Aranguren El Marxismo Como Moral

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José Luis López Aranguren El marxismo como moral 2 José Luis L. Aranguren: El marxismo como moral El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid

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  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 2

    Jos Luis L. Aranguren:El marxismo como moral

    El Libro de Bolsillo Alianza Editorial

    Madrid

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 3

    Jos Luis Lpez Aranguren Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1968 Mrtires Concepcionistas, 11; T 256 5957 Depsito legal: M. 19.135-1967 Cubierta: Daniel Gil Impreso en Espaa por Ediciones Castilla, S. A., Maestro Alonso, 21, Madrid

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    Indice

    Advertencia previa

    1. Introduccin

    2. Sentido de la palabra marxismo

    2.1 Dimensin emocional 2.11 Dimensin emocional negativa 2.12 Dimensin emocional positiva

    2.2 Dimensin descriptiva y cognitiva 2.21 Sentido sociolgico 2.22 Sentido econmico 2.23 Sentido poltico .....

    3. Crtica de los sentidos de la palabra marxismo . 3.1 Dimensin cognitiva

    3.11 Sentido sociolgico 3.12 Sentido econmico 3.13 Sentido poltico

    3.2 Dimensin emotiva

    4. Marxismo como moral 4.1 Ciencismo y voluntarismo 4.2 Sentido histrico-moral de la obra de Marx

    5. Moral poltica del marxismo 5.1 Moral y Revolucin 5.2 Revolucin y violencia

    6. Marxismo y moral en la historia 6.1 El problema moral en Marx 6.2 El revisionismo marxista y la moral 6.3 El leninismo 6.4 Humanismo moral comunista 6.5 El concepto de superestructura en el actual Estado sovitico

    7. Marxismo, moral y estructuracin en la actualidad 7.1 Cuba y China 7.2 Estructuralismo marxista y moral

    7.21 El estructuralismo lingstico 7.22 Filosofa analtica y lingstica en su relacin con la lingstica estructu-ralista7.23 Estructuralismo aplicado a otras disciplinas 7.24 Metafsica estructuralista 7.25 Marxismo y estructuralismo

    8. Marxismo y cristianismo desde el punto de vista moral 8.1 Moral social 8.2 El problema del atesmo y la alienacin 8.3 Sociedad secular, pluralismo, apertura

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    Advertencia previa

    Se recogen en este pequeo volumen una serie de lecciones que, bajo el mismo ttulo, di en enero y febrero del ao 1967 en el Centro de Estudios e Investigaciones, S. A. (C. E. I. S. A.). El texto, en el que he procurado conservar, hasta el lmite de lo que sera ya sintcticamente incorrecto, la forma oral y la parvedad del aparato bibliogrfico (impuesta, de otro la-do, por las circunstancias de lugar en que redacto estas pginas, en el campo). reproduce, casi exactamente, el contenido de aquellas lecciones, aunque el mayor espacio de que aqu dispongo permita algn ms amplio desarrollo y haya agregado un captulo, al final, sobre la moral del marxismo y la moral del cristianismo.

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    Capitulo 1

    Introduccin

    Publicar en la Espaa del ao 1967 un libro sobre marxismo que no sea convencio-nal, est muy lejos de ser una tarea fcil. Por una parte el autor, en cuanto moralista, tiene que responder a lo que, justificadamente, se espera de l, y no puede defraudar las razonables expectativas del lector. Esto significa que el libro ha de ser comprometido. Pero esta palabra, compromiso posee en castellano, a diferencia de lo que ocurre en otras lenguas, tres posibles sentidos que nos conciernen. Lo que de verdad quera decir cuando empleaba antes la expresin, es que, al escribir este libro, libremente me com-prometo. Pero, hasta qu punto? Aqu y ahora, engagement que es la traduccin de este primer sentido de compromiso no es sinnimo de afiliacin. A travs del libro todo, hablar no como hombre de partido que no lo soy, sino como intelectual que preserva celosamente morbosamente mejor, dirn quienes tienen la pasin de enrolarse mi independencia. Hace ya algunos aos escrib, como frmula expresiva de la posicin del intelectual vis vis de la sociedad, que sta consiste en mantenerse solidariamente solitario y solitariamente solidario. En este sentido, al conocido ttulo La muchedumbre solitaria, yo me inclinara a oponer personalmente, como lema, este otro: La soledad solidaria. Desde esta posicin de soledad solidaria me esforzar, en las p-ginas que siguen, por comprender la moral del marxismo, con una pretensin un tanto paradjica, a la vez desde dentro y, sin embargo, no como marxista (aunque, natural-mente, como todo hombre que de verdad pertenezca a nuestro tiempo, bajo la influencia del marxismo). Este esfuerzo de independiente comprensin podra segundo sentido de la expre-sin, inmediatamente derivado del anterior ponerme en un compromiso, como se dice en castellano, bien a causa de la comprensin, ante el aparato estatal de control, bien, a causa de la independencia, a los ojos de una oposicin extrema. Lo primero es-pero que no ocurra, pues el rgimen se ha hecho lo bastante pragmtico como para des-entenderse de los anlisis tericos. Lo segundo estoy seguro de que no acontecer, pues el dilogo franco y comprensivo entre quienes estamos en la oposicin, procurando ser siempre fieles a nosotros mismos, ha de ser til a todos. Y, en fin, tercer sentido de la palabra, quienes me conocen saben de antemano, y quienes no, comprobarn, que a continuacin no se busca ningn eclctico compromi-so, ninguna aguada apariencia de solucin que a todos satisfaga.

    Sobre la importancia del tema y sobre su actualidad no hace falta insistir. Se ha es-crito mucho sobre marxismo, pero poco desde el punto de vista moral. Es natural: a los marxistas no les gustaba esta palabra y los antimarxistas vean o queran ver en el marxismo la esencia misma de lo inmoral. Hoy las cosas han cambiado y, por una parte, nos damos cuenta del fuerte ingrediente moral e incluso, como en la China de estos ltimos tiempos, moralista; mas, por otra, nuevas tendencias as el estructuralismo marxista tienden a poner en cuestin, a eliminar tal vez, ese factor. Pocos temas pue-

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    den encontrarse hoy de discusin terica tan apasionante como el que vamos a desarro-llar a continuacin. La manera de hacerlo ser la siguiente: en primer lugar se proceder a una exposi-cin de los sentidos de la palabra marxismo y a continuacin se har la crtica de esos usos significativos, de los cuales, en tercer lugar, se destacar el que aqu nos interesa, marxismo como moral; en cuarto lugar se tratar de la moral poltica del marxismo y finalmente, como recapitulacin, se esbozarn unos apuntes de la historia del marxismo desde el punto de vista de la moral. Un ltimo captulo se dedicar al dilogo del marxismo con el cristianismo, desde el punto de vista moral.

    Captulo 2

    Sentido de la palabra marxismo

    Para empezar nuestro estudio parece procedente efectuar un somero anlisis lings-tico que nos permita poner en claro qu cosa o cosas se quieren decir con la palabra marxismo. En efecto, antes de emitir juicio, y para poder hacerlo, conviene precisar nuestro vocabulario. El anlisis del lenguaje, como dijo Austin, no es la ltima pala-bra sino justamente la primera. Comencemos, pues, por ella. Slo una metodologa de esclarecimiento semntico permite reducir a un mnimum la vaguedad, la ambigedad, el ndice de oscilacin del significado. Para este anlisis vamos a partir, un tanto esquemticamente, de las dos dimensio-nes, emotiva y cognitiva, que posee toda palabra. En efecto, por puramente interjectivo que parezca, todo vocablo, en principio, tal vez, mera descarga emocional, comunica algo a quien lo oye, le informa sobre el dolor, la clera, la tristeza, la alegra del emisor de aquel ante todo expresivo mensaje. Y recprocamente, todo trmino, por concep-tual que sea, posee una dimensin emotiva. Por ejemplo, la palabra Matemticas sus-citar en muchos un inicial sentimiento defensivo de temor al aburrimiento y, si la ve-mos escrita en la portada de un libro, un movimiento de repulsa o apartamiento. Pero si dominamos ese primer impulso y, hojeando el libro, encontramos la expresin teora de conjuntos, sta puede despertar un sentimiento de extraeza y curiosidad que, al menos durante un breve tiempo, nos induzca a tratar de averiguar qu quiere decirse con ella. Pero mucho ms interesante que esta concomitancia emotiva en trminos concep-tuales o viceversa, es la inversin en el uso lingstico, dentro de un contexto determi-nado, de la respectiva valencia normal de ambas dimensiones. Por ejemplo, cuando en-colerizado ante una maniobra imprudente de un automovilista, otro le dirige unas pala-bras referentes al comportamiento sexual de su madre o el de su esposa y a la tolerancia del mismo por parte del inculpado, el que produce esas afirmaciones no tiene la menor pretensin de describir tales comportamientos, sobre los que no posee ninguna informa-cin: de un trmino en principio descriptivo, hace un uso puramente interjectivo. Lo nico que de verdad se propone el hablante es lanzar una palabra como sucedneo de una piedra o de una bofetada.

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    2.1 Dimensin emocional

    Tambin puede ocurrir lo contrario, que es precisamente lo que nos importa aqu. El trmino marxismo es, primariamente y en principio, muy preponderantemente cogni-tivo, puesto que se refiere a una teora, la formulada por Karl Marx. Sin embargo, se hace de l un uso predominantemente emocional. Como este uso es perturbador de la recta inteligencia del trmino pero, a la vez, necesitamos absolutamente contar con l, vamos a empezar por su anlisis. Ahora bien, esta carga emocional, esta mitificacin del trmino, puede ser de signo negativo o positivo. Examinemos una y otra sucesivamente antes de analizar su sentido cognitivo.

