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  • 8/12/2019 Andreas Huyssen (Proyecto Bicentenario)

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    El movimiento internacional de los derechos humanos y la poltica de la

    memoria: Lmites y desafos.1

    Andreas Huyssen2

    (trad. Dra. Emilse B. Hidalgo, IRICE-CONICET)

    El movimiento social transnacional de los derechos humanos y los discursos de la memoria, que

    comenzaron a tomar cuerpo en distintas partes del mundo en la dcada de 1970, cobraron mpetu

    en la dcada de 1980, y se multiplicaron en los noventa. Ambos discursos fueron

    sobredeterminados histricamente y a los dos se les cuestiona cada vez ms en la actualidad sus

    supuestos ocultos, su eficacia y su perspectiva a futuro. En un libro pronto a ser editado, Samuel

    Moyn interpreta el movimiento de los derechos humanos como la ltima utopa despus del

    colapso de aqullas iniciales del siglo XX tales como el comunismo y el fascismo, la

    modernizacin y la descolonizacin.

    En Pretritos Presentes argument anlogamente que el colapso de una imaginacin utpica

    anterior posibilit el surgimiento de los nuevos discursos sobre la memoria. Es as que, como

    postul en ese trabajo, la conciencia temporal del alto modernismo en Occidente intent dar base

    slida a los futuros utpicos, mientras que la conciencia temporal del siglo XX se volc a la no

    menos riesgosa tarea de hacerse cargo del pasado. Aun as, el movimiento de los derechos

    humanos permanece firmemente orientado hacia el objetivo a largo plazo de establecer un

    rgimen internacional, e incluso global, de derechos. En este punto sera oportuno recordar que la

    configuracin actual del movimiento internacional de derechos humanos tiene una historia

    relativamente breve como elemento constitutivo de una cultura que privilegia una poltica de la

    memoria. Huelga decir que la construccin discursiva sobre la memoria es ya de larga data. La

    tragedia griega ha contribuido a un entendimiento profundo sobre los lazos entre la memoria, la

    justicia, y el derecho. Desde las revoluciones francesa y americana hasta la descolonizacin, los

    derechos y la memoria han estado unidos inextricablemente a conceptos como los de nacin y

    estado; a cuestiones de ciudadana, y a la construccin de las tradiciones nacionales. Habida

    cuenta de esto, sin embargo, el movimiento internacional de los derechos humanos actual y los

    flujos transnacionales de la poltica de la memoria configuran desde la dcada de 1990 una

    coyuntura esencialmente nueva.

    Esto nos conduce a una pregunta sencilla aunque no por ello fcil de responder: cmo se

    1Conferencia dictada en Rosario el 19 de mayo de 2010, en el Teatro Prncipe de Asturias del Centro Cultural

    Parque de Espaa, y organizada por la Maestra en Estudios Poltico-Culturales (CEI-UNR), en el marco del

    Programa Rosario 2010, del Centro Cultural Parque de Espaa, y de la Fundacin del diarioLa Capital.2Agradezco a los asistentes al Seminario de Columbia La Creacin de los Archivos por su incisiva crtica de una

    primera versin de este artculo, y tambin a Daniel Levy por sus sugerencias sobre cmo resaltar la relacin

    recproca entre la memoria y el derecho.

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    conectan los derechos con la memoria en primer lugar? En su nivel ms bsico, se podra

    argumentar que slo la memoria de aquellos derechos que fueron vulnerados permite garantizar

    el futuro de los derechos humanos en el mundo, proporcionando a partir de all un vnculo

    sustantivo entre pasado y futuro. Sin embargo, frecuentemente, el discurso sobre la memoria y el

    debate contemporneo sobre los derechos humanos permanecen separados por algo ms que la

    especializacin disciplinaria, siendo que el discurso de la memoria predomina en las

    humanidades, y el discurso sobre los derechos en las ciencias sociales. Desde mi perspectiva

