Antropologia Para Ninos

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La población del continente

Las teorías más convincentes y en las que la mayor parte de los investigadores están de acuerdo, son aquellas que afirman que los primeros habitantes del continente americano procedían de Asia y lle-garon a lo que ahora es Alaska. Esto pudo ocurrir en distintos momentos, uno de ellos fue cuando hubo grandes glaciaciones. Es decir, hace miles de años, cuando la temperatura de todo el mundo disminuyó y los mares del norte, al congelarse y bajar su nivel, dejaron ciertas áreas con tierra firme que funcionaron como un paso natural. Entonces, durante algún tiempo, se unieron ambos continen-tes, pero al concluir la glaciación y aumentar la temperatura, hubo un deshielo, el nivel del mar subió y los continentes quedaron otra vez separa-dos, tal y como los conocemos en la actualidad.

Sin embargo, aunque casi todos los investigadores coinciden en que fue por este lugar por donde llegaron los primeros seres humanos a nuestro continente, los ar-queólogos aún discuten cuándo ocurrió esto. Algunos creen que fue hace 40,000 años, pero no se sabe con certeza, lo cierto es que aquellos que cruzaron a nuestro continente eran como nosotros, es decir, eran Homo sapiens, como somos cata-logados científicamente.

No sabemos con certeza cuándo llegaron los primeros seres hu-manos a lo que ahora es el no-reste de México y Nuevo León,

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pero sí sabemos que fue hace mucho tiempo, ¡probablemente esto fue alrededor de 10,000 años atrás! En ese entonces, en todo el continente vivían grupos muy similares, es decir, no existían los mayas, mexicas, zapotecas, incas, apa-ches; ni ningún grupo era muy distinto de otro, no se distinguían mucho entre sí, pues todos eran grupos nómadas de cazadores, recolectores y pescadores. Aunque claro, algunos vivían en selvas, otros en sierras, unos más en desiertos y algunos en las costas.

En esa época, todavía no se usaba el arco y la flecha, por lo que el arma más común era un artefacto que en la actualidad es conocido como lanzadardos o propulsor, aunque muchas veces es llamado atlatl, que es una palabra en lengua náhuatl. Este artefacto tiene la función de arrojar una lanza a una distancia mayor que si utilizáramos sólo la fuerza de nuestro brazo. El atlatl, lo hacían de distintas formas, pero a grandes rasgos podemos decir que era un palo largo, hecho de distintas maderas, aunque el mezquite debió ser una de las más usadas. Te-nía un gancho en un extremo que era donde se atoraba un dardo o lanza. Mientras que en

el otro extremo estaba el man-go por donde lo sujetaban tenía unos cordeles por donde intro-ducían los dedos.

Aunque todo parece indicar que los primeros seres humanos que llegaron a lo que ahora es Nuevo León pudieron coexistir con las últimas especies de megafau-na como el mamut, caballos prehistóricos y otros animales que ahora ya no existen. Aún se

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tiene poca evidencia para corroborar que los cazaban. No obstante, durante las cacerías con atlatl, debieron cazar distintas especies, desde aves acuáticas como patos o grullas, hasta grandes venados, bisontes o berrendos. Incluso lo llegaron a utilizar en especies como osos o pumas.

Debido al tipo de artefactos encontrados, los arqueólogos pueden calcular la época en la que fueron usados; por ejemplo, algunos tienen alrededor de 10,000 años de antigüedad. Tal es el caso de algunas puntas de dardo, las cuales son muy características de ese tiempo. Estas puntas son más grandes que las que se utilizaron miles de años después, que son las puntas de flecha que se tiraban con arco. Unas de las puntas más antiguas y conocidas en Norteamérica, son las que se llaman Clovis. Estas puntas tienen la base cóncava, o sea, que la parte de abajo la tienen ligeramente curva. Las Clovis son muy grandes y las hay hasta de más de 10 centímetros de largo. Otro tipo de puntas que se usaron hace más de 8, 000 años, es el caso de las puntas tipo Folsom, las cuales tienen una aca-naladura o depresión desde la parte central hasta la parte de abajo. En cuanto a estas, sí se han encontrado en el noreste de México.

Por supuesto, hay muchos otros tipos de puntas usadas con atlatl, y todas ellas son de formas diversas y tienen distintos nombres, que suelen ser el lugar donde fueron encontradas por primera vez. Algunas, tienen lo que los arqueólogos lla-man pedúnculo, que es una parte que se prolonga hacia abajo y sobresale del resto, pues era de ahí donde se amarraba a un palo. Por ejemplo, la punta llama-da Pedernales, que también se encuentra en la región y tiene un pedúnculo que se divide en dos.

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Los primeros hombres en el noreste(distribución geográfica y temporal)

Antes de la llegada de los españoles, los grupos que habitaban lo que ahora es Nuevo León, fueron sociedades nómadas que subsistían de la caza, la pesca y la recolección. Esto quiere decir, que los indígenas locales no formaban ciudades o poblados, sino que vivían en campamentos que iban cambiando de lugar de acuerdo a la estación del año, a diferencia de los que vivían en Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Yucatán u otros lugares del sur de nuestro país. Esto no significa que estaban en constante movimiento sin saber a dónde ir, ni tampoco caminaban en línea recta eternamente. No, ellos sabían hacia dónde debían caminar y cuándo debían hacerlo; además, recorrían una ruta conocida y año con año volvían al mismo lugar.