    2.11 Dimensin emocional negativa

    El trmino marxismo, usado en sentido emocional negativo, suele funcionar co-mo un eufemismo de la escalofriante palabra comunismo. Dirase que es como un intento de disimular o de frenar, de retardar en el discurso, la soflama o simplemente la discusin, el momento del clmax emocional: se empieza, para dar apariencias de sereno discurrir, hablando de marxismo y se termina pronunciando el atroz vocablo comunis-mo o, lo que an es peor, denunciando al interlocutor como comunista. Es curioso observar que el nombre propio, Marx, normalmente porta mayor carga emocional que su derivado, marxismo, que, por pertenecer aunque haya tardado mucho en ser acadmicamente aceptado a la jerga que, sin contraer ningn compromiso con ello, solamente para entendernos de momento, llamaremos cientfico-filosfica, queda auto-mticamente en cierto grado enfriado; lo cual le hace sumamente apto para un uso, como decamos antes, eufemstico, y tambin, como veremos, cuando se emplea positi-vamente, para la mitificacin. El nombre de Karl Marx es hoy sin duda el ms escalofriante de todos los nombres propios de personas que estremecen, no por crmenes, sino por puras doctrinas. Sera interesante hacer un estudio de los nombres propios que han funcionado como encarna-cin de lo diablico en la Europa catlica moderna. Probablemente, los tres que sucesi-vamente han descollado son los de Lutero (nuestra literatura clsica es muy rica en ex-presiones emotivas sobre l), Voltaire y Marx. Hoy, en la famosa perfrasis de Vctor Hugo, para hablar del demonio, habra que decir, en vez de Voltaire, esa especie de Marx antediluviano que llamamos el diablo. El nombre del diablo asusta, cuando asus-ta, a los ricos, a la hora de la muerte; en cambio, el de Marx constituye para ellos, y gra-cias a la propaganda anticomunista, para muchos que no son ricos tambin, una conti-nua obsesin. Los regmenes anticomunistas profesionalmente, por decirlo as, organi-zan su mecanismo de defensa frente al marxismo, como las antiguas plazas fuertes, me-diante un sistema de fortificaciones concntricas: en el centro, la estructura misma de poder; rodendola, la superestructura supuestamente terica, en realidad mesinica o carismtica; a su servicio, el crculo protector de la fuerza pblica, que inspira un temor realista; y en fin, como halo puramente emocional, el crculo de lo que se ha llamado Angstkoeffizient, el coeficiente de terror puramente emocional, muy deliberadamente cultivado por el rgimen de que se trate. Este coeficiente de angustia se cultiva me-diante la presentacin propagandstica como inminente, o poco menos, de retorno a un

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    terror que fue real en el pasado (en Espaa, el de las personas de derechas, en la zona roja otra palabra cargada de emotividad, durante la guerra civil). Mucho ms podra decirse sobre esta emocionalidad negativa del vocabulario co-munista y, en especial, del trmino marxista, emocionalidad que puede tener una raz de espontaneidad pero que, en cualquier caso, los regmenes anticomunistas cuidan de que se mantenga y desarrolle. Temor y temblor podra ser el ttulo, transferencia del de Kierkegaard, a la sociedad secular cuyo demonio ha venido a ser el contemporneo de aqul, a la vez hegeliano y antihegeliano, como l. Creo, sin embargo, que con lo dicho basta, por ahora, para nuestro propsito.

    2.12 Dimensin emocional positiva

    El emotivismo positivo referido al marxismo consiste, bajo su forma ms exaltante, en la mitificacin y el utopismo. El marxismo es convertido de este modo en una doctri-na de salvacin, no por intramundana menos escatolgica, en un mesianismo, en un mensaje proftico que, a travs de una apocalipsis revolucionaria, promete la liberadora redencin. De un modo mucho ms ligero y frvolo, pero asimismo ajeno, en rigor a la pura investigacin intelectual, el marxismo es vivido hoy, con frecuencia, como smbolo de distincin socio-intelectual. El fenmeno de que una filosofa populista desempee una funcin semejante no es histricamente nuevo, ni mucho menos, como es bien sabido. Yo dira que el papel que hace unos aos represent el existencialismo y, en Espaa, el orteguismo, hoy es atribuido al pensamiento angloamericano o al marxismo, segn los gustos y las esferas de influencia, hasta el punto de que sin exageracin puede afirmarse que en ellos se da, al nivel de la teora, con voluntad de mantenerla separada de la praxis, o bien en estrecha conexin con ella, la alternativa de moda. Alternativa o anttesis de la que el estructuralismo, con su modelo lingstico y su abertura, por lo menos en algunos de sus representantes, el marxismo, se presentara como la posible sntesis superadora, de la que ms adelante hablaremos. En Espaa, donde el estructuralismo al modo francs, como visin total de la realidad, no ejerce todava influencia apreciable, las gentes interesadas en trabajar con eficacia y capacidad de atraccin y solicitacin, se dira que disponen y de hecho todava dispo-nen de aquella alternativa. Pero como la superestructura intelectual, llammosla as, del aparato de poder, siguiendo las libertades abstractas que ste parece estar dispues-to a otorgar, tiende a la mimesis de todo lo angloamericano aunque por ahora, gracias a su falta de agilidad se haya limitado a la sociologa y a unos rudimentos de ciencia poltica, es de temer que la oposicin, para evitar equvocos, se considere obligada a ser marxista o, cuando menos, neomarxista. Y digo que es de temer porque, en cuanto dictada desde fuera y por razones extraintelectuales, sera una mala opcin. Ceder terreno en el plano intelectual y atrincherarse en el marxismo sera, adems, me parece, un grave error de estrategia poltica. Y ningn intelectual puede declararse neutral frente a la poltica o no-poltico porque eo ipso se pone al servicio del Poder. Aunque ms adelante volveremos sobre ello, conviene precisar, desde ahora, que la desmitologiza-cin y el esfuerzo intelectual por enfriar la atmsfera emocional en que se encuentran envueltos ciertos conceptos, como este de marxismo, no tiene nada que ver con la abs-tencin de todo compromiso poltico. Y se puede, naturalmente, ser a la vez marxista

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    (Tambin marxista escolstico? Creo que no) e intelectual autntico. Pero no movido por puros impulsos emocionales, por mucho que luego se intente su racionalizacin. Mas esto nos conduce derechamente a, dejando por ahora la dimensin emocional, ana-lizar el sentido intelectual de la palabra marxismo.

    2.2 Dimensin descriptiva y cognitiva

    Qu significa, fra, intelectualmente tomada, la palabra marxismo? La respuesta es ms compleja de lo que podra pensarse. Y no slo, como es obvio, por la complejidad misma de la doctrina denotada con el trmino marxismo, sino porque el contenido de esa doctrina ha variado y sigue variando. Marxismo es, obviamente, la doctrina de Marx. Pero hace unos aos se puso de moda recurrir al joven Marx. Surgi as un marxismo un tanto vergonzante, que se esforzaba por poder seguir usando el para mu-chos (vase el pargrafo anterior) santo nombre de Marx... pero filosficamente. De este modo los conceptos de alienacin, de humanismo marxista, etc., pasaban al primer pla-no y era fcil poner un pie en ese marxismo y mantener el otro en el cristianismo o en el existencialismo. Es normal que sea el marxismo sin recortes de Karl Marx el que haya prevalecido. Pero aun as las dificultades subsisten porque el marxismo, al durar, se ha historizado, y al ser convertido en doctrina oficial ha dado lugar a una (hoy parece que ms de una) ortodoxia, y, de rechazo, a heterodoxias, revisionismos y desviacio-nismos que ostentan la pretensin de seguir siendo marxistas, a una escolstica marxista y hasta a un marxismo vulgar. Aunque nuestro tema no sea el marxismo en cuanto tal, ni la historia del marxismo, a lo largo del presente librito y en su captulo final se esclarecer un poco este pluralismo marxista, este final de una poca, como se le ha llamado, y trnsito del marxismo y el comunismo a los marxismos y los comunismos. Para resumir podra compararse la situacin actual del marxismo, a la consideracin actual del lenguaje por la filosofa analtica. Para el neopositivismo no haba ms que un lenguaje: el plenamente formalizado de la lgica y las matemticas y el formalizable de la ciencia positiva (de los cuales el lenguaje ordinario sera una torpe aproximacin, al nivel de la vida cotidiana). Hoy se piensa que junto a l hay otros lenguajes provistos de sentido: el moral, el religioso, etc., lenguajes cuyo uso, cuya funcin, es completamente diferente. Pues bien, en cuanto al marxismo no se trata de lo que pensemos sino de lo que vemos: hoy ya no hay marxismo, lo que hay son marxismos. Cabe, sin embargo, distinguir, a los efectos de nuestro anlisis, un sentido sociolgico, un sentido econmi-co y un sentido poltico del marxismo (o de los marxismos). Tres sentidos, como digo, distinguibles analticamente, pero no separables, puesto que el marxismo (o los marxis-mos) constituye un sistema unitario y total de explicacin de la realidad.

    2.21 Sentido sociolgico

    El marxismo es una sociologa englobante de la economa, y no una teora econ-mica abstracta, separada, desgajada del resto de la realidad. Intuitivamente nuestros re-volucionarios del siglo pasado opusieron acertadamente a la escuela economista, la en-tonces nueva escuela que ellos denominaron sociolgica. Como veremos en el captulo siguiente, sta es una virtud y no un defecto del sistema de Marx, y ella proporciona el primer apoyo para que se pueda hablar del marxismo como moral. Pero el marxismo,

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    igual que todos los sistemas sociolgicos del siglo pasado -Comte, Spencer, etc.-, fue -y contina siendo- una macrosociologa y, consiguientemente, al hacer afirmaciones que desbordaban cualquier legitimacin emprica, una filosofa o, ms exactamente dicho, una metafsica de la historia.

    2.22 Sentido econmico

    Como acabamos de decir, en el marxismo, menos que en cualquier otra teora eco-nmica, puede tomarse aisladamente sta, que queda inscrita siempre en el marco de la consideracin sociolgica. En esto Marx se mostr fiel continuador de los grandes eco-nomistas anteriores y, en especial, del mayor de todos, Adam Smith, que, no lo olvide-mos1, funda la economa, al igual que la moral, en la psicologa: la primera, en el senti-miento de egosmo racional; la segunda, en el sentimiento de simpata. Con Marx los tiempos han cambiado ya y la disciplina fundante es la sociologa, en vez de la psicolo-ga. Pero la raz humanstica se conserva, en contraste con las muy formalizadas podramos decir, si la palabra no se prestase a equvocos, deshumanizadas teoras econmicas modernas. Pero no slo con ellas. Recientemente ha aparecido lo que podramos llamar un marxismo burgus, que lleva al extremo el materialismo prctico del que he hablado en diferentes ocasiones, y segn el cual -para decirlo un poco simplificatoriamente- el desarrollo, el bienestar disolvern todos los problemas supraestructurales. Esta posicin, que algunas veces se reconoce a s misma como marxista, y otras, las ms, no, explcita o implcitamente afirma el economicismo. La reduccin total al factor econmico y la economa se ve ms claramente an, aunque por ahora slo de modo tendencial, en el socialismo del Tercer Mundo, que se interesa por el marxismo exclusivamente por razones econmicas -crecimiento, desarro-llo- prescindiendo por completo de los problemas supraestructurales. El hecho de que se trate de pases tambin culturalmente poco desarrollados, en los que no existe propiedad privada en el sentido occidental ni los problemas de un recubrimiento ideolgico de los intereses econmicos, donde la funcin de la religin y la moral es muy rudimenta-ria y el overlapping de todos estos elementos reviste una forma totalmente primitiva, facilita enormemente, es claro, la aplicacin de una versin del marxismo muy simplifi-cada y puramente economicista, casi siempre enredada adems en la incongruente con-servacin, por separado, y sin posibilidad de comunicacin estructural con la teora marxista, de formas culturales anacrnicas, estancadas, sin porvenir.