    dentro de las humanidades, sostendra que los estudios actuales sobre memoria deberan estar

    ms estrechamente ligados a los derechos humanos y a la justicia, tanto en el plano del discurso

    como en el de la prctica, con el fin de evitar que la memoria, especialmente la de tipo traumtica,

    se torne un ejercicio vaco que se alimenta parasitaria y estrechamente de s mismo. Asimismo,

    alegara que sin el sustento de la memoria y la historia, el discurso sobre los derechos humanos

    corre el riesgo de perder su fundamento histrico y se expone a la abstraccin legalista y al abuso

    poltico. En este sentido, el universalismo abstracto de los derechos humanos es, a un tiempo,

    problemtico pero prometedor.

    Historia de los derechos humanos y de los discursos sobre la memoria

    Si se pretende trabajar por la interaccin entre derechos humanos y memoria, es importante

    reconocer las potencialidades y limitaciones de cada uno de estos campos. Las fortalezas propias

    de cada uno de los mismos deben operar complementariamente para as superar sus debilidades.

    Los mbitos de los derechos humanos y de la memoria implican el abordaje de la violacin y

    proteccin de derechos humanos bsicos y, por ello, necesitan de la historia. Asimismo, aspiran a

    reconocer los equvocos del pasado proyectando y trabajando por un futuro ms promisorio para

    el mundo.

    Los trabajos sobre derechos humanos y memoria surgieron, de alguna manera, de los discursos

    legales, morales, y filosficos sobre el genocidio y los avasallamientos que tuvieron lugar durante

    la segunda Guerra Mundial. Tanto en la Declaracin Universal de Derechos Humanos como la

    Convencin para la Prevencin y Sancin del Delito de Genocidio de Naciones Unidas de 1948

    oper el recuerdo, aunque no la memoria en s, dado que en su redaccin ambos documentos

    eludieron las dimensiones tnicas y particulares del Holocausto. El recuerdo del genocidio y de los

    traslados forzados en la primera mitad del siglo XX, as como los legados de la tradicin de la ley

    natural, influyeron en la redaccin de estos documentos. Y a pesar de estos antecedentes,

    tuvieron que pasar varias dcadas hasta que el movimiento internacional por los derechos

    humanos cobr mpetu.

    En trabajos recientes de socilogos y cientficos polticos se ha comenzado a explorar el vnculo

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    transiciones democrticas impulsadas a nivel local en Amrica Latina en las dcadas de 1970 y de

    1980. Escribe Cohen: a pesar de ser ampliamente exhortativas, las declaraciones y convenios de

    derechos humanos conformaron una importante referencia normativa para la sociedad civil

    domstica y para los movimientos de activistas sociales.vi El derrumbe del imperio sovitico y, al

    poco tiempo, el acuerdo negociado que dio fin al apartheid en Sudfrica fueron seales

    adicionales de la renovacin y difusin de los debates que circulaban en la sociedad civil y de la

    implementacin de derechos en muchos pases (en especial en Europa del Este y Amrica

    Latina). Claramente, a esta altura las luchas por los derechos haban cobrado ya una dimensin

    internacional y no operaban exclusivamente dentro de los marcos nacionales tradicionales.

    La tercera etapa se diferencia sustancialmente de las otras dos. A partir del fin de la Guerra Fra,

    se ha recurrido a los casos de violaciones de derechos humanos de manera selectiva para

    justificar la imposicin de sanciones debilitantes, invasiones militares y administraciones de

    ocupaciones autoritarias efectuadas por organismos multilaterales y/o estados que actan

    unilateralmente bajo el lema de intervencin humanitaria. Tales intervenciones se vean

    tpicamente justificadas por la aplicacin de la legislacin internacional de derechos humanos.

    Bosnia, Afganistn, e Irak constituyen en este sentido los ejemplos ms pertinentes si bien

    polticamente distintos. Cohen realiza as una distincin entre una nocin ms tradicional de los

    derechos humanos y una concepcin poltica ms contempornea de intervenciones humanitarias.

