Apertura

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Apertura XXV Capítulo General 1 Iniciamos hoy el XXV Capítulo General. Y lo iniciamos con el telón de fondo que ha ido acompañándonos todo el sexenio. El horizonte de la fragilidad, visible en la enfermedad, la ancianidad, la muerte, el abandono de la Congregación de hermanas que han estado con nosotras muchos años, alguna más de 50. Fragilidad del cuerpo y también del corazón y el Espíritu. Esto son aspectos y realidades que están por encima de nuestros deseos y nuestra responsabilidad Hay otros aspectos que dependen más de nuestras decisiones. Y tampoco queremos olvidarlas hoy. Todo aquello que nos aparta del encuentro gozoso y nos lleva a buscarnos más a nosotras mismas que a los demás… Cuánto egocentrismo, comodidad, temor, búsqueda de seguridad hay en nosotras… Parece, a primera vista, un horizonte no demasiado reconfortante. Pero está ahí. Es el nuestro. Pero también, y unido a ello de modo inexorable, cuanta esperanza, ternura y entrega. Todo a un mismo tiempo y todo entretejido en la síntesis vital de cada una, de la Congregación como fraternidad. En ese horizonte también hay otra perspectiva que, sólo desde la fe y la cordura de la confianza podemos abordar como esperanza y como espacio y tiempo de fidelidad y de vida. El Capítulo es un medio privilegiado para adentrarnos en esa nueva perspectiva, para otear el horizonte con nuevo corazón y nueva mentalidad. Solas no podemos. Unidas al Espíritu sí es posible. El Papa, recordaba no hace mucho, a la vida religiosa, que estamos llamadas a ser “iconos vivos de Cristo”. Una imagen que nos urge a ser “signo y profecía” para la Iglesia y el mundo, a través de los consejos evangélicos mantener viva la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio vivir con fidelidad creativa nuestro propio carisma, reproduciendo con valor y audacia la creatividad y santidad de Madre Francisca y tantas hermanas que nos han precedido ser “expertas en comunión” a través de nuestra vida fraterna y nuestra experiencia de Dios-Amor “lavar los pies” a los más pobres y necesitados y cuidar de ellos con solicitud y ternura cual si se tratase del mismo Cristo responder a las “nuevas pobrezas” con nuestro testimonio y nuestra misión El diagnóstico de la Congregación arroja datos claros de nuestra realidad. Lo hemos estudiado en las comunidades y en el informe volveremos a hablar de ello. Igual que otras muchas instituciones podemos preguntarnos si realmente hoy tiene sentido nuestra vida, tal como la vivimos. La respuesta

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Apertura XXV Capítulo General

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Iniciamos hoy el XXV Capítulo General. Y lo iniciamos con el telón de fondo que ha ido acompañándonos todo el sexenio. El horizonte de la fragilidad, visible en la enfermedad, la ancianidad, la muerte, el abandono de la Congregación de hermanas que han estado con nosotras muchos años, alguna más de 50. Fragilidad del cuerpo y también del corazón y el Espíritu. Esto son aspectos y realidades que están por encima de nuestros deseos y nuestra responsabilidad

Hay otros aspectos que dependen más de nuestras decisiones. Y tampoco queremos olvidarlas hoy. Todo aquello que nos aparta del encuentro gozoso y nos lleva a buscarnos más a nosotras mismas que a los demás… Cuánto egocentrismo, comodidad, temor, búsqueda de seguridad hay en nosotras…

Parece, a primera vista, un horizonte no demasiado reconfortante. Pero está ahí. Es el nuestro. Pero también, y unido a ello de modo inexorable, cuanta esperanza, ternura y entrega. Todo a un mismo tiempo y todo entretejido en la síntesis vital de cada una, de la Congregación como fraternidad. En ese horizonte también hay otra perspectiva que, sólo desde la fe y la cordura de la confianza podemos abordar como esperanza y como espacio y tiempo de fidelidad y de vida.

El Capítulo es un medio privilegiado para adentrarnos en esa nueva perspectiva, para otear el horizonte con nuevo corazón y nueva mentalidad. Solas no podemos. Unidas al Espíritu sí es posible. El Papa, recordaba no hace mucho, a la vida religiosa, que estamos llamadas a ser “iconos vivos de Cristo”. Una imagen que nos urge a

ser “signo y profecía” para la Iglesia y el mundo, a través de los consejos evangélicos

mantener viva la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio

vivir con fidelidad creativa nuestro propio carisma, reproduciendo con valor y audacia la creatividad y santidad de Madre Francisca y tantas hermanas que nos han precedido

ser “expertas en comunión” a través de nuestra vida fraterna y nuestra experiencia de Dios-Amor

“lavar los pies” a los más pobres y necesitados y cuidar de ellos con solicitud y ternura cual si se tratase del mismo Cristo

responder a las “nuevas pobrezas” con nuestro testimonio y nuestra misión

El diagnóstico de la Congregación arroja datos claros de nuestra realidad. Lo hemos estudiado en las comunidades y en el informe volveremos a hablar de ello.

