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“Rejones” y “capeas” en el Buenos Aires virreinal. Transformaciones urbanas y retórica barroca en las fiestas taurinas (1776-1810) Arquitecta Gisella Milazzo, Maestrando María Eugenia Costa Universidad Nacional de La Plata A manera de introducción: la tradición festiva en el Río de la Plata En la “Ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Ayres” durante el período virreinal, la mayor parte de los festejos urbanos incluía una serie de di- versiones populares de carácter secular. Entre las mismas se destacaron las “fun- ciones de toros”, las que generalmente constituían el punto culminante de las cele- braciones. En efecto, el espectáculo taurino era el “gran cierre” de algunas fiestas religiosas, fundamentalmente las realizadas todos los años en honor a San Martín de Tours, el Patrono de la ciudad. A su vez, los festejos profanos de Carnestolen- das y los diversos actos cívicos (proclamación de funcionarios reales, recibimiento de distintas autoridades, celebración de bodas y nacimientos de Infantes, entre otros eventos) eran clausurados con “agitación de toros” que incluía “rejones” y “capeas”. Su relevancia social y cultural queda demostrada por la cantidad de En los Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, en adelante AECBA, se tratan estas “corridas de Toros como fiestas anuales de esta ciudad” (AECBA, Serie III, Tomo VII, p.4). Hasta avanzado el siglo XVIII, ni en España ni en América, existieron edificios específicos para el espectáculo taurino, sino que el mismo se desarrollaba en algún espacio abierto de la ciudad (el de la Plaza Mayor en el caso americano). Los protagonistas eran “personas de distinción” que rejoneaban montados en caballos especialmente adiestrados, mientras que las tareas secundarias, entre ellas las capeas, eran realizadas a pie por sujetos de menor rango. Paulatinamente estas últimas fueron cobrando importancia y ganando popularidad. Así, en el Buenos Aires virreinal hubo toreros mestizos y morenos. El más renombrado como picador de vara larga y estoqueador, fue el negro Mariano Ceballos, el cual llegó a actuar

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“Rejones” y “capeas” en el Buenos Aires virreinal. Transformaciones urbanas y retórica barroca en las fiestas

taurinas (1776-1810)

Arquitecta Gisella Milazzo, Maestrando María Eugenia CostaUniversidad Nacional de La Plata

A manera de introducción: la tradición festiva en el Río de la Plata

En la “Ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Ayres” durante el período virreinal, la mayor parte de los festejos urbanos incluía una serie de di-versiones populares de carácter secular. Entre las mismas se destacaron las “fun-ciones de toros”, las que generalmente constituían el punto culminante de las cele-braciones. En efecto, el espectáculo taurino era el “gran cierre” de algunas fiestas religiosas, fundamentalmente las realizadas todos los años en honor a San Martín de Tours, el Patrono de la ciudad.� A su vez, los festejos profanos de Carnestolen-das y los diversos actos cívicos (proclamación de funcionarios reales, recibimiento de distintas autoridades, celebración de bodas y nacimientos de Infantes, entre otros eventos) eran clausurados con “agitación de toros” que incluía “rejones” y “capeas”.� Su relevancia social y cultural queda demostrada por la cantidad de

� En los Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, en adelante AECBA, se tratan estas “corridas de Toros como fiestas anuales de esta ciudad” (AECBA, Serie III, Tomo VII, p.4��).� Hasta avanzado el siglo XVIII, ni en España ni en América, existieron edificios específicos para el espectáculo taurino, sino que el mismo se desarrollaba en algún espacio abierto de la ciudad (el de la Plaza Mayor en el caso americano). Los protagonistas eran “personas de distinción” que rejoneaban montados en caballos especialmente adiestrados, mientras que las tareas secundarias, entre ellas las capeas, eran realizadas a pie por sujetos de menor rango. Paulatinamente estas últimas fueron cobrando importancia y ganando popularidad. Así, en el Buenos Aires virreinal hubo toreros mestizos y morenos. El más renombrado como picador de vara larga y estoqueador, fue el negro Mariano Ceballos, el cual llegó a actuar

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corridas incluidas en cada fiesta, la significativa extensión de las jornadas�, el ele-vado número de animales sacrificados4 y la masiva y heterogénea concurrencia.�

La ciudad colonial fue protagonista de diversos tipos de celebraciones (religio-sas, profanas o cívico-ciudadanas), que pueden ser interpretadas como verdaderos ciclos festivos, tanto por su reiteración como por su duración. En dichas oportuni-dades, al igual que en España y en el resto de Iberoamérica, se producía una pecu-liar “metamorfosis urbana” sustentada en la teatralidad característica de la retórica barroca. Para los días de fiesta y corridas, la plaza y las calles se “engalanaban” con decoraciones de carácter efímero que diferenciaban y calificaban determinados ámbitos de la ciudad. Esta puesta en escena incluía la realización de diversos des-files callejeros y representaciones simbólicas de las jerarquías sociales, caracterís-ticas de la cultura barroca. A su vez, el escenario de las corridas desplegaba las formas rituales propias del espectáculo taurino.

El presente trabajo pretende analizar, en dicha puesta en escena, la aparente paradoja entre la materialidad urbana de base racional y la vivencia barroca de la misma en oportunidad de la fiesta taurina. Por otra parte, se propone confrontar el sucesivo desplazamiento del circo a sitios cada vez más “periféricos”, producto de las diversas transformaciones urbanas de carácter ilustrado, con la progresiva im-portancia (en magnitud, solidez y perdurabilidad) adquirida por los distintos edifi-cios construidos para albergar las corridas de toros porteñas.

Acerca de la retórica de la persuasión en la fiesta pública urbana

Durante el Antiguo Régimen la fiesta cumplía distintas funciones. Por un lado, servía como divertimento y distracción que, mediante la suspensión ilusoria y tem-

en Madrid, en época de Carlos III y fue retratado por Goya en un grabado de la serie “La tauromaquia” (Pillado �9�0). � En Buenos Aires las corridas de toros, costeadas hasta �79� con los “Propios del Cabildo”, po-dían durar de tres a cinco días ya sean consecutivos o no (a modo de ejemplo, véanse AECBA, Serie III, Tomo V p. ���; Tomo VI pp. �99, 7�9; Tomo VII pp. �6�, �7�, 4��, Tomo IX, p. ��4) Las mismas se realizaban “en los dias festivos, y alas horas desde las quatro alas siete, y media de la tarde, en regocijo, y alegria desus vecinos, y moradores […] y por inmemorial costumbre han Celebradose en dias de travajo, de fiesta, y Feriados” (véase Archivo General de la Nación, en adelante AGN, Sala IX, ��-�-4, Leg. Nº �8, Expte 4�4 y Real Cedula del 6-��-�78�).4 Diversas fuentes refieren que, en un ciclo festivo, se llegaban a matar varios centenares de toros. En el AECBA del �9 de julio de �777 se alude a los “quatrocientos diez Toros que trajo del campo para las Fiestas acostumbradas del Glorioso Patron S.n Martín en el año pasado”, AECBA Serie III Tomo VI p. 9�. � Al respecto, el viajero Samuel Haigh comenta para principios del siglo XIX: “Encontramos la plaza […] ya repleta de concurrencia bien vestida de ambos sexos y de todas las clases, desde el gobernador y su esposa hasta el gaucho y su mujer” (Haigh �988, �7).

