Antes de La Tormenta

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Antes de la Tormenta

Hana Miyoshi

Colección Arcoíris

Tomo I

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Hana MiyoshiANTES DE LA TORMENTASerie Arcoíris 01

Argumento

Keila, Lucero y Dana, tres amigas inseparables con

oficios e intereses diferentes. Para Keila la vida es una

eterna búsqueda de lo que le permita completar sus

novelas. Una escritora que jamás termina lo que

empieza.

Para Keila su vida es clara, un trabajo, estudio,

amigas, noches de diversión y sin complicaciones. El

amor no es lo suyo. Ni le interesa que lo sea.

Camila y Esther son dos nuevas amigas, ambas le

atraen por diferentes razones. Camila es físicamente su

ideal de mujer, y Esther… Esther es un remanso que

como un presagio caerá sobre ella antes de la

tormenta.

Keila descubrirá con sorpresa y horror que el tan

menospreciado amor ha llegado a ella en la figura de

una mujer que es completamente heterosexual.

Para Keila este descubrimiento será un Antes de la

tormenta.

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Capítulo I: Un día de primavera.

La puerta de mi departamento era tocada. Por la forma en que se

hacía, sólo podía corresponder a una persona, y esa persona tenía la llave.

No me preocupé por abrirle.

—¿Qué haces? —preguntó cuando llegó a mi estudio.

—Escribo un libro —contesté.

Siempre quise ser escritora. Desde niña mi mente divagaba creando

historias, que muchas veces no tenían final, me ayudaban a pasar las

horas de soledad que vivía en mi casa y de las aburridas clases del

colegio.

—¿Cuál de los tantos que has dejado por la mitad? —interrogó.

Logré detectar cierta sorna en su voz.

—No los he dejado por la mitad, solo que la inspiración se va en la

parte más importante. Se puede decir que los estoy dejando para

después, cuando tenga la otra parte del argumento.

Era cierto, ésa era mi debilidad a la hora de escribir. Por alguna extraña

razón, mi inspiración se iba cuando estaba en casi la mitad del libro o en

la parte más importante. Ese era uno de los tantos obstáculos que tenía

que superar, si quería, algún día, ser escritora.

—Eso oigo desde que tienes diez años, Keila —contestó mientras se

sentaba en una de las sillas que tenía en mi estudio—.¿No crees que es

hora de que pienses en otra cosa? —preguntó suavemente.

Ella sabía que siempre había querido ser escritora, pero aún insistía en

que debía probar otras cosas, siempre con el mismo argumento: tal vez si

pruebas cosas nuevas, alguna de ellas llegue a gustar más que escribir.

Pero mi respuesta era siempre:

—Sabes que amo hacer esto, Dana —respondí.

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—Lo sé —manifestó pasivamente. Sus ojos negros adquirieron una

mirada amorosa como lo haría una madre—, por eso siempre estoy aquí

contigo apoyándote en todo lo que necesites. —Sonrió.

Su sonrisa cálida y radiante hasta el propio sol la habría envidiado.

—Gracias. —Sonreí.

Ésa era mi manera de darle las gracias por soportarme tanto tiempo,

aguantar mis caprichos, mis malcriadeces y un sinfín de etcéteras que

estaba segura que nunca tendrían fin.

—Vamos a comer —dijo mientras se levantaba de la silla donde estaba

sentada.

Yo, por mi parte, imité su acción, no sin antes apagar mi computadora.

No estaba en buena situación económica como para dejarla prendida y

que el recibo de luz se disparara sin haber hecho un buen uso del servicio.

Salimos de mi departamento y caminamos hasta el ascensor. Éste

estaba desocupado. Una vez estuvimos adentro, Dana marcó el botón del

primer piso. Cuando estábamos en el piso seis, se abrió, mostrando a mi

otra amiga: Lucero.

—¿Adónde van? —interrogó Lucero al ingresar. El ascensor comenzó de

nuevo con el recorrido.

—Vamos a almorzar. ¿Nos acompañas? —Dana la invitó.

—Claro. —Aceptó, sus ojos marrones claros se posaron en mí—. Keila,

¿qué estás haciendo últimamente?

—Qué más puedo hacer que escribir —le contesté.

—¿Por qué no intentas algo nuevo? ¿Por qué no intentas el modelaje?

—sugirió—. Sabes que tienes una buena figura y pagan bien por unas

cuantas horas dando vueltas.

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Otra persona más que me hacía la misma invitación en menos de una

hora. Lucero era modelo, así que conocía muy bien ese mundo.

—También está la actuación —habló Dana animada—. Es muy

interesante, puedes ser varias personas y vivir varias historias. También

hay buena paga.

Ella conocía muy bien el mundo de la actuación porque era actriz.

Muchas veces las acompañaba a alguno que otro casting que tenían, y

alguna que otra vez también había estado presente en sus negociaciones.

Tenía el conocimiento de que se ganaba muy bien.

—Lo sé, pero saben que… —contesté.

—No es lo tuyo —dijeron al unísono.

Eso solo me dio a entender que tantas veces había dicho lo mismo que

ya sabían lo que les iba a contestar.

—Así es. —Una sonrisa apareció en mis labios.

El ascensor se abrió cuando llegamos al primer piso. Pasamos por el

recibidor para luego salir a la calle. El aire fresco acarició nuestras pieles.

