Antología Generación del 27

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Antología Vanguardias y Generación del 27 GUILLERMO DE LA TORRE Naturaleza extática A Juan Gris ArribaAbajo Un segmento de luna sobre la bandeja El corazón de la granada es un abanico del iris La guitarra la pipa y el periódico disecados como loros Palpando entre el mosaico el vidrio canta sus reflejos A través de la ventana bastidor del sol el viento afina sus cordajes Desconsolada una guitarra con las clavijas sueltas enmaraña su testa Hélices, 1923

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Antología Vanguardias y Generación del 27

GUILLERMO DE LA TORRE

Naturaleza extática

A Juan Gris

ArribaAbajo Un segmento de luna

sobre la bandeja

El corazón de la granada

es un abanico del iris

La guitarra la pipa y el periódico

disecados como loros

Palpando entre el mosaico

el vidrio canta sus reflejos

A través de la ventana bastidor del sol

el viento afina sus cordajes

Desconsolada una guitarra

con las clavijas sueltas

enmaraña su testa

Hélices, 1923

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RAFAEL ALBERTI

Si mi voz muriera en tierra…

Si mi voz muriera en tierra,

llevadla al nivel del mar

y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar

y nombradla capitana

de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada

con la insignia marinera:

sobre el corazón un ancla

y sobre el ancla una estrella

y sobre la estrella el viento

y sobre el viento la vela!

Marinero en tierra, 1925

Hoy las nubes me trajeron,

volando, el mapa de España.

¡Qué pequeño sobre el río,

y qué grande sobre el pasto

la sombra que proyectaba!

Se le llenó de caballos

la sombra que proyectaba.

Yo, a caballo, por su sombra

busqué mi pueblo y mi casa.

Entré en el patio que un día

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fuera una fuente con agua.

Aunque no estaba la fuente,

la fuente siempre sonaba.

Y el agua que no corría

volvió para darme agua.

Baladas y canciones de Panamá, 1954

VICENTE ALEIXANDRE

Mano entregada

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,

por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;

por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,

para rodar por ellas en tu escondida sangre,

como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara

por dentro, recorriendo despacio como sonido puro

ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,

oh resonando cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.

Por eso cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa

mi amor –el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,

mientras tu carne entera llega un instante lúcido

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en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,

de tu porosa mano suavísima que gime,

tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

Historia del corazón (1954)

DÁMASO ALONSO

Monstruos

Todos los días rezo esta oración

al levantarme:

Oh Dios,

no me atormentes más.

Dime qué significan

estos espantos que me rodean.

Cercado estoy de monstruos

que mudamente me preguntan,

igual, igual, que yo les interrogo a ellos.

Que tal vez te preguntan,

lo mismo que yo en vano perturbo

el silencio de tu invariable noche

con mi desgarradora interrogación.

Bajo la penumbra de las estrellas

y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,

me acechan ojos enemigos,

formas grotescas que me vigilan,

colores hirientes lazos me están tendiendo:

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¡son monstruos,

estoy cercado de monstruos!

No me devoran.

Devoran mi reposo anhelado,

me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,

me hacen hombre,

monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible

como este Dámaso frenético,

como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos,

como esta bestia inmediata

transfundida en una angustia fluyente;

no, ninguno tan monstruoso

como esa alimaña que brama hacia ti,

como esa desgarrada incógnita

que ahora te increpa con gemidos articulados,

que ahora te dice:

«Oh Dios,

no me atormentes más,

dime qué significan

estos monstruos que me rodean

y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»

Hijos de la Ira, 1944

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LUIS CERNUDA

Donde habite el olvido,

en los vastos jardines sin aurora;

donde yo sólo sea

memoria de una piedra sepultada entre ortigas

sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

donde el deseo no exista.

En esa gran región donde al amor, ángel terrible,

no esconda como acero

en mi pecho su ala,

sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

sometiendo a otra vida su vida,

sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

disuelto en niebla, ausencia,

ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

donde habite el olvido.

Donde habite el olvido (1932-33)

GERARDO DIEGO

A Ángel del Río

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

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que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

Versos humanos, 1925

FEDERICO GARCÍA LORCA

La aurora

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

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taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Poeta en Nueva York (1929-30), de Federico García Lorca

Canción del jinete

Córdoba.

Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja.

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.

Lejana y sola.

Canciones (1921-24)

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JORGE GUILLÉN

Desnudo

Blancos, rosas... Azules casi en veta,

retraídos, mentales.

Puntos de luz latente dan señales

de una sombra secreta.

Pero el color, infiel a la penumbra,

se consolida en masa.

Yacente en el verano de la casa,

una forma se alumbra.

Claridad aguzada entre perfiles,

de tan puros tranquilos

que cortan y aniquilan con sus filos

las confusiones viles.

Desnuda está la carne. Su evidencia

se resuelve en reposo.

Monotonía justa: prodigioso

colmo de la presencia.

¡Plenitud inmediata, sin ambiente,

del cuerpo femenino!

Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?

¡Oh absoluto presente!

Cántico, 1928

CONCHA MÉNDEZ

Mapas

Los mapas de la escuela,

todos tenían mar,

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todos tenían tierra.

¡ Yo sentía un afán

por ir a recorrerla…!

Soñaba el corazón

con mares y fronteras,

con islas de coral

y misteriosas selvas…

Soñaba el corazón…

¡ Oh sueños de escuela!

Canciones de mar y tierra, 1930

PEDRO SALINAS

Si me llamaras…

¡Si me llamaras, sí;

si me llamaras!

Lo dejaría todo,

todo lo tiraría;

los precios, los catálogos,

el azul del océano en los mapas,

los días y sus noches,

los telegramas viejos

y un amor.

Tú, que no eres mi amor,

¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:

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telescopios abajo,

desde la estrella,

por espejos, por túneles,

por los años bisiestos

puede venir. No sé por dónde.

Desde el prodigio, siempre.

Porque si tú me llamas

–si me llamaras, sí; si me llamaras!–

será desde un milagro,

incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,

nunca

desde la voz que dice: “No te vayas”.

La voz a ti debida, 1933

MIGUEL HERNÁNDEZ

Como el toro he nacido para el luto

y el dolor, como el toro estoy marcado

por un hierro infernal en el costado

y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto

todo mi corazón desmesurado,

y del rostro del beso enamorado

como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo

la lengua en corazón tengo bañada

Y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,

y dejas mi deseo en una espada,

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como el toro burlado, como el toro. El rayo que no cesa, 1936