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poraria de las diferencias estamentarias, permitía la liberación momentánea de las tensiones internas de una sociedad barroca conservadora y violenta (Maravall �998). En ese sentido, la violencia de las corridas de toros servía de catarsis y satis-facía simbólicamente la necesidad de “sacrificio” (Bonet Correa �990). La fiesta pública constituía, entonces, una “válvula de escape” que se utilizaba como un mecanismo de control de carácter preventivo y como una estrategia que permitía reafirmar, consolidar y perpetuar el sistema establecido y sus privilegios. Al mismo tiempo, el feriado (entendido como una prohibición de trabajar) durante los días festivos permitía aliviar la carga de las jornadas laborales de los estamentos más bajos de la sociedad, ya que interrumpía transitoriamente la monotonía del ago-biante trabajo cotidiano.6

Por otra parte, la celebración institucionalizada característica del Barroco, con su boato, su gasto desmesurado y su magnificencia (que provocaban la admiración y adhesión generales) permitía demostrar al pueblo la generosidad y la grandiosi-dad de quien la ofrecía y ostentaba así su poder.7 Debido a su carácter legitimador y cohesionante, dicha celebración imponía (mediante legislación específica) las formas del ceremonial y la obligatoriedad de la participación de la comunidad política. Según Maravall, “esa institucionalización de la fiesta revela su entronque con el sistema social y con los medios de integración en que se apoyaba la monar-quía barroca” (�998, 49�).

Con el objeto de cumplimentar sus fines socio-políticos, la fiesta barroca se cons-tituía, pues, como una celebración participativa sumamente ritualizada, jerarquizada y controlada por las autoridades, las que asignaban roles diferenciados a los protagonis-tas, ya sea como actores o como espectadores.8 Su carácter lúdico y ciudadano masivo, entre otros factores, la convertía en instrumento de propaganda persuasiva a favor del orden instituido. Para ello, se apelaba a distintas estrategias de “dominio y dirección de la voluntad” del público, mediante diversos “resortes sensibles de eficaz acción psico-lógica” (Maravall �998) que buscaban provocar atracción, asombro y admiración de la

6 Es ilustrativa al respecto la argumentación desarrollada en �780 por el Dr. Pacheco, Abogado Fiscal del Virreinato: “es digno denotar, que las divercio.nes publicas como Toros, cañas, co-medias, volatines, y otros juegos, lexos de estimarse perjudiciales, haciendosè con las devidas precauciones, son utilisimas y recomendables al Gobierno Politico, para que los hombres pue-dan alternar los cuidados y fastidios dela vida humana, con los regosijos, y festejos, honestos en lo posible, buscando con esta intermicion las proporciones de hallarse gustosos para continuar sus encargos, atender sin el desaliento, que causa la falta de divercion, asus obligaciones, y estar prontos, y vigilantes à servir al Rey” (véase AGN, Sala IX ��-�-4, Leg. Nº �8, Expte 4�4).7 Así, el Cabildo de Buenos Aires espera “tener el honor de hacer las funciones Reales sino con aquel fausto, y ostentacion” en ocasión de la “Exaltación al Trono del Rey Carlos IV”(AECBA Serie III, Tomo IX, p.�04) 8 Durante el lapso de la fiesta todos los estamentos participaban de igual manera, ya que compartían los mismos códigos y reglas. Luego de finalizada la misma, cada individuo vol-vía a ocupar su lugar en la sociedad estamental.

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multitud.9 Con este fin se valió de una serie de recursos provenientes de la retórica aristotélica que la cultura barroca europea ponía a su disposición.�0

En ese sentido, la teoría de las expresiones o afetti, expuesta por Aristóteles, sirvió de base a una concepción del arte fundada en la persuasión y en la comuni-cación, que tomó en cuenta la disposición sentimental del público al que se dirigía. A través del ejercicio de la persuasión, se lograba provocar el desencadenamiento de los afectos más diversos. De esta forma, mediante la apelación a los sentidos se posibilitaba la reacción emocional en el conjunto de espectadores, ya fueran éstos de los grupos acomodados como de los más humildes.

A efectos de convencer a los destinatarios, la retórica combina lo verdadero con lo probable o verosímil.�� Se elaboran, entonces, todos los medios y estrategias que puedan servir para despertar sus reacciones, entre ellos la técnica ilusionista y la puesta en escena teatral, alcanzando “un efecto y una impresión subjetiva de la realidad” (Bialostocki �97�). Todas las manifestaciones de esta “cultura de la ima-gen sensible” vinculadas a la vida social barroca (en especial las celebraciones y fiestas) están sometidas al principio rector de la persuasión o el convencimiento. A tal fin, se recurre a las técnicas de la ilusión y la “suspensión”, entendida esta últi-ma como la “detención provisional y transitoria” del ánimo del espectador, con el objetivo de movilizarlo y obtener su adhesión. Este efecto de “tener en suspenso” al público (fundamentalmente mediante la contemplación) se asocia al gusto por lo novedoso, lo inusitado, lo maravilloso y lo artificioso que se despliega en la fiesta (Maravall �998)

En los ciclos festivos los conceptos de retórica, teatralidad e ilusionismo ope-raban a través de la utilización de diferentes lenguajes, conformando verdaderas summas artísticas que comprendían desde la vestimenta, la música, la danza, la literatura y el teatro hasta la pintura, la escultura y la arquitectura ficticia, entre otras “invenciones”. Muchas de estas manifestaciones culturales tenían un carácter tan efímero y temporario como la misma fiesta pública urbana. Durante el tiempo en que transcurría la celebración, el espectáculo se apropiaba de lugares de la ciu-dad que, cotidianamente, cumplían otras funciones, convirtiéndolos en ámbitos de lo excepcional.

9 Según Maravall los recursos de acción psicológica sobre la sociedad barroca serían: la apelación a la estética de la extremosidad o la desmesura (que incluiría la idea grandiosidad o magnificencia); la suspensión del ánimo y la movilización del espectador; la captación del dramatismo de la expresión; la intervención activa del público, la exaltación de la novedad, la invención y el artificio.(Maravall �998). �0 Cabe recordar que para Aristóteles la Retórica es el “manantial de la Política” porque, la vida de la polis se fundamenta en la posibilidad de la persuasión recíproca. �� Para la cultura barroca lo verosímil no es en esencia diferente de lo verdadero. (Argan, Bialostocki).

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Metamorfosis urbana. La ciudad indiana como barroca

La Plaza Mayor hispanoamericana se concibió, programáticamente, como el elemento aglutinador urbano y, de hecho, fue el núcleo central desde el que se fundaron las ciudades.�� Concentradora de todas las funciones, esta plaza se rodeó de las sedes de las principales instituciones de la Corona, de la Ciudad y de la Igle-sia, así como de las viviendas de las familias de mayor rango social. Entre otras actividades, albergó el mercado de abasto cotidiano, fue el sitio escogido para la lectura de bandos y el ámbito en el que se realizaron ejecuciones y autos de fe. Su multifuncionalidad la convirtió en espacio de integración social y de representaci-ón colectiva y esto hizo que su centralidad no se limitara a su situación relativa dentro del plano, sino que fuera también un sitio central en el aspecto simbólico.�� El puerto de Buenos Aires no se apartó del modelo urbano hispanoamericano (Ni-colini �00�).

En efecto, la Plaza Mayor hispanoamericana constituyó el escenario principal de la sociabilidad urbana. Como tal, fue también el ámbito propicio para las diver-sas fiestas y celebraciones ciudadanas. Afirma Antonio Bonet Correa (�990) que el espacio abierto, pero a la vez cercado de una plaza, es el más apto para las cele-braciones. Si ésta es amplia y regular, y su arquitectura posee balcones en los que puedan ubicarse los espectadores, la plaza funciona como una edificación teatral, un “corral de comedias” de grandes dimensiones que, además de su uso cotidiano, es el lugar apropiado para las grandes solemnidades y festejos.

