ANTROPOLOGíA y CIUDAD · 2019-09-15 · Néstor Gorda Canclini Hasta cierto punto, otras...

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ANTROPOLOGíA y CIUDAD CULTURAS URBANAS DE FIN DE SIGLO: LA MIRADA ANTROPOLÓGICA o: •... z •• w Q 97 capacidad abarcativa resulta más pro- blemática es la ciudad. Hay una manera de valorar eltrabajo antropológico sobre lo urbano, que descartaré en este texto: consistiría en reseñar las contribuciones reali- zadas por la antropología durante su historia al conocimiento de ciudades específicas y a la elaboración de la teoría urbana. Tres razones me hacen prefe- rirotro camino. Laprimera es que esta tarea enciclopédica, que requiere muchas más páginas que las del presente artículo, ha sido cumplida por varios libros en las últimas décadas (Eames y Goode 1973, Hannerz 1992, Kennyy Kertzer 1983, Signorelli 1996, Southall 1973), Ypor volúmenes colectivos de revistas en varias lenguas (por ejemplo, Ethnologie fran~aise, 1982; La ricerca folklorica, 1989; Urban Life, varios núme- ros; Urban Anthropology, 1991; Revista in- ternacional de ciencias sociales, 1996). Enel balance organizado por Kemper y Kratct en Urban Anthropology, que abarca casi ex- clusivamente lo producido en Estados Uni- dos, se registraban a principios de esta década 885 antropólogos urbanos, inclu- yendo arqueólogos, lingüistas y antropólo- gos físicos; aunque el mismo informe indica que el 70% de los investigadores son antro- pólogos sociales. (Kemper y Kratct, 1991). Esta es una de las razones por la cual restrin- giré a esta «subdisciplina» el análisis del presente texto. Antropólogo y director del progrürT1él de ES1.lldios en Cultura Urbnna de 1<1Universidad Autónoma Met.ropo- Iitana. Ha publicndo veinte libros sobre 0sl.lldios cul- turales, fjlobalización e imaginario urbarlO. FIJe profesor en [as universidades de Stanford. Austin, Bnrcelona, Buenos Aires y Sao PiJulo. Su libro lJybrid Culfllms (1995) obtuvo el premio Ibel'Oéllnericnno 1300k Aw,ll"(l de l¡¡ Latín American Associ<ltion como mejor libro sobre América Lminü. Alterminar elsigloXX,laantropolo- gía parece una disciplina dispuesta a abarcarlo todo. Desde hace varias décadas trascendió el estudio de pue- blos campesinos no europeos o no occidentales, en losque seespecializó al comenzar su historia como disci- plina. Ha desarrollado investigacio- nes sobre las metrópolis, se fue ocupando de todo tipo de sociedades com- plejas, tradicionales ymodernas, de ciudades y redes transnacionales. Autores posmodernos muestran incluso que el estilo antropológico de conocer tiene algo peculiar que revelarnos sobre las formas de multicul- turalidad que proliferan en la globalización. Néstor Gorda Canclini Hasta cierto punto, otras disciplinas -como la demografía y la economía- se arriesgan también a ser omnipresentes y omnisapien- tes al querer explicar con un solo paradigma el universo entero. Pero los antropólogos pretendemos, además, ocuparnos de lomacro y lo microsocial, decir al mismo tiempo cómo articular conocimientos cuantitativos y cualitativos. Una de las zonas donde esta ::" . 1:-: .• .< 1

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ANTROPOLOGíA y CIUDAD

CULTURAS URBANAS DE FIN DE SIGLO: LA MIRADA ANTROPOLÓGICA

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capacidad abarcativa resulta más pro-blemática es la ciudad.

Hay una manera de valorar el trabajoantropológico sobre lo urbano, quedescartaré en este texto: consistiríaen reseñar las contribuciones reali-zadas por la antropología durante suhistoria al conocimiento de ciudadesespecíficas y a la elaboración de la

teoría urbana. Tres razones me hacen prefe-rirotro camino. Laprimera es que esta tareaenciclopédica, que requiere muchas máspáginas que las del presente artículo, ha sidocumplida por varios libros en las últimasdécadas (Eames y Goode 1973, Hannerz1992, Kennyy Kertzer 1983, Signorelli 1996,Southall 1973), Ypor volúmenes colectivosde revistas en varias lenguas (por ejemplo,Ethnologie fran~aise, 1982; La ricercafolklorica, 1989; Urban Life, varios núme-ros; Urban Anthropology, 1991; Revista in-ternacional de ciencias sociales, 1996). En elbalance organizado por Kemper y Kratct enUrban Anthropology, que abarca casi ex-clusivamente lo producido en Estados Uni-dos, se registraban a principios de estadécada 885 antropólogos urbanos, inclu-yendo arqueólogos, lingüistas y antropólo-gos físicos; aunque el mismo informe indicaque el 70% de los investigadores son antro-pólogos sociales. (Kemper y Kratct, 1991).Esta es una de las razones por la cual restrin-giré a esta «subdisciplina» el análisis delpresente texto.

Antropólogo y director del progrürT1él de ES1.lldios en

Cultura Urbnna de 1<1Universidad Autónoma Met.ropo-

Iitana. Ha publicndo veinte libros sobre 0sl.lldios cul-

turales, fjlobalización e imaginario urbarlO. FIJe profesor

en [as universidades de Stanford. Austin, Bnrcelona,

Buenos Aires y Sao PiJulo. Su libro lJybrid Culfllms

(1995) obtuvo el premio Ibel'Oéllnericnno 1300k Aw,ll"(l

de l¡¡ Latín American Associ<ltion como mejor libro

sobre América Lminü.