Igual que otras muchas instituciones podemos preguntarnos si realmente hoy tiene sentido nuestra vida, tal como la vivimos. La respuesta

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abarca un espacio vital amplio y poco preciso. Un espacio que va entre el límite del desencanto y la perspectiva de la esperanza.

Matizando el concepto de “desencanto”, nosotras insistimos entre el “realismo y la esperanza”.

Ciertamente la situación concreta de las hermanas no lleva a mucho optimismo. Sin embargo, el deseo de fidelidad y centralidad de Dios, expresado machaconamente por la gran mayoría de hermanas, nos sitúa en la encrucijada entre dos caminos,

uno que señala la dirección de lo incierto y el desafío.

Y otro que marca el camino de lo seguro y la banalidad. Cada cual ha de elegir uno de estos caminos.

Y el Capítulo General, como brújula que se nos entrega hoy, orientará nuestros pasos hacia la profecía, es decir lo incierto, y hacia la fidelidad, es decir el desafío existencial.

La pregunta que, al inicio del Capítulo, nos podemos hacer puede ser ésta: ¿Vivimos esta hora histórica como experiencia pascual o por el contrario, la consideramos como un fracaso inútil de la vida consagrada? ¿Qué quiere el Señor decirnos con todas estas cosas?… ¿Cuáles son nuestras tentaciones y nuestras dudas?.

Dudas, incertidumbres y desafíos que son también una nueva oportunidad para renovar nuestra decisión a amar, venderlo todo y dárselo a los pobres, y seguir a Jesús sin alardes y sin glosa.

Sólo quisiera, en este momento, recordar tres cosas que han sido la urdimbre de nuestros proyectos y planteamientos. Son tres palabras sencillas y a nuestro modo de ver sugerentes y esperanzadoras.

La imagen del telar puede ayudarnos a visualizar mejor estas tres palabras:

1º. LA LLAMADA. Bien podría ser la viga de la urdimbre, sin la cual no es posible fijar el tejido ni darle forma y consistencia

2º. LA POBREZA. Sin el peine, por donde pasan los hilos de la urdimbre, no es posible tejer. El peine es el instrumento que “obliga” a los hilos informes tomar significado

3º. LA RELACIÓN. La urdimbre y el peine se bastan para hacer un tejido. Pero sin el arnés, sin la variedad de arneses, el tejido es frío, monótono, poco atractivo. Hacen falta diversos arneses para que el tejido tenga un diseño con mayor colorido, mayor creatividad y originalidad

I. LA LLAMADA, ALIMENTADA EN LA CONTEMPLACIÓN.

No hemos recibido una llamada de alguien en abstracto, ni hemos sido convocadas por proyectos atractivos y sustanciosos. Quien nos ha llamado es el Señor y lo que nos promete es la cruz, la desapropiación, la dicha “al revés”, la ganancia de la pobreza y el camino sin sandalias, ni bastón…

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Y no podemos olvidar quién es el origen de la llamada y quién es la meta de nuestra vida: “No sois vosotras quienes me eligen a mí, sino yo quien os he elegido… Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotras” (Cf. Jn 15). Sólo en el silencio hondo y tranquilo de la oración podemos descubrir esa presencia de Dios en nuestro corazón y en el corazón del mundo. Una oración que se traduce en adoración, expresada en abrazo e inclinación hacia la imagen viva de Jesús: los pobres.

Así nos invita Madre Francisca: “Cristo es vuestro tesoro y en Él debéis poner lo mejor de vuestro corazón. Un tesoro que tiene grietas y apariencia poco atrayente. Es el tesoro de los pobres y olvidados, a quienes debéis amar como si del mismo Cristo se tratara porque el amor a Dios que no expansiona en el prójimo es una tragedia”

II. LA LLAMADA DE LA PERIFERIA DE LA POBREZA.

Hemos sido llamadas a anunciar el Evangelio. La buena noticia al mundo de hoy, a la iglesia y la congregación. Así nos dice Jesús: “Y os he elegido para ser luz y sal, para ser una sola alma conmigo, el Padre creador y el Espíritu vivificador. Os he elegido para llevar la paz, anunciar la buena noticia a los pobres, liberar a los cautivos… Anunciad el evangelio, sed testigos de mi resurrección, de la vida nueva que brota en la comunidad como alternativa de vida” (cf. Lc 4; Mt 28, 19). No podemos quedar encerradas en los claustros de nuestras limitaciones y nuestras obras. Hoy, más que nunca, estamos llamadas a entender aquella intuición de Francisco de Asís: “este es nuestro claustro, el mundo” (SC, 63). Y sabiendo que es ese nuestro hábitat natural, cargar con la pequeña mochila de la confianza audaz y la entrega sin medida, y salir a las calles y plazas del mundo. No nos queda otra que “callejear” como dice el Papa. Anunciar el evangelio, ahí donde es necesaria la buena noticia.