    En este anlisis se pone en juego el conflicto entre los derechos humanos transnacionales y la

    concepcin tradicional de soberana nacional. En efecto, es posible que el estado-nacin hayadejado de ser el nico y principal garante de los derechos en un mundo cada vez ms globalizado

    fruto de una poca que ha visto lo debatido en las recientes convenciones de Naciones Unidas

    sobre derechos, la creacin del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y la Corte Penal

    Internacional. La Comisin Internacional sobre Intervencin y Soberana Estatal (ICISS), en su

    informe de 2001 titulado La Responsabilidad de Proteger, ha sido el organismo que ms lmites

    impuso a la soberana de los estados. Aunque este informe evidentemente surge de las fallas de

    Naciones Unidas en la dcada de 1990 en Srebrenica y Ruanda, me queda poco claro si el

    cambio de intervencin humanitaria (o humanismo militarista como algunos lo han llamado) a

    R2P (derecho a proteger) es en realidad poco ms que un desplazamiento semntico, dado que

    los potenciales protectores inevitablemente seguirn siendo las mismas potencias que tambin

    lideraron las intervenciones humanitarias (con una pequea excepcin: las tropas de la Unin

    Africana de Naciones Unidas en Darfur). En todo caso, para bien o para mal, en esta etapa los

    derechos humanos se han realmente internacionalizado aunque permanezcan ligados de manera

    problemtica a las intervenciones militares de estados soberanos.

    Dada la situacin actual, a mi parecer, algunas dimensiones claves de estas tres etapas se

    mezclan en distinto grado, segn cules sean las diferentes coyunturas en juego. En conjunto, el

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    genocidio y la limpieza tnica, la sociedad civil y los derechos, as como tambin la intervencin

    humanitaria configuran un complejo entramado de cuestiones polticas y legales que requieren un

    anlisis especfico en cada caso. No permitamos que el abuso de la intervencin militar en los

    aos de gobierno de Bush nos impida ver el potencial de la internacionalizacin de las luchas por

    los derechos humanos, en especial cuando los mismos son violados por Europa y los Estados

    Unidos. Independientemente de algunas polticas imperiales recientes, cualquier rgimen

    transnacional de derechos humanos necesariamente entra en conflicto con la idea de soberana

    nacional y este es un conflicto que requiere de una negociacin y reflexin ms profunda. vii

    En qu se diferencian?

    Esta cuestin me retrotrae a mi pregunta inicial acerca de la relacin entre la memoria y el

    discurso de los derechos. Mientras que la memoria y el derecho siempre interactan de manera

    compleja, tambin debemos entender ciertas diferencias epistemolgicas y prcticas que

    determinan su alcance efectivo, sus operaciones, y efectos a largo plazo.

    Permtanme comenzar enfatizando un punto acerca de la memoria del trauma histrico que insiste

    en rechazar la pretensin de clausura y resolucin que a menudo acompaa la celebracin de los

    juicios. Como Walter Benjamin sugiri, existe un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas

    y la nuestra, dado que, desde su perspectiva, somos sus sucesores. De all que Benjamin haya

    sostenido que nos ha sido dada una dbil fuerza mesinica.viii

    Max Horkheimer contrarrest latentacin teolgica de Benjamin: los muertos muertos estn y no pueden ser resuscitados. No hay

    necesidad de mesianismo, no sirven para la redencin. Pero s tienen un derecho a la memoria.

    Esta es una marca de la civilizacin humana, despus de todo, mucho antes de la formulacin

    explcita de los derechos naturales, de los derechos humanos, civiles y de cualquier otro tipo,

    incluso luego de haber superado uno de los siglos ms sanguinarios de la historia humana. Qu

    sera del movimiento internacional de los derechos humanos sin memoria de los campos de

    exterminio del siglo XX? La dignidad de las vctimas, sus luchas y su destino deben ser

    preservados en la memoria, sobre todo si se tiene en cuenta la intencin manifiesta de los autores

    del genocidio de borrar toda memoria de sus vctimas.

