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4 ANIVERSARIO 50 DE LA REVOLUCIÓN CUBANA Revista Casa de las Américas No. 254 enero-marzo/2009 pp. 4-7 SAMIR AMIN Cuba: una auténtica Revolución 1 L a Revolución Cubana es la tercera revolución popular auténtica del continente americano después de la de los ex esclavos de Santo Domingo (Haití a finales del siglo XVIII), luego de la de los campe- sinos de México (1910-1920). En contraposición, las revoluciones ame- ricanas de las colonias inglesas y españolas no tienen otra cosa en su haber más que guerras de independencia lideradas por las clases diri- gentes locales, que a su vez son producto de la colonización mercanti- lista europea. La Revolución Cubana, considerablemente más radical que las que precedieron en el Continente, fue calificada por esa razón de socialista, no sin buenos motivos. En tal sentido se inscribe, junto a las Revolucio- nes Rusa, China y Vietnamita del siglo XX, en una primera oleada de luchas por la emancipación de los trabajadores y de los pueblos. El auge de la producción azucarera en Cuba, aún esclavista en el siglo XIX, se aceleró todavía más cuando la colonización de los Estados Unidos sustituyó a la de España. Esta proletarización colonial, más marcada en la América Latina que en otros lugares, origina la radicalización, que asocia naturalmente la dimensión antimperialista del combate nacional y las am- biciones socialistas de las clases populares y de la intelligentsia. José Martí, el ancestro a quien la Revolución Cubana remonta su concepto de origen, se distingue de los héroes de la independencia de las Américas por su agudo sentido de igualdad social y su conciencia de que el proble- ma no se circunscribe a la conquista de la independencia y la «libertad», sino que exige una transformación radical de las relaciones sociales. Al horror de la colonización estadunidense Cuba respondió rápidamente con la organización de sus clases populares y su adhesión al comunismo.

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SAMIR AMIN

Cuba: una auténtica Revolución

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La Revolución Cubana es la tercera revolución popular auténtica delcontinente americano después de la de los ex esclavos de SantoDomingo (Haití a finales del siglo XVIII), luego de la de los campe-

sinos de México (1910-1920). En contraposición, las revoluciones ame-ricanas de las colonias inglesas y españolas no tienen otra cosa en suhaber más que guerras de independencia lideradas por las clases diri-gentes locales, que a su vez son producto de la colonización mercanti-lista europea.

La Revolución Cubana, considerablemente más radical que las queprecedieron en el Continente, fue calificada por esa razón de socialista,no sin buenos motivos. En tal sentido se inscribe, junto a las Revolucio-nes Rusa, China y Vietnamita del siglo XX, en una primera oleada deluchas por la emancipación de los trabajadores y de los pueblos.

El auge de la producción azucarera en Cuba, aún esclavista en el sigloXIX, se aceleró todavía más cuando la colonización de los Estados Unidossustituyó a la de España. Esta proletarización colonial, más marcada en laAmérica Latina que en otros lugares, origina la radicalización, que asocianaturalmente la dimensión antimperialista del combate nacional y las am-biciones socialistas de las clases populares y de la intelligentsia. JoséMartí, el ancestro a quien la Revolución Cubana remonta su conceptode origen, se distingue de los héroes de la independencia de las Américaspor su agudo sentido de igualdad social y su conciencia de que el proble-ma no se circunscribe a la conquista de la independencia y la «libertad»,sino que exige una transformación radical de las relaciones sociales. Alhorror de la colonización estadunidense Cuba respondió rápidamente conla organización de sus clases populares y su adhesión al comunismo.

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La radicalidad auténtica de la Revolución Cubana vapor tanto a desplegarse en el plano interno por la puestaen marcha efectiva de reformas revolucionarias y cons-trucciones políticas de vocación socialista inspiradas porel marxismo; y en el plano internacional, por la afirma-ción de posiciones antimperialistas consecuentes, teóricasy prácticas. A diferencia de muchas «revoluciones»americanas anteriores y posteriores que a menudo utili-zaron una retórica violenta con respecto a Wáshington,pero teniendo a la par cuidado de sopesar sus palabrascuando se trataba de poner en tela de juicio los interesesde las clases nacionales privilegiadas, Cuba enfrentó desdeun inicio y directamente a sus clases locales burguesasy compradoras. Cuba no alentó jamás la ilusión de un«capitalismo nacional independiente».

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Cuba optó rápidamente por abolir los privilegios de lapropiedad privada sobre los medios de producción,tanto nacionales como extranjeros. Desde que empren-dió la vía de la construcción del socialismo, tiene en suhaber inmensas realizaciones efectivas cuya impresio-nante relación, que atañe no solo a las esferas de laeducación y la salud, sino también a las que se refierena la vida cotidiana de las clases populares (vivienda,alimentación) sencillamente no tiene igual en todo el Con-tinente; y en este es el único país que no ofrece el es-pectáculo de la más desoladora miseria, como suele sercomún en cualquier otra parte. En Cuba no se mata aniños en las calles como en Brasil, ni se comercia consus órganos. Las severas censuras del socialismo, queno suelen escatimar formas de expresión en los me-dios de comunicación dominantes, ¡se cuidan muchode establecer comparaciones entre Cuba y el resto delContinente!

Ocurre que el pueblo cubano y sus militantes co-munistas esperan con más razón que cualquier otroalcanzar mayores logros que los países de esta partedel hemisferio. Optaron por el ideal de la construcciónde una nueva sociedad, sin clases, liberada de todas lasformas de opresión y de explotación y han movilizado,con esta perspectiva, diversos medios, inspirados por

la experiencia de los demás o inventados por ellos mis-mos. Medios que no siempre han tenido la eficacia es-perada, pero que finalmente siempre han dado lugar areflexiones críticas útiles para el futuro.

Es verdad que Cuba se inspiró ampliamente en el«modelo soviético», cuya influencia fue tanto más realcuanto que el apoyo de la Unión Soviética, económico(suministro de petróleo) y político-militar, no dio alter-nativa para hacer frente al bloqueo y a las intervencio-nes militares permanentes de los Estados Unidos y desus aliados. Pero Cuba supo mantener a la vez ciertasdistancias respecto de ese modelo en la gestión econó-mica de su sistema y en su gestión política. El Partidoúnico aquí fue el producto de la liberación y de la fu-sión del movimiento castrista, el Directorio Revolucio-nario 13 de Marzo y el antiguo Partido Comunista, alia-dos que entendieron en ello la exigencia que la historiales estaba imponiendo. Pese a los límites de la teoría yde la práctica de ese nuevo Partido, aquí el poder nocayó jamás ni en el culto a la personalidad ni en lasextremas desviaciones del modelo soviético.

Esa capacidad de recuperación quedó demostradaen los hechos por las respuestas de Cuba al reto quesiguió al desplome de la URSS. Se pensaba que el po-der cubano se había perdido definitivamente. Contraesa figuración, Cuba demostró ser capaz de salir delhueco en cinco años, entre 1990 y 1995, y logró subirde nuevo la cuesta. Aunque, por supuesto, el país desdeentonces ha enfrentado nuevos retos sobre los cualesvolveré.

En el propio seno del sistema cubano siempre sehan manifestado voces críticas del modelo adoptado.La del Che Guevara fue una de ellas. Cada cual a sumanera, el Che, Togliatti, Mao entendieron que el mo-delo soviético había agotado su capacidad para inno-var y hacer avanzar la sociedad por la vía del socialismo;y comprendieron desde su óptica personal la desvia-ción que condujo a la restauración capitalista, cuyaimplosión de los años 1985-1991 reveló su destino. Elanálisis detallado de los artículos del Che referidos aesa desviación debe seguir siendo objeto de atentosdebates, y no reemplazarlo por juicios apresurados yterminantes.

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Desde el principio, Cuba adoptó una línea de pensamientoy acción antimperialista e internacionalista consecuen-te, y ha sido el único país en la América Latina quemidió la importancia del frente de liberación que inaugu-ró Bandung (1955) y el consecuente Movimiento dePaíses No Alineados, Movimiento que se constituyó conAsia y África, más Cuba, como se proclamaba.

Cuba buscó, con razón, integrar a la América Latinaen ese frente del Sur, y para ello tomó la iniciativa decrear la Tricontinental (1966). Sin embargo, mientrasBandung reunía en Asia y África a los pueblos de doscontinentes, y mientras sus Estados eran representadospor gobiernos que gozaban de la legitimidad que lesconfería su constitución a partir de las luchas de libe-ración, en la América Latina la Tricontinental rea-grupaba movimientos populares comprometidos en lalucha contra los gobiernos de turno, sometidos a losEstados Unidos. El Che trató de dar forma a las luchasarmadas en las que se involucraba la Tricontinental. Lahistoria ha demostrado que en aquellos momentos nose habían reunido las condiciones objetivas que permi-tirían a esas luchas salir de los confines de su aisla-miento. De suerte que fue preciso esperar a que unpoco más tarde, bajo la forma de movimientos popula-res civiles, la América Latina entrara a su vez en latransformación del mundo, en el mismo momento enque la ola nacional/popular de Bandung se deshacía.Esa nueva ola de florecimiento de movimientos popu-lares y las victorias que alcanzó en Brasil, la Argentina,Uruguay, Venezuela, Bolivia, Ecuador sacó a Cuba delaislamiento en el que los Estados Unidos y la Organiza-ción de Estados Americanos (el «ministerio de colo-nias» de Wáshington) la había confinado durante cua-renta años. El éxito de las operaciones donde intervienenmédicos y educadores cubanos en todo el Continente,sumado a la repercusión alcanzada por la iniciativa deVenezuela de crear el Alba, ha invertido la correlaciónde fuerzas. Actualmente, son los Estados Unidos y noCuba los que están aislados en su Continente.

Años atrás, Cuba había demostrado su adhesión ala causa antimperialista por su apoyo militar a la guerra

que Angola libraba contra las intervenciones sudafri-canas junto a los «amigos» del campo socialista. Laderrota militar que los cubanos infligieron a los ejérci-tos sudafricanos no fue en vano, pues aceleró el fin delodioso régimen del apartheid.

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Actualmente Cuba afronta nuevos retos. La Revolu-ción Cubana se sitúa en la estela de la primera ola deluchas por la emancipación de los trabajadores y de lospueblos, que ha conformado el siglo XX.

Esta primera ola alcanza victorias cuyos resultadoshan sido los que han sido, como siempre o casi siem-pre ocurre, una mezcla de progresos y retrocesos cuyalectura crítica, que conviene renovar con frecuencia,no puede ser objeto de rápidas reflexiones como estas.Las contradicciones, los límites y las derivas de lossocialismos históricos del siglo XX –de la socialdemo-cracia auténtica, de la época del sovietismo, del maoís-mo, del castrismo, de las experiencias nacionales/po-pulares radicales de numerosos países del Asia y delÁfrica de Bandung– deben todos tomarse en cuentacon la seriedad que la prosecución de la utopía creado-ra de la emancipación de los trabajadores y de los pue-blos impone.

Se ha volteado la página de esta primera ola. Peroya empiezan a hacerse sentir las primeras vibracionesanunciadoras de la formación de una nueva ola de lu-chas. Y Cuba, que ha sobrevivido cuando se desplo-maban otros actores de la primera ola, podría ser elpuente de unión entre el pasado y el futuro.

Al acoger en La Habana en 2007 la Cumbre de los NoAlineados (en lo sucesivo los No Alineados con la mun-dialización imperialista), Cuba ha recordado a lospaíses del Sur que pueden derrotar el sistema de ladictadura de la plutocracia financiada por los oligopo-lios imperialistas y el despliegue de su proyecto de con-trol militar del planeta.

Ese propio sistema imperialista dominante entró encrisis desde el otoño de 2008, y su primera manifesta-ción fue el desplome de su mercado monetario y fi-nanciero integrado. Tras el cual se esboza, en profun-

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didad, la crisis sistémica de ese capitalismo/imperialis-mo obsoleto. Paralelamente, con los primeros avancesvictoriosos de los pueblos de la América Latina y deNepal se prefiguran las condiciones de una respuestahumanista, popular y democrática. Marx está de vuel-ta. La afirmación de la segunda ola de luchas de libera-ción de los trabajadores y de los pueblos está ahora a laorden del día. Este futuro mejor posible se tornará unarealidad que se impondrá, si las fuerzas progresistas –enCuba, al igual que en otras partes del mundo– extraenlas lecciones de los límites de las concepciones teóri-cas y de las prácticas de la primera ola.

El socialismo del siglo XXI debe ser democrático.No en el sentido burgués del término, que disocia lademocracia política –limitada al electoralismo paraplu-ripartidista– del progreso social, sino en un sentido másrico y profundo, capaz de asociar la democratizaciónde las sociedades al progreso social. Cuba puede inno-var en esta dirección. Porque ya ha dado el ejemplo deuna vida democrática que, pese a sus insuficiencias,ha sido incomparablemente más real que las falsas de-mocracias electorales de otros lugares asociadas a laregresión social. Consecuentemente, Cuba debe sabermarchar hacia adelante, superar sus insuficiencias,ensayar formas jurídicas e institucionales adecuadas,capaces de asociar el respeto a los derechos individua-les y al progreso social.

Las concepciones de la III Internacional, en el origende las revoluciones del siglo XX, no tomaron suficiente-mente en consideración las consecuencias que la polari-zación inherente a la expansión capitalista/imperialistamundializada implicaba para cuanto se refería a la «cons-trucción del socialismo». Pues esa polarización es la ra-zón por la cual las rupturas decisivas con la lógica delcapitalismo se produjeron todas en las periferias del sis-tema mundial (Rusia, China, Vietnam, Cuba). Pero porello la rápida construcción de una forma acabada desocialismo chocaba con grandes obstáculos, porque

había que asociarlas a tareas conflictivas en buena me-dida, las de corregir el desarrollo insuficiente de las fuer-zas productivas heredado del modelo polarizante de des-pliegue imperialista. El comunismo de la III Internacionalsubestimó la gravedad de esta contradicción e inspiróestrategias que creyeron que la podrían superar en untiempo histórico corto, formuladas por los bolcheviquesen la impronta de 1917, por los maoístas en la Revolu-ción Cultural, por el castrismo.

Hay que entender que la polarización producida porla historia del capitalismo realmente existente imponeotra visión de la larga transición (secular) del capitalis-mo al socialismo. Para los pueblos del Sur, esta largatransición debe estar constituida por fases sucesivasde despliegue de estructuras nacionales, populares ydemocráticas. Estas son las únicas capaces de asociarlas exigencias contradictorias de un desarrollo eficazde fuerzas productivas aún insoslayable y las de la pro-gresión, de etapa en etapa, de nuevas lógicas sociales,las del socialismo, de modo de dar toda la amplitud alrespeto de la democracia en todas sus dimensionessociales, y responder a las exigencias de la vida en elplaneta, amenazada por la irracionalidad de la lógica dela acumulación capitalista. El marxismo creador debeser capaz de generar las conceptualizaciones teóricase inspirar las estrategias de la transición necesarias aldespliegue del socialismo del siglo XXI. Cuba tiene lasmejores condiciones para participar en esta creaciónhumana.

NotaEn los dos tomos publicados de la serie Cuba Révolu-tionnaire (París, L’Harmattan, 2006), su coordinadorRémy Herrera, nos presenta una compilación de exce-lentes estudios sobre Cuba de la autoría de los mejoresintelectuales del país.

Traducido del francés por Lourdes Arencibia Rodríguez

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Desperté al socialismo en 1959, a los quince años, cuando ingreséen el movimiento estudiantil católico (JEC, por sus siglas en por-tugués), que en Brasil tenía una fuerte connotación de izquierda,

gracias a los frailes dominicos formados en la Francia de la posgue-rra, motivados por la alianza entre comunistas y cristianos en la Repú-blica Francesa.

Hasta aquella fecha mi visión del mundo coincidía con el Americanway of life. Mi padre, jurista, había luchado contra la dictadura de Vargas(1937-1945) y, desde la redemocratización de Brasil, en 1945, se man-tuvo al lado de las fuerzas anticomunistas. El movimiento estudiantil,sin embargo, me abrió los ojos y la conciencia al éxito de la RevoluciónCubana. Los barbudos de la Sierra Maestra pasaron a figurar en mi gale-ría de iconos, al lado de actores como James Dean y Marlon Brando.

Cuba se volvió objeto de mi atención en los medios de comunica-ción. Seguí intensamente las visitas de Fidel (1959) y del Che Guevara(1961) a Brasil, y la derrota de los mercenarios made in USA en Bahíade Cochinos (1961).

La dictadura militar se instaló en Brasil en 1964. Como dirigente es-tudiantil, conocí la cárcel por primera vez en junio de aquel año. Lamirada represiva reflejó mi nueva cara: por luchar contra la dictadura yoera tenido como procomunista.

Fueron quince días de cárcel. Al año siguiente entré en la OrdenDominicana. Proseguí la resistencia a la dictadura y en São Paulo mevinculé a la ALN (Acción Liberadora Nacional), grupo guerrillero lidera-do por Carlos Marighella. A partir de ahí Cuba pasó a tener para mí unaresonancia más directa: Organización Latinoamericana de Solidaridad(Olas), «dos, tres... muchos Vietnams», las andanzas del Che en el Congoy en Bolivia, el viaje de Marighella a La Habana, el cual incitó a losbrasileños a levantarse en armas contra el régimen militar y por elsocialismo.

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Mi participación en la guerrilla urbana (1967-1969)tuvo relación con Cuba. Me tocó, como tarea princi-pal, facilitar la salida clandestina del país de militantesperseguidos por la dictadura. Muchos tenían por obje-tivo entrenarse en guerrillas en la Isla. Casi todos re-gresaron clandestinamente a Brasil, aunque pocos so-brevivieron a la saña represiva.

Durante los años de mi segunda prisión (1969-1973),Cuba aparecía como referencia y aliento a nuestrospropósitos revolucionarios. Fue con una incontenidaemoción cómo, desde dentro de la cárcel, acompañé,por la radio, la zafra azucarera de 1970, cuya meta eraobtener diez millones de toneladas. Y gracias a RadioHabana Cuba conocíamos noticias realmente impor-tantes de Brasil.

Revolución e Iglesia

En 1980, invitado al primer aniversario de la Revolu-ción Sandinista, en Managua, se presentó la oportuni-dad de encontrarme con Fidel por vez primera. Teníala certeza de que sería también la última. En casa deSergio Ramírez conversamos desde las dos hasta lasseis de la mañana. Dos preguntas orientaron nuestrodiálogo. La primera: «¿Por qué el Estado y el PartidoComunista cubanos son confesionales?». Fidel reac-cionó casi indignado: «¿Cómo confesionales?». «Sí,Comandante, tanto la afirmación como la negación dela existencia de Dios son manifestaciones confesiona-les, contrarias a la laicidad que la modernidad imprimea las instituciones políticas».

Fidel admitió que nunca había enfrentado la cues-tión bajo esa óptica. Años después el IV Congreso delPartido, celebrado en La Habana en octubre de 1991,eliminó su carácter ateo, permitiendo el ingreso a mili-tantes creyentes. Lo mismo sucedió en relación con elEstado, cuyo cambio en la Constitución determinó sucarácter laico.

La segunda pregunta se refería a la relación entreRevolución e Iglesia católica. Antes de que Fidel res-pondiese presenté tres hipótesis:

1) La Revolución persigue a la Iglesia. He aquí unabuena política favorable al imperialismo, interesado en

demostrar la incompatibilidad entre socialismo y cris-tianismo.

2) La Revolución es indiferente a la Iglesia. Tam-bién del agrado del gobierno de los Estados Unidos,que quiere hacer de la Iglesia en Cuba un reducto decontrarrevolucionarios y descontentos con el régimen.

3) La Revolución, como ente político, dialoga conla Iglesia y trata de insertarla en el proceso de cons-trucción del socialismo.

Fidel admitió que la política revolucionaria, aunqueno hubiera perseguido nunca a denominaciones reli-giosas, estaba equivocada en cuanto a la Iglesia católi-ca. Hacía dieciséis años que no concedía una audien-cia a sus obispos. Preguntó si yo estaría dispuesto acolaborar para la vuelta al diálogo. Acepté, si bien esodependería del interés del Episcopado de Cuba.

En 1981, invitado por la Casa de las Américas, pisépor primera vez La Habana. Aunque el contacto conlos obispos solo ocurriría en febrero de 1983, cuandola Conferencia Episcopal me invitó a su reunión en elsantuario nacional de Nuestra Señora de la Caridad delCobre, cerca de Santiago de Cuba. Estaban presentesel Nuncio Apostólico y los obispos del país. Expuse mitrayectoria con relación a Cuba, desde el encuentrocon Fidel en Managua, de 1980: «Creo que tengo posi-bilidades de contribuir al diálogo Iglesia-Estado en estepaís. Los dirigentes del Partido Comunista están deacuerdo en que yo trabaje en ese sentido». Les dijetambién que solo lo haría si los obispos locales lo acep-taban.

Si ustedes creen que no tengo nada que hacer dí-ganlo ahora, pues es muy arriesgado para mí el ve-nir a Cuba. Vivo bajo una dictadura militar, para lacual la simple mención del nombre de este país cau-sa escalofríos. Pero si creen que tengo un papel quecumplir estoy dispuesto a enfrentar los riesgos. Tam-poco quiero actuar como francotirador, sino en con-sonancia con la Conferencia Episcopal.

Los obispos echaron fuera sus fantasmas y mani-festaron temores y peligros. Recelaban de que yo es-tuviera manipulado por el Partido.

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Me cuesta mucho venir aquí [advertí]. Ya tengodemasiados trabajos en Nicaragua y en Brasil, unpaís de dimensiones continentales. Para mí no tienesentido venir sin la aprobación de ustedes. Si creenque debo interrumpir el diálogo con el gobierno, novuelvo más. Pero les dejo a ustedes la responsabili-dad de esta decisión ante Dios y ante la Historia.

Pidieron que saliese durante unos momentos. Al fi-nal, me dieron todo su apoyo.

Educación popular

Domingo 10 de febrero de 1985. Después del almuer-zo en el hotel Riviera atendí el teléfono: «Soy Piñeiro.No salga del hotel. Cervantes lo va a recoger ahoramismo», me pidió el jefe del Departamento de Améri-ca. Poco después Cervantes confirmó mi sospecha:Fidel quería verme.

Durante cinco horas Cervantes y yo aguardamosante la televisión, viendo películas usamericanas. A lasnueve de la noche llamó Manuel Piñeiro; nos citó en elConsejo de Estado, en la Plaza de la Revolución.

Al salir del ascensor, en el segundo piso, los miem-bros de la seguridad nos condujeron a una sala de es-pera muy confortable, decorada con cuadros y escul-turas de buen gusto, pero tan refrigerada que creí queme iba a resfriar. Una hora después escuchamos pasosmultiplicados en el corredor. Abierta la puerta, entróFidel. Iba acompañado de Piñeiro y de otros tres hom-bres. «Son comunistas chilenos», nos presentó Fidel.«Espero que sean también revolucionarios» –observé–«pues eso de llamarse cristiano o comunista significapoco. Conozco cristianos de izquierda y comunistasde derecha».

Luego que los chilenos se despidieron, Fidel noscondujo a su despacho. Me señaló el sofá mayor deba-jo del cuadro de Camilo Cienfuegos y ocupó él unapoltrona a mi izquierda. Me habló de su encuentro conla delegación episcopal de los Estados Unidos. Lo quele preocupaba, me dijo, eran los obispos cubanos, conquienes hacía poco había tenido contacto: «Desde elcomienzo de la Revolución ha habido muchos pecados

de ambas partes. Más de nuestro lado que del lado dela Iglesia», admitió. «Incluso yo tenía mis prejuiciosen relación con los obispos, y estaba mal informado.Creía que monseñor Adolfo [Rodríguez] era un con-servador y reaccionario. Y, al contrario, es un hombreserio y con quien se puede conversar».

«Por lo que yo sé» –le comenté– «a los obispostambién les agradó el encuentro. Y quedaron muy sa-tisfechos con la perspectiva de tener encuentros pe-riódicos con usted». «Sí» –dijo el Comandante– «es-toy dispuesto a ello, pero para discutir cuestionesfundamentales, y no sobre el viaje de un sacerdote fueradel país o la reforma de un templo».

Añadió que vio como positivos los viajes del Papa ala América del Sur. Preguntó qué significan; cómo fun-cionan el concilio; los sínodos, posteriormente, se in-teresó por aspectos personales de mi familia y de miformación religiosa: «Dígame cómo es la formaciónde un fraile dominico», solicitó en tono muy bajo, gu-tural. «Fui alumno de los hermanos lasallistas y, des-pués, de los jesuitas. En aquel tiempo, ellos hablabanen contra de los protestantes y de los judíos, y habíaracismo en las escuelas».

Le expliqué sobre la formación de los frailes domi-nicos. Curioso, Fidel preguntó por el currículo, losprofesores, los exámenes, los cursos complementa-rios. «¿Se estudia el marxismo?». «Sí, en Filosofía,respondí». «El prejuicio ante los manuales favoreciómi contacto con las obras de Marx, de Engels, de Le-nin, y también de Trotsky y de Stalin. Me libré así deldogmatismo de Plejanov y del mecanicismo de Pulit-zer. Aprendí mucho además con las reflexiones deGramsci. Sin este es imposible comprender bien el fe-nómeno religioso en las luchas sociales».

«¿Pero usted no está queriendo negar el valor de lateoría?», preguntó Fidel. A lo que respondí:

No, pero si la mera capacitación teórica fuera sufi-ciente, los partidos comunistas de la América Lati-na, detentores del marxismo-leninismo, habrían he-cho revoluciones. Ningún partido comunista hastaahora ha hecho la revolución en nuestro Continen-te. Quien la hizo fue el Movimiento 26 de Julio, aquí

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en Cuba, y el Frente Sandinista de Liberación Na-cional. Movimientos que tenían contacto con lasbases populares, sin prejuicios, capaces de captarlos valores populares e inclusive sus sentimientosreligiosos.

«Estoy de acuerdo con lo que usted dice», dijo él.Hablamos también de la teología de la liberación. Le

expliqué su génesis y los problemas con el poder ecle-siástico. Luego le pregunté qué recursos se empleabanen la formación ideológica de las nuevas generacionescubanas. Fidel confirmó mi sospecha de que en Cuba,como en la mayoría de los países socialistas, no habíaun programa específico de concientización política. Sesuponía –equivocadamente– que la propia sociedadsocialista, a través de su aparato ideológico, como es-cuelas y medios de comunicación, formaba el pensa-miento de la juventud. Si por una parte eso era verdad,por otra parte no se podía ignorar que el socialismo escontemporáneo del capitalismo, y de un capitalismotecnológicamente mucho más avanzado. Confiar laformación ideológica a los sistemas formales es cedera la pretensión de que ellos podrían sobreponerse a lossistemas informales del consumismo capitalista, comola música, la moda y los atractivos de enaltecimientodel ego.

Fidel me oyó atento y se defendió: «El internaciona-lismo es un factor importante en la formación de nues-tra juventud. Millares de cubanos han pasado ya porAngola, donde tenemos actualmente a cuarenta mil jó-venes. Pero es verdad que el egoísmo todavía no hasido erradicado de nuestra sociedad».

Insistí: «Me preocupa mucho la educación ideoló-gica de las nuevas generaciones. Y no creo que un par-tido comunista pueda hacerlo, pues sus límites sonestrechos y lo importante es precisamente alcanzar alos que están fuera del partido. Tampoco veo cómo laescuela formal pueda hacer esa tarea». «¿Qué sugeri-ría usted?», preguntó Fidel. «La metodología de la edu-cación popular en el fortalecimiento de movimientospopulares», respondí.

Le describí mi trabajo en educación popular y loque significa la concepción metodológica dialéctica,

que se contrapone a la metodología bancaria denun-ciada por Paulo Freire –y paradójicamente tan en boga,en aquella época, en los países socialistas–. Consideréoportuno citar el nombre de Paulo Freire, injustamente«quemado» por comunistas brasileños, e incluso enCuba. Alegaban que sus conceptos eran idealistas, a laluz de la filosofía cristiana, y por tanto inaceptablespara quien asume la concepción materialista de la na-turaleza y de la historia. Tales críticas se basaban enuna lectura superficial de sus primeras obras, comoEducación como práctica de libertad. Su evoluciónideológica se refleja en Pedagogía del oprimido y Car-tas a Guinea-Bissau. Pero los críticos ignoraron estasobras, a pesar de que su método de educación populary de alfabetización fuera adoptado por países africa-nos recientemente liberados en aquel momento, y porNicaragua. «En un próximo viaje hable de esto con elMinistro de Educación y con los teóricos del Partido»,me recomendó el dirigente cubano.

Pasaba de la una de la madrugada cuando Fidel sedespidió de mí. Antes de salir observé: «En julio de1980, en nuestro primer encuentro, en Managua, pre-gunté cuál era la posición del gobierno de Cuba ante laIglesia local. Hoy pregunto: ¿le interesa, de hecho, algobierno cubano que la Iglesia de aquí asuma la líneade la teología de la liberación?». Fidel no dudó en decirque sí.

De ese encuentro surgió la idea de fundar en Cubaun centro de educación popular en la línea del métodoPaulo Freire: el Centro Memorial Martin Luther KingJr., que lleva activo más de veinte años.

Entrevista con Fidel

Chomy Miyar, secretario del Consejo de Estado, meinvitó a comer en su casa la noche del jueves 14 defebrero de 1985. Yo me encontraba en Cuba partici-pando del Premio Literario Casa de las Américas. EnLa Habana esta era considerada la más irrecusable delas invitaciones. Era lo mismo que ser invitado por Fi-del, quien no abre las puertas de su casa más que a susamigos por verse obligado a vivir clandestino en supropio país, por razones de seguridad.

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La casa, próxima al Zoológico de La Habana, esdiscreta, situada en una calle sin salida, y desde fuera,ningún detalle llama la atención. Parece una de aquellasresidencias construidas por la pequeña burguesía an-tes de la Revolución, en un barrio de clase media as-cendente. La tapia cubierta de vegetación impide quese vea la fachada. Por dentro todo recuerda a un mu-seo. Cada mueble se encuentra atestado de regalos re-cibidos por Fidel –cuadros, esculturas, alfombras, con-decoraciones, recuerdos y artesanías de los másdiversos países–. En las paredes fotos que registranlos viajes del líder cubano por la Unión Soviética, Áfri-ca, Jamaica, Chile y Nicaragua. Algunas son de la Sie-rra Maestra y de los primeros años de la Revolución.Hay una colección de pósters lanzada por los partidosde izquierda de Chile con motivo de la visita de Fidel algobierno de Salvador Allende, en 1971. Y muchos li-bros. Todo un acervo destinado a los museos despuésde la muerte del dirigente cubano.

Fui recibido por Marina Majoli, esposa de Chomy,una italiana que llegó a Cuba como periodista, intere-sada por conocer una sociedad alternativa al consu-mismo de Europa occidental, y se quedó, cautiva porel corazón. En torno a la mesa Armando Hart, ManuelPiñeiro y su mujer, Marta Harnecker. Chomy preparóla comida: arroz, frijoles negros, carne de cerdo asa-da, yuca cocida y plátano frito. Típica comida cubana–y, por coincidencia, comida típica de Minas Gerais,estado en el que nací–, lo que solo se explica por losafricanos traídos como esclavos a América. En la so-bremesa, quesos de tipo francés fabricados en Cuba:el suave queso azul Guaicanamar, muy parecido al azulde Laqueuille; el picante y delicado queso azul, seme-jante al Bleu des Causses; el sabroso queso azul Pig-meé; y, en homenaje a Marina, el Gorgonzola, cremo-so y fuerte.

A la hora del café se oyeron ruidos de frenazo brus-co y de abrir puertas. Era medianoche cuando Fidelentró. Tomó asiento entre libros y discos, aceptó unasola dosis cowboy de güisqui y lo saboreó lentamente.«Descubrí un área en la que estamos de acuerdo», ledije. «¿Cuál?». «La cocina. Soy hijo de una especialistaen la materia. Mi madre es autora de un clásico, Fogón

de leña, 300 años de cocina minera». «Mi especialidadson los camarones», precisó el líder cubano.

Retomamos los temas del encuentro con los escri-tores latinoamericanos del Premio Casa de las Améri-cas, aquella madrugada: «Usted dice que le gustan laspreguntas aparentemente embarazosas. De hecho veoen su personalidad una atracción compulsiva por eldesafío. ¿De dónde le viene esa propensión a no perdernunca, de su padre o de su madre?», pregunté. «Delos dos. Mi madre era muy religiosa y mi padre escép-tico. Lo que no me agrada en las entrevistas son laspreguntas de carácter subjetivista o aquellas que meconsideran dotado de un carisma excepcional, capazde mover la historia. No son los individuos aislados losque hacen la historia. Y yo no me considero un caudi-llo». «Todo ser humano debiera tener un mínimo dis-tanciamiento de sí mismo, en el sentido brechtiano deltérmino», observé. «Así tendría sentido de autocríticay no se daría más valor del que merece». «Si hay algoque repudio fuertemente» –añadió Fidel– «es la idea deser una figura mítica. Nunca olvido la frase de Martí,de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano demaíz»». Le comenté:

Hay dos tipos de políticos: los que se mueven porsus intereses personales, aunque bajo el aparentepretexto de defensa de las demandas colectivas, ylos que no temen a ningún peligro al poner las cau-sas sociales por encima, incluso, de su sobreviven-cia física. Se puede acusar a un guerrillero de todo,menos de buscar el poder como objeto de deseopersonal, pues las posibilidades de llegar a él, vivo,son pequeñas frente a la amenaza permanente demuerte.

Aproveché para sondear cómo juzgaba mi actividadpastoral en Cuba. Un funcionario del Departamento deAmérica me había dado a entender, por aquellos días,que yo no debía impartir conferencias o cursos a cris-tianos cubanos, información que preferí omitir parano crear un clima de intriga. «En su opinión, ¿hastaqué punto debo promover aquí encuentros y semina-rios, debates y retiros con los cristianos?». «Solo us-

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ted puede realizar esas actividades. Yo no, no soy teó-logo», sugirió Fidel, dejándome satisfecho porque tam-bién Piñeiro había oído la respuesta. «Escribí un pe-queño texto, Cristianismo y marxismo, que quizá puedaayudar en la reflexión de los cristianos y de los comu-nistas cubanos». «Podemos publicarlo aquí. Yo podríaanexar algunos textos míos y, a lo mejor, hasta le daríaa usted una entrevista específica sobre la cuestión re-ligiosa. ¿Ha leído lo que dije sobre cristianismo y mar-xismo en mi visita a Chile en 1971?». «Sí, leí tambiénlo que dijo sobre el tema en Jamaica, en 1977, y aquíen Cuba».

Fidel estaba exultante con el tema y yo agarré elpájaro al vuelo: «Me agradaría poder hacer una largaentrevista con usted, para ser publicada en un librodestinado al público joven de Brasil». «Estoy dispuestoa concedérsela. ¿Cuándo va a poder regresar?». «Qui-zá en mayo; ¿sería posible?». «Es una buena época»,respondió Fidel.

Regresé a La Habana en mayo de 1985, en compa-ñía de mis padres. Fidel me llamó a su despacho: «Va-mos a dejar nuestra entrevista para otra ocasión. Ten-go que prepararme mejor», se justificó. Un hecho nuevohabía modificado la coyuntura y, seguramente, la mis-ma atención de Fidel: las transmisiones piratas de Ra-dio Martí, de Miami hacia Cuba, con cincuenta milwatts de potencia y catorce horas diarias de progra-mación. Había sido propuesta por Reagan como «uninstrumento de concientización de los cubanos». Apesar de la coyuntura desfavorable, mi ángel de la guar-da me sopló al oído: «Ahora o nunca». Me vino a lamente El viejo y el mar, de Hemingway. Concentrétodos los esfuerzos en la pesca de aquel tiburón. Fidelno podía escapárseme. Eché mano de todos los argu-mentos: «¿Qué preguntas querría hacerme?», pregun-tó él, abriendo una brecha.

Yo había preparado una lista de sesenta preguntas,comenzando por su infancia, la vida escolar, el perfilde la familia, la formación cristiana... Le leí las prime-ras y enseguida me interrumpió: «Muy bien, comenza-mos mañana».

Quizá Fidel recelaba de que yo le hiciera preguntasteológicas, académicas o doctrinarias. Por eso su ex-

cusa de que necesitaba prepararse mejor. Cedió a miruego cuando se dio cuenta de que tenía que hablarmemás con la vida y con el corazón, que con ideas y conla mente.

Eran pasadas las nueve de la noche del jueves 23 demayo de 1985. Fidel acababa de participar en una re-cepción ofrecida por la Federación de Mujeres Cuba-nas (FMC). Me recibió en su despacho, en traje degala, en compañía de su cuñada, Vilma Espín, presi-denta de la FMC, y de Armando Hart. Mientras con-versábamos él tomaba té y fumaba unos puritosCohiba. Inicié la entrevista, publicada después bajo eltítulo de Fidel y la religión. Trabajamos hasta las tresde la madrugada, ofreciéndose para llevarme a la casa enla que me hospedaba con mis padres.

«¿Los viejos estarán despiertos?», preguntó en eltrayecto. «Seguramente no, pero podemos despertar-los». «No, es muy tarde. No quiero molestarlos». «Co-mandante» –le argüí–, «creo que quedarían felices parael resto de sus vidas si son despertados por usted estamadrugada. Se lo contarán a sus hijos y a sus nietos».«Entonces iré a saludarlos».

Llamé a la puerta del cuarto. Mi madre salió en ca-misón y mi padre en pijama. Nos sentamos alrededorde la mesa, tomando jugos de frutas, oyendo a Fidelcontar cómo se arreglaba para sobrevivir en la Ciudadde México antes de embarcar en el Granma. Hablamosespecialmente de la comida mexicana. Eran las cincode la mañana cuando él se retiró.

A las cinco de la tarde iniciamos la segunda parte dela entrevista. Trabajamos hasta las diez de la noche,pues Fidel debía asistir a una cena en casa del embaja-dor de la Argentina, a la cual me invitó. Al presentarmeal embajador cometió el equívoco de comentar que mimadre era una excelente cocinera y que le ofreceríauna cena en los próximos días. Diplomáticamente, elembajador se invitó al banquete.

El sábado, mientras impartía una conferencia en elconvento de los dominicos a un grupo de la Federa-ción Universitaria del Movimiento Estudiantil Cristia-no, me llamaron por teléfono. Era del Palacio de laRevolución, citándome al despacho del Comandante.A las ocho de la noche dimos inicio a la tercera parte

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de la entrevista. Estuvimos hasta las once. Entoncessalimos hacia la casa de protocolo, donde mi madre nosesperaba con lomo y costillitas de cerdo con maíz. Pre-paré una pasta de camarón. En torno a la mesa Fidel yRaúl Castro –lo que es rarísimo, pues razones de segu-ridad recomiendan que no anden juntos–, Vilma Espín,Armando Hart, Marta Harnecker y Manuel Piñeiro, Ser-gio Cervantes y el embajador argentino, el único quedesentonaba en el clima relajado que se creó, especial-mente en aquella ocasión en que los hermanos Castro,cual jóvenes alrededor de un trofeo, pasaron a disputarla segunda garrafa de aguardiente Velho Barreiro queestaba intacta, pues la primera se vació enseguida.

Fue la primera vez que vi a Fidel comer con voraci-dad. Lo que más le satisfizo fue la ambrosía, el dulcede los dioses de Grecia, conocido en Minas Gerais comoespera-marido, por la rapidez con que las mujeres lopreparan al avistar por la ventana a su hombre regresardel trabajo.

A la salida, en el jardín, Fidel y Raúl disputaron elaguardiente como dos amigos en torno a una prenda.Con la garrafa asida por cuatro manos, Raúl amenazó:«Si no me la dejas, cuento aquellas cosas, eh...». Fidelle sonrió a su hermano y soltó el trofeo.

A la mañana siguiente, mandó a los de su seguridada que fueran a recoger donde mi madre otro pote deespera-marido.

La larga entrevista terminó en la madrugada delmartes 28 de mayo de 1985, cuando completamosveintitrés horas de diálogo. En noviembre de aquel añoel libro fue presentado en Cuba. Se vendieron trescien-tos mil ejemplares en menos de cuarenta y ocho horas.Hoy la tirada cubana rebasa el millón. La obra, traduci-da en treinta y dos países a veintitrés idiomas, ayudó aerradicar el miedo a los cristianos y a los prejuicios delos comunistas.

Traducción del portugués por J.L.Burguet

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ALEJANDRO OTERO (Venezuela, 1921-1990): S/t, 1986. Calcografía, 120 x 180 mm. P/A

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El más profundo legado de la Revolución Cubana fue quizá la ideade la lucha armada de liberación nacional. Aproximadamente, sepuede decir que el período de la lucha armada, pensada como una

«etapa» específica de la historia moderna de la América Latina, comien-za con el triunfo de la Revolución en 1959. Se extiende en Suramérica,incluyendo a Brasil, hasta el derrocamiento de Allende y la imposiciónde las dictaduras militares en el Cono Sur en 1973 y después, y en elCaribe y Centroamérica, cuya dinámica regional era distinta, hasta lascampañas de contrainsurgencia a principios y mediados de los 80 enNicaragua, Guatemala y El Salvador, y la derrota electoral de los sandi-nistas en febrero de 1990.

¿Qué queda de todo eso? ¿Solo una memoria nostálgica o amarga?Parte del problema de pensar hoy la lucha armada es que si bien hayhistorias y testimonios de ella en este o aquel país, no hay una historiageneral de esta lucha armada a nivel continental en la América Latina.Régis Debray comenzó tal historia en los años 70 en un proyecto llama-do Crítica de las armas, que al final terminaría abandonando a mediocamino a la vez que su propia carrera política se desplazaba hacia laderecha. Quizá entonces el intento más influyente hasta hoy de resumirla experiencia de la lucha armada sea el libro de Jorge Castañeda Lautopía desarmada. La izquierda latinoamericana después de la GuerraFría (1993), que presentaba un bosquejo panorámico del surgimiento yocaso de la lucha armada, y entrevistas a varios de los líderes másimportantes de la guerrilla. Sin embargo, el libro de Castañeda resultóun obituario prematuro de la lucha armada (el Levantamiento zapatistaen Chiapas estalló un año después de su publicación inicial); y a pesarde su declarada intención de formular un nuevo programa estratégicopara la izquierda, serviría más bien de plataforma para las ambiciones de

JOHN BEVERLEY

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su autor en tanto político neoconservador en Méxicoque como documento vaticinador de las nuevas for-mas de la izquierda que se estaban gestando en la Amé-rica Latina en los años 90.

La utopía desarmada... asentó lo que se podría lla-mar el paradigma de desengaño en la representación dela lucha armada. Aunque a veces producido desde laizquierda, ese paradigma ha sustentado, y sustenta aúnhoy, la hegemonía neoliberal en la América Latina, de lamisma manera que una narrativa antisesentista respaldóel giro neoconservador en los Estados Unidos. Esa he-gemonía está en decaimiento, y la izquierda latinoameri-cana –a veces en formas nuevas no siempre vistas consimpatía por algunos sectores de la izquierda tradicio-nal– ha obtenido triunfos significativos en los últimosaños. Hoy una mayoría de la población de los países dela América Latina vive bajo gobiernos que se considerana sí mismos, de una u otra forma, socialistas, y quecolaboran entre sí a nivel regional. Muchos de los prota-gonistas involucrados en estos gobiernos o en los mo-vimientos sociales que los pusieron en el poder, apren-dieron y ganaron experiencia en el campo de la políticadurante el período de la lucha armada. Las nuevas for-mas de pensamiento y organización que corresponden aeste desplazamiento tectónico en la política latinoameri-cana no pueden ser articulados sin recuperar nireconsiderar el legado de la lucha armada. Sin embargo,excepto por una parcial rehabilitación de la figura delChe en los últimos años –por ejemplo, en la película deWalter Salles, Diarios de motocicleta–, la lucha armadaha sido casi completamente olvidada o marginada de lamemoria pública en la América Latina, un poco comola huelga de los jornaleros de las bananeras en Cien añosde soledad. Ha sido olvidada o marginada en parte por-que las nuevas generaciones en la América Latina notienen una conexión vivencial con ella. Pero esa situa-ción inevitable es agravada por el hecho de que la mayorparte de las representaciones de la lucha armada a lasque sí tienen acceso, en general están regidas, como Lautopía desarmada... de Castañeda, por el paradigma deldesengaño.

Ese paradigma descansa fundamentalmente en laautoridad, en la cultura latinoamericana de las últimas

décadas, de una narrativa de «maduración» o Bildungpersonal correspondiente a la generación de los 60 y 70–la generación, o una parte importante de ella, que sedefinió a sí misma como comprometida o solidaria conla lucha armada–. Su forma general es la siguiente: elsueño de la transformación revolucionaria de la socie-dad que era la inspiración de la lucha armada fue unaespecie de adolescencia romántica. Una adolescencia idea-lista, valiente y generosa, pero también propensa a losexcesos, a cometer errores, a la irresponsabilidad y anar-quía moral. Por contraste, la madurez biológica y bio-gráfica de esa generación, representada por sus respon-sabilidades como padres y en sus centros de trabajo oprofesiones, corresponde a la hegemonía del modeloeconómico neoliberal y al restablecimiento de la demo-cracia formal en los años 80 y 90. De allí que el presente(neoliberal) aparezca en cierto sentido como un nuevo«principio de realidad» ante el cual deben ceder los sue-ños revolucionarios de la juventud.

Un ejemplo conocido de este esquema es el retratoen la tercera parte de la película mexicana Amores pe-rros (2002) de El Chivo, el ex profesor universitarioque, a raíz de la masacre de estudiantes en la Plaza delas Tres Culturas de Tlalteloco, en 1968, abandona asu esposa y a su hija para convertirse en guerrillero.Como consecuencia, pasa veinte años en prisión, y seve reducido a trabajar como asesino a sueldo en el pre-sente. La insinuación es que El Chivo cometió un errorno solo político sino ético al decidir abandonar su ca-rrera y su familia para dedicarse a la lucha armada, unaespecie de «pecado» –las tres partes de la película re-presentan distintas formas de pecado contra la familia(incesto, adulterio, abandono)– que trata de enmendarahora que su hija ha crecido. (Amores perros equiparaen este sentido la lucha armada con la violencia delcapitalismo neoliberal).

El paradigma de desengaño se encuentra profunda-mente asentado en docenas de novelas, narrativas tes-timoniales, historias, memorias, poemas y películas quetratan sobre la América Latina y la lucha armada en losaños 60 y 70. Representa en cierto sentido una varian-te de la novela picaresca barroca, especialmente de laque fue el libro más leído en el siglo XVII tanto en Espa-

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ña como en las Indias, el Guzmán de Alfarache, deMateo Alemán. Al aproximarse a la madurez, el pícarose arrepiente de su mala vida, denuncia a sus antiguoscamaradas con las autoridades, hace las paces con elEstado y la justicia, y se sienta a escribir su historia,que será «ejemplar» para otros. El guerrillero arrepen-tido se ha convertido en la versión del pícaro en lacultura latinoamericana contemporánea.

Hay un segundo esquema narrativo que entra enfuncionamiento en el paradigma de desengaño. Es elsentido «común» –en realidad profundamente ideoló-gico o, para recordar la caracterización de Althusser,«historicista»– de la historia que identifica el movimientocronológico hacia el futuro con el progreso. Como sesabe, hay una versión «progresista» de esta creencia:la idea de la «inevitabilidad» del socialismo. En estecaso, se trata de una versión reaccionaria: Dado que elneoliberalismo y la integración económica regional bajolos auspicios de los Estados Unidos vienen después dela derrota o el desmoronamiento de la lucha armada,parecería como si estos hechos fueran, en cierto sen-tido, inevitables –productos de una etapa histórica queva más allá de la etapa anterior, creando nuevas obliga-ciones y condiciones de posibilidad, hasta que inclusola izquierda, si fuera a resurgir, tendría que empezardesde ese punto. No puede haber retroceso–. Lo quesucede en el paradigma de desengaño en la representa-ción de la lucha armada es que la narrativa biográficade madurez y éxito o fracaso personal es proyectadadentro de esta narrativa subyacente de transición entreuna etapa histórica y otra.

No cabe duda de que en los últimos treinta años,más o menos, la violencia contrarrevolucionaria, eldebilitamiento del Estado de bienestar debido a las po-líticas neoliberales, y los efectos de la globalización,han cambiado dramáticamente el terreno de la luchapolítica en la América Latina. Lo que a su vez ha afec-tado la naturaleza y los fines, tanto a corto, como alargo plazo, de la izquierda. Podría decirse que si laglobalización representa una nueva etapa del capitalis-mo con sus propias dinámicas y contradicciones es-pecíficas, por lo mismo requiere de una nueva formade socialismo, de la misma manera en que Lenin sos-

tuvo que el imperialismo, como la nueva etapa de capi-talismo que se alzaba en la aurora del siglo XX, requeríade una estrategia diferente a la de la Segunda Interna-cional, arraigada en los sindicatos y partidos socialde-mócratas parlamentarios. Algo así es la idea básica delconocido libro de Michael Hardt y Antonio Negri, Impe-rio, con su visión de la «multitud» como el nuevo sujetorevolucionario en la globalización.

Sin embargo, Imperio no es una guía particularmenteútil e iluminadora para los diferentes tipos de movi-mientos sociales y partidos o coaliciones de izquierdaque ahora ocupan el centro del escenario en la AméricaLatina. Si hay algo que queda claro es que estos hanhecho de la conquista del Estado-nación su principal ob-jetivo, mientras que la «multitud» es en primera instanciaun sujeto posnacional en un sentido convencional de na-ción. Piensan de una forma continental regional, global,pero no han abandonado la nación o la meta de «libera-ción nacional». Más bien buscan nuevas formas dearticular de una manera más representativa, multicul-tural, e igualitaria la identidad y posibilidad de la na-ción-Estado. El concepto histórico más pertinente paraentender el caso latinoamericano no es la idea de quela globalización represente una nueva etapa históricacon características propias, sino la idea de una Res-tauración, sobre el modelo del período entre el Con-greso de Viena en 1815 y los levantamientos revolu-cionarios de 1848 que siguieron al decaimiento delimpulso radicalizador de las Revoluciones Francesa yHaitiana y la muerte de Napoleón. Una Restauraciónrepresenta la obstrucción de un proceso histórico, nosu trascendencia; es un producto, en cierto sentido, deese proceso histórico, al que busca limitar y/o cooptaren la medida de lo posible. Por lo tanto, es de esperarque el proceso vuelva a resurgir, si bien de formasnuevas y a veces inesperadas, en cuanto la fuerza de lacoalición reaccionaria que produjo la Restauración asu vez comienza a decaer con el paso del tiempo. Hayun ciclo (¿inevitable?) de radicalización y reacción. EntreMetternich y el Congreso de Viena y las revolucionesde 1848 en Europa hubo algo así como treinta y cuatroaños, más o menos una generación. Análogamente, alre-dedor de treinta años separan la derrota de la izquierda

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en Sudamérica a mediados de los 70 (orquestada porHenry Kissinger, el discípulo contemporáneo de Met-ternich) y su reciente resurgencia. En los Estados Uni-dos, treinta años separan la llegada al poder de RonaldReagan y la llamada «revolución conservadora», en1980, y la reciente elección de Barack Obama.

Hubiera sido agradable poder decir que con el adve-nimiento de la democratización, la larga secuencia his-tórica de violencia en la América Latina, de la cual lalucha armada entre 1959 y 1990 fue tan solo una fase,se ha acabado, y que en la actualidad la política estácompletamente asumida por la sociedad civil y el siste-ma electoral parlamentario. Es evidente que la políticay el activismo político en la América Latina se han des-plazado en general a un nuevo terreno. Sin embargo, eseterreno continúa siendo articulado en muchos sentidospor el legado de la lucha armada. No es independientede ese legado. Por lo demás, tampoco es exacto decirque esta lucha en la América Latina es totalmente algodel pasado. Como se sabe, sigue en zonas importantesde Colombia; reapareció en el sur de México, en Chia-pas, con el Levantamiento zapatista al principio de los90, en parte como respuesta a la implementación delos acuerdos del Tratado de Libre Comercio; y másrecientemente ha estallado de nuevo en Guerrero y enotras partes de México. En Chile, el pueblo mapuchese ha visto obligado a recurrir a protestas violentas enun esfuerzo por prevenir la ocupación de sus tierrascomunales para proyectos estatales y privados. Sepodrían multiplicar estos ejemplos fácilmente. La des-aparición de la violencia extraestatal en la América La-tina no dependerá de la voluntad del Estado de imponerorden o de la comprensible aspiración de estabilidad demuchos ciudadanos, sino de la capacidad del Estadode producir condiciones económicas y sociales genui-namente inclusivas, prósperas e igualitarias. Pero paraque esto ocurra se hace necesario un Estado diferente.De allí que la meta de la transformación (del Estado,de la sociedad civil), que estaba en el centro de la luchaarmada no ha desaparecido; simplemente aparece hoyen una nueva forma.

En retrospectiva, sin embargo, parecería que tienenrazón los que pensaban que la lucha armada estaba

destinada al fracaso desde un comienzo. Pero no pare-ció así en su momento de origen; de hecho, fue laaparente lógica histórica a la que estaba conectada la lu-cha armada –la propagación internacional del socialis-mo y las «guerras de liberación nacional»– la que pare-cía «irreversible» entonces, para volver al tema delhistoricismo que habíamos esbozado antes. No cabeduda de que muchos de los proyectos individuales delucha armada fueron mal concebidos y por lo mismoestaban destinados al fracaso. Pero eso no justifica laaseveración de que todos estaban destinados al fraca-so, que desde su misma concepción la victoria era im-posible. De hecho, la lucha armada triunfa al menos endos países, Cuba y Nicaragua, y en varios otros estu-vo a punto de alcanzar el poder. Pudo plausiblementehaber ganado, por ejemplo, en El Salvador. Y en esecaso, la cadena histórica habría sido otra en Centro-américa, y quizá también en la América Latina en gene-ral, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo.Aunque las dinámicas de la lucha armada latinoameri-cana eran (y son) locales y coyunturales, su eventualderrota estuvo ciertamente conectada con el decaimien-to general de la fuerza del bloque socialista, con la UniónSoviética entrando en los 70 a un período de estanca-miento económico (que también afectó a Cuba des-pués del fracaso económico de la zafra azucarera de1970), y con China lidiando con los efectos de la Re-volución Cultural, y pasando a una política de disten-sión con los Estados Unidos después de 1972. «Talvez», el guerrillero arrepentido dirá, «fue mejor que noganáramos».

Pero ese melancólico sentimiento de «inevitabilidad»histórica confirmada en última instancia por la caída de laUnión Soviética concede algo que no debería: que la lu-cha armada en la América Latina dependía del destino delcomunismo soviético. Ese sentimiento es en sí, por lotanto, una forma de historicismo, no una apreciación ob-jetiva de la necesidad histórica. En verdad, quizá sea másacertado decir lo contrario: que el futuro de la Unión So-viética en los 70 y 80 dependía de la posibilidad de que laAmérica Latina se convirtiera al socialismo. Una de lasrazones que hacía original y atractiva la lucha armadalatinoamericana era precisamente que presagiaba una

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nueva forma del socialismo, diferente a los modelos yaen ese tiempo percibidos como problemáticos (el CheGuevara hablaba con sorna del «comunismo del goulash»).En el arranque radicalizador de la Revolución Cubana, enla estrategia parlamentaria del «camino chileno al socialis-mo» de Allende, en las «zonas liberadas» de esta o aquellazona rural, en la clandestinidad urbana o en la experienciasandinista en Nicaragua, con todas sus ambigüedades ycontradicciones, lo que se estaba gestando eran formasdel socialismo propiamente latinoamericanas, de la mis-ma manera en que, digamos, el comunismo chino o lasocialdemocracia europea fueron específicos para suspropias sociedades. Si esas nuevas formas de socialismohubieran prosperado y comenzado a interactuar, apoyar-se, influirse, y sobre todo corregirse la una a la otra, a suvez habrían servido de inspiración y de base de apoyomaterial para otros procesos emancipatorios (aquí se deberecordar el rol crucial que tuvo Cuba apoyando a los viet-namitas y a la lucha contra el régimen del apartheid enSudáfrica, finalmente victoriosa). Y no solamente en elTercer Mundo o en los países de la periferia (mencionode pasada, desde mi propia experiencia, la tremenda in-fluencia que tuvo la izquierda revolucionaria latinoameri-cana en la configuración de la llamada Nueva Izquierdaen los Estados Unidos).

No hay ninguna duda de que la Unión Soviética, y lossocialdemócratas europeos trataron de contener los mo-vimientos latinoamericanos, incluyendo la lucha armada,dentro de sus respectivas fórmulas; pero los movimien-tos siguieron saliéndose de esas fórmulas con gran osa-día y originalidad teórica y práctica. ¿Hubiera sido inevi-table el colapso internacional del socialismo si en los 60varios países latinoamericanos hubieran podido seguirel camino de Cuba? ¿Si Allende hubiera podido cumplircon su promesa de un «camino chileno al socialismo»democrático? ¿Si a principios de los 80 los guatemalte-cos o salvadoreños hubieran podido seguir los pasos delos sandinistas? ¿Y cuál sería hoy la situación de Cuba siotros países latinoamericanos hubieran estado en la po-sición de tener lazos fraternales con ella?