Caminamos unas cuantas cuadras hasta llegar a un humilde

restaurante. Nos sentamos en una de las pocas mesas que tenían al aire

libre.

—¿Qué desean ordenar? —La delicada voz de la mesera me sacó de

mis pensamientos.

La miré junto con mis dos acompañantes; era la misma chica que nos

atendía todas las veces que íbamos.

—Yo quiero un ceviche —ordené sin ni siquiera mirar la carta. Ése era

mi antojo del día, era mi plato favorito.

Luego miré a mis dos amigas.

—A mí me traes un lomo saltado. —Dana amaba esa comida.

—Me traes un tallarín saltado. —Por último, ordenó Lucero.

La chica escribió la orden en su libreta y luego de eso se retiró.

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—Aunque sea, disimula —dijo Lucero a Dana que no dejaba de mirar

los muslos de la chica—. No sé por qué la miras tanto, no tiene tan

bonitos muslos. Conozco modelos que en verdad tiene unos bonitos

muslos.

Miró tanto a la pobre chica que creo que, después de un buen tiempo,

se dio cuenta. Fue agradable ver la vergüenza de la mesera por la mirada

insistente de Dana.

—No estoy diciendo que tenga los mejores muslos, pero si puedes ver

algo agradable, míralo —dijo coqueta—. Mira esa minifalda que tiene, deja

mucho a la imaginación. —De nuevo centró su mirada en la corta falda de

la chica.

Lucero miró en la misma dirección que Dana por unos instantes y le

regresó la mirada.

—Está bien, tú ganas. —Aceptó su derrota—. No está nada mal.

—¿Tú qué crees? —preguntó Dana mirándome fijamente.

Creo me distraje del tema. Soy algo despistada, fácilmente pierdo el

horizonte de la conversación y, en esta oportunidad, no fue la excepción.

—¿Qué cosa? —respondí.

No disimulé que no les estaba escuchando.

—¿Acaso no escuchaste lo que dijo? —interrogó Lucero. Su mirada

denotaba enojo.

Al parecer, el tema ya tenía otro calibre.

—No, ¿qué dijo? —interrogué.

—¡Quiere acostarse con la mesera!

Ahora sí, eso captó mi atención y miré fijamente a Dana, quien sonreía.

—¿Es verdad? —pregunté.

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Me estaba cerciorando de que no hubiera sido una broma suya, de esas

que le encantaba jugarle a Lucero, ya que ella todo lo que uno le dice lo

toma en serio.

—No es una broma. Me gustan sus muslos.

Me miraba seria y eso me fue suficiente para saber que hablaba en

serio.

—Haz lo que quieras, ¿pero tú crees que acepte? —interrogué mirando

a la chica.

Dana es lo suficientemente mayor como para saber qué hacer con su

vida, pero en mi opinión no era bonita, ni siquiera para estar unas cuantas

horas con ella. Mis gustos son diferentes; me gustaban las exuberantes.

—Pensé que ibas a estar de mi parte, aunque no sé qué esperaba. —

Lucero estaba enojada y sus ojos marrones expresaron su sentir—. Era de

suponerse que ibas a estar a su favor. Siempre es así.

—No es estar a favor de nadie —contesté—. Es lo suficiente mayor para

saber qué hace con su vida, más si es la sexual.

—¿Ves? —dijo Dana, mirándola con algo de burla—. Ella no hace

escándalo por ese tema.

—¿Por qué ésa? —Miró de mala manera a la pobre mesera que creo

que se daba cuenta de las miradas afiladas de Lucero—. Hay muchas

chicas mejores.

—Sé lo que dirás. No me importan mucho tus amigas modelitos —dijo

Dana sabiendo por donde estaba yendo.

—Son lindas y tienen bonita figura, son perfectas para ti.

—Mencióname algunas de las pocas que conozco —contestó—. Azul es

bonita, pero piensa que tengo que esperar una vida para acostarme con

ella.

—¿Azul? ¿La morena de ojos negros, alta y de figura menuda? —

interrogué. Tenía una vaga idea de quien era.

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—Sí, se la presenté en el desfile de la temporada otoño-invierno —

contestó Lucero—.Pero no pasó nada entre ellas.

—¿Por qué? Es de tu tipo —le pregunté a Dana.

El tipo de Dana eran las chicas de figuras menudas y delgadas. Tipo

modelos.

—Sí, me gusta, pero estuve saliendo con ella tres meses y cuando

estábamos en la habitación de mi departamento me dijo: «No, esperemos

más tiempo») —expresó molesta—. No la obligué a nada, pero estaba

frustrada cuando supe que mis tres meses de salida no sirvieron de nada.

—Nadie te asegura que ella… —Miré a la chica que trataba de bajarse

un poco la minifalda antes de traernos nuestra comida—, sea lesbiana o

bisexual. Además, Lucero te puede presentar chicas a las que sí les gustan

las mujeres, así te evitarías una incómoda situación con ella. —Me referí a

la mesera.

—Azul me pregunta por ti cada vez que nos vemos. No sería mala idea

que pases otro mes con ella, tal vez ahora sí pase algo. Es algo tímida,

entiéndela —dijo Lucero.

—No lo sé —contestó Dana dudosa—. Además, me gusta, pero de allí a

tomarla en serio… sabes que hay mucha diferencia. —Sus ojos negros me

contemplaban—. ¿Hace cuánto tiempo que no tienes sexo?