    A pesar de lo dicho, los discursos sobre memoria y derechos no se vinculan tan fcilmente. Los

    debates sobre los derechos humanos y la justicia transicional o retroactiva en el mbito jurdico y

    en la teora poltica, han permanecido, a menudo, profundamente separados respecto de las

    discusiones sobre memoria y trauma histrico en las humanidades. Esto es sorprendente ya que

    uno esperara que estos campos fueran inherentemente complementarios y se reforzaran

    mutuamente. Incluso si se reconoce que las normas de derechos humanos son tan frgiles,

    impugnadas, y a menudo ineficaces como la memoria, sigue habiendo entre ambos una tensin

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    fundamental. A ambos lados de esta brecha discursiva aparecen limitaciones restrictivas de escala

    y de rango social. El discurso sobre la memoria suele tratarse en relacin a un pasado colectivo y

    a sus efectos en el presente, pero carece de una dimensin normativa jurdica fuerte que

    conduzca directamente a reivindicaciones legales individuales o grupales. No es casual que el

    campo de la reparacin y la restitucin jurdica basados en la memoria siga siendo tan

    controvertido. Algunos juristas y tericos polticos han llegado a sostener que la memoria de una

    herida pasada slo puede ser un dbil sustituto de la justicia. El debate sobre la Comisin de

    Verdad y Reconciliacin de Sudfrica (CVR) es un ejemplo de ello en la medida en que se

    garantizaba la amnista de los imputados si stos realizaban una confesin pblica de sus

    acciones. ixAl mismo tiempo, sin embargo, todos los procesos judiciales, especialmente en los

    casos de justicia retroactiva o de transicin como los que se dieron al finalizar las dictaduras en

    Chile o Argentina, dependen de la memoria individual para que un tribunal pueda llegar a las

    condenas, as como de un sistema judicial efectivo y un poder judicial independiente. Considero

    muy importante en relacin a los argumentos expuestos puntualizar que la persecucin activa de

    las violaciones a los derechos humanos en los tribunales tambin depende de la fuerza de los

    discursos de la memoria en la esfera pblica en el periodismo, el cine, los medios de

    comunicacin, la literatura, el arte, la educacin, e incluso las pintadas urbanas. La Argentina de

    hoy es quizs el mejor ejemplo de esto a partir de una nueva serie de juicios a los represores de

    los aos del terrorismo de estado fruto de una poltica pblica de la memoria que opera a travs

    de varios grupos de activistas que emplean todos los medios de representacin disponibles.

    Pero el mandato bblico de recordar, tan fuerte en la cultura contempornea de Occidente como

    contrapeso de una amnesia galopante, es una exigencia moral que no es ni social ni legalmente

    exigible. Y es razonable que as sea, ya que de lo contrario, se violara el derecho a olvidar. Esta

    es la razn por la cual la Ley de Memoria Histrica instituda en Espaa hace unos aos es tan

    problemtica. La memoria es siempre frgil y difcil de verificar, y an ms de legislar. Los

    derechos humanos, por el contrario, son en s el rostro de Jano: la moral y las leyes. Comparten la

    dimensin moral y emotiva con el discurso de la memoria que por s mismo carece de lo jurdico, a

    pesar de que, paradjicamente, no puede haber justicia sin memoria. Vinculadas pero separadas:

    es por esto que sigue habiendo una tensin fundamental entre la memoria y el discurso de los

    derechos ms all de las especializaciones disciplinarias. Y dadas las a menudo frvolas y

    explotativas fijaciones que la cultura meditica actual tiene con la memoria, uno puede

    legtimamente preguntar si la memoria ayuda u obstaculiza la justicia. Los defensores sealarn

    con razn a los juicios de criminales de guerra, los responsables del terrorismo de estado, o las

    demandas de restitucin que prosperaron. Los detractores del discurso sobre la memoria citarn

    casos donde sta y la victimizacin son utilizados para incitar a la violencia como en la campaa

    propagandstica serbia de Slobodan Milosevic acerca de la batalla de Kosovo, o para prolongar las

    hostilidades como en las competencias por la memoria entre Israel y Palestina. En Serbia, la