Poner en polos antagónicos a la democracia formaly la lucha armada fue parte de la estrategia de contra-insurgencia de los Estados Unidos durante la Guerra

Fría –tal como hoy en día en Iraq–. No obstante, lagran mayoría de las experiencias de la lucha armada enla América Latina surgieron precisamente contra dic-taduras militares (por ejemplo, en Cuba, Guatemala,Nicaragua, la República Dominicana, la Argentina yBrasil), o en situaciones de profunda crisis y/o de co-rrupción de las instituciones políticas formales. Al mis-mo tiempo, es evidente que con la excepción de laUnidad Popular chilena, la izquierda revolucionaria la-tinoamericana, asentada como estaba en la noción deuna pequeña vanguardia o elite revolucionaria –el fa-moso «foco» de la teoría guevarista– menospreció elproblema de la democracia de masas y de la hegemo-nía política expresado en términos electorales o cultu-rales. Aun así, sin embargo, en balance la experienciade la lucha armada en la América Latina iba en la direc-ción de la democracia, y trajo a la política un hálito deesperanza en un cambio democrático-popular que ha-bía estado faltando desde los años 30. También plan-teó la posibilidad de desplazarse más allá de las formasa menudo restringidas y altamente manipuladas de lapolítica electoral y el sindicalismo hacia formas de con-cientización y participación política más comprehensi-vas y representativas.

Parte de la originalidad y promesa de la lucha arma-da en la América Latina estaba expresada en su super-estructura cultural. En el campo del cine, se podríanmencionar, por ejemplo, las grandes películas cubanasde los años 60 y 70 o al cinema novo brasileño, parti-cularmente la obra de Glauber Rocha, o la masiva re-construcción documental del auge y caída del gobier-no de la Unidad Popular de Allende, La batalla deChile, o a la obra maestra argentina La hora de loshornos, una de las películas más atrevidas y originalesque haya sido producida en cualquier parte del mundoen los 60, hoy casi olvidada –todas profundamente re-lacionadas con el impulso de la lucha armada–. Losprincipales novelistas del boom se veían algo así comolos compañeros de ruta de la lucha armada, y algunos,como Julio Cortázar, hasta insistieron en la coincidenciade sus técnicas narrativas vanguardistas con la funciónradicalizadora del «foco» guerrillero. Había otras ma-nifestaciones de la relación entre arte y lucha armada:

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el teatro de creación colectiva en Colombia; una mar-cada variedad de poesía «comprometida» –poesía mi-litante– que se extendía desde la poesía conversa-cional impulsada por la Casa de las Américas y lascanciones populares politizadas de la nueva trova has-ta la poesía de taller sandinista, escrita por campesi-nos, soldados y obreros en sus propios lugares de tra-bajo; un arte visual estilo pop politizado y dinámico; yel testimonio, cuya emergencia y autoridad como for-ma narrativa estaban profundamente conectadas conla lucha armada.

No se trataba únicamente de que muchos músicos,artistas, periodistas, cineastas y escritores se convir-tieron en compañeros de ruta del movimiento revolu-cionario, como fue el caso en los años 30 y 40 defiguras como Pablo Neruda y Diego Rivera. Las orga-nizaciones de la lucha armada, sus extensas redes deapoyo proveían un contexto en el cual, como en elcaso de la Resistencia francesa durante la SegundaGuerra Mundial, intelectuales, artistas, músicos y pro-fesionales de clase media se encontraban a menudotrabajando codo a codo en la clandestinidad con traba-jadores y campesinos de los sectores populares (unarelación no siempre exenta de problemas, pero eso esotra historia). Se trata de la elaboración de una nuevarelación entre artista y sujeto popular.

Las expresiones culturales relacionadas con la luchaarmada estaban aún dominadas por lo que hoy, des-pués de la teoría poscolonial, llamaríamos un modelo«mestizo-criollo» de identidad cultural latinoamerica-na. La articulación teórica de más consecuencia de estemodelo fue quizá la idea de «transculturación narrati-va», adelantada, entre otros, por el crítico literario uru-guayo Ángel Rama sobre la base del cubano FernandoOrtiz, que inventó el concepto en su magistral estudiode 1940 Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar.Desde el punto de vista de Rama, la función cataliza-dora de los artistas, escritores y trabajadores cultura-les es juntar los elementos heterogéneos de la realidadnacional para formar una identidad cultural inclusivaapropiada para el proceso de liberación nacional y re-gional. Esa concepción, anticipada también en el ensa-yo de Roberto Fernández Retamar Caliban, era poten-

ciadora y limitante a la vez, tal como lo reveló la aveces problemática relación de la vanguardia revolu-cionaria con las poblaciones indígenas y afrolatinas,las mujeres y los homosexuales.

La principal característica de la lucha armada lati-noamericana eran sus raíces en el nacionalismo radi-cal. Pero al mismo tiempo se cuestionaba la adecua-ción de la nación-Estado como vehículo posibilitadorde la insurgencia popular. El Estado «oficial», productodel colonialismo y el neocolonialismo, en lo concretoera visto como carente de correspondencia frente a laradical heterogeneidad de los sectores populares. Porlo tanto, la tensión entre una afirmación antimperialistay patriótica de la «nación» y la crítica de la «naciónoficial» que eventualmente llevaría a la teoría poscolo-nial ya se hallaba presente en el interior de la luchaarmada, por ejemplo en los debates entre estrategiasnacionales, regionales, y continentales. Algo similar pasacon las «políticas de identidad» representadas por losmovimientos indígenas, afrolatinos, de mujeres, degays, de poblaciones marginales. Indudablemente huboprofundas y frecuentes contradicciones entre deman-das de «indentidad» y un nacionalimso revolucionario.Pero también se puede afirmar que, por lo general fuesolo dentro del contexto de los movimientos revolu-cionarios que estas demandas de reconocimiento, o deliberación personal, pudieron ser presentadas comodemandas en primer lugar. Las mujeres, los homosexua-les, los intereses regionales, la vasta población semiem-pleada de los barrios pobres, los grupos indígenas yafrolatinos, los campesinos pobres, la juventud, empe-zaron a adquirir nuevas identidades y poder de gestiónen el contexto de su participación en el movimientoarmado y sus redes de apoyo. A su vez, la prácticarevolucionaria produce nuevas normas en la teoría. EnGuatemala, por ejemplo, las premisas teóricas de unmarxismo ortodoxo que sustentaba que la solución al«problema indio» era la industrialización y la proletari-zación, fueron cuestionadas desde la lucha armada enla medida en que más y más grupos indígenas se vie-ron involucrados en ella.

El Che Guevara puede haber sido demasiado idea-lista en algunas cosas, pero no estaba equivocado cuando

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veía las relaciones humanas creadas entre los miem-bros del «foco» guerrillero como un modelo para unaidentidad latinoamericana más libre, tolerante de dife-rencias, igualitaria. O en su observación de que el re-volucionario estaba guiado por grandes sentimientosde amor. El problema, que se fue incapaz de resolver,estaba en el traspaso de ese modelo a la población enconjunto (la idea estratégica básica del Che era que laguerrilla funcionaría como un «motor de arranque» queactivaría el «motor grande» de la sociedad).

No es mi intención restarle importancia a la persis-tencia residual de formas de autoritarismo, machismosublimado (y no), e incluso de racismo dentro de laizquierda revolucionaria de los años 60 y 70. Pero envez de caracterizar a los nuevos movimientos socialesde las dos últimas décadas en la América Latina comoclaramente distintos de, u opuestos a, la lucha arma-da, sería más certero verlos como consecuencias delas mismas contradicciones, impulsos, y a veces de lasestructuras organizativas involucradas en la lucha ar-mada. Además, en su propio desarrollo han vuelto alpunto de partida de la lucha armada para plantear lasmismas preguntas: ¿Cómo unificarse en un bloque po-pular capaz de ejercer el poder del Estado? ¿Cómo co-menzar a transformar el Estado desde la sociedad?¿Cómo empezar a transformar la sociedad desde elEstado?

Una reconsideración más exhaustiva de la lucha ar-mada tendría que involucrar una crítica de las ideaserradas, la arrogancia y la innegable ingenuidad a me-nudo implicada en su teoría y su práctica. Aun así, contodas sus fallas y sus a veces letales ilusiones, la luchaarmada reveló a la América Latina en su lado más ge-neroso, creativo y valiente. Como en el fenómeno de«los 60» en los Estados Unidos, con el que estaba es-trechamente vinculada, la promesa de la lucha armadaapuntaba a la posibilidad de un futuro diferente. Unfuturo posible. Se perdió la batalla, pero no por eso fuenecesariamente una equivocación emprenderla. JoséMartí habla en el Manifiesto de Montecristi de la gue-rra cubana contra España como una contribución «alequilibrio aún vacilante del mundo». La lucha armadafue una intervención en otro momento de equilibrio

vacilante, una especie de apuesta histórica. Perdió nopor sus contradicciones internas –aunque eran muchas–.Tampoco estuvo condenada a la derrota desde el co-mienzo. Fue derrotada por el que fue, en última instan-cia, un enemigo más fuerte y despiadado.

El costo humano de esa derrota fue alto. El númerode muertos en el transcurso de la lucha armada lati-noamericana, principalmente a manos de la violenciacontrarrevolucionaria, tiene que ser medido no en de-cenas sino en centenas de miles. En un cálculo aproxi-mado, murieron alrededor de medio millón de perso-nas entre 1959 y 1990. Algo así como doscientas milde esas muertes ocurrieron solo en Guatemala, dondela lucha entre la guerrilla y el ejército fue particular-mente intensa, en especial en las zonas indígenas; perotambién hubo altos niveles de matanzas, decenas demiles, en El Salvador, Nicaragua, la Argentina, Co-lombia y Perú; y en los miles en Chile, Brasil, Vene-zuela, Bolivia, la República Dominicana, México, yUruguay. A estas cifras deben sumársele los millonesde encarcelados, torturados, arrojados al desempleo,desplazados de sus tierras y pueblos, forzados al exilioo simplemente «desaparecidos».

Este alto nivel de represión puede servir para refor-zar el argumento de aquellos que ven la lucha armadacomo una especie de deliro quijotesco cuyo preciofue pagado por la gente común. Sin embargo, tambiénpuede sugerir que hubo un alto nivel de apoyo, actualo potencial, a la lucha armada, y que ese nivel de apo-yo fue quebrantado solo por medio de una violenciacontrarrevolucionaria extraordinariamente brutal, enalgunos casos cercana al genocidio.

Cualquiera sea la posición que uno tome frente a lalucha armada, está claro que necesita ser recuperada yrepresentada como una «etapa» definida de la historiamoderna de la América Latina. Es decir, el tema de lalucha armada es hoy en primera instancia un desafío alos historiadores. Pero no se trata solamente de hacerjusticia al pasado. La lucha armada fue en última ins-tancia una empresa trágica, pero también valiente ygenerosa, que tenía en su corazón mucho de lo que laAmérica Latina todavía quiere y aspira a ser. Fue unaespecie de apuesta a que otro mundo era posible. En

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ese sentido, para consolidar e ir más allá de las todavíaprecarias conquistas de los nuevos gobiernos de iz-quierda (porque hay el peligro de estancamiento), hacefalta hoy más que nunca recuperar la herencia de la

lucha armada, no sin un sentido de distancia, a la vezhistórica y crítica –no se trata de idealizar o repetirfórmulas anticuadas– pero sí con un espíritu de admi-ración, amor y respeto.

SERGIO CAMARGO

(Brasil, 1930-1990):Relieve 292, 1970.

Madera, 39 x 41 x 10 cm

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Cuando en 1959 triunfa la Revolución en Cuba, yo tenía doce añosde edad. Como a muchos de mi generación, la imagen de la entra-da de los guerrilleros de la Sierra Maestra a La Habana, comanda-

dos por Fidel, fue como un sello candente que nos marcó el alma parasiempre. Desde entonces, la Revolución Cubana se convirtió para noso-tros en la prueba más fehaciente de que la utopía no era un sueño irrea-lizable.

En Venezuela, los primeros años de la Revolución Cubana coincidie-ron con los primeros años de la «recuperación» de la democracia. Unaño antes, el 23 de enero de 1958, Marcos Pérez Jiménez, uno de entrelos varios dictadores militares que apoyados por los Estados Unidosocuparon la escena latinoamericana durante los años 50, abandonabasubrepticiamente el país acorralado por crecientes manifestaciones po-pulares y el descontento de sectores militares progresistas. Durante losaños de resistencia a la dictadura de Pérez Jiménez, y en la propia orga-nización y conducción de los movimientos que aceleraron su caída, elPartido Comunista de Venezuela había jugado un rol preponderante jun-to a Acción Democrática, en aquel entonces un partido socialdemócrataque todavía trataba de hacer honor a su divisa de ser «el partido delpueblo», pero que muy pronto comenzará a navegar en sentido contra-rio, conducido por Rómulo Betancourt, triunfador, en diciembre de 1958,de las primeras elecciones presidenciales del nuevo período democráti-co, y quien ya había sido cooptado por el Departamento de Estadodurante su exilio en Nueva York.

Aun cuando los cinco años del gobierno de Betancourt (1959-1963)estuvieron signados por el anticomunismo, la Revolución Cubana mar-có claramente ese primer quinquenio democrático en Venezuela. Lastransformaciones radicales que comienzan a darse en Cuba, la visita deFidel, el Che y Camilo a Caracas y el renovado discurso revolucionario

CARMEN BOHÓRQUEZ

Venezuela y la RevoluciónCubana, cincuenta años después

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que desde Cuba se expande por toda América dieronaliento, reverdecieron esperanzas y acendraron determi-naciones no solo entre las distintas fuerzas independien-tes de izquierda, sino también entre las que se movían alinterior del propio partido Acción Democrática, provo-cando la crisis que determinó su primera división.

De esta crisis ideológica va a nacer el Movimientode Izquierda Revolucionaria (MIR), el cual, junto alPartido Comunista, que había sido deliberadamenteexcluido de cualquier negociación sobre el futuro polí-tico del país por la alianza partidista que controlará lanaciente nueva era democrática (Pacto de Punto Fijo),comenzará a trabajar y a organizar la lucha para esta-blecer también en Venezuela un gobierno revoluciona-rio antioligárquico y antimperialista.

Más allá de Acción Democrática, la RevoluciónCubana va a tener también un decisivo efecto sobre lapropia alianza de gobernabilidad conocida como Pactode Punto Fijo, firmado por Acción Democrática, elPartido Socialcristiano Copei; y Unión RepublicanaDemocrática (URD), cuando el canciller Ignacio LuisArcaya, perteneciente a URD, se niegue a condenar aCuba en la Conferencia de la Organización de EstadosAmericanos celebrada en Costa Rica en 1961, provo-cando con ello su salida del Gabinete y de la URD dedicha alianza.

Pero lo que ocurre en Venezuela respecto a Cuba noes distinto de lo que ocurre en el resto de la AméricaLatina. Tan pronto toma el poder, la Revolución Cuba-na se convierte no solo en el eje y referente de todaacción política interna de los distintos gobiernos lati-noamericanos, cualesquiera fueran su signo y su posi-ción respecto a la Isla, sino fundamentalmente en elnuevo argumento imperial para cerrar más fuertemen-te sus garras sobre nuestros países. Para los EstadosUnidos, era imperativo impedir a toda costa que se re-produjeran por la América otras Cubas, y para ello cual-quier medio fue bueno, incluido el de presentarse comobuenos samaritanos. De todos son conocidas las ver-daderas motivaciones de la Alianza para el Progreso yde los llamados Cuerpos de Paz, a los que vimos ex-tenderse por todos los rincones de nuestro territorio«compartiendo» sus saberes con las clases populares, al

tiempo que, silenciosamente, recogían informaciónsobre los nuevos posibles líderes o sobre focos de in-surgencia. Por lo que respecta concretamente a Vene-zuela, fue también patente el esfuerzo realizado por losEstados Unidos para mostrar a la naciente democraciay al liderazgo de Betancourt, como una alternativa a la«barbarie» que se instalaba en Cuba.

Por su parte, Betancourt va a corresponder al privile-gio acatando con entusiasmo las directrices de Wáshingtony, en virtud de ello, rompe relaciones con Cuba en no-viembre de 1961. Esta acción fue acompañada de lapropuesta, que luego va a ser asumida como doctrinaen el Continente (Doctrina Betancourt), de que no de-bían mantenerse relaciones diplomáticas con aquellospaíses cuyos gobiernos hubiesen llegado al poder pormedios distintos a la elección popular. En enero delsiguiente año, Betancourt, siguiendo fielmente la estra-tegia de los Estados Unidos, estará entre los primerosen impulsar y votar la expulsión de Cuba de la OEA.Esta actitud de Betancourt es respaldada y tendrá con-tinuidad dentro de su partido Acción Democrática; comopudo verse en julio de 1964, cuando el presidente quelo sucede, Raúl Leoni, tomando como argumento eldescubrimiento de un lote de armas de supuesta pro-cedencia cubana en una playa del estado Falcón, aloccidente de Venezuela, pedirá ante ese organismo laaplicación de sanciones económicas a Cuba.

Sin embargo, mientras la derecha venezolana acre-centaba las medidas de aislamiento y el rechazo haciatodo lo que significara Cuba, lo contrario va a ocurrirentre las fuerzas de izquierda. De hecho, durante losaños 60 y 70 la Revolución Cubana ejercerá una in-fluencia paradigmática sobre los distintos grupos pro-gresistas y revolucionarios del país y, muy particular-mente, sobre el movimiento estudiantil; el cual seconvirtió en la principal cantera de denuncia y de pro-testa contra las políticas gubernamentales de AcciónDemocrática, cada vez más articuladas a los interesesy decisiones de los Estados Unidos y, sobre todo, con-tra la brutal represión política instaurada por Betan-court y otros gobiernos del Pacto de Punto Fijo, alpunto de hacer olvidar muy pronto los crímenes de ladictadura. Fue también el movimiento estudiantil el prin-

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cipal semillero de las fuerzas insurgentes al iniciarse lalucha armada en Venezuela. Las figuras y las ideas deFidel y el Che alimentaron y fortalecieron nuestras uto-pías juveniles de justicia social y dieron nuevo impulsoa las luchas populares. La toma del poder por las ar-mas que haría realidad las seculares demandas del pue-blo, se veía ya a la vuelta de la esquina.

Paradójicamente, la iniciativa y los primeros gruposguerrilleros que asumirían esta lucha por la conquistadel poder saldrían en parte de las propias entrañas deAcción Democrática. El Movimiento de Izquierda Re-volucionario (MIR), junto con el Partido Comunista,iniciarían este camino, y a él se fueron sumando otrosgrupos y movimientos. Entre otros, el 1 de enero de1963 se constituyeron las Fuerzas Armadas de Libera-ción Nacional (FALN), al agruparse el Frente José Leo-nardo Chirinos, comandado por Douglas Bravo, conotros movimientos comandados por militares en rebe-lión, entre los cuales Manuel Ponte Rodríguez y VíctorHugo Morales. Aunque no es el caso en este momentode abordar la historia de la lucha armada en Venezuela,sino tan solo seguir el hilo de la presencia de la Revolu-ción Cubana en Venezuela durante estos cincuenta años,sí vale decir que a pesar de los muchos errores tácticosy estratégicos cometidos, de las traiciones y contra-dicciones, de una percepción equivocada de las condi-ciones objetivas del país y del momento, que sumadashicieron fracasar militarmente al movimiento guerrille-ro al no lograr despertar el apoyo popular como habíaocurrido en Cuba, la experiencia acrisoló las ideas so-cialistas en una parte importante de la juventud delmomento y facilitó el avance de las conquistas socia-les por parte del movimiento de los trabajadores y cam-pesinos, al obligar al gobierno a hacer concesiones enese sentido, so riesgo de empujar esos sectores hacialos movimientos que combatía.

El Che veía con simpatía este movimiento de libera-ción por las armas que se había iniciado en Venezuela,aunque reconocía serias diferencias respecto a la for-ma de llevarlo a cabo. Sobre todo, porque no creía niconfiaba en la participación, en estos movimientos, deintegrantes de los ejércitos regulares, pues, a su juicio,estos no eran otra cosa que instrumentos de la clase

dominante y, por ello mismo, no cabía pensar en re-dención posible. Las rebeliones militares de 1962, co-nocidas como El Carupanazo (mayo) y El Porteñazo(junio), parecieron confirmar también su tesis de quelos alzamientos surgidos en el seno de un ejército re-gular eran además infructuosos, porque tendían a que-darse en los cuarteles. Habría que esperar varias dé-cadas para que un movimiento y un líder militar surgidode los cuarteles irrumpiera en la historia y enrumbara aVenezuela hacia esa sociedad justa y de iguales por la queel Che dio su vida. Con ello, la América Latina volveráa mostrar su capacidad de crear inéditas vías de cons-truir alternativas a la dominación imperante, siemprecon el pueblo como protagonista principal de los cam-bios revolucionarios.

Durante los primeros años de la década del 70, elpresidente Rafael Caldera, del Partido Social CristianoCopei (otro de los socios del pacto de Punto Fijo),emprende una política de «pacificación» del país diri-gida a desmovilizar a los grupos guerrilleros que semantenían activos, aunque sin que esto significara unareal incorporación de la izquierda a la vida política o suparticipación en la toma de decisiones sobre el futurodel país; antes por el contrario, esta «pacificación»ocultó la desaparición forzada y el asesinato de variosde sus cuadros dirigentes. Este período coincide conla distensión de las relaciones diplomáticas de los Esta-dos Unidos con China y la Unión Soviética, tras la visi-ta de Nixon a esos países, lo que en cierta forma setraduce también en un cambio de posición de los paí-ses de la América Latina respecto a Cuba y su revolu-ción. Aunque Caldera no llega hasta el restablecimientode relaciones diplomáticas con el Estado cubano, sí dejael terreno abonado para que lo haga su sucesor, CarlosAndrés Pérez (del partido Acción Democrática), al pocotiempo de asumido el poder. Estas relaciones se nor-malizarán el 29 de diciembre de 1974, iniciándose apartir de allí un acercamiento entre ambos gobiernosque se tradujo en la firma de varios acuerdos de co-operación bilateral y la asignación de una cuota petro-lera a Cuba, por parte del gobierno venezolano.

Pero esta apertura del gobierno de Carlos AndrésPérez hacia la Cuba revolucionaria también estuvo

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acompañada de un acercamiento hacia los grupos cu-banos que desde Miami conspiraban, junto con el go-bierno de los Estados Unidos, para acabar con la vidade Fidel y de la Revolución. Contratados por el gobier-no de Pérez llegaron y se establecieron en el país con-notados enemigos del proceso cubano, entre los cua-les el terrorista Luis Posada Carriles, quien incluso llegóa dirigir cuerpos policiales venezolanos y a manejar lapropia seguridad del Presidente. Esta privilegiada posi-ción le facilitó, junto a otro conocido terrorista, Orlan-do Bosch, la planificación y ejecución el 6 de octubrede 1976, en complicidad con venezolanos, del másgrande atentado terrorista generado en Venezuela, comofue la voladura del avión de Cubana de Aviación quetransportaba setenta y tres personas, entre ellas el equi-po de esgrima cubano que acababa de titularse campeónen los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Frente aeste hecho, el gobierno de Carlos Andrés Pérez mantu-vo la misma paradójica posición con la que venía ma-nejando sus relaciones con Cuba: declaraciones decondena, apertura de la investigación, detención de losautores materiales y del propio Posada Carriles, enconcordancia con la imagen internacional de gobiernoprogresista que se había construido; al tiempo que con-cedía ciertos privilegios a Posada, en concordancia consus secretos acuerdos con el Departamento de Esta-do. Este trato condescendiente hacia Posada se acen-tuará durante el gobierno del socialcristiano Luis He-rrera Campins y se traducirá finalmente en su fuga dela prisión y del país en 1985, un día antes de que lefuera leída su sentencia. Venezuela reclama hoy su ex-tradición desde los Estados Unidos.

La fuga de Posada Carriles ocurre en un período enel que habían dejado de existir relaciones diplomáticasentre los gobiernos venezolanos del Pacto de PuntoFijo y el gobierno revolucionario de Cuba, dado que lasmismas habían sido suspendidas en 1980, a raíz de lacrisis generada entre ambas naciones por la concesiónde asilo a un cierto número de ciudadanos cubanos enla embajada de Venezuela en La Habana, sin que exis-tieran, a juicio del Estado cubano, fundadas razonespara ello, ni se correspondieran con ninguna de lascausales de asilo contempladas por los tratados inter-

nacionales. Situación que, como todos recordamos,se repitió en varias embajadas y particularmente en lade Perú, que fue posteriormente seguida por la llama-da crisis de los «marielitos». Posteriormente, estasrelaciones serán definitivamente reestablecidas en1989, siendo la manifestación más visible de su nor-malización la asistencia del Comandante Fidel Castroa la segunda toma de posesión de Carlos Andrés Pé-rez, electo presidente en diciembre del año anterior.

No obstante, e independientemente de estos avancesy retrocesos en las relaciones diplomáticas y comercia-les entre ambos países, la Revolución Cubana siguió alen-tando durante todos esos años las luchas populares, ysiguió contando con el apoyo solidario de quienes, enVenezuela, seguíamos creyendo en que las utopías síeran posibles, y esto a pesar de las derrotas sufridas, dela desaparición o el asesinato de valiosos líderes a ma-nos de los diversos gobiernos del Pacto de Punto Fijo,de la traición de otros, de la domesticación de algunasconciencias y de las políticas de admisión universitariasaplicadas por instrucción del FMI, que fueron vaciandode rebeldía las universidades al limitar progresivamentela presencia en ella de los sectores populares, rebeldespor naturaleza, tradición y necesidad ante un orden cre-cientemente injusto y excluyente.

Ese año 1989 fue trágico para las fuerzas de iz-quierda y para las luchas populares. El neoliberalismose extendía como un cáncer por el mundo, fuertemen-te impulsado por los grandes grupos de poder interna-cionales y con el aplauso entusiasta de las burguesíasnacionales, que creyeron haber alcanzado para siem-pre el paraíso terrenal. La primera señal de alerta sobrelas consecuencias trágicas de las políticas neoliberalessobre los pueblos del mundo la dio el pueblo de Cara-cas, seguido de los de otras ciudades, el 27 de febrerode ese año, a pocos días de la toma de posesión deCarlos Andrés Pérez. Ese día, millones de pobres salie-ron a protestar de manera espontánea en todo el paíscontra el llamado «paquete económico» de Carlos An-drés Pérez, el cual no era otra cosa que la aplicación deun programa de ajustes macroeconómicos promovidopor el FMI, que sin duda venía a aumentar las durascondiciones de pobreza y miseria en las que vivía gran

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parte de la población venezolana. Entre las medidasanunciadas estaban la privatización de las empresas pú-blicas, la liberación del precio de casi todos los pro-ductos de consumo masivo, el incremento de las tari-fas de los servicios públicos, el aumento del transportepúblico y, en particular, el anuncio de un aumento del100% en el precio de la gasolina, que vino a ser eldetonante de la ira popular. Una violenta represión, cau-sante de la muerte de más de dos mil personas, fue larespuesta del gobierno de Pérez a esta rebelión popu-lar, conocida luego como «El Caracazo».

Meses después, en el mismo año, la caída del Murode Berlín selló lo impensable: el derrumbe de la UniónSoviética. Huelga decir lo que esto significó en térmi-nos de desesperanza, desaliento y, sobre todo, dedesconcierto para quienes veíamos en el socialismo laposibilidad de superar definitivamente siglos de exclu-sión y de injusticia. No entraremos a hablar de las fla-cas voluntades y de las acomodaticias militancias demuchos que, ante los primeros ruidos del derrumbe,abjuraron rápidamente de las ideas socialistas y se hi-cieron fanáticos conversos del neoliberalismo. De ellosse encargará la historia.

Entre las filas de los socialistas auténticos, el desa-liento se hizo mayor al pensar en Cuba, la que para esemomento sustentaba casi toda su economía sobre elintercambio comercial con la Unión Soviética; desalientoque los publicistas del neoliberalismo se apresuraron aincrementar, anunciando también el fin de la Revolu-ción Cubana. Bloqueada cruelmente desde varios añosatrás por los Estados Unidos, y ahora sin el apoyo so-viético, era fácil hacer creíble este anuncio. Sin em-bargo, para decepción de los adalides de la nueva doc-trina económica, el pueblo cubano, cual ave fénix ycontra todos los pronósticos, resistió el golpe y co-menzó a reconstruirse a sí mismo. Fueron ciertamenteaños muy duros esos del «período especial» y una granlección para quienes visitamos Cuba en ese tiempo.No había allí espacio para el desánimo o el pesimismo,sino por el contrario una gran fuerza espiritual y unavoluntad colectiva imbatible que, en medio de aquellasterribles condiciones, hablaba sin embargo de futurospromisorios, de la oportunidad que se presentaba de

corregir errores, de hacer más propio el socialismoque se había estado construyendo y de redoblar es-fuerzos para impedir que esa especial situación pudie-ra poner en riesgo los logros hasta ese momento al-canzados. Cuba, es decir un pueblo heroico y su granlíder Fidel, se crecían en la adversidad demostrando almundo que nada puede quemar las alas de la esperanzacuando un pueblo se decide a volar libremente haciaun mundo de justicia social y de igualdad. La humani-dad tendrá que agradecer siempre a Cuba esta lecciónde moral colectiva y de dignidad.

El ejemplo paradigmático de Cuba durante esos añospostsoviéticos sacudió los rendidos ánimos y nos hizovolver la vista hacia nosotros mismos y hacia la ne-cesidad de poner al mundo en real perspectiva. Ni fin dela historia, ni derrumbe soviético, ni globalización neoli-beral, ni pensamiento único podrían ser jamás las coor-denadas que determinaran nuestro destino como pue-blos, sino las que nosotros mismos construyéramoscon nuestras propias fuerzas. En Venezuela, esa con-ciencia había comenzado a materializarse el 27 de fe-brero de 1989 con «El Caracazo», y cobró cuerpo el 4de febrero de 1992, cuando un grupo de jóvenes ofi-ciales, comandados por el teniente coronel HugoChávez Frías, insurgió desde varios rincones del paíscontra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez,exigiendo poner fin a la explotación, al hambre, la ex-clusión, la injusticia y el ignominioso sometimiento delas políticas gubernamentales a los dictámenes del im-perio. Para ello, proponen refundar la república reto-mando el proyecto de Simón Bolívar de construir unanación soberana donde todos y todas pudieran vivircomo ciudadanos libres e iguales. Como sabemos, losrebeldes no pudieron concretar en esa oportunidad susobjetivos y debieron rendir las armas, no sin antes afir-mar, en la voz de Hugo Chávez, quien asumió la res-ponsabilidad del movimiento, que si bien «por ahora»sus propósitos no habían podido ser alcanzados, sinduda vendrían tiempos mejores y el país tendría queenrumbarse definitivamente hacia un destino mejor.Nada podía tener mayor impacto en ese momento so-bre la conciencia del pueblo venezolano que ese gritorebelde que se resistía a aceptar la ineluctabilidad del

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destino neoliberal y, en consecuencia, de la desapari-ción de toda alternativa a ese destino. El «por ahora»significó tanto el quiebre de esa aparente ineluctabili-dad, como el resurgir de una memoria colectiva delucha contra otro imperio y de construcción de unanación libre y soberana. Los dos años de prisión deHugo Chávez (1992-1994) no hicieron sino hacer cre-cer tanto el movimiento popular despertado con suaparición, como su propia determinación para seguiradelante por el camino que el pueblo le estaba ahoraexigiendo.

La aparición de Chávez y del movimiento bolivaria-no va a terminar de resquebrajar las bases del pacto dePunto de Fijo, minadas ya por la corrupción de susdirigentes, la entrega de la nación a las compañías trans-nacionales, el abandono de las políticas sociales y lacreciente represión de todo movimiento de protesta.La crisis política desatada con su aparición provocarála destitución de Carlos Andrés Pérez, la instalación deun gobierno provisorio y la vuelta al poder de RafaelCaldera, quien astutamente logra capitalizar en esemomento la necesidad colectiva de cambio que la re-belión militar había puesto al descubierto. Habiendo rotocon su partido Copei, Caldera crea un movimiento enel que logra aglutinar también a una dispersa izquierda,de tendencia centrista, que temía apostar al cambioradical que proponía Chávez. Pronto ese gobiernomostraría ser más neoliberal que el de Pérez, y paramayor vergüenza de la historia de la izquierda venezo-lana, el principal brazo ejecutor y furibundo defensorde esas medidas fue Teodoro Petkoff, uno de los prin-cipales jefes guerrilleros de la década de los 60 y en-tonces ministro de Planificación quien había puesto fina dicho movimiento.

Las medidas neoliberales aplicadas, entre ellas la eli-minación de los controles de cambio y de precios, laprivatización de empresas y servicios públicos, la eli-minación del Sistema de Prestaciones Sociales y la in-tención de eliminar también el Sistema de SeguridadSocial, siguiendo los dictámenes del FMI, ayudaron eescribir el epitafio del Pacto de Punto de Fijo y a hacerarrolladora la victoria de Hugo Chávez y su propuestarevolucionaria en las elecciones de 1998, pese a las

múltiples maniobras de la derecha y a la satanizaciónde que fue víctima (y lo sigue siendo) por parte de lasempresas de comunicación escrita y audiovisual.

De esta manera, siete años después de aquel 4 defebrero, Hugo Chávez llega a la Presidencia de la Re-pública de Venezuela, hoy República Bolivariana deVenezuela. El 2 de febrero de 1999, Chávez jura sobrela «moribunda» Constitución acordada en 1961 por losfirmantes del pacto de Punto Fijo refundar la Repúbli-ca y construir una sociedad diferente sobre las basesde la justicia y la igualdad, sin exclusiones ni privile-gios, en la cual el pueblo sea el verdadero protagonista.Como prueba de su determinación, su primer decretocomo Presidente fue el de convocar a una AsambleaConstituyente. Con este decreto se inició el más pro-fundo proceso de transformación de la sociedadvenezolana desde las guerras de independencia. Diezaños después, Hugo Chávez y la Revolución Bolivaria-na se han constituido en referencia mundial: para lospueblos, como modelo a estudiar y objeto de inspira-ción, y para el imperio y la derecha mundial, comoamenazas que deben ser erradicadas antes de que elContinente todo se les haga irrecuperable.

Con la llegada de la Revolución Bolivariana se inicialo que Rafael Correa, presidente de Ecuador, ha llama-do hoy un cambio de época en la América Latina. Des-pués de la experiencia del gobierno revolucionario deSalvador Allende, en Chile, llegado al poder por la víaelectoral y cruelmente truncado, el intento venezolanose convierte en el segundo de una serie de revolucio-nes pacíficas en la América Latina, en las que pueblosy líderes están transformando radicalmente a la socie-dad y al Estado por la vía constitucional. Como hadicho Fidel, esto muestra que no hay caminos únicospara hacer la revolución, sino que cada pueblo, segúnsus circunstancias, sabrá encontrar su propio caminode liberación.

Estamos convencidos, sin embargo, de que ningu-no de estos cambios hubiera sido posible o hubierapodido sostenerse en el tiempo sin la referencia ética yel apoyo solidario de Cuba y su Revolución. No soloporque Cuba supo mantener encendida esa llama du-rante «la oscura noche neoliberal», sino también por-

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que el generoso y sabio magisterio de Fidel nos ha idoalertando anticipadamente sobre errores propios yamenazas externas. Quizá, quien más tiene que agrade-cer a este respecto es Venezuela, la primera en iniciareste nuevo camino revolucionario. Camino que el ojoavizor de Fidel supo ver, además, desde el mismo pri-mer momento en que Chávez y el proyecto bolivarianoaparecieron en el escenario político venezolano, y quese le hizo más cierto a partir del primer encuentro entreambos en La Habana, en diciembre de 1994.

La transformación que se inicia en Venezuela a par-tir de la llegada de Hugo Chávez y de la RevoluciónBolivariana al poder, va a situar también en una nuevadimensión la naturaleza de las relaciones con Cuba ysu gobierno, al punto de pasar rápidamente de merasrelaciones diplomáticas a profundas relaciones de her-mandad; sustentadas estas sobre la conciencia comúndel rol histórico que les toca jugar a ambas naciones ya ambos gobiernos revolucionarios en la construccióndefinitiva de la Patria Grande, tal como lo demanda ellegado histórico de Bolívar y Martí.

La conciencia de esta responsabilidad histórica y lanecesidad de construir una alternativa no solo para Cubay Venezuela, sino para todo un continente agobiado porsiglos de saqueo de sus riquezas, de destrucción de susrecursos naturales, de avasallamiento cultural, de vio-lación constante de su soberanía territorial, de irrespe-to permanente a la libre determinación de sus pueblos,agudizado en la última década del siglo XX por la exa-cerbación del expansionismo de los Estados Unidos ysu pretensión de colocar todas las economías de laregión al servicio de sus intereses imperiales mediantela imposición de una Alianza de Libre Comercio (Alca),llevó a ambos gobiernos no solo a trabajar más estre-chamente en defensa de la propia revolución, sino tam-bién a proponer el Alba, es decir una Alternativa Boli-variana para los pueblos de las Américas: inspirándosepara ello en el más grande sueño del Libertador SimónBolívar: «ver formar en América la más grande nacióndel mundo, menos por su extensión y riqueza que porsu libertad y gloria».

La propuesta del Alba la formuló por primera vez elpresidente de la República Bolivariana de Venezuela,

Hugo Chávez Frías, en el marco de la III Cumbre deJefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Es-tados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita, alnoreste de Venezuela, en diciembre de 2001. Esta pro-puesta de unir a los países de la América Latina y elCaribe en un solo bloque económico, político y socialresume los principios rectores de una verdadera inte-gración latinoamericana y caribeña basada en la justi-cia, la solidaridad, la equidad, la cooperación, la com-plementariedad, la voluntad común de avanzar, eldesarrollo equitativo y el respeto a la soberanía y auto-determinación de los pueblos, con énfasis en el desa-rrollo humano y social, además del político y econó-mico. Ideológicamente, el Alba está sustentada no endoctrinas o tesis trasplantadas, sino en la propia expe-riencia histórica y en las ideas de Miranda, Bolívar,Martí y tantos otros pensadores latinoamericanos, sinnacionalismos egoístas ni políticas nacionales restric-tivas que nieguen el objetivo común de construir esaPatria Grande Latinoamericana que soñaron los héroesde nuestras luchas emancipadoras y que reclama nues-tro tiempo. Hoy forman parte del Alba, además de Cubay Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Honduras y Domini-ca, a los que se agrega Haití y Uruguay como paísesasociados, y Ecuador como país muy cercano.

Con la propuesta del Alba, Cuba y Venezuela asu-mían la integración de la América Latina y el Caribecomo condición fundamental y previa a cualquier tipode acuerdo extraregional, con lo cual confrontaban di-rectamente la intención de los Estados Unidos de im-poner un tratado global de comercio que atara todavíamás cada una de las economías nacionales a sus particu-lares intereses, al tiempo que buscaba hacer más pro-fundos los mecanismos de dominio político sobre laregión. Así, contra los principios neoliberales del mer-cado y la competencia que sustentaban al Alca, el Albapropone e inicia la construcción y desarrollo de meca-nismos de cooperación y solidaridad entre las nacio-nes suramericanas que está permitiendo erradicar lapobreza, corregir las desigualdades sociales y asegu-rar una creciente calidad de vida para nuestros pue-blos. Por ello, del Alca, ya nadie se acuerda. Hace tiempoque quedó enterrado en Mar del Plata.

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Con todo, creemos que aún no se ha valorado sufi-cientemente este nuevo paradigma de integración quees el Alba; uno de los aportes más auténticos en estalarga historia de intentos de unidad emprendidos en nues-tra América, desde que Miranda concibiera su Colom-bia. Sin duda, el Alba trasciende los acostumbrados lí-mites de la unión comercial o aduanera, para trazar, desdela solidaridad y la necesidad de la liberación definitivadel Continente, vías comunes y compartidas en lo polí-tico, en lo científico, en lo social y en lo cultural.

En este contexto de unidad de nuestra América seinscriben hoy los vínculos de cooperación e intercam-bio entre Cuba y Venezuela, e incluso podría decirseque el hecho de encontrarse estas dos revoluciones alfrente de los destinos de Cuba y Venezuela es lo que hadeterminado que las relaciones entre ambos países sesitúen necesariamente en ese marco. Y en esto, la ex-periencia de solidaridad internacional de Cuba ha con-tribuido en gran manera a facilitar el camino.

Por lo que respecta al ámbito binacional, estas rela-ciones se han estado materializando, con resultados ex-traordinarios, a través de los diversos programas y pro-yectos que conforman el Convenio Cuba-Venezuela. Enparticular, vale señalar los grandes logros alcanzados enlas áreas de la salud y la educación, dos de los gravesproblemas que Venezuela venía arrastrando histórica-mente y en los que se hacía más patente la exclusión delas grandes mayorías. Ha sido precisamente en estoscampos, gracias al invalorable apoyo brindado por Cuba,donde la Revolución Bolivariana ha producido las ma-yores transformaciones en la sociedad venezolana. Bas-ta presentar como prueba la erradicación en apenas añoy medio, y debido al método cubano «Yo sí puedo», del9% de analfabetismo existente en el país (Misión Robin-son I); así como otras misiones educativas dirigidas asaldar la deuda social en el resto de los niveles de forma-ción primaria, secundaria y universitaria (Misión Robin-son II, Misión Ribas y Misión Sucre). Todas ellas, pues-tas en ejecución por el gobierno bolivariano desde el año2003, con el apoyo de cientos de colaboradores cuba-nos, han permitido que Venezuela pueda exhibir hoy ci-fras de inclusión en el sistema escolar equivalentes a lasde los países más desarrollados.

Mejores aún han sido los resultados logrados ensalud a través de la Misión Barrio Adentro, iniciadatambién en el año 2003. Gracias a este programa sehan construido más de tres mil módulos de atenciónmédica primaria en todos los barrios pobres de Cara-cas y en prácticamente todos los rincones del país, enlos cuales se brinda actualmente asistencia médica,gratuita y permanente, a más del 60% de la poblaciónvenezolana; teniéndose como meta la cobertura total.Tampoco tal proeza habría sido posible sin la presen-cia en Venezuela de treinta mil médicos y médicascubanas, y sin los equipos técnicos y medicamentosprovistos también por Cuba. Este sistema integral desalud comprende hoy no solo la atención primaria (Mi-sión Barrio Adentro I), sino también la más especializada(cuatrocientos de seiscientos Centros de DiagnósticoIntegral proyectados, trescientas veinte de seiscientasSalas de Rehabilitación y Fisioterapia, y quince de treintay cinco Centros de Alta Tecnología), y se comple-menta con un puente aéreo permanente entre los dospaíses, para tratar gratuitamente en Cuba los casosmás complicados. Vale señalar, además, que en la im-plementación y desarrollo de la Misión Barrio Adentrohan jugado un papel fundamental las comunidades po-pulares, las cuales participan activamente en aquella através de los Comités de Salud y otras formas de or-ganización social.

Gracias también a la colaboración de Cuba y a estosmédicos y médicas, hoy están formándose gratuitamenteen nuestro país treinta mil jóvenes estudiantes, en sumayoría venezolanos, pero también provenientes de otrospaíses de la América Latina y el Caribe, e incluso de losEstados Unidos, los cuales están siendo preparados enmedicina integral comunitaria y, lo más importante, concriterios no mercantilistas sino de solidaridad.

Debido igualmente a esos mismos principios éticosy humanísticos que Cuba y Venezuela cultivan con es-mero a través del Alba, ha sido posible apoyar al go-bierno revolucionario de Bolivia en la hazaña de erradi-car el analfabetismo (el tercer país en lograrlo en laAmérica Latina, después de Cuba y Venezuela); comotambién ha sido posible, gracias a esa conjunción deesfuerzos, extender al resto de la América Latina y a

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las comunidades pobres de los Estados Unidos la Mi-sión Milagro. Esta misión, iniciada primeramente conpacientes venezolanos, constituye quizá una de las máshermosas acciones humanitarias jamás emprendidas,y ha permitido, en sus cuatro años de funcionamiento yde manera totalmente gratuita, devolverle la vista a másde un millón de personas provenientes de más de trein-ta países. No hay duda, pues, de que el Alba no solo esexpresión de la vocación humanista del gobierno boli-variano, sino también consecuencia de ese cambio his-tórico iniciado hace cincuenta años en la América Lati-na por la Revolución Cubana.

En esta nueva dimensión de la solidaridad revolu-cionaria en la que se han situado las relaciones entreambos países, Venezuela participa desde su fortalezapetrolera y energética, así como desde su experienciaen los procesos industriales de transformación de hi-drocarburos y su desarrollo en el área de las telecomu-nicaciones. Vale también señalar que en el marco delos principios de solidaridad del Alba, Venezuela com-parte igualmente su riqueza petrolera con todos losdemás países de la cuenca del Caribe, a excepción deCosta Rica, a través del acuerdo de Petrocaribe. Lomás importante, sin embargo, no ha estado allí, sinoen los lazos de hermandad cada vez más extendidos yconscientes entre ambos pueblos, y en la unidad políti-ca alcanzada y desplegada con vigor en la permanentebatalla de ideas contra un capitalismo depredador de cul-turas, destructor de la naturaleza, exterminador de pue-blos y negador de la dignidad de las personas.

Pero no se trata solo de Venezuela. Los cambios re-volucionarios que también están teniendo lugar, cada unocon su propia especificidad histórica y social, en Boli-via, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, y en menor medidapor ahora en Uruguay, Brasil, la Argentina, Honduras yEl Salvador, son parte de ese mismo proceso de inde-pendencia y afirmación de soberanía iniciado por Cuba

hace cincuenta años; como fueron parte de un mismoproceso, las independencias logradas hace doscientosaños respecto al otrora imperio español. Lo extraordina-rio se ha hecho hoy cotidiano y Cuba ya no está sola.Contra la dominación imperial actual, los pueblos de laAmérica Latina han insurgido con fuerza redoblada pararetomar la lucha y el proyecto de libertad de Túpac Ka-tari, de Bolívar, de Martí, de Alfaro, de Sandino, de Ro-sas, de Artigas, de San Martín, de Morazán y de cuan-tos otros a lo largo de la historia de nuestra América hanido construyendo con sus obras y sus ideas esa Améri-ca nuestra a la que tenemos derecho. Como dice el poe-ta, Bolívar ha despertado nuevamente. Los pueblos hanparido los líderes que estos tiempos difíciles pero pro-misorios demandan; líderes que hablan con voz propiay que no doblan la cerviz. Delante, alertando los peligrosdel camino, Fidel y Raúl; detrás, derrumbando mitos yobedeciendo solo a sus pueblos, Chávez, Evo, Correa,Daniel, Lugo, Lula, Néstor y Cristina, Zelaya, Skerrit ysin duda otros que seguirán. Del imperio aún puedenesperarse cosas terribles, sobre todo en este momentoen que sus bases se resquebrajan, pero ya no nos con-seguirá desunidos ni desorientados. Sabemos claramentehacia dónde queremos caminar: Revolución, Indepen-dencia y Socialismo.

El año 2009 nos ha encontrado en plena alba de lospueblos libres y construyendo en conjunto un mundode justicia social, de paz y de bien vivir para todos ytodas. Es decir, construyendo heroicamente, como pe-día Mariátegui, nuestro socialismo, único camino posi-ble hacia una verdadera liberación. A cincuenta años de laRevolución Cubana y en mucho gracias a ella, la Améri-ca Latina está en revolución y decidida, como lo pedíaMartí, a declarar su segunda y definitiva independencia.

Caracas, 2 de febrero de 2009, Año 10 de la Revolución Boliva-riana c

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Sobreviviendo al imperio y al derrumbe de la UniónSoviética

La Revolución Cubana cumple cincuenta años. Se trata de un acon-tecimiento excepcional, único. Medio siglo de resistencia contraun bloqueo criminal, que merece año tras año una condena univer-

sal tanto en la Asamblea General de las Naciones Unidas como en lasmás diversas instancias representativas de la legalidad internacional. Per-sonalidades de disímiles corrientes de opinión, desde el papa Juan PabloII hasta una sucesión de premios Nobel de la Paz –entre los que sobre-sale Adolfo Pérez Esquivel– unieron infructuosamente sus voces paraexigir el fin del bloqueo y repudiar una política que inflige gravísimosdaños al pueblo cubano a la vez que hunde en la infamia y en una irre-versible degradación moral a los gobernantes estadunidenses que a lolargo de medio siglo han venido perpetrando ese crimen.

Hay un paralelismo muy instructivo: la víctima sometida a torturaspuede sufrir horrendas lesiones en su cuerpo, pero siempre podrá recu-perarse. En cambio, la putrefacción moral del torturador no tiene cura.La Casa Blanca y sus aliados, dentro y fuera de los Estados Unidos,flagelan hasta lo indecible a un pueblo por el solo delito de haber con-quistado su libertad.1

Cincuenta años que encuentran a Cuba sólidamente a la cabeza enuna amplia diversidad de índices de desarrollo social. No será el objetode esta breve presentación aportar un análisis exhaustivo de la superio-ridad que, en estos temas, exhibe Cuba sobre cualquier otro país de laAmérica Latina. Este es un asunto que ya se da por descontado, pero

ATILIO A. BORON

La Revolución Cubana: de modeloa inspiración

1 Hemos examinado este tema de la putrefacción moral de la Casa Blanca durante elreinado de George W. Bush en nuestro «Putrefacción moral en la Casa Blanca», enAlai-Amlatina, 31 de octubre de 2008, <http://www.atilioboron.com>.Re

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conviene recordarlo puesto que la Revolución Cubanafue capaz de alcanzar tales logros bajo la hostilidad per-manente de los Estados Unidos y debiendo además so-breponerse a las tremendas consecuencias derivadas dela implosión de la Unión Soviética y de la desaparicióndel Comecón (Came): eso que los cubanos denominan«período especial». Los otros países de la región, ruti-nariamente cubiertos de elogios por la prensa imperialis-ta y sus voceros en el mundo político, registran índicesde desarrollo social muy inferiores –en algunos casosvergonzosamente inferiores– a los cubanos, pese a quea lo largo de este medio siglo contaron con el apoyofinanciero y político de Wáshington. Su rezago en rela-ción con los avances de la Revolución es una muestrairrefutable de las consecuencias que tiene la aplicaciónde las políticas impuestas por la Casa Blanca, que alpaso que agigantan las ganancias de las transnacionalesinfligen toda clase de padecimientos a los pueblos de laperiferia. La comparación de las tasas de mortalidad in-fantil por cada mil nacidos vivos coloca claramente aCuba por encima de cualquier otro país de las Américas,con un nivel semejante al de Canadá (cinco por cadamil) y aventajando a los Estados Unidos (siete por cadamil), para no hablar de países como la Argentina, Brasil,México en donde estas tasas triplican o cuadruplican alas cubanas. Este solo logro de Cuba constituye unarefutación insuperable de toda esa charlatanería codifi-cada en el Consenso de Wáshington, ratificada ahora encarne propia en el mismo corazón del imperio con lacrisis general capitalista estallada en octubre de 2008.

Lo anterior es suficiente para demostrar el formida-ble desempeño de la Revolución Cubana aun bajo unescenario internacional tan desfavorable, exhibiendo unprogreso notable en un indicador clave –que hace a ladignidad y a los derechos humanos– que se sitúa muypor encima de los demás países de la región, los que,además, no padecen ninguna de las restricciones deri-vadas del asedio imperialista al que está sometida Cuba.Téngase en cuenta que el costo del bloqueo impuestopor los Estados Unidos a lo largo de casi medio siglofluctúa, según cálculos muy conservadores, en tornoa los noventa y tres mil millones de dólares, una cifrados veces superior al Producto Bruto de Cuba, más

allá de los inmensos costos que trascienden lo econó-mico y que se miden en vidas humanas, en personasque sufrieron heridas permanentes, en tiempo perdidoque podría haberse dedicado a tareas distintas de ladefensa frente a un enemigo implacable y en sufrimien-tos y privaciones de todo tipo.2 Si pese a esto Cubasupera a los Estados Unidos en un indicador tan sensi-ble como la tasa de mortalidad infantil, este solo hechola convierte en un pésimo ejemplo para los países delTercer Mundo, que de ese modo comprueban que otromundo es posible para quien esté dispuesto a sacudir-se el yugo del imperialismo.

Por eso decíamos en el título de este trabajo queCuba había dejado de ser un modelo para devenir enfuente de inspiración, en estímulo para la creación his-tórica. Y esto porque las revoluciones son el productomás genuino de la vida de un pueblo y, precisamentepor eso, inimitables por definición. Fue la propia inma-durez del movimiento revolucionario latinoamericanola que hizo de la Revolución Cubana un modelo quepodía copiarse sin más obstáculos que los que presen-taban la ingeniosidad y la voluntad de los imitadores.Pero esa actitud no duró demasiado: ya hacia finalesde los 60, derrotada la guerrilla del Che en Bolivia yperpetrado su cobarde asesinato, la concepción de unmodelo a imitar dio paso a una visión más madura quehacía de la Revolución Cubana una fuente de perma-nente inspiración para que los pueblos, buscando supropio camino, llegaran a similares resultados. Se esta-ba haciendo carne en el movimiento revolucionario lati-noamericano el conocido dictum de Simón Rodríguez:

2 La cifra relativa al costo material del bloqueo fue expresada afines de octubre de 2008 por el canciller de Cuba, Felipe PérezRoque, en el marco de la Asamblea General de las NacionesUnidas. No es un dato menor recordar que en esta recientevotación el repudio al bloqueo estadunidense fue respaldadopor ciento ochenta y cinco de los ciento noventa y dos paísesque integran la ONU. Con toda razón el Canciller cubano lemanifestó a la delegación norteamericana presente en la sesiónque «Ustedes están solos, completamente aislados». Véase «LaONU volvió a pedir a Estados Unidos el fin del embargo aCuba», Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 2008. El «sheriffsolitario», al decir de Samuel Huntington, está más solo quenunca.

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«inventamos o erramos». Y Fidel lo repetiría incansa-blemente diciendo que «cada vez que copiamos nosfue mal». Prueba contundente de esta madurez es elhecho de que en la América Latina de hoy toda refe-rencia a un modelo a imitar ha desaparecido del len-guaje y de la práctica política. Hoy nadie piensa imitara la Revolución Bolivariana, o al «evismo» boliviano,o a la «Revolución Ciudadana» de Correa. Se arraigóentre nosotros la idea del camino propio, de la esterili-dad de las imitaciones y de que las revoluciones, o lasgrandes transformaciones, para ser tales deben sergenuinas. Y que no hay modelos para imitar, aunquesigue habiendo –y Cuba es un caso excepcional en esesentido– experiencias que son fuente permanente deinspiración y un acervo impresionante de enseñanzasde gran valor para cualquier pueblo dispuesto a lucharpor su propia emancipación.

Lecciones de la experiencia cubana

Dicho lo anterior, veamos algunas de las lecciones quebrotan de la rica experiencia cubana.

1. La de Cuba fue una revolución contra los librossagrados y contra la lectura dogmática del marxismo.Fue recibida con enorme desconfianza por las distin-tas variantes de la izquierda tradicional, que no escati-mó adjetivos para apostrofarla: «aventurerismo», «pe-queño burguesa», «putchista» fueron algunas de lascalificaciones que le endilgaron las visiones conven-cionales de la izquierda –desde el estalinismo hasta eltrotskismo–. El camino de retorno para estas fuerzasfue largo y empinado y, en no pocos casos, insumióbuena parte de la década del 60. Homenaje especial lecabe a hombres como Salvador Allende, del PartidoSocialista de Chile (el de antes, no su desfigurada rea-lidad actual) y, entre nosotros, en la Argentina, a gen-tes como Rodolfo Walsh, Ezequiel Martínez Estrada yAlfredo Palacio, por el inmediato reconocimiento de lanaturaleza profundamente revolucionaria del Movimien-to 26 de Julio y su liderazgo. El Che no ahorró ni unasola de las flamígeras saetas de su arsenal de ironíaspara burlarse y criticar a quienes descalificaban a laRevolución Cubana por haberse «salido de los libros»,

por no ser lo que debería haber sido –bajo quién sabequé supuestas condiciones históricas ideales. Este temaremite a una vieja cuestión en el movimiento comunis-ta internacional: recuérdese el célebre artículo de An-tonio Gramsci en L’Ordine Nuovo titulado nada menosque «La revolución contra El capital». En ese trabajoel fundador del Partido Comunista Italiano comentacómo la empresa acometida por Lenin y sus compañe-ros ponía al desnudo las limitaciones de los apóstolesde una lectura acrítica, mecánica y lineal del libro deMarx. Y también, antes que Gramsci, las reiteradasobservaciones de Rosa Luxemburg sobre el tema de la«madurez» de la revolución: para ella, las condicionesnunca estarían completamente aseguradas y el asaltoal poder por parte de las clases y capas subalternassiempre tendría un componente de inmadurez. Esosataques «prematuros», recordaba Rosa en ¿Reformasocial o revolución?, constituyen un factor importan-tísimo en el largo proceso de aprendizaje popular que,eventualmente, podrá culminar con la victoria definiti-va de la revolución.3

2. La segunda lección, un corolario de la anterior,es que ninguna revolución digna de tal nombre es pro-ducto de un laboratorio o de una receta libresca. Nosolo no hay un modelo para copiar, sino tampoco hayun libro en el cual se encuentre la receta para la revolu-ción. En su discurso pronunciado al conmemorarse elsexagésimo aniversario de su ingreso a la Universidadde La Habana Fidel hacía pública «una conclusión quehe sacado al cabo de muchos años: entre los muchoserrores que hemos cometido todos, el más importanteerror era creer que alguien sabía de socialismo, o quealguien sabía cómo se construye el socialismo».4 Esto

3 Véase Rosa Luxemburg: ¿Reforma o revolución?, México,Grijalbo, 1967, p. 97. El título verdadero del libro, en el origi-nal alemán, es ¿Reforma social o revolución? Ediciones Luxem-burg lanzará en 2009 una nueva edición de esa obra, con unacuidadosa revisión de la traducción y un estudio introductorioa cargo del autor de estas líneas.