Esa pregunta no me la esperaba, menos en un lugar público, pero a mí

no me importa lo que digan los demás ni mucho menos me avergüenzo: la

vergüenza no estaba cuando nací.

—Hace mucho —contesté sin ninguna vergüenza—. No encuentro a una

chica que me agrade para pasar la noche, y ni hablar de los chicos. ¿Has

estado alguna vez con un chico? —interrogué a Dana. Esa era la pregunta

que hace un buen tiempo tenía en mente.

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—Sí, hace mucho —respondió.

Lucero y yo nos miramos sorprendidas.

Era la primera vez que Dana hablaba de su experiencia heterosexual,

pero fue esa la puerta para seguir con mi interrogatorio.

—¿Y qué tal fue? —La curiosidad es una de mis tantas debilidades.

—¿Por qué crees que me convertí en lesbiana? —Rió por lo que dijo y

nosotras seguimos esa risa. Y allí fue cuando nos dimos cuenta que la

mesera había llegado con la comida.

—Aquí está el pedido —expresó mientras comenzaba a servir a cada

una lo que habíamos ordenado, pero cuando sirvió el plato de Dana, dejó

ver algo del escote de la blusa que tenía puesto y, conociendo a Dana, sin

ninguna vergüenza miró la pequeña abertura del uniforme de la chica.

—Nada mal —expresó Dana.

Lucero miró a otra dirección. Por mi parte, sabía a qué se refería: el

comentario no fue por la comida. ¿Razón? Aún no comía nada de lo

servido.

La chica, por su parte, se retiró.

—No puedo creer que dijeras eso. —Lucero era la más pudorosa de las

tres.

—¿Qué tiene? No estaba nada mal —dijo Dana—. Me dejó ver la

división de sus senos. No eran muy grandes, pero sí tenía algo.

—¿En serio? —hablé—. Parecía que su talla era muy chica —dije. Luego

miré a Lucero

—Ese tipo de conversaciones no es correcto decirlo en la calle —

manifestó Lucero.

—Eres muy reservada —dije.

—Sí. No me gusta hablar de intimidad en medio de la calle —contestó.

—No estamos en medio de la calle, estamos en un restaurante —habló

Dana—, comiendo. —Se llevó un pequeño bocado de su plato a la boca.

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—De todas maneras, no me gusta que los demás se enteren de

nuestras intimidades —se expresó seriamente, a tal punto que Dana dejó

sus juegos.

—Como quieras —contestó Dana, mirando por todos lados

disimuladamente. Estaba buscando algo—. Miren, creo que le gusto. —

Levantó un pequeño papelito blanco donde tenía escrito un nombre con un

teléfono y una dirección—. Me dejó esto. —Sonrió.

—Nos dimos cuenta —dijo Lucero—; te enseñó los senos. ¿Eso significa

que un día la vas a buscar para acostarte con ella?

—Así es —contestó Dana—. Cuando tenga las ganas de hacerlo. —

Guardó el papel—. Pero por ahora no, primero quiero probar con tu amiga

—respondió mientras Lucero ponía cara de resignación—. Le doy un mes.

Si no pasa nada en ese tiempo, busco a la dueña de esta dirección.

—¿Qué le piensas decir? —pregunté—. A Azul —aclaré—. ¿Qué le vas a

decir para que esta vez acepte acostarse contigo?

—No lo sé, ya se me ocurrirá algo —contestó Dana—, pero quiero

probar con ella una vez más. Si esta vez no pasa nada, la descarto de mi

lista de conquistas —dijo decidida—. Y tú. —Me miró—, ¿cuándo piensas

buscarte a una linda chica o un lindo chico?

—Sabes bien que me gustan los chicos que sean delicados, adorables y

sensibles —respondí.

—Tú estás peor que ella —dijo Lucero mientras Dana la miraba algo

ofendida—. En serio, ¿no piensan en otra cosa que no sea sexo?

—Yo pienso en publicar mis novelas —expresé, y Lucero rodó los ojos

—. ¡Hey! No es broma —dije mientras probaba por primera vez un bocado

de la comida que había ordenado. Sé que estaba algo fría, pero a mí me

gusta comer así, aparte tengo lengua de gato, como se dice—. Algún día

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sé que lo haré y, por mientras, lucharé contra mis malas manías para que

eso suceda.

—Yo algún día seré una actriz reconocida y, como ella —Me miró—,

lucho por ese objetivo. Pero la gran diferencia es que a mí ya me

contratan y veo dinero de eso. —Comió otra porción de su plato.

—¡Hey! Esta vez he llegado más lejos que las veces anteriores —hablé

orgullosa del nuevo logro—, así que eso significa que tengo más

posibilidades de acabar este proyecto. —De nuevo puse atención a mi

tentempié.

—Keila, ¿en qué capítulo vas? —me preguntó Dana, interesada y sin

malicia.

—En el capítulo nueve. —Vi la cara de asombro de mis dos amigas.

Normalmente siempre me quedaba en el cuarto capítulo, pero por

alguna razón las historias que subo al Internet sí logro terminarlas.

—Tienes razón —expresó Dana, comprensiva como una madre.

Siempre fue así conmigo y me gusta ese trato que me da. Solo a mí—.

Has llegado más lejos esta vez.

—Lo sé. —Estaba orgullosa de eso—, por eso estoy más entusiasmada

en terminarlo, pero también quiero encontrar la razón de la falta de

inspiración con mis otras novelas.