Estos grupos acampaban en un lugar determinado y permanecían en ese sitio algunos días, por lo que se dedicaban a cazar, recolectar plantas, y, si había oportunidad, pescaban; todo esto en los alrededores del campamento. Luego, después de pasar varios días en este lugar, y debido a que la comida y los recursos disponibles

comenzaban a disminuir, recogían sus pertenencias y se trasladaban a otro lado para continuar con las mismas actividades. Aunque, el tipo alimentos podía llegar a ser diferente, ya que en algunos lugares abunda cierta planta y en otras partes una distinta. Y lo mismo sucede con los animales, por ejemplo, había lugares donde abundaban más liebres y en otros parajes había más guajolotes. En cuanto a los recursos acuíferos, sucede lo mismo, pues a veces había un río cercano, otras veces una laguna o un ojo de agua.

Por el hecho de que fueran nómandas, necesitaban hacer chozas o casas pequeñas de materiales ligeros. Al parecer, estas chozas tenían forma cónica, y para hacerlas,

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construían primero un armazón de palos grandes y sobre ellas colocaban carrizos, pastos, ramas, petates y esteras. Seguramente dejaban un hueco o agujero en la parte superior para que sirviera como ventilación y permitiera salir el humo, ya que en su interior hacían una pequeña fogata para mantener luz y calor si era necesario. Dentro de las chozas, guardaban sus pertenencias y pieles que servían de cama. Un conjunto de estas casas formaba un campamento, y las colocaban una cerca de la otra; dependiendo de la época del año. El campamento podía ser sólo de unas cuantas casas o varias decenas de ellas.

Muchas veces se cree que estos grupos eran flojos o torpes, porque no cultivaban la tierra, ni hacían vasijas, esculturas o edificios. Sin embargo, esta es una idea errónea que se debe olvidar. Y es que estos grupos, como otras sociedades nómadas que han habitado en el Mundo, eran tan capaces como cualquier otra, y no era que no pudieran hacer tal o cual cosa, sino que no deseaban hacerlo. Entonces, no debemos compararlas con otras y considerar a los indígenas del noreste como “atrasadas” ni decir que “no evolucionaron”. Tampoco debemos echarle la culpa al medio ambiente, y decir que eran así porque vivían en el desierto y había poca lluvia. No, lo que debemos pensar, es que su modo de vida les resultaba exitoso, y no veían razón para cambiar.

Por ejemplo, no es que no conocieran la cerámica o que no pudieran hacer vasijas de barro, sino que no deseaban construir dichos artefactos, pues desde su punto de vista, eran cosas inútiles o poco prácticas, ya que debido al constante movimiento de su modo de vida, se correría el riesgo de romperlas con facilidad, por lo que

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no era conveniente su uso. Ello no quiere decir que estos grupos no podían hacer hervir el agua, pues para ello usaban ingeniosas técnicas.

Una de ellas, consistía en llenar con agua una bolsa hecha de piel o una canasta, pero, como no se podía colocar directamente sobre el fuego, pues se quemaría, entonces lo que hacían era poner varias rocas en la lumbre, las cuales, ya que estaban muy calientes, iban introduciendo en el agua, por lo que el líquido se iba calentando poco a poco. Hasta que llegaba el momento que el calor de una piedra, hacía hervir el agua.

Estos grupos debían aprender a hacer fuego, por lo que desde niños, iban aprendiendo las técnicas para ello. Una de las formas más comunes para iniciar el fuego, era frotar dos palos. Esto, lo hacían al frotar un palo delgado de madera dura y sólida, sobre una tablilla de quiote de maguey seco, que es una madera mucho más suave y porosa. De este modo, la constante fricción entre ambos iba calentando la superficie del quiote, y, como también colocaban hierbas y pastos secos, sólo se necesitaba una chispa para iniciar el fuego. Si querían avivar el fuego, añadían más ramitas y hojas secas. Cada vez que hacían fuego, trataban de hacerlo durar lo más posible para no volver a iniciar todo el proceso. Por lo que dejaban las brasas de un día para otro y, con ciertos carbones que aún estaban encendidos, volvían a colocar ramitas y con la ayuda del viento o con soplidos reavivaban el fuego, colocaban

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más leña que las mujeres y los niños habían recolectado.

Por fuentes documentales, o sea, por escritos que hicieron los españoles durante La Colonia, sabemos que en ese tiempo estos grupos poseían nombres de animales, plantas, artefactos y elementos de la naturaleza. Algunos grupos adoptaban un nombre de las especies y elementos naturales, mientras

que otros lo tomaban de los objetos que había a su alrededor. Por ejemplo, ciertos grupos se autonombraban coyotes, otros tejones, mosquitos, nopales, mezquites, cuchillos, varas de flecha, lumbre, así estos había decenas nombres, o mejor dicho, cientos más.

Sin embargo, ello no quiere decir que eran grupos diferentes que no tenían ninguna relación entre sí, sino al contrario, muchos de ellos formaban parte de un grupo mayor. Pero, debido a que se dificultaba la subsistencia estando todos juntos de manera permanente, era necesario que cada grupo viviera separado del resto durante algunas temporadas, mientras que en otros momentos del año se reunían para hacer fiestas y ceremonias en donde se intercambiaban objetos como pieles, rocas, collares, plumas y muchas otras cosas. Además, en estas ocasiones especiales recordaban que, aunque tenían diferencias entre sí, muchos eran amigos y parientes.