4 Fidel Castro Ruz: «Discurso en el acto por el sexagésimoaniversario de su ingreso a la universidad», efectuado en elAula Magna de la Universidad de La Habana, Rebelión, 17 denoviembre de 2005, p. 21.

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para nada significa despreciar las teorías que suelenestar contenidas en algunos libros. Todo lo contrario:sigue siendo tan válido como antes el dictum leninistaque afirma que «sin teoría revolucionaria no hay prác-tica revolucionaria». Pero quienes apelan a esa cita muya menudo olvidan otras de Lenin; entre ellas, aquellaque decía que «el marxismo no es un dogma sino unaguía para la acción». La Revolución Cubana no fueexcepción a esta regla: inspirada en la tradición revolu-cionaria marxista, y notablemente enriquecida por losaportes teóricos y prácticos, a la vez, de José Martí yde Julio Antonio Mella, jamás fue un salto al vacío o undesafío al imperialismo y a la dictadura batistiana fun-dados exclusivamente en el heroísmo, la abnegación ola determinación de su líder y su grupo dirigente. Ha-bía una concepción teórica que orientaba la acción,que guiaba la praxis insurgente. Pero, a diferencia deotros procesos, esta concepción nunca fue concebidacomo una cárcel en la cual apresar la realidad o ence-rrar las ideas sino, en la mejor tradición leninista, comouna caja de herramientas de la cual extraer los mejoresinstrumentos para hacer realidad la «Tesis Onceava»de Marx: cambiar el mundo y no solo interpretarlo.

3. Otra importantísima lección es la siguiente: la re-volución no es un sueño imposible ni la alucinación derevolucionarios trasnochados. Aun a noventa millas delos Estados Unidos, casi en las entrañas del monstruocomo dijera Martí, medio siglo de historia demuestrala falacia de los determinismos geográficos o de losfatalismos pesimistas. Corroboran que no es cierto quela revolución es imposible (como todavía se sigue di-ciendo) porque estamos en el patio trasero del imperio.Tampoco existe un fatalismo que condene a los paísesdel Tercer Mundo a vivir permanentemente en la mise-ria y la destitución. La Revolución Cubana pudo resis-tir, y pudo subsistir, pese a durísimas condiciones: elbloqueo, el «período especial», agresiones de todo tipo,desde el «cordón sanitario» establecido en 1962 consu infame expulsión de la Organización de EstadosAmericanos hasta invasiones, sabotajes y asesinatosque dejaron a su paso una estela de muerte y destruc-ción. La pregunta inevitable es: si Cuba pudo, ¿qué nopodrían hacer países como Brasil o la Argentina? ¿Por

qué estos países, ya a comienzos de este siglo y congobiernos de signo «centroizquierdista», demostraronser tan timoratos a la hora de lanzar no ya una revolu-ción como la cubana, sino un modesto, un muy mo-desto programa de reformas sociales? ¿Qué fue lo quefalló? Sería difícil precisarlo en este momento; por ahoraes suficiente comprobar que no había nada fatal en tandecepcionante desenlace.5

4. El proceso revolucionario cubano, su triunfo ysu cincuentenaria persistencia, contra viento y marea,no son solo un rotundo mentís al determinismo econo-micista, sino que revalorizan, como pocas experien-cias en el mundo, el papel de la voluntad política, de laconciencia y la organización. Curiosamente, en muchosanálisis pretendidamente marxistas, la primera apenassi es tenida en cuenta. Por supuesto, no se trata decompensar este desequilibrio promoviendo una antité-tica exaltación del voluntarismo. Pero hay que tener encuenta que toda revolución es un proceso que, paratriunfar, exige amalgamar múltiples factores determi-nantes, uno de los cuales es la voluntad de la vanguar-dia o del grupo dirigente. No obstante ello, en la tradi-ción marxista se arraigó con fuerza una visión queconfería a los elementos estructurales un papel exclu-yente en la producción del hecho revolucionario. Aho-ra bien: el medio siglo transcurrido desde el triunfo de laRevolución Cubana demostró que aun existiendo –enalgunos países de la región– condiciones objetivas muyfavorables al desencadenamiento de una revolución,esta finalmente no se produjo. Para resumir: a lo lar-go del siglo XX asistimos al paso de un voluntarismoextremo –que todavía sobrevive en algunas versionesdel infantilismo izquierdista que sostiene que si la re-volución no estalló en el resto de la América Latinafue debido a «la traición de los jefes»– a un economi-cismo ramplón que dejó por completo de lado la im-portancia decisiva de la dirección consciente y de la

5 Hemos examinado el caso de la Argentina en nuestro «La expe-riencia de la “centroizquierda” en la Argentina de hoy», Casade las Américas, No. 246, enero-marzo de 2007, pp. 26-40.Un examen más amplio de este tema se encuentra en nuestroSocialismo siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo?,Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2008.

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firmeza de la voluntad en la conducción del procesorevolucionario.6 Lo anterior se combina, por supues-to, con una actitud que, por una parte, subestimaba lanecesidad de promover la concientización de las ma-sas, es decir, empujar cada vez más los límites de su«conciencia posible» de suerte tal que comprendan queeste mundo no es el único que puede existir y que hayotros que es posible alcanzar. Labor que en los últimosaños Fidel ha sintetizado muy bien con su fórmula «ba-talla de ideas». Y, por otro lado, un talante que tambiéndespreciaba la necesidad de mejorar las capacidades ylos dispositivos organizacionales de las clases subal-ternas. Reconociendo, por ejemplo, la futilidad de lacontraposición radical, tan «a la moda» en nuestrosdías, entre partidos y movimientos sociales. Un con-traste que, conviene no olvidarlo, se construye sobredos falsas premisas: una, que cristaliza indefinidamen-te el modelo de partido revolucionario concebido porel estalinismo a la muerte de Lenin; la otra, que exaltael «democratismo» y el «basismo» de los movimientossociales haciendo caso omiso de la persistencia de gra-ves vicios de funcionamiento que no son muy diferen-tes a los que acosan a los partidos de la izquierda. Su-

perar esta contradicción supone admitir que en las con-diciones actuales se requiere de un nuevo modelo departido revolucionario, adaptado a las característicasespecíficas que adquiere el lento proceso de madura-ción de la revolución en nuestro tiempo. El partido le-ninista, o una vanguardia débilmente vinculada a lasmasas, no está en condiciones de satisfacer los com-plejos requerimientos planteados por la época actual.Pero la solución a este problema no puede ser ni larenuncia a la conquista del poder, a la toma del poder,como recomiendan algunos, ni tampoco el desbordan-te –y también ingenuo– optimismo en torno a los mo-vimientos sociales. Entre otras cosas porque, dadassus diferentes características, tanto los unos como losotros son ingredientes imprescindibles de cualquierproceso revolucionario. La labor integradora y sinteti-zadora del partido revolucionario sigue siendo absolu-tamente necesaria, y es una tarea que ningún movi-miento social está en condiciones de hacer; y lo mismopuede decirse de la extraordinaria capacidad moviliza-dora de los movimientos y del activismo militante quesuscitan. Es absurdo plantearse una dicotomía exclu-yente entre unos y otros.7

6 Algunas intervenciones recientes de ciertos referentes del pen-samiento de la ultraizquierda en la América Latina planteanque Chávez, Morales y Correa son «el dique de contenciónque impide que las masas concreten su revolución». En undebate reciente habido en Buenos Aires repliqué que entoncestoda la discusión sobre el futuro de la revolución latinoameri-cana se reducía a identificar la mejor forma de eliminar de laescena política a esos traidores al socialismo. «Muerto el pe-rro, muerta la rabia», dice la derecha en su permanente exhor-tación al magnicidio. Pero, ¿se habrán pasado a las filas de larevolución los escuálidos venezolanos, los fascistas de la Me-dia Luna boliviana, o los oligarcas ecuatorianos, empeñados entratar de asesinar a esos líderes? ¿Y qué decir de la CIA, quetambién está buscando la forma de eliminarlos? ¿A qué sedeben sus empeños? ¿A la convicción de que la muerte de esoslíderes liberaría finalmente el tan ansiado torrente revoluciona-rio –como ocurriera en Indonesia con Sukarno, por ejemplo– oal convencimiento, producto de una larga experiencia prácticaen esto de abortar revoluciones, de que una vez eliminada esadirigencia que aglutina las esperanzas populares se crearían lascondiciones para desencadenar un baño de sangre que arranca-se de raíz cualquier aspiración revolucionaria?

7 En relación con el «partido leninista» es necesario recordar quenada podía ser más ajeno al pensamiento de Lenin, dialécticopor excelencia, que fijar un modelo de partido revolucionarioválido para todo tiempo y lugar. En su obra se pueden distin-guir varias concepciones diferentes: una primera, que perdurahasta la Revolución de 1905 y que encuentra su máxima expre-sión teórica en el ¿Qué hacer? Una segunda, que se extiendedesde esa fecha hasta el estallido de la Revolución de Febrerode 1917, y en la cual Lenin adhiere a una concepción del partidoque se distancia de la anterior –desarrollada bajo el brutal des-potismo del zarismo que condenaba a toda la oposición a ac-tuar en la clandestinidad– y cuya expresión teórica se encuen-tra en su brillante «Prólogo» a la recopilación titulada En doceaños, un texto de 1907, en donde señala que «el ¿Qué hacer?es el compendio de la táctica iskrista y de la política iskrista enmateria de organización durante los años 1901 y 1902 [...] yque seguir sosteniendo que Iskra [...] exageraba la idea de unaorganización de revolucionarios profesionales es lo mismo quesi después de la guerra ruso-japonesa se reprochase a los japo-neses el haber exagerado la fuerza militar de los rusos». Latercera etapa se extiende desde febrero de 1917 hasta 1921 o1922, en la cual la importancia del partido queda totalmente

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5. La Revolución Cubana también demostró que noes preciso salir del subdesarrollo para alcanzar notablesíndices de progreso social. Obviamente, en una econo-mía desarrollada acceder a tales índices se torna unasunto mucho más sencillo. Pero aun sin llegar a dispo-ner de tales condiciones facilitadoras, la sola idea deque no es al mercado al que hay que encargarle la tareade suministrar los bienes públicos que requiere la po-blación, sino que es una responsabilidad que tiene –¡ypuede, aun en el subdesarrollo!– que asumir un Estadodemocrático, ya de por sí sola produce notables avan-ces en el bienestar y la dignidad de la ciudadanía. Algohemos dicho más arriba a propósito de los indicadoresde salud, razón por la cual nos abstendremos ahora deahondar en esos detalles. Esta constatación es de lamayor importancia, porque destruye la creencia (otravez «libresca» y talmúdica) de que las políticas socia-les propias del socialismo solo son posibles en un con-texto caracterizado por un alto nivel de desarrollo. Loratifican, además, los datos que surgen de la experien-cia de uno de los tres países más pobres del hemisferiooccidental: Bolivia, en donde el gobierno de Evo Mora-les está dando importantes pasos en la erradicación delanalfabetismo y el mejoramiento de la atención médicaa grandes sectores de la población, pese a la violentaresistencia de las clases dominantes locales y el impe-rialismo, desatando una campaña genocida y racistaen contra de los pueblos originarios y sus representan-tes. El Plan Dignidad, mediante el cual se le ofrece unapensión mínima pero importante a la población mayorde sesenta años, sobre la base de un criterio universal,es una prueba de eso. Lo mismo cabe decir de algunasde las políticas que está llevando a cabo el gobierno deRafael Correa en Ecuador. Y, por supuesto, lo muchoque ha hecho la Revolución Bolivariana en Venezuela.

Pero le cabe a Cuba el honor de haber sido la primeraen demostrar la verdad de este aserto.

6. Cuba ha sido, asimismo, un laboratorio en dondese expusieron las peculiaridades que adquiere la cons-trucción del socialismo en un país del Tercer Mundo.Dado que no hay un modelo para imitar, Cuba oscilóentre la replicación de la experiencia de otros países,muy especialmente la Unión Soviética –si bien no entodos los aspectos–, y una apelación a la excepcionalingeniosidad e inventiva de cubanas y cubanos que selas arreglaron para encontrar respuestas eficaces (nonecesariamente eficientes, pero sí eficaces) a muchosde los graves problemas surgidos del bloqueo y de laagresión imperialistas, para no hablar de las violentasoscilaciones de la economía mundial. Contrariamentea una visión etapista, que prevalecía en el pasado, laconstrucción del socialismo es un proceso multifor-me, que además no tiene una secuencia preestablecidae inalterable. Lo esencial es que las políticas del nuevoEstado recorten consistente y metódicamente los privi-legios del capital, avancen en la «desmercantilización»de los innumerables derechos conculcados (a la salud, ala educación, a la seguridad social, etcétera) y bienespúblicos (al agua, al aire puro, a la preservación del medioambiente y de la naturaleza, etcétera) que la lógica delmercado convirtió en mercancías bajo la hegemoníaideológica del Consenso de Wáshington. De igual im-portancia es que dentro de estos parámetros se produz-ca una efectiva democratización del Estado y de la polí-tica cuyos componentes decisivos no son ni un sistemamultipartidista –que no existe en los Estados Unidos, sinir más lejos– ni la aprobación legal de la existencia de lospartidos políticos, prohibidos explícitamente por la nor-mativa vigente en Arabia Saudita y muchos de los paísesdel Golfo con los cuales el gobierno de los Estados Uni-dos mantiene excelentes relaciones de todo tipo, y a loscuales jamás ha amenazado con intentar promover un«cambio de régimen» que abra las puertas de la demo-cracia. Lo claramente distintivo de la democratizaciónen el socialismo es el grado efectivo de empoderamientodel demos, y eso significa un control «desde abajo» delas autoridades –desde la selección de los candidatoshasta la fiscalización de su desempeño en cargos de

eclipsada por el protagonismo de los soviets. Y una fase finalen donde se revaloriza la función del partido y, sobre todo, sutarea como educador de las masas y creador de un nuevo tipohumano. Véase, especialmente para el análisis de las dos pri-meras etapas, nuestro «Estudio Introductorio» a Lenin: ¿Quéhacer?, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2004.

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autoridad– y, por otra parte, que las condiciones realesde existencia de los gobernantes no difieran significati-vamente de las que soportan los gobernados. En la granmayoría de las mal llamadas «democracias latinoameri-canas», en realidad meras plutocracias revestidas conlas apariencias externas de la democracia, no existe ni louno ni lo otro.8

7. Otra lección, la última de este breve listado, es laque demuestra por enésima vez que el imperialismo noestá dispuesto a efectuar la menor concesión a un pue-blo que lucha por su libertad y su autodeterminación.Que jamás aceptará política alguna que ponga en cues-tión sus exacciones y tropelías, o que recorte sus pre-rrogativas, no importa cuán razonable sea la primera,o cuán propenso a la negociación y al compromiso seael gobierno popular. Tanto gobiernos surgidos de unaprolongada guerra revolucionaria, como Cuba y, mástarde el sandinismo; o procesos que se inscribieroníntegramente dentro de la legalidad del Estado burgués,como el ascenso de Chávez, Morales y Correa, sonobjeto de una permanente campaña de agresiones,mentiras y extorsiones que no conoce límite alguno.Antes ocurrió con los gobiernos de Jacobo Arbenz enGuatemala, de Juan Bosch en la República Dominica-

na, y posteriormente con Salvador Allende y la UnidadPopular en Chile y Maurice Bishop en Granada. Se en-gañan los timoratos dirigentes de la «centroizquierda»cuando imaginan que las clases dominantes vernáculas–esa burguesía autóctona de la que hablaba el Che por-que nada tenía de nacional– y el imperialismo van apermanecer de brazos cruzados ante un gobierno quepromueva la autodeterminación nacional y la emanci-pación de las clases y capas subalternas. Tal como lohemos expresado en infinidad de ocasiones, en la Amé-rica Latina al más tímido intento de reforma social sele responde con el desencadenamiento de una sangrientacontrarrevolución. Esto se verificó una vez más en elcaso cubano desde el inicio mismo de la Revolución,mucho antes de que esta se declarase socialista en vís-peras de la derrota del imperialismo en Playa Girón. Loque también se comprobó en este mismo caso fue quela firmeza del régimen revolucionario es capaz de frus-trar las intentonas reaccionarias y los propios planesde dominación del imperio.

Conjetura final

No podríamos cerrar estas páginas sin unas pocas re-flexiones finales sobre este cincuentenario de la Revo-lución Cubana. Para decir, en primer lugar, que su ha-zaña al sobrevivir a tantos ataques y acechanzas esuna fuente inagotable de esperanza y optimismo paratodos los que luchan por construir una nueva socie-dad, libre de las lacras y los vicios que caracterizan alcapitalismo. En segundo lugar, que, tal como lo hemosexplicitado largamente en otro lugar, la Revolución seencuentra ahora ante renovados desafíos que debeinexorablemente enfrentar.9 Retos que provienen de loscambios epocales que caracterizan a la economía mun-dial y que provocan la obsolescencia del viejo modelode planificación ultracentralizada; la creciente belige-rancia de un imperialismo que se enfrenta con renova-das resistencias a lo largo y ancho del planeta, sobretodo luego de la crisis global estallada pocos meses

8 Dejamos con toda intencionalidad de lado otro aspecto, desuma relevancia, pero cuyo cuidadoso tratamiento extenderíaconsiderablemente los límites de este trabajo: la cuestión del«pueblo armado». Si algo distingue a Cuba del resto de lospaíses es que en ella existe un ejército popular y un pueblo enarmas. En los demás casos, las armas las retiene un ejércitoprofesional. Los principales teóricos de la democracia, sin ex-cepción, han señalado que uno de los fundamentos de esterégimen político radica precisamente en la capacidad del pue-blo para armarse en defensa propia y de sus conquistas revo-lucionarias. Un pueblo desarmado es fácil presa del despotis-mo y de la mentira, y queda inerme frente a sus opresores. Unadiscusión sobre el carácter fetichista de las democracias lati-noamericanas se encuentra en nuestro «La verdad sobre lademocracia capitalista», Socialist Register en Español 2006,Buenos Aires, Clacso y Centro Cultural de la Cooperación,2006, pp. 45-78 y «Aristóteles en Macondo: notas sobre elfetichismo democrático en América Latina», en GuillermoHoyos Vásquez (comp.): Filosofía y teorías políticas entre lacrítica y la utopía, Buenos Aires, Clacso, 2007, pp. 49-68.

9 Hemos examinado este tema en nuestro Socialismo siglo XXI...,ob. cit. en n. 5, pp. 97-138.

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atrás; y la necesidad de renovar el impulso revolucio-nario y, principalmente, transmitirlo a las nuevas gene-raciones.10 Desafíos que requieren de respuestas inno-vadoras pero, como el mismo Fidel lo recuerda en elmencionado discurso, para nada significa caer en el«error histórico» de creer que «con métodos capitalis-tas se puede construir el socialismo». En otras pala-bras: la reforma no puede significar la reintroducciónde métodos capitalistas en la gestión de la economía.Se deberá transitar por un estrecho sendero en dondese mantenga la planificación de las actividades econó-micas y el papel rector del Estado, pero apelando aestructuras más flexibles de planificación y control y aprocesos más ágiles de conducción y ejecución. De lo

contrario, las desigualdades se multiplicarían y la co-rrupción resultante de ellas podría, al cabo de un tiem-po, debilitar irreparablemente el impulso revoluciona-rio y favorecer los planes de la reacción imperialista.

Ponemos fin a este trabajo con una reflexión que envísperas de cumplirse el medio siglo del triunfo de laRevolución Cubana nos parece insoslayable, y es lasiguiente. Imaginemos, apelando a un recurso contra-fáctico, lo que habría sucedido en la América Latina sila Revolución Cubana hubiese sucumbido ante las agre-siones del imperialismo o a consecuencia del derrum-be de la Unión Soviética. La respuesta, inevitablementeconjetural como cualquiera que se ensaye ante una pre-gunta de esta naturaleza, es clara y contundente: en talhipotético caso, nuestra historia habría sido radical-mente diferente. Sin el fuego de la antorcha prometei-ca sostenida heroicamente por Cuba durante medio si-glo, los pueblos de las Américas difícilmente habríantenido la osadía y la audacia para resistir la renovadaopresión y explotación de que eran objeto, y para rebe-larse en contra del imperio y sus lugartenientes loca-les. Fue el ejemplo vibrante del país caribeño el queincendió la pradera de la América Latina en los años60, lo que alimentó las grandes movilizaciones queimpulsaron el ascenso de la Unidad Popular en Chile yel triunfo de Héctor Cámpora en la Argentina; abrió elespacio para el giro radical de Juan Velasco Alvaradoen Perú; facilitó la instauración de la Asamblea Populary el gobierno de Juan José Torres en Bolivia; y nutrióla insurgencia constitucionalista del coronel FranciscoCaamaño Deñó en la República Dominicana, ultrajadapor el invasor yanqui. Fue la inconmovible lealtad ysolidaridad de Cuba con todos los pueblos en lucha loque hizo posible resistir las atrocidades de las dictadu-ras que asolaron la región en los años 70 y, entre tantasotras cosas, asegurar el triunfo del sandinismo en Ni-caragua y, con el sacrificio de sus hijas e hijos derrotaral apartheid sudafricano y garantizar la independenciade Angola.11 Fue la inconmovible fortaleza de Cuba la

11 No son muchos los que valoran en su justo término los alcan-ces de la contribución de la Revolución Cubana al triunfo delos procesos de liberación nacional en África. Basta con ima-

10 En el ya mencionado discurso pronunciado en la Universidadde La Habana Fidel preguntaba a los estudiantes allí reuni-dos: «¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse,o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones sederrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o noimpedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Po-día añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes queeste proceso revolucionario, socialista, puede o no derrum-barse? [Exclamaciones de: «¡No!»]. ¿Lo han pensado algunavez? ¿Lo pensaron en profundidad?». Y poco después reite-raba su planteo al decir: «Les hice una pregunta, compañerosestudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendoque ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejoahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y lespido a todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o noirreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideaso el grado de conciencia que harían imposible la reversión deun proceso revolucionario? Cuando los que fueron de losprimeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugara nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo?Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchoserrores, y ni cuenta nos dimos». Y poco más adelante decíaFidel: «Este país puede autodestruirse por sí mismo; estaRevolución puede destruirse, los que no pueden destruirlahoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, ysería culpa nuestra». El factor que podría llegar a destruir laRevolución es, según Fidel, la desigualdad. Por eso le pregun-ta a los estudiantes: «¿Conocían todas estas desigualdades delas que estoy hablando? ¿Conocían ciertos hábitos generali-zados?». Los «hábitos» a los que se refería Fidel, y que losdenunció públicamente, eran el robo y la corrupción que sedesprendían del avance de la desigualdad.

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que la convirtió en referencia obligada cuando, a me-diados de los 80, el Continente retomaba el escarpado–¡y aparentemente interminable!– sendero de la «tran-sición democrática» agobiado por el peso de una deu-da externa «incobrable e impagable», como la definie-ra Fidel en 1985. Ejemplo que adquirió dimensionesgigantescas cuando Cuba demostró ser capaz de re-sistir a pie firme el derrumbe de los mal llamados «so-cialismos realmente existentes», desplomados preci-samente por no ser socialismos. Y la Isla resistió enesos tristes momentos las presiones y los cantos desirenas de los agentes del imperialismo y sus publicis-tas (entre quienes sobresale, por su dedicación, el lo-bista de las transnacionales españolas Felipe González)que le recomendaban «volver a la sensatez» y olvidar-se de la Revolución para re-emerger victoriosa, comoel ave fénix, para animar a los pueblos del mundo ente-ro a decir ¡basta! El 1 de enero de 1994 lo hicieron loszapatistas; más tarde, las organizaciones populares delmundo desarrollado en Seattle y, desde allí, la rebeliónse extendió como un reguero de pólvora por todo elmundo. Es en este escenario, que lleva la marca inde-leble de la resistencia de Cuba como una de sus señasde identidad, que irrumpen la Revolución Bolivariana yla figura excepcional de Hugo Chávez, mientras quemás al sur Rafael Correa ponía en marcha su Revolu-

ginar lo que hubiera sucedido si Angola caía en manos de losracistas sudafricanos para comprobar que la situación deÁfrica hoy sería completamente diferente: el régimen del apar-theid se hubiera fortalecido y habría arrastrado bajo su égidaa buena parte de los países del África austral. Su derrota amanos de las tropas de Cuba, en cambio, abrió la puerta parael final avance de la descolonización y la independencia debuena parte del África subsahariana. No solo en la AméricaLatina y el Caribe Cuba hizo la diferencia. También en África.

ción Ciudadana y en la Bolivia del Che un abnegadodirigente cocalero, Evo Morales, se proyectaba comoel líder de un pueblo en pos de una reivindicación quese le debía desde hacía más de cinco siglos. Otrosprocesos estaban también en marcha en la Argentina,Brasil, Uruguay, Paraguay y, en general, en casi todanuestra geografía. Con características externas dife-rentes según los casos pero, invariablemente –al me-nos en el espíritu de los pueblos si no en su dirigencia–,como un intransigente rechazo al imperialismo, el ca-pitalismo y las políticas neoliberales. Todo esto, quehoy configura un escenario latinoamericano muy dis-tinto al que existía hace poco más de una década; todoeso, repetimos, no habría sido posible si Cuba hubierasido derrotada en Girón, o si sus hombres y mujereshubiesen defeccionado, abandonando sus ideales, aho-gando la antorcha que con tanto esfuerzo y dignidadsostuvieron en alto durante medio siglo. Por eso la deudade los pueblos latinoamericanos con la RevoluciónCubana es inmensa. Una Revolución cuyo internacio-nalismo la llevó a derrotar a los fascistas sudafricanosy que, como si la hazaña anterior no fuera suficiente,inunda al Tercer Mundo de médicos, enfermeros, maes-tros, instructores deportivos; una Revolución que siem-bra educación, salud y vida, contra un imperio quehace lo propio con la ignorancia, la destrucción y lamuerte. Por eso, y por tantas otras cosas que seríaimposible siquiera nombrar en un breve texto comoeste, nuestra eterna gratitud para con el pueblo y elgobierno cubanos, para Fidel y para Raúl, y antes parael Che, para Camilo, para Haydee, y tantos otros hé-roes anónimos, cubanas y cubanos que con su luchacotidiana y su tenacidad de hierro hicieron posible esterenacimiento de las perspectivas del socialismo en laAmérica Latina. c

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Para mí los rasgos más importantes de la Revolución Cubana sonla dignidad y su inagotable capacidad de solidarizarse con el sufri-miento y las necesidades de otros pueblos.

Esa dignidad, fruto del coraje y patriotismo del pueblo y de sus diri-gentes, se ha demostrado en forma serena y resuelta en cada una de lasmuchas circunstancias duras y riesgosas que le ha tocado enfrentar ensu primer medio siglo.

Por otra parte, la solidaridad generosa e incondicional de Cuba conotros pueblos es quizá el fruto más hermoso de una Revolución que hapuesto el acento en la transformación ética de la sociedad. Es muydifícil encontrar a otro pueblo que sea capaz, como el cubano, de re-nunciar a su propio pan para aliviar el hambre y la necesidad de sushermanos en lejanas tierras. Tiene mucho que ver con el hombre nuevoque ha ido formándose en Cuba.

Los chilenos tenemos el deber –que no siempre hemos cumplido– dedar testimonio de gratitud por esa solidaridad. Cuba nos entregó todosin pedir nada, sin esperar retribución o agradecimiento alguno. Por esonuestra deuda es tan grande.

Miles de chilenos encontramos refugio en la Isla durante la dictaduramilitar que martirizó a nuestra patria. Pero aun antes la solidaridad cuba-na estuvo presente cuando la tenaza norteamericana convirtió en reali-dad la amenaza de Nixon de «hacer chillar» la economía del proyectosocialista de Salvador Allende.

La solidaridad que Cuba entregó a Chile es imposible de medir entérminos materiales. Porque tuvo un significado moral muy importante.Se trató de aquella solidaridad que se entrega a costa del propio sacrifi-cio. Era la mano tendida de un pueblo capaz de entregar hasta su vida endefensa de la libertad y los derechos de la nación chilena. Los carga-mentos de azúcar llegaron cuando el país sufría el boicot del imperio yel cobre –el sueldo de Chile, como lo llamó Allende– era embargado en

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los puertos europeos. Se pretendía asfixiar la econo-mía para provocar la ingobernabilidad que necesitabael golpe militar.

Pero además, después del golpe de 1973, vino la enor-me solidaridad con los perseguidos por la dictadura.

No fuimos los únicos a los que Cuba brindó refugioen esa época tenebrosa de la América Latina. Estabantambién las familias argentinas, uruguayas, bolivianas,peruanas, nicaragüenses, salvadoreñas, haitianas, co-lombianas, hondureñas, que huían del terror, la prisióny la muerte en sus países. Éramos miles de latinoame-ricanos refugiados en la Isla mientras Cuba enfrentabalos rigores del bloqueo norteamericano. Pero tambiénestaban los becados africanos que se preparaban comoprofesores, médicos e ingenieros. Y los niños de Cher-nobyl recuperándose de las horribles quemaduras delaccidente nuclear. Y los heridos y mutilados angolanos,sudafricanos y congoleños rehabilitándose en hospita-les y sanatorios cubanos. Los camaradas de Giap, loscompañeros de Mandela, los herederos de Lumumba,los seguidores del Che de todas partes del mundo.

Los chilenos, pues, no éramos los únicos, ni siquie-ra los más numerosos. Sin embargo, en la Isla noshacían sentir que no había nada más importante que laresistencia en Chile. Los actos y mítines, las reunionesen centros de trabajo, escuelas, universidades y CDR(Comité de Defensa de la Revolución), se sucedían adiario. Lo que ocurría en nuestro país lo conocía la po-blación a través de charlas y de la información en laprensa, radio y televisión.

Ser chileno era casi un privilegio que nos hacía sen-tir rodeados de amistad y cariño, jamás solos o aban-donados a nuestra suerte.

Los nombres de nuestros héroes y mártires los adop-taron las organizaciones del pueblo cubano. Abunda-ban los Comités de Defensa de la Revolución SalvadorAllende, Miguel Enríquez, Augusto Olivares, CarlosLorca, Arnoldo Camú, Víctor Jara, Marta Ugarte, Víc-tor Díaz, Juan Alsina, Augusto Carmona... Sus rostrosy biografías, poemas y recortes de periódicos estabanen los murales de los CDR y centros de trabajo.

Una avenida importante de La Habana recibió el nom-bre de Salvador Allende y lo mismo calles y parques en

otras ciudades de la Isla. Los hospitales Salvador Allen-de y Miguel Enríquez atendían –y atienden– a sectorespopulosos de La Habana. Numerosas escuelas, coope-rativas y brigadas de trabajo llevan nombres de héroeschilenos que todavía son casi desconocidos en su pa-tria. Se hacían homenajes, se escribía y se hablaba deellos. He visto por ejemplo a un grupo de teatro de hijosde trabajadores del hospital Miguel Enríquez represen-tar la vida de ese revolucionario chileno con una since-ridad que hizo llorar a los padres de Miguel, presentesen ese acto.

Mi familia y yo vivíamos en el corazón del exiliochileno, al este de La Habana. Exactamente en el de-partamento No. 11, tercer piso del edificio D-2, Zona7 de Alamar. Eran dos bloques de departamentos decinco pisos cada uno que fueron entregados comple-tamente equipados a familias chilenas –entre ellas va-rias mujeres solas con sus hijos–. A la vuelta de la es-quina estaban los uruguayos y más allá los argentinosy bolivianos... Los edificios de Alamar –que empezaba aser una ciudad satélite de La Habana– los construyeronbrigadas de trabajo voluntario de cubanos que care-cían de viviendas. Sin embargo, fueron ellos los queresolvieron en asambleas entregar varios edificios a losexiliados que buscábamos refugio en Cuba. El nuestrofue inaugurado por Laura Allende, la hermana del Pre-sidente heroico, que tiempo después se quitaría la vida,enferma de cáncer y desesperada por la prohibición dela dictadura que le impedía ir a morir en Chile.

Alamar fue nuestro pequeño mundo mientras per-manecimos en la Isla. Ayudados por los vecinos cuba-nos, en su mayoría obreros, recuperamos la confianzaen nosotros mismos. Su amistad y aliento nos hizoreencontrar la esperanza. Su alegría nos permitió salirde la amargura de la derrota. Los cubanos nos enseña-ron el valor de las cosas sencillas. Nos regocijábamoscon ellos por cada nueva victoria sobre el bloqueo nor-teamericano. Compartimos su vida de cada día, hici-mos guardia en el CDR, trabajo voluntario limpiandoescombros y basuras, cuidando jardines, preocupán-donos por ahorrar agua y electricidad. Recolectamospotes de vidrio de uso infinito. Mantuvimos limpias lasescaleras del edificio, hicimos cola en la bodega y

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nos encargamos de las compras de los más ancianos.Acompañamos a nuestros enfermos en el hospital ynos turnamos para llevar a los niños a la beca.

La sociedad cubana nos reeducó, aprendimos a com-partir.

En la escuela Solidaridad con Chile, en Miramar,estaban becados los niños de nuestra comunidad. Mu-chos eran hijos de chilenos asesinados, o que estabanen las cárceles de la dictadura o que luchaban en laclandestinidad. Los niños permanecían en la beca delunes a viernes, recibían alimentación, ropa, útiles es-colares y atención médica, como cualquier hijo de cu-bano. Los chilenitos también fueron «pioneros por elcomunismo» y juraron ser como el Che. Solemnes yerguidos, junto con sus compañeros cubanos forma-ban cada mañana luciendo las pañoletas rojas que acre-ditaban su condición de pioneros de la Revolución.

Nunca como en Cuba he visto niños más hermo-sos, tan bien plantados y fuertes. Caritas limpias llenasde sol, extrovertidos y con una alegría que parece noconsumirse nunca. Se adivina en ellos a los futurosmaestros, soldados y obreros de una patria libre.

Los muchachos mayores, entre ellos mis hijos, fue-ron a la universidad y al trabajo en el campo, a la cose-cha del tabaco, los cítricos y el café. Se convirtieron enmédicos, ingenieros, economistas y científicos. Aun-que regresaron a Chile hace años algunos no han perdi-do el acento cubano ni las costumbres y gustos queaprendieron en la Isla. Es divertido hoy oírlos cuando sereúnen y gozan recordando esa etapa de sus vidas.

Cada mañana en la guagua 215 –el autobús Alamar-La Habana– nos encontrábamos con vecinos del exi-lio, cada uno a lo suyo. Mario Benedetti a la Casa de lasAméricas, yo a tareas de apoyo a la resistencia o cami-no a alguna reunión en el comité chileno que funciona-ba en El Vedado. A veces intercambiábamos un guiñode complicidad con jóvenes chilenos que vestían eluniforme verde olivo de las Fuerzas Armadas Revolu-cionarias. Eran los futuros combatientes internaciona-listas en Nicaragua y El Salvador. Muchos alcanzarontambién su objetivo de retornar clandestinamente a Chilepara combatir por la libertad de su patria. Eran jóvenespor cuyas venas corría sangre de héroes, sencillos y

claros como los del Moncada. Algunos cayeron com-batiendo o asesinados en la tortura, leales a la forma-ción revolucionaria que recibieron en la Isla. Entre ellosMario Amigo Carrillo, un joven proletario de Coronel,un pueblo de mineros en el sur de Chile. Mario, con-vertido por la clandestinidad en obrero de una empresaforestal, murió en Los Ángeles destrozado por una bom-ba. Fue el padre de dos de mis nietos.

Cuba nos dio todo lo que pedíamos para luchar con-tra la tiranía. Ayudó por igual a los que creíamos legí-timo y necesario empuñar las armas como a los queoptaron por la lucha política. Cuba jamás pretendiódecirnos lo que teníamos que hacer. Su ayuda fue siem-pre incondicional y respetuosa de las diferencias ideo-lógicas. Lo que hicimos, mal o bien, lo hicimos poriniciativa propia, pensando que cumplíamos nuestrodeber de patriotas y de revolucionarios.

La solidaridad cubana compartió nuestro dolor y sehizo parte de nuestra esperanza.

Seríamos unos mal nacidos si no retribuyéramoshoy con nuestra propia solidaridad aquella que nos brin-dó Cuba.

Por eso nos sentimos parte del pueblo cubano yadmiramos su valor, su espíritu revolucionario y suinternacionalismo.

Queremos a Cuba y respetamos ese heroísmo quecausa asombro en el mundo al desafiar a pie firme lasagresiones armadas, el sabotaje y las penurias de unbloqueo inhumano condenado por casi todas las na-ciones del mundo, excepto por el propio verdugo y unpar de cómplices a sueldo.

La Revolución Cubana nos enseñó que nada impor-tante se obtiene sin luchar, que solo luchando se puedeser libre y que solo hombres libres pueden sentirse her-manos.

Cuba nos mostró la dimensión humana de la acciónpolítica y con su Revolución aprendimos a descubrirla grandeza en lo más humilde y pequeño.

Por eso queremos a Cuba y le declaramos nuestroamor a viva voz.

Nos preguntamos qué pasará con la Revolución Cu-bana en los próximos cincuenta años. No somos pito-nisos pero hay hechos que permiten aproximarse al

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futuro. Cuba ya no está sola en la América Latina. Ve-nezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, la Ar-gentina y Brasil se abren camino al socialismo o a siste-mas de mayor justicia social. La humanidad no tieneotra variable de supervivencia que no sea el socialismo.

En otro medio siglo Cuba será la más antigua y res-petada de las repúblicas socialistas de la América Lati-na y el Caribe.

Entonces se habrá cumplido el sueño liberador deFidel. c

LEÓN FERRARI (Argentina, 1920): Autopista del Sur, 1981. Heliografía. 10/500

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Tengo la suerte de haber presenciado todo el recorrido del procesoseguido por la Revolución Cubana desde 1959. Tengo el orgullo dehaber apoyado sin interrupción a esa Revolución, ora en la gloria,

ora en la pena. Opongo sin vacilación ni remordimiento la lealtad a lacausa que he defendido por cincuenta años a quienes, numerosos poracá, se les antoja tenerla por capricho juvenil u obcecación senil. Opina-rán los listos y los oportunistas que para persistir en semejante error ypara abrigar semejante constancia uno debe descender de una etnia decerebros congelados durante la última glaciación.

Mi reiterada adhesión no es afirmación, reafirmación y a la postreconfirmación tautológica de postulados dogmáticos heredados de la gla-ciación estalinista, sino progresivo convencimiento de que la causa de laCuba revolucionaria es la de la independencia de los pueblos, y de ma-nera más general, que la causa del pueblo cubano es la causa de lahumanidad. Aquí resuenan en mí las palabras de José Martí a sus con-ciudadanos en vísperas de la guerra de 1895: «Un error en Cuba, es unerror en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levan-ta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos».

1960-1961: ¿Y por qué, Paul, saludas con tanto fervora la Revolución Cubana?

Tal fue, no pocas veces, la pregunta que me hicieron varios de losestudiantes a quienes pedía que se comprometieran a firmar una hojitaen la que era propuesta la creación de una sociedad de amistad y solida-ridad con la nueva Cuba. Estábamos en mayo-junio de 1960. Con el avalde la dirección del Partido Comunista Francés, al que yo estaba afiliadodesde muy joven, y con el respaldo de los estudiantes comunistas delInstituto de Estudios Hispánicos de La Sorbona, que era el centro donde

PAUL ESTRADE

La prueba por los ciclones:una prueba más

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estudiaba y militaba, y de otros estudiantes de distintasideas del mismo Instituto, habíamos empezado unarecolección de firmas con el objetivo indicado.

Desde la voladura criminal del barco francés LaCoubre en la bahía de La Habana, ocurrida a principiosde marzo, se hacía evidente que la CIA había entrado enacción y que la Revolución Cubana estaba amenazadade agresión. Entre la juventud, esta gozaba de una sim-patía espontánea, aunque muy poco fundamentada. Pre-cisamente la sed de saber más acerca de los aconteci-mientos y máxime los cambios que se iban produciendoa ritmo veloz en la Isla eran lo más notable entre miscondiscípulos. Querían saber y me preguntaban.

Como yo ocupaba ciertas responsabilidades en ladirección nacional de la Unión de Estudiantes Comu-nistas, y como tomaba a pecho la misión de llevar acabo la constitución de aquella asociación necesaria,no podía retraerme a la hora de justificar la urgencia dela iniciativa. El borrador del manifiesto que redacté fueaprobado sin mayores debates. Reflejaba un sentir co-mún. Condensaba los motivos que teníamos de sentir-nos solidarios en la Cuba agredida.

No tenía ningún motivo personal en ello, tampococuantos firmaron el documento. Ninguno conocíaCuba, ninguno descendía de colonos franceses despa-rramados por el Caribe hispano. Mi apellido es Estra-de, muy francés, nada de Estrada. Y los estudios quecursábamos no reservaban a Cuba, y a toda la AméricaLatina, hay que decirlo, sino un espacio ridículo. Nues-tra información sobre Cuba dependía del grado de cu-riosidad y de la naturaleza de las lecturas de cada uno.Y también de los elementos de comparación de que sedisponía para entender el despertar latinoamericano.

Ese manifiesto estudiantil aparecerá hoy bastantepueril, lo reconozco. Expresaba una aspiración de cam-bios radicales que iba a estallar ocho años después enlas calles del Barrio Latino. En los pasos agigantadosde la Revolución Cubana los estábamos vislumbrando.

Tres elementos entendía en ella que me permitíanresponder la pregunta de marras: «Y tú, ¿por qué salu-das con tanto fervor a la Revolución Cubana?».

La saludaba porque entendía que conforme al pro-grama de la Sierra Maestra y a la voluntad de la aplas-

tante mayoría del pueblo se estaba cumpliendo lo pro-metido, y porque entendía que los cambios efectuadosen tan corto tiempo eran necesarios, hondos y reales.En aquel año de la Reforma Agraria, cuánto contrasta-ban, por su radicalidad, las medidas que se tomaban enCuba contra el latifundio con las medidas inacabadas eineficientes a la larga que se habían tomado en las an-teriores reformas agrarias en Latinoamérica. Esta vez,sí, de una revolución agraria se trataba.

La saludaba porque entendía que el actor decisivodel proceso era un pueblo unido, encabezado por unajuventud entusiasta y una dirigencia revolucionaria tam-bién joven y dinámica, compuesta además de auténti-cos héroes modernos, familiares y tuteados: Fidel,Camilo, el Che.

La saludaba porque entendía que algo poderoso, in-habitual en la política de la época, estaba irrumpiendo:la dignidad, la dignidad de la cubana y del cubano comoindividuos liberados y como ciudadanos libres.

Por lo tanto, con fervor, emprendí campaña paraque se conociera lo que ocurría en Cuba y para que seexpresara cuanto antes la «solidaridad de la Franciademocrática para con la joven república». Surgió uncomité provisional Francia-Cuba cuya presidencia asu-mí. Y a los pocos meses, el 10 de febrero de 1961, seconstituyó definitivamente la asociación. Es la decana,salvo error, de las demás asociaciones de amistad conCuba. Al nacer, acababa de fundarse el 30 de diciembrede 1960 el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos(Icap). Y todavía está en pie de lucha.

En síntesis, durante el decenio de los 60, encontra-ba el justificante –la prueba– de la Revolución Cubanaen su novedad, audacia y radicalidad.

1970-1971: ¿Y por qué, Paul, siguesdefendiendo a la Revolución Cubana?

Concluidos los estudios superiores y el servicio mili-tar, enseñé el español en un liceo de París y paralela-mente, de 1964 a 1968, me desempeñé como secreta-rio general de Francia-Cuba, a la que presidía porentonces el novelista Robert Merle. Como tal tuve elplacer de acoger en Francia a Nicolás Guillén y a Alejo

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Carpentier, cuyas obras ya se estudiaban en las univer-sidades francesas: ¡menudo cambio! Esto se debía a laacción de profesores involucrados en la solidaridad conCuba (Salomon en Burdeos, Jammes en Tolosa, Bon-neville en Grenoble, Joucla-Ruau en Aix, Pérez en Pau,Labarre y Sicard en Poitiers, entre otros). Lo que, a suvez, manifestaba a las claras la audiencia creciente dela Revolución Cubana, no como moda, según superfi-ciales juicios posteriores, sino como interés por la cul-tura y los cambios culturales gigantescos emprendi-dos desde el memorable Año de la Alfabetización.

Algunas orientaciones, –hay que decirlo– que se to-maron en La Habana por aquellos años me dejaron algoperplejo. Una era la lectura que se hacía de la SegundaDeclaración de La Habana (1962), según la cual la lu-cha armada era la forma apropiada, casi única, de hacerla revolución latinoamericana, por no decir universal.Otra era la llamada «ofensiva revolucionaria» interna de1968 contra diversas formas de la pequeña propiedad.

Pero estas dudas no mermaron mi convicción deque en lo esencial la defensa de la Revolución Cubanaera un asunto incuestionable: sus adelantos sociales yculturales, sus proezas económicas (las mayores za-fras del siglo), su postura en la vanguardia del comba-te antimperialista hablaban con creces por ella. Al re-vés, en opinión de varios intelectuales que habíanaplaudido la epopeya hasta ahora, las condiciones em-pleadas en la realización de esos logros y la intransi-gencia dogmática que apuntaba al inicio de los 70 exi-gían una abierta reacción crítica.

Así es como en diciembre de 1971 en la televisiónfrancesa quedó programada una confrontación de cri-terios. Frente a un periodista del diario de la derechaliberal Le Figaro y al agrónomo René Dumont, ex pre-sidente de Francia-Cuba y ex consejero del gobiernorevolucionario cubano, estuvimos presentes el porta-voz del comité científico y universitario francocuba-no, organizador de los cursos de verano en Cuba, yyo, secretario de Francia-Cuba. Hacía años que nues-tra asociación pedía con insistencia el derecho de res-ponder a los ataques burdos de que era blanco la Re-volución Cubana; hacía años que reclamábamos una

mesa redonda para debatir las realidades cubanas, tan-to los adelantos como las dificultades.

Abro un paréntesis. ¡Al fin los amigos franceses deCuba podían expresarse públicamente! Parecerá raraesta sencilla observación. Más rara aún, y lamentablepara la democracia francesa, si añado que desde aque-lla fecha ningún otro representante de Francia-Cubaha sido invitado a hablar de Cuba ante las cámaras deun canal estatal. Obviamente, haber sido fundador, se-cretario y presidente de dicha sociedad, nada extre-mista ya que incluso mantenía a un diputado gaullistaen su directiva; haber sido llamado a la Universidadpara exponer el proceso revolucionario cubano; habersido el promotor de intercambios universitarios; ha-ber sido el autor de una tesis doctoral sobre el pen-samiento de José Martí; haber animado el CentroInteruniversitario de Estudios Cubanos y dirigido lue-go el equipo de investigación de Historia de Las Anti-llas Hispánicas, en el cual se formaron como cubanistasdecenas de estudiantes de maestría y doctorado; habervisitado veinte veces Cuba; hasta hoy, obviamente, re-pito, ello no es suficiente para ser tenido por «perito»en asuntos cubanos. Más triste que amargo, calculo:van treinta y siete años de amordazamiento continuo.Y observo: eso continúa. Mientras tanto, no calculo encuántas ocasiones a tal o cuál despotricante, llámeseRolando o Jacobo, se le habrá alargado el micro impu-nemente. Pero me imagino que esa cuenta sea de algúninterés el día en que se evoquen, con la misma severi-dad, los fallos democráticos registrados acá y allá. Cie-rro el paréntesis.

Volvamos al debate de 1971. Dumont acababa depublicar su libro: ¿Será socialista Cuba? Estribaba suescepticismo en la personalización, la burocratizacióny la militarización de la Revolución. Él se empeñaba encalificarla de «castrista», yo no, aunque no tergiversa-ba el papel del dirigente máximo de la Revolución Cu-bana. Tampoco dudaba yo de la realidad del socialismocubano. Invalidarlo so pretexto de que el ejército aca-baba de ser fuertemente movilizado en el corte y larecolección de la caña, o en la roturación de tierrasimproductivas, como en 1963 había sido empleado en

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reparar los efectos devastadores del ciclón Flora y ensocorrer a la población oriental dañada, no me parecióargumento sólido. Cuanto más que acababa de volverde México donde había visto a un sinnúmero de adul-tos desahuciados y niños míseros pidiendo limosna, ydonde, tres años antes, el ejército había sido requeridopara desalojar una concentración pacífica en la Plazade las Tres Culturas dejando a varios cientos de jóve-nes acribillados. Yo me decía y sigo diciéndome: ¿Cómoun hombre altruista y universalista puede comparar unejército popular, destinado a defender la patria agredi-da y a contribuir al cumplimiento de las tareas econó-micas urgentes, con un ejército cuya misión efectivaes la represión interna?

Podía haber en el país –y los había– desaciertos ydeficiencias. Pero existía, arriba y abajo, la voluntadde erradicar los errores y las faltas. Apuntaba un espí-ritu crítico de buen augurio. Además, la próxima en-trada de Cuba en el Came y la puesta en marcha de lainstitucionalización por una vía democrática sin prece-dente iban a brindarle nuevas oportunidades a la Revo-lución Cubana. Su nivel educativo y sanitario, su rea-lismo y su tenacidad daban la prueba de su necesidad yviabilidad.

En eso sobrevino el atentado de Barbados, estallaronlas provocaciones y se fueron miles de «marielitos».

1980-1981: ¿Y por qué, Paul, te obstinasen apoyar a un sistema repudiado?

Contesté: defiendo a un pueblo y por ende al régimensoberanamente escogido por él. Sigue depositada suconfianza en ese régimen socialista para salir definitivay honrosamente del subdesarrollo. En masa lo ha rati-ficado en permanencia. Ningún organismo internacio-nal ha denunciado nunca un fraude electoral. Consteigualmente, dicho sea de paso, que en ciertos paísesdonde se suelen dar clases de democracia representa-tiva al resto del mundo, el hecho es que apenas se des-plaza a las urnas una mitad de la población inscrita.

Por otro lado, si los pueblos votaran solo con suspies, serían condenados sin reparos los sistemas fran-cés, británico, holandés y estadunidense. ¿Dónde vi-

ven muchos, muchísimos hijos de Guadalupe, Marti-nica, Jamaica, Surinam, Puerto Rico? Las estadísticasprueban que un alto porcentaje de aquella poblacióncaribeña sometida histórica, política o económicamentea una metrópoli desarrollada ha abandonado su tierranatal para refugiarse en esta. Prueban además que Cubaes la isla caribeña que con menos emigrantes cuentaproporcionalmente, pese a lo atractivas que resultensolo para ellos las corruptoras leyes migratorias de losEstados Unidos.

Defiendo la posibilidad para un país de experimen-tar una vía propia al socialismo. Cuba demuestra queel socialismo es universal, como solución a la crisiscapitalista, y que adopta formas nacionales diferencia-das. Defendiendo la idea de una vía francesa –por in-ventar– al socialismo, ¿cómo no voy a defender la exis-tencia probada de una vía cubana, necesariamentedistinta, al socialismo?

La Revolución Cubana es una experiencia original,y por lo tanto, deliberadamente deformada y hasta ocul-tada por la tendencia conservadora de la historiografíaoficial. En un balance que se pretende «objetivo» so-bre la evolución de Latinoamérica en el siglo XX, PierreChaunu ni siquiera menciona a Cuba, como si la Revo-lución Cubana fuera un accidente o una aberración.

No reviento porque haya disidentes cubanos fueray dentro de la Isla; personalmente soy un disidente, ycomo tal padecí bastante en mi vida y carrera de cier-tos métodos de hostigamiento abierto o indirecto. Nome entusiasma pero no me molesta que haya solo unpartido legal constitucional; en Francia tenemos otrahistoria política, y el tan encarecido bipartidismo es-conde mal su finalidad al servicio del partido hegemó-nico, el del capital. No me regocija que en la ley cuba-na se mantenga la pena de muerte; sé que muy poco seaplica, mucho menos que en los Estados Unidos, porejemplo, y no ignoro que un terrorismo de Estado man-tiene a Cuba en estado de guerra. No hago de Cuba unmodelo de exportación para Francia ni para cualquierotro país, lo que en rigor nunca propuso su alta diri-gencia. Pero conozco a más de un amigo para quien lasuma novedad es importar aquí la moda y los hábitosde Nueva York o Los Ángeles.

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Tratando de ser martiano he aprendido de la Revo-lución Cubana lo que ella puso en práctica conforme alas advertencias de su principal inspirador: «La imita-ción servil extravía, en economía, como en literatura yen política». De ella he aprendido también el valor de lapaciencia, la perseverancia y el sacrificio.

Estoy convencido de que hubiera mejorado bastan-te más el nivel de vida del pueblo cubano si Cuba notuviera que invertir tanto en la defensa de sus costas yde su territorio,y no tuviera que ir a Angola, lejos, muylejos, sacrificando hombres y gastando pesos, paracumplir por ética lo que la presión coercitiva de lasgrandes potencias debiera haber conseguido del go-bierno sudafricano del apartheid.

Y sin embargo, cualquier espíritu desprejuiciadopodía observar a principios de los 80 los frutos delesfuerzo portentoso consentido también por la nacióncubana a favor de la educación, la salud, el deporte, elarte, el cine, etcétera. Por el aula, el estadio y la gale-ría, venía la prueba de la realidad y de la naturaleza delos beneficios culturales de que disfrutaba el pueblogracias a su Revolución. No me arrepiento de habercontestado eso a quienes miraban a Cuba a través delos lentes de los exiliados menos sesudos. Ni de haberañadido que estos, al llegar a Florida, evidenciaban, sinproponérselo, el grado de desarrollo sanitario y cultu-ral alcanzado en la Isla desde la caída de la dictaduraproyanqui de Batista.

Juzgo natural y lógica mi contribución continua alas campañas de solidaridad con Cuba, si bien otras per-sonas, desde su olimpo, la tendrán por «políticamenteincorrecta». Nada hará que me sienta acusado por ha-berme movido junto a una multitud de compañeros,durante decenios de incomprensión, para que se fletaraun barco para Cuba, para que se publicara la Historia deCuba, y luego para que se ofrecieran un cuaderno y unlápiz a cada alumno cubano. Obrando así, no nos porta-mos como locos incondicionales del régimen «castris-ta» al que decían desacreditado, sino como hombrescompasivos para con el pueblo cubano y como ciuda-danos del mundo que entienden el significado histórico–profundo, duradero, prometedor– de la RevoluciónCubana, ayer y hoy con Fidel, mañana sin él.

Por aquellos años estaba terminando la redacciónde una tesis doctoral sobre el pensamiento de JoséMartí, otra manera, si se quiere, de contribuir a enten-der las raíces de la Revolución Cubana. Me valía de suenseñanza para pensar: «Se llegará a muy alto por lanobleza del fin o se caerá muy bajo, por no haber sabi-do comprenderlo».

1993-1994: ¿Cómo puede ser, Paul, quepostules que la Revolución Cubana no vaa derrumbarse cuando ya están por elsuelo todos los Estados socialistaseuropeos?

Efectivamente, contra vientos y mareas, afirmé enton-ces que lo uno no entrañaba lo otro, que el caso cuba-no era distinto de los casos europeos, que en Cubaexistían condiciones, voluntades y fuerzas capaces deresistir y dar un mentís a los profetas occidentales.

En diciembre de 1993, la sección latinoamericanade la universidad alemana de Erlangen-Nürnberg meinvitó a un coloquio sobre José Martí. Era durísima lasituación en Cuba, desvinculada de repente de los paí-ses de donde recibía el insustituible petróleo y con losque comerciaba a gran escala, asfixiada por el estran-gulamiento imperialista. Expliqué:

Es evidente que no habían leído a Martí los perio-distas que, tras la implosión de los Estados socialis-tas europeos, se precipitaron a La Habana para asistiral derrumbe, ineludible e inminente según ellos, dela Isla rebelde. De haberlo leído, incluso superficial-mente, hubieran notado que el cubano entregó a suscompatriotas una fuerza ética de que se valen enmedio de las dificultades. Les rescató el sentimientode la dignidad. Les infundió el culto a la justicia,«ese sol del mundo moral» como dijo José de la Luzy Caballero. Les dio el consejo de unirse y seguirunidos y solidarios. Les ofreció el ejemplo del des-prendimiento y el sacrificio. Elementos que no sepueden medir, ni cifrar, ni comprar, pero que, paraasombro del mundo, hasta la fecha pueden más que

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un bloqueo de treinta años, la carencia de combus-tible y la desesperación comprimida. Estudiar a Martíes comprender a la Cuba presente.

Unos años más tarde, en Nueva York, a los pocosmeses del derrumbe de las Torres Gemelas de Man-hattan, en otro encuentro universitario convocado so-bre José Martí, me tocó explicar más a fondo que laRevolución Cubana seguía en pie porque descansabasobre un inquebrantable pilar llamado Martí.

