Ángeles de acero - Nicholas C. Prata

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Nicholas C. Prata

ngeles de acero

Traduccin de Carlos Gardini

ALAMUT

El autor desea agradecer a Carolyn Muentner y Mark E. Rogers sus valiosos consejos literarios. Tambin desea dar gracias a sus padres, Russell y Susan, por su constante amor y respaldo.

Viles hospitalarios, llenos de fervor y exentos de flaqueza. Imad alDin, cronista musulmn

Nota histrica

En el siglo XVI, la fortuna de la guerra constante entre el Islam y la Cristiandad se volc resueltamente a favor del Islam. El Imperio otomano, conducido por la hbil y ambiciosa mano del sultn Solimn el Legislador, tante reiteradamente a una Europa dividida. Dueo de una maquinaria blica impetuosa y eficaz, Solimn proclamaba que erigira una mezquita en Roma despus de destruir la Europa cristiana. Tres veces los otomanos emprendieron ataques a gran escala contra la Europa occidental. Una victoria turca en las grandes batallas de Viena, Lepanto o Malta habra concretado el sueo de Solimn y alterado el rumbo de la civilizacin occidental.

Nota sobre la traduccin

Las citas de la crnica de Balbi de Correggio (La Verdadera Relacin de todo lo que este ao de MDLXV ha sucedido en la Isla de Malta) estn tomadas de la siguiente edicin: Francisco Balbi de Correggio, Diario del Gran Asedio de Malta, 1565, modernizacin ortogrfica de Luis Zolle (Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2007)

Primera parte

1 Rodas, 1 de enero de 1523

Rodas, morada de los Caballeros de San Juan del Hospital, haba soportado un agotador e implacable asedio turco durante seis meses. Las vastas fuerzas del sultn Solimn haban asolado la isla en su afn de desalojar a los tenaces caballeros del lugar donde haban residido durante doscientos aos. Edificios y murallas yacan en ruinas. Enormes grietas surcaban el suelo, testimonio de la destruccin causada por las minas y los tneles derrumbados. Cuadrillas turcas se refugiaban detrs de los terraplenes mientras fatigados caballeros seguan sus movimientos desde altas almenas. Ahora, sin embargo, reinaba la tranquilidad. Ningn can cristiano ni turco tronaba en tierra ni en el mar. El gran maestre de la orden, Phillipe Villiers de l'Isle Adam, haba aceptado la invitacin de Solimn a parlamentar, y corra el rumor de que aceptara las condiciones para una retirada honorable. El estandarte hospitalario, una cruz blanca de ocho puntas sobre fondo rojo, penda sobre la torre de San Nicols. Las heladas almenas de la encantadora Rodas, el jardn del Mediterrneo, humeaban detrs de la silueta adusta de un imponente caballero provenzal con armadura. Jean Parisot de la Valette aguardaba entre sus hermanos para ser evacuado a una galera. De l'Isle Adam haba asegurado la supervivencia de la orden a costa de su amada isla. El joven sultn, impresionado por la fiera defensa de los caballeros, y ansiando que se fueran de Rodas, les haba ofrecido condiciones inusitadamente benignas. Los caballeros partiran con todas sus armas, pertenencias y buques. Todos los civiles que desearan acompaarlos podran marcharse con ellos. La aceptacin del gran maestre, aunque sabia, no gozaba de popularidad entre La Valette y sus hermanos monjes. La Valette, que an no haba cumplido los veintiocho, sobrellevaba la derrota con juicioso silencio, pero sus compaeros no callaban su consternacin. Vstago de una familia cuyos hijos haban marchado con el ejrcito cruzado de San Luis el Piadoso, l consideraba la derrota como una afrenta a Dios y un agravio al honor personal. Aunque la heroica defensa de Rodas sera inmortalizada en Europa, y las heridas de los hospitalarios encontraran un blsamo en consignas tales como Nada en el mundo se perdi tan dignamente como Rodas, el futuro de la orden pareca aciago. En una poca de incipiente nacionalismo, una orden religiosa soberana y multinacional que profesaba lealtad al papa era un anacronismo indeseable. Pocos reyes europeos

consideraban que la continuacin de la presencia de la orden fuera necesaria o beneficiosa. Un tonel de plvora explot en las lneas turcas y caballeros suspicaces se giraron al or la detonacin. Muchos teman que Solimn hubiera violado la tregua despus de sacarlos de sus fuertes posiciones mediante una artimaa. Un clamor se elev en el muelle mientras los hombres empuaban sus armas. La Valette permaneci inmvil. No tema la traicin ni la muerte despus de ceder terreno a los enemigos de Cristo. El gran maestre haba aceptado las condiciones de Solimn a pedido de la maltrecha poblacin de Rodas, pero tales consideraciones no aplacaban la afliccin de La Valette. Arroj un guantelete y se frot los ojos inflamados que resplandecan en su rostro severamente guapo, sucio de holln. No culpo al gran maestre, pens, pero yo habra defendido este lugar, aunque nos atacara todo el Islam. Se apoy en la espada. Hasta el ltimo hombre. La Valette se puso a divagar. Dnde se instalara la orden? Sinti una sbita oleada de nostalgia, como si ya estuviera a mil millas de la isla. Esta derrota es una pldora amarga. Pens en su joven hermana, en Francia. Mis parientes vern la media luna turca flameando sobre nuestras tierras?, se pregunt con vergenza. La Valette se quit la celada de la cabeza rizada. Dios, cmo hemos fracasado suspir. Hermano Jean? pregunt un caballero. La Valette mir al hombre, un italiano a quien el sitio haba convertido en alguien ms allegado que un pariente. S? El italiano seal una planchada. Es nuestro turno. La Valette asinti. Yo ir en ltimo lugar dijo. Fue entonces cuando la orden arri su ensea de la torre de San Nicols. Mirando a travs de las calmas aguas del Mandraccio, La Valette observ la cruz hospitalaria que bajaba por el mstil y desapareca tras los muros. Se sinti como si lo hubieran apualado y rog en silencio quedarse ciego antes de volver a ver semejante cosa.

2

Sala del trono de Solimn el Magnfico, invierno de 1563

Sultn de los otomanos, delegado de Al en la tierra, seor de los seores del mundo, dueo de los cuellos de los hombres exclam el mayordomo de atuendo brillante mientras Solimn estudiaba al viejo de tnica negra que se inclinaba ante l. El sultn apenas pudo reprimir una sonrisa mientras la barba gris del visitante barra el bruido suelo de mrmol. El maestro de ceremonias continu. Rey de reyes, rey de los creyentes y los infieles, emperador de Oriente y Occidente, prncipe y seor de la constelacin ms venturosa, majestuoso cesar. Solimn observ al anciano sbdito que se meca frente a l. Las costumbres cortesanas deben fastidiar al viejo Dragut. Con razn permaneci alejado tanto tiempo. Sello de la Victoriacontinu la voz, refugio de todas las gentes del mundo entero, sombra del Todopoderoso que otorga serenidad a la tierra, Solimn se acomod el turbante enjoyado con manos gotosas y le hizo una seal a un esclavo postrado. Aguamurmur. Ms tarde, a solas, el prohibido vino aliviara su artritis. El esclavo le entreg la copa. Solimn bebi un sorbo y silenci al mayordomo con un ademn. La sala del trono qued en absoluto silencio; los hombres ni siquiera se atrevan a respirar. El sultn volvi a estudiar al famoso pirata Dragut Rais, gobernador de Trpoli. El octogenario Dragut, diez aos mayor que

Solimn, haba logrado el pequeo milagro de arquearse delante del trono. Dragut se mantuvo en esa precaria posicin sin quejas, como para asegurar a Solimn su sumisin total: el corsario haba desafiado a la corona ms de una vez en el pasado. Yo no podra encorvarme tanto sin caerme de bruces, pens Solimn, lamentando su barriga. Dragut era delgado y sus manos curtidas eran speras como piedra. La impresin general era de aptitud fsica. Un hombre extraordinario. Dragut se haba convertido en la mayor arma de Solimn en los aos recientes y haba conquistado sus favores porque sembraba el pavor en los corazones cristianos. Sus sensatos consejos eran gratos a los odos del sultn y el monarca, presa de la soledad desde la muerte de su esposa

favorita y la rebelin de su hijo mayor, senta gran admiracin por el pirata, casi afecto. Ojal mi armada luchara tan bien, pens Solimn con belicoso rencor; sus galeras eran constantemente derrotadas por las naves cristianas. Slo Dragut brillaba entre las mediocres fuerzas navales del Islam. Slo las rpidas galeras de los Caballeros de San Juan, y muy pocas, estaban a la par de la destreza martima de Dragut. Erguid la cabeza, mi seor Dragut enton Solimn con practicado aburrimiento. Estamos demasiado viejos para estas formalidades. El cuerpo nervudo del corsario cruji como una arboladura mientras se enderezaba. Se aplan la barba tupida contra el pecho y se acomod la cimitarra en la cintura. Sus ojos taimados y oscuros relumbraban con un fulgor inextinguible. Muy graciosa majestad dijo, con levsimo sarcasmo. Solimn alz una mano trmula. Acepto vuestro tributo y os bendigo. Que Al os bendiga tambin. Serensimo seor. Solimn se volvi al mayordomo, que ya se haba acercado. Satisface las necesidades de Dragut antes de llevarlo a la cmara de observacin. A vuestras rdenes, Legislador dijo el sirviente, con una profunda reverencia. Dragut entr en la modesta cmara de observacin y Solimn expuls a los esclavos. El sultn, tendido en un divn, alz la vista. Ponte cmodo. El sultn es demasiado amable. Dragut se desabroch la espada y se repantig con gratitud en un divn. Cogi el sorbete que lo aguardaba y estudi un cuenco de frutas. No te alimentaron? pregunt Solimn. S, Legislador, pero a mi edad todo bocado es bienvenido. El rostro arrugado de Dragut se contrajo en una sonrisa. Uno nunca sabe cundo Al requerir su presencia en el paraso. Solimn asinti. Cierto, muy cierto. Confo en que Dios misericordioso haya velado por tu nave y no hayas tenido contratiempos. Fue un viaje tranquilo, nobilsima majestad. Por favor! dijo Solimn. Llmame seor y nada ms. Deja el lenguaje florido para hombres con ms tiempo y menos ideas. Dragut sonri. Muy bien, seor. Solimn trag un puado de higos y eruct ruidosamente.

Hablando de flores, has visto mis jardines? pregunt con cierto orgullo. No, seor. Pues los vers antes de regresar al frica. Los dos ancianos comieron en silencio. El sultn observ mientras Dragut devoraba un racimo de uvas; el pirata no pareci reparar en el escrutinio. Llegaste a ver a esos perros del mar? pregunt Solimn. Esos hospitalarios? aadi con indolencia. No, gracias a Dios Todopoderoso respondi Dragut con una adusta carcajada. Solimn enarc una ceja poblada. Aun la espada desnuda del Islam teme a esas vboras? Claro que s, seor. No subestimo complacencia lleva a la destruccin. Dragut fingi alarma. Mi seor de Oriente y Occidente, cmo podis decir esas cosas? Sois el instrumento de Al, as como yo soy el vuestro. Solimn asinti. Pero ya que abordis el tema Dragut cogi una uva, debo deciros que me aflige que vuestras mercancas sean arrebatadas por un puado de ladrones que poseen una roca que es indigna de los excrementos de las gaviotas. Solimn ri entre dientes. T tambin eres ladrn, amigo mo. No, excelso seor corrigi Dragut. Soy vuestro humilde corsario. Dejo el latrocinio para los cristianos. Entiendo. Mi seor, puedo hablar con franqueza? De qu? Malta. El pirata inhal. Mi seor, mientras no hayis eliminado ese nido de vboras, no podris hacer nada en ninguna parte. Malta es dbil, pero su maestre es fuerte y es un enemigo implacable de la fe verdadera. Solimn entorn los ojos. T conoces al maestre de esos caballeros, verdad? record. Dragut, que haba erigido una pirmide de crneos cristianos despus de conquistar Trpoli, tembl al recordar el momento ms doloroso de su vida. Le conoc dijo. a ningn enemigo. La

Muy sabio. Acaso yo tomo a mis adversarios a la ligera?