Estos grupos no tenían jefes y, entre ellos, nadie le daba órdenes a otro. Claro que había ciertas personas que por su edad, carisma, experiencia o conocimiento tenían mayor influencia en el momento de tomar una decisión que repercutiría en todo el grupo, pero aún esa persona que sugería llevar a cabo cierta acción, tenía las mismas responsabilidades que el resto, y no se escapaba de hacer lo mismo que los demás. En otras palabras, no había privilegiados, pues no había ricos y pobres, todos vivían en las mismas condiciones.

Por supuesto, tampoco era todo felicidad, ni estamos ante la mejor sociedad del Mundo, ya que, como todas, también tenían sus desventajas, pero, al compararla

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con la nuestra, lo cierto es que la de ellos era más justa. Ya que nadie se quedaba descansando mientras otros trabajaban, ni podían acaparar más alimento que otro, ni tampoco podían acumular objetos. No existía el robo, ni había policías, ni cárceles, pues todos compartían todo. Es decir, esto no significa que a todos les tocara la misma porción de carne o cantidad de alimento, sino que todo era repartido de acuerdo a las necesidades de cada quien: a los adultos les tocaba una parte más grande y a los niños una más pequeña, pero esto debido a que los adultos comen más y no por otra razón.

Es posible que algunos grupos hayan tenido contacto con indígenas semisedentarios que vivían al sureste de Nuevo León, pues en lo que ahora es la Sierra Madre Oriental, en el estado de Tamaulipas y más hacia el sur de ese estado, vivieron grupos que se asentaron en pequeñas aldeas, tenían cerámica, hicieron construcciones de piedra y practicaron la agricultura. Muestra de ello son algunos hallazgos que se han hecho al sur de Nuevo León, donde los arqueólogos han encontrado pequeños fragmentos de navajillas prismáticas de obsidiana, que es un vidrio natural de origen volcánico que no existe en Nuevo León. También, se han encontrado algunos pedazos de vasijas de barro y una figurilla. Es decir, artefactos que indican que hubo contacto entre grupos de distintas regiones del noreste de México, los cuales practicaban el intercambio de objetos y materias primas.

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El papel del hombre y la mujer(caza, pesca y recolección)

Los indígenas que habitaron lo que ahora es el estado de Nuevo León y el no-reste de México, fueron unos expertos en cuanto a la manufactura de artefactos de piedra tallada. Al parecer, esta actividad era realizada por los hombres, quien desde pequeños, observaban a los hombres mayores para aprender las técnicas. Para hacer los artefactos, utilizaban varios tipos de roca, y ello dependía de va-rias razones. Por ejemplo, la accesibilidad, o sea, la facilidad para obtener dichos materiales; también, según el uso que se le iba a dar al artefacto, hacía que se eligiera determinado tipo de roca, pues no es lo mismo cortar un grueso tronco de madera que una delgada piel de animal. Sin embargo, aunque en Nuevo León existen muchos artefactos hechos en distintas rocas, quizá el más común fue el pedernal, ya que es una roca que tiene una gran dureza y resistencia; además, el pedernal es relativamente fácil de encontrarlo en el campo y era el preferido para hacer las puntas de los dardos y las flechas. En cuanto estas últimas, al igual que las puntas de dardo, tenían diferentes formas, pues las había con pedúnculo, con aletas, con muescas entre muchas otras más. También, hacían cuchillos, los cuales pegaban en un mango de madera, el cual a veces decoraban con pintura.

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Para hacer una artefacto de piedra, el primer paso era salir a buscar los guijarros o fragmentos de roca más adecuados para lo que se requería hacer. Una vez que la roca era elegi-da, comenzaban a golpearla con un guijarro de gran dureza para fragmentarlo en varios pedazos, los cueles son conocidos como lascas. Luego, elegían algunas de estas lascas y seguían golpeándolos para ir desprendiendo pedacitos más pequeños y delgados. Poco a poco, la piedra comenzaba a tomar la forma deseada. Por último, le daban golpes más suaves y, a veces, le aplicaban presión con un fragmento de asta de venado o un hueso duro, por lo que, como resultado, obtenían un artefacto más delicado y con filo más agudo. Esta punta podía entonces ser colocada en un mango de madera o en un palito delgado.

Después que dejaron de usar el atlatl, una de las formas más conocidas para cazar y para combatir era con el arco y la fle-cha. Hacían sus arcos grandes, casi del tamaño de quien lo iba

a utilizar. Para ello utilizaban ramas o raíces de distintos árboles, entre ellos, el mezquite. Estas ramas las contaban cuando aún estaban verdes y frescas, ya que así era más fácil darle la forma deseada. Luego tensaban las ramas con una cuerda y la dejaban secar para que se endureciera y quedara la forma arqueada. Para hacer la cuerda usaban cordeles de ixtle, o sea, un mecate delgado. Aunque, al parecer, es posible que también hayan usado tendones de ve-nado u otros animales. Ya que estos son elásticos y muy resist-entes, por lo que se podían ten-sar lo suficiente para arrojar las flechas a gran distancia.