—Es cierto. Por alguna extraña razón logras terminar tus historias, las

que subes al internet, gratis, pero las que son proyecto para editorial

siempre las dejas a la mitad —dijo Dana analizando mi pequeño problema

—. La única explicación que encuentro, es que, como te dejan mensajes

de ánimo en esa página, eso te anima a seguir escribiendo. En cambio, en

tus proyectos para editorial, te esfuerzas más, pero no recibes ningún

estímulo. Ésa puede ser la razón.

Para ser sincera nunca me había puesto a pensar en eso, pero me

pareció muy buena hipótesis y, analizándolo mejor, consideré que ésa era

la verdad, porque otra alternativa no encontraba.

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—¿Cuándo empiezas tus clases? —preguntó Lucero.

—¿Clases? —repetí. A los pocos segundos me acordé de qué me estaba

hablando—. Ah —reaccioné—, este lunes —le respondí—. Aún no puedo

creer que sin estudiar ingresé a una universidad —dije feliz—. Estoy algo

emocionada por eso.

—Es bueno saber que estás mirando hacia otros horizontes —manifestó

Dana—. No olvides que siempre estaremos aquí para apoyarte —dijo

amistosamente mientras seguía comiendo.

No me di cuenta que Dana ya casi había terminado. Luego miré el plato

de Lucero y me percaté que estaba casi en el mismo estado. Entonces

miré el mío y noté que aún estaba por la mitad. En serio, ¿en qué

momento habían comido tanto? Como fuera, tenía que apresurarme.

Una vez terminado de comer, pagamos la cuenta de lo consumido y fue

la misma mesera que le entregó el papel con sus datos a Dana, la que

cobró el consumo. Estaba demás decir la sonrisa coqueta que mantenía en

los labios.

Por lo menos sabía algo: Dana iba a estar ocupada por un tiempo.

—Vámonos —dijo Lucero algo enojada. Al parecer no le gustó mucho el

coqueteo de la chica hacia Dana—. Sigo pensando que deberías botar ese

papel. —Se refería al papel que le dio la joven mesera—. Azul es la más

indicada para ti —aseguró convencida—. Además, te gusta, ¿no? —le

preguntó mientras retornábamos al edificio.

—En realidad, me gustan todas las chicas que tengan unos bonitos

atributos —sonrió perversamente.

—¡No hables de eso en la calle! —dijo Lucero algo sonrojada, al parecer

por la vergüenza que alguien escuchara la conversación.

—¿Has tenido sexo alguna vez en tu vida? —pregunté.

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Page 15: Antes de La Tormenta

—¡Claro que sí! —respondió Lucero indignada—. Que sea bisexual no

significa que sea muy liberal, ¿sabes? —manifestó—. Además, no ando por

allí diciendo con quién me acuesto y con quién no.

—Entonces, eres muy reservada —expresó Dana, entendiendo más la

forma de pensar de Lucero.

—Exacto —dijo ésta más tranquila, luego me miró—. Keila, hace buen

tiempo que se te ve sola.

—En realidad a mí no me quita el sueño tener o no tener una pareja

estable, prefiero la diversión nocturna —dije—. Me aburre que me estén

llamando cada cinco minutos al móvil para preguntarme: «Amor, ¿dónde

estás?» —expresé en forma muy acaramelada—. Y para que luego me

digan: «Amor, ¿vienes por mí?» —De nuevo volví repetir ese tono de voz

que sacó, en mis dos amigas, sonrisas.

—Tienes razón —concedió Dana—, es aburrido estar en eso. Son

mejores los placeres carnales y de una sola noche.

Lucero suspiró en forma de resignación.

—No puedo con ustedes —dijo del mismo modo.

—Oye, nadie está escuchando —espeté—. No hay nadie cerca nuestro

como para que te avergüences de ese modo. —Y, efectivamente, no había

nadie cerca que oyera nuestra conversación.

—Sabes —expresó seria—, puede que ahora no haya nadie —enfatizó

muy bien—, pero eso no te garantiza que nadie aparezca por allí y

escuche.

—¿Qué te preocupa? —le pregunté con la misma seriedad—. ¿El qué

dirán?

Silencio. Eso fue todo lo que obtuve y no necesité más para aplicar el

dicho: el que calla, otorga.

Sí, eso era muy bien sabido, no solo por mí sino también por Dana.

Lucero era bisexual, pero aparentaba muy bien el no serlo: Ante los

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demás era una heterosexual común y corriente con una prometedora

carrera de modelo que recién estaba iniciando.

Suspiró algo cansada por el mismo tema.

—Está bien, tú ganas. Hablaremos en el departamento —hablé.

Prefería aunque fuera por esa vez darle la razón y no iniciar una

discusión que no tenía sentido. Sí, podíamos solucionarlo sin llegar a ese

extremo.

Las dos me miraron extraño, y es que estaban en su derecho.

Normalmente yo siempre discuto y sin importarme el lugar ni la

circunstancia, pero por esa vez me sentí en la necesidad de ser… ¿algo

complaciente? Sonreí con ese pensamiento. Me miraron aún más

extrañadas de lo normal y sus miradas fijas en mí pedían una explicación.

Por mi parte, mi mente optó por la más conveniente.

—Después se los explico —dije.