Solimn aguard. Hace muchos aos continu Dragut, fui capturado por los caballeros y condenado a las galeras. La Valette, el maestre de Malta, estaba entre mis captores. Solimn pareca genuinamente consternado, aunque tanto l como Dragut haban condenado a miles de hombres a la muerte viviente de los remos. Un hombre menudo y maligno, sin duda. No, mi seor. Era alto como un jenzaro y tena cierta apostura. Cuando le o hablar, supe que un da sera maestre. Qu dijo? pregunt el sultn, interesado. Se inclin y dijo: Monsieur Dragut, es la usanza de la guerra. Y creo que su compasin era sincera. Tambin l fue condenado a galeras en un tiempo. Qu le respondiste? Le respond: Tambin lo es el cambio de fortuna. Gracias a Al, pronto fui liberado. Dragut escrut los ojos del sultn. Seguir transformando a vuestros marineros en comida para peces mientras Malta albergue sus bajeles. Solimn recibi esa acusacin con una mueca. Expuls a esos caballeros de Rodas hace muchos aos. Y han vuelto para hostigaros. El estmago de Solimn se agri de irritacin. De pronto quiso estar a solas. Djame por ahora orden. Dragut se levant al instante y cogi el sable. Mi seor dijo con una reverencia. El estmago de Solimn empeor. Permaneci desvelado en el divn hasta altas horas de la noche. Por qu no haba conquistado Malta? Los magnficos puertos de la isla, a slo un da de Italia, eran lanzas contra el bajo vientre de Europa. Mi mente debe estar flaqueando, pens, recordando que su jefe de eunucos y la niera de su hija haban sido capturados por los caballeros. Hasta el imn de la gran mezquita le haba recordado que buenos musulmanes languidecan en las mazmorras de los hospitalarios. Slo tu espada invencible haba dicho el imn puede romper las cadenas de los desdichados, cuyos gemidos llegan al cielo! Solimn sinti el hormigueo de la artritis en los brazos al pensar en los caballeros. Dejars impunes a estos hospitalarios cuando vayas al paraso? Se masaje las manos doloridas. Es indudable que Dragut tiene razn dijo.

El sultn cit a Dragut por la maana. El aplomado Dragut tena aspecto de haber dormido bien, aunque los espas de Solimn informaban que se haba pasado la noche estudiando mapas. Mi seor dijo con una reverencia. Debo aplastar Malta! Dragut pareca complacido. Semejante proeza transformara el Mediterrneo en tu lago prometi. Tu cimitarra ha cosechado muchas victorias ms difciles. Malta tiene pocos defensores, y no est bien fortificada. Y desde Malta tomar Italia... y Roma. Los ojos de Solimn ardieron de determinacin. Ser mi ltima y ms grandiosa tarea, antes de marchar triunfante al cielo! Slo entonces Dragut comprendi que el apetito de conquista de Solimn se haba agudizado mucho ms que en aos. No deban poner en jaque la misin por exceso de confianza o precipitacin. Puedo sentarme, mi seor? pregunt. Solimn asinti enrgicamente. Debe hacerse dijo Dragut al cabo de un instante de reflexin. Solimn se puso de pie. Senta vigor en las venas y un estremecimiento en la entrepierna; pens en hacer una infrecuente visita al harn, donde arrojara su pauelo junto a la primera mujer que le atrajera. Dos veces me rechazaron en Viena, pero tomar la pattica Malta y seguir viaje hasta Inglaterra. Siento en los huesos que es voluntad de Al que Europa sea ganada para la fe verdadera. Solimn se dispuso a ir al serrallo. Primero debemos conquistar a los caballeros, mi seorle advirti Dragut. Solimn escupi en el suelo. Ya venc a esos perros en Rodas, y slo se salvaron gracias a mi clemencia. Ahora digo que, por sus continuas correras y ofensas, sern aplastados y destruidos por completo!

3 Malta, invierno de 1564

Sir Oliver Starkey, ltimo representante de Inglaterra en la Orden de San Juan, se hallaba en la muralla norte del fuerte San ngel, mirando sobre el Gran Puerto hacia San Telmo. Este fuerte diminuto se hallaba en la pennsula rocosa conocida como monte Sciberras, que separaba el Gran Puerto del puerto menor, Marsamuscetto. Las blancas rocas de Malta relucan en ese da glido y soleado, y el anciano caballero entornaba los ojos para protegerse del resplandor; su vista se haba vuelto delicada a causa de sus tareas como secretario de latn del gran maestre. La sencilla sotana de Starkey, el atuendo normal de un caballero en tiempos de paz, era negra con una cruz blanca en el pecho. El hbito flameaba en la brisa arremolinada y haca restallar el rosario de ciento cincuenta cuentas que le colgaba del cuello. Aves marinas graznaban en el cielo. El estrpito de los martillazos se elevaba desde el astillero. Solimn vendr cuando el tiempo mejore con la primavera, pens Starkey. Se apoy en la muralla de piedra y mir al este, hacia el mar azul. Las aguas encrespadas le evocaron su primer servicio en una galera de la orden; entonces l era uno de muchos caballeros ingleses. Record con dolor que Enrique VIII haba anulado y proscrito la orden cuando los caballeros se negaron a aceptar al rey como pontfice. Su rostro redondo y rubicundo se afloj al recordar las torturas que Enrique haba infligido a los fieles caballeros ingleses. El monarca haba asesinado con saa a los que rehusaban abandonar su fe, y entre los hombres martirizados se encontraban amigos ntimos de Starkey, y caballeros distinguidos. Con un solo acto amput nuestra Lengua, reduciendo las ocho puntas de la cruz a siete, pens Starkey, temblando de rabia. Y despus de tanto revuelo, lo nico que consigui fue el lnguido Eduardo. Starkey arranc un guijarro de la muralla y lo mir caer cerca de los obreros que reforzaban las defensas de San ngel. En toda la isla los hombres trajinaban para apuntalar las precarias fortificaciones de Malta. Todos los das el gran maestre se paseaba entre los obreros, haciendo preguntas perspicaces e impartiendo instrucciones. La Valette, con sus setenta aos, trabajaba de sol a sol, como un posedo. Nunca entregara Malta, proclamaba, ni permitira que la isla cayera por falta de preparacin. Malta no ser otra Rodas le dijo a Starkey. San ngel, San Telmo y San Miguel contra el Gran Turco. Starkey mir hacia el fuerte San Miguel, que se hallaba en la modesta aldea de Senglea. Senglea deba su nombre a un viejo gran maestre y estaba a un tiro de mosquete del astillero. ramos fuertes en Rodas, y aun as fracasamos, pens. Quiz el gran maestre se equivoque al defender este lugar. En Rodas el enemigo poda forrajear en el jardn del Mediterrneo haba dicho La Valette. En la Roca, comer arena y espuma de mar. El ingls escrut la inhspita Malta, que bien mereca el apodo de la Roca. No se poda imaginar un sitio ms yermo y desolado. El archipilago

malts , que consista en dos islas principales y varias islas pequeas, tena apenas veinticinco millas v de longitud. Malta slo meda dieciocho millas por nueve, y Gozo, al norte, apenas ocho por cuatro. El suelo era una capa delgada, estril y pedregosa, y la madera era tan escasa que se venda al peso. El emperador Carlos V no haba un hecho un gran favor a los caballeros al regalarles Malta en 1530. El monarca espaol se alegraba de deshacerse de la Roca, y el gran maestre De l'Isle Adam haba aceptado porque era evidente que tendra Malta o no tendra nada. Adems, los malteses tenan justificadas aprensiones en cuanto a la orden. Para esos pescadores pobres y analfabetos, los Caballeros de San Juan (nobles de por lo menos cuatro generaciones por el linaje de ambos progenitores) eran intrusos arrogantes. Los malteses saban muy bien que sus hijos quedaran excluidos del servicio de San Juan, pues Malta no perteneca a las ocho Lenguas. Por su parte, muchos de esos rancios caballeros cometan la imprudencia de considerar a los nobles de Malta meros caudillos de aldea y trataban poco con ellos. Los hospitalarios dejaron con gusto a los malteses la capital Mdina, en medio de la isla, y se asentaron cerca de los puertos, donde ejercan su oficio de marinos. No obstante, los caballeros y los malteses coexistan pacficamente. Aunque los hospitalarios despreciaban la herldica maltesa, eran buenos para la economa y daban generosas limosnas. Adems, la presencia de la orden impeda los ataques musulmanes, salvo los ms serios. Con frecuencia, antes de 1530, y recientemente, en 1551, cuando Dragut haba arrasado Gozo, los invasores musulmanes se haban llevado cautivos malteses. Aunque los malteses no amaban a los caballeros, aceptaban de buen grado su proteccin. Starkey se imagin a sus hermanos cristianos arreados a las galeras y por un momento desesper. La fra lgica de La Valette de pronto pareca buen consejo. La orden deba defender Malta por los campesinos, y tambin por su prestigio. Pero quin nos ayudar?, se pregunt. Hasta Francia, patria de La Valette, tiene un pacto con Solimn. Y por qu Dios nos otorgara la victoria aqu tras permitir que perdiramos Tierra Santa? Una voz menuda interrumpi las cavilaciones de Starkey. Amo dijo un paje en italiano. El italiano y el francs se haban convertido en los idiomas de la orden para el dilogo entre las Lenguas, aunque se consideraba corts decir unas palabras en la lengua materna si uno poda hacerlo. Pocos caballeros saban ingls. Starkey mir al joven de pelo negro, paje de La Valette y candidato para ingresar en la orden. S, Vincenzo. El gran maestre desea veros. Ya son las vsperas? reflexion Starkey. Cmo vuelan los das este invierno! Desea veros en su casa solariega, no en la iglesia.

Gracias, hijo mo. Ya voy. Puedes marcharte. El joven hizo una reverencia y se alej a la carrera. Starkey golpe la puerta del estudio de La Valette, que ostentaba el escudo del gran maestre. La voz calma y resonante de La Valette penetr la puerta. Adelante. Starkey entr y se inclin levemente ante su ntimo amigo y confidente. La Valette estaba sentado a un gran escritorio. Romntico renuente, atesoraba la compaa de Starkey como recordatorio de la poca en que el convento estaba constituido por ocho albergues en vez de siete. Sir Oliver dijo con voz inusitadamente grave. Sentaos. Starkey se sent ante el escritorio y aguard. La Valette lo estudi con ojos claros. Su semblante tiene la rbrica del hroe, haba comentado un admirador de La Valette, y la verdad de esas palabras era incuestionable. Aun sentado, el gran maestre tena un porte imponente. Sus anchos hombros llenaban la tnica negra que cubra su porte erguido, y los aos no haban afectado su rostro barbado. El cabello blanco que asomaba por el sombrero negro era rizado y tupido, y la barba era poblada y pulcra. Sus manos grandes y nudosas, que descansaban en el escritorio, no temblaban con la edad, sino que permanecan serenamente en reposo, aguardando su prxima tarea. Veinte aos atrs esas manos haban empuado un remo turco en una galera infestada de ratas y enfermedades, y en una poca en que un cincuentn se consideraba viejo lo haban mantenido con vida hasta que se pag el rescate. An estaban habituadas al trabajo, y an revelaban vigor. El rasgo ms notable del gran maestre, sin embargo, eran sus penetrantes ojos azules, que no haban perdido la menor agudeza en los cuarenta aos transcurridos desde Rodas. Si los ojos son la ventana del alma, los ojos de La Valette sugeran un alma excepcional, y aunque podan parecer duros, en ellos no haba engao. Eran los ojos de un hombre que no tema la vida ni la muerte, y delataban una voluntad templada por una fe rayana en el fanatismo. Entre sus hermanos La Valette inspiraba reverencia, casi temor, y su mera presencia impulsaba a los hombres comunes a realizar esfuerzos sobrehumanos. Cada palmo de su ser lo proclamaba un guerrero, y su comportamiento resuelto prometa que slo la muerte lo obligara a envainar la espada. Deseo compartir ciertas noticias antes de asistir al consejo dijo La Valette, refirindose al Sacro Consiglio. Ese cuerpo asesor consista en pilieres de cada Lengua, el obispo de la orden, varios administradores y caballeros gran cruz. Habis recibido una visita, maestre? Starkey oli el tabaco que an impregnaba el aire. Un espa de Turqua confirm La Valette. Un veneciano.