Decir esto era subrayar lo arraigado y lo genuino delproceso revolucionario cubano; era enfatizar en sus raí-ces nacionales; era recordar que no había sido impuestodesde fuera en sus inicios ni luego copiado del extranje-ro (no obstante el peso avasallador del modelo soviéticoen los 70 y 80); era señalar que si bien seguía fiel a losprincipios –más que fiel, intransigente– había sido bas-tante flexible ante las circunstancias y autocrítico paraemprender, desde dentro, oportunas y salutíferas recti-ficaciones.

Decir esto no era adoptar una posición cómoda. Enla niebla del «período especial» y frente al tropel deenemigos declarados de la experiencia cubana y de ob-servadores escépticos autodeclarados «realistas», eraarriesgado expresar una profesión de fe optimista. Sinembargo la expresamos porque sabíamos de la abnega-ción del pueblo cubano y de la lucidez de su liderazgo,y porque continuábamos organizando la solidaridadpolítica y material con aquellos héroes, persuadidos deque, como dijo Víctor Hugo, «lo que es combate en elpresente es victoria en el futuro».

Personalmente, como presidente de Francia-Cuba queera desde 1983, participé de alguna manera en esas cam-pañas de solidaridad, difíciles pero necesarias. El blo-queo arreciaba y los gobiernos y las instituciones euro-peas lo toleraban cuando no lo respaldaban. Comoimpulsor del convenio de colaboración entre mi univer-sidad y la de La Habana, traté de mantener los intercam-bios en su nivel más alto, y cuando algunos de mis co-legas creyeron llegada la hora de sustituir anticipadamentea la universidad de la capital de Cuba por una universi-dad del Estado de Florida pude contrarrestar tal perver-sidad e impedir tal involución. Como responsable de un

grupo de investigadores especializado en la historia deLas Antillas hispánicas –Cuba en primer lugar– tratéde mantener el interés por la historia singular de la tie-rra de Martí y de Fidel, explicando que la RevoluciónCubana, porque venía de lejos, iría lejos.

A partir de los años 90 lo importante, desde mi pun-to de vista, era ayudar al pueblo de Cuba a resistir y asobrevivir en medio del asedio y de la crisis. Salvándo-se en la dignidad estaba salvando la esperanza humanadepositada en él, ya que en América y el mundo occi-dental, frente al poderío de los Estados Unidos y al de-rroche de medidas ultraliberales, sinónimas de desem-pleo, miseria e inseguridad, la Revolución Cubana,aunque aislada y maltrecha, representaba la verdaderay única alternativa.

A los impugnadores de la firmeza de mis conviccio-nes y de mi compromiso, podía responder que por sudignidad en la adversidad, su desprendimiento, su ape-go a Martí, sus principios éticos rectores, su respeto ala primacía de los valores humanos, la RevoluciónCubana estaba dando la prueba de que otro mundo eraposible. Salvando su existencia y salvando el honor delsocialismo, la Revolución Cubana ha probado la nece-sidad histórica de los cambios estructurales, mentalesy morales introducidos y ha concentrado para los de-más países del área un gran potencial de futuro.

2008: Bueno, Paul, Cuba está de pie(milagrosamente), pero ¿qué es de losderechos humanos?

Un libro muy actual de Salim Lamrani (Doble moral:Cuba, la Unión Europea y los Derechos del Hombre,París, 2008) contesta la interrogación. Apoyándose enlos informes para 2006 de Amnesty International sobreCuba y sobre veinticuatro países europeos, y compa-rándolos, el joven colega establece que los derechos delhombre (aunque concebidos sin tener en cuenta susderechos económicos y sociales) son menos respeta-dos en el conjunto europeo estudiado que en Cuba, pesea las acusaciones periódicamente lanzadas contra esta.

En lo que atañe a Cuba, según la misma fuente, nose ha registrado ningún caso de asesinato político; de

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desaparición; de tortura o de tratamiento inhumano; desecuestro por parte de autoridades; de tráfico de sereshumanos; de violencias contra menores de parte deagentes del Estado; de violencias sistemáticas contramujeres; de violencias contra minoridades; de niño pri-vado de enseñanza por sus orígenes étnicos; de ciuda-dano privado de su nacionalidad; de familia expulsadade su hogar; de expulsión de extranjero asilado; de in-citación al racismo y a la discriminación; etcétera, et-cétera (pp. 41-43).

Hoy en día en Europa, debido a las desviacionescriminales del estalinismo y al estancamiento econó-mico e ideológico de la era brejneviana, la bandera delcomunismo es levantada con reticencias y poco éxito.En la América Latina, al revés, tres nuevas naciones sehan fijado la meta de construir el «socialismo del sigloXXI». Que la Revolución Cubana haya mantenido sinclaudicación y sin manchas los principios básicos delsocialismo no será ajeno a esta diferencia de ambientepolítico. Martí aseguraba: «Es un mundo lo que esta-mos equilibrando: no son solo dos islas las que vamosa libertar».

Ya antes de la crisis en la que se está debatiendo elsistema capitalista globalizado, han asomado otros cam-bios positivos a escala mundial y nacional. Demues-tran cuánto tuvieron razón los cubanos y tuvimos ra-zón quienes los apoyamos en la etapa más oscura delprolongado «período especial» en pensar, con palabrasde Romain Rolland, que «incluso desesperada, la luchasigue siendo todavía una esperanza».

Aunque un ministro intervencionista francés se hasumado a los rolandos y jacobos de siempre, empiezana escasear los que pretenden en alta voz que Cuba esapestada y moribunda.

Y es porque no escasean los elementos que eviden-cian la progresiva reincorporación de Cuba al mundosin que la Revolución Cubana lo haya mendigado ohaya renunciado a su razón de ser. Enumeremos a sal-to de mata algunos de esos elementos:

–La fraternal política bolivariana del gobierno vene-zolano; el inicio de una cooperación latinoamericanade índole novísima; el establecimiento de sólidas rela-ciones económicas con China y Rusia; el retorno de

Cuba a la presidencia de los No Alineados; la supre-sión (tímida) de las sanciones impuestas por la UniónEuropea; los informes de Amnesty International másfavorables a Cuba que a sus contrincantes; la votaciónconstante y ahora aplastante de la Asamblea General de laONU a favor del fin del bloqueo estadunidense; y, ayerno más, la designación de Obama para la Casa Blanca.

Y es porque no escasean tampoco los elementosque muestran cómo, dentro de Cuba –antes de los ci-clones, por cierto–, iba evolucionando favorablementela situación, sin que Cuba dejara de ser lo que en esen-cia es desde hace medio siglo:

–Una clara recuperación económica general, sensi-ble en la energía, el transporte, el abastecimiento; unatransición lograda, después de la enfermedad de Fidel,sin el menor sacudimiento; la extensión de beneficiossociales y técnicos a mayores sectores de la pobla-ción; la división del exilio y la moderación de una par-te creciente del mismo; mientras que la batalla paraalcanzar un alto nivel en materia de salud pública yeducación permitía que Cuba «exportara» cantidad demédicos, medicamentos y maestros a los pueblos ne-cesitados.

¿Y por qué, Paul, cesarías ahora de con-fiar en un movimiento que ha respondidovictoriosamente a los mayores retos quepueda afrontar en su historia una naciónjoven?

La mala suerte climatológica acaba de azotar la Isla deun cabo a otro, como nunca en medio siglo. En plenafase ascendente la Isla ha sido golpeada en septiembrepor dos rabiosos ciclones, Gustav e Ike. El balance deesos días interminables de vientos y lluvias es del todocatastrófico. Se calculan en más de cuatrocientas cin-cuenta mil las casas totalmente arrasadas o gravemen-te deterioradas, en cien mil hectáreas las tierras sa-queadas (con las cosechas perdidas), en setenta miltoneladas los víveres dispersados, en centenares de mi-llares los animales domésticos muertos, en más de cin-co mil millones de dólares los daños sufridos.

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Red eléctrica, depósitos de agua, carreteras, escue-las, etcétera, etcétera, las destrucciones son inmen-sas. Lo ha dicho enseguida el gobierno: «se necesitaránaños de labor intensa» para volver a la normalización.Añadiendo: «Es imposible resolver la magnitud de lacatástrofe con los recursos disponibles». Pero Cubano ha pedido ayuda exterior. La pidió oficialmente afavor de un pueblo de la región, aún más sufrido, el deHaití. Pero, aunque no solicitada, una ayuda interna-cional procedente de países soberanos, ONG o socie-dades de amistad, comienza a llegar a Cuba, productode una solidaridad nunca desmentida. Cuando Bushpropone, bajo condiciones inaceptables, una cantidadirrisoria, y la Unión Europea... nada, Francia-Cuba yCuba-Coopération-France hacen entrega inmediata deun primer cheque de cincuenta mil euros. Centenasde organizaciones parejas por el mundo están haciendolo mismo. Otra vez, por sus propios esfuerzos y poresta solidaridad incondicional, Cuba se salvará: me atre-vo a apostarlo como lo aposté en 1993.

Porque al aguantar y al combatir la embestida de losciclones, la Revolución Cubana ha proporcionado laprueba máxima de su eficiencia y de su filosofía: elsaldo humano del paso de aquellos huracanes de fuer-zas cuatro y cinco es de siete muertos, siendo de va-rias decenas de muertos en Jamaica, Haití y la Repú-blica Dominicana, y de setenta y siete muertos en losEstados Unidos donde había decaído mucho la violen-cia del cataclismo. Se confirma así lo observado cuan-do se desató Katrina en agosto de 2005: mil ochocien-tos treinta y seis muertos en los Estados Unidos perosolo uno en Cuba.

¿Quién podrá negar que la organización político-ad-ministrativa, la educación, la prevención, la concienciacívica, la cohesión nacional demostradas repetidamenteen las peores circunstancias no son los factores deeste excepcional balance humano? Nadie podrá negarque estos factores y este resultado son la expresión deuna realidad, que ha de ser meditada por los defenso-res sinceros de los derechos del hombre: nada cuentatanto en Cuba como una vida humana.

La gestión cubana de los ciclones es reveladora. Si hacefalta trasladar hasta tres millones de habitantes –comoocurrió al acercarse Ike–, el espíritu de solidaridad desa-rrollado en el pueblo hace que cinco de cada seis des-plazados sean acogidos por familiares o amigos. Nadiese queda abandonado porque no tenga carro o porqueel carro del vecino o de la empresa se haya ido sin él.Mientras en Luisiana los policías y militares moviliza-dos estaban ahí para impedir la actuación de ladronesy proteger más los bienes de los ricos que la vida de lasgentes pobres, en las provincias cubanas todos losmedios oficiales y todas las voluntades individuales es-taban unidos para evitar ante todo la pérdida de unasola vida.

El enciclopedista y filósofo francés Denis Diderotplanteó a mediados del siglo XVIII: «El hombre es eltérmino único de donde hay que partir y al cual todotiene que ser relacionado». En esa línea humanista seinscribe la Revolución Cubana, no solo en una supues-ta etapa inicial «humanista» (unos seis meses en 1959)sino también en toda su trayectoria.

Aquí está la prueba definitiva por los ciclones de loque vale la Revolución Cubana y por qué la apoyo. c

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El 13 de agosto de 1866, Carlos Marx escribió la siguiente carta alnovio de su hija Laura, un cubano llamado Paul Lafargue:

Usted me permitirá hacerle las siguientes observaciones:1º Si quiere continuar sus relaciones con mi hija tendrá que reconsi-derar su modo de «hacer la corte». Usted sabe que no hay compro-miso definitivo, que todo es provisional; incluso si ella fuera su pro-metida en toda regla, no debería olvidar que se trata de un asunto delarga duración. La intimidad excesiva está, por ello, fuera de lugar, sise tiene en cuenta que los novios tendrán que habitar la misma ciudaddurante un período necesariamente prolongado de rudas pruebas yde purgatorio [...]. A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en lareserva, la modestia e incluso la timidez del amante ante su ídolo, yno en la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiari-dad precoz. Si usted defiende su temperamento criollo, es mi deberinterponer mi razón entre ese temperamento y mi hija [...].2º Antes de establecer definitivamente sus relaciones con Laura ne-cesito serias explicaciones sobre su posición económica.

Mi hija supone que estoy al corriente de sus asuntos. Se equivoca.No he puesto esta cuestión sobre el tapete porque, a mi juicio, lainiciativa debería haber sido de usted. Usted sabe que he sacrificadotoda mi fortuna en las luchas revolucionarias. No lo siento, sin em-bargo. Si tuviera que recomenzar mi vida, obraría de la misma forma

CARLOS FERNÁNDEZ LIRIA

Un siglo de pereza y comunismoEn defEn defEn defEn defEn defenenenenensssssa de Ca de Ca de Ca de Ca de Cubububububa a a a a yyyyy en memori en memori en memori en memori en memoria de Pa de Pa de Pa de Pa de Pauauauauaulllll Laf Laf Laf Laf Lafararararargueguegueguegue

El trabajo ocupa todo el tiempo y no quedanada de él para la República y los amigos.

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[...]. Pero, en lo que esté en mi manos, quiero sal-var a mi hija de los escollos con los que se ha en-contrado su madre.1

Aparte de su «temperamento criollo», Marx le re-prochaba también a su futuro yerno una cierta tenden-cia a la pereza: «la observación me ha demostrado queusted no es trabajador por naturaleza, pese a su buenavoluntad y sus accesos de actividad febril».

El autor del Manifiesto Comunista no podía por aquelentonces sospechar la extraordinaria relevancia que ibaa tener para el destino del socialismo el asunto queacababa de mencionar: la pereza.

1. Socialismo y cultura proletaria

Sin duda, Marx tampoco podía sospechar el naufragioantropológico y la insólita degradación moral y políticaque traerían en el futuro de la tradición comunista losintentos estalinistas, maoístas o coreanos de instauraruna «cultura proletaria», un «culto al trabajo» bajo elimperativo de la industrialización a ultranza. Bien escierto que la industrialización (concebida como un«gran salto adelante» para el que no había que repararen costes humanos) venía exigida por la correlaciónde fuerzas internacional, en la que el «socialismo real»estaba obligado a competir con el capitalismo o resig-narse a ser aniquilado. En esto último estaban todos deacuerdo, aunque se discutían los ritmos y los medios.En 1920, en el IX Congreso del Partido, Trotsky semostró incluso resueltamente favorable a la militariza-ción del trabajo y de los sindicatos:

Hay que decir a los obreros el lugar que deben ocu-par, desplazándolos y dirigiéndolos como si fuesensoldados [...]. La obligación de trabajar alcanza sumás alto grado de intensidad durante la transición delcapitalismo al socialismo [...]. Los «desertores»

del trabajo deberán ser incorporados a batallones dis-ciplinarios enviados a campos de concentración [...].«La militarización es impensable sin la militarizaciónde los sindicatos como tales, sin el establecimientode un régimen en el que cada trabajador se considerecomo un soldado del trabajo, que no puede disponerlibremente de sí mismo; si recibe una orden de trasla-do, debe ejecutarla; si no la ejecuta será un desertor ycastigado en consecuencia. ¿Y quién se cuidará deesto? El sindicato. El sindicato crea el nuevo régi-men. Es la militarización de la clase obrera».2

Los razonamientos de Trotsky estremecen por suclaridad y por su contundencia; ni siquiera se muerdela lengua al hacer una apología del trabajo forzado eincluso de la «utilidad» del esclavismo: ¿Es verdad, real-mente, que el trabajo obligatorio es siempre improduc-tivo?... Estamos ante el prejuicio liberal más lamenta-ble y miserable: los rebaños de esclavos también eranproductivos [...], el trabajo obligatorio de los esclavosfue en su tiempo un fenómeno progresista. [354].

Como es sabido, el Partido se negó entonces a se-guir el camino propuesto por Trotsky: la militarizacióndel trabajo no puede justificarse –se concluiría– másque en caso de guerra. Ahora bien, a la vista de la his-toria posterior del siglo XX, un cierto trotskismo toda-vía podría preguntar: ¿y cuándo dejó la URSS de estaren guerra entre 1920 y 1991? Trotsky, al menos, erapartidario de hablar con claridad, de decir la verdad:así están las cosas, así tenemos que proceder. O pro-letarizamos e industrializamos la URSS de forma masi-va, o perdemos la (próxima) guerra (que será tantomás inminente cuanta más debilidad mostremos).

En esos momentos, Stalin se inclinaba por la opciónmás moderada (al igual que Lenin). Sin embargo, trasel paréntesis de la NEP,3 optará por la superindustriali-

1 La traducción y algunas referencias y datos han sido tomadosdel «Estudio preliminar» –un texto excelente, por cierto– queManuel Pérez Ledesma antepone a la edición castellana de Elderecho a la pereza de Paul Lafargue, Madrid, Editorial Fun-damentos, 1991.

2 Citado en Charles Bettelheim: Las luchas de clases en la URSS.Primer Período (1917-1923), México, Siglo XXI Editores,1987, p. 353.

3 NEP: La Nueva Política Económica (1921-1929) se caracterizópor una cierta «libertad de comercio» y por dejar a los campe-sinos un margen de iniciativa mayor comparado con su situa-ción durante el «comunismo de guerra» (1918-1920).

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zación a ultranza, rebasando incluso las antiguas pro-puestas trotskistas. Con la diferencia de que Stalin yano se podía permitir decir la verdad. «Al terror, Leniny Trotsky lo llamaron terror; llamaron represión a larepresión, y, al hambre, hambre».4 Stalin, en cambio,proletarizó el campo soviético pretendiendo «que exis-tía un movimiento «espontáneo» de la mayoría abru-madora de campesinos pobres hacia las formascolectivas de explotación. De la noche a la mañana, loscampesinos se habían hecho entusiastas de la colecti-vización».5 En noviembre de 1929, el Comité Centralconstató que existía esa aspiración popular generaliza-da; el 5 de enero de 1930, dictó el decreto de colectivi-zación y el 20 de febrero se anunció que el 50% de loscampesinos ya se habían integrado en granjas colecti-vas. Todo ello, se pretendía, era una decisión espontá-nea de la población campesina. A causa de este proceso,murieron centenares de miles de personas, pero, pesea ello, jamás se dejó de aludir al principio leninista del«trabajo voluntario». Y para generar la ilusión de vo-luntariedad, hacía falta instituir toda una «cultura pro-letaria», un «culto al trabajo», una mistificación de laclase obrera y una entronización de los «valores prole-tarios». El resultado fue una nueva religiosidad, mu-cho más abyecta que la del cristianismo o el islam,vertebrada por el culto a la personalidad de Stalin.

El «culto al trabajo» se llevó todavía más lejos en laChina maoísta, primero con el «gran salto adelante» y,luego, en el marco de la Revolución Cultural. Frente atodo ello, no cabe duda de que la militarización trots-kista del proceso laboral habría resultado menos indig-na: pues, aunque desconocemos cuál habría sido sucoste humano, para implantarla no hacía falta mentir.Para instaurar una «cultura proletaria», en cambio, seimponía infantilizar a toda la población, generalizar unaexecrable minoría de edad vigilada por policías y dela-tores. En el ejército se obedecen órdenes. Pero paravestir a la necesidad con los ropajes de la virtud y a lasumisión con el halo de la voluntariedad (e incluso de

la espontaneidad) hacía falta todo un tinglado culturaly religioso.

No es el momento de discutir ahora cuánto hubo denecesario o de inevitable en todo este proceso por el queel «socialismo real» se vio obligado a industrializarse aultranza, en mucho menos tiempo y con muchos me-nos recursos coloniales de los que había gozado el capi-talismo. Una cosa es que fuera imprescindible y otraque fuese deseable por sí mismo; y el «culto al trabajo»,el obrerismo, la cultura proletaria, no argumentaban loprimero, sino que ensalzaban lo segundo.

Por aquel entonces, además, todavía se creía que laeconomía socialista era en su esencia mucho más pro-ductiva que la capitalista. El capitalismo, en efecto, seconsideraba una camisa de fuerza para el desarrollo delas fuerzas productivas y, por tanto, un lastre del pro-greso y del crecimiento económico. La realidad era muydistinta, sin embargo. El capitalismo es un sistema en elque el conjunto de la población está sometida al chanta-je de trabajar (en lo que sea, como sea, al ritmo quesea) o morir de hambre. Se trata, además, de un siste-ma productivo que necesita acelerarse todos los días,en una ininterrumpida acumulación ampliada. El capi-talismo –como dijeron Wallerstein y Galbraith– es comoun ratón en una rueda: corre más deprisa a fin de corrermás deprisa. El socialismo, por el contrario, puede per-mitirse ralentizar la marcha. Puede permitirse inclusopararse o decrecer sin que crujan sus estructuras pro-ductivas. Además, bajo el socialismo la población noestá sometida al chantaje del hambre o del trabajo exce-sivo. En consecuencia, para lograr un ritmo de trabajoequivalente al del capitalismo haría falta un voluntaris-mo insólito –y, tal y como ha sido históricamente máshabitual, muchísima policía.

Sin duda que –como decimos– la búsqueda impe-riosa de la productividad le vino siempre exigida al socia-lismo por la necesidad de combatir y competir con elcapitalismo exterior. Pero reconocer esto no es, en el fon-do, más que dar la razón a Trotsky y aceptar que el so-cialismo jamás dejó de estar en guerra y que, por lotanto, jamás se pudo permitir ralentizar la marcha. Fuela guerra y no la esencia del socialismo la que imponíala productividad. En esas condiciones, era muy difícil

4 Felipe Martínez Marzoa: De la revolución, Madrid, AlbertoCorazón Editor, 1976, p. 143.

5 Ibíd., p. 137.

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hacerse cargo de que el propio Marx había sido cual-quier cosa menos obrerista y que, al hablar del comu-nismo, había puesto mucho más el acento en el ocioque en la productividad:

El reino de la libertad solo comienza allí donde cesael trabajo determinado por la necesidad y la adecua-ción a finalidades exteriores. Allende el reino de lanecesidad empieza el desarrollo de las fuerzas hu-manas, considerado como un fin en sí mismo, elverdadero reino de la libertad, que, sin embargo solopuede florecer sobre aquel reino de la necesidadcomo su base. La reducción de la jornada laboral esla condición básica.6

2. El comunismo como derecho a la pereza

Cualquiera que sea el grado de inevitabilidad del cultoal trabajo en la historia pasada del socialismo, es obvioque hoy se impone insistir en una dirección entera-mente opuesta. El capitalismo ha llevado al planeta auna situación insostenible, en la que seguir creciendoindefinidamente equivale a un suicidio seguro a no muylargo plazo. La Tierra se ha quedado pequeña para lasnecesidades de reproducción ampliada del capital. Elagotamiento de los recursos y el cambio climático sonrealidades incuestionables. Al tiempo, el coste humanoque requiere semejante ritmo productivo es estreme-cedor. Incluso en el Primer Mundo se habla ya de im-plantar la jornada de sesenta y cinco horas semanales.Pero, además, basta sumar dos y dos para comprenderque la condición sine qua non de esta productividadsuicida exige que el Tercer Mundo permanezca en unasituación humanamente insostenible. El 20% de la hu-manidad consume ahora el 86% de la producciónmundial. Pretender que el 80% restante está destinadoa alcanzar niveles de consumo semejantes es incom-patible con la supervivencia del planeta; pero pretenderque no deben alcanzarlos jamás es inmoral; probable-mente es, incluso, racista.

Ahora bien, este cambio de mentalidad no deberíatomar de improviso a la tradición marxista. Precisa-mente Paul Lafargue, el yerno de Marx7 con quiencomenzábamos estas líneas, definió en 1880 el comu-nismo como el «derecho a la pereza» de la humanidad,en una obra clarividente, que partía del comentario deun texto de Aristóteles:

Si cada uno de los instrumentos pudiera realizar porsí mismo su trabajo, cuando recibiera órdenes, o alpreverlas; y como cuentan de las estatuas de Déda-lo o de los trípodes de Hefesto, de los que dice elpoeta que «entraban por sí solos en la asamblea delos dioses», de tal modo que las lanzaderas tejieranpor sí solas y los plectros tocaran la cítara, paranada necesitarían ni los maestros de obra sirvien-tes, ni los amos esclavos.

El sueño de Aristóteles [comenta Lafargue] es nues-tra realidad. Nuestras máquinas de hálito de fuego,de infatigables miembros de acero y de fecundidadmaravillosa e inextinguible, cumplen dócilmente ypor sí mismas su trabajo sagrado, y a pesar de esto,el espíritu de los grandes filósofos del capitalismopermanece dominado por el prejuicio del sistema

6 Karl Marx: El capital, libro III, capítulo XLVIII, vol. 8, Méxi-co, Siglo XXI Editores, p. 1044.

7 Paul Lafargue se casó finalmente con Laura Marx el 2 de abrilde 1868. Su actividad política en el seno de la AsociaciónInternacional de los Trabajadores (AIT) fue incansable, tantoen Francia como en España. Finalmente, Paul y Laura se suici-daron juntos el 26 de noviembre de 1911, tras haber pasado latarde en un cine de París y haber compartido una bandeja depasteles. Lafargue dejó la siguiente nota: «Sano de cuerpo yespíritu, me doy muerte antes de que la implacable vejez, queme ha quitado uno tras otro los placeres y los goces de laexistencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelec-tuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad, convirtién-dome en una carga para mí mismo y para los demás. Desdehace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; hefijado la época del año para mi marcha de esta vida, y prepara-do el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmicade ácido cianhídrico. Muero con la suprema alegría de tener lacerteza de que muy pronto triunfará la causa a la que me heentregado desde hace cuarenta y cinco años», citado por Ma-nuel Pérez Ledesma en ob.cit. (en n. 1), p. 75.

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salarial, la peor de las esclavitudes. Aún no han al-canzado a comprender que la máquina es la reden-tora de la Humanidad, la diosa que rescatará al hom-bre de las sordidae artes y del trabajo asalariado, ladiosa que le dará comodidades y libertad.

Para Lafargue el socialismo y el comunismo debe-rían asegurar, ante todo, el «derecho a la pereza», quees, a su vez, la clave por la que el hombre ha conquis-tado y puede conquistar la posibilidad del ocio, en elcual germinan todas sus dignidades racionales: la cien-cia, el arte, el derecho, la política. El capitalismo nosha traído una sociedad en la que se ha hecho realidad,por primera vez en la historia, el milagro de Aristóteles;sin embargo, el inmenso potencial de ocio liberado noha desprendido a la humanidad en absoluto de las car-gas del trabajo y tampoco le ha otorgado ningún dere-cho a la pereza, ningún descanso. El hecho es másbien que nunca se ha trabajado tanto y a un ritmo tansuicida como cuando las lanzaderas se han puesto atejer solas. Trabajamos, en realidad, en una economíamuy primitiva, en la que el esfuerzo por sobrevivir su-prime la posibilidad de vivir. En efecto, una sociedadque gasta todas sus energías en reproducirse amplia-damente hasta el infinito es una sociedad tan primitiva(desde un punto de vista antropológico) como una so-ciedad que gasta todas sus energías en la pura subsis-tencia. La revolución neolítica permitió al ser humanotrascender el puro ciclo de la supervivencia biológica.El capitalismo, paradójicamente, ha movilizado la infi-nita potencia de tres revoluciones industriales, esquil-mando todos los recursos del planeta, para devolver alser humano a la prehistoria.8

El capital acumula capital para seguir acumulandocapital. La humanidad trabaja más para trabajar másaún. Ni siquiera la constatación de un inevitable suici-

dio ecológico sirve para detener este rodar hacia elabismo. No se puede uno cansar de repetir que nadietuvo, por tanto, más razón que Paul Lafargue, hace yamás de un siglo. La superioridad del socialismo noconsistía en su más alta productividad, sino, por elcontrario, en su capacidad de detenerse, de ralentizar,de frenar. No necesitamos correr más, necesitamospararnos. El socialismo debía de haber instituido unacultura de la pereza, no una cultura proletaria. Si nopodía hacerlo en su momento, ahora tenemos la oca-sión de proclamarlo a los cuatro vientos: la humanidadtiene derecho a la pereza.

Tal y como exigía Lafargue, la jornada laboral debe-ría de poder guardar algún tipo de relación inversa conel aumento de la productividad del trabajo. Y así sería,en efecto, en una economía estatalizada. En el socialis-mo siempre es posible discutir (en el Parlamento, pon-gamos por caso) si la aparición de nuevas tecnologíasdebería traducirse de inmediato en una reducción ge-neral de la jornada laboral (de modo que la sociedadadquiriría la misma riqueza en menos tiempo, desti-nando al ocio o la pereza el restante) o si convendría,por el contrario, conservar la jornada laboral para au-mentar el volumen de riqueza. El motivo por el que lassociedades socialistas «reales» –y Cuba es aquí un casoinclasificable, como vamos a ver– jamás pudieron per-mitirse ese lujo no parece que sea otro, se diga lo quese diga, que el que jamás pudieron decidir políticamen-te otra cosa que el emplearse en un «comunismo deguerra» en el que siempre era necesario trabajar máspara seguir trabajando más, ya que esto era lo que ha-cía el enemigo. Solo que el enemigo lo hacía por unanecesidad de su sistema económico y ellos por la deci-sión política de no sucumbir frente a su agresión. Aho-ra bien, fueran cuales fueran los problemas de las econo-mías socialistas «reales», lo que seguro no se planteabaera la necesidad de seguir produciendo más, en peorescondiciones laborales, a causa de que se hubiera pro-ducido demasiado. Y sin embargo, este es el pan decada día bajo las condiciones capitalistas de produc-ción: trabajar siempre más es el imperativo de todaposibilidad de trabajar y, si hay paro, es porque no seha trabajado bastante (lo que parece patentemente

8 Esta idea ha sido ampliamente desarrollada en las obras deSantiago Alba Rico Las reglas del caos. Apuntes para unaantropología del mercado, Barcelona, Anagrama, 1998 y Laciudad intangible. Ensayo sobre el fin del neolítico, País Vasco,Hiru, 2001. También en su reciente publicación Capitalismo yNihilismo, Madrid, Akal Ediciones, 2008.

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absurdo, pero al mismo tiempo bien evidente para cual-quier empresario que ve su empresa al borde de la quie-bra). Las empresas tienen que producir siempre más,por mucho que hayan producido ya (y esto incluso enplena crisis de sobreproducción), si no quieren sucum-bir a las crisis económicas y dejar de producir comple-tamente. Los asalariados, mientras tanto, tienen que tra-bajar siempre más, si no quieren dejar de trabajar porcompleto y engrosar las filas del paro. Este engranaje nopuede pararse nunca. Las manzanas, la mantequilla olos cereales pueden llegar a ser suficientes y los misilespara destruir el mundo pueden llegar a sobrar. Pero bajocondiciones capitalistas de producción ni las manzanasson manzanas, ni los misiles son misiles si no son antes,de forma mucho más esencial, una ocasión para el be-neficio empresarial, es decir, eso que los marxistas lla-mamos plusvalor. Puede haber manzanas o misiles desobra, pero el plusvalor será siempre escaso. Si mañanaquiere poderse producir algo, manzanas o misiles o loque sea, es preciso que hoy se haya producido más plus-valor que ayer. Ello también trae sus problemas: si seproduce más plusvalor del que puede absorber el mer-cado, la riqueza no puede ser transformada en dinero y,entonces, no es posible seguir poniendo en marcha elproceso. Pero el absurdo llega hasta el extremo de queel único remedio a la sobreproducción de plusvalor esproducir todavía más, con la esperanza siempre de hun-dir a las empresas de la competencia y lograr imponerseen el mercado. De ahí que, en una crisis económica,políticamente no se pueda hacer nada, ni, de hecho, «con-venga» hacer nada –y, en efecto, así lo proclaman loseconomistas hayekianos–, pues no se puede hacer nadaen una situación en la que todo remedio coincide entera-mente con la enfermedad.

Aunque, por supuesto, hay una cosa que sí se pue-de hacer: cambiar de juego. Pero para eso hace faltacambiar de tablero (o como decía la letra de la Interna-cional, «cambiar de base»).

3. Cuba y la herencia de Lafargue

Para instituir un «derecho a la pereza» hace falta que elDerecho mismo tenga alguna eficacia institucional so-

bre la sociedad. Esto es una obviedad, al menos dichoen abstracto. Sin embargo, la cosa dista mucho de re-sultar obvia desde el momento en que se intentan po-ner ejemplos.

El presupuesto más elemental de los países que ac-tualmente se llaman a sí mismos «Estados de Dere-cho» o «democracias constitucionales» es que las cues-tiones importantes que afectan a la vida social sedeciden políticamente, a partir de la argumentación ycontrargumentación parlamentaria. Esas decisiones seplasman en «leyes». «Estado de Derecho» no significaotra cosa que el hecho de que la sociedad obedece a loque las leyes dicen, en unas condiciones, claro está, enla que las leyes remiten al ordenamiento constitucionaly el ordenamiento constitucional remite a su vez a laDeclaración Universal de los Derechos Humanos.

La realidad, por supuesto, dista mucho de ser así.Esa idea presupone, ante todo, que las cuestiones im-portantes se deciden políticamente. Pero la pura ver-dad es que la instancia política jamás ha tenido menosrelevancia que en la actualidad. Las opciones políticaspor las que puede optar la ciudadanía en Europa o enlos Estados Unidos no se diferencian demasiado (de-mócratas o republicanos, o, por ejemplo, en España,PSOE o PP), pero los respectivos Ministros de Eco-nomía son, sencillamente, indistinguibles. Lo que sedecide en la arena de la economía pesa infinitamentemás que todos los debates políticos en el Parlamento.No vivimos en sistemas parlamentarios, sino en dicta-duras económicas con fachada parlamentaria.

Piénsese, por ejemplo, en lo que significa que el pro-grama de la Asociación por la Tasación de las Transac-ciones y por la Ayuda a los Ciudadanos (Attac) hayasido considerado utópico e izquierdista por todas lasautoridades políticas europeas. ¿Era una utopía la ideade cargar con un 0.01% de política las transaccionesfinancieras no productivas? ¿La instancia política notiene ni siquiera el poder de aportar una centésima dedecisiones en la arena de la economía? Ahora nos en-contramos con lo que ya sabíamos, que íbamos cami-no del abismo. Sin embargo, ni aun así puede la instan-cia política hacer otra cosa que rendirse a la autoridadsurrealista de las fuerzas económicas. El mismo día en

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que se destinaban setecientos mil millones de dólarespara salvar a la Banca, la FAO había solicitado treintamil millones para salvar del hambre a mil millones depersonas. Salvar a los bancos resultó realista. Salvar alas personas, utópico, aunque fuese mucho más barato.

El sistema capitalista ha hecho realidad los chistesmás surrealistas y, en cambio, ha convertido en utópi-co al mismísimo sentido común. Júzguese por susresultados: según un cálculo elemental, para que unade las dos mil quinientos millones de personas quesubsisten al día con dos dólares diarios llegara a ama-sar, con el sudor de su frente, una fortuna como la deBill Gates, tendría que estar trabajando (ahorrando todolo que ganara) sesenta y ocho millones de años. Porun anuncio de zapatillas deportivas Nike, Michael Jor-dan cobró más dinero del que se había empleado entodo el complejo industrial del sureste asiático que lasfabricaba. Esto es la realidad. Gravar con un impues-to mínimo el capital financiero es una utopía política.

Pero, como decíamos antes, el surrealismo de lacruda realidad ha llegado mucho más allá: la sobrevi-vencia misma del planeta se ha convertido en utopía.El capitalismo no puede mantener la tasa de gananciasin crecimiento. Y cuanto más se agotan los recursosenergéticos, el crecimiento resulta más y más caro, loque afecta a su vez a la tasa de ganancia. Pero el capi-talismo solo puede huir hacia delante, acelerando aúnmás el ritmo de crecimiento, en un proceso que seríainfinito si no fuera porque, desdichadamente, el mun-do no lo es.

Si los sistemas políticos del Primer Mundo fueranlo que dicen ser, en todos los parlamentos se estaríadiscutiendo ahora una gráfica elaborada por MathisWackernagel, investigador del Global Footprint Net-work (California).9 Pero no parece que el asunto hayallamado demasiado la atención. Y sin embargo, la grá-fica resulta demoledora para las más firmes certezasde la clase política occidental y, por supuesto, para loscriterios más evidentes de sus votantes. Sobre todo, en

un mundo político en el que izquierda y derecha se llenanla boca con los objetivos del «desarrollo sostenible».

La cosa es bien sencilla. El eje vertical representa elÍndice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado porNaciones Unidas para medir las condiciones de vida delos ciudadanos tomando como indicadores la esperanzade vida al nacer, el nivel educativo y el PIB per cápita.El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo(PNUD) considera el IDH «alto» cuando es igual o su-perior a 0.8, estableciendo que, en caso contrario, lospaíses no están «suficientemente desarrollados». En eleje horizontal se mide la cantidad de planetas Tierra quesería preciso utilizar en el caso de que se generalizara atodo el mundo el nivel de consumo de un país dado.Wackernagel y su equipo hicieron los cálculos para no-venta y tres países entre 1975 y 2003. Los resultadosson estremecedores y sorprendentes. Si, por ejemplo,se llegara a generalizar el estilo de vida de Burundi, nossobraría aún más de la mitad del planeta. Pero Burundiestá muy por debajo del nivel satisfactorio de desarrollo(0.3 de IDH). En cambio, Reino Unido, por ejemplo,tiene un excelente IDH. El problema es que, para conse-guirlo, necesita consumir tantos recursos que, si su estilode vida se generalizase, nos harían falta tres planetasTierra. Los Estados Unidos tiene también buena nota endesarrollo humano; pero su «huella ecológica» es talque harían falta más de cinco planetas para generalizarsu estilo de vida.

9 Véase Mathis Wackernagel: «World Failing on SustainableDevelopment», <http://www.newscientist.com/article/mg19626243.100-world-failing-on-sustainable-development.html>.

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Repasando el resto de los noventa y tres países, secomprende que hay motivos para que el trabajo de Wac-kernagel se titule El mundo suspende en desarrollo sos-tenible. Como no hay más que un planeta Tierra, esobvio que solo los países que se sitúen en el área colo-reada de la gráfica (por encima de un 0.8 en IDH, sinsobrepasar el número 1 de planetas disponibles) tienenun desarrollo sostenible. Solo los países comprendi-dos en esa área serían un modelo político a imitar, almenos para aquellos políticos que quieran conservar elmundo a mediano plazo o que no estén dispuestos adefender su derecho (¿quizá racial, divino o históri-co?) a vivir indefinidamente muy por encima del restodel mundo. Ahora bien, ocurre que el área en cuestiónestá prácticamente vacía. Hay un solo país en el mun-do que –por ahora al menos– tiene un desarrollo acep-table y sostenible a la vez: Cuba.

La cosa, por supuesto, da mucho que pensar. Paraempezar, porque es fácil advertir que la mayor parte delos balseros cubanos huyeron y huyen del país bus-cando ese otro nivel de consumo que no puede sergeneralizado sin destruir el planeta, es decir, reivin-dicando su derecho a ser tan globalmente irrespon-sables, criminales y suicidas como lo somos losconsumidores estadunidenses o europeos. De acuer-do: tendríamos muy poca vergüenza, desde luego, sicondenásemos la pretensión de los demás de imitar elmodo como devoramos impunemente el planeta. Perose reconocerá que la imagen mediática del asunto cam-bia de forma radical: de lo que realmente huyen losbalseros cubanos es del consumo responsable en bus-ca del Paraíso del consumo suicida y, por interesesestratégicos de acoso a Cuba, se les recibe como hé-roes de la Libertad en vez de cerrarles las puertas comose hace con quienes huyen de la miseria, por ejemplo,

10 Véase Osvaldo Martínez: La compleja muerte del neolibera-lismo, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales/Ruth CasaEditorial, 2007.

de Burundi (a quienes se trata como una plaga de laque hay que protegerse).

Y a un nivel más general, la cosa es aún más intere-sante. Es muy significativo que el único país sosteni-ble del mundo sea un país socialista. Suele ser un lugarcomún entre los economistas que el socialismo resultóruinoso e ineficaz desde un punto de vista económico.Sorprende que, en un mundo como este, la falta decompetitividad pueda aún considerarse una acusaciónde peso. En términos de desarrollo sostenible, la eco-nomía socialista cubana parece ser máximamente com-petitiva. En términos de desarrollo suicida, no cabeduda, el capitalismo lo es mucho más.

Frente a esta dinámica suicida, debemos exigir el de-recho a pararnos. No podemos permitir que las autorida-des económicas mundiales sigan convenciendo a la hu-manidad de que «crecer» por debajo del 2% o 3% escatastrófico y proponiendo como solución a los paísespobres que imiten a los ricos. En el FMI, el BM, la OMCy el G8 saben perfectamente que es materialmente impo-sible un crecimiento universal. El planeta no da para tan-to. Cuando proponen ese modelo saben que, en realidad,están defendiendo algo muy distinto: que nos encerre-mos en fortalezas, protegidos por vallas cada vez másaltas, donde poder literalmente devorar el planeta sin quenadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final,un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de ence-rrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo delo que es, sin duda –así se lo oí decir en Cuba a OsvaldoMartínez–,10 el «arma de destrucción masiva más poten-te de la historia: el sistema económico internacional».c

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Resulta sorprendente observar el curso de la Revolución Cubana alo largo de sus cincuenta años de vida. Es como un torrente his-tórico que se ha desparramado por muchos atajos pero mante-

niendo siempre una unidad fundamental: la diversidad en la unidad, po-dría decirse y discutirse inagotablemente cada una de sus facetas, desus iniciativas y de sus modos de ser.

Inevitablemente en cualquier apreciación de la Revolución Cubanasalta en primer término la figura de Fidel Castro que, en muchos senti-dos, ha encarnado en este medio siglo el serpenteo enriquecedor de laRevolución, esa diversidad en la unidad a que nos hemos referido, y quelo sitúan como uno de los líderes políticos más excepcionales del plane-ta en el siglo XX y ya en el inicio de este siglo XXI.

Solo a manera de recordatorio, porque es obvio para quienes hanseguido esta enorme gesta revolucionaria, y no sin sentimientos de nos-talgia, el carácter heroico del primer 26 de Julio, con sus hazañas pormar y tierra –desde el asalto al cuartel Moncada, pasando por La histo-ria me absolverá y por la aventura del Gramma, hasta la Sierra Maestray la llegada a La Habana de los barbudos revolucionarios–, la profundaincomprensión del imperialismo, que es una de sus características defi-nitorias y que dio lugar a hechos que probablemente no estaban en laagenda política original de la Revolución Cubana.

A cada ataque que recibía del imperialismo la Revolución replicaba: la«teoría del contragolpe», que si no recuerdo mal fue formulada porJean-Paul Sartre en sus reflexiones sobre la Cuba revolucionaria, des-pués de visitarla, en un periódico de gran circulación en Francia. Elhecho es que la hostilidad permanente e implacable del imperialismo,alimentada por los cubanos que salieron de la Isla, entre los cuales estabanmuchos de los cómplices de las dictaduras anteriores, representantes de

VÍCTOR FLORES OLEA

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los intereses del imperialismo e integrantes de una bur-guesía cuya imagen era la de las cadenas al país delNorte, y por supuesto los intereses de las mafias y otrosgrupos delictivos que hacían enormes negocios y ex-plotaban la mano de obra cubana, causaron una cre-ciente radicalización del movimiento revolucionario.

El socialismo era su salida obligada en la circuns-tancia y su necesidad objetiva para ser consecuenteconsigo misma y realizar sus propósitos. Ante la agre-sividad del imperialismo no había espacios intermedios:formalizar el socialismo era la única salida y, con todassus dificultades, fue tomada por la Revolución Cuba-na. Pero no solo de manera «autodefensiva» sino pre-cisamente como la única manera posible de lograr larealización de sus principales objetivos, de sus sueños.

Mucho habría que recordar, desde la polémica queabrió la instalación de cohetes que podían alcanzar a losEstados Unidos (1962), hasta la retirada de los mismosque originó una crisis político-militar de alcance mun-dial y que unos cuantos años después le costó a NikitaJruschov el liderazgo en la URSS. La actitud crítica delgobierno cubano hacia el soviético, por una decisión noconsultada del retiro de los cohetes, no impidió sin em-bargo la histórica alianza de Cuba con ese país y el cam-po socialista que, si bien aseguraba en cierta forma suestabilidad económica y su seguridad política y militar(y hasta su integridad física), modificó también en al-gún grado el carácter inicial profundamente «espontá-neo» y creativo del Movimiento 26 de Julio.

Alianza con el «socialismo realmente existente» paradefender su integridad, pero no solo eso: formación decuadros profesionales y militares que, entre sus virtudesy defectos, asumieron un impulso excepcional para laeducación y la salud, que hicieron de Cuba un caso prác-ticamente único en estas iniciativas no solo en la AméricaLatina sino en el mundo. El reconocimiento expreso dediversos organismos de la ONU así lo prueban.

Pero las virtudes de la Revolución Cubana estuvieronlejos de limitarse a la tarea civilizatoria entre su pobla-ción, básicamente en los campos educativo y de salud:se estimuló además excepcionalmente la feliz combina-ción de esa revolución social con ciertos principios éti-cos que han sido siempre aspecto central de las mejores

prácticas revolucionarias, con la tradición del 26 de Ju-lio: el internacionalismo proletario, que sigue presenteen la Revolución como uno de sus rasgos más sobresa-lientes. Internacionalismo de la Revolución Cubana a lolargo de su historia que sigue absolutamente vigente aun-que sus manifestaciones puedan ser hoy diferentes: elinternacionalismo de la Revolución, alimentado siemprepor su líder, que ha considerado ese internacionalismocomo una de las mayores responsabilidades de la Revo-lución Cubana y de cualquier Revolución, uno de susdeberes más altos e irrenunciables.

Tal internacionalismo se manifestó en su momentoparticipando en las guerras anticoloniales y de libera-ción, como en Angola contra el imperialismo sudafri-cano y el apartheid, o enviando decenas de miles deeducadores y doctores a las regiones más desampara-das de África o la América Latina. Tal internacionalis-mo sigue hoy vigente y diferentes países se beneficiandel mismo: en la América Latina podríamos mencionardesde luego a Venezuela, a Bolivia y hasta a Brasil.

La Revolución Cubana, en sus inicios, fue realizadapor un gran movimiento social y político de carácterdemocrático y antimperialista, y solo en etapas poste-riores (aunque inmediatamente) se sumaron a la mis-ma el tradicional Partido Comunista de Cuba y otrasorganizaciones partidarias que fueron asimiladas porlos líderes de la Revolución Cubana. A la postre, comoresultaba inevitable, el único Partido Comunista de Cubaes el surgido del proceso revolucionario, con plenaautoridad.

Durante los últimos cuarenta años del siglo XX laRevolución Cubana vivió bajo el asedio criminal delimperialismo, pero también dentro de un cuadro lati-noamericano mayoritariamente hostil, precisamente enel tiempo negro en que imperaron en nuestros paísesdictaduras militares apenas con alguna excepción, comofue el caso de México. Es verdad, la historia políticade la América Latina no permite generalizaciones, pero esclaro también que el antagonismo con la Cuba revolucio-naria, de parte de regímenes de distinto corte, fue siem-pre estimulado y exigido por el imperialismo yanqui.

Lo que ocurre, y este es seguramente uno de losvuelcos más extraordinarios de la historia latinoameri-

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cana y mundial, al revés de las décadas pasadas, esque los países continentales se han sacudido práctica-mente todos las tiranías (construidas y apoyadas porlos Estados Unidos, como una de las formas de librarla Guerra Fría pero también de asegurar sus bienes y eltrabajo semiesclavo que les rendía una plusvalía y unatasa de explotación excepcionales. Y, naturalmente,como una forma de mantener asegurado el dominio delas oligarquías locales).

Esto no impidió en la América Latina que a lo largo dela segunda mitad del siglo XX los pueblos latinoamerica-nos lucharan con variado éxito a favor de la democracia(o de la soberanía nacional). El triunfo de Salvador Allendeen Chile, de Omar Torrijos en Panamá, de Juan VelascoAlvarado en Perú, de la Revolución Sandinista en Nica-ragua, son apenas algunos ejemplos del complicado yheroico enfrentamiento de nuestros pueblos con el im-perialismo y las oligarquías locales. Pero estaba por ve-nir el aspecto más importante de este proceso.

Como sabemos, en los últimos quince años se de-sarrollaron en el mundo un conjunto de movimientossociales y políticos a favor de diversos objetivos, acom-pañados casi siempre por fuertes movilizaciones de lasociedad civil, que tradicionalmente fueron tratados«despectivamente» y despreciados, para decirlo de unamanera suave, por el neoliberalismo y por los intereseseconómicos concentrados del imperialismo: desprecioa los derechos humanos, abandono y destrucción delmedio ambiente, explotación del trabajo humano y rup-tura de las normas de protección a las clases asalaria-das, humillación al género femenino tanto en sucondición como en sus derechos de igualdad con elhombre, abandono político y social de principios de-mocráticos como el de igualdad y equilibrio, desprecioa los homosexuales y otras discriminaciones y, porsupuesto, sobre todo en la América Latina, ofensa ydiscriminación racial hacia los pueblos indígenas. Otrostemas pudieran alargar la lista de los objetivos de luchade los nuevos movimientos sociales.

Seguramente el principal tema de crítica y de luchade estos movimientos sociales, en los que por supues-to han participado sectores importantes de la claseobrera, y que es considerado la raíz y causa de los

males trágicos que vive la sociedad de nuestros días,ha sido la lucha contra el neoliberalismo. Contra el sis-tema capitalista en su forma actual de globalización yde fundamentalismo del mercado en todos los órdenes,principalmente en el sector financiero, que ha sido lapunta de lanza para la explotación del trabajo humanoy el enriquecimiento concentrado y desproporcionadode unos cuantos grupos sociales y naciones, a costa dela miseria de las grandes mayorías mundiales.

En estas luchas, naturalmente, es preciso distinguirel grado de conciencia política de los distintos secto-res que participan en la lucha anticapitalista y por obje-tivos específicos en estos tiempos de la globalizaciónneoliberal. ¿Se trata simplemente de movilizaciones cir-cunstanciales y concretas o de movilizaciones que real-mente tienen un contenido político transformador, yhasta revolucionario? Nuevamente no es posible gene-ralizar, pero sí podemos decir que las batallas en con-tra de las manifestaciones más intolerables del neoca-pitalismo –del «capitalismo salvaje» actual– tienen uncontenido objetivamente anticapitalista, más allá de laconciencia exacta que cada individuo pueda tener so-bre el particular. El hecho indudable es que los nuevosmovimientos sociales se han ampliado y multiplicadoen el mundo entero asumiendo cada vez de maneramás específica un contenido anticapitalista. Para lamayoría de los ciudadanos en el mundo, el origen realde las miserias que vivimos reside en el sistema quenos gobierna y que nos ha sido impuesto.

(Sin duda, surge aquí la cuestión de la crisis econó-mica y financiera del capitalismo, que ha estallado vio-lentamente y que se revela ya como una de las másprofundas en la historia del sistema, si no es la más gra-ve, inclusive, que la de 1929, ya que acumula las con-tradicciones más flagrantes y explosivas del propiosistema. Muchos se preguntan si se trata de una crisisfinal del sistema capitalista. La historia lo dirá, pero nodebemos olvidar que para el marxismo clásico una delas condiciones ineludibles de la revolución –socialista–reside en la conciencia de las clases asalariadas en talsentido. Y esto no se ve con claridad, puesto que lasclases dirigentes operan ya, incluso movilizando susrecursos mediáticos, y tal vez haciendo algunas

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concesiones sobre todo en materia de intervención delEstado en el mercado y en sus regulaciones, que ten-drían como motivo último el de «salvaguardar» el sis-tema del capitalismo en su beneficio).

Sin embargo, vale la pena señalar, sin entrar en de-masiados detalles, que en la América Latina tales movi-mientos sociales, cuando se han unido bajo ciertas cir-cunstancias políticas, han sido la causa eficiente de lasprofundas transformaciones, incluso revolucionarias,que han tenido en los últimos años un significativonúmero de nuestros países.

En todo caso, permítanme señalar desde ahora quede todos modos varios de estos movimientos sociales,democráticos y populares, encierran un paralelismo, enotro tiempo y circunstancia, con el Movimiento 26 deJulio, que fue social y político en su momento y que seradicalizó con una rapidez extraordinaria hasta conver-tirse específicamente en un movimiento revolucionarioy socialista. Sin embargo, a pesar de las diferencias,estos también, en general, han procedido en su obrarevolucionaria y transformadora sin «la guía» de un par-tido comunista que, por cierto, en las dos últimas déca-das ha perdido en lo general presencia y prestigio.

Los movimientos sociales, probablemente como el26 de Julio en su momento, no han sido en su mayoríaespecíficamente anticapitalistas, pero las condicionesefectivas de la sociedad y de la economía tienden tam-bién a radicalizarlos, los obligan a ver en el sistemavigente la verdadera raíz de la descomposición so-cial que vivimos y de la ausencia de horizontes alenta-dores que sufre la mayoría de las clases sociales en elmundo. Sobre todo porque, como ocurrió con la Re-volución Cubana, el imperialismo es y ha sido su ene-migo principal y, como hace cincuenta años, terminanpor ver que los intereses del capitalismo entrelazadosinternacionalmente son el real enemigo de la democra-cia y del bienestar de los pueblos, el verdadero enemi-go del pueblo. Tales hechos abrumadores tienden na-turalmente a radicalizar a los movimientos sociales ylos induce a batallar con más decisión por sus princi-pios.

Tal vez un elemento común característico de estosnuevos movimientos sociales de finales del siglo XX e

inicios del XXI, en todas partes del mundo pero con par-ticular presencia en los países latinoamericanos, es el deplantear y luchar por una revolución «democrática yparticipativa», que ha sido uno de los aspectos más frau-dulentos y engañosos –para no hablar de verdadera trai-ción– de la democracia liberal del capitalismo.

Todos sabemos que los principios democráticos delos orígenes del capitalismo liberal en el siglo XVIII, enel tiempo de la Ilustración, han sido negados en el de-sarrollo del capitalismo hasta convertir a la democra-cia en una verdadera mascarada que oculta los intereseseconómicos que son los que verdaderamente mandany «ordenan» en estos sistemas. Los sistemas políticoshan sido convertidos en verdaderos «consejos de ad-ministración» de los intereses y de la economía de losmás ricos y sus corporaciones, falsificando y negandorotundamente los principios de la democracia, la igual-dad y las libertades proclamadas por los grandes trans-formadores de la época de la Ilustración.

Debemos recordar que los actuales movimientossociales latinoamericanos –una de cuyas expresionesde carácter universal ha sido el Foro Social Mundial,cuya primera versión tuvo lugar a finales de enero de2001, en Porto Alegre, Brasil– han reunido a líderespolíticos y sociales, a dirigentes sindicales, a directi-vos de organizaciones no gubernamentales de todo elmundo, y a representantes de redes ciudadanas del másvariado tipo: ecologistas, feministas, luchadores en fa-vor de los derechos humanos y de las etnias, sin faltareconomistas, filósofos y juristas que han decidido tra-bajar teórica y prácticamente en oposición a un «tipode mundo» y a una «forma de vida» que los ideólogos delstatu quo presentan como inmutables. Sosteniendo, ensíntesis, como lo han dicho repetidamente los militan-tes del Foro Social Mundial, que «Otro mundo es posi-ble», lo cual entraña esencialmente el repudio y recha-zo enérgico del sistema de vida actual.

Debe agregarse que las inteligencias que piensan hoyen las posibilidades de «otro mundo», es decir, de undesarrollo pleno del ser humano en libertad y en la crea-ción de una sociedad en que sea posible el bienestar detodos, han coincidido en este Foro Social Mundial, quese ha celebrado año tras año en diversos países, preci-

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samente para pensar en las varias opciones que puedatener la sociedad actual y en los caminos de su realiza-ción. Según afirmó el periódico Le Monde Diplomati-que (diciembre de 2001), los «asistentes [...] son aque-llos sectores significativos que se oponen a la actualbarbarie económica y rechazan al neoliberalismo como“horizonte insuperable”, procurando, con un impulsoque debe calificarse de innovador, sentar las bases deun verdadero contrapoder».

Pero aparte de este movimiento social de alcanceplanetario, originado por las condiciones trágicas de vidaque se le han impuesto a miles de millones de sereshumanos, por causa del neoliberalismo y de la domina-ción de los más ricos y de sus corporaciones transna-cionales, que ha sido determinante en las luchas por latransformación latinoamericana, nuestros pueblos hancontado con un ejemplo previo y contundente que nosha marcado indeleblemente, y que de manera más im-plícita o explícita está presente en las más recientesluchas por las transformaciones latinoamericanas ymundiales, por su valentía y por el carácter indómito desu resistencia al imperialismo: la Revolución Cubana.

En efecto, sería prácticamente imposible pensar enlas transformaciones revolucionarias y democráticas dehoy en la América Latina sin la presencia iluminadora ydeterminante de la Revolución Cubana. E incluso, meatrevería a decirlo, su presencia en las luchas anticapita-listas y antiliberales que se dan en todo el mundo.

Pero no –para que no haya equívoco alguno–, no setrata de la presencia «subversiva» de Cuba en la Amé-rica Latina que ha denunciado torpe y mentirosamenteel imperialismo desde hace cincuenta años, sino de lainfluencia y presencia de su espíritu revolucionario yde su voluntad de resistencia en gran parte de nuestroContinente. Se trata más bien del carácter absoluta-mente depredador del capitalismo imperialista que hamaltratado y explotado a nuestros pueblos de manerainmisericorde durante un siglo y más. Las luchas ac-tuales son una protesta, un rechazo y una rebelión encontra de la situación vigente, y en esta ruta Cuba hasido pionera y heroica.

