ojos, produciendo ese ruido como de crujidos, igual al de la casa en el momento en qe las llarnas hicieron tambalear los troncos ms fuertes, y aquel andamiaje centelleante viniese abajo entre un enorme chisporroteo que atraves la noche como una explosin de fuegos artificiales. Segua llorando, y el rostro, cubierto por una aureola rojiza, pareca, por momentos, el de una nia desorientada en medio de esas tormentas que solamente suceden en las ilus-traciones alucinantes de los cuentos de brujas y otras fan-tasmagoras que ella nunca haba ledo. Pero a veces, cuando las llamas estallaban casi delante de sus ~jos, chamuscndole las pestaas, su cara se deslumbraba con todas las caractersticas que el tiempo se haba encargado de ensartarle. Entonces se vea

    1 claramente,

    que se trataba de una vi~ja. Y de haber pasado al-guien del barrio, habra confirmado que aquella mujer no poda ser otra que La Vit:i.a Rosa. Los tizones, an llameantes, saltaban por los aires y caan sobre las altas yerbas del patio. El fuego se multiplicaba, alzndose de pronto por todos los sitios y amenazando con ful-minar a la mujer, a la que se le haca cada vez ms di-fcil la respiracin. Estaba rodeada por las llamas, y de haber gritado posiblemente nadie hubiese odo su lla-mada, confundida con el crepitar de las yerbas y el esta-

  • ~----------~----_.~~--------~--_.~._--~~~--._--~~~lllllllllllllll .... lllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll ~~'.' ,,

    \''

    '1 11

    LA VIEJA ROSA

    PoR. LTIMO sali al patio, casi envuelta en las llamas, se recost a la mata de tamarindo que ya no floreca, y empez a llorar en tal forma que, el llanto pareca no haber comenzado nunca, sino estar all desde siem-pre, baando sus ojos, produciendo ese ruido como de crujidos, igual al de la casa en el momento en qe las llarnas hicieron tambalear los troncos ms fuertes, y aquel andamiaje centelleante viniese abajo entre un enorme chisporroteo que atraves la noche como una explosin de fuegos artificiales. Segua llorando, y el rostro, cubierto por una aureola rojiza, pareca, por momentos, el de una nia desorientada en medio de esas tormentas que solamente suceden en las ilus-traciones alucinantes de los cuentos de brujas y otras fan-tasmagoras que ella nunca haba ledo. Pero a veces, cuando las llamas estallaban casi delante de sus ~jos, chamuscndole las pestaas, su cara se deslumbraba con todas las caractersticas que el tiempo se haba encargado de ensartarle. Entonces se vea

    1 claramente,

    que se trataba de una vi~ja. Y de haber pasado al-guien del barrio, habra confirmado que aquella mujer no poda ser otra que La Vit:i.a Rosa. Los tizones, an llameantes, saltaban por los aires y caan sobre las altas yerbas del patio. El fuego se multiplicaba, alzndose de pronto por todos los sitios y amenazando con ful-minar a la mujer, a la que se le haca cada vez ms di-fcil la respiracin. Estaba rodeada por las llamas, y de haber gritado posiblemente nadie hubiese odo su lla-mada, confundida con el crepitar de las yerbas y el esta-

  • 1

    ' ' .. ,.

    1 ~ '1

    '1' : '~

    '1

    se* n ..