Ahora bien, la materialidad de las plazas hispanoamericanas fundacionales, se reducía a un simple pavimento de tierra y sus bordes se concretaban sólo a través de las construcciones que la circundaban. La manzana vacía de la plaza, era en sí misma un espacio de carácter “isotrópico” en el que la única diferenciación estaba dada por la categoría de los edificios que la rodeaban. Sin embargo, en oportuni-dad de la fiesta, el montaje de arquitecturas ficticias definía sitios diferenciales para el desarrollo de distintas actividades. En efecto, durante las festividades de los si-glos XVII y XVIII, la plaza, como gran parte de la ciudad, se “engalanaba” con construcciones efímeras, como arcos triunfales, altares y tablados, los que, a su vez, se cubrían de composiciones poéticas, jeroglíficos y tarjetas con alegorías y emblemas. Asimismo, en aquellas calles que estaban involucradas en el recorrido pautado para cada celebración, los balcones (públicos o privados) se decoraban con colgaduras o “reposteros”. Otros elementos de transformación urbana, ligados a lo ilusorio y maravilloso de prolongar la luz diurna aún durante la noche, eran las complejas invenciones de los fuegos de artificio y las infaltables “luminarias”.�4 Así,

�� En efecto, en su centro se situaba el rollo y el tejido urbano se estructuraba en base a ese primitivo módulo central vacío desde el cual se trazaban las calles rectilíneas que definirían el resto de la trama amanzanada.�� Tal es así que durante la Colonia, el vocablo “plaza” fue utilizado como sinónimo de “ciudad” (Liernur, Aliata �004).�4 En la aclamación del Rey Carlos III en diciembre de �760 las luminarias “fueron tan com-

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con motivo de la “gloriosa exaltación al Throno” del Rey Carlos IV, se iluminaron por cinco noches las calles y plazas de Buenos Aires (según lo determinaba el ce-remonial) y, la última noche, “se iluminó la Ciudad con variedad de Invenciones para la mejor y mas vistosa luz”.�� A su vez, era habitual que a los juegos de artifi-cio se sumaran “salvas por la cavallería de la Real Fortaleza”.

Este tipo de celebraciones incluía un cortejo ceremonial en honor al nuevo monarca. Para la citada coronación, las autoridades, con la correspondiente escol-ta, desfilaron por las calles de la ciudad hasta llegar a un “Tablado, que estaba hermosamente dispuesto” y luego

“subieron al Balcón gral en que además del primoroso Adorno, que havía ala entrada” […] “Su Excelencia estubo colocado en medio del Arco principal, con Dosel arriba, y los retratos de Nuestro Soberano, y la Reyna Nuestra Señora su esposa, cubierta la pared con terciopelo carmesí guarnecido SE franjas, y Borlas de oro; y delante del Balcon otro igual paño”[…] Estos tres arcos estaban colgados en la Testera, a saver el principal como queda dicho de terciopelo y los dos colaterales de Damasco carmesi”�6

Para la función real de Carlos IV, tanto los edificios de la Plaza Mayor como las calles por las que circulaba el séquito estaban “todo colgado y coronado de zaciedad de texidos de seda hallandose en cada boca calle delas quatro dela Plaza, un Arco Triunfal trazados deforma, que hacían una Armonia”.�7 En lugares signifi-

pletas, que un Curioso en la primera noche conto hasta el crecido número de ochenta, y seis mil, trecientas, treinta y nueve luces repartidas en todas las Calles Plazas, Fortaleza, Yglesias, Conventos, y Monasterios” (AECBA Serie III Tomo II, p.�60) �� Para lo pautado en relación a las luminarias por el Ceremonial, véase AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. �� y AECBA Serie III Tomo IX. pp. ��7, ��4). �6 Es de destacar que, con motivo de la fiesta real, se proyectó la construcción de una galería para las Casas Capitulares con balcones “de fierro bolados ala Plaza”. Con este fin se solicitó presupuesto a importantes escultores y retablistas locales (como Isidro Lorea, Juan Antonio Her-nandez o Tomás Saravia) “quedando a beneficio deellos madera y demas adornos” El objetivo argumentado fue, entre otros, que “se proporcione mayor desahogo y comodidad paraque pue-da asistir Ex.o con la Ex.ma señora virreyna Real Audiencia y Tribunal de cuentas a los Regocijos publicos quese disponen en celebridad de la exaltacion al Trono “En esta oportunidad el Cavildo secular no puso colgadura, ni adorno alguno en el balcon, que ocupo” para que no compita con el principal.. (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��, fs �8-60 vta, 70 vta-y 7�. Véase también AECBA Serie III Tomo IX p. ��7). �7 Respecto al mencionado arco, se supone que poseía características similares al erigido con motivo de la coronación de Carlos III el cual era “de 6� vs. de longitud, �4 de elevacion, y 7 de amplitud haciendo su frente al Oeste de la Plaza maior, y al de las Casas Capitulares á su imitación; y en el gran Balcón de enmedio los retratos de su Magestades vajo de un Dosel de Damasco carmesí […] y los Atributos que demuestran las 4 figuras España, Améri-ca, Amor, y Fidelidad […] La idea de esta perspectiva, que toda era de Azul, y blanco [con] iluminación dentro y fuera” (Furlong, �9�0). En los Acuerdos del Extinguido Cabildo tambi-én se describen dichas arquitecturas efímeras de madera: “Onze crecidos arcos tiene en sus

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cativos de la ciudad, como “la Plazuela o Portico de dho. Conbento de santo Do-mingo” y frente a los “Religiosos mersedarios”, se dispuso “con igual decencia” para la realización del acto ceremonial un mismo tipo de escenario: “Tablado y Arco Triunfal” y “enfrente los estrados para S. Ex. y Real Acuerdo con Dosel”.�8 A continuación, el cortejo se trasladó a la Casa Capitular, que estaba “magnificamen-te iluminada y adormada” y “en cuio balcón principal y vajo de dosel expuso al Publico el Real estandarte sobre almohada de terciopelo”. Allí se sirvió “un abun-dante refresco teniendo despues Bayle de las Principales Personas”.�9

En los días de fiestas religiosas o cívicas, las autoridades daban precisas indi-caciones de cómo se debían iluminar y ornamentar los edificios y las calles de la ciudad de Buenos Aires.�0 Así, por ejemplo, en oportunidad de la llegada del Virrey Pedro de Cevallos a la capital virreinal, mediante un bando se ordenó que “devien-do todos los bezinos y moradores de esta Ciudad manifestar con las mas vibas de-mostraciones de alegria y regozijo la lealtad y amor al Soberano” correspondía,

“tener compuestos barridos, colgadas, y aseadas las calles, balcones, rejas y paredes con el maior luzimiento con Damascos, tapices y otras telas de todo el transito que a de ser desde el bajo del assiento, hasta la Plazuela de S.to Domin-go calle de S.n Fran.co, arriba la que ahora que de alli bá al R.l Colexio de S.n Carlos que sirbe de Cathedral […] y los quatro angulos que dan el frente a la Plaza maior de la Ciudad que es por donde a de transitar S. Ex.a a su Palacio y R.l fortaleza; y en los parajes donde pongan arcos triunfales, Victores, y Or-questas de musicos igualmente debera estar todo colgado con primor y luci-miento. Asi mismo yluminarán todas las Calles de esta Ciudad con explendor […] como se espera de tan buenos vasallos en obsequio de dho. Ex.mo S.r”.��

Portales, y corresponde igual numero en la parte Superior de las viviendas, sobresaliendo en el medio un espacioso Balcón […] toda la parte que correspondia a lo interior de la Plaza estava con bastidores, en que la pintura avia imitado toda la Arquitectura que se presenta en las Casa del Cavildo. Se registravan allí de razonable pincel muchas fabulosas Deydades, en ademan de obsequiar á V.M. cuya efigie con ingeniosos y ciertos geroglificos”. (AECBA Serie III, Tomo II, pp. ��4-���). �8 AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��.�9 Era frecuente que los agasajos públicos incluyeran algún tipo de refrigerio, generalmente a costa de los propios del Cabildo Para la coronación de Carlos IV “En cada tarde de las quatro referidas, concluida la corrida de toros se sirvio en la sala capitular refresco […] disfrutando-se los dulces de un magnifico Ramillete” (Idem, fs. �� a �4 vta, �� vta, 7� vta y77vta).�0 Por ejemplo, el día de la publicación de la “Santa Bula” se ordenaba no sólo que “asista el Pueblo a la Procesion” sino que también “limpien las calles adornen las Ventanas”. (Ibidem, fs.���).�� Bando del Teniente del Rey Diego de Salas del �0 de septiembre de �777 con motivo de la recepción del virrey Pedro de Cevallos (AGN, Sal IX 8-�0-4, Leg. 4) Es de destacar que para las diversas celebraciones se realizaba el mismo recorrido: del Fuerte se dirigían a la Plaza Mayor; de ahí al convento de Sto Domingo por la calle del Colegio de S. Carlos, luego circulaban por la calle de S. Francisco hasta el convento de la Merced y finalmente volvían a la Plaza Mayor hasta la Real Fortaleza (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��, fs 97 y 98)

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Con motivo de la entrada publica del Virrey Don Nicolás Arredondo en el Hospital de los Bethlemitas “estaba a prevencion adornada una Sala, corredores deltransito y en el Portico un Arco y figurado un Bosque con Arboles verdes”.�� Este escenario natural recreado es una apelación propia de la cultura barroca, la que siempre opta por la naturaleza transformada por el hombre (Maravall �998).

Las fuentes destacan la amplia participación de la población en las festivida-des. “Las Puertas ventanas y techos agolpadas de Personas de uno, y otro sexo, y arrojando aporfia flores al pasar el real Pendon”. La multitud ocupaba también “todo el grandor dela Plaza, y sitios immediados, independiente delas que havia en las Puertas, ventanas del Real Seminario, Palacio Episcopal, e iglesia nueva cate-dral con otras casas que quadran la Plaza”.��

Todas estas fuentes dan cuenta de que, también en el caso de Buenos Aires, apelando a los recursos de la retórica, la fastuosidad de la fiesta pública barroca mo-dificaba el paisaje de la ciudad indiana por medio de la escenografía efímera. (Nico-lini �00�; Gutiérrez �00�). Se producía entonces una “metamorfosis urbana” que invitaba a desatar la imaginación, provocaba asombro y creaba la ilusión de una re-alidad transformada y mejorada, de un espacio que, temporalmente, dejaba de ser el lugar cotidiano para convertirse en el ámbito de la diversión y del espectáculo. Por otra parte, la puesta en escena festiva ponía de manifiesto el orgullo ciudadano y la gloria de la comunidad que la realizaba. En ese intento de demostración de honor y de grandeza, se llegaba a excesos en el boato y la ostentación, aún en el caso de ciudades periféricas y escasas de recursos propios como la porteña.

Las “funciones de toros” en Buenos Aires

La Plaza Mayor de Buenos Aires constituyó el “lugar” en el que transcurría la vida de la comunidad y fue también el escenario de los distintos festejos y de las lidias de toros, las que eran parte inescindible de la fiesta barroca de raigambre hispánica. En ese sentido, el ceremonial oficial porteño establecía “fiestas de Toros, como se acostumbra también en Lima y Mexico”, remarcando el nuevo estatus de capital virreinal.�4

En este contexto, es de destacar la excesiva carga para el erario público que significaba el diseño de estas celebraciones.�� Para su organización, el Cabildo

�� Idem, fs 7� vta. Es de destacar que para las entradas públicas de los virreyes el Ceremonial establece que el cortejo se dirija “a cavallo ò apie ala Plazueleta del Convento de Beth-lemitas donde devera haver dispuesto un Tablado y Arco para que su excelencia haga el juramento” (Idem, fs.�0� ) También se realizaban arcos “de primorosa invencion” frente a casas de personas de distinción como Don Martín Saravia (Ibidem, fs 78 vta). �� Ibidem, fs 97 vta y 98. �4 Ibidem. �� Un Acuerdo del Cabildo de �78� “trato sobre que siendo costumbre el hazerse tres Dias

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porteño designaba “diputados” encargados de administrar el escaso presupuesto, ponía “a remate” la plaza de toros�6 y delegaba en los gremios y cofradías de la ciudad parte de las actividades y producciones con carácter obligatorio.�7 A estos diputados se les daba la “facultad necesaria a efecto de que se berifiquen con la magnifizencia que corresponde” dado que era “indispensable el que se hagan estas funciones, sino con el mayor esplendor”.�8

Durante el período virreinal, la organización de corridas de toros sirvió para la recaudación de fondos que se utilizaron en obras de bien público o como fuente de renta para la ejecución de las obras de la ciudad (como por ejemplo el empedrado, la iluminación, o la colocación de la campana y el reloj en la torre del edificio del Cabildo).�9 Por otra parte, a pesar de que la mentalidad ilustrada de los Borbones era reticente a la tauromaquia, toleró la “agitación de toros” en días de fiesta por tratarse de una “inmemorial costumbre” y por ser estas “diversiones públicas […] utilísimas y recomandables al Gobierno Político” ya que al “regocijar al Pueblo” se lo preser-vaba de “otros males, y diverciones particulares”.�0

de toros después de la fiesta de Nuestro Glorioso Patron el s.or San Martin con el objecto del regosijo publico, considerando por otra parte lo mui empeñada que esta esta esta ciudad y que los gastos que se ofrecen respecto de el ingreso de solos tres Dias supercrezen mucho, y no puede sufrir el fondo de propios este gravamen” (AECBA, Serie III, Tomo VI, p. 7�9).�6 AECBA, Serie III, Tomo VII, pp. �6�, 4��. �7 Así lo refiere otro acuerdo del Cabildo que dispuso que los regidores Juan Angel Lascano y Pedro Díaz de Vibar “corran con el regozijo de Toros, que en óbsequio del publico recevim.to de Nuestro ex. mo S.or Virrey esta determinado, procurando como Se espera de dhos. S.res la gratuita condeszendencia de los cuerpos y gremios al maior luzim. to de las funzio-nes que librem.te quisiezen hacer para publica demostraz.on del Vasallaje que exije Seme-jantes óbsequios en onor y gratitud del venefizio que con rejia, y liberal mano nos dispensa la M. en la ereccion de Virreynato” (AECBA, Serie III Tomo VI, p. ��0)�8 Véase AECBA, Serie III Tomo VI, pág. �4� y Tomo IX, pág. ���. �9 A modo de ejemplo se puede citar la solicitud de Isidro de Lorea para que se le permita realizar tres corridas a efectos de recaudar fondos para las obras de la Iglesia del Convento de Capuchinas (véase AGN, Sala IX ��-9-7). �0 Un ejemplo significativo es la decisión del Virrey Vértiz de propiciar la realización de corridas de toros en beneficio de la Casa de Niños Expósitos, argumentando su conveniencia y permitiéndolas en días de precepto a pesar de la prohibición pontificia al respecto y la dura oposición ejercida por el Obispo de Buenos Aires. En el expediente tramitado en dicha oportunidad, Vertiz apoya la argumentación realizada por el Cabildo, que definía al espec-táculo taurino “como menos graboso, y aparente medio para subbenir alas utilissimas obras publicas dela iluminaz.on delas Calles y subsistencia de una Cassa para niños expositos con que el notorio Zelo, y paternal amor de Nro Exmo. S.or Virrey determinó ocurrir alos incom-parables males, y desgracias que por su falta se experimentavan en esta Ciudad” En dicho expediente, el Abogado Fiscal sostiene a su vez que “los Toros, cuias fiestas entre los Re-gocijos, y alegria del Pueblo, que porotra parte se les deben conceder, produce razonables cantidades, para sostener esta util importante obra pia […] lograndosè aun mismo tiempo, sin perjuicio pub.co regocijar al Pueblo, preservar deotros males, y diverciones particulares perjudiciales alos Artesanos, y demas gente” (AGN, Sala IX ��-�-4, leg. �8, Expte 4�4) Véase también AECBA, Serie III, Tomo VI, pp. �9�-�94.