Alterminar el siglo XX,la antropolo-gía parece una disciplina dispuesta aabarcarlo todo. Desde hace variasdécadas trascendió el estudio de pue-blos campesinos no europeos o nooccidentales, en losque se especializóal comenzar su historia como disci-plina. Ha desarrollado investigacio-nes sobre las metrópolis, se fueocupando de todo tipo de sociedades com-plejas, tradicionales ymodernas, de ciudadesy redes transnacionales. Autoresposmodernos muestran incluso que el estiloantropológico de conocer tiene algo peculiarque revelarnos sobre las formas de multicul-turalidad que proliferan en la globalización.

Néstor Gorda Canclini

Hasta cierto punto, otras disciplinas -comola demografía y la economía- se arriesgantambién a ser omnipresentes y omnisapien-tes al querer explicar con un solo paradigmael universo entero. Pero los antropólogospretendemos, además, ocuparnos de lomacroy lo microsocial, decir al mismo tiempocómo articular conocimientos cuantitativosy cualitativos. Una de las zonas donde esta

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En segundo lugar, debemos recono-cer que, si bien desde el siglo XIX labibliografía antropológica ofrecemuchos estudios sobre ciudades, confrecuencia cuando los antropólogoshablan de ellas en verdad estabanhablando de otra cosa. Aunque seocupen de Luanshya, o Ibadan, deMérida o Sao Paulo, en muchas in-vestigaciones loprincipal que se busca ave-riguar es cómo se realizan los contactosculturales en una situación colonial o lasmigraciones durante la industrialización,cuáles son las condiciones de trabajo o deconsumo, qué queda de las tradiciones bajola expansión moderna.

Pese a las tempranas contribuciones de laEscuela de Chicago en los años veinte, cuan-do se constituyó la ciudad en objeto especí-fico de investigación para sociólogos yantropólogos, sólo episódicamente la an-tropología la tomó como núcleo del análisissocial. Apenas en las tres últimas décadas 10urbano se convirtió en un campo plenamen-te legítimo de investigación para esta disci-plina, con los requisitos que esto supone, osea especialistas de primer nivel que sedediquen a explorarlo, reconocimiento ca-balen planes de estudio de grado ypostgrado,financiamiento para trabajo de campo, re-uniones científicas y revistas especializadas(Kempery Kratct 1991).

La tercera motivación para no tratar laconfrontación actual de la antropología conla ciudad bajo el formato de una revisiónhistórica, es que los desafíos que implicaeste trabajo están cambiando notoriamenteen el tiempo de las conurbaciones, laglobalización y las integraciones transna-cionales. Loque se entiende por ciudad yporinvestigación antropológica es hoy muy dis-tinto de loque concibieron Robert Redfield,las Escuelas de Chicaao v Manchester. e

incluso antropólogos más recientes.Basta pensar en cómo ha cambiadoel significado y la importancia de lourbano desde 1900, cuando sólocua-tro por ciento de la población mun-dial vivía en ciudades, hasta laactualidad, en que la mitad de loshabitantes se hallan urbanizados(Gmelch-Zenner, 1996: 188).Encier-

tas zonas periféricas que han sido objetopredilecto de la antigua antropología, comoAmérica Latina, un setenta por ciento de laspersonas reside en conglomerados urbanos.Como esta expansión de las ciudades sedebe en buena parte a la migración de cam-pesinos e indígenas, esos conjuntos socialesa los que clásicamente se dedicaban losantropólogos ahora se encuentran en lasurbes. En ellas se reproducen y cambian sustradiciones, se desenvuelven los intercam-bios más complejos de la multietnicidad y lamulticulturalidad.

VIEJOS TEMAS EN NUEVOS CONTEXTOS

No es casual que unalto número de estudiosde antropología urbana se consagre a losemigrantes y a los llamados sectores margi-nales. Al tratar de conocer estas transfor-maciones de los destinatarios habituales dela investigación antropológica, se advirtie-ron los nuevos desafíos que las ciudadescontemporáneas colocaban a los conceptosy técnicas elaborados por esta disciplina alestudiar comunidades pequeñas, indígenaso campesinas. Debe reconocerse al estiloetnográfico el haber ofrecido aportes cuali-tativos originales sobre relacionesinterétnicas e interculturales, que otras dis-ciplinas subordinan a las visionesmacrosociales. Sin embargo, las estrategiasde aproximación de los antropólogosinhibieron durante mucho tiempo la cons-t.rllrrión rlP Iln;::¡ ;::¡ntrnnnlnl'1í.::l. I I rh:::r.n:::r. n ~t:>.::l.

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una visión de conjunto sobre el significadode la vida en ciudad. Se ha practicado menos«una antropología de la ciudad que unaantropología en la ciudad» ... «La ciudad es,por lo tanto, más el lugar de investi9aciónque su objeto» (Durham, 1986: 13).De todasmaneras, esta es una cuestión difícil de resol-ver tanto para la antropología como paraotras disciplinas. ¿Acaso es posible abarcarcon un sólo concepto -€l de cultura urbana-la diversidad de manifestaciones que la ciu-dad engendra? ¿Existe realmente un fenó-meno unificado y distintivo del espaciourbano, incluso en aglomeraciones tan com-plejas y heterogéneas como Nueva York,Beijingy la ciudad de México, o sería prefe-rible hablar de varios tipos de cultura dentrode la ciudad? En tal caso das delimitacionesdeben hacerse siguiendo criterios de clasesocial, de organización del espacio ti otros?