Decíamos que la actual «disidencia» de un buennúmero de países latinoamericanos, en lo que va del

siglo XXI, respecto a las «órdenes» y presiones del im-perio, es uno de los hechos políticos más importantesen el mundo. Hecho fundamental porque la AméricaLatina ha tomado la iniciativa de «sacudirse» algunasde las exigencias impuestas por el imperio a través delFMI y del BM, fundando el Mercosur y el Banco delSur, entre varias otras iniciativas, y emprendiendo unsistemático esfuerzo para lograr sus propios mecanis-mos de decisión económica y política.

El proyecto hegemónico del imperialismo en la Amé-rica Latina consiste, dicho sintéticamente, en la inte-gración de los mercados en beneficio de las grandescorporaciones y del capital financiero, sacrificando ladignidad de las personas. Frente a esta integración im-puesta desde arriba la mayoría de los países latinoame-ricanos sostienen un proyecto de integración abierta ala participación democrática ciudadana, con respeto yafirmación de las identidades étnicas y culturales, a losderechos de los pueblos indígenas y al respeto de sustradiciones y «usos y costumbres», a sus formas de or-ganización precisamente como sujetos colectivos dederechos, que sitúan a la solidaridad y a la cooperaciónpor encima de los intereses económicos y de las razo-nes de Estado, y que postulan economías para la sobe-ranía nacional y el bienestar general.

Sin duda, uno de los pasos más importantes de lospaíses latinoamericanos a favor de su autonomía e in-dependencia respecto al imperio ha sido la creación deUnasur (Comunidad de Naciones Sudamericanas),cuyo tratado constitutivo se firmó en Brasilia el 28 demayo de 2008, y uno de cuyos objetivos principales esel de formar un día un Mercado Común Sudamericanoy, en definitiva, un área de seguridad y defensa militardel subcontinente.

Por supuesto, estos proyectos de cambio profundolatinoamericano se encuentran con la cerrada hostili-dad del Imperio, que considera inaceptables nuestraspretensiones de pleno ejercicio soberano e independen-cia. Tales derechos resultan inconcebibles para los je-fes del Imperio, que ya hostilizan severamente a lospaíses latinoamericanos más decididos.

La presión sobre la Venezuela de Hugo Chávez (re-cordemos que hubo de pasar ya hasta por la intentona

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de un golpe de Estado que fue derrotado) crece todoslos días, y nada indica que cesará fácilmente; y el pue-blo venezolano, con el apoyo de los demás países nues-tros y desde luego de Cuba revolucionaria, deberásortear las amenazas y peligros para consolidar suproyecto.

El caso de las presiones que recibe Bolivia es tam-bién escandaloso, por el propósito de desintegrar in-ternamente a ese país, con la cooperación activa de losoligarcas locales que procuran efectuar acciones se-paratistas que romperían la unidad boliviana. Es ver-dad que la amenaza de la desintegración ha estado siem-pre presente en Bolivia, también por tradicionalesrazones económicas y culturales, pero ahora se ha agu-dizado por la acción de los departamentos más ricosen contra del presidente Evo Morales. Resulta casi in-necesario subrayar que la desintegración o balcaniza-ción boliviana traería consigo las más serias conse-cuencias en todo el continente sudamericano, creandono solamente un área de peligrosa inestabilidad sinoprobablemente de continuas intervenciones armadas yenfrentamientos militares. Fidel Castro hizo público sufirme apoyo a Bolivia y su oposición a un desmembra-miento que tendría consecuencias fatales para todo elcontinente sudamericano.

El 15 de septiembre último, como se recordará, losjefes de Estado que integran Unasur se reunieron enSantiago de Chile para realizar una declaración de emer-gencia observando su «completo y resuelto apoyo alGobierno Constitucional del presidente Evo Morales,cuyo mandato ha sido respaldado por una amplia mayo-ría en el reciente referéndum». Fue cerrada la oposiciónlatinoamericana a los intentos desestabilizadores en Bo-livia con resultados que no dejan de ser promisorios.

¿Pero hay el peligro de una intervención militar en elContinente? Sin duda alguna, a menos que el nuevogobierno de Barack Obama envíe señales inequívocasen sentido contrario. Por lo pronto, debe tenerse pre-sente que el Pentágono ha anunciado la reactivación dela Cuarta Flota, que operaba hasta 1950 en la Américadel Sur y que luego de la Segunda Guerra Mundial fuedisuelta. ¿Existe alguna relación entre esta medida y lastransformaciones políticas latinoamericanas de izquierda

e incluso, concretamente, con el desarrollo de Brasilcomo potencia económica y petrolera?

Parecería, en principio, que esa reactivación de laCuarta Flota tiene que ver con las nuevas tendenciaspolíticas emancipadoras latinoamericanas y, desde lue-go, con las reservas petrolíferas descubiertas recien-temente a lo largo de los litorales de Brasil. Comoconsecuencia, hay ya la iniciativa de Brasil y de Vene-zuela de buscar un entendimiento militar que pretende-ría crear algo así como un sistema común de defensasudamericana. ¿Hay peligro de una intervención militarpor el interés de los Estados Unidos en la Amazonía, elAcuífero Guaraní y las reservas petroleras de Brasil yde Venezuela? Nada es descartable en los programasestratégicos del Pentágono, por más alejados que pa-rezcan de los problemas económicos actuales de losEstados Unidos y del contexto general político y so-cial. Está en la naturaleza del imperialismo y de las gran-des potencias: proyectar al futuro su vocación dedominio y control.

Mencionamos el posible paralelismo de la Revolu-ción Cubana con algunos de los movimientos socialesque configuran un nuevo rostro latinoamericano. Veá-moslo con más detalle. El propio Fidel Castro ha ex-puesto en diversas ocasiones las características so-bresalientes de la Revolución (las siguientes ideas setoman sobre todo de discursos de Fidel en las prime-ras etapas de la gesta revolucionaria cubana en 1959).

Una de ellas es la de la continuidad histórica de lasluchas revolucionarias en Cuba, primero en contra delcolonialismo español, después contra la «humillantecondición» a que la sometieron los Estados Unidos,encadenados estos hechos a las lucha de los obreros,campesinos, estudiantes e intelectuales «durante másde medio siglo de gobiernos neocoloniales, corruptosy explotadores». Y todavía: «[...] en Cuba solo ha ha-bido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuelde Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestropueblo lleva adelante en estos instantes».

Otra de las características de la Revolución Cubanafue expresada por Fidel Castro el 21 de enero de 1959,ante un millón de cubanos, en el acto denominadoOperación Verdad:

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Nosotros los cubanos, podemos sentirnos orgullo-sos de una Revolución que surge al mundo sin an-sias de dominio, sin propósito de explotación, ni dedominación de otro pueblo, sino que nace al mundocomo ejemplo, con una aspiración de justicia, dejusticia amplia, de justicia honda, dentro del másextraordinario sistema de respeto a las libertadeshumanas que ha conocido el mundo. La RevoluciónCubana se puede sintetizar como una aspiración dejusticia social dentro de la más plena libertad y elmás absoluto respeto a los derechos humanos.

Una característica más quedó reflejada en sus pala-bras pronunciadas el 8 de mayo de 1959, el día queregresó de su viaje por los Estados Unidos y de partici-par en la Conferencia de los 21 en la Argentina:

Cuatro cosas tiene nuestra Revolución que precisa-mente constituyen los motivos de admiración porlos cubanos: esta es, en primer lugar, una revolu-ción que tiene pueblo; es una revolución donde elgobierno de la República puede decir que tiene ejér-cito; es una revolución que tiene doctrina y es unarevolución que hace leyes verdaderamente revolu-cionarias.

La Revolución Cubana ha tenido otras valiosas ca-racterísticas. Fidel Castro decía, un mes después deltriunfo:

Esta Revolución ha significado, en primer lugar, nosolo que el pueblo es libre, no solo que se acabó elcrimen, no solo que se acaben los atropellos, lastorturas, los golpes, las humillaciones que constan-temente estaba sufriendo cualquier ciudadano: sig-nifica que el pueblo ha llegado al poder.

Lo cual significa que

[l]a Revolución democrática que ha llegado al poderes la Revolución cuya característica tiene que sernecesariamente la interpretación de los deseos, delos anhelos de la mayoría del pueblo. La Revolución

ha llegado al poder no para que mande un grupo dehombres, sino para que mande el pueblo. En Cubael pueblo es el que está gobernando.

Otra de las más hermosas características de la Re-volución Cubana se recoge en las siguientes palabrasde Fidel:

Todo lo que la Revolución haga tiene que ser reali-dad primero en la conciencia del pueblo; y este esnuestro principio, que todo lo que la revolución rea-lice tiene que ser realidad primero en la concienciadel pueblo, y eso es lo verdaderamente democráti-co, ya que esta es una Revolución de mayorías. Y,por eso, es una Revolución democrática. Nosotrosllamamos democracia a lo que es en esencia la de-mocracia: una Revolución de mayorías, y una Re-volución donde todo lo que hace no lo impone, sinoque lo hace realidad primero en la conciencia de losciudadanos, y cuando es realidad en la concienciade los ciudadanos, se vuelve ley, se vuelve medidarevolucionaria, y el pueblo, mayoritariamente, la res-palda.

El espíritu y significado profundo de la RevoluciónCubana, desde sus orígenes hasta nuestros días, estápresente en los variados esfuerzos latinoamericanos poralcanzar hoy su emancipación y el pleno ejercicio desu soberanía, propósitos a los que invariablemente seha opuesto el imperialismo. Y, además, en sus esfuer-zos por orientar sus recursos y riquezas a satisfacerlas necesidades populares, en algunos casos directa-mente a favor de los pueblos indios, que en generalson los más necesitados, la capa social de los termi-nantemente excluidos. El ejemplo de Cuba está inva-riablemente presente en estas batallas.

Pero lo que resulta además extraordinario es la am-plia comprensión actual de la Revolución Cubana res-pecto a los esfuerzos emancipadores y transformado-res de los pueblos latinoamericanos. No hay identidadporque salvo el caso de Venezuela y tal vez de Ecua-dor, no necesariamente la transformación latinoameri-cana de nuestros días se dirige al socialismo, por mu-

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chas razones que sería imposible abordar aquí. Pero elhecho indiscutible y admirable es que la RevoluciónCubana otra vez muestra su capacidad de solidaridadindiscutible con estos esfuerzos, que no se orientanprecisamente al socialismo. Unidad cultural pero sobretodo unidad en las principales batallas.

Esa comprensión y profundo entendimiento, queencabeza sin duda el líder de la Revolución, es un nue-

vo motivo de admiración y confirma otra vez el portehistórico universal de la Revolución Cubana. Hoy, des-de fuera de Cuba, pero también gracias a Cuba, loslatinoamericanos se sienten cada vez más cercanos yverdaderos hermanos solidarios de las luchas que noson únicamente de un pueblo sino de un continenteentero. Por su libertad, por la igualdad, por el plenoejercicio de las soberanías nacionales. c

GABRIEL MARCOS (Venezuela, 1938): Estructua combinatoria, 1975. Relieve en formica y metal, 61 x 45 x 8 cm

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ablar de Fidel Castro es hablar de Cuba» –le dijo a FernandoMartínez Heredia un amigo cuyo nombre no recuerdo–. Yen el homenaje que hoy se realiza para celebrar los ochenta

PABLO GONZÁLEZ CASANOVA

Cuba: la Revolución de la esperanza(palabras para un aniversario)

«Haños de Fidel y los cincuenta de que zarpó el Granma de Veracruz, yoquiero hablar de Cuba y de los logros ciertos del pueblo y del gobiernocubanos. Me atrevo a hacerlo porque he estado solidarizándome con esaRevolución por casi medio siglo, sin que mis sentimientos o presenti-mientos fueran disconfirmados por los hechos. Al contrario, durante lagran crisis ideológica que vivimos a fines del siglo XX, Cuba siguió sien-do un punto de referencia para aclarar problemas y precisar conceptos.

Además, me atrevo a hablar de Cuba porque estoy convencido de quesu Revolución inició una nueva jornada en la historia universal de lasrevoluciones, sin que los cubanos hablen suficientemente de la grande-za alcanzada, tal vez por ser ellos mismos hechura de esa modestia muylatinoamericana que nos impide ver como historia universal lo que seestá forjando en los hornos de estas tierras y estos pueblos.

La revolución que se inició en Cuba el 26 de julio de 1953 nació en unmundo considerablemente distinto al de la Europa fabril de 1848 y al dela Rusia zarista de 1917. La Revolución Cubana solo es comprensiblecon el rico legado que expresó Martí. En las ideas creadoras de Martí,en su ética rebelde, en su política de alianzas y enfrentamientos, Martíexpresó las más antiguas y nuevas luchas por la independencia con lospueblos, por la libertad con los ciudadanos, por la justicia con los pobresy con los trabajadores. La recreación de su pensamiento y de su con-ducta se enriqueció en la práctica, y se redefinió, con las teorías revolu-cionarias del Movimiento 26 de Julio y del propio Partido Comunistacubano, que contaba entre sus antecesores a marxistas martianos comoJulio Antonio Mella. Re

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Varias son las aportaciones de Cuba que ayudan hoya precisar lo concreto universal de las luchas contra elcapitalismo y sus mediaciones. Lejos de prestarse acualquier intento de «calco y copia», como diría Ma-riátegui, contribuyen a plantear, en cada circunstancia,qué es ineludible o necesario hacer para alcanzar losobjetivos de la liberación, la democracia y el socialis-mo. Dentro de esa perspectiva, y la de una lucha anti-sistémica, disminuyen las incertidumbres en lasdecisiones que se toman en un lugar y tiempo concre-tos; dejando que cada quien las replantee en su mo-mento y lugar de acuerdo con sus vivencias y susexperiencias. Es por eso que los revolucionarios cuba-nos han insistido, una y otra vez, en que su Revoluciónno debe tomarse como ejemplo. Su contribución parapensar y actuar resulta muy atendible siempre que cadapueblo y sus vanguardias reformulen, en su momentohistórico y en sus condiciones actuales, qué hacer ycómo hacer lo que sea necesario para alcanzar la de-mocracia, la liberación y el socialismo.

Los constructores de la Revolución Cubana no des-cansan nada más en las tendencias y contradiccionesde la historia, aunque les den también gran importancia.Cuidan especialmente los planteamientos de estrategias,rutas, tácticas, sistemas de información, de organiza-ción, y capacidad de adaptación y reestructuración paraalcanzar objetivos intermedios y así avanzar hacia me-tas que de otro modo sería imposible lograr. En la crea-ción y la construcción histórica, líderes y bases reco-rren el mapa y el pronóstico de los problemas pequeñosy grandes para construir los mejores caminos de laemancipación con base en la propia historia de las lu-chas, en especial de las recientes y emergentes y en eldiálogo-debate-consenso en que líderes y bases tomandecisiones conjuntas, necesarias para el logro de losvalores e intereses por los que luchan.

En esta breve remembranza de la faena revolucio-naria en Cuba iniciada en 1953, quiero destacar algu-nos hechos y aciertos que me parecen dignos de unaatención universal que a su vez sea crítica y creadora:

l. Si se estudia con cuidado la historia revoluciona-ria de la Isla durante estos cincuenta años se puedesostener, con toda seguridad, que ningún pueblo ha

llegado tan lejos en la construcción de la libertad, de laigualdad y de la fraternidad como el pueblo de Cuba.Disconfirmar esta tesis es un reto imposible de lograrsi se obra con conocimiento y honestidad.

2. En sus etapas precursoras, la Revolución Cuba-na comenzó por una lucha en que los contingentes elec-torales y los líderes populares enfrentaron en la prácti-ca las represiones, fraudes y vejaciones a que lossometieron los desgobiernos del Imperio, sus asocia-dos y subordinados. El dictador Batista y sus mafias,con el apoyo de Wáshington, obligaron a los movi-mientos pacíficos a someterse y conformarse con sutriste suerte, o a rebelarse y jugarse hasta la vida. Líde-res y masas adquirieron la conciencia de la rebeliónnecesaria, ya no solo teorizada por unos cuantos, sinoforjada en el dolor de multitudes enteras, a quienes lasarbitrariedades y represiones, los engaños y promesasincumplidas prepararon para corear el grito de «Liber-tad o muerte. Venceremos», un grito que al no ser unmero decir se escuchó y se sigue escuchando en todaCuba en la forma que adoptó desde 1960: «Patria omuerte. Venceremos».

Los nuevos rebeldes, que surgieron de las masas, ycon ellas, dieron también nuevos pasos para su organi-zación y para la toma del poder del Estado a fin deanular los aparatos de represión y de mediación domi-nantes, que no escuchaban su clamor, y que solo res-pondían a sus protestas, marchas y acciones cívicascon medidas cada vez más violentas y engañosas. Lasfuerzas dominantes y sus políticas represivas y empo-brecedoras convencieron a las tiranizadas y explotadasque solo responderían a sus demandas con la violencia.Pero las fuerzas rebeldes aprendieron por su parte queno basta responder con la violencia. Al ocupar La Ha-bana, tras poner en fuga al gobierno de Batista y suejército, Fidel Castro aclaró que la lucha apenas empe-zaba. En plena euforia del pueblo por su triunfo, invitóa una nueva reflexión del pueblo. Hizo ver que no bastacon luchar por la destrucción del poder opresor, sinoque es indispensable construir el propio poder, redefi-niendo en la práctica las formas de la Independencia, laDemocracia, la Libertad y la Justicia Social y Personalpara que contribuyan a la construcción emancipadora.

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La Revolución Cubana ha confirmado que la alter-nativa solo triunfa con el poder y la conciencia de todoel pueblo, o de crecientes contingentes del pueblo queno se conforman con los triunfos inmediatos ni conlas organizaciones que solo incluyen a una parte delpueblo. Se requiere ir más allá de la protesta, de lacrítica o la denuncia, de la euforia de triunfos incom-pletos, hacia la articulación creciente de bases y van-guardias con moral y conciencia de la lucha y capaci-dad constante para la resistencia.

En todo el proceso cubano aparece lo que es nece-sario hacer y cómo hacerlo. Conocimiento, concien-cia y voluntad organizadas se enriquecen con la teoríavivida, con las explicaciones y las armas que las pro-pias colectividades y organizaciones adquieren. Basesy vanguardias, unidas en el diálogo, en el aprendizaje yla acción coordinadas, enriquecen el pensar de las ideo-logías y las filosofías, de las teorías y sistemas de creen-cias, de su cultura toda. Se deshacen de lo que en lapráctica revela no ser significativo o útil para alcanzarlos objetivos emancipadores. Se trata de una contribu-ción muy importante, porque se vuelve parte de la cul-tura de la revolución y base de discusiones que no sontalmudistas o de interpretación de textos y discursossagrados, sino sobre cómo explicar lo que ocurre ycómo lograr objetivos, metas, valores.

3. La Revolución Cubana destaca en la revoluciónde lo concreto como coherencia. Lo concreto es lo quese propone como ideal o meta a alcanzar y lo que sehace para de veras alcanzarlo. Nada de abstraccionessobre la libertad, la justicia social, la independencianacional. Nada de abstracciones en la lucha por la de-mocracia sin aclarar que se lucha contra la falsa de-mocracia neocolonial y oligárquica; que se lucha con-tra el poder del Estado que es un instrumento delimperialismo y sus asociados y subordinados locales,–o más específicamente– instrumento de las compa-ñías y de las burguesías neocoloniales y rapaces. Nadade quedarse en los sistemas políticos que son parte deese Estado, con el que mediatizan sus estructuras deexplotación, depauperación, subyugación de los traba-jadores, de los campesinos, pueblos y sectores me-dios. Nada tampoco con quienes desde la clase políti-

ca y su lógica negociadora pretenden ponerse a la ca-beza de un movimiento que son incapaces de llevar asus últimas consecuencias. Recuérdese que al triunfode la Revolución, un grupo de «personalidades progre-sistas» pretendió suplantar a la dirección revoluciona-ria y esta no lo permitió... Se buscó que toda políticade alianzas fortaleciera las soluciones junto con los po-bres, con los subyugados y marginados, con los ex-cluidos y superexplotados.

La política de alianzas y el reconocimiento de van-guardias se acotó al incluir en ellas a la juventud rebel-de, a los estudiantes universitarios y normalistas, e in-cluso a quienes provienen de la pequeña burguesía yde la grande, siempre que el polo de atracción a que sedirijan quede bajo el mando de los que ya han probadosu compromiso de realizar en la práctica una demo-cracia, una liberación y una justicia social que creenlas condiciones para la solución de los problemas delos pobres entre los pobres aumentando el poder y laparticipación de estos en la toma de decisiones.

La lucha contra el poder existente lejos de implicarun rechazo de todo poder, implica la necesidad decrear un nuevo poder del pueblo trabajador y ciudada-no que le permita defenderse con eficacia de las agre-siones internas y externas y del terrorismo de Estadoque el enemigo despliega en todos los terrenos: sicoló-gico, ideológico, económico, social, cultural, militar,para-militar, policial, gansteril y narcomafioso.

4. La Revolución Cubana toma muy en cuenta lasdesastrosas experiencias del totalitarismo estalinista paralograr una organización fuerte y eficaz que base sufuerza en la moral de lucha del pueblo, en la disciplinalibremente consentida para y con el pueblo. En esemismo sentido da prioridad a la educación universaldel pueblo para tomar decisiones, para dialogar, oír,discutir, expresarse, alcanzar acuerdos y organizarse,a la vez en formas horizontales y piramidales, en redesy en colectivos de información, reflexión y acción.

5. La Revolución Cubana redefine y replantea elsocialismo no solo como un sistema necesario, portodas las experiencias anteriores y actuales, sino al quelleva muy pronto la profundización de una lucha enque a cada ataque del imperialismo, de sus asociados y

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subordinados locales, se contesta con nuevas y mássólidas medidas que fortalecen al pueblo-gobierno-Es-tado, ese novedoso complejo de categorías integradasy no solo enlazadas o articuladas. El complejo organi-zado y consolidado del pueblo-gobierno-Estado expli-ca la inmensa capacidad que muestra Cuba en estoscincuenta años para enfrentar al imperialismo norte-americano, el más agresivo entre todos los imperialis-mos de la historia. Redefinir y replantear el socialismoempieza por la fusión de categorías que permite ir másallá de la defensa del Estado de los pueblos, de lostrabajadores y los ciudadanos, a la creación de otroEstado, de otra democracia, otra liberación, y otro so-cialismo, con otro actor revolucionario que hace su-yas las tres luchas.

6. En la Revolución Cubana se advierte también comonecesaria la capacidad de traducir y articular las ideolo-gías marxistas, leninistas y martianas. Los rebeldes em-plean el lenguaje y las categorías que vienen del pensa-miento crítico de Marx y las articulan con las que vienende Martí y de otras concepciones del humanismo, in-cluso las que poco tiempo después surgen de la teologíade la liberación, sin que por ello pierdan la precisión delos objetivos ni caigan en el eclecticismo superficialque pretende escoger y unir lo bueno de las distintasideologías y creencias y desechar lo malo. Más que launión de textos buscan la necesaria unión nacional einternacional entre quienes teniendo distintas filosofíasy creencias coinciden en su conducta emancipadora.

7. En Cuba se plantea la necesidad de compartir lascapacidades y responsabilidades de vanguardias y pue-blos en forma creciente. Se construye con persisten-cia una sociedad en que las vanguardias originales pre-paran su propia desaparición no solo formando nuevasvanguardias sino formando al pueblo para que todossus miembros tengan la capacidad de ser vanguardias.Se busca así construir un pueblo de vanguardias conel conocimiento, la conciencia y la voluntad indispen-sables para que sus integrantes recreen, en crecienteemancipación, las organizaciones horizontales y jerár-quicas más adecuadas.

8. Se busca así combinar, a niveles cada vez másconcretos, la democracia participativa y la representa-

tiva, la disciplina intelectual y la política, las conviccio-nes y las prácticas morales. Y a este respecto, la Revo-lución Cubana hace dos grandes aportaciones a la Re-volución que estuvieron muy lejos de hacer otrasrevoluciones socialistas anteriores. Una gran aporta-ción se da en el campo de la moral y en las condicionessociales para su práctica; otra se da en el campo de laeducación general y de la educación llamada superior.

9. La importancia que el Movimiento Revoluciona-rio 26 de Julio da a la moral, y la que tanto Fidel Castrocomo Ernesto Che Guevara le dan como prioridad cen-tral, en el curso de toda su vida, nunca había alcanza-do en los movimientos revolucionarios anteriores ellugar que ocupa en el pensamiento revolucionario cu-bano y en las prácticas morales de sus dirigentes. Laaportación del gran movimiento no solo se expresa enla coherencia de lo que piensan, dicen y hacen susvanguardias y contingentes, sino en el hecho de quecon la moral fortalecen las acciones colectivas y lalucha de trabajadores y pueblos para que no se enga-ñen y no los engañen.

La revolución de la palabra verdadera sobre los va-lores e ideales a alcanzar, cómo y con quiénes alcan-zarlos, rompe la tradición esquizofrénica de la retóricaengañosa y habitual. Se trata de una revolución cultu-ral que permite entender de otro modo, como relaciónexacta, las palabras y los actos, los discursos y lasacciones, y eso ayuda considerablemente a emprenderacciones coordinadas y consecuentes de muchos, du-rante mucho tiempo.

El impacto de la moral rebelde, individual y colecti-va, difícilmente puede ser percibido por un enemigoque ha innovado el viejo arte de mentir con las múlti-ples tecnociencias que diseña para el engaño que do-cumentan y certifican los ideólogos y científicos a suservicio, y que montan sus expertos en realidades vir-tuales de farsas, diversiones y guerras, ideológicas,terroristas o de exterminio.

El planteamiento revolucionario de la ética es mu-cho más que las palabras de consecuencia y que lacoherencia del decir y el hacer. Sigue la tradición mar-tiana, y también recoge otra que prendió fuertementeen algunos países de la América del Sur. La vanguardia

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del 26 de Julio, –con Fidel y el Che a la cabeza– plan-tean la necesidad de crear las condiciones sociales dela moral, aquellas que fortalezcan la cultura cooperati-va frente a la cultura mercantil, que liberen del mundode las mercancías un creciente número de actividades,empezando por la estructuración del poder del pueblo,de la política y del sistema electoral, así como de losservicios sociales relacionados con la educación, lasalud, la alimentación y la habitación.

La práctica revolucionaria de la moral implica exi-gencias muy fuertes a las vanguardias –exigencias quese cumplen hasta hoy en Cuba, en particular por losprincipales dirigentes del proceso, y que se van exten-diendo y difundiendo entre numerosos contingentes delas bases en los que se internalizan los valores coope-rativos y desmercantilizados–. Desde luego, en todo elproceso existen fuertes contradicciones por la persis-tencia de la cultura mercantil, o de la paternalista yclientelista, o de la individualista. Esos tropiezos se danentre una lucha de clases que adquiere característicasmuy agresivas, internas e internacionales.

El imperialismo y la oligarquía utilizan todos sus ins-trumentos de enajenación, corrupción, cooptación,asimilación y desestabilización para provocar o acen-tuar los enfrentamientos en el pueblo. La publicidad dela sociedad de consumo se presenta como una realidadya alcanzada por la población de los Estados Unidos yotros países aliados y subordinados; el envío de divi-sas y bienes escasos por los parientes que se fueron alos Estados Unidos se acompaña de una propagandatenaz a favor del capitalismo. Pero hasta ahora la in-mensa mayoría del pueblo tiene conciencia de lo quetodo eso significa, y sigue apoyando con firmeza a ungobierno del que se siente copartícipe.

Aun así el problema de la corrupción continúa cons-tituyendo una seria amenaza que Fidel Castro denuncióen un discurso que dio en la Universidad de La Habanaen noviembre de 2005. Pocos meses después, ante unataque de la revista Forbes que quiso descalificar mo-ralmente a Fidel colocándolo en uno de los primeroslugares de su habitual lista de multimillonarios, el pue-blo no creyó nada del grotesco infundio, y Fidel Castropudo responder categóricamente que si le comproba-

ban que tenía un solo dólar estaba dispuesto a renun-ciar. La Revolución Cubana siempre tuvo concienciadel peligro de la corrupción y de la doble necesidad deser honrado y, también, parecer honrado. Esa batalla,aparentemente idealista, alejó a Cuba del peligro quedio al traste con el bloque soviético y con la construc-ción del socialismo, la democracia y la liberación enpaíses donde el grueso de sus libertadores pasaron dela corrupción del socialismo a la del capitalismo neoli-beral y mafioso.

10. El conjunto del proceso y el proyecto de la Re-volución Cubana lleva a la redefinición del socialismono solo como un proyecto de expropiación de los mediosde dominación y acumulación, ni solo como un proyec-to de liberación y democracia, ni solo como un pro-yecto de participación de trabajadores y ciudadanos enlas grandes decisiones políticas, ni solo como un pro-yecto de alfabetización y escolarización de todos losniños y de una inmensa cantidad de adultos. El proce-so y el proyecto cubanos plantean la necesidad de crearexpertos del más alto nivel en medicina, pedagogía,urbanismo, ingeniería, economía, finanzas, agricultu-ra, veterinaria, comunicación, electrónica, informacióny organización; defensa armada y solidaridad revolu-cionaria; investigación científica y tecnológica. Losjóvenes que estudian, se forman en su especialidad yen el nuevo espíritu de desmercantilización de la pro-ducción y los servicios, que fortalezcan el trabajo y laactividad cooperativas y solidarias. Son especialistasen su oficio y adquieren entre contradicciones unanueva cultura socialista y democrática para aplicarlo.Son investigadores de punta en ciencias y humanida-des, y la inmensa mayoría razona en función del «interésgeneral», el «bien común» y los «derechos humanos»como objetivos de un humanismo revolucionario quepiensa, habla y actúa en consecuencia.

El proyecto de la construcción del socialismo enCuba tiende a acabar, por fin, con un mito muy arrai-gado y que subsistió en otras experiencias del socialis-mo de Estado y del parlamentario. Sostiene que no hayninguna razón para que se piense que en la sociedaddel futuro siempre habrá una minoría de sabios posee-dores de la cultura superior y una mayoría con una

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escolarización media. A la campaña de alfabetizaciónuniversal «para entender y cambiar el mundo» y a laformación de expertos y profesionales con una culturageneral revolucionaria y humanista, añade el proyectode un país-universidad en que la cultura superior se déa todo aquel que quiera alcanzarla. Se sostiene, contoda razón, que la llamada cultura superior puede lle-gar a ser de la inmensa mayoría de la población, tantopor los recursos técnicos y humanos hoy disponiblescomo por la necesidad de que los constructores delsocialismo más avanzado estén integrados por masasque posean la cultura de las decisiones del «saber ybuen gobierno» que en el mundo se ha reservado aunas cuantas elites. El proyecto ya está en marcha yva a ser sin duda una de las más sorprendentes victo-rias de la Isla.

11. El carácter internacional de la lucha por la libe-ración, la democracia y el socialismo se comprueba alo largo de la historia de la Revolución Cubana. Su so-lidaridad activa con los pueblos de África, Asia y laAmérica Latina la llevó también a establecer vínculosmuy fuertes, y en algunos casos muy necesarios, conla Unión Soviética y más tarde con China. Hoy se ma-nifiesta en su apoyo a Hugo Chávez y el pueblo deVenezuela, y en su apoyo a Evo Morales y a los pue-blos indios que ganaron el poder político en Bolivia.Solidaridades y apoyos se dan o reciben con la convic-ción de que es imposible pensar en el socialismo en unsolo país o en unos cuantos países, y de que es nece-sario percatarse de que se trata de un gran procesohistórico mundial, donde se apoyan entre sí los pue-blos y gobiernos que persiguen los mismos ideales, ouna parte de ellos, y que en el camino pueden profun-dizar su proyecto como ocurrió y ocurre en Cuba.

12. Otro hecho más en que Cuba es notable estárelacionado con la inclusión de la cortesía en su cultu-ra revolucionaria. La Revolución Cubana combina «locortés con lo valiente»; la diplomacia con la resistenciafrente al criminal bloqueo y asedio que el gobierno delos Estados Unidos le ha hecho con el afán de quefracase.

La combinación de la diplomacia y de la resistenciaorganizada, armada de ideas y de valores, y con una

máquina de guerra impresionante, capacita a Cuba paraenfrentar a quienes intenten invadir su territorio, y lepermite contar con numerosos aliados en los propiosEstados Unidos y en el mundo, entre otras razonesporque ha dado amplias y claras muestras de que no esantinorteamericana sino antimperialista. En sus encuen-tros internacionales, Cuba muestra la flexibilidad nece-saria para reunirse con otros rebeldes y buscar conellos simpatías y diferencias para acciones concerta-das. Al mismo tiempo combina los principios a que seadhiere con la cortesía y la tolerancia que le permitenmoverse fácilmente en los círculos diplomáticos, aca-démicos y de organizaciones que luchan por la paz,contra el terrorismo de Estado, y contra ese neonazis-mo disfrazado de neoliberalismo que vende e imponepor la fuerza su desoladora democracia de mercado.

La combinación de la firmeza revolucionaria, de lademocracia de veras, de la cortesía, de la tolerancia, delpluralismo ideológico, religioso, científico es parte deuna cultura más amplia. Corresponde a una cultura delas combinaciones para vencer en las contradicciones,en las luchas y enfrentamientos emancipadores. Lascombinaciones para vencer en las contradicciones, lespermiten articular saberes y perspectivas, problemas ysoluciones que es imposible lograr por separado sinque se debilite gravemente la lucha emancipadora.Muchas de ellas implican frentes mutantes en que al-gunos se van quedando en el camino y otros se vanintegrando, mientras los que empiezan y siguen ya sonotros por las experiencias recibidas y por los nuevosproyectos concretos imaginados.

En Cuba la cultura de las contradicciones y las com-binaciones aparece al plantear los problemas de la libe-ración, la democracia y el socialismo, y hace que elpropio marxismo, o el pensamiento crítico, se enfren-ten en nuevas formas con las tendencias ortodoxas orevisionistas de los textos, y con las creencias y pre-juicios que no permiten salir de discusiones estériles,talmudistas. El propio marxismo se desarrolla no solocomo ideología sino como cultura, y no solo con lastécnicas de la convicción y la persuasión propias delmanifiesto, sino con las técnicas del aprender a apren-der lo que no se sabe.

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Los tropiezos que se encuentran en la creación deesta nueva cultura son inmensos y fueron tanto mayo-res cuando la Isla tuvo que contar con el apoyo delbloque soviético, sin que de sus propias filas hubierandesaparecido los legados de la cultura autoritaria y bu-rocrática. Paradójicamente, el camino de la nueva cul-tura se abrió de nuevo a raíz del colapso del bloquesoviético, cuando el pueblo aceptó el llamado «períodoespecial», lleno de sacrificios y de descubrimientosemancipadores.

13. En los hechos, hay numerosas historias que re-velan cómo hacer posible lo imposible. La gran aporta-ción en este terreno consiste en combinar en el análisisde lo necesario y útil, la dialéctica determinista sobre«las condiciones revolucionarias» con una lógica queva más allá de lo esperado como probable o como po-sible. Esa lógica no excluye las tendencias anterioresni las condiciones actuales en tiempos de crisis y «fa-ses de transición»; combina la firmeza de las vanguar-dias que pueden alcanzar efectos inusuales, con la or-ganización y la voluntad de las bases organizadas.

La Revolución Cubana estuvo muy lejos de ser unarevolución voluntarista, como en ocasiones sostuvie-ron los rusos para descalificarla, y Régis Debray paraexaltarla por lo que no fue. La Revolución Cubana noobedeció a «la decisión de un pequeño grupo de va-lientes», aunque estos tuvieron indudablemente unaresponsabilidad que supieron asumir.

La Revolución Cubana mostró una enorme corres-pondencia con las nuevas ciencias de los sistemas auto-rregulados y creadores, complejos y no lineales, asíllamados porque son sistemas que se construyen paraalcanzar objetivos, y porque en ellos se dan múltiplesinterdefiniciones e interacciones en que una pequeñacausa puede producir efectos desproporcionados. LaRevolución Cubana estuvo muy lejos de parecerse aun milagro. Solo redujo la incertidumbre y el azar conla organización, la comunicación, la formación de laconciencia y la voluntad ética revolucionaria. Con ellasempezó a cambiar la pequeña gran Isla.

Los doce sobrevivientes del Granma solo eran lapunta del iceberg. A su valiente decisión de lucha, aña-dieron una amplia organización de las bases que se

coordinó con ellos, y a la que se fueron articulandomás y más los miembros de la población rebelde de laSierra Maestra, las organizaciones de Santiago que yahabía forjado Frank País, o las de La Habana que im-pulsó Armando Hart, y los frentes que promovieron endistintos puntos de la Isla Fidel y Raúl Castro, ErnestoChe Guevara y Camilo Cienfuegos.

La crisis terminal del gobierno y el Estado opresor«mostró que la represión ya no podía contener la olarevolucionaria». Los combatientes salían por cientosde las ciudades, al mismo tiempo que se producía «launidad de todos los revolucionarios consecuentes queya reconocían como su principal avanzada al EjércitoRebelde». Las bases, los pueblos, los trabajadores ycampesinos, los ciudadanos, construyeron sus orga-nizaciones coordinadas y articuladas en las formas másidóneas para el triunfo a nivel nacional.

La nueva tarea del Comandante en Jefe y de losdirigentes del Ejército Rebelde fue dar pruebas cons-tantes de su moral rebelde y de su reconocimiento con-secuente de los valores e intereses de los trabajadoresy el pueblo. En la etapa constituyente de la creación delnuevo Estado, que empezó por poner en fuga al ejérci-to desmoralizado y llevó a la vergonzosa huida del dic-tador, de los oligarcas y las mafias, se tomó siempreen cuenta lo que Fidel Castro había dicho que entendíapor pueblo, en su famoso texto de l953, La historia meabsolverá. Allí había dicho:

Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lu-cha, la gran masa irredenta, a la que todos ofreceny a la que todos engañan y traicionan, la que anhelauna Patria mejor, y más digna y más justa; la queestá movida por ansias ancestrales de justicia porhaber padecido la injusticia y la burla, generacióntras generación; la que ansía grandes y sabias trans-formaciones en todos los órdenes y está dispuesta adar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien,sobre todo cuando crea suficientemente en sí mis-ma, hasta la última gota de su sangre.

Así dijo y así hizo con muchas y crecientes masasde quienes creen suficientemente en sí mismos.

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14. Para lograr sus objetivos, el pueblo del que ha-bló Fidel no puede gobernar con una democracia re-presentativa. No le basta; por sí sola esa democraciavale poco «en una sociedad y un mundo con grandesdesigualdades». El pueblo necesita participar en el sis-tema de dominación y acumulación. El pueblo no pue-de construir el socialismo sin una disciplina revolucio-naria libremente consentida, y sin una democracia ogobierno del pueblo que asegure la construcción eman-cipadora en organizaciones verticales y horizontales quesirvan para alcanzar los objetivos de la Revolución ypara empezar a practicarlos desde el inicio mismo delcamino, y en el camino.

El pueblo tiene que participar en el gobierno. Puedeparticipar en el gobierno para las grandes decisiones,siempre que sus dirigentes y vanguardias, sus frentes,partidos y organizaciones de base orienten y coordi-nen la creación histórica y sean un referente directo eindirecto de una democracia que sea gobierno del pue-blo, de un socialismo que sea democrático, de una li-beración que sea socialista. Y en ese punto pareceríacaerse en una causalidad circular de democracia, libe-ración y socialismo, que el pueblo-gobierno de Cubasupera construyendo otra metáfora: la espiral dialécti-ca, en que las luchas anteriores se toman para alcanzarobjetivos cada vez más altos, más articulados y másprofundos, como se advierte en el análisis detallado delEstado, la sociedad, la cultura, la economía y la ecolo-gía de Cuba.

«¡Cuba vive, la lucha sigue!», como dice el grangrito desde México y desde todos los confines delmundo.

Agosto de 2006

Posdata

Al celebrar los cincuenta años del triunfo del EjércitoRebelde encabezado por el Movimiento 26 de Julio,me preguntan y me pregunto qué balance hago de laexperiencia revolucionaria de Cuba en relación connuestra América y con respecto al capitalismo como

sistema. Son dos preguntas ligadas entre sí, y debocontestarlas como si estuviera en la escalerilla del avión.Lo primero que me viene a la cabeza es el artículo quepubliqué hace unos años y que titulé «Cuba: la revolu-ción de la esperanza». Pero no lo releo e incluso apro-vecho para decir lo que siento que me faltó, o quequiero repetir...

La Revolución Cubana es una revolución latinoa-mericana y lejos de ser la última marxista-leninista, ini-cia un nuevo ciclo de revoluciones que en algunosaspectos tienen características universales, es decir,características que no solo repercuten en el resto de laAmérica Latina, sino en las más distintas regiones delmundo. Su repercusión, lejos de obedecer solo a suinflujo, obedece a múltiples procesos afines que seobservan en la historia universal de las luchas por laemancipación humana.

Entre las contribuciones de la Revolución Cubanadestacan varias en que aparecen juntas la lucha por laindependencia y la lucha de clases, y otras, en que tresconceptos separados se vuelven uno solo y corres-ponden a un fenómeno complejo que no alcanzamos aentender si falta uno de los integrantes. Otra contribu-ción que me parece muy importante es la que corres-ponde a la construcción de la fuerza como moral co-lectiva, de que dan prueba diaria los líderes del 26 deJulio y los comunistas del viejo Partido Comunista quehasta ahora los acompañan, o que cayeron o nos deja-ron sin apartar la vida de su pensamiento. La moralcolectiva como fuerza revolucionaria es la que salvó ala Isla de la catástrofe mundial que hizo del socialismoformal un socialismo realmente inexistente. Extendery profundizar el proyecto emancipador con el incre-mento de las relaciones sociales no lucrativas siguesiendo tan necesario como reforzar el arte que practi-có Fidel desde sus primeros discursos en que se pro-puso enseñar a los guajiros y trabajadores a gobernar,y a decidir qué camino se sigue, cuando cualquieraque se escoja tiene ventajas y peligros que uno estáobligado a asumir, sin sacrificar las principales metas.

Enseñar al pueblo a gobernar, razonando y gober-nando, constituye, junto con la práctica de la moralcolectiva y junto con la creación y proliferación de las

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relaciones sociales no lucrativas, la gran contribucióny el gran reto de la Revolución Cubana y de cualquieraotra que quiera asegurar su impulso creador. Algo se-mejante ocurre con la necesidad de enseñar a pensar yhacer la revolución, a sabiendas de que toda revolu-ción vive entre contradicciones y, lo que es más, creasus propias contradicciones: por ejemplo, al lograr quela nueva juventud alcance niveles educativos de los quesus padres carecieron.

Tal vez aquí debo detenerme y solo añadir que laampliación de este tipo de observaciones nos ayudaríamucho a comprender y enriquecer los planteamientosactuales del socialismo en la Isla en lo que tienen deespecífico y en lo que tienen de universal. La transi-ción y la construcción del socialismo en Cuba revelan

sin duda una creación histórica insuficientemente ana-lizada y explicada, o captada.

Como muchos de los problemas de Cuba se van aplantear a un nivel universal, no podemos olvidar lalucha contra la restauración del capitalismo. En ellaserá fundamental la «batalla de ideas» a que convocaFidel, junto con la siembra de sentimientos y atracti-vos de un ser humano que deje atrás la «sociedad deconsumo», y construya al «hombre nuevo» en sus re-laciones sociales, creativas, eróticas, lúdicas, políticas,a sabiendas de que no hay hombre sin contradiccionesni revolución sin contradicciones; sino hombres y con-tradicciones superables.

27 de noviembre de 2008 c

ERNESTO MALLARD (México, 1932): De la serie Galaxias: Heliocaptor, 1987.Madera y metal, 45 x 45 cm

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Cincuenta son los años transcurridos, Medio Siglo se dice fácil-mente. ¿Serían sin embargo suficientes para balance hacer, me-dir, juzgar, juzgarnos, pensar que los protagonistas de una época

han terminado la obra que quisieron y planearon y a la que vida entera handedicado? La realidad ha sido raigalmente transformada, pero no sonpocas ya generaciones que no pueden comparar el pasado y el presentey que dan por nada excepcional ni conquistado el mundo que circundasu mirada. Todo es tan natural y de derecho; la vida cotidiana es la quetengo, entorno en que se nace y del que deben y han de surgir lasnuevas realidades, mercedes y conquistas, libertades, otras visiones,placeres, ideales, metas y dolores. Mundos que construir sobre los quenos han sido legados. Esto supone que la generación que es legatariatendrá que ser sensible a su propio objetivo y abrirse a esos millones queha educado y que en su tiempo enriquecen el mundo ya posible consueños y construcciones que inéditas pudieran ser o portadores de for-mas igualmente revolucionantes. ¿Qué visiones, qué sueños y qué formas?No se trata de adelantar respuestas sino de probar caminos a partir decuanto ha sido ya fundado. De ser sensibles a la creatividad de esasgeneraciones que hemos educado.

La Revolución Cubana ha logrado mucho antes de este llegar al MedioSiglo el éxito más grande que puede en nuestra época para insertarse enella como la vanguardia, educar a un pueblo entero, primero y muy tem-prano con la alfabetización que hermanó, al mismo tiempo, la vida rural ycitadina; elevar poco más tarde esa educación al noveno grado y hoy, másrecientemente, alcanzar la cifra casi mágica de más de un millón de uni-versitarios, que se acompañan de otros millones de nivel superior al me-dio. Esa generalización de la instrucción y cifras, en términos proporcionalesa la población, tal vez no igualadas por países de altísimo desarrollo, no

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Pensar la historia,germen de esperanza

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llega a ser aún ese paso que todos han de dar a la socie-dad del saber, que será la única posible en el futuro ycon futuro. El saber y su aplicación generalizada, soli-daria tendría que ser, racional para la supervivencia yhumanitaria y humanística y si ha de merecer ese nom-bre aplicado a la especie. Nuestro país en revolucióndispone ya de esa plataforma de despegue que es la per-sona instruida, preparada en principio para ejercer sulibertad. Preparada para la autonomía del pensamiento yde la decisión.

No es logro inigualado de la Revolución: es, entreotros, el que me toca subrayar porque de su valor inme-diato y más que nunca a tomar en cuenta, se despren-den otras miradas ineludibles en nuestra época. Y res-pecto de las cuales estamos convencidos de que habráque evitar reojo y esquivadera. Está en juego el futuro ylo está en tal medida que tocó a Fidel hacerlo visible el 17de noviembre de hace cuatro años seleccionando el AulaMagna de la Universidad de La Habana para decir ¡Aler-ta! y marcar la urgencia de ese retorno a la raíz para queramas y retoños en la diversidad recuperaran y aporta-ran lozanía. Raúl se ha encargado de reiterar y conducira fases de concreción aquel llamado.

Tendríamos que preguntarnos cuál es la situación,qué potencialidades tiene nuestro pueblo para hacer deproyectos, convicciones y sueños, realidades en elmarco del mundo actual y sus rasgos, mundo que estápresente también en el marco de nuestras fronteras.Somos nosotros, y somos los otros. No hay autarquíaposible, ni hay solidez de resistencia y diseño sin lapresencia actuante de un núcleo duro; no por cerradoo inmovilista. La dureza real resulta de la autoridad moraly la fortaleza de las ideas y de su irradiación en lasconciencias. Irradiación más posible cuanto más com-plejas, luminosas, esclarecedoras, enriquecedoras sean;siempre enriqueciéndose con la semilla nueva. Lo sim-plón, ese ideal de vagos y burócratas, inmovilistas eignorantes, es el peor de los enemigos internos. Se lesllama en su conjunto «burocracia».

Todo para decir que en nuestra sociedad revolucio-naria, profundamente revolucionaria, se enquistan tam-bién cápsulas demasiado extendidas y a veces con po-der e influencia con estas características. La simplonería

con poder, el poder de la ignorancia contra la que he-mos luchado con acciones precisas desde el triunfo dela Revolución cumpliendo el Programa del Moncada ydando lugar a esa deslumbrante plataforma de despe-gue hacia la sociedad del saber que no debe encontrarobstáculos en tiempos que hemos llamado (que ha lla-mado Fidel justamente) de Batalla de Ideas.

Es que las revoluciones, y la nuestra, y su vanguar-dia, no pueden detenerse. Librar Batalla es su tarea per-manente. ¿Y dónde encontrar, y puede encontrar, y debeencontrar su cantera de cuadros; el ejecutor de sus pro-yectos, el nuevo soñador de sus sueños, el enriquece-dor de su experiencia con miradas, voces, aportes, sa-crificios y entregas de otro carácter acaso pero de igualética? Estoy convencido de que esa cantera tan repletaes la que hemos formado, en estos decenios, ese millónde universitarios para las de carácter muy especializa-das; esos millones de instruidos y formados hasta unnivel elevado; esos otros millones de preparados paraejercer tareas que exigen habilidades cultivadas o sim-plemente para actuar socialmente en forma útil. Deboconfesar que si fuésemos capaces, y confío en que loseremos, de pensar a esta pléyade que es la obra másmaravillosa de una y otra de las generaciones que, en-trelazadas y bajo sabia dirección, han dado a nuestropueblo y persona a persona la posibilidad de ser ciuda-danos reales; si fuésemos capaces de pensarles, verles,comprender que son la verdadera inagotable cantera,esos pasos de gigante que parecen posibles, y más ymás posibles, se acercarán de modo factible.

Las estructuras sociales todas (o casi), las estata-les, todas (o casi) tienen en sus organigramas y archi-vos y proyección de trabajo, escalas de movimientosinternos, etcétera, esto que se da en llamar cantera decuadros. En casi todas esas instituciones, y es fácilapreciarlo, permanecen estacionarias. Se ha formadouna especie de carrera o profesión que nadie lograrájamás clasificar sin servirse de adjetivos, el funciona-riato. Hoy aquí, mañana allá; nunca (o casi) ejerciendosu especialidad si la tiene.

Y, en tanto, ese mundo por nosotros creado comotarea primera en cumplimiento del más alto compro-miso ético martiano; mundo en el que el disfrute pleno

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de la dignidad y el ejercicio de la libertad son posibles,ese mundo que es el de nuestros hijos y nietos y bis-nietos, depositarios en lo más profundo del alma revo-lucionaria, ahí, esperando (o desesperando); sabiéndosefuturo o desmovilizándose en el conformismo. Todos,sin excepción, llevan la semilla de la Revolución comolatencia; muchos, tal vez los más, tanta esperanza ylucidez que se saben pinos nuevos y como tales obli-gados a combatir abriendo brecha. Ellos son ya núcleode vanguardia en formación.

Esa es la verdadera cantera de cuadros, prefiguradadesde el Moncada y que ha encontrado rostro en elcurso de la Revolución real. Es ella la que realizará losproyectos y utopías que faltan o la que los llevará a lapráctica. Y la que inventará otras muchas.

Es ella, su existencia, la que ha hecho posible queFidel, vigilante y apasionado en la inspiración martia-na, desencadenara una vez más, siempre lo ha hechocon uno u otro recurso, la Batalla de Ideas. Y que entreellas, encontrara lugar preferente el humanismo huma-nitario e internacionalista. De esa inmensa cantera sehan movilizado miles de jóvenes, muchachas y mu-chachos y otros menos jóvenes pero nacidos o educa-dos en estos tiempos de fundación, casi todos médi-cos y enfermeras, o educadores, para servir en no pocospaíses de la América Latina, en combate abierto contrala enfermedad y la ignorancia, enemigos principales delos pueblos cuando la desigualdad y la marginación sonley invisible y situación real bajo el mando de las oli-garquías. Esta batalla en la que sirven y que ideó, orga-nizó y dirige el Comandante en Jefe prueba largamenteque la verdadera cantera, a la que hay que volverse, esesa, aquella que pudiera actuar para beneficio de todala sociedad convertida en núcleos de pensamiento yreflexión y acumulación de experiencias, y de la eva-luación de estas; asesorando y construyendo por to-das partes; no en plan sabihondero o dedicado a darlecciones; acumulándolas para sí mismas para aportarvisiones renovadoras o inéditas.

No es la primera vez que esta concepción del «cua-dro», o del potencial generado por la educación se tomaen cuenta; hace poco menos de dos decenios, cuandoestas cifras no habían sido alcanzadas, procesos casi

silenciosos renovaron en profundidad áreas fundamen-tales de la Revolución; las Fuerzas Armadas, que die-ron frescor generacional a su oficialidad y técnicossuperiores en términos de miles y el Poder Popular quepasó a ser dirigido provincia y municipio, por una se-lección de cuadros de alrededor de treinta años, losmayores de treinta y cinco y todos (o casi) graduadosuniversitarios.

Han pasado los años y acaso se han ido haciendoevaluaciones; las que impone la vida y el diario queha-cer en las Unidades y regiones o poblaciones; es evidenteque unos despunten y crezcan y otros no o no lo sufi-ciente. Pero este acudir a la inagotable cantera, cadavez más extensa y con mayor posibilidad cualitativa,va probando que no es camino a subestimar; y másbien de urgencia. Será el único modo de romper elcastigo intelectual y ético de contemplar la creatividadque emana de la inteligencia cultivada sustituida porcorreas de transmisión siempre a la espera, y casi siem-pre renunciantes a ofrecer iniciativa o aporte. No puedesostenerse viva, actuante, vigilante, creativa, organi-zación o institución social, política, o de especialización,investigación, de carácter alguno, si llega a convertirseen sistema de transmisión que se autoeduca para serloy nada aporta. Es necesario sembrar por todas partescentros de reflexión, evaluación, creatividad, en los quela inteligencia, el espíritu revolucionario-revolucionadortenga presencia.

No veo otro camino y marcadamente en tiempos deconfrontación sobre todo ideológico-ética que sostener,ampliar y convertir en fuerza principal una batalla deideas que tendría que ser tarea de la sociedad toda yde cada conciencia. Temo servirme de un lenguajeequívoco dado que la burocracia y su inmovilismo vis-ceral dominan demasiados parajes. No se trata de pro-poner ventanas cerradas. Ni sería sano, es empobre-cedor del alma. Ni sería productivo, quienes sueñen encerrarlas verán otras abrirse. Ni es honesto, suponeirrespeto a la inteligencia y eticidad del prójimo. Todolo contrario, se trata de abrir ajustándose a principios yvolcados hacia la inmensidad diversa de la realidad.

Realidad inmensa y a veces de apariencia indiferen-ciada, y aportadora de diversidad ilímite pero pese a

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todo inteligible y conceptualizable, al menos en lo in-mediato y en el inmediato que nos concierne.

Entre la globalización que globaliza mundos y otrosmarginaliza para prolongar, perfeccionar y enmascararla explotación; entre el poder de los llamados Medios,extensiones del hombre que suelen no dar más opcio-nes sino atrapar en vertiginosidad y fragmentación desus mensajes llevando a confusión obnubilante, quierodecir a ceguera; entre un juego de virtualidades en quelo real y lo irreal invaden terrenos que les eran inéditoshasta provocar una vez más con características pro-pias el caos financiero internacional que vivimos; entrela decrepitud de un sistema que se niega a morir y acu-de a los más contradictorios asideros negando su pro-pia ideología socioeconómica, y seguramente solotemporalmente, para sobrevivir; entre tanta guerra ge-nocida, crueldad inmisericorde, sacrificio de millonesde seres; entre tanto horror, dolor, desgarramiento, aso-ma y se hace sentir, sin embargo, pese a todo, se hacesentir la esperanza, y de ella son portadoras, hoy y antetodo, y como fue soñado, los pueblos y el renacer deuna América Latina que se levanta otra vez decidida acumplir su destino, a hacerlo viable, a impedir que se lecontamine con la ideología de la derrota, el servilismo,la humillación identitaria. Y está ahí una juventud quedespierta al pensamiento, y a la vida, con ímpetu queparece restablecer ese inicial balance imprescindible pararomper barreras. Es el ímpetu revolucionario de haceunas décadas que renace en otras circunstancias, connuevas posibilidades, con la lucidez de la experienciahistórica y con su propio mensaje, menos apoyado enlo que pasó allá; volcado sobre su propia vivencia, lasuya y la de generaciones precedentes y aconteceresque perduran en la realidad y la memoria.

La Revolución Cubana, que llega a su Aniversario50 (el del triunfo), no ha propuesto jamás modelo, ymenos el de su propio ser o acontecido. Ha propuestocon su ejemplo prédica sin acto. Pero sin inmediato yactivo reflejo en la realidad real no pudiera ser conside-rada más allá de ejercicio del intelecto, acaso valiosopero sin relación con el espíritu revolucionario. Ha pre-dicado y llevado a la práctica de mil modos, y siempre,el internacionalismo revolucionario (que es, por defini-

ción, humanitario y humanístico). En África de la quetodo Occidente y también la América Latina, y tam-bién, en ella, Cuba, somos deudores; en la AméricaLatina, ayer y hoy; y también en Asia, la RevoluciónCubana ha probado la autenticidad de ese carácter. Y lohace cada día con miles, decenas de miles de interna-cionalistas, a los que hemos hecho anterior referencia,trabajando y entregando saber y solidaridad a veces enpaíses cercanos y otras a miles de kilómetros de lapatria, de la familia, de los afectos personales.