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Esta diversión pública, cuyos orígenes se remontan a los primeros años de la fundación,�� se nutrió también de la parafernalia propia de la fiesta barroca. En efecto, el espectáculo de las corridas porteñas incluyó el montaje de ornamentos de carácter efímero que involucraba los nodos o hitos relevantes del recorrido ur-bano festivo. A su vez, desde la ubicación preferencial de los balcones, una parte de la población seguía detenidamente el paso del cortejo festivo [figura �].��

La organización del desfile callejero estaba a cargo de distintos “Gremios de Menestrales” (plateros, carpinteros, sastres, zapateros) que financiaban una serie de “maquinarias” como por ejemplo un “Bote ô Falua” que “se condujo por toda la Ciudad dandola el movimiento sobre pequeñas y ocultas ruedas” y un “carro trium-phal con nueve Varas de altura, imitando a un monte en cuya cumbre se divisava la fama”.�� La comitiva incluía una “diversidad de mascaras, y extravagantes figuras que dieron á la Pleve una diversion indecible”. Se describen varios centenares de perso-najes disfrazados, algunos “en trage gracioso, que de pies á Caveza era por un lado blanco, y por el otro negro [con] escudos con algunas inscripciones”; “mascaras di-zfrazadas en trage de muxeres” y otras “mascaras de mogiganga […] de a Cavallo, llevando entre sus filas muchachos a pie que en trage, y apariencia de monos […]

�� La primera corrida de toros documentada se celebró en la Plaza Mayor de Buenos Aires para la festividad del Santo Patrono del año �609 (Torre Revello, Pillado, Pilía) �� José Antonio Wilde recuerda que “la afición [por los toros] era extremada y la concurrencia inmensa: en la calle Florida las señoras en las ventanas y las sirvientas en las puertas, se apiña-ban para ver pasar la oleada que iba y venía”(Wilde �960, 94).�� Con motivo del arribo del Virrey Nicolás de Arredondo se pasearon por las calles de la ciudad una carroza triunfal del Comercio, con dos niñas que, semejaban ser ninfas y otros carros alegóricos (Torre Revello �004).

Figura �: “¡A los toros! Van músicos, muñecos, gigantes, etc. (siglo XVIII)”. (Matthis �960, figura Nº �8)

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baylaron graciosamente”. También se menciona “un Bayle de Gigantes, y Enanos de una extructura summamente ingeniosa en la que se advertia con admiración, el mo-vimiento succesivo de la Caveza, las manos, y los pies”.�4 La comitiva se acompaña-ba de música de flautas, trompas, clarines y cuerdas.��

También en las corridas de toros, las fuentes mencionan la presencia de músi-cos, como por ejemplo “un negro que toca la caja y � clarines”.�6 Según Torre Re-vello (�004), cada una de las suertes comenzaba cuando el alguacil mayor daba la orden, un negro hacía sonar un clarín o tambor y se abría el toril. También se confor-maban bandas cuyos servicios eran requeridos durante las lidias. Un caso interesante es el de Gregorio Andujar “Maestro de Musica; y Sastre de profesión” el cual

“trato con los asentistas de la plaza de los toros [de Monserrat] de que les daria una musica completa para todas las tardes que hubiesen corridas [y] ha serbido la Plaza con musica completa por el dilatado espacio de un año y meses [con] los demas Musicos que concurri.an vajo su mando y dirección” [y] “el Asiento que como Director de la Musica debia ocupar viendose con vastante vochorno despedido p.r el Musico Ambrosio Velarde de aquel asien-to en la mayor publicidad”�7

En algunos casos, antes de comenzar el toreo se realizaban formaciones mili-tares ante el palco de las autoridades (Pillado, �9�0). En la Plaza Mayor, el balcón de las Casas Capitulares servía de lugar preferencial para observar las corridas y se remarcaban con colgaduras “los asientos en la direccion del tablado”. Tal es el caso de la recepción del Virrey Arredondo en diciembre de �790 donde

“huvo corrida de Toros en la Plaza maior a que asistió Su Ex. a con el señor Regen-te, y demas señores de la Real Audiencia, y contadores vestidos de color, ocupando el Balcon pal del Cavildo, y el colateral de la izquierda para las señoras”�8

Las fuentes dan cuenta de que el ceremonial pautado determinaba la disposi-ción en el espacio de los espectadores de alto rango social que asistían a la lidia,

�4 Véase AECBA Serie III, Tomo II p.�6� -�64 Pillado afirma que esta “mogiganga compuesta de muñecos gigantes y enanos, grupos de indios y negros con estandartes, los galanes, los toreros, banderilleros y servidores paseaban por la plaza, con música de clarines, timbales y tamboriles” (�9�0, ��9). �� Por ejemplo con motivo de las funciones por la asunción de Carlos IV se presupuestó “la orquesta de musica de estas quatro tardes y noches” (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��, fs. �7)�6 Véase presupuesto de enero de �790 para una corrida de toros en Apéndice Documental (Pillado �9�0, 447). �7 Véase el reclamo del músico contra los asentistas presentado el �7 de abril de �79� en AGN, Sala IX ��-9-4. �8 AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��, fs 78 y 78 vta.

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enfatizando la distancia sociocultural con el resto de la población.�9 En ese sentido, las “funciones de Toros” se convertían en ocasión del lucimiento y la ostentación dados por el valor del vestuario. A modo de ejemplo, en octubre de �790

“En las corridas de Toros que sele dieron en las fiestas del recibim.to del S.or [?] asistió la Señora Virreyna en la Galeria dela Aud.a al lado dro del Virrey […] y se pone una cortina, reja o bastidor q. e divide el sitio delas Ser.s Min.s de modo que si quieren se saludan. En otros tiempos se puso en el Tribunal en el Arco inmediato ala Galeria de Palacio, y veian de halli los toros los SS.res Virreyes. En los primeros Arcos q.e ocupó la oficialidad Militar y la Inspecto-ria, y oficiales de la Secret.a de SE ven los SSres Virreyes las demas funciones publicas […] En las fiestas R.s asistieron los Ministros de toga en las � primeras funciones de Toros, y alas demas de corto; y enlas corridas y fiestas del S.or [?] asistieron como cada uno quiso.”40

Las mujeres “decentes” se mostraban en las ventanas engalanadas para la fiesta, con el objetivo de “ver y ser vistas” y se paseaban por los alrededores del circo taurino. El Marqués de Sobremonte señala que “por la noche despues de la corrida es costumbre ir a paseo à la Plaza de los Toros, siguiendose de esto muchos perjuicios à los Padres de familias, y Maridos, porque van las Mugeres de Tapadas, y los hombres de rebozo”.4�

Es de destacar que la decoración efímera se trasladaba al escenario mismo de la lidia. A modo de ejemplo se puede citar el presupuesto de corridas de toros for-mulado por el Alguacil Mayor de la Ciudad en enero de �790 en el cual se men-ciona “El figuron que se pone en medio de la plaza, de cuero por vestirlo el primer día, pintarlo y ponerlo corriente 8 $ y despues por componerlo cada tarde �$”. Este presupuesto también incluye “� caballitos de papel a � $ c/u” (Pillado �9�0, 447).