Al mismo tiempo, así como las cuestionesurbanas fueron reconformando el proyectode la antropología, ésta viene mostrando lafecundidad de sus instrumentos conceptua-les y metodológicos para encarar aspectosclave de las ciudades contemporáneas queinteresan al conjunto de las ciencias socia-les. Vaya referirme a tres: la heterogenei-dad multiculturaJ. la segregaciónintercultural y social, y la desurbanización.

Laheterogeneidad o diversidad sociocultu-ral, desde siempre tema clave de la antropo-logía, aparece hoy como uno de los asuntosmás «desestructuradores» de lamodelización clásica propuesta enlas teorías urbanas. Ladificultad paradefinir qué se entiende por ciudadderiva, en parte, de la variedad his-tórica de ciudades (industriales y ad-ministrativas, capitales políticas yciudades de servicios, ciudades puer-tos y turísticas). pero esa compleji-dad se agudiza en grandes urbes que

ni siquiera pueden red ucirse a esas caracte-rizaciones monofuncionales. Varios auto-res sostienen quejustamente lacopresenciade muchas funciones y actividades es algodistintivo de la estructura urbana actual(Castells, 1995; Signorelli, 1996). Más aún:esta flexibilidad en el desempeño de variasfunciones se radicaliza en la medida en quela deslocalización de la producción diluye lacorrespondencia histórica entre ciertas ciu-dades y ciertos tipos de producción.Lancashire no es ya sinónimo mundial de laindustria textil. ni Sheffield y Pittsburgh desiderurgia. Las manufacturas y los equiposelectrónicos más avanzados pueden produ-cirse tanto en las ciudades globales del pri-mer mundo como en las de Brasil, Méxicoyel sudeste asiático (Castells 1974, Hall1gg6,Sassen 1991).

Ladiversidad contenida en una ciudad sue-le ser resultado de distintas etapas de sudesarrollo. Milán, México y París hacencoexistir por lo menos testimonios de lossiguientes períodos: a) monumentos queles dan carácter de ciudades históricas coninterés artístico y turístico; b) un desarro-llo industrial que reorganizó -de distintomodo en cada caso- su uso del territorio; ye) una reciente arquitectura transnacional,posindustrial (de empresas financieras einformáticas) que ha reordenado la apro-piación del espacio, los desplazamientos yhábitos urbanos, así como la inserción dedichas ciudades en redes supranacionales.

La convivencia de estos diversosperíodos en la actualidad genera unaheterogeneidad multitemporal en laque ocurren procesos de hibrida-ción, conflictos y transacciones in-terculturales muy densas (GarelaCanclini, 1995 a, b).

Esaheterogeneidad e hibridación pro-vocadas por la contigüidad de cons-

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trucciones y modos de organizar elespacio iniciados en distintas etapashistóricas, se multiplica con la co-existencia de emigrantes de zonasdiversas del mismo país y de otrassociedades. Estos emii;lrantes incor-poran a las grandes ciudades len-guas, comportamientos y estructurasespaciales surgidos en culturas dife-rentes. Se observa este proceso con rasgossemejantes en las metrópolis y en los paísesperiféricos, anulando hasta cierto punto lasdiferencias que el evolucionismo marcabaen otro tiempo entre ciudades de regionesdesarrolladas y subdesarrolladas.

La vecindad de los nativos con muchosotros hace explotar las idiosincrasias urba-nas tradicionales tanto en Lima como enNueva York, en Buenos Aires como en Ber-lín. Elacercamiento súbito, ya veces violen-to, entre lo moderno y lo arcaico, entrecientíficos sociales y pueblos exóticos, nospermite decir que la antropología urbanaestá siendo decisiva para completar la libe-ración de los antropólogos de la sensaciónde pertenecer a un universo distinto de susobjetos de estudio; también les permite aalgunos investigadores atenuar la culpa porinterferir en culturas extrañas y desalientalos subterfugios evolucionistas con que setrataba de restaurar esa distancia medianteuna mirada «sabia». Losantropólogos urba-nos, aun teniendo diferencias étnicas, declase o nacionales con nuestros observados,estamos expuestos a las mismas oparecidasinfluencias socioespaciales, publicitarias ytelevisivas.

Si bien la planificación macrosociai. laestandarización inmobiliaria y vial, y engeneral el desarrollo unificado del mercadocapitalista tienden a hacer de las ciudadesdispositivos de homogenización , esos tresfactores no impiden que la fuerza de la

diversidad emerja o se expanda. Perola «explosión» diferencialista no sóloes un proceso real; también se pre-senta como ideología urbanística.Desde los años setenta, las corrien-tes posmodernas que impactaron ala antropología y el urbanismo pro-pician la diferencia, la multiplicidady la descentralización como condi-

ciones de una urbanidad democrática. Sinembargo, esta tendencia debe valorarse demaneras distintas en las metrópolis y en lospaíses periféricos. Ante todo, debemos ha-cer esta distinción por razones político-económicas. No es lo mismo el crecimientode la autogestión y la pluralidad luego de unperíodo de planificación, durante el cual sereguló la expansión urbana y la satisfacciónde necesidades básicas (como en casi todaslas ciudades europeas) que el crecimientocaótico de intentos de supervivencia basadosen la escasez, la expansión errática, el usodepredador del suelo, el agua y el aire (habi-tuales en Asia, África y América Latina).

Una segunda distinción tiene que ver con laescala. En países que entraron al siglo XXcon tasas bajas de natalidad, con ciudadesplanificadas y gobiernos democráticos, lasdigresiones, la desviación y la pérdida depoder de los órdenes totalizadores puedenser parte de una lógica descentralizadora.Encambio, en ciudades como Caracas, Limao Sao Paulo la diseminación -generada porel estallido demográfico, la invasión popu-lar o especulativa del suelo, con formaspoco democráticas de representación y ad-ministración del espacio urbano- aparececomo lamultiplicación de un desorden siem-pre a punto de explotar.