Además del arco y la flecha, existían diversas técnicas y armas de cacería, ya que usaban un artefacto llamado palo conejero. Se trata de un arma manufacturada en madera, probablemente de mezquite, ébano o barreta, ya que son muy resistentes. Esta arma la aventaban varios metros, por lo que en cierta forma, se

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parecía a un boomerang, sólo que no regresaba al lanzarlo. El palo conejero era un palo ar-queado o curvo de unos 60 cen-tímetros de largo y era aplanado como una tabla. En ocasiones, se les hacían dibujos grabados sobre la madera y en las orillas se amarraban tendones de ani-males. En cuanto a la técnica de caza, consistía en que un grupo de cazadores armados con su “palo conejero”, se colocaban

a varios metros de distancia entre cada uno, probablemente formando un semi-círculo y enseguida comenzaban a caminar con cautela y mucha atención. Luego, en el momento en que aparecía un conejo o una liebre, acorralaban a su presa y todos arrojaban sus armas con fuerza.

Estos grupos, como eran nómadas, debían tener la menor cantidad de artefactos posibles, pues no era viable cargar con muchas cosas. Por lo tanto, muchos arte-factos, como el palo conejero, eran multifuncionales, es decir, no era necesario manufacturar tres objetos distintos para mismo número de actividades, sino que un mismo artefacto podía llegar a servir para diferentes cosas. Por ejemplo, el palo conejero, además de ser una efectiva arma de caza, tam-bién era utilizado para excavar y extraer raíces. También servía para excavar en la entrada de las madrigueras de los roedores, para luego encender fuego con la intención de llenar de humo el interior de los túneles subter-ráneos. Esta situación, obligaba al animal a salir de su guarida y así lograr capturarlo. Incluso, el palo conejero era muy útil en las caminatas, pues servía como

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bastón para facilitar la subida a un cerro y para quitar o hacer un lado las ramas con espinas que había en el camino.

Además de la cacería, existía otra importante actividad con la que obtenían proteínas de ori-gen animal, y esa era la pesca. Para ello, tenían varias técni-cas para pescar. Algunos, eran atrapados directamente bajo el agua, pues el cazador buceaba, los buscaba en sus escondites. Otras veces, pescaban con re-des hechas de ixtle, pues al ser grandes conocedores del com-portamiento de los peces y de

las características de los ríos, arroyos y lagunas, colocaban las redes en lugares estratégicos, aprovechando las corrientes del río o las distintas profundidades de la laguna, para que de esa manera los peces quedaran atrapados. Para ello, cier-tas puntas pequeñas y con muescas a los lados, debieron ser las más efectivas al hacer que los peces se atoraran como si fuera un arpón o anzuelo, y por lo tanto no escaparan.

Entre la gran cantidad de especies que eran cazadas por los indígenas, están algunas que ya no existen y otras que aún podemos ver en la actualidad. Entre

las especies que se extinguieron en los últimos 400 años, está el borrego cimarrón, el lobo mexicano y el berrendo. Aunque en la actual-idad, el berrendo sólo existe en ciertas áreas al norte de Nuestro país, como en Baja California y Coahuila. Es el animal más veloz del continente americano y era un antílope que vivía al norte del estado de Nuevo León, en las grandes llanu-ras con pastizales.

Por otra parte, hay muchos animales que fu-eron cazados por lo indígenas y que aún exis-

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ten; entre ellas, está el venado cola blanca, roedores, serpientes, varias especies de pa-tos, palomas, guajolotes y el jabalí. El jabalí o pecarí de collar, es un animal parecido a un cerdo, pero es más pequeño y el color de su

pelo es grisáceo. Casi siempre andan caminando en manada y se alimentan de vegetales.

Las mujeres no sólo se dedicaban a la recolección de alimentos, recolectaban plantas útiles como la leña y otras que servían como materia prima. Por ejemplo, para la manufactura de canastas, cestas, esteras, petates y otros artefactos, se usaban distintos géneros vegetales, ya sea, tule, carrizo, sotol, ciertas cortezas y pastos. Para ello participaban las mujeres adultas y seguramente las jovencitas. Los niños más pequeños solían ayudar en algunas tareas, como en la recolec-ción y trasportación de las plantas necesarias. Existen diferentes técnicas para ello, pues algunas eran trenzadas, otras tejidas y unas más al enrollar las fibras, hojas y cortezas. Esto lo hacían con las manos y ocasionalmente usaban algunos artefactos de hueso, como los llamados punzones, hechos con huesos de las patas de venado las cuales eran pulidas para hac-erlos puntiagudos.

La lechuguilla fue una de las plantas más aprovechadas por los pobladores de la zona. Es un pariente de los magueyes, tiene la misma forma, pero es más pequeña. La lechuguilla, crece en las lomas y sierras del norte de México, y por lo tanto,

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en nuestra región. Es muy posible que las mujeres salieran a recolectar lo que se conoce como cogollo, que es la parte central de la lechuguilla y se conforma de las pencas que están más tiernas y que aún no se abren. Entonces, al cortar los cogollos con un artefacto, iban juntando muchos de estos y los depositaban en una especie de canasta con armazón de madera y con base hecha de red, la cual cargaban a la espalda sostenida de la cabeza.