Tampoco escapaba el espectáculo taurino a la realización de fuegos de artificio. Así, en el presupuesto presentado al Cabildo por las cuatro corridas de toros realiza-das en “celebridad de la coronación de nuestro catolico Monarca el señor Don Car-los Quarto” se incluía además del “Ganado, Toreros, Enlazadores, Banderillas, rejo-nes, hacer el Toril y otros varios gastos”, la ejecución de “un castillo de fuego que se quemará el quinto día de quatro cuerpos con una hora de fuego continuo y conclui-rá con un viva Carlos quarto, de Iluminación en los quatro frentes” y “dos embarca-ciones que se pondran junto al dicho castillo haciendole fuego para batirlo”.4�

�9 Cierta cantidad de varas y asientos se reservaban para los miembros de la Audiencia, el Cabil-do, la Iglesia y otros personajes del poder, mientras que el resto se destinaba al público general.40 Idem, fs. 6�. 4� Real Cedula del 6-��-�78� (AGN, Sala IX ��-�-4, Leg. Nº �8, Expte 4�4). 4� AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp. ��, fs �7 Asimismo, en el presupuesto de una jornada de toros, realizado por el Alguacil Mayor de la Ciudad en enero de �790, se establece el costo de “$�0 del castillo de fuego que se pone cada tarde”. (Pillado �9�0, 447) En la coro-nación de Carlos III de �760 también “se vieron elevados Castillos de indecible fuego con bella disposission: se vieron combates de Navios, y Galeras imitados con primor, y executa-

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Además de las banderillas tradicionales, adornadas con guirnaldas de papeles de colores y moños de cintas de seda, se utilizaban “banderillas de fuego” y ele-mentos de pirotecnia para aturdir al animal. En las fuentes se menciona la existen-cia de “banderillas del toril chicas de fuego que se le pone al toro cuando sale de dicho toril” y la presencia de “un toro que sale encoetado” (Pillado �9�0, 44�).

En lo que respecta al ritual taurino propiamente dicho, el testimonio que brin-da hacia �8�8 el viajero anglosajón Samuel Haigh resulta muy elocuente:

“Se abre el toril y un toro salvaje, previamente excitado casi hasta volverlo loco, entra en el redondel dando saltos […]; luego se planta inmóvil y busca en torno un objeto que atacar. Sus oponentes son dos picadores a caballo, armados de pica, ocho o nueve capeadores a pie, y un matador que aparece cuando el toro ha de ser despachado. El espectáculo pronto adquiere mucha animación, pues el toro atropella uno tras otro a sus enemigos. El picador re-quiere gran fuerza y agilidad para resistir las arremetidas desesperadas del bruto […] Después los capeadores lo rodean, y le colocan banderillas de fuego en el pescuezo y paletas, y entonces se enfurece como loco y acomete ciego, y embiste al acaso todo lo que encuentra, hasta que […] es llamado a gritos el matador que lo despache y éste aparece con muletilla roja en la mano izquierda y larga espada recta en la derecha. El toro lo .mira fijamente, mientras él ondea la muletilla […] recibe la arremetida del toro con la espada, que se aloja en la res de su victima, y ésta cae, como piedra, muerta a sus pies. Grandes aplausos y pañuelos agitados animan a los espectadores, y cua-tro gauchos a caballo entran a galope en el redondel revoleando los lazos que en un abrir y cerrar de ojos se ciñen a los cuernos y patas del toro, y prendi-éndolos al recado, sacaban aprisa al animal muerto de la arena, envuelto en una nube de polvo”.[Haigh �988, �7-�8]

Ahora bien, a lo largo del tiempo, este ritual se desenvolvió en diferentes espa-cios urbanos y con construcciones de distintas características. Algunas fueron de tipo efímero, como el mismo espectáculo, y otras tuvieron diversos grados de solidez material. Así, desde los primeros años de la fundación, una estructura precaria de tablas de madera y cueros definía y señalaba el sitio específico destinado a las corri-das, dentro del espacio más amplio del núcleo multifuncional de la ciudad. Dicha estructura se emplazaba frente al edificio del Cabildo y la demarcación se completa-ba utilizando carretas de uso diario para bloquear la circulación de las calles adya-centes. Sobre dichos vehículos y en los balcones o las ventanas de las casas circun-dantes, se aglomeraba el público. Esta delimitación temporaria de un ámbito dentro del espacio mayor de la plaza era cualificada, al igual que las calles antes menciona-das, con el uso de una decoración de carácter barroco (Pillado �9�0, Torre Revello �9�8, �004, Lucky Lagleyze �998, Lafuente Machain �980b) [figura �].4�

dos con el mayor ardimiento” (AECBA Serie III Tomo II, pp. �60 y �6�).4� En el expediente de �780 por el que tramitó la oposición del Obispo a realizar corridas en

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A medida que aumentó la población, Buenos Aires consolidó su núcleo histó-rico y creció también hacia los barrios más cercanos. La plaza de Monserrat era un espacio vacío inmediato a la parroquia del mismo nombre y constituía una fracción de tierra remanente en el lento proceso de crecimiento de la ciudad. Estos rema-nentes de la traza funcionaron oportunamente como paradas de carretas, mercados de frutas, basurales y, generalmente, eran sitios evitados dadas las connotaciones de peligro que se les atribuían. Conformada como plaza seca, Monserrat fue duran-te mucho tiempo el mercado de abasto de la parte sur de la ciudad.44

En �790, el Virrey Arredondo, con el fin de “õcurrir con èl producto de èllas à algunos de los gastos que õcasíone el empedrado de esta Ciudad”, encargó al ca-pitán de infantería Felix de la Rosa, a quien había comisionado para la dirección de las corridas, “solicitase sugeto que se hiciese cargo de formàr õtra” y que ambos evaluasen el lugar propicio para el nuevo circo “provisional”. De la Rosa elevó al Virrey un informe en el que agregaba la propuesta del carpintero Raimundo Mariño de construir el edificio (totalmente a su costa y “vajo la condicion, entre õtras, deha-versele de satisfacèr cinquenta pesos por cada corrida”) en la plaza de Monserrat, que en su opinión era “desde luego el parage mas proporcionado y à proposito que se puede buscar para el efecto” [figura �].4�

días festivos, el ya citado Abogado Fiscal del Virreinato señala que “enel dia para abrir el To-ril, se procura con elmayor cuidado, y vigilancia […] desalojar la Plaza, de Mugeres, Niños, y toda otra persona, à excepcion de los Toreadores, que por su pericia, agilidad, y destresa, saben hurtar el vulto a los toros” y que además los últimos no corren peligro por “las propor-ciones depoderse abrigar delas Barreras” (AGN, Sala IX ��-�-4, leg. �8, Expte 4�4). 44 Buenos Aires creció aceleradamente al promediar el siglo XVIII. De los 9000 habitantes que tenía a principios del mismo pasó a tener alrededor de 40.000, al finalizar dicho siglo Por este motivo, en �769, el obispo de la Torre dispuso dividir la ciudad en seis parroquias. Tres de ellas se localizaron al oeste de la ciudad: San Nicolás, Monserrat y la Piedad. La plaza Monserrat, contigua a la parroquia homónima, fue donada en �78� por los vecinos alegando dificultades de abastecimiento por la lejanía con la Plaza Mayor (Figueira �98�).4� AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp.4, fs � a � vta.