En el primer tipo de casos el debilitamientode las estructuras planificadas puede ser unavance liberalizador. En tanto, en la mayo-ría de las ciudélrtAS nA n::tfc::pc:: nprif~rirn<::' h

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A nivel político, la democratización del go-bierno y la participación de los ciudadanoses quizá lo único que puede revertir parcial-mente esta tendencia al enclaustramiento

en lo privado de la mayoría, y contro-lar la voracidad de los intereses pri-vados inmobiliarios, industriales yturísticos que afectan el desarrolloequilibrado de las urbes. Pero ¿dequé modo la democratización de lasdecisiones públicas y la expansión deuna ciudadanía responsable (Perulli,1995) permitirían rehabilitar el mun-

En investigaciones sobre los cambios en lasprácticas de consumo cultural de la ciudadde México registramos un proceso dedesurbanización, en el sentido en que en losúltimos años disminuye el uso recreativo delos espacios públicos. Esto se debe en partea la inseguridad, y también a la tendenciaimpulsada por los medios electrónicos decomunicación a preferir la cultura a domi-cilio llevada hasta los hogares por la radio,la televisión y el video en vez de la asistenciaa cines, teatros y espectáculos deportivosque requieren atravesar largas distancias ylugares peligrosos de la urbe. Recluirse en lacasa o salir los fmes de semana de la ciudadson algo más que modos de librarse un pocode la violencia. el cansancio y la contamina-ción: son formas de declarar que la ciudad esincorregible (García Canclini, 1995).

pos mediante muros, rejas y dispositivoselectrónicos de seguridad. Estudios antropo-lógicosrecientes muestran el peso que tienenen la construcción de las segregaciones ur-banas, junto a las barreras físicas, los cam-bios en hábitos y rituales, las obsesivasconversaciones sobre la inseguridad quetienden a polarizar lo bueno y lo malo, aestablecer distancias y muros simbólicosque refuerzan los de carácter físico (Caldeira1996).

En muchas ciudades africanas, asiáticas ylatinoamericanas es evidente que la debili-dad reguladora no aumenta la libertad sinola inseguridad y la injusticia. La condiciónposmoderna suele significar en estos paísesla exasperación de las contradicciones de lamodernidad: la desaparición de lo poco quese había logrado de urbano, el agotamientode la vida pública y la búsqueda privada dealternativas no a un tipo de ciudad sino a lavida urbana entendida como tumulto «estre-sante». El abandono de políticas públicasunificadas, junto al agravamiento del des-empleo y la violencia generan -comodemuestran los estudios de MikeDavis sobre LosÁngeles y de TeresaP.R.Caldeira sobre Sao Paulo- segre-gación espacial: quienes pueden seencierran en «enclaves fortificados».En vez de trabajar con los conflictosque suscita la interculturalidad, sepropicia la separación entre los 9ru-

ideología descentralizadora logra, a menu-do, sólo reproducir aglomeraciones ingo-bernables. que por eso a veces «fomentan»la perpetuación de un gobierno autoritario ycentralizado, reticente a que los ciudadanoselijan y decidan. Los estudios sobre movi-mientos sociales suelen considerar esta des-estructuración de las ciudades comoestímulo para la organización de grupospopulares, juveniles, ecologistas, etc. a finde construir alternativas al (des)orden he-gemónico. Otros sectores ven la descentra-lización como agravamiento del caos,expansión de las bandas, terror urbano,acoso sexual, o como simple ocasión paraque los poderes empresariales y aun lasasociaciones de vecinos se apropien de es-pacios públicos y excluyan o discriminen alos demás. "El ejercicio local de la democra-cia puede, por lo tanto, producir resultadosantidemocráticos» (Holston y Appadurai,1996: 252).

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do público, o sea hacer viable unaintervención mejor repartida de lasfuerzas sociales que rehaga el mapade la ciudad, el sentido global de lasociabilidad urbana? De no ocurriresto, el riesgo es la ingobernabilidad:que el potenciamiento explosivo delas tendencias desintegradoras ydestructivas suscite mayor autorita-rismo y represión.

Variosestudios de los años noventa ven estosdesafíos de las ciudades grandes ymedianascomo una oportunidad para revitalizar laparticipación y la organización ciudadanas.Cuando los Estados-nación pierden capaci-dad de movilizar al pueblo, las ciudadesresurgen como escenarios estratégicos parael avance de nuevas formas de ciudadaníacon referentes más «concretos» y maneja-bles que los de las abstracciones nacionales.Además, loscentros urbanos, especialmentelas megalópolis, se constituyen como sopor-tes de la participación en los flujostransnacionales de bienes, ideas, imágenes ypersonas. Loque se escapa del ejercicio ciu-dadano en las decisiones supranacionalespareciera recuperarse, en cierta medida, enlas arenas locales vinculadasa los lugares deresidencia, trabajoyconsumo (Dagnino1994,Ortiz 1994). Quienes ahora se sienten, másque ciudadanos de una nación, «espectado-res que votan», reencuentran modos dereubicar la imaginación (HolstonyAppadurai,1996: 192-195).