También Madre Francisca nos habla de tener abiertas las puertas, de no hacer esperar a nadie que necesita de nuestra compasión y ternura, a hacer de nuestra mesa una mesa compartida en la que siempre hay un sitio para el forastero o el cansado. Precisando un poco más, podemos decir que la única llave que debe haber en nuestra casa es la que cierra la boca a la maledicencia, el corazón a la mezquindad, la inteligencia a la mediocridad. Y es el signo de que creemos, buscamos y expansionamos la buena nueva porque el amor de Dios que no se expansiona en el prójimo es una tragedia

III. LA LLAMADA DE LA RELACIÓN Y EL ENCUENTRO.

Somos franciscanas. Nuestra principal vocación es la fraternidad, la relación, el encuentro, la convivencia alegre y sencilla.

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Uno de los desafíos más fuertes de la iglesia hoy es el de la comunión, el de la eucaristía viva, hecha posible en la relación cotidiana, en el gesto de la reconciliación, el partir el pan, el abrazo de paz, la escucha inteligente de la Palabra y la ofrenda natural de la propia vida. La eucaristía como lugar de encuentro. No se trata de una relación meramente pragmática y eficiente, aunque todo esto sea necesario, sino una relación afectiva, incluyente, sensible más allá de lo que nos atrevemos a sentir. Dice el Papa que estamos llamadas a promover una cultura del encuentro. Y es una llamada hacia dentro y hacia fuera. Encuentro entre comunidades y hermanas, y encuentro entre culturas, credos, creyentes y no creyentes, laicos y hermanas.

Una vez más, Madre Francisca ilumina nuestro sueño y nuestro camino: “sed un solo corazón y una sola alma, acoged las circunstancias sociales del mundo, no dejéis a nadie fuera de vuestro cariño, trabajad en común… No busquéis otra cosa que hacer el bien, dejándoos contagiar por el bien que de otros brota”

Con estas tres palabras que son tres llamadas: la oración, el anuncio y la relación, empieza nuestro Capítulo, que tiene como lema: Una fraternidad de corazón bondadoso y vida sencilla. Es decir, una fraternidad que sabe

que nada puede sin la misericordia de Dios (oración confiada).

Una fraternidad cuya razón de ser es seguir las huellas de Jesús, (anuncio del Evangelio).

Y una fraternidad que quiere ir por el mundo haciendo hermanos, siendo amigas y hermanas de todo lo creado (relación)

Tres palabras que hemos de trabajar quizá de otra manera a la habitual. No se trata de ser nosotras quienes optamos por los pobres, quienes hacemos el bien, quienes vivimos el evangelio. Es el Señor quien nos llama. Y nos llama mostrándonos tres tesoros:

1) El tesoro de los pobres que son quienes nos marcan el camino hacia una verdad que va más allá de la apariencia de lo que es bienestar y confianza. Son ellos quienes logran que miremos la realidad con la profundidad de la libertad y justicia.

2) El tesoro del mundo, el espacio y el tiempo real para gozar de la belleza del bien que Dios ha puesto en la vida. Un tesoro que hay que cuidar con delicadeza y ternura y que nos lleva a entender lo más profundo que hay en nuestro corazón el respeto sagrado hacia toda criatura y la misión de la paz

3) El tesoro de la comunidad. La comunidad que es la iglesia y la humanidad. Es ahí, en la Iglesia y entre las gentes del mundo, donde aprendemos lo más genuinamente humano: ser hermanas, entendiendo que la existencia es un gozoso trabajo conjunto de generosidad, amor y alegría

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Antes de dar inicio a la sesión de organización quiero, en nombre propio y del Consejo, dar las gracias a todas vosotras por vuestra presencia y trabajo. A cada hermana que ha quedado en la comunidad, participando en silencio, con el cariño y la oración. También a muchas personas que han colaborado para que estos días sean lo más eficaces y fraternos posibles.

Que María, la madre y compañera de camino presida este Capítulo y nos lleve a los umbrales de la ternura Belén, a la intimidad confiada de Betania, a la ardua tarea de Galilea y a la experiencia pascual de Jerusalén…

Y a nombre propio, he de dar las gracias de un modo muy especial a mis hermanas y compañeras de camino. A Celia por su fidelidad y prudencia en el servicio de vicaria y secretaría, y su sensibilidad y delicadeza ante ciertos temas espinosos; a Aniuska por su sencilla colaboración y su saber estar en la retaguardia y por su nada fácil misión de ser puente en la relación entre el Gobierno General y las demás Provincias; a Carmen Rosa, por su apoyo incondicional en todo aquello que se ha necesitado, de un modo muy particular con las hermanas de Moncada, por su optimismo en momentos difíciles; a Elisa por su trabajo callado, preciso, su palabra oportuna, su constancia en los procesos emprendidos y el acompañamiento personal, tanto espiritual como organizativo y directivo, que siempre he encontrado en ella.

Podría decir muchas más cosas de ellas y de cada una de vosotras. No es el momento, pero todas lo sabéis. Gracias de corazón a todas y cada una. Y, en vosotras, a toda la Congregación, también de modo particular a las comunidades de la casa general y Moncada

Buen trabajo y bienvenidas a este XXV CAPÍTULO GENERAL

A continuación, la Hna. Celia, Secretaria General, procederá a constatar la presencia de todas las hermanas capitulares y a presentar la organización prevista

Gracias