Starkey trag saliva. Los venecianos, los mejores mercaderes del mundo, eran informadores sumamente hbiles, pero nunca traan buenas nuevas. Solimn se hace a la mar? No respondi La Valette. Pero lo har pronto. Mi agente me cuenta que una vasta flota se rene en el gran puerto. No menos de ciento setenta galeras. Starkey sinti desnimo. La orden contaba con menos de diez buques de guerra. Ruego a Jess que estis equivocado dijo. Tambin yo, pero no dudo de mis agentes. Defenderis esta roca? pregunt Starkey. La defenderemos. Yo estaba en Rodas cuando el maestre Adam se rindi. No debemos volver a arriar nuestro estandarte. El Gran Turco tropezar con esta isla de piedra. Un largo silencio. Qu debo hacer, maestre? pregunt Starkey. Despacha cartas a todos los hermanos ausentes. Envalas a sus fincas y sus cortes. Redacta el borrador esta noche. En las semanas siguientes La Valette vivi prcticamente en los fuertes, exhortando a los operarios, advirtindoles de que el sudor era ms barato que la sangre, y ms fcil de reemplazar. Ni siquiera los legionarios de Csar haban trajinado tanto. Haba gran cantidad de plvora, agua y alimentos almacenados debajo de Birgu, pero aun as La Valette pidi vveres a Sicilia. El hospital conventual, una reliquia viviente de la poca en que los caballeros empuaban vendas en vez de espadas, estaba aprovisionado con las exiguas medicinas de la poca. Pero el gran maestre no era el nico hombre interesado en las empalizadas y la artillera. Solimn tambin tena espas, y dos de ellos visitaron Malta como pescadores. Estos hombres, un griego y un esclavn, repararon en cada can y evaluaron cada batera antes de regresar al Cuerno de Oro. Solimn, que supervisaba la construccin de galeras en el astillero de Constantinopla, se alegr al enterarse de que Malta poda caer en pocos das.

4 Florencia, Italia. Ms tarde ese mes

Giancarlo Rambaldi, caballero de la Orden de San Juan, se sirvi una copa de chianti antes de acomodarse en el divn de su suntuoso aposento. Haba sido un da ajetreado y disfrutaba de ese momento de soledad. Con los ojos cerrados, se acarici los rizos rojizos que le haban ganado el apodo de Testarossa. Hoy fue muy bien, pens. Mi padre estar muy complacido. Rambaldi apur el trago y cogi el rosario extendido sobre el divn. Era buen momento para concluir su plegaria cotidiana de ciento cincuenta padrenuestros. Su mente divag mientras murmuraba sus oraciones. Aunque haca menos de un ao que representaba a los Caballeros en la corte florentina, Rambaldi haba demostrado un notable talento para la poltica, teniendo en cuenta que an no haba cumplido veintisis aos. Su sagacidad haba silenciado rpidamente a los que insinuaban que su nombramiento se deba al dinero de su padre ms que a la fe de los hospitalarios en sus aptitudes. En cuestin de meses se haba granjeado el favor del duque y haba usado su estatus especial para promover los intereses, a veces conflictivos, de la orden y de su familia. El caballero complet el rosario y dej las cuentas; se cruz los brazos sobre el pecho. An tena un cuerpo atltico, alto y fornido, aunque un ao de vida en el castillo haba ablandado los msculos desarrollados en tres caravanas. S, mi padre estar muy complacido, pens con satisfaccin, una sonrisa tensa en los labios. Un golpe en la puerta. Rambaldi dej de pensar en sus ambiciones. S? Signore dijo un hombre, tengo un documento del prior. El prior? El asombrado caballero se levant y abri la puerta de la habitacin. Dmelo le exigi al mensajero, un hombre mayor con la librea del duque. De vuelta en el divn, Rambaldi examin la carta sellada con cera. En el frente estaban consignados su nombre y su puesto. Abri el despacho y se decepcion al encontrar slo un saludo del gran maestre. No creo que el viejo conozca mi cara, pens intrigado, y volvi a fijarse en el nombre del documento. Aqu debe haber algo ms que un saludo! Rambaldi cavil sobre ese enigma. Se volvi despacio hacia el candelabro de plata que reluca a la luz de sus propias velas. Camin por la alfombra y, procurando no quemarse los dedos, pas el pergamino sobre las llamas. Cuando volvi a mirar la carta, caracteres oscuros haban aparecido entre las lneas originales. Zumo de limn, pens, satisfecho consigo mismo. El mensaje secreto deca: Caballero de justicia, presentaos en el convento antes de la primavera. El sultn se propone sitiar Malta. El florentino trag saliva. No estaba ansioso de revivir la austeridad comunal de la Roca, pero conoca y tema la pena por negarse a cumplir

su voto de obediencia. Podan expulsarlo de la orden si pasaba por alto una convocatoria directa, y semejante ignominia era inconcebible. Malta mascull de mal humor. Michele Donato di Corso se ape de la montura que cojeaba y le acarici el pescuezo. Tintinearon campanillas en el aire fresco. Qu te pasa, Bella Donna? le pregunt a la yegua ruana. El animal hocique al amo con afecto. Di Corso contempl su finca y las distantes montaas que, una hora antes, el sol haba coronado para arrojar rayos dorados sobre Florencia. Haba echado de menos sus paseos por los Apeninos mientras estaba en el convento y lo compensaba iniciando cada da con una larga cabalgada. Ven dijo, tirando de la rienda. Di Corso, un joven moreno y apuesto cuya tierna conducta contrastaba con su cuerpo musculoso, suspir cuando el animal coje con una pata delantera. Arrodillndose junto al camino, extendi la ancha mano sobre el casco y lo palp. Dame la pata. La yegua obedeci. Ah exclam el caballero, viendo el problema. Tard unos instantes en arrancar un guijarro afilado de debajo de la herradura rajada. El sudor empapaba la frente del noble cuando al fin palme el hocico de la yegua. Pobre muchacha dijo. Giuseppe te cambiar la herradura cuanto antes. Quitndose la capa de lana, Di Corso cogi la rienda e inici la caminata hacia la casa solariega. No le molestaba el ejercicio, pues el da prometa ser clido a pesar de la poca. El caballero cantaba un himno mientras recorra el sendero bordeado de rboles. Su clara voz de tenor retumbaba en las colinas. La madre de Di Corso fue a verlo mientras l cepillaba la yegua frente al establo. Vittoria di Corso, una afable anciana cuya salud le impeda hacer esfuerzos, recibi una tierna reprimenda del hijo. Signora, por qu habis caminado tanto? pregunt, arrojando la capa sobre una pila de heno y obligndola a sentarse. Os ruego que la prxima vez mandis un criado. La signora Di Corso le clav sus ojos de nice. Hoy no hace tanto fro. El caballero se apoy las manos en las caderas y escrut ese rostro arrugado, bajo su intrincada toca. Tras dos dcadas de frustracin por su esterilidad, su madre lo haba dado a luz cuando tena casi cuarenta aos, y era hijo nico. Michele, su beb milagroso, como ella lo llamaba, sobrevivi a la enfermedades de la infancia para convertirse en el nico placer de su vida.

Giuseppe me dijo que regresaste a pie dijo. A Bella se le rompi una herradura, as que ambos trajinamos por las colinas explic Di Corso. Enarc una ceja. Algo te preocupa? Nuestras tierras no son tan amplias desde que el barn Rambaldi rob los valles del oeste dijo. En mi juventud, tardabas todo el da en caminar desde las montaas hasta el lmite. Hasta Di Corso, el Santo para sus amigos, puso mala cara al pensar en los Rambaldi, esos advenedizos. Fue decisin del duque hacer causa comn con Rambaldi gru. Pero no ma ni de tu padre. La signora Di Corso suspir y se mir las manos arrugadas. Michele, te han enviado una carta. S? Ella extrajo un pequeo pergamino sellado de un pliegue de su voluminoso vestido. Aqu tienes, hijo. Por qu ests contrariada? l acept el mensaje. Quin lo trajo? La anciana lloraba. Un mensajero del prior. Desde cundo una carta de la Religin es motivo para lgrimas? Ella call. Signora? insisti l. Anoche so que te marchabas respondi ella con amargura. Nunca volver a verte. Di Corso frunci el ceo. Haba aprendido a respetar los sueos de su madre. Leer la carta del prior y demostrar que no hay motivos para preocuparte. Rompi el sello y ley. Michele trag saliva al terminar. Mir a su madre, que asinti con la cabeza. Ves? le dijo. Al da siguiente Di Corso se despert temprano y se despidi de sus caballos. Despus de misa finaliz las instrucciones para la servidumbre y firm su testamento en presencia de testigos. Supervis el empaque de su armadura y sus avos y busc a su madre. Entr en la habitacin cerrada con postigos. Ella yaca en cama; l la code suavemente. Signora? pregunt. No estaba durmiendo. Todo est en orden. Regresar cuanto antes, y con el honor de haber servido al Seor. El silencio que sigui le result difcil de

soportar. Sentado en la cama, asi la diminuta mano de su madre. No hay motivos para llorar. Ir a hacer la obra de Dios, como siempre me indicaste. La signora Di Corso apart una lgrima. El precio es elevado respondi. T solo no puedes llevar el cielo sobre los hombros. Seal el vestbulo. La caja de roble. Di Corso fue a buscarla. S? brela. El caballero alz la tapa y extrajo el anillo de sello de su padre. El oro resplandeca a la luz que se filtraba entre las cortinas. Te ped que lo cuidaras hasta que slo yo pudiera usarlo dijo. No, hijo mo, es legtimamente tuyo. Y si no regresas, qu significarn para m las tierras o las riquezas? Di Corso entorn los ojos. Madre, hay una inscripcin debajo del sello. La hice aadir. Para ti. El caballero se acerc el anillo pero no pudo leer las palabras a la luz tenue. Latn? Sit tibi copi cit ella, sit sapientia, formaque detur, in quinat omnia sola superbia si comitetur. Recuerdas la lengua de los romanos? El caballero sonri. Ella le haba enseado ese noble idioma cuando l era nio. Aunque poseas riqueza, sabidura y belleza tradujo, todo se arruinar si las acompaa la soberbia. S solloz ella. Mis oraciones van contigo. Que la Virgen ruegue por vos, signora. Di Corso se levant. Pero no temis. Me veris pronto. Desde luego respondi ella.

5 Heilestriem, sudoeste de Alemania

Una espesa nieve cubra la campia alemana, y las amenazadoras nubes grises prometan an ms. Un joven rubio y esmirriado con una capa cara, forrada de piel, se inclin en el viento e inici el ascenso por una colina redonda. Son un chasquido en la cima de la elevacin. Sebastian Vischer estudi el pergamino mientras suba el declive; su corazn se aceler. Haca pocos instantes que un jinete haba llevado la correspondencia a la puerta de la casa, pero Sebastian sali sin demora a buscar a su hermano Peter, cuyo nombre figuraba debajo del sello. La cera del pergamino se haba impreso con una cruz maltesa de ocho puntas, y de slo verla Sebastian haba cado en un frenes de emocin. Los Caballeros! Un da l sera uno de ellos!

