Antonio Ungar-Hipotéticamente

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Hipotticamente

HipotticamentePor Antonio Ungar*I Son las cuatro de la maana. Mi amigo Pierre est sentado frente a su escritorio, mirando el andn hmedo que brilla al otro lado de la ventana sucia. Sobre un libro hay una taza de caf fro. Pierre ha dejado de escribir el borrador de un artculo mediocre sobre cine, se aburre. El cuarto en donde est, en el segundo piso de una casa igual a todas las dems, en ese barrio miserable, hmedo y oscuro, tiene piso de frmica vieja, muros manchados que fueron grises, una resistencia destartalada, la cama destendida en un rincn, un bombillo que cuelga de un cable sobre el escritorio.

Del otro lado de la ventana, debajo del invierno helado de la ciudad, hay una calle en donde se acumula la basura y vomitan los borrachos, en donde cagan los perros de pelea y todo se congela pronto. Del otro lado, la ciudad es Londres: ciudad de hombres miserables en dnde nunca deja de lloviznar hielo; de viejitas locas que caminan todo el tiempo, sin detenerse; ciudad partida por un inmenso ro negro y lento.

Pierre tiene veinticinco aos, el cuerpo muy flaco, la espalda jorobada y el pelo largo, una cara blanca de pequeos ojos verdes. Ahora juega con el cenicero, se distrae pensando en cmo va a usar las libras de su sueldo mensual de redactor de artculos de cine para una revista mediocre; imagina el invierno que viene, los das que le quedan antes de la primavera. De repente oye los gritos de un hombre. Aguza el odo como el perro pobre que es: ms gritos, golpes. Se pone de pie, se acerca a la ventana. Es en la casa de al lado. Es una pelea de los Barnes, de los hermanos Barnes, de sus vecinos. El menor, Fredy, pesa cien kilos de msculo y es el orgullo del barrio porque fue campen juvenil de rugby de los nacionales en algn ao, y se puede tomar diecisiete pintas de cerveza seguidas, y adems es capaz de volcar un carro con sus propios brazos, l solo, y cada vez que lo hace, que voltea algn carro mal parqueado en su calle, todo el barrio aplaude y vitorea como slo saben aplaudir y vitorear los ingleses, que es mirando con la cabeza muy inclinada hacia delante, secretando un poco ms de saliva que no se tragan cuando sus ojos de ingleses sonren sutilmente, emitiendo con sus bocas un sonido borroso. El hermano de Fredy, Tedy, est considerablemente ms alcoholizado; es una vaca de ms de ciento veinte kilos, invlido por una doble fractura de la cadera en un accidente de trnsito debido a su borrachera perpetua, accidente que adems le dej un ojo inservible, lentitud de movimientos y de habla, un babeo constante que su hermano Fredy limpia diligentemente. Pierre oye cmo Fredy Barnes grita blasfemias que retumban en los muros, cmo Tedy gime. Estn en el cuarto de sofs rotos y fotos de mujeres desnudas que l ha visto desde la calle. Oye cmo Fredy destroza contra la pared un asiento, cmo se quiebra algo que suena como un plato. Escucha al pobre Tedy, con su voz de estar masticando pasto hace mil aos, perdido en otro tiempo ms mojado, menos ntido, que se defiende como puede repitiendo palabras sin sentido en una letana infinita. Los gritos y los golpes contra las paredes son pocos; los silencios se alargan tensando el aire, antes de cada explosin. Despus de media hora de batalla violenta y silenciosa, Pierre entiende: una frase completa que sale de la boca hmeda de Fredy Barnes se lo explica: Fredy quiere desbaratar cada mueble de la casa, y gritar todo lo que le dan sus malditos pulmones y si es necesario matar de una vez por todas a esa masa de carne intil que es Tedy Barnes porque ha desaparecido un fajo de billetes que llevaba mucho tiempo hacindose ms grueso en una caja de galletas con tapa, cerrada sobre la nevera blanca. Pierre oye cmo Tedy gime, cmo se arrastra perseguido por los improperios de Fredy; cmo lloriquea, antes de caerse con todo su peso, tal vez sobre el sof amarillo. Ahora sigue hablando, pero ms fuerte; ahora arma retahlas ms largas, frases sin sentido que se han quedado hundidas en su cerebro grande y mojado como el de una vaca, desde el tiempo en que su mam estaba viva. Y desde all dice cosas como No no no no debes tomar tanto en esta noche, Fredy, vuelve a Dorham que tu padre lo hara Fredy no debes tomar tanto. Y as al infinito. Pierre mi amigo, del otro lado del muro, lo est oyendo, paralizado por su curiosidad de perro pobre, por ese miedo morboso