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Antonio Fernández Benayas

EL MARXISMO:SUS RAÍCES,CARÁCTER

Y ACTUALIDAD

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Índice general

INTRODUCCIÓN ............................................................................... 5Lección I. UNA APROXIMACIÓN A LA REALIDAD ....................... 8I.- ENERGÍA Y MATERIA .................................................................. 8II.- LA UNIÓN QUE DIFERENCIA ................................................. 13III.- LA MADRE TIERRA ................................................................. 15IV.- EL HOMBRE ............................................................................. 16V.- REFLEXIÓN Y LIBERTAD RESPONSABILIZANTE .............. 18VI.- RAZÓN Y RELIGIÓN ................................................................ 20VII.- EL UNO Y TREINTA Y TRES MILLONES DE DIOSES ....... 21VIII.- EL CAMELLO, EL LEÓN Y EL NIÑO ................................... 23IX..- LO REAL Y EL AMOR .............................................................. 26Lección II. EL CRISTIANISMO ........................................................ 30I.- JESUCRISTO ............................................................................... 30II.- LA SAL DE LA TIERRA ............................................................. 32III.- LOS CRISTIANOS Y LA PROPIEDAD PRIVADA .................. 33IV.- LA CIENCIA Y LA DOCTRINA ................................................ 41V.- UN SENTIDO DE LA HISTORIA .............................................. 47VI.- EL ENTRONQUE CULTURAL DEL MUNDO IBÉRICO ....... 54Lección III. LOS DOS REINOS ......................................................... 63I.- RELIGIÓN Y PODER ................................................................... 63II.- LO FEUDAL Y EL DINERO ....................................................... 72III.- LA REVOLUCIÓN BURGUESA .............................................. 76IV.- LA FIEBRE HUMANISTA ....................................................... 81V.- EL FIN Y LOS MEDIOS ............................................................. 85VI.- ¿LIBERTAD «ESCLAVA» O LIBERTAD ................................. 89 RESPONSABILIZANTE ........................................................... 89VII.- NUEVOS CAMINOS PARA LA CIENCIA ............................. 96VIII.- LA RAZÓN VITAL ................................................................ 101Lección IV. ESPECULADORES Y REVOLUCIONARIOS ........... 104I.- LA MAREA RACIONALISTA ................................................... 104II.- EXPERIENCIA CIENTÍFICA, FANTASÍA Y FE ..................... 109III.- DESPIERTA, PUEBLO, DESPIERTA ..................................... 114IV.- SUEÑOS Y SANGRE CONTRA EL ANTIGUO RÉGIMEN .. 123Lección V. MERCADEO DE IDEAS Y SISTEMAS ....................... 134I.- RAÍCES BURGUESAS DE LA LUCHA DE CLASES ............. 134II.- LAS TRES FUENTES DEL SOCIALISMO MARXISTA, segúnLenín ............................................................................................... 137III.- EL IDEALISMO ALEMÁN ...................................................... 138IV.- LA ECONOMÍA POLÍTICA INGLESA................................... 163V.- EL SOCIALISMO FRANCÉS .................................................. 172VI.- MOISÉS HESS, PRECURSOR DEL MARXISMO ................ 179Lección VI. VIDA Y OBRA DE CARLOS MARX .......................... 183 I.- EL ENTORNO FAMILIAR Y SOCIAL ..................................... 183II.- EN EL CRISTIANISMO Y OTROS IDEALES DE ................... 185 JUVENTUD .............................................................................. 185

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III.- EL SUEÑO DE PROMETEO ................................................... 190IV.- LA MATERIA Y LA ESPECIE ................................................ 193V.- CARLOS MARX, DOCTRINARIO COMUNISTA .................. 199VI.- LA PRODUCCIÓN INTELECTUAL DE CARLOS MARX ... 208VII.- CARLOS MARX Y LA ESPAÑA DE SU TIEMPO ............... 213VIII.- EN EL CEMENTERIO DE HIGHGATE, LONDRES ........... 223IX.- FIELES, REVISIONISTAS Y RENEGADOS .......................... 227Lección VII. LA «PRAXIS» MARXISTA ......................................... 234I.- RUSIA, MARXISMO Y PODER SOVIÉTICO ........................... 234II.- DESDE LOS SOVIETS AL «DEUTSLAND ÜBER ALLES» ... 245III.- EL DESPERTAR DE CHINA .................................................. 253IV.- EL MARXISMO DE LOS INTELECTUALES ........................ 260V.- ENTRE LA ÉTICA Y LA «PERESTROIKA» ............................ 274VI.- MARXISMO Y «TEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN» ........... 281VII.- ¿SOCIALISTAS ANTES QUE MARXISTAS? ...................... 283Lección VIII. REHACER CAMINOS DE LIBERTAD .................... 291I.- VIVIR Y SER .............................................................................. 291II.- SER Y POSEER ......................................................................... 293III.- UN COMPROMISO VITAL .................................................... 295IV.- LA GUERRA, EL AMOR Y LA HISTORIA ............................ 297V.- LA TÉCNICA Y EL TÚ ............................................................. 300VI.- TODO EN TODOS ................................................................... 302Lección IX. LIBERTAD Y RECURSOS PARA TODOS ................. 304I.- HOMO FABER, REY DEL UNIVERSO .................................... 304II.- LA LEY NATURAL DEL TRABAJO ....................................... 307III.- TRABAJADORES Y PARÁSITOS .......................................... 309IV.- LA DEMOCRATIZACIÓN INDUSTRIAL .............................. 311V.- EL DINERO COMO HERRAMIENTA .................................... 315VI.- LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA ...................................... 320VII.- NUEVOS CAMPOS DE EXPANSIÓN ECONÓMICA ......... 324Lección X. COMPROMISO DE PERSONALIZACIÓN .................. 328I.- ANTE EL FRACASADO INVENTO DE NUEVOS VALORES 328II.- ¿DEMOCRACIA RESPONSABILIZANTE? ............................. 333III.- EL LASTRE DE LA BUROCRACIA ....................................... 337IV.- UN SUGESTIVO PROYECTO DE ACCIÓN EN COMÚN ... 339Conclusión. VERDAD, LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD ....... 342

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INTRODUCCIÓN

Tú, el otro, yo... somos mucho menos de lo que po-demos ser: más libres y más nosotros mismos. Pero se-guro que conquistaremos progresivas parcelas de Li-bertad, si acertamos a sintonizar con la Realidad. Cla-ro que intentar escapar de la Realidad es la más estú-pida de las posibles aventuras humanas, algo que cau-saba verdadero pavor a Carlos Marx, personaje quesiempre presumió de muy realista y que, nadie loduda, ha influido poderosamente en la historia de losúltimos cien años.

Desde sus orígenes, el Marxismo se presentó comoCiencia de la Realidad: lo que ya se sabe frente a lo quese imagina, el materialismo frente al idealismo, el so-cialismo «científico» frente al socialismo utópico...

En su período de mayor esplendor, el propio Lenínencontró razones para dogmatizar: «La doctrina de Marxes omnipotente porque es exacta. Es la heredera y conti-nuadora de los mejor que ha creado la Humanidad enforma de Filosofía Alemana, Socialismo Francés y Econo-mía Política Inglesa».

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Claro que, si eso que llamó Lenín «lo mejor que hacreado la Humanidad» no es más que otra de tantas sim-ples formas de ver los fenómenos y las cosas desde unasdeterminadas circunstancias histórico-geográficas encuanto que no corresponden con la verdadera naturalezadel Hombre y han carecido y carecen de contundentedemostración... ¿En dónde encontraremos su base cien-tífica? ¿Qué razón de peso encierran para justificar losretrocesos históricos y tiranías que se han producido yse producen en el nombre del Marxismo? ¿Por qué, cier-tamente, el Marxismo sigue «calentando la cabeza y elcorazón» (Garaudy) de millones de hombres y de muje-res y sigue alimentando el discurso de no pocos de los«ilustrados» (el calificativo es mío) de nuestra época?

Las siguientes reflexiones nacen de la preocupaciónpor una mayor sintonía con la Realidad, la cual, natural-mente, debe marcar (así lo entendemos nosotros) lascoordenadas de una mayor libertad. Son reflexiones que,desde una óptica que consideramos avalada por la pro-pia Historia, parten de lo que entendemos por nuestroorigen, «función vital» y destino para entrar en el recor-datorio y análisis de las raíces, carácter y actualidad delMarxismo.

Si el Marxismo pretende ser una ciencia exacta quese apoya en la realidad de las cosas y de la Historia, ins-pira a no pocos intelectuales, constituye la base doctri-nal de los partidos llamados de izquierdas y del poderpolítico de algunos estados; si, evidentemente siguevivo aún en la forma de obrar y de pensar de millones depersonas... bien merece la atención que vamos a dedi-carle y que lo hagamos desde la perspectiva que nos dic-ta una que nos parece evidente concepción de la Reali-dad, el conocimiento de la historia y nuestra propia con-ciencia.

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Nuestras premisas, citas y reflexiones componen uncurso de diez lecciones, que son otras tantas invitacio-nes a la libre participación en un necesario camino demayor entendimiento.

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Lección I. UNA APROXIMACIÓN A LA REALIDAD

I.- ENERGÍA Y MATERIA

Sin Energía no es posible la realidad en ninguna desus formas y, mucho menos, la Vida en cualquiera de susmanifestaciones. Se llama a la Energía el corazón de laMateria... Sin duda que es eso y también el punto deapoyo del Orden Universal.

Unos, los creyentes, dicen que la Energía es el canalen que se expresa la voluntad y el poder de Dios. Paraotros, la Energía, el «movimiento», es un directo efectode las virtualidades de la Materia, a la que conceden laautosuficiencia y el poder de definirse a sí misma: supo-nen que Materia y Energía son coexistentes e íntima-mente complementados desde el principio... para, porvirtud del azar y de su propia forma de ser, constituirlas sucesivas realidades...

¿Cuál fue el principio, por qué las sucesivas realida-des y hacia dónde conduce todo ello? ¿Es el Caos el mo-tor y la razón de todo?

La certera respuesta a esas incógnitas ha resultadoun escollo imposible de salvar desde la fe materialista...

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tanto que, situándose en una radical imparcialidad, re-sulta más lógico admitir la existencia de un Ser no ma-terial capaz de crear y modular la Materia.

Si los situados en una recalcitrante fe materialistadefienden el supuesto de que «la Materia es el todo y nonecesita nada más», nos obligarán a responder: habría deresultar científicamente demostrada la improbable au-tosuficiencia de la Materia y aun faltarían respuestas alas preguntas clave de la existencia humana:

¿ Puede todo moverse sin que haya nadie que lomueva o, al menos, le haya dado un primer impulso?¿De dónde viene lo que me rodea y de que formo parte?¿Adónde voy o puedo ir? Y... todo ello ¿por qué?

Hoy no cabe en el cerebro humano la idea del Caos o“desorden absoluto”, que los antiguos presentaban comoentidad primigenia. Se sabe ya que Orden, Materia yEnergía son como una tríada inseparable.

Para la Ciencia más actual la Energía es de un ca-rácter tal que, estando en el trasfondo (o “corazón”) detoda Realidad material, sugiere como necesaria unadependencia extramaterial. Es decir, es en el corazónde la propia Materia en donde se encuentra una evi-dente prueba de la existencia de Dios, sin el cual no esposible explicar esa apreciable marcha hacia la conver-gencia universal de cuanto existe: ese clarísimo procesode evolución es como un largo y apasionante caminoentre el Principio y el Fin de Todo.

Principio y Fin que son como los polos de la Esferaque todo lo envuelve. Dentro de esa fantástica Esferacaben la Eternidad y el Tiempo. También cabe la lógicaque muestra como necesaria la “hominización” del Uni-verso.

En la capacidad de interpretación de la Ciencia dehoy entran dos muy elocuentes experiencias:

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Primera: Todo, desde el ínfimo corpúsculo a la máscompleja realidad material, acusa la presencia de laEnergía, tanto que, en el límite de lo más elemental,Materia y una parte y forma de Energía (“interior”) es-tán COMPENETRADAS en un grado tal que parecenfundirse o confundirse la una en la otra. Ya, desde esaindisoluble compenetración, “hacen el juego” a la Ener-gía Exterior.

Segunda: En el campo del Espacio-Tiempo se mani-fiesta constantemente la tendencia de lo simple a locomplejo: Partiendo de una reducida serie de elementosque, a su vez, tienen su origen en infinitesimales expre-siones de Materia-Energía, un larguísimo proceso de“complejización” ha hecho posible la innumerable gamade realidades físicas hasta dar lugar a la UNICA REA-LIDAD FÍSICO-ESPIRITUAL terrena capaz de pensary de amar en libertad.

Ambas elocuentes experiencias presentan como muyrespetable la Teoría de la Evolución y como infinitamen-te improbable un momento de desorden en la configura-ción del Universo: el inconmensurable mar de polvo cós-mico o de partículas elementales requirió, desde elPrincipio, la presencia de la Energía en cuya propia ra-zón de ser hubo de incluir el sentido del Orden o dePRECISA ORIENTACIÓN HACIA ALGO.

Carece, pues, de sentido imaginar un Cosmos invadi-do por una Materia absolutamente amorfa y a expensasde que le preste un sentido el Caos, que algunos hanpintado como Azar providente.

Los materialistas, desde Demócrito hasta nuestrosagnósticos, han pretendido salvar la encrucijada presen-tando a ese Azar como una especie de dios abstractocapaz de acertar con la única salida en el laberinto de loinconmensurable. Hasta ahora la Ciencia no ha presta-

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do base alguna a tal aventuradísima suposición. Conflu-yen, en cambio, dos creencias que antaño se presentaroncomo antagónicas: la “Creation ex nihilo” y la Evolucióndesde lo simple y múltiple hasta lo complejo y conver-gente hacia la UNIÓN QUE DIFERENCIA.

Y, en extrapolación de lo “apuntado” por el Génesis,cabe en la lógica más rigurosa una “historia” del Uni-verso al estilo de:

En principio, el Universo era expectante y vacío; lastinieblas cubrían todo lo imaginable mientras el espíri-tu de Dios aleteaba sobre la superficie de lo Inmenso.El Espíritu de Dios es y se alimenta por el Amor.

Dios, el Ser que ama sin medida, proyecta su Amordesde la Eternidad a través del Tiempo y del Espacio.Producto de ese Amor fue la materia primigenia expan-dida por el Universo por y entre raudales de Energía:“Dijo Dios: haya Luz y hubo Luz”.

Es cuando tiene lugar el primero (o segundo) Actode la Creación: el Acto en que la materia primigenia,ya actual o aparecida en el mismo momento, es im-pulsada por una inconmensurable Energía a realizaruna fundamental etapa de su evolución: lo ínfimo ymúltiple se convierte en millones de formas precisasy consecuentes.

Lo que había sido (si es que así fue) expresión de larealidad física más elemental, probablemente, logra susprimeras individualizaciones a raíz de ESO que ya hancaptado los ingenios humanos de exploración cósmica:un “momento” de Compresión-Explosión que hizo posi-ble la existencia de fantásticas realidades físicas inmer-sas en un inconmensurable mar de “polvo cósmico” o de“energía granulada”.

La decisiva primera etapa hubo de realizarse a unavelocidad superior, incluso, a la de la misma luz, fenó-

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meno físico que, según Einstein, produce en los cuerposel efecto de aumentar (y acomplejar) su masa.

Desde el primer momento de la presencia de la máselemental forma de materia en el Universo, se abre elcamino a nuevas y cada vez más perfectas realidadesmateriales. Ese proceso de imparable reconversión, deEVOLUCIÓN, sin duda que obedece a un PLAN DECOSMOGÉNESIS. Creación, Plan de Cosmogénesisy Evolución desde y hacia el Amor Universal: ésa esla Fe que liga al Cielo con la Tierra.

Se trata del PLAN de Aquel que ama infinitamentee imprime amor a cuanto proyecta, crea y anima. Y lohace según una lógica y un orden que El mismo se com-promete a respetar.

En consecuencia con los respectivos caracteres, conel estilo de acción y con las etapas y caminos que re-quiere el PLAN DE COSMOGÉNESIS, superan barre-ras y logran progresivas parcelas de autonomía las dis-tintas formas de realidad. En ese intrincado y complejí-simo proceso son precisas sucesivas uniones (¿reflejo deese Amor Universal que late en cuanto existe?) o ele-mentales expresiones de afinidad primero química, lue-go física, biológica más tarde y espiritual al fin.

Desde los primeros pasos, hay en todo lo que semueve una tendencia natural que podría ser aceptadacomo “embrión de libertad” y que se gesta en armonía yorientación precisas hacia la cobertura de la penúltimaetapa de la Evolución, que habrá de protagonizar elHombre.

El HOMBRE, hijo de la Tierra y del aliento divino,está invitado a colaborar en la inacabada Obra de laCreación. Habrá de hacerlo en plena libertad, única si-tuación en que es posible corresponder al Amor quepreside todo el desarrollo de la Realidad.

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Podemos, pues, creer que son expresión de Amortanto la Energía que aglutina la potencialidad y evolu-ción de cuanto existe como los más fecundos actos en lahistoria de los hombres.

Obviamente y al margen de los ríos de tinta en quese defiende otra cosa, el carácter excepcional del hom-bre cobra efectividad porque dispone de un complejosoporte material, fruto del ENCAUZAMIENTO de lasmás valiosas virtualidades de la Realidad

II.- LA UNIÓN QUE DIFERENCIA

Aunque la certera respuesta escapa a nuestra capaci-dad de entendimiento, es razonable aceptar al Atomocomo resultado de una de las primeras etapas de la Evo-lución. Anteriormente al Atomo, en prodigiosa multipli-cidad, pudo existir una substancia que los científicos noaciertan a definir como genuinamente material pero que,sin duda alguna, hubo de serlo en alguna proporción: es loque se define como “polvo cósmico” o, más propiamente,“energía granulada” o “trama del Universo”.

Ese micromundo que representa el Atomo hubo deser el resultado de la unión de ciertas partículas ele-mentales empujadas a ello por la Energía Exterior se-gún un preciso Plan de Cosmogénesis o de ArquitecturaCósmica a partir de lo elemental.

Pudo suceder que, tomándose millones de siglospor delante, esa Energía Exterior, manifestación deuna Voluntad Creadora, empujara al polvo cósmico ala Condensación hasta formar el núcleo o huevo delUniverso que sirve de base a la teoría del Big-Bang yque en ese “proceso de condensación”, por virtud de

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lo llamado “tanteo”, fueran tomando cuerpo los Ato-mos...

En cualquiera de las suposiciones, es razonable ad-mitir que fue la certera aplicación de unas específicascorrientes de Energía lo que, a escala cósmica, produjola necesidad de asociación entre los gránulos de la tra-ma del Universo.

También es razonable admitir que, desde su propionacimiento y siguiendo específicas afinidades latentesen su misma razón de ser, los átomos cubrieron un su-perior estadio de evolución que fue la molécula, la cual,a su vez y siguiendo el impulso de secretas afinidades,se asoció a otras entidades materiales para formar lamegamolécula, paso previo a los “complejos orgánicos”,que resultarán ser el soporte material de la Vida.

Cómo surgió la Vida, presente en una simple Célula,aun no está suficientemente clarificado por la Ciencia;tampoco es explicable la aparición del Pensamiento,culminación de un largo proceso en que las virtualida-des de los complejos orgánicos hubieron de conectar,adecuadamente y en el momento preciso, con un PlanGeneral de Cosmogénesis.

Es obvio reconocer que en ese largo camino de laEvolución no todas las entidades materiales alcanzanun superior estadio de realidad; muchas de ellas pier-den el tren del Progreso tal como si se volatilizaran en loque los científicos conocen como Entropía o pérdida deentidad.

Emprenden camino hacia una mayor Libertad, sehacen progresivamente diferentes, cuando encuentranla adecuada complementariedad en la “unión que dife-rencia”.

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III.- LA MADRE TIERRA

Los sabios han buceado en el magma de la Tierra yhan adelantado la hipótesis de que “ya por su propiacomposición química inicial era, por sí misma y en sutotalidad, el germen increíblemente complejo de cuantonecesitamos”. Tal como si todo estuviera dentro de unPlan en el que entrara la plena suficiencia de recursosmateriales para el desarrollo de millones y millones de“aventuras” personales.

Con todo el tiempo necesario por delante, esa com-posición química inicial se tradujo en materia orgánicacomo soporte de la Vida, multimillonaria en sus mani-festaciones, unas con otras entrelazadas hasta consti-tuir un comunidad de intereses.

La Vida resultó como una sinfonía magistralmenteorquestada pero necesitada de una cierta sublime nota:la Libertad, tesoro inconcebible fuera del ámbito de laInteligencia, a su vez, suprema expresión de Vida.

La Tierra se ha hecho (¿era ya?) moldeable por laInteligencia, que, incluso, puede llegar a destruirla.Pero la Tierra, la Madre Tierra, es fuerte y previsoratanto que, con el necesario tiempo por delante, es ca-paz de enderezar los renglones que tuercen sus inqui-linos y demostrar ser una despensa suficiente en re-cursos materiales: no entran en sus planes ni las ham-bres ni las catástrofes artificiales (las épocas de penu-ria pudieron y pueden ser resueltas si el afán de aca-paramiento, torcido hijo de la Libertad, no se hubiereenseñoreado de tal o cual época o región hasta resultarel disparate de que menos de una décima parte de laHumanidad acapare el ochenta por ciento de alimen-tos y otros recursos materiales al servicio de todos loshombres).

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Se nos invita a pensar que, paralela a la historia dela Tierra, se acusa el efecto de una Voluntad empeñadaen que los hijos de la misma Tierra aprendan a valersepor sí mismos en un irreversible camino de autorreali-zación.

Los sabios aseguran que tal proceso de autorrealiza-ción se hace ya evidente en los diversos estadios de laevolución química, resultado de tal particular y cons-tructiva reacción entre éste y aquel otro elemento. Tan-to más en la tendencia que a cumplir un preciso destinomanifiestan los seres vivos a los que, ya sin rebozo, seles puede aceptar como protagonistas de una fantásticay coherente intercomunicación planetaria.

IV.- EL HOMBRE

Miles de millones de años atrás, una ínfima parte depolvo cósmico (?) ya tenía vocación de excepcionalidad:contaba para ello con una misteriosísima potencialidad,con una secreta e irrenunciable tendencia a la unión ycon todo el tiempo necesario.

¿La meta? ocupar un lugar de responsabilidad en laarmonía del Universo. ¿La tal ínfima parte de polvo cós-mico respondía así a un Plan? ¿Por qué no?

Créelo, si quieres, o cree lo contrario; pero acepta, almenos, que la realidad actual no sería tal cual sin uncomplejo proceso de progresiva unión entre lo afín, sinun empeño por ser más desde la solidaridad. Esto de lasolidaridad es un fenómeno que sufre infinitos altibajosen la marcha de la historia y tal vez en el probadoautoperfeccionamiento de la Madre Tierra: Las partícu-las elementales cobran realidad más compleja en cuanto

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casan sus respectivas afinidades: es un camino que, conprogresiva autonomía, siguen los seres más evoluciona-dos. Los peligros de la Entropía o de ahogarse en laNada llegan incluso a formar parte constructiva del pro-ceso: hoy nadie duda que fue la desaparición de losdinosaurios lo que dio paso al desarrollo de especiesmás modernas y más nuestras.

Lógico capítulo de ese proceso parece ser el quenada de lo necesario falte a los seres inteligentes demás en más numerosos todo ello dentro de la previso-ra armonía por que parece regirse la Madre Tierra,cuyos hijos, hasta cierto momento, eran lo que teníanque ser en una extensión solidaria: unos para otros ytodos como elementos de un complejo organismo, quevive y desarrolla la función de superarse cada día a símismo.

De ser así, podría pensarse que cataclismos como losglaciares eran especie de palpitaciones de vida que serenueva en el propósito de construir el escenario propi-cio a un acontecimiento magnífico y sin precedentes: lamanifestación natural de la Inteligencia personificadaen el Hombre.

Y resultó que en uso de su Libertad, hija natural de laInteligencia, el Hombre se mostró capaz de acelerar eincluso mejorar el proceso de autoperfeccionamiento queparece seguir el mundo material; pero también se hamostrado capaz de, justamente, lo contrario: de terriblesregresiones o palmarios procederes contra natura.

Destino comprometedor el del Hombre: abriendobaches de degradación natural y en línea de infra-ani-malidad, el hombre ha matado y mata por matar, comesin hambre, derrocha por que sí, acapara o destruye alhilo de su capricho u obliga a la Tierra a abortar mons-truosos cataclismos.

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Claro que también puede mirar más allá de su inme-diata circunstancia, embridar el instinto, elaborar ymaterializar proyectos para un mayor rendimiento desus propias energías, amaestrar a casi todas las fuerzasnaturales, deliberar en comunidad, dominar a cualquierotro animal, sacrificarse por un igual, extraer conse-cuencias de la propia y de la ajena experiencia, educar asus manos para que sean capaces de convertirse en cere-bro de su herramienta: Puede TRABAJAR Y AMAR otrabajar por que ama.

En el campo del Amor y del Trabajo es donde debíaencontrar su alimento el destino comprometedor delHombre. Amor simple y directo y trabajo de variadísi-mas facetas, con la cabeza o con las manos, a pleno sol odesde la mesa de un despacho, pariendo ideas o desa-rrollándolas.

Gran cosa para el Hombre la de vivir en TRABAJOSOLIDARIO. Una posibilidad al alcance de cualquiera:hombre o mujer, negro o blanco, pobre o rico... empresa-rio o trabajador por cuenta ajena, sea en el Campo, en laIndustria o en los Servicios, canales necesarios paraamigarse con la Tierra y facilitar el desarrollo físico yespiritual de toda la Comunidad Humana.

V.- REFLEXIÓN Y LIBERTAD RESPONSABILIZANTE

La reflexión, peculiaridad genuinamente humana, re-presenta una clara superación del instinto. Por la re-flexión, el ser evolucionado reacciona de forma únicafrente a situaciones o acosos de la realidad dirigidos enla misma medida a distintos individuos de su especie.Cuando, por virtud de la Evolución, la presión de la cir-

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cunstancia motiva una respuesta personal, el individuo hadejado de ser elemento-masa para convertirse en alguien.

La comunidad humana se diferencia de las otras so-ciedades animales, fundamentalmente, por la capacidadde reflexión de todos y de cada uno de cuantos la inte-gran. Por este hecho es posible la Historia como fenóme-no que singulariza cada época, cada grupo social y cadaproyección pública de las facultades individuales.

En el acto reflexivo, algo de uno mismo se proyectahacia el exterior de forma absolutamente inmaterial ycon la intención de captar cosas y fenómenos en su justamedida para luego, en acto también absolutamente in-material, analizar y decidir.

Para el hombre, ello es tanto como manifestarse “serque reflexiona” o ser que, sin dejar de ser el mismo, po-see la virtud de sobrepasar el estricto ámbito del propioser para reflejar en sí mismo lo otro, fenómeno que, enidea de Aristóteles, “ es una forma de incluir en sí mis-mo todas las cosas”.

Puesto que tal inclusión es de carácter absolutamen-te inmaterial, las cosas nada pierden de su propio seren el acto de ser vistas o consideradas.

Contrariamente a lo que sostienen algunos llamadosmaterialistas, el conocimiento o “inclusión en sí mismode todas las cosas” no es del carácter de la imagen pro-yectada por un espejo: presionan la conciencia del serque reflexiona el cual, en razón de tal reflexión, posee lafacultad de obrar de una u otra forma sobre las mismascosas o no obrar en absoluto si así lo ha recomendado laconsideración que implica el acto reflexivo o las propiascosas resultan inasequibles a la capacidad de acción delsujeto.

Ello se explica porque, a continuación de incluir ensí mismo todo aquello que se presenta a su considera-

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ción, el homínido evolucionado ejercita la capacidad deoptar por una de entre varias alternativas.

Vemos cómo, acuciado por el hambre, el animal no ra-cional percibe y ataca a su víctima, o, en respuesta a unelemental instinto, corteja y posee a su hembra, se defien-de de las inclemencias de su entorno... de un modo gene-ral y de acuerdo con el orden natural de las especies.

No sucede lo mismo en el caso del homínido evolucio-nado: éste es capaz de superar cualquier llamada del ins-tinto merced al acto reflexivo: la realidad inmediata, elanálisis de anteriores experiencias, el recuerdo de un serquerido, la percepción de la debilidad o fuerza del enemi-go, el conocimiento analítico de los propios recursos... lepermiten la elección entre varias alternativas o, lo que eslo mismo, trazar un plan susceptible de reducir riesgos eincrementar ventajas.

Gracias, pues, a su poder de reflexión, el hombre usade libertad para elegir entre varias alternativas de actua-ción concreta. Por supuesto que la elección más adecuadaa su condición de hombre será aquella que mejor respondaa las exigencias de la Realidad. Y la más positiva historiade los hombres será aquella jalonada por capítulos quehayan respondido más cumplidamente a la genuina voca-ción del Hombre: la humanización de su entorno por me-dio del Trabajo solidario con la suerte de los demás.

VI.- RAZÓN Y RELIGIÓN

Para los “ilustrados” de diversas épocas y latitudes elhecho de sentirse religioso ha sido presentado como unaforma de servidumbre tontorrona y fuera de época: se hahablado mucho y aun se habla de la “alienación religiosa”.

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El término “alienación” es aceptado como contrarioa la Libertad: una especie de encadenamiento de la ra-zón soberana. Referida a la Religión, la alienación ex-presa el fenómeno por el cual la vida y los actos de loshombres siguen las directrices de una indemostradaidea de trascendencia.

Claro que el carácter de la propia reflexión, que si-túa al hombre muy por encima de cualquiera entidadsimplemente material y le infiltra hambre de sintonizarcon el Principio y Fin del Universo, presta sólidos argu-mentos a la creencia de que esa irrenunciable aspira-ción a la trascendencia, que late en el ser de todos loshombres, es una exigencia de la Realidad.

El hambre por sintonizar con el principio y fin delUniverso es una de las posibles definiciones de la Re-ligión. Hambre existencial que se ajusta a los dicta-dos de la Realidad y, por lo mismo, resulta lógico y ra-cional.

Desde esa óptica, cabe suponer que el fiel, rigurosa-mente fiel, marxista ajusta su acción diaria a principiosreligiosos, lo que nos llevará a la conclusión de que elMarxismo es una forma de Religión.

VII.- EL UNO Y TREINTA Y TRES MILLONES DE DIOSES

Dice Plutarco: “Existen ciudades salvajes que no tie-nen leyes civiles ni reyes que las gobiernen. Pero noexiste ninguna que no tenga dioses, templos, oraciones,oráculos, sacrificios y ritos expiatorios”.

El hecho de adorar resulta evidente desde las pri-meras etapas de la Humanidad; infinidad de restos ar-queológicos así lo demuestra.

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Sin duda que tales exteriorizaciones respondían asólidas vivencias interiores porque Religión, ya lo sabe-mos, va más allá de los simples signos externos o depuras manifestaciones folklóricas: es el reflejo de uncompromiso por adecuar las actividades y los pensa-mientos de cada día a un ansia de proyección personalperdurable más allá del propio tiempo.

Dentro de cualquier culto, desde siempre han existi-do individuos que hacen capilla aparte respecto al Dioso dioses oficiales; en la mayoría de los casos represen-tan ejemplos de celo egocentrista que les lleva a erigir-se en divinidad suprema o centro del Universo. Paradistraer a los demás sobre el auténtico objeto de su cul-to montarán estudiados discursos sobre la insolidari-dad ambiente, la tiranía de las pasiones, la injusticia deldestino, el utilitarista sentido de la propia vida, etc.,todo ello para justificar el tomarse a sí mismos comoprincipal objeto de adoración.

Tal individualísima forma de entender la religiónhalla la justa respuesta en los treinta y tres millones dedioses de que habla el Libro de los Vedas.

De la misma forma que la Realidad no depende dela idea que el hombre se haga de ella, la evidencia delcarácter religioso del Hombre no demuestra que lacreencia en tal cual dios sea certera. Pero, por encimade todas las posibles conjeturas, se ha de aceptar que enel Hombre existe una natural tendencia a la adoración.

Pudo suceder que el primer ser adorado fuera unabellísima flor que despierta la aurora, o el propio solcomo imagen del principio de la Vida o el guerrero quetrajo la tranquilidad a la tribu...

Si el primer objeto de culto fue algo excepcionalcomo el intuido Promotor de la luz del Sol o de la ener-gía latente en el Universo, la población de entonces se-

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ría monoteísta, como parece desprenderse del estudiode las religiones más antiguas: ya en el Mazdeismo sehabla de una “Primera Fuente de Poder y de Bondad”.

Si no hay rigurosa evidencia de que la primera o pri-meras religiones de la Humanidad fueran monoteístas,resulta mucho más difícil demostrar que el monoteísmoes “una destilación de múltiples religiones politeístas”tal como defienden algunos de nuestros autoproclama-dos agnósticos.

Existen, pues, buenas razones para creer que elHombre se manifiesta como ser religioso en el momentomismo en que obra como “animal de Razón”: es cuando,para él, la “Primera Fuente de todo Poder y de todaBondad” se revela como principal merecedor de culto.

A partir de entonces, en uso de su libertad y con elegoísta propósito de explotar a su favor el carácter reli-gioso de sus congéneres, el líder o demagogo puede in-ventar dioses o erigirse a sí mismo como dios.

Es así como se puede llegar a un disparatado “egohomini deus” o a los treinta y tres millones de dioses,que, evidentemente, resultan demasiados.

VIII.- EL CAMELLO, EL LEÓN Y EL NIÑO

Nietzsche, rebelde e impotente, soñaba con redefinirla Libertad. Como otros muchos genios del egocentris-mo (Voltaire, Hegel, Stirner, Spengler...) Nietzscheaplicaba a la Realidad las paridas de su vanidad y, entreotras cosas, no aceptaba personalidad histórica más ex-celsa que la suya.

Admirador y amigo de Wagner, no le perdona el re-conocimiento que éste hace a la Figura y Doctrina del

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Crucificado: “¡Ah! ¡También tú te has derribado ante laCruz! También tú, también tú... ¡un vencido!”.

En su feroz inquina, Nietzsche va tan lejos que pre-senta al Progreso como una exclusiva creación delAnticristo (la Técnica, que llamará Spengler más tarde)al que identifica con Dionisos o Baco, voluntad de domi-nio desde las fuerzas del puro instinto.

“Ha muerto Dios, viva el superhombre”, grita Zara-tustra a los cuatro vientos.

¿Qué entiende Nietzsche por superhombre? Diríaseque una exagerada proyección de sí mismo: “Me he pre-sentado a mí mismo (confiesa en ECCE HOMO) con uncinismo que hará época y atacando sin miramiento algu-no al Crucificado; mi obra, rayos y truenos contra todolo cristiano o inficionado de cristiano, dejará sin hablani oído al que lo lea...”

Zaratustra, Nietzsche, (quien, «desde la irreflexivaintelectualidad», presta argumentos a no pocos de losmodernos materialistas o «marxistas de vocación») trazael camino para desatar el instinto, perfilar una justiciasin necesidad de que haya hombres justos, sublimar elArte y dominar a la Naturaleza: es una forma de correrhacia utopías de uno u otro signo.

En razón de los supuestos del materialismo más ra-dical ¿por qué el hombre no ha de romper con la viejaMoral tan estrechamente ligada al respeto de un Abso-luto que se encuentra al Principio y al Final de todo?

Imaginó Nietzsche al espíritu del hombre como unsufrido camello, que, durante muchos siglos, soportasobre sí mismo las pesadas cargas de la Religión y de laMoral, creadas, según él, por el entorno social y por loscaprichos de la historia.

Convertido por Zaratustra, el hombre medio aceptala muerte de Dios y la entronización del superhombre

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como rey del Universo. Es entonces cuando el espíritudel hombre se hace “león”, voluntad ciega capaz de des-truir el edificio de todos los viejos principios.

Hecha tabla rasa de todo lo “viejo”, el espíritu delhombre se hace “niño” que es tanto como sumergirse enla inocencia y en el olvido. Ya puede empezar, como ju-gando, a crear valores partiendo de un radical sí a losmás espontáneos impulsos.

No demostró Nietzsche, ni mucho menos, que el pro-greso del hombre sea posible sin una respuesta positivaa la llamada del compromiso personal, cual es la moralinspirada en el Cristianismo, ese “fardo” que, a pesar detodas las divagaciones de Nietzsche, responde a las exi-gencias de la propia esencia humana y empuja a la AC-CIÓN SOLIDARIA POR HUMANIZAR LA TIERRA des-de la concreta aplicación de las personales energías yvirtualidades de cada hombre fiel a su propia vocación.

Por lo tanto, la batalla del “león” es un derroche deenergías en el vacío y en el vacío, también, habrá el“niño” de establecer las bases “morales” de su nuevomundo.

Es la de Nietzsche una escalofriante proclama deradical soledad, justo lo que menos necesita ese hombreque, en pensamiento y en obra, se ciñe a las exigenciasde la Realidad y, por lo mismo, se hace más hombre através de la amorización de su entorno.

¿No creéis que Nietzsche, empeñado en situar a laHistoria dos mil años atrás, resulta la imagen o caricatu-ra de no pocos líderes de la «acción revolucionaria» ha-cia la fe materialista?

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IX.- LO REAL Y EL AMOR

Según nuestra creencia, un ser evoluciona, progresa,cuando responde positivamente a las potencias delAmor. Se da ya un remedo de amor en la partícula máselemental que “se adapta” el Plan General de Cosmogé-nesis y “participa” en la formación de una realidad ma-terial superior; esta “participación” ha requerido la su-peración de un aislamiento minimizador, algo así comovolcar hacia lo otro la propia energía interior.

Sabemos que la partícula más elemental es una enti-dad material animada por una energía interna que, se-gún y cómo, puede responder a una dirección precisa dela Energía Exterior: la positiva respuesta obedece a launiversal tendencia hacia lo más perfecto por caminosde “unión que diferencia”.

Es una UNIÓN que no implica confusión ni tampocodifuminación de las virtualidades de cada entidad mate-rial: cuando se observa en detalle a un átomo se descu-bre que, en la unión, siguen individualizados los elemen-tos que lo integran: diferentes y necesitados los unosde los otros, demuestran que, solamente unidos, reali-zan la función que les es propia.

Este es un fenómeno verificable en las relaciones delTodo con cada una de sus partes y de éstas entre sí.Cada nueva individualidad no anula las singularidadesde los elementos que la integran: esto es demostrable enla molécula, en la célula, en cada uno de los individuosde las distintas especies vegetales y animales y, tam-bién, en cualquier tipo de colectividad auténticamenteprogresista.

En los animales irracionales el instinto sexual, queles lleva a la unión y multiplicación, responde simple-mente a las leyes de la especie y no motiva ni diferen-

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ciación ni progreso. La respuesta a todos sus instintosse realiza de forma refleja, no libre. Cuando los instintostropiezan con el filtro de la Libertad la reacción o elcomportamiento puede traducirse en prueba de Amor:incluso acuciado dramáticamente por el hombre puedocompartir con el prójimo lo poco de que dispongo; encualquier momento, puedo canalizar las apetenciassexuales hacia un fin trascendente cual puede ser elrespeto por la libertad de otro o la renuncia por un finsuperior; puedo responder con paciencia o sentido de laoportunidad a las asechanzas del fuerte o a las impa-ciencias e incomprensiones del débil...

Hasta el Hombre, es de forma involuntaria como lasdistintas realidades materiales participan en el PlanGeneral de Cosmogénesis. Es el Hombre el primer serdel reino animal capaz de alterarlo. Lo hace en la medi-da y en el modo con que utiliza su capacidad de amor.

Si se nos pide que, en una sola frase, definamos alAmor, responderemos: Es la ofrenda voluntaria de lomejor de uno mismo al Otro.

Fuera del marco familiar, el amor ha de traducirseen ”vuelco de lo personal a lo social”. Este vuelco de lopersonal a lo social es una de las condiciones que hade respetar la especie humana para avanzar en el domi-nio o amaestramiento (humanización) de la Naturaleza.Ha de ser un avance en equipo y tanto más eficaz cuan-to las respectivas funciones respondan a las específicasfacultades de cada uno.

Puede que parte de los miembros del equipo partici-pe de manera egoísta y que ello abra una brecha en elcamino hacia el progreso... Sucede esto porque, en usode su libertad, juega el hombre a situar a su concienciacomo árbitro absoluto de lo real, “se toma a sí mismocomo principio” (San Agustín) y aplica sus capacidades

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a la satisfacción de un capricho o aspiración egoísta.Aun en estos casos, la obra de ese hombre o grupo dehombres puede traducirse en humanización de la natu-raleza y subsiguiente bien social si no falta quien ejerzaun mayor vuelco de lo personal a lo social: de ellohay sobradas pruebas en el desarrollo de cualquier cul-tura, muy particularmente, de la llamada cultura capi-talista.

La Historia nos ha dejado infinitos ejemplos de laregresión que significa la práctica del desamor: no otroorigen tienen tantas tropelías, baños de sangre, inhibi-ciones egocentristas, caprichosas destrucciones de bie-nes sociales, ignorancia de los derechos elementales delOtro, descaradas prácticas de la ley del embudo...: Refi-riéndose a este rosario de hechos y de comportamientos,no falta quien simplifique la visión de la historia pre-sentándola como un campo en que, sin tregua ni cuartel,el “hombre obra como lobo para el hombre” (es el famosohomo homini lupus de Hobbes). Otros dirán que la“guerra es la madre de la historia” (Heráclito), que “laoposición late en el substratum de toda realidad mate-rial o social” (Hegel) o que “la podredumbre es el labo-ratorio de la vida” (Engels) lo que sería tanto como ase-gurar que LA EVOLUCIÓN SE DETIENE EN ELHOMBRE.

Cuando las apariencias nos llevan a esa creencia esporque, en tal o cual época o lugar, ha habido determi-nados responsables que, en uso de su libertad, han res-pondido negativamente a las potencias del Amor. Y,aparentemente al menos, se ha producido una regresióna inferiores niveles de humanidad.

Aun en tales casos, es posible reemprender la mar-cha del Progreso si unos pocos héroes de la acción apli-can todas sus facultades personales a desarrollar en su

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ámbito la práctica del Trabajo Solidario, exclusiva for-ma de proseguir la propia realización personal y, porende, el progreso social.

Fueron muchos los siglos en que esos héroes de laacción estaban obligados a seguir su camino por simpleintuición: no contaban con indiscutible patrón de conduc-ta o clara referencia que les permitiera comprobar cómoesa su vocación social coincidía plenamente con el gritode la Ley Natural y la invitación del Ser que todo lohizo bien y que es Principio y Fin de Todas las Cosas.

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Lección II. EL CRISTIANISMO

I.- JESUCRISTO

Antes que sucediera ya estaba escrito: “Serán bendi-tas en Ti todas las familias de la Tierra” (Gen.12-3).“Fue suyo el señorío de la Gloria y del Imperio; todos lospueblos, naciones y lenguas le sirvieron y su dominio eseterno, que no acabará nunca y su Imperio, imperio quenunca desaparecerá” (Dan.7-14).

“Belén de Efrata, pequeño para ser contado entrelas familias de Judá, de ti saldrá quien señoreará de Is-rael y se afirmará con la fortaleza de Yavé... Habrá se-guridad porque su prestigio se extenderá hasta los con-fines de la Tierra” (Miq.5,2).

“Brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará desus raíces un vástago sobre el que reposará el espíritude Yavé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espí-ritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendi-miento y de temor de Yavé... No juzgará por vista deojos ni argüirá por lo que oye, sino que juzgará en jus-ticia al pobre y en equidad a los humildes de la Tierra”(Is. 11,1-5).

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“Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado unHijo, que tiene sobre sus hombros la soberanía y que sellamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sem-piterno, Príncipe de la Paz” (Is. 9-6).

Son innumerables las citas que, en el Libro, hablande la ”próxima” Venida.

Nació en Belén, durante la llamada Pax Augusta, y“fue condenado a muerte por Poncio Pilato, procuradorde Judea en el reinado de Tiberio”. Tácito, historiadorromano del siglo II) da fe ello y lo hacen otros escritoresde la época, como Luciano, que se refiere al “sofistacrucificado empeñado en demostrar que todos los hom-bres son iguales y hermanos”. Pero sobre todo... está eltestimonio de cuantos lo conocieron, pudieron decir“Todo lo hizo bien” y comprobaron su Resurrección. Amuchos de ellos tal testimonio les costó la vida.

Claro que su prestigio ha llegado ya hasta los confi-nes de la Tierra. Y todo lo hizo bien por que, efectiva-mente, sobre El reposa el Espíritu de Sabiduría y deInteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, espíritude entendimiento y de temor de Dios. No se guía porlas apariencias, sabe leer en el fondo de los corazones y,por lo tanto, juzga en justicia a todos los hombres.

Coeterno con el Padre, nació de mujer y, con estenatural acto, su normal pertenencia a la sociedad de laépoca, de cuyos problemas se hizo partícipe, su apasio-nada práctica del Bien y una Muerte absolutamente in-merecida pero ofrecida al Padre por todos los crímenesy malevolencias de la Humanidad, presentó a todos loshombres el Camino, la Verdad y la Vida en que lograr laculminación del propio ser de cada uno.

Gracias a su Vida, Muerte y Resurrección, proyectasobre cuanto existe la Personalidad de un Dios que sehizo Hombre.

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Desde entonces, todos podemos incorporarnos a suequipo para responder cumplidamente al apasionantedesafío de “amorizar la Tierra”. Habremos de hacerloen personal y continua expresión de Trabajo Solidario yEnamorado; será nuestra personal forma de colaboraren la divina tarea de culminar la Evolución, de partici-par en la obra de la Creación en marcha.

Pero hemos de situar en el lugar que corresponda alas diatribas y aberrantes supuestos de tantos y tantosque, a lo largo de la Historia, han pretendido usurpar ellugar que, por su propia Naturaleza, corresponde anuestro Señor Jesucristo.

II.- LA SAL DE LA TIERRA

“Los buenos cristianos no se distinguen de los de-más hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por suscostumbres. No habitan en ciudades exclusivamentesuyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un géne-ro de vida aparte de los demás..., sino que, habitandociudades de cualquier punto, según la suerte que a cadauno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demásgénero de vida a los usos y costumbres de cada país,dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admira-ble, y, por confesión de todos, sorprendente...

“Para decirlo brevemente, lo que es el alma en elcuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El almaestá esparcida por todos los miembros del cuerpo ycristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habi-ta el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo;así los cristianos habitan en el mundo, pero no son delmundo”.

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“El alma ama a la carne y a los miembros que la abo-rrecen lo mismo que los buenos cristianos aman tam-bién a los que les odian. El alma está encerrada en elcuerpo al que mantiene vivo; del mismo modo, los bue-nos cristianos están detenidos en el mundo como en unacárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón delmundo”.

Son párrafos (tomados del Discurso a Diogneto)redactados por un predicador anónimo del Siglo II. Si-guen de actualidad ¿verdad? como lo sigue su inspira-ción fundamental: “Sois la sal de la Tierra, sois la luzdel Mundo” y “puesto que sois la luz del Mundo... si nose puede ocultar la ciudad asentada sobre un monte, nise enciende una lámpara para ponerla bajo el celemínsino sobre un candelero para que alumbre a cuantos hayen la casa, vuestra luz ha de iluminar a los hom-bres” (Mt 5, 13-16).

III.- LOS CRISTIANOS Y LA PROPIEDAD PRIVADA

Meollo de la actividad económica, es el llamado DE-RECHO DE PROPIEDAD. De tal pretendido derechoya encontramos los españoles una definición “jurídica”en las célebres PARTIDAS del cristiano rey Alfonso X:es el “poder que home ha en su cosa de face della e enella lo que quisiere segund Dios e segund fuero”.

Si ahí se ve una clara referencia a la moral natural oley de Dios, no así en el código inspirador de toda la ju-risprudencia actual; se trata del Código Napoleón cuyoartículo 544 dictamina: “La propiedad es el derecho degozar y de disponer de las cosas de la manera más abso-luta dentro de los límites que marquen las leyes o regla-

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mentos”. Algo así ya se decía en el viejo Código Romanoque ve en la Propiedad el “ius utendi atque abutendi resua quatenus iuris ratio patitur” (es el derecho de usary de abusar de lo propio hasta el límite de la Ley).

Sin el claro matiz recordado oportunamente por elRey Sabio y dadas la abundantes situaciones no previs-tas por la Ley, es evidente que el Derecho de Propiedadha resultado y resulta un autorizado sistema de acapa-ramiento.

Ello debe preocupar a cuantos creen en la necesidadde que cada hombre disponga de lo necesario para cum-plir el fin que le es propio: desarrollar sus facultadespersonales en Libertad, Trabajo y Generosidad.

En esa línea se han movido los promotores de la en-señanza cristiana:

“Si la Naturaleza ha creado el derecho a la propie-dad común, es la violencia la que ha creado el derecho ala propiedad privada”. Tal enseñaba San Ambrosio, Ar-zobispo de Milán.

“Los propietarios, dice San Agustín, deben tener encuenta que han sido la iniquidad humana, sucesivosatropellos y miserias... lo que ha privado a los pobres delos bienes que Dios ha concedido a todos. En consecuen-cia, se han de convertir en proveedores de los menosfavorecidos”.

Estos llamados Padres de la Iglesia, promotores dela enseñanza cristiana, encontraron ilustrativas refe-rencias al tema en el Libro Sagrado, cuyas son las si-guientes categóricas precisiones:

“Yavé vendrá a juicio contra los ancianos y los jefesde su pueblo porque habéis devorado la viña y los des-pojos del pobre llenan vuestras casas. Porque habéisaplastado a mi Pueblo y habéis machacado el rostro delos pobres, dice el Señor” (Is.3,14).

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“¡Ay de los que añaden casas a casas, de los que jun-tan campos y campos hasta acabar el término, siendolos únicos propietarios en medio de la tierra!” (Is.5,8).

“Ved como se tienden en marfileños divanes e, in-dolentes, se tumban en sus lechos. Comen corderos es-cogidos del rebaño y terneros criados en el establo...Gustan del vino generoso, se ungen con óleo fino y nosienten preocupación alguna por la ruina de José”(Am.6,4).

“Codician heredades y las roban, casas y se apoderande ellas. Y violan el derecho del dueño y el de la casa, eldel amo y el de la heredad” (Miq.2,2).

Es el propio Jesucristo quien ilustra el tema con lasiguiente parábola:

“Había un hombre rico, cuyas tierras le dieron unagran cosecha. Comenzó él a pensar dentro de sí dicien-do: ¿Qué haré pues no tengo en donde encerrar mis co-sechas? Ya sé lo que voy a hacer: demoleré mis granerosy los haré más grandes, almacenaré en ellos todo mi gra-no y mis bienes y diré a mi alma: alma, tienes muchosbienes almacenados para muchos años: descansa, come,bebe, regálate... Pero Dios le dijo: Insensato, esta mis-ma noche te pedirán el alma y todo lo que has acapara-do ¿para quien será? Así será el que atesora para sí y noes rico ante Dios” (Lc. 12,16).

De algunos de los ricos de su época, Jesucristoarrancó el siguiente compromiso: “Daré, Señor, la mi-tad de mis bienes a los pobres. Y, si en algo defraudé aalguien, le devolveré el cuádruplo” (Lc. 19,8). A sí se ex-presó Zaqueo y demostró cómo una privilegiada situa-ción económica puede traducirse en bendición social.

La función social del derecho de propiedad era unade las principales preocupaciones de San Pablo, quienrecomendaba a sus discípulos:

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“A los ricos de este mundo encárgales que no seanaltivos ni pongan su confianza en la incertidumbre delas riquezas, sino en Dios quien, abundantemente, nosprovee de todo para que lo disfrutemos, practicando elbien, enriqueciéndonos en buenas obras, siendo libera-les y dadivosos y atesorando para el futuro con que al-canzar la verdadera vida” (I Tim.6,14).

El rico de este mundo puede serlo en acto o en po-tencia: recordemos que no son pocos los pobres obsesio-nados por vivir del trabajo ajeno y, envidiosos hasta elparoxismo, “explotar a quienes les explotan”. Unos yotros dan argumentos a Santiago para fulminar:

“Vosotros, ricos, llorad a gritos sobre las miseriasque os amenazan. Vuestra riqueza está podrida. Vues-tros vestidos consumidos por la polilla, vuestro oro yvuestra plata comidos por el orín. Y el orín será testigocontra vosotros y roerá vuestra carne como fuego. Ha-béis atesorado para los últimos días. El jornal de losobreros, defraudados por vosotros, clama y los gritos delos segadores han llegado a los oídos del Señor de losejércitos. Habéis vivido en delicias sobre la tierra, en-tregados a los placeres: os habéis cebado para el día dela matanza” (Sn.5,6).

Sucede que lo que yo considero mío, incluso cuandosobre ello me reconozca la ley el derecho exclusivo aluso y al abuso, no es más que una condición para la rea-lización personal, vocación truncada si al mundo que merodea le pongo el límite de mi propio ombligo.

Pero hemos hablado de Trabajo y de Libertad. Paraque, en libertad, el Trabajo alcance un buen grado defecundidad necesita suficiente motivación. Claro quetenemos al Amor como la más noble y la más fuerte delas posibles motivaciones; pero si el Amor como fuerzacreadora y de proyección social nace de la voluntaria

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entrega al servicio de los demás, hemos de reconocerque no es una facultad suficientemente generalizada.

Para que el Trabajo y la Libertad sean continuos fac-tores de desarrollo económico y social (es inconcebibleel último sin el primero) debe ofrecerse a los actores unamplio abanico de motivaciones. Y sin duda que no es lamenos efectiva de las motivaciones ésta que late en elderecho de propiedad. Así es y así ha de ser reconocidopor imperativo de la Realidad.

La estabilidad y desarrollo de la economía, en granmedida, se apoya en el afán y preocupación de los hom-bres de industria y de negocio por alcanzar esas cotasde poder social que da el uso y disfrute de determina-dos bienes o posiciones. También se apoya en la solidezjurídica de los logros personales, desde donde, a la parque desarrollar determinados caprichos, es posibleabrir nuevos cauces a la explotación de recursos natura-les y subsiguiente creación de empresas, sin lo cual esimpensable la organización y consolidación de la vidaeconómica.

Es deseable que lo que hemos llamado Amor estépresente en los actos y pensamientos de todos los hom-bres y mujeres; el camino está iniciado pero progresacon agobiante lentitud. Bueno es, entre tanto, usar deotras motivaciones cual es el ansia de poseer o apasiona-do cultivo del derecho de propiedad según los dictadosde la propia conciencia (e, incluso, conveniencia) dentrode los límites, claro está, que marque la ley (y el aparatofiscal).

De ahí se deduce que, si el Trabajo y la Libertad, semuestran como imprescindibles condicionamientos deldesarrollo económico, es el espíritu generoso (o Amor)la mejor vía para que los “regalos de la fortuna” no seconviertan en la principal trabazón del desarrollo per-

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sonal (“alcanzar la verdadera Vida”, según está escritoy testimoniado).

Caben ahí las puntualizaciones de Santo Tomás deAquino:

“Si se le concede al hombre el privilegio de usar de losbienes que posee, se le señala que no debe guardarlos ex-clusivamente para sí: se considerará un administradorcon la voluntad de poner el producto de sus bienes al ser-vicio de los demás... porque nada de cuanto correspondeal derecho humano debe contradecir al derecho naturalo divino; según el orden natural, las realidades inferioresestán subordinadas al hombre a fin de que éste las utilicepara cubrir sus necesidades. En consecuencia, parte delos bienes que algunos poseen con exceso deben llegar alos que carecen de ellos y sobre los que detentan un dere-cho natural”.

Hay en esta acepción del derecho de Propiedad pro-fundo conocimiento de la naturaleza humana y de losprecisos resortes en que se apoya la voluntad de acciónal tiempo que una preocupación por la universalizaciónde los bienes naturales, cuyo descubrimiento y optimi-zación, lo sabemos muy bien, depende, en gran medida,de la acción manual y reflexiva del hombre. Por ello, seha de tomar como rigurosamente realista.

No tan realista es la pretendida colectivización irra-cional que, defendida apasionadamente por los utopis-tas de estos dos últimos siglos, suponía a un hombrecómodo y “socialmente productivo” desde la totalirrelevancia dentro de la masa. Lo aventurado de talsuposición viene avalado por la más reciente historia:sin libertad, la generosidad es sustituida por la apatía yel trabajo se convierte en una carga sin sentido. De unaforma u otra, el hombre, para resultar como tal, ha deaspirar a manifestarse como persona, es decir, como ser

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perfectamente diferenciado de sus congéneres: cuandono lo sea por su derroche de generosidad, pretenderáserlo desde el libre ascenso hasta algo que su entornocelebre.

Tampoco es realista el redivivo sueño calvinista deque el poder y la riqueza son muestra de predestinacióndivina o que el derecho a usar y abusar de las cosas esuna imposición de la moral natural, mensaje subliminalque parece latir en el meollo de la llamada EconomíaClásica, alguno de cuyos teorizantes se han atrevido apresentarse como voceros de la voluntad de Dios: “Digi-tus Dei est hic”, escribió Bastiat al principio de sus “Ar-monías Económicas”, libro presentado como pauta deuna cruzada hacia la verdad y la justicia por el caminode la propiedad sin freno social alguno puesto que “elinterés exclusivamente personal de los privilegiados esel instrumento de una Providencia infinitamente previ-sora y sabia”.

El propio Adam Smith gustaba ser consideradocomo moralista: defendía el acaparamiento sin medidacomo un camino hacia un mundo en que habría abun-dancia para todos; los insultantes atropellos son pre-sentados como lógica consecuencia de la marcha hacia elprogreso y no como obra de la mala voluntad o crasa fal-ta de preocupación por los derechos del Otro.

Pero sí que es realista asumir la circunstancia conánimo de humanizarla. Hubo en el pasado artífices deprogreso cuya obra fue hija del más craso egoísmo; hayempresarios que dan trabajo sin la mínima preocupa-ción por cuantos rezan en su nómina... hay descubri-mientos geniales, fruto exclusivo de la vanidad de suautor...

Entre los obreros del progreso, hemos de reconocer-lo, son pocos, poquísimos, los que cultivan el trabajo

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enamorado y muchos, muchísimos, que cumplen unafunción social (desarrollan un trabajo trascendente)desde la sed de fama, poder o dinero, en suma, desde elmás crudo egocentrismo. Para éstos como para los másgenerosos, una realista visión del Progreso pide Liber-tad, por supuesto que dentro de un Ley preocupada porzanjar ancestrales discriminaciones.

Por debajo de la generosa e incondicionada preocupa-ción por el prójimo (eso que estamos llamando Amor) elentorno social brinda otras motivaciones a la participa-ción en el Progreso: una de las más fuertes es la aspira-ción tanto a disponer caprichosamente del resultado delpropio esfuerzo como a dejar constancia de ello. Por esoresulta socialmente positiva la institucionalización delderecho de propiedad sobre las cosas que va más allá delsimple uso y facilita la libre disposición de ellas en ope-raciones de compra, venta, donación, herencia... etc.

Y habremos de dar la razón a Comte para quien “lapropiedad privada debe ser considerada una indispen-sable función social destinada a formar y administrarlos capitales que permiten a cada generación prepararlos trabajos de la siguiente”.

Tomados así, los títulos de propiedad y el dineroson positivas herramienta de trabajo.

Desde la óptica cristiana, el derecho de propiedadimplica la administración sobre las cosas de forma queéstas puedan beneficiar al mayor número posible depersonas. Ello obliga al “propietario” a ser riguroso enel tratamiento de los modos y medios de producción, adesarrollar la libertad y el amor al trabajo, a valorarse ya valorar en la justa medida a todos sus compañeros deempresa, a procurar que ésta se ajuste a la línea de pro-greso que permiten las técnicas y sus medios económi-cos y, por lo mismo, alcance la mayor proyección social

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posible: el llamado propietario puede y debe estargallardamente en ese mundo sin ser de ese mundo.

Para los Cristianos el derecho de propiedad no es,propiamente, un derecho natural pero sí una especie deimposición de las realidades que facilitan el equilibrio yel progreso social: es para ellos un derecho ocasional o,si se prefiere, un privilegio consagrado por la Ley. Pri-vilegio que, como apuntaba Bardiaef, puede enriquecer-le espiritualmente si le empuja a procurar el bien mate-rial de los otros hombres.

IV.- LA CIENCIA Y LA DOCTRINA

En poquísimos años y gracias a la Ciencia, la explica-ción de la realidad material ha llegado a unos niveles nisiquiera esbozados en miles de años de historia de laHumanidad. En cambio, lo que se llama cultura laica,muy seguramente, está por debajo del nivel en que semovían los contemporáneos ilustrados de Aristóteles.

En la era espacial, la era del descubrimiento de loinfinitamente grande y de lo infinitamente pequeño, delos quanta y de la Teoría de la Relatividad... el razona-miento de muchos de los ilustrados de ahora apenas vamás allá de los balbuceos presocráticos en torno al ori-gen, preocupaciones y destino del hombre. Ello da piepara que los más ponderados evoquen a la democraciade Pericles como más coherente y sólida que cualquierade las actuales o reconozcan a la lógica de Aristótelescomo un inigualado cauce para el humano discurrir.

Alguno de los siete sabios de Grecia podía creer ydefender de buena fe que la tierra era un cilindro conaltura superior en tres veces a su diámetro y descansan-

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do sobre los hombros de un Titán mientras que impartíadoctrinas muy capaces de diferenciar la realidad de lafantasía en los problemas de realización personal. A lainversa, en nuestra época, pululan llamados sociólogostotalmente ajenos a la complejidad de la materia o a lascuestiones que despierta la grandiosidad del Universomientras que celebradas lumbreras de la Ciencia, consupino atrevimiento, niegan al hombre cualquier excep-cionalidad respecto a sus otros compañeros del reinoanimal.

Aun tan palmaria constatación, no es raro prestarmayor autoridad a las dogmatizaciones que, sobre laautosuficiencia de la materia, formula un profesional delpensamiento especulativo que a las experimentadasconclusiones de un paciente investigador empeñado endesentrañar los más intrincados vericuetos de la reali-dad material. Este y no el otro dispone de conocimientosy medios para situar al progreso científico en su justadimensión; no será lo mismo si se atreve a dogmatizarsobre tal o cual parcela de la mente humana,

Ello no obstante, cada día, vemos cómo científicosy pensadores rivalizan en presentar particulares ver-siones del Absoluto; puede que lo hagan totalmenteajenos al rigor y solamente preocupados por canalizarhacia su ego cualquier imaginable suposición sobre elorigen o sentido de la realidad material y del pensa-miento: si se descubre en la materia una insospechadacomplejidad, pensador habrá que preste a la materia lacapacidad de autoregenerarse y, puesto que es acepta-do como filósofo, se atreverá a presumir de que, conello, abre nuevos cauces al destino espiritual de laHumanidad. Por el mismo orden de cosas, tal o cualilustre Físico puede ser aceptado o presumir de ser elmejor director espiritual.

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En realidad, son cosas que han ocurrido en cual-quier época de la historia y que, desgraciadamente, des-piertan eco en multitud de mentalidades sencillas yabiertas a lo que suena bien aunque resulte absoluta-mente incomprensible y muy poco relacionado con susmás acuciantes preocupaciones.

Ha sido preciso romper las fronteras de lo grande yde lo pequeño para que, en nuestra época, los poco ilus-trados pero reacios a comulgar con ruedas de molinolleguen a una privilegiada situación: la de comprobarcomo la auténtica Ciencia se muestra prudente a lahora de establecer conclusiones definitivas: el hilo de laexplicación de un fenómeno como la Vida se pierde enun horizonte al que, probablemente, nunca llegue elmás sofisticado aparato de laboratorio, rigurosamenteincapaz de explicar una mínima inquietud espiritual, laalegría del sacrificio, la fecundidad histórica del Amory, mucho menos, a Dios. Ayuda a aceptar, eso sí, la in-mensidad del Universo o las ilusionantes evidencias deun Plan General de Cosmogénesis.

La Doctrina, viva en la buena conciencia de los cris-tianos, ha propugnado siempre humildad frente a lomucho que falta por conocer de la realidad material (enocasiones ello le ha hecho pegada a viejos principios) yfirmeza e todo lo que concierne a una feliz trascenden-cia personal lo que, ya lo hemos dicho, implica una vo-luntaria, continua e intensa participación en la tarea dedescubrir, cultivar y universalizar los bienes naturales.

La Doctrina considera inútil todo progreso científicoque no revierte en servicio al Hombre: Si a todo avancede la Ciencia se le puede hallar un fin práctico según elbien de la Humanidad, la poderosísima Técnica moder-na, capaz de multiplicar cosechas, prevenir calamidadesnaturales, desviar el cauce de los ríos, potabilizar el

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agua del mar, acercar distancias incluso entre los as-tros... es, en sí, un formidable medio de servir a la Hu-manidad.

Como tal es apoyado cordialmente por cuantos tra-bajan con su inteligencia, con sus manos y con los me-dios materiales de que disponen (incluido el dinero)para promover la multiplicación, distribución y equita-tivo uso de los bienes naturales.

A estas alturas, es ridículo presentar cualquier rivali-dad entre la Doctrina y la Ciencia. De lo que se trata esde desarrollar esta última en libertad y siempre con an-sia de proyección social. Desde esa actitud, sus promoto-res serán fieles adictos al Trabajo Solidario y, en el decirde Teilhard, participarán en la inacabada obra de laCreación, lo que, en absoluto, contradice a la Doctrina.

En este punto conviene recordar cómo, en épocascruciales, la Iglesia ha marcado la pauta del progresis-mo científico el, cual, durante muchos siglos, no lo olvi-demos, estaba ceñido a las Ciencias del Pensamientopuesto que aun era muy largo el camino a recorrer hastadescubrir, por ejemplo, la ley del péndulo o el telesco-pio y otros puntos de apoyo de la Física Moderna.

Era en el marco de la Filosofía en donde se estudiabacualquier relación con la Tierra o el fenómeno humano,siempre bajo el clásico imperativo “Theologiae ancillaPhilosophia”.

Obviamente (no olvidemos que “el poder corrompe”),se incurrió en exageraciones, que afectaron negativa-mente al progreso científico. Era, probablemente, elmiedo a perder posiciones y privilegios: algo, aunquefrecuente, muy poco cristiano.

Atrevámonos ahora a unirnos a cuantos encuadranla Obra de la Creación en los cauces abiertos por la po-derosa Ciencia actual: no se trata de romper esquemas

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sino de mantener, como siempre, los ojos bien abiertosa la más palmaria Realidad.

Con ello recobramos el “valor” de tantos pensadorescristianos inclusive coetáneos de Jesucristo: “Creíanpara comprender” y nunca su fe estaba reñida con laCiencia que es tanto como decir su fe estaba en sintoníacon las certeras percepciones de la Realidad.

Según ello, a la luz de la Ciencia más reciente y trasuna nueva y serena lectura de los Textos Sagrados, po-demos descubrir en Jesucristo una nueva DIMENSIÓN,nacida de su excepcional DOBLE NATURALEZA (Divi-na y Humana): es una dimensión o PROYECCIÓN his-tórico-cósmica, que se expresa en una Presencia activaen el acontecer de cada día, muy especialmente, en elprotagonizado por los “hombres de buena voluntad”cuyo paso por la tierra es, NECESARIAMENTE, un es-labón más hacia el Progreso Universal en su más estric-to sentido, el de la Convergencia hacia lo que NO PUE-DE MORIR.

Y en el camino, tras continuo ejercicio de Libre Res-ponsabilidad y de Trabajo Enamorado en sintonía con laprodigiosa fecundidad de la Tierra, la multiplicación yequitativa distribución de bienes entre todos los hom-bres (Pan y Libertad, fundamentalmente).

Desde esa óptica la Teología pierde mucho de su tra-dicional abstracción para situarse al nivel del hombrecorriente y moliente, obligado él a enriquecer su propiavida en la más amplia y social explotación de sus perso-nales facultades.

Así creemos haberlo visto en el frecuentemente alu-dido Teilhard de Chardin, científico moderno, fiel cris-tiano, sereno místico y hombre realista como pocos.Para nosotros Teilhard de Chardin fue, principalmente,un heroico pionero y un hombre de fe que pide a su Igle-

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sia, siempre prudente y, en ocasiones, aprisionada porla inercia histórica y ancestrales prejuicios, un nuevogesto tan “revolucionario” como aquel por el cual elevangelista San Juan, haciendo uso de la más racionalLógica de su época, cristianizó al Logos Alejandrino:

Un judío helenizado, Filón de Alejandría, defendíaque el “Logos” (el Verbo o la Palabra) era el Hijo primo-génito, sabiduría y razón de Dios, por quien el mundo escreado y se mantiene.

Tal postulado, que cobraba excepcional fuerza en laintelectualidad judía de la época, a juicio de Juan prestaargumentos complementarios al Hecho de la Redencióncuyo principal Capítulo acaban de seguir en “vivo y endirecto” y no duda lo más mínimo al reflejarlo en suEvangelio: “En principio, la Palabra existía, la Palabraesta en Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en elPrincipio con Dios. Todo se hizo por Ella y sin Ella nose hizo nada de cuanto existe. En Ella estaba la Vida yla Vida era la Luz de los Hombres. Y la Luz brilla en lastinieblas y las tinieblas no la vencieron” (Jn. 1,1).

Los cristianos podemos ver en esas particulares for-mas de expresión una clara referencia a la genial reali-dad de dos naturalezas, la Naturaleza Humana y la Na-turaleza Divina, asumidas por Jesucristo para redimiral Hombre y hacer Historia.