Tropez con una piedra y cay sobre las palmas abiertas, atrapando el mensaje con un pie para que no echara a volar. Otro chasquido, y un crujido de madera partida. Sebastian ech una ojeada al pergamino para cerciorarse de no haberlo daado, pero sus ojos estaban atrados por la cruz maltesa. Una convocatoria del gran maestre, pens. Cmo me gustara surcar los mares en busca del turco. Sebastian lleg a la cima y vio a un hombre de cuello grueso y estatura media a veinte pasos de un maniqu de madera. El alto maniqu tena una pose agresiva y empuaba una pica en cada mano. Varias hachas cortas de dos cabezas sobresalan del torso y la cabeza de pino, y aun a lo lejos Sebastian not que las armas estaban profundamente clavadas. Peter! llam a su hermano. Peter Vischer alz la ltima hacha y la arroj contra el blanco. Silb en el aire y se clav con estrpito entre los ojos del gigante de madera. Hermanito salud Peter. Se acerc sudando a Sebastian, que lo mir con algo rayano en la adoracin. Peter casi sonri. Quieres practicar? pregunt con su voz tonante. Sebastian not que la cicatriz de Peter, que iba desde la lnea de cabello corto y ralo hasta la oreja izquierda, se haba puesto roja con el ejercicio. Le entreg el pergamino. Traigo una carta, Peter! Peter entorn los ojos con suspicacia y cogi el mensaje con su macizo brazo derecho. Aunque todo su cuerpo tena msculos de hroe, el brazo derecho era demasiado abultado para el torso. Aos de entrenamiento con armas pesadas se lo haban hinchado desproporcionadamente, volvindolo asimtrico. Su padre, el duque un hombre impopular de mal temperamento, lo haba apodado el cangrejo violinista. Lamentablemente, el nombre qued. Aun en la Lengua alemana, lo llamaban Violinista, aunque rara vez a la cara. Peter era un hombre caviloso cuya fe humilde y meticulosa suavizaba su temperamento, pero sus largos silencios eran mal interpretados. Tena pocos amigos. Ley el saludo y frunci el ceo, pensando: Aqu debe haber un mensaje oculto. Qu dice? pregunt Sebastian. Es del gran maestre? Recoge mis hachas gru Peter, y ech a andar colina abajo. Sebastian alcanz a Peter frente al comedor de su padre. contigo suplic el menor. Quiero ser caballero. Peter sacudi la cabeza. Demasiado joven. Djame ir

Ser tu escudero se corrigi Sebastian. S afilar hachas, no hay nadie mejor. Peter mir a su hermano a los ojos. Quera decirle a Sebastian que era un buen muchacho y sin duda sera un gran hombre. Incluso quera decirle al vido mozo cuan orgulloso estaba de l y cunto lo amaba, pero no poda. Eres demasiado joven le dijo, estrujndole el brazo. La furia del rechazo centelle en los ojos de Sebastian, y se zaf del apretn del hermano. El caballero sigui con la mirada al joven que se alejaba malhumorado por el pasillo de piedra alumbrado por antorchas. Adis, pens. Peter abri la puerta doble y entr en la sala. Sus padres alzaron la vista desde el extremo de la larga mesa. El fuego del hogar les arrojaba una luz roja a la cara. Peter cruz el crujiente suelo de madera. Fuera! le rugi al sirviente. El muchacho sali correteando. El duque sonri maliciosamente. Hace una semana que no te veo, Violinista. El caballero se plant ante sus padres. Por qu interrumpes nuestra comida? pregunt su madre, una beldad de cabello trigueo que slo le llevaba quince aos. Otrora considerada la doncella ms hermosa al este y al oeste del Rin, frau Vischer haba conservado su buena apariencia a expensas de la crianza de hijos y la emocin. A Peter siempre le haba parecido hermosa y fra, pero su indiferencia era ms fcil de soportar que la atencin de su padre. El duque Vischer nunca haba escatimado los azotes. Peter volvi ojos glaciales hacia su padre. Respndele gru el duque. Acaso no respetan a sus parientes en esa secta? Peter mir el jabal asado que estaba en la bandeja. El duque asest un puetazo en la mesa y empez a levantarse. Te dije que hablaras! Peter lamentaba parecerse fsicamente a su padre. O qu? Apret los puos. He crecido demasiado para que me aporrees. El furioso duque se hundi en la silla. Los lujos y el vino le haban succionado la vitalidad, y la creciente comprensin de que Peter lo haba superado le provocaba temor y furia. Qu quieres? pregunt. Me marcho. Eso me han dicho. Tratar de contener las lgrimas.

He venido a advertirte: no le pongas las manos encima a mi hermano. El duque frunci el ceo. Tonto reblandecido. No recuerdas cmo te ganaste esas cicatrices en la espalda? Frau Vischer cogi delicadamente un trozo de jamn. Eres un muchacho estpido dijo con indolencia. Crees que heredars las tierras si nos hablas de ese modo? Peter mir con desdn el escudo que estaba sobre el hogar. No regresar dijo. No aceptara vuestra propiedad aunque fuera un regalo de Moiss. De veras? pregunt el duque con una sonrisa. Peter extrajo el hacha y acarici el filo con el pulgar. Frau Vischer dej de comer. Si soy obligado a regresar dijo el caballero, no os gustar lo que suceder. El silencio fue elocuente. Como he dicho, no lastimes a mi hermano. El duque cavil. Nunca te o decir tantas palabras seguidas dijo. En todo caso, muchacho, recuerda que ste es mi feudo, y sta es mi morada. No respondo por tu vida si vuelves a provocarme. Peter alz el hacha como para atacar a su padre, pero la descarg sobre el jabal. La hoja cort el pescuezo del animal con un chasquido estridente y rechin sobre la bandeja. El grito de frau Vischer reson en todo el saln. Peter frunci el ceo. Tus amenazas no convencen a nadie, anciano. Mandar buscar mi armadura por la maana. Procura que est preparada. El duque abri los ojos con espanto y odio. Estar preparada, Violinista dijo. No haba luna pero la campia nevada ofreca a Peter luz suficiente para viajar. Su montura avanzaba en medio del viento cortante hacia la comandancia local de la orden, donde encontrara alojamiento antes de partir hacia el sur. Padre nuestro que ests en los cielos, rez, protege a Sebastian y procura que no piense mal de m. Oy trepidar de cascos a sus espaldas. Temiendo bandidos, fren su corcel y sac un hacha de la silla. Un jinete solitario se le acercaba. Quin cabalga de noche? pregunt Peter con voz de trueno. Soy yo! fue la respuesta. Sebastian? El caballero baj el hacha. Por qu ests aqu?

Ir contigo! Sebastian se aproxim a su hermano. Jadeaba de emocin. Por favor, djame ser tu escudero rog. Escuchar todo lo que digas. Al menos hasta que te maten, pens el caballero. No podra soportarlo. Eres mi hermano murmur Peter. No permitir que te asesinen. Si me mandas a casa, quiz no lo veas, pero suceder respondi el joven. Padre prometi estrangularme en cuanto desembarcaras en Malta. Peter agach la cabeza, indeciso. Adems le rob la cota de malla dijo Sebastian. No tendrs que comprarme una. Peter suspir. Peter? El caballero mostr los dientes en una sonrisa que reflejaba el claro de luna. Habr que modificar la cota dijo. La talla no te valdr.

6

Se compraron vastas provisiones de grano y plvora en Mesina, y se transportaron de Sicilia a Malta en los meses de mala navegacin de enero y febrero. Estos vveres se almacenaron en graneros bajo los fuertes San Telmo, San ngel y San Miguel. La Valette, hbil para la logstica, agot las arcas de la orden para procurarse las reservas necesarias; saba que la ayuda de Europa tardara en llegar, si la enviaban. Hasta el momento slo el papa Po IV haba despachado algn dinero, apenas diez mil coronas. Aliada con Solimn por un tratado, Francia se negaba a auxiliarlos. Los turbulentos estados alemanes, ya amenazados por los ejrcitos norteos del sultn, no podan prescindir de ningn recurso. Isabel, la reina protestante de Inglaterra, no estaba dispuesta a arriesgar dinero ni soldados para defender una orden catlica, y menos en un momento de expansin espaola. Slo la poderosa Espaa, cuyos territorios de Sicilia y Npoles correran peligro si caa la orden, demostraba inters. Don Garca de Toledo, virrey del emperador Felipe II en Sicilia, prometi visitar Malta personalmente cuando se despejara el tiempo. Don Garca, un general condecorado, pensaba evaluar las necesidades de la isla mientras brindaba consejos expertos al gran maestre. Aunque el dinero escaseaba, lo que La Valette ms necesitaba eran hombres; la plvora y los armamentos eran intiles sin soldados. Sus caballeros, aunque se contaban entre los guerreros ms diestros de

Europa, sumaban menos de setecientos, y la mitad estaban desperdigados por el continente. La milicia maltesa, reclutada con precipitacin, aunque voluntariosa y desesperada, no tena experiencia blica y sumaba slo unos miles de hombres. El futuro de Malta se vea lgubre y en la intimidad muchos hospitalarios predecan una rpida derrota. A pesar de las angustiosas perspectivas, ningn caballero se march de la Roca, salvo por cuestiones oficiales, y entre los malteses, slo los viejos y enfermos regresaron a Sicilia en las vacas galeras de aprovisionamiento. El nuevo ao afront un invierno tormentoso mientras pequeos grupos de caballeros bajaban por Italia hasta Sicilia. En los albergues de Mesina, veintenas de hospitalarios aguardaban para embarcarse hacia la Roca, vidos de cumplir sus votos con la Religin. Sebastian encontr a su hermano en un muelle de Mesina. Peter, que sufra insomnio, se haba levantado temprano para mirar el mar. La actividad del puerto era leve, y slo se oa el viento, las aves y el crujido del maderamen de los barcos. Te andaba buscando dijo Sebastian. Bru tu armadura, una vez ms. El caballero mir a su hermano sin verlo. Qu? Te busqu en la posada respondi Sebastian. No me dijiste que saldras. Estabas durmiendo. Sebastian escrut las naves que montaban la marea, las velas sujetas con fuerza. Hay galeras hospitalarias aqu? Ninguna respuesta. Peter? Sebastian sigui la mirada de su hermano hacia un grupo de esclavos atezados que cargaban una galera. Ensanch los ojos. Turcos? Un ltigo restall dentro de la nave. Peter se frot la cicatriz de la cara. As es dijo. Michele di Corso se levant, oy misa en una pequea iglesia rural, entr en Mesina por la maana. El abultado saco de limosnas que colgaba del cinto de su espada se alivian mientras distribua el contenido entre los pobres, ciegos o tullidos que encontraba. Rezaba en silencio. Seor Jess, mi redentor, conforta a mi madre en sus aflicciones. Si ella muere antes de mi regreso, acptala en tu reino y nela con su

amado esposo. Di Corso se miraba los pies polvorientos mientras caminaba. Padre nuestro que ests en los cielos, santificado sea el tu nombre... Giancarlo Rambaldi termin el desayuno en sus aposentos, la sala de huspedes de un socio de su padre, antes de quitarse la ropa de noche y ponerse una blusa con encaje. Se pein meticulosamente el cabello rojo antes de lavarse la cara en un cuenco de porcelana. Termin, cogi sus utensilios para escribir y sali al balcn. La vista de Mesina y el mar titilante era maravillosa, pero no estaba en la naturaleza de Rambaldi reparar en esas cosas. Escribi: Querido padre. Tu colega ha sido un amable anfitrin, aunque la comida siciliana es insatisfactoria; sabes que no me gustan el pescado ni las aceitunas. Ando escaso de dinero, as que por favor dispn un fondo para el tiempo que me queda aqu. Como pronto zarpar hacia la Roca, no necesitar ms de cien coronas. Tu hijo leal. Rambaldi firm con un floreo y aadi: "Santo" di Corso est aqu, tal como temamos. Si intenta abordarme, derramar su sangre, sin parar mientes en las consecuencias. Adis, y vigila la corte!. La galera hospitalaria repechaba el mar. Hombres condenados gruan ante los remos. Caballeros con armadura se agolpaban en el castillo de popa. En la borda chasqueaban estandartes. Rambaldi se hallaba a solas; estaba de mal humor. Odiaba navegar y despreciaba las multitudes. Adems tena resaca. Demasiado vino y poco sueo, pens, mirando el mar. Y en la Roca no tendr ninguno de ambos. Malta murmur. No debes hablar contigo mismo. Pepe di Ruvo ri al acercarse. Pareces desquiciado. Hola, Pepe. Es que estoy desquiciado. Pensando en tu lecho de plumas, hermano? Sorprendido, Rambaldi mir de soslayo a su amigo. Algo as. Di Ruvo se apoy contra su estandarte, y su cuerpo fornido curv el mstil de la bandera. Olvdate de la comodidad, Testarossa dijo. Es tiempo de guerra. Rambaldi hizo una mueca; el vozarrn de Di Ruvo exacerbaba su jaqueca. Di Ruvo se persign y palme la bandera. Ruego a Dios no deshonrar a mi familia dijo. Rambaldi mir el emblema de Di Ruvo, un cisne blanco sobre un campo prpura. Un cisne, pens. Qu intimidatorio. Y dnde est mi insignia? Mir en torno. Qu pasa? pregunt Di Ruvo.