    2.23 Sentido poltico

    En ningn momento debemos olvidar que el marxismo de ningn modo es una teo-ra ms: por primera vez en la historia del pensamiento salvo el equvoco antecedente de Saint-Simon y Comte se formul, por Marx, en rotundo contraste con el hegelia-nismo, segn el cual la teora no poda formularse nunca sino despus de la praxis, cuando ya el juego -es decir, la historia- se ha hecho, y en ms rotundo contraste an con la filosofa clsica segn la cual la praxis no poda producirse, como mera aplica-

    1 Puede verse sobre esto el comienzo de mi libro Moral y sociedad.

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    cin de la teora que es, sino despus que sta, un sistema que una ntimamente teo-ra y praxis. Pero, dicho de otro modo, esto significa que, para Marx, el sentido de la teora ha de verse en la praxis, esto es, en la transformacin de la realidad, o sea, en la poltica. El marxismo es esencialmente poltico, se propone cambiar la estructura polti-co-social de la polis. Esto slo puede hacerse a travs de una revolucin (ms o menos violenta, ms o menos pacfica) para lo cual se necesita contar con una fuerza que no puede ser otra que la del proletariado. El ideal sera que cada proletario se convirtiese en un terico marxista, pero esta marxistizacin es, evidentemente, una tarea lenta y para cuyo logro pleno igual por otra parte que para el pleno logro de la democracia es necesaria la implantacin del rgimen marxista: ni la democracia ni el marxismo se aprenden ms que a travs de la praxis, vivindolos. Entonces, si la masa proletaria no est nunca con anterioridad a la implantacin poltica de un rgimen marxista suficientemente marxistizada, cmo lograr movili-zarla para que se constituya en la fuerza transformadora, revolucionaria? Aqu volvemos a encontrarnos con aquella dimensin emocional positiva de la palabra marxismo. No por casualidad la denominbamos mitificacin. Fue Sorel el autor, por otra parte, de la Dcomposition du Marxisme quien dio a la palabra mito un ambiguo sentido, especialmente orientado a la eficaz y, ms que eficaz, entusiasta movilizacin revolu-cionaria. Sorel planteaba un problema de, llammoslo as, doble verdad: verdad o, por mejor decir, no-verdad teortica y verdad prctica, insoluble gnoseolgicamente en sus propios trminos. El pragmatismo es, desde este punto de vista, mucho ms satisfactorio. Pero el pragmatismo no consiste, como suele decirse vulgarmente, en la reduccin del concepto de verdad al de utilidad, sino en que la verdad de nuestros conceptos que son todos prcticos, incluidos los cientficos, pues todos se orientan a la accin, en el caso de s-tos, a la accin tcnica, a travs de la tecnologa se prueba, convalida o legtima en la accin y a travs de la accin. Un marxismo de este tipo, menos mesinico y apoca-lptico, ms enfriadamente pragmtico, puede movilizar tambin al proletariado, pue-de, al menos, mantenerle en movimiento. Pero esta interpretacin de la marxista filoso-fa de la praxis viene a resultar curiosa, paradjicamente prxima a la filosofa cuasiofi-cial americana, al pragmatismo. Los extremos resultan as tocarse. Cabra otra manera de considerar el problema poltico del marxismo que le aleja a la vez de la mitificacin y del pragmatismo, con las graves objeciones filosficas que ste plantea. Es la consideracin moral, perfectamente lcita desde una perspectiva pol-tica del marxismo, que es la que estamos examinando en este momento: el comunista o socialista medio no se plantea el problema de la verdad del marxismo, sino el de su jus-ticia. Se trata de un enfrentamiento que quisiera desarrollar temticamente en otra oca-sin y que aqu no puedo sino esbozar. Si, de acuerdo con el punto de vista de ese comunista o socialista que se declara marxista por razones puramente polticas o prcticas de transformacin del mundo, aceptamos situar el problema en una perspectiva puramente moral (de moral poltica, es claro, pero la precisin es aqu irrelevante), un anlisis de cualquier proposicin moral nos muestra que sta tiene siempre un doble propsito, o cumple una doble funcin: 1) ser materialmente observada y, en este sentido, estar constituida como un candidato a la verdad, a hacerse verdadera, mediante el correspondiente cambio en la realidad; y 2) conducir a una modificacin personal, a un cambio en el comportamiento mismo a tra-

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    vs de una nueva evolucin y una nueva decisin (aparte del cambio efectivo en la rea-lidad, al que nos hemos referido en primer lugar, y que puede o no efectuarse). El mo-delo de la precedente distincin de las dos vertientes de la proposicin moral en cuanto aceptada y, por tanto, convertida en precepto, podra ser el siguiente:

    mbito real u ntico mbito personal o moral

    Inicio de valor Su reconocimiento Esto es justo Lo reconozco (cambio de actitud)

    Imperativo, precepto o consejo Hazlo (imperativo, precepto o consejo)

    Su realizacin = Modificacin de la realidad

    Lo hago (decisin y conducta correspondiente)

    Sentido: Hacerse verdad Sentido: guiar racionalmente el comportamiento

    Tomemos un ejemplo: Es justo llevar a cabo la implantacin del socialismo, y su influencia bajo forma prescriptiva, hagamos lo necesario para la implantacin del so-cialismo. Esta proposicin se hara realmente verdadera si, en efecto, se implanta de hecho el socialismo. Pero, se realice o no, habra tenido su cumplimiento moral si ha modificado la actitud previa del sujeto y le ha conducido a la toma de decisiones y al comportamiento adecuado. Esta introduccin, un poco precipitada, lo reconozco, de la problemtica moral en una consideracin puramente poltica del marxismo, nos ser, espero, de utilidad, cuando salgamos de estos captulos preliminares. Pues, en efecto, es justamente en este terreno donde se abren las mayores posibilidades de dilogo entre marxistas tericos y partidarios, por razones morales, de justicia social, de una modificacin radical de la estructura poltica, social y econmica de los pases occidentales.

    Captulo 3 Crtica de los sentidos de la palabra marxismo

    En el captulo anterior hemos seguido una lnea de estudio deliberadamente desmi-tologizadora, doctrinal, desdramatizadora, terica. Ahora bien, frente a una considera-cin, como acabo de decir, terica, en seguida surge una obvia objecin, envuelta ya en lo que se ha escrito al final del captulo anterior: Cmo tratar de entender el marxismo si frente a su tesis central de la inseparabilidad de teora y praxis, nos inten-tamos recluir en un estudio terico? Ms an: el estudio terico, en el supuesto de que no rechacemos de plano la tesis de la inseparabilidad, podr limitarse a ser tal? Quer-moslo o no, no influiremos con lo que digamos, por mnimamente que sea, en la reali-dad prctica? Creo que la objecin es perfectamente vlida, y, por consiguiente, debe tomarse la palabra teora aplicada al presente librito con ciertas limitaciones. Su fina-lidad principal, su funcin patente, por emplear el lenguaje de Merton, es el esclareci-miento del sentido moral del marxismo, y de la problemtica en torno a l. Pero la fina-lidad, ms que latente, circunstancial o coyuntural es otra. Movido por ella he elegido este tema y hablaba al principio de compromiso o enga-gement. Cul es, segn mi segunda intencin -si quedamos en que la primera es teo-

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    rtica-, la praxis de este libro, y antes, del curso de que procede? Creo que puede resu-mirse en los tres puntos siguientes: 1., contribuir a que quienes de sus lectores sean marxistas, no lo sean de un modo puramente emocional, tampoco por moda ni por mera reaccin extrema contra el sistema establecido y sus posibles anexiones doctrinales o intentos de anexin; 2., procurar que quienes sean marxistas por modo escolstico, dogmtico, se hagan crticos y constituyan su marxismo como problema; y 3., tratar de conseguir que quienes sean antimarxistas pasen a ser simplemente no-marxistas, pues el antimarxismo es, por parasitaria y meramente vuelta del revs, la peor forma posible de marxismo. En suma, y como se ve, nos esforzaremos por traer inteligencia, sentido cr-tico y serenidad a un tema que, por lo menos entre nosotros, bien necesita de todo ello. Pero sin caer, por el otro lado, en el vano y equivocado intento de arrancar de cuajo la dimensin emotiva. Se trata, simplemente, de limitarla y ponerla en su sitio.

    3.1 Dimensin cognitiva

    Justamente por ello, en este tercer captulo, en vez de empezar por aqulla, vamos a invertir el orden y repetir la investigacin ahora desde el punto de vista crtico y co-menzando ya a desgajar el transfondo moral, empezando por la dimensin cognitiva, en los tres sentidos ya analizados de modo puramente descriptivo. en el captulo anterior.

    3.11 Sentido sociolgico

    El marxismo, decamos, siguiendo el destino de todos los sistemas sociolgicos del siglo XIX, quiso dar una explicacin macrosociolgica y, en cuanto tal, se constitu-y, quisiera o no, lo supiese o no, en una metafsica de la historia. Antes de hablar sobre ella, lo que haremos en seguida, hay que plantearse, simplemente de pasada, pues no es nuestro tema, si este carcter macrosociolgico-metafsico descalifica al marxismo co-mo sociologa emprica, positiva, cientfica. Creo que no necesariamente. Si usamos de l como es habitual, ciertamente s. Pero si las tesis marxistas son empleadas como me-ras hiptesis de trabajo para estudios de campo, es claro que pueden valer como cuales-quiera otras. Pensemos que Max Weber, socilogo a caballo entre el siglo xix y el siglo xx, tambin peca de hacer macrosociologa al vincular, e interrelacionar a travs de los siglos, capitalismo y protestantismo, incluso en formas ya puramente secularizadas de este ltimo. Sin embargo, tal tesis ha servido a Gerhard Lenski como punto de partida para un estudio de lo que hoy se entiende como rigurosa sociologa2. Pero vayamos a lo que verdaderamente nos interesa. La sociologa marxista en realidad es una Weltanschauung, una visin total y totalizante de la realidad sub specie historicista. (Ms adelante, cuando tratemos de la actual versin estructuralista del marxismo, habr que discutir este punto del historicismo.) Por tanto, consiste en la adopcin de una concepcin que no es cientfica. Pero -hay que agregar- ningn cient-fico, en cuanto hombre, puede vivir, como ningn otro, sin una concepcin global de la existencia, al menos implcita, deficiente o rudimentariamente poseda.