El protagonismo de Jesucristo (envidiado por nopocos ”sabios de este mundo”), Dios y Hombre para todala Eternidad, es evidenciado por su Vida, su Muerte, suResurrección y su Ascensión (o ¿su inserción, ya comoDios-Hombre, en la Plenitud del Universo), plasmadotodo ello en una Presencia vivificante y activa en la His-toria (por medio de la Eucaristía y su perenne Gracia).

El mundo del Espíritu, aunque intuido y PRESEN-TADO COMO NECESARIO por la Ciencia, no puede ser

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explicado ni siquiera interpretado por ella. Es ahí dondeentra la Doctrina, cuyas revelaciones despiertan eco en lomás valioso del ser humano y, sobre todo, vienenavaladas por la Sangre y Testimonio del Dios Hombre.

Efectivamente, tenemos sobrados argumentos paracreer que nada de lo que la Ciencia muestra como REALcontradice lo más mínimo a la Doctrina, sobre todo,cuando ésta marca como indiscutible camino de espiri-tualización la preocupación personal por acrecentar ymejor distribuir los bienes materiales, objetivo irrenun-ciable de la propia Ciencia.

V.- UN SENTIDO DE LA HISTORIA

Es ocioso insistir sobre el carácter progresista de laHistoria si bien resulta prudente no olvidar los evidentesprofundos baches entre civilizaciones. El porqué y elcómo de ese progreso es fuente de abundantes especula-ciones que, muy frecuentemente y al estilo de Freud oMarx, se basan en tal o cual apreciación temporal y parcial.

Pero no todos piensan que la Humanidad, aunquecon lentísimo paso, camina hacia su perfeccionamiento:uno de los más celebrados teorizantes pesimistas esOswaldo Spengler (1880-1936), empeñado en resucitarel culto a la animalidad y a la intrascendencia.

Spengler “es uno de los escritores que más han con-tribuido a envilecer el segundo y tercer decenio de nues-tro siglo (tiránicos totalitarismos y grandes guerras)mediante una interpretación brutalizada de Nietzsche”(Hirschberger).

Lo que está en juego, proclama Spengler, es la vida,la raza y el triunfo de la voluntad de dominio; no la con-

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quista de verdades, de inventos o de dinero. La HistoriaUniversal es el tribunal del mundo: da siempre la razóna la vida más fuerte, más plena, más segura de sí mismay confiere siempre a esa vida derecho a la existencia,sin importarle que resulte justo o injusto a la concien-cia. Ha sacrificado siempre la verdad y la justicia al po-der, a la raza, y ha condenado siempre a muerte a aque-llos hombres y pueblos, para quienes la verdad fue másimportante que la acción y la justicia más esencial quela fuerza”.

Así fue y será siempre en la historia de la humani-dad desde ”el hombre primitivo que anidaba solitariocomo un ave de rapiña. El alma de este fuerte solitarioes enteramente guerrera, desconfiada, celosa de sufuerza y de su botín... conoce la embriaguez del deleitecuando el cuchillo entra en la carne del enemigo y cuan-do el vaho de la sangre y los chillidos de la víctima pe-netran en sus sentidos triunfantes...”

Es una radical bestialización que para Spengler pri-va y triunfa a todo lo largo de la historia puesto que, talcomo proclama sin rebozo alguno “todo varón auténtico,aun en los estadios superiores de las culturas, percibeen sí mismo el dormido rescoldo del alma primitiva”.

Vemos ahí una “justificación intelectual” de los tirá-nicos totalitarismos, guerras mundiales y masacres depueblos que ha vivido nuestro siglo: de hecho, Spenglerinvita al hombre-bestia (torpe diosecillo de barro hijodel “superhombre” de Niezstche) a erigirse en protago-nista de la historia por el camino del atropello y del cri-men sin paliativo alguno. Coloca al hombre en el nivelmás bajo de la escala zoológica.

Por directa imposición de la Realidad ya sabemos queestructurar la Vida y la Historia por la exclusiva inspira-ción de la fuerza animal es cultivar una absoluta ceguera

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hacia la única dimensión humana que garantiza un Pro-greso sin dramáticos baches: la dimensión espiritual.

Por el contrario, el pobre ser que se deja dominarpor la borrachera de la bestialidad aun en vida captarápalmariamente el vacío en que se ha encerrado: es unencierro que no le impedirá vivir y morir atormentadopor su sed (vocación) de trascendencia. Es un tormentotanto mayor cuanto más en serio se haya tomado el al-canzar la cúspide de la pirámide humana: siempre serárebasado por otro más bestia o más fuerte y, en el últi-mo término, por la muerte. Ha perdido el preciosotiempo que se le concedió de vida puesto que, por incu-rrir en la apostasía de la insolidaridad, ha resultado laprincipal víctima de un antinatural, desbocado y ridícu-lo egocentrismo.

Para huir de tales extremos otros muchos de nues-tros contemporáneos cultivan la vieja evasión románticaque preconiza Klages: Luchando siempre contra el másvago impulso de irracionalidad, toman la vida propiacomo un juego intrascendente en el que solamente de-ben intervenir los instintos, el blando sentimentalismo,lo lúbrico, el “pathos”... sin otra preocupación que la deaprovechar las migajas de bienestar o placer animal quedeja escapar la fatalidad. Se huye así del constante do-minio que ejerce el espíritu sobre la técnica, la econo-mía, la civilización y la política. El tal dominio, dogma-tiza Klages, fue iniciado por los más celebrados pensa-dores griegos para “fortalecerse descomunalmente” conel Cristianismo. Contra tal corriente “espiritualizado-ra” invita Klages a oponer toda la fuerza de la dimen-sión humana que más interesa a una inmensa mayoría:la dimensión animal.

Es la propia Realidad, insistimos, la que no admitetan pobres concepciones del Hombre, que, en su noble

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esencia, no es una fiera al acecho ni tampoco un anima-lillo que distrae sus sufrimientos con el continuado re-curso a sus más elementales instintos.

Ni Spengler ni Klages dudan de la dimensión espiri-tual del Hombre: lo que pretenden es encadenarla a ladimensión animal que es (o ¿debe de ser?) la “triunfado-ra”. Tras ellos no falta quien niegue, pura y simplemen-te, la dimensión espiritual del Hombre.

Los sueños de animalización colectiva, recordamosde nuevo, chocan frontalmente con la Realidad: la di-mensión espiritual, el más valioso tesoro del reino ani-mal, a partir de su expresión primera en el homínidocapaz de personalizar su acción, es el principal ele-mento con que la historia cuenta para su desarrollo yprogreso. Es responsabilidad de cada hombre avanzarhacia su propia plenitud desde el natural y racional usode los nuevos medios que el tal progreso de la Historiapone a su alcance.

De esa forma, la Historia (la Humanidad en general)y cada hombre en particular participan en un progresoconsecuente con lo que hemos llamado Plan General deCosmogénesis o Creación en marcha.

Ha de ser ése un Progreso capaz de superar los fre-nos que oponen la fuerzas negativas de la propia histo-ria, entre los cuales uno de los más fuertes resulta serel regresivo uso de la Libertad.

Un Progreso que sintoniza con el Plan General deCosmogénesis es un progreso que exige a cada hombrecontinuo ejercicio de Trabajo Solidario y, por lo mismo,cubre etapas de Amor con proyección cósmica.

Muy bien como ilusionante invitación a la Acción...pero ¿qué decir de la “circunstancia” en que vivimos ynos desenvolvemos? ¿Hacia dónde nos podemos dirigircuando dudamos?

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A Jesucristo y a sus fieles, sin duda alguna.La Historia, que Jesucristo preconiza, se basa en la

LIBERTAD RESPONSABILIZANTE de cada hombre.El uso de la libertad es regresivo y estéril cuando no vaacompañado por un vuelco social de las personales fa-cultades, es decir, cuando no se ajusta a las leyes de laArmonía Universal. Por eso, en una de sus más fervien-tes oraciones como Hombre, la de la Ultima Cena, supli-ca al Padre: “Que todos sean uno como Tú, Padre, en míy Yo en Ti; que ellos también sean uno en Nosotros paraque el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les hedado la gloria que Tú me diste para que sean uno comonosotros somos Uno: Yo en ellos y Tú en Mí” (Jn.17,21).

En el Antiguo y Nuevo Testamento late esa genialRealidad, que “tienes enteramente cerca de ti: está entu boca, está en todo tu ser para que todos tus pensa-mientos sean fecundos” (Dt.30,14), “es por quien existetodo y todo se ajusta al Plan de Dios” (Ecles.42,15); “eslo que empuja a la acción a cuantos creen” (Ts.3,13).

Plan de Dios y Libertad del Hombre, según ampliasreferencias de la Doctrina que sirve de alimento a la Fe,son factores incluidos claramente en la Obra de la Re-dención, principalísimo capítulo de la Creación en Mar-cha. De toda la Teología, es lo referente a la voluntad deDios, al Plan de Dios, lo que más interesa al Hombre y,sin duda, es en ello en lo que ha de basar su participa-ción en la Historia. Con palabras más o menos moder-nas así lo han entendido los más influyentes Padres dela Iglesia: San Bernardo de Claraval, por ejemplo, de-claraba continuamente: “Más que adentrarme en la Ma-jestad de Dios prefiero aplicarme a interpretar su vo-luntad”. Y queda claro que la voluntad de Dios respectoal hombre ni puede ir más allá de las fuerzas de éste nicontravenir su sagrado respeto por la Libertad en que

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cobra valor creador el Trabajo Solidario del hombre. ElPlan de Dios preside y se ajusta a la Realidad.

La parte de Realidad, que desvela la Ciencia, se centray se explica por el fenómeno de la Evolución el cual, comoya hemos dicho, muestra cómo el Hombre está en caminode su propia realización (de su Ser) en tanto en cuantodesarrolla sus facultades personales según el continuoempeño de “amorizar” su circunstancia material y social.

La Iglesia, ya lo hemos dicho, a pesar de todos loscondicionamientos históricos a que está sometida por sucarácter de organización terrena, cultiva y respeta a laCiencia en tanto en cuanto ésta sirve a la dignidad ysolidaridad humanas.

La Ciencia, también lo hemos apuntado, resulta in-térprete fiel de la Realidad siempre que se centre en eldescubrimiento y constatación de los fenómenos sincaer en la tentación de la autosuficiencia o de las diva-gaciones por la resbaladiza fantasía.

Con el respeto que se merecen Una y otra y desde lainquietud por comprender el origen y sentido de la pro-pia vida se puede lograr una aproximación al sentido dela Historia.

Hoy ya nadie discute sobre los puntos de coinciden-cia entre la Fe que defiende la Iglesia y las conclusionesfundamentales de la Ciencia moderna sobre la lógicanatural de una Causa Primera.

Dicho esto, conviene recordar que la Una es la “No-via de Cristo” (P.22,17), el Dios-Hombre, Principio y Finde todas las cosas, y que la otra, progresivamente, ofre-ce los medios materiales para poner esas mismas cosasal servicio de todos y cada uno de los hombres que pue-blan la Tierra. “Humanizar” las cosas o, mejor aun, ca-nalizarlas según su más noble dimensión... ¿no es unaforma de ajustarse al Plan de Dios?

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El alma de la Ciencia es la fe en la Tierra; el almade la Iglesia es la Fe en Cristo-Dios. Tranquilamente, elcristiano puede asumir esa doble Fe como norte de suactiva participación en el Progreso.

La Ciencia observa, encadena fenómenos, duda, ex-perimenta y llega a conclusiones que le ayudan tanto adescubrir el origen de las cosas como a amaestrar lasfuerzas naturales. Sin renegar de su fe en la Tierra, hadescubierto tanto la NECESIDAD de una Causa Prime-ra como la irrefrenable ascensión de las formas mate-riales hacia un MÁS SER.

Por su parte y en razón de su Fe de siempre, la Igle-sia mantiene que Dios, Causa Primera, principio y Finde todo, ama, crea y gusta de ser correspondido en liber-tad. El Hombre, objeto preferente de la atención deDios, alcanza su más noble destino cuando, sin pausa,proyecta hacia los demás sus facultades personales, esdecir cuando AMA.

Para la Iglesia el Plan de Dios y el papel del Hombreen la Creación fueron mostrados al Mundo por el pro-pio Jesucristo, excepcional personaje histórico cuya au-tenticidad no pone en duda la Ciencia más exigente.

Liberándose de prejuicios, humilde y hambriento deVerdad, el hombre de hoy está invitado a reconocer tan-to la plena identificación entre Jesucristo y la CausaPrimera como que la cúspide de la Evolución (la conver-gencia en el punto Omega, que diría Teilhard) coincidecon la Parusía, Apoteosis del Amor o definitiva realidaddel “Todo en Todos” de que, sin equívocos, habló SanPablo.

Si es así, y hay sobradas razones para aceptar que loes, los hombres de hoy podemos creer que “El nos forta-lecerá hasta el fin para que seamos definitivamente su-yos en la PARUSÍA. Pues fiel es Dios por quien hemos

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sido llamados a la unión con su Hijo, Jesucristo, SeñorNuestro” (I Cor.1,8).

No es, pues, difícil de aceptar que Dios AMA HAS-TA LO INFINITO y que, por imperativo de su Amor,CREA Y ESPERA SER AMADO EN LIBERTAD.

Por caminos de Libertad, contagiando Amor, se rea-liza el estadio supremo de la Evolución, la Redención,en la que, junto con Jesucristo, participan todos los cris-tianos. Redención, cuyo propio campo de acción es elmundo en el que se mueven los hombres con todas suscarencias y aspiraciones; redención que requiere trabajoy amor indiscriminado.

Hétenos como Ciencia y Cristianismo nos ayudan acaptar y utilizar las “herramientas” del Progreso. Gra-cias a tales herramientas y a su “adecuada” utilizaciónpodemos, paso a paso, descubrir y humanizar las virtua-lidades de la Materia para, en continuo ejercicio de ge-nerosidad, universalizar bienes y voluntades.

Ese es un probable e ilusionante sentido de la Histo-ria, cuya realización tropezará con no pocas dificultadeshijas de la libertad de los propios hombres. Algunas deesas dificultades, en múltiples ocasiones y tal como po-dremos comprobar en los siguientes capítulos, son otrostantos soportes de reacción positiva.

VI.- EL ENTRONQUE CULTURAL DEL MUNDO IBÉRICO

Para al esfera cultural en que se mueve el MundoIbérico, la historia escrita del pensamiento empieza conlos griegos.

En líneas generales, la forma de pensar de los inte-lectuales griegos estaba animada por la preocupación

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de deducir el significado de la vida humana desde elprevio conocimiento de su entorno físico y espiritual.Era una actitud realista (percepción y reflexión sobre lapropia reflexión) en la cual escasa cabida tenía elfantasismo individualista que, tan cerca de nosotros,han defendido los llamados arquitectos de ideas (losidealistas, con Hegel a la cabeza).

Algunos de los presocráticos ya se preocuparon porexplicaren lógica natural cuanto existe: abogaban poruna especie de comunitarismo entre elementos y perso-nas. En esa línea ha de interpretarse el legado de unTales de Mileto para quien el principio creador era elagua, del que proceden desde el ínfimo animal hasta lospropios dioses; para Anaximandro, compatriota de Ta-les, el principio creador era el “apeirón” o lo infinita-mente indeterminado que adopta las variadas formasimpuestas por la evolución, desde una elemental partí-cula hasta la propia inteligencia; en la misma línea,Anaxímenes, discípulo de Anaximandro, identifica a lamateria prima con el aire (polvo cósmico, que podríadecir Teilhard).

Sin duda que esos primeros apuntes evolucionistas,desde una óptica que mucho se parece a la de TODO ENTODOS, representan un serio esfuerzo por situar alhombre en el camino que mejor corresponde a su desti-no: se mira al cielo con los pies en la tierra y teniendoenfrente a un ser (animal político, que dirá Aristóteles),que aprecia progresivamente su libertad.

Pero también, en la época, tuvieron su propia eva-sión idealista. Una de las corrientes más destacadas deltal idealismo viene representada por el “divino” Platónque ve en las ideas a las madres de las cosas y, también,por los “pitagóricos”, para quienes los “números son lacausa primera y raíz de cuanto existe”.

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Era aquel una especie de “idealismo objetivo”, muydistinto del “idealismo subjetivo” de la escuela alemana:para aquellos el cerebro era un simple receptor de imáge-nes a dilucidar, mientras que, para éstos, la propia con-ciencia resulta ser el principal proyector de la verdad.

En su momento, volveremos al tema del “idealismosubjetivo”, tan responsable de múltiples fracasados co-lectivismos. Por ahora, bástenos reconocer lo poco quetiene que ver con la genuina cultura mediterránea, en laque, desde siglos atrás, la cultura española está entron-cada.

La circunstancia en que se desenvolvía la acción y eldiscurrir de los llamados filósofos clásicos, admitía a laviolencia como factor principal en las relaciones entreestados, no reconocía la igualdad entre los hombres has-ta el punto de institucionalizar formas de avasallamien-to de por vida sin otro aval que la fuerza física o la de-rrota en el campo de batalla.

Ante ello son muchos los tentados a considerar elpanorama como realidad definitiva: así parece mostrár-noslo Heráclito, llamado el “Obscuro”, cuya es la afirma-ción de que “la guerra es la madre de todas las cosas”,que, en fatal, gigantesca y agitada rueda, se ajustan a unciclo de 10.800 años (nadie ha explicado aun por qué):parece como si pretendiera demostrar que, hágase loque se haga, cuanto existe terminará volviendo a empe-zar después de haber bañado en sangre un largo perío-do de historia.

En la historia de los círculos intelectuales siemprehan existido posiciones encontradas. No es, pues, deextrañar que el “evolucionismo circular” y extremismoderrotista de un Heráclito (resucitado por Hegel y susdiscípulos) encontrara el polo opuesto en un Parméni-des, para quien la realidad está sumida en una especie

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de nirvana ocupada por un ser inmutable a cuyo conoci-miento solamente pueden acceder privilegiados comoParménides... el resto, sumidos en crasa ignorancia,habrá de contentarse con las simples apariencias. Desdeesa posición, resultará que la realidad total será lo quedetermina el sabio (“Lo mismo es el pensamiento queaquello que pensamos”). Sin duda que es una forma dediscurrir exageradamente racionalista, pero de un pecu-liar matiz que le libera del rígido anclaje al yo cual seráel caso del idealismo alemán.

Al margen de no pocas pedanterías y errores, en quetan fácilmente incurren los intelectuales de profesión, aestos primeros representantes de la cultura mediterrá-nea les cabe el mérito de abrir brecha en lo que podrá seruna fértil reflexión, en que pueda tomar carta de natura-leza una más certera aproximación a la realidad.

Tanto mejor si ello nos viene desde un paciente ydesapasionado estudio de las cosas, de los hombres y decuanto ocurre en ellos y entre ellos.

Tal fue el caso del maestro Aristóteles quien se em-peñó en conciliar experiencia y razón, comprometidaésta en la aproximación a la Realidad desde un NATU-RAL PRINCIPIO DE INTUICIÓN.

Con su “Liceo” Aristóteles se esforzó en salir delatasco en que se debatía la “Academia” de su antiguomaestro, Platón. Frente a la cantada autonomía de lasIdeas, Aristóteles responderá perogrullescamente: “Nose puede pensar sin comer”. Cantó la libertad del hom-bre frente al gregarismo de su maestro. Simultaneó lareflexión sobre las serias preocupaciones de los hom-bres con el estudio de las ciencias naturales.

Es así y a pesar de la palmaria ausencia de unosmedios imposibles en la época, apuntó la cuasi certezade la evolución animal, la estrecha relación entre el

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alma y el cuerpo, la necesidad de una primera Fuentede Energía, capaz de animar el proceso de “humaniza-ción” de la Realidad.

Por otra parte y como no era para menos desde lapagana visión del hombre, Aristóteles consideró a laesclavitud como una imposición de la infraestructuraeconómica y, en razón de ello, llegó a decir que algunoshombres eran “naturalmente” esclavos: si la Naturalezagusta de facilitar sus frutos a partir de un duro y conti-nuo trabajo, si las necesidades ordinarias requieren unaespecie de mecánica dedicación... las correspondientestareas no pueden ser desarrolladas más que por aque-llas personas en que predomina el afán de supervivenciasobre el afán de reflexión. Tal situación es inevitablehasta tanto “las lanzaderas y otras herramientas semuevan por sí solas”.

Legó Aristóteles a su entorno mediterráneo su pre-ocupación por casar hombre y naturaleza, por hacer de-pender al pensamiento de lo que entra por los sentidos,por apuntar a una Realidad en la que Todos dependende Todo, por identificar lo sabio con el mayor conoci-miento posible de la realidad desde lo natural hasta lopolítico pasando por lo fisiológico y técnico.

Es Aristóteles un personaje comprometido con elestudio de las cosas, las cuales, mediante la capacidadreflexiva del ser humano, pueden convertirse en ideas;nunca al revés, como fuera el caso de Parménides oPlatón.

Por demás, dedica especial simpatía a cuanto puedafacilitarla armonía entre los hombres y de éstos contodo el Universo espiritual y material.

En paralelo con ese afán por encontrar sentido tras-cendente a todo lo natural y humano, se desarrollan losafanes imperialistas de Alejandro (díscolo discípulo de

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Aristóteles) y de los Diadocos con la trágica secuela deruinas, atropellos y muertes.

Es cuando los más reflexivos de los hombres tratande encontrar el sentido de la propia vida dentro de símismos, lo que les lleva a preocuparse por lo que se lla-mará ciencia del comportamiento o ética.

Ahí también se dan posiciones encontradas: la de losepicúreos (de Epicuro de Samos) y la de los estoicos (dela “estoa” o pórtico ateniense decorado por Polignoto).

Los primeros, desde una concepción del mundo ram-plonamente materialista, basan la realización personalen perseguir el placer de los sentidos; sus obligacionessociales se reducían al buen parecer, según el patrónque marcó el propio Epicuro, personaje cultivado, desuave trato y amigo de sus amigos.

Incondicional devoto suyo fue Lucrecio Caro (96-55 a.C), el más celebrado panegirista del buen vivir de la dora-da época romana en que seguirían su doctrina y ejemplo la“beautiful people” de la época con Augusto, Virgilio, Hora-cio, Mecenas... como principales mentores. Es su religiónestrictamente formal y las divinidades opulentos rentistas,que viven para sí sin la mínima preocupación por lo queocurre en el mundo de los humanos en donde el más sabioes aquel que “acierta a vivir como un dios”.

Para los estoicos, en cambio, que cultivan una serenareligiosidad y el dominio de las pasiones, el auténticosaber no es, ni más ni menos, que la ciencia de las cosasdivinas y humanas. En sus creencias van más allá de lacosmogonía oficial y adoran a un dios “por el cual tieneel todo su existencia viva; es santo, inabarcable, jamásnacido, jamás muerto...”).

El moderno evolucionismo encuentra en la estoaun precedente: son las llamadas “rationes seminales”,ínfimas porciones de materia, que están en el princi-

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pio y origen de todas las cosas para confluir en el Todopuesto que “Zeus crece hasta consumar de nuevo en sítodas las cosas”. Según ello, el hombre sería de “linajedivino” y estaría comprometido en la inacabada obrade la Creación.

Esa perspectiva de la Estoa es celebrada por el pro-pio San Pablo: “Por que así han dicho algunos de vues-tros poetas, que somos de su linaje”, dice el Apóstol enAct. 17,28.

Frente al epicureísmo dominante, el estoicismo sedeclaró abiertamente beligerante. Su más cruda batallatuvo lugar en Roma en que, vilipendiada por unos, fuerecibida calurosamente por los personajes reputadoscomo más ascéticos al estilo de Escipión el Africano y elgran pontífice Mucio Escévola.

Es el estoicismo la doctrina que inspira la trayecto-ria intelectual del gran Cicerón y de nuestro Séneca.

Lucio Anneo Séneca pasa por ser el más ilustre re-presentante español de esta escuela y, probablemente,el más grande de los sabios de la Roma Imperial.

Para Séneca sabio es el que sabe conducir su vidaconforme a razón. Su filosofía o forma de pensar esesencialmente práctica: es una forma de vida más queun método de especulación teórica. Crítico de la co-rrompida corte de los sucesivos emperadores Calígula,Claudio y Nerón, sufrió enconadas represalias hasta sercondenado a abrirse las venas por parte del último, dequien había sido preceptor.

Para Séneca vivir conforme a razón es tanto una exi-gencia de la propia naturaleza como la mayor prueba deheroísmo (“El fuego prueba al oro; las vicisitudes de lavida a los hombres fuertes”).

En el centro de la Naturaleza (“Corazón de la Mate-ria”, dirá Teilhard) coloca a mismo Dios: “¿Qué otra

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cosa es la naturaleza sino Dios y la razón divina insertaen todo el mundo y en cada una de sus partes? ni se dala naturaleza sin Dios ni Dios sin la naturaleza...”

Las limitaciones de Séneca son las limitaciones detodo el que percibe en sí mismo el hueco de Dios y no hapercibido aun su cercanía por la gracia de Jesucristo.Porque no es verdad que Séneca llegara a conocer a SanPablo, quien, sin duda, le habría hablado de Jesucristo, deQuien no encontramos ninguna referencia en la obra deSéneca, le habría mostrado las diferencias esenciales en-tre Dios y sus criaturas y, también, nuevas posibilidadesde una mayor libertad en un día a día proyectado hacialos demás.

Pero, a pesar de su carácter de pensador pagano,Séneca fue aceptado como maestro de moral por no pocosascetas y religiosos, hasta llegar algunos a considerarlealgo así como uno de los primeros padres de la Iglesia.

Desde ese punto de vista, alecciona el hecho de que,muy al contrario de lo que ha ocurrido con otras viejossistemas de la antigüedad, la doctrina personificada porSéneca, el estoicismo, se desvaneciese progresivamenteante la crecida presencia del Cristianismo, tal como siel papel histórico que le hubiera correspondido fuera elde precursor y los valores que defendía fueran humildeanticipo de los ratificados por Jesucristo.

Sí que, a pleno derecho, habrá de ser consideradopadre de la Iglesia otro español, San Isidoro de Sevilla(560-636), hermano de San Leandro, el que bautizara alrey Recaredo y a toda su corte.

Para Isidoro, Dios es el eje de toda preocupacióncientífica y la piedra angular del edificio de todo acon-tecer humano. Reniega de toda especulación estéril ybusca un hermanamiento total entre Ciencia y Fe, entrepensamiento y humanización del entorno.

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Auténtica enciclopedia viviente, puso de actualidada Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca... a la par queabrió los caminos del Evangelio a los poderosos de laEpoca, siempre con directa proyección sobre el aconte-cer del día a día, la directa realidad que espera la im-pronta del convertido para resultar más benévola con elhombre. En obras como el “Libro sobre la Naturaleza delas cosas” muestra su preocupación por las aplicacionespositivas de la ciencia de su tiempo.

Crítico decidido del arrianismo, fue el catolicismoque enseñó San Isidoro de Sevilla una libre vía pararomper con viejos atavismos. En el ámbito de la Iglesia,fue, sin duda, el más ilustrado, equilibrado y pragmáti-co de los pensadores de su tiempo.

Consejero de doctores, reyes y papas, a través de laEspaña de entonces, mucho influyó en el complejo mun-do que sustituyó al derruido Imperio Romano.

Personifica San Isidoro una forma de vivir y liderauna cultura con larga proyección sobre la Historia deEspaña y, a partir de ésta, sobre la Historia del Mundo.

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Lección III. LOS DOS REINOS

I.- RELIGIÓN Y PODER

La Historia poco nos habla del fervor religioso delemperador Constantino; pero sí que pone de relieve supragmatismo político: aunque se mantienen dudas sobresi murió bautizado, está fuera de discusión que promo-cionó decisivamente lo que, en el llamado Mundo Occi-dental, habría de ser razón y base del poder políticodurante no menos de mil años: el reconocimiento de laIglesia Católica como valor social de primer orden.

Constantino había acertado a presentar a su rival,Magencio, como el anacrónico paladín de un viejo mundocarcomido por la abulia y la viciosa esterilidad. Y, puestoque era la Cruz el símbolo y el nimbo de gloria de sus másfieles y disciplinados súbditos, Constantino reflejó enella todo un raudal de juvenil energía capaz de abrir nue-vos horizontes de ilusión a una sociedad en crisis.

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Para muchos de sus súbditos aquella fue una “guerrasanta”: la derrota de Magencio representó la estrepitosacaída de los viejos dioses; el propio Jesús de Nazarethhabía de ser reconocido como el gran Triunfador.

Se prestaba así aire sobrenatural a la ocasional reso-lución de un simple conflicto de ambiciones.

Pero, al margen de la simpatía o interesada utiliza-ción de los poderosos, la Religión Cristiana se revelócomo una doctrina viva capaz de despertar y encauzarinnumerables vocaciones de amor y de trabajo: si habíaoficialismo y manipulación, también se había alcanzadoun superior estadio de libertad fecunda en ejemplos deFe “capaces de mover montañas”, algunos de los cualesrevertían en el pertinente freno a no pocos atropellos:como ejemplo de ello recuérdese cómo, años más tarde,san Ambrosio, obispo de Milán, se enfrentó al soberbioemperador Teodosio al que obligó a penitencia pública yal abierto reconocimiento de sus crímenes (por simplecuestión personal, el emperador había bañado en sangreinocente las calles de Tesalónica).

Sabemos que, en su genuina esencia, el Cristianismopresenta al Amor y al Trabajo como soportes principalesdel progreso histórico; que la conversión tiene lugarsiempre en el plano de la voluntad y, por lo tanto, im-plica respeto a la libertad personal: así se hizo y así sehace en el desarrollo de las comunidades cristianas, enla “positiva conversión” del Pueblo.

No es lo mismo cuando se hace del Evangelio unarazón política, lo que, a lo largo de toda la Historia, hanasumido no pocos caudillos llamados cristianos.

Son confusionismos que abundan particularmente enépocas de revoluciones y conquistas de que tan pródigafue la Edad Media, tiempo en que se consolida la (lla-mémosla) Civilización Cristiana como fuerza social y

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fuente de poder político. Los líderes de la época hacencoincidir la idea de evangelización con la de civilizacióny ésta con la de expansión y autoridad, es decir, con laidea y prueba de poder.

El cristianizar ya no era, exclusivamente, «amorizarla Tierra» o, lo que es igual, estar en el mundo para, ensincero propósito de amor y trabajo, facilitar el pan delprójimo y, por caminos de abierta y liberadora generosi-dad, conquistar la voluntades una a una. Al ejemplo deCristo, así lo hicieran Pablo, Pedro, Santiago y tantosheroicos seguidores.

Con muy distinto estilo e intención, hubo no pocoscaudillos, administradores y satélites, que se presenta-ban como cristianos sin otro afán que el de comprar vo-luntades. Para ello y siempre en función de sus intere-ses, traducían en recurso dialéctico lo más noble de lanovedad doctrinal, «vestían piel de cordero» y consoli-daban posiciones; logrado el poder, seguían teniendopresente que convenía aprovechar al máximo los recur-sos publicitarios del orden nuevo para mantener la fide-lidad de los súbditos.

No es de extrañar, pues, que en la llamada sociedadcristiana, más que el fecundo compromiso de trabajo ygenerosidad, privase, por una parte, el apasionado indi-vidualismo de los poderosos, por otra, la gregaria sumi-sión y el respeto a los ritos y coacciones sociales.

Cierto que los buenos cristianos veían en su doctrinabastante más que la ideología oficial: de ello nos dansobrados ejemplos una pléyade de «promotores del progre-so social», entre los cuales, sin duda alguna, merecen unpuesto de honor Jerónimo, Benito, Agustín, Ambrosio...

El Cristianismo, predicado y protegido pero insufi-cientemente vivido, resultó incapaz de superar la abulia

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de un imperio en descomposición y, por lo mismo, yapresa fácil para una multitud de pueblos empujados porla dinámica de su miseria y de su ambición. Y se suce-dieron las invasiones y asentamientos bárbaros con lalógica secuela de radicales cambios en las formas de vi-vir y de relación entre los hombres.

La cultura histórica se refugió en los monasterios,desde donde podían fluir atemperantes arroyos de hu-manidad siempre en comunión con la autoridad deRoma, centro emblemático de la Cristiandad.

Hacía ya tiempo que Roma había dejado de ser capi-tal del Imperio. Sitiada y saqueada por Alarico, rey delos visigodos, conquistada por los vándalos... pronto fueobjeto de protección por los subsiguientes reinos bárba-ros (ostrogodos primero y longobardos más tarde).

El obispo de Roma gozaba de prerrogativas especia-les tanto sobre las otras autoridades eclesiásticas y elcomún de los fieles como sobre las autoridades civileslocales. La base de tales prerrogativas nacía en el hechode ser el sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles.

En el aspecto político, Roma vivía como a la sombrade las viejas glorias: mantenía un Senado con sus cónsu-les y un «prefectus urbis», dependiente del «magistermilitum», especie de delegado del exarca de Rávena, delrey bárbaro de turno, del emperador o del propio papa.

A finales del siglo VI, hubo un «prefectus urbis» quellegó a ser papa con el nombre de Gregorio I. Prontosería reconocido como señor feudal por los lombardosque dominaban entonces en Italia. De hecho, ya admi-nistraba el Papa un territorio, el llamado «patrimoniumPetri» o conjunto de sucesivas donaciones recibidas detales o cuales poderosos deseosos de reconciliarse conla Iglesia in extremis. La condescendencia de los lom-bardos permitió que el «patrimonium Petri» se convir-

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tiera en territorio soberano y que su titular, el papa,fuera reconocido como principal jerarquía civil.

Es el inicio del «poder temporal» de los papas cuyareminiscencia actual es el minúsculo estado del Vaticano.

Hijo de la época, el papa Gregorio se hace reconocercomo señor feudal; pero imprime un nuevo carácter aese señorío: se presenta como «siervo de los siervos deDios», considera su posición privilegiada como un donno merecido y pone la fuerza que se deriva de tan altaposición social al servicio de la Comunidad.

Acepta la seguridad que le ofrece el rey lombardoAgiulfo al tiempo que promueve la conversión de todasu corte al Catolicismo; puede influir e influye para quesu amigo personal, Leandro de Sevilla, convierta al ReyRecaredo con toda su corte o que el pagano rey de Es-sex admita la libertad de predicación para todos sussúbditos...

El ascendiente moral que logra sobre los poderososde su época es utilizado por Gregorio I para asentarcomo valores esenciales la «Sabiduría y el Poder deDios».

La Sabiduría, muy por encima de la simple culturaacadémica y de la retórica, guía a los hombres hacia lacomunión de los buenos cristianos mientras que el Po-der de Dios debe ser reconocido como la única fuente depoder terreno: «el poder ha sido dado a mis señores so-bre todos los hombres para ayudar a quienes deseenhacer el bien para abrir más ampliamente el camino queconduce al Cielo, para que el reino terrenal esté al ser-vicio del reino de los cielos».

Gregorio I (San Gregorio Magno) legó a sus suceso-res una reconocida autoridad moral que, en múltiplesocasiones, fue confundida con la autoridad civil o políti-ca. De hecho, es desde entonces cuando el poder efecti-

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vo del Obispo de Roma o Papa cuenta con progresivoasentamiento terreno hasta culminar con Esteban II(752), ya reconocido soberano de un amplio territorio(Estados Pontificios) desde el cual imparte autoridadque sanciona o pone en entredicho el poder de reyes yemperadores.

Al amparo de tal situación, se elabora y aplica unadoctrina política frecuentemente excedida en pragma-tismo: no pocos turbios manejos de los poderosos buscanapoyo en tal o cual peculiar interpretación de la Ley deDios.

Hay ocasiones en que toma la consistencia de undogma de fe una palmaria y aberrante simplificación:puesto que la más notable expresión de fuerza está endeterminado príncipe «cristiano» es voluntad de Diosque esa fuerza se aplique a defender y propagar el Cris-tianismo; siendo el Obispo de Roma el avalista de lasacciones guerreras de ese príncipe, el «pueblo de Dios»contará con una doble defensa: el favor de la fe y la es-pada del poder.

Se llega así a una oportunista aplicación del llamado«agustinismo político» que, desde Carlomagno a las gue-rras de Religión de la Edad Moderna, se autojustificarácon la pretensión de elevar la «Ciudad Temporal» a lacategoría de «Ciudad de Dios».

Desde que el Cristianismo resultó «fuerza social» suhistoriase expresa en una doble proyección: hacia elmoldeo de las conciencias según el auténtico legado deJesucristo y hacia el fortalecimiento de sus raíces en elCuerpo Social. La primera forma de proyección se haexpresado y se expresa por liberal contagio de Amor yTrabajo; la segunda, con demasiada frecuencia, ha in-cluido factores ajenos al Evangelio: la coacción y el opor-tunismo político.

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La propia Iglesia cayó multitud de veces en la tram-pa del conquistador arrastrando con ella a no pocoscristianos.

Conquistadores hubo que llegaron a ser más papis-tas que el Papa. De ellos es un notable ejemplo Carlo-magno: guerrero visceral, mujeriego e ilimitadamenteambicioso, analfabeto y supersticioso... traza normas demoral al Clero y se permite formular postulados de Teo-logía. Un más crudo ejemplo de más papista que el Papalo ofrece la condesa Marozzia que promovió, mató, hizoy deshizo papas en rivalidad con otros príncipes, ningu-no de los cuales dejó de llamarse cristiano...

Sin duda que todo ello es humano, ramplonamentehumano... Pero, a pesar de todo, el Reino de Dios sigueconquistando adeptos que resultan ser los principalespromotores del Progreso en todos los órdenes. Como ta-les son reconocidos personajes históricos de primerísimamagnitud como Bernardo de Claraval, el Serafín de Asísu otro gran Papa, Gregorio VIII: el primero que se pre-senta como paladín de Cristo Crucificado y dice no tenerotra preocupación que la de ajustarse a la voluntad deDios, el segundo que dice haberse desposado con la Po-breza, «viuda desde la muerte de Cristo», el último (1073-1085) que, con toda la fuerza que le da el ser reconocidocomo principal poder de la tierra, proclama que «asumetal situación para anunciar, quiéralo o no, la justicia y laverdad a todas las naciones, en especial a las que se lla-man cristianas»... Es éste un Papa, que, en uso de las pre-rrogativas que le concede su tiempo, reforma en profun-didad la Iglesia, nombra y depone emperadores, hablaalto y claro... a la par que se manifiesta humilde con loshumildes e intransigente con los poderosos...

No obstante, otros papas vendrán que comercializa-rán con su propia representatividad: usando a capricho

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del temido «anathema sit», un Inocencio III (1198-1216)impondrá obediencia ciega a emperadores como Otónde Brünswick o Federico de Sicilia, someterá a vasalla-je a Juan sin Tierra y a los reyes de Aragón, Sicilia,Serbia, Bulgaria, Dinamarca... Tanto, tanto que, de notriunfar la revuelta de 1215, se habría autoproclamadoemperador del mundo...

No es de extrañar que, frente a la tibieza de la ma-yoría, surjan fervorosos apóstoles de la Anti-Iglesia,teorizantes de la especulación estéril, investigadoresque se creen capaces de inventar el «principio esen-cial»... Son, de hecho, renuncias a la vocación para incor-porarse al Reino que no es de este mundo, formas deguerra a favor del yo aspirante a exclusivo centro deluniverso... revitalización de viejas fantasías alienantesque se alimentan de la subversión de valores, distintasformas de coartada para rehuir el compromiso de apli-car, pese a quien pese, amor y trabajo a la transforma-ción de la Tierra y de la Historia...

Reconozcamos que la clásica pugna entre los dos rei-nos, demasiadas veces aparece como una acomodaticiatregua como si el ramplón movimiento de seculariza-ción, promovido incansablemente por acaparadores, in-dolentes y egocentristas lograse neutralizar esa formi-dable corriente progresista que es la Redención o únicaforma de amorizar la Tierra.

Pero, aun en los siglos obscuros, la Redención sigueviva y ascendente en el Cristo y por el Cristo ya parasiempre presente en la Historia. De El viene su fuerzaa cuantos cristianos demuestran la viabilidad de unmundo mejor. Con su inserción en el Mundo, Jesucristoha facilitado y facilita el camino hacia la Ciencia sinfisuras irreversibles, imparte el afán de descubrir se-

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cretos que han de beneficiar a todos los hombres, creaReino trascendente... Y lo hace siempre en Libertad.

Porque la libertad es una condición esencial pararesultar bastante más que simples ciudadanos de estemundo, para voluntaria y generosamente, pegarse a laCruz y gastar la propia vida en Trabajo Solidario... sonlos cristianos que han vivido apasionadamente esa liber-tad (la libertad de los hijos de Dios) los que con más po-sitivo resultado han facilitado el Progreso.

Gracias a estos buenos cristianos, capaces de orien-tar hacia lo mejor «el dedo de Dios», la relación entreIglesia y poder presenta un balance positivo: superandosimples afanes de alcanzar y conservar posiciones, laIglesia influyó decisivamente en el respeto al Hombre.A la para que, dígase lo que se diga, promovía el buenejercicio de la Ciencia, la Economía y la Política... sussabios, predicadores, administradores y hombres de es-tado facilitaban respuestas cristianas a los problemasde cada día, lo que es una clara forma de hacer actualel Reino de Dios. Algunas de esas respuestas han con-fluido en realidades tan concretas como la de que unhombre, por muy humilde que sea su origen, es bastan-te más que una bestia de carga o un instrumento deproducción.

En buena parte, gracias a la Doctrina que la Iglesiamantiene viva y a pesar de sus frecuentes coqueteos conel poder de este mundo, entre los fieles se hace progre-sivamente patente la necesidad de que los bienes natu-rales y energías humanas sean encauzadas hacia la su-peración de viejas apetencias criminales o de ramplonespreocupaciones de acaparamiento.

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II.- LO FEUDAL Y EL DINERO

Entre los siglos X y XIII, la sociedad europea medie-val es testigo de la revitalización del afán de lucro, prin-cipio inspirador del comercio clásico.

Llamamos comercio clásico al que, sin duda, ya existióen los primeros grandes núcleos urbanos (Babilonia,Nínive, Tiro, Sidón, Alejandría...) que implicaba una cier-ta institucionalización del beneficio en la actividad eco-nómica. De aquellas sociedades existen evidencias deuna elemental libertad de iniciativa, profesionalización,oficialización de las unidades de valor, cargas fiscales...

Se han encontrado monedas en yacimientos arqueo-lógicos con más de treinta siglos de antigüedad; pero,desde mucho antes y tal como se observa en las socieda-des más primitivas, ya existían convencionales valoresde cambio o trueque (cabezas de ganado, medidas decereales, piedras o conchas raras, minerales, sal...).

Se sabe que asirios y fenicios empleaban documen-tos similares a los actuales pagarés o letras de cambio;que los templos griegos tenían el carácter adicional dedepósitos de valores; que los romanos, a medida queimpusieron su hegemonía a la mayor parte del mundoantiguo, establecieron un sistema bancario muy similaral de los tiempos modernos...

Ese, llamémosle comercio clásico, fue herido demuerte en Europa a raíz de los radicales cambios socia-les producidos por las invasiones bárbaras. Tras la«feudalización» de territorios y el forzado repliegue so-bre sí mismas, las sociedades hubieron de atenerse a laexplotación y distribución de sus propios recursos segúnla pauta que marcaba la implacable jerarquía de fuerzas.

Era aquella una economía fundamentalmente agra-ria que se apoyaba en la «necesidad de compensación»

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entre lo que falta o sobra a cada familia, clan o gruposocial en un clima de mutuo entendimiento más o me-nos forzado por un lado u otro y a merced de los fenóme-nos naturales.

Cobra allí cierto arraigo una doctrina que se llamóde la «justicia conmutativa» que decía apoyarse en laobligación de dar el equivalente exacto de lo que se re-cibe (lo que, obviamente, requería una previa y difícilevaluación de uno y otro bien). En tal situación se com-prende la fuerza que había de tener la doctrina católicacomo «único experimentado criterio de referencia». Gra-cias a ello, cobraban consideración social conceptoscomo «justo precio», «justo salario», «protección», «vasa-llaje», «trabajo», «compensación»...

La continua predicación y el buen corazón, monedano muy abundante, eran los principales factores deequilibrio. Por eso, en los frecuentes periodos de extre-ma escasez, los pobres se hacían más pobres mientrasque los poderosos podían impunemente ejercer el aca-paramiento y, por lo mismo, hacerse aun más ricos.

Moralistas había que preconizaban como primer va-lor el equilibrio social lo que, obviamente y con hartafrecuencia, era utilizado por los situados en los resortesdel poder como medio de consagrar privilegios.

En situaciones como la feudal, en que las mutuasdependencias están rígidamente reglamentadas, la li-bertad de iniciativa no puede discurrir más que por ca-minos de magnanimidad, devoción, paciencia..., virtu-des, por desgracia, harto escasas.

Aunque decían bien los maestros de entonces que con-dicionaban la «realización personal» al ejercicio de la res-ponsabilidad social («la libertad de un hombre se midepor su grado de participación en el bien común», dejó es-crito Santo Tomás de Aquino), había de ser ésta una res-

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ponsabilidad social en todas las direcciones y a partir dela superación de multitud de egoísmos. Por el contrario,era una responsabilidad social canalizada por los podero-sos de abajo arriba, con soporte principal en la sumisión.Lógicamente, ello neutralizaba el potencial personal desus súbditos a la par que hacía imposible otra libertad deiniciativa que no fuese la de los privilegiados.

El nunca muerto afán de lucro, que, no nos engañe-mos y ante la escasa positiva solidaridad entre loshombres, resulta respetable como «revulsivo social», seexpresaba en un comercio semi clandestino y ramplón,de vecino a vecino, sin apreciable proyección exterior ysiempre traumatizado por la inseguridad ambiental.

En tales circunstancias era lógico que las mentes másdespiertas, en función de la llamada de las respectivasconciencias, se dedicaran a la doctrina o a la guerra: nohabía grandes oportunidades para buscar el realce per-sonal en el industrioso tratamiento de los problemas deabundancia y escasez.

Para la reactualización del comercio clásico era pre-ciso, a la par que una mayor liberalización de actitudes,una real «destraumatización» de la vida de cada día. Enla sociedad feudal europea tal empezó a ser posible enla segunda mitad del siglo X.

Ya los sarracenos habían sido empujados hacia másacá del Ebro, los normandos se habían estabilizado en elnoroeste de Francia, los húngaros, ya medianamentecivilizados, habían dejado de hostigar la frontera orien-tal del Imperio...: gracias a tales substanciales cambios,se vivía una especie de tímida «pax europea» tuteladapor los otónidas, en la ocasión titulares del Imperio.

Ya es posible romper el estricto marco de un feudo yrecorrer considerables distancias sin tropezar con elinvasor de turno o con hordas de criminales.

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Es cuando aparece en Europa Central un tipo dehombre que, en principio, despierta la conmiseraciónpública: en contraposición a la segura comodidad queofrece la rutina diaria, este trotamundos, cargado comouna tortuga, está obligado a circular de un dominio aotro, sorteando dificultades de entendimiento, sufrien-do al raso las inclemencias del tiempo, los eventualesasaltos en los caminos, las arbitrariedades de los pode-rosos... las ingratitudes de todos.

Pero, pronto, ese trotamundos (buhonero, se diríahoy), que es el primitivo mercader medieval, sabe hacerimprescindibles sus servicios y, en contrapartida, exigemayor libertad y seguridad en sus desplazamientos,construir en lugares convenientes a su negocio reductosfortificados («burgos») expeditivos medios legales pararesolver los posibles litigios resultantes de sus opera-ciones, acceso a la administración pública...

Fueron principales centros comerciales de la Europamedieval las ciudades flamencas que bordeaban losgrandes ríos; Venecia, Milán, Pisa o Génova en Italia;Marsella, Nantes, Orleans o París en Francia; Barcelo-na en España...

Este tal comercio no era propiamente capitalista:seguía aun privando oficialmente la consigna escolásti-ca de que «las restricciones impuestas a la libertad decada uno constituyan la garantía de la independenciaeconómica de todos». Si se permitían discretas plusva-lías, «se perseguía implacablemente el fraude, se prote-gía al trabajador reglamentando su trabajo y su salario,velando por su higiene y seguridad, facilitando su espe-cialización y persiguiendo la explotación de la mujer ydel niño» (Pirenne).

Parece evidente que, en aquel entonces, el pragma-tismo de los mentores de la legalidad (eclesiásticos, en

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su mayoría), iba orientado a «proyectar socialmente» lasiniciativas personales que despierta el afán de lucro.

La historiadora francesa Regine Pernoud ve en talépoca «el esfuerzo de adaptación más notable y mejorcoronado por el éxito de que la Historia puede darnosejemplo».

Por nuestra parte, nos gusta creer que, en un am-biente de renacida libertad y con la mira puesta en losdictados de la conciencia, aquello fue un positivo ejerci-cio de responsabilidad social por parte de unos profesio-nales que supieron domesticar al afán de lucro con ladoble consecuencia de optimizar sus específicas faculta-des y aportar nuevos canales para el Progreso Social.

III.- LA REVOLUCIÓN BURGUESA

Pronto el comercio interfeudal amplió horizontes yse hizo internacional: organizadas caravanas cruzabanEuropa de Norte a Sur y de Este a Oeste; barcos a remoo a vela seguían el curso de los ríos o abrían nuevas ru-tas marítimas, en muchos casos coincidentes con expe-diciones de guerra.

La organización y equipamiento de caravanas, elfletaje de barcos, la creación y mantenimiento de cen-tros de aprovisionamiento y distribución... requeríamás amplios recursos que los del mercader itineranteparticular. Surge la necesidad de operaciones de créditoa que se aplican los primeros «banqueros», judíos enprincipio; florentinos, lombardos, venecianos o flamen-cos más tarde...

No hay crédito sin interés. Por eso y a tenor de losnuevos requerimientos sociales, la Iglesia revisó un vie-

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jo criterio suyo que podía apoyarse en la lógica de la«economía de circuito cerrado» en que es imperativomoral el no capitalizar la miseria ajena pero que ya levenía estrecho a la nueva situación de amplios horizon-tes comerciales: el tal viejo criterio consistía en identi-ficar a la usura con el interés.

Ya admite la Doctrina la posibilidad de una garan-tía de continuidad para el dinero prestado de formaque se asegure el concurso de los capitales necesarios almantenimiento de las empresas comerciales, cuya con-veniencia social queda patente en cuanto favorecen laagilidad y oportunidad en la distribución de los bienesmateriales.

Claro que, con harta frecuencia, faltó disciplina enla previsión de forma que no pocos «moralistas» iban aremolque de los acontecimientos. De ahí el que, en múl-tiples casos, la interesada iniciativa de los comerciantesy banqueros colmara el vacío doctrinal que, ya tarde oinoportunamente, algunos obispos se creían obligados acondenar.

Obviamente, ello llevaba a despertar rebeldías o exa-cerbar voluntades con eco social tanto más amplio cuan-to más acusada era la incidencia del problema o de latraumática solución. Así se daba pie para los desvíos yexageraciones, de que es un ejemplo el fenómeno cátaro:los cátaros (o puros) sacralizaban hasta lo inverosímil lacontinencia mientras que en el incontrolado afán de lucroveían el más noble de los impulsos humanos.

Son los ricos comerciantes y nuevos banqueros losmás preocupados porque la letra de la Doctrina no seainterpretada de forma contraria a sus intereses. Paracanalizarla según sus afanes, adulan a señores y alto cle-ro, promueven la pompa y vistosidad en las ceremoniasreligiosas, edifican templos, dicen velar por la «educa-

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ción moral» de sus hijos, se aficionan a la Teología... altiempo que confunden a la Providencia con una especiede ángel tutelar de su fortuna, que distraen con limos-nas las exigencias de justicia, que someten a la medidade su conveniencia respetabilísimos preceptos. Pero,sobre todo, aspiran a identificarse con los poderes esta-blecidos.

Paso a paso, persistente y pacientemente, los burgosen que se asientan comerciantes y banqueros (unos yotros reconocidos como burgueses) se convierten encentros de poder político, tanto por su privilegiada si-tuación de proveedores de nuevos lujos y comodidadespara reyes y nobles como por su natural tendencia acomercializar todo lo imaginable pasando por la «cate-goría mercantil» más apreciada en aquel tiempo: pues-tos de relieve en la Administración Pública.

En los primeros tiempos del desarrollo del comer-cio, privaba el criterio de que, por encima de las «artespecuniativae», u oficios de comercio y banca, debían es-tar situadas las «artes posesivae», o trabajos y oficiosdirectamente relacionados con la producción (responsa-bilidad de labradores y artesanos). Fue obsesión de laBurguesía alterar tal orden de apreciación hasta lograrque el comerciante o banquero sea aceptado como lo quese llamó un «príncipe mercader». Para llegar a ello seempeñan en monopolizar la función fiscal y, a partir deahí, ajustar las leyes económicas a su medida.

En algunas ciudades e, incluso, estados para los nue-vos príncipes mercaderes fue relativamente fácil res-ponsabilizarse de la fiscalidad: para cubrir los créditosque han otorgado a los titulares del poder político soli-citan y, en ocasiones, obtienen la patente en el estable-cimiento y recaudación de impuestos. Hay ejemplos dedescarada aplicación del «espíritu de clase» como la que

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impuso en París el preboste de los mercaderes, EtienMarcel: la base de sus fiscalidad fue un impuesto sobrela renta en razón inversa al grado de fortuna (justo locontrario de lo que es actualmente y que, lógicamente,debería haber sido entonces): «aquellos cuya renta nollegue a 10 libras anuales pagarán el 10 por ciento; losque gocen de una renta superior a diez libras pero nolleguen a las mil solamente pagarán el 2,2 por ciento;no pagarán nada los que superen las mil libras en rentaanual siempre que no sean miembros de la nobleza, encuyo caso habrán de superar las cinco mil libras paraestar exentos de cualquier fiscalidad» (Citado por R.Pernoud).

Es justamente en Francia en donde fructificarán losprimeros juristas burgueses. Encontrarán la más propi-cia de las ocasiones bajo el reinado de Felipe IV queotorgó a los burgueses más ilustrados el título de «caba-llero en leyes».

A la recíproca, los «caballeros en leyes» consagrancomo categoría suprema de la escala de valores el cultoal Estado, al tiempo que formulan la necesidad de quetodo precepto moral esté supeditado a la razón de esta-do o ley del más fuerte. No hay para ellos poder espiri-tual distinto del que emana de la nueva concepción delEstado, el cual está facultado, incluso, para reglamentarlos actos de culto, considerar a los clérigos de distintascategorías como funcionarios propios, imponerles el con-tenido de sus homilías... Tal se expresa en documentosde la época como el titulado «Diálogo entre un clérigo yun caballero» cuyo es el siguiente pasaje: «Poned freno avuestra lengua, señor clérigo, y reconoced que el Reyestá por encima de todas vuestras leyes, costumbres ylibertades. Reconoced que tiene derecho a añadir y quitarcuanto le plazca en el momento que lo considere justo y

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razonable. Cuando constatéis que una parte de vuestradoctrina ha sido modificada porque así lo exige la protec-ción del Reino, aceptadlo como así os lo ordena el Após-tol San Pablo en su epístola a los Romanos: cualquieraque resiste a la autoridad resiste a la voluntad divina»

Ese Felipe IV de Francia, que había logrado del aco-modaticio Clemente V que trasladara la corte papal aAvignon, se jactaba de tener como vasallo al propio Vi-cario de Jesucristo y sucesor de Pedro. Por demás, en-cuentra el respaldo de sus «soberanas arbitrariedades»en el término «rey por la gracia de Dios» con que le hon-ran sus zalameros juristas. Uno de sus sucesores, LuisXI, luego de hacerse admitir como «hermano y compañe-ro» en la «Gran Cofradía» de los burgueses de París, lesconcede la exclusiva de cargos administrativos, en oca-siones, objeto de pública subasta, y pone bajos sus órde-nes a la Guardia Nacional cuyo cometido principal fue elapoyo en la recaudación de impuestos.

Ya será fácil que prenda en alguno de los burguesesla idea de que son el epicentro de la historia tanto quepueden considerarse «ricos y fuertes por la gracia deDios».

Iniciada en Francia, es en Italia, tierra de interesesencontrados, en donde más fuerza cobra la revoluciónburguesa: en consonancia con la acepción de los nue-vos valores sociales y al amparo de las tensiones entreangevinos, aragoneses y papado, que se disputan el do-minio teórico del Centro y del Sur de Italia, el efectivopoder se singulariza en las comunas, cuyos ciudadanosmás ricos se hacen titular señores para transformarsepronto en príncipes que encabezan sus propias dinastía:de ello son ejemplo los Gonzaga en Mantua, los Este enMódena y Reggio, los Montefeltro en Urbino, los Viscon-ti en Milán, los Médicis en Florencia...

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Todos esos principados actuaron como auténticasoligarquías cuya preocupación principal fue la de ex-cluir de las responsabilidades de gobierno a cuantos noformaran parte de la nueva clase de rentistas, comer-ciantes y banqueros.

IV.- LA FIEBRE HUMANISTA

Es difícil situar en el tiempo los comienzos del «Hu-manismo renacentista». Lo que si resulta evidente esque cobra decisivo auge en Italia en estrecha concordan-cia con las aspiraciones de la poderosa burguesía que,entre los siglos XIV y XV, había asumido el gobierno dela mayoría de los principados y re públicas.

Se le llama Humanismo porque presenta lo univer-sal centrado en el Hombre al que considera «microcos-mos o quinta esencia del Universo». Es éste un hombreque, progresivamente desligado de las trabas dogmáti-cas, con prisa y ostensible frivolidad, convierte sus vie-jas fidelidades en simples figuras retóricas.

El Humanismo, en su acepción clásica, fue más una«aspiración estética» que una genuina corriente de re-novación ideológica: cultivaba apasionadamente el su-puesto de que el hombre se hace tanto más libre y másfuerte cuanto más se abre al saber decir, al saber estar,al saber apreciar.

Al humanista clásico le interesa menos lo que diceque la forma de decirlo: remedando a Platón (Fedro),podría decirse de ellos que sus grandilocuentes dis-cursos sobre lo grande y lo bello no pasan de «belloslaberintos vacíos de todo concepto claro y de toda in-tención ética». Para muchos de ellos vale cualquier

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idea siempre que sea presentada en el marco de unimpecable estilo.

Personaje representativo de la época es Pico de laMirandola (muerto en 1494 a los 31 años). Educado enla nueva «Academia» de Florencia, se revela prontocomo un prodigio de erudición con asombrosa capacidadpara entretejer las teorías más encontradas, expresadasen un musical lenguaje muy al gusto de la época. En 900tesis presentó su idea del «hombre infinito» al que otor-ga la capacidad de renovarse volviendo eternamenteatrás hacia un supuesto crisol que se produciría la sín-tesis de lo más bello legado por el espíritu griego y lasreligiones cristiana y judía. Claramente inclinado por lomás vacío de contenido moral, resalta al tipo griegocomo a la más elocuente expresión de lo humano; ape-nas disimula su intención de introducir en el martirolo-gio romano a los dioses y héroes de la antigüedad.

La fiebre de esteticismo se contagió a los intelectua-les más influyentes en las repúblicas italianas de la épo-ca: Ficino, Besarión, Lorenzo Valla, Rodolfo Agrícola...son ejemplos del llamado humanismo renacentista. To-dos ellos conceden a la religión respeto pero, también,ostensible nivel de inferioridad respecto al arte o la re-tórica; se apasionan por «la belleza que entra por losojos y por los oídos» al tiempo que consideran poco me-nos que «letra muerta» una expresa referencia a los«viejos» principios morales.

En torno al mito «hombre nuevo» lo aparente achicaa lo real: si era bueno romper con un orden nacido de la«jerarquía de sangre» y archivar anquilosados valores deuna sociedad cerrada sobre sí misma y, por ello, someti-da a la rutina y a los caprichos de una indiscutida auto-ridad... debió y pudo hacerse en una rigurosa línea de

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respeto a la Realidad cuyo centro de referencia, lo sabe-mos bien, es la personal aportación que corresponde acada hombre en la tarea común de amorizar la tierra.

No resultó así: la historia nos muestra cómo los afa-nes de los personajes más celebrados eran regidos porsimple afán de ser aplaudido o de responder a los reque-rimientos del propio vientre.

De ahí el que encajen diversas expresiones de mate-rialismo en una buena parte del humanismo renacentis-ta; de ahí el que, frecuentemente, se confunda al huma-nismo con el halago a la tiranía de príncipes y condot-tieri, con un artificial retorno al «clasicismo» abúlico yegoísta...

Hecha tal matización, hemos de reconocer que, entorno al 1500, vive Europa una fresca reapertura a lobello y a lo sublime según el impulso de no desdeñar lomás valioso del Mundo y desde la óptica de abrir nuevoscaminos a la libertad... Ello es evidente aunque sus pro-pios protagonistas no pretendieran más que servir a susfines particulares.

Sin la corriente humanista no es fácil imaginarse lossubsiguientes descubrimientos científicos, nuevas he-rramientas de que podrá disponer el hombre deseoso dejustificar su existencia en eso que hemos llamado AMO-RIZAR LA TIERRA.

De todas las repúblicas italianas es Florencia elprincipal foco de la corriente humanista. Era Florenciauna «patriarcal» oligarquía que se presentaba como he-redera de la antigua Roma, ahora moderna, próspera ypletórica de ciudadanos libres y felices según un mismoespíritu, el espíritu de la burguesía o de una biensincronizada y epicúrea forma de vivir. Así lo entiendensus próceres y los profesionales del halago: como ejem-plo podemos sacar a colación a un tal Coluccio Salutati,

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un apologista de la tiranía que presume de no perdonara Cicerón sus «veleidades populistas».

La etapa más celebrada de la historia de Florenciaestará representada por los Medicis, clásico ejemplo deéxito burgués, «príncipes mercaderes» con fortuna sufi-ciente para permitirse todos los caprichos personales,entre los cuales colocaron el mecenazgo o promoción delas artes en torno a su «Academia».

En la «Academia» había de todo: desde un rebuscado ytorpe snobismo en que cualquier espontáneo, en pésimolatín, podía presentar a Cicerón como maestro de Aristó-teles (nacido cuatro siglos antes) como soberbios artistastal que Donatello, Alberti, Piero de la Francesca...

La corriente florentina se hizo enseguida italiana(los papas de la época ayudarían decisivamente a ello)y, muy pronto, invadió triunfalmente Europa, cuyas oli-garquías se dejaron prendar por «las artes y las cienciasno oídas y nunca vistas».

En paralelo y, como teoría política progresista, sedesarrolla la devoción al rico y poderoso, se paganizanlas costumbres y se acentúa la explotación de los másdébiles, que han de soportar los afanes de gloria de losmejor situados, cuyo más encendido amor es el de man-tener su posición.

Entre vanidades y devociones por el propio ombligohubo también leales preocupaciones por hallar nuevasvías hacia lo que no muere: Una parte de los más ilus-tres de la época han trascendido a su tiempo: su obra hahecho historia y representa tanto un testimonio de lacapacidad humana como positiva aportación al progresoen todos los órdenes.

La ruptura de viejas barreras a la libre investigacióny preocupación por acercarse al meollo de la realidad ma-terial abrió el camino a la actual poderosísima Técnica.

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Ello resulta evidente ante la simple consideración de lasetapas que fue cubriendo el desarrollo de la Ciencia, delacortamiento de las distancias, de espectaculares descu-brimientos de nuevos mundos, de una embrionaria racio-nalización de la economía... puntos básicos de un progresosocial en cuya consecución estamos comprometidos.

Muchas de las grandezas y miserias de nuestra épo-ca tienen su precedente en el llamado Quattrocento,que pretendió situar al Hombre como medida de todaslas cosas y exclusivo eje espiritual del Universo, peroque, también, puso de relieve la fuerza de la libre inicia-tiva personal.

Ya en este punto y aunque echemos en falta abundan-tes ejemplos de generosidad (Trabajo Solidario), habre-mos de reconocer como más positiva la AMBICIÓN RES-PONSABILIZANTE (fuerza destacada del HumanismoRenacentista) que la crasa inhibición respecto a las exi-gencias del entorno social y de la Historia.

V.- EL FIN Y LOS MEDIOS

Ya en nuestro mundo, privan otros convencionalis-mos que los propios de una sociedad guerrera y agrariaotrora estructurada según una rígida jerarquía espiri-tual, social y política.

Se van agotando las justificaciones sociales de aque-lla Nobleza con el principal orgullo de su «pureza desangre», continuamente en pie de guerra, con el soporteeconómico de sus tierras, hijas de su capacidad de rapi-ña o de los caprichos de la historia.

Era aquella una Nobleza sentimental y cruel, quehacía de su pretendida fe un medio para ser reconocida

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como adalid de su entorno. Cultivaba rencores estéri-les, en las estrecheces económicas no concebía la ociosi-dad de sus armas que podían proporcionarle apeteci-bles despojos, pretendía ser el exclusivo soporte del or-den, convertía sus fiestas en campos de batalla.

En materia de Doctrina y Moral, con demasiada fre-cuencia, una buena parte de la «nobleza» europea deentonces RESPETA PERO NO VIVE NI SIENTE.

También se van desvaneciendo los asideros históricosde un Alto Clero pegado a la aureola de respeto que des-piertan el Dogma y la Tradición. Vivía no muy conscientede los problemas sociales de su entorno; mantenía ancla-das sus inquietudes intelectuales a lo que fueron magistra-les soluciones a desaparecidos problemas, ve con recelo elnuevo diseño de la pirámide social... para pronto incorpo-rarse a ella sin el previo cuidado de «filtrar valores».

Para escándalo de los fieles, personajes muy repre-sentativos de la Iglesia se aferran a la ciudadaníaterrena con la pasión de un Julio II, cuya vida resultajustamente lo contrario de la vida de un siervo de lossiervos de Dios.

Julio II fue un Papa que, a tenor de su biografía, sedejó llevar por la corriente de los tiempos: mercantiliza-ción del poder político, sed de gloria personal, tenden-cia a subjetivar la Verdad...

Hay un vacío de autoridad que va cubriendo la am-plia corte de los príncipes mercaderes con su revolu-ción cultural a cuestas.

Por lógica proyección de los nuevos condicionantesde la Cultura y del comportamiento de los mentores dela vida social, la sociedad entera asiste a una revolucio-naria alteración de la escala de valores.

En el mundo de los príncipes mercaderes y de losmercenarios franco-borgoñones es la «gloria» un valor

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que sacraliza el éxito en las empresas comerciales o gue-rreras al margen de su escaso o nulo valor moral. Seenvidia o añora una fama que ya sitúa al burgués rico yal victorioso condottiero (sin patria ni ideal reconocido)muy por delante del héroe que vive o muere en un pre-tendido generoso sacrificio por el bien común.

Asistimos al desarrollo de un individualismo cuyopatrón es el «uomo singulare», rico y poderoso, en cuyaconciencia priva la fuerza sobre el derecho, la voluntadsobre la razón, los convencionalismos sobre los princi-pios morales...

A tenor de ello, no es de extrañar que se cultive eldeporte de la especulación abstracta, en que se alimen-ta la deserción o irresponsabilidad social de no pocosintelectuales.

Sin un claro ejemplo por parte de la jerarquía, paramuchos cristianos oficiales de la época, Política y Moralextienden sus raíces en los oropeles del triunfo a cual-quier precio.

Sistematizador y profeta de los nuevos tiempos esMaquiavelo cuyo ideal del hombre es aquel que supedi-ta todo, absolutamente todo, al triunfo apabullante so-bre el prójimo. Dice ser preferible hacerse temer queamar puesto que «el amor, por triste condición humana,se rompe ante la consideración de lo más útil para símismo; el temor, por el contrario, se apoya en el miedoal castigo, un miedo que no nos abandona nunca».

Interlocutor preferido de Maquiavelo es el príncipeobsesionado por asentar su poder a cualquier precio.Para ello habrá de ser diestro en la utilización de lascapacidad des de sus súbditos y manipular los vicios yvirtudes a tenor de su conveniencia: «estará siempredispuesto a seguir el viento de su fortuna... no se aparta-rá del bien mientras le convenga; pero deberá saber en-

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trar en el mal de necesitarlo... será, a un tiempo, león yzorra».

Puesto que solamente entrará en la Historia si so-mete a sus enemigos, para Maquiavelo, la medida de lamoralidad del hombre público va en razón directa con sucapacidad para anular a sus enemigos. Todo vale si con-quista el poder y logra mantenerse en él. Los crímenesy bajezas solamente son vilipendiosos en el derrotado.

«El fin justifica los medios» fue la máxima moral queanimó toda la doctrina política de Maquiavelo. El cate-cismo del éxito se llama «El Príncipe», libro de cabecerade personajes como Napoleón o Hitler, según se dice.

Pero reglamentar la vida del ciudadano medio tambiénfue preocupación de Nicolás Maquiavelo: siendo la vidaprivada de entonces un reducto en que, mayoritariamente,se admitía el valor normativo del Evangelio, Maquiavelose aplica a ridiculizarla: En su otra obra célebre, «LaMandrágora», virtudes cristianas como la Castidad, la Fi-delidad, la Buena Fe, el Ascetismo... dan paso al caprichoegoísta, al ocio, a la animalidad incondicionada, al sarcas-mo, a la irresponsabilidad... siempre que lo requieran lasconveniencias del momento. Si no es así, muy bien se pue-de ser virtuoso según la pauta del Evangelio.