Rambaldi localiz su emblema, un leopardo dorado rampante sobre un campo blanco. De pronto se puso rgido. Qu hace l aqu? pregunt. Quin? Ah, vaya. Rambaldi enfil hacia Di Corso, que descansaba bajo el leopardo dorado. Di Corso miraba el agua, sumido en sus pensamientos. La cabeza de Rambaldi palpitaba cuando cogi el hombro de Di Corso y lo oblig a girarse. Di Corso ensanch los ojos de sorpresa. Quin dijo que podas apoyarte en mi insignia, hermano? rugi Rambaldi. Slo estoy descansando dijo Di Corso, irguindose. Rambaldi sinti miradas reprobadoras y se sonroj de vergenza. Escupiste en el leopardo! acus a Di Corso. Varios caballeros se reunieron alrededor, tratando de separar a los florentinos. No es cierto respondi Di Corso. Los ojos de Rambaldi ardieron. Me llamas mentiroso? pregunt, buscando su daga. Di Ruvo apres a Rambaldi por detrs, aferrndole los brazos. Basta, Testarossa! exclam. Envaina esa daga! Rambaldi forceje un momento, se calm. Sultame, Pepe dijo al fin con voz controlada. Se han aplacado los nimos? S. Di Ruvo solt a Rambaldi y ambos hombres quedaron frente a frente. Los caballeros cedieron el paso cuando una gran cruz subi desde la bodega. El viejo se acerc cojeando. Qu sucede aqu? pregunt. Rambaldi fulmin a Di Corso con la mirada, se gir y se mezcl con la multitud.

7 28 de marzo de 1565

El sultn Solimn miraba los astilleros del Cuerno de Oro desde una ventana del palacio. Cientos de galeras y miles de esclavos se agolpaban en el puerto. Se frot las manos doloridas. Su barba rala ondeaba en la brisa marina. Malta est condenada, pens. Solimn se volvi hacia Mustaf, baj del ejrcito turco, y Piali, almirante de la armada; ambos respetaban en silencio las cavilaciones de su majestad. Has solicitado zarpar maana le dijo el sultn a Piali. Otorgo mi autorizacin. El almirante hizo una reverencia. Hunde esa msera roca gru Solimn. Piali, de treinta y cinco aos, respondi con la avidez tpica de un comandante joven: Por Al, Legislador, los cristianos son hombres muertos. Llevar vuestra cimitarra por las aguas y los borrar de la faz de la tierra! Solimn no se inmut. No lo impresionaban las bravuconadas. Evalu a ese hombre con tnica, de tez clara, que adoptaba una postura orgullosa. ste tuvo padres cristianos, reflexion Solimn. Siempre quiso probar su vala. No sabe que el haber desposado a mi nieta es prueba suficiente? No dejes ninguna piedra de la isla libre de sangre replic el sultn . Slo una victoria total es aceptable. Piali se inclin respetuosamente. La destruccin de Malta y sus caballeros se haba convertido en la obsesin de Solimn, su razn para vivir. En muchas ocasiones haba impulsado su cuerpo enfermo a la accin, espoleando los preparativos para la guerra contra la Roca. Haba escogido personalmente un ejrcito de cuarenta mil soldados, entre ellos seis mil trescientos jenzaros, para acompaar la armada. Haba encargado pertrechos que incluan 80.000 balas de can y 40.000 barriles de plvora, as como vveres, madera y tiendas suficientes para sostener un ejrcito en un territorio estril y hostil. Con frecuencia haba bajado cojeando hasta la orilla para

inspeccionar su flota o haba ambulado entre los mohosos arsenales. Slo la aniquilacin absoluta de los Caballeros de San Juan justificara una organizacin tan meticulosa. Hunde Malta, almirante dijo. Ser ms aplastante que en Yerba prometi Piali, evocando su triunfo en el norte de frica. Muy bien. Solimn volvi sus ojos oscuros hacia el silencioso baj. Mustaf, un hombre maduro, afront la mirada con mesurada determinacin. Mustaf Baj, veterano de las guerras de Hungra y Persia, era un paladn del Islam militante. Los ojos negros que brillaban bajo su turbante intrincadamente tejido haban presenciado mucha violencia, y su boca severa nunca peda cuartel. Tena fama de ser descendiente del portaestandarte del mismsimo Mahoma, y su lealtad religiosa era absoluta; ningn cristiano que l capturase poda esperar misericordia. A pesar de su fervor, Mustaf era un comandante cauto. Conoca de sobra el temple de los hospitalarios, pues haba combatido en Rodas, y encaraba la misin actual con prudencia. Si se necesitaba una semana para arrasar Malta, que as fuera. Triunfaremos, mi seor afirm. Solimn sonri y mir por la ventana. La promesa de Mustaf tena ms sustancia que la jactancia de Piali. Ahora la tarea comandantes. ms delicada, pens, volvindose hacia los

Como no ir a Malta, vosotros dos sois mis manos dijo. Y as como las manos sacan provecho de la colaboracin, vosotros haris lo propio. Piali, siempre atento a la gloria de la armada, mir de soslayo a su colega. Mustaf, prudente y reflexivo, era demasiado circunspecto para demostrar nada ante el sultn. Debis ser como afectuosos padre e hijo orden Solimn. Desde luego, mi seor respondieron ambos. Solimn pos los ojos en Mustaf. Aguarda la llegada de Dragut antes de iniciar el gran asalto. Escucha su consejo. l habla con mi boca. Mustaf frunci los labios, pero sus objeciones quedaron atascadas detrs de sus dientes. S, mi seor dijo con una reverencia. El 29 de marzo la flota turca dobl el Cuerno de Oro. Solimn observaba las ciento treinta galeras y las docenas de galeotas y galeazas que se hacan a la mar con velas ondeantes. Sesenta navos ms pequeos seguan a la flota.

Slo resta esperar, pens. Quiz visite Roma, una vez que est conquistada. El espectculo era tan gratificante que por el momento Solimn olvid su punzante artritis.

8 Malta, 9 de abril

Era un medioda clido cuando La Valette salud a dos caballeros en su estudio. Los invit a sentarse y se puso detrs del escritorio. Los visitantes, un veterano con cincuenta aos de servicio y un gallardo caballero joven, se sorprendieron de la indumentaria de La Valette. El gran maestre haba desechado la sotana negra para ponerse una armadura reluciente. Estaba a sus anchas con el acero; esas ciento cincuenta libras no parecan molestarle. Una cruz maltesa agraciaba el pecho de La Valette. Excesivamente grande segn la moda de entonces, proclamaba con orgullo las virtudes y las beatitudes con sus cuatro brazos y ocho puntas. Una espada larga y envainada descansaba sobre sus rodillas. Slo su regia cabeza permaneca al descubierto; la barba blanca penda sobre el gorjal. El gran maestre brillaba bajo la luz que se filtraba por la ventana con celosas. Interpel al veterano en italiano, uno de los siete idiomas que dominaba. Salve, signore Broglia. Qu noticias hay en San Telmo? Mi seor respondi el comandante de San Telmo, necesito ms provisiones. No era preciso sealar cun importante era la plaza de San Telmo, en la boca del Gran Puerto. Nombradlas. La Valette escuch mientras Broglia enumeraba sus necesidades. El gran maestre asinti. Se har tal como deseis. Broglia se puso de pie y se inclin. Mi seor, regreso a San Telmo. Que Dios os acompae. Broglia se march. La Valette se volvi hacia el joven caballero. Su expresin se abland involuntariamente mientras miraba el rostro sonriente de Henri La Valette. Sobrino dijo. Gran maestre. Tu nave est preparada?

Un paraso flotante, seora. El anciano casi sonri. Inicia tus tareas de reconocimiento dijo. Henri se levant e hizo una profunda reverencia. A vuestras rdenes. Sir Oliver Starkey encontr a La Valette en un granero subterrneo. El gran maestre, antorcha en mano, estudiaba un enorme cmulo de vasijas tapadas. Maestre! exclam Starkey. Hemos avistado galeras que vienen del norte! Sir Oliver, debemos tratar de almacenar suficiente agua. Starkey mir las vasijas. Por qu hay heno entre ellas? pregunt. La Valette pareci defraudado por la ignorancia de Starkey. Para que no se rompan cuando los caones sacudan la tierra. Ah. Ha llegado don Garca? murmur La Valette. Muy bien, vayamos a su encuentro. Cuntas naves trae en su comitiva? Veintisis, segn me han dicho. La Valette, Starkey y veintenas de caballeros saludaron las naves de don Garca de Toledo mientras entraban en el Gran Puerto. Los civiles malteses que ocupaban las orillas de Senglea y Birgu vitorearon a la pequea flota. Don Garca, esplendoroso con su coraza y su capa escarlata, se quit el sombrero empenachado y se inclin cuando la nave insignia entr en la cala. El tufo de los sudorosos remeros lleg con el barco. No en vano los marineros se tapaban las fosas nasales con tabaco! Hasta La Valette qued impresionado por el tamao de la flota. Le sorprenda y le complaca la reaccin de Espaa ante el sitio inminente. Pero haba pocos soldados en las galeras. Se pregunt cunto faltaba para que llegaran los hombres. El virrey baj al muelle. Don Garca salud La Valette. La orden nunca ha necesitado tanto la generosa mano de Espaa! Don Garca, un hombre de ropas caras con ojos altaneros e inescrutables, habl con lentitud. ?He llegado en alas de ngeles, tan rauda fue nuestra travesa dijo en voz alta, para que todos le oyeran. Ciertamente es voluntad de Dios que Malta nunca caiga!