    llido de los rboles que al momento se dispersaban en el aire convertidos en breves remolinos de ceniza. Estaba rodeada por el fuego, y en otros ti~mps hu?iese dic~o aterrada, o, por lo menos, lo hub1ese n1_1a~mado: ~ws mo, he aqu el infierno. Y aun cuando se smuese perd1d~ hubiese comenzado a rezar. Pero ahora no rezaba, m llamaba, ni siquiera vea el fuego que ya salt~ba intra?-quilo hasta su falda. Vea, eso s, otras reah~ades aun ms importantes para ella. A su lado no hab1a llamas, ni yerbas, ni crujidos, ni siquiera los restos de la casa abrasndose; y ella era solamente Rosa, p~es a ~_ladie se le hubiese ocurrido agregarle a esa mu.1er tan JO-ven (con aquellas piernas ~ormidables~ que nad_ie sa?a cmo poda conservarlas sm un rasguno), ~~ cahficauvo de la vieja. E.ra solamente Rosa. Rosa la hiJa de Tano; Rosa, la ms chiquita de la familia; Rosa, la que ha?a al-canzado a or los radios de pilas; Rosa, la de las p1ernas sin naras. Rosa la de Pablo. Y Pablo lleg, como to-dos los domingos, y se dirigi a la casa, sonando _las espuelas, silbando, caminando con ese andar d~ potnco joven que superaba al del caballo en el que se 1ba ya el atardecer, despu~s de haber hablado durante un rato con el viejo, despus de haberl_e cogido las mano~. a ella, y de haberle dicho que-lo dt:Jara sentar en el sofa, a su la-do, pues muy pronto sera la boda. fero ella, como siempre, no solamente le prohibi sentar.se ~ su lado, sino que tambin retir la mano y menc10~~ _la p~labra honor, yfamilia, y mpeto. Y Pablo se mov1o mqmeto en la silla, y cuando lleg la hora de march~rse se puso de pie muy serio, con las manos en los bolsillos. Y ~h~ra, el estallido de los ltitDOS horcones de la casa comn-di con el estallido de los polleras y el de la mata de anoncil\os, y un grupo de p~jaros, entre chillidos, caye-ron chamuscados delante de sus ojos que no vieron na-da. La mata de tamarindo resplandeci rojiza y las ra-

    30

    mas ms bajas cr~jieron suavemente al ser tocadas por las primeras llamas. Era el da de la boda, y ella fue, como siempre, a darle el maz a las gallinas, y tent a las que estaban por poner, y mat de una pedrada a un ratn que se coma los pollos recin nacidos; luego fue al pozo, carg un cubo de agua fra y se ba en el excusado, detrs de la prensa de las calabazas y el maz. Los invitados fueron llegando y ella los salud a todos, y les brind turrones de coco, y un ponche bastante aguado, casi una limonada. Y la casa se fue llenando de gente y hasta estaban all las hijas de los Pupas. La1 muy puta1, pens. Y se puso furiosa. Y le dijo a la lnadre que las botara de la casa o no habra boda. Pero en ese momento vena Pablo del manga!; haba amarrado el caballo y estaba ya en el corredor. Entr el novio, y un barullo enorme se alz entre los invitados; los ms jvenes fueron a saludarlo, y le dieron palma-ditas en la espalda, y le hablaron, sonriendo, a los odos. Qu dichosa eres, se atrevi a .decide una de las Pupas, con voz maliciosa y mirando hacia Pablo. Pero ella no le contest; vir los ~jos, le dio la espalda y fue hasta la cocina donde la madre y otras vit:jas del barrio preparaban la comida y los dulces. Los turrones de coco no van a alcanzar, dijo. Al poco rato se vio bajar un automvil por la sabana. Todos los muchachos sa-lieron al corredor. Ah viene el cura, gritaron. Y fueron hasta la talanquera, y contemplaron solemnes cmo aquel hombre prominente, vestido con una bata ne-gra y sandalias, bajaba del auto, los saludaba y echa-ba a andar hacia la casa. Entr el ~cura en la sala y todos se pusieron de pie; algunos hombres se persignaron y las mujeres le llevaron los nios de brazo para que les diese la bendicin. El cura averigu cuntos nios estaban sin bautizar y propuso un bautizo colectivo para la semana siguiente. Luego comenz la boda. Rosa

    31

  • 1

    ' ' .. ,.

    1 ~ '1

    '1' : '~

    '1

    se* n ..