Esta es la frase más célebre de mi repertorio cuando no tengo un

argumento válido para esa actitud, y ellas me conocen tan bien que saben

eso.

Caminamos hasta llegar a las puertas del edificio en el que vivimos. Las

puertas automáticas se abrieron ante nosotras y , con pasos aún

calmados, nos internamos dentro del edificio y tomamos el ascensor que

en ese instante estaba en el primer piso. Ahora la pregunta sería: ¿a cuál

departamento íbamos?

—El tuyo es primero —dijo Dana a Lucero.

—Pero está recién ordenado. —Me miró.

Y estaba de más decir que fue una indirecta.

—¿Me parece o me estás diciendo que soy desordenada? —pregunté

aun estando en el ascensor.

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Page 17: Antes de La Tormenta

—Me alegra que captes la idea —dijo sarcástica—. Eres muy

desordenada —declaró—. Tan solo basta mirar tu departamento para

darse cuenta —dijo y, automáticamente, vino a mí la imagen del lugar

donde vivo—. Dime, ¿hace cuánto que no lo ordenas?

—Hace dos meses —contesté.

Me pareció poco tiempo, ya que, había temporadas donde pasaba más

tiempo sin limpiarlo ni ordenarlo. Muchos me dicen que ése es uno de mis

males.

—¡Eso es mucho tiempo! —manifestó resaltando el «mucho».

—No es cierto —dije, defendiéndome de la acusación—. No, es poco

tiempo, normalmente lo ordeno cada seis meses y lo limpio una vez al

mes —hablé orgullosa y ella me miró como si hubiera visto a un bicho

raro.

—No tienes remedio y dudo que un día cambies —expresó.

—¿En serio? —hablé algo feliz.

Para mí era un cumplido, pues tengo miedo al cambio. No es por temor

a lo desconocido, sino que cómo decirlo, uno nunca sabe si cambia para

bien o para mal.

De niños somos inocentes: vemos el mundo con pureza y nos

preguntamos por qué los sucesos se desarrollan de esa forma. Al crecer,

nos damos cuenta de las circunstancias, de la envidia, del egoísmo, los

celos y demás sentimientos negativos. Es ahí cuando comenzamos a

cambiar. La inocencia se va al igual que la pureza, y un poco de esos

sentimientos se instalan en uno. Es allí donde comienza la transformación.

La inocencia se va, al igual que la pureza, y un poco de esos sentimientos

se instalan en uno. Es y es allí donde comienza la transformación.

Yo no era la excepción al resto, había tratado de seguir siendo la misma

de cuando era niña, pero el tiempo no pasó en vano.

—Llegamos —anunció Dana.

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Yo, por mi parte, miré donde indicaba el número de piso. Era el número

seis.

—¿Vamos a tu departamento? —pregunté, pero luego repasé lo que

dije y me di cuenta que fue algo tonto preguntar eso, ya que estábamos

en el piso donde ella vivía.

—Así es —habló Dana amablemente, comenzando a caminar—. Cuando

estábamos en el ascensor te pregunté si querías que fuéramos a tu

departamento, pero no me respondiste así que pensé: «mejor vamos al

mío».

—Lo siento —me disculpé por mi falta de atención—. Estaba pensando

en otras cosas. —Qué más podía decirle.

—No te preocupes —respondió Dana mientras Lucero estaba

caminando en silencio oyendo todo—. Sé que estabas pensando en algo

relacionado con tu nuevo libro —me dijo.

Estaba errando, no tenía nada que ver con mi libro. Estaba haciendo

una reflexión.

Caminamos por unos minutos más y por fin llegamos a su

departamento. Dana abrió la puerta de su hogar, prendió las luces y nos

dio el visto bueno para ingresar.

Ordenado, limpio y, sobre todo, con una excelente decoración. Siempre

me gustó su departamento, creo que uno de estos día le voy a pedir la

tarjeta de su diseñador de interiores.

—Siéntense —dijo, y nosotras así lo hicimos—. ¿Qué quieren tomar?

—Yo quiero un whisky —contesté, mientras se acercaba al pequeño bar

que tenía a un costado de su sala. Definitivamente le tengo que pedir la

tarjeta de su diseñador de interiores.

—Para mí vino —dijo Lucero.

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Siempre se me olvida que eso es lo único que ella sabe tomar. Nunca le

he visto ingerir otra cosa, ni siquiera cerveza. Algún día debería probar

otras cosas.

—Aquí está —habló Dana, dándonos nuestras copas con nuestros

respectivos tragos mientras se sentaba—. Bien, ahora sí podemos hablar

de cualquier cosa sin problemas.

—Keila —me llamó Lucero—, ¿por qué desapareciste?

—Es cierto, desapareciste sin más —dijo Dana algo enojada por el

hecho—. ¿Sabes? La próxima deberías avisar que te largas por tiempo

indefinido.

—Lo siento —me disculpé—, pero en verdad fue un viaje no planeado,

sentí la necesidad de hacerlo.

—Como siempre —dijeron las dos al unísono.

—Siempre haces lo mismo. Cada vez que te da la gana, desapareces y

nadie sabe tu paradero —dijo Dana—. Sabemos que ya tienes la edad

para irte dónde quieras, pero ¿sabes? Nosotras nos preocupamos por ti

cada vez que desapareces.

—Lo siento, la próxima vez avisaré cuando llegue a mi destino —hablé

conciliadoramente, pero al parecer mi repuesta no era la indicada—.