Después, se llevaban toda esta lechuguilla a otro lugar y comenzaban a desfibrar las pencas. Esto lo hacían aplastando con una piedra cada penca y luego tallándo-las con un artefacto de piedra con filo, hasta que le quitaban toda la pulpa. Por lo que sólo quedaba la fibra de ixtle, que son como hilos muy duros, los cuales eran puestos bajo el sol para que se secaran. Posteriormente, se torcían y trenzaban hasta hacer cordeles de diversos grosores, y si era necesario, unían varios de ellos para hacer un cordel más largo, según para lo que se requería.

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Alimentos vegetales y animales

Comían pequeñas pencas de no-pal y durante el verano comían su fruto: las tunas. Para ello, las mujeres y los niños recorrían los alrededores del campamento, y, como en ocasiones las plan-tas de nopal aparecen juntas en grandes cantidades, aprovecha-ban esta situación para recolec-tar muchas de ellas. Entonces, ayudados con redes de ixtle, las guardaban y transportaban de regreso al campamento. Es-tas tunas eran consumidas de distintas maneras, las verdes, que aún estaban tiernas, eran cocidas; las maduras podían ser consumidas crudas.

Una vez que se termina el verano, los nopales ya no producen tunas. Pero ello no significa que los indígenas no pudieran alimentarse de éstas, pues tenían diferen-tes técnicas para aprovechar al máximo estos y otros frutos. Y es que, al haber recolectado una gran cantidad de tunas con anterioridad, muchas las secaban al sol para que se deshidrataran y después fueran molidas y convertidas en harina, por lo que así se evitaba la putrefacción y se podía prolongar su utilidad por va-rios meses. Para moler, usaban los llamados morteros; los había de madera y de piedra, estos últimos se parecían un poco a los molcajetes, pero no tenían

patas, sino que eran cuencos semiesféricos, a los cua-les se les hacía el hueco a través del tiempo, pues con el uso que se les daba, la roca se iba desgastando. En ellos, se machacaba y pulverizaban semillas y otras co-sas con la ayuda de otra piedra que conocemos como tejolote. Parecidos a los anteriores, están los morte-ros fijos, y se llaman así porque estos se encuentran sobre grandes rocas que formaban parte del suelo. Es decir, se elegía un piso rocoso que estuviera plano, y

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comenzaban a moler cosas hasta que, con el paso de los años, se iban formando los agujeros. Aunque, probablemente, se aprovechaba para otros usos, pues en estos hoyos se acumulaba agua en tiempo de lluvias. Por supuesto, los indígenas utilizaban estos artefactos solamente cuando visitaban el lugar, pues obviamente no los podían mover, por lo que permanecían algún tiempo sin ser usados.

Sin duda, uno de los frutos más usados fueron las vainas de un árbol llamado mezquite; a las cuales les quitaban las semillas, mismas que comían crudas o se-cas. También las molían para obtener harina. Para ello, además de los morteros usaban unas piedras conocidas como manos de molienda y otras llamadas me-tates. En cuanto a sus características, hay que señalar que las manos eran casi siempre guijarros o cantos de río del tamaño de un puño o un poco más grande,

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mientras que los metates son lajas de roca planas. Éstas se utilizaban para moler al hacer percusión y fricción entre ambas, y así las semillas se convertían en ha-rina o se pulverizaban en pequeñas piedras de colores que eran utilizadas como pigmentos.

Por otra parte, en la época más fría del año, en el invierno, cuando ya no había frutos, se alimentaban principalmente de maguey, y se comiera la parte central conocida como corazón, la cual era cocida en unos hornos subterráneos, pare-cidos a los que se usa para la barbacoa. Estos hornos, los usaban para cocer todo tipo de alimentos, tanto de origen animal como vegetal. Para ello, cavaban un pozo en la tierra y colocaban piedras, las cuales tenían la función de mantener el calor, pues sobre éstas ponían leña y la encendían. Ya que estaban las brasas, ponían el alimento envuelto con pencas de maguey. Sobre esto, colocaban más rocas y por último cubrían todo con tierra. Esto no apagaba el carbón, sino al con-trario, hacía que el calor se conservara. Entonces, varias horas después, quitaban la tierra, las piedras y descubrían el alimento. ¡El cual ya estaba cocido!

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Industria y apariencia personal

Es verdad que, como muchos otros grupos, los indígenas lo-cales andaban semidesnudos, pero ello no debe interpretarse erróneamente al pensar que no sabían o podían vestir de otra manera, sino que cada cultura adopta su propio tipo de vesti-menta y apariencia; cada cual juzga lo que es normal y acept-able. Es así, como durante el verano, debido a las altas tem-peraturas, estos grupos podían andar desn , y para ello usaron las de venado, conejos, liebres y talvez las de otras especies. Esto se debe a que en esta región, las temperaturas en el invierno pueden descender de los 0º centígrados y a veces, puede caer escarcha o nieve. Por lo tanto, después de ca-zar un animal y aprovechar su carne como alimento, se usa-ban algunos huesos, tendones y por supuesto, la piel. Para ello

se utilizaba un cuchillo para cortar la piel e ir despegándola del cuerpo.