    llido de los rboles que al momento se dispersaban en el aire convertidos en breves remolinos de ceniza. Estaba rodeada por el fuego, y en otros ti~mps hu?iese dic~o aterrada, o, por lo menos, lo hub1ese n1_1a~mado: ~ws mo, he aqu el infierno. Y aun cuando se smuese perd1d~ hubiese comenzado a rezar. Pero ahora no rezaba, m llamaba, ni siquiera vea el fuego que ya salt~ba intra?-quilo hasta su falda. Vea, eso s, otras reah~ades aun ms importantes para ella. A su lado no hab1a llamas, ni yerbas, ni crujidos, ni siquiera los restos de la casa abrasndose; y ella era solamente Rosa, p~es a ~_ladie se le hubiese ocurrido agregarle a esa mu.1er tan JO-ven (con aquellas piernas ~ormidables~ que nad_ie sa?a cmo poda conservarlas sm un rasguno), ~~ cahficauvo de la vieja. E.ra solamente Rosa. Rosa la hiJa de Tano; Rosa, la ms chiquita de la familia; Rosa, la que ha?a al-canzado a or los radios de pilas; Rosa, la de las p1ernas sin naras. Rosa la de Pablo. Y Pablo lleg, como to-dos los domingos, y se dirigi a la casa, sonando _las espuelas, silbando, caminando con ese andar d~ potnco joven que superaba al del caballo en el que se 1ba ya el atardecer, despu~s de haber hablado durante un rato con el viejo, despus de haberl_e cogido las mano~. a ella, y de haberle dicho que-lo dt:Jara sentar en el sofa, a su la-do, pues muy pronto sera la boda. fero ella, como siempre, no solamente le prohibi sentar.se ~ su lado, sino que tambin retir la mano y menc10~~ _la p~labra honor, yfamilia, y mpeto. Y Pablo se mov1o mqmeto en la silla, y cuando lleg la hora de march~rse se puso de pie muy serio, con las manos en los bolsillos. Y ~h~ra, el estallido de los ltitDOS horcones de la casa comn-di con el estallido de los polleras y el de la mata de anoncil\os, y un grupo de p~jaros, entre chillidos, caye-ron chamuscados delante de sus ojos que no vieron na-da. La mata de tamarindo resplandeci rojiza y las ra-

    30

    mas ms bajas cr~jieron suavemente al ser tocadas por las primeras llamas. Era el da de la boda, y ella fue, como siempre, a darle el maz a las gallinas, y tent a las que estaban por poner, y mat de una pedrada a un ratn que se coma los pollos recin nacidos; luego fue al pozo, carg un cubo de agua fra y se ba en el excusado, detrs de la prensa de las calabazas y el maz. Los invitados fueron llegando y ella los salud a todos, y les brind turrones de coco, y un ponche bastante aguado, casi una limonada. Y la casa se fue llenando de gente y hasta estaban all las hijas de los Pupas. La1 muy puta1, pens. Y se puso furiosa. Y le dijo a la lnadre que las botara de la casa o no habra boda. Pero en ese momento vena Pablo del manga!; haba amarrado el caballo y estaba ya en el corredor. Entr el novio, y un barullo enorme se alz entre los invitados; los ms jvenes fueron a saludarlo, y le dieron palma-ditas en la espalda, y le hablaron, sonriendo, a los odos. Qu dichosa eres, se atrevi a .decide una de las Pupas, con voz maliciosa y mirando hacia Pablo. Pero ella no le contest; vir los ~jos, le dio la espalda y fue hasta la cocina donde la madre y otras vit:jas del barrio preparaban la comida y los dulces. Los turrones de coco no van a alcanzar, dijo. Al poco rato se vio bajar un automvil por la sabana. Todos los muchachos sa-lieron al corredor. Ah viene el cura, gritaron. Y fueron hasta la talanquera, y contemplaron solemnes cmo aquel hombre prominente, vestido con una bata ne-gra y sandalias, bajaba del auto, los saludaba y echa-ba a andar hacia la casa. Entr el ~cura en la sala y todos se pusieron de pie; algunos hombres se persignaron y las mujeres le llevaron los nios de brazo para que les diese la bendicin. El cura averigu cuntos nios estaban sin bautizar y propuso un bautizo colectivo para la semana siguiente. Luego comenz la boda. Rosa

    31

  • ,i i

    - r.