Esta siembra, ejercicio de la solidaridad con las per-sonas, una a una, en países y regiones de culturas,lenguas, tradiciones diversas, fraternidad en gestos queno tienen fronteras ¿será proposición de un modelo?Acaso sí, pero no de organización social o económica;diré que de eticidad, eticidad que precede a toda otraacción o valores.

Seguramente es por eso, por la eticidad que acom-paña siempre toda referencia o imagen o acontecer dey en la Revolución Cubana, que Cintio Vitier pudo con-cebir y escribir, poema en prosa, Ese sol del mundomoral que, si no es, debiera ser libro de texto en nues-tras Escuelas todas. Es esa eticidad la que sí podemosconsiderar modélica. Es esa eticidad la que me permi-tirá decir que si no me es posible intentar balance de laRevolución Cubana en su Aniversario 50, en cambiome atreveré a afirmar que ese balance que se hará mástarde y revelará seguramente líneas de diseño planea-das y realizadas, o encontradas o descubiertas en elcurso histórico, cierra en este período equivalente a unmedio siglo, Cincuenta Años, un ciclo de su Historia yen la Historia de la América Latina, porque el núcleo desus ideales, algunos de entre los más importantes casiplenamente realizados en Cuba (el Saber, la Dignidad,la Salud, la Independencia), encuentran ahora, hoy,formas de realización, de ser, de encontrar realidad enbuena parte de la América Latina, la patria grande.

No hemos podido, latinoamericanos en conjunto,evitar las derrotas, y entre ella la más dura, un largoperíodo en que el exterminio de la izquierda y de suscuadros operó como objetivo principal del Imperio ysus intermediarios, y para Cuba, cerco y acoso que noha dado tregua. Han sido años también, estos últimos,

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en que ha ido desencadenándose incontenible marearevolucionaria. Esa marea es portadora, por el carác-ter protagónico de la juventud y por la experiencia acu-mulada, regalo de la historia, de una renovación enhondura que comparta regreso combativo a la realidadreal con rechazo de todo mimetismo y especialmentedel que resulte de esclerosis ideológica. Se hace másclara e irrenunciable la toma en cuenta de la persona,una a una y también en conjunto; es decir, de vidas,problemas, urgencias, sensibilidades. De cuanto andaescondido a veces en vericuetos laberínticos de la so-ciedad y de su protagonista principal, la persona.

Inmensidad del mundo y las opciones que se abren,caminos a recorrer, revaloración de principios capita-les, seleccionar decidir sin permitir que el fárrago or-ganizado por el exceso aparente y el vacío real invadana partir de eso que se da en llamar generalizando virtualy que suele ser (no siempre ni obligadamente) banal.Selección y decisión son posibilidades que reserva lahistoria, aun antes de realizada, a la inteligencia y la sen-sibilidad cultivada. Sé que nos falta un paso, elevarla instrucción a la categoría de saber. Y su primeracondición será la curiosidad por el ansia de arrancarfragmentos a lo desconocido. No a lo conocido, a lodesconocido. Esa curiosidad, vocación por las inte-rrogantes, si a la Sociedad y al Hombre concierne serápor definición transformadora. ¿No será esa la esenciarevolucionaria de las revoluciones? ¿No será que elcarácter revolucionador de las revoluciones descan-sando en la autenticidad queda obligado a ser perma-nente? ¿No será que ante situación que nueva se revelalos protagonistas de la Revolución, nuestra o cuales-quiera, tendrán que encontrar, inventar, probar even-tuales soluciones, acaso correr riesgos, conservar esepoder que da la rienda al jinete y al mismo tiempo ejer-cerse en la andancia? ¿Será entonces, como con fir-meza de convicción, que la Revolución tendrá siempreque desbordarse e invadir cada día y los futuros? Es loque creo. Sueño y predicción en la esperanza.

Claro que la Revolución Cubana, cincuenta años des-pués equivalente a medio siglo, podrá ser evaluada frag-mentaria como que cierra un Ciclo; y es un ciclo al quehe querido acercarme en algunas de sus fundamentales

aristas; no sé si lo he logrado; y además no sabría hacermás. Será más tarde, y a lo que parece serán otras gene-raciones las que evalúen y se sirvan de las experienciasy valores perdurables, que sé muy bien no serán pocos yson ya cimiento de futuro, acaso no lejano.

Es que ya podemos conceptualizar y describir lo queen apariencia parecía imposible dado el entrecruzamien-to de aconteceres que reflejan caos. Es el caos de underrumbe. Para quienes lo viven en el corazón del impe-rio global tal vez no definitivo, pero sí definitivamenteconducente a otras reglas, modelos, habilidades, más-caras ¿y quién sabe? Ya sabremos. Pero para nosotros,latinoamericanos, que hemos vivido hace muy poco tresCumbres históricas, ese reloj que se atribuye a la histo-ria ha dado salto de por ahora inmedibles grados.

Se inaugura un nuevo período, cerrando ciclo en laHistoria de América la Latina, no solo de Cuba. El sueñode Bolívar, que fue el de José Martí y el de Fidel, cobraformas en un grado u otro con lenguajes diversos, y elmás claro y audaz en la Venezuela que al proclamar laRevolución Bolivariana se vuelca fraterna y solidaria haciaotros pueblos y regiones de la América Latina y el Cari-be. Y es allá, en ese marco, en esa Revolución, donde haquedado expresado sin ambages la urgencia de redise-ñar el Socialismo, un Socialismo que se corresponda conel Siglo XXI, el que vivimos y que pudiera ser herederode toda experiencia en cuanta aprovecharla pero que notendrá que ser, porque no es, deudor. No será segura-mente el único aporte intelectual, ideologizado o prácti-co. Ya sentimos y apreciamos otros aportes entusias-mantes a ese socialismo del siglo XXI que solo construirála realidad, quiero decir las realidades.

Porque las tres Cumbres sucesivas y paralelas con-firmaron que el sueño ideal, utopía precursora de Bolí-var, de Martí y de Fidel (al que ha dedicado vida), co-mienza a realizarse, Raúl pudo decir con pena y orgullorevolucionario y ético: «que lo que lamentaba era queFidel no estuviera sentado allí en ese momento».

Y que recordase que hace quince años en Salvadorde Bahía, Fidel afirmara: «Ayer fuimos colonia; pode-mos ser mañana una gran comunidad de pueblos es-trechamente unidos. La naturaleza nos dio riquezas in-superables, y la historia nos dio raíces, idioma, cultura

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y vínculos comunes como no tiene ninguna otra re-gión de la Tierra».

Se cierra un ciclo en la Historia de la RevoluciónCubana, tan entrelazada fraternalmente con toda la

América Latina y el Caribe, en el principio de la unidaden la diversidad. Ese ciclo se cierra igualmente, comoya dicho para la Historia de la América Latina y el Cari-be y termino así, subrayándolo. Es mi convicción. c

ALEJANDRO SALAS (Venezuela): S/t, 1967-1973. Construcción de plástico y metal, 78 x 80 cm

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La Revolución Cubana tuvo lugar en un contexto religioso muy es-pecífico. Desde el siglo XV, Cuba, como territorio, fue incluido enla relación mercantil entre Europa y América, lo cual marcó la si-

tuación religiosa del país. El catolicismo, traído por los colonizadores, fuedesde esa época la religión dominante y casi exclusiva después de la desa-parición de las poblaciones indígenas. Por eso, de manera contraria a lo quesucede en otras naciones del Continente, se encuentran en la Isla pocastrazas de la religión de los pueblos originarios.

Para compensar la extinción de los indios, y reemplazar la mano deobra que había desaparecido, se importaron africanos esclavizados. Laesclavitud duró hasta el siglo XIX. Los esclavos que venían con susreligiones tradicionales, solamente las podían ejercer en la clandestini-dad, mientras que debían aceptar el bautismo católico e introducir suscreencias y prácticas religiosas dentro de las formas culturales del cris-tianismo.

La colonización española, con el catolicismo como religión oficial,en gran medida legitimadora del colonialismo, creaba condiciones eco-nómicas y políticas favorables a la difusión de la fe cristiana. Hubovoces, como la de Bartolomé de Las Casas, que condenaron la injusticiade la esclavitud, pero sin cuestionar al sistema mismo.

Cuba fue una de las últimas colonias de España en independizarse. Ladominación colonial duró hasta el fin del siglo XIX, y su independenciase estableció después de la guerra entre este país y los Estados Unidos.Durante la última etapa colonial, el poder político utilizó a la Iglesiacatólica como instrumento de sumisión cultural, al prohibir, por ejem-plo, la formación de un clero local. Al momento de la Revolución Cuba-na, a fines de los años 50, un tercio del clero católico era todavía ex-tranjero, en su mayoría español.

FRANÇOIS HOUTART

La religión en la Cuba revolucionaria

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Si el catolicismo no tenía el mismo grado de inser-ción cultural en los medios populares, en particular enlos medios rurales, que en otros países latinoamerica-nos, su papel social era, sin embargo, importante. Lagran mayoría de la población era bautizada católica.La proporción de matrimonios y de funerales católicostambién era elevada, aunque la asistencia a la misa domi-nical alcanzaba apenas el 10%, según una encuesta delos años 50. La atención pastoral y la catequesis eranmínimas en el campo, por falta de agentes religiosos. Enuna nación socialmente dual, los actos religiosos comoel bautizo o el funeral en la iglesia, aseguraban ciertainserción social a las clases subalternas. Las devocio-nes populares, como a san Lázaro, tenían un carácterde protección importante de tipo social, curativo y si-cológico. Mientras la virgen de la Caridad, o del Cobre,tenía un sentido nacional, símbolo, en el orden religio-so, de la unidad de la patria cubana, pero también en losmedios populares, objeto de demandas de protección.

En La Habana, ciudad de algo más de un millón dehabitantes en aquel tiempo, había dieciséis parroquiascon treinta y dos sacerdotes. Al mismo tiempo, más dedoscientos sacerdotes se dedicaban a la enseñanza enescuelas secundarias y superiores. Cuando se recuer-da la función social de estas escuelas privadas, se pue-de concluir que esta significaba, deliberadamente o no,una opción real de clase.

En verdad, no podemos ser demasiado simplistas.La Juventud Obrera Católica (JOC) también actuabaen los medios obreros, con una visión de crítica socialinspirada por la fe cristiana. Sin embargo, como insti-tución, la Iglesia católica no era identificada con losmedios populares, culturalmente influidos por una reli-giosidad de origen múltiple. Al contrario, estaba máscercana cultural y socialmente a las clases altas y medio-altas, participando así en su reproducción social.

Las Iglesias de la Reforma estaban todavía muy vin-culadas a sus orígenes, generalmente norteamericanos,y, con pocas excepciones, actuaban en las clases mediasurbanas, también en instituciones educacionales. Entanto los cultos afrocubanos eran marginados o fol-clorizados, tanto por las iglesias cristianas como por lasociedad blanca, sea política, cultural o académica.

Con la Revolución hubo otro tipo de reconocimien-to de las clases populares, que, inmediatamente, tuvoun impacto sobre los actos religiosos. El número debautizos se redujo a casi un tercio en muy poco tiem-po, en gran parte por el hecho de que existían nuevasformas de reconocimiento social. Los actos públicosde devoción fueron limitados por el nuevo poder polí-tico, ya que servían, en ocasiones, de forma veladacomo protesta por parte de opositores a la Revolución.Después de un incidente grave de esta índole, cientotreinta y dos sacerdotes, en su mayoría extranjeros,junto con el obispo auxiliar de La Habana, monseñorEduardo Boza Masvidal, fueron expulsados del país.El servicio militar de seminaristas de varias Iglesias serealizó en los primeros años de la Revolución, en bri-gadas especiales, con grupos de «antisociales».

Con la extensión de la educación pública y la nacio-nalización de las escuelas privadas, un gran número dereligiosas y religiosos abandonaron el país, a pesar devarias mediaciones de la Santa Sede para que se que-daran y asumieran otras tareas pastorales en las insti-tuciones parroquiales. Así, durante algunos años, lasrelaciones no fueron fáciles entre el Estado revolucio-nario y las Iglesias, en particular la católica. Sin em-bargo, nunca se interrumpieron las relaciones entreCuba y la Santa Sede, y el encargado de negocios,monseñor Cesare Zacchi, jugó un rol moderador. Elembajador de Cuba ante la Santa Sede en Roma, LuisAmado Blanco, fue durante varios años el decano delcuerpo diplomático acreditado allí.

El éxodo de las clases altas y medioaltas redujo labase social de las Iglesias cristianas. Una parte de losque se quedaron se adhirieron al espacio religioso, entanto refugio político, si no antirrevolucionario. Lamayoría del clero de origen español interpretaba loseventos como la repetición de la Guerra Civil Españo-la, y muchos fueron expulsados. Miembros de la JOC,que habían apoyado a la Revolución, se retiraron delproceso, o fueron excluidos. Además, entraron en opo-sición o se exiliaron, cuando la Revolución se definiócomo socialista de inspiración marxista. La tensión erafuerte y la imagen mutua se transformó en estereoti-pos no siempre sin base: las iglesias católicas, fuerzas

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contrarrevolucionarias, y la Revolución, fuente de ateís-mo militante.

Las iglesias protestantes, sin embargo, siendo mi-noritarias, no fueron tan afectados por esta dicotomíay se adaptaron más fácilmente a la nueva situación.Mientras, los cultos afrocubanos se quedaron en sulugar de siempre, es decir, casi clandestinos, frente algran movimiento de emancipación social y cultural delas clases subalternas promovido por la Revolución.

Durante el período de influencia soviética, la oposi-ción a la religión prevaleció también en los manualesde enseñanza, a menudo traducidos del ruso. Trabajosen organismos oficiales fueron inaccesibles a creyen-tes, y la entrada a la enseñanza superior, difícil. Sinembargo, durante este período, hubo además otrosacontecimientos. Por ejemplo, a la muerte del papa JuanXXIII, el gobierno cubano decretó tres días de duelo,y recuerdo el servicio en su memoria, celebrado en laCatedral de La Habana.

A partir de la mitad de los 80, Cuba recuperó pro-gresivamente una relativa autonomía política e ideoló-gica. El primer hecho, el más visible, fue la largaentrevista de Frei Betto, el dominico brasileño, a Fidel,publicada en el libro Fidel y la religión, en el cual elentrevistado expresaba admiración, como también crí-ticas, pero sobre todo respeto. Hubo igualmente con-tactos con teólogos de la liberación y con cristianosrevolucionarios de la América Central, quienes ayuda-ron a mejorar las perspectivas de los actores políticosy de los intelectuales de la Revolución.

El catolicismo cubano, por su parte, realizó en 1986una reflexión importante sobre su propia realidad y sufunción en la sociedad. Después de varios meses depreparación, el Encuentro Nacional Eclesial Cubano(Enec) redactó y aprobó en 1986 un documento quecontenía una orientación nueva. Evidentemente, las in-terpretaciones ulteriores fueron disímiles, debido a ladiversidad interna del catolicismo cubano y de las varia-ciones en la relaciones entre la Iglesia y el Estado. ElConsejo Ecuménico de Iglesias, por su parte, contribu-yó también a una reflexión teológica renovada, especial-mente por medio de su revista, que se difunde en variosmedios de la sociedad cubana. El Centro Memorial Martin

Luther King Jr., nacido en aquella época, contribuyócon sus obras y trabajos de reflexión a la creación deotro clima, sin hablar del trabajo de base de varios gru-pos de cristianos con víctimas del sida, por ejemplo.

La actitud oficial cambió durante este período. ElIV Congreso del Partido Comunista de Cuba (1991)suprimió las disposiciones que impedían a un creyen-te ser miembro de la organización. Asimismo, en elseno de la Academia de Ciencias nació el departamen-to de Estudios Socio-Religiosos, cuyo promotor yalma, Jorge Ramírez Calzadilla, realizó con su equipoexcelentes trabajos de investigación sobre las religio-nes en Cuba: el catolicismo, las diferentes ramas delprotestantismo, las diversas religiones afrocubanas,como la santería o regla de Osha, la tradición espiri-tista de Alan Kardec, el judaísmo, el budismo, el is-lam, entre otras.

A principio de los años 90, la combinación de lacaída de la Unión Soviética junto con un bloqueo acen-tuado por parte de los Estados Unidos llevó al país auna situación dramática. El PIB disminuyó en un 37%.Eso tuvo su impacto sobre el panorama religioso. Unestudio del departamento de Estudios Socio-Religio-sos del Centro de Investigaciones Psicológicas y So-ciológicas (Cips) lo demostró claramente. La «deman-da religiosa» aumentó y favoreció a todos los gruposreligiosos. El número de bautizos creció; nuevos mo-vimientos religiosos, en particular pentecostales, semultiplicaron: las religiones de origen africano salieronde su semiclandestinaje histórico; las devociones po-pulares (principalmente a san Lázaro) tomaron unanueva dimensión.

Es en este período cuando se realizó la visita delpapa Juan Pablo II a Cuba. Su resultado positivo, elreconocimiento mutuo de los dos líderes, fue el frutode la evolución que comenzó desde la década de losaños 80. La actitud leal, aunque a veces crítica, devarios intelectuales cristianos había contribuido a cons-truir poco a poco un clima general diferente. Accionesexteriores de solidaridad con Cuba, como las de Pas-tores por la Paz, en los Estados Unidos, fueron tam-bién factores de cambio por un mejor reconocimientomutuo. Al momento de la enfermedad de Fidel, varias

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Iglesias cristianas, y los cultos africanos, pidieron ora-ciones por la mejoría de su salud y organizaron servi-cios religiosos con esta intención.

En las últimas décadas del pasado siglo y hasta elpresente, en un contexto de considerable progreso delas relaciones entre el Estado y las religiones tradicio-nales de Cuba, se desarrollan nuevos movimientos re-ligiosos en la Isla, como en el resto del Continente lati-noamericano o en África. Son generalmente de origenestadunidense, pero también, en los últimos años, deBrasil y de México, y de ordinario organizan cultos sinautorización previa. Su teología se inspira en la doctri-na del éxito económico y tienen algún impacto en me-dios populares. El hecho se interpreta vinculado a una

tentativa de desestructuración cultural, no exenta deintencionalidad.

Durante los cincuenta años de Revolución en Cuba,hubo períodos de relaciones difíciles entre el Estado yvarios grupos religiosos, pero nunca hubo persecu-ción, como algunos lo pretendieron. Ciertamente, elateísmo recibió un reconocimiento cultural que no te-nía antes de la victoria revolucionaria. Durante un tiem-po hubo una tendencia a privilegiarlo, al mismo tiempoque hubo un desprecio hacia las religiones, y con unEstado hostil. Hoy día tenemos un Estado laico impar-cial, frente a las varias religiones, que reconoce la exis-tencia de un espacio público religioso, si bien algunosgrupos religiosos querrían extenderlo más. c

MATILDE PÉREZ (Chile, 1917): S/t. Serigrafía, 1973

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or qué reflexionar, celebrar, saludar y escribir sobre los cin-cuenta años de la Revolución Cubana? ¿Se trata acaso de un«cumpleaños»?

NÉSTOR KOHAN

¡Salud a la Revolución Cubanapor los próximos cincuenta añosde combate!

¿PSinceramente las efemérides no son lo que a nosotros más nos inte-

resa ni lo que más nos simpatiza. En la batalla de las ideas y en la luchapor la hegemonía lo que define es el contenido político, no el calendario.Ya tuvimos oportunidad de lidiar, tragar amargo y hacernos bastantemala sangre con el «cumpleaños» light y descafeinado del Che en juniode 2008, cuando algunos oportunistas y acomodaticios que siemprevan nadando con la onda del momento aprovecharon para llevarle floresy rendirle tramposo «homenaje» como una manera de cerciorarse deque se trataba de un cadáver, prestigioso y con mucho marketing, perocadáver a fin de cuentas. Un muerto servido y condimentado al gustodel buen nostálgico. Como si eso no alcanzara, congelado en el bronce deuna estatua que, faltaba más, no podía llevar fusil... ¡no vaya a sucederque a nuevos jóvenes se les ocurriera continuar con su ejemplo insur-gente en el siglo XXI!

No se trata entonces de festejarle el cumpleaños a nadie, ni a los«héroes» individuales ni tampoco a un proceso social colectivo, entra-ñablemente querido y admirado, como es la Revolución Cubana. Si asífuese, cincuenta años representarían «la madurez», el «sentar cabeza»,el inicio de la vejez y el ocaso (en este caso el comienzo del declive deun proceso de cambio).

¿Acaso eso estamos conmemorando? ¡De ningún modo! ¡No lo per-mitiremos!Re

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La Revolución Cubana que nos enamoró y a la queseguimos queriendo intensamente con la cabeza y elcorazón no es la del «realismo», la «geopolítica» ni lamadura «razón de Estado».

Como lo hemos expresado durante años en la prác-tica política cotidiana y en las filas de varios colectivosmilitantes defensores de la Revolución Cubana, en laformación política del movimiento de Cátedras CheGuevara de la América Latina, en libros, artículos yensayos, para nosotros la sola mención de Cuba, de laRevolución socialista y de Fidel, significan algo bienpreciso y determinado. Cuando nos hablan de ellos nosvienen a la mente dos procesos inseparables y entrela-zados: rebelión y revolución. Ninguna de las dos, cree-mos, pueden ser recluidas en el polvoriento baúl de losrecuerdos ni en el triste museo de homenajes a un «pa-sado glorioso»…

La Revolución Cubana es hoy –debe serlo– sinóni-mo de resistencia al imperialismo y persistencia en elintento por defender las conquistas culturales y losderechos sociales de la transición al socialismo, juntocon la indisoluble unidad de liberación nacional y pers-pectiva anticapitalista.

La vitalidad de la Revolución Cubana tiene que vercon el futuro, no con la nostalgia complaciente y lossuspiros traicioneros de «aquellos buenos viejos tiem-pos que se han ido y ya... no volverán».

El ejemplo de la Revolución Cubana, prisma de lasesperanzas más ambiciosas, los deseos más indomes-ticables y las rebeldías más osadas, es el de la recreaciónpermanente de los proyectos de cambios radicales.Nada más lejos de ese horizonte que la burocracia, lacorrupción, el enriquecimiento, la diferenciación declases y el mercado, como alertó Fidel en su célebrediscurso pronunciado en la Universidad de La Habanael 17 de noviembre de 2005.

La dignidad de la Revolución Cubana, la de su pue-blo y la de su dirección política e histórica, se ha gana-do con justicia en la confrontación con el imperio máspoderoso de la Tierra.

Esa es la Cuba que admiramos, respetamos, quere-mos y defendemos. Lo hicimos, lo hacemos y lo se-guiremos haciendo.

No una Revolución «jubilada», cansada y exhausta,atada a la razón de Estado y a los compromisos condiversos gobiernos burgueses de la región (como fueel triste e indecoroso final de la Unión Soviética).

¿Cómo sintetizar entonces medio siglo de Revolución?Quizá con pocas pero entrañables palabras: dignidad,herejía, originalidad, audacia, osadía, autoestima po-pular, tozudez, patriotismo, internacionalismo, ética,cultura y subjetividad comunista.

¿Qué significó históricamente la Revolución Cubana?A nuestro entender, la recomposición del espíritu de

ofensiva de los «años radicales» de la década del 20,opacados por la sombra gris y mediocre de hegemoníaestalinista y populista durante casi treinta años.

Recuperar hoy ese mismo espíritu de ofensiva,ochenta años más tarde que Mariátegui, Mella y Fara-bundo Martí, y cincuenta años después de aquel heroi-co ingreso del Ejército Rebelde en La Habana, es lagran tarea de una nueva generación continental. Tareaque solo podrá concretarse en aguda e impiadosa dis-puta contra los viejos y los nuevos reformismos. Losmismos reformismos que en su momento insultaron aMariátegui y condenaron el asalto al cuartel Moncadaen nombre de la supuesta «falta de condiciones para lalucha». Un leitmotiv que reaparece periódicamente...década tras década...

Espíritu de ofensiva, bien, pero... ¿ofensiva contraqué y contra quién? Contra el capitalismo, contra elimperialismo, y contra las corrientes ideológicas quelos legitiman (principalmente el posmodernismo, perotambién el posestructuralismo y el posmarxismo). Sinembargo no solo contra ellos. También contra quienesapuntan –con lenguaje seductor, edulcorado y engaño-so– a revertir los logros de la Revolución Cubana res-taurando paulatinamente los trillados mecanismos mer-cantiles y en definitiva el capitalismo.

¡Sí, de eso se trata, de recuperar la ofensiva tras lainternación en terapia intensiva durante un cuarto desiglo para los proyectos revolucionarios!

Y en ese camino, vertiginoso y arriesgado pero apa-sionante, aprender de la Revolución Cubana y de suliderazgo histórico. ¿O acaso Fidel y el movimiento 26de Julio, junto con todo el pueblo cubano, hicieron la

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Revolución siguiendo los «consejos» de alguien? ¿Res-petaron acaso el Ejército Rebelde y todos los jóvenesque lo integraron y acompañaron la geopolítica de otrosEstados? ¿El 1 de enero de 1959 se privilegiaron, qui-zá, las necesidades diplomáticas de países amigos?

¡No! Definitivamente, no. Fidel siguió su propio ca-mino. Por eso triunfó. De eso se trata, de adoptar yaplicar su método de análisis y actuación de aquel en-tonces. Hoy necesitamos independencia mental. No ce-ñirnos a los «consejos» de nadie. No diagramar nues-tra agenda política y nuestra estrategia de confrontacióna largo plazo atando nuestras luchas a los compromi-sos coyunturales de ningún ministerio de RelacionesExteriores, incluyendo los de los Estados amigos y her-manos. Igual que hizo Fidel para poder triunfar. LaRevolución Cubana ha sido y es una excelente maes-tra. Esperamos haber aprendido la lección que nos en-señó.

Recuperar entonces y reactualizar el internaciona-lismo militante, el latinoamericanismo apasionado y laindependencia mental.

No dejarnos atrapar por los espantapájaros del ma-cartismo ni por los cantos de sirena de ese reformismoputrefacto y recalentado, que sigue oliendo tan mala pesar de que nos lo quieren presentar con envol-ventes perfumes.

La significación de la Revolución Cubana tuvo ytiene entonces alcance mundial.

¿Cómo entender la radicalidad del movimiento afro-descendiente en los Estados Unidos obviando la rela-ción de las Panteras Negras con la Revolución Cuba-na? ¿Puede tal vez desconocerse la influencia de Fidely el Che sobre los jóvenes rebeldes del 68 europeo? ¿Yla solidaridad con Vietnam? ¿Quién puede borronear lapresencia solidaria de la Revolución Cubana en la libera-ción de Angola y el fin del apartheid sudafricano? ¿Y lainsurgencia latinoamericana? ¿Cómo comprender la teoríade la dependencia, la pedagogía del oprimido, la nuevanovela y el nuevo cine latinoamericano o la teología dela liberación sin el terremoto de 1959?

Ningún continente quedó al margen del huracánsobre el azúcar.

«Nuestro campo de batalla abarca todo el mundo»,insistía Fidel cada vez que podía. Nosotros seguimoscreyendo en eso. ¿Está mal?

Que la Revolución Cubana no abandone ese inter-nacionalismo resulta esencial para su supervivencia.No es la política diplomática del «buen vecino» la quefrenará la voracidad y la agresividad del imperialismosino la emergencia de nuevas luchas radicales y el for-talecimiento de las que ya existen.

Seamos claros en este sentido y evitemos cualquierposible ambigüedad. Nos repugna el lenguaje de loseufemismos y las medias tintas. Solo la verdad es re-volucionaria. Hoy más que nunca hay que apoyar lasluchas de la insurgencia en la América Latina como lamejor manera de solidarizarnos y defender a la Revo-lución Cubana. Para que Cuba no siga peleando solitafrente al imperio más poderoso de la Tierra hacen fal-tan nuevas resistencias. Y cuando hablamos de insur-gencia nos referimos explícitamente a la mexicana y ala colombiana, pero principalmente a esta última, bas-tante más poderosa y mucho más radical que aquellaotra (no casualmente mucho más demonizada desde elmacartismo yanqui y sus medios masivos de manipu-lación que pretenden asociarla con el narcotráfico odeslegitimarla llamándola «terrorista»). A no engañar-nos, compañeros y compañeras. Cada golpe dado porla insurgencia contra los gringos en Colombia resultainfinitamente más solidario con la Revolución Cubanaque mil turistas que pasean bronceados y se tomanfotos por las playas de Varadero.

Cuba y su Revolución, tan querida y tan admiradapor todos nosotros, no pueden ni deben abandonar alos movimientos sociales latinoamericanos ni darles laespalda a las experiencias políticas más radicales enaras del entendimiento o la convivencia diplomática congobiernos que, supuestamente, no atacan a Cuba.

La mejor solidaridad con la dignidad de esta Revo-lución caribeña que hoy cumple cincuenta años y consu heroico pueblo que la ha sostenido cada día y cadaminuto frente a la bestia imperial, la solidaridad máseficaz, la más digna, la más justa, la más realista, con-siste en continuar la confrontación contra el capital,

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organizarse, prepararse para acelerar las luchas, re-cuperando el espíritu de ofensiva de los años 20 y losaños 60, combatiendo al imperialismo dondequiera queesté.

Seamos realistas. Pisemos firme. No nos maree-mos. Necesitamos ubicarnos en nuestra época. Puesbien. Ya no estamos en el desierto de los años 90, lasituación latinoamericana ha cambiado. Tenemos quedejar la mentalidad defensiva de aquellos años tristes ymediocres posteriores a la caída del muro de Berlín y laderrota del sandinismo en Nicaragua. La imposterga-ble solidaridad con la Revolución Cubana tiene que te-ner en cuenta ese dato.

En las nuevas luchas que se avecinan en este sigloXXI la bandera gloriosa de la Revolución Cubana segui-rá flameando. En cada barrio, en cada fábrica, en cada

hacienda, en cada escuela, en cada selva y en cadamontaña en que se levante una nueva generación in-surgente y revolucionaria habrá corazones palpitandojunto a Cuba.

Estamos seguros de que los trabajadores, las cam-pesinas, los estudiantes, las mujeres, los defensoresdel medio ambiente, las guerrilleras, los combatientesy todos los militantes latinoamericanos por el socialis-mo seguirán llevando en el corazón la estrella incan-descente de la Revolución Cubana, junto a la alegría yal ejemplo de su pueblo.

¡Salud, queridos hermanos y hermanas de Cuba!Nos seguiremos encontrando en la lucha...¡Hasta la victoria siempre!

31 de diciembre de 2008 c

MATEO MANAURE (Venezuela, 1926): S/t, 1978. Serigrafía, 455 x 905 mm. 3/10

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En diciembre de 2008, me detuve en La Habana después de pasardiez días en Venezuela. En Caracas me reuní con artistas y traba-jadores cubanos de la cultura que enseñaban sus técnicas –su dis-

ciplina– a personas que viven en las barriadas violentas de Caracas yotras ciudades. Lucho, un payaso de circo, habló de las gratificanteshoras suyas y de sus compañeros enseñando a los niños pobres a hacermalabarismos, caminar en zancos o pintarse la cara.

En una visita anterior a Venezuela, había hablado con médicos, enfer-meros y técnicos de la salud cubanos y presenciado una feria en la calleque los organizadores cubanos de la comunidad presentaban en Guare-nas, a unas treinta millas de Caracas, en la que los residentes participa-ron con regocijo. Algunos cubanos confesaron que extrañaban a sufamilia, pero de todos modos comprendían la importancia de su misión:al igual que los médicos voluntarios que en 2005 habían afrontado elfrío y el hielo en Pakistán para ayudar a los sobrevivientes en aquellugar, y en muchos otros momentos y lugares del mundo, los cubanosen Venezuela sabían que participaban en un proceso histórico que tras-cendía los sentimientos de privación: parientes a los que extrañaban, ladieta con que estaban familiarizados, el hogar y entorno. Los pacientesvenezolanos ponían por las nubes al equipo médico cubano, que disfru-taba con los elogios.

El 9 de diciembre, ahora en La Habana y caminando de Playa a mihotel, vi grupos de jóvenes en la calle, algunos bebiendo cerveza y escu-chando reguetón en una grabadora... a mediados de un día laboral. Misamigos me habían alertado sobre el aumento del nivel de delincuenciacallejera, sobre todo en diciembre cuando la gente necesita dinero paracomprar comida y bebida para las fiestas. Tres huracanes habían des-trozado la agricultura cubana y destruido cientos de miles de casas. Elestado de ánimo de los jóvenes «menos conscientes» de la calle, se meadvirtió, no era demasiado amistoso.

SAUL LANDAU

Recuerdos: 1960-1974

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Había oído alarmas similares en el transcurso de losaños, exageradas en la mayoría de los casos. En com-paración con muchas ciudades grandes, La Habanasigue siendo relativamente segura. Yo acababa de re-gresar de Caracas, con su conocida reputación de vio-lencia, había nacido y me había criado en Nueva Yorky vivía a unas puertas de Oakland, California, que conuna población de cuatrocientos mil habitantes en 2007había tenido ciento cincuenta asesinatos.

Un hombre a quien supuse de unos veinte años mepreguntó la hora como para reconocer el terreno. Son-reí y le dije que eran las dos y media de la tarde.

–¿No están trabajando hoy?Se encogió de hombros–¿Es canadiense? –preguntó.–De California –respondí–. Me preguntó si conocía

cubanos en los Estados Unidos. Trabajaba, dijo, en untaller de reparación de automóviles, pero estaba de li-cencia por enfermedad.

–No parece enfermo.–¿Qué más da? La mayor parte del tiempo estamos

sentados sin hacer nada.Sonrió y resopló.–Me siento mal en este desgraciado país.Se puso en pie y se marchó, tirando la colilla del

cigarro en la calle. ¿No le gustaba su empleo? ¿La es-posa lo acababa de dejar? ¿Le aburría hablar conmigo?¡Qué lejos estaba de los payasos cubanos y de los médi-cos de Venezuela! Sin embargo, ambos eran productode los cincuenta años de proceso revolucionario de Cuba,que he observado con mis propios ojos desde mayo de1960.

Cuarenta y ocho años y medio antes, cuando yo erade la edad de ese hombre (veinticuatro), llegué a LaHabana y pude haber dicho algo parecido a lo que estedesalentado joven acababa de expresar, pues mi vidaen los Estados Unidos, desempleado y tras haber aban-donado la universidad sin graduarme, me hacía sentirmalísimamente.

En Cuba, sin embargo, los muchachos de mi edado, al parecer, más jóvenes dirigían ministerios y lleva-ban barras de oficiales en los uniformes. Fidel teníatreinta y dos años, el Che y Raúl eran de menor edad

aún. Ese año viví seis meses en Cuba y fui testigo delincomparable torrente de adrenalina que brinda la ideade que se está haciendo historia. Vi cómo se sentabanlos cimientos para la reconstrucción de Cuba, una con-versión de colonia oficiosa de los Estados Unidos, quehabía practicado el capitalismo tercermundista hasta elenésimo grado, en una sociedad socialista empeñadaen la igualdad y la justicia social, una tarea al parecerhercúlea. Después de todo, un viaje de diez minutos enun caza bastaría para dejar caer bombas y cohetes es-tadunidenses que sembrarían la destrucción en la Isla.Y, por lo que he leído, esos eran precisamente los pla-nes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), dirigidapor la Casa Blanca.

Para el verano de 1960, se había difundido amplia-mente rumores de que la Agencia reclutaba exiliadoscubanos para crear una fuerza invasora. En julio de1960, mientras la CIA reclutaba exiliados en Miami,había visto a cubanos que montaban en la calle losfunerales de la compañía telefónica ITT, propiedadnorteamericana que Fidel había nacionalizado. Los «do-lientes» lanzaron al mar el ataúd de la compañía deteléfonos.

También viajé a Oriente y en Santiago de Cuba visi-té la barriada Manzana de Gómez. El olor a excrementoy basura en la calle me hizo prácticamente vomitar.Conocí al doctor Vallejo, quien administraba el Inra (Ins-tituto de Reforma Agraria) en la provincia de Oriente,que dirigía el programa de reforma de la tierra.

Le dije que había dejado la universidad para ver laRevolución. Me preguntó qué pensaba que era la Re-volución y le di una respuesta académica sobre el cambiode los sistemas económico y social. Rió y me dio unapalmadita en la espalda. «También es un cambio muyprofundo en la forma en que las personas ven el mun-do» –dijo–. «Ya verá».

Vallejo había servido en el ejército norteamericanodurante la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, mane-jaba los giros idiomáticos. Interrumpió su práctica comoginecólogo en Manzanillo, Oriente, para unirse a la Re-volución. Relató la historia de cómo había entregado aKing Ranch, filial de la famosa propiedad tejana, los do-cumentos en que se ordenaba su expropiación.

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Conocía al administrador y a su esposa porque ha-bía sido yo quien la había asistido en sus partos. Leanuncié que tenía malas noticias y le entregué losdocumentos. Rió y me dijo que yo era muy chisto-so. Llamó a su esposa, una mujer muy atractiva deTexas, y me ofrecieron café mientras yo les expli-caba que la orden de expropiación era real. No po-dían creerlo. Me aseguraron que eso significaría quelos marines vendrían a Cuba y que eso los mortifi-caba porque sentían que me debían mucho por ha-ber recibido a sus hijos. Fue un poco triste. Peroese es el dramatismo de la Revolución. Los ameri-canos no pueden creer que una antigua colonia, aun-que no oficial, pueda seguir su propio destino. Nosconsideramos parte de un proceso que comenzóhace casi cien años [se refería a la primera guerra deCuba por independizarse de España] y de la que lamayoría de mis amigos americanos no saben nada...ni siquiera los graduados de historia, me la juego.

Tenía razón. Los funcionarios que autorizaban losdisparos y bombas que escuché casi todas las nochesde regreso a La Habana apenas conocían o les impor-taban las motivaciones de la Revolución Cubana. A losdisparos y explosiones que oía se les calificaba de des-obediencia engendrada por trucos sucios, operacionesencubiertas o cualquier otro nombre. Maestros cuba-nos y miembros de la Milicia murieron en algunos sa-botajes o incursiones contrarrevolucionarias.

También vi manifestantes que marchaban jubilososen julio, después que Eisenhower cortó la cuota azuca-rera cubana en respuesta a la nacionalización por Cubade las refinerías petroleras propiedad estadunidense.

«Sin cuota, pero sin amo», se leía en las pancartasque llevaban los manifestantes.

«Sin cuota, pero sin ano», bufó Guillermo CabreraInfante, que caminaba junto a mí. Esto era reflejo desu profundo cinismo, cualidad que dio origen a un hu-mor y una visión tan oscuros sobre la naturaleza som-bría del alma del intelectual masculino.

Guillermo desertó en 1964. Otros amigos que habíahecho en Lunes de Revolución se marcharon tambiénpor una variedad de razones, desde políticas hasta

sexuales. Recuerdo al traductor Juan Arcocha, al na-rrador Calvert Casey, al cineasta Néstor Almendros y,por último, al poeta Heberto Padilla.

Como el hombre desdichado que encontré en la ca-lle en el año 2008, perdieron su oportunidad deconvertirse en agentes históricos. Cabrera Infante es-cribió novelas importantes y Padilla publicó buenospoemas. Arcocha y Casey desaparecieron incluso dela escena literaria. Néstor ganó premios Oscar. Cadauno de ellos se asustó, se sintió insultado personal-mente o sencillamente «se hartó» de las indignidadesque acompañan a una revolución donde las masas suelenadoptar decisiones que afectan a los artistas. Ningunose había comprometido durante la insurrección, aunqueodiaban a la dictadura de Batista. Los revolucionarios,aprendí, se comprometen, comprometen sus vidas. Esolos diferencia de los simpatizantes.

Yo había estudiado las Revoluciones Francesa y Rusa,pero en Cuba fui testigo del poder de las ideas: palabrasconvertidas en hechos, la movilización de cientos de mi-les de personas para la defensa, la construcción, la alfa-betización y el trabajo voluntario también provocaban laenemistad del imperio más poderoso del mundo.

En medio de esta montaña rusa de drama, los intelec-tuales sufrieron ofensas, bofetadas y desaires que, paraalgunos, fueron motivación suficiente para «desencan-tarse» y marcharse. La Revolución, esa palabra que re-presentaba la peligrosa producción que yo presenciaba,ofreció a cada ciudadano la oportunidad de desempeñarsu papel histórico, pero no necesariamente de escribirlas frases o acciones del papel. La Revolución incluyóen el elenco a quienes se ofrecieron para desempeñarun papel.

En abril de 1961, mi amigo, el poeta José A. Baraga-ño, peleó en Bahía de Cochinos. Había ido en su carrodesde La Habana a la zona de combate, se había unidoa su compañía de Milicias. Otros amigos vivieron laterrible experiencia y siguieron participando en el peli-groso proceso de cambiar de comportamiento medianteinstituciones en cambio: revolución.

En enero de 1961, observé a un joven teniente –nocreo que se afeitara aún– supervisar el momento enque se izaba la segunda de dos ametralladoras antiaé-

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reas checas de cuatro bocas al techo del mezzanine delhotel Riviera. Modestamente le sugerí que sería buenomantener las ametralladoras alejadas, porque a un pro-yectil que cayera le sería posible destruir a las dos (en-trenamiento del Cuerpo de Oficiales de Reserva). Seme quedó mirando. Intenté imaginarme a mí mismo, oa cualquier otro de mis conocidos de la universidad,asumiendo a esa edad un nivel de responsabilidad tal.

–Tiene razón –admitió después de reflexionar y or-denó a miembros de su escuadra, quienes parecíantodavía más jóvenes, detenerse y colocar la ametralla-dora a unas cincuenta yardas de distancia. Los dossabíamos que pronto vendría una invasión, con o sinfuerzas estadunidenses. Había visto escuadras de laMilicia plantar explosivos bajo los puentes de la carre-tera a Pinar del Río y los medios de difusión estaduni-denses vomitaban historias de campos de entrenamientoen Guatemala.

El 7 de abril de 1961, Tad Szulc escribió sobre elentrenamiento y plan operativo de la CIA en Guatemalae incluso informó el lugar y día probables de la inva-sión: 18 de abril por Bahía de Cochinos. El editor delThe New York Times consultó a la Casa Blanca, y secuenta que el propio Kennedy dijo que no sería en elmejor interés de la seguridad nacional de los EstadosUnidos publicar la fecha y el lugar de la invasión. TheTimes eliminó ambas informaciones y las referencias ala CIA. Debió haber cambiado su divisa a «Se publicantodas las noticias que se adecuan a la seguridad nacio-nal». (Más tarde, Kennedy le comentó en broma al editorque, de haber publicado la información original, sehubiera ahorrado muchos problemas. Añado esta notaen referencia no solo a la forma en que los mediospudieron haber cambiado la historia, sino también paraatemperar la rectitud que despliegan los vástagos de laprensa estadunidense hacia la censura en Cuba.)

Me maravilló la victoria de Cuba en Playa Girón ycompadecí a Bob Taber, presidente del Comité de Tra-to Justo para Cuba (Fair Play for Cuba Committee), alque yo pertenecía, que fue herido por la metralla cuan-do fotografiaba la acción de cerca. Era la primera vezque los Estados Unidos sufría una derrota militar en laAmérica Latina, aunque con un ejército de exiliados

cubanos, a no ser que se cuente al Alamo (Texas noera un estado todavía).

En 1967, regresé con un equipo de rodaje de la USPublic Television. A fines de julio volamos a Santiagode Cuba. En lugar de la Manzana de Gómez había cua-dras de nuevas casas de apartamentos. Entrevisté encámara a algunos de los trabajadores que en un tiempovivieron en fétidas covachas que la Revolución derribóy sustituyó por un barrio decente. Los residentes nosmostraron con orgullo sus nuevas viviendas. Teníanempleo. El pútrido arroyo que corría por la calle detierra había cedido su lugar a aceras pavimentadas. Unhombre nos mostró con satisfacción la escuela y laclínica nuevas y señaló al hospital un poco más abajodel camino.

Los subdesarrollados caminos de campo que habíarecorrido siete años antes, por donde solo podían via-jar vehículos con tracción en las cuatro ruedas, habíansido pavimentados. En algunos de los pueblitos habíaescuelas y clínicas. Los funcionarios cubanos lleva-ban a los visitantes a un lugar desde donde se veía laBase Naval estadunidense de Guantánamo. Allí, un gru-po de baile de mujeres del ejército vietnamita presentóun ballet relacionado con la guerra. Las bailarinas viet-namitas agradecieron a Cuba la ayuda dada durante laguerra.

–¿Qué ayuda? –le pregunté a nuestro guía del Mi-nisterio de Relaciones Exteriores de Cuba.

Este sonrió. O no lo decía o no lo sabía.

Siete años más tarde, en julio de 1974, Fidel en-contró accidentalmente a una delegación de alto nivelde visitantes femeninas vietnamitas en una casa deprotocolo. Saludó entusiastamente a las invitadas ydescollando sobre una de ellas a quien casi le doblabala estatura, comentó:

–De verdad que hace calor hoy. Casi tanto comohacía en Quang Tri.

Le pregunté cuándo había visitado Vietnam y quéhabía hecho allí.

–El año pasado. Te lo contaré después –dijo.Todavía no lo ha hecho y tampoco se ha escrito la his-

toria de la contribución cubana a la guerra de Vietnam.

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Los periodistas y artistas invitados que asistían auna conferencia del Salón de Mayo, cantantes de mú-sica folk y miembros de organizaciones de solidaridadde todo el mundo se reunieron en Santiago para la ce-lebración del 26 de Julio.

Dos días antes, cientos de invitados1 habían sidollevados a Baracoa –en un viaje de ocho horas– dondepasamos a camiones con tracción en las cuatro ruedasen los que viajamos por un pedregoso camino del bos-que. Un coro de intelectuales europeos gemía sacrébleu (Dios santo) o expresiones similares; algunos reía-mos. Íbamos de pie en camiones abiertos con un vien-to que soplaba polvo rojo. Apenas podíamos recono-cernos unos a otros. Los camiones se detuvieron enun claro y vimos un camión refrigerador –Dios sabecómo habría llegado allí– y los cubanos descargaronpaleticas de helado para los invitados de rostros car-mesí, quienes rezongaban.

–Es por encima de todo un perenne anfitrión –obser-vó Lee Lockwood, quien acababa de escribir Castro’sCuba, Cuba’s Fidel, todavía el mejor libro sobre el lídercubano. En Gran Tierra, en el extremo oriental de laIsla, un nuevo proyecto de viviendas casi terminadoofreció unas cuantas duchas para varios cientos de via-jeros exhaustos. Emplazamos las cámaras. El sol se poníaen el Paso de los Vientos que separa a Cuba y Haití.

¿Había pretendido Fidel dar a los huéspedes extran-jeros una lección modesta de tolerancia ante las difi-cultades, como opinaba un escéptico francés? Fidelllegó en helicóptero con Stokely Carmichael, uno delos líderes del movimiento Black Power en los EstadosUnidos. Pidió disculpas por el difícil viaje y habló du-rante menos de dos horas. Cuando los fatigados con-currentes iniciaron el corto camino a los alojamientosimprovisados en Gran Tierra, vieron mesas del tamañode una cuadra con manteles, botellas de ron y cervezafría y camareros en esmoquin colocando fuentes dearroz con pollo.2

Fidel se unió al grupo y bromeó sobre las dificultadesque todos habían padecido. Tal vez les facilitaría com-

prender la experiencia de pasar más de dos años vivien-do en la Sierra cuando combatían al ejército de Batista.

Fidel utilizó su discurso del 26 de Julio para enseñarla misma lección a cubanos y a artistas europeos: «[...]entre el intelectual europeo y el campesino de la SierraMaestra, o el cortador de caña, existe en común [...] elafán por la dignidad del hombre». Esta sencilla fraseresumió la esencia que me atrajo a mí y a tantos milesdel mundo a la Revolución Cubana.

«Alcanzar el poder estatal», dijo Fidel, palidece antela tarea «de construir un nuevo país sobre las bases deuna economía subdesarrollada, la tarea de crear unanueva conciencia, un hombre nuevo sobre las ideasque han prevalecido prácticamente durante siglos ennuestra sociedad». Habló de la necesidad de combatir«las ideas viejas, los viejos sentimientos de egoísmo,los viejos hábitos de pensar y de verlo todo».

Sonaba como Cristo, Bolívar, Martí, don Quijote ySun Tzu, todos en uno. «[...] una unidad militar puedequedarse sin mando; pero mientras haya una escuadrahay el germen de un ejército guerrillero. ¡Y mientrashaya un hombre con un fusil, hay el germen de unejercito guerrillero!».

Su público: su propio pueblo, quienes apoyaban a laRevolución Cubana en todo el mundo y los que enWáshington toman las decisiones. «[...] no le pasará aeste país jamás lo que a otros, no habrá rendiciones,no habrá vencidos, porque siempre un hombre con unfusil [...] será extraordinariamente peligroso».

Recordó «la lista infinita de crímenes y fechorías»que los imperialistas habían «cometido contra este país.¿Qué posición moral tienen, qué derecho tienen, quéjurisdicción tienen para juzgar y castigar a este país?».Los poderosos y creativos estenógrafos de la Casa Blan-ca, que se dan el nombre de prensa libre, todavía nohan respondido la pregunta de Fidel.

–¿Y qué nos hizo Cuba a nosotros? –preguntó JohnBurton, ex presidente del Senado de California. Lugary momento: Sección de Intereses de los Estados Uni-dos, La Habana, diciembre de 2006.

El diplomático estadunidense dijo que el gobiernocubano violaba los derechos humanos.

1 En español en el original. (Nota de la traductora.)2 Ídem.

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Burton repitió su pregunta. El diplomático no tuvorespuesta.

En 1967, Report from Cuba apareció en la televi-sión pública de los Estados Unidos. En enero de 1968le pregunté a Fidel si podía hacer una película sobre él.Aceptó. Después de esperar siete semanas, comenza-mos un viaje por la Sierra Maestra y la Sierra Cristal.

Cada mañana Fidel escogía un tema y luego pensa-ba en alta voz. En enero de ese año, al clausurar elCongreso Cultural de La Habana, había hablado enpúblico de cómo Moscú había socavado el programarevolucionario latinoamericano. En el jeep, rebotandoen los trillados caminos de tierra de las montañas, fuemás allá de insinuar su desdén hacia los líderes sovié-ticos, de quienes había dicho que su comportamientopadecía de «entumecimiento patológico». Los contra-puso a «sectores del clero que se convierten en fuerzasrevolucionarias». Entonces preguntó, retóricamente:«¿Cómo vamos a resignarnos a ver sectores del mar-xismo [el Buró Político soviético] convertirse en fuerzaseclesiásticas?».

Continuó esta sorprendente crítica con una bromamordaz. «Esperamos, como es natural, que decir es-tas cosas no acarree la excomunión [risas] ni, por su-puesto, la Santa Inquisición».

En el jeep, reanudó su crítica a la política soviética yculpó a su «traición» de la muerte del Che. De haberllevado a cabo el Partido Comunista boliviano la misiónque sus líderes habían convenido, dijo con emoción, elfoco guerrillero dirigido por el Che hubiera tenido posi-bilidad de vencer. Pero, apuntó Fidel, Moscú impidióque un frente clandestino vital hiciera lo que su equiva-lente cubano había hecho durante la insurrección contraBatista en 1957 y 1958. Sin sabotaje urbano que minarala energía de las fuerzas represivas, sin información,suministros, armas y reclutas frescos, el foco tenía po-cas posibilidades de alcanzar buenos resultados.

La conversación parecía sincopar su ritmo a losrebotes del jeep, Las ideas de Fidel ejercitaban mi ce-rebro, mientras que el movimiento del jeep brindabaestímulo a mis riñones. Qué alivio cuando se detuvo.Fidel debía inaugurar, el 5 de julio, una nueva presa, El

Mate, que serviría a la región completa de Contramaes-tre. Después de muchos aplausos y un breve saludoa la multitud, Fidel comenzó a explicar la importanciade la tecnología para superar el subdesarrollo:

Un país que ha vivido con retraso técnico bajo ex-plotación económica no tiene siquiera la oportuni-dad de tratar de formar a un número mínimo detécnicos para llevar a cabo estas tareas, sin las cua-les no habrá forma de emerger de la pobreza, lamiseria y la dependencia absoluta de las fuerzas in-controlables de la naturaleza.

En la multitud, campesinos y trabajadores jóvenesescuchaban con avidez. Dada la ausencia de diarios,Fidel se había convertido, al decir de Lee Lockwood,en «el diario viviente de Cuba». Brindaba informacióny explicaba:

No inauguramos esta presa con la idea de que he-mos hecho algo grande. Es una presa importanteporque es la primera, porque se convirtió en unaescuela, porque nos dio experiencia, porque se cons-truyó con el entusiasmo, la buena voluntad, el cora-je y la tenacidad de nuestros trabajadores. Inaugu-ramos una presa que es solo el inicio del enormeempeño en recursos hídricos que debemos llevar acabo en todo el país.

Cuando Fidel detenía la caravana en los poblados demontaña, las casas parecían vaciarse según la gentecorría a verlo y, lo que es más importante, a quejarse.Los pobladores lo llamaban Fidel, en una atmósfera deconfianza total, por una parte, y adoración evidente,por la otra. Fidel escuchaba y muchas veces ofrecíaremedios. En un poblado le dijo al comandante Guiller-mo García, que conducía el jeep, que enviara una vacaF1 (una raza de cruce genético de cebú y Holstein,para dar más leche al lugar). En otro, un anciano espe-raba para pedirle a Fidel una casa.

Sentí que veía a un comunista comprometido a quienla historia había colocado en un escenario semifeudal,un señor feudal altruista que se ocupaba de su feudo

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socialista, aplicando valores comunistas en una tierraen que los campesinos vivían en chozas similares a lasque Colón hubiera podido encontrar.

Además, como en Cuba había pocos agrónomos ogenetistas pecuarios –la mayoría de los profesionaleshabía huido a los Estados Unidos– Fidel se había hechoexperto autodidacta en estas esferas. De noche, cuandose apagaban las luces de otras tiendas, la de Fidel per-manecía encendida. Estudiaba minuciosamente libroscientíficos sobre fertilización vegetal y cría de ganado...y una biografía de Simón Bolívar por Waldo Frank.

En 1987 filmé a Guillermo, un grabador retirado,en Lawton. Explicó: Una revolución se hace con lagente que se tiene, no con la que quisiera tener. Seríafácil si todos estuvieran en el mismo nivel y todos com-prendieran y estuvieran de acuerdo en lo que habríaque hacer y luego lo hicieran. Pero la vida no es así.No se puede botar a los que no entienden y sustituirloscon socialistas perfectos.

En 1974 Frank Mankiewicz y Kirby Jones me con-trataron para que produjera una entrevista fílmada aFidel, que más tarde vendieron a la CBS. Frank habíadirigido el Cuerpo de Paz en la América Latina a finesde los años 60 y luego, en 1972, la campaña presiden-cial de George McGovern. También había servido enla Junta Asesora de Política Exterior del secretario deEstado Kissinger. Le sugerí a Frank que le contara aKissinger sobre su inminente viaje a Cuba y si deseabaenviar algún mensaje.

Sorprendentemente, Kissinger le pidió a Frank quele llevara una nota a Castro, lo que este hizo.

Antes de encontrarnos con Fidel, filmamos por todala Isla. Los caminos polvorientos y desiguales de lasSierras habían desaparecido; en su lugar, carreteraspavimentadas. Clínicas, escuelas, bloques de aparta-mentos y estructuras agrícolas salpicaban el paisaje.En seis años los cubanos habían construido un nuevopaís encima del viejo. Quedaban algunos bohíos pararecordarles a todos el pasado, y porque algunos pe-queños agricultores los preferían a las nuevas casas deapartamentos.

La película de 1974 incluía también tres largas se-siones con Fidel, en las que habló largamente sobreuna serie de temas. Antes de comenzar a filmar, Frankle entregó formalmente la carta al líder cubano. Lo vi-mos leer y mover la cabeza afirmativamente.

«Monkiweetz» –le preguntó a Frank en español–,«¿le llevarías mi respuesta al señor Kissinger?»

Este regresó con una respuesta y se inició una seriede reuniones secretas entre Ramón Sánchez Parodi yNéstor García, por la parte cubana, y el subsecretariode Estado Lawrence Eagelberger y el secretario adjuntode Asuntos Interamericanos, William Rogers. Las con-versaciones, dirigidas al restablecimiento de relaciones,se desviaron debido al enojo de Kissinger por el apoyode Cuba a la independencia de Puerto Rico y, más tarde,por el despacho de efectivos a Angola en el otoño de1975. Para aquel momento, sin embargo, las eleccionespresidenciales estadunidenses estaban en el horizonte yobservadores íntimos sospechaban que el presidenteFord no quería perder la primaria republicana en la Flo-rida ante Ronald Reagan, porque se le considerara débilen el tema cubano (por estar llevando a cabo conversa-ciones).

Fidel relucía optimismo durante las tres largas no-ches de debate… y con buenas razones. Para 1974,miles de cubanos habían regresado con grados avan-zados de universidades y escuelas técnicas en la UniónSoviética y países socialistas aliados, y habían comen-zado a aplicar sus conocimientos y habilidades técni-cas en la economía cubana. El precio del azúcar en elmercado mundial se había elevado y Cuba, incluso,había podido importar carros de la Argentina –conce-sión ofrecida por Kissinger, que también benefició losintereses comerciales estadunidenses.