que lo hace sonrer. De pronto se acuerda de su aparatico nuevo, del prodigio de la tecnologa que desde hace una semana descansa en un cajn de su pieza. Saca un micrfono minsculo, que procede a colgar de una puntilla incrustada justo al lado de la ventana de los Barnes; cinco metros de cable van del micrfono a un reproductor de CD, en donde un rato lser quemar un disquito y grabar ntidamente cada uno de los gritos y los golpes y el desgarramiento de las bestias en la casa de al lado. Dos parlantes minsculos permitirn orlo todo mejor. Pierre mira el conjunto con una sonrisa, presiona el botn necesario y se vuelve a instalar junto a la ventana. Fredy est muy borracho. Los veinte billetes que se perdieron eran dos mil libras, todo el capital de la familia para comprar una nevera nueva y una maldita moto, para vivir el resto el mes, y ahora slo hay una caja de lata vaca que huele a naranja sobre la nevera. Fredy sabe que si Tedy no sac el dinero, en todo caso vio al que lo sac. Afirma saber muy bien que su hermano se est guardando algo, que si desde el principio de toda la historia no responde nada y gime y se balancea y mira al piso como un nio, como un demente, es porque sabe algo. Y si no es Tedy, alguien ms en el barrio tiene ahora los malditos billetes, y Fredy Barnes va a saber quin es, as tenga que vapulear a Tedy y arrastrar su cuerpo por cada uno de los cuartos de la maldita casa. Cada cierto tiempo, como salida de la cajita negra que graba, se oye la voz de Fredy que sube de tono y arremete contra algo y grita palabrotas, muy borracho (debe tener una botella en la mano, debe rondar a Tedy mirndolo a los ojos, gritndole muy cerca de la cara, casi escupindole). Despus hay lapsos largos de silencios; tal vez Fredy se sienta a descansar en un rincn, a mirar las paredes rojas y el cuerpo de su hermano. Y los das del mes igual que tendr que aguantar sin una sola libra. Pierre, sentado en su rincn, asustado, fro, casi sonriente, imagina que Fredy se enter temprano de lo de la caja de lata; que estuvo buscando por toda la casa y no encontr nada. Que le pregunt a Tedy hasta que empez a gritarle, que Tedy no abri su boca y se meti en su cajn de autista. Imagina que entonces Fredy se fue al pub, se sent solo en la barra, gruendo, y pidi toda la ginebra que se pudo beber antes de las doce, sin poder creer todava lo de sus ahorros. Que por eso ahora parece una bestia, que por eso ahora va a encontrar todo su dinero o a matar de una vez por todas a su hermano Tedy Barnes.Las palabras como cuchilladas desesperadas de Fredy Barnes gritan ahora el pasado: el accidente que dej lisiado a Tedy. Dios. La maldita mana de beber. El dinero. El maldito dinero que tiene que aparecer antes de que amanezca por la buena salud de Cristo.Habla, solo, as, casi sollozando, durante ms de media hora. Hasta que parece que el cansancio empieza a vencerlo. Por los parlantes minsculos se oye exhausto, impotente, al borde de las lgrimas. Parece que se fuera a caer dormido como un muerto borracho, en su alfombra, de una vez por todas. Pierre imagina a los dos hermanos amaneciendo al otro da: ms cansados, igual de abandonados y de pobres y de gordos y de animales. Hambrientos, solos, pero ms cansados. Parece ser que ya todo se est acabando. Pierre imagina a Fredy sentado en un rincn, totalmente ebrio, llorando como no ha llorado nunca jams en su vida, derrotado por esa vida de mierda, por esa casa de mierda, por ese hermano que ahora se hace el idiota y brama palabras para s mismo, palabras que no son suyas sino de una mam que est muerta y enterrada en un cementerio entre dos autopistas bajo la niebla, y que no van a hacer aparecer veinte billetes de cien libras en una caja de galletas que huele a naranja. Lo que no se espera Pierre es que Fredy se levante sbitamente del silencio, que atraviese el piso de madera del saln con pasos largos, que tumbe una mesa con platos a su paso. Que sin ningn prembulo, sin decir nada, alce con sus brazos de campen de rugby el televisor que es una mole de principios de los ochenta, y que con esa caja de piedra sobre la cabeza atraviese la habitacin, concentrado, serio como un borracho, y la tire a travs de la ventana, y que esa caja de piedra se convierta de nuevo en un televisor en el instante en que se revienta contra el suelo y se le salen, destrozados todos sus vidriecitos, circuitos, cablecitos, pepitas rojas y verdes, contactos cristales fusibles. Y