    se vio rodeada por las luces de las altas velas, refulgien-do entre las arecas que la madre haba colocado e,n el improvisado altar; mir a Pablo que ahora, muy serio, contemplaba cmo el cura esparca la bendicin le-vantando una mano, ms all observ las cabezas inclinadas de los invitados, los muchachos encara-mados en las ventanas, las viejas llorosas sonndose la nariz en los rincones, las hijas de los Pupos, tristes, mirndola a ella desde el centro de la sala donde el resplandor de la tarde entraba por la puerta y las ba-aba a raudales, dndoles un aire de completa desola-cin. Entonces, ella las mir fijamente, corno retn-dolas, y se sonri. A medianoche salieron los dos, ella y Pablo, de la casa; l delante, sobre la montura del caballo; ella en las ancas, sujetndose a la cintura del hombre. El caballo dio un respingo, Pablo lo espole; y los tres se perdieron por la sabana. Luego cogieron el camino real. Al llegar a un recodo de rboles que bor-deaban un arroyo, Pablo detuvo el caballo; baj de un salto; la tom a ella por la cintura y la sent sobre los altos yerbazales. No puedo llegar hasta la casa, dijo l. Vamos a quedarnos aqu y despus seguimos. Rosa, ya estamos casados, sigui diciendo. Y respiraba con fuer-za. Y la voz le sala muy ronca y baja. Ella, todava atur-dida por la carrera a caballo, no saba qu decir. Falta muchsimo, dijo l, y la abraz. Y ella sinti como otro brazo potente que le rozaba los muslos. Y de pron-to se zaf del hombre, lo miro casi aterrada, le dio una bofetada y ech a correr rumbo al caballo que se co-ma impasible las margaritas del arroyo. Muy serios siguieron caminando, y ya de madrugada llegaron a la casa. El comenz a preparar el caf, y ella mientras se quitaba los ?apatos, oy cantar los grillos y pen-s, con alegra, que pronto sera de maana. Luego en-traron al cuarto. Un ramal de fuego cruz por entre los

    32

    itamorreales, carboniz el caballo muerto sobre el can-tero de los lirios amarillos, y se esparci, como una ola candente, por sobre la yerba de Guinea que al momento estall entre los escarceos de las gallinas que revolotea-ban asustadas; las llamas siguieron extendindose, cru-zaron la cerca de alambre y llegaron al mayal vie:jo que al instante empez a arder como una larga mecha bien empapada en combustible. El fuego lleg hasta los sem-brados, y el maizal ya amarillento, ~repid con furia, desapareciendo con un profundo resplandor. Algunas lechuzas, enceguecidas, volaban sin rumbo, cayendo a veces donde el crculo de las llamas era ms poderoso. La Vieja Rosa segua Horando a un ritmo acompasado, sin aur.nentar ni disminuir la intensidad, sin prestar aten-cin al fuego que de vez en cuando pareca querer saltar hasta sus manos. La primera noche no sucedi nada. Pablo se quit la camisa, se acost junto a ella y le pas los brazos por las caderas. Ella permaneca vestida, y cuando l fue a quitarse los pantalones, dio .un grito. Es, toy cansada, dijo luego, ms tranquila; maana ser dis-tinto. l no termin de desabotonarse el pantaln; se sent en la cama, le cogi las manos y, abrazndola, se acost de nuevo a su lado. Rosa segua con los ojos abiertos, mirando el techo que no se vea. Y pensaba si no era pecado a pesar de todo, a pesar de estar cansada y a pesar de que el cura la haba bendecido. Virgen sant-sima, pensaba, a lo me:jor yo no he nacido para estas co-sas. As se qued dormida. Por la maana, Pablo la des-pert, trayndole hasta la cama una taza de caf. Con el vestido estrujado se puso de pie, tom el caf y sali al patio. Pablo fue hasta ella; muy despacio se le acerc por detrs, pasndole la mano por los senos. No tienes ni un santo en el cuarto, dijo entonces ella, sin mirarlo. Maana vamos a traer los mos. En cuanto se hizo de noche se acostaron. Rosa se tir en la cama con el vest-

    33

  • ,i i

    - r.