Mankiewicz le preguntó si Cuba no había cambiadola dependencia a los Estados Unidos por otra, inclusomás onerosa, a la Unión Soviética.

¿Cómo puede compararlas? [respondió retóricamenteFidel]. Los Estados Unidos eran dueños de nuestrasminas, de nuestros mayores centrales, de nuestras ma-yores industrias y de las mejores tierras. Los Esta-dos Unidos poseían nuestras empresas de servicios

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públicos, nuestros bancos: en resumen, los EstadosUnidos controlaban nuestro comercio exterior. LosEstados Unidos eran dueños de Cuba.

En cambio los soviéticos no tienen aquí una solamina, una hectárea de tierra. No tienen nada másque el edificio donde se encuentra su embajada.Además, nos han concedido crédito importante,ayuda y condiciones comerciales ventajosas.

Surgió el tema de la democracia, y Fidel respondiócon fuerza y regocijo: «En la democracia de ustedes elmendigo y el millonario son iguales. No creemos quela democracia sea posible sin igualdad».

No dudaba que algunas personas pudieran expresarlibremente sus opiniones, cuando Mankiewicz preguntósobre el control de la prensa en Cuba. «Pero en últimainstancia, la libertad de prensa en su país depende de loque los dueños de los diarios y demás medios decidanpermitir».

La película Cuba and Fidel, se exhibió en el otoñode 1974, después que el reportero de la CBS Dan Ra-ther voló a Cuba e hizo una segunda entrevista a Fidel.Una de las piezas que la CBS decidió no mostrar guar-daba relación con la respuesta de Fidel a acusacionesde que había estado detrás del asesinato de Kennedy.

Recordó que el 22 de noviembre de 1963 estabasentado en una sala con el emisario de Kennedy. Elpresidente había dado a Jean Daniel, un reportero fran-cés, una lista de temas para posible negociación. Cuandola reunión comenzaba, recordó Fidel, «se me dio lanoticia de que se había producido un atentado contraKennedy en Dallas». Entonces pasó a elogiar a Kenne-dy por haber tenido el coraje político de cambiar deopinión, refiriéndose a su discurso del 10 de junio de 1963en la American University en el que examinó «el temamás importante de la tierra: la paz mundial». Fidel nohabía olvidado las palabras de Kennedy. «Desafió la

idea de una Pax Americana impuesta al mundo por lasarmas estadunidenses», recordó Fidel. Y continuó:Kennedy había desafiado a los poderosos militaristasal impugnar «el costo de tantos miles de millones dedólares anuales en armas». Y concluyó: «Kennedy de-seaba cambiar las propias bases de la actitud estaduni-dense hacia la Unión Soviética».

Dado que Fidel pensaba que este discurso mostrabaun cambio de opinión de Kennedy sobre la Guerra Fría,había esperado con interés la visita de Jean Daniel. Fi-del dijo que consideraba que los actos de Kennedy de-mostraban un deseo de acercamiento.

Entonces enumeró las otras razones evidentes porlas que Cuba no hubiera participado en un hecho ho-rrendo de esa naturaleza. No creemos en el asesinato.Fidel le había dicho a Mankiewicz en cámara:

Hubiera sido más fácil asesinar a Batista que llevar acabo una guerra de guerrillas, pero eliminar a undictador no cambia un sistema. En segundo lugar,¿por qué íbamos a eliminar a un enemigo conocido,a un enemigo que habíamos enfrentado en PlayaGirón y en la Crisis de Octubre para sustituirlo porun enemigo desconocido? Eso hubiera sido en ver-dad tonto. Por último, en caso de que los investiga-dores descubrieran que Cuba había desempeñadoalgún papel en un hecho tal, bueno, el ejército nor-teamericano nos habría incinerado.

Más tarde supe que mientras Daniel estaba reunidocon Fidel, otro emisario de Kennedy recibía un rifle defrancotirador para asesinar a Fidel. Pero Fidel seguíaconvencido de que, de haber vivido Kennedy, los Esta-dos Unidos habrían cambiado su curso hacia la UniónSoviética y Cuba.

Traducción del inglés por María Teresa Ortega Sastriques

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I. La larga marcha del socialismo y la liberación

La revolución que triunfó en Cuba el 1 de enero de 1959 puede inscri-birse en la gran corriente de luchas de liberación de pueblos y nacio-nes que a partir de 1945 conmovía al mundo que pronto iban a

llamar tercero. Revoluciones triunfantes y otras que no lo fueron, movi-mientos nacionalistas e independencias concedidas o arrebatadas quecambiaban el mapa mundial, líderes carismáticos y partidos que estre-naban la política nacional en sus países. El lenguaje de los medios decomunicación se pobló de nuevas palabras, porque había que nombrara tantos eventos, nuevos Estados y personalidades, que para esos me-dios nunca habían existido. El mundo exclusivo de los conciertos de laspotencias y la fatigosa misión civilizatoria del hombre blanco y superiorhabían desaparecido cuando los «barbudos» de la Sierra Maestra llega-ron a La Habana.

Las ideas también se estaban revolucionando entre 1945 y 1959. A laexigencia de que la democracia fuera efectiva como sistema político seunió la de que la democracia tuviera en cuenta formas de justicia social.Las clases dominantes del capitalismo desarrollado tuvieron –en térmi-nos generales– que atener sus políticas sociales y sus discursos a esosreclamos que siguieron a la caída del fascismo. La gran corriente deluchas del Tercer Mundo produjo un desarrollo muy rico del pensa-miento anticolonial y antineocolonial, y le otorgó a este un gran presti-gio. La mundialización de las ideas políticas dejó de ser sobre todo asuntode consumidores, cuando nuevas fuerzas las rehacían de acuerdo a susnecesidades o elaboraban ideas propias. La diversidad cultural comenzóa tener presencias que nacían de los que fueron colonizados, y quepugnaban contra su reducción al exotismo y a las modas dictadas desdelos países llamados centrales.

Por su parte, el socialismo soviético y su campo de influencia inter-nacional vivieron paradojas tremendas. En la Segunda Guerra Mundial,

FERNANDO MARTÍNEZ HEREDIA

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la URRS enfrentó la agresión nazi a un costo terrible yfue la protagonista de la victoria de los Aliados; en Eu-ropa, numerosos sectores burgueses fueron cómpli-ces o colaboradores de los fascistas, mientras muchoscomunistas los combatían. Sobrevino un gran auge delprestigio del socialismo y de la URSS, país que amplia-ba su campo a gran parte de la Europa oriental y cen-tral, mantenía el liderazgo en el movimiento comunistainternacional y emergía como una potencia a escalamundial y la única capaz de enfrentarse a los EstadosUnidos. Pero sucedió un segundo desencuentro histó-rico entre este campo soviético y comunista y un Ter-cer Mundo que multiplicaba sus ideas, movimientosde liberación y Estados. La URSS fue saliendo en losaños 50 de la dictadura descarnada como sistema po-lítico, pero no se mostró capaz de retomar un caminode creaciones socialistas. Su política exterior se regíapor razones de Estado y por los acuerdos limitadoresde su conflicto con los Estados Unidos y el campocapitalista. Por consiguiente, aunque resultó un factorpositivo para una parte de los Estados y movimientosnacionales del Tercer Mundo, no fue un adalid del an-ticolonialismo. Por otra parte, el marxismo de la URSSy el movimiento comunista –que era la corriente mar-xista más fuerte a escala mundial– se mantuvo presoen las cárceles del dogmatismo y el reformismo, enmomentos en que era necesario que asumiera al Ter-cer Mundo en movimiento y le brindara aportes.

Pero ningún evento revolucionario en un país –esdecir, un evento capaz de cambiar vidas, relacionessociales, instituciones y mundo ideal, y establecer unantes y un después– puede explicarse a partir de losmovimientos de los «hechos» y de las ideas interna-cionales que resultan objeto de las selecciones y lascomprensiones que se formulan desde la Historia –consus consecuentes periodizaciones–, por más que esasvariables externas tengan un peso influyente y a vecesabrumador. Las revoluciones constituyen un complejode sucesos y conductas –muchos de ellos inesperadosy hasta inconcebibles– que subvierten y derrotan elorden vigente en un país, ensayan a construir un mun-do nuevo y ponen en marcha proyectos muy ambicio-sos. Para todo esto resultan decisivos las motivacio-

nes, las actitudes, los hechos, la persistencia, la creati-vidad, la conciencia y la organización de la gente delpropio país, los elementos de la cultura propia a losque echan mano los participantes y los otros elemen-tos de esa cultura que les imponen su existencia. Porotra parte, no se debe olvidar que durante el curso delsiglo XX se produjeron dos mundializaciones que hanexpandido la influencia de los aspectos internacionalesen el curso de las revoluciones: la definitiva del capita-lismo y su cultura, que llevaban siglos en ese proceso,y la de los movimientos y las ideas contra el capitalis-mo y por la liberación de los pueblos y las personas.

La cubana de 1959 ha sido la última revolución enque el ámbito y los factores nacionales han sido prác-ticamente los únicos relevantes, a la vez que fue laprimera que venció en toda la línea en un país neocolo-nizado.1 Además, el triunfo y la permanencia de su poderfue una extraordinaria victoria contra la geopolítica,que no admitía que esos hechos fueran posibles. Perono puede negarse que durante casi medio siglo la geopo-lítica ha estado vengándose concienzudamente de aque-llos logros cubanos.

Por su carácter de revolución socialista de libera-ción nacional, la cubana debía explicarse atendiendo aambos terrenos de los movimientos prácticos y las ideas:la liberación nacional y el socialismo. Pero el estatus

1 Este último rasgo ha sido expuesto muy bien por Jesús Arbo-leya, en La Revolución del otro mundo: Cuba y Estados Uni-dos en el horizonte del siglo XXI, Melbourne, Ocean Sur, 2007.Una breve digresión necesaria. Después de colocar esta prime-ra nota al pie, comencé a advertir que debía dar cuenta de unextenso repertorio de aportes muy relevantes de la cienciahistórica respecto a los temas y problemas de Cuba que vengotratando, y quizá ir anotando también fuentes que permitieranconstatar que ellos fueron objeto de identificación, criterios,ideologías y análisis en muchos casos profundos, por parte deprotagonistas y otros actores de aquellos procesos. Pero esatarea es imposible cumplirla, dadas la entidad y el tamaño deeste trabajo, y el tiempo con que cuento. Por ello –y por no serparcial en cualquier selección que emprendiera– decidí pres-cindir de un aparato bibliográfico y de documentos. Me limitoa reconocer la necesidad y la justicia de tener en cuenta eseextraordinario venero, y la procedencia de utilizarlo para pre-cisar, apoyar o contradecir este texto.

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subalterno de la liberación nacional respecto al socia-lismo en el campo de las ideas anticapitalistas fue esta-blecido desde hace cerca de un siglo por un marxismoque no ha podido salir del todo de su impronta euro-centrista, hasta el punto que la mayoría de las perso-nas de izquierda de los continentes que fueron coloni-zados aceptan que la liberación nacional es un peldañode una escalera simple que conduce al socialismo. Nopuedo detenerme aquí a criticar una idea errónea queimpide plantearse bien –y por tanto pensar y producirideas válidas– todo un territorio de la realidad y de loscombates y los proyectos, que es nada menos que elterritorio nuestro. Si asumimos este problema desde unaperspectiva más libre a la vez que comprometida –comoen su momento hizo Frantz Fanon–, estaremos en me-jor posición ante los productos de ciencias sociales ypensamiento de las últimas décadas sobre estudios cul-turales, estudios poscoloniales y otros, pero sobre todoante la necesidad impostergable de producir investiga-ciones y reflexiones propias.

La Revolución Cubana ha debido referir sus inter-pretaciones y ubicaciones intelectuales e ideológicas alsocialismo. Sus mayores protagonistas –en cuantopensadores e ideólogos– han tenido que vérselas conesa cuestión; también quienes se han dedicado al pen-samiento social, los docentes y otros interesados. Unejemplo: como siempre debían existir «etapas» previasy «tareas» para completar el capitalismo en el caminohacia el socialismo que emprendieran nuestros países–los que fuimos ascendiendo de «atrasados» y «colo-niales y semicoloniales» a «subdesarrollados»–, y comodebíamos padecer regímenes «semifeudales» aunque nohubiera feudalismo en nuestra historia, se consideró quela revolución triunfante en Cuba en 1959 tuvo dos eta-pas: una que va desde aquel 1 de enero hasta octubre de1960, llamada democrática, agraria y antimperialista, yuna segunda etapa, socialista gracias a los decretosrevolucionarios de nacionalización de las grandes em-presas capitalistas extranjeras y nacionales. Es impre-sionante que una explicación tan artificial se repita hastael día de hoy.

Dedico este breve trabajo a anotar rasgos y proble-mas que considero principales en cuanto al socialismo y

la liberación en la historia cubana, hasta la revoluciónque triunfó en 1959. Cuba es un laboratorio extraordi-nario para estudiar el proceso histórico, la naturaleza ylos cambios de esos dos movimientos e ideas, y las com-plejas relaciones que se establecen entre ambos. El pro-yecto del socialismo revolucionario marxista es hijo dela comprensión del carácter mundial del capitalismo yde la necesidad de que se le enfrente una revolución queno nace de las resistencias de las formas sociales pre-vias, que él aplasta, somete o explota mediante su tipode dominación, sino de las propias fuerzas sociales queel capitalismo desarrolla, explota y domina para poderser y expandirse. Esa revolución, que Marx llamó prole-taria, encuentra su sentido a escala mundial, aunque seve precisada a actuar en ámbitos nacionales. La libera-ción nacional es hija de la comprensión de lo esencial deldominio colonial o neocolonial que se ejerce sobre todoslos componentes sociales de un país determinado; de lanecesaria unidad de explotados, oprimidos, humilladosy ofendidos para lograr movimientos capaces de obte-ner independencia y soberanía nacionales; y de la insufi-ciencia de la mera independencia para lograr la justiciasocial y las libertades reales que exigen los participantesde las revoluciones populares.

A primera vista, la diferencia parece clara: el socia-lismo es mundial y la liberación es nacional. Pero losprocesos reales han diferido en extremo de esa visióntan simple. Casi una centuria de universalización delsocialismo revolucionario y la puesta en práctica de laliberación nacional a lo largo del siglo XX registran unamultitud de coincidencias, tensiones, conflictos, soli-daridades y mutaciones de papeles entre la liberación yel socialismo. Durante varias décadas estos temas hanestado en el centro de mis actividades intelectuales;ellas me han llevado, por ejemplo, a valerme de la no-ción de socialismo cubano.2 Reitero que me limitaré apresentar un punteo de cuestiones que considero prin-cipales, con el objetivo de sumarlas al rico venero deaportes con que ya contamos, tratando de contribuir a

2 Mi primer libro publicado en Cuba con identificación del au-tor fue Desafíos del socialismo cubano, La Habana, Centro deEstudios sobre América, 1988.

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la profundización y el debate que nos son vitales en laactualidad. Socialismo y liberación albergan permanen-cias y cambios, aspectos perimidos y nuevos conteni-dos, en su transcurso histórico y hoy mismo. Necesi-tamos identificar y plantear bien, porque este aniversariode la Revolución que triunfó en 1959 es también unainterrogación hacia el futuro.

II. Independencia, justicia social y libera-ción nacional

Tanto el independentismo como el socialismo en Cubahan procedido de una diversidad de fuentes. Como to-das las ideologías del mundo extraeuropeo sometido ala expansión colonial y cultural capitalista, recibierongran número de influencias e ideas provenientes delexterior. Pero la particular historia del país fue decisivapara sus asunciones y arraigo en Cuba. La formacióneconómica que existió durante un siglo a partir de losaños 80 del siglo XVIII fue una gran exportadora deazúcar a Europa y a los Estados Unidos, con relacio-nes de producción principales basadas en la esclavitudmasiva de africanos y sus descendientes; ella registróun formidable dinamismo empresarial, de la sociedady de las ideas, enorme captación de riquezas e integra-ción al capitalismo mundial. La primera configuraciónde Cuba como entidad específica viable contenía rela-ciones sociales de explotación y dominación muy anó-malas para un desarrollo capitalista, componentes muydispares de población y régimen de castas y racismoimpuesto, sujeción colonial a España y una presenciamuy fuerte de sus nacionales y de intereses y lealtadesligados a ella –además de ser el castellano la lenguadominante–, y rigurosas subordinaciones y compro-misos de la clase que regía en la economía para obte-ner sus ganancias y mantener su poder social. Tantasdiferencias y contradicciones parecían negar toda po-sibilidad de rupturas del orden y cambios políticos pro-fundos mediante acciones colectivas revolucionarias,porque acarrearían desastres para el funcionamientoeconómico y el orden social vigentes. La clase domi-nante en Cuba entendió bien esto y fue siempre opues-ta o ajena a la independencia.

Desde su origen como movimiento importante en1868 el independentismo se encontró ante colosales pro-blemas de justicia social. La abolición revolucionaria dela esclavitud fue un gran reto, que comprometía tanto elalcance mismo de la revolución como movimiento e idea-les de creación de una nueva nación y de transformaciónde la sociedad como su capacidad de conducción de loselementos de esa nación y sus relaciones con los cam-bios o la permanencia en la formación económica. Esobvio que todo esto implicaba si su triunfo sería o noviable frente al poder de la metrópoli colonial, los nume-rosos aspectos de las culturas de Cuba que eran opuestosa un régimen de libertad y justicia, y el papel crecientede los Estados Unidos –muy interesados en apoderarsedel país– en la economía y los asuntos cubanos. La pri-mera gesta revolucionaria cubana no pudo alcanzar susfines últimos ni una escala territorial nacional, y con-frontó numerosas insuficiencias, pero desplegó desdemuy temprano tantas fuerzas políticas y morales, y con-citó tanta participación, voluntades, sacrificios y hazañas,que fue capaz de violentar y de quitarle prestigio al mun-do de ideas previo a 1868 en cuanto a la imposibilidad deque Cuba fuera para sí y creara un orden y un Estadocon libertades y justicia. Para lograrlo, tuvo que conse-guir avances extraordinarios de sus propios contenidos,ideas y creencias, y cambios muy notables entre susprotagonistas. Tuvo que asomarse, en una palabra, a laconversión de la independencia en liberación nacional.Es algo más que un símbolo que el acto inicial de larevolución fuera el alzamiento en el ingenio La Demaja-gua y su acto final fuera la Protesta de Baraguá.

La segunda revolución sí se encontró abiertamenteante la necesidad de ser de liberación nacional. En elpaís se había establecido al fin una formación económi-ca plenamente capitalista, pero la clase dominante en laeconomía no pretendía ser clase nacional, sino mante-ner sus ganancias a costa de una fuerza de trabajosometida y con baja calidad de vida para la mayoría de lapoblación, vender cada vez más azúcar crudo a los Es-tados Unidos con pactos comerciales aceptables y otrosnegocios, y mantener su lugar social privilegiado dentrode un orden político colonial, pero con capacidad depresionar y negociar con la metrópoli y –de ser posible–

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gozar de un estatuto autonómico. Fue muy positivopara Cuba que aquel sistema tan mezquino no fueracapaz de admitir también una organización política in-dependentista legal y respetuosa del orden vigente.

Ante aquella realidad, el independentismo, para serviable y tener opción de victoria, tenía que partir de losavances registrados en mayor o menor medida duran-te la primera revolución: lucha armada activa, decididae intransigente por la independencia total, organizadacomo República en Armas; abolicionismo revolucio-nario e integración racial efectiva en el ejército de larevolución; identificación y sensibilidad cubanas, comorepresentación de mismidad y de entidad política na-cional, irreductible y desafiante; republicanismo demo-crático e ideología radical mambisa. Partir de ahí, perode ningún modo limitarse a eso. La generalización aescala del país y el logro de aquellos objetivos en lasnuevas condiciones históricas exigía ahora una revo-lución muy radical, libre de ataduras con la burguesíade Cuba –fuera en sus modalidades reaccionarias o enlas evolucionistas–, que formara un bloque históricocon fuerza suficiente para vencer y sostenerse, al con-vocar a todo el pueblo a conquistar la república y satis-facer demandas diversas de libertades políticas y justi-cia social. Al mismo tiempo, tenía que darle a ese puebloun vehículo de protagonismo en la guerra revoluciona-ria, la gran escuela en la que se volvería capaz de sercubano, ser ciudadano, adquirir autoestima, capacida-des personales y espíritu de colectividad.

Y todo lo anterior era una obligación, no una opciónentre dos o más. Porque durante la segunda mitad delsiglo XIX, los Estados Unidos habían resuelto sus másgraves contradicciones internas, ocupado todo su te-rritorio y el que arrebataron a México, experimentadoun gran crecimiento poblacional y emprendido un enér-gico y sostenido desarrollo de su economía capitalista.En la cuenca del Caribe y Centroamérica habían idodesplazando la presencia británica y comenzaban adesplegar una política expansionista. Los nexos exis-tentes con Cuba desde la época de las Trece Coloniasse habían multiplicado. Todo tipo de relaciones de ne-gocios y sociales vinculadas a ellos se anudaron entreambos países a lo largo de la centuria, los lazos cultu-

rales crecían sin cesar, y la situación colonial, las ne-cesidades y las representaciones políticas y del pro-greso de Cuba alentaban las ideas de tener mayoresligazones con el gran vecino, engañosa propuesta queha logrado repetirse en momentos posteriores. Haciafines del siglo XIX se habían puesto bases para una su-jeción neocolonial de Cuba a los Estados Unidos, pesea ser todavía colonia de España. Es decir, la «fruta»cubana, codiciada setenta años antes por un poderambicioso pero todavía débil, estaba madurando. Porlo tanto, la segunda revolución cubana tenía que ser nosolo para liberarla de España, sino también para impe-dir que cayera en manos de los Estados Unidos.

José Martí poseyó todas las cualidades necesariaspara comprender la situación y aquellas tareas formi-dables que era necesario emprender, a pesar de quevivía envuelto en los acontecimientos del momento yentre las creencias, ideas y pasiones de los partici-pantes, y combatiendo el poder colonial y las divisio-nes, debilidades y prejuicios de los patriotas. Aspectosesenciales de la situación y las tendencias previsiblesapenas se esbozaban, el deber ser exigido por los idea-les revolucionarios podía chocar con los problemas deestrategia y táctica, y la política práctica estaba llenade urgencias, acciones sistemáticas o insólitas, orga-nización, insuficiencias, decisiones, negociaciones,cuestiones de principio, que debían combinarse o prefe-rirse unas frente a otras. A todo eso se enfrentó Martícon una efectividad extraordinaria, al mismo tiempoque creaba un cuerpo de pensamiento propio e instru-mentos para desatar y llevar a cabo la revolución. Perotan valiosa como esos trabajos que no parecen tenerparangón fue su capacidad para ir más allá de las ta-reas y los objetivos cercanos del movimiento, y pro-ducir una concepción sobre la república nueva que debíacrearse y el mejoramiento humano que se iniciaría conla revolución de liberación; una visión tan profunda,abarcadora y trascendente que ha permitido pensar aCuba como proyecto y sigue proponiendo metas hastala actualidad.

Martí fue también más lejos en otros terrenos, de losque me limito a mencionar dos: la comprensión de lamodernidad capitalista desde una concepción anticolo-

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nial y con propósitos subversivos, producida por unpensador procedente del mundo colonizado que poseíaun dominio extraordinario de la cultura de esa moderni-dad. Y sus tesis acerca de los rasgos fundamentales deNuestra América y la necesidad de que emprendieranuevas revoluciones de un carácter superior a las deindependencia, tanto para liquidar las formas poscolo-niales de dominación como para lograr transformacio-nes sociales y humanas de liberación que no intentaríanseguir el camino de la modernidad europea, sino cami-nos propios. Revoluciones que deberían forjar coordi-naciones y poseer un alcance continental, porque a lavez tendrían la tarea de evitar que el imperialismo norte-americano –Martí analizó este sistema, no se limitó acalificarlo– llegara a ejercer un dominio neocolonial so-bre la región. Esta concepción situaba también el papelinternacional de la revolución cubana de liberación: en-frentar el expansionismo de los Estados Unidos en elCaribe e iniciar las revoluciones de la «segunda indepen-dencia» y el camino de su unificación.

Sin dudas, Martí fue un individuo excepcional, unser humano superior. Pero al analizar el medio en quele fue posible descollar tanto, tengo en cuenta la espe-cificidad social, económica y política de la Cuba delsiglo XIX respecto a lo que hoy llamamos la AméricaLatina y el Caribe, e igualmente, la singularidad de losEstados Unidos respecto al desarrollo del capitalismomundial en ese período. Martí se las vio con dos desa-rrollos muy notables de lo que llegarían a ser las dospartes distinguibles del capitalismo mundial, los cualeseran muy complejos para ser entendidos por los con-ceptos y los tipos que el pensamiento avanzado elabo-raba en aquella época. Tuvo que enfrentar los desafíosde las influencias que ambos ejercían sobre él, y elgran reto de comprenderlos, para lanzarse a una políti-ca –que debía ser forzosamente muy moderna y a lavez discrepante de la modernidad– destinada a trans-formar a fondo el medio cubano y evitar que fueraabsorbido por el peso, la fuerza y el atractivo del me-dio norteamericano.

En el último tercio del siglo XIX se desarrollan y arrai-gan en Europa las distintas ideas y formas de organiza-ción socialistas, y su influencia llega a América. Son

expresiones de la nueva contradicción principal de lassociedades en que se desarrolla el capitalismo, nuevasexplicaciones para las sensibilidades, la conciencia y lasluchas por la justicia social, e instrumentos de mundiali-zación distintos a los del capitalismo. En Cuba tomancontacto con ellas trabajadores, intelectuales y activis-tas sociales y políticos, pero su lugar es muy modestorespecto a los conflictos centrales de las relaciones eco-nómicas y sociales, y mínimo en los hechos y en elpensamiento de las revoluciones de ese mismo tercio desiglo. Podría afirmarse que tanto los tipos de domina-ción vigentes en el período como las revoluciones, pesea ser opuestos entre sí, coincidieron en cuanto al socia-lismo, controlado por los primeros y soslayado por lassegundas. Pero me parece una explicación insuficiente.

El nuevo conflicto social debía ser reprimido o con-jurado por el sistema de dominación, fuera cual fuesesu modalidad principal. Pero para la revolución popu-lar que era indispensable en Cuba, aquel conflicto erauna de las expresiones de la injusticia y la opresión,y uno de los potenciales de trastorno del orden. Esta-remos más cerca de entender, a mi juicio, si inscribi-mos cada aspecto de nuestro decurso histórico en lastotalidades a las que pertenece. En realidad, todos losprotagonistas y participantes de fila de las revolucio-nes cubanas de 1868-1898 se vieron envueltos en lascuestiones y conflictos sociales junto a los relativos ala nación, en el curso de sus acciones y en los ideales, lasideologías y las concepciones intelectuales que compar-tieron, o por las que mantuvieron diferencias, contra-dicciones y conflictos entre ellos. En ese terreno, comoen los demás, se vieron obligados a ser subversivos yoriginales frente a lo que se considera normal, que escambiar dentro de lo que se estima practicable, pen-sar dentro de los pensamientos posibles, romper el or-den pero elaborar rápidamente un orden nuevo quesea respetable. Y aunque a la larga y después de colo-sales sacrificios y hazañas fueron capaces de derro-tar a la metrópoli colonial, los revolucionarios encon-traron férreos límites, tanto por la heterogeneidad desu propio campo –expresada en sus diversidades so-ciales, de posiciones políticas y de personalidades–,como por el brutal recorte impuesto por la ocupación

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norteamericana a las consecuencias sociales y políti-cas que hubiera podido tener la revolución.

La revolución logró ser nacional y de masas, invo-lucrar a la mayoría de la población en una guerra totaly obtener su tenacidad y su sacrificio, resistir el geno-cidio y formar a miles de cuadros y militantes, porquemotivó a muy amplios sectores a partir de sus repre-sentaciones de la patria a conquistar, pero también deidentidades y demandas de sus grupos sociales de per-tenencia, de derechos que se aspiraba a ganar, de igual-dad y justicia. Así había sido en la primera revoluciónde la región, la haitiana de 1791 a 1804, y en todos loscasos en que efectivamente hubo una participaciónpopular notable. En innumerables fuentes cubanas dela época puede corroborarse esto. Los principales lí-deres revolucionarios vivieron esas motivaciones ypensaron acerca de ellas, las incluyeron en su conduc-ción de los participantes y sus llamamientos al pueblo,e incluyeron la satisfacción de los cambios y demandasque implicaban en sus proyectos y sus estrategias. Losescritos y expresiones orales recogidas de Martí, Ma-ceo y Gómez lo muestran claramente.

No se trata entonces, a mi juicio, de medir hastaqué punto alguno de ellos «se acercó al socialismo», o«lo intuyó». El hecho histórico es que en la medida enque eran quienes fueron –y no a pesar de serlo–, esosrevolucionarios no tenían por qué basarse en el pensa-miento y los ideales del socialismo europeo, sino en losde una liberación social americana. Esto permite en-tender las valoraciones que alguna vez hicieron sobreaquel socialismo y sus creadores, pero sobre todo ana-lizar lo que sí efectivamente obraron y pensaron en elterreno de las luchas por la justicia social. A esa luzpodría examinarse, por ejemplo, el carácter realmenteinterracial de la conspiración dirigida por Martí, quepermitió desatar la Revolución del 95. O la Invasión deOccidente y el establecimiento en todo el país de ungran instrumento político-militar de composición po-pular y prácticas muy subversivas, en relación con unaconcepción de las luchas de clases más inclusiva delos procesos reales a escala de la diversidad de socie-dades del mundo y más inclusiva de la diversidad de

los grandes grupos sociales que se autoidentifiquen,organicen y actúen como tales.

La Revolución del 95 fue el acontecimiento más tras-cendental en la formación del pueblo y de la naciónEstado cubanos, y las batallas cívicas por la Repúblicadurante la ocupación norteamericana generalizaron yafirmaron aún más sus efectos. No puedo describirlosaquí, ni siquiera sucintamente; baste decir que de unmodo u otro han estado vigentes hasta hoy. Pero res-pecto al tema de este trabajo quiero destacar que esaRevolución unificó las culturas de la Isla sobre la basede una gesta nacional grandiosa y terrible; puso lo po-lítico en el centro de la conciencia social y proveyó atodos de prácticas, conceptos y exigencias de ciuda-danía plena en una república democrática; y convirtióal nacionalismo patriótico en la principal ideología. Loscomponentes étnicos y raciales del país se sometieronde grado a la identidad general de cubanos, y la Repú-blica absorbió cerca de un millón y medio de inmigran-tes sin desnaturalizarse. Pero la soberanía fue suma-mente limitada y Cuba sujeta a la dominación neocolonialde los Estados Unidos, que perjudicó casi todo, desdeel modo de producción hasta la confianza en la capaci-dad para el autogobierno. La burguesía dominó el Esta-do por primera vez en nuestra historia, pero subordina-da al imperialismo y sin proyecto de desarrollo nacional.Liberalismo económico a ultranza y racismo completa-ron la gran frustración de los ideales revolucionarios.

Sin embargo, en la inadecuación y las contradiccio-nes mismas entre la formación económica y la políti-ca, entre la ideología mambisa y la corrupción y elentreguismo republicanos, entre el patriotismo populary la Enmienda Platt, entre la democracia política y lafalta de derechos sociales y laborales, residía un po-tencial para protestas y eventuales luchas por la sobe-ranía nacional, la democratización verdadera y la justi-cia social, desde puntos de partida muy superiores alos de la Revolución de 1895. La compleja y delicadahegemonía de la primera república burguesa neocolo-nial debía moverse en ese terreno e impedir que esemosaico de disensos y frustraciones se uniera y sepusiera en marcha.

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III. Antimperialismo, socialismo, democraciay nueva institucionalidad

Lo lograron durante más de veinticinco años. Pero ladeslegitimación del sistema político después de 1927,la dictadura machadista, el final de ciento cincuentaaños de crecimiento de la exportación de azúcar y unaprofunda crisis económica exigieron cambios profun-dos. Entonces sucedió una tercera revolución, entre1930 y 1935, en la que el antimperialismo se hizo ma-sivo por primera vez, el pueblo se sintió capaz de go-bernarse sin injerencias externas, las ideas y losmovimientos políticos socialistas como superación delsistema capitalista se arraigaron en Cuba y el orden dela primera república fue abatido y sustituido por unanueva institucionalidad más democrática y participati-va, con un peso mayor del Estado. En el curso de esaRevolución del 30, la lucha armada y otras formas deviolencia fueron ejercidas por revolucionarios y pordiferentes fuerzas opositoras a los gobiernos. El co-munismo que se adhería a la III Internacional (IC) y aotras posiciones e ideas de lucha social influyeronmucho entre los trabajadores y sectores populares. Laoposición a la dictadura se dividió a mediados de 1933respecto a ser o no antimperialista; los representantesdel primer grupo fueron decisivos en el heterogéneogobierno revolucionario de septiembre de 1933 a ene-ro de 1934, y se enfrentaron con las armas al régimencontrarrevolucionario que se impuso a continuación,tratando de desatar una insurrección. La desobedien-cia de masas duró más de dos años y tuvo un pico degran rebelión social en 1933.

Los revolucionarios del 30 se sintieron herederosde la tradición mambisa, pero fueron muy críticos delos políticos de la primera república, cuyos rangos al-tos y una parte de los intermedios procedían en sumayoría de la Revolución del 95. No tenían como metala independencia, sino la liberación nacional, la justiciasocial, un nuevo sistema democrático e incluso el so-cialismo. En cuanto a la liberación, hubo acuerdo enque el país debía ser más soberano y sus institucionesmás representativas de ello, aunque la subordinaciónneocolonial se mantuvo en todo lo esencial. Fuera de

esto, las posiciones difirieron, desde los que combina-ron una renovación del nacionalismo con el someti-miento al capitalismo neocolonial hasta los que enten-dieron que bajo ese sistema no habría liberaciónverdadera y era necesario salir de él. Una parte de es-tos últimos reivindicaba la conquista o cumplimientode un destino nacional, que podría expresar la consig-na «por la libertad política, la independencia económi-ca y la justicia social». La otra parte, compartiendo elcontenido de ese lema, entendía que solo una revolu-ción orientada a implantar el socialismo podría lograresos objetivos en Cuba.

Estos fueron los años del origen del socialismo enCuba. El llamado sindicalismo revolucionario –sobretodo de inspiración anarquista– fue la vertiente de or-ganización obrera más combativa y de efectos mástrascendentes en el primer cuarto del siglo. Estos sin-dicalistas utilizaron mucho el arma de la huelga y di-fundieron visiones clasistas ajenas al mundo de la polí-tica republicana, cuyo impacto fue importante en todoel proceso hasta 1935. El Partido Comunista (PC), fun-dado en 1925, fue una organización política cuya refe-rencia fundamental eran los trabajadores; en sus pri-meros diez años logró influir mucho y organizar enalguna medida la protesta y la rebelión de los trabaja-dores y desempleados, y practicó una línea opuesta aalianzas con otras fuerzas políticas, que aspiraba a di-rigir un futuro gran movimiento social dirigido por elproletariado, en una revolución que sería, sin embar-go, democrático-burguesa, dada la creencia del PC enque era necesario cumplir las tareas de desarrollo capi-talista antes de pretender pasar al socialismo. El PC sesujetó a las orientaciones de la IC –que resultó tan rígi-da y autoritaria como neófita en los problemas cuba-nos y la estrategia a seguir–, y eso lo perjudicó bastan-te. Pero la gran Revolución Bolchevique y la permanenciade la Unión Soviética fueron polos notables de atraccióny de difusión de las ideas comunistas y marxistas, yavivaron la esperanza en que era posible que existieranpoderes socialistas.

Hubo dos corrientes diferenciadas en el origen delsocialismo en Cuba. La otra, a la que llamo el socialis-mo cubano, nació también en íntima relación con las

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corrientes obreras más radicales, e incluso con la crea-ción del PC en 1925, en el caso de Julio Antonio Mella.Este pionero del socialismo cubano –un joven estu-diante de origen «ilegítimo» pero no pobre– organizó yse convirtió en el líder del primer movimiento estu-diantil relevante en el país, ganó una extraordinariapopularidad con sus campañas contra el conservatis-mo en la Universidad y el clericalismo, la corrupciónpolítica de la república y el dominio imperialista, se ligóal sindicalismo combativo y los trabajadores organiza-dos, y fundó una Universidad Popular para ellos, sesumó a las ideas comunistas y fue uno de los fundado-res y dirigentes del PC. Preso y protagonista de unahuelga de hambre que multiplicó su fama, el carismáti-co Mella tuvo que exiliarse en México. Allí continuósus luchas y sus escritos marxistas, fue dirigente delPartido Comunista mexicano –incluso Secretario Ge-neral varios meses–, pero siempre buscando la revolu-ción en su patria. Mella dirigió una organización quelanzó el primer programa para desatar una insurrec-ción a partir de un frente único de fuerzas opositoras ala dictadura –cuando esa política que impulsó Leninera abandonada por la IC–, lucha revolucionaria en laque los comunistas debían ganarse el derecho a con-ducir al pueblo y dirigir una revolución hacia el so-cialismo. Mella murió asesinado por sicarios del ma-chadato en enero de 1929, cuando tenía veinticincoaños de edad.

Para llegar a un socialismo cubano cuando todavía nohabía en Cuba agitación ni chispas de revolución, Mellatuvo que pasar de la reforma universitaria a comprenderla esencia de los males de Cuba y hacerse comunista;para ser del todo comunista debió hacerse antimperialistay no permanecer en el rechazo cultural a los «bárbarossonidos» del idioma inglés ni el repudio a la gran matanzade 1914-1918, sino comprender en qué consistía el im-perialismo y qué hacer para combatirlo, y concluir que elantimperialismo latinoamericano viable debía ser antica-pitalista. Pero todavía debió ir más lejos: la revolucióncomunista tenía que ser nacional y vivir las ansias de libe-ración de cada nación; aprender a guiar a los explotados yoprimidos para formar una vanguardia revolucionaria ca-paz de atreverse a arrastrar al pueblo a la conquista y el

ejercicio del poder; construir un bloque histórico en elque se vayan fundiendo los ofendidos y los humildes,los excluidos y los que portan intereses socialmente úti-les, el nacionalismo y los ideales libertarios; entender laacción revolucionaria como una escuela en la que todoslleguen a aprender que solo unidos tendrán opción detriunfar y sostenerse, y que la justicia social y el socia-lismo son el camino y la alternativa que hacen viables lasliberaciones.3 Es impresionante encontrar todas esas ideasestudiando los escritos de Mella, que siguen esperandoque se enseñe en las escuelas cubanas su contenido,procedencia revolucionaria, creatividad y organicidad.

Antonio Guiteras fue el más destacado entre los ini-ciadores de la vertiente que llamo socialismo cubano.He escrito largamente sobre esto, y aquí me limito aapuntar algunas razones para calificarlo así. Comenzótambién en el movimiento estudiantil, pero ya en el Di-rectorio de 1927, antidictatorial y de ideas radicales.Sin embargo, el farmacéutico de veinte años se sumer-gió de inmediato en las provincias y se convirtió en unconspirador contra la tiranía y un organizador de gentedel pueblo que ansiaba pelear. A diferencia de Mella,Guiteras nunca perteneció al PC. En Oriente fundó ydirigió la Unión Revolucionaria, de lucha armada y conideología antimperialista y socialista. Hombre de ac-ción y poseedor de muy amplia cultura, las accionesarmadas y su rechazo a la «mediación» imperialista ledieron un enorme prestigio. A la caída del machadatoera el líder revolucionario de izquierda de la provinciaoriental. Fue llamado a participar en el gobierno revo-lucionario de septiembre, y allí comenzó una experien-cia práctica que constituyó un salto de avance extraor-dinario de la liberación y el socialismo en Cuba: defensaa ultranza de la soberanía y derrota de la contrarrevo-lución, leyes favorables a los trabajadores y desem-pleados, medidas contra el dominio imperialista queincluyeron la intervención estatal de grandes empresasyanquis, trabajo revolucionario en las fuerzas arma-

3 Desde los dos puntos hasta aquí está tomado casi textualmen-te de Fernando Martínez: La revolución cubana del 30. Ensa-yos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales/Ruth Casa Edi-torial, 2007, pp. 32-33.

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das, iniciativas de reforma agraria, intentos de formarun bloque revolucionario antimperialista. Y todo lo hizodivulgando expresamente la necesidad de que los dere-chos de los obreros y los campesinos predominarancontra el afán de lucro de burgueses e imperialistas.

En la última fase de su vida –enero de 1934 a mayode 1935–, Guiteras fue el protagonista principal delcampo revolucionario, como el coronel Batista lo eraen el campo contrarrevolucionario. Su organizaciónJoven Cuba, sus acciones y sus escritos tenían comoobjetivo la insurrección armada para tomar el poder eimplantar una dictadura revolucionaria que consumarala liberación nacional de Cuba y construyera una so-ciedad socialista. Es decir, Guiteras reunió en su polí-tica y sus ideas el mayor avance registrado por la cul-tura revolucionara cubana hasta ese momento, laliberación nacional antimperialista martiana y la ideolo-gía mambisa, con una forma cubana de lucha comu-nista por el socialismo. Es natural que una propuestatan subversiva fuera oscurecida y tratada de olvidar enlos años siguientes, como fue natural que los nuevoscombatientes y pensadores de la insurrección de losaños 50 lo reivindicaran como su antecedente junto alas revoluciones del siglo XIX, porque Guiteras es el en-lace por excelencia entre las fuentes del socialismo y laliberación cubanos.

La mejor prueba de la importancia y profundidad dela Revolución del 30 en nuestra historia es que entre1934 y 1935 la contrarrevolución ganó sus batallas,pero nunca pudo imponer un orden reaccionario per-manente. Las demandas asumidas por las mayorías ylas grandes transformaciones ideológicas a las que mehe referido obligaron al sistema a una reformulaciónde la hegemonía por lo menos tan compleja como laque siguió a la Revolución del 95, pero ahora admitien-do instituciones, relaciones e ideas que en buena parteeran potencialmente peligrosas. En el campo de las ideasy representaciones, el nacionalismo siguió siendo uncomponente básico de la conciencia cívica, pero dejóde ser ajeno o contraponerse a las luchas sindicales opor la igualdad racial. La justicia social fue admitidadeclarativamente como un ideal a alcanzar; gran nú-mero de organizaciones sociales y políticas la esgri-

mían en pos de sus demandas específicas o la defen-dían en general. El socialismo fue utilizado en el len-guaje político posrevolucionario y aceptado como unaideología a tener en cuenta en la mayor parte de losmedios públicos y en la conciencia común. Despuésde 1945 se intentó satanizarlo en el marco de la GuerraFría, pero siempre hubo socialistas –del PC o ajenos aél– que siguieron sosteniéndolo como ideal de socie-dad a alcanzar. El antimperialismo permaneció comouna fuerza latente a consecuencia de la conciencia ga-nada, pero su uso público disminuyó.

Lo fundamental de un compromiso que conservabala esencia del sistema de dominación fue la elaboraciónde un sistema político y un cuerpo institucional y legalrealmente muy avanzados. Desde 1934 se siguió pro-mulgando leyes que reconocían derechos sociales, y afines de la década una convención constituyente muyplural elaboró una carta magna que recogía de un modou otro gran parte de las demandas de la revolución ydaba base institucional a un sistema político, socialy administrativo muy elaborado, con normas muy avan-zadas respecto a las libertades y sus garantías, las cues-tiones sociales y la organización de la sociedad. La se-gunda república burguesa neocolonial tuvo institucionesy prácticas de democracia a un grado muy superior a loque Cuba había conocido. Grandes partidos pluriclasis-tas con estructuras y realidad permanentes en todo elpaís eran protagonistas de un medio político que incluíaa otras organizaciones menores, y que sostenía ricas ycomplejas relaciones con una sociedad civil sumamentedesarrollada, y los poderes ejecutivo y legislativo eranactivísimos. Existía una notable libertad de expresióndentro del sistema y las prácticas del capitalismo, y todaaquella vida pública y sus conflictos eran objeto deconsumo de masas a través de los medios. El Estadotenía una presencia y funciones mucho mayores queantes; aparecía como mediador entre las clases socia-les e intervenía en la economía con controles y algu-nas instituciones propias. El liberalismo perdió peso einfluencia frente a un democratismo que tenía expre-siones intelectuales y motivaba actitudes políticas.

Esas dimensiones política e ideológica eran profun-damente incongruentes con la formación económica y

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la explotación y la miseria que regían en la sociedad.Aquellas cumplían funciones de establecer consensos,confundir, entretener o mantener divididos a los explo-tados y dominados, y eso amortiguaba bien las gravescontradicciones y el potencial de conflictos existente.Pero no dejaban de constituir una escuela de ciudadaníaque formaba individuos, grupos y conciencia nacional,y traían consigo el riesgo implícito de que el nivel dedemandas populares y de rebeldías pudiera crecer muybruscamente si situaciones conflictivas o grandes agra-vios se salían del control de los dominantes.

El mundo concreto de esa segunda república incluíaleyes complementarias a la Constitución que al no apro-barse impedían aplicar preceptos cruciales, como unareforma agraria; normas que no eran efectivas, como lacarrera administrativa o el control del Congreso sobre elpresupuesto; instituciones como el Tribunal de Garan-tías Constitucionales y Sociales y el Tribunal de Cuen-tas, que no frenaban las arbitrariedades y el incumpli-miento del ordenamiento legal, ni la colosal corrupciónadministrativa. Esas realidades generaron una nuevaversión de la frustración vivida en la primera repúbli-ca, ahora referida a los ideales de la Revolución del 30,que contenían elementos mucho más ambiciosos quelos de 1902. Ese malestar de la sociedad era, por tanto,potencialmente peligroso para la existencia del capita-lismo neocolonial. La República cubana nació marcada,retada por la frustración de una gran gesta revolucio-naria y un proyecto nacional popular de liberación, peropareció estabilizarse durante un cuarto de siglo de re-construcción y de gran expansión económica. La Re-volución del 30 transformó el agotamiento del modeloeconómico colonial-neocolonial y su salida dictatorialen una gigantesca conmoción que modificó los térmi-nos de dominación del sistema. Por sus logros, perosobre todo por la conciencia y las ansias que no satis-fizo, la segunda república no podía ocultar a un análi-sis lúcido y severo que la solución para las ampliasmayorías y para el logro pleno de la nación exigía unarevolución que abatiera el sistema vigente con objeti-vos antimperialistas y anticapitalistas.

Pero mientras aquel orden republicano funcionó ysu reproducción predominó, su propia naturaleza ge-

neraba la creencia más extendida entre los que eranactivos en las luchas por cambios para el país y lagente: que estos podían obtenerse por vías institucio-nales, mediante luchas cívicas y dentro de las reglasdel juego político, sin apelar a vías revolucionarias ni ala violencia política.

IV. Una revolución socialista de liberaciónnacional

La ruptura de la institucionalidad y la dictadura esta-blecida a partir del 10 de marzo de 1952 no parecieronsuficientes para quebrantar el funcionamiento del sis-tema de dominación, a pesar del gran repudio que pro-vocó aquel hecho. Como sucede en numerosos mo-mentos de la historia, el acontecimiento trascendentalque fue el asalto al Moncada no resultó comprendidode inmediato –y el gobierno pudo creer que había limi-tado su significado–; solo en el segundo semestre de1955 se hizo ostensible que el movimiento que habíanacido de aquellos hechos podía llegar a ser una pre-sencia importante en la política cubana.

Pero no expondré aquí los acontecimientos y losprocesos vividos desde entonces hasta hoy en Cuba,porque son en sí mismos bastante conocidos y porqueeso haría demasiado extenso este trabajo. Ruego teneresto en cuenta ante esa ausencia, y ante las mencionesque hago de algunos de ellos en el curso de lo que restadel texto.

El movimiento insurreccional de los años 50 alber-gaba muy fuertes visiones de socialismo cubano y desus nexos íntimos con la liberación nacional. Es muycomprensible que así fuera, dada la densidad que tuvola historia de protestas, rebeldías y acciones colectivasrevolucionarias en Cuba entre 1868 y 1959, si vemosel período en perspectiva histórica, y dadas su grancoherencia y su enorme vocación de sentirse conti-nuadores, herederos y llamados a consumar los es-fuerzos y los proyectos anteriores, si desde aquellaperspectiva no exageramos la entidad y el papel de susdivisiones internas, errores e insuficiencias. Confiar enque la deslegitimación del sistema político de la segun-da república en 1952 no tendría mayores consecuen-

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cias fue el error del siglo XX de la burguesía de Cuba ydel imperialismo norteamericano, al cual no sobrevi-vieron. Cuando las voluntades organizadas, audaces ydispuestas a pelear, con un cuerpo de ideas muy defi-nidas, organizaron el Movimiento 26 de Julio y combi-naron las tareas conspirativas para la insurrección conla vinculación a las protestas sociales y el inmensomalestar político de 1955 y 1956, pudieron levantarsecontra el sistema, a pesar de su inicial debilidad, por-que se apoderaron de todo el potencial subversivo quehasta entonces neutralizaba la hegemonía burguesaneocolonial, y de toda la historia revolucionaria del país.A esa luz es más fácil comprender el carácter de Lahistoria me absolverá.

Los textos de la insurrección –documentos de orga-nizaciones, artículos publicados, cartas y mensajes po-líticos y personales, anotaciones de pensamiento oproyectos, comunicaciones orales– abundan en el usode conceptos de liberación, antimperialismo, socialis-mo, nacionalismo revolucionario, latinoamericanismo,democracia. Por lo general no pretenden someterse adefiniciones, pero los autores los utilizan con propiedady desenvoltura, y los ligan entre sí. Es que un puntocentral de la ideología de la insurrección era «no volveral 9 de marzo», es decir, no regresar a la institucionali-dad ni a los empeños cívicos de cambiar a Cuba dentrode las reglas del juego de la segunda República. Ese pro-yecto de consumación de la nación cubana y de libera-ción de su pueblo exigió visiones que no cabían dentrodel orden burgués neocolonial ni dentro de la mayor partede las ideas que disentían de él. Ya están disponiblescientos de documentos y un buen número de monogra-fías sumamente valiosas acerca de este período; sin em-bargo, su conocimiento no está establecido con firmezade síntesis, pese a ser de importancia crucial para com-prender la Revolución y sus ideas dominantes. No esposible seguir reduciendo a destellos luminosos y pastode citas lo que fue creación heroica y contiene una or-ganicidad, aunque no la hicieran expresa los que vivie-ron aquel proceso. Más grave aún son las ausencias enlos terrenos de la docencia y la divulgación sistemáticade la gran mayoría de esos textos y de valoracionesacerca de su naturaleza y su significación histórica.

Cuba no estaba predestinada a ser un país socialis-ta. La República de 1902, con democracia política ycapitalismo neocolonial y liberal, fue conquistada porlas revoluciones de 1868-1898. Un mar de sangre clau-suró la posibilidad de que Cuba fuera incorporada a losEstados Unidos, pero no pudo evitar la relación neoco-lonial. La ciudadanía fue una inmensa conquista popu-lar, pero no se pudo lograr una reforma agraria ni des-terrar el racismo. Vimos cómo en el decurso de mediosiglo se transformaron numerosos aspectos, pero loesencial del sistema se mantuvo. En 1959 el entusias-mo revolucionario era universal y la confianza en laspropias fuerzas crecía cada día. Pero todavía podríael historiador registrar la existencia de opciones para eldestino de aquel proceso. En teoría, Cuba podía vol-ver al régimen democrático que era esencial a la se-gunda república y profundizarlo, tratando de hacerefectivas sus normas y honestos sus gobiernos. Perola alternativa práctica no estaba allí.

Solo la elección de destruir el aparato militar, repre-sivo y político del sistema, puesta en práctica desde el1 de enero de 1959, hizo viable el proyecto revolucio-nario. Solo la decisión de transformar a fondo las es-tructuras de dominación sobre la economía, la propie-dad y las relaciones sociales ligadas a ellas –reformaagraria, recuperación de bienes malversados, sectorestatal siempre creciente, leyes revolucionarias– le diosuelo al nuevo poder y consumó su conducción delpueblo, a la vez que este se lanzaba a la participaciónpolítica masiva en todas las tareas y recibía las armas.Solo violentando los resultados esperables de la fiestade la libertad y la democracia, poniendo el poder alservicio de la liberación de las mayorías de la explota-ción capitalista y la miseria, y de la conquista de laplena soberanía nacional, se hizo real la unidad de losrevolucionarios y se forjó un nuevo bloque popular. LaRevolución multiplicó su fuerza y su legitimidad, y setornó capaz de vencer a sus descomunales enemigos yde cambiar la vida, las relaciones, las instituciones y elmundo espiritual de la gente y del país.

Fue un proceso ininterrumpido, con fiebre de nacery ser, más que de ponerse nombre. Cuando tuvo quehacerlo, en vísperas de una batalla decisiva, Fidel Castro,

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el llamado a hacerlo por sus hechos, sus ideas y suliderazgo, dijo: «esta es la Revolución socialista y de-mocrática de los humildes, por los humildes y para loshumildes». El analista lo dice de otro modo: una Revo-lución socialista de liberación nacional. La concienciadel carácter y el contenido del proceso revolucionariose fue creando en las luchas, aprendizajes y experien-cias, con los materiales previos siempre presentes, perocon nuevos materiales que resultaron decisivos, por-que el objeto del pensamiento y los ideales del socialis-mo y de la liberación se habían ampliado bruscamenteal mismo tiempo que tendían a unirse, mientras lo nun-ca soñado se ponía a la orden del día.

Las victorias y las inmensas transformaciones delos primeros años del poder revolucionario fueron ca-lificadas después como el triunfo y la implantación delsocialismo en Cuba. Esto provenía de su contenidoreal, pero también del deseo de formar parte de unproceso mundial de cambios que acabaría con las opre-siones del capitalismo y el colonialismo, y abriría unmundo de oportunidades nuevas para los países y laspersonas. La concreción más poderosa e influyenteque parecía tener ese proceso era la Unión Soviética,que lideraba un grupo de países y un sector muy nu-meroso de partidos políticos a escala mundial, campoy movimiento que reivindicaban el comunismo, y serlos herederos de la Revolución Bolchevique y las ideasde Marx, Engels y Lenin. Cuba necesitó y obtuvo rela-ciones y alianza con la URSS que muy pronto se vol-vieron de un peso inmenso, dadas las formidables agre-siones de los Estados Unidos y la naturaleza de laeconomía cubana. Parecían unirse felizmente los idea-les y las necesidades. Pero pronto se hizo visible quelas prácticas y las ideas del socialismo cubano conte-nían diferencias e incluso contradicciones con la ideo-logía de aquel país y del movimiento comunista queconducía, y con la política exterior soviética.

El proceso de sectarismo en las OrganizacionesRevolucionarias Integradas (1961-1962) y la Crisis deOctubre de ese último año hicieron palpables aquellasdiferencias y contradicciones. A lo largo de la décadase repitió esa constatación en cuanto a la estrategiaeconómica y de construcción socialista cubana, la or-

ganización política, la cultura, el pensamiento marxis-ta y otros ámbitos. También fue real –aunque quizásmenos obvio– que la posición política e ideológica y elejemplo cubanos implicaban un polo diferente de atrac-ción y potencial formación de un frente de países ymovimientos independientes de la URSS, que conju-garan con acierto el socialismo y la liberación desde laAmérica Latina y el Tercer Mundo, un movimiento yun cuerpo de ideas basado en un internacionalismoanticapitalista y de liberación realmente revoluciona-rio y en proyectos de transformaciones sociales real-mente socialistas-comunistas. La Revolución Cubanaconfrontó entonces, además de sus enemigos y difi-cultades internos y externos, el hecho de constituiruna herejía para el llamado campo socialista y su teo-ría. El pensamiento de Fidel Castro y el de ErnestoChe Guevara son las expresiones más notables de esaherejía.

Las acciones revolucionarias cubanas plasmaron unavisión propia del socialismo y de la liberación nacionalen incontables terrenos, recogida también en cientosde discursos, documentos políticos y otros escritos.Todos los revolucionarios cubanos secundaron aque-llas prácticas. Pero en el campo de las ideas hubo se-rias diferencias entre nosotros, que se expresaron endivergencias y debates. Cuba enriqueció el acervomundial de las revoluciones y del conocimiento delmundo contemporáneo en esa primera etapa de la re-volución en el poder que terminó a inicios de los años70. Aunque en la segunda etapa –la que va de ese mo-mento a inicios de los años 90– Cuba debió sujetarse alpredominio de la influencia soviética en diversos campos,mantuvo su régimen, dirigentes y personalidad propios, ynumerosas políticas y actuaciones autónomas. Estoresultó decisivo para nuestra Revolución y para la so-brevivencia nacional cuando la URSS y los demás re-gímenes no capitalistas de Europa se autodestruyeroncomo tales y dañaron profundamente el prestigio mun-dial del socialismo, y Cuba debió enfrentar una crisisdemoledora de su economía –que dependía sobrema-nera de las relaciones con la URSS–, un deterioro muyfuerte de la calidad de la vida y graves peligros en cuantoa seguridad nacional.