Figura �: “Corrida de toros en la Plaza Mayor. �7�6”. (Matthis �960, figura Nº ��)

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La propuesta de Mariño contemplaba la ejecución de una plaza para celebrar corri-das de toros “en todo el tiempo del año que sea à proposito”. El edificio proyectado era

“de Madera, con las correspondientes, y devidas seguridades […] dandole la extencion de treinta y cinco varas para cada frente […] mas el aumento que cor-responda à la ochaba, que ha de formar para su mayor hermosa vista y comodi-dad […] todas las Barreras de dha Plaza, su Graderia, y Balconeria, à excepcion del que se forme para V.E. que devera tener la distincion devida, ha de presentar una vista igüal sin que sobresalga Palo alguno, ni se note cosa que la haga defec-tuosa, ni le disminuya la hermosura que ha de procurar darsele en todo, para assi atraer mas las Gentes à aquella diversion; y que por la parte de à fuera ha de quedar dha Plaza cerrada con pared de ladrillo” [y cuidando que] permanezca la uniformidad y hermosura practicando para ello los reparos que sean precisos”.46

El proyecto contó con la aprobación del Cabildo y de los vecinos dueños del predio de la plaza de Monserrat y el circo se inauguró en febrero de �79�. El mismo tenía capacidad para �.000 espectadores y según José Torre Revello, la construcci-

46 Idem.

Figura �: Proyecto de Circo provisional pre-sentado por Raimundo Mariño para la Plaza de Monserrat. (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp.4, fs �7).

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ón ocupó la mayor parte del terreno “a la par que iba quitando vista y luz a los edificios contiguos” y las calles “otrora soleadas, se convirtieron en estrechos y obscuros pasadizos, por los que iban y venían las carretas y las caballerías que entraban a la ciudad” (�004, �90). Otros autores afirman que “los alquileres dismi-nuyeron y los nuevos inquilinos fueron gentes miserables”, que “el circo era un abrigo de forajidos que se ocultaban en las galerías y por las noches asaltaban a los transeúntes” y que los vecinos no podían pasar por el sitio, dado que se había “di-fundido un terror general” porque “solían escaparse los toros y causar grandes daños en las calles cercanas” (Zabala y Gandia �980, �4�-�4�).47

Finalmente, cuando el circo llevaba funcionando siete años (con un promedio anual de veintisiete corridas), los mismos vecinos que habían apoyado el proyecto so-licitaron su demolición.48 El �� de octubre de �799, el Virrey Avilés expidió un decreto ordenando el traslado del circo “por cuenta del ramo del empedrado”, a un lugar más cómodo “fuera de la población”. Ese mismo año dispuso la construcción de una nueva Plaza en el barrio del Retiro.49 En la memoria de dicho Virrey se señala:

47 Cabe destacar que apenas inaugurado el circo de Monserrat, en ocasión de una inspección edilicia que se le encomendara, el ingeniero Joaquín Antonio de Mosquera observó que su superficie era “muy escasa para corridas de Toros tanto que apenas puse los pies en la Plaza mefue notable su estrechez, y no dudaré, que un Animal algun tanto alentado multiplique las desgracias, siendo cierto, que solamente para correr Novillos es oportuno el Circo formado, y semejante en todo à los que con igual obgeto he visto en Murcia, Valencia y otras partes. La Plaza de Monserrate es constante no permite mas amplitud sin perjuicio del transito publico que aun asi lo graduaria yo de incomodo, si à mas de la necesaria para establecer Carretas, y tragin de vendedores, entrare à computar la reunion del concurso, coches y demas que traen consigo las corridas de Toros” (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp.4, fs �6 vta). 48 Este pedido suscitó una serie de altercados que puso en evidencia la pugna de intereses en juego: los de las autoridades empeñadas en la recaudación de fondos para el empedrado, los de los vecinos que vieron devaluadas sus propiedades, los de los asentistas que aducían sufrir pérdidas, y los del constructor que pretendía que el edificio se desmontara y le fuera devuelto. Los empresarios de la plaza, basaron sus quejas en que las corridas que excepcio-nalmente fueron celebradas en la Plaza Mayor (cerca de quince), en honor del nuevo Virrey Pedro Melo de Portugal, les produjeron cuantiosas pérdidas. Alegaban también que para completar el número estipulado de corridas anuales, en perjuicio de sus intereses, habían celebrado corridas en pleno invierno con la plaza casi vacía (Torre Revello �004). 49 Ya el ingeniero Mosquera había advertido al Virrey Arredondo en �79� que: “V. E. sabe bien quanto desahogo exigen tales establecimientos que por tanto se procuran siempre situ-ar en lo mas desembarasado de los Pueblos, ò fuera de ellos, como lo vemos en Madrid, y mas Ciudades de la Metropoli, y no carece B.s Ay.s de destino oportunisimo p.a semejante obgeto, si antes de establecerle en la Plaza de Monserrate hubiera podido consultarse, pues-to que la llanura del Retiro, reune las condiciones de estar fuera de la Ciudad, sin alejarse de la Poblacion, de tener suelo suficiente para Plaza de Toros formal y completa, y terreno libre para quantos agregados resultan desemejante Diversion, y la principalisima de no tener aquel solar oy otro Dueño conozido que el Rey, que le ocupõ a los Ingleses en la represalia del año de �740, ò quando mas el Ilustre Cabildo que asu posecion tiene promovidas sus pretenciones, ò derechos, que aun en caso de legitimarlos contra el R.l Fisco podria ser util quizas asus Proprios con una Plaza de Toros alli situada” (AGN, Sala IX �9-�-�, Leg. ��9, Exp.4, fs �8)

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“Las reiteradas y encarecidas instancias de los vecinos del barrio de Monser-rat, para que se quitase de aquella plaza el circo que se habia construido en ella para la lid de toros, me movieron á decretar su demolición, que tuvo efecto en principio de Junio último, habiendo dispuésto en consecuencia la construccion de otro en paraje mas adaptable y conveniente, ordenando al intendente de policía me presentase el consiguiente plano y presupuesto de esta obra” (Radaelli �94�, ���).�0

El espectáculo taurino, entonces, fue trasladado otra vez a un lugar periférico, lejos de la trama urbana que estaba en plena expansión. En ese sentido, la parte norte de Buenos Aires había sido la de menor progreso edilicio, dado que el eje principal de crecimiento conectaba el núcleo fundacional con la zona sur, ligada al Riachuelo y, por lo tanto, al ingreso y el egreso de personas y mercaderías de la ciudad. Llamado también barrio Recio o del Taco Verde, el Retiro se encontraba alejado de la ciudad y separado de ella por el Tercero de las Catalinas, tenía su iglesia, Nuestra Señora del Socorro, había sido el sitio escogido para localizar el asiento de negros de la South Sea Company entre �7�8 y �77�, y era considerado un “arrabal lejano y poco prestigioso”, incluso bajo e inundable.��

La obra se inició el �6 de julio de �800 y fue inaugurada el �4 de octubre de �80� (Beruti �00�). Construida de ladrillos y madera, tenía una capacidad que habría oscila-do entre 8.000 y �0.000 espectadores. En el nivel superior tenía una galería de palcos de madera para la “gente decente” (incluidas las mujeres) y gradas en la parte baja, para toda clase de público. El nuevo edificio poseía, finalmente, las proporciones de una plaza de ciudad, y una configuración similar a los circos andaluces de la época.