    2 The Religious Factor. (A Sociological Study of Religion's Impact on Politics, Economics, and Family

    Life), libro del que habr edicin espaola, prologada por m mismo, para cuando aparezca el que el lector tiene ahora entre sus manos.

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 15

    Qu ms hay que decir de la filosofa marxista de la historia? Que ciertamente -y contra lo que pensara un neopositivista- constituye un lenguaje sensato (esto es, pro-visto de sentido), consistente en previsiones y predicciones perfectamente razonadas (al modo puramente discursivo, no cientfico-probabilista y prospectivo). Y, por tanto, no consistente en profecas, mas, por otra parte, destinada a un uso comparable al de stas, es decir, a influir activamente en la historia, a modificar las actitudes humanas3

    (dotar de conciencia de clase al proletariado, inculcarle el espritu de lucha revoluciona-ria, etc.). Lenguaje, pues, adems de sensato, moral (enmascarado por la exigencia posi-tivista de la poca, por la pretensin cientfica y por el rtulo de materialismo). Qu ha pasado con estas previsiones histrico-morales de Marx? Sera precipitado afirmar, sin ms, como suele hacerse, que no se han realizado. Creo que han sido a la vez, para continuar con la terminologa de Merton, self-fulfilling y self-defeating prop-hecies, profecas que en parte han hecho verdadero, es decir, real, lo que, al anunciarlo, proponan y se proponan recurdese el modelo de verificacin de las proposi-ciones morales que presentbamos al final del captulo anterior (ah est, como prue-ba irrefutable, el hecho ingente de la marxistizacin de media humanidad). Y profecas que, en parte, no se han cumplido, precisamente porque se han formulado. (El capita-lismo reaccion, se humaniz en mayor o menor grado y finalmente se ha transformado en neocapitalismo y ha entrado en la fase de economa de consumo, etctera.) Otra vez cabe aqu una cierta analoga con las profecas en la Biblia, que en ocasio-nes no se cumplan porque se haban formulado. Ms an, y aunque en esto ya funcio-nasen de modo opuesto al de Marx, que objetivamente se formulaban -es el caso de las profecas apocalpticas- para que no se realizaran. En cualquier caso lo que importaba destacar, y creo que queda bastante claro, es la predominante funcin moral -aunque no se la llame as- de la filosofa marxista de la historia.

    3.12 Sentido econmico

    Aqu tambin hay que distinguir entre la economa poltica marxista como ciencia y su sentido. Que Marx fue un gran economista -en la acepcin ms estricta de la palabra- es indudable; y que la pretensin, tan extendida entre los marxistas, de que les dot de fundamento cientfico, de una vez por todas, para entender los cambiantes fenmenos de la economa posterior, es muy cuestionable, me parece cierto. Sin embargo, yo no re-prochara a la teora econmica de Marx, tanto como suele hacerse, su impureza meto-dolgica.Seguramente algunos de sus conceptos bsicos, como el del valor, estn con-taminados de espritu metafsico. Pero, en cambio, como veamos en el captulo ante-rior, la inscripcin de lo econmico en el ms amplio crculo de lo social libera de las meras relaciones pseudoconcretas de un mundo econmico abstracto y reificado y re-afirma el humanismo moral. Por otra parte, la crtica de la economa de mercado que Hegel, siguiendo a los ingleses, denomin Burgerliche Gesellschaft, y que no se atrevi a combatir, contentn-dose con su conservacin superadora en una sntesis superior est siendo hecha hoy por economistas no marxistas Shonfield, Heilbroner, por su inadecuacin para la evaluacin de costos y beneficios sociales, respecto de los nonprofit services, es decir, 3 Pienso al escribir esto, como se ver en seguida, en las profecas bblicas.

    Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 16

    precisamente de aquellos servicios sin beneficios contabilizables, pero que poseen sen-tido socio-moral; y desde las mismas posiciones se pone hoy de relieve la incompatibi-lidad entre ese uso socio-moral de la ciencia y el capitalismo como sistema social. La raz o impulso morales de Marx pueden rastrearse histricamente: fue su intencin anti-hegeliana de que la pretendida universalidad tica del Estado era incapaz de dominar el egosmo de la Burgerliche Gesellschaft o economa de mercado, lo que le llev a estu-diar economa poltica y a entender la civil society en trminos completamente diferen-tes de los ingleses, aceptados por Hegel sin ms que hacerles un sitio en su sistema. Un punto sumamente importante y muy actual de la doctrina de Marx es su teora de la estructura. Los estructuralistas marxistas tienden a comprender hoy la revolucin econmica de Marx como un descubrimiento de estructuras ocultas. Por el momento no nos importa esa interpretacin, sino el concepto mismo de estructura desde el que en-tiende Marx toda la realidad humana. Esta estructura comprende la Unterbau y la ber-bau. La tesis reduccionista ha tendido a reducir la estructura a la Unterbau y hacer de la berbau una mera superestructura que estara en relacin de efecto o causa con aqulla. Esta simplificacin es inadmisible. Engels ya habl, a propsito del Derecho, de un re-influjo de la superestructura sobre la infraestructura, y Ernst Bloch ha desarrollado cui-dadosamente este punto4. Esta importancia creciente que se da a la superestructura, in-cluso, como veremos, en el ms ortodoxo marxismo ruso, distingue netamente, segn veamos en el captulo anterior, el marxismo genuino del que llambamos marxismo burgus y del marxismo del desarrollo por el desarrollo. El primero parte de la tesis marxista segn la cual las actitudes se hallan determinadas por la situacin econmica; de aqu infiere que la actitud revolucionaria es propia de los pases subdesarrollados y que el desarrollo comporta la desaparicin de aqulla, el ajuste social y el aburguesa-miento. Los problemas superestructurales, y entre ellos los que particularmente nos im-portan aqu, los morales, se disolvern con el desarrollo porque -tesis implcita- la su-perestructura no reinfluye sobre la infraestructura. La realidad para no tomar ms que un ejemplo, limitmonos al de la actitud de los estudiantes y muchos profesores de las Universidades americanas muestra que la relacin en el seno de la estructura es ms compleja. O, como pensaba Marx, que el fin de la economa no es el consumo -economa de consumo-, sino la produccin, y que la finalidad verdaderamente humana es la dignidad por la libertad real, y no como hoy se cree la sociedad de la afluencia. El marxismo del Tercer Mundo, al incidir en el mismo error de olvidar la funcin activa de la superestructura, incurre en materialismo tambin, no conservador como el anterior, sino meramente ingenuo. La aculturacin primitivista convierte en valores la productividad y el desarrollo, sin hacerse la pregunta del para qu, o tratando de conju-garlos con una concepcin absolutamente primitiva de la existencia. Vemos, pues, en resumen, que el factor tico pese a la famosa frase: Los comu-nistas no predican, en absoluto, ninguna moral es esencial en el pensamiento de Marx, cuya condena del capitalismo, ha escrito Popper, es una condena moral. Repro-char a la economa marxista su carcter normativo slo tiene, pues, sentido desde una asptica, neutral formalizacin economista.

    4 Scheler y Hartmann, desde supuestos completamente distintos, aunque no extraos a una inspiracin

    marxista, vieron ya que, en la estratificacin de los valores, los valores econmicos eran los bsicos y los valores superiores tenan que fundarse en ellos.

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 17

    Si se permite la comparacin, es como la renuncia que los lgicos del lenguaje tico hacen de todo intento de construir una tica normativa. Marx crea y quera una econo-ma que sirviese a los hombres para construir lo que l pensaba que haba de ser una sociedad mejor. Los economistas actuales, menos humanistas, ms escpticos, se dedi-can a finos clculos matemticos.

    3.13 Sentido poltico

    El sentido poltico del marxismo consiste en la transformacin del mundo, no su transformacin tcnica -fin que persigue de consuno con la sociedad tecnolgico--industrial occidental-, sino su transformacin real-moral de acuerdo con el doble mode-lo que proponamos al final del captulo anterior. Marx se dio cuenta, frente a Hegel, de la importancia del espritu y de la necesidad de la fuerza material del proletariado. Mas cmo mover a ste? Mediante el mito esca-tolgico, el mito, tan propio del siglo XIX, del prestigio de un sistema cientfico, y el pragmatismo o primaca de la praxis. Yo no creo, como dice Sartre, que el marxismo sea, sin ms, el Saber actual, as, con mayscula; y tampoco estoy seguro de que no est perdiendo lentamente fuerza mtica. Pero en cualquier caso no hay duda de que conser-va un gran valor pragmtico-poltico. Podra hallarse ste en contradiccin con su valor de verdad? Antes veamos que la apora puede resolverse si en la dimensin en que ahora nos movemos atendemos, ante todo, como veamos en el captulo anterior, al criterio unificante, porque se sita por encima de las teoras, de la exigencia moral de justicia social. En esta perspectiva se situ Juan XXIII para hablar de una colaboracin en el plano de las realizaciones prcticas, es decir, morales. De acuerdo con este planteamiento, quin servir mejor a este entendimiento ti-copoltico, un marxismo cerrado, monoltico, escolstico, u otro crtico, abierto, pro-blemtico? El primero, cabe abogar en su favor, posee un valor mtico del que carece el segundo, y la masa se dira que necesita consumir mitos privados (status-symbols en el neocaptalismo) o pblicos (en el comunismo). La cohesin, la unidad y la fuerza pare-cen as centuplicarse. S, pero al precio de reintroducir un bajo coeficiente de valor de verdad, del desprestigio intelectual y de la dificultad de comunicacin con los no-marxistas. Desde el punto de vista moral son interesantes la direccin en la que po-demos situar a Rosa Luxemburg, Lukacs y Sartre; las concepciones creadoramente marxianas de Ernst Bloch (principio de la esperanza, sentido del derecho natural) y Adam Schaff (dialctica persona-sociedad); la concepcin humanstica-felicitara de Adorno y Herbert Marcuse y la eclctica de Roger Garaudy. Pero en este momento, quiero decir, al hablar de marxismo como poltica, que por una parte se sirve de mitos y por otra debe contar con la moral, nos interesa particular-mente la doctrina de Gramsci, donde todo ello aparece unido. Segn el pensador italiano el marxismo debe ser considerado como una nueva Reforma que, en la actual sociedad secular, d lugar a una nueva tica. Las Note sur Machiavelli consideran que el mito del prncipe no puede encarnar ya en un individuo sino en un grupo de la sociedad, espe-cialmente dinmico -Gramsci erige el voluntarismo social frente al determinismo-, que en tiempo de la Revolucin francesa lo formaron los jacobinos y que hoy tiene que ser

    Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 18

    el Partido como ente colectivo que desempee el papel de filsofo-rey en Platn, el de El Prncipe del filsofo-poltico. Naturalmente, el problema estrictamente poltico del marxismo, la funcin poltica del partido comunista, etctera, o las decisiones, en cuanto tiles o eficaces, que han de tomarse, no nos interesan aqu. Lo importante, como siempre, era poner de manifiesto las implicaciones morales de la problemtica poltica. Por lo dems, pienso que el ms eficaz no-comunismo es el que, en vez de mantener al partido comunista en la prestigio-sa clandestinidad, le admite en la convivencia poltica, hacindole as aceptar las reglas del juego democrtico. Y estoy convencido de que la existencia del -resquebrajado- bloque comunista es necesaria, como countervailing Poder, en el plano poltico, al me-nos mientras no se constituyan los Estados Unidos de Europa, como garanta antiimpe-rialista; y, desde el punto de vista moral, para la promocin del proletariado y de las naciones proletarias. En el mundo no hay mal sin mancha de bien alguno, y el comu-nismo y el marxismo no son, desde luego, el demonio.