Saben que hay ocasiones que quiero irme a otro sitio, tomarme un tiempo

y, bueno, cuando estoy en esos días se me olvida llamarlas.

—Lo sabemos, siempre fuiste así —expresó Lucero—, y nadie te dice

que no lo hagas, hasta pensamos que haces bien en salir unos días de ese

estudio en el que lo único que haces es escribir. Hasta he llegado a pensar

que pasaste ese examen de admisión adivinando. —Sonreí por ese

comentario.

—¿Adónde fuiste esta vez? —preguntó Dana.

—Al interior del país —respondí animada—. No me gusta hacer los

viajes tradicionales donde tienes que tomar un bus para que te lleve a tu

destino. —Hice un gesto de desagrado—. Lo mío es hacer mis maletas,

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tomar mi auto y salir sin rumbo fijo; respondiendo a tu pregunta, me fui a

Ica.

—He oído que allí siempre hace calor —dijo Lucero—, y el Sol sale

prácticamente todo el año.

—Así es —afirmé—. Cuando empaqué, llevé mucha ropa de invierno

pensando que tal vez allí también haría frío, pero mi realidad fue otra:

cuando llegué hacía mucho calor, la gente estaba con ropa de verano

mientras yo era la única que estaba con ropa de invierno. Está de más

decir que cuando me bajé me miraron extraño, como si fuera de otro

planeta. —Reí un poco por el recuerdo—. Fue divertido eso.

—Lo supongo. ¿Y alguna chica linda por allí? —preguntó Lucero.

—Muchas. —Sonreí coqueta—. Nada que no pasara de una noche,

como siempre —dije mientras por primera vez tomaba un poco de mi

bebida.

—¿Nadie te interesa lo suficiente como tratar de conocerla un poco

más? —preguntó Dana.

—Saben bien que lo mío no es el compromiso serio —expresé—. ¿Por

qué comprometerte con alguien si estando sola estás bien? Además,

quiero vivir mi soltería al máximo. —No era necesario que les explicara

qué era lo que les quería decir.

—Está bien, mientras seas feliz —habló Dana.

No me consideraba feliz, pero tampoco me preocupaba tener pareja.

Todo estaba bien mientras me divirtiera y tuviera algo de «cariño

nocturno», tal vez eso podría hacerme feliz unas cuantas horas.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Lucero.

—No te gustaría saber —respondí mientras sonreía esta vez

coquetamente.

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Está de más decir que entendió muy bien el mensaje y lo pude saber

por sus gestos de resignación.

—Bueno. —Me levanté no sin antes tomar el resto de mi bebida de

golpe—. Tengo que irme —anuncié—. Quiero seguir avanzando, ya que al

parecer la inspiración regresó a mí y no quiero que se vuelva a ir sin haber

terminado ese libro.

—Como quieras —dijo Dana—. Solo no te esfuerces mucho.

—Exacto, no queremos que te enfermes y nosotras estar de enfermeras

—expresó Lucero.

Sé perfectamente que ésa era su forma de decirme «te queremos y no

queremos que nada te pase».

—Entiendo —contesté mientras comenzaba a caminar hasta la salida

del departamento.

Una vez estando en el corredor, caminé hasta donde estaba el ascensor

y, ya que demoraba en llegar, supuse que al parecer alguien estaba

ocupándolo.

Esperé por unos minutos hasta que la clásica música del ascensor se

escuchó en el piso donde estaba y al abrirse encontré una linda chica con

ropas algo atrevidas.

Sus cabellos marrones lacios se extendían hasta la cintura, sus ojos

eran negros y su piel era blanca como la leche, su figura era exuberante.

Estaba dentro de mis estándares de chica atractiva.

—¿Va a entrar? —dijo mientras me miraba.

Me gustó la visión de esa minifalda y de ese escote. Entonces la

pregunta que me rondaba por la cabeza era: ¿le gustarán las mujeres?

Porque si la respuesta era sí no iba a descansar hasta hacer que ella

estuviera en mi cama por esa noche.

Pude notar que su mirada se estaba centrando en mis senos. Esa era la

respuesta que buscaba.

—Sí —contesté mientras entraba al pequeño cubículo.

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Hana MiyoshiANTES DE LA TORMENTASerie Arcoíris 01

Se produjo un silencio y yo tenía que romper esa atmósfera como

fuera.

—Disculpe —hablé y ella me miró—, ¿me podría decir su nombre? —

Está demás decir que ella me miró extrañada.

Era la primera vez que iba a conquistar a alguien que no estuviera en

una discoteca.

—¿Por qué tendría que darle mi nombre a una chica? —preguntó. No es

algo normal que una chica le pida su nombre a otra chica y más así como

así y creo que, sin querer, quedé como una idiota. Suspiró, pero justo

cuando me iba a disculpar ella habló de nuevo —. A menos que tus

intenciones no sean nada sanas. —Su sonrisa era coqueta. Eso me dio la

esperanza que comenzaba a perder—. Camila. ¿Y el tuyo?

—Soy Keila. —No me importó decirle mi verdadero nombre.

—Mucho gusto —expresó mientras juguetonamente se acomodaba el

pequeño polo que tenía un gran escote—. Cuando salí hacía mucho calor.

—Entiendo —hablé mirando detenidamente el escote. En verdad esta

chica me gustaba mucho, era mi tipo—, pero me gusta mucho.