Las ovaciones de la multitud fueron ensordecedoras, como si los ejrcitos del Gran Turco ya estuvieran en el fondo del mar. La Valette y don Garca se evaluaron mutuamente. Don Garca qued sorprendido por los excelentes preparativos y alab en voz alta las fortificaciones de La Valette. Conocis bien vuestro oficio, caballero de San Juan concluy mientras beban una botella de vino. Vuestros emplazamientos de artillera y vuestras trincheras estn bien trazados. Nuestras defensas eran mucho ms fuertes en Rodas respondi La Valette. Su entusiasmo haba menguado, pues el da haba transcurrido sin promesas de refuerzos. Don Garca asinti. Recibiremos con gusto toda ayuda de Espaadijo Starkey. Haba guardado silencio toda la velada.Mi seor virrey aadi, cuando La Valette y don Garca lo miraron de hito en hito. Los ojos castaos de don Garca parecieron reparar en el secretario por primera vez. Starkey tuvo la impresin de que el espaol, que ergua levemente la nariz, lo miraba con altanera. El caballero lament sus precipitadas palabras. Sois ingls, verdad? pregunt don Garca, como si fuera una acusacin. As es. Ya veo dijo el virrey, y se volvi hacia La Valette. Hablamos de la tropa? La Valette aguard. He solicitado veinticinco mil infantes al emperador dijo don Garca , y l ha sido receptivo. Sera una magnfica ayuda dijo La Valette sin rodeos. Saba que Espaa tena muchas obligaciones, y dudaba que enviara 25.000 infantes a Malta. Se conformara con 20.000. S, y yo los escoltar a Malta en persona. Adems, os dejar a mi hijo, Federico, como prueba de mi buena fe. Un joven prometedor concedi La Valette. De todos modos, esta noche os entregar mil hombres de mi guarnicin siciliana. Espero que no sean mal recibidos. Claro que no. Os lo agradezco. Los comandantes volvieron a mirarse de hito en hito. El callado Starkey tuvo la impresin de que presenciaba un duelo silencioso. Regresar cuanto antes prometi al fin don Garca. La invasin turca de Malta tambin amenaza mis tierras, verdad? La Valette suspir ruidosamente. S, desde luego. Aun as, es difcil permanecer entusiasta mientras el taln turco se apresta a aplastarnos el cuello.

Vaya si lo s! repuso el virrey. Se puso de pie. La Valette y Starkey lo imitaron. Gracias por vuestra hospitalidad. Regresar a mi buque. Os agradezco, monsieur virrey, espada de Espaa, vuestra gentil ayuda dijo La Valette. Presente y futura. Don Garca mir a La Valette con respeto. El gran maestre haba estado a la altura de su reputacin de hombre apasionado e inteligente. Al virrey le costaba ocultar su admiracin. Aceptaris mi consejo? dijo con sbita informalidad, casi con tristeza. El mundo recuerda vuestra victoria en Pen de Vlez respondi La Valette. Don Garca sonri. Limitad vuestro consejo de guerra a un mnimo indispensable de veteranos curtidos dijo. Desde luego. No soy turco. Adems, no hagis escaramuzas fuera de las murallas. No poseis fuerzas suficientes. El fuego se apag en los ojos de La Valette. Lo s. El virrey le apoy una mano en el hombro. Pero ante todo, cuidad vuestra persona. La muerte del soberano suele causar la derrota. El gran maestre asinti pensativamente. Pues s en mi corazn que ningn ejrcito salvar vuestra Roca si vos perecis concluy don Garca.

9

Malta fascinaba a Sebastian Vischer. El mar azul y el sol brillante lo deslumbraban; la piedra blanca y las mujeres morenas lo deleitaban.

Despus de la exuberante Alemania, la isla yerma pareca sumamente extica. El entusiasta joven no pensaba en la inminente invasin turca, a pesar de las advertencias de Peter. A veces, cuando conclua sus deberes, o cuando su hermano parta en un asunto oficial, Sebastian bajaba del albergue alemn hasta la costa pedregosa. All miraba, ms all del Gran Puerto, el escabroso Sciberras y el Marsamuscetto. Otras veces buscaba y observaba a los caballeros que dirigan la construccin. Los hospitalarios, con su suntuosa armadura y sus jubones rojos, siempre estimulaban su imaginacin. Sebastian soaba con ser caballero, un garboso combatiente que suscitara respeto y admiracin. Ansiaba embarcarse en una caravana para abrazar plenamente la tradicin hospitalaria, y se imaginaba como capitn de una galera al mando de un contingente de guerreros. Perseguir al turco hasta alcanzar el renombre del caballero Romegas, pensaba. Hoy Sebastian miraba el fuerte San ngel desde el burgo, Birgu, oculto detrs de una carreta, para que Peter no lo sorprendiera holgazaneando. Observ mientras el gran maestre reemplazaba un pequeo can en la muralla este del fuerte. Sebastian envidiaba a La Valette su fina armadura, y su brigantina, antes motivo de gran orgullo, le resultaba lamentable. Por qu Peter no me compra un traje como se?, se pregunt. Y un yelmo con visera. Lament su sencilla celada. Qu tonto lucira en caravana con esta camisa! Un borbotn de italiano estall en sus odos. sta es una buena vista del fuerte. Felicitaciones, amigo. Sebastian se sobresalt. Se volvi boquiabierto hacia el imponente caballero de pelo oscuro que se le haba acercado. El caballero, con sus rizos ceidos por una delgada banda de plata, sonri ante su sorpresa. No hay trabajo para manos tan jvenes? pregunt el hospitalario. jNo hablo italiano, majestad! logr articular Sebastian. l caballero ri bonachonamente. Deutsch? Sebastian asinti vigorosamente. Tambin conozco tu lengua. Mi nombre es Michele. Di Corso volvi a rer. Y no me llames majestad, que no soy rey. Sebastian desvi la vista, avergonzado de su ocio. Estoy descansando tartamude. Soy sirviente de herr Vischer. l es mi hermano. Di Corso se encogi de hombros. Respeto el descanso de otro hombre. Sobre todo, porque yo estoy eludiendo a alguien.Se apoy en la carreta, que chirri bajo la armadura, y mir a La Valette. l es maravilloso. No te parece, muchacho? S, seora! Di Corso se puso pensativo.

Tuve tu edad hace poco tiempo. Lo que ms deseaba era tomar las armas en defensa de la fe. Sebastian sonri. Eso me gustara mucho! Todo a su tiempo, pequeo hermano. La juventud debe aprender que el servicio es ms importante que la muerte. Debemos procurar vivir para la Palabra antes de que podamos morir por ella. Sebastian reflexion sobre esa difcil afirmacin y tuvo la sensacin de que era una amonestacin. S, seora. Bien dijo Di Corso, enderezndose, ya nos hemos demorado bastante. Sin duda hay alguna tarea para nosotros. S, seora dijo Sebastian sumisamente. Vamos. Rambaldi mir a travs del comedor a Di Corso, que estaba sentado a una lejana mesa del albergue. El Santo coma en silencio. Conque no se digna chismorrear con los dems, pens Rambaldi. Hipcrita. Di Corso le sonri a un compaero de mesa y dijo algo; los hombres se echaron a rer. Dos lo palmearon en la espalda y brindaron por l. Rambaldi se inclin hacia delante. Qu dijo? susurr para s mismo. Qu pasa, Testarossa? pregunt Di Ruvo de buen humor. Ya ests tramando algo? Nada, nada. Psame el vino, por favor. Rambaldi volvi a mirar a Di Corso. Se pregunt por qu les caa tan bien. Yo soy el nico que lo cala? Su familia es tan codiciosa como la ma. Los italianos terminaron de comer y los sirvientes se llevaron la vajilla de plata. Todos los ojos se concentraron en el frente de la sala para el inevitable discurso del pilier de la Lengua. Un gran cruz se levant de la pequea mesa del pilier e interpel a los caballeros. Hermanos mos comenz, el gran maestre ha pedido voluntarios para reforzar San Telmo. Le dije que poda confiar en los hijos de la bella Italia. No le fallaremos! fue la entusiasta respuesta. Pues que vaya otro hijo, pens Rambaldi. Mira a Di Corso. l ansia morir tanto como yo... Quin asestar un mandoble por Cristo? pregunt el gran cruz. Di Corso se puso de pie. Mi seor.

El gran cruz pareca complacido. S, Michele? Yo ir en nombre de Florencia. Rambaldi estaba de pie antes de darse cuenta. Tambin yo! grit. De pronto el gran cruz se encontr con una abrumadora cantidad de voluntarios; escogi a veinte, empezando por Di Corso y Rambaldi. Los caballeros recibieron permiso para marcharse y salieron del comedor. Todos menos Rambaldi, que clavaba los ojos en el techo. Testarossa! mascull, reconvinindose.

10

Lleg mayo y la actividad en la Roca se aceler con el buen tiempo. Todo el da los herreros trajinaban, los albailes apuntalaban las fortificaciones, los artilleros probaban una y otra vez los caones. La Valette y otros miembros del Sacro Consiglio estaban por doquier, inspeccionando las defensas y manteniendo el nimo. El gran maestre apenas dorma, al parecer, y estaba disponible a todas horas. Cuando los ingenieros manifestaban satisfaccin con San Telmo y Birgu, l les reprochaba su orgullo y les recordaba que las defensas de Rodas se haban perfeccionado durante doscientos aos y aun as haban perdido la isla. Algunas fortificaciones fueron mejoradas, pero otras fueron destruidas. La Valette derrib dos murallas en las afueras de Senglea y Birgu, pues no tena hombres para defenderlas. Esta astuta decisin privara a los turcos de un refugio para tiradores.

De las siete galeras de guerra de la orden, dos fueron despachadas a Mesina, tres fueron apostadas en el foso, detrs de San ngel, y otras dos, la Saint Gabriel y la Couronne, fueron hundidas frente a Birgu, pero de tal manera que pudieran recobrarse despus. El astillero, entre Senglea y Birgu, fue aislado del puerto con una gruesa cadena de ocho pulgadas. La cadena estaba a gran profundidad y se poda alzar si se aproximaba el enemigo. La Gran Cadena se haba labrado en las famosas herreras de Venecia y se haba adquirido con gran coste. Cada eslabn de sus doscientas yardas haba costado a la orden diez ducados de oro. Una vez que la cadena fuera izada y asegurada con pontones y botes, ningn buque podra embestir contra el astillero. Slo Dios podra arrancar esa cadena, sujeta a la roca viva por el ancla de la carraca de Rodas, la antigua nave insignia de la orden. Para negar a los turcos vveres y mano de obra esclava, La Valette orden que los malteses, sus animales y alimentos fueran a Birgu y Mdjna. Cuando terminaron los desplazamientos, no quedaba al descampado comida suficiente para alimentar a una pequea familia, y mucho menos un ejrcito. La Valette tambin dej Gozo sin recursos y orden a los campesinos que se refugiaran en la ciudadela de la isla. Todos los manantiales de agua dulce de las afueras fueron envenenados. Arrojaron camo, lino, hierbas amargas y abono en los pozos, para que fermentaran. Ay del turco desprevenido que ingiriese semejante brebaje! Pronto sera presa de la disentera. La Valette rehus quedar aislado de Sicilia. Un caballero italiano, Giovanni Castrucco, recibi un barco con la orden de navegar a Mesina en cuanto hubieran contado las naves de Solimn. Castrucco deba entregar este mensaje a don Garca de Toledo: El asedio ha comenzado. Aguardamos vuestra ayuda. La Valette intuy que San Telmo sera el primer objetivo de Mustaf y escogi personalmente a gran parte de la guarnicin. El fuerte deba resistir todo lo posible, para proteger Birgu y Senglea. El Sacro Consiglio tena poca fe en el insignificante San Telmo, y procur disuadir al gran maestre de desperdiciar demasiados hombres en una causa perdida. La Valette confiaba en su decisin, sin embargo, cuando otorg a Luigi Broglia la gobernacin del fuerte. Todos respetaban el coraje de Broglia, un venerable y experimentado caballero de setenta aos. Teniendo en cuenta la avanzada edad del italiano, La Valette le asign un lugarteniente: Juan de Guaras, de la Lengua espaola, sera capitn de socorro de Broglia. Ambas elecciones resultaran estupendas. El gran maestre aument la guarnicin regular de San Telmo con otros cuarenta y seis caballeros y envi a Broglia doscientos infantes espaoles, los nicos que el virrey haba entregado de los mil hombres prometidos. Los espaoles estaban bajo el mando del idneo don Juan de la Cerda.