    3.2 Dimensin emotiva

    La ltima frase del pargrafo anterior nos conduce de nuevo a la dimensin emoti-va. Poco ms hemos de decir sobre ella. En cuanto al emotivismo negativo, lo verdade-ramente grave es, no su existencia espordica y residual, sino, como ya vimos, el cuida-doso cultivo que se hace de l a travs de los medios de comunicacin de masas. Se trata, deliberadamente y con relativamente hbiles tcnicas de persuasin emocional, de mantener vivo el fantico, el ciego, el anacrnico anticomunismo, precisamente en una poca en que los Estados Unidos -cualquiera que sea el juicio que merezca su pol-tica general internacional- estrechan, hasta bastante ms all de la coexistencia, sus lazos con la U.R.S.S. y De Gaulle va mucho ms lejos. En una palabra, lo peor de tal emotivismo es su inautenticidad, el hecho de que, salvo excepciones, es producto de la manipulacin. El caso del emotivismo positivo debe ser considerado separadamente. Es claro que, segn vimos, ni la palabra marxismo ni ninguna otra puede vaciarse aspticamente de toda carga emocional, y el sentimiento es un ingrediente de toda moral. (Incluso en Kant recordemos la importante funcin del sentimiento de Achtung o reverencia a la ley mo-ral). Pero la moral y, por tanto, el marxismo como moral, no se puede, no se debe basar en el sentimiento. Si as acontece se cae en fanatismo, en la propensin al empleo de la violencia -sobre la que hablaremos ms adelante-, en la vivencia del marxismo como una laica religiosidad de cruzada y, cuando menos, en esa forma especial de sentimiento fantico que es el moralismo. (Recurdense los puritanos, a los que quiz no est lejos de corresponder, dentro del marxismo, y frente al progresivo enfriamiento ruso, la China de Mao Tse-tung.) En ese mismo sentido hay que decir aqu una palabra sobre las relaciones de los cristianos (especialmente los catlicos) y los marxistas. La confrontacin intelectual entre unos y otros, a travs de los coloquios correspondientes, est muy bien. Y el que los cristianos, movidos por un sobrio sentido de la justicia la virtud de la justicia modera el ya de por s ms sereno de los sentimientos, consideren conveniente, en circunstancias determinadas, participar con los marxistas en una praxis comn, es una cuestin de poltica concreta ajena a nuestro tema. Lo peligroso, a mi juicio, es un difu-

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 19

    so sentimiento marxista que, como el opio de los curas jvenes por parafrasear el ttulo de Raymond Aron, usndolo, como l, con exageracin notoria, se apodera de los catlicos. Al escribir esto, ocioso es decirlo, no me mueve ningn antimarxismo, sino la fra conviccin de que cristianismo y marxismo se hallan en distinto plano y res-ponden a referencias humanas que, en s mismas, nada tienen que ver entre s aun cuan-do, como se ha dicho, la moral que ambos comportan y, en especial, la lucha por la jus-ticia, habilita un terreno comn5 de parcial entendimiento. Pero esa especie de partido poltico catlico progresista en que acabara por convertirse tal tendencia emocional me parece tan confundente de la religin y la poltica como lo fue la Alianza del Trono y del Altar o como lo est siendo la democracia cristiana. Con referencia a la demo-cracia cristiana ya he expuesto este criterio en muchas ocasiones. No sera consecuente si dejase de mantenerlo con respecto al catolicismo progresista, simplemente porque me sea ms simptico que aqulla. Y repito lo que tantas veces he dicho: que se trata de una posicin de principio, que deja a un lado puntos de vista, que no me incumben, de posi-ble oportunidad -oportunismo- poltico.

    Captulo 4 Marxismo como moral

    De todos los sentidos de la palabra marxismo examinados en los captulos ante-riores se ha desgajado un factor moral, no por habitualmente negado o desatendido me-nos decisivo y que, en definitiva, se resume en la famosa frase de Marx:

    Los filsofos se han dedicado a la interpretacin del mundo; pero lo que se necesita es transformarlo.

    Qu quiere decir transformar el mundo? Por mundo pueden entenderse dos cosas: la realidad fsica y csmica y la sociedad humana. Lo primero, como ya dijimos, no es lo que predica Marx, sino el objeto de las ciencias fsico-qumicas (tambin bio-qumicas) y de la tecnologa correspondiente; y ms que una transformacin -no se trata de cambiar el mundo por cambiarlo- es una explotacin. Mas, tengamos en cuenta que tal comportamiento con respecto del mundo -dedicarse a explotarlo en vez de, como los antiguos, a contemplarlo, ha requerido tambin un cambio de actitud, una desacralizacin -y consiguientemente degradacin: mundo reducido a materia prima-, consiguientemente una nueva cosmovisin y, en sentido lato, incluso una nueva moral. (Todo lo cual hubo de ser preparado y llevado a cabo en las etapas sucesivas de la cien-cia moderna, la primera revolucin industrial, la tecnologa con la segunda revolucin industrial del fin de siglo y, en fin, por ahora, la poca atmica y de la automacin). Dentro del marxismo la discusin en torno a la dialctica de la naturaleza y, fuera de l, Teilhard de Chardin y la bioqumica, con la gentica, en torno al problema de la sntesis orgnica muestran esfuerzos paralelos entre otros muchos para com-prender esta autotransformacin del mundo e intentar incidir, llegado el caso, sobre ella.

    5 Sobre esto ms abajo, el capitulo final del presente libro.

    Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 20

    La transformacin que aqu nos interesa es la del mundo entendido como la so-ciedad humana. Tambin la tecnologa sociolgica, la ingeniera social americana, se propone cambiar la sociedad, pero no en sentido radical, sino en el de lograr un mejor ajustamiento de las piezas -individuos, grupos, instituciones- de que se compone. El propsito de Marx es mucho ms radical y, al revs que el anterior, menos tec-nolgico y ms especficamente moral. Su doctrina -implicacin de doctrina y praxis- significa la atribucin de una nueva funcin -eminentemente prctica- al Saber; funcin que va ms lejos de su nico prece-dente, el comptiano de savoir, para prvoir y pourvoir. Mediante la predicacin de este Saber prctico-poltico se trataba, como vimos, de encarnarlo en una fuerza real, el proletariado. Marx vio muy lcidamente que una masa humana arrancada por la revolucin industrial de sus races, adquira una disponibilidad para el cambio de actitud -preparado ya por el cambio de habitat y de oficio de la que haban carecido el campesinado y el artesanado, instalados en una situacin social vivi-da como status o estamento, como condicin aceptada, en tanto que querida por la Pro-videncia, por el mismo Dios. El cambio de actitud consiste, por tanto, en sacar al prole-tariado de su pasividad, en dotarle de conciencia de clase, lo que supone conciencia de explotacin, y de imprimirle voluntad revolucionaria de liberacin. El resultado moral en el ms internalizado sentido de la palabra moral al que nos referimos en el modelo del final del captulo 2 y sobre el que volveremos en este mismo captulo es la creacin de un Hombre nuevo, el perfecto proletario marxista.

    4.1 Ciencismo y voluntarismo

    Acabamos de ver que Marx como moralista o reformador moral atribuy una fun-cin prctica -es decir, tica- al Saber, se propuso el cambio de actitud y comportamien-to del proletariado y propuso un nuevo modo o estilo de vida, como paradigmtico. Pero cmo presentar este proyecto de reforma que no debemos dudar en llamar moral? Evidentemente, de acuerdo con el contexto histrico-social de su poca y de su me-dio cultural. Este contexto haca imposible, claro est, su formulacin en trminos de reforma religiosa (lo que no ha obstado a que, segn hemos visto, el marxismo opere emotivamente como religin secularizada); y por la influencia materialista y posi-tivista desde el punto de vista cultural, as como por el descrdito en que haba cado, desde el punto de vista social, la hipcrita moral victoriana (la moralina como ms tarde la llam Nietzsche), imposible tambin presentarla como explcita reforma moral. Estos inconvenientes no slo se obviaban, sino que se transformaban en ventajas si la voluntad de reforma se revesta con el ropaje del anlisis cientfico, econmico y socio-lgico (conceptos de valor-trabajo, plusvala, depauperacin creciente, etc.). Por tanto el marxismo se nos presenta como un voluntarismo (en el que la libertad juega un doble papel, segn veremos en seguida) y como ciencismo-determinista, de carcter historicista6.

    6 O bien, segn una interpretacin actual, sobre la que habremos de hablar largamente, bajo la forma de

    determinismo estructuralista.

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 21

    Cmo conjug, cmo fundi Marx ambas actitudes, en principio opuestas, y sus correspondientes expectativas? Contestemos a esta pregunta, primero con el lenguaje un tanto abstracto del propio Marx en La Ideologa alemana: Para nosotros el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que haya que sujetar la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que supera el actual estado de cosas. Las condiciones de este movimiento se desprenden de los presupuestos actualmente existentes. Segn este pasaje lo que las gentes llaman ideal, y que es el objeto de la moral, no tendra nada que hacer aqu: en la historia no hay sino movimientos reales, que se desprenden de sus presupuestos, igualmente reales. Pero junto a esto nos encontramos con el sistema terico-prctico, libremente propuesto por l, y que se inserta en la histo-ria como puro movimiento real para modificarla; y despus, consecuencia de ello, como aceleracin de ese movimiento real, merced a la intervencin del proletariado (o de su lite, el Partido, segn Lenin). En resumen, la realidad misma acabara por transformar-se (aspecto determinista); pero el proletariado -y antes el propio Marx- y antes los co-munistas utpicos, etc., pueden ayudar, adelantar esa transformacin (aspecto volunta-rista, intervencin de la libertad). Esta concepcin, centralmente determinista, secundariamente reservando una fun-cin a la libertad, nos parece muy simplistamente unidireccional y pensamos que en el movimiento de la historia hay mucha ms complicacin de lo que juzg Marx. Ya lo vimos a propsito de su propia praxis terica, que en parte contribuy a que el supuesto movimiento previo se cumpliese o acelerase, pero en parte desvi su direccin, al susci-tar fuerzas que hicieron de su prediccin una self-defeating prophecy.