Me había tirado a la piscina sin saber si había agua o no.

—¿Te gusta mi escote o lo que te deja ver? —Me miró directamente a

los ojos.

Me gustaba su lenguaje atrevido, pero entonces la pregunta que

rondaba por mi mente era: ¿también será así de atrevida en la cama? Me

moría por saberlo. Sin ser consciente, pasé mi lengua por mis labios y vi

un lindo sonrojo en sus mejillas. De verdad, esa chica sabía provocarme y

ella no se daba cuenta.

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—Me gustan las dos cosas, pero me inclino más por lo que me deja ver.

—Miré la hermosa piel blanca que se exponía por la abertura de la blusa—.

¿Quieres una copa? —pregunté.

—Sí —contestó.

Cuando el ascensor paró en el piso donde vivo, la guie hasta donde

estaba mi departamento y le dije que se pusiera cómoda.

—¿Qué deseas tomar? —pregunté.

Siempre he cuidado que mi bar tenga todo lo necesario.

—¿Tienes vino dulce? —cuestionó

—Claro —dije sirviéndole uno de los mejores que tenía.

Quería impresionarla aunque fuera por ésa vez.

Me acostumbré a tratar bien a mis parejas de turno y tratarlas como

reinas. Después de tener nuestra noche apasionada, me pedían mi

número de celular, pero yo solo se lo entregaba a las que realmente me

interesaban, al resto les daba el número de mi casa ya que a ese casi

nunca lo contestaba.

Le entregué la copa de vino que había pedido. Yo me senté junto a ella,

tomando mi vaso de Vodka.

—¿A qué te dedicas? —preguntó.

Yo sabía bien que siempre pasaba lo mismo, ellas preguntaban y yo

respondía, y viceversa. Yo trataba de ser sincera hasta donde podía, pero

nunca decía más de lo que debía y, para salir bien en esa pregunta muy

personal, sencillamente hacía lo que la gran mayoría hace: mentir.

—Soy vendedora —respondí. Ahí va la primera mentira de la velada—,

¿y tú?

—Soy anfitriona —expresó, y yo por mi parte detallé más su cuerpo.

Tenía todo para ser lo que decía.

—¿Se gana bien? —pregunté.

—Sí, me pagan por día —dijo. Luego vi que ella detallaba mi cuerpo y

noté el sonrojo—. ¿En serio eres vendedora? Es que no lo pareces, tienes

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un buen cuerpo —comentó, haciendo que su sonrojo creciera—. Podrías

ser fácilmente modelo, no solo tienes cuerpo, si no también presencia y

pareces extranjera.

Tengo rasgos extranjeros. Mis cabellos son entre marrones y rubios,

mis ojos azules como el mar y mi piel es blanca. Es por eso que más de

uno me confunde con una extranjera a pesar de ser peruana. Todo eso es

cortesía de mis antepasados.

—Soy de aquí, pero de ascendencia extranjera —dije—. Camila, ¿vives

en este edificio?

—Así es, me acabo de mudar —contestó ella—. Vivo en el siguiente

piso.

—¿Vives sola? —Ya no iba a ser necesario que me pidiera mi número de

celular.

—Sí, recientemente me he independizado de mis padres —contestó—.

¿Y tú?

—Vivo aquí hace dos años —hablé—. Y... ¿tu pareja no se molestará si

se entera que estás aquí? —Ésa era justamente la pregunta que quería

hacerle.

—No tengo —me miró directamente a los ojos—. Ni un hombre o mujer.

Estoy sola.

Sonreí. Cada vez me atraía más.

—Es mejor estar soltera, así puedes divertirte sin lastimar a nadie.

—Ajá —dijo ésta.

Trataba de ser coqueta y… lo lograba.

Me estaba excitando con tan solo algunos gestos. Eso era extraño,

normalmente no pasaba eso, pero creo que la falta de sexo me estaba

comenzando a afectar. Me acerqué más a ella.

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—Ese gesto tuyo me pareció muy excitante —expresé mientras me

acerca a ella.

Estaba casi encima de ella y al parecer no le molestaba la posición en

la que estaba. No pude esperar más así que uní nuestros labios. El beso

fue lento, demasiado suave para mi gusto, pero con el pasar de los

segundos se volvió apasionado y aproveché un jadeo suyo para pasar de

su labios al mentón donde comencé a besarlo.

Esa era la clase de felicidad que buscaba. Una que fuera de unas

cuantas horas, de caricias fingidas, de sonidos obscenos y de un amor

falso. A ese tipo de vida me había acostumbrado.

Escuché salir sonidos de gozo, al parecer estaba que lo disfrutaba y eso

para mí era una pequeña satisfacción, pero yo quería una más grande.

Seguí con mi camino de besos, lamidas y succiones. Ella gemía más fuerte

y cerraba los ojos por las sensaciones producidas.

Sonreí. Eso que recién estaba empezando.

Escuché desde mi propio mundo cómo alguien había osado tocar la

puerta de mi departamento. Por mi parte la ignoré, total en algún

momento se cansaría y se iría, ¿verdad?

De nuevo volví a escuchar el maldito timbre y lo peor del caso es que

mi compañera temporal estaba dándose cuenta.

—Tocan —expresó.

Al parecer ella no se había dado cuenta de que mi intención era dejar

que la persona que estaba al otro lado de la puerta se hartara de molestar

y se marchara.