Con su descaro, Maquiavelo, figura intelectual deuna época en ebullición cultural, facilita el que sean con-siderados «fuera de órbita» no pocos de los leales servi-dores del bien común, hombres y mujeres que dan prefe-rente valor al amor trascendente y fecundo, al TRABA-JO SOLIDARIO: «El Príncipe», por lo que respecta a lapolítica, y «La Mandrágora», por lo que respecta a lavida privada, han sido y son referencia de los partida-rios del triunfo y la «buena vida» a cualquier precio.

Gracias a todo ello, se multiplican las invitaciones yargumentos para, a tenor de las circunstancias, situarnos

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entre dos aguas seguros de haber logrado una oportunaconciliación entre la Moral cristiana y las viejas apeten-cias paganas. Podremos sistematizar nuestra vida conostensible respeto pero sin íntimas fidelidades ni a laconciencia ni a la Doctrina, con disimulada dedicación alo animalesco y fácil, procurando siempre evitar el escán-dalo. Habremos así encontrado un término medio entrela vida ordenada y el hedonismo, entre el cultivo de lasprácticas religiosas y la ignorancia de los derechos delprójimo, entre el compromiso en la Fe y la afición a lascorrientes demoledoras del moderno paganismo.

Por ventura, ¿es ridículo reconocer nuestra igualdadsubstancial con el otro y, por lo mismo, practicar unaFRATERNIDAD impuesta por la Realidad? ¿No es cier-to que los derechos del Otro, mi HERMANO, se extien-den hasta la fecunda aplicación de todas mis facultadespersonales? ¿Puedo, en justicia, considerar a mi herma-no un simple medio para coronar mi capricho? ¿Es puraretórica el Hecho histórico de la Redención?

VI.- ¿LIBERTAD «ESCLAVA» O LIBERTAD RESPONSABILIZANTE?

La corriente humanística y su consecuente sensibili-zación entorno a los problemas de su tiempo está formi-dablemente representada por Erasmo de Rotterdam,testigo y mentor de su tiempo, crítico implacable, des-tructor de los viejos esquemas del academicismo tradi-cional, paciente estudioso del fenómeno Hombre y delproblema Libertad.

Eran los tiempos en que Roma, con una poblaciónaproximada de 100.000 habitantes, contaba con más de

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6.000 prostitutas, proporción muy superior a la de lasciudades modernas más licenciosas.

El soberano civil de Roma era el Papa, cuya corte sedistinguía por un lujo y refinamiento aliñados con tópi-cos al uso de la época («Si grande fue la Roma de loscésares, ésta de los papas es mucho más: aquellos solofueron emperadores, éstos son dioses», fue una de lasproclamas con que regalaron a Alejandro VI, el papaBorgia, en el día de su coronación).

El soporte de los lujos, corte, ejércitos y ostentaciónde poder, además de tributos, rentas y aportaciones delos poderosos, se basaba en la venta de cargos, favores y...también sacramentos, levantamiento de anatemas y con-cesión de indulgencias. El propio Alejandro VI hacía pa-gar 10.000 ducados por otorgar el capelo cardenalicio;algo parecido hizo Julio II para quien los cargos de escri-biente, maestro de ceremonias... etc. eran «sinecuras»que podían ser revendidos con importantes plusvalías.

Era este último papa el que regía los destinos de laCristiandad cuando Erasmo visitó Roma. Reflejó así susimpresiones: « He visto con mis propios ojos al Papa,cabalgando a la cabeza de un ejército como si fuese Cé-sar o Pompeyo, olvidado de que Pedro conquistó el mun-do sin armas ni ejércitos».

Para Erasmo de Rotterdam tal estampa es la de unalibertad desligada de su realidad esencial y comunita-ria; es el apéndice de una autoridad que vuela tras suscaprichos, es una libertad hija de la Locura. De esa Lo-cura que, según Erasmo («Elogio de la Locura») es hijade Plutón, dios de la Indolencia y del Placer, se ha he-cho reina del Mundo y, desde su pedestal, desprecia yescupe a cuantos le rinden culto, incluidos los teólogosde la época: «Debería evitar a los teólogos, dice la Locu-ra, que forman una casta orgullosa y susceptible. Trata-

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rán de aplastarme bajo seiscientos dogmas; me llama-rán hereje y sacarán de los arsenales los rayos queguardan para sus peores enemigos. Sin embargo, estána mi merced; son siervos de la Locura, aunque renie-guen de ella».

Es cuando las libertades de los hombres siguen ca-minos demenciales: el Evangelio es tomado como letrasin sentido práctico, las vidas humanas transcurrencomo frutos insípidos y la Muerte, ineludible maestro deceremonias de la zarabanda histórica, imprime la pince-lada más elocuente en un panorama aparentemente sa-turado de inutilidad.

Erasmo y otros muchos fieles de la época se rebelancontra esa torpe asimilación de la Libertad.

Por la Libertad sensata, responsabilizante, dicen,cobra sentido la racionalidad del Hombre.

Se viven los excesos anejos a la ruptura de viejoscorsés; con evidente inoportunismo histórico, se pierdeel sentido de la proporción. Por eso no resulta tan fe-cunda como debiera la fe en la capacidad creadora delhombre libre, cuyos límites de acción han de ceñirse ala frontera que marca el derecho a la libertad del otro.Sucede que la nueva fe en el hombre no sigue los caucesque marca su genuina naturaleza, la naturaleza de unser llamado a colaborar en la obra de la Redención,amorización de la Tierra desde un profundo y continuorespeto a la Realidad.

Una de las expresiones de ese DESAJUSTE que, porel momento, no afecta gran cosa al pueblo sencillo peroque es cultivado «profesionalmente», ¿cómo no? por loscírculos académicos, tiene como protagonista a esa li-bertad que, de hecho, parece haber sido asumida comola única meta posible del hombre (la Libertad es unCAMINO, no una meta).

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¿De dónde nace la Libertad?La ya pujante ideología burguesa querrá hacer ver

que la libertad es una consecuencia del poder, el cual, asu vez, es el más firme aliado de la fortuna. Pero la for-tuna no sería tal si se prodigase indiscriminadamente nitampoco si estuviera indefensa ante las apetencias de lamayoría; por ello ha de aliarse con la Ley, cuya funciónprincipal es la de servir al Orden establecido.

En la nueva sociedad la Libertad gozará de una cla-ra expresión jurídica en el reconocimiento del derechode propiedad privativo en las sociedades precristianas,el clásico «jus utendi, fruendi et abutendi».

Más que derecho, será un monopolio que imprimirápragmatismo a toda la vida social de una época que, porcaminos de utilitarismo, brillante erudición, sofismas yaspiraciones al éxito incondicionado, juega a encontrar-se a sí misma. El pragmatismo resultante será cínico yegocentrista y con fuerza suficiente para empañar losmás nobles ideales incluido el de la libertad para todo elmundo.

El torbellino de ideas y atropellantes razonamientossiembra el desconcierto en no pocos espíritus inquietosde la época, alguno de los cuales decide desligarse del«sistema» y, con mayor o menor sinceridad, ofrecer nue-vos caminos de realización personal.

Uno de esos espíritus inquietos fue Lutero, fraileagustino que se creía (o decía creerse) elegido por Diospara descubrir a los hombres el verdadero sentido delCristianismo, «víctima de las divagaciones de sofistas ypapas». Para Lutero la Libertad es un bien negado a loshombres.

Patrimonio exclusivo de un Dios que se parece mu-cho a un poderosísimo terrateniente, la Libertad es elinstrumento de que se ha valido Dios para imponer a los

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hombres su Ley, ley que no será buena en sí misma, sinopor que Dios lo quiere. Así has de «creer y no razonar»...«porque la Fe es la señal por la que conoces que Dios teha predestinado y, hagas lo que hagas, solamente te sal-vará la voluntad de Dios, cuya muestra favorable la en-cuentras en tu Fe».

Y, con referencia expresa a la libertad incondiciona-da de Dios y a la radical inoperancia trascendente de lavoluntad humana, Lutero establece las líneas maestrasde su propia teología: no es válida la conjunción de Diosy el Mundo, Escrituras y Tradición, Cristo e Iglesia conPedro a la cabeza, Fe y Obras, Libertad y Gracia, Razóny Religión... Se ha de aceptar, proclama Lutero una de-finitiva disyunción entre Dios y el Mundo, Cristo y susrepresentantes históricos, Fe y Acción cristianizante so-bre las cosas, Gracia Divina y libertad humana, fideli-dad a la doctrina y análisis racional...

Es así como la trayectoria humana no tendría valorpositivo alguno para la Obra de la Redención o para laPresencia de Cristo en la Historia.

Desde los nuevos horizontes de libertad responsabi-lizante que para los católicos abría la corriente huma-nista, Erasmo de Rotterdam descubrió una enorme la-guna en la predicamenta de Lutero: en la encendida re-tórica sobre vicios y abusos del clero, la apasionada po-lémica sobre bulas e indulgencias... estaba la preocupa-ción de servir a los afanes de ciertos príncipes alemanesen conflicto con sus colonos: las histórica fe de los prín-cipes era suficiente justificación de sus privilegios; nocabía imputarles ninguna responsabilidad sobre susposibles abusos y desmanes puesto que sería exclusivode Dios la responsabilidad de lo bueno y de lo malo enla historia.

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En consecuencia, en el meollo de la doctrina deLutero se reniega de una «Libertad capaz de transfor-mar las cosas que miran a la Vida Eterna».

Así lo hace ver Erasmo con su «De libero arbitrio»,escrita en 1526 por recomendación del papa ClementeVII. Ha tomado a la Libertad como tema central de suobra a conciencia de que es ahí en donde se encuentra lamás substancial diferencia entre lo que propugnaLutero y la Doctrina Católica.

Lutero acusa el golpe y responde con su clásico «Deservo arbitrio» (Sobre la libertad esclava): «Tú no meatacas, dice Lutero a Erasmo, con cuestiones como elPapado, el Purgatorio, las indulgencias o cosas seme-jantes, bagatelas sobre las cuales, hasta hoy, todos mehan perseguido en vano... Tú has descubierto el eje cen-tral de mi sistema y con él me has aprisionado la yugu-lar...»

Y para defenderse, puesto que ya cuenta con el apo-yo de poderosos príncipes que ven en la Reforma la con-validación de sus intereses, Lutero insiste sobre la crasairresponsabilidad del hombre sobre las injusticias delentorno: «La libertad humana, dice, es de tal cariz queincluso cuando intenta obrar el bien solamente obra elmal»... «la libre voluntad, más que un concepto vacío, esimpía, injusta y digna de la ira de Dios... Tal es así que«nadie tiene poder para mejorar su vida»... tanto que «loselegidos obran el bien solamente por la Gracia de Diosy de su Espíritu mientras que los no elegidos pereceránirremisiblemente».

¿Es miedo a la responsabilidad moral ese encendidoodio de Lutero hacia la idea de libre voluntad? Apela ala Fe (una fe sin obras, que diría San Pablo) en auto con-vencimiento de que Dios no imputa a los hombres suegocentrismo, rebeldía e insolidaridad; por lo mismo,

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tampoco premia el bien que puedan realizar: elige o re-chaza al margen de las respectivas historias humanas.

Según ello, Jesucristo no habría vivido ni muertopor todos los hombres, si no por los elegidos los cuales,aun practicando el mal, serán salvos si perseveran en sufe. Para el iletrado del pueblo esa fe habrá de ser la desu gobernante (tal expresaba el dicho «cuius regio, eiusreligio»).

La Jerarquía, ocupada en banalidades y cuestionesde forma, tardó en reaccionar y en presentar una répli-ca bastante más universal que la crítica de Erasmo, se-guida entonces por el reducido círculo de los intelectua-les (nuestro J.Luis Vives, entre ellos). Tal réplica llegócon el Concilio de Trento y la llamada Contrareforma,cuyo principal adalid fue San Ignacio de Loyola con suCompañía de Jesús: la Doctrina se revitalizó con la pro-pagación con lo que ha de ser una incuestionable aporta-ción de la Historia: Jesucristo vivió y murió por todoslos hombres que, libremente, están invitados a partici-par en esa grandiosa tarea de amor que es la Redención.

Se ensanchan los horizontes de la Libertad, que yano es loca ni está esclavizada a la fatalidad. Va proyecta-da a la acción del hombre, único ser de la Creación ca-paz de amar y, como tal, capaz de corresponder al amordel Eterno Enamorado.

Aceptando en Dios un amor que, aun siendo absolu-to o, precisamente, por serlo, se complace en ser corres-pondido, se introduce uno en la progresista lógica decuantos, en libertad, han comprometido su vida en haza-ñas de AMOR o de TRABAJO SOLIDARIO (¿no es lomismo?).

Es así cómo, para cada persona, la Libertad más fe-cunda es un ejercicio de la Razón desde sus personalesvirtualidades y hacia el mejor servicio al Otro: es una

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LIBERTAD RESPONSABILIZANTE. Esto de la LI-BERTAD RESPONSABILIZANTE es un don divino alque no se puede renunciar por el palmario y descaradointerés de ninguno de los poderosos de este Mundo.

VII.- NUEVOS CAMINOS PARA LA CIENCIA

Hasta el siglo XV, el cultivo de la Ciencia seguía larutina que marcara Aristóteles, para quien lo poderoso,lo bello y lo inmutable estaban absolutamente identifica-dos. El propio Dios había de ser aceptado como una es-pecie de motor inmóvil que imparte energía desde unaposición fija e inalterable. Proyecciones de esa energíason las «formas» que individualizan a las realidadesmateriales.

Aristóteles no contaba con otros medios de observa-ción que sus propios sentidos ni con otros soportes quelos de su portentosa capacidad de análisis y observa-ción. Abarcó todas las ramas de la Ciencia a las que hil-vanó entre sí con su Lógica.

Aristóteles fue «cristianizado» por la Escolástica yerigido como maestro indiscutible de todo el humanosaber. Cualquier cita, más o menos certeramente inter-pretada, era situada muy por encima de cualquier nove-dosa observación.

Siendo la Escolástica un inconmovible puntal delDogma, resultaba fácil confundir las reservas a laCiencia de Aristóteles con los ataques al Dogma: paralos situados en la intelectualidad de la época resultabamucho más fácil tomar como réplica un «Magisterdixit» que discurrir sobre una posible contra argumen-tación.

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La Jerarquía, preocupada por defender y acrecentarsu poder temporal, servida y halagada por una remolo-na burocracia... trataba con visceral desconfianza cual-quier novedad que pudiera poner en tela de juicio elacatamiento que recibía de los fieles. Pegada al siglopero por encima de las normales inquietudes, preferíalos principios inmutables y las explicaciones definitivasa la incondicionada preocupación por interpretar la rea-lidad en todos sus aspectos: los poderosos de siempremiran con recelo cualquier factor de reserva mentalhacia lo legítimo de su posición.

Se explica así el desamparo cuando no la persecu-ción de los pioneros de la Nueva Ciencia, cuyas prime-ras y más impactantes manifestaciones nacieron del es-tudio del Sistema Solar.

Por lo que se refiere a la observación del firmamentoprivaban las llamadas Tablas de Tolomeo, que preten-dían explicar la totalidad del universo como una limita-da serie de estrellas (algo más de dos mil) prendidas a laesfera exterior o firmamento y subsiguientes esferas,todas ellas concéntricas y coincidentes con las órbitas«sólidas» de Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus,Mercurio y la Luna; a tales órbitas seguían las esferasdel fuego y del aire como próxima envoltura de la últimaesfera, líquida y sólida: la Tierra, centro inmóvil y razónde todo el Universo.

Era una suposición que, siglos atrás, ya había defen-dido Aristóteles; no había, pues, objeción alguna paraconsiderarla piedra angular de la ciencia oficial.

La revolución copernicana viene a alterar tal estadode cosas: Cincuenta años después del descubrimientode América, en 1543, aparece la demostración científicade que la Tierra no es el centro del Universo y sí unomás de los planetas que giran alrededor del Sol.

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Es lo que se afirma en «De revolutionibus orbiumcoelestium», obra firmada por el polaco Nicolás Copér-nico. Para llegar a la conclusión de que «no es cierto queel Sol y los otros planetas giren alrededor de la Tierra»este investigador excepcional, durante no menos detreinta años había observado la trayectoria elíptica deMarte y otros planetas hasta concluir que todos ellos,incluida la tierra eran compañeros en un fantástico viajealrededor del Sol.

Años más tarde, Kepler y Tycho Brahe corrobora-rían tales conclusiones enriqueciéndolas con nuevasapreciaciones sobre la inmensidad y leyes físicas porque se rige el Universo.

La ciencia oficial seguía reacia a aceptar cualquierremodelación de sus viejos supuestos que reciben el tirode gracia merced a las nuevas aportaciones de GalileoGalilei (1564-1642).

Tenía Galilei diecisiete años cuando descubrió laLey del Péndulo; pocos años más tarde, demostró que lavelocidad de caída de los cuerpos está en relación direc-ta con su peso específico contrariamente con lo que ha-bía defendido Aristóteles para quien tal velocidad decaída estaba en relación con el volumen.

Ello, según la cerrada óptica oficial, era incurrir enherejía y Galileo hubo de refugiarse en Venecia, en don-de siguió investigando hasta descubrir en 1609 un ante-cedente del telescopio, artilugio que le permitió locali-zar cuatro satélites de Júpiter, las fases de Venus, loscráteres y «mares» de la Luna, el anillo de Saturno, lasmanchas del Sol...

Se habían abierto nuevos caminos que, para lostimoratos de la época, hacían tambalear peligrosamentela fe en la inmutable armonía de las esferas. Hemos desospechar que su temor real era el de perder posiciones

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en la consideración social, algo tan simple, tan mezqui-no y tan «humano» que no es difícil encontrar en cual-quier época y lugar.

En ese ambiente no es de extrañar la aparición depersonajes como Giordano Bruno (1548-1600), quien,deliberadamente, opone a la Doctrina cualquier nuevodescubrimiento y hace de la inestabilidad en la fe su for-ma de vivir. Al hilo de sucesivas fidelidades y aposta-sías, despierta el desconcierto y apasionadas controver-sias entre los fieles a Roma, calvinistas, luteranos, an-glicanos y, de nuevo, católicos. A unos y a otros confun-de con una encendida retórica tanto en torno a éste o aaquel certero hallazgo científico como en torno a unagratuita y circunstancial suposición. Murió en la hogue-ra sin acertar a saber por qué.

Hizo escuela su pretensión de negar al hombre unaespecífica responsabilidad en lo que hemos llamado laamorización de la Tierra. Para Bruno no era el hombremás que una parte del Uno, entidad estrictamente ma-terial y a modo de un dios (Urano ¿tal vez?) identificadocon el Cosmos.

Se reactualizan así viejos supuestos materialistasque cobran fuerza, más que por su entronque con la Rea-lidad, por la cerrada posición del enfoque contrario.

Se dice defender celosamente el Reino de Dios singenerosos afanes por redimir a nadie y sí con exceso deconvencionalismos y palmarias mutilaciones de esa Li-bertad que se alimenta del Amor y del Trabajo.

En ciertos sectores, se vivía entonces una degenera-da forma de lo que se ha llamado «Agustinismo Político»y personajes como Giordano Bruno resultarían víctimas(algo así le ocurriría también a nuestro Miguel Servet):se dice que el Reino de Dios y el Reino de este Mundoestán en continuo antagonismo. Reconozcamos que el

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tal antagonismo es pura invención de algunos «ilustra-dos» de la época (sea cual sea el extremo cerrado de suóptica).

Desde una parte, el «oficialismo» defiende con la sinrazón de la fuerza principios anquilosados en el tiempoa los que, hipócritamente, prestan «razones teológicas».¿Por qué el hombre no puede intentar hacer la vida máscómoda a sus hermanos procurando un progresivo cono-cimiento y subsiguiente dominio a las llamadas fuerzasnaturales? Al prohibir los buceos en la realidad mate-rial, castran nobles inquietudes a la par que cubren connuevas sombras lo que no tiene por que ser un misterioatenazante.

Por «reacción pendular», los pensadores «laicos»,cuyos ejemplares más destacados suelen ser religiososrebeldes, enfrentan al Poder Creador de Dios pequeñoso grandes descubrimientos que corroboran lo mucho quefalta por conocer de la complejísima realidad material.

Señores, sean ustedes humildes y prudentes y abs-ténganse de dogmatizar sobre el Todo cuanto tan pococonocen de una de sus pequeñísimas partes.

Fijan, pues, inamovibles posiciones, de un lado larutina, en cuyo saco mezclan lo noble de la Tradicióncon viejos tópicos, soportes de privilegios y ñoños pre-juicios; de otro lado, el ciego apasionamiento por lo nue-vo que puede no ser certero pero que ya cuenta con elaval de un tímida probabilidad.

Unos y otros levantan fortalezas irreductibles quelos más simples identifican como ciudadelas de uno yotro reino. Exageración y mentira.

Muy probablemente, ambas posturas representandos parciales versiones de una misma Realidad; perovienen alimentadas de radicalismo, lo que les hace pro-gresivamente irreconciliables.

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En las convencionales y orgullosas divergencias, quetanto perjudicaron y perjudican a la persona sencilla, cuyamáxima aspiración es encontrar sentido trascendente a lalabor de cada día... ¿qué no influiría el simple capricho o laobsesión por apabullar al otro? Por demás... ¿no habría en-tre ambas posiciones un tácito acuerdo para acallar las ne-cesarias expresiones de una equilibrada tercera vía en queresultara fácil limar extremismos y sintetizar lo más certe-ro de ambas posturas?

En este punto, hemos de reconocer que se impusouna PROVIDENCIAL ORIENTACIÓN HACIA EL PRO-GRESO. Vemos que la postura «materializante» facilita«la necesidad que tiene la Materia de ser impulsada porencima de sí misma» mientras que la postura «espiritua-lizante», ya liberada de atavismos históricos, allana elcamino hacia una más estrecha relación entre Dios y elHombre a través de las cosas.

Se demuestra tanto la función creadora (colaborado-ra) del Hombre como la evidencia de que los elementosdel mundo son tanto más positivos cuanto más convergenen Dios.

VIII.- LA RAZÓN VITAL

Probablemente, lo más notable y positivo de la Histo-ria de España viene representado por el PERIODO DEREFLEXION subsiguiente a esa proyección universalque se inicia en 1492 y se diluye en el tiempo hasta nues-tros días.

El «sic transit gloria mundi», que tan bien expresaraFray Luis de León, hubo de resultar elocuente para los

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testigos de la ruinosa, accidentada y vertiginosa historiadel Imperio Español.

El Imperio Español, al igual que toda obra de acapa-ramiento, generó avasallamientos, despojos y miserias...pero por distintos caminos que el de otros imperios, conmás liberales modos y con muy diferentes resultados: haypleno reconocimiento de «derechos» (según la limitadaóptica de la época) para los pueblos sometidos, en múlti-ples ocasiones la Cruz impone su freno a la espada, seprodigan las mezclas de sangres y de razas...

En la historia de entonces no es raro que un victo-rioso guerrero se retire en plena «gloria» (a ejemplo delmás poderoso de la época, el propio emperador CarlosV, enclaustrado en Yuste), que un inquieto capitán ca-nalice en el Evangelio sus afanes de conquista (caso deIgnacio de Loyola)...

Muchos siglos de reconquista, asimilación y ósmosisentre variadas culturas, el genio integrador de Fernan-do e Isabel, la herencia espiritual de Séneca, Isidoro deSevilla, de dos ilustres cordobeses, el árabe Averroes yel judío Maimónides (mucho aprendió de ellos SantoTomás de Aquino para actualizar, cristianizar y popula-rizar una «nueva lectura» del maestro Aristóteles)... sonpeculiaridades irrepetibles; también es irrepetible lapersonalidad de Ramón Lulio, pensador para quien laLógica y el Amor a Dios son los más seguros guías en elCamino hacia la propia realización.

En este brevísimo repaso por lo español de notoriainfluencia en el Mundo, es de rigor detenernos en LuisVives, a quien repugnaban los abusos de la dialécticatan dominante en las universidades de su época: erauna estéril forma de discurrir que convertía a todo pen-samiento en un simple juego de palabras o en una pe-dantesca exhibición de ingenio mientras que se relegaba

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a un último plano la preocupación por las carencias hu-manas.

Son tiempos en que cobra progresiva fuerza el llama-do Humanismo.

Ya sabemos que el humanismo fue un conglomeradode erudición, cultivados modos de relación social, co-rrientes artísticas, catálogo de valores... en muy directarelación con los intereses de un movimiento corporati-vo, la burguesía, que puja con fuerza para acaparar ladirección politíco-social.

Es sabido que en España la tal burguesía, durante elllamado Siglo de Oro, tuvo un infatigable enemigo enmoralistas como Quevedo pero, muy principalmente, enla figura del caballero antiburgués cual representa serDon Quijote, quien despreciará cualquier afán de acapa-rador para canalizar todas sus inquietudes a «desfacerentuertos».

Fuerza argumental para este vital posicionamientose encuentra en pensadores como Vitoria o Suárez,pero, sobre todo, en espíritus tan vigorosos y tan fielesa una Realismo Trascendente como el de Santa Teresa ode San Juan de la Cruz.

Consecuente y contrariamente a como sucede en elresto de Europa, en los siglos posteriores a nuestro lla-mado Siglo de Oro no es el cartesianismo y su «subrepti-cia génesis de una descomprometida conciencia colecti-va» la corriente que priva en las academias y universida-des españolas.

En nuestra cultura y forma de vivir de entonces,frente al racionalismo rampante de los cartesianos es loque Ortega llamará la Razón Vital uno de los más pode-rosos puntales de ese Realismo en que se ha de alimen-tar la Libertad Responsabilizante

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Lección IV. ESPECULADORES Y REVOLUCIONARIOS

I.- LA MAREA RACIONALISTA

En Renato Descartes (1596-1650) se consuma la dis-torsión entre el monolítico dogmatismo de una Escolás-tica que ya no es la de Santo Tomás de Aquino y unanueva (o vieja pero revitalizada) serie de dogmatismosantropocéntricos en que priva más la fantasía que larazón.

Repite el cartesianismo el fenómeno ocurrido cuan-do la aparición y el desarrollo del Comercio, esta vez enlos dominios del pensamiento: si en los albores del co-mercio medieval, la redescubierta posibilidad del libredesarrollo de las facultades personales abrió nuevoscaminos al progreso económico, ahora el pensamientohumano toma vuelo propio y parece poseer la fuerzasuficiente para elevar al hombre hasta los confines delUniverso.

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Descartes no fue un investigador altruista: fue unpensador profesional, que supo sacar partido a los nue-vos caminos que le dictaba su imaginación. Rompe elmarco de la filosofía tradicional, en que ha sido educa-do, y se lanza a la aventura de encontrar nuevos derro-teros al pensamiento.

El mundo de Aristóteles, cristianizado por SantoTomás de Aquino y vulgarizado por la subsiguiente le-gión de profesionales del pensamiento, constituía ununiverso inamovible y minuciosamente jerarquizado entorno a un eje que, en ocasiones, no podría decirse si eraDios o la defensa de las posiciones sociales conquista-das a lo largo de los últimos siglos.

Tal repele a Descartes, que quiere respirar una muydistinta atmósfera: quiere dejarse ganar por la ilusiónde que es posible alcanzar la verdad desde las propias yexclusivas luces.

Esa era su situación de ánimo cuando, alrededor desus veinte años, «resuelve no buscar más ciencia que laque pudiera encontrar en sí mismo y en el gran libro delmundo. Para ello, empleará el resto de su juventud enviajar, en visitar cortes y conocer ejércitos, en frecuen-tar el trato con gentes de diversos humores y condicio-nes, en coleccionar diversas experiencias... siempre conun extraordinario deseo de aprender a distinguir lo ver-dadero de lo falso, de ver claro en sus acciones y mar-char con seguridad en la vida».

En 1619, junto al Danubio, «brilla para mí, dice, laluz de una admirable revelación»: es el momento del«cogito ergo sum», padre de tantos sistemas y contrasis-temas.

Ante la «admirable revelación», Descartes abandonasu ajetreada vida de soldado y decide retirarse a sabo-rear el «bene vixit qui bene latuit».

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A renglón seguido, Descartes reglamenta su vidainterior deforma tal que cree haber logrado desasociarsu fe de sus ejercicios de reflexión, su condición de cató-lico fiel a la Iglesia de la preocupación por encontrarraíces materiales a la moral. Practica el triple oficio dematemático, pensador y moralista.

De Dios no ve otra prueba que la «idea de la Perfec-ción «nacida en la propia mente: lo ve menos Personaque Idea y lo presenta como prácticamente ajeno a losdestinos del mundo material.

El punto de partida de la reflexión cartesiana es la«duda metódica»: ¿no podría ocurrir que «un Dios, quetodo lo puede, haya obrado de modo que no exista ni tie-rra, ni cielo, ni cuerpo, ni magnitud alguna, ni lugar... yque, sin embargo, todo esto me parezca existir exacta-mente como me lo parece ahora?»... «Ante esa duda so-bre la posibilidad de que todo fuera falso era necesariode que yo, que lo pensaba, fuera algo...» «...la verdad deque pienso luego existo («cogito ergo sum») era tan fir-me y tan segura que todas las más extravagantes supo-siciones de los escépticos no eran capaces de conmover-la; en consecuencia, juzgué que podía recibirla como elprincipio de la filosofía que buscaba».

Estudiando a Descartes, pronto se verá que el «co-gito» es bastante más que el principio de la filosofíaque buscaba: es toda una concepción del mundo y, sise apura un poco, la razón misma de que las cosasexistan.

Por ello, se abre con Descartes un inquietante cami-no hacia la distorsión de la Verdad. Es un camino muydistinto del que persigue «la adecuación de la inteligen-cia al objeto». Cartesianos habrá que defenderán la abe-rración de que la «verdad es cuestión exclusiva de lamente, sin necesaria vinculación con el ser».

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El orden «matemático-geométrico» del Universobrinda a Descartes la guía para no «desvariar por co-rrientes de pura suposición». Por tal orden se desliza el«cogito» desde lo experimentable hasta lo más etéreo einasequible, excepción hecha de Dios, Ente que encarnala Idea de la Plenitud y de la Perfección.

En el resto de seres y fenómenos, el «cogito» desarro-lla el papel del elemento simple que se acompleja hastaabarcar todas las realidades, a su vez, susceptibles dereducción a sus más simples elementos no de distintaforma a como sucede con cualquier proposición de la geo-metría analítica: «estas largas series de razones, dice, deque los geómetras acostumbran a servirse para llegar asus más difíciles demostraciones, me habían dado ocasiónde imaginar que se entrelazan de la misma manera todaslas cosas que entran en el conocimiento de los hombres».

El sistema de Descartes abarca o pretende abarcartodo el humano saber y discurrir que, para él, tiene ca-rácter unitario bajo el factor común del orden geométri-co- matemático: la Ciencia será como «un árbol cuyasraíces están formadas por la Metafísica, el tronco por laFísica y sus tres ramas por la Mecánica, la Medicina yla Moral».

Anteriormente a Descartes, hubo sistemas no menoselaborados y, también, no menos ingeniosos. Una de lasparticularidades del método cartesiano es su facilidadde popularización: ayudó a que el llamado razonamientofilosófico, aunque, incubado en las academias, se proyec-tara a todos los niveles de la sociedad. Podrá, por ello,pensarse que fue Descartes un gran publicista que«trabajö» adecuadamente una serie de ideas aptas parael consumo masivo.

Fueron ideas convertibles en materia de laboratoriopor parte de numerosos teorizantes que, a su vez, las

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tradujeron en piedras angulares de proposiciones, confrecuencia, contradictorias entre sí.

Cartesiano habrá que cargará las tintas en el carácterabstracto de Dios con el apunte de que la máquina deluniverso lo hace innecesario; otro defenderá la radicalautosuficiencia de la razón desligada de toda contingen-cia material; otro se hará fuerte en el carácter mecánicode los cuerpos animales («animal machina»), de entre loscuales no cabe excluir al hombre; otro se centrará en elsupuesto de las ideas innatas que pueden, incluso, llegara ser madres de las cosas; no faltará quien, con Descar-tes, verá en la medicina una más fuerte relación con lamoral que en el propio compromiso cristiano.

El cartesianismo es tan audaz y tan ambiguo quepuede cubrir infinidad de inquietudes intelectualesmás o menos divergentes.

En razón de ello, no es de extrañar que, a la sombradel «cogito» se hayan prodigado los sistemas con la pre-tensión de ser la más palmaria muestra de la «razónsuficiente»: sean ellas clasificables en subjetivismos opragmatismos, en materialismos o idealismos... ven enla herencia de Descartes cumplido alimento.

Si Descartes aportó algo nuevo a la capacidad re-flexiva del hombre también alejó a ésta de su funciónprincipal: la de poner las cosas más elementales al al-cance de quien más lo necesita.

Por demás, con Descartes el oficio de pensador,que, por el simple vuelo de su fantasía, podrá erigirseen dictador de la Realidad, queda situado por encimade los oficios que se enfrentan a la solución de lo coti-diano: Si San Agustín se hizo fuerte en aquello social-mente tan positivo del «Dillige et fac quod vis» una con-signa coherente con la aportación histórica de Descar-tes podía haber sido: «Cogita et fac quod vis», lo que,

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evidentemente, abre el camino a los caprichos de la es-peculación.

II.- EXPERIENCIA CIENTÍFICA, FANTASÍA Y FE

La «divina geometrización», de que hablara Kepler yque privó en Europa durante el siglo XVIII, correspon-día a una creencia de Galileo: la de que la Naturaleza serige por leyes matemáticas cuya traducción a fórmulasmanejables es simple cuestión de tiempo.

Tal posicionamiento favoreció la profundización tan-to en las matemáticas abstractas como en la física teóri-ca, punto de apoyo para el vertiginoso progreso científi-co de épocas posteriores. No faltó quien prefirió la co-modidad de la precipitada simplificación y, desde unateoría científica verosímil, aunque no demostrada, sededicó a elaborar sistemas y contrasistemas pretendida-mente apoyados en el carácter irrebatible de esa mismateoría.

En tal terreno cobraron excepcional autoridad nom-bres como Hobbes, Locke y Hume, a los que se conside-ra precursores del llamado «empirismo inglés».

En el tal empirismo inglés se quiere hacer ver queya no existen verdades inmutables y eternas que ha-brían de regir los apriorismos de toda construcción cien-tífica. Ni siquiera se acepta el presupuesto de la Razóncomo cimiento de todo ulterior discurrir: el máximoapoyo del conocimiento es la experiencia que, para serrealmente válida, requiere la previa destrucción de to-dos los prejuicios dogmáticos (de los «ídolos de la men-te», que diría Bacón de Verulano) y avanzar por caminosde observación, análisis y selección de los fenómenos.

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Se llega a defender que «la experiencia sensible lo estodo» por lo que, en sí misma, incluye la base necesariapara decidir la viabilidad de la Moral, del Derecho, dela Religión... Y, puesto que toda experiencia es suscepti-ble de perfección, nada es acabado y absoluto: todo es ala medida del hombre.

A tenor de las nuevas circunstancias, se altera laescala de prioridades: los sentidos se colocan por enci-ma de la conciencia, lo útil sobre lo noble, lo particularsobre lo universal, el tiempo sobre la eternidad, la partesobre el todo...

Pero tal posición teórica, insuficiente para cualquierdefinición satisfactoria de la Realidad y, por lo tanto,puerta abierta para el más desolador de los escepticis-mos, sí que es apropiada para el estudio de los fenóme-nos y para las experiencias de laboratorio: el progresocientífico se mantiene y desarrolla en base a pasos muymedidos, comprobados e interrelacionados.

Ejemplo de esto último nos lo da Newton para quienel estudio científico ha de ajustarse a tres reglas princi-pales: «No considerar causas naturales más que aquellasque resulten suficientes para explicar los fenómenos; laNaturaleza, que escatima celosamente sus energías,desecha toda superficialidad. Para explicar los mismosefectos, en la medida de lo posible, debemos partir delas mismas causas. Las cualidades comunes a todos loscuerpos que nos es dado observar directamente, puedenser considerados de carácter universal y, por lo tanto,son extensibles a todos aquellos cuerpos que no nos esposible observar de cerca».

La Ciencia debe a Newton el descubrimiento de la«Ley de Gravitación Universal» por que se rige la mecá-nica del Universo. El descubrimiento del cálculo infini-tesimal, que habrían de perfeccionar Euler, d’Alembert,

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Lagrange... hasta dar paso a la mecánica analítica y geo-metría descriptiva (Monge). Sus estudios de óptica ayu-daron al perfeccionamiento del telescopio por parte deHerschel, lo que, a su vez, permitió ampliar considera-blemente el catálogo de estrellas, el descubrimiento delplaneta Urano y de nuevos satélites de Saturno (Lacai-lle). También fue obra de Newton el descubrimiento delcarácter corpóreo de la luz...

Hay una larga serie de descubrimientos que se suce-den correlativamente en base a la aceptación de las nuevasteorías y a la utilización del método de las tres reglas pro-pugnado por Newton: Fahrenheit inventa el termómetro,Lavoisier determina el calor específico de varios elemen-tos, Wat inventa la máquina de vapor que revolucionaríala industria, Fay Walsch, Galvani, Volta, Coulomb... descu-bren insospechadas propiedades de la electricidad.

En paralelo avanzan las llamadas Ciencias Natura-les: Linneo cataloga las distintas familias animales; lesigue Buffon, para quien «la Naturaleza trabaja deacuerdo a un plan eterno que no abandona jamás». Claroque desde esa suposición el propio Buffon se atreve adogmatizar sobre la autosuficiencia de la Materia.

En esa pretendida autosuficiencia de la materia(«principio y fin de todo») se hacen fuertes los «enciclope-distas franceses» con D’Alambert y Diderot a la cabeza.

Remedando la Enciclopedia de Chambers (1728),D’Alambert y Diderot invitan a Voltaire, Rousseau,Buffon, Helvecio, Holbach, Condillac, Raynal... a reco-pilar «todo el saber de la época». Fue una invitación quecuajó en la elaboración de los tres primeros volúmenesde la Enciclopedia Francesa. A partir del cuarto volu-men fue Diderot el único redactor.

No se puede pensar que la Enciclopedia fuera unaespecie de conciencia del siglo: fue, más bien, la expre-

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sión de un afán de demolición en nombre de un preten-dido Naturalismo en cuyo desarrollo se pretendía de-mostrar la inutilidad del Dios Providente y de la Re-dención: a lo sumo, se definía a Dios como Gerente oArquitecto.

Surge una nueva versión del fetichismo o religiónnatural progresivamente divergente de la otra Religión,cuyo protagonista es un Dios-Hombre que busca colabo-radores para la «amorización» de la Tierra y amigospara la Eternidad.

Esa nueva «religión natural» decía apoyarse en laexperiencia administrada por la razón. El premio queofrece es la libertad aquí y ahora... Dice ser genuina ex-presión del progreso y presenta a la Otra, a la Religióndel Crucificado, como ejemplo de inmovilismo y de avalde privilegios para un grupo de parásitos que viven ygozan a la sombra de un dios ciego y sordo a los proble-mas humanos...

«Es antisocial, dicen los nuevos profetas, aferrarse a ladefensa de lo ya marchito y ridiculizado por la Ciencia».

Son esos mismos profetas los que hablan de nuevosmundos de libertad y prosperidad sin límites y... sinotro esfuerzo personal que el de aplaudirles.

Dicen estar en lo cierto dado que los que no defien-den sus mismas cosas han resultado incapaces de hacerfelices a todo el mundo. Su arma más poderosa es elviejísimo truco ya utilizado por los sofistas: BASTACRITICAR PARA TENER RAZÓN.

En ese mal llamado «Siglo de las Luces» no faltaronsoportes intelectuales del equilibrio y fortaleza necesa-rios para no desvariar por los extremismos. De ello ve-mos un claro ejemplo en los seguidores de Leibniz.

Godofredo Guillermo Leibniz (1646-1716) «fue unespíritu universal, interesado por todos los ramos de la

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cultura a su alcance, en todos los cuales se mostró acti-vo y creador. En la ciencia matemática descubre el cál-culo diferencial, en física formula la ley de conservaciónde la energía, en psicología descubre el subconsciente,en teología hace ver la activa presencia de la providen-cia divina, en la ciencia económica desarrolla una largaserie de proyectos prácticos para la explotación de lasminas, alumbramiento y canalización de aguas, cultivodel campo...» (Hirschberger).

Leibniz cultiva la filosofía en su acepción clásica,«amiga de la sabiduría» y «Theologiae ancilla». Comotal, se interesa por todo cuanto pueda ser útil al Hom-bre, en sus dos dimensiones: la espiritual y la materialy lo hace con una perspicacia, perseverancia y sencillezadmirables.

Desde su excepcional dedicación al estudio de los pro-blemas del hombre y de su entorno, comprende que losextremos son viciosos y dice: «He comprobado que la ma-yor parte de las sectas tienen razón en una buena parte delo que afirman, pero ya no tanta en lo que niegan. Los for-malistas, sean platónicos o aristotélicos, tienen razón alpresentar la fuente de las causas formales y finales; ya nola tienen al soslayar las causas eficientes y materiales...Por otro lado, los materialistas o aquellos que no tienen encuenta más que una filosofía mecánica, hacen mal al des-echar las consideraciones metafísicas y el querer explicar-lo todo por principios sensibles. Me satisface el haber cap-tado la armonía de los diferentes reinos y el haber vistoque ambas partes tienen razón a condición de que no cho-quen entre sí: que todo sucede en los fenómenos naturalesde un modo mecánico y también de un modo metafísico(más allá de lo experimentable en el laboratorio) pero quela propia fuente de la mecánica está en la Metafísica» (quelleva a la Fe en el Principio o Causa Primera).

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Por consiguiente, son los científicos y pensadores,que siguen los pasos de Leibniz, claros representantesde una TERCERA VÍA, que persigue un Progreso enque Experiencia y Reflexión, a la par que obligadas porla Realidad a reconocer sus propias limitaciones, se ha-cen de más en más certeras en cuanto se unen y comple-mentan. Y, muy seguramente, descubrirán el punto fla-co de cuantos sistemas dogmatizan sobre la autosufi-ciencia de la Materia.

Es ésa una autosuficiencia que, en sus «Principiosmatemáticos de la Filosofía Natural», el antes citadoNewton había puesto en tela de juicio al situar a Diosen la cúspide de su Cosmovisión: el serio y bien hilvana-do tratamiento de los fenómenos le había llevado a laNECESIDAD DE LA CAUSA PRIMERA, principiodefendido por los grandes pensadores cristianos, desdeTomás de Aquino a Teilhard de Chardin.

III.- DESPIERTA, PUEBLO, DESPIERTA

El «Derecho Natural» fue definido por Spinoza como«las reglas que apoyan lo que acontece por la fuerza dela Naturaleza». La fuerza de la Naturaleza o Ley Natu-ral, en Aristóteles, es respetada cuando cada hombreparticular es y obra conforme a la idea y esencia dehombre, único animal dotado de razón.

Sobre cual sea el más adecuado uso de la razón, que,lógicamente, habría de corresponder con su «natural fi-nalidad», se han elaborado multitud de suposiciones.Para los cristianos la «ratio recta» es la conciencia moralo «participación de la ley divina en la criatura racional»(S.Tomás, S.th. I-II, 91,2).

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No pocos cartesianos han discrepado ostensiblemen-te sobre el entronque realista de una conciencia perso-nal capaz de diferenciar el bien del mal e inspirador deun Derecho encauzado hacia el Bien Común: Un Hobbes(antecesor de Spengler) dirá que la Naturaleza «ha dadoa cada uno derecho a todo, lo que significa que, en el máspuro estado natural, antes que los hombres concertaronunos con otros cualquier clase de tratados, le era a cadauno permitido hacer cuanto quisiera y contra quien qui-siera, acaparar, usar y gozar lo que quisiera y pudiera...de donde se deduce que, en el estado primitivo natural,la utilidad es la medida de todo derecho.»

Se observa cómo en tal definición del «Derecho Natu-ral» no tiene cabida Dios ni su sello sobre la concienciahumana: es, simplemente, lo que se puede calificar como«brutalidad consciente» en que el hombre incurre ejer-ciendo el papel de fiera al acecho («homo homini lupus»,dirá el propio Hobbes).

Los evidentes desmanes de tal «brutalidad conscien-te» llevan a Hobbes a considerar que «el puro ejerciciodel Derecho Natural» puede conducir al aniquilamientode la especie. Es en razón de la necesidad de supervi-vencia que se ha de establecer y, de hecho, se ha estable-cido con mejor o peor fortuna, un «Contrato social y po-lítico», que implica la cesión irreversible al Estado deuna parte de los derechos individuales.

Por esa «cesión irreversible», para Hobbes, el Estadose convierte en la única fuente de Derecho, de Moral yde Religión, cuestiones que ya no serán valores por supropia razón de ser sino porque la sociedad civil ha he-cho de ellas «razón de estado»: «Otorgo al poder supre-mo del Estado, dice Hobbes, el derecho a decidir si de-terminadas doctrinas son incompatibles con la obligada

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obediencia de los ciudadanos, en cuyo caso el propioEstado habrá de prohibir su difusión».

Es así como, para los seguidores de Hobbes, el Esta-do es cabeza y corazón de un hombre nuevo, el hombreespecie, cuyo derecho sigue la medida de su astucia yfortaleza y solamente es frenado por la fuerza de unaley que regula su supervivencia. Según ello, prototipode buen estado será aquel que ejerza su papel como unindiscutido patriarca que proporciona seguridad yoportunidad para la práctica de la especulación y de los«placeres naturales».

Ya están asentadas las bases de dos fuentes de «equi-librio social»: El «Derecho Natural» y el «Despotismo Ilus-trado» o punto de encuentro entre el poder absoluto y lasnuevas corrientes contestatarias. Es este Hobbes el autordel famosísimo Leviatán, escrito en homenaje al «protec-tor» Cronwell y como medio para acabar con el propiodestierro y regresar a Inglaterra. El «Leviatán», descar-nada reedición de «El Príncipe», fue ampliamente cele-brado en todos los círculos de poder de la época: En élencontraron inspiración desde el propio Cronwell hastaCatalina I de Rusia, pasando por Luis XIV.

A pesar de apoyarse en tan despiadados esquemaso, precisamente, por ello, las teorías de Hobbes no cho-caron demasiado con los círculos intelectuales de laépoca ni, mucho menos, con las inquietudes de los si-tuados. Por demás, ya en Inglaterra se reconocía amplialibertad de expresión en el terreno de las ideas y puestoque el autor no atacaba frontalmente a la Religión, «sim-ple cuestión de fe»...

Frente a Hobbes se situó J. Locke (1632-1704), acep-tado como el padre del «empirismo inglés».

Para Locke el «Derecho Natural» es el factor de la«bondad natural» y de la solidaridad : «los hombres, so-

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ciables y generosos por Ley Natural, aspiran a la felici-dad guiados por las elementales sensaciones del dolor ydel placer; pero la meta de tal felicidad está ahora aleja-da por la artificial introducción de la propiedad privaday del lujo».

También Locke apela al «contrato social»: aunquenaturalmente buenos, los hombres no proceden comotal porque han sido víctimas de las torpes fuerzas de lahistoria; la nueva vía será consecuencia de un «contra-to» que implica la renuncia de una parte de la libertadde cada uno para que sea posible un Estado que velepor la libertad de la mayoría. A diferencia del deHobbes, éste no será un estado coactivo: su inspiraciónfundamental será la moral natural y sus dos puntos deapoyo los poderes legislativo y ejecutivo.

Hobbes y Locke, desde dos apreciaciones extremas,se presentan como cartesianos atentos a las determina-ciones de la propia Naturaleza y del momento histórico:de hecho, someten a la doctrina de Descartes a una pro-funda remodelación según una óptica que pretende serposibilista. Para muchos, ya el cartesianismo aparecerácomo una ciencia natural proyectada, fundamentalmen-te, hacia la gestión política. La reflexión se vuelca hacialos problemas de relación entre los hombres, se hacepragmática. Ello había sido facilitado por la corrientellamada empirista cultivada, fundamentalmente, poruna parte influyente de la intelectualidad inglesa.

La referencia principal seguía siendo Descartes, peroun Descartes considerablemente menos especulativo queel original. Este nuevo Descartes es reintroducido enFrancia por dos teorizantes que, desde apreciaciones ex-tremas, marcarán una larga época: Voltaire y Rousseau.

En la Francia de entonces el Rey, «por la gracia deDios», encarna al poder absoluto; respeta a los intelec-

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tuales en tanto que no pongan en tela de juicio su in-condicionada facultad de dirigir, controlar e interpre-tar. Para encontrarle un igual habrá que remontar hastael propio Dios. Por el momento, el Rey ve muy bien quelos profesionales del pensamiento no salgan del terrenode la pura especulación.

No sucede lo mismo en Inglaterra en donde la teoríapolítica parece ser el punto de partida de la Filosofía,de la Moral e, incluso, de la propia Religión (no olvide-mos que allí es el Rey el cabeza de la Iglesia).

En Francia los servidores del Régimen pretendenque sea al revés: una religión a la altura de los tiemposinspirará todo lo demás. Ello cuando la propia religión,a nivel de poder, apenas excede lo estrictamente ritual,las costumbres de la aristocracia y alta burguesía sondesaforadamente licenciosas (son los tiempos de la «no-bleza de alcoba») y, apoyándose en un fuerte y bien pa-gado ejército, se hacen guerras por puro «diverttimen-to». La aparente mayor tolerancia respecto a la libertadde pensamiento se torna en agresión cuando el censorde turno estima que se entra inoportunamente «en elfondo de la cuestión»

Este fondo de la cuestión era la meta apetecida dealgunos intelectuales franceses para quienes «el sol na-cía en Inglaterra». A este grupo pertenecieron los cita-dos Rousseau, Voltaire y, también, Montesquieu (esteúltimo, sin duda, el más realista, sincero y, tal vez tam-bién, el más generoso de los tres).

Del maridaje entre el cartesianismo y el empirismoinglés nació un movimiento que hacía ostentación de lallamada ilustración, cuyo sistematizador más celebradofue Voltaire.

Francisco María Arouet, Voltaire, en sus «Cartassobre los ingleses» (1734) abre el camino a la crítica

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metódica contra el Trono y el Altar, las dos columnas enque se apoyaba el que, más tarde, se llamó Antiguo Ré-gimen.

Brilla Voltaire en unos tiempos en que pululan los«filósofos de salón», personajes y personajillos, que noescriben propiamente libros: son panfletos, proclamas yrecortes sobre lo superficial en Religión, Ciencias, Polí-tica, Economía...

Tales escarceos especulativo-literarios encuentraneco entre los «parvenus», burgueses de segunda oenésima generación que distraen sus ocios en el juegode las ideas. Algunos de ellos ya controlan los resortesdel vivir diario, pero no dejan de pertenecer al llamadoTercer Estado cuya frontera es la corte del Capeto.

Ese Tercer Estado no es el Pueblo. Tampoco Voltai-re se siente perteneciente al Pueblo (vil canalla, quegustaba de considerar). Soberbia aberración es pues in-cluir a Voltaire entre los «clásicos populares».

Cínico con sus amigos, implacable y frío con sus ene-migos, Voltaire nunca disimuló su desmedido afán porerigirse en dueño de la situación. Zarandeador de sutiempo, hace ostentación de su filiación burguesa: hacever Voltaire que en el saber hacer de su clase están lasraíces del futuro.

No se retrae de reconocer que cuenta con un rival aabatir: Aquel a quien cataloga de «Infame», el propioJesucristo que predicaba aquello de que «los últimosserán los primeros». Para Voltaire los últimos seránsiempre los últimos mientras que los primeros puedenser los segundos de ahora por gentileza del poderosoentre los poderosos de este mundo.

Sucede que los poderosos de la época se entusias-man por el «alimento espiritual» que les brinda Voltai-re. Ejemplo de ello nos dan «déspotas ilustrados» como

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Catalina de Rusia, Federico II de Prusia o satélites mi-nistros ilustrados como Choiseul en Francia, Aranda enEspaña, Pombal en Portugal, Tanucci en Nápoles...

Es, pues, Voltaire el principal promotor del «Despo-tismo ilustrado», «gente guapa» de la época que puedeny deben ejercer la autoridad por imperativo de la estéti-ca que rodea al poder no por hacer más llevadera la vidaa los súbditos que, cuanto más anclados estén en sus li-mitaciones, más serviciales habrán de resultar.

Meta de la predicamenta volteriana es el utilitaris-mo individualista, que servirá de pedestal a una élite«ilustrada» movida por la colectiva conciencia mante-ner los privilegios de la propia «clase». Desde una ópti-ca también utilitarista, Rousseau apela a otra concien-cia colectiva, la de la mayoría.

Juan Jacobo Rousseau, durante su estancia en Ingla-terra, bebió en Locke una socializante, optimista e im-personal acepción sobre el «Derecho Natural».

Rousseau se dejaba embargar por las emociones ele-mentales: el candor de la infancia, el amor sencillo yfiel, la amistad heroica, el amparo de los débiles... Por-que renegaba de la Sociedad en que vivía predicó la«vuelta a la Naturaleza».

Identificando al saber con la pedantesca ilustración,formula dogmas al estilo de: «ten presente siempre quela ignorancia jamás ha causado mal alguno»... «la únicagarantía de verdad es la sinceridad de nuestro corazón».

Se dice religioso pero, al igual que Lutero, Descar-tes, Hobbes, Locke, Voltaire... soslayó la trascendenciasocial del Hecho de la Redención: no supo o no quiso verque la presencia del Hombre-Dios en la historia es, fun-damentalmente, una llamada a la responsabilidad delhombre quien, en libre derroche de amor y de trabajo,ha de AMORIZAR la Tierra en beneficio de todos los

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demás hombres, empezando por los más próximos para,de esa forma, abrirles paso en el camino hacia el pro-greso, horizonte que coincide con la realización personalo, lo que es lo mismo, con la ascendente marcha hacia laconquista del propio ser.

Puesto que Rousseau no tiene en cuenta la trascen-dencia social del Hecho de la Redención (la vida de Cris-to era para él, simplemente, un bello y aleccionadorejemplo de conducta), se escandaliza por el aparentesin-sentido de la Historia, añora la animalesca libertaddel hombre primitivo, reniega de la libre iniciativa per-sonal, cuyo premio tangible puede ser la propiedad (oadministración) sobre las cosas, condena en bloque a laCivilización a la par que aboga por una instintiva e irra-cional vuelta a la naturaleza en solidaria despersonali-zación o, lo que es lo mismo, «una voluntaria extrapola-ción de los propios derechos hacia los derechos de laComunidad».

Desde esa premisa, Rousseau defiende lo que, gene-rosamente, se puede calificar de romántica ilusión:: «encuanto el individuo aislado somete su persona y su po-der a la suprema dirección de la voluntad general entraen la más segura vía de su propia libertad»... Es un so-metimiento tanto más grato cuanto es más espontáneopero que debe ser aplicado a todos los hombres sin ex-cepción; en consecuencia, aquel que se resiste a sometersu persona y su poder a la encarnación de la voluntadgeneral «deberá ser presionado, dice Rousseau, portodo el cuerpo social lo que significa que se le obligará aser libre».

En la utopía rusoniana Razón, Libertad y Responsa-bilización dependen de la «voluntad general» que podráalterar, incluso, los principios más elementales de laconvivencia. A eso se ha llamado «Totalitarismo demo-

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crático», por cuyo ejercicio se podrá alterar la escala devalores, justificar sangrientas represalias, poner en telade juicio los pilares de la Justicia, etc, etc... ridiculizar ala Familia, a la Patria, al Amor...

Para Rousseau las eventuales desviaciones seráncompensadas con la educación, disciplina que, paraRousseau no se apoya en verdades eternas ni en dicta-dos de la experiencia: para la pertinente educación deljoven será suficiente el desarrollo de la sensibilidad dehombre de la naturaleza. Si el joven se abre sin prejui-cios a cuanto le entra por los ojos podrá reaccionar de laforma más conveniente ante cualquier problema... Elpapel del educador o «ministro de la naturaleza» es el desugerir puesto que «no es pensando por él como le ense-ñaremos a pensar».

Transcurridos más de dos siglos desde entonces,hemos de reconocer como muy simples suposicionestodo eso de que el «hombre es naturalmente bueno», deque «la mayoría acierta siempre», de que «la espontanei-dad sea el principio de toda justicia»...

Por demás, es forzoso reconocer la imposibilidad deuna sociedad sin estructura jerárquica. Nunca se hadado en la Historia: los pretendidos intérpretes de lavoluntad colectiva han resultado ser tiránicos egocen-tristas.

Si, para Voltaire, el Pueblo era algo así como un ga-llinero, Rousseau lo presentaba como un rebaño que nonecesitara pastor.

Más pegado a la realidad de su tiempo, menos carte-siano y también influenciado por el empirismo inglés,fue el barón de Montesquieu, cuyo «Espíritu de las Le-yes», sin duda que constituye la más positiva aportaciónde los dos últimos siglos a la relatividad del poder polí-tico (no le cuadra el mismo sistema a una sociedad agra-

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ria que a una sociedad industrial, no puede ser el parla-mento persa igual al parlamento inglés...).

En otra ocasión habremos de volver a Montesquieu.Por ahora bástenos reconocer en él tanto al analista dela relatividad en los regímenes políticos como al pre-cursor de las más consolidadas democracias modernas:Para Montesquieu el equilibrio político descansa en laindependencia y complementariedad de los Tres Pode-res: el ejecutivo, el parlamentario y el judicial.

La libertad resulta seriamente dañada cuando talespoderes se enfrentan corporativamente entre sí o, másgrave aun, obran al dictado del líder supremo, aunqueel poder de éste haya sido «legitimado» por las urnas (elvoto responsabiliza, no otorga «patente de corso»).

Tras las precedentes referencias históricas y re-flexiones, vemos como el posible, deseable, justo y útil«despertar del Pueblo», siempre lento y, en ocasiones,despistado e irregular, no depende de orquestadas re-beldías o interesadas masificaciones: Nace y crece en elfecundo uso de la libertad personal, ese bien tanto másinasequible cuanto las conciencias se muestran más «co-lectivizadas» y más vacías están de generosa preocupa-ción por facilitar el bienestar del prójimo.

IV.- SUEÑOS Y SANGRE CONTRA EL ANTIGUO RÉGIMEN

El 14 de julio de 1789, una parte del pueblo de Parísasaltó y tomó la Bastilla, todo un símbolo de viejas opre-siones. Cuentan que, al enterarse, Luis XVI exclamó:«¡Vaya por Dios, un nuevo motín!». «No, señor, le replicóel duque de Rochefoucauld; esto es una Revolución». Elsimple y orondo Luis Capeto no dejó de creer que asistía

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a una sucesión de injustos y pasajeros motines hasta el21 de enero de 1893 en que era guillotinado a la vistade todo el pueblo en la Plaza de la Revolución, hoy lla-mada Plaza de la Concordia.

Efectivamente, aquel movimiento fue bastante másque un motín o sucesión de motines. En primer lugar,fue la culminación de un cambio en la escala jerárquicasocial (la oligarquía sucedió a la aristocracia); fue unsubsiguiente río de sangre (murieron más de 50.000franceses bajo el Reino del Terror) fue una larga suce-sión de guerras que llevó el expolio y la muerte a Italia,Egipto, España, Rusia, Paises Bajos, etc., etc... primeroprotagonizada por los autoproclamados cruzados de lalibertad, enseguida por Napoleón, el «petit caporal» que,en oleadas de ambición, astucia y suerte, llegó a creerseuna ilustrada reedición de Julio César; fue la recons-trucción para peor de muchas cosas previamente des-truidas, algunas de ellas logradas a precio de amor, su-dor y sangre... Fue o debía de ser una formidable lecciónde la Historia.

Muchos consideran o dicen considerar a la Revolu-ción Francesa el «hito más glorioso de la Historia», «lamás positiva explosión de racionalismo», «la culmina-ción del siglo de las luces», «el fin de la clase de los pa-rásitos», «el principio de la era de la Libertad»...

Marginamos tales juicios de valor, sin duda alguna,exagerados y vamos a intentar situar el fenómeno en ladimensión que conviene al objeto del presente ensayo.

No fueron «la voluntad del hombre colectivo» o «laconciencia burguesa» o el «cambio en los modos de pro-ducción» los principales factores de la Revolución: lahistoria nos permite descubrir todo un cúmulo de otrascausas determinantes: la presión del grupo social queaspiraba a ensanchar su riqueza, su poder y su bagaje de

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privilegios (el Tercer Estado o Burguesía) junto con unodio visceral hacia los mejor situados en la escala so-cial... habrían chocado inútilmente con la energía deotro que no hubiera sido ese abúlico personaje que pre-sidía los destinos de Francia, cuya defensa, en los mo-mentos críticos, fue una crasa ignorancia de la realidado lo que se llama una huida hacia adelante cuando nouna torpe cobardía.

Lo que llamamos Revolución Francesa fue una suce-sión de hechos históricos con probadas raíces en otrosacontecimientos de épocas anteriores acelerados o en-torpecidos por ambiciones personales, condicionamien-tos económicos, sentimentales o religiosos... lo que for-mó un revuelto batiburrillo en que se alimentaron mul-titud de odios e ingenuidades. En suma, algo que, enmayor o menor medida, acontece en cualquier época dela Historia con incidencia más o menos decisiva para laPosteridad.

Algún profesor de Historia querrá ver en la Revolu-ción Francesa la consumación de un proceso similar al quepara el egocentrista Hegel «seguía la Idea con necesidadde lograr la conciencia de sí». Este sería un proceso que, alo largo de dieciocho siglos, podría expresarse así: la des-aparición de la esclavitud como consecuencia de la difu-sión del Cristianismo, la formación y desarrollo de las con-ciencias nacionales europeas, la réplica «humanista» a la«estructuración teocrática de la Sociedad», el «libre exa-men» promovido por la Reforma, el principio de la autosu-ficiencia de la razón anejo al cartesianismo, el carácterarbitral de los sentidos respecto a la Realidad tal comoenseñaran los empiristas, la desmitificación de los valorestradicionales por parte de los «ilustrados»... todo ello mas-cado y digerido por una sociedad que fue cubriendo etapasde libertad a caballo del «individualismo burgués».

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Son conceptos que hemos ido tocando a lo largo delos últimos capítulos pero sin prestarles ese CARÁC-TER ORGÁNICO Y DETERMINANTE: la Historia eshecha por los hombres en libre ejercicio de su responsa-bilidad y en uso de los medios que pone a su alcanceuna específica circunstancia, a su vez influenciada por elejercicio de la responsabilidad de otro hombres o gene-raciones.

Para nosotros los fenómenos, que han despertadootros tantos temas de análisis, son puntos de referenciaque nos han ayudado a comprender la realidad de unesfuerzo de secularización (o paganización) por parte depersonas con poder decisorio, sectores sociales y mediosacadémicos cuyos líderes, como las dinastías, tienensiempre sus admiradores y continuadores.

Ha sido un afán y una corriente de secularización (opaganización) que, lentamente y en sucesivas generacio-nes, ha condicionado el comportamiento de personas,familias y sociedades. Pero, a la recíproca y en no menormedida, ha despertado en la Comunidad Cristiana afa-nes de profundización en una Realidad que, como tal,no puede ser condicionada por prejuicios y simplifica-ciones arbitrarias: consecuencia de ello y oportuna re-acción a esos probados afanes de secularización (o paga-nización) se han despertado serias preocupaciones enlos servidores y estudiosos de la Verdad por RECRIS-TIANIZAR las vivencias personales y las relaciones en-tre hombres y pueblos.

Hemos, pues, de reconocer que la Cultura no es uni-céfala y que es grave y atrevida suposición el apuntarque son la forma de ser o las fuerzas ocultas de la mate-ria el único poder determinante de la Historia. Tampo-co lo son las probadas bajas pasiones de muchos hom-bres, por muy poderosos que éstos sean.

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Para defender esta postura de equilibrio se hace pre-ciso bucear en la intencionalidad de cuantos juegan atrampear con la Realidad: está claro que «por sus obrasles conoceréis».

Puesto que entendemos que al hombre comprometi-do en hallarle sentido a su vida corresponde filtrar se-rena y personalmente toda oleada de mentalizaciónproselitista que le haría esclavo del interesado juicio deotros, el tal hombre debe recordar la proclama magis-tral de Pablo de Tarso: «Habéis sido comprados a un altoprecio, no seais esclavos de los hombres».

Bueno es sacar a colación todo ello al hablar de esaexpresión de agonía del «Viejo Mundo» cual es la Revo-lución Francesa, fenómeno histórico que, con toda lafuerza de un MITO de primer orden, afecta a la sensibi-lidad y consiguiente comportamiento de gran númerode personas.

Entre las raíces de la Revolución Francesa cabe si-tuar las limitaciones del Erario Público abusivamenteesquilmado por las fantasías, lujos y guerras que inicia-ra el Rey Sol y secundaran sus sucesores; fue una cala-midad agigantada por la torpe administración del Re-gente y las nuevas fantasías, lujos y guerras de Luis XV,cuya corte se llevaba la tercera parte del presupuestonacional mientras que el propio monarca presumía delibertino, de un etéreo sentido del deber y de contar conel entorno más viciado y abúlico de la época. El coto atales desmanes correspondía a Luis XVI, un corpulentoy obeso joven de veinte años, sin grandes luces ni otraspasiones que no fuera la caza.

El «pauvre homme» que diría María Antonieta, sumujer, se dejaba fácilmente impresionar por las tenden-cias intelectuales en boga. Tal le sucedió respecto a losfisiócratas.

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La Biblia de los fisiócratas era el llamado «Ta-bleau économique» en que Francisco Quesnay pro-pugnaba el pleno acuerdo entre «naturaleza pródiga yhombre bueno».

El único valor renovable y, por lo mismo, productoneto es el derivado del cultivo del campo; la mayor ga-rantía de progreso es la libre circulación de cereales y lalibre iniciativa en siembras y previsiones; si los poderesdel Estado se limitan a proteger esa libertad, el reino dela prosperidad se extenderá sobre todo el mundo... Laclase «productiva» es la de los ganaderos y directos culti-vadores de los campos; en la «clase propietaria» se inclu-ye al rey, a los terratenientes y a los recaudadores; la«clase estéril» engloba a industriales y comerciantes...

Como telón de fondo de todo ello «ha de promoversela total libertad de comercio puesto que la vigilanciade comercio interior y exterior más segura, más exactay más provechosa a la nación y al estado es la plena li-bertad de competencia» (Quesnay)

Discípulo aventajado de Quesnay fue Turgot y a ésteencargó Luis XVI el encauzamiento de las maltrechasfinanzas. Pegado a sus principios y con más entusiasmoque realismo, Turgot logró, efectivamente traducir en«producto neto» los excedentes agrícolas..., conquistaque se tradujo en catástrofe cuando sobrevino el previsi-ble tiempo de malas cosechas...

Para paliar la subsiguiente miseria de los campesi-nos Turgot creó lo que Voltaire llamaría «lit de bienfai-sance» y que, en cambio, haría exclamar al ingenuo rey:«el señor Turgot y yo somos los únicos que amamos alpueblo». Esto lo decía en 1776, poco antes de sustituirlepor Nécker, ilustre banquero, prototipo del burguésbien situado, puritano y calvinista.

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Menos teórico que su antecesor, Nécker pretendióabolir abusivas exenciones fiscales a que se acogían losgrandes terratenientes, algunos de los cuales tenían porfeudos regiones enteras de Francia y, más que contribu-yentes, eran grandes acreedores del estado.

También Nécker fracasó en el empeño de encauzarla economía y fue sustituido por Colonne quien, en1786, se propuso «reformar lo vicioso en la constitucióndel reino, empezando por los cimientos (la nobleza) paraevitar la ruina total del edificio del Estado»: ello impli-caba impuestos para todos los posibles contribuyentes,desde el rey para abajo...

El Consejo de Notables puso el grito en el cielo loque despertó la indignación de Colonne para quien «elobjeto de la reunión no era aprobar o rechazar las leyes;sino discutir la forma de aplicarlas». La pasividad delrey, en tan trascendental momento fue aprovechada porlos Notables quienes apelaron a los llamados EstadosGenerales como único poder capaz de abolir lo que de-fendían como privilegios inamovibles.

Y fueron convocados los Estados Generales, circuns-tancia que no se daba en Francia desde hacía casi dossiglos (1614).

Corría mayo de 1789 cuando se reunieron 300 repre-sentantes de la Nobleza, otros 300 del Clero y 600 delllamado Tercer Estado (burgueses y agricultores eman-cipados).

Cuestiones de protocolo desencadenaron desacuer-dos viscerales en la propia sesión inaugural. El discri-minado Tercer Estado, de decepción en decepción, deresentimiento en resentimiento... se siente obligado aformar cámara aparte y lo logra el 22 de junio de 1789(el Juego de Pelota) en que se alza como Asamblea Na-cional abierta a los representantes de los otros dos «es-

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tados» que habrán de plegarse a las exigencias de lamayoría.

Días más tarde, el propio rey reconoce como repre-sentación exclusiva de Francia a la Asamblea, que seerige en Constituyente y acomete una elemental refor-ma fiscal y, también y a la luz de ancestrales rivalida-des, la tarea de eliminar las históricas desigualdades,más formales que reales entre los dos primeros y el Ter-cer Estado.

En correspondencia, la Asamblea nombra a LuisXVI «Restaurador de la Libertad» y celebra el eventocon un solemne Te Deum en Nôtre Dame.

La convulsión revolucionaria había comenzado el 14de julio de 1789 con la toma la Bastilla, todo un símbolode persecución política.

La disolución de la Asamblea Constituyente y subsi-guiente inhabilitación de sus miembros para presentar-se como candidatos a la llamada Asamblea Legislativa,alimentó el rencor de personajes como Dantón y Robes-pierre, en la ocasión impelidos a utilizar la Comuna deParís como trampolín de sus ambiciones.