    4.2 Sentido histrico-moral de la obra de Marx

    Veamos ahora, con mayor detalle histrico, cmo se insert el pensamiento de Marx en la historia, y descubramos su sentido valindonos para ello del instrumental de la tica analtica contempornea. La obra de Marx, sntesis de praxis y teora, tuvo un sentido. La palabra castellana sentido no descubre bien la doble acepcin del meaning ingls. Meaning de una pro-posicin es su significado y ante todo el hecho mismo de que lo posea, de que no sea meaningless. El meaning real de una proposicin moral es (recurdese una vez ms nuestro modelo del final del captulo 2) su capacidad de hacerse verdadero, de cum-plir, en la realidad, el cambio prescrito por aqulla. Pero meaning significa tambin, ahora en lenguaje no lgico, sino moral, propsito, intencin, designio. Confor-me a esto veamos cul fue el doble meaning -modificacin real y propsito moral de la doctrina -serie sistemtica de proposiciones- de Marx. En cuanto a la modificacin llevada a cabo en la realidad a travs del cumplimiento de la proposicin -en definitiva moral, prctica- de Marx, tenemos que ver su modo de insertarse en la realidad histrica. A fines del siglo XVIII -comienzo de la revolucin industrial- surgi una nueva estructura social que los ingleses se limitaron a analizar, sin introducir juicios de valor, y que llamaron civil society. En qu consisti esta nueva estructura? En una red de relaciones socioeconmicas cuantitativamente mucho ms tupida que en pocas anteriores y cualitativamente nueva en muchos de sus elementos que, por ello, reemplazando a la antigua sociedad estamental, pas al primer plano de la

    Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 22

    interaccin humana. Esta estructura, vista desde una perspectiva puramente econmica, consisti en la implantacin generalizada de lo que se llama economa de mercado, con su ley de la oferta y la demanda. Y desde la perspectiva socioeconmica, en el libre-cambismo, la free enterprise y lo que Unamuno llamaba el liberalismo manchesteriano. Hegel, cuya obra es una sntesis de todo lo que ocurre en y a travs de la historia, recoge esta novedad, pero ya como mero momento, dentro de un sistema en el que la moral queda fundida en su historicista metafsica. Y denominndolo Brgerliche Ge-sellschaft (traduccin literal de civil society: la palabra burgus en alemn, no ya en tiempo de Hegel, tampoco despus, ha cobrado sentido moderno, postmarxista, para significar el cual se emplea -como en ingls- el galicismo Bourgeois), se enfrenta con el hecho y lo juzga: es la anttesis individualista, atomizadora -la competencia asla-, egosta de la tesis o primer momento que es, segn l, la familia, clula apretada, unida, indivisa, pero sin ventanas, cerrada sobre s misma. La sntesis de estos dos momentos sera el Estado, culminacin de toda eticidad, que no suprime ni la tesis Familia, ni la anttesis, Sociedad civil de libre empresa, sino que, envolvindolos en s, los superara. El espritu de sntesis o, dicho ms crudamente, de pretendida supresin de todas las antinomias, la creencia de que la historia, en su devenir, resuelve por s misma todas las contradicciones y no hay ms que decir ante ella sino todo est bien, termina con Hegel. Tras l los pensadores siguientes -Kierkegaard, Feuerbach, Marx- subrayarn la anttesis, la irreconciliacin, la contradiccin. Marx, en particular -el ms hegeliano de los tres-, juzgar el momento mismo de la Brgerliche Gesellschaft con sus principios de la libre empresa y la economa de mercado, como condenable en s mismo e imposi-ble de superar, por lo que no hay otra alternativa que su destruccin. Todo esto en el plano filosfico-histrico. En el plano real-histrico, los hechos sociales mismos parecan adecuarse a esta nueva visin. La otra cara de la sociedad civil surgida con la revolucin industrial y econmica era la aparicin de una enorme ya y creciente masa de hombres, que integran la capa social denominada Proletariado. Este proletariado est a la vez, de un modo muy peculiar, dentro de esa sociedad civil y, sobre todo, fuera de ella. Dentro porque es imprescindible, pero no como sujeto, sino como objeto (trabajo-mercanca, es decir, hombre obrero-mercanca) y, por tanto, en rigor, fuera. El proletariado le aparece a Marx como una clase necesaria, estructural-mente explotada y oprimida. Y el Estado, lejos de poder superar esta injusticia, no es sino la superestructura de poder poltico dominada por la Brgerliche Gesellschaft o, como ahora ya podemos traducir, la burguesa. Si la superacin es imposible, la nica salida, ya lo hemos dicho, es la destruc-cin de tal estructura econmico-social. Para sustituirla por qu? Desde Platn se ha venido predicando el comunismo como remedio utpico de todos los males sociales. Con carcter revolucionario apareci marginalmente durante la revolucin francesa. Marx, yendo derecho a lo esencial, se desentiende del comunismo primitivo, animal -comunidad de mujeres e hijos-, y del sentido utpico, romntico, idlico de todo comu-nismo anterior a l, para dotarle de precisin cientfica, basndole en la Economa poltica, reducindole por tanto a la abolicin de la propiedad privada de los bienes de produccin y hacindolo militante, revolucionario. A la imposibilidad, en el plano filo-sfico, de superar armoniosa, pacficamente la contradiccin, corresponde, en el plano real, la lucha de clases. Solamente despus de la supresin de la clase opresora puede lograrse -y Marx, volviendo a Hegel, piensa que se lograr- la sntesis perfecta de la

  • Jos Luis Lpez Aranguren El marxismo como moral 23

    sociedad sin clases, la desaparicin del Estado y la conversin, por fin, en realidad, de la vieja utopa comunista: la Edad de Oro. Por tanto, y para volver a nuestro planteamiento en trminos de anlisis de la doble acepcin de la palabra meaning, el sentido real de la teora marxista consisti en la mo-dificacin radical de la estructura socioeconmica que, a grandes rasgos, acabamos de describir; o, dicho de otro modo, en que se verificase, se convirtiese en verdad su teora. Con lo cual, segunda acepcin, acepcin moral del sentido del marxismo, se perse-gua la autoliberacin del proletario, la supresin del fetichismo y la alienacin, y la creacin de un Hombre nuevo, ms all de la anttesis burgus-proletario, es decir, ex-plotador-explotado. El movimiento real de la historia aparece por tanto a nuestros ojos, independiente-mente de la terminologa de Marx, como un movimiento moral.

    Captulo 5 Moral poltica del marxismo

    La ruptura de la falsa sntesis hegeliana sntesis que otro posthegeliano, von Stein, intentar, a su modo, reafirmar constituye una de las posiciones fundamentales de Marx. La Brgerliche Gesellschaft, la sociedad burguesa, en el nuevo sentido que da Marx a esta palabra, es ahora, mucho ms que el Estado -simple superestructura su-ya-, el enemigo; el liberalismo se denuncia como opuesto a la libertad. Por eso la re-volucin que Marx predica y preconiza es, sin dejar de ser una revolucin poltica o contra el Estado, mucho ms que una revolucin poltica; es una revolucin social y econmica, una revolucin contra la sociedad burguesa y su estructura econmica capitalista. Antes de seguir adelante detengmonos un momento en el significado de la palabra burguesa y su evolucin diacrnica. Este sentido se determina por oposicin diferen-cial. En principio burgus, habitante de burgos o ciudades, se diferenci del campesi-no para oponerse al noble, al seor. La anttesis burguesa-aristocracia se extiende du-rante toda la baja Edad Media y toda la poca moderna. Naturalmente hay casos de promocin individual e incluso colectiva -noblesse de robea la nobleza, y otros de fraca-sada, ridcula autopromocin (Le Bourgeois Gentilhomme, por ejemplo). La Ville (Pa-rs) y la Cour (Versalles) constituyen, en el siglo XVIII, el habitat respectivo, por exce-lencia, de la burguesa y de la aristocracia en Francia. Y la Revolucin francesa no con-sisti sino en el triunfo poltico de la primera sobre la segunda, la liquidacin del rgi-men socioeconmico estamental y la organizacin adecuada a la revolucin industrial (que Inglaterra, en la medida de lo preciso, ya se haba adelantado a darse y que los Es-tados Unidos se dieron, con la Independencia, en vsperas de la Revolucin francesa). La burguesa se dividi pronto en gran burguesa y pequea burguesa (el reflejo poltico de esta divisin de intereses se manifiesta en los partidos de la Revolucin francesa). Y, contra lo que suele creerse, la expresin pequeo burgus no es post-marxista sino que, al menos en francs, idioma en el que es acuada, se encuentra de Sade a Balzac. La burguesa se defini a s misma, moralmente, por un modo de ser, unas virtudes, las virtudes burguesas, que, al desarrollarse unilateralmente, a expensas de otras, dieron lugar a la reaccin romntica. Burgus pasa ahora a significar filis-

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    teo, como entonces se deca, hombre prosaico, atento solamente a los intereses mate-riales, de vida montonamente ordenada, cerrado a todo horizonte espiritual, desprovis-to de todo anhelo, de toda inquietud, satisfecho en su mediocridad, ininteresante, anties-teta, vulgar. Por supuesto, el sentido que da Marx a la palabra empalma con el primero y tiene muy poco que ver con ste, definido desde una perspectiva esttica, bohemia -otra palabra de la poca romntica-. Sin embargo, si se piensa con Eugene Kamenka7

    que el marxismo posee, llegado a su culminacin, una dimensin esttica (libertad tam-bin en el trabajo, algo en la lnea de la concepcin de Schiller), podra retener el senti-do marxiano de la palabra burgus un eco de esta oposicin. En cualquier caso bur-guesa significa, para Marx, la clase -en la que se ha reabsorbido la vieja aristocracia- que detenta el poder econmico y por personas interpuestas, sus profesionales de la poltica o sus altos empleados -militares, burcratas-, el poder poltico; y su instrumen-to econmico de dominacin es el capitalismo. El problema, desde este punto de vista es que entre la burguesa y la clase que se le opone, el proletariado, subsisten el campesi-nado y la pequea burguesa. El caso de la pequea burguesa fue bien visto por Marx: es una clase desgarrada, presa de la contradiccin entre su situacin real, objetiva, asimilable a la del proletaria-do, y su actitud psquica, su pretensin de pertenecer a un status superior. Pero hoy, a la vez que decrece la importancia de este estrato, han surgido unas nuevas clases me-dias; y la parte ms calificada del proletariado es frecuente que se defina, en las en-cuestas que se hacen en los pases desarrollados, como perteneciente a la clase media. El esquema clasista bipartito es as contradicho en el plano sociolgico, que es el de la imagen que de s misma proyecta un grupo social, aunque esa imagen sociolgica se halle en contradiccin con la realidad econmica objetiva. En cualquier caso, la induda-ble tendencia al aburguesamiento viene a hacer confusa la limpia lnea marxista de separacin entre la burguesa y el proletariado. En el problema del campesinado, tan complejo, no tenemos por qu entrar aqu. Lo que nos importa es que, segn todo lo expuesto al final del captulo anterior, la moral poltica del marxismo exige, como condicin sine qua non de su cumplimiento, la Revolucin. Este es el problema que hemos de considerar ahora.