—No les hagas caso, ya se aburrirán —dije mientras me entretenía

jugando en su ombligo con mi lengua. Escuché un gran suspiro de su

parte, quería que se olvidara de ese maldito sonido.

—¡Keila! —Al parecer mi visitante no deseado no había entendido que

no deseaba atenderlo—. ¡Sé que estás allí! —Esa voz se me hacía

conocida—. Hace meses que te ando buscando. —Si decía eso entonces

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Hana MiyoshiANTES DE LA TORMENTASerie Arcoíris 01

debía de ser la última chica que invité a pasar una noche en mi

departamento. Eso es lo que suponía.

—¿Quién es? —preguntó mi actual compañera.

—No lo sé. —Por lo menos en eso le soy sincera—. Se me hace

conocida la voz, pero no recuerdo quién es.

—Supongo que… —No dejé que continuara porque sabía qué iba a decir

y no la quería dejar ir, no esa noche. Exclamó cuando saqué su minifalda

con mi boca. El roce de su piel con la comisura de mis labios fue exquisito.

Me dedicaba a besar la parte interna de sus piernas mientras ella dejaba

de agarrar con fuerza uno de los cojines que había en el sofá para pasar a

acariciar mis cabellos con tanta suavidad que a veces me adormecía. No

esperé más y bajé la última prenda que ella tenía puesta, subí de nuevo a

sus labios donde los besé con gran pasión. Fue allí donde ella se percató

de algo—. ¿Aún conservas tu ropa? —La repuesta fue más que obvia.

—Así es —aseguré.

Me había dedicado tanto a darle placer que la chica se olvidó por

completo de que esto es mutuo, aunque en realidad a mí no me

importaba si ella me tocaba o no mientras obtuviera lo que quería:

tocarla. ¿Egoísta? Sí, puede ser, pero ésa es mi verdad, además, si ella

quería tocarme estaba en su derecho de quitarme la ropa y al parecer

acababa de leer mi mente ya que vi que estaba comenzando a acercar sus

manos a mi polo.

—Lo siento. —Oigo salir de sus labios, mientras comienza a quitarme el

polo. Me miró y vi que su mirada estaba en mis senos.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunté descaradamente mientras ella

apartaba su mirada.

—Sí —respondió.

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Me gustaba su timidez mientras volvía a mirarme, pero esta vez llevó

sus manos al contorno de mis senos. Sus manos estaban algo calientes,

pero mi cuerpo tenía una temperatura más elevada así que cuando me

tocó un leve escalofrió recorrió mi cuerpo, me estaba impacientando,

estaba haciendo todo muy lento y yo ya quería retomar lo que había

dejado a la mitad. Me acerqué a ella, besé su cuello y la base de éste,

mientras ella por la cercanía pasó sus manos hacia mi espalda,

exactamente donde estaba el enganche del sujetador que llevaba puesto.

Me liberó de esa prenda que cayó al suelo junto con su ropa, sus manos

llegaron hasta la parte más baja de mi espalda, donde pierde el nombre la

misma.

Solté un jadeo cuando pasó sus manos por esa zona. Eso fue una

caricia en verdad suave y placentera, lástima que no pude sentir muy bien

el contacto por culpa del jeans que tenía puesto, pero ése era un

problema que Camila podía solucionar fácilmente, y ella al parecer

entendió lo que pensaba. Sus manos que estaban en la parte trasera de

mis muslos pasaron rápidamente hacia donde estaba el cierre de mi

pantalón. Lo bajó por completo junto con la ropa interior y sin perder

tiempo se deshizo de esas prendas. Quedé desnuda igual que ella. Esta

vez quería retomar lo que había dejado a la mitad. De nuevo comencé mi

recorrido por su cuerpo hasta llegar al punto donde me quedé antes y

bajé la ropa interior que tenía. Ahora sí estaba desnuda frente a mí

mientras ella jugaba con mis cabellos, acariciándolos. Me posicioné entre

sus piernas y ella las abrió un poco más haciéndome espacio entre ellas.

Acerqué mi boca a su vagina y comencé con una suave lamida, tratando

de reconocer el lugar. Ella jadeó para luego suspirar en señal de

satisfacción. Con algo más de seguridad comencé a lamer el contorno,

sabía que eso le iba a gustar mucho y supe que tenía razón cuando vi su

cara.

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Gimió mientras cerraba más fuerte sus ojos, pero entre el placer que le

producía trataba de mantenerlos abiertos. Ahora sí, dejando los juegos de

lado, me acerqué hasta donde sabía que sería su punto de placer máximo.

El clítoris. Sus jadeos y gemidos aumentaron. Yo por mi parte me

dedicaba a tocar todo su cuerpo a mi antojo, cuando de pronto sentí una

mano juguetona cerca de mis senos, acariciándolos con algo de timidez.

Sus manos estaban calientes al igual que mi cuerpo, ya la diferencia de

temperatura no existía, pero todo en la vida llega a su fin y el placer no es

ajeno a esa realidad. Un fuerte gemido por parte de ella dio por finalizada

la pequeña sesión de sexo, pero eso no significaba que ése sería el

término de nuestra noche… La noche recién comenzaba.

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Page 29: Antes de La Tormenta

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sistema nos permitirá detectar la distribución ilegal. Le recordamos que se considera distribuciónilegal la entrega de libros para grupos de descargas masivas públicos y privados.

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