Una primera ocasión surgió para Dantón el 20 de juniode 1792, «fiesta del árbol de la libertad», que se celebró enel propio jardín de las Tullerías, residencia del Rey. Laprovocación no surtió efecto: Luis XVI se caló un gorrofrigio y departió campechanamente con los revoltosos.

Mes y medio más tarde, Dantón organizó una segun-da «manifestación popular», esta vez «animada» por losjacobinos más subversivos de París y Provincias, am-bientada con el toque a rebato de las campanas de lasiglesias y con la consigna de abatir al «Capeto», quien serefugió en lo que creyó un lugar seguro, la AsambleaNacional, mientras que los alborotadores invadían lasTullerías y degollaban a cuantos encontraban al paso.

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Los padres de la patria o diputados, por pura y sim-ple cobardía, renunciaron a sus escaños luego de haberdecretado la abolición de la Monarquía.

A la Asamblea sucedió la llamada Convención, enti-dad que para algún teorizante ha representado «unaborrachera de método cartesiano y paso previo a la edi-ficación de la sociedad predicada por Rousseau».

De hecho, la cuestión fue más descorazonadora yelemental: habían logrado escaño por París personajescomo los «marginados» Robespierre, Dantón, Marat,Saint-Just... quienes se apresuraron a presentar a LuisCapeto como el responsable de todas las miserias, ham-bres e injusticias de los últimos años: surtió efecto esode que BASTA CRITICAR PARA TENER RAZÓN...Fueron muchos los ingenuos que siguieron a tan sinies-tros personajes y, vacíos como estaban de generosidad yplanes concretos de reorganización, optaron por lo másfácil y espectacular: juzgar y condenar al rey, que fueguillotinado el 21 de enero de 1793.

En paralelo a ríos de sangre y apropiaciones de envi-diados privilegios (la guillotina segó miles de «nobles»cabezas, la de María Antonieta entre ellas), suceden losajustes de cuentas que se llevan por delante a Marat,Dantón... y permiten a Robespierre erigirse en podersupremo.

El llamado «Incorruptible» es frío, ambicioso, purita-no, sanguinario e hipócrita: como sucedáneo de la boba-licona diosa Razón impone el culto a un dios vengativo yabstracto al que llama Ser Supremo y de quien seautoproclama brazo armado. Es el reconocido como«Reino del Terror», cuyo censo de muertes supera los60.000.

El 28 de julio de 1794 es guillotinado Robespierre ysus amigos de la Comuna de París. Es la época del lla-

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mado Terror Blanco que, dirigido por Saint Just y encordial alianza con madame Guillotina, pretende libe-rar a Francia de radicales. En pura fiebre cartesiana, sereinstaura el culto a la diosa Razón y se inaugura la eta-pa imperial persiguiendo lo que el Rey Sol llamara «susfronteras naturales» a costa de sus vecinos y con la hipó-crita justificación de una «Cruzada por la Libertad».

Fueron guerras de radical e incondicionado expoliocon una figura principal, Napoleón Bonaparte, que ani-maba a sus soldados con arengas como ésta: «Soldados,estáis desnudos y mal alimentados! Voy a conduciros alas llanuras más fértiles del mundo. Provincias riquísi-mas y grandes ciudades caerán en vuestras manos. Allíencontraréis honor, gloria y riqueza».

Nuevos ríos de sangre en torno a las fantasías decriminales pobres hombres cuya razón primordial fue yes, en todos los casos, el acceder a envidiados animales-cos goces o privilegios y a quienes, también siempre,sorprende la ruina o la muerte.

A la vista de esta larga exposición, creemos hartosimple calificar a la Revolución Francesa como la GranRevolución Burguesa. Lo que, en principio, fue una sim-ple expresión de la ambición o resentimiento de unospocos pronto fue arrastrado por la corriente de lo im-ponderable. Es soberbia majadería aceptarlo como una«determinación de la Libertad, ansiosa por manifestar-se». Con toda su trascendencia histórica, no pasó de unahecho político en que jugó la capacidad maniobrera deunos pocos líderes de desatada ambición, la inhibicióndel responsable o responsables de turno, lo artificioso yetéreo de la ley, pero, sobre todo, la cobarde ausencia degenerosidad y de laboriosa aplicación a resolver los pro-blemas del día a día por cuantos estaban en situación dehacerlo.

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Tales circunstancias se han dado y se seguirán dan-do en multitud de ocasiones históricas. Por ello es torpeingenuidad creer que una revolución o baño de sangre,por sí mismo, engendre nada positivo: en el caso quenos ocupa, a los abusos siguieron torrentes de abusos, ala autoridad de los ineptos sucedió la autoridad de loscriminales o de los, incluso, más ineptos, a ésta la anar-quía en que priva la falta de escrúpulos, a ésta la dicta-dura con nuevas guerras e infinitos atropellos...

El 18 de julio de 1815, a la caída de Napoleón, otravez vuelta a empezar... ahora ya en paralelo con un fac-tor infinitamente más influyente que la revolución fran-cesa: el radical cambio en los modos de producción queha traído la lenta marcha del progreso técnico, ese pre-cioso cauce que ha de facilitar la multiplicación y con-servación de los bienes naturales lo que, en definitiva,es una paso más hacia la amorización de la Tierra, prin-cipal obligación de cuantos aspiran a la conquista denuevos escalones del ser.

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Lección V. MERCADEO DE IDEAS Y SISTEMAS

I.- RAÍCES BURGUESAS DE LA LUCHA DE CLASES

Es Francia la cuna o lugar de «remodelación» de losmás influyentes movimientos sociales de la historia deEuropa, desde el feudalismo hasta el socialismo pasan-do por la «conciencia burguesa» que inspiró a RenatoDescartes su fiebre racionalista. También lo de la «lu-cha de clases» en que, hasta nuestros días, tanta fuerzacobra cualquier forma de colectivismo.

El «moderno» concepto de lucha de clases como mo-tor de la historia fue copiado por Carlos Marx a Francis-co Guizot (1787-1874), ministro del Interior francés elaño en que se publicó el Manifiesto Comunista (1848).

Eran los tiempos de la llamada Monarquía de Julio,«parlamentaria y censitaria», una especie de plutocraciapresidida por el llamado «Rey Burgués», Felipe deOrleans o Philippon cuya consigna de gobierno fue el

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«enrichessez vous» y cuyos principales teorizantes fueronlos llamados «doctrinarios» principalmente representa-dos por Constant, Royer-Collard y el propio Guizot.

En ese régimen se reniega tanto del «absolutismo»que representa «la autoridad que se impone por el des-potismo» como de la «democracia igualitaria» o «vulgari-zación del despotismo» cuya «preocupación es dañar losderechos de las minorías industriosas en beneficio delas mayorías» (Constant).

Según los «doctrinarios», la garantía suprema de laestabilidad política y del progreso económico está basa-da en el carácter censitario del voto (se precisa un de-terminado nivel de renta para ejercer como ciudadano)puesto que, tal como asegura el propio Constant, «sola-mente en el útil ocio se adquieren las luces y certeza dejuicio necesarias para que el privilegio de la libertadsea cuidadosamente impartido».

Para evitar veleidades de la Historia como las re-cientemente vividas, Royer Collard, el llamado «jefe delos doctrinarios» aboga por una ley a situar por encimade cualquier representación de poder y nacida de unparlamento que resulte el «más eficaz defensor de losintereses de cuantos, por su fortuna y especial disposi-ción, puedan ser aceptados como responsables del or-den y de la legalidad».

Otro de los «doctrinarios», Guizot, celebrado ensa-yista (Histoire de la révolution d’Angleterre, Histoirede la civilisation en Europe...) y «doctrinario» fue jefe deGobierno en los últimos años de la «Monarquía de Julio»(que cayó el 24 de febrero de 1848, el mismo mes en quese publicó el Manifiesto Comunista).

Este Guizot pasa por ser el primer teorizante de lalucha de clases, referida, en su caso, a la confrontaciónentre la Nobleza y la Burguesía «cuya ascensión ha sido

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gradual y continua y cuyo poder ha de ser definitivopuesto que es una clase animada tanto por el sentidodel progreso como por el sentido de la autoridad; sonrazones que obligan a centrar en los miembros de laburguesía el ejercicio de la libertad política y de la par-ticipación en el gobierno» (Guizot).

El llamado mundo de la burguesía («clase», segúnuna harto discutible acepción) está formado por inter-mediarios, banqueros y ricos industriales; es un mundotranscrito con fina ironía y cierto sabor rancio porBalzac o Sthendal. En él pululan y lo parasitan lasemperifolladas, ociosas y frágiles damiselas o prostitu-tas de afición que hacen correr a raudales el dinero deorondos ociosos o fuerzan al suicidio a estúpidos y abu-rridos petimetres. Todo ello en un París bohemio y dul-zón, que rompe prejuicios y vive deprisa.

Al lado de ese mundo se mueve el otro París, el Pa-rís de «Los Miserables». Prestan a este París una aluci-nante imagen su patología pútrida, sus cárceles por ni-miedades y sin esperanza, sus barrios colmados de su-ciedad, promiscuidad y hacinamiento; sus destartaladascasas, sus chabolas y sus cloacas tomadas como hogar...en un círculo de inimaginables miserias y terribles su-frimientos, olímpicamente ignorados por los «de arriba».

Uno y otro son el París de las revoluciones: no menosde tres en sesenta años: la de 1789, que acabó (¿?) con elllamado «viejo régimen; la de julio de 1830 que hizo de losprivilegios de la fortuna el primer valor social y dio elpoder sobre vidas y haciendas a los que «más tenían queperder» y, por último, la revolución de febrero de 1848,que se autotitularía popular y resultaría de opereta conel engendro de un régimen colchón en que fue posible unnuevo pretendido árbitro de los destinos de Europa, LuisNapoleón III, sobrino del otro Napoleón.

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II.- LAS TRES FUENTES DEL SOCIALISMO MARXISTA,según Lenín

«La doctrina de Marx es omnipotente porque es exac-ta. Es completa y armónica, dando a los hombres unaconcepción del mundo íntegra, irreconciliable con todasuperstición, con toda reacción y con toda defensa de laopresión burguesa. Es la legítima heredera de lo mejorque creó la humanidad en el siglo XIX bajo la forma dela filosofía alemana, la economía política inglesa y el so-cialismo francés».

Diríase que este famoso dicho de Lenín (Tres fuen-tes y tres partes integrantes del Marxismo- Marx,Engels y el Marxismo: V.I.Lenín. Ediciones en lenguasextranjeras. Moscú 1947) señala el camino a lo que hoyllaman progresismo los que, hace muy pocos años, sellamaban marxistas.

Sin equívocos, ilustra Lenín sobre las fundamentalesinspiraciones de una doctrina que «ha llenado la cabeza yel corazón de millones de hombres y mujeres» (Garaudy).Es una doctrina que ha pasado a la historia con el sobre-nombre de «socialismo científico» o «socialismo real», loque, añadido a la fuerte personalidad y nutrida obra deCarlos Marx, sin duda alguna, convierte al marxismo enobligada referencia de todos los socialismos.

Ciertamente, muy pocos de los llamados socialistasreniegan de la aportación marxista: la interpretarán deuna u otra forma, la aceptarán con más o menos pasión,se inclinarán por tal o cual de sus postulados... pero, casisin excepción, no encuentran mejor punto de partida.

En razón de ello y preocupados como estamos porconocer al socialismo en su carácter y diversas facetas,nos vemos obligados a dedicar los primeros capítulos alrepaso de las ideas de los «maestros de Marx» o inspira-

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dores del Marxismo, es decir, de los representantes dela filosofía alemana (por «idealismo alemán» es conoci-da), de la economía política inglesa y del socialismofrancés.

III.- EL IDEALISMO ALEMÁN

A) Los antecedentesEn el Racionalismo tardío o Idealismo se confunde a

la razón con una proyección del hombre hacia atrás yhacia adelante de su propia historia. Descartes era re-conocido como el gran sistematizador y la perogrulladadel «cogito ergo sum» interpretada como la prueba defi-nitiva de que cuanto existe tiene su «ratio seminal» en elpropio cerebro del sabio que lo piensa. Por ese caminoes muy fácil llegar a una atrevida conclusión: es el hom-bre, único animal inteligente, la medida de todas lascosas, y la «razón» individual una porción de la savianatural del Absoluto que se desarrolla por sí misma yllega a ser más poderosa que su propia fuente. Todo elloexpresado en rebuscados giros académicos y en esote-rismos inasequibles al común de los mortales.

Ya Nicolás de Cusa había esbozado la teoría de larazón infusa en el acontecer cósmico; en tal fenómenocorrespondería al Hombre una participación de que iríatomando conciencia a través del Tiempo para, por lagracia del Creador, tomar parte activa en el perfeccio-namiento de lo Real.

Desde parecida óptica que Nicolás de Cusa y usandoun lenguaje aun más cabalístico y ambiguo, GiordanoBruno habló de un micro-cosmos como quinta esenciadel macro-cosmos, algo parecido a lo sugerido por el

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esotérico alquimista Paracelso: la materialidad delhombre es la síntesis de la materialidad del Universo.

Ya en el siglo XVIII, tal concepto alimenta la «místi-ca» de los «alumbrados protestantes», que inspiran aJacob Böhme fantasías como la de que «posee la esenciadel saber y el íntimo fundamento de las cosas»: «No soyyo, dice, el que ha subido al cielo para conocer el secretode las obras y de las criaturas de Dios. Es el propio cieloel que se revela en mi espíritu, por sí mismo, capaz deconocer el secreto de las obras y de las criaturas de Dios».

B) KantTales supuestos tuvieron el efecto de desorientar a

no pocos intelectuales de la época, entre ellos Imma-nuel Kant (1724-1804), «viejo solterón de costumbresarregladas mecánicamente» (Heine).

Kant vivió prisionero de su educación racionalistaexpresada entonces en la abundancia de sistemas quepermiten los gratuitos vuelos de la imaginación de milreputados maestros de quienes no se espera otra cosaque geniales edificios de palabras al hilo de tal o cualnovedosa fantasía.

Sincero buceador de la Realidad pero incapaz dedesprenderse de la herencia cartesiana, Kant busca supropio camino a través de la Crítica. Tiene el valor dedesconfiar de las «ideas innatas» y de «todos los dictadosde la Razón Pura» para tratar de encontrar la luz a tra-vés del «imperativo categórico» que nace de la RazónPráctica. Esto del imperativo categórico es una genialambigüedad que salva a Kant del más angustioso escep-ticismo y le brinda una fe rusoniana en la propia con-ciencia y en la certeza de juicio de la mayoría.

El imperativo categórico parece una clara manifesta-ción de la savia natural de absoluto, que, en Kant, es pa-

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trimonio comunitario, no propiedad exclusiva de unaélite: «obra de tal suerte que los dictados de tu concienciapuedan convertirse en máxima de conducta universal».

C) FichteSin salir del mundo de las ideas y para contar con

firmes asideros a que sujetarse en el mar de la especu-lación, Kant presenta como inequívoca referencia «losjuicios sintéticos y a priori» (juicios concluyentes desdeel principio y sin análisis racional previo), ingeniosocontra-sentido que hará escuela y permitirá admitir elsupuesto de que la verdad circula por ocultos pasadizosde privilegiados cerebros, como el de su discípuloFichte (1762-1814).

Siguiendo a Kant en eso del imperativo categórico ypor virtud de un papirotazo académico, el pastor lutera-no Juan Fichte afirmaba que la «Razón es omnipotenteaunque desconozca el fondo de las cosas».

Desde su juventud, Fichte ya se consideró muy capazde anular a su maestro. En 1790 escribe a su novia:«Kant no manifiesta más que el final de la verdadera fi-losofía: su genio le descubre la verdad sin mostrarle elprincipio». «Es ése un principio, dice Fichte, que no cabeprobarlo ni determinarlo; se ha de aceptar como esencialpunto de partida». Es algo que, siguiendo al precursorDescartes, dice Fichte haberlo encontrado en sí mismoy en su peculiaridad de ser pensante. Pero si para Des-cartes el «cogito» era el punto de partida de su sistema,para Fichte la «cúspide de la certeza absoluta» (Hegel)está en el primer término de la traducción alemana: el«Ich» (Yo) del «Ich denke» (Yo pienso = cogito): lo másimportante de la fórmula «yo pienso» no es el hecho depensar sino la presencia de un «Yo», que se sabe a símismo, es decir, que «tiene la conciencia absoluta de sí».

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Por demás, ya sin rebozo, defenderá el postulado de que«emitir juicio sobre una cosa es tanto como crearla».

Desde esa ciega «reafirmación» en el poder trascen-dente del yo, Fichte proclama estar en posesión del nú-cleo de la auténtica sabiduría y, ya sin titubeos, elaborasu Teoría de la Ciencia que expone desde su cátedra dela universidad de Jena con giros rebuscados y grandilo-cuentes entonaciones muy del gusto de sus discípulos,uno de los cuales, Schelling, no se recata de afirmar:«Fichte eleva la filosofía a una altura tal que los máscelebrados kantianos nos aparecen como simples cole-giales».

En paralelo con la difusión de ese «laberinto deegoísmo especulativo» cual, según expresión de Jacobi,resulta la doctrina de Fichte, ha tenido lugar la Revolu-ción Francesa y su aparente apoteosis de la libertad,supuesto que no pocos fantasiosos profesores de la épo-ca toman como la más genial, racional y espontánea pa-rida de la historia. En la misma línea de «providenteproducto histórico» es situado ese tiránico engendro dela Revolución Francesa que fue Napoleón Bonaparte

D) HegelDe entre los discípulos de Fichte el más aventajado,

sin duda, resulta ser Hegel, el mismo que se atreve aproclamar que «en Napoleón Bonaparte ha cobrado rea-lidad concreta el alma del mundo».

Desde que tropezamos con Descartes, hemos topadocon racionalistas más o menos influyentes en la historiade nuestro tiempo... Hegel ya es otra cosa: en justicia,es reconocido como el PADRE DE LA INTELECTUALI-DAD «PROGRESISTA».

Efectivamente, para Guillermo Federico Hegel (1770-1831) Napoleón y «otros grandes hombres, siguiendo sus

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fines particulares, realizan el contenido substancial queexpresa la voluntad del Espíritu Universal».

Son tales hombres instrumentos inconscientes delEspíritu Universal, cuya consciencia estará encarnadaen el más ilustre cerebro de cada época; es decir, en elmismo que se atreve a defender tan estúpida y peregri-na pretensión: en la ocasión y por virtud de sí mismo, elmás celebrado profesor de la Universidad de Berlín, esdecir, quien eso afirma, el propio Hegel.

Si Napoleón, enseña Hegel, es el alma inconscientedel mundo (la encarnación del movimiento inconscientehacia el progreso), yo Hegel, en cuanto descubridor detal acontecimiento, personifico al «espíritu del mundo»y, por lo mismo, a la certera consciencia del Absoluto.Es, desde esa pretensión, como hay que entender elenunciado que, en 1806, hace a sus alumnos: «Sois testi-gos del advenimiento de una nueva era: el espíritu delmundo ha logrado, al fin, alzarse como Espíritu Absolu-to... La conciencia de sí, particular y contingente, hadejado de ser contingente; la conciencia de sí absolutaha adquirido la realidad que le ha faltado hasta ahora».

Kant reconocía que la capacidad cognoscitiva delhombre está encerrada en una especie de torre que leaísla de la verdadera esencia de las cosas sin otra salidaque el detallado y objetivo estudio de los fenómenos.Hegel, en cambio, se considera capaz de romper por símismo tal «alienación»: desprecia el análisis de las «cate-gorías del conocimiento» para, sin más armas que la pro-pia intuición, adentrarse en el meollo de la Realidad. Seapoya en la autoridad de Spinoza, uno de sus pocos re-conocidos maestros para afirmar que «se da una identi-dad absoluta entre el pensar y el ser; en consecuencia, elque tiene una idea verdadera lo sabe y no puede dudarde ello».

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Y, ya sin recato alguno, presenta como postulado básicode todo su sistema lo que puede considerarse una «idealis-ta ecuación»: LO RACIONAL ES REAL o, lo que es igual ypor el trueque de los términos que se usa en las cienciasexactas (si A=B, B=A), LO REAL ES RACIONAL.

Claro que no siempre fue así porque, a lo largo de laHistoria, lo «racional ha sido prisionero de la contin-gencia». Tal quiere demostrar Hegel en su Fenomenolo-gía del Espíritu: el conocimiento humano, primitiva-mente identificado con el conjunto de leyes que rigen suevolución natural, se eleva desde las formas más rudi-mentarias de la sensibilidad hasta el «saber absoluto».

De hecho, para Hegel, el pasado es como un gigan-tesco espejo en el que se refleja su propio presente y enel que, gradualmente, se desarrolla el embrión de unser cuya plenitud culminará en sí mismo. La demostra-ción que requiere tan atrevida (y estúpida) suposicióndice haberla encontrado en el descubrimiento de las le-yes porque se rige la totalidad de lo concebible que es, aun tiempo (no olvidemos la famosa «idealista ecuación»),la totalidad de lo existente.

Si Kant había señalado que «se conoce de las cosasaquello que se ha puesto en ellas», Hegel llama «figurasde la conciencia» a lo que «la razón pone en las cosas», loque significa que, en último término, todo es reducible ala idea.

La tal IDEA de Hegel ya no significa uno de esos ele-mentos que vagaban por «la llanura de la verdad» de quehabló Platón: el carácter de la idea hegeliana está deter-minado por el carácter del cerebro que la alberga y es, almismo tiempo, determinante de la estructura de esemismo cerebro, el cual, puesto que es lo más excelentedel universo, puede considerarse el árbitro (o dictador)de cuanto se mueve en el ancho universo.

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Volviendo a las «figuras de la conciencia», de que noshabla Hegel, según la mal disimulada intencionalidadde éste, habremos de tomarlas tanto como previas re-producciones de sus propios pensamientos como facto-res determinantes de todas las imaginables realidades.

Para desvanecer cualquier reticencia «escolástica»,Hegel aporta su Lógica, la tan traída y llevada Dialéctica.

Es la Dialéctica de Hegel el «descubrimiento» másapreciado por no pocos de nuestros teorizantes.

Por virtud de la Dialéctica, el Absoluto (lo que fue, esy será) es un Sujeto que cambia de substancia en el or-den y medida que determinan las leyes de su evolución.

Si tenemos en cuenta que la expresión última delAbsoluto descansa en el cerebro de un pensador de lacategoría de Guillermo Federico Hegel, el cual, por vir-tud de sí mismo, es capaz de conocer y sistematizar lasleyes o canales por donde discurre y evoluciona su pro-pio pensamiento, estamos obligados a reconocer que esetal pensador es capaz de interpretar las leyes a las queha estado sujeto el Absoluto en todos los momentos desu historia.

El meollo de la dialéctica hegeliana gira, pues, entorno a una peculiarísima interpretación del clásico si-logismo «dos cosas iguales a una tercera son iguales en-tre sí» (si A=C y B=C, A=B). Luego de interpretar a sumanera los tradicionales principios de identidad y decontradicción, Hegel introduce la «síntesis» como ele-mento resolutivo y, también, como principio de una nue-va proposición.

Hegel considera inequívocamente probado el carác-ter triconómico de su peculiar forma de razonar, la pre-senta como única válida para desentrañar el meollo decuanto fue, es o puede ser y dogmatiza: la explicacióndel todo y de cada una de sus partes es certera si se

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ajusta a tres momentos: tesis, antítesis y síntesis. Laoperatividad de tales tres momentos resulta de que la«tesis» tiene la fuerza de una afirmación, la «antítesis»el papel de negación (o depuración) de esa previa afir-mación y la «síntesis» la provisionalmente definitivafuerza de «negación de la negación», lo que es tantocomo una reafirmación que habrá de ser aceptada comouna nueva «tesis» «más real porque es más racional».Según esa pauta, seguirá el ciclo...

No se detiene ahí el totalitario carácter de la dialéc-tica hegeliana: quiere su promotor que sea bastante másque un soporte del conocimiento: es el exacto reflejo delmovimiento que late en el interior y en el exterior detodo lo experimentable (sean leyes físicas o entidadesmateriales): «Todo cuanto nos rodea, dice, ha de ser con-siderado como expresión de la dialéctica, que se hace veren todos los dominios y bajo todos los aspectos particu-lares del mundo de la naturaleza y del Espíritu» (Enci-clopedia).

Lo que Hegel presenta como demostrado en cuantose refiere a las «figuras de la conciencia» es extrapoladoal tratamiento del Absoluto, el cual, por virtud de lo quedice Hegel, pudo, en principio: ser nada que necesitaser algo, que luego es, pero no es; este algo se revelacomo abstracto que «necesita» ser concreto; lo concretose siente inconsciente pero con «necesidad» de saberselo que es... y así hasta la culminación de la sabiduría,cuya expresión no puede alcanzar su realidad más queen el cerebro de un genial pensador.

Sabemos que para Hegel el Absoluto se sentía«alienado» (esclavizado por algo ajeno a sí mismo) encuanto no había alcanzado la «consciencia de sí», encuanto no era capaz de «revelarse como concepto que sesabe a sí mismo». Es un «Calvario» a superar: «La histo-

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ria y la ciencia del saber que se manifiesta, dice Hegel alfinal de su Fenomenología del Espíritu, constituyen elrecuerdo interiorizante y el calvario del Espíritu abso-luto, la verdad y la certidumbre de su trono. Si ese re-cuerdo interiorizante, sin ese calvario, el Espíritu abso-luto no habría pasado de una entidad solitaria y sinvida. Pero, «desde el cáliz de este reino de los espíritushasta él mismo sube el hálito de su infinitud» (es unafrase que Hegel toma de Schiller)».

En razón de ello, «la historia, dogmatiza Hegel, no esotra cosa que el proceso del espíritu mismo: en ese pro-ceso el espíritu se revela, en principio, como concienciaobscura y carente de expresión hasta que alcanza elmomento en que toma conciencia de sí, es decir, hastaque cumple con el mandamiento absoluto de ‘conócete atí mismo’».

En este punto y sin que nadie nos pueda llamar atre-vidos por situarnos por encima de tales ideaciones po-demos referirnos sin rodeos a la suposición fundamen-tal que anima todo el sistema hegeliano (que, recorde-mos, marca el norte al llamado progresismo intelec-tual): El espíritu absoluto que podría ser un dios enanoproducido por el mundo material, precisa de un hombreexcepcional para llegar a tener conciencia de sí, para«saberse ser existente»; esa necesidad es el motor de lapropia evolución de ese limitado dios que, en un primermomento, fue una abstracción (lo que, con todo el artifi-cio de que es capaz, Hegel confunde con «propósito dellegar a ser»), luego resultó ser naturaleza material en laque «la inteligencia se halla como petrificada» para, porúltimo, alcanzar su plenitud como Idea con pleno cono-cimiento de sí.

No se entiende muy bien si, en Hegel, la Idea es unente con personalidad propia o es, simplemente, un pro-

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ducto dialéctico producido por la forma de ser de lamateria. Pero Hegel se defiende de incurrir en tamañopanteísmo con la singular definición que hace de la Na-turaleza: ésta sería «la idea bajo la forma de su contra-ria» o «la idea revestida de alteridad: algo así como loabstracto que, en misteriosísima retrospección, se dilu-ye en su contrario, lo concreto, cuyo carácter materialserá el apoyo del «saber que es».

Aun así, para Hegel la Idea es infinitamente supe-rior a lo que no es idea. Según ello, en la naturalezamaterial, todo lo particular, incluidas las personas, escontingente: todo lo que se mueve cumple su función ovocación cuando se niega a sí mismo o muere, lo que fa-cilita el paso a seres más perfectos hasta lograr la ge-nuina personificación de la Idea o Absoluto (para Hegelambos conceptos tienen la misma significación) cual esel espíritu.

Esto del espíritu, en Hegel, es una especie de retor-no a la Abstracción (ya Heráclito, con su eterna rueda,había dicho que todo vuelve a ser lo que era o no era): eltal espíritu es «el ser dentro de sí» («das Sein bei sich»)de la Idea: la idea retornada a sí misma con el valor deuna negación de la naturaleza material que ha facilitadosu advenimiento. Esta peculiar expresión o manifesta-ción de la idea coincide con la aparición de la inteligen-cia humana, en cuyo desarrollo, según Hegel, se expre-sarían en tres sucesivas etapas coincidentes con otrastantas «formas» del mismo espíritu: el «espíritu subjeti-vo», pura espontaneidad que reacciona en función delclima, la latitud, la raza, el sexo...; el «espíritu objetivo»ya capaz de elaborar elementales «figuras de la concien-cia» y, por último, el «espíritu absoluto», infinitamentemás libre que los anteriores y, como tal, capaz de crearel arte, la religión y la filosofía.

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Este espíritu absoluto será, para Hegel, la síntesis enque confluyen todos los «espíritus particulares» y, tam-bién, el medio de que se valdrá la Idea para tomar plenaconciencia de sí. «Espíritus particulares» serán tanto losque animan a los diversos individuos como los encarna-dos en las diversas civilizaciones; podrá, pues, hablarse,del «espíritu griego», del «espíritu romano», del «espíritugermánico»... todos ellos, pasos previos hasta la culmina-ción del espíritu absoluto el cual «abarcará conceptual-mente todo lo universal», lo que significa el último y másalto nivel de la Ciencia y de la Historia, al que, por espe-cial gracia de sí mismo ha tenido exclusivo y privilegiadoacceso el nuevo oráculo de los tiempos modernos cualpretende ser Federico Guillermo Hegel (y así, aunquecueste creerlo, es aceptado por los más significados de laintelectualidad llamada «progresista»).

Por lo expuesto y, al margen de ese cómico egocen-trismo del Gran Idealista, podemos deducir que, segúnla óptica hegeliana, es «históricamente relativo» todo loque se refiere a creencias, Religión, Moral, Derecho,Arte... cuyas «actuales» manifestaciones serán siempre«superiores» a su anterior (la dialéctica así lo exige).Por lo mismo, cualquier manifestación de poder «actual»es más real (y, por lo tanto, «más racional») que su ante-cesor o poder sobre el que ha triunfado... (es la famosa«dialéctica del amo y del esclavo» que tanto apoyo inte-lectual y moral prestó a los marxistas para revestir de«suprema redención» a la Revolución Soviética).

Al repasar lo dicho, no encontramos nada substancialque, en parecidas circunstancias, no hubiera podido decirMaquiavelo o cualquiera de aquellos sofistas (Zenón deElea, por ejemplo) que, cara a un interesado y bobalicónauditorio, se entretenían en confundir lo negro con loblanco, el antes con el después, lo bueno con lo malo...

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Claro que Hegel levantó su sistema con herramien-tas muy al uso de la agitada y agnóstica época: usó yabusó del artificio y de sofisticados giros académicos.Construyó así un soberbio edificio de palabras y de su-posiciones («ideas» a las que, en la más genuina líneacartesiana, concedió valor de «razones irrebatibles») alas que entrelazó en apabullante y retorcida aparienciasegún el probable propósito de ser aceptado como elárbitro de su tiempo. Pero, terrible fracaso el suyo, «lue-go de haber sido capaz de levantar un fantástico pala-cio, hubo de quedarse a vivir (y a morir) en la choza delportero» (Kierkegard).

Ese fue el hombre y ése es el sistema ideado (simpley llanamente ideado) que las circunstancias nos colocanfrente a nuestra preocupación por aceptar y servir a laRealidad que más directamente nos afecta.

Sin duda que una elemental aceptación de la Reali-dad anterior e independiente del pensamiento humanonos obliga a considerar a Hegel un fantasioso, presumi-do y simple demagogo. Ello aunque no pocos de nues-tros contemporáneos le acepten como el «padre de laintelectualidad progresista». Todos ellos están invita-dos a reconocer que Hegel no demostró nada nuevo: fue-ron sus más significativas ideas puras y simples fanta-sías, cuya proyección a la práctica diaria se ha traducidoen obscura esterilidad cuando no en catástrofe (al res-pecto, recuérdese la reciente historia).

Una consideración final a este ya larga (demasiadolarga) exposición: Si toda la obra de Hegel no obedeciómás que a la deliberada pretensión de «redondear» unabrillante carrera académica, si el propio Hegel formulabaconceptos sin creer en ellos, solamente porque ése era suoficio... ¿No será oportuno perderle todo el respeto a suegocentrista e intrincada producción intelectual?

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E) El Fundamentalismo hegelianoSi se ha de creer a los cronistas de la época, la muer-

te de Hegel (1831) cubrió de vacío y desesperación a losmedios académicos alemanes: nada original se podríaescribir ya sobre las inquietudes y esperanzas de loshombres. «Con él, escribió Gans, la filosofía cierra sucírculo; a los pensadores de hoy no cabe otra alternativaque el disciplinado estudio sobre temas de segundo or-den según la pauta que el recientemente fallecido haindicado con tanta claridad y precisión».

Foörster, el más acreditado editor de la época, com-paró la situación con la vivida por el imperio macedóni-co a la inesperada muerte de Alejandro Magno: no hayposible sucesor en el liderazgo de las ideas; a lo sumo,caben especializaciones a la manera de las satrapías enque se dividió la herencia de Alejandro, todo ello sinromper los esquemas de lo que se tomaba por una ma-gistral e insuperable armonización de ideas, fueran és-tas totalmente ajenas a la propia realidad (Por ventura¿no había dicho Hegel «si la realidad no está de acuerdocon mi pensamiento ése es problema de la realidad»?).

Era tal la ambigüedad del hegelianismo que, entrelos discípulos, surgieron tendencias para cualquier gus-to: hubo una «derecha hegeliana» representada por Ga-bler, von Henning, Erdman, Göschel, Shaller..; una va-riopinta «izquierda» en la que destacaban Strauss,Bauer, Feuerbach, Hess, Sirner, Bakunin, Herzen,Marx, Engels... y, también un «centro» con Rosenkranz,Marheineke, Vatke o Michelet.

Como era de esperar, las distintas creencias o sectastambién hicieron objeto al Sistema de muy dispares perointeresadas interpretaciones: unos verán a Hegel comoluterano ortodoxo, otros como simplemente deísta al es-tilo de un desvaído Voltaire, otros como panteísta o ateo.

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En la guerra de las interpretaciones y dada la fuerzaque, entre los más influyentes intelectuales, había co-brado el hegelianismo, parecía obligado que poder yoposición tomaran partido: El poder establecido, identi-ficado con el ala más conservadora, veía en Hegel aldefensor de la religión oficial; los «intelectuales» de laoposición, por el contrario, optaban por encontrar argu-mentos hegelianos contra la fe tradicional.

Eran los «jóvenes hegelianos» que se autoproclama-ban «libres» («Freien»).

F) Los mercaderes de ideas«Si hemos de creer a nuestros ideólogos, dejó escrito

Marx, Alemania ha sufrido en el curso de los últimosaños una revolución de tal calibre que, en su compara-ción, la Revolución Francesa resulta un juego de niños:con increíble rapidez, un imperio ha reemplazado a otro;un poderosísimo héroe ha sido vencido por un nuevohéroe, más valiente y aun más poderoso...

«Asistimos a un cataclismo sin precedentes en la his-toria de Alemania: es el inimaginable fenómeno de ladescomposición del Espíritu Absoluto.

«Cuando la última chispa de vida abandonó su cuer-po, las partes componentes constituyeron otros tantosdespojos que, pertinentemente reagrupados, formaronnuevos productos. Muchos de los mercaderes de ideas,que antes subsistieron de la explotación del EspírituAbsoluto, se apropiaron las nuevas combinaciones y seaplicaron a lanzarlas al mercado.

«Según las propias leyes del Mercado, esta opera-ción comercial debía despertar a la competencia y asísucedió, en efecto.

«Al principio, esa competencia presentaba un aspec-to moderado y respetable; pero, enseguida, cuando ya el

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mercado alemán estuvo saturado y el producto fue co-nocido en el último rincón del mundo, la producciónmasiva, clásica manera de entender los negocios en Ale-mania, dio al traste con lo más substancial de la opera-ción comercial: para realizar esa operación masiva habíasido necesario alterar la calidad del producto, adulterarla materia prima, falsificar las etiquetas, especular ysolicitar créditos sobre unas garantías inexistentes.

«Es así como la competencia se transformó en unalucha implacable que cada uno de los contendientes ase-gurará coronada por la propia victoria...»

G) Un evangelio para agnósticosSegún un claro propósito idealizante, en la obra de

Hegel todas las referencias al Evangelio son traspues-tas a un vago segundo plano. Ante ello es difícil ver cla-ras alusiones al concreto carácter histórico de la vida yde la obra de Cristo.

Por la fuerza de los tópicos intelectuales en boga, elsistema hegeliano era considerado el astro que presidíatodas las fuentes de cultura en la que bebían cuantospretendían ajustar su paso al de la historia. En este casose encontraban no pocos clérigos que, por cuestión deoficio, debían glosar el Evangelio.

Uno de ellos, pastor luterano, fue David Strauss(1808-1874), que llegó a compatibilizar su ateísmo conencendidos sermones según la más pura ortodoxia ofi-cial; «había de hacerlo» ya que, de otra forma, se jugabael puesto: «Renunciar a nuestra posición, dice a su ami-go Cristián Märklin, que se encuentra en la misma si-tuación, puede parecer lo indicado ¿pero sería eso lomás razonable, lo más inteligente?».

En un momento de su vida, Strauss se cree capaz decompaginar las referencias de su vida intelectual con

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las de su vida «profesional». En ello sigue el propioejemplo de Hegel, el «maestro», para quien «la religióncristiana y la filosofía tienen el mismo contenido: la pri-mera en forma de imagen y la segunda bajo la forma deidea». Lo primero será tradición, lo segundo expresiónde una individualisíma interpretación.

Lograse o no su preocupación por canalizar sus ju-veniles inquietudes espirituales en el cultivo delsubjetivismo idealista, lo cierto es que la vida de Straussestuvo, desde el principio, marcada por el problema re-ligioso. Había sido testigo de las agrias polémicas entresu padre, fanático pietista, y la madre, «cuya fe, segúnasegura el propio Strauss, era muy ligera y simple. Entanto que mi padre se perdía en sombrías especulacio-nes sobre la personalidad de Cristo, mi madre veía enEl, simplemente, un hombre sabio y bueno».

La desvaída fe que heredó Strauss se hizo esotéricacon las lecturas del teósofo Jacob Böhme al que prestarámuy substanciales afinidades con el propio Hegel. ¿Porventura, no había dicho el tal Böhme que todo, inclusoDios, parte de la «nada esencial»?

Por virtud de los cabalísticos aforismos de Böhme, elpastor Strauss distrae su fe del Hecho y Experienciahistórica de la Redención para centrarla en los recove-cos de un ocultismo muy en boga entre los que se procla-maban agnósticos o, incluso, ateos.

Obsesionado por contactar con algún «investido depoderes ocultos», ése muy celebrado hegeliano «vive laapasionante experiencia» de visitar a la bruja más influ-yente de la época, la «Vidente de Prevorst». Virscher,uno de sus acompañantes, nos lo cuenta: «Strauss estabacomo electrizado, no aspiraba más que a gozar de lasvisiones crepusculares de los espíritus; si creía encon-trar la más ligera huella de racionalismo en la discu-

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sión, la rebatía con vehemencia, tachando de pagano yde turco a cualquiera que rehusara acompañarle a sujardín encantado».

Con tal disposición de ánimo y por imperativos desu profesión de pastor, Strauss ha de seguir estudiandoTeología. Profundiza en la obra del profesor luteranoSchleiermacher, del cual dirá: «Schleiermacher preten-día restituir a un mundo ateo el Dios que se da a cono-cer a los corazones en una mística unión; desde unaperspectiva lejana e indefinida, pero tanto más cautiva-dora, nos mostraba a los hombres al Cristo que anteshabíamos rechazado. En la obra de Schleiermacher no serestaura a Dios más que obligándole a perder su perso-nalidad tradicional; otro tanto hace con Cristo, al quehace subir a un trono luego de haberle obligado a re-nunciar a toda clase de prerrogativas sobrenaturales».

Es cuando descubre en Hegel a un cauto teorizadordel panteísmo y, aprovechando una brecha en la censuraoficial, ya se considera pertrechado para, en buen mer-cader de ideas, abordar la réplica del Evangelio que, porcuestión de oficio, se ha visto obligado a predicar. Lohará con hipócrita desfachatez ya que no está dispuestoa renunciar a las prebendas de un respetado clérigo, ala sazón, profesor del seminario luterano de Maulbrun(1931).

Y escribe su «Vida de Jesús»: un «Jesús» que no esDios hecho hombre, porque «si Dios se encarna específi-camente en un hombre, que sería Cristo... ¿cómo puedehacerlo en toda la humanidad tal como enseña Hegel?»

Imbuido de que el panteísmo de Hegel era inequívo-camente certero en la negación del Hecho preciso de laEncarnación de Dios en Jesús de Nazareth, ese acomo-daticio pastor luterano que fue Strauss dice llegado eltiempo de «sustituir la vieja explicación por vía sobrena-

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tural e, incluso, natural por un nuevo modo de presen-tar la Historia de Jesús: aquí la Figura central ha de servista en el campo de la mitología»... porque «el mito, con-tinúa Strauss, se manifiesta en todos los puntos de laVida de Jesús, lo que no quiere decir que se encuentreen la misma medida en todos los pasajes de ella. Lejosde esto, se puede afirmar anticipadamente que hay unmayor trasfondo histórico en los pasajes de la vida deJesús transcurrida a la luz pública que en aquellos otrosvividos en la obscuridad privada».

Usa Strauss en su libro un tono pomposo y didácticoque no abandona ni siquiera cuando se enfrenta con elnúcleo central de la Religión Cristiana, la Resurrecciónde Jesucristo: «Según la creencia de la Iglesia, dice, Je-sús volvió milagrosamente a la vida; según opinión dedeístas como Raimarus, su cadáver fue robado por losdiscípulos; según la crítica de los racionalistas, Jesús nomurió más que en apariencia y volvió de manera natu-ral a la vida... según nosotros fue la imaginación de losdiscípulos la que les presentó al Maestro que ellos no seresignaban a considerar muerto. Se convierte así enpuro fenómeno psicológico (mito) lo que, durante siglos,ha pasado por un hecho, en principio, inexplicable, mástarde, fraudulento y, por último, natural».

Mintiendo con el mayor descaro, dice Strauss: «Losresultados de la investigación que hemos llevado a tér-mino, han anulado definitivamente la mayor y más im-portante parte de las creencias del cristiano en torno aJesús, han desvanecido todo el aliento que de El espe-raban, han convertido en áridas todas la consolaciones.Parece irremisiblemente disipado el tesoro de verdad yvida a que, durante dieciocho siglos, acudía la humani-dad; toda la antigua grandeza se ha traducido en polvo;Dios ha quedado despojado de su gracia; el hombre, de

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su dignidad; por fin, está definitivamente roto el víncu-lo entre el Cielo y la Tierra».

Aunque descorazonador, corrosivo e indocumenta-do, «La Vida de Jesús» del pastor David Strauss fue unlibro-revelación en el mundo de los mercaderes de ideasa que iba destinado. Era una especie de evangelio a lamedida de los tiempos.

H) Mitificación de la Historia SagradaTambién pastor luterano, había sido Bruno Bauer el

más destacado discípulo en vida de Hegel con quienhabía llegado a una identificación tal que resultaba difí-cil diferenciar las publicaciones de uno y otro: el mismoestilo «áspero y melodioso» y la misma técnica en elmanejo de los conceptos igualmente rebuscados y deigual forma sometidos al «desfile dialéctico».

Muerto Hegel, Bruno Bauer pretendió ser el nuevoindiscutido maestro. En alguno de los más influyentescírculos intelectuales alemanes así fue aceptado: «Decirque Bruno Bauer no es un fenómeno filosófico de primeramagnitud es como afirmar que la Reforma careció de im-portancia: ha iluminado el mundo del pensamiento de talforma que ya es imposible obscurecerlo» (Cieskowski).

Cuando en 1835 apareció la corrosiva «Vida de Je-sús» de Strauss, las autoridades académicas encomen-daron a Bruno Bauer la «contundente réplica»: había dehacerlo desde la perspectiva del orden establecido y enuso de una interpretación de Hegel al gusto del poderpolítico.

No resultó así; el choque entre ambos «freien» o «jó-venes hegelianos» (Strauss y Bauer) fue algo así comouna pelea de gallos en que cada uno jugara a superar alotro en novedoso radicalismo, tanto que pronto Bruno

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Bauer se mereció el título de «Robespierre de la Teolo-gía». Como él mismo confiesa, se había propuesto «prac-ticar el terrorismo de la idea pura cuya misión es lim-piar el campo de todas las malas y viejas hierbas» (Car-ta a C.Marx). En el enrarecido ambiente algo debió deinfluir la desazón y el desconcierto que en muchos cléri-gos había producido la llamada «unión de las iglesias»celebrada pocos años atrás (nos referimos a la fusiónque en 1817 llevaron a cabo luteranos y calvinistas).

Si Strauss había declarado la guerra a la fe tradicio-nal, Bauer, sin abandonar el campo de la teología lute-rana y desde una óptica que asegura genuinamentehegeliana, señala que la Religión es fundamental cues-tión de estado y, por lo mismo, escapa a la competenciade la jerarquía eclesiástica, «cuya única razón de ser esproteger el libre examen».

Publica en 1841 su «Crítica de los Sinópticos» en quemuestra a los Evangelios como un simple expresión dela «conciencia de la época» y, como tal, un anacronismohecho inútil por la revolución hegeliana.

Dice Bauer ser portavoz de la auténtica intencionali-dad del siempre presente «maestro», Hegel: «Se ha hechopreciso rasgar el manto con que el maestro cubría sus ver-güenzas para presentar el sistema en toda su desnudez» yque resulte como lo que, en la interpretación de Bauer, erapropiamente: una implacable andanada contra el Cristia-nismo, «conciencia desgraciada» a superar inexorablemen-te gracias a la fuerza revolucionaria del propio sistema.

La idea que vende Bauer que, repetimos, dicehaberla heredado del «oráculo de los tiempos moder-nos», es la radical quiebra del Cristianismo: «Será unacatástrofe pavorosa y necesariamente inmensa: mayor ymás monstruosa que la que acompañó su entrada en elescenario del mundo» (Carta a C.Marx).

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Para el resentido pastor luterano, cual resulta serBruno Bauer, es inminente la batalla final que repre-sentará la definitiva derrota del «último enemigo delgénero humano... lo inhumano, la ironía espiritual delgénero humano, la inhumanidad que el hombre ha co-metido contra sí mismo, el pecado más difícil de confe-sar» (Bauer - Las buenas cosas de la libertad).

Ese clérigo renegado presenta como dogma de fe suversión panteísta y atea del hegelianismo y da pormuerto al Cristianismo. Con pasmosa ingenuidad ase-gura que únicamente falta darle al hecho la suficientedifusión.

Esto sucede en el mundo de los «jóvenes hegelia-nos», un revuelto zoco en que, tal como venimos seña-lando, se subastan las ideas de la época.

I) Homo homini deus Uno de los más destacados «jóvenes hegelianos»,

Luis Feuerbach (1804-72), decía ver el «secreto de laTeología en la ciencia del Hombre», entendido éste nocomo persona con específica responsabilidad sino comoelemento masa de una de las familias del mundo animal(«der Mensch ist was er isst», decía, al parecer, diverti-do por lo que en alemán es un juego de palabras «el hom-bre es lo que come»).

Porfía Feuerbach que, al contrario de las formuladaspor sus condiscípulos David Strauss y Bruno Bauer, sudoctrina es absolutamente laica, no una anti-teología:Todo lo que el hombre refleja en adoración es directaconsecuencia de su especial situación en el reino animalen el que, a lo largo de los siglos, ha desarrollado parti-culares instintos animales como la razón, el amor y lafuerza de voluntad, las cuales, aunque derivadas delmedio material en que se ha desarrollado la especie, se

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convierten en lo genuinamente humano: «Razón, amor yfuerza de voluntad, dice Feuerbach, son perfecciones ofuerza suprema, son la esencia misma del hombre... Elhombre existe para conocer, para amar, para ejercer suvoluntad».

Son cualidades que, en la ignorancia de que proce-den de su propia esencia que no es más que una particu-lar forma de ser de la materia, el hombre proyecta fuerade sí hasta personificarla en un ser extrahumano e ima-ginario al que llama Dios: «El misterio de la Religión esexplicado por el hecho de que el hombre objetiva su serpara hacerse al punto siervo de ese ser objetivado al queconvierte en persona... Es cuando el hombre se despojade todo lo valioso de su personalidad para volcarlo enDios; el hombre se empobrece para enriquecer a lo queno es más que un producto de su imaginación».

Según él mismo la define, la trayectoria intelectualde Feuerbach podría expresarse así: «Dios fue mi pri-mer pensamiento, la Razón el segundo y el hombre mitercero y último... Mi tercero y último pensamiento cul-minará una revolución sin precedentes iniciada por latoma de conciencia de que no hay otro dios del hombreque el hombre mismo: homo homini deus»: Es Prometeoque se rebela contra toda divinidad ajena al hombre.

Presume Feuerbach de situar a la religiosidad en sujusta dimensión: alimentada por las ideas de la Perfec-ción y del Amor es una virtualidad de la verdaderaesencia del hombre que habrá de proyectarse hacia elpropio hombre como realidad suprema.

Ese hombre-dios es una abstracción de la especie, esel tipo medio que ha dejado de ser estrictamente ani-mal en cuanto parte de lo que ha comido a lo largo delos siglos se ha convertido en producto de conciencia.

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J) El Yo, único diosEso de la humanidad abstracta convertida en dios

resultó genial descubrimiento para algunos (CarlosMarx, entre ellos) y para otros un bodrio vergonzante:Entre estos últimos cabe situar a Max Stirner que se pre-senta como materialista consecuente y ve en Feuerbach aalguien que «con la energía de la desesperanza, desme-nuza todo el contenido del Cristianismo y no precisa-mente para desecharlo sino para entrar en él, arrancarlesu divino contenido y encarnarlo en la especie».

Para este mismo Max Stirner no es materialismo lode Feuerbach: desde el estricto punto de vista materia-lista, libre del mínimo retazo de generosidad, «yo no soyDios ni el hombre especie: soy simplemente yo; nada,pues, de homo homini deus; para el materialista se im-pone un crudo y sincero ego mihi deus»... porque «¿cómopodéis ser libres, verdaderamente únicos, si alimentáisla continua conexión entre vosotros y los otros hom-bres?». «Mi interés, dogmatiza Stirner, no radica en lodivino ni en lo humano, ni tampoco en lo bueno, verda-dero, justo, libre, etc... radica en lo que es mío; no es uninterés general: es un interés único como único soy yo».

Observaréis que, aun desde la más cruda óptica ma-terialista, se mantiene el carácter religioso, de indes-tructibles raíces naturales en el Hombre: lo más que lo-gra ese tal Stirner con su «único» es teorizar sobre undiosecillo que, más tarde, Nietzsche (1844-1900), tomarácomo ejemplo de su retórico y egoísta «super-hombre».

Si, cual pretenden los autoproclamados materialistas,desaparece Dios, lógico es que se desvanezca la sombra detodo lo divino. Y resultará que atributos divinos como laPerfección y el Amor se convierten en pura filfa y no sir-ven para prestar carácter social a la pretendida diviniza-ción tanto del hombre-especie, figura central de cualquier

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forma de colectivismo, como del yo dios o «super-hombre»nietzscheano, satrápico y ridículo ejemplo de los que todolo miran a través de su propio ombligo.

K) RES SUNT, ERGO COGITOPorque pienso soy capaz de dictar lo que me venga

en gana sobre el ser y el destino de las cosas: Es lapretenciosa conclusión de ese círculo de «jóvenes docto-res» alimentados por la palabrería de un coloso de laespeculación cual resultó ser el tan citado Hegel.

Es pobre empeño erigirse en dictador de la Reali-dad, aunque para ello nos hayamos servido de toda lafuerza que da un prestigio académico reconocido uni-versalmente o el carácter dogmático prestado al cógitocartesiano, tan escandalosamente capitalizado por lospadres del idealismo subjetivo.

¿Cogito ergo sum? si, claro; pero ¿qué más? Que sinotro bagaje que mi propio pensamiento puedo elevarmea las cumbres del saber y desde allí decidir qué es esto yqué es aquello. Tal era la mal disimulada pretensión detodos los racionalistas desde Descartes al último hege-liano.

Desde la más elemental óptica realista la conclusióndeberá ser, justamente, la contraria: pienso por que lascosas están ordenadas de tal forma que hacen posible mipensamiento.

Efectivamente, el soporte de mi pensamiento es elcerebro, complejísimo órgano material que realiza tanexcepcional función de pensar porque, a lo largo de mi-les de años, sus partículas elementales se han hilvana-do y entrelazado según un complejísimo plan totalmen-te ajeno a mi pensamiento. La evidencia dicta que hatenido lugar un lento y bien orientado proceso de «com-plejización» en el que, además de una intencionalidad

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extramaterial, han tomado parte «activa» las virtualida-des físicas y químicas de la materia en variadísimas ysucesivamente superiores manifestaciones, es decir, laspropias cosas.

La evidencia de mi pensamiento puede llevarme y,de hecho, me lleva a la evidencia de mi existencia. Es lamisma evidencia que me dicta que el pensamiento hu-mano es posterior a la existencia humana, la cual, a suvez, es consecuencia de un proceso que se pierde en laaurora de los tiempos.

De algo tan simple o perogrullesco como el «pienso,luego existo» no se puede deducir que «existo por quepienso»: son muchas las realidades que no piensan yque, evidentemente, existen. Tanto valor intelectualcomo el «cogito» cartesiano tiene la pro posición padez-co dolor de muelas luego existo. Y es ésta una obviaconstatación que resultaría exagerada si de ella preten-diera deducir que existo para padecer dolor de muelas.

Reconozcamos, pues que lo cartesiano o subjetivo-idealista, mal llamado racional, es un cúmulo de razona-mientos que, a base de retorcidas y archirepetidas vuel-tas, se convierten en sinrazones capaces de adulterarcuando no subvertir el sentido y significado de la reali-dad más elemental.

Para el hombre sinceramente preocupado por opti-mizar la razón de su vida y de su muerte es una seriadificultad el cúmulo de capciosos sofismas que han veni-do a complicar el directo y expeditivo juicio sobre lo queha de hacer para llenar pertinentemente su tiempo: lacuestión habría de limitarse a usar sus facultades paraperseguir su propia felicidad en libertad y trabajo soli-dario con la suerte de los demás hombres. Seguro que,entonces, daría el valor que les corresponde (ni más nimenos) a todos y a cada uno de los fenómenos en que se

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expresa su existencia sin ignorar, por supuesto, que essu propia facultad de pensar la virtualidad que da ca-rácter excepcional a esa misma existencia.

Cierto que es el pensamiento lo más peculiar de micondición de hombre: pero éste mi pensamiento es rea-lidad porque, previamente, al principio de mi propiahistoria, tuvo lugar la «fusión» de dos elementales ycomplementarios seres vivos. En un trascendente actode amor de mis padres, tales elementales y complemen-tarios seres vivos, al amparo de su propia química y ensintonía con uno de los más geniales misterios del Mun-do Natural, establecieron una indisoluble asociaciónque se tradujo en un embrión de ser reflexivo.

Discurra yo ahora e invite a discurrir a todos cuan-tos me rodean sobre el más REALISTA medio de sacar-le positivo jugo a esa valiosísima peculiaridad mía quees el pensamiento, producto espiritual que, por virtuddel PLAN GENERAL DE COSMOGÉNESIS, ha nacidode la previa configuración de las cosas.

IV.- LA ECONOMÍA POLÍTICA INGLESA

Con carácter general, se acepta a Inglaterra comoprincipal promotora de lo que se llama «Ciencia Econó-mica». Y, ciertamente, ahí más que en cualquier otrapotencia europea se trató de prestar «raíz metafísica» alsimple, puro y duro afán de lucro lo que, sin duda, en-contró buen caldo de cultivo en su peculiar trayectoriacolonial.

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A) MercantilistasLos grandes descubrimientos y colonizaciones de los

siglos XVI y XVII «universalizaron» el horizonte comer-cial de Europa, de cuyos puertos partían hacia los cua-tro puntos cardinales grandes barcos en busca de oro,plata, especias, esclavos...

Y surgen teorizantes que presentan como principalvalor social el afán de enriquecimiento: son los llamados«mercantilistas» que forman escuelas al gusto de lospoderosos de sus respectivos paises: la «metalista» oespañola (Ortiz, Olivares, Mariana), la «industrialista» ofrancesa (Bodin, Montchrestien, Colbert), la «comercial»o británica (Mun, Child, Donevant, Petty)... Todas ellasgozan de protección oficial en cuanto buscan la riquezay el poder expensas de las colonias y de los competido-res más débiles.

Fue una doctrina que aportó más inconvenientesque ventajas: «No hay exageración al afirmar, dice alrespecto Storch (1766-1835) que, en política se cuentanpocos errores que hayan causado mayor número de ma-les que el sistema mercantilista: armado del poder sobe-rano, ordenó y prohibió cuando no debía hacer más queauxiliar y proteger. La manía reglamentaria que inspi-raba, atormentó de mil maneras a la industria hastadesviarla de sus cauces naturales y convertirse en causade que unas naciones mirasen la prosperidad de lasotras como incompatible con la suya: de ahí un irrecon-ciliable espíritu de rivalidad, causa de tantas y tantassangrientas guerras entre europeos. Es un sistema queimpulsó a las naciones a emplear la fuerza y la intriga afin de efectuar tratados de comercio que, si ningunaventaja real les habían de producir, patentizarían, almenos, el grado de debilidad o ignorancia de las nacio-nes rivales».

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B) FisiócratasEs en Francia en donde, primeramente, se acusa la

reacción contra la corriente mercantilista la cual, en sumodalidad «industrialista», goza de todas las proteccio-nes oficiales en detrimento del cuidado de la Tierra: laencabezan los llamados «fisiócratas». Al hilo del «Espíri-tu de las Leyes» de Montesquieu, apelan a una especiede deternimismo natural que diluiría en puro formu-lismo las voluntades de poderosos y súbditos: es unaactitud reflejada en la famosa frase «laissez faire,laissez paser» (Gournay).

Montesquieu, educado en Inglaterra, había expresa-do ferviente oposición a los excesos centralistas del ReySol (el Estado soy yo) para cifrar en la liberal gestión delos asuntos públicos una de las condiciones para laemancipación individual al tiempo que señalaba que «elespíritu de las leyes» dependía, esencialmente, de laconstitución geográfica y climatológica de cada país yde las costumbres de sus habitantes condicionadas, a suvez, por el entorno físico.

El «Espíritu de las Leyes» había sido publicado en1748; en 1758, diez años más tarde, apareció lo que seconsidera el primer tratado de Economía Política y fuela referencia principal de los fisiócratas: el «TableauÉconomique» de Francisco Quesnay. En él se afirmaque, en el substratum de toda relación económica, exis-ten y se desarrollan ineludibles «leyes naturales»; que lafuente de todas las riquezas es la Agricultura; que las«sociedades evolucionan según uniformidades genera-les», que constituyen «el orden natural que ha sido esta-blecido por Dios para la felicidad de los hombres; que elinterés personal de cada individuo no pude ser contra-rio a ese «orden providencial», lo que significa que, bus-cando el propio interés, cada uno obra en el sentido del

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interés general; será, pues, suficiente dar rienda sueltaa todas las iniciativas individuales, vengan de dondevengan y vayan a donde vayan, para que el mundo cami-ne hacia el orden y la armonía: es cuando se desarrollana plenitud «las leyes naturales que rigen la reparticiónde las riquezas en armonía con los sabios designios de laProvidencia».

C) El optimismo de Adam SmithEsa conclusión de los fisiócratas sirvió a Adam

Smith (1723-90) como punto de partida para su «Investi-gación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza delas naciones» .

Adam Smith había abandonado de la carrera ecle-siástica y ejercía de profesor de Lógica cuando, en Fran-cia, trabó amistad con los fisiócratas Quesnay y Turgot.A raíz de ello se siente ganado a la causa de la Econo-mía Política.

A diferencia de sus precursores, quienes todo lo ha-cían depender de un determinismo natural cuya máselocuente expresión estaba en la fecundidad de la Tie-rra, Smith presenta al INTERÉS PERSONAL comoprincipio de toda actividad económica: bastará que sedeje en plena libertad a los hombres para que, guiadosexclusivamente por el móvil egoísta, el mundo económi-co y social se desenvuelva en plena armonía. Hace suyoel «laissez faire, laissez paser» de los fisiócratas; pero síéstos otorgaban a los príncipes la facultad de «declararleyes» (en Francia, eran los tiempos de la monarquíaabsoluta y de «rey por la gracia de Dios»), Adam Smithpuede escribir con mayor libertad y no hace uso de nin-guna figura retórica para sostener que la verdadera«ciencia económica» no precisa de ninguna coacción ocauce: es elemental, sostiene Smith, que los factores de

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producción y riqueza gocen de absoluta libertad paradesplazarse de un sector a otro según el barómetro deprecios y del libre juego de intereses particulares, loque «necesariamente» alimentará el interés general.

Según ello (Smith dixit), el Estado no debe interve-nir ni siquiera para establecer un mínimo control en elmercado internacional puesto que lo cierto y buenopara un país lo es para todos y, consecuentemente, paralas mutuas relaciones comerciales.

Poco cuentan las voluntades personales en el toma ydaca providencialista y universal: aunque Adam Smithproclama una «inmensa simpatía» por los más débiles,los condena a los vaivenes de lo que será rabioso «indi-vidualismo manchesteriano» aunque intenta consolar-les, eso sí con la esperanza de que, en un futuro próximoy merced a las «providenciales leyes del Mercado», todoirá de mejor en mejor.

D) El catastrofismo de MalthusNo es así de optimista Tomás Roberto Malthus

(1766-1834), pastor anglicano y reconocido teorizante dela Economía Política Inglesa (inspiradora del socialismomarxista, recordemos a Lenín).

No cree Malthus en la prédica de los fisiócratas so-bre el «orden espontáneo debido a la bondad de la Natu-raleza» ni, tampoco, con Smith de que el juego de las li-bertades individuales conduzca necesariamente hacia laarmonía universal. Pero sí que reconoce como inexora-bles a las «leyes económicas» y, en consecuencia, no ad-mite otro posicionamiento que el ya clásico «laissezfaire, laissez paser».

Desde esa predisposición, Malthus presenta los dossupuestos de su célebre «teoría de la población» cuyocorolario final es la extinción de la Humanidad por

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hambre: 1º Cada veinticinco años, se dobla la poblacióndel mundo lo que significa que, de período en período,crece en «progresión geométrica». 2º En las más favora-bles circunstancias, los medios de subsistencia no au-mentan más que en progresión aritmética.

Como «consuelo» y «propuesta para restablecer elequilibrio» Malthus no ofrece otra solución que una«coacción moral» que favorezca el celibato y la restric-ción de la natalidad. Discreta, tímida y cínicamente,también apunta que «solución más eficaz, aunque nodeseable», es provocar guerras o masacres de algunospueblos.

E) Las teorías pesimistas de RiccardoSobre David Riccardo (1772-1823), de familia judía y

otro de los seguidores «pesimistas» de Adam Smith diceMarx («Miseria de la Filosofía»): «Es el jefe de una es-cuela que reina en Inglaterra desde la Restauración; ladoctrina riccardiana resume rigurosa e implacablemen-te todas las aspiraciones de la burguesía inglesa, ejem-plo consumado de la burguesía moderna».

Es particularidad de Riccardo el haber desarrolladoteorías que Adam Smith se contentó con esbozar: Teoríadel «valor trabajo» que dice que «el valor de los bienesestá determinado por su costo de producción», teoría dela «renta agraria diferencial», según la cual «el aumentode la población favorece a los grandes terratenientes endetrimento de los pequeños propietarios y consumido-res», teoría de los «costos comparados» (a cada país co-rresponde especializarse en los productos para los cua-les está especialmente dotado) y teoría del «salario na-tural»: «el salario se fija al mínimo necesario para queviva el obrero y perpetúe su raza». Este último «descu-brimiento» de la pretendida «ciencia económica» ya ha-

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bía sido apuntado por el «fisiócrata» Turgot, será basede todo un «darwinismo social» y pasará a la historiacon el nombre de «ley de bronce de los salarios».

Por demás, Riccardo no tolera la intervención delEstado sino es para eliminar las últimas trabas a la to-tal libertad de Intercambio.

F) «Codificación» del individualismo de Stuart MillTras los voceros principales de la Economía Política

Inglesa vienen los comparsas entre los cuales destacaStuart Mill, que pretende lograr una síntesis entre todolo dicho por sus antecesores para formular lo queBaudin ha llamado una «verdadera codificación del in-dividualismo»: presta mayor precisión a los rasgosdefinitorios del «homo aeconomicus», que tanta relevan-cia tiene en la producción intelectual burguesa y pre-senta al hedonismo utilitarista como «concepto moralpor excelencia»: en la búsqueda de su propio placer, ase-gura Mill, el hombre es arrastrado a servir el bien de losotros.

En lugar de la moral evangélica Mill sitúa a la «in-ducción», cruda traducción del principio hedonísticoque subyace en las aportaciones de los principales teori-zantes y que Mill edulcora con un toque socializantepara el mundo agrario y el tradicional sistema de heren-cias sobre cuya reglamentación el Estado ejercerá unasuave forma de paternalismo.

G) Hacia el determinismo económicoTras lo expuesto, se puede concluir que la inmedia-

ta y más grave consecuencia de la resonancia social lo-grada por la llamada Escuela Clásica fue el hecho dehacer creer en el carácter inexorable de lo que se llama-rá determinismo económico según el cual será el afán

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de poseer «liberado de prejuicios morales» el exclusivoartífice de la historia de los hombres.

Al respecto cabe otra puntualización: cuando seatribuye a los economistas y a su pretendida «ciencia» elmérito de haber hecho posible el formidable auge de laindustria moderna, es de rigor el recordar que una bue-na parte (la más recordada) de los tales economistas selimitaron y se limitan a consignar «fenómenos de actua-lidad», tanto mejor si con ello sirven a los intereses delos poderosos: ilustrativo ejemplo es la «ley de divisióndel trabajo», de Adam Smith. Tienen, pues, razón los queconsideran «profetas del pasado» a no pocos teorizantesde la cuestión económica.

H) PuntualizacionesBueno es realzar el carácter positivo de la libertad

de iniciativa; pero resulta exagerado el dogmatizar so-bre el supuesto de que una libertad movida por el capri-cho de los poderosos haga innecesario cualquier apuntecorrector del poder político, cuya razón de ser es la pro-moción del Bien Común: la más palmaria realidad nosmuestra cómo el afán de lucro, dentro de una jerarquíade funciones, es factor motivante para el trabajo encomún, pero requiere las contrapartidas que marcanlas necesidades de los otros en una deseable confluenciade derechos, apetencias y capacidades. Para ello nadamejor que unas leyes que «hagan imposibles las inmora-lidades y atropellos de unos a otros (algo que ya apuntóel maestro Aristóteles).

Cualquiera podría ejercer de hedonista redomado siviviera en radical soledad; en cuanto constituye socie-dad con uno solo de sus semejantes ya está obligado arelacionar el ejercicio de sus derechos con la convenien-cia de los otros y viceversa. Y obvio es recordar lo vario-

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pinta que, en voluntades, disponibilidad y capacidadesresulta la sociedad humana: no cabe, pues, dogmatiza-ción alguna sobre los futuros derroteros de una econo-mía promovida y desarrollada por sujetos libres, inclusode optar por lo irracional.

A decir verdad, la Realidad ha desprestigiado lo quefue visceral pretensión de la llamada Economía Clásica:ser aceptada como ciencia exacta al mismo nivel que laGeometría o la Astrofísica.

Es una pretensión a la que aún siguen apuntados nopocos modernos teorizantes y cuantos hacen el juego alos gurús de la Economía Mundial: «todo lo que se rela-ciona con Oferta y Demanda, absolutamente todo, de-pende de las Leyes del Mercado», siguen diciendo.

Pero, afortunadamente, no es así a pesar de que J.B.Say, otro de los teorizantes de la «Economía Clásica»,dogmatizara: «La fisiología social es una ciencia tan po-sitiva como la propia fisiología del cuerpo humano».Vemos que los comportamientos de las personas, facto-res básicos de la Economía, responden a más o menosfuertes estímulos, a más o menos evidentes corrientesde Libertad nacidas estrictamente de su particular ego;se resisten, pues, a las reglas matemáticas.

Nada exacto espera a mitad ni al final del caminosiempre que, tal como ha sucedido desde que el hombre eshombre, éste pueda aplicar su voluntad a modificar el cur-so de la historia: una preocupación o un capricho, un for-tuito viaje o el encuentro con una necesidad, un inesperadoinvento o la oportuna aplicación de un fertilizante... le sir-ven al hombre para romper en mayor o menor medida las«previsiones de producción» dictadas por la Estadística.

Las llamadas tendencias del mercado, aun rigurosa-mente analizadas, son un supuesto válido como hipóte-sis de trabajo, nunca un exacto valor de referencia.

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Vistas así las cosas, no caben paliativos a la hora desometer al filtro de un realista análisis no pocas de lasmuy respetadas suposiciones heredadas de los teorizan-tes «clásicos». Por supuesto que las llamadas «leyes eco-nómicas» no siguen el dictado de una fuerza ciega: ten-drán o no valor ocasional en determinada circunstanciade tiempo y lugar; pero siempre pueden y deben acusarla impronta de la voluntad de las mujeres y de los hom-bres que las «sufren y padecen».