Posteriormente, se lavaba con agua y se tendía en el suelo bajo el sol y era ten-sada de las orillas hasta que estuviera bien estirada. Luego, con un artefacto de piedra llamado raspador, se iba haciendo fricción a la piel para despegar todo resto de carne, grasa, cartílagos y tendones.

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Este raspador, era una artefac-to de piedra que tenía un lado plano y un borde con filo, lo que permitía cortar, raspar y apla-nar. Después, con otra pequeña piedra se comenzaba a alisar o planchar la piel, añadiendo tal vez grasas de animales u otras substancias para suavizar la piel y hacerla más flexible y blanda. Esto se debió hacer por uno o ambos lados de la piel, de acu-erdo si se deseaba conservar el pelo del animal o no. Para ello, usaban agujas de hueso y cordeles de cuero o ixtle para coser las pieles.

Durante las investigaciones arqueológicas realizadas en distintas cuevas de Nuevo León, ya sea en la Sierra Madre Oriental o en la parte desértica del noroeste del estado, se han encontrado caracoles y otras conchas marinas. Es decir, se trata de objetos que necesariamente provienen de lugares muy lejanos, ya que la costa

más cercana es el Golfo de México, el cual ¡Se localiza a cientos de kilómetros!

Esto no quiere decir que la gente hacía grandes viajes, sino que los grupos in-dígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León se mantuvieron en contacto con otros grupos del noreste de México, formando así una ruta por la cual se-guramente circulaban personas, distintos objetos y materias primas. En otras palabras, había ciertas cosas que unas áreas abundaban, mientras que en otras escaseaban y viceversa, por lo que hacían intercambios.

También existen cuentas de collar, estas eran de hueso, piedras, semillas y dientes

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de animales. Muchas de estas cuentas de hueso tenían una forma cilíndrica que formaba pequeños tubos y eran los huesos de distintos animales, por ejemplo: de liebre, conejo o coyote. Las que eran de piedra muchas de ellas se realizaban haciendo un orificio en una “piedrita” en forma de disco del tamaño de un botón, mientras que las semillas eran perforadas para introducir el hilo.

Al menos en cierta época, la mayoría de los grupos indígenas se pintaban los rostros y el cuerpo con distintos colores y variados dibujos. Algunos, se hacían líneas rectas, curvas u onduladas; unos anchas y otros se hacían rayas delgadas. Para pintarse, utilizaban tierra de distintas tonalidades, carbón, ceniza y otros pigmentos. Algunos pigmentos eran naturales, y los obtenían de ciertas plantas o animales, como un pequeño insecto que es parásito de los nopales; otros, son minerales y los conseguían en forma de pequeñas piedras que molían, como lo es el óxido de hierro.

En cuanto al estilo del peinado y el corte de cabello, también era muy diverso, pues algunos lo usaban largo y otros corto, unos se afeitaban parte o toda la cabeza, mientras que unos más se hacían trenzas. Además, a veces agregaban plumas, las cuales se utilizaban para adornarse la cabeza y para ello usaban plu-

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mas coloridas, como las de cotorras y cardenales, entre muchas otras.

Otra forma de pintar la piel eran los tatuajes. Pero estos diseños, a diferencia de la pintura, eran permanentes, pues ya no se podían borrar. La técnica en la que se realizaban era la siguiente: primero, con un objeto puntiagudo y punzante, como las espinas, dientes de animales o piedras con filo, se hacían cortes en la

piel dibujando diferentes líneas y figuras de acuerdo al diseño deseado. Poste-riormente, a las heridas abiertas se les aplicaba carbón molido, lo que tenía como resultado que al cicatrizar, se absorbía el pigmento quedando así la figura imbor-rable en un tono azulado.

También, existía la escarificación, que consistía en hacerse dibujos a base de cortes en la piel, los cuales, al cicatrizar, dejaban la figura resaltada y en otro tono. Al parecer, todo lo anterior estaba relacionado algunas veces con ciertas ceremonias y ritos con fines mágicos, pero, además, les servía para poseer una identidad propia, pues cada grupo tenía ciertas características en su apariencia personal que los distinguía de los demás.

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Las pinturas rupestres y los grabados

Existen varias formas en las que los grupos indígenas que habita-ban lo que ahora es el estado de Nuevo León representaban gráficamente sus cre- encias en la roca. Una de ellas es el caso de las pinturas rupestres y la otra son los petrograbados. En el caso de las pinturas se encuentran en las paredes de refugios rocosos o cuevas, es decir, en lugares más pequeños y escondidos. Por su parte, los petrograbados por lo regular tienen su ubicación en la parte media y en la cima de lomas de poca altura; aunque en algunas ocasiones también se localizan al pie y laderas de grandes cerros.

Para hacer las pinturas rupestres se requería un pigmento, el cual podía ser de origen natural, mineral o una combinación de estos. Uno de los más usados era la hematita, que es una piedra que contiene óxido de hierro, por eso tiene una coloración rojiza.

Este mineral, lo obtenían al encontrarlo en algunos cerros y seguramente lo transportaban e intercambiaban en distintos lugares.

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Sin embargo, también se usaban otro tipo de pigmentos obtenido de otros minerales y del carbón.