entonces hay otra vez silencio. Mi amigo Pierre est ahora ms asustado; a travs de su ventana pudo ver los vidrios de la casa de al lado reventndose; ahora est mirando los trozos de televisor que hay frente a su puerta, mojndose en el andn. Hay un minuto de silencio. Pierre imagina a Tedy entendiendo, despacio, muy despacio, que no habr ms televisin, que la televisin se ha ido. Hay un llanto continuo, largo, bajo. Y de repente hay un grito desesperado como de un oso atravesado por una lanza, como de un perro cuando lo coge un carro, como de ese monstruo que ha perdido la cabeza que es Tedy Barnes, que es casi una ballena cuando se levanta sobre sus dos piernas pequeas que hace diez aos no lo aguantan de pie y dando tumbos atraviesa el cuarto y se lanza a bajar las escaleras. Y entonces Fredy empieza a gritar Maldito perro irlands Ted Barnes ni se te ocurra huir rata cobarde porque te vuelo esos sesos grandsimo hijo de las mil putas maldito idiota, ya bastantes daos me has causado. Y sigue con su letana mientras baja por la escalera, detrs del ruido que ha dejado su hermano, muy despacio, apenas tenindose en pie de la borrachera. Pierre conoce la casa de al lado, es igual a la suya, y entonces sabe que Tedy va hacia la cocina. A travs de la ventanita del bao, parado sobre el water, Pierre puede ver a Tedy Barnes que est abriendo todos los estantes, desesperado, rompindolo todo, tumbndolo todo antes de que acabe de bajar su hermano, que viene antecedido por todos los insultos que le quedan antes de caer exhausto. Pierre ve cmo Tedy logra abrir un cajn y cmo sus manos temblorosas sacan algo negro que pesa entre sus dedos, cmo se devuelve por donde entr, en direccin al corredor. Hay un instante de silencio. Despus se oye un grito de batalla de Fredy Barnes que se riega por el jardn y suena en los parlantes negros. Se oye un asiento destrozndose. Y entonces, de repente, una detonacin. Inmensa, pesada, retumbando por todo el barrio, en el silencio congelado de las cuatro de la maana. Pierre siente que las rodillas se le endurecen del miedo, pone una mano en el borde del lavamanos. Hay ms de cinco segundos de un silencio afilado, tenso.

Otra detonacin inmensa, que lo hace apretar ms los dedos, se extiende perdindose por las calles vacas, vuelve a dejar todo en silencio total. Pierre se queda quieto, perdido. Despus, lentamente, con los ojos turbios y el equilibrio turbado como un borracho, logra volver a su habitacin. Por el camino imagina, sin saber por qu, las calles vacas de la ciudad, los semforos titilando en amarillo bajo la llovizna. El humo que sale de una chimenea. Abajo, en la puerta de los Barnes, la cerradura gira. Pierre se separa lentamente del escritorio, se acerca al vidrio. Un hombre inmenso abre la puerta; Pierre puede ver su cabeza rubia, redonda, medio calva. El hombre gime, se tambalea. Da pasos torpes hacia la calle. Parece que su cuerpo se fuera a ir de bruces; tiene puesta una camiseta blanca y sucia que le forra el vientre inmenso; tiene un revlver en la mano. Es el menor de los Barnes. Desde arriba su cuerpo se ve ms grande, ms gordo, ms calvo, ms blanco. Tiembla, se tambalea. Llega hasta el borde del andn y se deja caer sobre su culo, con los pies en la calle. Tiene el arma cogida con las dos manos, entre las piernas; se balancea hacia adelante y hacia atrs, hacia adelante y hacia atrs, con el arma apretada entre las manos, entre las piernas dobladas. Slo mira al frente y se balancea, de espaldas a la mirada de Pierre. Mira los carteles, la basura, el muro del colegio: no entiende nada. Nadie ha salido a mirar lo que sucede, nadie quiere saber. La polica tardar en llegar ms de una hora. Pierre, desde su ventana, se queda mirando a ese hombre que se balancea y gime en voz alta, que se moja y llora debajo de la lluvia, perdido ya de todo. Pierre se sienta sobre el escritorio, mira, y no es capaz de hacer nada. No piensa, no puede pensar en nada. Despus empieza a pensar en ese hombre, en la polica que llegar; en l mismo, sentado en esa casa, en ese maldito barrio, en esa ciudad que no es la suya, mirando ese espectculo, oyendo los gemidos de un asesino que espera su suerte, a travs de unos parlantes. II Hace media hora que Tedy Barnes est sentado en el andn bajo la llovizna, observando por Pierre desde su ventana cerrada. Algn vecino se ha asomado; tal vez alguno ha llamado a la polica. Pero debe andar muy ocupada esta noche, la polica, porque