V.- EL SOCIALISMO FRANCÉS

A) Saint Simon: democracia industrialEs en el París de las revoluciones en dónde, sin salir

del racionalismo cartesiano, hombres como el conde deSaint Simon «se imponen la tarea de dedicar su vida aesclarecer la cuestión de la organización social».

Con anterioridad a Saint Simon habían surgido enFrancia figuras como las de Morelly, Mably, Babeuf...que se presentaron como apóstoles de la igualdad conmás entusiasmo que rigor en los planteamientos. En elmedio que les es propicio son recordados como referen-cia ejemplar pero no como genuinos teorizantes del «so-cialismo utópico-francés» (Marx), cuyo primero y princi-pal promotor es el citado Saint Simon.

Si la revolución de 1789, dice Saint Simon, proclamóla libertad, ésta (la de julio de 1830) resulta una simpleilusión puesto que las «leyes económicas» son otros tan-tos medios de desigualdad social; ello obliga a que el li-bre juego de la competencia sea sustituido por una «so-ciedad organizada» en perfecta sintonía con la «era in-dustrial».

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Saint Simon titubea sobre las modalidades concretasde esa «sociedad organizada»: van desde aceptar la situa-ción establecida con el añadido de la participación de un«colegio científico representante del cuerpo de sabios» aotorgar el poder a los más ilustres representantes delindustrialismo, «alma de una gran familia, la clase indus-trial, la cual, por lo mismo que es la clase fundamental, laclase nodriza de la nación, debe ser elevada al primergrado de consideración y de poder». Es entonces cuando«la política girará en torno a la administración de las co-sas» en lugar de, tal como ahora sucede, «ejercer el go-bierno sobre las personas». Tal será posible porque «a lospoderes habrán sucedido las capacidades».

En los últimos años de su vida, Saint Simon preconi-za como solución «una renovación de la moral y de laReligión; puesto que la obra de los enciclopedistas hasido puramente negativa y destructora, se impone res-taurar la unidad sistemática». En este «nuevo cristianis-mo» regirá un único principio, «todos los hombres seconsiderarán hermanos», en el ámbito de una moral so-cial, no personal y de un culto animado por lo ritual y nopor lo sacramental y, por supuesto, sin la mínima alu-sión a un presencia activa de Jesús de Nazareth.

La ambigüedad de la doctrina sansimoniana facilitóla división radical de sus discípulos: Augusto Comte en-cabezará una de las corrientes del humanismo ateo (po-sitivismo) basada en una organización religiosa dirigidapor la élite industrial mientras que Próspero Enfantin(le «Père Enfantin») empeñará su vida como «elegidodel señor» en una especie de cruzada hacia la redenciónde las clases más humildes hasta, por medios absoluta-mente pacíficos, llegar a una sociedad en que rija elprincipio de «a cada uno según su capacidad y a cadacapacidad según sus obras».

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B) Fourier: organización despersonalizanteCharles Fourier (1772-1837) es otro de los «socialis-

tas utópicos» más destacados. Pretende éste resolvertodos los problemas sociales con el poder de la «asocia-ción», que habrá de ser metódica y consecuente con losdiversos caracteres que se dan en un grupo social, nimayor ni menor que el formado por mil seiscientas vein-te personas

Fourier presta a la «atracción pasional» el carácterde ley irrevocable. Dice haber descubierto doce pasio-nes y ochocientos diez caracteres cuyo duplicado consti-tuye ese ideal grupo de mil seiscientas veinte personas,célula base en que, «puesto que estarán armonizadosintereses y sentimientos, el trabajo resultará absoluta-mente atrayente».

La «organización de las células económicamente rege-neradas en un perfecto orden societario», según afirmaFourier, permitirá la supresión total del estado; conse-cuentemente, en el futuro sistema no habrá lugar para unpoder político: en lo alto de la pirámide social no habránada que recuerde la autoridad de ahora, sino una simpleadministración económica personificada en el «aerópagode los jefes de serie apasionada»; estas «series apasiona-das» resultan de la «espontánea agrupación» de varias«células base» en las cuales la armonía es el consecuenteresultado del directo ejercicio de una libertad sin celadoralguno. En consecuencia las atribuciones de ese«Aerópago» no van más allá de la «simple autoridad deopinión». Será esto posible gracias a que, a juicio deFourier, «el espíritu de asociación crea una ilimitada de-voción a los intereses de grupo» y, por lo tanto, puedesustituir cumplidamente a cualquier forma de gobierno.

Dice Fourier estar convencido de que cualquier ac-tual forma de estado se disolverá progresivamente en

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una sociedad-asociación, en la cual, de la forma más na-tural y espontánea, se habrá excluido cualquier especiede coacción. A renglón seguido, se prodigarán los «fa-lansterios» o «palacios sociales», en que, en plena armo-nía, desarrollarán su ciclo vital las «células-base» hasta,en un día no muy lejano, constituir un «único imperiounitario extendido por toda la Tierra».

Esa es la doctrina del «falansterismo» que como tales conocido el «socialismo utópico» de Fourier, algo que,por extraño que parezca, aun conserva el favor de cier-tos sectores del llamado progresismo racionalista hastael punto de que, cada cierto tiempo, y con derroche dedinero y energías, se llega a intentar la edificación de talo cual «falansterio». Efímeros empeños cultivados por nose sabe qué oculto interés proselitista.

C) Blanc, Cabet, Blanqui, Sismondi...: recurso a la conciencia colectiva

No menos distantes de un elemental realismo, surgenen Francia otras formas de colectivismo, cuyos profetasolvidan las predicadas intenciones si, por ventura, alcan-zan una parcela de poder. Tal es el caso de Luis Blanc,que llegó a ser miembro provisional que se constituyó a lacaída de Luis Felipe o Philippon; «Queremos, había dicho,que el trabajo esté organizado de tal manera que el almadel pueblo, su alma ¿entendéis bien? no esté comprimidapor la tiranía de las cosas». La desfachatez de este encen-dido predicador pronto se puso de manifiesto cuando al-gunos de sus bienintencionados discípulos crearon losllamados «talleres nacionales»: resultó que encontraron elprincipal enemigo en el propio gobierno al que ahora ser-vía Blanc y que, otrora, cuando lo veía lejos, este mismoBlanc deseaba convertir en «regulador supremo de laproducción y banquero de los pobres».

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Otros reniegan de la Realidad y destinan sus pro-puestas a sociedades en que no existe posibilidad deambición: tal es el caso de Cabet que presenta su Icariacomo mundo en que la libertad ha dejado paso a unaigualdad que convierte a los hombres en disciplinadorebaño con todas las necesidades animales cubiertasplenamente. Allí toda crítica o creencia particular seráconsiderada delito: huelgan reglas morales o religiónalguna en cuanto un providencial estado velará por quea nadie le falte nada: concentrará, dirigirá y dispondráde todo; encauzará todas las voluntades y todas las ac-ciones a su regla, orden y disciplina. Así quedará garan-tizada la felicidad de todos.

Hay aun otros teorizantes influyentes para quienesnada cuenta tampoco el esfuerzo personal por una ma-yor justicia social; por no ampliar la lista, habremos deceñirnos a Blanqui, panegirista de la «rebelión popular»(que, en todos los casos, será la de un dictador en poten-cia) y a Sismondi «promotor de un socialismo pequeño-burgués para Inglaterra y Francia; puso al desnudo lashipócritas apologías de los economistas; demostró demanera irrefutable los efectos destructores del maqui-nismo y de la división del trabajo, las contradiccionesdel capital y de la propiedad agraria; la superproduc-ción, las crisis, la desaparición ineludible de los peque-ños burgueses y de los pequeños propietarios del campo;la miseria del proletariado, la anarquía de la produc-ción... Pero, al hablar de remedios, aboga por restable-cer los viejos medios de producción e intercambio y, conellos, la vieja sociedad... es, pues, un socialismo reaccio-nario y utópico» (Marx).

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D) Proudhon: anarquía y socialismoExistió otro socialismo francés cuyo impacto aun

perdura: se trata del socialismo autogestionario promo-vido por Pedro José Proudhon.

Era su divisa de combate «justicia y libertad» y elcentro de sus ataques la «trinidad fatal»: Religión, Capi-tal y Poder Político a los que Proudhon opone Revolu-ción, Autogestión y Anarquía. Revolución, porque «lasrevoluciones son sucesivas manifestaciones de justiciaen la humanidad», autogestión, «porque la historia delos hombres ha de ser obra de los hombres mismos» y loúltimo, «porque el ideal humano se expresa en la anar-quía».

Más que pasión por la anarquía es odio a todo lo quesignifica una forma de autoridad que no sea la que nacede su propia idea porque, tal como no podía ser menos,Proudhon hace suyo el subjetivismo idealista de los he-rederos de Hegel. Y asegura que la «autoridad, comoresorte del derecho divino, está encarnada en la Reli-gión»; cuando la autoridad se refiere a la economía, vie-ne personificada por el Capital y, cuando a la política,por el Gobierno o el Estado. Religión, Capital y Estadoconstituyen, pues, la «trinidad fatal» que la Libertad seimpone el destruir.

Es ésa una libertad, que engendrará una moral yuna justicia, ya «verdaderas porque serán humanas» yharán inútil cualquier especie de religión; se mostrarácapaz de imponer el «mutualismo» a la economía («nadaes de nadie y todo es de todos») y el «federalismo» enpolítica («ni gobernante ni gobernado»).

Por virtud de cuanto Proudhon nos dice, podemosimaginarnos a un lado, en estrecha alianza, «el Altar, laCaja Fuerte y el Trono» y, al otro lado, «el Contrato, elTrabajo y el Equilibrio Social». Y, puesto que se ha de

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juzgar al árbol por sus frutos, frente al «hombre bueno,al pobre resignado, al sujeto humilde... tres expresionesque resumen la jurisprudencia de la Iglesia», surgirá «elhombre libre, digno y justo!!! cual han de ser los hijos dela Revolución». Entre uno y otro sistema, proclamaProudhon, «imposible conciliación alguna».

Sin duda que no muy convencido, Proudhon protestade que su revolución no pretende ser violenta: simple-mente, tiene el sentido de un militantismo anticristianoy viene respaldada por «un estudiado uso de las leyeseconómicas». «Por medio de una operación económica,dice, vuelven a la sociedad las riquezas que dejaron deser sociales en otra anterior operación económica».

Como solución a los problemas que plantea el maluso de la Autoridad Proudhon fía todo al Contrato o«Constitución Social, la cual es la negación de toda au-toridad, pues su fundamento no es ni la fuerza ni el nú-mero: es una transacción o contrato», para cuyo exactocumplimiento huelga la mínima coacción exterior: bastala libre iniciativa de las partes contratantes.

Proudhon porfía continuamente de su filiación so-cialista; no quiere reconocer la probabilidad de que, encualquier tipo de contrato, la balanza si incline no a fa-vor de la razón si no de la fuerza. Sale del paso asegu-rando que, «disuelto el gobierno en una sociedad econó-mica» el desgobierno hará el milagro de contentar a todoel mundo, ricos y pobres, pequeños y grandes.

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VI.- MOISÉS HESS, PRECURSOR DEL MARXISMO

«El comunismo es una necesaria consecuenciade la obra de Hegel», escribió Moisés Hess en 1840.

Este Moisés Hess, joven hegeliano un mucho autodi-dacta, era el primero de cinco hermanos en una familiajudía bien acomodada y respetuosa con la ortodoxia tra-dicional. Apenas adolescente, hubo de interrumpir susestudios para integrarse en el negocio familiar; pero si-guió con curiosidad las tendencias intelectuales de laépoca aliñadas con una previa simpatía por la obra deSpinoza y de Rousseau.

Cuando apenas ha cumplido los veinte años, Hesspasa una larga temporada en París que, a la sazón, vivela fiebre de mil ideas sociales en ebullición bajo la dis-plicente tolerancia de la oligarquía en el poder. Muyseguramente contactó con alguno de los teorizantes so-cialistas de entonces, en particular con Proudhon (que,recordemos, presentaba como base de su doctrina una«síntesis» del idealismo alemán y de la economía políticainglesa).

El agotamiento de sus recursos obligó a Hess a rein-tegrarse en los negocios de la familia. Siguió aprove-chando el tiempo libre con nuevas lecturas y cursos. Deesa forma tuvo cumplido conocimiento de las diversasinterpretaciones del omnipresente Hegel.

Inició su actividad en el mundo de las ideas con unapretenciosa «Historia Sagrada de la Humanidad».Apunta en ella una especie de colectivismo místico deraíz panteísta; la ha llamado «Historia Sagrada» «porqueen ella se expresa la vida de Dios» en dos grandes eta-pas, la primera dividida, a su vez, en tres períodos: elprimitivo o «estado natural» de que hablara Rousseau, elcoincidente con la aparición del Cristianismo, «fuente

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de discordia», y el tercero o «revolucionario» que, segúnHess, se inicia con el panteísmo de Spinoza y culminacon la Revolución Francesa o «gigantesco esfuerzo de lahumanidad por retornar a la armonía primitiva».

La segunda y «principal etapa» de esa «Historia Sa-grada de la Humanidad» la ve Hess coincidente con supropio tiempo e, incluso, con su propia persona: veabierta ante sí una excepcional y brillante perspectiva acuyo término sitúa la plena libertad e igualdad entretodos los hombres.

Aunque Hess apunta que se llegará a tal beatíficasituación por vía pacífica no descarta la eventualidad deuna sangrienta revolución promovida por las insultan-tes diferencias sociales; si tal fuera el caso, habría deser tomada por un bache, cuya superación brindaría a lahumanidad la «consecución de la última meta de la vidasocial presidida por una igualdad clara y definitiva».

El aludido bache habrá significado un inevitable en-frentamiento entre dos protagonistas: la «Pobreza» y la«Opulencia». La primera víctima y la segunda, mentor, de«la discordancia, desigualdad y egoísmo que, en progresi-vo crecimiento, alcanzarán un nivel tal que aterraránhasta el más estúpido e insensible de los hombres». «Soncontradicciones que han llevado al conflicto entre Pobre-za y Opulencia hasta el punto más álgido en que, necesa-riamente, ha de resolverse con una síntesis que repre-sentará el triunfo de la primera sobre la segunda» (Así love Hess gracias al «carácter dialéctico» que Hegel enseñacomo inherente a cualquier conflicto).

Pocos años más tarde, escribe Hess su «TriarquíaEuropea» (representada por Alemania, Inglaterra yFrancia). Comienza su obra con una extensa referencia aHegel y a sus discípulos que, «aunque han alcanzado,dice, el punto más alto de la filosofía del espíritu, yerran

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en cuanto proponen a la filosofía como valor esencial: elprimer valor de la vida del hombre es la acción por cam-biar el mundo... cuestión , que ha de ser tomada como laperfecta verdad a la que nos ha conducido la obra deHegel»...» De lo que ahora se trata, continúa Hess, es deconstruir los puentes que nos permitan volver del cieloa la tierra. Para ello será necesario volver los ojos aFrancia en donde se están preocupando seriamente portransformar la vida social».

Con su obra, Hess rompe moldes en las tendencias delos «jóvenes hegelianos»: apunta la conveniencia de ligar elsubjetivismo idealista alemán con el «pragmatismo social»francés». Ambos fenómenos, explica Hess, han sido conse-cuencia lógica de la Reforma Protestante, la cual, al iniciarel camino de la liberación del hombre, ha facilitado el he-cho de la revolución francesa, gracias a la cual esa «libera-ción ha logrado su expresión jurídica». «Ahora, desde losdos lados, mediante la Reforma y la Revolución, Alemaniay Francia han recibido un poderoso ímpetu. La única laborque queda por hacer es la de unir esas dos tendencias yacabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y, por lotanto, nuestro siglo debe mirar hacia esa dirección».

De Inglaterra, según Hess, habrá, pues, de venir «lalibertad social y política». Ello es previsible porque es allídonde está más acentuada la oposición entre la Miseria yla Opulencia; «en Alemania, en cambio, no es ni llegará aser tan marcada como para provocar una ruptura revolu-cionaria. Solamente en Inglaterra alcanzará nivel de re-volución la oposición entre Miseria y Opulencia».

Apunta también Hess a lo que se llamará Dictaduradel Proletariado cuando dice «orden y libertad no son tanopuestos como para que el primero, elevado a su más altonivel, excluya al otro! Solamente, se puede concebir lamás alta libertad dentro del más estricto orden».

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En 1844 (hasta febrero de 1848 no se publicó el «Ma-nifiesto Comunista», de Marx y Engels), Hess promovióla formación de un partido al que llamó «verdadero so-cialismo» e hizo derivar del «materialismo idealista»que, a su vez, Luis Feuerbach había deducido de las en-señanzas de Hegel.

Por obra de Federico Engels y Carlos Marx, cuatroaños más tarde, todos los postulados de ese devoradorde libros, que fue Moisés Hess, constituyeron el meollode lo que se llamó comunismo o, con ánimo excluyente,«socialismo científico».

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Lección VI. VIDA Y OBRA DE CARLOS MARX

I.- EL ENTORNO FAMILIAR Y SOCIAL

El rabino Marx Leví había roto con la tradición secu-lar de la familia (cuyos orígenes conocidos se remontan alsiglo XIV; uno de sus destacados miembros fue el famosorabino Jehuda Minz, el cual fundó una brillante escuelatalmúdica en Padua) al permitir a su hijo Hirschel ha-Leví Marx salir del círculo de una más rígida ortodoxiajudía para seguir una educación laica para hacerse unbrillante abogado y cultivado hombre de mundo, admira-dor de los «ilustrados» franceses y de su equivalente ale-mán, los «Aufklaerer». Hirschel Marx casó con EnriquetaPressborck, hija de un rabino holandés; tuvo con ella ochohijos, de los cuales solamente uno, el segundo, llegó a lamadurez. Esté nació en Tréveris - Westfalia el 5 de mayode 1818 y se llamó Karl Heinrich Marx: Karl o CarlosMarx, como es universalmente conocido.

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Para un brillante abogado judío era muy difícil elpleno reconocimiento social por parte de las reacciona-rias autoridades prusianas; para soslayar tales dificul-tades Hirschel ha-Leví Marx pidió ser bautizado contoda su familia. Recibió el bautismo con sus hijos el año1824 (su esposa, Enriqueta, fue bautizada un año mástarde). Carlos contaba seis años.

Wesfalia era y es mayoritariamente católica; perono así el gobierno prusiano del que Wesfalia dependíaen la época que nos ocupa: «poderosa razón» por la cualla familia Marx fue bautizada en el rito luterano y sola-mente en público hizo ostentación de confesión cristianasegún la pauta oficial: «protestante a lo Lessing», lo quesignifica más abierto a la cultura, al arte y al diálogo quea las «complejidades del Dogma». No acusó para nada lasituación de judío converso, situación que, en otros casos(Heine, por ejemplo), fuera causa de drama personal:fue aceptado plenamente en nivel social que le corres-pondía gracias a sus buenas maneras, simpleza de ca-rácter, abierta simpatía y capacidad de adaptación almedio: el admirar cordialmente a Rousseau, Voltaire,Diderot u otros enciclopedistas, no le impedía manifes-tar cordial y pública adhesión a la autocracia prusiana.Fueron particularidades que le facilitaron una estrechaamistad con los más influyentes de la Ciudad, en espe-cial con su vecino, el influyente barón Ludwig vonWestphalen.

Funcionario distinguido del Gobierno prusiano,Westphalen había colaborado con Jerónimo Bonaparte,ocasional rey de Westfalia, en los tiempos en que la re-gión estuvo sometida al Imperio Napoleónico. Era des-cendiente de los duques de Westfalia y estaba casadocon Carolina Wishart, noble escocesa descendiente delos duques de Argyll.

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Representaba Westphalen el tipo de liberal optimis-ta, que manifiesta fe ilimitada en los alcances de la ra-zón humana: era elegante, cultivado, seductor, filósofode salón... Apasionado por la Antigüedad clásica, cuyo«genio» veía encarnado en los tres poetas que entusias-maban entonces a los alemanes: Schiller, Goethe y Höl-derlin. Decía que, en tan ilustre compañía, era factibleromper fronteras de viejos convencionalismos para viviren estado de pura enajenación estética en la estela delos Dante, Shakespeare, Homero, Eurípides... todosellos animados por el dios de la singularidad. Colmadassus ansias espirituales con la poesía y la mundanal com-placencia, von Westphalen presumía de total indiferen-cia en materia de Religión.

II.- EN EL CRISTIANISMO Y OTROS IDEALES DE JUVENTUD

Carlos Marx cuenta ahora (1834) dieciséis años y, alcontrario que sus padres, se ha tomado en serio el men-saje evangélico hasta el punto de sentirse conquistadopor la posibilidad de colaborar en la Obra de la Reden-ción. Así lo muestra en un trabajo escolar de libre elec-ción. Toma como base la parábola de «La Vid y los Sar-mientos» (Jn., XV-1-14) para escribir:

Sobre la unión de los fieles con Cristo«Antes de considerar la base, la esencia y los efec-

tos de la Unión de Cristo con los fieles, averigüemos siesta unión es necesaria, si es consubstancial a la natu-raleza del hombre y si el hombre no podrá alcanzarpor sí solo, el objetivo y finalidad para los cuales Diosle ha creado...»

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Luego de hacer notar cómo las virtudes de las másaltas civilizaciones que no conocieron al Dios del amor,nacía de «su cruda grandeza y de un exaltado egoísmo,no del esfuerzo por la perfección total» y cómo, por otraparte, los pueblos primitivos sufren de angustia «puestemen la ira de sus dioses y viven en el temor de serrepudiados incluso cuando tratan de aplacarlos» mien-tras que «en el mayor sabio de la Antigüedad, en el divi-no Platón había un profundo anhelo hacia un Ser cuyallegada colmaría la sed insatisfecha de Luz y de Ver-dad»... deduce: «De ese modo la historia de los pueblosnos muestra la necesidad de nuestra unión con Cristo.»

Es una UNION a la que el joven se siente inclinado«cuando observamos la chispa divina en nuestro pecho,cuando observamos la vida de cuantos nos rodean o bu-ceamos en la naturaleza íntima del hombre». Pero, sobretodo, «es la palabra del propio Cristo» la que nos empu-ja a esa unión. «¿Dónde, pregunta, se expresa con mayorclaridad esta necesidad de la unión con Cristo que en lahermosa parábola de la Vid y de los Sarmientos, en queel se llama a sí mismo la Vid y a nosotros los sarmien-tos, Los sarmientos no pueden producir nada por sí so-los y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacersin Mí.»

«...El corazón, la inteligencia, la historia... todo noshabla con voz fuerte y convincente de que la unión conEl es absolutamente necesaria, que sin Él somos incapa-ces de cumplir nuestra misión, que sin Él seríamos re-pudiados por Dios y que solo Él puede redimirnos.»

El lirismo del adolescente sube de tono cuando evo-ca: «Si el sarmiento fuera capaz de sentir, contemplaríacon deleite al jardinero que lo cuida, que retira celosa-mente las malas hierbas y que, con firmeza, le mantieneunido a la Vid de la que obtiene su savia y su alimen-

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to...» ... «pero no solamente al jardinero contemplaríanlos sarmientos si fueran capaces de sentir. Se unirían ala Vid y se sentirían ligados a ella de la manera más ín-tima; amarían a los otros sarmientos porque el Jardine-ro los tenía a su cuidado y por que el Tallo principal lespresta fuerza.»

«Así pues, la unión con Cristo consiste en la comu-nión más viva y profunda con Él...» Este amor por Cristono es estéril: no solamente nos llena del más puro res-peto y adoración hacia él sino que también actúaempujándonos a obedecer sus mandamientos y a sacrifi-carnos por los demás: si somos virtuosos es, solamente,por amor a Él...»

«...Por la unión con Cristo tenemos el corazón abier-to al amor de la Humanidad...»

«...La unión con Cristo produce una alegría que losepicúreos buscaron vanamente en su frívola filosofía;otros más disciplinados pensadores se esforzaron poradquirirla en las más ocultas profundidades del saber.Pero esa alegría solamente la encuentra el alma libre ypura en el conocimiento de Cristo y de Dios a través deEl, que nos ha encumbrado a una vida más elevada ymás hermosa.»

Noble, inquieto, generoso y al margen de las conve-niencias familiares, vivía entonces Carlos Marx el ilu-sionante encuentro con Jesucristo. Y sigue siendo no-ble, inquieto y generoso cuando dice en las Reflexionesde un joven ante la elección de profesión:

«La naturaleza ha dado a los animales una sola esfe-ra de actividad en la que pueden moverse y cumplir sumisión sin desear traspasarla nunca y sin sospechar si-quiera que existe otra. Si os señaló al Hombre un objeti-vo universal, a fin de que el hombre y la humanidadpuedan ennoblecerse, y le otorgó el poder de elección

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sobre los medios para alcanzar ese objetivo; al hombrecorresponde elegir su situación más apropiada en lasociedad, desde la cual podrá elevarse y elevar a la so-ciedad del mejor modo posible.»

«Esta elección es una gran prerrogativa concedida alHombre sobre todas las demás criaturas, prerrogativaque también le permite destruir su vida entera, frustrartodos sus planes y provocar su propia infelicidad.»

«Cada hombre se marca una meta que considera im-portante, una meta que elige según sus más profundasconvicciones y la voz más profunda de su corazón; pues-to que nunca a los mortales nos deja sin guía, Dios ha-bla en voz baja pero con fuerza...» Ha de hacerlo sin fiar-se demasiado a su razón puesto que «nuestra propia ra-zón no puede aconsejarnos por que no se apoya ni en laexperiencia ni en la observación profunda y, por lo tan-to, puede ser traicionada por nuestras emociones y cega-da por nuestra fantasía...»

«...Quien no es capaz de reconciliar los desequili-brios de su interior, tampoco podrá vencer los violentosembates de la vida, ni obrar serenamente puesto que losactos grandes y hermosos solo pueden surgir de la paz.Es la paz el único terreno que produce frutos maduros.»

«...La consecuencia más lógica de la falta de paz in-teriores que lleguemos a despreciarnos: nada hay másdoloroso que sentirse inútil... El desprecio a uno mis-mo es una serpiente que se oculta en el corazón huma-no y lo va corroyendo, chupando su sangre y mezclán-dola con el veneno de la desesperación y del odio haciala humanidad.»

«...Cuando lo hayamos sopesado todo y si las condi-ciones de la vida nos permiten elegir cualquier profe-sión, debemos inclinarnos por la que nos preste mayordignidad o, lo que es igual, por aquella que esté basada

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en ideas de cuya verdad estemos absolutamente conven-cidos. Habrá de ser una profesión que ofrezca las mayo-res posibilidades para trabajar por el bien de la humani-dad y que nos acerque al objetivo común, alcanzar laperfección a través del trabajo diario.» «...La experienciademuestra que solamente son felices los que han hechofelices a muchos hombres.»

«Si hemos elegido, dice, una profesión desde la cualpodamos trabajar por el bien de la humanidad, no desfa-lleceremos bajo ese peso si entendemos que es un sacri-ficio que se convierte en bien para todos. La alegría queexperimentamos entonces no es mezquina, pequeña niegoísta: nuestra felicidad pertenece a millones de per-sonas y nuestros actos perdurarán a través del tiempo,silenciosa, pero efectivamente; y nuestras cenizas seránregadas por las lágrimas de los más nobles hombres...»

Ése era el Carlos Marx que siente la necesidad devolcar hacia los demás sus más valiosas virtualidades.Claro que, pronto, se dejaría ganar por la «corriente delsiglo» hasta olvidar tan generosos proyectos y convertir-se al materialismo más radical aliñado con un furibundoodio a la Religión ¿Fue la influencia de su acomodaticio yagnóstico padre? ¿La del aristócrata vecino von Westpha-len quien le había dado libre acceso a su bien nutrida bi-blioteca y dedicaba largas horas a «pulir» las inquietudesdel generoso y despierto adolescente que era entoncesCarlos, quien años más tarde, le correspondería dedicán-dole su primer trabajo serio, la tesis doctoral con la le-yenda «Al amigo paternal, que saluda todo progreso con elentusiasmo y convicción de la verdad»? ¿O, tal vez, el pre-coz enamoramiento de su vecina (bella y refinada, segúnlas fotos que nos han llegado) Jenny von Westphalen va-rios años mayor que él y agnóstica declarada?

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III.- EL SUEÑO DE PROMETEO

Sea cual fuere la fuerza de una u otra influencia, to-das ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, paraMarx representó la Universidad de Berlín, «centro detoda cultura y toda verdad» (como se decía entonces).

Compatibiliza sus estudios con la participación acti-va en lo que se llamaba el «Doktor Club» y con una des-aforada vida de bohemia que le lleva a derrochar sinmedida, a fanfarronear hasta el punto de batirse enduelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedadsecreta, a ir a la cárcel...

Le salva el padre quien le reprocha «esos imprevis-tos brotes de una naturaleza demoníaca y fáustica» quetanto perjudican el buen nombre de la familia y de sunovia: «no hay deber más sagrado para un hombre, leescribe el padre, que el deber que se acepta para prote-ger a ese ser más débil que es la mujer».

Carlos Marx acusa el golpe y distrae sus arrebatoscon utópicos proyectos, «disciplinadas rebeldías», trasie-go de cerveza, la bohemia metódica y vaporosa y..., tam-bién, encendidos poemas con que quiere

«conquistar el Todo,ganar los favores de los diosesposeer el luminoso saber,perderse en los dominios del arte»

Parece que los religiosos fervores, que presidieronsus ilusiones de primera juventud, se traducen ahora enAPRESURADA FIEBRE POR TRANSFORMAR ELMUNDO, ahora desde una especie de descorazonadornihilismo. Lo expresa en una extraña tragedia que escri-be por esa época; vale la pena recordar un soliloquio deOulamen, el protagonista:

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«¡Destruido! ¡Destruido! Mi tiempo haterminado.El reloj se ha detenido; la casa enana se haderrumbado.Pronto estrecharé entre mis brazos a toda lasEternidad; pronto proferiré gruesas maldiciones contra laHumanidad.¿Qué es la Eternidad? Es nuestro eterno dolor,nuestra indescriptible e inconmensurablemuerte,es una vil artificialidad que se ríe de nosotros.Somos nosotros la ciega e inexorable máquinadel relojque convierte en juguetes al Tiempo y alEspacio,sin otra finalidad que la de existir y serdestruidospues algo habrá que merezca ser destruido,algún reparable defecto tendrá el Universo...

¿Qué ha sucedido para que aquel joven, abierto almundo en generosidad y propósito de trabajo fecundo,vea ahora muerta su ilusión?

Cierto que esos versos y otros muchos más con quealude quejosamente a una supuesta indiferencia deDios, al pobre consuelo de los sentidos, a la inutilidadde las ilusiones, al torpe placer de la destrucción... son opueden ser simples productos de ficción literaria...

Pero ¿no serán, efectivamente, reflejo de un doloro-so desgarramiento de la fe, esa fe a la que se aferrabacon pasión para mantener su dignidad de persona y noincurrir en lo que más temía pocos años atrás: «el des-precio a sí mismo o serpiente que se oculta en el corazón

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humano y lo corroe, chupa su sangre y la mezcla con elveneno de la desesperación y del odio hacia toda la hu-manidad?»

Tras una enfermedad que le obliga a larga convale-cencia en el campo, Marx cree haber encontrado sunirvana en el idealismo subjetivo que flota en todoslos círculos que frecuenta; «ya desaparecida la reso-nancia emotiva, escribe a su padre, doy paso a un ver-dadero furor irónico, creo que lógico después de tantodesconcierto». Y simula rendirse al coloso (Hegel), decuya auténtica filiación atea y materialista le hanconvencido alguno de sus nuevos amigos (BrunoBauer en particular).

Es una disimulada rendición que habrá de permitir-le contraatacar mejor pertrechado, a ser posible, con lasarmas del enemigo y atacando por el flanco más débil.

A debilitar ese flanco se aplica en su primera obrade cierto relieve, su tesis doctoral («Diferencia entre lematerialismo de Demócrito y el de Epicuro») en donde,a la par que porfía de apasionado ateísmo («En una pa-labra, odio a todos los dioses», dice en recuerdo delPrometeo de Esquilo) formula su consigna de acciónpara los años venideros: «Hasta ahora, los filósofos sehan ocupado de explicar el mundo; de lo que se trata esde transformarlo»

Será merced a una fuerza creadora que ha de susti-tuir a la «estéril idea»: la «Praxis» o acción por la acción(«Destruir es una forma de crear» dirá, desde parecidaóptica, el anarquista ruso Miguel Bakunín).

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IV.- LA MATERIA Y LA ESPECIE

No está probado que el marxismo haya muerto como«idea capaz de mover ejércitos». Sigue estando disponiblepara cualquier caudillo capaz de presentarlo como disfrazde sus secretas intenciones de forma que un suficientenúmero de personas lo acepten sea como seguro de propiobienestar, sea como soporte de un nuevo orden o comopunto de partida para un mundo sugestivamente irreal.

A pesar del estrepitoso derrumbamiento de no pocasexperiencias políticas que decían inspirarse en él, siguevivo el poso de una ideología que, todavía hoy, es acep-tada por muchos millones de personas como un cerradosistema capaz de responder a las eternas preguntas delhombre: ¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿adónde voy?

El «no era esto, no era esto lo que Marx quería o hu-biera hecho», con frecuencia, sirve de tapadera a losdesmanes de los llamados marxistas y también de puntode partida para nuevas experiencias las cuales ¿quienlo duda? seguirán amparándose en la filiación marxista.

Por otra parte, justo es reconocerlo, Marx sigue sien-do el más ilustre mentor de cualquier forma de colecti-vismo más o menos discreto, desde el más radical al másdesvaído sea éste el llamado «social-democracia al estilonórdico».

Se acepta sin dificultad que el MARXISTA ES ELMÁS CIENTÍFICO DE LOS SOCIALISMOS; de hechosus mentores, Marx y Engels lo consideraban así desdesu formulación en el «Manifiesto Comunista»: presenta-ban y representaban al «Socialismo Científico» por opo-sición a los «socialismos utópicos, reaccionarios, burgue-ses, pequeño-burgueses...» ninguno de los cuales conta-ba con el aval de las últimas conquistas de la CienciasNaturales, de la Economía Política y del Pensamiento.

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Tenemos serias dudas sobre la total ausencia de fecristiana en el Carlos Marx ya maduro, tanto que nossentimos tentados a sostener que el marxismo es, nimás ni menos, que una herejía del cristianismo tal veznacida de una descorazonadora rebeldía.

En el Sistema (¿o religión?), se cuenta con una Om-nipotencia (la autosuficiencia de la materia, Gea reen-tronizada), un Enemigo (la Burguesía), un Redentor (ElProletariado), una Moral (todo vale hasta el triunfo fi-nal), una Cruzada (la confrontación sin cuartel), un Pa-raíso (la sociedad sin clases)... Todo ello desde una pro-clamada «fe materialista» y en abierta rebeldía contratodo lo que recuerda a Jesús de Nazareth

A los dieciocho años, Marx se matricula en la Uni-versidad de Bonn para pasar pronto a la Universidad deBerlín. Aquí, ya lo hemos dicho, se vivía de la estela in-telectual de Hegel; son los tiempos de la pasión especu-lativa según esas líneas de discurrir llamadas la «dere-cha hegeliana» con sus coqueteos al orden establecido yla «izquierda hegeliana», Freien o «jóvenes hegelianos»,con su rebeldía y con un ostensible ateísmo testimonial.

Marx se adhiere a la izquierda hegeliana: busca enella el medio para ejercer como intelectual de futuro yhace suya la búsqueda de raíces materialistas al panlo-gismo de Hegel. Colecciona argumentos para desde, unmaterialismo sin fisuras, asentar la plena autoridad deun joven doctor que no oculta su intención de marcar lapauta, ya no a la sociedad en que le ha tocado vivir, sinotambién, al mismísimo futuro de toda la humanidad: elloserá tanto más fácil si se apoya en una apabullante ori-ginalidad.

Cuando, en los libros de divulgación marxista, seabordan los «años críticos» (desde 1837 hasta 1847), pa-rece obligado conceder excepcional importancia a la

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cuestión de la ALIENACIÓN o ALIENACIONES (reli-giosa, filosófica, política, social y económica) que sufriríaen su propia carne Carlos Marx: la sacudida de talesalienaciones daría carácter épico a su vida a la par queabriría el horizonte a su teoría de la liberación (o doc-trina de salvación).

Si rompemos el marco del subjetivismo idealista,que Marx y sus colegas hacían coincidir con la «subyu-gante» forma de ser de la Materia, alienación no puedetener otro sentido que condicionamiento, algo que notiene por que ser inexorable.

Sin duda que el propio Marx distó bastante de ser ymanifestarse como un timorato alienado: fue, eso sí, unintelectual abierto a las posibilidades de redondear sucarrera.

En esa preocupación por redondear su carrera,pasó por la Universidad, elaboró su tesis doctoral, es-tudió a Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer, copió aFeuerbach, a Hess, a Riccardo, a Lasalle y a Proudhon,atacó la Fe de los colegas menos radicales, practicó elperiodismo, presumió de ateo, se cebó en las torpezasde los «socialistas utópicos», presentó a la lucha de cla-ses como motor de la Historia, predicó la autosuficien-cia de la Materia, formuló su teoría de la plusvalía, par-ticipó activamente en la Primera Internacional, criticóel «poco científico buen corazón» de la social democra-cia alemana de su tiempo, que ponía en tela de juicio eltrabajo de los más débiles (mujeres embarazadas o an-cianas y niños menores de diez años) y, en fin, publicóobras como «La Santa Familia», «La Miseria de la Filo-sofía», «El Manifiesto Comunista», «El Capital»... Todoello, repetimos, más por imperativos de su profesiónque por escapar o ayudar a escapar de la «implacablealienación».

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Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrarprosélitos el presentar nuevos caminos para la rupturade lo que Hegel llamara conciencia desgraciada o abati-da bajo múltiples alienaciones. Cuando vivía de cerca eltestimonio del Crucificado apuntaba que era el amor yel trabajo solidario el único posible camino; ahora, inte-lectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la graciade sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presen-tar otra cosa.

¿Por qué no el odio que es, justamente, lo contrarioque el amor? Pero, a fuer de materialista, habrá queprestar «raíces naturales» a ese odio. Ya está: en buenadialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que «toda rea-lidad es unión de contrarios», que no existe progresoporque esa «ley» se complementa con la «fuerza creado-ra» de la «negación de la negación»...

¿Qué quiere esto decir? Que así como toda realidadmaterial es unión de contrarios, la obligada síntesis oprogreso nace de la pertinente utilización de lo negativo.

En base a tal supuesto ya están los marxistas en dis-posición de dogmatizar que, en la historia de los hom-bres, no se progresa más como por el perenne enfrenta-miento entre unos y otros: la culminación de ese radicalenfrentamiento, por arte de las «irrevocables leyesdialécticas» producirá una superior forma de «realidadsocial». Y se podrán formular dogmas como el de que «lapodredumbre es el laboratorio de la vida» o el otro deque «toda la historia pasada es la historia de la lucha declases».

En ese odio o guerra latente, tanto en la Materiacomo en el entorno social, no cabe responsabilidad algu-na al hombre cuya conciencia se limita a «ver lo que hade hacer» por imperativo de «las fuerzas y modos deproducción».

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Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trataes de que la subsiguiente producción intelectual y muyposible ascendencia social gire en torno y fortalezca lapeculiar expresión de ese subjetivismo idealista de quetan devotos son los personajes que privan en los actua-les círculos de influencia.

Epígono de Marx y compañero en lo bueno y en lomalo fue Federico Engels, de quien proceden algunasformulaciones del llamado materialismo dialéctico.

Ambos aplican y defienden la dialéctica hegelianacomo prueba de la autosuficiencia de la materia, cuyaforma de ser y de evolucionar marca cauces específica-mente dialécticos a la historia de los hombres «obliga-dos a producir lo que comen» y, como tal, a desarrollarespontáneamente «los modos y medios de producción».

Por la propiedad o no propiedad de esos «medios deproducción» se caracterizan las clases y sus perennes eirreconciliables conflictos...

Creencias, Moral, Arte o cualquier expresión deideología es un soporte de los intereses de la clase quedomina.

El Proletariado, última de las clases, está llamado aser el árbitro de la Historia en cuanto sacuda sus cade-nas («lo único a perder») e imponga su dictadura, pasoprevio y necesario para una idílica sociedad sin clases y,por lo mismo, en perpetua felicidad.

Eso y no más es el «socialismo científico» o teoríaque enseña cómo la materia es autosuficiente, evolucio-na en razón a estar sometida en todo y en cada una desus partes a perpetuas contradicciones en que se basasu propia razón de ser. Esta misma materia, en sus se-cretos designios, alimentaba la necesidad de que apare-ciera el hombre, que ya no es un ser capaz de libertad nide reflexionar sobre su propia reflexión: es un ser cuya

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peculiaridad es la de producir lo que come. Como todootro elemento material, el hombre está sometido, en suvida y en su historia, a perpetuas contradicciones, lu-chas, que abren el paso a su destino final cual es el deseñorear la tierra como especie (no como persona) queaprenderá a administrar sus placeres.

Este era el sueño de muchos divulgadores coetáneosde Marx, algunos muy cercanos a él como el referidoMoisés Hess, quien, de forma infinitamente menos cul-tivada, le había presentado una síntesis de eso que he-mos llamado las «tres fuentes del socialismo marxista».

El propio Marx, su inseparable Engels e infinitosteorizantes subsiguientes presentan al Sistema (o reli-gión) marxista como «socialismo científico»: Es «socialis-mo» porque ellos lo dicen y es ciencia, porfían, porque,desde el materialismo y por caminos «dialécticos» (elsummum del discurrir en la Europa postnapoleónica),rasga los velos del obscuro idealismo alemán, porqueencierra y desarrolla los postulados de la «Ciencia Eco-nómica» inglesa (recuérdese a Adam Smith, Riccardo,etc...), porque pinta de realidad las utopías de los socia-listas franceses (Saint Simón, Fourier, Proudhon...)

El «acta de fe» y la mayor requisitoria contra losotros socialismos (sentimentaloides, farfuleros, utópi-cos, burgueses...) lo constituyó, sin duda alguna, ELMANIFIESTO COMUNISTA, «libro sagrado» del revo-lucionarismo mundial.

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V.- CARLOS MARX, DOCTRINARIO COMUNISTA

Es entre los años 1843 y 1848 cuando Marx conside-ra superada su dependencia teórica de Hegel y sus acó-litos, los «mercaderes de filosofía», para centrar suatención en los diversos movimientos socialistas de laépoca y en las «científicas aportaciones» de Smith,Riccardo, Malthus, etc... y formular lo que no se recataráde presentar como «socialismo científico», al que identi-fica con el genuino Comunismo.

Es para Marx el momento de la acción y de hilvanarsin titubeos su método y su teoría o, lo que es igual, deperfilar la lógica en que hacer valer sus «verdades». Semuestra convencido de que «más que teorizar lo que pro-cede es obra» («Manuscritos 1844»). Es un obrar expresa-do en una acción social-revolucionaria que presentacomo inevitable consecuencia de la evolución en losmedios y modos de producción.

Ya Carlos Marx se dice comunista, pero será lo quepodríamos llamar un comunista «ilustrado»: racionalmás que sentimental, cauteloso más que espontáneo,cerebral más que visceral, existencial más que pura-mente coyuntural, analista frío más que juguete de tal ocual circunstancia: manifestándose comunista y revolu-cionario, puede decir Marx que en él confluyen el pensa-miento y la acción, que obra por que piensa y piensa porque obra...

Asegura Marx que su obra y pensamiento van en elsentido de la Historia, en perpetua tensión social comonatural consecuencia del carácter y evolución de la Ma-teria, única realidad substancial que admite. Esa ten-sión social produce, inevitablemente, sucesivas revolu-ciones como pasos previos hacia mayores niveles de li-bertad.

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Pero Marx no ceja en su afán de teorización hacia laformulación de una concepción completa, totalizante,del ser y del devenir de todo lo existente. Es una con-cepción que habrá de ser explicitada por cauces radical-mente materialistas: supone un Materialismo Dialéctico(a cuya definición se aplicará primero Engels y, des-pués, Lenín y Stalin) según el cual la materia evolucionapor el «enfrentamiento o choque y síntesis de contra-rios» y un Materialismo Histórico, que explica las diver-sas etapas de la historia como directa consecuencia delos medios y modos de producción.

Aunque siempre presumió Marx de contar con argu-mentos irrebatibles para su Materialismo, nunca éstospasaron de la categoría de supuestos, cuya aceptacióntuvo y aún tiene que ser objeto de fe, circunstancia queobliga a los fieles a vivir en el ámbito de la religiosidad.

Los años que siguen a 1844 son los años de coberturade la tabla rasa, presentada como tal por una críticadesarrollada desde la progresiva «liberación» de la Reli-gión, de la Filosofía y de la Teoría Política tradicionales.Son los años del parto del Sistema o Religión marxista.

En sus obras «Die Heilige Familie» (1845), «Thesenüber Feuerbach» (1845) y «Die Deutsche Ideologie» mar-ca Marx sus diferencias tanto con los otros críticoscomo con el materialismo de Feuerbach, al que acusa decontemplativo y demasiado teórico. También se enfren-ta a Hegel el cual, si, según Marx, descubrió el caminodel progreso o alquimia esencial entre pensamiento yacción (la Dialéctica) no acertó a romper las cadenas dela abstracción y del sin-sentido.

Todo ello por que él ha descubierto la piedra angularen que se ha de basar la ciencia del futuro: la revoluciónproletaria por la cual el Proletariado se erige en árbitrode la Historia. Lo será no por que se lo merece o por que

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así lo dicta la Justicia si no por ser necesaria consecuen-cia de los actuales modos y medios de producción.

Vive en París y son tiempos difíciles en que, agota-dos sus recursos económicos, su esposa Jenny ha de re-gresar con las dos niñas mayores a Alemania, a la casade su madre, la baronesa Carolina von Westphalen.Marx tiene ocasión de comprobar lo artificioso de lasnuevas amistades que se ha hecho (salvo la del siemprefiel Engels). También comprueba la estéril exaltación orampante mediocridad de sus compañeros de lucha:hablan de sangre y de rebeldía, pero en un plano pura-mente especulativo y sin un serio compromiso de accióncontinua y disciplinada. Marx lo ve desde la trágica so-ledad de un Prometeo con todas las energías de su ju-ventud encadenadas a la retórica de circunstancias,mientras que el mundo real del trabajo y de la explota-ción «burguesa» sufre todas las miserias y todas las mi-serias e infamias fermentando y pudriéndose en unacaldera a punto de estallar. Ve cercano ese estallido ysueña con que, al producirse, se abrirán los horizontesal mundo de la «sociedad sin clases»: «la podredumbre,dirá, es el laboratorio de la vida».

Ciertos incisivos artículos de Marx despiertan lasiras del embajador alemán y la intervención del gobier-no Guizot que decreta la expulsión de Marx, quien setraslada desde París a Bruselas, en donde reside tresaños.

A poco de llegar a Bruselas, se afilia Marx a la llama-da «Liga de los Justos» cuyo promotor principal esWeitling, sastre alemán con más corazón que cabeza. Latal «Liga de los Justos», por iniciativa de Marx, prontose llamará Liga Comunista y ajustará su estrategia alos dictados de Marx, quien, en abierta pugna contra el«sentimentalismo» de Weitling, proclama que «tan peli-

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grosa e inútil es una teoría alejada de la concreta acciónrevolucionaria como una acción impulsiva que respondaa irracionales dictados del sentimiento».

Sobre las tormentosas relaciones entre ambos líde-res comunistas nos ilustra el testimonio directo del rusoAnienkof al tiempo que nos hace un retrato de Marx:«Representaba Marx, dice Anienkof, el tipo de hombrecompuesto de energía, fuerza, voluntad y convicción in-flexibles; era impresionante su mismo aspecto exterior:de espesa cabellera negra y manos cubiertas de vello,ofrecía el aire de un hombre, que tiene el derecho y lafuerza de exigir respeto; no obstante, en ocasiones, susgestos y manera de comportarse llegaban a ser cómicos.Eran sus movimientos ordinarios, aunque atrevidos yseguros; cuando pretende evocar el saber-estar munda-no sus modales no pasan de la parodia; si se da cuentade ello, desprecia olímpicamente cualquier tipo de co-rrección. Su voz tajante y metálica armoniza con los jui-cios radicales que dirige a hombres y cosas; no se expre-sa más que con palabras imperativas y marcadas con untono que produce una impresión casi dolorosa. Concuanto dice y expresa transmite la convicción profundade quien tiene la misión de dominar los espíritus yprescribir leyes: delante de mí tenía un dictador tal cualla imaginación me había previamente dictado».

Frente a Marx ve Anienkof al «sastre Weitling comoun elegante joven rubio vestido como un maestrillo ycon la perilla coquetamente recortada; me pareció, másbien, un viajante de comercio que el obrero sombrío,amargado y encorvado bajo el peso del trabajo y de laspreocupaciones... cual esperaba ver».

Al recordar una ilustrativa reunión de la Liga Co-munista Anienkof también cita a Federico Engels, «deaspecto severo y alta estatura, derecho y distinguido

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como un inglés». Al parecer, fue Engels el que abrió lareunión con una detallada exposición sobre planes yacciones; «fue una exposición, relata Anienkof, cortadaen seco por Marx con ásperas acusaciones contraWeitling: Dinos, Weitlingg, tú quien, con una peculiarpropaganda has hecho tanto ruido en Alemania y hasatraído a tus filas a tantos obreros a los cuales has hechoperder su situación y su trozo de pan... dinos con quétipo de argumentos defiendes tu agitación social-revolu-cionaria y con qué fuerza cuentas apoyarla en el futu-ro...». «La balbuciente respuesta de Weitling, que hablómucho, pero de manera poco concisa» fue interrumpidapor Marx, el cual, frunciendo las cejas en un acceso decólera, señaló como «una simple trampa el hecho de le-vantar al pueblo sin darle las bases sólidas para su acti-vidad revolucionaria... Particularmente, dirigirse a losobreros alemanes sin tener ideas rigurosamente cientí-ficas y una doctrina concreta es tanto como jugar sinconciencia ni fundamento; juego que supone un apóstoldemagogo e iluminado frente a unos pocos imbécilesque le escuchan con la boca abierta...». «He ahí, añadióde improviso Marx señalándome a mí con un brusco ges-to, un ruso en cuyo país tal vez tú, Weitling, podrías te-ner éxito: es en Rusia en donde únicamente puedencrearse asociaciones compuestas de maestros y discípu-los absurdos. En un país civilizado como Alemania no sepuede hacer nada sin una doctrina concreta y bien hil-vanada. Por lo tanto, cuanto has realizado hasta ahoraes simple ruido, es provocar una inoportuna agitación yes, por supuesto, arruinar la causa misma por la que secombate».

La vacilante respuesta exculpatoria de Weitling fueinterrumpida violentamente por el propio Marx que «selevantó y dio sobre la mesa tan fuerte puñetazo que va-

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ciló la lámpara: Jamás, gritó, la ignorancia ha aprove-chado a nadie».

Frente a los socialismos en nombre de la Justicia ode la Solidaridad entre los humanos (predicados porWeitling, Proudhon e, incluso, por el propio Bakunín,partidario de la violencia sin control) se alzó el comu-nismo de Marx, ya definido en 1841 por Moisés Hess alhilo de lo tomado del idealismo alemán, la economíapolítica inglesa y el socialismo francés: será un comunis-mo despojado radicalmente de todo ciego sentimentalis-mo y, también, de cualquier supuesto ajeno a las «deter-minaciones» de la Historia: será un «socialismo científi-co» determinado por las leyes que rigen la evolu-ción de la Materia Autosuficiente.

Ese Comunismo o «socialismo científico» tomócuerpo al hilo de las revoluciones que sufrió Europa enla mitad del siglo XIX, aunque no influyó para nada enellas. Fue Lenín el que lo convirtió en idea fuerza ofundamentalismo religioso (fe ciega en el dogmamaterialista) con que copar el poder de la inmensaRusia y desde allí convertirlo en imperialismo ideoló-gico para una buena parte de la Humanidad. En el pe-ríodo de apunte (que no detallada elaboración) de susprincipios por parte de Marx y Engels quiso ser el «tirode gracia» de todos los otros socialismos y comunismosa la par que el más autorizado portavoz del sentido dela Historia. Así se intenta hacer ver en el ManifiestoComunista que, redactado por Marx y Engels, vio laluz el mismo mes que la tercera revolución francesa (lade febrero de 1848, que derrocó la Monarquía de Julio,a su vez, producto de la revolución de julio de 1830,subsiguiente al estado de cosas que produjo la de 1897,la primera o genuina Revolución Francesa con su se-

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cuela napoleónica y anacrónica restauración de los«Capetos».)

Desde su publicación, el Manifiesto Comunista haquerido ser el catecismo de todas las subsiguientes re-voluciones: escrito con crudeza y concisión, derrocha li-rismo épico para presentar al Héroe del Futuro. Es unhéroe que reconquistará todos los derechos posibles porque se ha forjado en el sufrimiento: trabaja sin apenasdescanso y está libre de todas las debilidades del ocio yde la especulación estéril; nace de la Tierra y mira ha-cia ella como a su posesión natural y definitiva a la vezque como al ser que, con terribles dolores y angustias,parirá para él una nueva personalidad.

Pero es un «héroe» que no ama, que ha renuncia-do definitivamente a un Amor, entendido comovuelco hacia los demás de lo mejor de sí mismo. Elhéroe que, desde su radical materialismo, presentanMarx y Engels es un ser gregario que necesita al odio yla coartada de la conciencia colectiva para alzarse comodestructor implacable de todo lo que no es él y su cir-cunstancia.

Ese pretendido protagonista de la futura historia,héroe nacido de las grandes ensoñaciones del propioMarx aparece difuminado en lo que resulta una mágicafigura: la del Proletariado, ente colectivo en que tomacuerpo aquel otro héroe de los tormentosos veinte añosde Marx: el resentido Oulamen que ahora deja de miraral cielo para centrarse en lo pura y simplemente mate-rial, hijo de los actuales modos y medios de producciónque «encarnan nuevas condiciones de existencia» y, porlo tanto, enterrarán todo lo viejo para presentar unanueva familia, una nueva moral, una devoción absoluta-mente atea y materialista (podría llamarse religión),una muy distinta forma de vivir puesto que «las leyes,

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la moral la religión... constituyen a sus ojos otros tantosprejuicios burgueses o convencional disfraz de los inte-reses de clase».

Si las anteriores revoluciones «fueron revolucionesde minorías realizadas en interés de minorías» la próxi-ma e inminente afectará a toda la Humanidad porquehará saltar la superestructura de todas las capas socia-les que forman la sociedad oficial».

Para Marx la seguridad de que tal ha de sucederestá en el hecho de que «las concepciones teóricas deninguna forma descansan sobre ideas y principios in-ventados o descubiertos por tal o cual reformador demoda... son la expresión general de las condicionesefectivas de una evidente lucha de clases, de un movi-miento histórico desarrollado ante nuestros ojos».

Cuando se produzca el triunfo del Proletariado, éste«se manifestará despótico contra los derechos de propie-dad y condiciones burguesas de producción y se aplicaráa reorganizar revolucionariamente la Sociedad te-niendo presente que su energía depende de que las viejasformas sean definitivamente abolidas» hasta lograr impo-ner «una asociación en la cual la libertad de actuación decada uno sea la libertad de actuación de todos».

Al final de su Manifiesto, Marx como descubridorque pretende ser del meollo de la Historia (predetermi-nada en su desarrollo por las implacables leyes a que,según supuestos del mismo Marx, se ajusta la evoluciónde la Materia) y, también como apóstol capaz de con-quistar para el Materialismo Ateo a todas y cada una decuantas voluntades integran el Proletariado, proclama:

«Los comunistas desdeñan el disimular sus ideas yproyectos. Declaran abiertamente que no pueden alcan-zar sus objetivos si no es destruyendo por la violencia elviejo orden social...

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«¡Que tiemblen las clases dirigentes ante la sola ideade una revolución comunista! Los proletarios no puedenperder más que sus cadenas mientras que, por el contra-rio, tienen todo un mundo a ganar!»

«¡¡Proletarios de todos los paises, uníos!!»El «Manifiesto Comunista» es, pues, el Catecismo

de la Revolución o un Breviario de las ideas maes-tras de una Nueva Religión sin otro dios que la pura ydura Materia. Será una «Religión» o cúmulo de creen-cias sobre postulados a demostrar como la de desentra-ñar las supuestas «leyes dialécticas por las que se rigela Naturaleza» (Lenín y Stalin promovieron toda una«Escolástica» al respecto), pero según una pauta defini-tivamente perfilada por Marx: así nos lo asegura Engels,quien, hasta su muerte, en 1893) se preocupó de recopi-lar el amplio «material testimonial» que, en apuntes ydiversas publicaciones, esbozó Marx y él mismo trató desistematizar sin demasiada convicción en su «Dialécticade la Naturaleza».

Es mucha la fe que se necesita para aceptar comoválidos todos los supuestos sobre la pretendida autosu-ficiencia y poder determinante de la pura y dura Mate-ria, en especial, su aplicación práctica. Así lo han vistomuchos de los más o menos autoreconocidos marxistas,desde Roger Garaudy a Karl Korsch, cuya es la siguien-te observación:

«Carece de sentido plantear el problema de hastaqué punto la teoría de Marx y Engels es válida y suscep-tible de aplicación práctica. Todos los intentos de apli-carla a la mejora de la clase trabajadora son ahora uto-pías reaccionarias».

Numerosas lecciones de la reciente historia revalori-zan tal afirmación de ese buen conocedor de la doctrinamarxista.

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VI.- LA PRODUCCIÓN INTELECTUAL DE CARLOS MARX

Un breve repaso a los más conocidos escrito de Marxnos ayudará a comprender el sentido y alcance de suspropósitos e inquietudes.

Differenz der demokritischen und epikureis-chen Naturphilosophie, tesis que le valió el título dedoctor por la Universidad de Jena en abril de 1841 (te-nía entonces 23 años). Es su acta de ruptura con la Reli-gión: «en una palabra, odio a todos los dioses», dice repi-tiendo una frase del Prometeo de Esquilo.

Kritik des hegelischen Staatsrechts, escrita derecién casado en el verano y otoño de 1843, «toma deconciencia» de la «alienación filosófica, versión de laalienación religiosa e imagen abstracta de la alienaciónpolítica»: «La crítica del cielo se transforma en críticadel derecho, la crítica de la teología en crítica de la po-lítica».

Die Judenfrage, escrita a finales de 1843 como crí-tica a las posiciones políticas de Bauer: influido por loque, más tarde, llamará socialismo utópico, declara quela emancipación política es la condición de la verdaderaemancipación humana. Se hace fuerte en el materialis-mo de Feuerbach, «purgatorio de nuestro tiempo».

Einleitung, 1844. Ya estima Marx que al idealismohegeliano ha de sucederle la estricta unidad entre pen-samiento y acción, ésta como producto directo de la rea-lidad y no la inversa (la libertad como conocimiento dela necesidad y no como resultado de una soberana vo-luntad). Encuentra en el Proletariado al elemento queha de marcar la pauta a la ciencia o filosofía de los nue-vos tiempos: «Del mismo modo que la Filosofía encuen-tra en el Proletariado su fuerza material, éste recibe dela filosofía su fuerza intelectual».

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Manuscritos de 1844 (publicados 50 años despuésde la muerte de Marx). Muchos autores han visto enellos la base doctrinal del «humanismo marxista» (térmi-no que repugnaría al propio Marx). Ataca Marx a la dia-léctica hegeliana de la que dice es obligado colocar pa-tas arriba para entresacar de ella los elementosaprovechables, es especial, la Ley de Contrarios, «des-cubrimiento» en el que, los escolásticos marxistas (En-gels incluido) querrán hacer ver la prueba irrefutablede que la Naturaleza y la Historia se rigen por «Leyesdialécticas» sin necesidad alguna de un «Arquitecto» o«Creador».

Die Heilige Familie oder Kritik der kritischenKritik gegen Bruno Bauer und Konsorten, febrero1845. Es el primer libro escrito en colaboración conEngels. Uno y otro se esfuerzan por demostrar que es-tán libres de toda traza de idealismo, justo lo contrariode cuantos «jóvenes hegelianos» presumen de realismomaterialista o de ateísmo militante: todas las réplicas ycríticas del hegelianismo y de la religión oficial por par-te de esa Santa Familia están inspiradas por principiosreligiosos.

Thesen über Feuerbach, 1845. Hace valer Marx lasdiferencias entre el propio materialismo y el defendidopor Feuerbach; el de éste es un «simple humanismo re-ligioso» cuya base en nada se diferencia de los viejosmaterialismos mientras que el otro es «de carácter cien-tífico en cuanto nace de una estrecha conjunción entreteoría y práctica y se apoya en las leyes dialécticas querigen la dinámica natural y social».

Die Deutsche Ideologie, 1845-1846. Nueva requisi-toria de Marx y Engels contra los «Freien», todos ellos,según Marx, presas de alienación religiosa, mientrasque la propia ideología es la única que responde a las

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leyes en que se apoya el nuevo materialismo: «ningunode esos filósofos ha tenido la idea de preguntarse sobrelas relaciones de la filosofía alemana con la realidad ale-mana, sobre las relaciones de su crítica con la realidadmaterial de su alrededor»... porque «los hombres modifi-can la realidad social, su pensamiento y los productos desu pensamiento solamente desarrollando su producciónmaterial...»

Misère de la Philosophie, 1847, escrita original-mente en francés como réplica a la Filosofía de la Mise-ria, de Pedro José Proudhon. Ridiculiza Marx el posicio-namiento humanista del socialista francés para insistirsobre el carácter científico de unos principios, los suyos,derivados de la que presenta como única realidad evi-dente, la realidad material, fuerza motriz de todo elacontecer histórico. Marx esboza en esta obra lo que sellamará «Materialismo Histórico».

Manifest der Kommunistichen Partei, febrero de1848. Es el acta de declaración de guerra a la «sociedadburguesa» en nombre del «Comunismo» o «SocialismoCientífico», que ha de comprometer a los «proletarios detodo el mundo que no tienen otra cosa que perder quesus cadenas». A diferencia de todos los otros socialis-mos, el «socialismo científico» apoya la fuerza de su ar-gumentación en la observación directa de que «la histo-ria de toda la sociedad pasada es la historia de la luchade clases» y de que esta continua tensión social es con-secuencia directa de los «modos de producción».

Lahnarbeit und Kapital, 1849. Declara Marx queel Trabajo «es una mercancía que el asalariado vende alCapital», de donde resulta que «Capital no es más queTrabajo acumulado». Dice también que «las relacionessociales de producción... cambian, se transforman, porla evolución y desarrollo de los medios naturales de

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producción, de las fuerzas productivas». A medida queel Capital crece, supone Marx, el asalariado se encuen-tra tanto más desposeído de su haber: «cuanto más elcapital productivo crece, tanto más el Trabajo y elmaquinismo ganan en extensión; cuanto más se extien-den la división del Trabajo y del maquinismo tanto másse intensifica la competencia entre trabajadores y tantomás disminuye su salario»

Zur Kritik der politischen Oeconomie, 1859. De-sarrolla en el plano histórico las tesis defendidas en laobra anterior y brinda un anticipo de lo que ha de sersu principal obra sobre Economía Política («DasKapital»). Se reafirma en el postulado de que en el fac-tor económico está la raíz de todas las alienaciones: «esen la economía política en donde se ha de buscar la ana-tomía de la sociedad civil».

Adress and provisional Rules of the WorkingMen’s International Association, es el documento quea Marx permite erigirse en portavoz de la Primera Inter-nacional o «Asociación Internacional de Trabajadores».

Das Kapital, Kritik der Politischen Oecono-mie», en 1867 el primer tomo. «Los primeros capítulos,los describe Marx en una carta al editor de la ediciónfrancesa, van dedicados a razonamientos abstractos,preliminar obligado de las candentes cuestiones queapasionan los espíritus... Gradualmente, se llega a lasolución de los problemas sociales». Con la predisposi-ción que le dicta su adscripción al materialismo radical,se ataca Marx a la Sociedad de su tiempo y a los econo-mistas que, cual Adam Smith, se erigen en portavocesde los afanes capitalistas. Su crítica no implica el queMarx rompa con la herencia burguesa en lo que respec-ta a la presentación del hombre como simple «categoríaeconómica», puesto que, muy claramente, hace constar:

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«si no he pintado de color de rosa al capitalista y al ren-tista, tampoco les he considerado más allá de simplescategorías económicas, soportes de los intereses de de-terminadas relaciones de clase: mi punto de vista segúnel cual el desarrollo de la formación económica de laSociedad es asimilable a la marcha de la Naturales y dela Historia. Por ello no procede presentar al hombrecomo responsable de unas relaciones económicas de lasque no es más que una directa consecuencia». Como yalo aseguró en el «Manifiesto Comunista», Marx insisteen que son inminentes la eliminación de la Burguesía yel triunfo del Proletariado. Con ese objetivo final haceel análisis de los diversos fenómenos económicos entres volúmenes titulados «El Proceso de producción delCapital», «El Proceso de circulación del Capital» y «ElProceso de producción capitalista en su conjunto». Has-ta el fin de su vida Marx consideró a «Das Kapital» suobra cumbre de forma que, tal como confiesa en carta aEngels, «fueron pequeñeces todo lo que había escritohasta entonces». Será por lo que respecta a lo detalladoy farragoso de la exposición puesto que su argumento eidea-madre estaban ya definidos desde muchos añosantes: El materialismo radical que late en todas las pá-ginas de «Das Kapital» ya fue definido en aquella tesisdoctoral en que se proclamaban el odio abierto a todoprincipio religioso («odio a todos los dios», recuérdese);las teorías sobre «plusvalías» y procesos del «régimende producción capitalista», los apuntes y consideracio-nes sobre «la cuota y reparto de beneficios, la tensiónentre las clases y las crisis del régimen capitalista» tie-nen su previa referencia en el «Manifiesto Comunista» yobras subsiguientes.

Como referencia final a la producción literaria deMarx (al margen de sus obras menores y artículos de

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periódicos, cabe citar el «Anti During» (1878), firmadopor Engels pero con una substancial aportación de Marx(décimo capítulo de la segunda parte). Aquí se exponenlos principales postulados («Ley de Contrarios», «Ley denegación de la Negación», etc...) de lo que ambos llama-ban «Dialéctica de la Naturaleza».

Tener en cuenta tales postulados permitirá aPlejanof presentar al Marxismo como «MaterialismoDialéctico», especie de metafísica en la que, con losmismos términos de la rancia escuela hegeliana, se in-tenta demostrar la plena autosuficiencia de la Materia yconsecuente inutilidad de un Creador, llámese Dios,Supremo Hacedor o Gran Arquitecto.

VII.- CARLOS MARX Y LA ESPAÑA DE SU TIEMPO

Nos parece de interés el conocer lo que Marx pensa-ba de la España de entonces. Sobre ello nos ilustra unartículo que le publicó el New York Daily Tribune (9 deseptiembre de 1854) con el título LA ESPAÑA REVO-LUCIONARIA.

La revolución en España ha adquirido ya el carácterde situación permanente hasta el punto de que las cla-ses adineradas y conservadoras han comenzado a emi-grar y a buscar seguridad en Francia. Esto no es sor-prendente; España jamás ha adoptado la moderna modafrancesa, tan extendida en 1848, consistente en comen-zar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzosen este terreno son complejos y más prolongados. Tresaños parecen ser el límite más corto al que se atiene, yen ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende has-ta nueve. Así, su primera revolución en el presente si-

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glo se extendió de 1808 a 1814; la segunda, de 1820 a1823, y la tercera, de 1834 a 1843. Cuánto durará la pre-sente, y cuál será su resultado, es imposible preverloincluso para el político más perspicaz, pero no es exage-rado decir que no hay cosa en Europa, ni siquiera enTurquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al observa-dor reflexivo un interés tan profundo como España enel presente momento.

Los levantamientos insurreccionales son tan viejosen España como el poderío de favoritos cortesanos con-tra los cuales han sido, de costumbre, dirigidos. Así, afinales del siglo XIV, la aristocracia se rebeló contra elrey Juan II y contra su favorito don Álvaro de Luna. Enel XV se produjeron conmociones más serias contra elrey Enrique IV y el jefe de su camarilla, don Juan dePacheco, marqués de Villena.

En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó aVasconcelos, el Sartorius del virrey español en Portugal,lo mismo que hizo el de Barcelona con Santa Coloma, fa-vorito de Felipe IV. A finales del mismo siglo, bajo el rei-nado de Carlos II, el pueblo de Madrid se levantó contrala camarilla de la reina, compuesta de la condesa deBarlipsch y los condes de Oropesa y de Melgar, que ha-bían impuesto un arbitrio abusivo sobre todos los comes-tibles que entraban en la capital y cuyo producto se dis-tribuían entre sí. El pueblo se dirigió al Palacio Real yobligó al rey a presentarse en el balcón y a denunciar élmismo a la camarilla de la reina. Se dirigió después a lospalacios de los condes de Oropesa y Melgar, saqueándo-los, incendiándolos, e intentó apoderarse de sus propie-tarios, los cuales tuvieron, sin embargo, la suerte de esca-par a costa de un destierro perpetuo.

El acontecimiento que provocó el levantamientoinsurreccional en el siglo XV fue el tratado alevoso que

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el favorito de Enrique IV, el marqués de Villena, habíaconcluido con el rey de Francia, y en virtud del cual,Cataluña había de quedar a merced de Luis XI.

Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau—concluido el 27 de octubre de 1807 por el valido deCarlos IV y favorito de la reina, don Manuel Godoy,Príncipe de la Paz, con Bonaparte, sobre la partición dePortugal y la entrada de los ejércitos franceses en Espa-ña— produjo una insurrección popular en Madrid con-tra Godoy, la abdicación de Carlos IV, la subida al tronode su hijo Fernando VII, la entrada del ejército francésen España y la consiguiente guerra de independencia.Así, la guerra de independencia española comenzó conuna insurrección popular contra la camarilla personifi-cada entonces por don Manuel Godoy, lo mismo que laguerra civil del siglo XV se inició con el levantamientocontra la camarilla personificada por el marqués deVillena. Asimismo, la revolución de 1854 ha comenzadocon el levantamiento contra la camarilla personificadapor el conde de San Luis.

A pesar de estas repetidas insurrecciones, no hahabido en España hasta el presente siglo una revolu-ción seria, a excepción de la guerra de la Junta Santa enlos tiempos de Carlos I, o Carlos V, como lo llaman losalemanes. El pretexto inmediato, como de costumbre,fue suministrado por la camarilla que, bajo los auspiciosdel virrey, cardenal Adriano, un flamenco, exasperó alos castellanos por su rapaz insolencia, por la venta delos cargos públicos al mejor postor y por el tráfico abier-to de las sentencias judiciales. La oposición a la camari-lla flamenca era la superficie del movimiento, pero en elfondo se trataba de la defensa de las libertades de laEspaña medieval frente a las injerencias del absolutis-mo moderno.

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La base material de la monarquía española habíasido establecida por la unión de Aragón, Castilla y Gra-nada, bajo el reinado de Fernando el Católico e Isabel I.Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudalen una monarquía absoluta. Atacó simultáneamente losdos pilares de la libertad española: las Cortes y losAyuntamientos. Aquéllas eran una modificación de losantiguos concilia góticos, y éstos, que se habían conser-vado casi sin interrupción desde los tiempos romanos,presentaban una mezcla del carácter hereditario y elec-tivo característico de las municipalidades romanas.Desde el punto de vista de la autonomía municipal, lasciudades de Italia, de Provenza, del norte de Galia, deGran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cier-ta similitud con el estado en que entonces se hallabanlas ciudades españolas; pero ni los Estados Generalesfranceses, ni el Parlamento inglés de la Edad Mediapueden ser comparados con las Cortes españolas. Sedieron, en la creación de la monarquía española, cir-cunstancias particularmente favorables para la limita-ción del poder real. De un lado, durante los largos com-bates contra los árabes, la península era reconquistadapor pequeños trozos, que se constituían en reinos sepa-rados. Se engendraban leyes y costumbres popularesdurante esos combates. Las conquistas sucesivas, efec-tuadas principalmente por los nobles, otorgaron a éstosun poder excesivo, mientras disminuyeron el poderreal. De otro lado, las ciudades y poblaciones del inte-rior alcanzaron una gran importancia debido a la necesi-dad en que las gentes se encontraban de residir en pla-zas fuertes, como medida de seguridad frente a las con-tinuas incursiones de los moros; al mismo tiempo, laconfiguración peninsular del país y el constante inter-cambio con Provenza y con Italia dieron lugar a la crea-

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ción, en las costas, de ciudades comerciales y marítimasde primera categoría.

En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudadesconstituían ya la parte más potente de las Cortes, lascuales estaban compuestas de los representantes deaquéllas juntamente con los del clero y de la nobleza.También merece ser subrayado el hecho de que la lentareconquista, que fue rescatando el país de la domina-ción árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ocho-cientos años, dio a la península, una vez totalmenteemancipada, un carácter muy diferente del que predo-minaba en la Europa de aquel tiempo. España se encon-tró, en la época de la resurrección europea, con que pre-valecían costumbres de los godos y de los vándalos en elnorte, y de los árabes en el sur.

Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le habíasido conferida la dignidad imperial, las Cortes se re-unieron en Valladolid para recibir su juramento a lasantiguas leyes y para coronarlo. Carlos se negó a com-parecer y envió representantes suyos que habían de re-cibir, según sus pretensiones, el juramento de lealtad departe de las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir aesos representantes y comunicaron al monarca que si nose presentaba ante ellas y juraba las leyes del país, nosería reconocido jamás como rey de España. Carlos sesometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento,como dicen los historiadores, de muy mala gana. LasCortes con este motivo le dijeron: «Habéis de saber, se-ñor, que el rey no es más que un servidor retribuido dela nación».

Tal fue el principio de las hostilidades entre CarlosI y las ciudades. Como reacción frente a las intrigas rea-les, estallaron en Castilla numerosas insurrecciones, secreó la Junta Santa de Ávila y las ciudades unidas con-

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vocaron la Asamblea de las Cortes en Tordesillas, lascuales, el 20 de octubre de 1520, dirigieron al rey una«protesta contra los abusos». Éste respondió privando atodos los diputados reunidos en Tordesillas de sus dere-chos personales. La guerra civil se había hecho inevita-ble. Los comuneros llamaron a las armas: sus soldados,mandados por Padilla, se apoderaron de la fortaleza deTorrelobatón, pero fueron derrotados finalmente porfuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 deabril de 1521 Las cabezas de los principales «conspira-dores» cayeron en el patíbulo, y las antiguas libertadesde España desaparecieron.

Diversas circunstancias se conjugaron en favor delcreciente poder del absolutismo. La falta de unión en-tre las diferentes provincias privó a sus esfuerzos delvigor necesario; pero Carlos utilizó sobre todo el enco-nado antagonismo entre la clase de los nobles y la delos ciudadanos para debilitar a ambas. Ya hemos men-cionado que desde el siglo XIV la influencia de las ciu-dades predominaba en las Cortes, y desde el tiempo deFernando el Católico, la Santa Hermandad había de-mostrado ser un poderoso instrumento en manos delas ciudades contra los nobles de Castilla, que acusabana éstas de intrusiones en sus antiguos privilegios y ju-risdicciones. Por lo tanto, la nobleza estaba deseosa deayudar a Carlos I en su proyecto de supresión de laJunta Santa. Habiendo derrotado la resistencia arma-da de las ciudades, Carlos se dedicó a reducir sus pri-vilegios municipales y aquéllas declinaron rápidamen-te en población, riqueza e importancia; y pronto se vie-ron privadas de su influencia en las Cortes. Carlos sevolvió entonces contra los nobles, que lo habían ayuda-do a destruir las libertades de las ciudades, pero queconservaban, por su parte, una influencia política con-

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siderable. Un motín en su ejército por falta de paga loobligó en 1539 a reunir las Cortes para obtener fondosde ellas. Pero las Cortes, indignadas por el hecho deque subsidios otorgados anteriormente por ellas ha-bían sido malgastados en operaciones ajenas a los inte-reses de España, se negaron a aprobar otros nuevos.Carlos las disolvió colérico; a los nobles que insistíanen su privilegio de ser eximidos de impuestos, les con-testó que al reclamar tal privilegio, perdían el derechoa figurar en las Cortes, y en consecuencia los excluyóde dicha asamblea.

Eso constituyó un golpe mortal para las Cortes, ydesde entonces sus reuniones se redujeron a la realiza-ción de una simple ceremonia palaciega. El tercer ele-mento de la antigua constitución de las Cortes, a saber,el clero, alistado desde los tiempos de Fernando el Ca-tólico bajo la bandera de la Inquisición, había dejado deidentificar sus intereses con los de la España feudal.Por el contrario, mediante la Inquisición, la Iglesia sehabía transformado en el más potente instrumento delabsolutismo.

Si después del reinado de Carlos I la decadencia deEspaña, tanto en el aspecto político como social, ha ex-hibido esos síntomas tan repulsivos de ignominiosa ylenta putrefacción que presentó el Imperio Turco en suspeores tiempos, por lo menos en los de dicho emperadorlas antiguas libertades fueron enterradas en una tumbamagnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboaizaba la bandera de Castilla en las costas de Darién,Cortés en México y Pizarro en el Perú; entonces la in-fluencia española tenía la supremacía en Europa y laimaginación meridional de los iberos se hallaba entu-siasmada con la visión de Eldorados, de aventuras caba-llerescas y de una monarquía universal.

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Así la libertad española desapareció en medio delfragor de las armas, de cascadas de oro y de las terriblesiluminaciones de los autos de fe.

Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singularde que, después de casi tres siglos de dinastía de losHabsburgo, seguida por una dinastía borbónica cual-quiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pue-blo, las libertades municipales de España sobrevivan enmayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar queprecisamente en el país donde la monarquía absoluta sedesarrolló en su forma más acusada, en comparacióncon todos los otros Estados feudales, la centralizaciónjamás haya conseguido arraigar? La respuesta no es di-fícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandesmonarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios so-bre la base de la decadencia de las clases feudales enconflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en losotros grandes Estados de Europa la monarquía absolutase presenta como un centro civilizador, como la inicia-dora de la unidad social. Allí era la monarquía absolutael laboratorio en que se mezclaban y amasaban los va-rios elementos de la sociedad, hasta permitir a las ciu-dades trocar la independencia local y la soberanía me-dieval por el dominio general de las clases medias y lacomún preponderancia de la sociedad civil. En España,por el contrario, mientras la aristocracia se hundió enla decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, lasciudades perdieron su poder medieval sin ganar en im-portancia moderna.

Desde el establecimiento de la monarquía absoluta,las ciudades han vegetado en un estado de continua de-cadencia. No podemos examinar aquí las circunstancias,políticas o económicas, que han destruido en España elcomercio, la industria, la navegación y la agricultura.

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Para nuestro actual propósito basta con recordarsimplemente el hecho. A medida que la vida comercial eindustrial de las ciudades declinó, los intercambios in-ternos se hicieron más raros, la interrelación entre loshabitantes de diferentes provincias menos frecuente,los medios de comunicación fueron descuidados y lasgrandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, lavida local de España, la independencia de sus provin-cias y de sus municipios, la diversidad de su configura-ción social, basada originalmente en la configuración fí-sica del país y desarrollada históricamente en funciónde las formas diferentes en que las diversas provinciasse emanciparon de la dominación mora y crearon pe-queñas comunidades independientes, se afianzaron yacentuaron finalmente a causa de la revolución econó-mica que secó las fuentes de la actividad nacional. Ycomo la monarquía absoluta encontró en España ele-mentos que por su misma naturaleza repugnaban a lacentralización, hizo todo lo que estaba en su poder paraimpedir el crecimiento de intereses comunes derivadosde la división nacional del trabajo y de la multiplicidadde los intercambios internos, única base sobre la que sepuede crear un sistema uniforme de administración yde aplicación de leyes generales. La monarquía absolutaen España, que solo se parece superficialmente a lasmonarquías absolutas europeas en general, debe ser cla-sificada más bien al lado de las formas asiáticas de go-bierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglo-meración de repúblicas mal administradas con un sobe-rano nominal a su cabeza.

El despotismo cambiaba de carácter en las diferen-tes provincias según la interpretación arbitraria que alas leyes generales daban virreyes y gobernadores; sibien el gobierno era despótico, no impidió que subsis-

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tiesen las provincias con sus diferentes leyes y costum-bres, con diferentes monedas, con banderas militares decolores diferentes y con sus respectivos sistemas de con-tribución. El despotismo oriental sólo ataca la autono-mía municipal cuando ésta se opone a sus intereses di-rectos, pero permite con satisfacción la supervivenciade dichas instituciones en tanto que éstas lo descargandel deber de cumplir determinadas tareas y le evitan lamolestia de una administración regular.

Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus con-temporáneos, consideraba a España como un cadáverexánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si elEstado español estaba muerto, la sociedad española es-taba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuer-za de resistencia.

Mediante el tratado de Fontainebleau había llevadosus tropas a Madrid; atrayendo con engaños a la familiareal a una entrevista en Bayona, había obligado a Car-los IV a anular su abdicación y después a transferirlesus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fer-nando VII una declaración semejante. Con Carlos IV, sureina y el Príncipe de la Paz conducidos a Compiègne,con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el cas-tillo de Valençay, Bonaparte otorgó el trono de Españaa su hermano José, reunió una Junta española enBayona y le suministró una de sus Constituciones pre-viamente preparadas. Al no ver nada vivo en la monar-quía española, salvo la miserable dinastía que habíapuesto bajo llaves, se sintió completamente seguro deque había confiscado España. Pero pocos días despuésde su golpe de mano recibió la noticia de una insurrec-ción en Madrid, Cierto que Murat aplastó el levanta-miento matando cerca de mil personas; pero cuando seconoció esta matanza, estalló una insurrección en Astu-

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rias que muy pronto englobó a todo el reino. Debesubrayarse que este primer levantamiento espontáneosurgió del pueblo, mientras las clases «bien» se habíansometido tranquilamente al yugo extranjero.

De esta forma se encontraba España preparadapara su reciente actuación revolucionaria, y lanzada alas luchas que han marcado su desarrollo en el presentesiglo. Los hechos e influencias que hemos indicado sucin-tamente actúan aún en la creación de sus destinos y en laorientación de los impulsos de su pueblo. Los hemos pre-sentado porque son necesarios, no sólo para apreciar lacrisis actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido Españadesde la usurpación napoleónica: un período de cerca decincuenta años, no carente de episodios trágicos y de es-fuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos másemocionantes e instructivos de toda la historia moderna.

VIII.- EN EL CEMENTERIO DE HIGHGATE, LONDRES

Fueron apenas veinte personas las que siguieron eldiscurso fúnebre de Engels. Diríase que lo había escritopara la posteridad:

Hace tres largos días, el 14 de marzo, a las tres me-nos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grandepensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minu-tos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormidosuavemente en su sillón, pero para siempre.

Es de todo punto imposible calcular lo que el prole-tariado militante de Europa y América y la ciencia his-tórica han perdido con este hombre. Harto pronto sedejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de estafigura gigantesca.

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Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo dela naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desa-rrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, perooculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre nece-sita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo yvestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, re-ligión, etc.; que, por tanto, la producción de los mediosde vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, lacorrespondiente fase económica de desarrollo de unpueblo o una época es la base a partir de la cual se handesarrollado las instituciones políticas, las concepcio-nes jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas reli-giosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, portanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces sehabía venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx des-cubrió también la ley específica que mueve el actualmodo de producción capitalista y la sociedad burguesacreada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminóde pronto estos problemas, mientras que todas las in-vestigaciones anteriores, tanto las de los economistasburgueses como las de los críticos socialistas, habíanvagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar parauna vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo undescubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero nohubo un sólo campo que Marx no sometiese a investiga-ción —y éstos campos fueron muchos, y no se limitó atocar de pasada ni uno sólo— incluyendo las matemáti-cas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Talera el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho,la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuer-za histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puroque fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo des-cubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya

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aplicación práctica tal vez no podía preverse en modoalguno, era muy otro el goce que experimentaba cuandose trataba de un descubrimiento que ejercía inmediata-mente una influencia revolucionadora en la industria yen el desarrollo histórico en general. Por eso seguía aldetalle la marcha de los descubrimientos realizados enel campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprezen los últimos tiempos.

Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Coope-rar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la socie-dad capitalista y de las instituciones políticas creadaspor ella, contribuir a la emancipación del proletariadomoderno, a quién él había infundido por primera vez laconciencia de su propia situación y de sus necesidades, laconciencia de las condiciones de su emancipación: tal erala verdadera misión de su vida. La lucha era su elemen-to. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxitocomo pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* deParís, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; NuevaGaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletosde lucha, y el trabajo en las organizaciones de París,Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació comoremate de todo, la gran Asociación Internacional de Tra-bajadores, que era, en verdad, una obra de la que su au-tor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado nin-guna otra cosa.

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más ca-lumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo losabsolutistas que los republicanos, le expulsaban. Losburgueses, lo mismo los conservadores que los ultrade-mócratas, competían a lanzar difamaciones contra él.Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telasde araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando

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la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado,querido, llorado por millones de obreros de la causa re-volucionaria, como él, diseminados por toda Europa yAmérica, desde la minas de Siberia hasta California. Ypuedo atreverme a decir que si pudo tener muchos ad-versarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Sunombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

Es, como se ve, un discurso laico, sin referencia algu-na a la trascendencia espiritual del ser humano, CarlosMarx, que tanto había trabajado por hacer valer susideas de «transformar el mundo» desde aquel punto departida en que, siendo adolescente, vivió cierta ilusiónmisionera ...»Por la unión con Cristo, decía entonces (véa-se cap. 2º de esta misma Lección), tenemos el corazónabierto al amor de la Humanidad»... Luego, no sabemossi convencido del todo, abrazó el credo materialista y seempeñó en abrir caminos de una utopía sin alma a todala humanidad. Y ello con evidente pasión proselitistacomo si de una religión se tratara.

Presidida por un bloque de granito coronado por laefigie de Marx, en el cementerio de Highgate, Londres,está su tumba. Le enterraron el 17 de marzo de 1883 allado de su esposa, Jenny, fallecida dos antes.

No está solo el matrimonio puesto que, por expresodeseo de Engels, unos años más tarde, fue enterrada enla misma tumba Elena Demuth.

Elena Demuth o Lenchen, regalo de la baronesa Ca-rolina von Westphalen a su hija, fue desde los 17 y du-rante muchos años, asistenta fiel, de toda la familia. Defuerte personalidad, diez años más joven que la esposay muy bonita, según recuerdan sus fotografías, llegó atener un hijo con el propio Carlos Marx. Ese hijo se lla-mó Enrique Federico (Freddy) Demuth (1851-1929). Envida del matrimonio Marx, por obviar el escándalo que

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ello significaba para la causa y el buen nombre de suamigo y, también, por evitar disgustos a Jenny, FedericoEngels se hizo pasar por el padre a pesar del evidenteparecido entre el joven Freddy y el propio Carlos Marx(ambos muy morenos y de baja estatura).

Fue el propio Engels, el que, en trance de muerte,confesó la verdad a Leonor Marx, la hija menor deMarx, quien, desde entonces, reconoció y trató a FreddyDemuth como un hermano. Varias cartas lo testifican.

Ese hijo de Marx nunca se sintió marxista tal vezporque consideró que el progreso personal (fue un obre-ro que llegó a ingeniero) dependía de su esfuerzo y node cualquier revanchista revolución: murió a los 78años en 1929, cuando ya Stalin ejercía de sátrapa en elnombre del Proletariado.

IX.- FIELES, REVISIONISTAS Y RENEGADOS

Con la herencia intelectual de Marx se repitió loocurrido con la herencia intelectual de Hegel: surgieroninterpretaciones del más variado color, esta vez con elcolectivismo socialista como meta y con la autosuficien-cia del mundo material y subsiguiente negación de Dioscomo punto de partida y de llegada para todos los cami-nos. La vieja fórmula hegeliana de que «lo racional esreal» era sometida ahora a una peculiar lectura: puestoque lo real es estrictamente material lo racional es, puray simplemente, material. De hecho en los medios acadé-micos pretendidamente progresistas se sigue dentro delcauce del cerril subjetivismo idealista.

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Engels, incondicional amigo y colaboradorEntre los fieles más incondicionales a la herencia inte-

lectual de Carlos Marx debe ser situado Federico Engels(1820-95). Las peculiaridades de Engels no eran las mis-mas que las de Marx. Ambos lo sabían y lo explotaban per-tinentemente. Marx, doctor en filosofía rebelde y sin cáte-dra alguna, era de naturaleza bohemia e inestable y, a con-trapelo, había de hacer frente a las acuciantes obligacio-nes familiares; su economía doméstica era un auténticodisparate, sus desequilibrios emocionales demasiado fre-cuentes... pero, en cambio, era paciente y obsesivo para,etapa tras etapa, alcanzar el objetivo marcado.

Engels era rico y amigo de la inhibición familiar y dela vida mundana. Alterna los negocios, con viajes, lectu-ras, filiaciones, líos de faldas, revueltas... siempre enestrecho contacto con Marx a quien, si no ve, escribe casia diario. Esto último muestra la total identificación enlos puntos de mira y en el eje de sus preocupacionescual parece ser una pertinaz obsesión por servir a la «re-vancha materialista».

Les preocupa bastante menos cualquier puntual so-lución a los problemas sociales de su entorno y época.Son problemas que nunca aceptaron en su dimensión detragedia humana que resolver inmediatamente y en fun-ción de las respectivas fuerzas: eran, para ellos, la oca-sión de hacer valer sus originalidades intelectuales.

Marx y Engels formaron un buen equipo de publicis-tas amigos de las definiciones impactantes: Lo de «socia-lismo científico», sin demostración alguna, logró «hacermercado» como producto de gran consumo para cuantosesperaban de la ciencia el aval de sus sueños de revan-cha; gracias a ello, la justicia social será una especie demaná en cuyo logro nada tiene que ver el compromisopersonal.

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Al tal maná acompañarán otros muchos secunda-rios productos que, obviamente, habrán de conquistarpreviamente a los agentes de distribución, los llama-dos «intelectuales progresistas». Merced a la pertinen-te labor de éstos, enseguida resultarán apetecibles algran público, el cual, por supuesto y dado que no secuenta con la amalgama de la generosidad y sí deloportunismo, pronto será víctima de los mismos sinode peores atropellos.

La doctrina de Marx presentaba un punto notoria-mente débil en la aplicación de la Dialéctica a lasCiencias Naturales. Cubrir este flanco fue tarea deEngels. Fue un empeño que le llevó ocho años y que, nisiquiera para él mismo, resultó satisfactorio: la alter-nativa era prestar intencionalidad a la Materia o reco-nocer como simple artificio el cúmulo de las llamadasleyes dialécticas.

De hecho, se optó por lo primero de forma que laDialéctica de la Naturaleza resultó un precipitado re-medo del panlogismo de Hegel; esto era mejor quenada en cuanto era del dominio público la influenciadel «oráculo de los tiempos modernos» y, por lo mismo,cualquier principio suyo, más o menos adulterado,puede pasar por piedra angular de un sistema. No otracosa soñó Engels para sí mismo y para su maestro yamigo.

Bernstein, revisionista de «derechas»A poco de morir Engels, dentro del propio ámbito

marxista, crecían serias reservas sobre la viabilidad delos más barajados principios: entre otras cosas, ya seobservaba como la evolución de la sociedad industrialera muy distinta a la evolución que había vaticinado elmaestro.

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Ese fue el punto de partida del «movimiento revisio-nista» cuyo primero y principal promotor fue EduardoBernstein (1850-1932), amigo personal de Engels.

En 1896, es decir, un año después de la muerte deEngels, Bernstein proclama que «de la teoría marxistase han de eliminar las lagunas y contradicciones». Elmejor servicio al marxismo incluye su crítica; podrá seraceptado como «socialismo científico» si deja de ser unsimple y puro conglomerado de esquemas rígidos. No sepuede ignorar, por ejemplo, como en lugar de la pau-perización progresiva del proletariado éste, en brevesaños, ha logrado superiores niveles de bienestar.

En lugar de la violenta revolución propuesta porMarx se impone una tenaz evolución como resultado«del ejercicio del derecho al voto, de las manifestacionesy de otros pacíficos medios de presión puesto que lasinstituciones liberales de la sociedad moderna se distin-guen de las feudales por su flexibilidad y capacidad deevolución. No procede, pues, destruirlas, sino facilitarsu evolución».

Testigo de la Revolución Bolchevique, Bernsteinsentencia: «Su teoría es una invención bastarda o bati-burrillo de ideas marxistas e ideas anti-marxistas. Essu praxis una parodia del marxismo».

¿En qué consiste, pues, el marxismo para Bernstein,destacado teorizante de la social-democracia alemana?En un ideal de sociedad más equilibrada como conse-cuencia a largo plazo de la concepción materialista de lavida y de las relaciones sociales; es un socialismo quepuede ser traducido por «liberalismo organizador» ycuya función es realizar «el relevo paulatino de las ac-tuales relaciones de producción a través de la organiza-ción y de la Ley».

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Rosa de Luxemburgo, mártir marxistaFrente a Bernstein, considerado «marxista de dere-

chas» se alzó un romántico personaje, genuino y, tal vez,sincero representante del «marxismo de izquierdas».Nos referimos a una mujer de apariencia extremada-mente frágil: Rosa de Luxemburgo (1971-1919).

Creía Rosa de Luxemburgo en la libertad como metade la revolución proletaria y criticaba «el ultracentralis-mo postulado por Lenín que viene animado no por unespíritu positivo y creador sino por un estéril espíritude gendarme». Defendía la «espontaneidad de las ma-sas» puesto que «los errores que comete un movimientoverdaderamente proletario son infinitamente más fe-cundos y valiosos que la pretendida infalibilidad delmejor de los Comités Centrales».

Esa romántica proclama y el testimonio personal deRosa de Luxemburgo, asesinada bárbaramente por ungrupo de soldados, han aliñado los «revisionismos iz-quierdistas» (la Revolución por la Revolución) del Mar-xismo.

El «renegado» KautskyEntre Bernstein y Rosa de Luxemburgo (en el «cen-

tro») puede situarse Carlos Kautsky (1854-1938). El «re-negado Kautsky», que diría Lenín, presumía de haberconocido a Marx y de haber colaborado estrechamentecon Engels.

Junto con Bernstein, redactó el llamado «Programade Erfurt» del que pronto se distancia para renegar del«voluntarismo proletario» y fiar el progreso al estrictojuego de las leyes económicas. Se lleva la férula tanto deLenín como de los más radicales de sus compatriotaspor que condena la insurrección y cualquier forma deterrorismo. En frase de Lenín, «es un revolucionario

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que no hace revoluciones» y «un marxista que hace deMarx un adocenado liberal».

A la mitad de su vida se distancia de las «posicionesconservadores» de Bernstein para centrase en el estu-dio y divulgación de un marxismo de salón en que todose supedita a una todopoderosa organización. Desde ahícritica tanto la corrupción del poder como lo que ya es-tima como viejos principios marxistas: «una dictadurade clase como forma de gobierno es el mayor de lossin-sentidos» (claro ejemplo, la dictadura soviética, hijade la anarquía): «tal anarquía abonó el terreno sobre elque creció una dictadura de otro tipo, la dictadura delpartido comunista la cual, en realidad, es la dictadurade sus jefes». Estos jefes «han comprendido infinitamen-te mejor las lecciones de totalitarismo que la concep-ción materialista de la historia y los modernos mediosde producción. En su calidad de amos del Estado, haninstaurado una política de opresión sin igual ni en nues-tros tiempos ni en cualquier otra época de la historia».

Desde lo que él proclama una óptica estrictamentemarxista, Kautsky se erige en juez de la aplicación so-viética de los principios de Marx sobre cuyo resultadoaugura las más negras consecuencias: «El Gobierno so-viético, dice Kautsky en 1925, desde hace años, se ocu-pa, principalmente, en avasallar al proletariado ruso yno ruso. Se ocupa de corromperlo, asfixiarlo yestupidizarlo, es decir, en hacerle progresivamente in-capaz de lograr la liberación de sí mismo. Si la obra delos soviéticos tiene éxito, la causa de la liberación delproletariado internacional se verá alejada en la mismamedida».

Por lo demás, Kautsky hacía suyos y de su círculo deinfluencia cuantos postulados marxistas giran en tornoa la concepción materialista de la Vida y de la Historia

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y, por supuesto, a la «crasa inutilidad» del compromisopersonal en el servicio a la Justicia Social y a la Liber-tad. Al igual que todos los marxistas, defiende comosuperables por las «leyes dialécticas» todo lo relativo alos valores en que se apoya la Religión Cristiana.

Es así, como desde esos grandes focos de influenciasocial cual fueron los teóricos socialistas de la primeramitad de siglo, sin pausa ni concesión alguna a la «liber-tad responsabilizante», se ha cultivado (y se sigue culti-vando) un colectivismo que brinda oportunistas posibili-dades de emancipación económica para los de «arriba»mientras que los de «abajo» tendrán ocasión de dejarsefascinar por el colorido aspecto de una deseable (y nadamás que deseable) utopía.

Unos y otros podrán practicar la moral de los nue-vos tiempos sin compromiso alguno con su concienciapuesto que, tal como ha querido hacer ver Marx y susherederos, la «Moral Cristiana no tiene sentido y todapreocupación por la realización personal es un vanoempeño».

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Lección VII. LA «PRAXIS» MARXISTA

I.- RUSIA, MARXISMO Y PODER SOVIÉTICO

«La doctrina de Marx es omnipotente porque es exac-ta», proclamaba Lenín y toda la fuerza publicitaria deque disponía su régimen mostraba cómo, para todos, seabrían las puertas al sol de una verdad absoluta.

Efectivamente, porque estaban contratados parahacerlo ver así, los publicistas soviéticos presentaban elproducto como habría de hacerse con un objeto de fe sinfisuras y con capacidad para ofrecer aceptables respues-tas a todas y a cada una de las humanas inquietudes«hasta llenar la cabeza y el corazón» (Garaudy) de cuan-tos viven y desarrollan cualquier tipo de actividad bajosu sombra.

Como verdad absoluta fue presentada una monolíti-ca concepción total de la Naturaleza y de la Historia enque se podrán encontrar cumplidas explicaciones no

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solamente sobre el origen y destino del universo sino,también, sobre la totalidad de las posibles relacionesentre los hombres y del cauce específico a que ha deajustar su vida cada uno de ellos.

Ni más ni menos, la «doctrina de Marx» ha sido,pues, una religión cuyo dogma principal será la autosu-ficiencia de la materia capaz, por sí misma, de prestarfinalidad a cuanto existe y cuyo texto sagrado es el re-flejado en la «científica» obra de Carlos Marx.

La consecuente realidad social es de sobra conocida:una burocracia oligárquica que, durante setenta años,ha frenado toda posibilidad de libre iniciativa y que noha garantizado más que el «buen vivir» de cuantos hanvegetado a la sombra del poder.

Aquí, con irrebatible elocuencia, ha quedado demos-trado el carácter esencial de la doctrina marxista. Hasido una consecuencia más de la fiebre racionalista, algoasí como un producto lanzado al mercado de las ideas «ala descomposición del espíritu absoluto».

Socialismo científico o materialismo dialéctico... sim-ples expresiones del subjetivismo idealista hechas hiloconductor de mil ambiciones y de otras tantas bien ur-didas estrategias para la conquista y mantenimientodel poder, sea ello a costa de ríos de sangre y del se-cuestro de la libertad de todos los súbditos incluso delos más allegados a la cabeza visible de la efectiva oli-garquía.

Todo ello ha sido posible en la inmensa y «santa»Rusia, país que ha vivido más de mil años al margen delos avatares de la Europa Occidental y, también, de lasculturas genuinamente asiáticas.

Diríase que la evolución de la historia rusa siguióuna pauta diametralmente opuesta a la de nuestro en-torno: si aquí el hombre, a través de los siglos, fue cu-

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briendo sucesivas etapas de libertad, en Rusia tuvo lu-gar justamente lo contrario: desde el individualismopersonificado en el héroe se desciende al hombre conce-bido como simple cifra (hasta poco antes de los sovietsel poder de un noble se medía por los miles de esclavos-almas- a su libre disposición).

Tal proceso a la inversa o evolución social regresivaes la más notoria característica de la historia de Rusia;y sorprende cómo son víctimas todas las capas socialesa excepción del zar, quien, teórica y prácticamente,goza en exclusiva de todos los derechos a que apela enfunción de su soberano capricho: puede desencadenarguerras por simple diversión, ejercer de verdugo, abofe-tear en público a sus más directos colaboradores o gol-pear brutalmente y como prueba de escarmiento a supropio hijo. Es un autócrata que goza de inmunidad ab-soluta para erigirse, incluso, en intérprete de la esenciade Dios.

Muy al contrario del primero, el más grande de loshéroes históricos rusos, Rurik de Jutlandia (m. en 879),jefe de los varegos o vikingos, personaje sin patria nidios; no eran súbditos sino compañeros cuantos, libre-mente, le seguían en sus correrías; todos ellos podíandisfrutar de sus conquistas sin límites precisos ni acota-ciones legales.

Otro héroe, Sviatoslav (siglo X) tomaba como límitesde sus dominios el horizonte que bordeaba las inmensasestepas. Es el guerrero nómada por simple sed de aven-tura, tanto que sus soldados han de reprocharle «buscas,príncipe tierras extrañas y desprecias la tuya... ¿no sig-nifican nada para ti ni tu patrimonio, ni tu vieja madre,ni tus hijos?».

Ese correr de acá para allá con notoria resistencia aechar raíces parece ser la obsesión principal de la época

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heroica, todo lo contrario de lo que sucedía entonces enEuropa, víctima de la atomización feudal y de la rigidezde una fuerte jerarquización social que pone abismosentre señores y siervos.

Es, precisamente, en esa época cuando tiene lugarel sentido de «patria rusa» que habrá de pervivir a pe-sar de las sucesivas y frecuentes invasiones e incisio-nes de distintas culturas: desde el Asia Central hastael Báltico, desde el Océano Glacial hasta el Mar Ne-gro, los habitantes de la prodigiosamente uniforme lla-nura se sentían rusos antes que eslavos, vikingos o tár-taros.

Pronto los hijos de los guerreros imponen a las este-pas los límites de su capricho y procuran que arbitra-rias y sucesivas leyes empujen a los débiles desde el li-bre uso de la tierra hasta el colonialismo más opresivo.

A lo largo del tiempo, la estela del héroe se desva-nece en la figura del abúlico, despótico y zalamero«boyardo» a la par que los antiguos compañeros se con-vierten en colonos a los que, sucesivamente, se arrebataparcelas de libertad hasta resultar, en el último terciodel siglo XIX, esclavos de no mejor condición que aque-llos otros que dejan su sangre en las plantaciones ameri-canas. Es, como vemos, un proceso a la inversa de lo queha sucedido en la Europa Occidental.

El contrapunto de la opresión lo encuentran las al-mas sencillas en una religión importada de la rica yartificiosa Bizancio. De esa religión lo más difundido nofue el sentido paulino de la libertad y dignidad humana:es el acatamiento de lo superior lo cual, por retruécanode hábiles políticos, es presentado como una especie deósmosis entre poder civil y poder divino. Se da en Rusiael más notable ejemplo histórico de poder teocrático, noencarnado en la autoridad religiosa sino en la civil, la

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cual confunde el pomposo respeto que exige con los ri-tos y ceremonias eclesiásticas.

A pesar de ese deliberado confusionismo, de la esca-sa moralidad y nivel cultural del Clero ruso, a pesar delo que se puede tildar de ampuloso «nacional- cristia-nismo»... el mensaje evangélico del amor entre herma-nos ha cuajado en el pueblo ruso con una notable pro-fundidad a la que, sin duda, no es ajena su proverbialhospitalidad.

La Historia de Rusia muestra cómo el poder, paralograr el sumiso acatamiento de cada día, utilizó comoacicate un fenómeno peculiar de la ortodoxia: desde lacaída de Constantinopla en poder de los turcos se esti-maba que la propia Rusia era depositaria del legado delos apóstoles. No había otra tierra con más méritos paraencarnar la nueva Jerusalén. Y se alimenta la figura dela Santa Rusia y una cuidadosa parafernalia en que seapoya un «nacional-imperialismo teocrático» que, pro-gresivamente, conquista las voluntades y reglamenta lavida de cada día.

El Zar, que se llama a sí mismo autócrata o señorabsoluto de cuanto se mueve dentro de las fronteras delimperio, presume también ser el único autorizado intér-prete de la voluntad de Dios. Sus miserias y vilezas se-rán siempre producto de la fatalidad o de la envidia ex-terior.

Entre los menos iletrados crece un evidente comple-jo de inferioridad frente a los «aires liberadores» quevienen de Europa. En ese ambiente nace y se desarrollauna fuerza intelectual genuinamente rusa, la llamada«Intelligencsia»: es ésta el lago en que se ahogan los pro-pósitos de evolución realista, en que forman torbellinoencontradas interpretaciones de los más vistosos siste-mas «racionalistas», en que las corrientes de decepción

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por el arrollador poder de la prosa a ras de tierra buscadesesperadamente una luz que difícilmente encuentraen una religión o moral tan mediatizada por los intere-ses y caprichos de los poderosos. Aquí el movimientoromántico deriva en el nihilismo o desprecio por lo ele-mental incluida la propia vida: se incurrirá en terriblesextravagancias como el terror, incluso para sí mismo,como medio de realización personal.

Se palpa la crisis en la miseria de los más débiles, enla cobardía de los situados, en la desesperanzada angus-tia de teorizantes y pensadores; en el servilismo de laiglesia oficial, en las torpes relaciones internacionales,en los caprichos de la inmensa y omnipresente burocra-cia, en la ñoña superstición del zar y de la zarina, éstasometida al capricho de un hipócrita «iluminado» llama-do Rasputín... Y, como telón de fondo, una catastróficasituación económica convertida en tragedia universalpor la llamada Gran Guerra.

Desde hace unos años, refugiada en el extranjero,existe una minoría de rusos que presume de «être a lapage» en la cuestión de las ideas; cultivan, abiertamen-te, un «occidentalismo militante» por oposición a los«esvalófilos» que ven en las raíces de la patria rusa lasolución a todos los males.

Uno de lo más destacados del círculo de «occidenta-listas» es un profesor cuya formación filosófica proveníadel Instituto Minero de San Petersburgo, en donde, sinduda, asistió a algún seminario sobre lo que se conside-raba más avanzado entonces, el «idealismo alemán»: Jor-ge Valentinovich Plekanof (1857-1918), considerado pa-dre del marxismo ruso.

Primero en Berna, luego en París, Plejanof contactócon algunos marxistas, de los que tomó un radical mate-rialismo, al que, en recuerdo de Hegel, llamó «dialécti-

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co». «Materialismo Dialéctico» ha sido el término con quelos doctrinarios marxistas, incluidos Lenín y Stalin, handefinido su sistema durante bastantes años.

Conocida, a grandes rasgos, la obra de Marx,Plejanof se aplicó a su difusión y popularización en basea tomar al pie de la letra los postulados básicos «sinconcesión alguna a la eventual estrategia revoluciona-ria» (Lenín): si la sociedad sin clases era, según Marx,una consecuencia lógica de la emancipación proletaria,consecuencia, a su vez, de la consumación de la revolu-ción burguesa, en Rusia el primer paso habrá de serdesarrollar la industria capitalista hasta un nivel simi-lar al de las sociedades accidentales más avanzadas.Ello, siempre según los dictados de Marx, implicará laexpansión de un proletariado progresivamente cons-ciente de su carácter de motor de la historia, la subsi-guiente radicalización de la lucha de clases y la progre-siva debilidad del otro antagonista, una burguesía máspreocupada del vacío y alienante «poseer» que de inter-pretar el sentido de la historia.

Entre los primeros militantes de lo que, en princi-pio, se llamó Social Democracia figura un joven visceral-mente enemigo de la autocracia zarista: Vladimiro IlychUlianof, Lenín.

Para Lenín fue fundamental la obra de divulgaciónde Plejanof cuyo encuentro en el exilio, celebró comouno de los principales acontecimientos de su vida.

A sus treinta años Lenín es reconocido como líderpor los bolcheviques o rama revolucionaria de la SocialDemocracia Rusa, escindida en dos en 1903. La Otrarama o de los mencheviques (la de los «social-traidores»,que dirá Lenín) está liderada por el propio Plejanof ycuenta con figuras como León Davidovich Bronstein,más conocido por León Trotsky.

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Tenía Trostky no menos talento ni menor ambiciónque el propio Lenín. Se dice que, en principio, optó porlos mencheviques porque ahí no encontró quien pudierahacerle sombra, muy al contrario de lo que ocurría en elpartido de los bolcheviques, arrollado por la personali-dad de Lenín. Pero pronto, sobre cualquier otra consi-deración, se le impuso a Trostky el «pragmatismo revo-lucionario», y se pasó a los bolcheviques para convertir-se en el alter ego de Lenín y junto con él impulsar unarevolución «en nombre de Marx, pero contra Marx»(Plejanof).

En 1905 cae en Rusia el «Antiguo Régimen». Ya elzar es una simple figura decorativa que distrae susfrustraciones en un mundo de banalidades y supersti-ciones. El poder legislativo está encarnado en la Dumao parlamento, al que sobra grandilocuencia y falta sen-tido de la realidad y cualquier referencia histórica queno sea la de otras latitudes. Las sucesivas «dumas» sonjuguete de la improvisación y del oportunismo. En lacalle, van cobrando progresiva fuerza los «soviets» oconsejos de obreros y soldados que organizan y mantie-nen en orden celular Lenín y Trosky junto con un plan-tel de teóricos marxistas entre los que ya descuella untal José Stalin.

Mientras tanto, hierven las cosas en Europa hasta laGran Guerra del 14. Es la ocasión que Lenín aprovechamagistralmente para sus fines: a través de sus «soviets»,difunde la idea del carácter capitalista de la guerra loque hará de la inhibición una «virtud proletaria» y, portodos los medios a su alcance, fomentará el desconciertoen todos los frentes.

Cuando, siguiendo las consignas de Lenín, gruposde soldados rusos se acercan desarmados a sus «cama-radas» alemanes, éstos les reciben a tiros y bayonetazos.

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La desorientación e indisciplina por parte de lasbases del ejército ruso es ocasión de no pocas estrepito-sas derrotas convertidas en gravísimas catástrofes na-cionales por una retaguardia y un poder central queconvierte en muñecos una crasa y progresiva anarquía.

Lenín, que difundía sus consignas desde el exilio,vuelve a Rusia en un tren facilitado, según se dice, porel enemigo alemán.

Preside el gobierno el teórico e ingenuo Kerensky,que termina siendo suplantado por Lenín («todo el po-der para los soviets»).

En cuanto se hace dueño del poder central y anula ala oposición dentro de la propia izquierda rusa(anarquistas, social-revolucionarios y mencheviques),Lenín ordena el asesinato de toda la familia imperial yprecipita la paz en unas condiciones que desencadena-rán una nueva y sangrienta guerra, esta vez entre her-manos.

Lenín, de apariencia mongoloide, se muestra a símismo como un implacable vapuleador de los «explota-dores» («que los explotadores se conviertan en explota-dos»), como un fidelísimo albacea de la herencia intelec-tual de Marx («la doctrina de Marx es omnipotente por-que es exacta») y, también, como un revolucionario sintregua («todos los medios son buenos para abatir a lasociedad podrida»).

Pero, en la práctica, crea un nuevo aparato de explo-tación, hace de la doctrina de Marx un cúmulo de dogmasdefendidos inquisitorialmente y se aplica a estrangularcualquier conato de revuelta que no sea la promovidapor sí mismo y sus satélites, llamados a ocupar la cabece-ra de una oligarquía que, durante setenta años, se hamostrado capaz de canalizar hacia su propio beneficio losrecursos materiales (y «espirituales») de un inmenso país.

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Pero Lenín vendió muy bien la idea de la TRAS-CENDENCIA SOVIETICA: supo dar carácter de «me-nor mal», aunque implacable producto de la necesidadhistórica, a todos los sufrimientos y reveses que hubie-ron de padecer sus conciudadanos a la par que infun-día suficiente fe en dos soberbios mitos: el del carácterredentor del Proletariado y el del inminente ParaísoComunista (un mundo de plena abundancia gracias ala abolición de la propiedad privada). Fantástica posi-bilidad que, para toda la Humanidad, abría la UniónSoviética.

Y, gracias a la iniciativa de Lenín, tomó progresivocuerpo lo que se podrá llamar Escolástica Soviética, adiferentes niveles, impartida en escuelas y universida-des: un nueva religión en que el odio y la ciencia son losprincipales valores hasta que la libertad sea «definitivobien social». Es ésta una libertad que, según la «ortodo-xia soviética», nace por la fuerza de las cosas y como unmanantial que cobrará progresivo caudal gracias a labondad intrínseca de la Dictadura del Proletariado.

Los «fieles» no pasaron del 5% de la población total.Pero, durante muchos años, han sido suficientes paramantener la adhesión de toda la población a esa religión,cuyos dogmas, hasta hace muy poco tiempo, han servidode cobertura a cualquier posible acción de gobierno.

El éxito de la Revolución de Octubre canalizó unabuena parte de las aspiraciones de los partidos revolu-cionarios de todo el mundo. En buen estratega, Lenínse autoerigió en principal promotor del movimiento rei-vindicativo mundial, intención que se materializa en laconvocatoria de la llamada Tercera Internacional, que,con rublos y consignas, impuso la «línea soviética» comola única capaz de augurar éxito a cualquier «movimientorevolucionario».

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Durante muchos años, la tríada de Marx - Engels -Lenín tendrá el carácter de una sagrada referencia.Hoy, sus cabezas de piedra ruedan por el suelo de loque antes fueran sus templos.

Con un oportunismo, que no podemos negar, noshacemos fuertes en la reciente historia para proclamarla enorme pérdida de tiempo y de energías que ha sig-nificado la fidelidad a ese producto idealista cual es eltan mal llamado «materialismo dialéctico». Nuevos ricoshan surgido gracias a su explotación comercial, muchasangre ha corrido y muchas ilusiones han confluido enel vacío.

La soviética ha sido una experiencia histórica que seha tomado setenta años para demostrar su rotundo fra-caso, incluso en lo que parecía más sencillo desde el«nuevo orden social»: el desarrollo económico.

Cierto que, en el ánimo de muchos ha caído el ídoloy ha perdido su inmenso prestigio la doctrina; pero¿cómo desbrozar el camino de sofismas, residuos de in-tereses, malevolencias e ingenuidades? ¿Cómo evitar sutardío reflejo en otras sociedades a las que, en supinaignorancia de sus derechos, se mantiene en el vagón decola del progreso?

Para los nuevos cultivos del progreso ¿Qué derrochede generosidad y de realismo no se necesita? ¿Dóndeestán y quienes son los «obreros» que han de llevarlo acabo? ¿Seguro que saben cómo hacerlo? ¿Seguro que nodepende de ti algún esfuerzo o lucecita, por pequeñaque sea?

En esas inmensas llanuras ¿Cuándo, al margen deproclamadas intenciones, retóricos soflames y descon-certantes demagogias subsiguientes a la caída del Muroy del viejo, opresor e inoperante régimen, cobrará cons-tructiva fuerza el sol de la libertad responsabilizante

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como fuerza que encauce a la actual democracia formalhacia algo más humano, coherente y constructivo?¿Cuándo, realmente amanecerá, tovarich?

II.- DESDE LOS SOVIETS AL «DEUTSLAND ÜBER ALLES»

La toma del «Palacio de Invierno» despertó FIEBREDE HOMOLOGACIÓN MARXISTA en los «movimien-tos proletarios» de todo el Mundo: una buena parte delos núcleos revolucionarios vieron un ejemplo a seguiren la trayectoria bolchevique.

En buen estratega y con poderosos medios a su al-cance, Lenín vio enseguida la ocasión de capitalizar esafiebre de homologación sobre la base de una infraestruc-tura burocrática y doctrinal promovida y desarrolladadesde el Kremlin. Ello implicó una jerarquía de funcio-nes y una ortodoxia que pronto fue aceptada como «mar-xista- leninista»: inamovible rigidez de los principios del«Materialismo Dialéctico», del carácter «positivo» de la«lucha de clases», de la JUSTICIA INMANENTE a la«Dictadura del Proletariado», de la inmediata y felizresolución de la Historia en fidelísimo eco de las consig-nas soviéticas...

El «Marxismo-leninismo» sirvió de base espiritual alimperialismo que Lenín y su entorno se propusieronimpartir: consolidado el poder bolchevique en el anti-guo imperio zarista, urgía establecer la «Unión Mundialde Repúblicas Soviéticas»: la fuerza de cohesión estaríarepresentada por la fe universal en una VERDAD AB-SOLUTA según la inequívoca presentación del nuevojerarca de todas las Rusias.

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Esa «verdad absoluta» era doctrina y era estrategiade lucha: como doctrina requería un ejército de exége-tas («obreros del pensamiento») que, siguiendo la batutade los oráculos oficiales, interpretara todas las conclu-siones de la moderna Ciencia a la luz de las mil vecesproclamada autosuficiencia de la Materia y de su inci-dencia sobre la imparable colectivización del génerohumano.

Como estrategia de lucha el «Marxismo-leninismo»requería la capitalización de todas las miserias sociales,requería unos objetivos, unos medios y una organización:objetivo principal, universalizar el triunfo bolchevique;medios operativos, cuantos pudieran derivarse del mo-nopolio de los recursos materiales y humanos de laUnión Soviética; soporte de la organización, una mono-lítica burocracia que canalizara ciegas obediencias, unavez reducidos al mínimo todos los posibles desviacionis-mos o críticas a las directrices de la «Vanguardia delProletariado», «Soviet Supremo» o voluntad del autócra-ta de turno...

La tal estrategia se materializó con la fundación ydesarrollo de lo que se llamó Tercera Internacional o«Komintern», cuya operativa incluía 21 puntos a respe-tar por todos los partidos comunistas del mundo sopena de incurrir en anatema y, por lo mismo, ver corta-do el grifo de la financiación.

Desde la óptica marxista y como réplica a losexclusivismos bolcheviques, difundidos y mantenidosdesde la Komintern, surgió un más estrecho entendi-miento entre los otros socialismos. De ahí surgió losque se llamó y se llama la «Internacional Socialista»(Mayo-1923, Hamburgo).

A pesar de las distancias entre una y otra «interna-cional» los no comunistas reconocían ostensiblemente el

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carácter socialista de la «revolución bolchevique»: lasdivergencias no se han referido nunca a la base mate-rialista y atea ni a los objetivos de colectivización, cues-tiones que se siguen aceptando como definitorias delsocialismo.

Hoy como ayer, entre comunistas y socialistas, que,abierta o disimuladamente, reconocen la paternidad co-mún de Marx, hay diferencia de matices en la cataloga-ción de los maestros de segunda fila y, también, en laelección del camino hacia la «Utopía Final»: para los pri-meros es desde el aparato del Estado y en abierta pugnacon el «Gran Capital», para los segundos desde la «demo-crática confrontación» política, desde las «reformas cul-turales» (laicismo radical) y a través de presiones fiscalesy agigantamiento de la burocracia pasiva. En el norte deunos y otros siempre ha estado la sustitución de la res-ponsabilidad personal por la colectivización.

También a unos y a otros les acerca el magisterio deMarx: para los comunistas como autoridad «espiritual»incuestionable, para los socialistas como «pionero» delas «grandes ideas sociales» en cuya definición incluyen«también» a los clásicos Saint Simon o Proudhon; pordemás, sus fidelidades marxistas, con frecuencia, estánsujetas a las interpretaciones o distorsiones de «revisio-nistas» como Bernstein, «pacifistas» como Jean Jaures o«activistas» como Jorge Sorel.

Jorge Sorel (1847-1922), reconocido maestro de Mus-solini, ha pasado a la historia como un estratega de laviolencia organizada al amparo de la «permisividad de-mocrática». Predicaba Sorel que es en el Proletariadoen donde se forman y cobran valor las fuerzas moralesde la Sociedad. Son, según él («Reflexiones sobre la vio-lencia», 1908), fuerzas morales que habrán de estar con-tinuamente alimentadas por la actitud de lucha contra

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las otras clases. Será el sindicato el ejército obrero porexcelencia y su actitud reivindicativa el soporte de lavida diaria hasta la «huelga general» como idea fuerzacapaz de aglutinar a los forjadores de un «nuevo ordensocial», algo que, en razón de una mística revolucionariaal estilo de la que predicara Bakunín, surgirá de las ce-nizas de la actual civilización: «Destruir es una forma decrear», había dicho Bakunín sin preocuparse por el des-pués; tampoco Sorel explicó cuáles habrían de ser losvalores y objetivos de ese nuevo «orden social».

Tal laguna fue motivo de reflexión para algunos desus discípulos, entre los cuales descuella Benito Musso-lini (1883-1945), socialista e hijo de militante socialista.

Desertor del ejército y emigrante en Suiza (1902)Mussolini trabaja en los oficios más dispares al tiempoque devora toda la literatura colectivista que llega a susmanos; tras varias condenas de cárcel, es expulsado deSuiza y regresa a Italia en donde cultiva el activismorevolucionario. Su principal campo de acción son los sin-dicatos según los presupuestos del citado Sorel, cuyaaportación ideológica aliña Mussolini con otros postula-dos blanquistas, prudonianos y, por supuesto, marxistas.Filtra todo gracias a la aportación de Wilfredo Pareto(1848-1923), a quien el propio Mussolini reconoce como«padre del fascismo». Propugnaba ese tal Pareto el go-bierno de los «mejores» al servicio de un estado conver-tido en valor absoluto.

Llega Mussolini a ser director del diario «Avanti»,órgano oficial del Partido Socialista Italiano.

Cuando, por su radicalismo, es expulsado del Parti-do Socialista Italiano, Mussolini crea «Il Popolo d’Italia»,desde donde promociona un furibundo nacionalismo ysu peculiar idea sobre el Estado fuerte y providenteencarnado en la clase de los «justos y disciplinados» al

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mando incuestionable de un guía (Duce), muy por enci-ma de la masa general de servidores, convertidos encompacto rebaño.

Mussolini participa en la guerra y, al regreso, capi-taliza el descontento y desarraigo de los «arditti» (excombatientes) y de cuantos reniegan del «sovietismo deimportación» o de la «estéril verborrea» de los políticos.En 1919 crea los «fascios italianos de combate» con losque cosecha un triste resultado electoral.

No se amilana, sigue participando en sucesivas elec-ciones, radicaliza sus posiciones respecto a los otrospartidos y al propio sistema parlamentario, promueve la«acción directa» (terrorismo), predica apasionadamentela resurrección de Italia a costa de los que sea, se hacerodear de aparatoso ritual y, sorpresivamente, organizaun golpe de fuerza y de teatro (más de teatro que defuerza).

Es la famosa «marcha sobre Roma» cuyo directo re-sultado fue la dimisión del gobierno y la cesión del po-der al «Duce» por parte del acomodaticio Víctor Manuel(29 de octubre de 1922).

Fue así como un reducido COLECTIVO (aquí si quecuadra el nombre) de «iluminados» aupó a un singularpersonaje «sobre el cadáver, más o menos putrefacto, dela diosa libertad».

El «nuevo orden» fue presentado como «necesariacondición» para hacer realidad la proclama de SaintSimón que, por aquel entonces y desde no tan diferenteámbito, Lenín repetía hasta la saciedad: «de cada unosegún su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

Este «orden nuevo» fue una especie de socialismovertical, tan materialista y tan promotor del gregarismocomo cualquier otro. Tuvo de particular la estética delapabullamiento (vibrantes desfiles y sugerentes formas

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de vestir), el desarrollo de un fundamentalista naciona-lismo que halaga la materialista pasión por el terruño ouna pretendida genética de encargo y que, como «leyesmorales» de primera categoría, sitúa la ciega obedienciaal Jefe y la expansión imperial

Por directa inspiración del Duce, se entronizaronnuevos dioses de esencia etérea como la gloria o, más aras del suelo, como la «prosperidad a costa de los pue-blos débiles». Con su bagaje de fuerza y de teatro Musso-lini prometía hacer del mundo un campo de recreo parasus fieles «fascistas».

El espectacular desenlace de la «marcha sobreRoma» (1922) fue tomado como lección magistral porotro antiguo combatiente de la Gran Guerra; un aus-tríaco que había sido condecorado con la Cruz de Hierroy se llamaba Adolfo Hitler (1889-1945).

Cuando en 1919 se afilia al recientemente creado«Partido Obrero Alemán», excrecencia de la primitivaSocial Democracia, Adolfo Hitler descubre en sí mismounas extraordinarias dotes para la retórica. De ellohace el soporte de una ambición que le lleva a la cabezadel Partido al que rebautiza con el apelativo de PartidoNacional Socialista Obrero Alemán (National - sozialis-tiche Deuztsche Arbeiterpartei) o Partido Nazi (1920).

El programa del Partido Nazi quiere ser un opio dela reciente derrota de los alemanes y habla de bienestarsin límites para los trabajadores (tomados, claro está,como estricto ente colectivo); también habla de exalta-ción patriótica, de valores de raza y de inexcusable res-ponsabilidad histórica tras la arrolladora implantaciónde la «Dictadura del Proletariado» (él, claro, no lo lla-maba así), que presume de encarnar.

Gana Hitler a su causa al general Ludendorff, conquien organiza en 1923 un fracasado golpe de Estado

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que le lleva a la cárcel en donde, ayudado por RodolfoHess, escribe «Mein Kampf» (Mi Lucha), especie de cate-cismo nazi.

Vuelto a la arena política y en un terreno abonadopor la decepción, una terrible crisis económica, ensoña-ción romántica y torpe añoranza por héroes providen-tes contra la miseria de entonces, logra el suficienterespaldo electoral para que el mariscal Hindemburg,presidente de la República, le nombre canciller.

Muy rápidamente, Hitler logra el poder absolutodesde el cual pretende aplicar la praxis que le dictara elideal matrimonio entre Marx y Nietzsche pasado porlas sistematizaciones de una tal Rosemberg. En esapraxis Alemania será el eje del Universo («Deuzts-chland über alles»), él mismo, guía o «führer» que re-quiere absoluta fidelidad como indiscutida e indiscuti-ble expresión del superhombre y viene respaldado poruna moral de conquista y triunfo situada «más allá delbien y del mal».

Por debajo, tendrá a un fidelísimo pueblo con unaúnica voluntad (gregarismo absoluto como supremo re-sultado de una completa colectivización de energías fí-sicas y mentales) y el propósito compartido de lograr lafelicidad sobre la opresión y miseria del resto de losmortales.

La realidad es que Hitler llevó a cabo una de las máscriminales experiencias de colectivización («marxistiza-ción») de que nos habla la historia.

Había alimentado el arraigo popular con una opor-tunísima capitalización de algunos éxitos frente a la in-flación y al declive de la economía, la cómoda inhibicióno ciega y morbosa autodespersonalización de sus incon-dicionales (manda, Führer, nosotros obedecemos) yla vena romántica con espectaculares desfiles, procesio-

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nes de antorchas, la magia de los símbolos, obligado yritual saludo en alto («la mano redentora del espíritudel sol») ...

Para los fieles de Hitler era objetivo principal con-quistar un amplio «Lebensraum» (espacio vital) en quedesarrollar su colectiva voluntad de dominio.

En la previa confrontación política había sido la So-cialdemocracia su principal víctima: muchos de susadeptos votaron por el gran demagogo que irradiabanovedad y aparentaba capacidad para hacer llover elmaná del bienestar para todo el «colectivo»; el descala-bro del socialismo «democrático» y consecuente triunfode los nazis fue propiciado por la propia actitud delPartido Comunista el cual, siguiendo las orientacionesde Moscú, entendía que el triunfo de Hitler significabael triunfo del ala más reaccionaria de la burguesía loque, en virtud de los postulados marxistas, facilitaríauna posterior reacción a su favor (es lo que, también,defendió Marx en su tiempo). Es así como Thälman, undestacado comunista de entonces, llegó a escribir antela investidura de Hitler: «Los acontecimientos hansignificado un espectacular giro de las fuerzas declase en favor de la revolución proletaria».

Obvia es cualquier reserva sobre el paso por la His-toria de ese consumado colectivismo cual fue la revolu-ción hitleriana (síntesis de marxismo y furibundo nacio-nalismo): sus devastadoras guerras imperialistas, lasinconcebibles persecuciones y holocaustos de pueblosenteros, las criminales vivencias de los más bestialesinstintos, el alucinante acoso a la libertad de sus pro-pios ciudadanos... ha mostrado con creces el absoluto yrotundo fracaso de cualquier idealista empeño de colec-tivización de voluntades y de rebajar al hombre a la ca-tegoría de simple borrego

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La trayectoria de Hitler y sus incondicionales escla-vos engendró un trágico ridículo que planeó sobre Euro-pa incluso años después de la espantosa traca final.

En el pavoroso vacío subsiguiente a la experiencianacionalsocialista cupo la impresión de que habían incu-rrido en criminal burla todos los que, desde un lado uotro, habían cantado la «muerte de Dios» y consiguienteatrofia de atributos suyos como el Amor y la Libertad.

III.- EL DESPERTAR DE CHINA

Sobrecoge la experiencia china de los últimos sesen-ta años. Una de las etapas de esa reciente historia, nomás de diez años hizo exclamar a Malraux, uno de losintelectuales europeos más prestigiosos: «en solo diezaños, China ha pasado de la miseria a la pobreza»: Elmiserable es un irremisible esclavo; el pobre, que dispo-ne de un elemental alimento para reponer energías yasí desarrollar un trabajo, está en camino de una mayorlibertad.

Alguna reflexión positiva puede traernos, pues, laatención sobre los acontecimientos que han tenido lugaren China. Una muralla de 2.400 kilómetros (la únicaobra humana perceptible desde la luna), construidahace más de dos mil años, sugiere un inmenso mundocerrado, autosuficiente e inmóvil.

En cierta forma, así se ha manifestado China duran-te siglos y siglos: los mismos ritos, costumbres y creen-cias, generación tras generación, dinastía tras dinastía:a la legendaria dinastía Chou, le sucede la dinastía Han,a ésta la dinastía Sui, que precede a la dinastía Tangsésta, a su vez, desplazada por la dinastía Sung; el domi-

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nio mogol que va desde 1279 a 1353, no influye gran cosaen el quehacer diario, sobre el que se conoce algo enEuropa gracias a Marco Polo, huésped de Kublai Khan;la dinastía Ming sucede a los mongoles y llena tres si-glos de historia hasta que, «decadente y extranjerizan-te», es derrocada por los elementos más tradicionalistasque entronizan a la que había de ser la última dinastía,la dinastía Manchú, a la que perteneció la emperatrizTzu-hsi (1834-1908).

Ya quinientos años antes de J.C. Confucio (551-479a. de J.C.) había criticado el «estado de pequeña tran-quilidad» en el cual «cada uno mira solamente a sus pa-dres y a sus hijos como sus padres y sus hijos. Los gran-des hombres se ocupan en amurallar ciudades. Ritos yjusticia son los medios para mantener una estable rela-ción entre el príncipe y su ministro, el padre y su hijo,el primogénito y sus hermanos, el esposo y la esposa..»El propio Confucio presenta como deseable, pero aunmuy lejos el «Principio de la Gran Similitud, por el cualel mundo entero será una República en la que goberna-rán los más sabios y los más virtuosos. El acuerdo entretodos será la garantía de una paz universal. Entonceslos hombres no mirarán a sus padres como a sus únicospadres ni a sus hijos como a sus únicos hijos. Se provee-rá a la alimentación de los ancianos, se dará trabajo acuantos se hallen en edad y condiciones de hacerlo, sevelará por el cuidado y educación de los niños... Cuandoprevalezca el principio de la Gran Similitud no habráladrones ni traidores; las puertas y ventanas de las ca-sas permanecerán abiertas día y noche..»

Esta peculiar ciencia de la vida que es el Confucio-nismo ha propugnado la falta de pasión (y de interés)por lo que no se oye ni se recuerda y, por lo tanto, «no seconoce». Se preconiza el pacifismo por su carácter utili-

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tarista y el orden jerárquico como garantía de paz so-cial. Es un orden jerárquico que expresa la absoluta de-pendencia del hijo al padre («mientras el padre vive, elhijo no debe considerar nada suyo»), la sumisión de lamujer al hombre («unida a un hombre, la mujer manten-drá tales lazos durante toda su vida; aunque el hombremuera, la mujer no se casará otra vez»), el ritualismohasta en los más pequeños detalles («si llevas un objetocon una mano, ha de ser a la altura de la cadera; si conlas dos, a la altura del pecho»), el pago del odio con elodio y del amor con el amor («si amamos a los que nosodian ¿qué sentiremos por los que nos aman? Severidad,pues, para cuantos nos hagan daño; amor para los quenos quieran bien»)...

Más que religión el Confucionismo se presentó ypervivió como ciencia de la vida o moral adaptable a lasreligiones con mayor número de adeptos, muy especial-mente, al taoísmo, de raíz naturalista y multitud demágicos ritos y al budismo que, proveniente de la India,defiende una especie de materialismo trascendente enque se evidencia la interrelación y armonía de todas lascosas, que invitan a la paz estática como valor supremo.

Son fenómenos que, sin duda, han contribuido a man-tener la línea de anquilosamiento social en que las éliteseran las primeras interesadas en monopolizar la cultu-ra (hasta hace pocos años, la compleja escritura chinaestaba reservado a pocos miles entre cientos de millo-nes). Paralelamente, se han mantenido abismales dife-rencias económicas entre unos pocos y la multitud, en-tre los súbditos y el Hijo del Cielo mantenido como into-cable por la llamada burocracia celeste.

Cuando la revolución industrial genera en Occiden-te la sed de materias primas, China resulta apeteciblecomo campo de expansión y colonialismo. La profunda

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división entre los poderosos y la inmensa masa de«coolies» es el abono para tratados de «administración»como el de Nankín suscrito con Inglaterra en 1842, el deWangsia con Estados Unidos en 1844 o el de Whampoacon Francia (1844). Años más tarde Rusia logra su salidaal mar desde Siberia a través de Vladivostok, Japónocupa Formosa (1895) y Alemania Cantón (1898).

Las potencias imperialistas, además de ocupar encla-ves estratégicos, se disputan monopolios, influencias yenteras regiones de tierra china, totalmente al margende los derechos de un pueblo que ya supera los 300 mi-llones de habitantes y sufre (aparentemente, sin rechis-tar) la pasividad del poder imperial, celoso por mante-ner la amistad del «poderoso bárbaro».

La presencia del extranjero es ocasión de la gradualdivulgación de una nueva cultura que sugiere libertaden pensamiento y relaciones económicas.

No es de extrañar que, al margen de la cultura mile-naria y, en parte, como reacción a ella, surja una nuevaespecie de intelectuales que toman como referencia aDescartes, Voltaire, Rousseau o Hegel.

Al igual que sucedió en Rusia, entra el siglo veintecon aires de innovación; hace tres años que ha muerto lacarismática emperatriz Tzu-hsi y el muy teórico SunYat-sen proclama una república que, muy pronto, seconvierte en anarquía, que el general Yuan Shi-kai pre-tende cortar de raíz con la reinstauración de una nuevadinastía que habría de encabezar él mismo. Se apoya ensus más directos colaboradores a los que hace «señoresde la guerra» y coloca al frente de las provincias.

No fue posible el restablecimiento de la monarquíapero sí la ocasional consolidación de determinados «se-ñores de la guerra» que se erigen en auténticos reyezue-los con debilidad por los caminos de corrupción que les

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abren las potencias imperialistas, a las que, en perrunacorrespondencia, brindan su vasallaje.

Los atropellos y arbitrarias intromisiones del «bár-baro» generan rebeldía en un sector que cultiva un na-cionalismo a ultranza y acierta a desarrollar un populis-mo genuinamente campesino.

Es en ese círculo en donde destaca un joven que lle-garía a ser el Gran Timonel, Mao. Había nacido el 28 dediciembre de 1893 en Chao Chen, pequeño pueblo de laprovincia de Hunan, en la China Central. Tiene veinteaños cuando decide arrinconar a Confucio y acercarse alos economistas y pensadores del Oeste.

Pronto hablará de los «cuatro grandes demonios deChina»: el pensamiento de Confucio, el Capital, la Reli-gión y el Poder autocrático.

Según propia confesión, se siente «idealista» hastaque, en 1918 y en su primer viaje a Pekín, el biblioteca-rio Lit Ta-chao le introduce en el marxismo.

El «maestro» Li defiende la teoría de que los paísessubdesarrollados, colonizados y semi-colonizados son,esencialmente, superiores a los imperialistas e indus-trializados.

Sin duda que Marx habría calificado a China «paísproletario»... De ahí a considerar a la lucha por la libera-ción del imperialismo como una superior forma de la «lu-cha de clases» no hay más que un pequeño paso que susjóvenes contertulios han de ser capaces de dar. Y resul-tará que China, país esencialmente proletario, podrá co-locarse a la vanguardia de la lucha antiimperialista.

Mao se hace el propósito de liberar a China de todapresencia colonial. Y a tal tarea se aplica durante trein-ta años.

Cara a sus seguidores, Mao se revela como hombrede inflexible voluntad, patriota, realista, gran estratega,

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humano, paciente, poeta, inigualable organizador... y«fidelísimo marxista»; ello cuando Lenín se encarga dedivulgar a los cuatro vientos que los «explotadores rusosse han convertido en explotados» gracias a la doctrinade Marx, «omnipotente porque es exacta».

Desde 1920, en que Mao encabeza el «partido comu-nista» de su provincia, hasta 1949, en que asienta susreales en la Ciudad Prohibida de Pekín, hay un largo,larguísimo, recorrido de acción y destrucción, en el cualla llamada «larga marcha» no pasa de un episodio: diezmil kilómetros recorridos durante un año de huidas,avances y retrocesos hasta el Noroeste, en que se hacefuerte con no más de 40.000 fieles frente a los casi tresmillones de soldados que constituyen el ejército de suantiguo socio en la lucha anti-imperialista y hoy impla-cable enemigo: el general Chiang Kai-chek.

La invasión japonesa abre a Mao un nuevo frente debatalla; pero le brinda la ocasión de aunar voluntades:hace de la invasión un revulsivo de la voluntad popularque ya siente llegado el límite de su paciencia secular,decide romper con el «estado de pequeña tranquilidad» yencarna en el «Gran timonel» a un providencial liberador.

Mientras tanto, la otra China, la de los grandes te-rratenientes, señores de la guerra, servidores de lasmultinacionales y de los enclaves nacionales, de los vie-jos y poderosos funcionarios... se agrupa en torno aChiang Kai-chek, quien con un ejército cien veces supe-rior al de Mao y obsesionado como está por cercar y ani-quilar a Mao (quien huye y ataca solo cuando está segu-ro de vencer) margina un efectivo plan de defensa con-tra el invasor japonés; en un ataque sorpresa, Mao cogeprisionero a su rival y le conmina a agrupar las fuerzascontra el enemigo común. A duras penas mantienen laalianza hasta el final de la Guerra Mundial que es, para

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China, el principio de una abierta guerra civil que ter-mina con el confinamiento de los fieles de Chiang en laisla de Taiphen o Formosa (1949).