    5.1 Moral y Revolucin

    La Revolucin, es decir, el cambio radical de la estructura econmica, social y pol-tica es, ya lo hemos visto, un elemento constitutivo de la praxis marxista y, por lo tanto, de su moral. La moral de Marx no se encuentra, como el ideal, separada de la realidad, no es, de ningn modo, una mera moral de la buena voluntad, de la buena intencin o de los buenos sentimientos. (Por eso, entre otras razones, rehusaba Marx ver en su sistema una moral.) La moral de Marx exige la transformacin real del mundo (transforma-cin que va a ocurrir, por la fuerza misma de los acontecimientos, es decir, sin interven-cin moral, pero que los hombres deben apoyar, empujar y acelerar). Este realismo revolucionario es incompatible con ciertas actitudes: en primer lugar, con la de la socialdemocracia, que, sin negar doctrinalmente el principio revoluciona-rio, lo considera en determinados pases desarrollados inviable y, en un revisionismo cuyo objetivo sera ajustar el marxismo a las nuevas circunstancias, confa el cambio a 7 The Ethical Foundations of Marxism, Pgs. 110 y SS.

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    la evolucin dentro de un marco estrictamente democrtico-formal. (Sin emitir ningn juicio de valor, me parece cierto un deslizamiento de los partidos marxistas histricos hacia la derecha: el socialismo acepta de hecho el orden establecido, que slo aspira a modificar mediante correcciones, y el comunismo ortodoxo tiende a ocupar, en las so-ciedades occidentales, el lugar que en los primeros aos de este siglo ocup el socialis-mo y que ya ha desalojado.) En segundo lugar, es incompatible con la salvaguardia a cualquier precio de la buena conciencia, limpia de toda culpa, con la Schne Seele, alma hermosa y apacible siempre (en el pargrafo siguiente hablaremos de la violencia), y con la compatibilidad entre la eficacia polticorevolucionaria y las manos limpias. (Tema al que el existencialismo sartriano ha dado un acento trgico que, desde una con-ciencia estrictamente moral, se echa de menos en la mayor parte de los tericos marxis-tas de la Revolucin, demasiado confortablemente instalados en la conviccin de que trabajar por sta absuelve de todos los pecados.) Y por el extremo opuesto -que se toca con ste- el realismo marxista es incompatible, en tercer lugar con el radicalismo irrea-lista, brillante, utpico, instalado imaginariamente a miles de kilmetros de su circuns-tancia real, en la Cuba castrista o con los guerrilleros sudamericanos -cuya correspon-dencia espaola, el maquis, fracas hace ya bastantes aos-. Actitudes estas dos ltimas puramente estticas (segn la feliz caracterizacin de Tierno), narcisistas, autocompla-cidos de encontrarse moralmente bellas, sublimes... e ineficientes. El realismo marxista comprende muy bien que la (moral) poltica no consiste en prestar un puro testimonio moral desasistido de toda eficacia; y que pidiendo demasiado poco o pidiendo dema-siado, lo imposible, todo quedar igual. El acento social de la moral marxista nos pre-viene tambin contra la desmesurada esperanza que tiende a ponerse -actitud tpicamen-te burguesa- en la moralidad administrativa e incluso en la moralidad privada de los gobernantes; lo esencial es, como he escrito en otro lugar, la democratizacin real y la institucionalizacin de la moral. Para volver a la tematizacin tica llevada a cabo en el captulo anterior, reiteramos que la transformacin de la actitud y la transformacin de la realidad son intencional-mente inseparables: la moral marxista -en el polo opuesto de la kantiana- es indivisible de la eficacia, de la utilidad, del resultado. Se trata de que la proposicin moral -la doc-trina de Marx- sea seguida como regla y se verifique en sentido comparable a como se verifica una proposicin emprica, cuando es verdadera: se haga verdadera, tome cuerpo en la realidad. Me parece que en esta conjuncin marxiana de operatividad material y formal o moral hay alguna reminiscencia de la tesis hegeliana de la correspondencia -en l apodctica- de la exterioridad y la interioridad, las dos caras del ser.

    5.2 Revolucin y violencia

    La transformacin del mundo, el cambio radical de la estructura socioeconmica de una sociedad, muy rara vez se conseguir sin el empleo de la violencia porque es perfectamente comprensible que la burguesa se oponga a la revolucin, que los bene-ficiarios del rgimen capitalista, de los que el Poder poltico es una simple superestruc-tura, luchen contra la implantacin de un rgimen socialista. Por tanto, es ineludible el enjuiciamiento, desde el punto de vista moral, del empleo de la violencia. Ante todo deben hacerse dos observaciones, dos constataciones mejor: la primera consiste en que pertenece a la doctrina misma del marxismo -en contraste con el anar-

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    quismo y con el radicalismo mstico de la violencia por la violencia, de la virtud pu-rificadora del terrorismo- la mxima economa en la administracin de los medios vio-lentos. El marxismo comunista, a diferencia del socialista, tard en aceptar las reglas del juego de la democracia occidental; pero desde el primer momento se apart de los modos anarquistas. Y el comportamiento poltico de Stalin, excusable o no, desde el punto de vista de las circunstancias, a los ojos de los comunistas, no puede ser consi-derado como marxista sin ms. La segunda constatacin se refiere a una deformacin, por decirlo as, ptica, de-pendiente de la perspectiva temporal y la situacin desde la que se ejerce la violencia, problema que Merleau-Ponty aclar bien en Humanisme et Terreur: las personas de orden tendemos a establecer una diferencia demasiado tajante entre la violencia que se ejerce (injustamente) desde el Poder, un Poder que se constituy como tal por un acto de violencia que, por pertenecer al pasado, resulta legitimado, por decirlo as, por el trans-curso del tiempo; y la violencia que (tal vez incluso justamente) se ejerce desde la opo-sicin. La primera, en cuanto mantenimiento del orden establecido, tiende a ser con-siderada como legtima; en cambio la segunda se ve como subversin (en el sentido emocional negativo de esta palabra y las dems que suelen emplearse por los defensores del orden). Creo que caemos con demasiada frecuencia en una confusin entre el de-ber utilitario o pragmtico- del Poder constituido y la mitificacin del orden, que este Poder -que quiz se constituy violentamente- mantiene, tal vez, por la violencia. Si somos pacifistas, si rechazamos la violencia, no podemos condenar la violencia de la oposicin y excusar la violencia del Poder. Violencia y terror lo mismo pueden ser blancos (o negros) que rojos. Adems la historia nos muestra que no solamente se da un terrorismo anarquista, sino tambin el de la oposicin fascista, parafascista, etc. Tras estas precisiones -que tienden a desmitificar la confortable creencia derechista de que violencia y terror son caractersticas exclusivas de la revolucin y no pudiesen darse tambin, en todas las formas, confesadas o enmascaradas, de contrarrevolucin- podemos ya pasar a considerar, en s mismo, el problema moral del empleo poltico de la violencia, al servicio de la revolucin, que es el problema propio del marxismo. El problema es complejo por lo cual vamos a someterle a una cudruple consideracin: 1) visin puramente intelectual; 2) visin pragmtica y realista; 3) visin cultural a pos-teriori, y 4) vivencia desde el corazn de la violencia8 Adoptemos, pues, sucesiva-mente, en la medida posible a un ejercicio puramente terico, desvinculado de la praxis revolucionaria, estos cuatro puntos de vista.

    1) En los primeros captulos hemos hablado de la dimensin emocional del trmino marxismo, que connota revolucin, violencia y terror. Ya hemos advertido que tales notas no son, ni mucho menos, exclusivas del marxismo. Pero es innegable que el marxismo comunista suscita -entre los opuestos al comunismo, naturalmente- un sentimiento psquico de terror; y que, ms an, objetivamente, como Poder en vas de

    8 A este respecto debe leerse el artculo de ngel Bernal En el corazn de la violencia (Cuadernos de

    Ruedo Ibrico, pars, nm. 12, junio-julio 1967), en el que se distinguen bien -y se ponen dialctica-mente en relacin- la violencia del poder y la violencia radicalista, esttica, insensata, de una cierta Oposicin. Quiz haya que reprochar a tal artculo una aceptacin, sin crtica, de la mstica del proleta-riado, como clase permanentemente depositaria de las esencias revolucionarias. A la vista de lo ocu-rrido en los pases desarrollados, creo que slo el comportamiento poltico o, en su defecto, sondeos sociolgico-empricos, puede mostrarnos cual es la actitud real del proletariado en los pases en vas de desarrollo.

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    establecimiento, ha de crear una situacin, ms o menos duradera, de terror, por llamar-lo as, sustantivado. Hegel vio bien que este objetivado rgimen de terror -el Terror, como se deca durante la Revolucin francesa- procede de una concepcin que no por atroz deja de ser moral y aun moralista. Convencin y, an ms, Comit de Salut public, corres-ponde al plano de la Moralitt, deber desencarnado, puritano y fantico, dispuesto a implantar lo que se considera como justicia aun al precio de que perezca el mundo. La superacin de ese punto de vista es, segn Hegel, la Sittlichkeit, la eticidad concreta en el marco real histrico social. El terror engendra terror, presto siempre a convertirse en contraterrorista terror: inacabable dialctica de la violencia. Y todo esto -se considerar razonando desde esta primera posicin- para desembocar en qu? En algo -la dictadura del proletariado- que debera ser provisional e instaurar pronto la plena libertad comunista. En vez de eso la dictadura, que no es propiamente del proletariado, sino del partido, o, mejor dicho, de su aparato poltico-burocrtico, se prolonga hasta no vrsele el final, etc, etc. Una postura moral a priori y exterior tiene, pues, que rechazar el desencade-namiento de la violencia.