Anocheca en Malta y el silencio reinaba en todas las habitaciones del albergue alemn, menos una. Sebastian y Peter Vischer yacan en sus jergones. Ir contigo, Peter! insista Sebastian. Soy tu escudero y debo servirte en San Telmo. Te lo prohbo. Peter miraba el techo oscuro. Oy los sollozos de Sebastian. Deja de llorar. No estoy llorando! rezong Sebastian. Regresar pronto murmur Peter. Qu ser de m? gimi Sebastian. Por qu me abandonas? Peter sinti un nudo en la garganta, pero reprimi sus emociones. Prometiste servirme y obedecerme, as que obedceme. Es por tu propio bien, hermanito, pens. La muerte nos espera en San Telmo. Sebastian solloz. Tengo rdenes y debo cumplir con mi deber explic Peter. Qudate para servir a herr Rausch. Ninguna respuesta. Me oyes? ladr el caballero. S, Peter. Lo lamento, pens el caballero. Pero aqu estars a salvo, en la medida de lo posible. Dios, por qu lo traje a Malta? Durmete orden. Las dos primeras semanas de mayo pasaron rpidamente. El da 15, sospechando que la llegada de los turcos era inminente, La Valette llam a sus hermanos a misa en la iglesia conventual para un ltimo discurso antes del ataque. La iglesia conventual de la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusaln era un edificio imponente. Un techo curvo protega un suelo constituido por las lpidas de mrmol de muchos caballeros. Esplndidos tapices y pinturas cubran las paredes de piedra y alas diminutas oficiaban de capillas para cada Lengua. Cada capilla albergaba trofeos y tesoros. La Valette entr en la iglesia detrs de sus caballeros y se dirigi al altar con la cabeza erguida. Hizo una genuflexin ante la hostia, y luego se arrodill ante el santuario de mrmol. Bondadoso Cristo, pens, me rindo ante ti. El obispo de la orden observaba desde su asiento. De pie, La Valette mir a los caballeros sentados con una mezcla de orgullo y tristeza. Muchos de ellos no sobreviviran a la invasin. Cmo decirles de antemano que honraba ese sacrificio? Por su parte, los hospitalarios miraban con reverencia al gran maestre. l era La Valette el poderoso, el campen de la Religin, y si alguien poda ayudarles a capear el temporal turco, era l.

La luz se derramaba por altas ventanas y bailaba sobre el mrmol. Volutas de incienso flotaban sobre el altar. Queridos hermanos comenz La Valette, y su voz retumb en toda la iglesia. Cada uno de nosotros ha acudido por propia voluntad al servicio del Seor, contra un enemigo implacable. Va a librarse la gran batalla entre la Cruz y el Corn. Un formidable ejrcito de paganos va a invadir nuestra isla. Nosotros somos los soldados elegidos de la Cruz, y si el cielo requiere el sacrificio de nuestra vida, as ser. La Valette dej que asimilaran sus palabras. Estudi cada rostro y vio coraje en sus ojos. En ese momento sus caballeros no eran italianos ni alemanes, franceses ni espaoles, sino que eran uno solo, hermanos en el cuerpo de Cristo. Sin duda, Padre, pens, no nos entregars al turco. Hermanos mos continu, vayamos al altar sagrado donde renovaremos nuestros votos y obtendremos, mediante nuestra fe en los santos sacramentos, ese desprecio por la muerte que es lo nico que puede tornarnos invencibles. Un caballero salt del asiento. Victoria en Cristo Jess! bram. Palabra verdadera, fe verdadera! grit otro. Pronto toda la hueste estaba de pie. Juramentos, vtores y canciones reverberaron en la iglesia y los edificios circundantes de piedra arenisca. Los caballeros se abrazaron como hermanos y se estrecharon la mano con fiereza. Sus valientes voces rodaron sobre Birgu, sobre el puerto tranquilo y soleado y hacia el mar azul. La Valette alz una mano perentoria. A los sacramentos! tron. Los caballeros tomaron la comunin y salieron de la iglesia con paso firme. Observa un historiador: En cuanto compartieron el pan de la vida, desapareci toda flaqueza. Cesaron todas las divisiones entre ellos, y todas las animadversiones personales. Para los testigos malteses, era casi como si los caballeros vestidos de acero flotaran hacia sus puestos de combate. Muchos lugareos se emocionaron con el paso de los hospitalarios y se santiguaron. Trescientas millas al este, la armada turca, igualmente confiada, surcaba el Mediterrneo con lenta arrogancia, segura de que conquistara Malta para Solimn y Al. El cristianismo de los caballeros no era el nico credo que recompensaba la fe con la victoria y la muerte con el cielo.

11 17 de mayo

San Telmo se haba erigido a mediados de siglo a bajo coste. Si La Valette hubiera sido gran maestre durante su construccin, el fuerte habra sido mucho ms imponente, pero tal como era pareca una colisin de ingeniera atolondrada y capital escaso. San Telmo se ergua en la cima del monte Sciberras y desde su posicin, el punto ms bajo de la pennsula, tena un panorama del mar hacia el este, el Gran Puerto hacia el sur y el Marsamuscetto hacia el norte. Trazado con diseo espaol, era una estrella de cuatro puntas con la seccin sureste sobre una empinada cuesta que caa a pico en el mar. Entre las murallas ms cercanas al mar haba un caballero, una torre con caones. La puerta principal de San Telmo se hallaba en el lado occidental; un terrapln, o revelln, se hallaba ms all del foso occidental. Los ingenieros de la orden no se hacan ilusiones sobre la situacin de San Telmo y alegaban que el enemigo poda apostar caones con gran ventaja en las alturas rocosas de Sciberras. La falta de tiempo y de personal, sin embargo, impidi a La Valette aplanar el monte. La nica ventaja natural de San Telmo consista en la roca maciza sobre la que reposaba; ningn minero ni zapador podra aproximarse desde abajo. Dentro del fuerte haba cuarteles para una tropa pequea, almacenes y una capilla. Aun en horas desesperadas, los capellanes de obediencia sacerdotes hospitalarios que no tenan autorizacin para portar espada asistan a la capilla. Ningn caballero de San Juan deba temer la muerte sin extremauncin, a menos que su partida fuera sbita. Los capellanes de obediencia, que no necesariamente eran nobles, contaban con el respeto

de sus colegas marciales, sobre todo si haban participado, sin armas, en las misiones navales llamadas caravanas. Peter Vischer contemplaba el poniente desde la muralla occidental de San Telmo. Una sensacin de vaco y soledad lo agobiaba, aunque estaba rodeado por camaradas. Tambin se senta fsicamente incmodo; su armadura, caliente como una olla durante el da, se haba enfriado paulatinamente al llegar la noche. Peter pronto se congelara, as como antes se haba cocinado. Una hora en armadura vala por tres. Un equipo de operarios maldijo cuando un poste se les cay por accidente. Vischer no les prest atencin. Ay de ti si no proteges a Sebastian, herr Rausch, pens. Una vez ms lament la presencia de su hermano en la isla. El caballero dej de mirar el poniente y enfil hacia la escalera. Baj al interior despus de responder al saludo de un media cruz. Un media cruz era un hombre de armas que haba jurado lealtad a San Juan. Eran plebeyos y no se les permita ser caballeros. Vischer atraves el patio, todava activo, y lleg a la puerta principal, donde puso un alto barril de costado para sentarse ante las macizas puertas. El tonel cruji. Decapitar al primer turco que la atraviese, pens. Por el honor de la Lengua. Evoc las verdes colinas de su terruo. Vio las extensas propiedades de su padre. Un caballero interrumpi sus cavilaciones. Perdn, monsieur. Parece que has ocupado mi lugar. Peter fij la vista en ese caballero maduro. Cmo dices, hermano? se es mi lugar de descanso. He vuelto despus de hacer mis necesidades. Vischer lo escrut en la luz incierta. Te conozco? El caballero se inclin. Montblanc, de Toulouse. Montblanc murmur Peter. Disculpa, monsieur Montblanc, pero he jurado matar al primer turco que atraviese la puerta. Montblanc mir la puerta. An falta para ese momento, no crees? pregunt. No obstante, permanecer aqu como representante de la Lengua alemana. Montblanc resopl. Perdn, hermano, pero, corresponderle a Provenza? Vischer se levant del barril. Te lo mostrar dijo. Apartando a Montblanc, extrajo el hacha y la arroj en un movimiento gil y fluido. El arma, impulsada por el enorme brazo derecho de Vischer, silb en el crepsculo y se incrust en el centro por qu el primer turco no debe

de una viga de madera a gran distancia. Los dos hombres que llevaban la viga la soltaron, sorprendidos. Montblanc call unos segundos. Eres el Violinista? Soy Vischer. El francs estudi el hacha y volvi a inclinarse. Dejo la puerta en tus capaces manos. Vischer ri entre dientes mientras Montblanc se iba a otra parte. Volvi a ocupar su asiento y se apoy contra la pared. Durante toda la noche rog pidiendo un sueo elusivo. El caballero Rambaldi, inquieto en los atestados cuarteles de San Telmo, sali a tomar aire y mir el cielo estrellado. Dios, pens, que esta batalla llegue pronto y termine rpidamente. Cmo extrao mi lecho de plumas! Llam a un hermano servidor, como eran conocidos oficialmente los medias cruces. El soldado mir con admiracin la armadura labrada de Rambaldi. Monsieur? Rambaldi desenvain la espada. Tienes una piedra de afilar? S. Trela, por favor. El caballero Di Corso mir el mar desde la muralla este, con la capa al viento. Estarn aqu maana, se dijo. Con la imaginacin vea a los turcos surcando el calmo Mediterrneo, iluminado por las estrellas. Se imagin el estandarte otomano de la media luna flameando sobre la nave insignia de Piali mientras esclavos cristianos remaban al ritmo del tambor del capataz. Una noche clara bajo una luna turca, pens. Di Corso evoc sus conocimientos del Islam. Sopes las verdades del cristianismo contra las premisas de la fe de Mahoma, preguntndose por qu los musulmanes desdeaban la idea de la Trinidad y un Cristo divino. Acaso Dios no se manifest a Abraham como tres hombres?, se pregunt, recordando la Escritura. El gobernador Broglia recorra su estrecho aposento, abanicando el humo que sala de su lmpara de aceite. Obsesionado por el temor de que los turcos apostaran caones en Sciberras, le costaba relajarse y el sueo era imposible. Sus piezas, mucho ms pequeas que los mastodontes de Solimn, no podan expulsar a los turcos de las alturas del monte. Broglia tema que un potente basilisco lanzara una bala de ciento sesenta libras

contra el flanco del fuerte. Semejante proyectil perforara la gruesa y maciza mampostera. Broglia gimi. No podra emplazar mejor sus armas? Abri la puerta y llam a un asistente. El hombre lleg al instante. Seora? Llama al capitn Guaras. La noche transcurri a paso de tortuga. Dentro del intranquilo fuerte, algunos se revolcaban gruendo en sueos, mientras que otros ni siquiera podan dormir.

12 18 de mayo

Avistaron la flota de Solimn poco despus del alba. Las galeras aparecieron en el brumoso horizonte, quince millas al este de Malta. Un caballero de San Telmo alert a la guarnicin, gritando: All vienen!. En unos instantes, los hombres llenaron las murallas del este y escudriaron las naves. Di Corso mir la gigantesca flota con ojos desorbitados. Padre nuestro! Es un prodigio que el mar pueda sostenerlos! El capitn Guaras y el gobernador Broglia subieron la escalera y miraron la flota con rostro adusto. Dios nos ayude suspir Broglia, y le dijo a Guaras: Efectuad un disparo para avisar a Birgu. Una andanada! orden Guaras a las bateras de la torre caballera . Tres disparos! Los caones rugieron y el hierro silb sobre el agua. Columnas de espuma blanca se elevaron mientras los caonazos perforaban el mar perezoso. Los caones de Birgu se hicieron eco de la alarma. Otra andanada vol hacia los lejanos turcos. Alto el fuego! grit Guaras. l y Broglia bajaron la escalera y entraron en la cmara del gobernador, flanqueados por tres caballeros comendadores. A qu distancia estn? le pregunt Di Corso a un artillero espaol cubierto de cicatrices. Unas horas, seor. Tiempo suficiente para la capilla, pues. Oliver Starkey irrumpi en los aposentos de La Valette y encontr al gran maestre ante el escritorio.