El triunfo definitivo puso a Mao en la necesidad deedificar la paz. Complicada tarea jalonada por más deochocientas mil sumarias ejecuciones: fue esa su formade «desbrozar el camino hacia el socialismo». Claro quecon las sumarias ejecuciones seguía la inercia de la his-toria, de que tan elocuentes ejemplos, hasta la víspera,habían dado los señores de la guerra.

Pero Mao cuenta con recursos para mantener el fer-vor popular: es primero la «campaña de las cien flores»,luego el «salto hacia adelante» o la «revolución cultural»con su OCASIONAL BIBLIA, el «Libro Rojo». Ningunade ellas logra el éxito prometido: son incapaces de pre-sentar serios alicientes para el trabajo solidario y fíandemasiadas cosas a una burocracia, de más en más para-sitaria.

Por eso ha surgido en China un nuevo «estado depequeña tranquilidad» en que ya no se muere de ham-bre, pero se sigue suspirando por la libertad, tanto másdifícil cuanto más se frena el desarrollo de la iniciativaprivada en la economía y más se cultiva una «ciencia dela vida» radicalmente materialista.

Contrariamente a lo que Marx había propugnado, nien China ni en Rusia (ni en ninguna otra de las llama-das revoluciones socialistas) la rebeldía contra el estadode cosas existente tuvo relación alguno con los cambiosen los modos de producción. En el caso de China, ni si-quiera la doctrina de Marx ayudó a una toma de «con-ciencia materialista»: diríase que lo que hemos llamadoun paso de la miseria a la pobreza fue presentada y de-sarrollada como una «idea de salvación» o la fuerza paradestruir los obstáculos hasta el reencuentro con una

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sociedad en que el trabajo de todos y para todos sea laprimera razón de la existencia.

Como en todos los regímenes autoritarios, la obse-sión por el mantenimiento del poder cierra las puertasa cualquier efectiva liberalización de las conciencias.Eso es algo que, a nivel general, nunca existió en China;como, hasta hace muy pocos años, tampoco existió unmínimo respeto por la vida de los débiles.

Por todo ello, en China, país sin tradición cristiana,cabe encontrar alguna connotación positiva al legado deMarx: un reflejo de aquella aspiración a una forma debien común nacida en la reflexión sobre la parábola dela Vid y de los Sarmientos.

Pero sobrecoge la fuerza del número y la previsibledificultad para esclarecer los caminos hacia la libertadresponsabilizante: un apasionante desafío a las más ge-nerosas de nuestras conciencias.

IV.- EL MARXISMO DE LOS INTELECTUALES

Durante los tres primeros cuartos del siglo XX, lafuerza de la estadística (en la época, se habla de quemás de la mitad de la Humanidad es marxista) impusoen los medios académicos más influyentes de Europauna abierta devoción por la herencia intelectual deMarx (a su vez, heredero del racionalismo cartesiano através de Hegel). Los más destacados siguen muy den-tro de lo que, en contraposición de la REFLEXIÓNREALISTA, podemos llamar subjetivismo idealista.

Son muchos los celebrados pensadores marxistas deestos primeros tres cuartos de siglo. De entre todosellos, elegimos a tres (Sartre, Garaudy y Marcuse) que

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representan otras tantas corrientes académicas. Estascorrientes, aunque irreconciliables entre sí, estaban ysiguen animadas (el marxismo intelectual será el últimoen desaparecer) por la común obsesión de desligar alhombre de responsabilidad personal frente a su propiahistoria. Con ello se propone una palmaria regresión aniveles de irracionalidad (la razón es un lujo estéril sino promueve la personalización) a la par que se incurreen una falta de respeto a la más elemental realidad: henacido como ser con una precisa e intransferible respon-sabilidad.

Pasemos, pues, al somero recuerdo de estos influ-yentes pensadores cuales son reconocidos Sartre, Ga-raudy y Marcuse.

SARTRESegún propia confesión, la introducción de Juan Pa-

blo Sartre en el mundo de la intelectualidad obedeció auna abierta inclinación por el subjetivismo idealista: «elacto de la imaginación, dice, es un acto mágico: es unconjuro destinado a hacer aparecer las cosas que se de-sea». Ya sé que es ahí en donde radica la vena poética;pero es que, en la obra de Sartre poesía y reflexión sis-tematizada (lo que hoy se entiende por filosofía) vienenindisolublemente unidas. En Sartre, como en ningúnotro, toma cuerpo aquello de «sic volo, sic iubeo».

Se acerca a Marx en la valoración de la dialéctica deHegel. Hilvana con Hegel a través de Heidegger y Hus-serl, quienes aplican la dialéctica a una pretendida con-fluencia del Ser y de la Nada en el campo de la fenome-nología y según «la pura intuición del yo» (es decir, se-gún un apasionado idealismo subjetivo). Para un estu-dioso de Sartre como Stumpf tal significa: «El yo puro,contemplado en la pura intuición del yo, evoca con de-

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masiada fuerza el nirvana de los ascetas indios, quienes,absortos e inmóviles, contemplan su ombligo... Nuestramirada se hunde en lo obscuro, en la absoluta nada».

Es, como vemos, la continuación del afán que provo-cara Hegel: edificar la ciencia del saber partiendo decero en el sentido más literal es decir, dando podercreador a la Nada, lo que, según ello y en magistraldisparate del idealismo subjetivo, resultará infinita-mente más consistente que el Ser.

Sartre es más discurseador que sistematizador. Esel divulgador principal del existencialismo ateo al quepresenta como reacción materialista contra la «metafísi-ca del Ser», que arrancara en Aristóteles y fuera defen-dida por el Realismo tomista.

«La existencia precede a la esencia» o, lo que esigual, existiendo es como uno se encuentra con el pro-pio ser; pero si, al menos, una parte del ser ya estabaallí... ¿qué sentido tiene eso de «primero existir y luegoser», algo que nos aproxima a la invención hegeliana deque lo racional se impone sobre lo real?

Sartre sale al paso de esta seria objeción con un cú-mulo de teorías sobre el «en sí» y del «para sí, del «yoque se intuye a sí mismo» y «del infierno de los otros»: el«en sí» será el «ente», lo más sólido e inmutable del Yo;el «para sí» aunque sea, de hecho, una pura indetermi-nación, habrá de ser aceptado como la expresión de lalibertad, una facultad que se siente, pero que no se ra-zona. El «para sí» es, según Sartre, una extraña fuerzaque coincide con la Nada tomada como absoluto y en susentido más literal (le Neant), fenómeno que, repitiendoa Hegel, «se expresa» como oposición a «lo que existe» yabre la única posibilidad de «definir al ser».

A tenor de ello, Sartre proclama que la Nada anidaen el hombre como «un gusano» o «un pequeño mar». «In-

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vadido por la Nada», el hombre encuentra en ella no unafigura sino la fuerza creadora.

Tales conclusiones, que ignoran los más elementalesprincipios del razonamiento (lo que no es no puede serpor el simple efecto de una figura literaria) serían in-admisibles en cualquier reflexión mínimamente riguro-sa; ello no obstante, tuvieron y tienen su audiencia mer-ced a la soberbia retórica academicista en que vienenenvueltos. La observación que dicta el sentido comúnsobre la perogrullada de que ALGO INVADIDO PORLA NADA ES NADA no arredra a Sartre, quien porfiarásobre el hecho de que es ahí precisamente adonde quie-re llegar como referencia incuestionable para demos-trar que la vida humana, cualquier vida humana, es ra-dicalmente inútil.

En Heidegger, el supuesto de la inutilidad de lapropia vida se tradujo en «Angustia»; para Sartre laangustia del «ser que sabe que no es» se llama «Náu-sea». Con eso de la «Náusea» pretende abrir nuevoscaminos de inspiración a la juventud «contestataria»de la postguerra.

Reconozcamos que la producción intelectual de Sar-tre es coherente con la corriente en que imaginación seconfunde con razón, ambas se dejan guiar por el capri-cho o deseo de redefinir el Absoluto, para, al fin, chocarirremisiblemente contra la insobornable realidad: sipara un impenitente idealista como Hegel, lo real en-cuentra su justificación únicamente como «oposición» alo ideal (probablemente irreal, en cuanto pensado oimaginado), similar fundamentación asume Sartre parasus teorías: es la «nihilización» o reducción a la Nada loque da significación a la vida e historia del hombre.

Pero, cuando conviene a su propósito, Sartre se dis-tancia de Hegel: desde muy distinta óptica que Kierke-

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gard, Sartre coincide con Marx (y, esta vez, con el senti-do común) cuando, refiriéndose a Hegel, afirma: «no esposible reducir el Ser al puro y simple saber».

Sartre abraza el «materialismo histórico» marxistadesde lo que él llama un «racionalismo dialéctico y rigu-roso». A ello se refiere en una carta a Garaudy: «El mar-xismo, dice, me fue ganando poco a poco al modo depensar riguroso y dialéctico, cuando hace ya veinte años(en torno a 1940) me estaba extraviando en el oscuran-tismo del no-saber». Lo acepta «por la fuerza de sus re-sortes internos y no por la excelencia de su filosofía».

Pero no es el de Sartre un marxismo «ortodoxo». Talcomo nos explica. «entiende por marxismo al Materialis-mo Histórico, que supone una dialéctica interna de laHistoria y no al Materialismo Dialéctico, si es esto esaensoñación metafísica que creará des cubrir una dialéc-tica de la Naturaleza: aunque esta dialéctica de la natu-raleza pudiera existir, aun no nos ha ofrecido el mínimoindicio de prueba»

«Si el materialismo dialéctico, dice también Sartre,se reduce a una simple composición literaria, productodel artificio y de la pereza sobre las ciencias físico- quí-micas y biológicas, el materialismo histórico, en cambio,es el método constructivo y reconstructivo, que permiteconcebir a la historia humana como una totalización encurso».

Desde tal posición, acusada de atrevidamente revi-sionista, Sartre dogmatiza: «El existencialismo ateo semantiene porque el marxismo no es una ciencia exacta».Ello no quiere decir que se haya de revisar: «El marxis-mo no es una doctrina a revisar; es una tarea histórica arealizar». Por eso, sigue dogmatizando Sartre, «el pensa-miento existencialista, en tanto que se reconoce marxis-ta, es decir, en tanto que no ignora su enraizamiento en

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el Materialismo Histórico, resulta el único proyectomarxista a la vez coherente y realizable».

Este peculiar e ideal producto marxista- existencia-lista, propugnado por Sartre, será un ateísmo militantecapaz de hacer a la especie humana dueña de su propiodestino por los caminos de la «razón dialéctica» o proce-so de «nihilización constructiva».

De hecho, lo que propugna Sartre es aplicar la auto-ridad moral de Marx tanto a la gratuita ridiculizaciónde cualquier mínimo rastro de fe en un Dios providentey libertador como a la radicalización de una lucha declases que, para Sartre, debe sacudir su «progresivoaburguesamiento».

GARAUDYEn sus primeros tiempos de intelectual influyente,

Garaudy trazaba una línea directa entre Jesús deNazareth y Carlos Marx, «quien nos ha demostradocómo se puede cambiar el mundo».

Roger Garaudy (nacido en 1913), hasta 1970, era con-siderado el más destacado intelectual del Partido Co-munista Francés.

Aunque nacido de padres agnósticos, desde muyniño, sintió viva preocupación por el problema religio-so: tiene catorce años cuando se hace bautizar y se afi-ciona a la Teología que estudia en Estrasburgo; dedicaespecial atención a la obra de Kierkegard, padre del«existencialismo cristiano» y a Barth, inspirador de la«Teología Dialéctica», según la cual Dios es «El total-mente Otro».

Tales influencias se dejaron sentir en la posteriormilitancia comunista de Garaudy: el punto fuerte de sucrítica a la Religión será la acusación de que está des-ligada del mundo, aunque el halo de sacrificado amor

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que inspira infunda un remedo de «socialismo» a loscristianos.

Es a los veinte años cuando Garaudy se afilia alP.C.F. Pronto destaca por su inteligencia despierta,amplia formación teórica y ambición. Perseguido por losalemanes (sufre dos años de cárcel), logra situarse enArgelia, desde donde dirige el semanario «Liberté» yprogramas de radio hacia la «Francia Ocupada». Ya ter-minada la Guerra, es nombrado miembro del ComitéCentral del Partido Comunista Francés, elegido diputa-do y escuchado como miembro destacado en todos loscongresos. Pasa una larga temporada en Moscú, regresaa Francia, es de nuevo elegido diputado y llega a vice-presidente de la Asamblea Francesa (1956-58).

Su creación del «Centre d’Etudes et de RecherchesMarxistes», su destacada participación en los «Cahiersdu Communisme», sus numerosas publicaciones y, sobretodo, la orientación que imprime a la celebración anualde la «Semaine de la pensée marxiste» hacen de Garau-dy uno de los más escuchados pensadores marxistaseuropeos durante no menos de veinte años.

El «mayo francés» de 1968 fue un revulsivo para elPartido Comunista Francés el cual, prácticamente y enrazón de la influencia de intelectuales como Garaudy, semantuvo al margen de las revueltas estudiantiles. Araíz de ello, se decantan las respectivas posiciones yGaraudy es apartado progresivamente de los círculosde influencia del Partido.

Garaudy ya no acepta la disciplina que proviene deMoscú y se permite criticar la «restauración del stalinis-mo evidenciado en la intervención criminal contra Che-coslovaquia».

La definitiva separación de los órganos de decisióndel P.C.F. se materializa cuanto su «politburó» reprocha

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formalmente a Garaudy su «renuncia a la lucha de cla-ses», su «rechazo a los principios leninistas del P.C.F.»,su «crítica abierta e inadmisible a la Unión Soviética» e,incluso, su «pretendida revisión de los principios delMaterialismo Histórico» (Dic. 1969). Sigue una guerrade comunicados según la cual Garaudy es acusado deentrar en connivencia con la Iglesia Católica, de adulte-rar los principios del «Materialismo Dialéctico», de «ata-car al centralismo democrático del Partido», de «inten-tar convertir los órganos decisorios en un club de char-latanes incansables» (Fajon)... Al final, en mayo de1,970, Garaudy es expulsado del Partido que, hasta elúltimo momento, él se resistía a abandonar.

A partir de entonces y hasta su conversión a la reli-gión musulmana, Garaudy hace la guerra por su cuentaen el propósito de crear «un nuevo bloque histórico», quehabrán de constituir trabajadores, estudiantes, técnicos,artistas, intelectuales y, sobre todo, «católicos preocupa-dos por la cuestión social».

«Hermano cristiano, dice a estos últimos, te hemosaclarado la actitud de los marxistas respecto a la reli-gión, como materialistas y ateos que somos, te tendemoslealmente la mano, sin ocultarte nada de nuestra doc-trina por que todos nosotros, creyente o ateos, padece-mos la misma miseria, somos esclavizados por los mis-mos tiranos, nos sublevamos contra las mismas injusti-cias y anhelamos la misma felicidad» (repárese en lopaternalista del mensaje lanzado desde una, pretendi-damente, más certera perspectiva intelectual).

Cuando vienen las magistrales precisiones de la«Pacem in terris» de Juan XXIII, Garaudy ve la ocasiónde profundizar en su política de la mano tendida y llegaa asegurar que el Marxismo sería una pobre doctrina sien él no tuvieran cabida, junto con las obras de Pablo,

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Agustín, Teresa de Ávila, Pascal, Claudel... valores como«el sentido cristiano de la trascendencia y del amor».

Ello hace pensar que, durante unos años, el secretodeseo de Garaudy es prestar su sello personal a unadoctrina que resultaría de la síntesis entre el Cristianis-mo y el Marxismo, algo así como un humanismo moral-mente cristiano y metafísicamente marxista (ateo) so-bre la base de que la Materia es autosuficiente de que elMarxismo con su doctrina de la lucha de clases es lapanacea de la Ciencia y del Progreso.

Paro hay algo más en la obsesión revisionista deGaraudy; capitalizar la audiencia que logra entre losjóvenes el existencialismo sartriano, al que reprocha suescasa profundización en el estudio de las «cuatro fun-damentales leyes dialécticas» (que actualizara Stalin, nohay que olvidarlo). Porque, tal como ha querido hacerver, la doctrina de Marx es una especie de cajón de sas-tre en que cabe lo último del pensamiento: «No conside-ramos, dice, la doctrina de Marx de ningún modo comoalgo cerrado e intocable; al contrario, estamos convenci-dos de que, solamente, ha suministrado los fundamen-tos de la Ciencia, que los socialistas han de desarrollaren todos los aspectos».

Ahora, Garaudy dice haber encontrado su caminoen la fidelidad a la doctrina de Mahoma.

MARCUSEHeriberto Marcuse, judío alemán, llega al marxismo

por similar camino que Sartre: A través de Heidegger,se acerca a Hegel, en cuya estela encuentra a los mar-xistas radicales de la primitiva social democracia ale-mana.

La dictadura de Hitler forzó a Marcuse a emigrar aEstados Unidos, en donde se afincó definitivamente.

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La producción intelectual de Marcuse quiere ser unasíntesis de los legados de Hegel, Marx y Freud.

Marcuse ha ligado a Marx con Freud gracias a lasenseñanzas de otro judío alemán, W. Recia, médico psi-coanalista empeñado en demostrar el «absoluto parale-lismo» entre la lucha de clases y la sublimación sexual:«Aunque es necesario, decía Reich, acabar con la repre-sión sexual de forma que se despliegue todo el potencialbiológico del hombre, solamente en la sociedad sin cla-ses, podrá existir el hombre nuevo, libre de cualquiersublimación».

Reich había venido a Estados Unidos por «escapar deuna doble incomprensión»: de una parte, el Partido leacusaba de obseso sexual mientras que, en los círculosfreudianos, no se entendía muy bien esa relación entrelas luchas políticas y el sicoanálisis. Ya en Estados Uni-dos, Reich sigue cultivando su obsesión por la «síntesisentre la lucha de clases y la sublimación represiva». Apo-ya su tesis en el descubrimiento de la «Orgonterapia», el«descubrimiento científico más importante de los tiem-pos modernos», capaz, asegura Reich, de curar el cáncergracias a la aplicación del «orgón» o «mónada sexual».

Los extraños «tratamientos terapéuticos» de Reichllamaron la atención de la policía americana, quien des-cubrió que las pretendidas clínicas eran auténticosprostíbulos. Reich murió en la cárcel. Había escrito doslibros que hicieron particular mella en Marcuse: «Análi-sis del Carácter» y «La Función del Orgasmo».

La «sociedad industrial avanzada» de Estados Uni-dos es otro de los fenómenos presentes en la obra deMarcuse, como también lo es un crudo «pesimismoexistencial», posiblemente, hijo del resentimiento.

Desde ese conglomerado de influencias y vivenciaspersonales nació la doctrina marcusiana de la «Gran

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Negativa», del «Hombre Unidimensional» (sometido alinstinto como única fuerza determinante de su compor-tamiento) y de la «Desublimación», títulos en que seapoya la relevancia que le concede la «New Left» o Nue-va Izquierda. Es éste un producto marcusiano presentede los movimientos de protesta de los señoritos insatis-fechos, en el «mayo francés del 68», en las reivindicacio-nes de algunos grupos de marginados y, también, enmuchas de las ligas abortistas o de «liberación sexual».

Marcuse es aceptado como una especie de profetade la «protesta por que sí», algo que, en cada momento,adoptará la forma que requieran las circunstancias: de-magogia de salón, crítica académica, revuelta calleje-ra... o simple afán de destrucción. Con Marcuse se dejaatrás el camino de Utopía: se persigue «un más allá de laUtopía».

Para Marcuse la solución mágica a los problemas dela época parte de una «sublimación no represiva», ele-mental «evidencia de la verdadera civilización la cual,como ya decía Baudelaire, no está ni en el gas ni en elvapor, ni en las mesas que giran: se encuentra en la pro-gresiva desaparición del pecado original».

Para Marcuse el camino que ha de llevar a tal civili-zación se expresa en el enfrentamiento dialéctico entreel Eros freudiano (simplemente deseo y culminaciónsexual) y Thanatos, el genio griego de la muerte. Eros yThanatos son fuerzas que llegarán a la «síntesis» o equi-librio en la solución final.

Es en esa solución final en donde encontrarán suculminación los mitos de Orfeo, pacificador de las fuer-zas de la Naturaleza, y de Prometeo, esa marxiana ex-presión de «odio a los dioses». En esa solución final,como no era para menos, habrá desaparecido la luchade clases, la angustia sexual y, gracias a todo ello, se

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habrá logrado «la transformación del dolor (trabajo) enjuego y de la productividad represiva en productividadlibre. Es una transformación que habrá venido precedi-da por la victoria sobre la necesidad gracias al plenodesarrollo de los factores determinantes de la nuevacivilización»

Tal constituye la tesis central de un libro que ha lo-grado amplísima difusión: «Eros y Civilización». En tallibro y por la técnica de las antinomias, tan caras aHegel y a Marx, se hace eco tanto de la corriente másutópica del marxismo como de la euforia erótica de una«juventud liberada».

Seis años después de la publicación de «Eros y laCivilización» Marcuse parece estar de vuelta de su rosa-do optimismo y, coincidiendo con el inicio de su decre-pitud (cuenta 63 años), escribe: «Los acontecimientos delos últimos años prohiben todo optimismo. Las posibili-dades inmensas de la civilización industrial avanzada semovilizan más y más contra la utilización racional desus propios recursos, contra la pacificación de la exis-tencia humana».

En ese tiempo Marcuse ha estudiado al MarxismoSoviético y «comprobado» que, más que suceder al Capi-talismo, «coexiste con él». Critica el que se haya mutila-do la «acción espontánea de las masas» hasta sustituir laantigua dominación burguesa por otra en la que el Pro-letariado sigue alienado, esta vez por estructuras buro-cráticas todopoderosas, mientras que la difusión delpensamiento marxista se ha convertido en una especiede palabrería vacía. Protesta de cómo en la Unión So-viética se utilizan los mismos trucos publicitarios queen las sociedades industriales avanzadas, éstas parahacer entrar por los ojos productos superfluos y aque-llas para obligar a digerir la primacía del poder espiri-

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tual del Comité Central, la admiración bobalicona por elpoderío bélico, la cerrazón intelectual o el servicio in-condicional a los caprichos de la burocracia en el poder.

Pero lo que Marcuse critica más acerbamente en elMarxismo Soviético es la forzada identificación entre la«fuerza del estado soviético y el progreso del socialis-mo», lo que significa el progresivo anonadamiento delos ciudadanos y, también, la muerte del materialismonaturalista y el torpe uso de la Dialéctica, punto de par-tida de la «filosofía negativa» a la que, desde ahora, diceservir Marcuse.

La crítica que Marcuse hace al Marxismo Soviético,crítica extensible a cualquier otra aplicación política delmarxismo, es una crítica sentimental.

Es desgarradora su imagen del hombre «unidimen-sional»; pero es más la solución que le dicta su borrache-ra de idealismo subjetivo en que tanta fuerza presta a la«sublimación represiva» y en que tanta confianza poneen el papel providencial de la espontaneidad.

Ahora el punto de mira de la crítica marcusiana estáorientado hacia una sofisticada forma de alienación lla-mada Neopositivismo o «canonización teórica de la so-ciedad industrial». Con su fobia a la socialización de lasconquistas materiales del progreso, Marcuse se sitúa enla dirección espiritual de la generación de los señoritosinsatisfechos, líderes ocasionales de cualquier posiblegrupo de marginados. Deliberadamente, Marcuse sosla-ya la evidencia de que lo trágico no es poseer o soñarcon poseer un frigorífico, ni siquiera dos o más frigorífi-co; es protestar de que ese sea el objetivo fundamentalde la vida, lo que no es, ni mucho menos cierto. Unamente discursiva como la de Marcuse, a fuer de sincero,debía reconocer el hecho indiscutible de que SE PUE-DE ESTAR EN una sociedad de consumo sin que, por

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ello, uno limite su vida al estricto papel de consumircualquier cosa que el mercado ofrezca.

Marcuse, quien, repetimos, ha logrado una extraor-dinaria influencia entre las élites de cualquier posiblerevuelta, nunca fue más allá de la primera apariencia delas cosas ni de una superficial y sentimental apreciaciónde los fenómenos humanos. Era su preocupación funda-mental la de ser reconocido como «maestro de la juven-tud»: «Me siento hegeliano, dice, y mi más ferviente de-seo es ejercer sobre la juventud una influencia similar ala que, en su tiempo, ejerció Guillermo Federico Hegel».

Por ello, a tenor de las variadas orientaciones de lasapetencias juveniles, ora apoya esto ora aquello otroradicalmente distinto a lo anterior.

Aunque certero en algunas de sus críticas, la réplicaque presenta suele ser un perfecto galimatías cuyo hiloconductor, al menos aparentemente, parece ser su in-tención de introducir el materialismo marxista y ungrosero idealismo de aspecto freudiano en las socieda-des industriales más avanzadas. Mezcla agudas observa-ciones con desorbitadas exageraciones y un evidenteresentimiento diluido en propuestas de exclusión, cas-tración de inquietudes y la crítica por la crítica... paraque sus admiradores cultivaran una militante rebeldíasiempre en guardia y contra todo.

Huye de la realidad, eso sí, por el mismo laberintopor el que intentaron escapar sus mentores Hegel, Marxy Freud: prestar a lo particular o contingente (una sim-ple experiencia cuando no apreciación histórica) la cate-goría de universal. Claro que, muy probablemente, incu-rrió en ello sin fe y por el único afán de «conservar unaclientela».

Y al fondo, y como hace ya cuatro siglos viene suce-diendo frecuentemente en el tratamiento de los proble-

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mas humanos, una hiriente desviación: marginar alhombre-persona con peculiar responsabilidad de huma-nizar su entorno para reducir todo lo humano al «colec-tivo humano u hombre especie».

V.- ENTRE LA ÉTICA Y LA «PERESTROIKA»

Sabiduría, valor, templanza y justicia, las cuatro vir-tudes que los griegos proponían como marco de unaconducta equilibrada, recibieron del Cristianismo elañadido de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Se comple-tó así el marco de las «siete virtudes cardinales», que sepresentan a la voluntad de cada hombre como soportede la acción reformadora sobre sí mismo y sobre su en-torno. Su práctica es un entronque personal con la Rea-lidad.

Hemos visto cómo los «maestros racionalistas» hanintentado desviar la atención de sus seguidores haciaderroteros menos concisos y menos dependientes de lapropia voluntad. La subsiguiente difuminación de ener-gías personales ha prestado poder al «aprovechado deturno», vendedor ocasional de «tablas de salvación» que,en todos los casos, han llevado a una catástrofe más omenos trágica.

Pero, para el hombre, siempre ha cabido el recursode desandar el camino: de volver a empezar, esta vez,ojalá con menor predisposición para dejarse embaucarpor cualquier otro mercader de ideas.

Dentro de la estela del subjetivismo idealista (malllamado «racionalismo») cabe a Kant el mérito de ser el«maestro racionalista» más preocupado por la Ética oMoral (acción reformadora sobre sí mismo y el propio

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entorno). Su compendio de virtudes estaba encerradoen lo que llamó «imperativo categórico» o punto de en-cuentro entre lo individual y la fuerza del número:«Obra de tal suerte que tus actos puedan erigirse ennorma de conducta universal».

Se convertía así la moral en «sentido práctico» o «ca-nal de utilitarismo social». Puntos flacos suyos son ladirecta subordinación a la estadística y la falta de clarareferencia tanto a la reconocida como Ley Natural comoal testimonio de Jesucristo.

Podría, pues, pensarse que la ética de Kant no pasalas fronteras de la estética o arte del buen parecer. Deser ello así, las consignas en que se expresa o apoya,más que reflejos de la conciencia, serían, simplemente,invitaciones convencionales. Ello no obstante, pareceorientada hacia la responsabilidad personal y hacia labúsqueda de reglas de conducta específicamente huma-nas, muy al contrario de cualquier forma de epicureísmoo de las llamadas «éticas del placer» (hedonismo).

La ética de Kant no representa ataque frontal algu-no contra la Ley Natural (aunque no se refiera directa-mente a ella) ni, tampoco, ruptura contra «aquella acti-tud de nuestro querer que se decide por el justo mediotal como suele entenderlo el hombre inteligente y juicio-so» y que promueve «el valor, la liberalidad, la magnani-midad, la grandeza del alma, el pundonor, la mansedum-bre, la veracidad, la cortesía, la justicia y la amistad»(Ética a Nicómaco), ingredientes con los que, si el pro-pio actor los identifica como ineludibles pautas de con-ducta, se podrá lograr un respetable ciudadano que sir-va de modelo a todo un tratado de «Ética Social».

Ello resulta insuficiente como revulsivo de las con-ciencias hacia la conquista total de la voluntad y subsi-guiente compromiso por integrar las energías persona-

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les en el servicio a una inequívoca Causa: el bien delOtro.

Pero es Kant el último de los «maestros racionalis-tas» que concedió a la responsabilidad personal ciertopapel en la elaboración de la Historia. Tras él vino el«gran promotor del colectivismo moderno», Hegel quienbrindó a sus fieles una perfecta coartada para la inhibi-ción: «Moral, dijo, es el reconocimiento de la Necesidad»(haces lo que no tienes más remedio que hacer, viene asignificar).

Tal definición convenía al colectivismo marxista cuyo«sistema» gira en torno al implacable determinismo delas fuerzas materiales y a la proclama de que la Huma-nidad es un conjunto indiferenciado de animales supe-riores divididos en grupos irreconciliables, cosa muydistinta de los que nos dicta la Realidad: la Humanidadcomo Comunidad de seres inteligentes y libres, perso-nas, distintos unos de otros pero capaces de traducir enbien social el uso de su libertad.

En la Europa democrática, una de las corrientescolectivistas de más peso político ha sido y sigue sien-do el Partido Comunista Italiano. Gramschi, uno de susteorizantes «clásicos», se apartó un tanto de la ortodo-xia marxista al otorgar valor a lo que el llamaba «vo-luntarismo social» frente al determinismo; pero lo ha-cia apelando al «colectivo» o conjunto de entes abstrac-tos capaces de disolver en lo general cualquier particu-laridad o diferenciación personal. También aquí el dic-tador de la NORMA será el Partido, entelequia quehabrá de encarnar todas las prerrogativas del «sabiorey» de Platón o el «Príncipe maestro en el arte de la po-lítica» de Maquiavelo.

La historia ha demostrado la gran mentira de una«conciencia positiva» en cualquier colectivismo, cuya

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idea norte, en todos los casos, ha sido la conveniencia ocapricho de sus privilegiados mentores.

Por el contrario, el Progreso nunca es ajeno a la vo-luntad de sus protagonistas, uno a uno, persona a perso-na. Estos protagonistas, lo sabemos bien, no siempre sehan movido ni se mueven por altruismo o amor: a veces,lo han hecho por descarnado amor al dinero, por ambi-ción de poder con proyección de futuro, por curiosidad,por huir del aburrido ocio, por inexplicable secreta in-tuición, por puro y simple azar... y también, ¿quién loduda? por el íntimo convencimiento de que no hay me-jor forma de justificar la propia vida que comprometerlaen el trabajo solidario...

Cubrir etapas hacia el Progreso precisa, pues, delsoporte de las distintas voluntades humanas, tanto másactivas y eficientes cuanto mayor aliciente encuentranen las oportunidades y objetivos de su campo de acción:perseguir al dividendo obliga a crear empresas, hallarel remedio a una enfermedad tienta el prurito profesio-nal o curiosidad del investigador, el trabajo de sol a solsugiere mejoras en los cultivos al tiempo que se hacemás llevadero si sus beneficios revierten sobre los seresqueridos, las carencias del prójimo son una invitación ala solidaridad, el sacrificio cobra sentido si aporta nue-vos puntos de apoyo a la ansiada realización personal...

No tuvieron en cuenta tales presupuestos los artí-fices de la «obra de colectivización» más radical y máslarga (1917-1991), cuyo rotundo fracaso acabamos decomprobar. Hablamos, claro está, de la «experienciasoviética», en que «la providencia del Estado da la mis-ma seguridad a los zánganos que a los ciudadanos res-ponsables».

Quien afirma eso último es el antiguo jerarca supre-mo de la URRS (hoy Comunidad de Estados Indepen-

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dientes), Miguel Sergiovich Gorbachof, padre de la Per-estroika.

Quería ser la Perestroika el revulsivo de un anquilo-samiento burocrático cual había resultado ser todo elaparato administrativo y doctrinal en que descansabala pervivencia de una antigua, antiquísima, revolución.Ahí se defiende que «son las personas, los seres huma-nos con toda su diversidad creativa, quienes construyenla historia», algo que se da frontalmente de bruces con-tra el dogma básico del materialismo histórico según elcual son los modos y medios materiales de producciónlos que hacen la historia, con independencia de la vo-luntad de los hombres que la sufren y la viven.

Pero Gorbachof, sin rodeos, apela a las diversas con-ciencias de sus conciudadanos para pedirles «un pocomás de esfuerzo» en correspondencia «al alto nivel deprotección social que se da en la Unión Soviética», lo que«permite que algunas personas vivan como gorrones».

Menos gorrones y más trabajadores conscientes yresponsables venía a decir el antiguo carismático secre-tario general para incurrir luego en una flagrante con-tradicción hija, sin duda, de su formación política: «Nose trata de crear una imagen de un futuro ilusorio paraluego imponerlo en la vida, porque el futuro no nace delanhelo, sino de lo que nos rodea, de las contradiccionesy tendencias del desarrollo de nuestro trabajo común.Olvidarse de esto es una fantasmagoría».

Que parte de su discurso no era más que una obliga-da concesión a los viejos principios y que, en el fondo,Gorbachof otorga mucha más fuerza «determinante» a lalibertad responsable que al «determinismo materialista»parece ser evidenciado cuando asegura: «Si una personaes firme en sus convicciones y conocimientos, si es mo-ralmente fuerte... será muy capaz de capear las peores

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tempestades». «En la actualidad, sigue diciendo, nuestraprincipal tarea consiste en elevar espiritualmente alindividuo respetando su mundo interior y proporcio-nándole «fuerza moral»».

«Todo será posible, vuelve a insistir Gorbachof enel marco de la Perestroika que, «significa una constan-te preocupación por la riqueza cultural y espiritual,por la cultura de cada individuo y de la sociedad en suconjunto».

Es, como se observa, una revalorización de aquellaética que no pretendía trascender el convencionalismo.No es, ni mucho menos, la moral del compromiso.

Cuando se dice «Perestroika es eliminar de la socie-dad todas las distorsiones de la ética socialista y aplicarcon coherencia los principios de la Justicia Social. Es lacoincidencia de hechos y de palabras, de derechos y de-beres. Es la exaltación del trabajo honrado y altamentecualificado, es la superación de aspiraciones rastreras aldinero y al consumismo»..., no se dice más que lo que cabeen un político que conoce la fuerza de las consignas gran-dilocuentes. En consecuencia, no logran más que fugacesadhesiones hasta el próximo choque con la realidad.

Falta bastante más para abrir cauces a la libertadresponsabilizante, para optimizar los canales de motiva-ción en que se apoya el progreso de las sociedades...para que resulten operativas leyes que minimicen abu-sos, corrupciones y atropellos; para que se multipliquenlos focos de emulación positiva en ambiente de libertad.

¿Es una llamada a la «integración sentimental» sufi-ciente para poner en marcha el cúmulo de solucionesque requiere una situación de penuria tanto en lo eco-nómico como en lo moral?

Sin duda que se favorece el progreso si «el obrero setransforma en propietario y el campesino en amo de la

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Tierra»; si el Poder asume y ejerce su papel de armoni-zador entre bienes y libertades; si cobra constructivafuerza la iniciativa privada hasta adaptar medios y mo-dos de producción a las necesidades de la Comunidad.

Para construir un ilusionante futuro, eso que se lla-ma «voluntad política» ha de ser bastante más que uncatálogo de buenas intenciones u ocasional retórica: Porlo menos, debe elaborar y desarrollar un «realista y su-gestivo proyecto de acción en común» a la medida de laspropias «circunstancias».

Será éste un Proyecto tanto más pertinente cuantomás despierte abundantes y progresivas conversiones alTRABAJO SOLIDARIO desde una OFERTA DE MOTI-VACIONES y variadísimos cauces para la APLICACIÓNPROFESIONAL.

Ojalá surja esto rápida y definitivamente en ese fan-tástico laboratorio de experimentaciones democráticasinaugurado a la caída del «muro de Berlín». Seguiríaluego el proceso de recuperación o conquista de liberta-des y subsiguiente progresivo bienestar tanto menoslento cuanto más efectivo resulte el contagio de genero-sidad, persona a persona.

Abrir el cauce a la libertad responsabilizante signifi-ca volver los ojos a la Realidad, a un mundo en que todose hilvana según el modo de vivir y de pensar de loshombres, a quienes, justamente, repele y debe repelercualquier intento de anulación personal, cualquier ex-periencia de colectivización (sea ésta con viejos o nue-vos colores): es rechazable cualquier experiencia políti-ca en que el protagonismo no es otorgado a los hombresy mujeres con irrenunciable aspiración a traducir enbien social su libertad.

Para los servidores de las nuevas y viejas democra-cias pocos objetivos se presentan tan claros como el de

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la urgente «universalización» de oportunidades, bienesy servicios.

Es un objetivo que, en el aquí y ahora, obliga al desa-rrollo de cualquier iniciativa útil que mejore la forma devivir del menos afortunado. Ello es imposible al margende la «óptica empresarial» (todo eso de proyecto, inver-sión, organización, control y motivante rentabilidad).

Tanto mejor si, incluso, las inquietudes espiritualesfluyen y crecen por cauces «materiales»: «El pan del pró-jimo debe ser para ti la principal exigencia espiritual»dijo Nicolás Bardief, el que fuera compañero de Lenínhasta ver en el Cristianismo la mejor y más segura víade realización personal.

VI.- MARXISMO Y «TEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN»

Se trataba de alcanzar una mayor justicia social, «dehablar menos y de actuar más», se dijo hace unos años(G.Nenning, Warum der Dialog starb) a propósito delinterminable diálogo sobre el teórico entendimientoentre creyentes y ateos. Sin un «condicionante diálogo»,sugiere ese mismo Nenning, que dice hablar en nombrede la «Teología de la Revolución», se podría llegar másallá y, desde las filas del propio Cristianismo procla-mar: «El diálogo ha muerto, viva otra forma de entendi-miento. El diálogo clásico ha muerto, viva la revoluciónllevada comunitariamente por cristianos y marxistas».

Desde el estricto sentido común, cabe preguntar¿cómo es posible compaginar el uso la libertad y la ge-nerosidad (valores genuinamente cristianos) con la con-frontación por sistema que asumen los marxistas o so-cialistas?

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Claro que, a nivel personal y desde el respeto a lasrespectivas creencias (o increencias), cabe siempre elcordial entendimiento sobre tal o cual acción puntual;pero, aún desde ese nivel, ya es imposible ponerse deacuerdo sobre cualquier estrategia revolucionaria o depermanente confrontación.

Cuando se asumen la generosidad y la libertad comoperennes valores de acción social las pautas de diálogocon quienes no piensan como nosotros requieren pru-dencia, constancia y respeto, pero no renuncia a los fun-damentos de nuestra Fe: «la disposición a escuchar, apermitir que el punto de vista del otro se comuniquepor su propia boca, sin someterlo a un prejuicio, el reco-nocimiento de los principios lógicos y éticos y del axio-ma de la contradicción, la obligación imprescindible a laverdad y el respeto frente a la libertad del hombre»(M.Spieker).

Un breve repaso a la historia de los últimos añosilustra cumplidamente sobre las dificultades de acuer-do en torno a una acción social de orientación inequívo-camente progresista: desde el lado de los no cristianosse insiste en los posicionamientos materialistas, en quela tregua o pacto no es más que una parte de la estrate-gia de la irrenunciable confrontación, en que el respetoo tolerancia tienen el límite que marca las convenien-cias del Partido cuando no revisten el carácter de «aso-ciación de lucha»... mientras que, del lado de los cristia-nos no puede haber nada contrario a la libertad, pruden-cia y generosidad.

En consecuencia, son éstos últimos los que, en conti-nua disponibilidad para el entendimiento, nunca podránrenunciar a su Verdad a la que, por razones de propiaexperiencia, de historia y de testimonio de Aquel que«todo lo hizo bien», aceptan como único camino para

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amorizar la tierra y consecuente remedio a tantas ytan palmarias injusticias sociales.

Sin duda que, si se trata de diálogo entre cristianosy marxistas, será más fácil si, por parte de éstos últi-mos se acepta como base las inquietudes y generosida-des del joven Marx (en que se hicieron fuertes revisio-nistas como Bernstein) que si se insiste en un «funda-mentalista» ateísmo o en las frías consignas por que sehan regido tantas revoluciones, abusos de poder y co-rrupciones: en definitiva en tantas ignorancias o torpesusos de la libertad. Los cristianos, por su parte, partici-parán en el diálogo sencillos como palomas, pero pru-dentes como serpientes.

Y habrá entre todos Libertad Responsabilizante,que, alimentada por una irrenunciable Generosidad,hará posible el responder a la necesidad de proyectarsocialmente lo mejor de cada uno.

VII.- ¿SOCIALISTAS ANTES QUE MARXISTAS?

Cuando Anselmo Lorenzo, líder «obrerista» español,visita a Carlos Marx (1870-Londres), se muestra sor-prendido e, incluso desconfiado ante el caudal de «cien-cia burguesa» que derrocha el padre del «socialismocientífico». A su juicio, para humanizar el mundo del tra-bajo, huelga el referirse a Hegel o a Adam Smith y Ri-cardo. En consecuencia, se extraña de que Marx se pier-da en la maraña de leyes dialécticas y componendas eco-nómicas sobre las cuales pretende edificar su materia-lismo y subsiguiente revolución proletaria.

Eran los tiempos de la predicamenta visceral de untal Fanelli, discípulo de Bakunín, célebre teorizante del

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«comunismo libertario» o anarquismo. Se abría Españaa la revolución industrial en un clima de carenciasancestrales para los más débiles, esos mismos que resul-tan fácil señuelo para los predicadores de facilonas, efí-meras y ruidosas libertades; son libertades imposiblesporque nacen sin raíces en lo más real del propio ser y,por lo mismo, pretenden crecer desligadas de una seriareflexión personal.

Eran aquellas unas rebeldías elementales en que pocafuerza tenía la fiebre racionalista que privaba entoncesen los grandes movimientos ideológicos de otros paísesen vías de desarrollo. Era el español un terreno escasa-mente abonado para idealismos hegelianos o marxistas.

Era la España que no se encuentra cómoda en el pa-pel de sombra de Europa a que parecen condenarla nopocos teorizantes de entonces, la España que siente ensus entrañas la necesidad de roturar caminos propiospara perseguir su realización, la España creyente y es-casamente burguesa, la España que hace de la Religiónsu principal preocupación incluso para presumir deirreligiosa.

Se hablaba entonces de la Primera Internacional,víctima a poco de nacer de la rivalidad entre MiguelBakunín y Carlos Marx. Ambos habían soñado capitali-zar las inquietudes sociales de los españoles: el primeroenvió al citado Fanelli y Marx a su hija Laura y al mari-do de ésta, Pablo Lafargue.

Sabemos que los primeros movimientos españolesde rebeldía preferían el «anarco-sindicalismo» al lla-mado socialismo científico. Muy probablemente, incli-naron la balanza a favor de este último personajes comoPablo Iglesias (1850-1925), marxista ortodoxo en la líneade Julio Guesde y Lafargue; la tal ortodoxia sufriósubstanciales modificaciones a tenor de estrategias

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electoralistas de divulgadores como Indalecio Prieto oBesteiro, quienes, de hecho, han orientado al socialismoespañol a posiciones cercanas o lo que hoy se conocecomo social-democracia; son actualizaciones que en-cuentra paralelo en casi todas las corrientes colectivis-tas de los países industrializados.

Una rápida visión sobre la evolución del colectivis-mo en España nos muestra cómo ha sobrado esponta-neidad irreflexiva o adhesión electoralista y ha faltadooriginalidad en la precisión de la teoría: sin reservas,puede decirse de cualquiera de las variantes del colecti-vismo español que es doctrina estrictamente foránea.

Lo es también el LAICISMO RACIONALISTA quelos divulgadores españoles del colectivismo practicarony contagiaron a sus seguidores. Aun hoy, cualquier co-lectivista que se precie, presumirá de agnóstico cuandono de apasionadamente irreligioso, detalle que ponende manifiesto en ocasiones solemnes como la «promesa»de un cargo público en lugar de un rotundo y compro-metedor juramento.

La evidente escasez de raíces autóctonas en la for-mulación del colectivismo español (socialismo o comu-nismo) es el resultado de diversas circunstancias.

Reparemos en cómo, allende los Pirineos, la evolu-ción de las teorías e ideas sufrió el fuerte impacto de lacorriente burguesa entre los españoles diluida por pecu-liares sucesiones de largos acontecimientos como la in-vasión musulmana, la forzada convivencia entre muyencontradas formas de entender la vida, la ausencia degenuino feudalismo, la llamada Reconquista, el descu-brimiento, subsiguiente colonización y evangelización denuevos mundos, las fuertes vivencias religiosas...

Por demás, lo que llamara Max Weber «espíritu delcapitalismo» nunca se desarrolló en España con el in-

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condicionado empeño que facilitaron sus más directoscompetidores: no ha contado con los soportes «morales»esgrimidos por la teoría calvinista de la predestinación;en la medida en que lo hicieron Inglaterra, Holanda,Francia e, incluso Portugal, no se ha alimentado de lasangre y sudor de otras razas; ni, tampoco (al menos,hasta hace unos años), fue capaz de aligerar las concien-cias al mismo nivel de las clásicas figuras del «darwinis-mo social»: todos esos que amasaron inmensas fortunasen enormes campos de trabajos forzados o en los prime-ros siniestros montajes industriales servidos por losmás débiles o con menos fuerza para hacer valer un mí-nimo derecho.

Por los avatares de su propia historia, resultó difícilque en España prendiera ese desmedido vuelo de la fan-tasía que se autocalificó de «idealismo especulativo» ycuya paternidad hemos podido otorgar a la ideologíaburguesa o ARTE DE ENCERRAR A LO TRASCEN-DENTE EN LOS LÍMITES DE LO MEDIBLE.

Ello no quiere decir, ni mucho menos, que Españahaya marginado las grandes preocupaciones de la vida ydel pensamiento; tampoco quiere decir que haya negadosu atención a los trabajos de los más celebrados pensa-dores extranjeros.

A ellos se ha referido con más o menos adhesión a lapar que contaba con caminos de discurrir y estilos devida genuinamente españoles.

Recordemos cómo el pensar y hacer de los hispanostiene ilustres referencias que, en ocasiones, han resul-tado ser piedras angulares de concordia universal; cómomarcan peculiares cauces de modernidad pensadoresespañoles al estilo de Luis Vives, Francisco Suárez, Te-resa de Jesús, Juan de la Cruz, Cervantes, Balmes, Do-noso Cortés, Unamuno, Ortega, Zubiri...

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Expresamente, entre los grandes pensadores de la«Modernidad», hemos incluido a los «místicos» españolesmás celebrados en todo el mundo. Hemos de reconocerque, en su trayectoria vital e intelectual, estuvo presen-te un riquísimo mundo de ciencia política, arte, filoso-fía, teología... a las que veían y aceptaban como camposde acción a los que hacer llegar la voluntad de Dios, quereviste a todo lo Real de sentido.

Aun hemos de recordar cómo en la época más fecun-da de la Historia, la madre España pare a Don Quijote,engendrado por un «espíritu renacentista» el cual, a di-ferencia de otros «espíritus nacionales» del Renacimien-to, se niega a incurrir en el esclavizante culto al Acapa-ramiento: es, recordemos, el caballero antiburgués quese alza contra los «hidalgos de la Razón» (Unamuno).

Gracias a todo ello, resulta difícil en España la conso-lidación de una irreal vida que pudiera imponer el grega-rismo, sea éste respaldado por los grandes nombres de lacultura racionalista. Muy probablemente, el español me-dio no sea ni mejor ni peor que el pakistaní o el islandésmedio... pero cierto que, con carácter general, no ha de-sertado aun de su compromiso por proyectar algo de símismo hacia una pequeña o grande parte de su entorno.

Pero, en la última mitad del siglo XIX, España entraen un período de «desvertebración», que podría decirOrtega. Con la progresiva desvertebración de Españacoincide una ostensible ignorancia de lo propio por par-te de no pocos intelectuales situados. Es así cómo, conprogresivas raíces en las capas populares, llegaron aEspaña las secuelas de la Reforma, del Racionalismotardío y de las diversas formas de hedonismo que pare-cen anejos a la sociedad industrial: desde el siglo XVIIson abundantes los círculos «ilustrados» que hacen de lacultura importada su principal obsesión.

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Es así como cobran audiencia los clásicos santonesdel capitalismo individualista (colectivista también porla conciencia gregaria que en él se alimenta), delenciclopedismo o del socialismo, todos ellos aliñadoscon un visceral odio a la Religión.

Pronto, estudiosos habrá en España que echen enfalta un sucedáneo de la Religión con fuerte poder deconvicción: habría de ser una especie de puente filosófi-co entre los grandes temas de la cultura y de la prácticamitinera.

Para cubrir tal laguna hubo gobierno que, admira-dor fervoroso del moribundo idealismo alemán, creóbecas ad hoc. Beneficiario de una de ellas fue JuliánSanz del Río (1814-1869).

Cuando llegó a Alemania, Sanz del Río ya sentía ex-traordinaria simpatía por un tal Krause. Lo de Krause,profundamente burgués y nada «meridional», quería seruna posición de equilibrado compromiso entre el másexagerado idealismo y las nuevas corrientes del materia-lismo panteísta. Sanz del Río se propuso propagarlo enEspaña desde el soporte que le brindaba el Catolicismo.

El krausismo que divulgó en España Sanz del Ríoquería ser más que una doctrina, un sistema de vida. Yhete aquí como un pensador de tercera fila cual era con-siderado Krause en el resto de Europa, a tenor de lascircunstancias del momento (era lo laico lo más «in») yde la protección oficial, fue presentado en España algoasí como el imprescindible alimento espiritual de losnuevos tiempos: era una especie de religión hecha desueños idealistas y de apasionados recuerdos históricosaplicables a la certera interpretación de todo un cúmulode inventados determinismos. Pronto, de la mano deGiner de los Ríos, cobrará extraordinaria audiencia del«Instituto Libre de Enseñanza (1876)», que vivió al calor

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del krausismo y es ineludible referencia cuando se hablade la «secularización» de España.

Nace así lo que podría ser considerado el principalfoco de la «Intelligentsia» española, a cuya sombra sedesarrolla la intelectualidad de personajes comoSalmerón, Castelar, Pi y Margall o Canalejas.

Si bien está absolutamente olvidado entre la mayo-ría de los españoles, no faltan teorizantes de relevantepoder político que hacen del krausismo una base doctri-nal diametralmente opuesta a la enseñanza religiosa.

Por su breve y teatral trayectoria, el krausismo nosha dado la prueba de los limitados horizontes que Espa-ña abre a una «sistemática fe materialista», condiciónesencial para la implantación de cualquier forma de uncolectivismo genuinamente marxista.

Aun así, en la reciente historia del pensamiento es-pañol, no se cuenta con otra doctrina laica que puedacompetir con las pobres pervivencias del krausismo.

Esto último, una vez desechada cualquier referenciaa los santones históricos del colectivismo, puede ser lacausa de que algunos políticos españoles hayan queridohacer de la corta tradición krausista un camino hacia ladescristianización de la cultura española, paso previopara el desarrollo de ese gregarismo que esperan de losespañoles.

Quiere ello decir que el socialismo español (la Doc-trina más que la praxis política), aparte del marxista, nocuenta con norte ideológico de cierta consistencia. Otrotanto sucede con el anacrónico, pero recalcitrante co-munismo español.

Falto de raíces para convertirse en «alimento espiri-tual» o catálogo de respuestas a los problemas del día adía, no se puede decir que en España cualquiera de lasformas del colectivismo presente poderosa base argu-

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mental contra la creencia en la necesaria personaliza-ción a través del trabajo solidario, la libertad responsa-bilizante y la fe en el sentido trascendente de la propiavida.

Y resultará, a lo sumo, la etiqueta de un grupo conafán de gobernar o de mantener el poder. O una plata-forma de largas divagaciones en las que dancen concep-tos e intenciones, pero nunca reales apuntes sobre elsentido de la vida humana, ni tampoco sobre un posiblecompromiso nacional a tenor de nuestra trayectoria his-tórica y nuestra escala de valores.

Probablemente, muchos de los que todavía gustande llamarse socialistas (no olvidemos que es el socialis-mo la más poderosa de las actuales corrientes de colec-tivismo) no han captado la genuina y valiosa aportaciónque nuestras vivencias históricas y trayectoria culturalbrindan a la ineludible tarea de desarrollar tanto el pro-greso asequible a todo ser humano como la participa-ción personal y comunitaria en esa exigencia de lostiempos: proyectar trabajo solidario y libertad hastadonde llegue nuestro foco de influencia.

Diríase que por huir de la Realidad no faltan quie-nes se inventan un socialismo (doctrina de la «Totali-dad») con valor «per se» y sin otra capacidad de conven-cimiento que la fuerza de los votos: «Tenemos que sersocialistas antes que marxistas», dijo en una memorableocasión Felipe González.

Pero ¿qué es el socialismo sin el legado residual deCarlos Marx?

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Lección VIII. REHACER CAMINOS DE LIBERTAD

I.- VIVIR Y SER

Nadie tiene motivos para sentirse totalmente satis-fecho de lo que es: siempre podrás ser muchísimo más,pero nunca abandonado a tus propias fuerzas: porque«eres demasiado para ti mismo» (Blondel).

Desde que naciste, pudiste captar que estabas invi-tado a una apasionante aventura. Eras muy poquitacosa y podías ser mucho: tu elemental egoísmo era lacoraza de tu insignificancia mientras que tus primerosgritos eran las imposiciones de un pequeño dios prisio-nero de la condescendencia de cuantos le rodean.

Has crecido; la conciencia de necesitar al Otro teobliga a ser más humilde: Si, en otro tiempo, la zalema,el mimo o la sonrisa te bastaban para atraer a tu terre-no a la solícita y blanda mamá, ahora ya sabes que la

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colaboración de cuantos necesitas requiere de ti clarasmanifestaciones de correspondencia.

Sin duda que tu mundo se ha ensanchado a medidaque has crecido. Y tiempo es de que trates con el máxi-mo respeto dos imperativos dictados por tu propia na-turaleza.

Primero: nada se te da sin esfuerzo. Segundo: pocopuedes tú solo ante cualquier desafío de las circunstan-cias. Lo primero significa una perentoria obligación deTrabajar; lo segundo es una natural invitación a la So-lidaridad.

Alguien, mucho más retorcido que tú, pudo conven-certe de que, si lo del trabajo era verdad, también lo erael que podías sustituir el esfuerzo propio por el esfuerzode los otros y seguro que esgrimió como fuerza de con-vicción su propia forma de abordar los problemas decada día: si sabes utilizar a los otros no necesitas gran-des esfuerzos personales para vivir a tope.

Que esto último es mentira la Historia, la Naturale-za y la Vida lo demuestran continuamente. Cualquiera¿tú también? termina siendo la centésima parte de loque puede ser si se tumba a la bartola en el diverttimen-to o ignora el valor positivo de la solidaridad. Otra cosaserá si has tomado y tomas cada día de tu vida como unpaso más hacia una meta que tú mismo te puedes trazar:el perseguir un MAS-SER desde tus íntimas virtualida-des: con absoluto realismo, eso sí, pero con una plenaconciencia de que los otros, todos los otros, tienen losmismos derechos que tú y son muy capaces de prestarmayor fecundidad a tu esfuerzo.

Y no des estériles patadas al pasado: deja a losmuertos que entierren a sus muertos. Corre hacia ade-lante con los pies bien prendidos al suelo, codo con codocon aquellos que te necesitan y a quienes necesitas.

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Pero no dejes que se funda tu personalidad en la masade los que te rodean: Si eres capaz de sacarle el máximopartido a tu circunstancia (las cosas y personas próxi-mas a ti), podrás, cordialmente, asumir el compromisode apurar al máximo la irrepetible aventura de tu pro-pia vida.

II.- SER Y POSEER

Las capacidades del planeta Tierra no son ilimita-das. En consecuencia nadie puede considerarse con de-recho exclusivo sobre un ápice de lo que le sobra y nece-sitan otros. Es algo que, desde muy antiguo, se conside-ra grabado en la Ley Natural.

Claro que es la propia Ley Natural la que dice queel hombre no puede considerarse como tal si no es libre.Es en uso de esa libertad cómo algunos (de cualquierescala social) optan por acaparar y otros (también decualquier escala social) por compartir.

En las sociedades colectivistas o estatificadas no seha logrado suprimir el acaparamiento; es, si cabe, másinsultante en cuanto su principal punto de apoyo es unatediosa, fría y agobiante burocracia, nacida de una pre-via, envidiosa y violenta usurpación de derechos

Por contra, en otro tipo de regímenes, el afán de aca-paramiento, latente en una buena parte de los hombres,tropieza con el freno de la libertad de los otros; ahí secuenta con las leyes penales y fiscales que son tanto máspositivas cuanto más facilitan el desarrollo de la libreiniciativa de las personas y subsiguiente proyección so-cial de las respectivas capacidades.

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En las sociedades industrializadas según las pautasde economía de libre mercado, el encauzamiento de laslibertades de iniciativa corre a cargo de los públicos oprivados administradores del dinero.

Aquí los capitalistas o administradores de dineroson tan importantes o más que los profesionales de lapolítica: en gran medida, sea directa o indirectamente,asumen la responsabilidad de formular leyes; desde supedestal también marcan pautas de conducta, definenniveles de prestigio social, realzan o destruyen persona-lidades... Ejercen poder.

El ejercicio del poder mediante el manejo de la he-rramienta dinero despierta envidia y rivalidades pero,por sí mismo, no es necesariamente negativo. En el tipode sociedad en que nos movemos es, incluso, necesarioen tanto en cuanto constituye uno de los más fuerteshilos con que se teje la red de las relaciones entre unosy otros.

Pero también es cierto que el simple hecho de de-tentar títulos de propiedad o administrar dinero no en-riquece al propio ser, el cual evoluciona hacia más, yalo hemos dicho, por estrictos caminos de Trabajo Solida-rio (o CREADOR por que es solidario).

Los títulos de propiedad y el dinero no alteran nipueden alterar la estricta condición humana en su prin-cipio y en su fin temporal, en su nacimiento y en sumuerte; pero, en cuanto soporte material para el trabajopersonal y en función de su utilización, sí que puedenenriquecer o empobrecer el Ser.

El Tener o poseer no es, por sí mismo, enemigo delSer: es un medio o instrumento para desarrollar unalabor social positiva o negativa. En el primer caso, entraen armonía con el Ser; en el segundo caso, actúa comouno de sus más enconados enemigos.

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Ahí radica la diferencia ética substancial entre ACA-PARAR y COMPARTIR, entre POSEER por POSEER yADMINISTRAR (término más propio) para progresaren el CAMINO HACIA LA LIBERTAD.

III.- UN COMPROMISO VITAL

Ante un cuadro de Holbein representando a Cristoyacente, lívido y con signos de próxima descomposición,la sensibilidad de Dostoyeski estalló en rebeldía: si laputrefacción sugerida por el cuadro es prueba de aniqui-lamiento de la carne, Jesús de Nazareth, pudriéndose,deja de ser Cristo, deja de ser carne, deja de ser hom-bre... y no puede ser Dios si resultó incapaz de dominara la muerte («Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe»,diría San Pablo).

Es conocida la tormentosa crisis espiritual del ge-nial escritor ruso hasta que, en el confinamiento deSiberia y tras la paciente y repetida lectura del NuevoTestamento, reencontró la genuina Personalidad deHombre-Dios al que necesitaba como asidero y punto dereferencia para su trayectoria vital: ve a Cristo muypróximo, pegado a sí mismo, y, al mismo tiempo, infini-tamente por encima de todo lo humanamente concebi-ble. Encuentra en El al Ser capaz de dar total sentido ala vida de sus amigos tanto que, cuando le hablan deque todo puede ser un mito, responde: «Si alguien medemostrase que la historia de Cristo no es verdad, meaferraría a la mentira para estar con Cristo».

Son muchos los que, como Dostoyeski, descubren laapabullante lógica de perderse en Cristo para lograr laculminación de la propia personalidad.

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En la vida terrena, Jesús de Nazareth situó al hom-bre en su real dimensión; mostró y demostró que elhombre, por vocación natural, no es un acaparador oanimal que defiende su «espacio vital» en razón de loslímites de su imaginación, al amparo de su fuerza o po-der y en lucha continua con sus congéneres; tampoco esel hombre un ser obligado a derrochar las energías desu pensamiento perdiéndose por lo insubstancial o sim-plemente imaginado.

Según el testimonio de Cristo, tiene el Hombre unavocación a la que consagrar todas sus energías, tieneuna historia exclusiva que forjar, una trascendencia queasegurar, una específica función social que cumplir en elespacio y en el tiempo ... Es decir, la trayectoria vitalde cada hombre debe resultar un bien social o, parahablar en el lenguaje de los tiempos, un eslabón de pro-greso.

Porque es Dios, Cristo trajo con Él a la Historia bas-tante más que ese apunte de realismo: desde que Cristovivió, murió y resucitó, los hombres contamos con laPRESENCIA HISTÓRICA DE LA GRACIA. Es laGracia una real proyección del favor de Dios, un valiosoalimento que desvanece angustias y da energías paramantener con tenacidad una actitud de continua labo-riosidad, de fortaleza, de Amor y de Fe.

Por la Presencia Histórica de la Gracia y con el Tra-bajo Enamorado que nace del COMPROMISO por se-guir los pasos de Cristo, se abre el camino a la más fe-cunda proyección social de las propias facultades.

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IV.- LA GUERRA, EL AMOR Y LA HISTORIA

Nos gusta creer, ya lo hemos dicho, que evolucionatodo lo que responde positivamente a las potencias delAmor: ¿Por ventura, no se aprecia ya un remedo deamor en la partícula más elemental cuando, siguiendoel Plan General de Cosmogénesis «participa» en la for-mación de una realidad material superior?

Para ello ha necesitado volcar hacia lo otro parte desu energía interior... y sintonizar con la Energía Exte-rior de la que podría decirse que está permanentementeobsesionada por abrir caminos de más ser a todo lo queopta por la Unión.

No obstante tan ilusionante hipótesis que parte dela creencia de que cuanto existe es una IRRADIACIÓNDE AMOR, son muchos los que, a lo largo de la Historia,han preferido aferrarse al supuesto de que, al principiode todo, está la animosidad o contradicción total.

Entre los de la Antigüedad, el más celebrado de lospromotores de esta singular y descorazonadora teoría esHeráclito el Obscuro, que vivió allá por el siglo V antesde J.C.: Defendía el tal Heráclito «que es siempre uno eigual a sí mismo lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dor-mido, lo joven y lo viejo... todo se dispersa y se congregade nuevo, se aproxima y se distancia». Según ello el Futu-ro es consecuencia de la permanente oposición entre rea-lidades en permanente oposición porque «la guerra es lamadre de todas las cosas» según la voluntad de un «diosque es el día y la noche, invierno y verano, guerra y paz,saciedad y hambre, un ser permanentemente cambiante».De ser así no tiene sentido conceder a las cosas ni siquie-ra un tilde de «energía interior», no cabe la mínima res-ponsabilidad al hombre, no hay sitio para la libertad... yla Energía Exterior se ajusta a las leyes del Capricho.

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Pero lo de la guerra como «madre de todas las cosas»cuajó fuerte en un apasionado defensor de Napoleón y ala vez mentor de los progres de su tiempo: GuillermoFederico Hegel que suscribió una particularísima visiónde la Dialéctica con su famosa Ley de Contrarios comopunto de partida.

Esto de la Ley de Contrarios entusiasmó al tandenMarx-Engels hasta el punto de que toda su producciónintelectual, desde el «Manifiesto Comunista» hasta la«Crítica del Programa de Ghota» pasando por «DasKapital», gira en torno al dogma de que «la historia delMundo es la historia de la lucha de clases»

Se ha llamado dialéctica a esa forma de entender eldesarrollo de las cosas y de los hechos de los hombres.

A nosotros, en cambio, nos resulta infinitamentemás razonable el aceptar, CREER, que la partícula máselemental, por su mismísima razón de ser, estaba yaanimada por una energía interna capaz de responder ala invitación de la Energía Exterior; la positiva res-puesta a tal invitación obedecía y obedece a la universaltendencia a lo más perfecto por caminos de «unión quediferencia» (o personaliza): lo que se une, más que per-der su «esencia», sigue siendo lo que era, pero, esta vez,en un escalón superior del ser.

Será unión y complementariedad, no confusión ni,mucho menos, oposición. Lo que es válido en las partícu-las elementales, lo es en mayor medida en los organis-mos de más en más complejos: observado en detalle unátomo, se observa que es, en la asociación, en donde to-man relevancia las partículas infinitesimales que lo in-tegran; aparecen diferentes y «necesitadas» las unas delas otras hasta componer una realidad con mayor senti-do o trascendencia.

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Y así hasta un ser capaz de reflexionar sobre su pro-pia reflexión, capaz de vivir la formidable aventura de lalibertad.

La natural tendencia a la unión es un fenómeno ve-rificable en las relaciones del Todo con cada una de suspartes y de éstas entre sí, aunque ello sea por imperati-vo de las leyes físicas y de esa otra suprema ley de laConvergencia Universal.

En el instinto animal puede verse un ejemplo derespuesta individual a eso que llamamos suprema Leyde la Convergencia Universal, a la que parece ajustarseese Plan General de Cosmogénesis.

Ese instinto no puede llamarse amor: le falta Li-bertad.

Hasta el Hombre, es de forma involuntaria cómo lasdistintas realidades materiales participan en lo que, sinrebozo, puede llamarse perfeccionamiento del Universo(lo que otros, simple y llanamente, llaman Evolución)..Es el Hombre el primer ser histórico capaz de, por pro-pia voluntad, acelerar o retrasar ese perfeccionamientodel Universo; lo hace en la medida que desarrolla sucapacidad de amor.

Por Amor, obviamente, entendemos la ofrenda vo-luntaria de lo mejor de uno mismo al Tú (una persona otodo un mundo de personas con Dios en su Centro).

Los grandes trazos de la Historia de los hombres sonvivencias de amor o desamor hacia el propio entorno.Lo positivo fue y es siempre un «vuelco de lo personal alo social», expresión de amor que se alimenta de cons-tancia, disciplina y perenne sentido de que lo Universalprima sobre lo particular: TRABAJO SOLIDARIO comopersonal eslabón hacia el Progreso.

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V.- LA TÉCNICA Y EL TÚ

La Técnica no es, como proclamara Spengler, el artede aplicar la inteligencia a la explotación de Otro. Es,como habría señalado Teilhard, la progresiva acción so-bre las cosas por parte de la «Noosfera», ese histórico yACTIVO caudal de pensamiento, que cada generaciónaplica a la resolución de sus problemas.

Los grandes descubrimientos, las grandes conquis-tas de la Ciencia, han sido posibles por sus raíces en elpasado: hay todo un cúmulo de postulados, fórmulas,herramientas, teorías, premoniciones... previas al acon-tecimiento y que han entrado en la formación y motiva-ción del héroe protagonista. Ello ha sido evidente entodas las ramas del humano saber o descubrir, desde losgrandes viajes a la complejísima elaboración de un chip.

Es el momento de proclamar que la principal funciónde algo tan específicamente humano cual es la Técnica,capaz de amaestrar las fuerzas naturales, es la cobertu-ra de las más perentorias necesidades de todas y decada una de las personas que pueblan el Planeta.

Toda la parafernalia de la Técnica actual es un mo-numento al sarcasmo si, sirviendo para calmar el ham-bre y la sed de todos los habitantes inteligentes delplaneta, se aplica a fortalecer las históricas desigualda-des entre personas y pueblos cuando no a herir sin re-medio a la previsora Tierra.

Es evidente que la Tierra y la Técnica dan de sí losuficiente para que las palmarias e insultantes caren-cias de la actualidad desaparezcan.

Estoy, pues, obligado a reordenar mis ideas sobrecuanto yo necesito, que no puede ser más de lo que túnecesitas. Desde este punto estoy obligado a reflexionarsobre todo lo que yo, con determinadas facultades y

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medios «heredados», puedo hacer para que la Tierra y laTécnica evidencien su prodigalidad y la distribución debienes resulte más equitativa.

Son muchos los que piensan que el camino de la Evo-lución ha llegado a su cenit. Que las cosas son como sony que estamos en el mejor de los mundos posibles porlos siglos de los siglos. Que la Justicia social no dependede mi propia capacidad de entrega, de mi trabajo, de mivoluntad de compartir...

No permitas que caiga en esa trampa: hay muchopor hacer y de ese mucho por hacer hay una parte quedepende de mí, hoy muy pequeño en relación con logrande que puedo ser. ¿No será que yo mismo he de serpromotor de mi propia evolución y que ésta resultarátanto más segura cuanto más me ocupe en resolver tuscarencias?