LA REDEFINICI6N DE LAS CIUDADES

En verdad, la antropología no está sola antela reformulación necesaria de su proyectodisciplinario por estos cambios de la multi-culturalidad y la segregación, de lo localy loglobal, que se manifiestan con particularfuerza en las grandes urbes. Las incerti-dumbres acerca de qué es una ciudad v

cómo estudiarla, compartidas porotras ciencias sociales, exigen re-orientar el conjunto de los estudiosurbanos. Estos estudios son, poreso mismo, una ocasión propiciapara examinar las condiciones ac-tuales del trabajo inter o transdisci-plinario, las condiciones teóricas ymetodológicas en las que los saberes

parciales pueden articularse.

Una lectura de la historia de las teoríasurbanas, en este siglo, que tomaraen cuentalos cambios ocurridos en las ciudades nosharíaverlas como intentos fallidos o insatis-factorios. Más que soluciones o respuestasestabilizadas, hallamos una sucesión deaproximaciones que dejan muchos proble-mas irresueltos y tienen serias dificultadespara prever las transformaciones y adaptar-se a ellas.

Recordemos, por ejemplo, las investigacio-nes que han tratado de definir qué son lasciudades oponiéndolas a lo rural, o sea con-cibiéndolas como loque no es el campo. Esteenfoque, muy usado en la primera mitad delsiglo, llevó a enfrentar en forma demasiadotajante el campo como lugar de las relacio-nes comunitarias, primarias, a la ciudad,que sería el lugar de las relaciones asociadasde tipo secundario, donde habría mayorsegmentación de los roles y una multiplici-dad de pertenencias. En varios países enproceso de industrialización esta tendenciafue utilizada hasta losaños sesenta y setenta.Teóricos destacados, como Gino Germani,desarrollaron este enfoque en estudios so-bre América Latina, especialmente sobreArgentina. Este autor hablaba de la ciudadcomo núcleo de la modernidad, el lugardonde sería posible desprenderse de las re-laciones de pertenencia obligadas, prima-rias, de los contactos intensos de tipoperson,gL f:=tmili;::¡r u h;::¡rri;::d nrnnlnC' na 1"",

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pequeños pueblos, y pasar al anonimato delas relaciones electivas, donde se segmentanlos roles, que él considaraba desde.su parti-cular herencia funcionalista.

Entre las muchas críticas que se han hechoa esta oposición tajante entre lo rural y lourbano, me g~staría recordar que esa dis-tinción se queda en aspectos exteriores. Esuna diferenciación descriptiva, que no ex-plica las diferencias estructurales ni tampo-co las coincidencias frecuentes entre lo queocurre en el campo, o en pequeñas pobla-ciones, y lo que ocurre en las ciudades. Porejemplo, cómo lo rural está dividido porconflictos internos a causa de la penetraciónde las ciudades. 0, a la inversa, en las ciuda-des africanas, asiáticas y latinoamericanas,muchas veces se dice que son ciudades«invadidas» por el campo. Se ve a gruposfamiliares circulando aún en carros concaballos, usos de calles que parecen propiosde campesinos, como si nunca fuera a pasarun coche, es decir, intersecciones entre lorural y lo urbano que no pueden compren-derse en términos de simple oposición.

Un segundo tipo de definición que tieneuna larga trayectoria, desde la Escuela deChicago, se basa en los criterios geográfi-co-espaciales. Wirth definía la ciudad comola localización permanente relativamenteextensa y densa de individuos socialmenteheterogéneos. Una de las principales críti-cas a esta caracterización geográfico-es-pacial es que no da cuenta de losprocesos históricos y sociales queengendraron las estructuras urba-nas, la dimensión, la densidad y laheterogeneidad (Castells 1974).

En tercer lugar ha habido criteriosespecíficamente económicos paradefinir qué es una ciudad, comoresultado del desarrollo industrial y

de la concentración capitalista. En efecto, laciudad ha propiciado una mayor racionali-zación de la vida social y ha organizado delmodo más eficaz, hasta cierta época, la re-producción de la fuerza de trabajo al concen-trar la producción y el consumo masivos.Pero este enfoque económico suele desarro-llarse dejando fuera los aspectos culturales,la experiencia cotidiana del habitar y lasrepresentaciones que los habitantes nos ha-cemos de las ciudades.

Algunos autores que conceptualizaron lasexperiencias y representaciones urbanas,como Antonio Mela, quien lo hace a partirde la teoría de Jürgen Habermas, señalandos características que definirían a la ciu-dad. Una es la densidad de interacción y laotra es la aceleración del intercambio demensajes. Mela aclara que no son sólo fenó-menos cuantitativos, pues ambos influyen,a veces contradictoriamente, sobre la cali-dad de la vida en la ciudad. El aumento decódigos comunicativo~_exige adquirir nue-vas competencias, específicamente urba-nas, como lo percibe cualquier emigranteque llega a la ciudad y se siente desubicado,tiene dificultades para situarse en la densidadde interacciones y la aceleración de inter-cambio de mensajes. Cuando se comienza aver esta problemática en los estudios urba-nos, con las migraciones de mediados desiglo, se coloca el problema de quiénes pue-den usar la ciudad.

Esta línea de análisis, que trata deponer (Mela, 1989) la prOblemáticaurbana como una tensión entre ra-cionalización espacial y expresivi-dad, ha llevado a pensar a lassociedades urbanas en términoslingüísticos. Han sido, sobre todo,los estudios semióticos los que des-tacaronestas dimensiones, perotam-bién la antropología considera ahora

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a las ciudades no sólo como un fenómenofísico, un modo de ocupar el espacio, sinotambién como lugares donde ocurren fenó-menos expresivos que entran en tensión conla racionalización, o con las pretensiones deracionalizar la vida social. La industrializa-ción de la cultura a través de comunicacioneselectrónicas ha vuelto más evidente esta di-mensión semántica y comunicacional delhabitar.