Los pigmentos se molían hasta convertirlos en un polvo fino y luego se mezclaban con la baba de nopal, grasas animales u otras substancias,

lo que servía para que la pintura se pudiera adherir a la roca y fijarse en la superficie. De acuerdo a los fines que se querían obtener la pintura se aplicaba de distintas formas, por ejemplo, muchas de ellas parecen estar hechas directamente con el dedo sobre la superficie de la roca, por lo que el grosor de la línea resultaba de poco más de un centímetro. Mientras que otras veces, se utilizaba un artefacto que servía como pincel, con lo que se podía lograr líneas muy delgadas.

En lo que se refiere a los colores, la mayor cantidad de pinturas en los sitios arqueológicos de Nuevo León prevalece el rojo, apareciendo este en distintas tonalidades; no obstante, también hay pintura en color ocre o amarillo, negro y ocasionalmente blanco.

Por otra parte, las figuras que están pintadas en la roca casi siempre son figuras geométricas, como puntos, círculos, triángulos, rombos, líneas rectas, curvas, en zigzag y otras formas, aunque ocasionalmente hay pinturas con motivos naturalistas, por lo que aparecen figuras humanas, animales y artefactos.

Hasta ahora hemos visto representaciones de figuras en las grandes rocas de las cuevas y los cerros. Sin embargo, existen otras figuras que hacían en la roca, pero no en las paredes o grandes rocas, sino que se trata de las llamadas “piedras incisas”, las cuales a diferencia de las anteriores, sí es posible trasportarlas, pues son unas pequeñas piedras de pocos centímetros y casi siempre de forma aplanada.

Estas piedras presentan dibujos hechos a través de fricción, o sea, para hacer las figuras utilizaron seguramente un artefacto con filo, probablemente de pedernal,

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el cual era deslizado una y otra vez por la superficie hasta que iban formando la figura deseada, la cual, quedaba incisa en la piedra.

Como ocurre con los petrograbados y las pinturas, también existen distintas explicaciones respecto a su función, tales como que eran juguetes, ornamentos, ofrendas mortuorias, amuletos y otros usos. Sin embargo, aunque hasta ahora no sabemos con certeza cual era su uso, podemos pensar que probablemente eran utilizadas sólo por ciertos individuos y durante algunas ceremonias y rituales en momentos específicos.

Los petrograbados se elaboraron sobre paredes de rocas calizas o sobre otras llamadas areniscas y lutitas. En el caso de las dos últimas, hay que mencionar que tienen una coloración sepia oscuro, por lo tanto, cuando los indígenas hacían los grabados, las figuras quedaban de un color más claro. Es decir, al desprender lo que se conoce como córtex, o sea, al retirar la parte superficial de las rocas, que es como una “cáscara”, entonces aparecen las figuras en un color más claro, mismo que tiene el interior de la roca. La mayor parte de los petrograbados están manufacturados por percusión, es decir, a través de golpes con otra piedra. Ahora bien, al igual que ocurre en otras partes de México y el Mundo, existen diversas opiniones respecto a lo que motivaba a los indígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León para realizar dichas figuras. Es posible que tuvieron varios usos, tales como diversos ritos mágicos y de comunicación con seres sobrenaturales, representaciones de narraciones, para la cuenta de los días de un tipo de calendario, marcas territoriales y de identidad, puntos de observación astronómica, métodos de enseñanza y aprendizaje y otras más. Y, posiblemente, todas estas explicaciones tengan algo de cierto, es decir, tal vez estas manifestaciones gráficas tenían diversas funciones y significados, por lo que no se debe descartar ninguna de estas posibilidades.

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La muerte: el luto y los entierros

Seguramente, los indígenas del noreste debieron poseer creencias en lo sobrenatural. Tal vez, concebían la existencia de distintos seres a los cuales temían, respetaban y reverenciaban a través de culto y ofrendas. Podemos pensar que, como otros grupos nómadas, tenían la época de lluvias y la aparición de los frutos de la temporada, como períodos claves para llevar a cabo sus ceremonias, en las cuales realizaban cantos, danzas y pintaban o grababan las rocas. Y quizá, como en otras sociedades de cazadores recolectores, eran algunos ancianos los encargados de entrar en comunicación con los seres sobrenaturales durante dichas festividades.

También, es muy posible que ciertos momentos o etapas en la vida de los individuos debieran estar acompañados de algunos ritos. Tal es el caso del nacimiento, el paso de la niñez a la juventud, el llegar a ser considerado como adulto, los matrimonios y… por supuesto, la muerte. El luto, se manifestaba cortándose el cabello y a los

muertos, los enterraban con sus pertenencias, sus collares y demás objetos como cuchillos, arco y flechas entre otros utensilios. Se han encontrado entierros en cuevas y pequeñas oquedades en la roca, aunque a otros los enterraban en planicies y es posible que unos más fueran incinerados.

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Los indígenas del período histórico (siglo XVI – XIX)

Los primeros españoles que llegaron al territorio que actualmente ocupa Nuevo León, lo hicieron hace un poco más de 400 años. En aquel tiempo, ellos se dedicaban a capturar indígenas para venderlos como esclavos. Tiempo después, los que tenían haciendas y minas, obtenían indígenas a través de las llamadas encomiendas y congregas, que no era otra cosa sino formas en las que se repartían a los indígenas para

que les hicieran trabajos. Y se suponía que a cambio debían recibir instrucción religiosa y buen trato, aunque esto no siempre fue así. Muchos consideran que era otra forma de esclavitud, pues se les trataba como animales. Por estas razones, durante más de doscientos años, muchos indígenas no querían ser llevados a los pueblos ni trabajar para los españoles, por lo que se mantenían en constante lucha ante ellos.