    2) Una concepcin puramente pragmtica, realista, de la poltica mantendr, por el contrario, fra, calculadoramente, que la violencia puede ser puesta al servicio de un fin que la justifique. Es la teora de los fines y los medios que, intelectualmente -y la descomposicin de fines y medios es ya el resultado de una operacin intelectual-, es insostenible. El fin no justifica los medios, sino que, ms bien, como se ha dicho, son los medios los que justi-fican el fin, en s mismo demasiado vago y abstracto siempre. Yo comprendo -posicin en la que trataremos de ponernos luego- que, desde el corazn de la violencia, en el cen-tro mismo de la situacin dramtica, se ejerza aqulla trgicamente. Lo que no com-prendo es el clculo, la racionalizacin de la violencia. Por eso yo respetara, por ejemplo, la posicin de los partidarios de la pena de muerte con una condicin: que llegado el momento fuesen ellos mismos, y ms an quienes la decretan, los que, sin interposicin de verdugos, ensucindose las manos, la ejecutasen. Justamente lo ms odioso del ejercicio de la violencia y, en especial, de la violencia contempornea, es el clculo previo del gasto de material humano que va a representar; la violencia ejercitada como el clculo de resistencias que lleva a cabo un ingeniero: la degradacin fra del hombre a un puro medio, que se gasta cuando hace falta. La violencia pertenece seguramente a la condicin del hombre, no en tanto que racional, sino en cuanto animal. Por eso es tan odioso intentar dar apariencia racional a su irrupcin.

    3) Cabe una tercera visin, no slo desde fuera sino tambin -esto es lo decisivo- desde despus de acontecida la violencia. Decamos antes, siguiendo a Merleau-Ponty, que si nos remontamos suficientemente en el tiempo, descubriramos que todos los regmenes fueron introducidos por la violencia, violencia de una guerra, violencia de una guerra civil, violencia de una revolucin; pero que generalmente se confa al mero transcurso del tiempo, desde aquella violencia fun-dacional, la funcin de su legitimacin.

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    Desde un punto de vista ms ticamente exigente, se juzga, se suele juzgar, un r-gimen, violentamente instaurado, por su resultado moral -y cultural- ulterior. Nadie nie-ga hoy los horrores de la Revolucin francesa. Sin embargo, la mayor parte de los hom-bres, incluido Juan XXIII, vemos en ella un progreso moral y cultural. Naturalmente este juicio de valor es mucho ms fcil de hacer para nosotros que para los contempor-neos de aquella violencia: los crmenes pasaron, los muertos -que de todos modos lo estaran ya hoy, y desde hace muchos aos- han sido olvidados. Lo que permanece es la obra cultural y la institucionalizacin moral realizadas a travs de aquella Revolucin. A los que tenemos ya bastantes aos para haber vivido, de nios, el escalofro de terror producido a nuestros mayores por la Revolucin rusa y despus por las purgas del estalinismo, nos cuesta trabajo comprender que los jvenes vean el rgimen soviti-co de muy diferente modo: ellos han llegado ya despus.

    4) Las tres visiones anteriores son racionales -la segunda ms bien racionalizante- y, por tanto, en un sentido radical son ajenas a la violencia; a lo sumo la ordenan, como quien aprieta un botn, no la viven. Se trata ahora de, en la medida de lo imagina-riamente posible, ponernos en el lugar de quienes sin ser sdicos, sino al contrario, ejer-cen la violencia y, ejercindola, la sufren. Sartre es quien, seguramente, ha descrito mejor este carcter existencial de la revo-lucin que, por proyectada y calculada que haya estado previamente por los revolucio-narios profesionales, siempre se desencadena, estalla al hilo con ocasin de un acon-tecimiento imprevisto. Los erigidos protagonistas, envueltos en el mar encrespado que rompe todos los obstculos, tienen que actuar y decidir desde dentro de la ola arrasado-ra, sobre la marcha, en una sucesin de situaciones de emergencia. En la realidad de la revolucin, la violencia se produce tambin como pura concomitancia irracional, como la explosin pasional quiz largamente reprimida. El marxismo, con su fusin de teora y praxis, se nos aparece, en el centro del torbellino revolucionario, como esos proyectos que elaboramos cuidadosamente para cuando sobrevenga una situacin... que una vez llegada habr de enfrentarse sin que lo previamente pensado nos sirva de mucho. En el transcurrir del horror revolucionario, la praxis precede a la teora porque hay que actuar improvisadamente, y as es como ocurre la violencia: un puro gesto, un malen-tendido, una palabra impremeditada puede desencadenarla. Es la violencia la que se apodera de los hombres, la que les arrastra y despea. Despus, naturalmente, tratar de explicarse lo ocurrido: pero lo que se har es una composicin del inarticulado es-tallido -truenos y relmpagos- de la tormenta, de lo existencialmente sacudido, roto, descompuesto. Naturalmente, con esto no quiero decir, de ningn modo, que las revoluciones ca-rezcan de sentido: lo tienen y muy preciso. Lo que he tratado de distinguir es lo que despus -tercero de los puntos de vista expuestos- se separar completamente: la violen-cia y lo que a travs de ella advenga, para decantarse luego cultural y moralmente. Ni siquiera he tratado de incluir en esta descripcin -borrosa por la naturaleza misma de lo descrito- todos los hechos de violencia. Los que constituyen, en el pleno sentido de la palabra, actos de violencia obedecen a una motivacin muy precisa -el clculo eco-nmico a que antes nos referamos, lo que podramos llamar estado de necesidad, la defensa de la revolucin, etc., etc. Aqu no nos hemos referido a ellos, sino al ncleo central, a la secuencia, a la explosin cuyo sujeto, si lo tiene, es la revolucin misma y

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    el ingrediente irracional de su acontecer. Pues desde luego pienso que reconocer la exis-tencia irreductible de lo irracional es una actitud mucho ms racional que la consistente en engaarnos a nosotros mismos racionalizndolo. Esta irrupcin incontrolable de lo irracional es lo ms terrible de la revolucin marxista... y de todas las revoluciones, gue-rras y sucesiones, en el fondo impersonales -a quin hacer individualmente responsa-ble?-, de violencia. Lo otro, la legitimacin de actos determinados de violencia, siempre puede lograrse, y la tica tradicionalmente cristiana no ha dejado de hacerlo: pena de muerte, tiranici-dio, guerra justa y levantamiento justificado contra un rgimen radicalmente injusto y desptico, cuando no queda otra alternativa... A1 marxismo habra que juzgarlo como bueno o como malo por su contenido. Si lo condenamos por el modo de instaurarse, todo lo que no sea pura evolucin democrtica -es decir, la historia casi entera de la humanidad- tendr que ser condenada.

    Captulo 6 Marxismo y moral en la historia

    En los dos captulos ltimos, tras la preparacin de los primeros, hemos puesto de mani-fiesto la moral del marxismo. Pero el marxismo -pese al peligro permanente de caer en escolstica- ha evolucionado. A continuacin vamos a estudiar las etapas, fundamen-tales desde el punto de vista moral, de esa evolucin. Lo que sigue va a tener, pues, el carcter de unos rpidos apuntes para la historia del marxismo como moral. Y en el ca-ptulo siguiente examinaremos la situacin del problema en la actualidad. Pero para toda ello, esto es, para comprender el sentido de la evolucin ser menester volver a empezar por Marx. As veremos lo que, sucesivamente, se va tomando, dejando, retomando y reinterpretando de l.

    6.1 El problema moral en Marx

    Marx inaugura o cree inaugurar una nueva poca: la de la post-filosofa. La poca de la filosofa o interpretacin del mundo ha terminado. Comienza ahora otra que, ex-plcitamente para l, es la de los economistas-socilogos que, con la fuerza del proleta-riado, transformarn la sociedad. Pero implcitamente, esta transformacin de la socie-dad ha de ser precedida, acompaada y seguida de una transformacin del hombre y su comportamiento. El marxismo, adems de una nueva economa y una nueva sociologa es, aunque por los motivos que vimos, lo rechace Marx una nueva moral. La filosofa -mera interpretacin- piensa Marx que toca a su fin. A lo que ha de sus-tituirla no lo llam l, naturalmente, marxismo. Lo llam materialismo dialctico. Como ya dije, la palabra materialismo es muy desafortunada y normalmente nos hara pensar en una reduccin de la realidad a materia, en una concepcin de la materia como la infraestructura de la realidad; en la lnea marxiana, tomada a la letra, podra hacernos valorar la reificacin como fenmeno positivo, lo que es absurdo. Marx ve la infraestructura de la realidad en la praxis, es decir, en la red de las relaciones de los hombres con el mundo -material- y entre s, en la red de las relaciones econmicas (tmese esta palabra con alguna reserva, porque el concepto de praxis es, y sobre todo

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    ser, una vez implantado el comunismo, mucho ms amplio que el usual de trabajo, bsico en su teora econmica). Los tres aspectos que nos interesan en la doctrina de Marx como moral, con vistas a su ulterior confrontacin, son stos: 1) su anlisis estructural; 2) el sentido que este an-lisis posee de anlisis-denuncia y anlisis-prediccin, y 3) el historicismo de Marx. Re-pasmoslos.

    1) El anlisis que lleva a cabo Marx es anlisis estructural y, para ser ms precisos, puesta de manifiesto de una infraestructura. Por infraestructura debe entenderse, por supuesto, base, pero tambin, corno en el anlisis freudiano, des-cubrimiento de la estructura (o de una parte fundamental de la estructura) que hasta ahora permaneca oculta. Este anlisis estructural pone de manifiesto no slo la verdadera estructura, sino tambin su carcter dialctico. La realidad social est constituida por una infraestructura econmica y una superestructura cultural que se encuentra en relacin dialctica con ella; la realidad social, considerada como relacin interhumana, est constituida por la estructura -dialctica- de las clases en lucha, una oprimida, otra opresora; la realidad del valor consiste en trabajo, del que se sustrae el beneficio del capital que es, en realidad, plusvala de aqul, etc., etc.

    2) Este anlisis, en virtud de la concepcin misma de su sistema, es, en Marx, a la vez teora y praxis. Lo cual significa, en nuestra terminologa, que es un anlisis-denuncia y condena moral y un anlisis-prediccin de la transformacin dialctica. Retomemos para esclarecer esto, los anlisis anteriores. La superestructura, en cuanto ideologa, sirve a la clase explotadora para racionalizar y aun espiritualizar