Si pretendiéramos arribar a una teoría devalidez universal sobre lo urbano, debiéra-mos decir que, en cierto modo, todas estasteorías son fallidas. No dan una respuestasatisfactoria, ofrecen múltiples aproxima-ciones de las cuales no podemos prescindir,que hoy coexisten como partes de lo vero-símil. de lo que nos parece que puede pro-porcionar cierto sentido a la vida urbana.Pero la suma de todas estas definiciones nose articula fácilmente, no permite acceder auna definición unitaria, satisfactoria, más omenos operacional, para seguir investigan-do las ciudades. Esta incertidumbre acercade la definición de lo urbano se vuelve aúnmás vertiginosa cuando llegamos a lasmegaciudades.

MEGALÓPOLlS: CRISIS Y RESURGIMIENTO

Hace sólo medio siglo las megalópolis eranexcepciones. En 1950 sólo dos ciudades enel mundo, Nueva Yorky Londres, superabanlos ocho millones de habitantes. En 1970 yahabía once de tales urbes, cinco deellas en el llamado tercer mundo, tresen América Latinay dos en Asia. Parael año 2015, según las proyeccionesde las Naciones Unidas, habrá 33 me-gaciudades, 21 de las cuales se halla-rán en Asia. Estas megalópolisimpresionan tanto por su desaforadocrecimiento como por su compleja

multiculturalidad, que desdibujan su senti-do histórico y contribuyen a poner en crisislas definiciones con que se pretende abar-carlas.

¿Qué es una megaciudad? Losestudios rea-lizados en los últimos años en ciudadescomo Los Ángeles, México y Sao Paulo,conducen a reformular la noción habitual enla bibliografía especializada, que usa esetérmino para referirse a la etapa en la queuna granconcentración urbana integra otrasciudades próximas y conforma una red deasentamientos interconectados.

Sin duda, esta caracterización espacial esaplicable a la capital mexicana (Ward 1991),que en 1940 tenía 1.644.921 habitantes yactualmente supera los 17 millones. Sabe-mos que entre los principales procesos quegeneraron esta expansión se hallan las mi-graciones multitudinarias de otras zonas delpaís y la incorporación a la zona metropoli-tana de 27 municipios aledaños.

Pero en estos mismos cincuenta años en quela mancha urbana se extendió hasta ocupar1500 kms. cuadrados, volviendo impracti-cable la interacción entre sus partes y evapo-rando las imagen físicade conjunto, losmediosde comunicación se expandieron masiva-mente, establecieron ydistribuyen imágenesque reconectan las partes diseminadas. Lamisma política económica de moderniza-ción industrial que desbordó la urbe promo-vióparalelamente nuevas redes audiovisualesque reorganizan las prácticas de información

y entretenimiento, y recomponen elsentido de la metrópoli. ¿Qué con-clusión podemos extraer del hechoya citado: mientras la expansión de-mográfica y territorial desalienta a lamayoria de loshabitantes, ubicada enla periferia, para asistir a los cines,teatros y salones de baile concentra-dos en el centro, la radio y la televi-

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OBJETO y MÉTODO: ¿QUÉ

DIFERENCIA A LOS

ANTROPÓLOGOS?

Cabe preguntar qué distingue lo quedice la antropología de la ciudades delo que pueden conocer otras discipli-nas como la sociología, el urbanismo

La bibliografía actual plantea este carácterdual de lo urbano -espacial, y a la vezcomunicacional- en dos sentidos: por unaparte, en relación con los sistemas infor-macionales y su impacto en las relacionescapital-trabajo, que son los objetivos prin-cipales de los estudios de Castells y de otrosurbanistas recientes (Peter Hall, SaskiaSassen); por otra, en conexión con losnuevos diagramas y usos socioculturalesurbanos generados por las industrias CD-

municacionales (García Canclini, MartínBarbero).

en este último aspecto, Castells sigue reco-nociendo ,la importancia de los territoriospara que los grupos afirmen sus identida-des, se movilicen a fin de conseguir lo quedemandan y restauren «el poco contra!» ysentido que logran en el trabajo. «La gentevive en lugares, el poder domina medianteflujos» (Castells, 1995: 485).

Prefiero no hablar de espacio de flujos sino desistema de flujos, porque la noción de espa-cio corresponde mejor al aspecto físico, y losflujos, aunque hacen apariciones aquí y allá,actúan la mayor parte del tiempo a través deredes invisibles. También me incomoda laescisión entre los lugares donde la gente vivey los flujos que la dominan. Pero sin duda soninconvenientes menores en el marco de laenorme contribución hecha por Castells pararedefinir el sentido de la ciudad a la luz de lasnuevas condiciones establecidas por el desa-rrollo tecnológico.

Algunos investigadores urbanos han exa-minado este desdoblamiento de las ciuda-des a propósito de los efectos de lastecnologías de información sobre lastransformaciones del espacio. Ma-nuel Castells habla de «ciudad infor-macional» y de «espacio de flujos»para designar la manera en que losusos territoriales pasan a dependerde la circulación de capitales, imáge-nes, informaciones estratégicas y pro-gramas tecnológicos. Pese al énfasis

sión llevan la cultura al 95 por ciento de loshogares? Esta reorganización de las prácti-cas urbanas sugiere que la caracterizaciónsocioespacial de la megalópolis debe sercom-pIetada con una redefinición sociocomuni-cacional, que dé cuenta del papelreestructurador de los medios en el desarro-llo de la ciudad.