A finales del siglo XVIII, los grupos indígenas originarios de lo que hoy es el noreste de México prácticamente ya habían desaparecido. Algunos grupos vivían en los pueblos con los españoles o con los grupos indígenas aliados a los españoles, tales como los tlaxcaltecas. Lo cierto es que la cultura indígena estaba desapareciendo, pues la mayoría de los grupos había

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muerto por las enfermedades, la esclavitud y la guerra. De este modo, a inicios del siglo XIX, o sea, en las primeras décadas de 1800, sólo quedaban pequeños grupos aislados que, aunque tenían contacto con los españoles, se mantuvieron refugiados en las sierras y desiertos resistiendo a la dominación colonial, pero al final, desparecieron junto con su lengua y costumbres. No obstante, otros indígenas nómadas tomaron su lugar.

A mediados del siglo XIX, otros grupos indígenas que habían adoptado el caballo traído por los europeos, como los lipanes, apaches mezcaleros y comanches (que eran originarios de lo que ahora son los Estados Unidos), irrumpían en territorio mexicano, pues eran perseguidos por los norteamericanos. Por lo tanto, tras sus incursiones al sur, se enfrentaban a los mexicanos mestizos.

Desgraciadamente, la intolerancia y la falta de comunicación, provocó que no existiera una aceptación de las diferencias culturales. Por lo que ambos bandos se manutuvieron en constante lucha durante muchos años. En los momentos más críticos de la guerra, los gobernantes tomaron decisiones drásticas en perjuicio de los indígenas, pues se les persiguió, por los en los valles, las cañadas, las sierras y desiertos.

El gobierno de Nuevo León, como el de otros estados del norte, llegó a pagar recompensa por cada indio muerto; muchas veces, se pedía la cabellera como prueba de ello. Incluso, se llegó a pensar que el envenenar los lugares donde bebían agua los indígenas era una estrategia efectiva para exterminarlos. De este modo, ante la constante guerra y debido a que dichos grupos fueron conducidos dentro de las llamadas Reservaciones por el gobierno de los Estados Unidos, provocó que a la llegada del siglo XX, el territorio de nuestra entidad dejara de ser recorrido por los nómadas, terminando así un modo de vida que había iniciado milenios atrás. Sin embargo…dejaron algo de ellos entre nosotros...

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La labor del arqueólogo (cómo infiere lo que sucedió en el pasado)

La arqueología es la ciencia que estudia el pasado del hombre, pero a través de los artefactos. Por lo tanto, el arqueólogo, no es un buscador de tesoros, como muchas veces se ha visto en las películas de televisión o el cine. Tampoco es sólo un aventurero que viaja por lugares inhóspitos y peligrosos como selvas, desiertos y profundas cuevas. Y es que, si bien a veces puede ser cierto, esto es sólo una parte mínima del trabajo de un arqueólogo. En otras palabras, aunque es verdad que el arqueólogo debe caminar en el desierto, subir montañas, entrar a cuevas y cruzar ríos, esto sólo lo hace en unos cuantos días al año, pues la mayor parte del tiempo que dedica un arqueólogo en su trabajo, lo hace en un laboratorio y en una oficina, que es donde procesa todos los datos.

El arqueólogo, no desea encontrar “cosas”, sino datos; mismos que trata de estudiar para que le ayuden a entender lo que ocurrió en el pasado. Entonces, el arqueólogo debe actuar como un detective en la “escena del crimen”, pues tiene la tarea de buscar pistas que lo conduzcan a conocer lo que sucedió y por qué sucedió. Por esta razón, no sólo busca tumbas, esculturas o vasijas, sino que todo es de gran importancia. Desde pequeños huesos rotos, carbón, ceniza y restos de plantas. Es decir, cualquier cosa, por diminuta e insignificante que pueda parecer, debe ser recolectada y analizada, pues puede contener valiosa información. Así, con paciencia y cautela, el arqueólogo debe recoger toda la evidencia y hacer mediciones, realizar dibujos y

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tomar fotografías. Por ejemplo, durante las excavaciones, debe bajar lentamente, retirando la tierra cuidadosamente, clasificando y guardando todos sus hallazgos detenidamente. Pues no debe revolver las cosas, y debe ir reconociendo las diferentes capas estratigráficas, porque cada capa tiene diferente color y textura, lo que representa distintos momentos en que la gente ocupo ese lugar. Ya que, en condiciones normales, los objetos que están más profundos son más antiguos y los que están más arriba, son más recientes. Es así, que con toda la información recuperada, el arqueólogo pretende “armar el rompecabezas” de la gente que vivió hace mucho tiempo, al tratar de responder muchas preguntas, tales como: ¿Qué sucedió? ¿Cuándo pasó?, y ¿Por qué? Aunque, en ocasiones, le resulta complicado encontrar todas las respuestas, lo que significa que algunas preguntas quedan sin responder. Por lo tanto, siempre habrá enigmas para que otros arqueólogos los intenten resolver en el futuro.