Para resolver tus carencias tengo que potenciar lopersonal (he de ser lo que puedo ser) y volcarlo hacia losocial (compartir en lugar de acaparar).

Y resultará que la más segura forma para conquistarsucesivas etapas de mi particular «más-ser» es ser útil alos demás desde la progresiva aplicación de mis faculta-des personales a la racional explotación de los mediosmateriales que la historia y mi particular circunstanciahan situado bajo mi responsabilidad.

Sea, pues, pobre o rico, grande o pequeño, culto oinculto, blanco o de color... a mi alcance habrá siempreuna ocasión y una forma de ser más útil a los demás.Ello hace que mi ser y mi capacidad de acción, por muypequeños que sean, resulten un punto más de apoyo a laprosperidad y armonía universal. Tanto mejor si mi vo-luntad sintoniza plenamente con los poderosos mediosmateriales del momento

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VI.- TODO EN TODOS

Nada ni nadie ha demostrado que, por virtud decualquier fuerza extraña a nuestra comprometida vo-luntad, haya un mundo o futura situación en que se pre-mie el gregarismo.

En nuestra época, estamos de enhorabuena cuando,a la par que asistimos al derrumbe de no pocos mitosideológicos y a la comprobación de que no es posibleprogreso alguno sin libertad, observamos una abierta«cristianización» de las más avanzadas conclusiones dela Ciencia.

En la propia Teología se va haciendo sitio a la Me-tafísica de la Unión en detrimento de la tradicionalMetafísica del Ser, considerablemente, menos progre-sista.

Gracias a este indiscutible «aggiornamiento», seacepta que el «ser participado» no es un simple convida-do de piedra al divino festín de la Creación: por graciay virtud del amor con que ha sido distinguido desde laprimerísima etapa de su Génesis (en forma de polvocósmico, tal vez) el hombre es co-realizador de esa su-blime Obra. Bástale con que aplique sus personalesenergías a apagar el hambre, la sed, el frío... de los quemás lo necesitan.

Al espíritu generoso podrá ya sacudirle el escalofríode un nuevo sentimiento: se ve a sí mismo como un im-portante ser que ha sido amado desde toda la eternidady que, revestido de la libre facultad de responder a eseamor, ve abierto y avanza por un camino de inimagina-ble plenitud: por la generosa aplicación a la tarea diariade sus personalísimas facultades, será libre y conscientehacedor de una historia cuya orientación progresista es,en parte, su propia responsabilidad.

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Pero no está solo: porque en Belén, desde la propiacondición humana, el Creador del Universo se asoció enlibertad a todos sus hermanos, los hombres y mujeresque, a partir de entonces, habrían de poblar el Mundo.

De esa asociación en libertad se alimenta la másrealista manera de amorizar la Tierra: Ciencia, Trabajoy Fe, factores de una ilusionante y muy positiva formade Amar, de crear el soporte comunitario de que precisala progresiva eliminación de servidumbres e injusticias.Todo ello superando mil ocasiones para el desalientoporque... no nos engañemos, falta mucho camino por re-correr.

Pero, entretanto, contamos con una clara Luz paradescubrir y seguir el Camino. Es mucha la tarea y débi-les son nuestras fuerzas; pero ahí está la Gracia denuestro Dios, que es, también, nuestro Hermano Mayor.

En el caudal de la Gracia encontramos energía sufi-ciente para, en correspondencia a los derechos de to-dos nuestros semejantes, culminar la labor de cada día.

Es así cómo el día a día nos brinda múltiples ocasio-nes para forjar el propio ser en estrecha sintonía con laRealidad.

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Lección IX. LIBERTAD Y RECURSOS PARA TODOS

I.- HOMO FABER, REY DEL UNIVERSO

Hemos aceptado como palmaria Realidad que lascosas de este mundo habrían existido y podrían seguirexistiendo sin que el hombre hubiera hecho acto de pre-sencia. Lo contrario, también lo hemos apuntado, es unaaberración del subjetivismo idealista cuya más destaca-da sistematización se inicia con el pretencioso «Cogito»cartesiano.

Pero también es cierto que la Tierra no sería la mis-ma sin la presencia del Hombre: es tanto más pródiga omás tiránica cuanto más o menos el hombre aplica suinnata libertad a discurrir sobre la propia utilidad so-cial y, consecuentemente, aplica sus facultades perso-nales a desarrollar tal o cual tarea que requiere el biende sus semejantes.

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Ello nos invita a reconocer que la Tierra es tal cualpara que el hombre desarrolle su capacidad de TrabajoSolidario, es decir, de Amor proyectado hacia las cosasútiles para el prójimo.

Eso mismo nos enseñanza la Historia. Por ella vemosque es incontrovertible el hecho del Progreso hacia ma-yor libertad y bienestar, a pesar mismo del afán de aca-paramiento de unos pocos que entorpecen el caminohacia un más rápido y equitativo reparto de bienes yoportunidades.

Obviamente, ese camino estará entorpecido con máso menos profundos baches y será tanto más lento cuan-to menor libertad responsabilizante rija las relacionesentre personas y pueblos.

Esa libertad responsabilizante, lo sabemos bien,nace y se alimenta de un reflexivo entronque con la Rea-lidad en todas sus dimensiones.

Por otra parte, no se puede decir que esté definitiva-mente descartado el peligro de una dramática regresiónque azotaría también a cuantos ahora se tienen por pri-vilegiados. Sabemos que algo así ha sucedido, repetidasveces, en el Pasado: recordemos, sino, el ejemplo de ci-vilizaciones al estilo de la maya, egipcia, griega, romanao, más cerca de nosotros, hitleriana o soviética. La tra-gedia de la «ciudad alegre y confiada» puede repetirseuna y otra vez...

Ello cuando nunca, como ahora, se vislumbra la via-bilidad de solución a los grandes problemas, ello cuandose ven tan al alcance de la mano los medios para resol-ver las carencias más acuciantes: sea para erradicarenfermedades endémicas en ciertas latitudes, para co-lonizar una buena parte del litoral marítimo, fecundizaramplias superficies de desierto o multiplicar por diez laproducción ganadera...

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¿Por qué no se hace? Simplemente, por la escasez delibertad responsabilizante y, también, por la fuerza einercia de bloques de intereses históricamente consoli-dados. Por tales bloques de intereses se mantienen alpairo cuando no castradas las voluntades que habríande poner en marcha la nave de una elemental equidad.

El propio interés económico se encuentra negativa-mente afectado por tal actitud: ya es demostrable que losmedios de producción, que constituyen el alma de lasempresas modernas, han de mantenerse al pleno de suactividad si no se quiere que resulte catastrófica la pre-via inversión. Otro tanto sucede con las entidades nacio-nales, cuya infraestructura, producto de mucho dinero yde muchos años de esfuerzo, precisa estar empeñada ennuevas y más amplias proyecciones. Esta es una lecciónque, por el interés, aunque fugaz, fácil e inmediato olvi-dan tanto los gerifaltes del Banco Mundial como los líde-res de la sociedad MOMENTÁNEAMENTE opulenta.

Demostrado está que, a medio plazo, una sociedad secondena a sí misma si frena o estrangula sus posibilida-des de expansión. Son posibilidades de expansión a de-sarrollar ¿quién lo duda? allí donde sea posible, es de-cir, en cualquier lugar del mundo en que vivan potencia-les consumidores o clientes.

Mal negocio es, pues, cortar vuelos a la máquina pro-ductiva.

Otra cosa es que, al amparo de la más progresivaciencia, proyectos y voluntades se orienten hacia dondelas carencias resulten más evidentes. Se abren así nue-vos campos en que desarrollar las conquistas del Trabajoy de la Técnica, lo que, sin duda, pronto arrastrarámotivantes beneficios para inversores y protagonistas.

Para que se multipliquen en la medida de lo necesa-rio tales soluciones bueno será que cuantos tienen poder

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para ello se apliquen a establecer las bases de una ma-yor «sincronización» (acuerdo en el tiempo y en el espa-cio) entre las virtualidades de la Tierra y la capacidadde iniciativa y de acción del Hombre.

La Tierra y su puente con lo Universal, el Hombre.La Tierra madre, despensa y desafío. El Hombre, prota-gonista del Trabajo solidario y creador y, como tal, padrey usuario de una Técnica al servicio de la Suficiencia.

II.- LA LEY NATURAL DEL TRABAJO

Paralela a la historia de la Tierra, se acusa el efectode una voluntad empeñada en que los hijos de la mismaTierra aprendan a valerse por sí mismos en un irrever-sible camino de autorrealización (de progresivo cami-nar hacia el PODER SER o de LIBRE PARTICIPA-CIÓN EN LA OBRA DE LA CREACIÓN).

Los científicos modernos dicen que tal proceso deautorrealización se hace ya evidente en los estadios depura química en la ocasión de tal particular y «construc-tiva» reacción entre éste y aquel otro elemento. El ca-rácter del proceso se hace más notorio en la tendenciaque a cumplir un preciso destino manifiestan los seresvivos, ya protagonistas de una fantástica y coherenteintercomunicación planetaria.

Los mismos científicos apuntan la posibilidad de unaruptura de esa intercomunicación cuando, a caballo dela imparable evolución, aparece un ser capaz de romperalgunos de los esquemas por que se rige el desarrollo dela madre Tierra.

Hasta ese momento, los hijos de la Tierra (animalesy plantas) eran lo que tenían que ser en razón de una

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evidente afinidad solidaria: unos para otros y todoscomo elementos de un complejo organismo que vive y sedesarrolla bajo el imperativo de superarse cada día a símismo.

Y resultó que el Hombre constituyó una especie ani-mal capaz tanto de acelerar la mecánica de progresivaevolución como de, en descabellada regresión, procedercontra natura.

Abriendo baches de degradación de su especie, enlínea de infra-animalidad, el hombre ha matado y matapor matar, come sin hambre, derrocha por que sí, acapa-ra con desatinada esperanza de crecerse en los despo-jos, destruye al hilo de un capricho, envilece a su propioinstinto...

Pero, también, es el hombre capaz de mirar más alláde su inmediata circunstancia; es capaz de prever lasconsecuencias de sus propios actos, de embridar al ins-tinto, de elaborar proyectos para una mejor aplicaciónde sus propias energías..; es capaz de amaestrar a algu-nas de las propias fuerzas naturales, es capaz de sinto-nizar con los más nobles pensamientos de sus semejan-tes, de dominar a cualquier otro animal, de sacrificarsepor un semejante, de extraer consecuencias de la propiay de la ajena experiencia, de educar a sus manos paraque se conviertan en el cerebro de la herramienta...

Por sus particularidades, el Hombre es el único ani-mal capaz de responder libre y constructivamente, aldesafío que lanza a sus hijos la madre Tierra.

Por que así entraba en los objetivos de la Creación,los más evolucionados de los hijos de la Tierra nacieroncon la particularidad de gustar las hieles y las mieles dela libertad. Eran reyes con capacidad de destruir oconstruir; eran invitados al festín de la Creación sinotras galas que sus facultades personales, sea para pro-

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mocionar la fecundidad de la tierra, para descubrir lossecretos y virtualidades de las cosas o para organizarcualquier núcleo de vida social.

Y sucede que la Tierra, gracias al Hombre, cobra unanueva dimensión: cuenta con un semejante al Creador,con alguien que pueda colaborar con el propio Creadoren algo que ella «siente» necesario: su propia AMORI-ZACIÓN o natural ejercicio de madre providente.

Es el Trabajo, llamada o imposición de la naturalezaa los seres inteligentes, el medio por el cual el Hombredescubre a su igual y le muestra su amor.

El producto del Trabajo es el sello del Hombre sobrela Tierra.

III.- TRABAJADORES Y PARÁSITOS

La «selectiva» PROMOCIÓN DE ESPECULADORESy mentores del dinero fácil y socialmente estéril favoreceostensiblemente a cuantos «ven venir las cosas» puestoque gozan de «información privilegiada» y están en situa-ción de alterar tal o cual foco de atracción crematística.

Obviamente, los recursos de una Nación deben serencauzados hacia la cobertura de las necesidades decuantos la integran.

Dicho esto y reconocido que, sin libertad, no es posi-ble una mínima optimización de esos recursos, al PoderPolítico, administrador de tales recursos y garante quedebe ser del ejercicio de esas libertades, compete neu-tralizar y no promocionar la especulación estéril, el aca-paramiento abusivo y el despilfarro (criminal por que,normalmente, se alimenta de ahondar las perentoriasnecesidades de los más débiles).

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No es de recibo el que un Poder Político presente aldinero aventurero como más atrayente en detrimentodel dinero eficiente o aplicado a la recolección, transfor-mación y distribución de bienes. A la hora de elaborarpresupuestos, legislar, promocionar o establecer siste-mas impositivos... debería mostrar claro trato preferen-te a la función de crear y no a la de acaparar, abusar odestruir.

Cierto que nuestra economía aun vive a la sombradel cínico «ius utendi et abutendi», ahora respaldadopor lo que, impropiamente, se considera «determinanteentramado mundial de la Economía». Pero un buen pre-visor y leal administrador cual debe ser el poder políti-co, para reconciliarse con el servicio al bien común, usa-rá de las herramientas que tiene a mano para que, efec-tivamente, los canales, modos y medios de riqueza (títu-los, fábricas, máquinas, infraestructuras, bienes consu-mibles o no consumibles y dinero) caminen orientadoshacia la más social rentabilidad.

El Poder Político cuenta (o puede contar) con el preci-so conocimiento de las más perentorias necesidades socia-les y también con poderosos y puntuales medios de acción:el aparato fiscal, la reglamentación del crédito y el uso deno pocos alicientes para la inversión productiva.

Por ello está en el deber de ingeniárselas para que,por ejemplo, el dinero más rentable sea aquel que seaplique a la efectiva creación de riqueza y, por consi-guiente, a la multiplicación de los puestos de trabajo,cuya principal y más directa consecuencia habrá de seruna más equitativa distribución de esos mismos recur-sos con el consiguiente positivo tirón de toda la econo-mía nacional.

Desde esta óptica, es forzoso reconocer que no me-rece el aprobado un político que, desde el poder, poco o

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nada hace por promover el desarrollo y subsiguienteproyección social del llamado Producto Interior Bruto.

Claro que de este político poco se puede esperar siese factor de acaparamiento e inflación que es el gastopúblico improductivo, más que ser reducido a su míni-ma expresión, se agiganta hasta alcanzar monstruosasdimensiones.

Ese tal político, para cubrir sus torpezas de mal ad-ministrador suele acudir a lo que se llama emisión dedeuda pública, recurso positivo cuando se aplica a lacreación y mejoras de infraestructuras, fluidez del cré-dito, educación e investigación, promoción de empleo...pero malévola trampa cuando su único objeto es cubrirla pervivencia e incremento de una costosísima y estérilburocracia.

La austeridad, transparencia y utilidad social delgasto público es elemental exigencia que los electoresdeben recabar de los elegidos, tarea harto dificultosa siestos mismos elegidos sufren de la borrachera de poderque imparte el Primer Gestor.

También es exigencia del Bien Común y directa res-ponsabilidad del Primer Gestor que vividores, aventure-ros y especuladores tropiecen con serias dificultades paracometer impunemente sus acostumbradas tropelías.

IV.- LA DEMOCRATIZACIÓN INDUSTRIAL

En la moderna Sociología Industrial se acepta comocontundentemente demostrado que una racional Orga-nización requiere el desarrollo de lo que se llama demo-cratización industrial.

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Esta democratización industrial ha de ser compati-ble con la autoridad que requiere la puntual toma dedecisiones en virtud de las variadas situaciones; sondecisiones precisas y comprometedoras que, por lo tan-to, han de ser asumidas con responsabilidad personal.Podría decirse que el propósito de avanzar hacia la de-mocratización industrial, más que minimizar, pone derelieve la existencia de una autoridad que vele por elcontinuo encauzamiento de la realidad empresarial ha-cia la cobertura de los objetivos comunes. Entre esas dosaguas, de libertad y de autoridad, ha de moverse la di-rección.

Por eso se dice que la Dirección, más que una técni-ca, es un arte. Efectivamente, el buen Director muestrae invita, pero también, corrige y ha de hacerlo puntual yfirmemente. Según ello la eventual democracia indus-trial se apoya más en la personal sensación de que laresponsabilidad se nutre más en un íntimo saboreo de lalibertad de opción en cada peculiar esfera de actividadque de largos y tediosos debates sobre ese yo opino tancorriente en los foros políticos. El Director, pues, ade-más de «arriesgarse» a tomar decisiones que a nadie másque a él comprometen, ha de velar por el trabajo en li-bertad de sus subordinados; esto del trabajo en libertadpodrá, pues, ser el objetivo que se marque la llamadademocracia industrial animada, repetimos, por el Em-presario o Director.

Este tal tiene andada la mitad del camino si cuentacon la adecuada Organización o soporte en que se han demover hombres y medios hacia la cobertura de los obje-tivos propuestos.

Si lo de la Dirección tiene mucho de arte (eso que sellama el oportuno uso de la mano izquierda) la Organi-zación es, fundamentalmente, técnica. Es técnica no so-

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lamente por usar positivos medios de acción sino tam-bién por que se apoya en los determinantes del compor-tamiento humano y del más eficaz funcionamiento delos elementos materiales (entorno, dinero, máquinas yherramientas).

Los excesos y exageraciones de lo que se llamó Orga-nización Científica del Trabajo o Taylorismo, que tratabaal hombre como el apéndice de una máquina, desperta-ron una contundente réplica que condujo a la revalori-zación del Factor Humano y consecuente serio interéspor desarrollar las RELACIONES HUMANAS en todoel ámbito de la Organización. Se prodigaron las investi-gaciones y estudios sobre la Organización y la Direcciónhasta concluir en la inequívoca deducción de que, entodos los esquemas organizativos y en la regular líneade acción de los directivos, cabe aplicar muy precisasnormas científicas capaces de optimizar las relacionesindustriales hasta convertir a la Empresa en una CO-MUNIDAD DE TRABAJO PROGRESIVAMENTERENTABLE E IGUALITARIA PORQUE ES PLENA-MENTE PRODUCTIVA.

Tales normas científicas que habrán de presidir, díaa día, la actividad empresarial no es un lujo privativo delas grandes empresas. Podría decirse, incluso, que esuna necesidad tanto más acuciante cuanto más modestosson los recursos con que una empresa ha de encarar sufuturo. Por supuesto que ello implica una bien definidapolítica de planificación, acción y control, cuyas coorde-nadas básicas habrán de constituir el ABC de las pre-ocupaciones del empresario.

Expresión gráfica de una elemental Organización esel Organigrama, esquema fundamental que ha de ilus-trar tanto el marco de las decisiones como los diversoscanales de comunicación de una Empresa.

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El Organigrama es considerado la estructura óseade la Empresa y, como tal, ha de ser proporcionado ycapaz de facilitar los flujos y reflujos de movimientos ydecisiones, al estilo de un organismo vivo y dinámico.

Partiendo del principio de que no hay jefe que puedacontrolar a más de seis subordinados ni subordinadoque pueda aguantar a más de un jefe directo, resultamonstruoso lo que se llama Egograma que implica unared de «relaciones radiales» desde el «jefe» hasta cual-quiera de los estamentos sin otras intermediaciones quelas ocasionales de cualquier «cortesano» o las puramente«técnicas».

Es, por el contrario, motivante un Organigrama queexprese y presida las relaciones mutuas en línea pira-midal sin sobresaturación de autoridad, con pública yrespetada claridad en la delegación y sin «interferen-cias marginales».

En una empresa de esas características sí que esposible la libertad en sintonía con unos bien precisadosobjetivos: los niveles de responsabilidad han de compe-netrarse, lo que significa que todos los integrantes delequipo empresarial «están obligados» a una democráticacomunicación en todas las direcciones, siempre, claroestá, en base al «sagrado respeto» a los números, a suvez, garantes, de la viabilidad futura y, por lo tanto, denuevas oportunidades para cuantos ven en el Trabajo lamás segura vía de realización personal.

Todo ello, de hacerse realidad, es un ataque frontala los presupuestos y vivencias del colectivismo marxis-ta, dormidera que sigue con evidente efectividad.

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V.- EL DINERO COMO HERRAMIENTA

Sientes necesidad de ir a algún sitio con un dineroque te han dejado tus padres a Plazo Fijo. No te acabade llenar lo de ese X % y, muy probablemente, ni siquie-ra un hipotético 2X %. Para ti el dinero es hacer cosasy, también, PODER.

En tu equipaje entran también las ideas. Las ideashan de ser muy claras y aplicables a una evidente de-manda del Mercado. El dinero (o el Crédito) ha de sersuficiente hasta tanto las ideas no se «materialicen» enmercancías capaces de proporcionarte algo más que laautosuficiencia. Esa materialización de las ideas ha re-querido el soporte de una infraestructura: locales, orga-nización, red comercial, producto...

La meta es lo que se llama objeto social de la empre-sa, algo destinado a cubrir una parcela de las necesida-des o apetencias de tu entorno: debe sintonizar con unainequívoca aspiración tuya e ir respaldada por lo que sellama viabilidad económico financiera.

Son los compañeros de viaje, el factor humano, lomás importante con que cuentas. Todo lo demás, debesreconocerlo, son medios o instrumentos

El factor humano debe ser reconocido por ti algo enparalelo con tu propia realización personal y, por lomismo, condición primordial de tu éxito. El factor hu-mano no es, pues, un medio sino un fin.

El factor humano es variopinto, inestable y comple-jo; pero es también susceptible de certera motivación.En gran parte, depende de ti su grado de colaboración.Sin duda que tus empleados te obedecerán puesto queeres tú el que firma los cheques; pero ¿estás seguro deque sintonizan con tus proyectos, de que hacen suyos losobjetivos de tu empresa? Esto de la plena integración

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de tu gente, más que como el principal problema, tóma-telo como un apasionante desafío.

Si tienes las ideas claras, un proyecto que respondea una necesidad social, una capital que facilite el despe-gue y has acertado a despertar la voluntad de colabora-ción en tus compañeros de viaje, estás ya en el caminodel Exito,

Deberás, eso sí, ejercer el arte de dirigir, aplicar lastécnicas de la Organización, mantener los gastos en sujusta proporción y acertar a sacarle partido a las moder-nas herramientas de gestión: Podrás promover y desa-rrollar una Comunidad de Trabajo.

Por Comunidad de Trabajo se entiende, claro está, ala Empresa, esa importante unidad social compuesta demateria gris, brazos, dinero y herramientas.

Si eres empresario, cabe que pienses otra cosa: ¿quésé yo? que la Empresa es algo así como una generosísi-ma vaca lechera con sus ubres siempre dispuestas o unaescalera por donde tú, solito, puedes alcanzar la luna...

Desde esas imaginadas cimas ¿serás capaz de pen-sar que puedes hacer lo que te venga en gana con lasposibilidades de la obra que administras (lo que llamas«mi empresa»), que el manejo del dinero te coloca enuna privilegiada posición para jugar a rey Midas o queel mejor obrero es un mono amaestrado? Cuidado,Taylor no lo quiso reconocer; pero te aseguro que unmono amaestrado sale carísimo. Y, a nada que discu-rras, habrás de compadecer al pobre rey Midas que mu-rió por hambre.

Como la de cualquier otro hombre, la principal obli-gación de un empresario es la de ser realista; obviamen-te, la primera realidad con que tropiezas eres tú mismo:lo de quien eres, qué puedes y hacia donde vas está yestará siempre pegado a ti. No puedes pensar, como

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aquel famoso Hegel, eso tan bobo de que «si la realidadno es como yo pienso, es problema de la Realidad».

Para muchos empresarios eso tan bobo de que la rea-lidad ha de ser estrictamente como yo pienso no es tanraro como, a primera vista, pudiera parecer: son mu-chos los hombres de negocio que niegan lo que no quie-ren ver, que se hacen particulares ideas sobre la organi-zación, las relaciones humanas o el poder del dinero...

Por favor, querido amigo, ése no puede ser tu caso:esfuérzate en encuadrar todo lo que te rodea en una es-tricta realidad en que, por supuesto que sí, hay cosasque tienen infinitamente más valor que el dinero o, loque es igual, esa cosa a la que se llama ciego materialis-mo, tan progresivamente desprestigiado por la Reali-dad. Tu Realidad y la Realidad de los otros.

Mucho tienes que ver con la realidad de los otros,voluntades o variadísimas fuerzas en perenne flujo yreflujo. Seres libres con ansia de saber por dónde y ha-cia dónde van.

En lo que toca a la relación con sus compañeros deTrabajo o al tratamiento de lo que realmente constituyela base sólida de una Empresa son muchos los empresa-rios que se dejan conquistar por la clásica tentación delAprendiz de Brujo y, como no puede ser por menos,caen en la trampa del pedante y atrevido muchacho:terminan siendo juguetes de lo que no han acertado aencuadrar en los objetivos de su Empresa.

Te lo digo a ti, empresario pegado al pie del cañón,no simple especulador o rentista. Eres genuino empre-sario en tanto en cuanto estás en la Empresa con un di-nero (no te pregunto de dónde viene) y con tu saber diri-gir y hacer. Eres un trabajador, no puedes negarlo, y tuEmpresa, ya lo dije al principio, es una Comunidad deTrabajo.

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No es empresario, lo sabes bien, todo el que tienedinero y, entre muchas de las cosas que puede hacer,opta por montar una empresa de cuya trayectoria sesiente simple espectador con la mano puesta en el grifode se chequera para cerrarla o abrirla en función de sucapricho o de cualquiera nueva tentación del Mercado.

Genuinamente, Empresario es la persona que aplicaun dinero y todo su saber hacer a un proyecto concreto,la Empresa.

Este nuestro empresario ignora o no quiere saberque, en circunstancias equis, los bonos del Estado, cual-quier toma y daca ocasional o el «dolcce farniente» deflotar sobre las mil favorables corrientes del dinero cen-trípeto y fácil... son más propicios a su patrimonio queel ilusionante riesgo de una Empresa.

El capitalista no-empresario cultiva su propia esca-la de valores, entre los cuales no cuenta el trabajo dis-ciplinado ni la obsesiva preocupación por PERSONA-LIZARSE en el seguimiento de un proyecto a largo pla-zo. Es, por demás, un «mass-media» que ni siquieraacierta a sacarle buen jugo a su dinero, esa creaciónhistórico- social (trabajo cristalizado, que diría CarlosMarx).

El dinero sirve para bastante más que para apabu-llar a los otros o para proporcionar lo que se llaman pla-ceres materiales: sirve para facilitar una de las másacuciantes exigencias de la condición humana, la exi-gencia de perseguir una parte de felicidad, esa mismaque gira en torno a una muy realista convicción: para sermedianamente feliz debo «mascar» la utilidad social demi propia vida y de sus raíces con la Realidad. Pobredel adinerado que así no lo comprende: está condenadoa la definitiva mediocridad hasta ser sorprendido poruna muerte en radical soledad

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Nuestro Empresario, por el contrario, es un serpara quien cuentan los demás; por que ama la vida, sim-patiza con su entorno; por que no está muy seguro demerecer esa parcela de poder que da el dinero, lo utili-za como una herramienta, lo que le convierte en un tra-bajador más con reconocidos derechos por parte de losotros trabajadores.

Como trabajador consciente del valor y certera apli-cación de su herramienta, el empresario está obligado avigilar su cuenta de explotación: no será, pues, buenempresario quien carece de preocupación por un benefi-cio que no se ha de confundir, ni mucho menos, con elsimple interés: el beneficio es una necesidad funcionalde la empresa y el fertilizante de un futuro sin sorpre-sas traumáticas.

Los otros trabajadores, tus compañeros, ponen enjuego diversas cosas: su tiempo, su experiencia, su fan-tasía, su capacidad de reflexión, sus piernas y sus bra-zos... valores muy entrañables suyos y que a ti te intere-sa resulten lo más fecundos posible: de esa fecundidad,ni más ni menos, depende el éxito de tu Empresa.

Estudia, pues, la realidad de tus compañeros ypégate a ella: te aseguro que todos y cada uno de ellosson personas y son distintos, pero todos con un particu-lar resorte que tú no tendrás más remedio que pulsarpara que, en la justa medida, sintonicen con los objeti-vos de tu Empresa en plan de personas y no comomiembros de un rebaño.

Unos y otros formaréis un dique contra el materia-lismo rampante de burgueses y marxistas y, solamentepor ello, abriréis nuevos caminos de Libertad.

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VI.- LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA

En donde, probablemente, se aprecia con más con-tundencia el gigantesco paso que, en muy pocos años, hadado la ciencia aplicada es en la informática al uso denuestra generación

Aunque recién llegado, ya insustituible SOPORTEFÍSICO de la viabilidad de un sinnúmero de actividadeshumanas es el Ordenador o Computadora.

Es la más sofisticada, la más poderosa, la más lim-pia y la más barata de las herramientas que ha inventa-do el Hombre. Aunque, vulgarmente, se le llama orde-nador no es, propiamente, alguien o algo que ordena:por sí mismo ni tiene conciencia ni tiene sentido de laproporción y, ni mucho menos, voluntad: mal puede,pues, ordenar. Está bien repetirlo: no es, ni más ni me-nos, que una herramienta al servicio del que la usa.

El PC es heredero natural de aquellos complicadosmamotretos de los años sesenta que solo la Administra-ción, oficinas de servicios y privilegiadas empresas po-dían permitirse el lujo de poseer. Ahora se puede adqui-rir por menos de lo que vale una motocicleta.

Pura física, el PC no encierra ningún misterio: apoya-do en las sorprendentes propiedades de los semiconducto-res, eso que se llama el «hardware» (lo físico, eléctrico,electrónico y mecánico) es una muestra de la rápida evolu-ción de la tecnología que, en no más de veinte años, haabaratado costos e incrementado prestaciones hasta lo in-decible. Un portátil del tamaño de una máquina de escribires más rápido y poderoso que aquel complejo de cables,unidad central, perforadoras, clasificadoras... que reque-rían toda una gran sala y una multitud en plena actividad.

Paralelo ha sido el progreso en lo que se llama «soft-ware», o conjunto de órdenes y códigos (programas) que

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empujan, canalizan, depuran y optimizan la informaciónen la medida de nuestras necesidades: ejemplo claro deello son programas standard de contabilidad de sencillí-simo manejo, procesadores de texto o los llamados «pa-quetes integrados», ideados de tal forma que, con unmínimo de estudio, facilitan al propio usuario la elabo-ración de programas a la medida.

Los números son el «esencial modo de acción» delOrdenador tanto que el punto de partida de cualquiergrafismo es un número; exagerando un poco, podría de-cirse que el principio metafísico de la computadora esel ser o no ser (el pasa o no pasa que se veía tan claro enla vieja y entrañable tarjeta perforada) reflejado en lasimbología del 0 y el 1, componentes del llamado siste-ma binario: ¿fue una premonición de la computadora loque dictó a Pitágoras la peregrina afirmación de que losnúmeros son la esencia de todas las cosas?

Poniéndonos más a ras del suelo, hemos de concederlea la Computadora la virtualidad de agilizar y simplificarhasta lo inimaginable cualquier cálculo, algo tan útil paraestablecer previsiones, medir resultados, corregir desvia-ciones, establecer sistemas proporcionales de remunera-ción... para, en una palabra, dirigir y ello a la medida decualquier actividad de las usuales en el mundo moderno

Por ejemplo, elaborar un Presupuesto y establecerun subsiguiente Control Presupuestario, era un lujo in-asequible a la pequeña o, incluso, mediana empresa porno hablar de cualquier trabajador autónomo que cultivauna huerta y vende sus productos en el Mercado o diri-ge un pequeño taller; hoy, con una mínima preparación,algo así está al alcance de cualquiera, tanto que no exis-te razón alguna para que no lo adopten.

¿Acaso no debe ser el punto de partida de cualquierimportante decisión empresarial el apreciar, en el justo

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momento, la medida económica de la Empresa? Pues esocon la nueva y evolucionadísima herramienta que es laComputadora es coser y cantar para cualquier trabaja-dor autónomo o para el más modesto de los empresa-rios. Por demás, el Ordenador es una herramienta queescribe, archiva, recuerda, dibuja, comunica, resuelve...

La Computadora no es inteligente (soberbia tonte-ría eso de la inteligencia artificial); pero en sus micros-cópicos recovecos pueden encontrarse y de hecho seencuentran infinitas pruebas de la inteligencia del hom-bre quien, en definitiva, puede y debe apoyarse en elartilugio con lo voluntad de tenerle siempre en su «te-rreno».

Si ya se hace impensable el ejercicio de cualquierprofesión liberal (e, incluso, artesanal) sin el uso de unPC o Computadora, en donde se acusa su absoluta nece-sidad es en el ámbito de la Empresa, de la Educación ode cualquier servicio administrativo. Aquí el campo delas prestaciones es, prácticamente, ilimitado.

Pero son mayoría las pequeñas y medianas empresasque tienen su Computadora, simplemente, como soportede un programa de Contabilidad. Es una pena que igno-ren o descuiden las muchísimas cosas que, sin especialesfuerzo, puede ayudar a hacer el más sencillo PC: desdeescribir miles de cartas en unas horas hasta, de formainstantánea y exacta, tomarle el pulso a cualquier inci-dente del día a día, pasando por su extraordinaria capaci-dad para, con el programa adecuado, hacer maravillososdibujos en relieve o «adivinar» las líneas de un artilugiocapaz de desafiar a las leyes de la Aerodinámica.

Ha sido tan rápida la evolución (galopante revolu-ción, podría ser considerada) que, diríase, a todos nosha cogido desprevenidos. En la práctica, son mayoríalos potenciales beneficiarios que, pegados a la anquilo-

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sada rutina, no aciertan a subirse al tren o, en el mejorde los casos y a duras penas, encuentran un humilderincón en el vagón de cola.

Por contra, otros muchos (incluidos los estudiososde la Informática) se sumen en el vértigo de tan enor-mes posibilidades hasta que, incapaces de digerirlasordenada y disciplinadamente, sufren el desbordamien-to de su capacidad de asimilación. La consecuencia es otirar la toalla o estancarse en el diverttimento, que paraeso también sirve la computadora.

Unos y otros, por muy distintos caminos, incurrenen pobreza de uso de tan poderosa herramienta cual esnuestro PC.

Para sacarle buen partido a esa vertiginosa revolu-ción en los sistemas y modos de información y gestión seimpone una postura de EQUILIBRADO INTERÉS, des-de tu peculiar circunstancia. Cómo primera medida yen certero análisis de tus actividades y proyectos, ha-brás de hacer una serena clasificación de tus carencias,dar un repaso a las posibilidades de tu Computadora,interesarte por el Software o colección de programas atu alcance y... enfrentar con optimismo un futuro en elcual una buena parte de las tediosas actividades huma-nas pueden ser desarrolladas por esa máquina hoy ya alalcance de cualquiera y capaz de «erigirse en cerebro»de cualquier ingenio mecánico.

En paralelo, se han desarrollado máquinas, «brazosmecánicos» y «sensores» capaces de sustituir a los senti-dos y desarrollar más rápida y eficazmente una ampliaserie de duros trabajos desde mover montañas hastadirigir un pequeño artilugio hasta millones de kilóme-tros: gracias al conjunto de fuerza y precisión, se puedendesalinizar las aguas del mar, administrar las lluvias,robar energía eléctrica al aire, regular calor y humedad

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en los invernaderos, incrementar a voluntad la produc-ción de carne o pescado...

Son posibles realidades al servicio de la iniciativa delos más emprendedores y generosos.

En este punto es de justicia recordar a Aristótelespara quien «el trabajo servil seguirá existiendo hastaque las lanzaderas y los plectros se muevan por sí so-las».

Ha llegado esa ocasión: son inimaginadas cotas delibertad en el desarrollo del trabajo diario; son nuevasposibilidades de acortar distancias entre las distintasformas de trabajo, entre las diversas situaciones de loshombres y también entre los mundos.

VII.- NUEVOS CAMPOS DE EXPANSIÓN ECONÓMICA

En la economía de los países desarrollados, se echanen falta dos muy asequibles canales de expansión: Elprimero a partir de la reorientación de los recursos dis-ponibles y potenciales en línea con la actualidad tecno-lógica; el segundo en base a una muy posible «marsha-llización» del ámbito comercial: Aplicar las fantásticasvirtualidades de los semiconductores a la promoción delas Tecnologías Intermedias (de fácil y económica apli-cación a la pequeña industria, a la agricultura, a la gana-dería, a las piscifactorías, a los servicios) e iniciar conlos países «en vías de desarrollo» una innovadora políti-ca comercial con objetivos a medio y largo plazo. (¿Quéhabría sido de la moderna economía americana sinaquel «Plan Marshall», al que los más timoratos (o, gro-seramente, egoístas) tildaron de arriesgado y que, dehecho, se reveló como oportunísimo para promotores y

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beneficiarios, estos últimos totalmente arruinados poruna devastadora guerra?).

Tras el estrepitoso fracaso que representa el es-trangulamiento del consumo primario y subsiguienteproductividad (responsabilidad muy directa para los G7o Gurús del Mercado) las circunstancias actuales tien-tan la fecunda iniciativa de países que, como el nuestro,están a medio camino entre la tiranía de los grandesflujos de capital y la economía de la supervivencia.¿Quién mejor que nosotros para el desarrollo de lasenergías alternativas, la explotación racional de moder-nos cultivos o la distribución hacia los activos y poten-ciales clientes de los cuatro puntos cardinales?

¿Acaso falta imaginación para convertir en «renta-bles consumidores» a esas cuatro quintas partes de laHumanidad que pasan hambre? ¿Puede alguien poneren duda el tirón que ello representaría para una econo-mía a la altura del desafío de los tiempos?

Una nación como la nuestra, tanto por su estratégicasituación y trayectoria histórica como por su capacidadproductiva y nivel de desarrollo, puede muy bien servirde puente entre las facilidades que brinda a la Suficien-cia la nueva industria y la inmensa multitud de países«en vías de desarrollo», algunos de ellos buenos vecinoscon voluntad de entendimiento y otros muchos herma-nados por la sangre, la lengua y la cultura.

Por lo mismo, un país industrializado que vele conrealismo por su futuro, debe resistirse a entrar en esatrama de antinaturales proteccionismos, cuya positivaviabilidad económica es harto discutible. Sorteando conarte las trabas que opone ese imperialismo de la opulen-cia y en uso de sus derechos soberanos, debe aplicar sucapacidad y entendimiento a lo que demanda una buenaparte de la humanidad deshereda, lo que, por feliz re-

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versión que demuestra la experiencia, redundará enbeneficio de los españoles.

Nuevas industrias, mayor desarrollo técnico en loespecíficamente español, más racionales cultivos (racio-nales porque se ajustarán al necesario equilibrio entremedios de explotación, recursos naturales y distribu-ción) es lo que parece demandar a gritos nuestra «natu-ral zona de influencia».

Para abrir o consolidar nuevos canales de expansión,los principales responsables de nuestra Economía habránde huir de probados excesos de papanatismo tanto res-pecto a teorías más que desprestigiadas por la ley natu-ral y la experiencia como a dictados de los opulentos quecontinúan apurando al máximo las posibilidades que parael acaparamiento les ha brindado su insolidaria trayecto-ria histórica. Mayor libertad y viabilidad de éxito ofreceel desarrollo de iniciativas consecuentes con la demandade otros países menos celosos de sus privilegios.

Por supuesto que, dado el carácter de los grandesgrupos de intereses cual el Mercado Común, el libredesarrollo de la INICIATIVA NACIONAL no implicaruptura alguna de nuestros actuales compromisos in-ternacionales pero sí una continua y extremada cautelaante la posibilidad de que nuestra economía siga la lí-nea que marcan las apetencias de los más poderosos.

Es un peligro que saben sortear otras naciones enuna situación no tan propicia como la nuestra.

Los condicionamientos del medio económico en quenos desenvolvemos no son tan rígidos que no permitancanalizar lo más significativo de nuestra producciónhacia áreas convergentes con las necesidades de losmenos favorecidos por el progreso material, lo que, porventurosa ley natural, presenta para nosotros razona-bles perspectivas de desarrollo en todos los órdenes.

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El marco del Mercado Común, que aceptan como rí-gido algunos de nuestros poderosos economistas, no loes tanto para países como Inglaterra, Francia, Alema-nia, Dinamarca...

Al menos, esa papanatesca tendencia a la homologa-ción, que tanto preocupa a nuestros gobernantes ¿nodebería incluir las estratégicas desviaciones que dictenuestra conveniencia y la acuciante demanda de tantosmillones de potenciales clientes?

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Lección X. COMPROMISO DE PERSONALIZACIÓN

I.- ANTE EL FRACASADO INVENTO DE NUEVOS VALORES

Asistimos a una sistemática ridiculizaron de los valo-res que la libre reflexión considera en radical sintoníacon la Realidad y que, con toda evidencia, han acompaña-do a las más productivas y generosas acciones humanas.

Ello significa un gratuito enfrentamiento con la ge-nuina realidad del HOMBRE, ser que, para avanzarhacia su plenitud, necesita la forja en el trabajo solida-rio y en la sublimación de sus instintos, tarea imposiblesin el aliño de una fe en el sentido trascendente dela propia vida. No es una fe prendida en el vacío: suprimera referencia está en la propia NaturalezaHumana, su demostración experimental es presen-tado por la Historia (es infinito el rosario de fracasos decuantos hombres y sociedades han pretendido edificaralgo consistente desde cualquier especie de idealismo

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irracional), su más contundente aval viene del clarotestimonio del propio Hijo de Dios.

La ridiculización de lo que llamamos «sagrados yperennes valores» (la libertad, el trabajo solidario, lagenerosidad, la conciencia de las propias limitaciones...)se da de bruces con la necesidad de la proyección socialde las propias facultades. Mal se puede hacer sin senti-do del sacrificio y del carácter positivo de todas y decada una de las otras vidas humanas.

Obviamente, de la complementariedad entre unasy otras actividades y vocaciones, sin freno irracionalpara su posible desarrollo, se alimenta un Progreso,cuya meta habrá de ser la consecuente conquista de laTierra.

Son muchos los que contrapesan a los valores cons-tructivos algo que podríamos identificar con la añoranzade la selva.

El simple animal aun no ha captado el sentido tras-cendente ni de la generosidad ni del sacrificio conscien-te y voluntario en razón del propio progreso... ¿Por quéenvidiar su posición, que tal parece significar esa tancantada añoranza de la selva?

Pero, según parece, la estudiada deshumanización(o animalización) de la vida personal, familiar y comuni-taria favorece el adocenamiento general con la consi-guiente oportunidad para los avispados comerciantes devoluntades: si yo te convenzo de que es progreso DECIRNO a viejos valores como la libertad responsable o elamor a la vida de los indefensos, el dejarte esclavizarpor el pequeño o monstruoso bruto que llevas dentro...si elimino de tu conciencia cualquier idea de trascen-dencia espiritual... tu capacidad de juicio no irá más alláde lo breve e inmediato; insistiré en que las posiblesdecepciones no son más que ocasionales baches que

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jalonan el camino hacia esa abotargante y placenterautopía en que todo está permitido.

Para que me consideres un genio y me aceptes comoguía, necesito embotar tu razón con inquietudes de sim-ple animal.

Pertinaz propósito de algunas aplaudidas democra-cias europeas es romper no pocas de las viejas atadurasmorales.

Para cubrir el hueco acuden a monstruosas falaciasque «justifiquen» bárbaros comportamientos. Ideólogosno faltan que «mezclan churras con merinas» y confun-den al Progreso con cínicas formas de matar a los queaun no han visto la luz (el aborto) o «ya la han visto de-masiado» (la eutanasia o «legal» forma de eliminar a en-fermos desahuciados y ancianos).

Otra «expresión» de Progreso quiere verse en la ridi-culización de la familia estable, del pudor o del sentidotrascendente del sexo.

Se configura así un nuevo catálogo de «valores» delque puede desprenderse como heroicidad adorar lo in-trascendente, incurrir en cualquier exceso animal o sal-tarse todas las barreras naturales.

Obviamente, la razón se resiste a convalidar talesinhumanas simplificaciones; es cuando los pretendidosideólogos, con mal disimulada hipocresía, acuden endefensa de lo antinatural esgrimiendo pretendidos de-rechos de tal o cual parte.

Tal hipócrita actitud está en los antípodas del ejerci-cio de una Libertad Responsable y por lo mismo resultaseguro enemigo de un Progreso a la medida del Hombre.

Insistiendo sobre lo que, en esa línea de aberracio-nes, resulta más inhumano, habremos de proclamarcomo sagrado el derecho a la Vida de todo ser humano,incluso no nacido.

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Al terrible pisotón que se infringe al primer derechode todo ser concebido dentro de la familia humana seañade un evidente atentado al Bien Común puesto quetodos y cada uno de nosotros, por el simple hecho dedisponer de razón y de irrepetibles virtualidades, re-presentamos un positivo eslabón para el Progreso.

No hay, pues, ninguna razón para castrar las posibi-lidades de expansión de la Humanidad, cuyo desarrolloha encontrado siempre positivo eco en la respuesta detal o cual virtualidad de nuestro Planeta; solamente eltorpe acaparamiento, la inhibición o la mala voluntad delos poderosos (vicios que se alimentan del desprecio alas más elementales gritos de la propia conciencia) esresponsable de la destrucción o mal uso de los bienesque la naturaleza brinda a todos los hombres y, tam-bién, de la pervivencia de tantas calamidades y de tan-tas miserias que acosan a nuestra humana sensibilidad.

Sabemos ya que es mentira aquello que predicóMalthus de la progresión aritmética de los recursos na-turales en paralelo con la progresión geométrica delincremento de la Población. Sabemos que la Tierra nosreserva aun muy sorprendentes pruebas de su prodiga-lidad, que una certera aplicación de las herramientasque facilitan el progreso técnico sitúa tal prodigalidad ala medida de las necesidades de toda la Humanidad...¿En dónde, pues, radica el problema? En un torpe y es-téril entendimiento del propio bien.

Ante una breve consideración sobre los condicionan-tes del progreso económico ininterrumpido, vemos yacomo seria amenaza para la supervivencia de las econo-mías más desarrolladas tanto la apática inhibición per-sonal (visceral zanganería) que nace de la ridiculizaciónde los valores que la historia y la experiencia de múlti-ples auténticos héroes ha mostrado como más positivos,

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como de la ignorancia de tantas posibilidades de expan-sión universal para las propias capacidades: ello implicajustas contrapartidas que consolidarían nuestra actualposición a la par que una forma de cubrir tantas y tantascarencias de otros hombres.

En los planes de expansión de las economías nacio-nales debe figurar como prioridad esencial el no contra-venir algo que puede entrar en el llamado equilibrioecológico de que da sobradas pruebas la Naturaleza: se-gún ello es discutible esa teoría tan enraizada en la so-ciedad de bienestar: se dice que ésta resulta seriamenteamenazada sino se ponen cotos artificiales a la expan-sión de la Natalidad o que pone en conflicto el disfrutede la vida con el número de hijos lo que, evidentemente,se da de bruces con una elemental apreciación de nues-tro entorno y, en el mejor de los casos, resulta una so-lemne majadería.

Habría una razón para el voluntario estrangula-miento de la futura proyección de la pareja (noble y na-tural consecuencia del amor) si ello facilitara una másplacentera vida... ¿Quien puede afirmarlo desde la es-tricta racionalidad?

¿Por qué, entonces, desde las esferas del Poder, sedesarrolla la cultura de la «ideal esterilidad del amor»?

¿Por qué, lo que es aun más grave, se facilita la de-gradación de las madres invitándolas a la pura y simpleeliminación del fruto de sus entrañas?

¿Que esto nada tiene que ver con la Política? Porsupuesto que sí. La cabal actitud de un gobernante de-pende de su escala de valores. Existen valores, repeti-mos, que la Realidad muestra como imprescindibles alauténtico Progreso y que constituyen un todo compactode forma que la falta o adulteración de uno de ellos re-siente la viabilidad del conjunto.

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El desprecio a un derecho elemental facilita el ca-mino al desprecio del resto de los derechos... Si ya eldía a día brinda múltiples ocasiones para la ruptura delcompromiso con los dictados de la propia conciencia...Ayúdame, señor gobernante, a recorrer más airosamen-te el camino que me corresponde. No enturbie ustedcon su verborrea las luces que alimentan mi libertad.

II.- ¿DEMOCRACIA RESPONSABILIZANTE?

Una mayor utilidad social de personas o asociacio-nes (empresas de cualquier estilo) depende del medioen que se desenvuelven, es decir, de su «circunstancia».Ello coloca en primer plano a la Política, imprescindi-ble marco para el desarrollo de cualquier actividad hu-mana.

En la reflexión política resulta obligado aceptar a laDemocracia como el sistema fuera del cual no pareceviable una «homologación» con Occidente. Ciertamente,con todos sus defectos, la Democracia «es el menos malode todos los sistemas políticos posibles»; claro que haymuy distintas formas de democracia, desde la puramen-te formal a la «progresivamente responsabilizante».

Parece claro que uno de los enemigos de la demo-cracia es el exceso de «corporativismo» o tendencia adiluir en el grupo la responsabilidad de la persona.

Ese fenómeno del corporativismo generalizado ape-la, normalmente, a lo que se ha llamado y se llama «con-ciencia colectiva» supuesto que, en ningún caso, resultade la suma o síntesis de lo más noble de las concienciasindividuales: la conciencia colectiva (mejor, opinión pú-blica) es, a lo sumo, un criterio mayoritario ocasional, no

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necesariamente reflexivo pero sí que abiertamenteinfluenciable por la pertinente acción de los publicistasde turno.

Con evidente ligereza, se suele considerar a la opi-nión pública irrevocable manifestación de esa supuesta«conciencia colectiva».

Pues bien: demostrado está que la «manifiesta opinión»de las personas está influenciado no menos por lo «quepiensa que piensan los demás» que por su íntimo criterio.Este indiscutible fenómeno lleva a los analistas a concluirque, en múltiples ocasiones, la «opinión privada « de cadaintegrante de un grupo social choca frontalmente con lamanifiesta «opinión pública» del mismo grupo.

La precedente observación es un simple apunte parasituar a nuestra «reflexión política» en su justa dimen-sión en la intención de formular algunas reservas sobretópicos y dogmatismos al uso.

No es cierto que el voto de la mayoría justifique elejercicio de un voluntarismo desaforado: en Demo-cracia, los elegidos lo son para ejercer determinada res-ponsabilidad de administración y gracias, simplemente,a que, en determinado momento, suficientes personaslos han preferido a otros... ¿razonaron tal preferenciadesde un frío y desapasionado análisis o, desde la pere-zosa tendencia al mimetismo, se dejaron llevar por unacorriente nacida de un subterráneo interés respecto alcual el propio votante no tenía (ni, probablemente, ten-ga nunca) la menor idea?

El elegido lo es, fundamentalmente, para servir alelector. Este último no siempre acierta, lo que, en defi-nitiva obliga más que exculpa al elegido interesado enpreferir sus subterráneos intereses.

Obviamente, cuando pensamos en Democracia nosreferimos a una «democracia de hecho» (se descartan,

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pues, las oligarquías, las «democracias populares», lasdel partido único, las fundamentalistas, etc, etc...

Deseable consecuencia de una «menos mala demo-cracia» es el control del grupo dominante, corruptibleen función del poder que ejerce, por parte de la mayoríade los ciudadanos, a los que el número, en cierta forma,inmuniza de la corrupción: una reserva de agua cuantomás abundante mejor conserva su pureza original, ha-bría dicho Aristóteles. De ello se alimenta una más hu-mana economía, el progreso material y la equidad.

Esa eventualidad, positivo fruto de algunas demo-cracias, parece la mejor vacuna contra la tiranía, el peorde los males sociales y del que, desgraciadamente, noestán libres muchas «formales» democracias (recuérde-se el no tan lejano caso de la República de Weimar, lacual, «democráticamente», derivó en el fatídico IIIReich).

El «preventivo» control por parte de la mayoría deciudadanos está perennemente amenazado tanto por lastécnicas de sugestión de masas, que tan diestramentemanejan algunos políticos, como por los rutinarios hábi-tos de la «ciudad alegre y confiada».

En el trasfondo de esa falta de control y consecuenteatrofia del Progreso en todos los órdenes caben no po-cas responsabilidades, empezando por la responsabili-dad de los «tres poderes», complementarios y regula-dores, cada uno de los otros dos.

Sus respectivas prerrogativas e independencia, rea-les y no simplemente nominales, pueden y deben tradu-cirse en eficacia y cauce para la progresiva responsabi-lización del resto de ciudadanos.

En particular, la responsabilización del Poder Eje-cutivo, en deseable dependencia del Poder Parlamenta-rio o legislativo y con «beligerante respeto» a las leyes,

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cuya salvaguarda descansa en el Poder Judicial, debecentrarse en la administración de las cosas y el respetoa las personas, cuya libertad, dentro de los límites de laLey, es el más positivo valor de la Sociedad.

Son muchas las tentaciones que, hacia la extralimi-tación, sufre un poder ejecutivo nacido de un «corpora-tivismo» tan eficazmente servido por las listas cerradas.Claro que, para la tal corporación, las listas cerradasofrecen la «ventaja» de eternizar posicionamientos y ce-rrar el camino a nuevos valores.

Por virtud de la matemática de las listas cerradas yde la coincidencia en el ejercicio de las respectivas fun-ciones, el Poder Ejecutivo controla al Parlamento y noal revés: las listas abiertas dan prioridad a las capacida-des y no al «aparato»; la coincidencia en el ejercicio delas respectivas funciones favorece la «continuidad» almargen de la eficacia o de la «confianza» otorgada poresa discutible mecánica impartida desde arriba, es de-cir, desde el posicionamiento de un poderoso «elector»presuntamente elegible.

Sugerimos que el plazo para el ejercicio del poderejecutivo sea menor que el otorgado por la Constituciónal Poder Parlamentario; nunca igual o superior.

Sin duda que tal eventualidad implica un sistema deelección o selección distinto al habitual en las democra-cias europeas, un tanto anquilosadas por la rutina o elmimetismo. También implica una harto problemáticarenuncia a los privilegios de que gozan los políticos po-derosos en el actual sistema.

A pesar de todas las previsibles dificultades, en arasdel desarrollo de la Libertad Responsabilizante, deberíaabrirse un continuado cauce de reflexión que tradujeraen efectiva esa insuperable teoría de los Tres Podereslos cuales, para ser realmente independientes entre sí y

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complementarios unos de otros, deberían emanar de la«Voluntad Popular» por caminos distintos y, ya en elejercicio de sus respectivas responsabilidades, contarcon un inequívoco Marco Constitucional capaz de neu-tralizar cualquier exceso de atribuciones.

Resultado de ello sería una DEMOCRACIA MÁSRESPONSABILIZANTE Y, POR LO TANTO, MÁSEFECTIVA.

III.- EL LASTRE DE LA BUROCRACIA

El desorbitado CRECIMIENTO DE LA BUROCRA-CIA, que premia y alienta fidelidades, es una realidaddemasiado evidente en nuestra Democracia.

Cierto que el equipo gobernante debe ser compacto yresponder unánimemente a las directrices de un Conse-jo cuya última palabra debe tener siempre el «PrimerGestor», a su vez y ésa es una irrenunciable exigencia dela Democracia, responsable ante un Parlamento.

Por elemental imposición de la necesaria eficacia, esePrimer Gestor debe contar con atribuciones para nom-brar a sus colaboradores, quienes, a su vez, podrán desig-nar a los suyos dentro de un esquema con rigurosa preci-sión de número, funciones y nivel de responsabilidad.

Pero digamos que en el segundo nivel se acaba lapolítica para dar paso a la administración de oficio a laque cabe exigir lo mismo que en otro tipo de empresa:competencia, rigor y productividad.

Tal línea de acción habría de extenderse a las dis-tintas administraciones públicas. Sabemos que, por vir-tud de las contraprestaciones a viejas y nuevas fidelida-des, entre nosotros ocurre algo muy distinto: nuestras

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«designaciones a dedo» han superado cualquier nivel deescándalo tolerable en una Democracia. Si a eso se aña-den las «nuevas necesidades administrativas» de lasComunidades Autónomas, ya tenemos el medio millónde personas que han venido a incrementar la plantillade nuestra Burocracia (justo lo contrario de lo que seplanificó en los albores de la «Descentralización Admi-nistrativa»)

No está fuera de lugar el reparar en que no es sola-mente su prohibitivo costo el mal que nos deparan esoscientos de miles de innecesarios burócratas de ocasiónendosados como una cuña en la vieja AdministraciónPública: es la parasitaria función que alimentan con pri-vilegios, caprichos y torpezas.

Hasta ahora, los políticos en el Poder no han queri-do reconocer la fenomenal perogrullada de que el creci-miento del funcionariado acompleja las relaciones entreadministrados y administradores a la par que resultauna burla de los poderosos y ya muy asequibles mediosde gestión y de tratamiento de la información.

Puede, incluso, llegar a ser un «criminal despilfa-rro», que, por demás, no satisface a nadie: el propio fun-cionario debe reconocer que un presupuesto, por gene-roso que sea, tiene un límite, lo que quiere decir quecuantos más sean a menos tocan: pensemos en la efica-cia de la gestión y que ésta sea remunerada pertinente-mente (¿a cuanto tocarían de incremento en su sueldolos funcionarios realmente necesarios si, sobre el mis-mo presupuesto de hace diez años, la plantilla nacionalglobal, más que incrementada en ese millón de nuevospuestos de dudosa necesidad, hubiera sido ajustada alas exigencias de una «Administración Unica» y descen-tralizada en sintonía con las nuevas técnicas de ges-tión?).

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Pero, la «máquina del Estado» sigue creciendo y de-vorando recursos en proporción inversa a su eficaciacon el palmario resultado de un progresivo empobreci-miento de los súbditos y de no pocos burócratas cuyostalentos podrían tener más productiva y gratificanteaplicación.

IV.- UN SUGESTIVO PROYECTO DE ACCIÓN EN COMÚN

Un razonado y realista PROGRAMA DE RECONS-TRUCCIÓN ECONÓMICA puede animar el desarrollode un «proyecto sugestivo de vida en común», DOGMANACIONAL, que proclamó Ortega. COMPROMISO DECOLABORACIÓN INTERNACIONAL, que podríamosdecir nosotros.

No estar juntos por que así lo determina la inerciade los tiempos: ESTAR JUNTOS PARA HACER JUN-TOS ALGO.

Una Nación deja de progresar cuando falla el «direc-tor de orquesta» y cada «profesor» pretende destacar porsu particular sentido de la armonía. Desentona, claroestá, y su afán de exclusivismo o notoriedad no sirvemás que para «romper la partitura». Una Comunidad deNaciones desentona cuando cada grupo de «instrumen-tistas» va por su lado. La Aldea Global vive desorienta-da cuando la fuerza de cohesión está tan diluida, tandiluida... que no hay forma de acertar con el encaje delas imnumerables aristas (fiebre acaparadora, envidias,ansia de revancha) del rompecabezas universal

La sagrada libertad en el corazón, al principio, du-rante y al final del proyecto. Y vuelco hacia un más-serno a costa de nadie o en contra de otras personas o pue-

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blos y sí en perfecta sintonía con las exigencias de laRealidad.

Algo realizable, un proyecto incitador de voluntades«¿Para qué, con qué fin y bajo qué ideas ondeadas comobanderas incitantes?». La unión se hace para lanzar laenergía personal y comunitaria a los cuatro vientos,para inundar el planeta de nuevas ideas y de nuevosmodos de cubrir ancestrales necesidades.

En el éxito de las empresas una buena parte depen-de del sentido de la oportunidad: ¿qué mejor cauce parael desarrollo que el romper tanta manía de manipula-ción por parte de los GT y sus ocasionales portavoces,el Bundesbank, entre otros?

La Weltpolitik de los preocupados por un efectivoprogreso universal pasa por un «ambicioso afán depersonalización» sin atropellos de ningún estilo, conel desarrollo y puesta sobre el TAPETE UNIVERSALde las más ricas peculiaridades... dentro de un claroobjetivo unitario: esto último es la pieza fundamentaldel Proyecto de tal forma que, cuando falla, los buenospropósitos se desvanecen en pura retórica cuando no setraducen en retrogrado egocentrismo.

«La idea de grandes cosas por hacer engendra launificación nacional», paso previo para la «universaliza-ción en Libertad», añadimos nosotros.

Sin duda que el seguimiento de la IDEA DE GRAN-DES COSAS POR HACER, que el empeño por cubrir lassucesivas etapas de ese más que necesario SUGESTIVOPROYECTO EN COMÚN..., cuyo «privilegiados promo-tores» son los Poderes Políticos (que, naturalmente, es-tarán legitimados por el ejercicio permanente de unaDemocracia Responsabilizante) darán al traste con nopocos falaces argumentos que alimentan la peligrosaobsesión por seguir la marcha del rebaño materialista.

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Tanto mejor si todo ello encuentra un progresiva dispo-sición de personas y pueblos hacia la Generosidad.

Y habremos superado dos retrógradas herencias delMarxismo: el sentido materialista de la vida (no soy másque un animal que sabe producir lo que come y disfruta)y la despersonalización de la Conciencia (nada de lo quehago puede calificarse de moral o inmoral; la culpa delo que se entiende por Mal viene del proceso histórico yde las tiranteces entre los grupos, no de la acción de laspersonas, una a una).

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Conclusión. VERDAD, LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

«La Verdad os hará libres», dijo San Pablo. Esa esuna VERDAD por encima de «mi verdad», de «tu ver-dad», de la «verdad de tal o cual celebrado maestro». LaVERDAD ha de ser coincidente con la REALIDAD AB-SOLUTA . Las «verdades a la medida de cada uno» seránaceptables en tanto que resulten certero reflejo o directaexpresión de esa misma REALIDAD ABSOLUTA.

Desde la vieja «duda metódica» que abrió el caminoa la masificación de voluntades (al gregarismo que anu-la responsabilidades con la droga materialista) se pro-ponía y aun se sigue apuntando: ¿si la verdad no existey todo lo que me rodea no pasa de un simple sueño?

Pues échate a dormir y olvídate del resto, cabe res-ponder desabridamente. Porque está claro que el sopor-te de ese sueño no es el sueño mismo: es algo físico queposibilita las «sensaciones» en que, a su vez, se apoya lareflexión. No te pierdas, pues, en divagaciones: al me-nos, tú estás ahí. Y tú eres bastante más que puro pen-samiento o imaginación (la «loca de la casa», que diríaSanta Teresa). Sin ayuda de nadie, puesto que te bastan

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tus directas apreciaciones, sabes que vives y sientes,que dispones de sentidos que abrir a los dictados de laRealidad; sabes también que, dentro de ti, se alberganotras facultades complementarias de los sentidos: pade-ces de angustia o gozas de íntimas satisfacciones en queya poco tienen que ver los sentidos.

Le buscas razón a todo ello. Obviamente, la tal razóndebe responder a las exigencias de la Realidad y, cuan-do sientes hambre de libertad, lo más absurdo que pue-des hacer es intentar escapar de la Realidad o, lo queresultaría aun más inconveniente, intentar fijar a laRealidad tus propias normas.

Pierdes el tiempo cuando, en emulación de algún«pensador» de moda, te refugias en la estéril suposiciónde que es tu pensamiento el padre de la realidad: a lapar que ridículamente pretencioso, serás uno más decuantos han caído en la pelea por defender lo que lla-man «determinantes conclusiones de su cerebro».

La suma de mil veces una millonésima no es másque una pequeña parte de la Unidad, la hipotética sumade las coincidencias en el pensamiento de los hombres,tampoco es criterio de Verdad, que, por demás, es ante-rior y en nada dependiente de la perspectiva de todoslos habitantes del Planeta Tierra, mínima porción deUniverso.

El espíritu gregario, que tantos y tantos de nuestroscompatriotas han heredado y sufren como secuela de lallamada «pasada por la izquierda», está en las antípodasdel hombre que se siente HOMBRE porque reflexionaen libertad. Pero este hombre, que reflexiona en liber-tad, es un necio si, por su exclusivo capricho, se erigeen árbitro de la verdad y de la mentira, del bien y delmal, de lo que es y de lo que no es... y, normalmente,termina combatiendo sus angustias desde la coartada y

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refugio que le proporciona el espíritu gregario del quepretende huir.

Si no lo fue siempre, es ya estéril y vieja la corriente«racionalista», que convertida en subjetivismo idealis-ta o idealismo dogmático, fue y sigue siendo inspira-ción substancial de la Doctrina Marxista, la única que,actualmente, mantiene algo parecido a la «coherenciaideológica»!.

Recordemos cómo aquello de la «duda metódica» y laperogrullesca y clásica reflexión sobre el «cogito» al ca-lor de la estufa en la pausa de una campaña guerrera,significó la ridícula pretensión de situarse por encimade la Realidad con el único y etéreo bagaje del «yo quepiensa». Por la única virtud de tan precaria ayuda, yaera posible volar sin freno por los espacios de lo inde-mostrable y establecer categóricas conclusiones sin ha-ber rozado siquiera a la Realidad.

Mil y una utopías han sido la razón de ser de tantosy tantos autoproclamados maestros. Algunas de talesutopías cobraron carácter político. Obvio es recordar elresultado: ya sin reparos, podemos reconocer que «lautopía engendra la tiranía y el terror» (Marrou)

En los precedentes capítulos hemos intentado des-cubrir más seguro camino hacia la ansiada Libertad y,consecuentemente, hacia una mayor Justicia Social. Lohemos hecho desde las íntimas inquietudes y a travésde los dictados de la Fe, de la Historia y de las más re-cientes y concluyentes aportaciones científicas.

Permítasenos un breve y último repaso:El reencuentro con la Verdad es una natural aspi-

ración del homínido capaz de reflexionar sobre la pro-pia reflexión». El pensamiento o facultad de pensar esun natural resultado de ese fantástico proceso deCreación-Evolución que, desde el principio de los tiem-

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pos, ha cubierto sucesivas etapas que, cada día con másclaridad, la Ciencia muestra magistralmente interrela-cionadas y según una complejidad y complementariedadque desecha toda fortuita intervención del Azar.

Con todo el Tiempo por delante y con escrupulosoajuste a las leyes que rigen la permanencia y perfeccio-namiento de lo Grande y de lo Pequeño, toda la Obra delUniverso parece responder a una muestra de Amor y aun Propósito de Enamorada Convergencia en la EternaPlenitud.

Principal objeto de ese Amor es el ser físico que, ade-más de reunir en sí mismo todas las perfecciones de losotros seres anteriores y coetáneos de él, goza de unaexclusiva facultad en el ámbito de lo natural: puede co-laborar reflexivamente en la Obra de la Creación- Evo-lución.

Puede y lo hará si quiere. Pero habrá de ser enrealista uso de su libertad, lo que es tanto como en di-recta correspondencia al Amor con que es distinguido yque habrá de expresar en el trabajo diario por el biende sus semejantes.

El PARA QUÉ PIENSA Y VIVE EL HOMBRE pa-rece, pues, demostrado por los dictados de la Fe, de laHistoria y de las mas recientes y concluyentes aporta-ciones de la Ciencia: EL HOMBRE PIENSA Y VIVEPARA HACER EL MAS POSITIVO USO SOCIALDE SU LIBERTAD, nos dicta la Realidad.

Trabajar y Compartir son las más fecundas conse-cuencias de la Libertad, sin la cual carece de sentido eseespecial Amor con que el Creador ha distinguido a unser inteligente y con capacidad para trazar su pro-pio destino.

Por la Libertad, el hombre TRABAJA y COMPAR-TE y, en definitiva, se hace a sí mismo. En el camino,

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ha contribuido a la «amorización de la Tierra» (y ¿por-qué no del Universo?), tarea gratificante aunque de re-sultados desiguales, de pausada gestación y de difícilapreciación.

El perfeccionamiento de la vida social en la Tierra(eso que, con el maestro Teilhard, podemos llamar«amorización») ha sido, es y será obra de muchas genera-ciones. ¿Por qué? Porque hubo un tiempo en que ni si-quiera se contaba con un claro patrón de conducta ymucho menos con la efectiva energía que en la Historiarepresenta la Realidad de la Redención y subsiguientePresencia Viva de Jesucristo en la Historia. Porque, in-cluso los HEROES DE LA ACCIÓN, pueden fallar y,de hecho, fallan «siete veces siete».

Ahora, en que la Humanidad cuenta con la presenciaviva del Dios-Hombre, los resultados van en relacióndirecta con la ampliación del Cuerpo Místico de Cristo,el que, a su vez, depende de la progresiva conquista delas voluntades, una a una.

Claro que, a nivel personal, cada uno de nosotros seacerca a la Trascendente Plenitud (amplía las dimensio-nes de su propio Ser) en la medida que hace una mayorPROYECCIÓN SOCIAL DE SU LIBERTAD, es de-cir, en la medida que más intensa e incondicionalmentepractica el Trabajo Solidario.

Ya estamos preparados para tomar como engañorastrero toda solución fácil que margina al propio es-fuerzo y lo fía todo a una pretendida «bondad general»,a los providenciales efectos de las «leyes económicas» oal mañana de una drástica revolución.

Para aproximarme a LO QUE PUEDO SER y cola-borar en lo que se llama un «mejor orden social» claroestá que no hay otro camino que el trabajo diario en ge-nerosa sintonía con los dictados de la Realidad.

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Desde el respeto a la Verdad se hace preciso asumiruna específica, personal e ineludible Responsabilidad.Asumir esa Responsabilidad es tanto como desecharel materialismo y el opio de la conciencia colectiva,como vivir en Libertad proyectando las energías per-sonales y administrando disponibilidades ocasionalesen la única dirección que, para la vida de un hombre,tiene sentido: el Bien del Otro.

Madrid, verano del 2001Antonio Fernández Benayas