La hipótesis central de esta reconceptuali-zación es que la megalópolis, además deintegrar grandes contingentes poblacionalesconurbándolos física y geográficamente, losconecta con las experiencias macro urbanasa través de las redes de comunicación masi-va. Por supuesto, la conexión mediática deciudades medianas y pequeñas, el hecho deque la oferta televisiva e informática puederecibirse ya en toda su amplitud también enconjuntos de 10,000 habitantes, evidenciaque esta no es una característica exclusivade las megaciudades. No obstante, urbesdes estructuradas por su extraordinaria ex-pansión territorial y su ubicación estratégi-ca en redes mundiales, como México, LosÁngeles y Sao Paulo, estimulan a pensar enqué sentido esta multiplicación de enlacesmediáticos adquiere un significado particu-lar cuando se vincula con una historia de

. expansión demográfica y espacial, y con unacompleja y diseminada oferta cultural pro-pia de grandes ciudades.

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ciólogos, que nos precedieron en lainvestigación urbana.Peroni latradi-ción de la antropología como disci-plina ni el carácter, indisolublementeeconómico y simbólico, de los proce-sos urbanos justifica que se limite laexploración antropológica a la di-mensión cultural. El crecimiento delas ciudades y el reordena miento (o

el desorden) de la vida urbana están asocia-dos a cambios económicos, tecnológicos ysimbólicos cuyo entrelazamiento obliga asostener el estilo clásico antropológico queconsidera conjuntamente esas diversas di-mensiones de los procesos sociales. Así sehace en los años ochenta y noventa en inves-tigaciones sobre el significado económico ycultural de los movimientos sociales urba-nos y de la condición obrera, de la desindus-trialización neoliberal, de los mercadosinformales y las estrategias de sobreviven-cia, (Arias 1996, Dagnino 1994, AdlerLomnitz 1994, Sevilla-Aguilar 1996, SilvaTellez 1994, Valenzuela 1988). Cito sólo aautores brasileños y mexicanos, en partepara limitar a algunos ejemplos la vastabibliografía sobre el tema y porque son losdos países latinoamericanos en los que seestá trabajando con más consistencia cómose combinan aspectos económicos, políti-cos y culturales, al estudiar el significado delas formas de residencia en relación con loscomportamientos laborales, la vida familiary la condición de género en la participaciónsindical y ciudadana. Desde luego, esta po-sición puede hallarse también en antropólo-gos de las metrópolis, entre ellos algunos delos ya citados.

Pero, salvo excepciones, dichas investiga-ciones son más de antropología en la ciudadque de antropología de la ciudad. En elconjunto de la disciplina, permanece aúncomo horizonte por alcanzar la realizaciónde estudios que interrelacionen lomicroy lo

Varios antropólogos señalan que, al dismi-nuir la convivencia del investigador con lapoblación que estudia y no compartir plena-mente sus condiciones de existencia (pobre-za, violencia, dificultades para sobrevivir),existe el riesgo de buscar «en la interacciónsimbólica la identificación con los valores yaspiraciones de la población que estudia»(Durham 1986). Esto explicaría lasobrestima ción de los aspectos culturalesen la vida urbana y del análisis del discursoo de los procesos simbólicos en muchainvestigaciones. Sin duda, tanto en los paí-ses centrales como en los periféricos ladedicación de los antropólogos a estudiarlas ciudades fue decisiva para que se presteatención a los aspectos culturales, que ha-bían sido -y son aún- descuidados en lostrabajos de demógrafos, economistas y so-

y la semiótica. Algunos autores sos-tienen que la producción antropoló-gica del saber sigue teniendo suespecifidad en la obtención de datosmediante contacto directo con gru-pos pequeños de personas. Recono-cen que el estudiar en ciudades hamodificado la duración del trabajode campo, la convivencia constante ycercana con los grupos observados yentre-vistados, y que los nuevos recursos tecnoló-gicos (desde las grabadoras y las fllmadorasportátiles hasta las encuestascomputarizadas) pueden ayudar a conse-guir información en escalas más apropia-das para la vida urbana. Pero afirman quela observación de campo y la entrevistaetnográfica siguen siendo los recursos espe-cíficos de la investigación antropológica. Adiferencia de la sociología, que construye apartir de cuadros y estadísticas grandesmapas de las estructuras y los comporta-mientos urbanos, el trabajo antropológicocualitativo y prolongado facilitaría lectu-ras densas de las interacciones sociales.

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macrosocial. lo cualitativo y lo cuantitativoen una teorización integral de las ciudades.Sólo es posible captar la complejidad de lourbano si se comprenden las experienciasde comunidades, tribus y barrios comoparte de las estructuras y redes que organi-zan el conjunto de cada ciudad (Holston yAppadurai, 1996, Hannerz 1992).

Una posición distinta sitúa la diferenciaantropoló9ica no tanto en el objeto como enel método. Mientras el sociólogo habla de laciudad, el antropólogo deja hablar a la ciu-dad: sus observaciones minuciosas yentre-vistas en profundidad, su modo de estar conla gente, buscan escuchar lo que la ciudadtiene que decir. Esta dedicación a la elo-cuencia de los actos comunes ha sidometodológicamente fecunda. Desde el pun-to de vista epistemológico, sin embargo,despierta dudas. ¿Qué confianza se le puedetener a loque los pobladores dicen acerca decómoviven? ¿Quién habla cuando un sujetointerpreta su experiencia: el individuo, lafamilia, el barrio o la clase a los cualespertenece? Ante cualquier problema urba-no -el transporte, la contaminación o elcomercio ambulante- encontramos tal di-versidad de opiniones y aun de informes quees difícil distinguir entre lo real y 10 imagi-nario (Silva 1992).