Maestre, estn aqu! exclam. La Valette firm un documento, le pas el secante. Oliver. Seora. La Valette enroll y sell el pergamino, apret la cera con el anillo de sello y ofreci la carta. Lleva esto. Starkey acept el pergamino. se es mi quinto dijo La Valette, refirindose al veinte por ciento de posesiones que un caballero poda dar en herencia fuera de la orden. Entiendo, seora dijo Starkey, estudiando el testamento sellado. Mantenlo a salvo. La Valette se levant de la silla y se puso un yelmo empenachado de blanco. Vamos a San ngel dijo. Al dejar la habitacin, oyeron los caonazos de advertencia desde Mdina, tierra adentro, y Gozo, al norte, cuyas respectivas guarniciones se haban enterado de la llegada de Mustaf. Por cierto no nos pillaron durmiendo dijo La Valette. En el astillero, entre Birgu y Senglea, Mathurin d'Aux de Lescout Romegas, general de galeras y el mayor marino cristiano de la poca, preparaba cuatro naves pequeas. Romegas no se propona trabar combate con la enorme fuerza turca; slo quera inspeccionar la armada de Solimn. La Valette salud a Romegas y sigui hacia San ngel. Tambores, trompetas y gritos sonaron en Birgu y San ngel mientras los hombres acudan deprisa a las armas. La Valette entr confiadamente en el catico fuerte. Un grupo de caballeros lo rode. Ha llegado la hora les dijo. Comportmonos como caballeros de Cristo. Las naves turcas avanzaban despacio hacia Malta; para los angustiados hospitalarios, pareca que los bajeles cubran el horizonte. En los fuertes y aldeas, caballeros y soldados se persignaban y rezaban. Los campesinos, vctimas de muchas incursiones turcas, no necesitaron que nadie les ordenara arrear los ltimos animales detrs de las murallas. La Valette sospechaba que los turcos primero se dirigiran al Marsasirocco, al sur del Gran Puerto, y se sorprendi cuando la flota rode la punta meridional de la isla. De inmediato despach una fuerza de caballera para seguir a las lentas galeras. Los jinetes, al mando del gran mariscal Copier, siguieron la flota desde la costa oeste. Los informes que Copier envi a La Valette sugeran que los turcos desembarcaran en el norte. Estos mensajes preocuparon al gran maestre.

Saba que ese desembarco poda aislarlo de Sicilia mientras los turcos se adueaban de Mdina, con escasa tropa, y la indefensa Gozo. Cuando la flota de Solimn ancl para pernoctar frente a los abruptos peascos de Ghain Tuffieha, Copier y sus hombres tambin descansaron. Por la maana Piali envi treinta naves al Marsasirocco y el mariscal orden seguir a esos buques. La Valette pronto supo, para su alivio, que los turcos invadiran Marsasirocco: su patrullaje por la costa oeste haba sido una finta. El trayecto por tierra desde el Marsasirocco hasta Birgu era de slo tres millas. En la medianoche del 19 de mayo, toda la flota turca enfilaba hacia el Marsasirocco. Tres mil efectivos ya haban desembarcado de las treinta naves, entre ellos mil jenzaros. Los impacientes turcos se dirigieron tierra adentro, hacia la aldea de Zeitun, para coger alimentos y ganado. Entre el Marsasirocco y la aldea se toparon con una patrulla de jinetes hospitalarios. Sigui un duelo de arcabuces breve pero intenso que dej varios muertos, entre ellos don Mesquita, aspirante a caballero y sobrino del gobernador de Mdina. Ampliamente superados en nmero por los jenzaros y la caballera, los hospitalarios se apresuraron a retirarse. Dos cristianos heridos, el caballero francs Adrien de la Rivire y el novicio portugus Bartolomeo Faraone, fueron capturados por los jinetes turcos y llevados al Marsasirocco. A medioda toda la flota turca se haba asentado en el Marsa. Cuando Mustaf Baj fue a la costa la maana siguiente, jenzaros con tnica les ofrecieron a l y sus oficiales un valioso trofeo: dos caballeros de San Juan. Los jvenes hospitalarios, despojados de su cara armadura, estaban ojerosos tras una noche de malos tratos. Ambos fueron golpeados con cabos de lanza hasta que se arrodillaron ante el viejo baj. Un esclavo llev una silla para Mustaf; l se acomod en el asiento antes de mirar a los caballeros con odio. A sus espaldas, las galeras turcas llenaban el Marsa. Cmo deben morir estos hombres, oh Al?, se pregunt. De la Rivire, un fornido espadachn de pelo dorado, devolvi la mirada de Mustaf con el mismo odio. T eres el perro...? comenz el francs, pero un golpe en la cabeza lo acall. Silencio! rugi un jenzaro. Slo el baj hace preguntas! El aturdido De la Rivire escupi en el suelo pedregoso. Mustaf decidi que De la Rivire morira en una bastonada, pero eso poda esperar. Quiero los planos de vuestros fuertes y caones dijo. De la Rivire pestae pero no dijo nada. El jenzaro intent golpearlo de nuevo, pero Mustaf lo contuvo.

Cul es el fuerte mejor pertrechado? le pregunt al caballero. Dnde estn los caones de La Valette? El caballero ri entre dientes. Mustaf asinti y el jenzaro golpe al caballero entre los omplatos con el asta de la lanza. Faraone solt una exclamacin mientras su superior se desplomaba en el suelo. Mustaf se volvi hacia el joven portugus. T, muchacho. Qu guarnicin es la ms fuerte? Dnde estn los caones de La Valette? El moreno Faraone palideci, pero no dijo nada. De la Rivire respondi por su camarada. Nuestro bastin es el reino del cielo, amo de esclavos! Y los caones de La Valette estn en tu trasero... o lo estarn pronto! Los ojos del baj chispearon, pero l slo asinti. Ya conoca a hombres como De la Rivire. Se volvi hacia un oficial. Estos europeos carecen de sutileza. Entrgalos a los torturadores. Sonri cuando los hombros de Faraone se aflojaron. Quiz el hierro candente les suelte la lengua. Don Garca de Toledo disfrutaba de un delicioso faisn asado en su comedor, y aunque cenaba a solas, el excelente vino compensaba de sobra la falta de compaa. Las puertas labradas del extremo de la habitacin se abrieron y un viejo criado entr a la luz de las velas. Qu sucede? pregunt don Garca. Mis disculpas, seor virrey, pero tenis un visitante sin cita previa. No me digas. S, excelencia, y dice que su misin es extremadamente urgente. Quin es? Un mensajero de Malta. Un italiano. Don Garca arranc un muslo del ave y mordi la carne aceitosa. Trelo dijo mientras masticaba. El criado pronto regres. Giovanni Castrucco, caballero de justicia! anunci. Un maltrecho Castrucco se adelant y se inclin ante el virrey. Excelencia, traigo nuevas de La Valette. S? El gran maestre dice: El asedio ha comenzado. La flota turca posee casi doscientos navos. Aguardamos vuestra ayuda. Don Garca le hizo una seal al indignado mayordomo. Atiende a este buen hombre orden. Y a Castrucco: Hablaremos pronto.

El virrey qued a solas. Doscientos, pens. Qu puedo hacer contra eso? Aunque Felipe me enve treinta mil hombres, dudo que pudiramos desembarcar. Su apetito se evapor y apart el faisn. Maldiciendo, cogi el vino. Doscientos navos! exclam.

13 21 de mayo

Mustaf Baj se reclin bajo un dosel; su plana mayor estaba en las cercanas. Pareca que los caballeros no intentaran rechazar el desembarco, sino que permaneceran parapetados detrs de las murallas. No haban avistado cristianos desde la captura de De la Rivire y Faraone. Muy sabio, pens Mustaf, chupando un sorbete. La Valette podra ganar algunas escaramuzas en campo abierto, pero mi fuerza numrica pronto lo aplastara. Un oficial se postr ante Mustaf. Baj! Mustaf eruct. Habla. Los torturadores han soltado la lengua de los prisioneros declar el oficial. Plata derretida en los odos. Mustaf record la mirada desafiante de De la Rivire y sonri. Conque no son superhombres. Qu han informado? El oficial se puso de pie y present un mapa que identificaba la muralla sudoeste de Birgu. Parece que este punto tiene pocas tropas, y est defendido por la Lengua ms dbil, Castilla. Y no hay artillera. El baj se irgui en el asiento. No haba artillera? Qu necios, pens. Entonces los atacaremos, y Al obtendr su primera victoria respondi. Los exploradores del mariscal Copier estaban apostados en las alturas de Corradino, al oeste de Senglea. Fueron los primeros en avistar el ejrcito de Mustaf, que marchaba hacia el Gran Puerto. Al ver la cantidad de efectivos, Copier se persign y de inmediato despach un mensajero a La Valette. Los turcos se aproximaban rpidamente, confiados en su fuerza. Orgullosos estandartes de seda y gallardetes triangulares chasqueaban sobre la hueste. Una compaa tras otra de hombres de tnica suntuosa marchaban detrs de oficiales a caballo cuyos sables y turbantes

enjoyados destellaban al sol. Los bruidos yelmos en espiral de los espahes irradiaban una luz cegadora. Un explorador de Copier informara despus: El conjunto pareca una multitud infinita de flores en un prado o pasto exuberante; no slo deleitable a los ojos, sino tambin a los odos, pues sus diversos instrumentos se fusionaban en el aire con exquisita armona. La Valette recibi el informe de Copier y respondi al desafo turco. Orden que el gran estandarte de la orden se izara sobre San ngel; la cruz hospitalaria de ocho puntas ondeaba desafiante sobre el fuerte. La avanzadilla de los turcos se distanci de la fuerza principal y lleg a los montes del sur de las pennsulas. La Valette observ su aproximacin desde las murallas de Birgu y, tras una evaluacin, orden enviar ms municin a San Telmo, que yaca casi olvidada del otro lado del Gran Puerto. Por su parte, los caballeros de San Telmo maldijeron la fortuna que les negaba el primer ataque turco. Los hombres de Copier intercambiaron disparos con un apiamiento de tiradores jenzaros antes de abandonar Corradino. Los cristianos, en inferioridad numrica, no podan competir con la precisin de los arcabuces de can largo de los jenzaros, y buscaron proteccin en Birgu. Las tropas de choque turcas lo festejaron a gritos mientras los hombres de Copier se retiraban. Por Dios, esos jenzaros son magnficos tiradores, pens La Valette, recordando amargamente que las divisiones de jenzaros se integraban exclusivamente con conscriptos, cristianos. Orden que abrieran las puertas para su caballera en retirada. Pas un momento. Un caballero seal las puertas. Gran maestre! Para su consternacin, La Valette vio jinetes hospitalarios que galopaban desde la ciudad hacia los turcos. Sumido en sus pensamientos, no haba tenido en cuenta la ansiedad de esos guerreros, y no haba dado rdenes de impedir que salieran del fuerte. Cerrad esas puertas! Muchachos tontos, pens. rugi. Llamad a esos hombres!

Una corneta son por encima de la confusin, pero demasiado tarde. Los caballeros casi haban llegado a la avanzadilla turca, que bajaba la cuesta a la carrera. Birgu y Senglea contuvieron el aliento. Los c