    se vio rodeada por las luces de las altas velas, refulgien-do entre las arecas que la madre haba colocado e,n el improvisado altar; mir a Pablo que ahora, muy serio, contemplaba cmo el cura esparca la bendicin le-vantando una mano, ms all observ las cabezas inclinadas de los invitados, los muchachos encara-mados en las ventanas, las viejas llorosas sonndose la nariz en los rincones, las hijas de los Pupos, tristes, mirndola a ella desde el centro de la sala donde el resplandor de la tarde entraba por la puerta y las ba-aba a raudales, dndoles un aire de completa desola-cin. Entonces, ella las mir fijamente, corno retn-dolas, y se sonri. A medianoche salieron los dos, ella y Pablo, de la casa; l delante, sobre la montura del caballo; ella en las ancas, sujetndose a la cintura del hombre. El caballo dio un respingo, Pablo lo espole; y los tres se perdieron por la sabana. Luego cogieron el camino real. Al llegar a un recodo de rboles que bor-deaban un arroyo, Pablo detuvo el caballo; baj de un salto; la tom a ella por la cintura y la sent sobre los altos yerbazales. No puedo llegar hasta la casa, dijo l. Vamos a quedarnos aqu y despus seguimos. Rosa, ya estamos casados, sigui diciendo. Y respiraba con fuer-za. Y la voz le sala muy ronca y baja. Ella, todava atur-dida por la carrera a caballo, no saba qu decir. Falta muchsimo, dijo l, y la abraz. Y ella sinti como otro brazo potente que le rozaba los muslos. Y de pron-to se zaf del hombre, lo miro casi aterrada, le dio una bofetada y ech a correr rumbo al caballo que se co-ma impasible las margaritas del arroyo. Muy serios siguieron caminando, y ya de madrugada llegaron a la casa. El comenz a preparar el caf, y ella mientras se quitaba los ?apatos, oy cantar los grillos y pen-s, con alegra, que pronto sera de maana. Luego en-traron al cuarto. Un ramal de fuego cruz por entre los

    32

    itamorreales, carboniz el caballo muerto sobre el can-tero de los lirios amarillos, y se esparci, como una ola candente, por sobre la yerba de Guinea que al momento estall entre los escarceos de las gallinas que revolotea-ban asustadas; las llamas siguieron extendindose, cru-zaron la cerca de alambre y llegaron al mayal vie:jo que al instante empez a arder como una larga mecha bien empapada en combustible. El fuego lleg hasta los sem-brados, y el maizal ya amarillento, ~repid con furia, desapareciendo con un profundo resplandor. Algunas lechuzas, enceguecidas, volaban sin rumbo, cayendo a veces donde el crculo de las llamas era ms poderoso. La Vieja Rosa segua Horando a un ritmo acompasado, sin aur.nentar ni disminuir la intensidad, sin prestar aten-cin al fuego que de vez en cuando pareca querer saltar hasta sus manos. La primera noche no sucedi nada. Pablo se quit la camisa, se acost junto a ella y le pas los brazos por las caderas. Ella permaneca vestida, y cuando l fue a quitarse los pantalones, dio .un grito. Es, toy cansada, dijo luego, ms tranquila; maana ser dis-tinto. l no termin de desabotonarse el pantaln; se sent en la cama, le cogi las manos y, abrazndola, se acost de nuevo a su lado. Rosa segua con los ojos abiertos, mirando el techo que no se vea. Y pensaba si no era pecado a pesar de todo, a pesar de estar cansada y a pesar de que el cura la haba bendecido. Virgen sant-sima, pensaba, a lo me:jor yo no he nacido para estas co-sas. As se qued dormida. Por la maana, Pablo la des-pert, trayndole hasta la cama una taza de caf. Con el vestido estrujado se puso de pie, tom el caf y sali al patio. Pablo fue hasta ella; muy despacio se le acerc por detrs, pasndole la mano por los senos. No tienes ni un santo en el cuarto, dijo entonces ella, sin mirarlo. Maana vamos a traer los mos. En cuanto se hizo de noche se acostaron. Rosa se tir en la cama con el vest-

    33

  • ''

    1: ' i

    do que hab~ usado durante el da, pero Pablo, antes que ella pud1e~e protestar, se quit toda la ropa, y des-nudo se acosto a su lado. Durante mucho rato estuvie-ron los dos en silencio. Poco a poco fue distinguiendo su cara, el pelo _revuelto que le caa sobre los ojos; lue-go, con gran cm dado, baj la vista y contempl el pecho repleto de vellos, la cintura; y, por ltimo, llev su mi-rada hasta los muslos, y all se detuvo, aterrada ante aquel m~sculo prominente que se ergua, brillante, en-tre las piernas del hombre. Pablo no hablaba, con las manos cruzadas bajo la cabeza segua bocarriba, miran-do sin ver el techo; y aunque algunas veces senta deseos de arrancarle el vestido, permaneca quieto; el sexo, muy tenso, testimoniaba la urgencia casi dolorosa de penetrarla. As pasaron la noche. Pero al amanecer no pudo m~s, y casi llorando acerc su cara a la de R