Tedy sigue mecindose sobre su cintura, de adelante a atrs, bajo la llovizna. Y Pierre lo sigue mirando. Pierre ha tenido tiempo de pensar muchas cosas. Ha pensado, sin darse cuenta, mirando a ese hombre en el andn, en s mismo, en la ventana. Se ha dado cuenta de que est solo en el mundo, sentado ah. Y tambin se ha dado de cuenta de que es libre, que siempre lo ha sido. Y que puede hacer lo que quiera. Puede largarse de esa puta ciudad, y convertirse en alguien vivo, real, si quisiera. Alguien real. Piensa ahora que se va a levantar de ese escritorio, de una vez por todas. Que va a empacar un morral con toda su ropa, que va a sacar la plata del banco, que va a salir caminando, va a pasar al lado de ese cuerpo bilioso que todava se estremece en el andn. Que va a caminar hasta la estacin del tren para largarse y dedicarse de una vez por todas a lo que siempre ha querido hacer. Vivir de robar, dormir en los parques. Y tal vez lo mejor sea comprarse l tambin un revlver. Usarlo en el momento justo para atracar una tienda, para ir sobreviviendo. O irse a Australia, en donde cada metro de tierra que pise ser tierra desconocida. Y dedicarse a robar. Y a andar. Hasta que lo maten. Tal vez har tambin el amor con una mujer larga y morena en una caseta abandonada en un desierto. Se emborrachar con camioneros en una gasolinera. Apostar todo su dinero a las cartas y dormir alguna noche en una crcel australiana con un aborigen. O se ir, ahora mismo, a donde esa compaera de oficina de ojos azules y tetas grandes que no se debe haber despertado todava. No sera difcil: entrar despacio a su casa por el balcn del jardn, abrir la puertica de vidrio, caminar hasta su habitacin. Silenciarla de un golpe, ponerle un esparadrapo en la boca. Salir con ella en su carro por la maana, atravesar el canal. Ir hasta Espaa, pasar a frica. Recorrer cada kilmetro de carretera, hasta la ltima muerte, con esa esclava amarrada en el carro. De repente oye ruido de sirenas afuera. El hombre, inmenso, perdido, se mece ahora ms lentamente, mojado por llovizna perpetua. Con el cuello rgido, con la pistola entre las piernas, bien apretada por sus dedos. Sigue llorando. Un polica se detiene a diez metros del asesino, sabe que hay treinta fusiles apuntando a la cabeza del tipo. Abre las piernas y grita Tire el arma y ponga las manos en el cuello. Cuando est a un metro pega el can de la pistola a la sien de Tedy, lo mira muy fijamente, se empieza a arrodillar a su lado, mete la mano libre debajo de las piernas dobladas del gigante. Aprieta el arma entre sus dedos. El gigante no la suelta. El polica logra separar los dedos gruesos del arma homicida. La echa a rodar por el pavimento, lejos del cuerpo. Tedy Barnes lo mira a los ojos, lentamente, sin saber ya nada ms. Quin es l mismo. Qu es. Qu hace ah. Y vuelve a mirar al frente. Una furgoneta se acerca haciendo ruido por la calle, detrs trotan diez agentes armados. Pierre ve cmo izan a Tedy, que es un peso muerto, cmo le doblan el cuello, cmo lo sientan en la parte de atrs del carro. Dos policas se meten con l. III Ahora, un mes despus Pierre est sentado en el comedor de la casa de un amigo comn, frente a un plato de pescado y una copa alta de vino blanco. Sonre. Tiene en su mano derecha la mano de su novia, que no es bonita. l la mira un instante a los ojos; despus se levanta, carraspeando y pidiendo la atencin de todos para contarnos la gran noticia de la noche. La gran noticia es que la semana anterior le han dado dos aos ms de trabajo en la revista acadmica para la que trabaja; seguirn pagndole el mismo sueldo por los mismos comentarios de cine. l y su novia van a alquilar un apartamento en Mainstream, muy cerca de la casa en donde est su cuarto de soltero. Mi amigo piensa pedir la nacionalidad inglesa. Cuando termina nos mira a todos, radiante. Propone un brindis. Por su amiga. Por nosotros. Todos nos levantamos. Miro su boca que sonre, un brillo de saliva en su labio inferior, sus ojos pequeos, dulces y alegres. De perro barato. Cuando se sienta, sus manitas se separan de la copa y de la piel de su novia para volver a coger los cubiertos y trincar otro pedazo de pescado. Se lleva el bocado a los labios y pasa una mirada horizontal, rasante, por la mesa, sin parpadear, sin dejar de sonrer. Se detiene en m. Me mira, como preguntando algo. Yo slo puedo inclinar la cabeza y levantar mi copa. Felicitarlo, con la copa arriba y ensayando mi mejor sonrisa.