Enpocos lugares se necesitan tanto como enuna gran ciudad las críticas epistemológicasal sentido común y al lenguaje ordinario. Nopodemos registrar las divergentes voces delos informantes sin preguntarnos sisaben loque están diciendo. Precisa-mente el hecho de haber vivido conintensidad una experiencia oscurecelas motivaciones inconscientes porlas cuales se actúa, hace recortar loshechos para construir las versionesque a cada uno conviene. Un trabajoetnográfico aislado sobre la frag-

mentación de la ciudad y de sus discursossuele caer en dos trampas: reproducir endescripciones monográficas la fragmenta-ción urbana sin explicarla o simular que sela sutura optando por la «explicación» de losinformantes más débiles. El populismometodológico de cierta antropología se vuel-ve entonces el aliado «científico» delpopulismo político.

No se trata de conceder al antropólogo o alurbanista que ven la ciudad globalmente unprivilegio epistemú!6gico. El debateposmoderno sobre los textos antropológicosllevó a pensar que tampoco los antropólo-gos sabemos muy bien de qué estamos ha-blando cuando hacemos etnografía. Laspolémicas entre Robert Redfield y OsearLewis sobre Tepoztlán, por ejemplo, sugie-ren que tal vez no hablaban de la mismaciudad, o que sus obras, además de testimo-niar «haber estado allí», según la sospechade Clifford Geertz, son intentos de encon-trar un lugar entre los que «están aquí», enlas universidades y los simposios.

Estas tres maneras de recuperar las tradi-ciones del estudio antropológico -la reivin-dicación de la etnografía, la inte9ración de;10 socioeconómico y lo sim'bólico, y el «mé-todo» de dejar expresarse a las teorías «oa-tivas»- pueden enriquecer la investigaciónurbana. Pero este estilo de trabajo debetrascender las comunidades locales y par-ciales pala participar en la re definición delas ciudades y de su lugar en las redes

transnacionales. No tenemos por quéretraernos como antropólogos en lailusoria autonomía de los barrios, ode las «comunidades», y callar lo quenuestra disciplina puede decir sobrela ciudad en conjunto ¿Por qué noreinventar nuestra profesión en l~smegaciudades en vez de repetir unaconcepción aldeana de la estructura

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y los procesos sociales? ¿No es nece-sario para estudiar apropiadamentelo urbano, ocuparse de las nuevasformas de identidad que se organi-zan en las redes comunicacionalesmasivas, en los ritos multidinarios yen el acceso a los bienes urbanos quenos hacen participar en «comunida-des» internacionales de consumido-res? Algunos investigadores estamostratando de demostrar que la antropologíapuede iluminar las nuevas modalidades demulticulturalidad e interculturalidad que segeneran en los intercambios migratoriosturísticos (Valene 1. Smith, 1989), de co-municación y consumo desterritorializados(Renato Ortiz, 1994, García Canclini 1995a,b). Dentro de las tendencias homogeniza-doras resaltadas por las investigaciones eco-nómicas y sociológicas, los antropólogospodemos discernir cómo los grupos con~-truyen perfiles peculiares en distintas socie-dades nacionales, y sobre todo en esosescenarios que son las grandes ciudades.

En esta perspectiva, lo que mejor distingui-rá a los antropólogos es la antigua preocu-pación de esta disciplina por lo otro y losotros. Pero lo otro ya no es lo territorial-mente lejano y ajeno, sino la multiculturali-dad constitutiva de la ciudad en quehabitamos. Lo otro lo lleva el propioantropólogo dentro en tanto participa devarias culturas locales y se descentra en lastransnacionales (Augé 1994). Los proble-mas actuales de una antropología urbana noconsisten sólo en entender cómo concilia lagente la velocidad de la urbe globalizadacon el ritmo lento del territorio propio.Nuestra tarea es también explicar cómo laaparente mayor comunicación y racionali-dad de la globalización suscita formas nue-vas de racismo y exclusión. Las reacciones

fundamentalistas que hoy se exaspe-ran en las grandes ciudades, sean LosÁngeles oMéxico.Berlín o Lima, ha-cen pensar que los antropólogos nopodemos contentarnos con ser apo-logistas de la diferencia. Se trata deimaginar cómo el uso de la informa-ción internacional y la simultáneanecesidad de pertenencia y arraigo

local pueden coexistir, sin jerarquíasdiscriminatorias, en una multiculturalidaddemo~rática.

Una conclusión de esta redefinición de laantropología al trabajar en medio de laindefinición de las ciudades sería que no esdeseable que los antropólogos repitamos latendencia de esta profesión a ocuparse de loque se va extinguiendo. La tentación sepotencia debido a que en las megalópolis semultiplican los textos literarios, periodísti-cos y científicos que hablan del fin de laciudad e.g. Chombart de Louwe 1982. Lasalarmas desatadas por el desbordamientodemográfico, los embotellamientos auto-movilísticos, la contaminación del aire y elagua, excitan el lado melancólico de la an-tropología, o sea la propensión a estudiar elpresente añorando las pequeñas comunida-des premodernas.

Se trata más bien de discernir entre lo queefectivamente agoniza en ciudades mediasy grandes por el reordenamiento económi-co, tecnológico y sociocultural -no sólourbano, sino mundial- y las nuevas formasde urbanidad. Laantropología urbana es, eneste sentido, una de las partes de la discipli-na con mayores posibilidades de demos-trar que no es sólo capaz de complacerseen lo fugitivo sino de desentrañar las pro-mesas y dar elementos para tomar decisio-nes en los dilemas del cambio de siglo.

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