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Sintetizo las que me parecen características princi-pales del socialismo cubano de este medio siglo. Antetodo, ser de liberación nacional, para eliminar todo do-minio extranjero, garantizar la soberanía y laautodeterminación –una tarea permanente que es muydifícil y compleja–, y hacer al pueblo sentirse dueño desu propio país y de un ambicioso proyecto social com-partido a escala nacional. Ser un proceso dedistribuciones sucesivas y sistemáticas de la riquezasocial, regidas por el ideal socialista y la justicia social,principio mantenido en las circunstancias más duras odisímiles, que mantiene efectos muy profundos en lavida material y espiritual de las personas y las familias,y en las relaciones entre economía y sociedad. Ser an-timperialista y latinoamericanista, rasgo esencial para laliberación de Cuba, cemento de la unidad popular na-cional y de una vocación de unión continental queidentifica y denuncia la esencia del capitalismo contem-poráneo –enemigo de los pueblos a escala planetaria– yno le hace concesiones, y tiene una política latinoame-ricana muy activa, basada en hermandad entrerevolucionarios, alianzas, colaboración o intercambios.Ser internacionalista, gigantesca ampliación y cambiode naturaleza de las prácticas y las ideas modernas defilantropía y de ayuda a otras naciones, que potencia lafraternidad entre los pueblos del mundo que fue coloni-zado, hayan o no completado su liberación, y les permitemovilizar recursos y hacer políticas superiores a susmedios propios. Este internacionalismo es un paso efec-tivo de avance para el socialismo y la liberación en elmundo, y una gran escuela de desarrollo humano y re-volucionario para los cubanos.

En las últimas décadas se han agudizado las contra-dicciones entre tantos logros y nuevos horizontes quese abren ante los seres humanos y el carácter centrali-zador, parasitario, recolonizador, criminal y excluyen-te del gran capitalismo, portador de una cultura delmás profundo egoísmo, afán de lucro, individualismo,miedo, indiferencia por la suerte de los demás. Tam-bién han hecho crisis las ideologías que simplificabanlas grandes contradicciones sociales y sus soluciones,y los regímenes que se oponían al capitalismo perocada vez se diferenciaban menos de él y perdían la

batalla de la creación de una nueva cultura. Todo esohace obvia la necesidad de repensar los ámbitos y ras-gos de la liberación y el socialismo, y el contenido deambos conceptos. No pretendo intentarlo aquí. Me li-mitaré a terminar mi texto con algunos comentariosacerca del socialismo en Cuba contemporánea.

Cuba ha tenido que lidiar a la vez con el capitalismomás desarrollado y con los problemas del subdesarro-llo, con fuertes tendencias internas burocráticas y conel plano inclinado hacia el capitalismo constituido porlas relaciones mercantiles, con la agresión sistemáticade los imperialistas de los Estados Unidos y con lasprofundas deformaciones e insuficiencias de nuestrosaliados, con la centralización, el unanimismo y otrasdeformaciones propias y con la tremenda ofensivacultural mundial del capitalismo. Sin paz, recursos nisoledad suficientes, el experimento de la transiciónsocialista cubana siempre se ha visto forzado a ser crea-tivo y a unir la flexibilidad a los principios.

El desarrollo como meta del país y como ideal havivido siempre las tensiones de insuficiencias insalva-bles, del cierre de oportunidades y espacios que pade-ce la mayoría de los países a escala mundial, y de lasnecesidades de la defensa de la Revolución y de susprincipios. Fidel enunció hace cuarenta años una ideaque a mi juicio es básica: para los subdesarrollados, elsocialismo es condición del desarrollo, y no el desa-rrollo la condición del socialismo. En realidad, la creenciaen que la economía debe regir al socialismo –expresa-da en formas grotescas o sutiles–, en el papel inapela-ble que tendrían sus «leyes» autónomas y en la corres-pondencia obligada entre la «base material» y lasrelaciones sociales principales, es quizá la más exten-dida entre las deformaciones del ideal socialista. Ir másallá de lo posible es el sello de la Revolución socialista,que solo puede existir y avanzar mediante una épocaprolongada de predominio del factor subjetivo. El po-der tiene que ser un puesto de mando sobre la econo-mía. Las relaciones, tensiones y contradicciones entreel poder y el proyecto, la dominación y la libertad, launidad y las diversidades, las relaciones económicas yla igualdad de oportunidades, la autoridad y la participa-ción, son temas –entre otros– del socialismo cubano,

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que ya no es solo una visión, porque cuenta con unagran acumulación cultural de experiencias, subjetivi-dades, conocimientos y preguntas.

No quiero concluir sin llamar la atención sobre unacuestión importante. En los años 70 el socialismo fueconvertido en un vocablo ineludible y un paraíso hue-co, fue aireado y participó en los encendidos debatesdurante el proceso de rectificación después de 1985,pero comenzó a desaparecer del discurso cívico hacequince años, en medio de la gran crisis. Lo mantuvovivo la conjunción de las enérgicas iniciativas de ladirección revolucionaria –en defensa de los interesesy las oportunidades de la gente común y la permanen-cia de la transición socialista– con un profundo saberpopular, que lo defiende porque sigue siendo el mejornombre para sus necesidades, esperanzas e ideales.En los últimos años viene regresando el concepto de

socialismo, motivado por los avances populares enAmérica Latina y por la conciencia en Cuba de queestamos en una coyuntura que irá exigiendo definicio-nes. Por otra parte, la naturaleza actual del capitalis-mo no deja más alternativa que rendirse a él o lucharpor el socialismo. Pero hoy ya no es posible postularsimplemente el socialismo. Hay que enfrentar las du-das y los desafíos, saldar las cuentas históricas, supe-rar su insuficiencia y sus desvaríos, rediscutir y ha-cer avanzar su teoría marxista –tan necesaria ante elpáramo que ha llegado a ser el pensamiento social–,partir de las realidades actuales como son, sin ceguerani ocultamientos, con el fin de cambiarlas hasta susraíces. No sucumbir al pesimismo, ni a engaños triun-falistas. Es indispensable reformular y profundizar elproyecto socialista, con gran audacia, creatividad ycompromiso. c

JESÚS SOTO (Venezuela, 1923-Francia, 2005): S/t, s/f. Serigrafía, 520 x 480 mm. 65/100

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Luiz Inácio Lula da Silva, en su segundo mandato como presidentede Brasil, país líder del continente latinoamericano, patentizó: loprimero que la América Latina solicitará a Barack Obama, primer

presidente afronorteamericano de los Estados Unidos, enseguida queentre en posesión de su cargo, será eliminar definitivamente el antihistó-rico e inmoral bloqueo económico que los gobiernos de Wáshingtonimponen a Cuba desde hace medio siglo y que por decimoséptima vezconsecutiva ha sido condenado en la ONU en noviembre de 2008.

Diez años atrás, hubiera sido impensable que un país del continentesituado al sur de Texas hiciera una solicitud tan explícita y, evidente-mente, ello es el resultado del extraordinario cambio que ha tenido lugaren los últimos años en la América Latina en su relación política y econó-mica con el poderoso vecino del Norte que, empantanado en las insen-satas guerras en Afganistán e Iraq, ha perdido parte de la antigua hege-monía en lo que se consideraba «el traspatio de casa». No es casual queen estos momentos solo tres países insistan en aceptar al pie de la letralas políticas neoliberales y de rapiña aplicadas por los Estados Unidos alos pueblos más pobres. Estos países son Colombia, tierra de paramili-tares sin ley, el México de los cuatro mil muertos masacrados en diezmeses durante la guerra entre las «familias» del narcotráfico y, en parte,el Perú del audaz presidente Alan García, quien retornó a la palestrapolítica a pesar de algunas condenas por corrupción.

Es singular, aunque no casual, que en la América Latina, hasta hacepoco desesperada y sin alternativas, soplen vientos de libertad en laépoca de la globalización económica, cuando el capitalismo sin más

GIANNI MINÀ

La América Latina de hoy,hija de la resistencia de Cubay de la utopía del Che

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reglas ni medida parecía triunfar sobrepasando todoslos límites de la decencia.

Sin embargo, en ese contexto desesperanzador, sematerializó primero el emblemático levantamiento delas poblaciones mayas en Chiapas y luego se descu-brió en los encuentros y seminarios de Porto Alegre,Brasil (resultado del Foro Social Mundial, lugar de de-bate y de esperanza de los excluidos), que un mundomejor es posible, que un mundo más justo es reco-mendable y, en fin, que la humanidad, aun en medio delas condiciones más desfavorables, es capaz de resis-tir, luchar y defender su propia dignidad.

En definitiva, el presuntuoso Occidente, la Europasiempre lista para sermonear y decidir autónoma e hi-pócritamente quiénes son los malos y quiénes los bue-nos, tuvo que aceptar que en el Continente, luego deaños de humillación y a pesar de las previsiones demuchos politólogos, se había ido reafirmando el ejem-plo de resistencia y el mensaje de esperanza que pormás de cuarenta años Cuba, tantas veces no escucha-da, enviaba al mundo que con frecuencia había juzga-do erróneamente esa Revolución.

Una Revolución capaz de desmentir sistemáticamen-te, a pesar de sus errores y cierta dosis de autoritaris-mo, que el dogma de los derechos humanos solo serespeta en el Norte del mundo.

Dogma muy discutible, especialmente si tratamos deesclarecer qué es lo que entendemos por democracia.Si es más inaceptable una vida política con un partidoúnico, aunque rico en diversidad de criterios, o una vidapolítica con varios partidos y un pensamiento único, elde la economía capitalista, o mejor aún, neoliberal, quepor ejemplo, priva a cincuenta millones de estaduniden-ses (la sexta parte de los habitantes del país) del derechoa un servicio de salud nacional, una realidad en la que site enfermas y no tienes dinero debes morir.

En fin, una democracia que se vanagloria de serincuestionable, pero que acepta la aprobación de unaley que autoriza la tortura para los sospechosos de te-rrorismo y la abolición del hábeas corpus, que es underecho elemental de todo ser humano de contar conla defensa de un abogado cuando es privado de la li-bertad. Un abuso que niega al acusado hasta la posibi-

lidad de tener acceso a las pruebas en su contra si eljurado militar considera que perjudican los interesesnacionales.

Estos son derechos humanos mancillados, como elsecuestro del imán Abu Omar, perpetrado impunementeen Milán, Italia, en 2003, por una escuadra de veinti-séis agentes de la CIA, en complicidad con los servi-cios secretos nacionales. Abu Omar primero fue enviadoa la base militar de Aviano, en la región de Friuli, yluego trasladado a Egipto donde lo sometieron a inte-rrogatorio bajo torturas.

Después de más de tres años fue liberado por carecer-se de pruebas que demostraran que era «un terrorista».

En este sentido resulta aterrador leer el prólogo queClaudio Fava, periodista, escritor y parlamentario eu-ropeo, presidente de la Comisión que investigó la ex-traordinary rendition, escribió para el libro del colegaGiulietto Chiesa Le carceri segrete della CIA in Europa(Las cárceles secretas de la CIA en Europa), del quecito un fragmento:

Esta historia es también un viaje al horror y al ridí-culo: nombres cambiados, errores, mentiras; y loque resulta aún más trágico y grotesco, de las vein-te extraordinary rendition que ha reconstruido laComisión de investigación, al menos dieciocho eranpersonas totalmente inocentes. Capturadas, deteni-das, torturadas y al final –al cabo de uno, dos, cin-co años– liberadas diciéndoles con un encogimien-to de hombros: estábamos equivocados. ¿Se tratasolo de una aventura insensata de la CIA? No locreo. Esos abusos, esas mentiras, esos excesos, sontambién nuestros.

Rechazar durante cincuenta años estas razones usa-das y aceptadas casi siempre por ese Norte que noadmite dudas sobre su respeto por la democracia, hasignificado para Cuba cincuenta años de ostracismo,instigado por los Estados Unidos (temeroso del men-saje de independencia que transmitía Cuba), puesto enpráctica por muchas naciones occidentales y, lamen-tablemente, en algunos períodos, incluso por paíseshermanos latinoamericanos. Un plan ejecutado por los

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propios Estados Unidos con acciones terroristas pre-paradas en la Florida o Nueva Jersey y llevadas a cabocontra la Isla, plan favorecido durante años por la CIAcon una verdadera estrategia de tensión financiada di-rectamente por el gobierno y jamás abandonada.

En 2007 Wáshington «para propiciar un cambiopolítico, rápido y drástico en la Isla» destinó a la Ope-ración Cuba Libre ciento cuarenta millones de dólares(sesenta del Congreso y ochenta extraídos de la reser-va a disposición del Presidente) y en 2008, a pesar deestallar la crisis financiera, los contribuyentes norte-americanos tuvieron que desembolsar cuarenta y cin-co millones de dólares para el mismo objetivo.

Hasta la Unión Europea fue cómplice de esta políti-ca preconcebida contra la Revolución.

Mientras en Cuba se multiplicaban los atentados bajola dirección de antiguos asesinos como Luis PosadaCarriles y Orlando Bosch (el primero salvado medianteun indulto de Bush padre y el segundo por Bush hijo), yel terrorismo de los Estados Unidos contra Cuba se con-vertía en una realidad irrefutable, la Unión Europea nun-ca movió ni siquiera un dedo para detener estas accionesde los gobiernos de Wáshington, por el contrario, enjunio de 2003, presionada por el entonces presidente delgobierno español, José María Aznar (quien había recibi-do un sustancioso aporte a su campaña electoral porparte de la desacreditada Fundación Cubano-Americanade Miami, cómplice y protectora del terrorismo) decidiócastigar a la Revolución a causa «de la situación de losderechos humanos en ese país».

La Comunidad Europea había impuesto sancionesunilaterales a Cuba (solo eliminadas en 2008) despuésdel fusilamiento en La Habana de tres de los once se-cuestradores (que amenazaron con cuchillos en el cue-llo a los turistas) de la lancha de la bahía de la ciudad,último acto de esa «estrategia de tensión» maquinadaabiertamente por los Estados Unidos, y en virtud de lacual ya se habían realizado tres secuestros de aviones,de una decena que habían sido planificados.

Por su parte Cuba, había reaccionado ante el evi-dente intento de atropello procedente del exterior, eli-giendo una forma de defensa desproporcionada contoda intención. Una reacción extrema, tal vez exagera-

da, que sin embargo no difiere de la aplicada por losEstados Unidos a raíz de los atentados del 11 de sep-tiembre de 2001.

Por consiguiente, lo que se cuestionaba no era elderecho a hacerlo sino en nombre de qué modelo desociedad o de cuál ideología se hizo, y quién estabaautorizado a hacerlo y quién no.

¿Qué habría dicho la Comunidad Europea si esta es-trategia se hubiera aplicado contra una de las nacionesde la vieja Europa? ¿Por qué en Bruselas nunca lograronasumir una posición autónoma de la Unión sobre argu-mentos tan delicados y controvertidos como este?

Por ello me parece comprensible el orgullo de Cuba,que ha resistido a este asedio y ve ahora cómo se estántransformando muchas naciones de la América Latina,reescribiendo (como en Bolivia, Ecuador, Venezuela)su Constitución para que finalmente se respeten losderechos de todos, incluso de los indígenas, que aúnsiendo la mayoría en esas tierras hasta ahora no habíanpodido elegir su vida ni decidir su futuro.

Cuba asediada ha sabido recuperarse incluso de losaños controvertidos de la influencia soviética en susociedad. Son memorables la autocrítica y el debateque tuvieron lugar en 2007 en la Casa de las Américassobre el Quinquenio Gris de la Isla, de 1971 a 1976, unperíodo caracterizado por las censuras de Luis PavónTamayo, quien en aquel momento dirigía el ConsejoNacional de Cultura y pretendía defender una presuntaortodoxia ideológica.

El «socialismo tropical» fue siempre diferente delcomunismo soviético, y de ahí nace posiblemente elrespeto que se ha granjeado, incluso después del fra-caso de la aplicación del marxismo.

Una revista que se debía llamar Cubana

No por casualidad cuando hace veintisiete años apare-ce Latinoamerica, la revista trimestral que tengo el pla-cer de dirigir con Alessandra Riccio (una de las funda-doras históricas) se llamaba Cubana y se inspiraba unpoco en Casa de las Américas.

Era el fruto de la fascinación de algunos intelectua-les italianos por lo que significaba la Revolución de

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Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos comoejemplo de libertad y resistencia en la América Latina,un continente martirizado y recolonizado por la econo-mía capitalista.

Los Estados Unidos, alarmados por el carácter in-telectual de ese movimiento que realizaba proselitismoen el Continente, intentó de inmediato –con el embar-go y el bombardeo constante de una campaña de des-prestigio– poner contra la pared a la naciente Revolu-ción, un engendro socialista a pocas millas de la Floridaque se había consolidado en poco tiempo y que ejer-cía una influencia sobre el Continente y el mundo conideas o utopías de igualdad. En efecto, la Revoluciónsoñaba con una repartición más justa de los recursosy de las riquezas entre los seres humanos. Una singu-laridad caribeña. Pero contrariamente a lo que todosesperaban, Cuba, aun cometiendo, como dije, erroreso actos de autoritarismo a lo largo de los años, enocasiones propiciados por un invencible síndrome delasedio, resistió a todo. Y el continente latinoamerica-no, que ahora se está fortaleciendo hasta el punto dedarse el lujo de esperar, es indudablemente hijo de esatenacidad.

Nelson Mandela, símbolo de la dignidad de los opri-midos, encarcelado durante veintiocho años por de-fender el derecho a la autodeterminación de los negrossudafricanos, que hasta los años 90 eran mayoría, peroque jamás habían estado representados en el gobiernode esa tierra que está en el extremo de ese continente,hace doce años agradeció a Fidel Castro, con la since-ridad que caracteriza a los hombres sencillos y delantedel ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, lasolidaridad y generosidad de la Revolución Cubana enlos momentos más difíciles de su patria.

Es la explicación más sencilla para entender por qué,cincuenta años después de la declaración del embargoimpuesto por los Estados Unidos, veinte años despuésdel fin del comunismo en el ex imperio soviético, dosaños después de la enfermedad que ha obligado a FidelCastro a retirarse de la vida política activa, Cuba sigueahí, orgullosa e inspiradora, capaz de desmentir lasprecipitadas previsiones hechas en Occidente acercade la continuidad de la Revolución.

Por tanto es comprensible por qué a inicios de ladécada de los 80 un grupo de intelectuales italianos,aglutinados alrededor del insigne historiador Enzo San-tarelli, decidió emprender la aventura de contar conhonestidad y sin prejuicios el novedoso aporte políti-co, ideológico, cultural y humano de Cuba, desvirtuandola información oficial que no estaba preparada paraaceptar que una isla del Caribe se convirtiera, aun consus limitaciones, en un laboratorio de ideas acerca delcamino a seguir por la sociedad, papel que hasta en-tonces era una prerrogativa de las grandes nacioneseuropeas, incluida Rusia.

La revista trimestral de geopolítica nacida en esecontexto ha llegado al número 105, enriquecida todo eltiempo por la colaboración de los más prestigiosospensadores de todo el continente americano. Y yo, quela recibí de manos del profesor Santarelli y su compa-ñera Bruna Gobbi con la única condición de no dejarlamorir y de no traicionar el espíritu «de izquierda» quela había caracterizado, festejo mi octavo año en estaardua y fascinante empresa. No me sorprende que eneste aniversario Cuba siga siendo la protagonista y quemarche hacia el futuro sin las tensiones ni concesionesque muchos habían pronosticado para el día en queFidel Castro saliera de la escena. Y no es casual que enel número 100 de Latinoamerica, Senel Paz, guionistade Fresa y chocolate, filme que abrió la etapa de laautocrítica en el seno de la Revolución, haya hechoalusión a esto.

Teniendo en cuenta el contexto nos pareció lógicoreservar una buena parte del número 100 de la revista,que salió en octubre de 2007, a Fidel, protagonista in-discutible –independientemente de la opinión que se ten-ga sobre él– de una aventura humana y política que hamarcado parte de la historia moderna. Lo hicimos através de las palabras de quien lo conoció de verdad yque por tanto no lo describe con los matices, en oca-siones grotescos y construidos a propósito en Wásh-ington o Miami, y que a lo largo de estos años hanacompañado en Occidente muchas historias sobre suobra. La mayoría de los testimonios seleccionados per-tenecen a intelectuales como García Márquez, JorgeAmado, Eduardo Galeano, Miguel Bonasso o Noam

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Chomsky, quienes constituyen la conciencia más sen-sible del nuevo Continente.

¿Por qué estas personas al referirse a la complejafigura de Fidel Castro decidieron desmentir los mani-dos argumentos que sobre él difunde la propaganda delos Estados Unidos? Es evidente que existe una formadiferente de interpretar los acontecimientos de nuestraépoca y de decidir quiénes son los buenos y los malos,los demócratas y los tiranos. Algo sobre lo que debe-rían reflexionar especialmente los que sonrieron conironía cuando a mediados de la década de los 80, ellíder cubano declaró que «La deuda externa de los paí-ses latinoamericanos, y en general, la de los países delSur, era injusta e impagable», diez años antes de que loafirmara el papa Juan Pablo II.

Sin embargo, la Revolución no es la obra de un solohombre, aunque ese hombre sea fundamental como loes Fidel Castro. Lo excepcional de la Revolución Cu-bana radica en que uno de sus héroes, Che Guevara,que vino desde la Argentina con la idea de liberar alContinente de la injusticia y de la explotación, se hayaconvertido en el símbolo mundial por antonomasia dequien está dispuesto a entregarse e inmolarse en arasde una idea ética de la vida. Han transcurrido cuarentaaños desde el día en que el Che Guevara fue asesinadoen Bolivia por temor a que su mensaje fuera captado pordemasiados seguidores. Sin embargo, matarlo no sir-vió de nada.

La América Latina que cambia y toma finalmente elcamino de justicia y respeto de los derechos de todos,es hija del sacrificio de muchos que como él nuncadudaron de que la realidad se podía cambiar y que su-pieron confiar.

Guevara no era un visionario

Cuando a finales de 2005, Evo Morales, indígena ay-mara, ex líder de los campesinos productores de lahoja de coca, los cocaleros, ganó con el MAS (Movi-miento Al Socialismo) las elecciones en Bolivia, escribípara la revista Latinoamerica un artículo publicado tam-bién por el periódico de la izquierda italiana il Manifes-to, titulado El Che no era un visionario, ya que tenía

un valor simbólico el hecho de que esta elección tuvie-ra lugar en la tierra donde cuarenta años atrás habíamuerto Ernesto Guevara por mantenerse fiel a sus idea-les de justicia social. Una tierra que en su más recientehistoria había vivido la grotesca y trágica realidad demás de cien golpes de Estado, una tierra que hasta ladécada de los 90 había sido gobernada con frecuenciapor militares indignos, asesinos y corruptos, casi to-dos formados en la desacreditada Escuela de las Amé-ricas, dirigida por los Estados Unidos, primero en Pa-namá y luego en Fort Benning (Georgia).

Después de la elección de un aymara en Bolivia,ocurre en Ecuador la de Rafael Correa, un economistaque estudió en la Universidad Católica de Lovaina, Bél-gica, en la que durante años ha enseñado sociologíaFrançois Houtart, religioso de ochenta y seis años quefigura entre los fundadores del Foro de Porto Alegre,el laboratorio político que a partir del año 2000 ha mar-cado las pautas de los cambios sociales, progresistasque tienen lugar en la América Latina.

Dos años antes, había ocurrido la elección en Vene-zuela del militar progresista Hugo Chávez quien con su«socialismo del siglo XXI» imprimiría un nuevo impulsoal proyecto de liberación del Continente. Posteriormen-te, con la elección de Lula, un ex obrero metalúrgico, ala presidencia de Brasil (reelecto en 2006) y la de TabaréVázquez en Uruguay en una coalición de la que for-maban parte también algunos ex guerrilleros tupama-ros, comenzaron a soplar vientos cada vez más fuertesen el Continente.

Más tarde, dos mujeres, Michelle Bachelet en Chile yCristina Kirchner en la Argentina, aunque con programasy formas más moderadas, rompían con los esquemas im-perantes no solo en la cultura machista de sus tierrassino también en la tradición autoritaria de sus países.

Finalmente, un obispo católico de Paraguay, Fer-nando Lugo, quien colgó los hábitos para ocuparse delgobierno del país con la intención de llevar a su pueblohacia la democracia, confirmaba que se estaba produ-ciendo un cambio extraordinario en la conciencia delos pueblos de la América Latina.

Por tanto, el Continente que está al sur de los Esta-dos Unidos podía ser liberado, como soñaba el Che, o

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por lo menos orientado hacia una liberación, una re-apropiación de los recursos, saqueados durante tantotiempo por las políticas depredadoras de las multina-cionales del Norte.

Creo que, a cuarenta años de su asesinato, hay quereconocerle a Ernesto Guevara esa intuición y esa fe.

Muchos, especialmente los que el subcomandanteMarcos definió en su discurso en la INAH (InstitutoNacional de Antropología e Historia de Ciudad de Méxi-co) en 2007 como «la izquierda mediática», que estáde moda, dirán que la lucha armada de la que hablabael Che no era necesaria. Pero, esa beautiful people,como la denominara irónicamente el difunto ManoloVázquez Montalbán, olvida con absoluto cinismo lasmiles y miles de víctimas provocadas por la políticaoficial, aun cuando se definía democrática, sobre todo,cuando esa política se tornó un verdadero «terrorismode Estado», como fue el caso del genocidio autorizadopor los Estados Unidos en Guatemala en la década delos 80, o el de la matanza en Bolivia en octubre de 2003por órdenes del ex presidente Sánchez de Losada, soloporque los indígenas (la mayoría del país que en aquelmomento no estaba en el poder) bloqueaban las callesde la capital, La Paz, porque se negaban a vender enliquidación a un cártel multinacional, el gas natural, úl-timo recurso de un país saqueado.

Sin el sacrificio de muchos que como el Che, fue-ran «[...] capaces de sentir en carne propia cualquierinjusticia cometida contra cualquier ser humano [...]»,en un continente prisionero como la América Latina,no habría germinado en poco tiempo una concienciade los derechos propios como la que en los últimosaños ha llevado a Venezuela, Brasil, la Argentina, Uru-guay, además de Bolivia y Ecuador, a rechazar el Alca,(tratado de libre comercio impuesto por los EstadosUnidos), ni se hubiera afianzado una conciencia capazde rechazar la arrogancia de organismos como el Fon-do Monetario y el Banco Mundial y mucho menos sehabría podido soñar con la creación de una comunidadlatinoamericana, autónoma e independiente, a travésdel Mercosur, el Banco del Sur y Telesur (el network

continental que se diferencia de la información quebrinda la CNN y de la información grotesca que estáen manos de las familias oligárquicas del Continente).

Sin el sacrificio de muchos como el Che, héroessilenciosos e ignorados de una guerra civil continental,llevada a cabo contra el Plan Cóndor impuesto porNixon; guerra librada durante años contra feroces dic-taduras militares, repugnantes oligarquías, políticoscorruptos, eludida o manipulada por los medios decomunicación, quizá ni siquiera el Chile de la Concer-tación (pacto político entre demócratas cristianos ysocialistas) habría tenido el valor de juzgar a Pinochety a su camarilla familiar ni de elegir como presidenteen un país machista y militarista a una mujer, MichelleBachelet, quien había sentido en carne propia los ultra-jes de la dictadura militar.

Y quizá, sin el ejemplo del Che, no hubiera surgidoun movimiento zapatista que obligara a la política mexi-cana a rehacer su programa, decretando la primeraderrota en ochenta años del PRI, partido oficial, y quehiciera que la oligarquía de ese país tuviera que recu-rrir al enésimo fraude en la consulta de 2006 para im-pedir el triunfo en las elecciones, por primera vez, deuna coalición de centroizquierda, la de Manuel LópezObrador.

Cada país, como es obvio, ha elegido su camino deacuerdo a las circunstancias, la autonomía y el corajede sus nuevos líderes, pero en estos momentos soplanvientos de esperanza en todo el Continente.

Hoy muchos reconocen que todo es fruto de la pre-sunta utopía del Che y de la Revolución Cubana, ejem-plo extraordinario de «resistencia y dignidad», a pesarde sus limitaciones y contradicciones,

Ese «imperdonable» pueblo cubano, como recordarael subcomandante Marcos, fue el último del Continenteen ser independiente pero el primero en liberarse.

Sin olvidar que, luego de cincuenta años de embar-go norteamericano, la Revolución Cubana es lo que hapodido ser y no lo que hubiera querido. cTraducción del italiano por Noemí Díaz Vilches

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El martes 19 de febrero de 2008 a través de un «Mensaje del Coman-dante en Jefe» publicado en el periódico cubano Granma, FidelCastro anunció que ponía fin a su larga y extraordinaria carrera

política al renunciar a ser candidato a la presidencia de Cuba. El 31 de juliode 2006, luego de un problema de salud que sobrevino unos días antes yal que siguió una penosa intervención quirúrgica en la región intestinal,Fidel Castro traspasó «provisionalmente» sus funciones a su hermanoRaúl, quien fue electo oficialmente presidente de la República de Cuba el24 de febrero de 2008.

Hasta el próximo congreso del Partido, previsto, en principio, parafines de 2009, Fidel Castro sigue siendo primer secretario del ComitéCentral del Partido Comunista de Cuba (PCC), lo que está muy lejos deser una función sin importancia en el seno de un sistema político uni-partidista. Probablemente durante ese congreso Fidel Castro anuncie sudimisión al cargo.

Hasta el momento en ningún país comunista se ha separado dichocargo del de Jefe del Poder Ejecutivo. Entonces, es poco probable queFidel Castro mantenga su cargo de primer secretario del Partido cuandoha renunciado a ser presidente de los Consejos de Estado y de Ministros(Primer Ministro) y al grado militar de Comandante en Jefe de las Fuer-zas Armadas.

De todos modos, su enorme influencia en la opinión pública cubanaperdura. Él sigue en la lucha aun cuando haya cambiado de frente. Ensu mensaje del 19 de febrero de 2008 dice que si abandonó la presiden-cia fue también para investirse en el «4to. poder».

En su nuevo cuartel general secreto y clandestino, sigue siendo elcombatiente que ha sido siempre. Ahora sus armas son únicamente las

IGNACIO RAMONET

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palabras, y su batalla más que nunca la de las ideas. Elfrente en el cual está luchando ahora es, como diríaAntonio Gramsci, el de la hegemonía cultural, en elque siempre estuvo presente.

Los periodistas que se alegraron estrepitosamente desu «retirada definitiva», inmediatamente después de queanunciara que abandonaba sus funciones de Presidente,olvidaron la enorme influencia que ejercen los mediosde comunicación masiva en la opinión pública. FidelCastro aclaró que los artículos que publica regularmen-te y que no ha dejado de escribir durante su larga conva-lecencia iban a seguir apareciendo. Solo cambió el nom-bre de la rúbrica: en lugar de «Reflexiones del Comandanteen Jefe» ahora es simplemente «Reflexiones de Fidel».Los cubanos, al igual que los observadores internacio-nales, siguen leyéndolas con atención pues, como guíaideológico de la Revolución Cubana, nadie sustituirá aFidel Castro. En la historia de su país, su trayectoria esúnica no solo por sus cualidades de líder sino tambiénporque las circunstancias históricas que la diseñaron ja-más serán las mismas.

Mal que les pese a sus detractores, Fidel Castro tie-ne un lugar reservado en el panteón mundial de laspersonalidades que han luchado por la justicia social yse han solidarizado con los oprimidos de la Tierra. Comodice Frei Betto, teólogo católico brasileño: «Fidel Cas-tro liberó a todo un pueblo no solo del hambre sinotambién del analfabetismo, de la mendicidad, de la cri-minalidad y la sumisión al imperio».

Los ciudadanos cubanos han tenido tiempo paraacostumbrarse a la idea de que ya Fidel Castro no con-duciría más las riendas del poder. En numerosos artí-culos, él tuvo el cuidado de difundir, cual pedagogo,informaciones muy claras que anticipaban su decisiónde retirarse, tomada el 19 de febrero de 2008.

Al ser una personalidad de principios rigurosos ycon un modo de vida muy mesurado, no es ni el mons-truo que describen algunos medios de comunicaciónoccidentales ni el Superman como a veces lo presen-tan los medios de comunicación cubanos. Dotado deuna increíble capacidad de trabajo, es además un nota-ble estratega, un dirigente que ha vivido una vida ente-

ra resistiendo, sin haber cedido ni haber sido derroca-do por Wáshington. He aquí su gran victoria.

Fidel Castro es una curiosa mezcla de idealismo ypragmatismo. Sueña con una sociedad perfecta al mis-mo tiempo que sabe que las condiciones materiales sonextremadamente difíciles de transformar. Abandonó sufunción presidencial convencido de la estabilidad delsistema político cubano.

Pocos hombres han conocido como Fidel Castro lagloria de entrar vivos en la historia y la leyenda. Es elúltimo «monstruo sagrado» de la política internacio-nal. Él pertenece a esa generación de insurgentes le-gendarios –Nelson Mandela, Ho Chi Minh, PatricioLumumba, Amilcar Cabral, Che Guevara, Carlos Ma-righela, Camilo Torres, Medhi Ben Barka– quienes, si-guiendo un ideal de justicia después de la SegundaGuerra Mundial, se lanzaron a la acción política con laesperanza de cambiar un mundo de desigualdades.

Bajo la dirección de Fidel Castro, su pequeño país–ciento once mil kilómetros cuadrados y once millo-nes de habitantes– pudo implementar una política degran pujanza a escala planetaria y desde hace cincuentaaños libra una férrea batalla con los Estados Unidoscuyos dirigentes no han logrado derrocarlo, ni elimi-narlo, ni siquiera modificar aunque fuera un poco elrumbo de la Revolución Cubana.

Desde 1960 los Estados Unidos llevan una guerraeconómica contra Cuba y, a pesar de la oposición cadavez más fuerte de las Naciones Unidas, le imponenunilateralmente un embargo comercial devastador, acen-tuado en los años 90, que constituye un obstáculo parasu desarrollo normal y para el florecimiento de su eco-nomía. Y esto trae trágicas consecuencias para la po-blación de la Isla.

Además, Wáshington prosigue una guerra ideológi-ca y mediática permanente contra La Habana a travésde las potentes Radio Martí y TV Martí, instaladas enla Florida, que inundan a Cuba de propaganda como enlos peores momentos de la Guerra Fría. Las autorida-des norteamericanas, algunas veces a través de «labo-ratorios pantalla» –como la National Endowment forDemocracy (NED), organización no gubernamental

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creada por Ronald Reagan en 1983–, financian en elextranjero a grupos que hacen propaganda hostil enCuba. Por otra parte, la Agencia Norteamericana deAsistencia Internacional (Usaid) que depende directa-mente del gobierno de los Estados Unidos ha transferi-do desde 1996 más de sesenta y cinco millones dedólares a grupos asentados principalmente en la Flori-da y comprometidos contra Cuba. En mayo de 2004 laadministración Bush decidió crear un fondo adicionalde ochenta millones de dólares destinados a intensifi-car la ayuda a esos mismos grupos.

En casi todas partes se paga a decenas de periodistaspor difundir informaciones inventadas contra Cuba. Unaparte de esas sumas de dinero sirve para subvencionar anumerosas organizaciones terroristas, opuestas al ré-gimen cubano como Alfa 66 y Omega 7, entre otras. Di-chas organizaciones tienen sus bases en la Florida dondedisponen de campos de entrenamiento y desde donde en-vían regularmente comandos armados a cometer sa-botajes y atentados, con la complicidad pasiva de lasautoridades norteamericanas. Cuba es uno de los paí-ses del mundo que más víctimas de atentados tiene(cerca de tres mil quinientos muertos y más de dos milmutilados) y que más ha sufrido por el terrorismo du-rante los últimos cincuenta años.

Ignorando la soberanía de Cuba y considerando quela Isla es, por así decirlo, un «asunto interno» suyo,Wáshington no vaciló en nombrar, en 2005, a un «coor-dinador para la transición en Cuba».

El monto de la ayuda de los Estados Unidos a susaliados del interior de la Isla, –a quienes el escritor nor-teamericano Ernest Hemingway en un contexto muydiferente calificaba de «quinta columna»–, ascendía amás de sesenta y dos mil ochocientos millones de eurosy en el documento se aclara que esas sumas se entre-garían directamente a los «disidentes» que se entrena-rían y recibirían equipos y materiales. Es una injeren-cia innegable de una gran potencia con miras adesestabilizar a un pequeño país, es un verdadero «besode la muerte» a los opositores. Pues como lo ha seña-lado el presidente del Parlamento cubano Ricardo Alar-cón: «Mientras que exista esa política habrá cubanos

implicados, que conspiren con los norteamericanos,que acepten su dinero, y [...] no conozco ningún país queno califique tal actividad de delito».

A pesar del ensañamiento de los norteamericanos yde unos seiscientos intentos de asesinar a Fidel Castro,Cuba nunca ha respondido con violencia. En los Esta-dos Unidos no se ha registrado ningún acto de violen-cia que haya sido ordenado por La Habana desde hacecasi cincuenta años. En respuesta a esas constantesagresiones venidas del exterior, las autoridades cuba-nas han preconizado, sin embargo, la unión a ultranzadentro del país. Han mantenido el principio de partidoúnico y han sancionado las opiniones divergentes conseveridad, aplicando a su manera la vieja divisa de Ig-nacio de Loyola: «En una fortaleza asediada, toda disi-dencia es traición».

Por esa razón los recientes informes de AmnestyInternational critican la actitud del gobierno cubano enmateria de libertades (libertad de asociación, libertadde opinión, libertad de movimiento). Sin embargo, losinformes críticos de esta organización no le señalan aCuba ningún caso de tortura física, de «desaparecidos»,de asesinato de periodistas, de homicidio político o demanifestación que las fuerzas del orden público hayanreprimido con violencia. Desde 1959 no ha habido nin-guna sublevación popular. Mientras tanto esos mismosinformes destacan que en algunos Estados de la región–como Guatemala, Honduras, El Salvador, RepúblicaDominicana, incluido México, sin hablar de Colom-bia–, ignorados por los grandes medios de comuni-cación, mujeres, sindicalistas, opositores, periodistas,sacerdotes, magistrados, alcaldes, dirigentes de la so-ciedad civil, continúan siendo asesinados impunementesin que esas violaciones de los derechos humanossusciten alguna emoción en los medios internacio-nales.

En dichos países hay que añadir, como en la mayo-ría de los Estados pobres del mundo, la violación cons-tante de los derechos económicos, sociales y cultura-les de millones de ciudadanos, la escandalosa mortalidadinfantil, la baja esperanza de vida, el analfabetismo, lossin techo, los desempleados, los excluidos del sistema

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de salud, los mendigos, los niños de la calle, las villasmiseria, la droga, la criminalidad y todo tipo de delin-cuencia… Fenómenos desconocidos o casi inexisten-tes en Cuba.

A pesar de las presiones del exterior a las que estásometido, ese pequeño país apegado a su soberanía ya su singular política, ha obtenido resultados iniguala-bles en materia de desarrollo del hombre: eliminacióndel racismo, emancipación de la mujer, erradicación delanalfabetismo, reducción drástica de la mortalidad in-fantil, elevación del nivel cultural general... En las es-feras de la educación, la salud, las investigacionesmédicas y el deporte, Cuba ha alcanzado niveles quesuscitarían la envidia de muchos países desarrollados.

La diplomacia cubana sigue siendo una de las másactivas del mundo. La Habana, en los años 1960-1970apoyó a las guerrillas de numerosos países de la Amé-rica Central (El Salvador, Guatemala, Nicaragua) y delSur (Colombia, Venezuela, Bolivia, la Argentina). Susfuerzas armadas, lanzadas al otro extremo del mundo,participaron en campañas militares importantísimasparticularmente en las guerras de Etiopía y Angola. Lacolaboración de Cuba en este último país terminó conla derrota de las divisiones elitistas de la República Su-dafricana; ello aceleró indudablemente el proceso deindependencia de Namibia y la caída del régimen racis-ta del apartheid.

En los años 80 Cuba encabezó el Movimiento dePaíses No Alineados y llevó una intensa campaña in-ternacional por la condonación del pago de la deudaexterna de los países latinoamericanos. Después deldesastre del campo socialista de Europa Oriental y dela caída de la Unión Soviética en 1991, la RevoluciónCubana ha pasado por años difíciles, calificados como«período especial», empero para la gran sorpresa de lamayoría de sus adversarios, logró sobrevivir.

Desde el fin de la URSS, por primera vez en suhistoria, Cuba ya no depende de un imperio; ni de Es-paña, ni de los Estados Unidos, ni de la Unión Soviéti-ca. Cuba comenzó una especie de segunda vida políti-ca a la izquierda de la izquierda internacional, uniendola vasta ofensiva contra el neoliberalismo y la globali-zación económica.

En ese nuevo contexto geopolítico, la RevoluciónCubana, gracias a sus éxitos y a pesar de sus grandescarencias (dificultades económicas, escasez de alimen-tos, enormes incompetencias burocráticas, corrupcióna pequeña escala generalizada, el rigor de la vida coti-diana, la libreta de abastecimientos, las restricciones aciertas libertades) sigue siendo una referencia impor-tante para millares de desheredados del mundo.

En el actual contexto político, la única experienciaizquierdista que ha logrado sobrevivir es la de Cuba.Empero, hemos visto a qué precio. Aparte de esta ex-cepción cubana, todos los demás intentos de transfor-mar las estructuras de la propiedad o de distribuir másequitativamente las riquezas de este Continente han sidobrutalmente truncados (Guatemala, Brasil, RepúblicaDominicana, Chile).

Desde que Raúl Castro fuera electo presidente, el 24de febrero de 2008, los analistas multiplican las interro-gantes, se preguntan especialmente si Cuba ha entradoen lo que algunos llaman una «transición» política.

Los cambios son ciertamente inevitables porquenadie en los círculos de poder cubanos goza de unaautoridad equivalente a la de Fidel Castro. Una autori-dad que le confería su personalidad cuadriforme: teó-rico de la Revolución, jefe militar victorioso, fundadordel Estado y estratega durante casi cincuenta años dela política cubana.

Algunos periodistas habían predicho una rápida caídadel sistema político cubano, tal como ocurrió en Euro-pa Oriental luego de la caída del muro de Berlín ennoviembre de 1989. Pero se equivocaron. Y fueronvíctimas del mismo espejismo que los neoconservado-res norteamericanos. Es muy poco probable que vea-mos en Cuba una transición al estilo de la de EuropaOriental, donde un sistema autoritario impuesto desdeel exterior y rechazado por una buena parte de la po-blación se vino abajo rápidamente.

Por más que le pese a Wáshington la mayoría de loscubanos no tiene en mente ni desea un cambio radicalde rumbo. No quieren perder algunas ventajas que elsocialismo les ha ofrecido: educación gratuita, inclui-do el nivel superior, asistencia médica general, trabajo,vivienda, agua y teléfono casi gratuitos y una vida tran-

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quila, con seguridad, con poca delincuencia en un paísque vive pacíficamente.

Otra pregunta que se hacen con frecuencia: ¿RaúlCastro y su equipo estarán procediendo a cambios quepudieran modificar la línea de la Revolución Cubana?Lo que sí es evidente es que Raúl Castro y su equipohan hecho hincapié en tres prioridades: la alimentación,el transporte y la vivienda. Tres esferas en las cuales lacarencia, la escasez y las disfunciones son estructura-les y dan lugar a un descontento permanente y difusode la población. Con realismo y de manera concreta,Raúl Castro quiere hallar soluciones a los problemasespecíficos del pueblo. En los tres sectores se hanconstatado notables avances.

Por otra parte, se exhortó a participar en una discu-sión general sobre la forma de hacer que la economíafuera más eficaz y luchar contra el ausentismo o lastrabas burocráticas en la que participaron más de unmillón de cubanos. Se manifestaron numerosas críti-cas contra algunos dirigentes e instituciones del Esta-do socialista. De esa discusión, libre y muy enriquece-dora según muchos observadores, salió una agenda dereformas que desea la mayoría de los cubanos y queRaúl Castro ha comenzado a llevar a la práctica. Ya sehan adoptado algunas medidas.

Ya no cabe duda de que el socialismo cubano está enevolución. ¿Será del mismo modo que en China y Viet-nam? Estos dos países son indudablemente ejemplos quelos dirigentes cubanos han seguido de cerca y que pro-bablemente estén entre sus fuentes de inspiración. PeroCuba seguirá su propio derrotero. Las nuevas autorida-des van a seguir introduciendo cambios en la economíapero es poco probable que presenciemos una «peres-troika cubana» o una «apertura política» o eleccionesmultipartidistas. Las autoridades están convencidas deque ese tipo de «transición» reabriría la vía a un dominionorteamericano y a una forma más o menos disfrazadade anexión. Consideran que el socialismo es la alternati-va correcta, aun cuando deba perfeccionarse. A corto ya mediano plazos la preocupación fundamental de losgobernantes será mantener a la sociedad unida.

La tarea principal que espera a los herederos de Fi-del Castro es enfrentar el eterno desafío de las relacio-

nes con los Estados Unidos. Es un asunto determinan-te. En más de una ocasión Raúl Castro ha anunciadopúblicamente que está dispuesto a sentarse a la mesade negociaciones para discutir con Wáshington losasuntos en litigio entre ambos países.

Probablemente de los Estados Unidos provenga laseñal política más importante para la evolución de Cuba.El nuevo presidente, Barack Obama –quien en 2003,como candidato al Senado, ya había abogado por le-vantar el embargo y había reclamado mitigar lasrestricciones a viajar y al envío de las remesas a Cuba–no anunció ¿acaso claramente su intención de discutircon todos los países de la América considerados «ene-migos» o «adversarios», entre ellos con Cuba? ¿Acasoél mismo el 22 de febrero de 2008 no reclamó una«transición» necesaria en los Estados Unidos, al me-nos sobre este tema, al declarar que si hay señales decambio en la Isla, «los Estados Unidos deben estar pre-parados para avanzar hacia la normalización de lasrelaciones y atenuar el embargo»? Esto sería una revo-lución copernicana en la política exterior de los EstadosUnidos desde 1961. La nueva secretaria de Estado,Hillary Clinton, ¿se atreverá a ponerla en práctica?

Empero las cosas podrían cambiar si Barack Oba-ma (quien ganó en la Florida el 4 de noviembre de 2008)decidiera efectivamente poner fin con bastante rapidezal embargo comercial unilateral impuesto a Cuba des-de hace casi cincuenta años, lo que corresponderíamás a la actual voluntad de los cubanos radicados enlos Estados Unidos porque, según una encuesta de laUniversidad Internacional de la Florida, 65% de loscubanoamericanos están a favor de un diálogo diplo-mático con La Habana.

La salida de Bush debería conducir a Wáshington–escaldado por las desastrosas lecciones de Iraq y elMedio Oriente– a reexaminar la política exteriornorteamericana y volver a involucrarse en la AméricaLatina. Entonces los Estados Unidos descubrirían unasituación drásticamente diferente de la que habíandiseñado en los años 1960-1990. Cuba ya no está sola.En el campo de la política exterior dicho país estáconvencido de que debe mantener buenas relacionescon todas las naciones, independientemente de sus

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regímenes u orientaciones políticas. Los cubanos hanfortalecido sus vínculos en especial con los paíseslatinoamericanos y caribeños. Por primera vez La Habanaha encontrado en ellos a numerosos y verdaderos amigosque detentan el poder, principalmente en Venezuela, perotambién en Brasil, la Argentina, Uruguay, Nicaragua,Panamá, Haití, Ecuador, Bolivia y Paraguay. Algunos deestos gobiernos no son en particular pronorteamericanos.A Wáshington le interesará entonces redefinir susrelaciones con cada uno de ellos. Relaciones que nopueden ser ya de corte neocolonial o basadas en la

explotación, sino en el respeto mutuo. Cuba haintensificado sus intercambios con los países de laorganización económica y política Alba (AlianzaBolivariana para las Américas) y ha firmado acuerdos deasociación económica con los Estados de Mercosur.

La evolución interna de La Habana dependerá, en granparte, de la actitud que adopte la nueva administraciónde los Estados Unidos con respecto a la Isla.

Traducción del francés por Mary Lola Montero Flores

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LUIS TOMASELLO (Argentina, 1915): S/t, s/f. Serigrafía, 610 x 710 mm. 59/100

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A partir de aquel mágico 1 de enero, Cuba, el país, la palabra,pasaron a ganar una connotación única. Ya no designa apenas aun país, ya no tiene apenas un sentido geográfico o histórico.

Pasó a representar los sueños de tantas y tantas generaciones.Porque Cuba catalizó los grandes sueños de la humanidad, acumula-

dos por tanto tiempo, toda mirada sobre Cuba ganó colores únicos –porlo que se mira y por quién mira, desde dónde se mira–. Cuba se volvió unobjeto especial de mirada del mundo. ¿Será tanto por ella o por lo que elmundo mira de sí mismo, cuando vuelve su mirada hacia Cuba? ¿Qué eslo que el mundo mira de sí mismo, cuando vuelve su mirada hacia Cuba?

A lo mejor así podremos entender en parte por qué es objeto detantas miradas –siempre radicales– y descifrar el sentido de esas mira-das. Porque los ojos puestos en Cuba son, a la vez, ojos puestos en cadauno de nosotros mismos. Nuestra mirada sobre Cuba, menos que cual-quier otra, no es una mirada neutral. Uno mira dónde andan sus sueños,cuando mira hacia Cuba. Uno mira hacia sus esperanzas, cuando mirahacia Cuba. Porque Cuba dio vida, dio materialidad a nuestros sueños yesperanzas, Cuba trata de realizar, en las condiciones históricamenteexistentes, nuestros deseos de un mundo solidario, justo, emancipado.

Mirar hacia Cuba representa así siempre un arreglo de cuentas de cadauno respecto a la utopía, a la voluntad de transformación radical del mun-do, a los deseos de emancipación de todos, de recuperar la historia en lasmanos de cada uno. Representa nuestra mirada hacia los mismos sueñosque un día han norteado o siguen norteando nuestras vidas.

Hablaremos un poco de Cuba a los ojos del mundo y, a la vez,inevitablemente, del mundo en el espejo de Cuba. Y de uno mismo,mirando a Cuba y a sí mismo.

Cuba carga en sus espaldas las utopías y sueños de tantos de noso-tros, que demandamos de Cuba que realice lo que no hemos sido todavía

EMIR SADER

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capaces de realizar –ni de lejos– en nuestras socieda-des. Por eso la solidaridad con Cuba respecto a las agre-siones imperiales suele ser mucho más amplia que laque respecta a las dificultades de construir el socialis-mo en un país periférico, primario-exportador, sin inte-gración internacional –desde el fin del campo socialista–,cercado, asediado, agredido por el mayor imperio de lahistoria de la humanidad, a noventa millas de distancia.Deseamos que Cuba haga realidad los sueños que nohemos logrado cumplir nosotros mismos en nuestrospaíses, desconociendo así, tantas veces, los escollosque hay que enfrentar para realizar esos sueños.

Nos olvidamos de la afirmación de Lenin, rescatadapor Cortázar en la portada de la primera edición de Elúltimo round: «Hay que soñar, pero a condición decreer seriamente en nuestro sueño, de examinar conatención la vida real, de confrontar nuestras observa-ciones con nuestro sueño, de realizar escrupulosamentenuestra fantasía».

Eso ha hecho Cuba en estos cincuenta años, y se-guirá haciendo, enseñándonos a estar, cada uno, a laaltura de nuestros sueños.

Cuba nos enseñó, con todos sus bemoles, la idea derevolución y, en particular, de revolución en la Améri-ca Latina. Era una Idea lejana para todos nosotros, asiá-tica, que remitía a personajes históricos que hablabanotros idiomas y tenían otras trayectorias, muy distin-tas de las nuestras. De repente, se nos aparecen fotosde unos barbudos, con sus fusiles, su radicalidad, sumúsica, su coraje, su alegría, su audacia.

En primer lugar, la Idea misma de revolución, en laforma en que Lenin y el Che la han definido: cuando loextraordinario se vuelve cotidiano. Como un momentode exaltación de la capacidad humana para adueñarse desu propio destino, rescatando el curso de la historiaconforme a la voluntad consciente de los hombres ylas mujeres.

En segundo lugar, la prioridad de las políticas so-ciales, rompiendo con la dictadura de los intereses eco-nómicos dominantes, promoviendo un inmensoproceso de democratización del conjunto de la socie-dad, universalizando derechos. Se empezaba a realizaruna de las características más definidoras de la Revo-

lución Cubana: la prioridad de la justicia social, lo quehace de Cuba el ejemplo mundial de que un país nonecesita ser rico para ser justo. El pleno empleo, lageneralización de los derechos a la educación, a la sa-lud, a la cultura, son expresiones de ello. Un procesoque ha transformado a Cuba en el país más justo delmundo, el menos desigual del mundo. Lo que fue posi-ble por un inmenso proceso de desmercantilización delas relaciones sociales, en la contramano de las reglasdel mercado.

En tercer lugar, una visión ética, en lo interno y enlo internacional, traduciendo en este plan las palabrasde José Martí: «Patria es humanidad». Para Cuba, «serinternacionalista es cumplir nuestra deuda con la hu-manidad». Este fue el fundamento de algunas de lasmás bellas páginas de solidaridad de la historia de lahumanidad, llevadas a cabo por cubanos, en los máslejanos rincones del mundo, personificando los idealeshumanistas del socialismo.

Por eso, por enfrentar al capitalismo y al imperialis-mo, de la forma más directa, Cuba pasó a representar,a los ojos del mundo, un ejemplo admirable. Aún mássi recordamos qué es lo que vivíamos en la AméricaLatina, cuando aquel primer día de enero irrumpió ennuestras vidas.

Empezaba a agotarse el ciclo largo de expansióneconómica, iniciado en los años 30 del siglo pasado,que había transformado la fisionomía de algunos paí-ses del Continente por procesos de industrializacióndependiente. Luego la Revolución Boliviana de 1952,vinieron el golpe en Guatemala, el suicidio de GetúlioVargas en Brasil, el golpe que derrumbó a Perón en laArgentina. Se anunciaban tiempos sombríos para elContinente, confirmados por el golpe militar de 1964en Brasil. La democracia política ya no era funcional alcapitalismo, que buscaba formas dictatoriales para ga-rantizar sus intereses y dar continuidad al proceso deacumulación de capital.

Mientras tanto, nos llegaban noticias desde la «Amé-rica Central» –en ese momento no había todavía para laprensa el Caribe, otra novedad introducida por Cuba–,donde unos barbudos habían tumbado a un dictador másde la región. En ese momento yo recibía mi primera

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tarea militante: difundir el periódico Acción Socialista,de la organización luxemburguista Liga Socialista Inde-pendiente, de manos de Michael Löwy, que estampabaen primera página justamente una foto de los guerrille-ros cubanos, alineados como si fueran jugadores de fút-bol. Mal sabía yo que esa foto y aquella noticia me acom-pañarían por toda mi vida –ya van cinco décadas.

La secuencia de noticias nos aturdía y nos maravi-llaba: campaña de alfabetización realizada por losestudiantes, que suspendían el año escolar para dedi-carse a terminar con el analfabetismo en el campo.Fundación de la Casa de las Américas, (que, según eltestimonio de Antonio Candido, le hizo – y a tantosotros más– conocer la literatura latinoamericana, prác-ticamente desconocida por todos nosotros). Reformaagraria, reforma urbana, derecho a la educación, a lasalud, a la cultura para todos, tareas internacionalistasde apoyo a procesos revolucionarios en otros países,enfrentamiento abierto al bloqueo norteamericano a laIsla. Total: todo lo que uno decía que era necesario, peroque no encontrábamos siquiera formas de expresarloen una plataforma concreta en nuestros países. Des-cubrimos La historia me absolverá y, sobre todo,aquellos hombres, dirigentes revolucionarios, que se-rían, a partir de allí, referencia central para tantos denosotros –Fidel y el Che.

La Casa pasó a ser la esquina cultural y política delas Américas, con toda la aventura y la rebeldía quesignificaba desplazarse hasta Europa –Irlanda, a veces

Checoslovaquia– para llegar al «primer territorio librede América», donde no ponían sello en los pasaportesbrasileños, donde la dictadura se preocupaba en dejarescrito: «Permitido para todos los países, salvo paraCuba». Pero no impidió que Chico Buarque, AntonioCallado, Rubem Fonseca –entre tantos otros– fueranmiembros del jurado del Premio Casa (Rubem Fonse-ca, solitario militante que nunca ha dado entrevistas enBrasil, concedió ese privilegio a Radio Habana Cuba,en ocasión de su viaje al Premio Casa).

Así que pertenecemos a una generación que gusto-samente estuvo condenada a ser la generación de laRevolución Cubana, a convivir con Cuba, a defenderlay a quererla siempre más. Descubrimos la Revolucióny nos descubrimos a nosotros mismos como militan-tes revolucionarios, al son de la Guantanamera y delos discursos de Fidel.

Cuando ya han pasado cincuenta años desde enton-ces, toda una vida, tantas vidas, volver a Cuba, a suscalles, avenidas, plazas, campos e islas, es como vol-ver a como uno se fue haciendo desde entonces, sefue construyendo como seres humanos, como mili-tantes, como intelectuales, como latinoamericanos, esvolver a mirarse a uno mismo, mirando a Cuba, miran-do al mundo desde Cuba, mirando a Cuba desde elmundo, con todos los paisajes humanos e históricosque la Revolución proyectó frente a nosotros, que nospermite la mirada que pasamos a tener, del mundo y denosotros mismos. c

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CARLOS CRUZ-DIEZ (Venezuela, 1923): Induction chromatique, s/f. Serigrafía, 615 x 630 mm. P/A