Torre Revello transcribe un documento en el que se considera al edificio como “el más famoso monumento, que entre las Obras públicas de diversión y recreo, decoran en el día lo sumptuoso de esta Capital” y “a la que en hermosura ni firmeza excedera en la Europa la de ninguna Capital” (�004, �99). El pintor viajero, Emeric Essex Vidal, realizó hacia �8�8 la única representación que se registra de aquella construcción [fi-gura 4]. La citada acuarela va acompañada de la siguiente descripción:

“El anfiteatro es de ladrillo y tiene palcos que lo rodean en toda su extensión en el último piso, los cuales están destinados a las clases distinguidas; debajo de ellos hay una distribución circular de escalones que llegan hasta unos seis

�0 El Intendente de Policía Martín Boneo, que había llegado al Río de la Plata para trabajar en la demarcación de límites, realizó el proyecto del nuevo ruedo. El mismo fue aprobado por el Virrey el �0 de mayo, quien autorizó aque Boneo “con los fondos del empedrado em-prendiese la construcción del nuevo circo y pudiese variar lo que conceptuase conducente, a cuyo edificio se dió principio en fines del mismo mes”(Radaelli �94�, ���). �� Su presencia aparece documentada desde fines del siglo XVII y su nombre aparentemente deriva del de la casa de descanso que tenía allí Agustín de Robles. Dado el carácter perifé-rico del sitio, fue preciso abrir una calle hasta entonces cerrada por tunales para facilitar el acceso a la plaza de toros desde la ciudad (Figueira �98�).

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pies del área interior, de la cual los separa una barrera muy fuerte con nume-rosas puertas pequeñas, de un ancho suficiente tan solo para que quepa un hombre, a través de las cuales pasan los toreros, cuando se ven perseguidos muy de cerca” (Vidal �9��, �84-�87).

Otro visitante británico anónimo, que participó de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires, describe el edificio de la siguiente manera:

“En el ángulo noroeste de la ciudad y cerca del río hay otro extenso terreno llamado La Plaza del Taurus (sic) en la cual se eleva El Retiro, el anfiteatro para la exhibición de corridas de toros. Este edificio tiene doce lados de alrededor de veintisiete metros cada una en la parte exterior y con seis aberturas en forma de arcadas de alrededor de cuatro metros desde el suelo hasta su basamento. Las paredes externas son de ladrillo; las divisiones interiores de madera, pintada y adornadas de manera apropiada.”(Anónimo �808, �4�-�4�)

Por otra parte, las diferenciaciones sociales se veían plasmadas en el precio de las localidades. Así, en el primitivo circo de la Plaza Mayor había valores diferen-ciales de acuerdo con la ubicación espacial, según se tratase de un andamio (ten-dido) o de un palco. El precio del alquiler oscilaba entre � y 6 pesos por vara y cada asistente podía tomar el numero que quisiera (algunos alquilaban el espacio para colocar una carreta, que reemplazaba al andamio). A su vez, para ingresar a la plaza de toros de Monserrat, los “asientos de palcos” de los grupos acomodados costaban medio peso (más un real de entrada general) y el resto del público, que se ubicaba en las gradas, pagaba en total sólo dos reales (uno por la entrada y otro por el asiento). Ya en el Retiro, y debido a la nueva jerarquía dada al circo, se aumentó la entrada un real. Los asientos de preferencia eran los de barrera o valla que cos-taban cuatro reales, le seguía el tablado sobre el toril, a tres y medio reales y, por último, estaban las gradas a tres reales (Torre Revello �004, Pillado �9�0).��

Finalmente, por decreto de 4 de enero de �8�� se prohibieron las corridas rea-lizadas sin permiso del jefe de policía, así como practicarlas con animales que no fueran descornados. Sin embargo, autorizadas o no, las corridas continuaron en otros lugares periféricos de la ciudad o el interior de la provincia. El edificio del Retiro fue demolido y con el material del mismo se construyeron los cuarteles (Wilde �960). En �8�6, una nueva ley prohibió el establecimiento de plazas o circos de toros en todo el territorio nacional, aunque eventualmente siguieron realizando corridas hasta me-diados del siglo XX (Pilía �999).

�� También indica Torre Revello (�004) que las corridas primitivas se anunciaban a través de “papelitos” y más adelante sus programas fueron realizados en la imprenta de Niños Expósitos. Las localidades se vendían de antemano y, en algunos casos, los adquirentes eran habituales.

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Reflexiones finales

Si bien la problemática de la transformación urbana de carácter barroco ha sido ampliamente trabajada por la historiografía para algunas capitales Iberoamericanas y particularmente para las ciudades peninsulares, este tema ha sido escasamente valo-rado en el caso del Buenos Aires virreinal. Algunos autores en la primera mitad del siglo XX (Pillado, Torre Revello, Furlong, etc.) produjeron trabajos pioneros pero des-de una perspectiva descriptiva de corte historicista no exenta de errores, los que han sido tomados y reproducidos por parte de la bibliografía posterior. En este contexto la presente investigación intenta hacer una relectura de las diversas fuentes relevadas (las que son escasas y dispersas en el caso porteño) a partir de una visión interpreta-tiva enriquecida por la producción teórica de la historiografía del arte, la arquitectura y el urbanismo, como así también de los distintos estudios culturales.��

Del trabajo realizado se desprende que las numerosas fiestas y celebraciones lle-vadas a cabo en Buenos Aires durante el Virreinato implicaron una puesta en escena altamente formalizada y ritualizada, que apeló a todos los recursos de la retórica bar-roca y logró transmutar en lo simbólico y cultural a la estructura urbana regular primi-genia. En efecto, la capital virreinal, a pesar de la impronta racional propia de la dinas-tía borbónica, fue vivida como plenamente barroca en oportunidad de la fiesta.

En este espacio barroco “a la hispanoamericana” (Nicolini �00�) se mantuvo la tradición peninsular de lidiar toros. En días de fiestas y corridas, las calles –deco-radas temporariamente con coloridos tejidos, arcos triunfales, tablados, etc.- signa-ban un recorrido entre “nodos” urbanos por el que desfilaba una multitud que in-cluía distintos personajes disfrazados, danzarines y músicos.

Por otra parte, el recinto de las corridas fue adquiriendo progresivamente una mayor relevancia, evidenciada en la magnitud, solidez y perdurabilidad de sus sucesivos edificios a la vez que la lidia de toros iba adquiriendo una mayor popu-laridad. En forma contemporánea, y siguiendo el mismo proceso que los circos españoles y de otras capitales americanas, el espectáculo taurino se desplazó a si-tios cada vez más alejados del centro de la ciudad, como consecuencia de las di-versas regulaciones ilustradas de ordenamiento urbano. Paradójicamente, el proce-so de materialización progresiva del circo (que va desde la delimitación transitoria de la arena en la Plaza Mayor, hasta el circo estable del Retiro, pasando por la es-tructura provisional de la plaza de Monserrat) y el desplazamiento espacial que el mismo conllevó, no implicó la pérdida de centralidad socio-cultural del evento.

En efecto, el “boato” y “magnificencia” de estos espectáculos públicos refor-zaron la representación simbólica de los grupos de poder en una sociedad esta-

�� Cabe consignar que en el ámbito local se destacan los trabajos de historia urbana del perí-odo colonial y colonial tardío realizados por Alberto Nicolini, Ramón Gutiérrez y Fernando Aliata. En el campo de la historia de la cultura son relevantes los enfoques aportados por Jorge Myers, María Lia Munilla Lacasa, Pilar Bernardo de Quiros y el equipo de investigación de Carlos Mayo entre otros.

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mental. La “función de toros” (con su masiva y variada concurrencia) fue un ámbi-to propicio para la implementación de los mecanismos de acción psicológica utilizados por la retórica barroca. Las diversas celebraciones fueron depositarias del orgullo urbano y del honor ciudadano, exacerbados por el nuevo rango de ca-pital virreinal. En este contexto de crecientes aspiraciones y como producto de ambiciosas intenciones, la fiesta pública porteña logró resultados acordes con sus magras posibilidades económicas.

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