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    memoria de una herida pasada se moviliz al servicio de objetivos nacionalistas que

    desencadenaron las limpiezas tnicas de Bosnia y Kosovo. El escritor Croata Dubravka Ugre!i",

    en su libro de ensayos, La cultura de las mentira, ha argumentado convincentemente que la

    desintegracin de Yugoslavia se caracteriz por la simultaneidad de un terror al olvido y un terror

    al recuerdo: olvidar la realidad de una Yugoslavia multitnica y multireligiosa; y recordar y reavivar

    las enemistades mayormente olvidadas del pasado. Las fortalezas, los lmites, y los abusos de la

    memoria deben ser reconocidos en su interaccin caso por caso.

    Lo mismo puede decirse del discurso sobre derechos humanos que hace fuertes reclamos legales

    normativos en nombre de la justicia, pero que a menudo termina en una idolatra de principios

    abstractos, haciendo caso omiso de los contextos histricos y polticos que deben ser reconocidos

    y negociados si es que la poltica de derechos humanos ha de prosperar en un determinado pas

    en un momento dado. Las legtimas diferencias de opinin sobre lo que es humano en los

    derechos humanos o qu derechos cuentan como humanos se ven invalidadas en primer lugar

    por un sobredimensionamiento del discurso sobre los derechos que arriesga devaluar la empresa

    toda en su conjunto. Hoy en da, la ubicuidad de los reclamos por los derechos es anloga a la

    expansin de reclamos por la memoria, y tanto los derechos como el discurso sobre la memoria

    son fcilmente utilizados para enmascarar intereses particulares. Los detractores de los derechos

    humanos y de la memoria no dejan sealar esto con el fin de desacreditar a ambos.

    Derechos, Democracia y Modernidad

    Idolatra y abuso son especialmente visibles en el mbito internacional en la fcil ecuacin entre el

    concepto de derechos humanos universales y el de democracia en Occidente. Esto est implcito

    en la nocin de que los derechos deberan propagarse desde los Estados Unidos a otras partes

    del mundo. Este argumento se basa en una desacreditada teora de la modernizacin, posterior a

    la segunda Guerra Mundial, que fue retomada en trminos de derechos humanos. Mientras que la

    genealoga del debate actual sobre los derechos humanos se remonta a fuentes europeas

    relacionadas a la ley natural de los siglos XVII y XVIII, Jrgen Habermas estaba en lo cierto al

    sugerir que las normas internacionales de derechos humanos no deben ser legitimadas ni

    deslegitimadas por sus orgenes en la civilizacin europea y en el sistema westfaliano de los

    estados nacionales soberanos.xLos opositores a menudo citan este origen histrico con el fin de

    desacreditar el discurso de los derechos como eurocntrico e imperialista; los partidarios siguen

    ignorando el hecho de que uno no puede limitarse a citar la genealoga de los derechos a fin de

    describir o justificar las prcticas actuales.

    Si nos remontamos a la historia profunda, primero debemos reconocer que la relacin entre

    derechos humanos y la democracia occidental, lejos de darse en perfecta armona, es compleja y

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    fracturada. Las luchas por los derechos se han librado durante siglos en los pases europeos con

    una amplia variedad de definiciones e interpretaciones de los derechos, y las democracias han

    frecuentemente violado aqullos de las minoras. Adems la propagacin de los derechos

    humanos siempre se dio simultneamente a su negacin en estados coloniales y en sociedades

    esclavistas. Esta historia hizo posible que algunos estados poscoloniales denunciaran los

    derechos humanos como una imposicin occidental y negaran estos derechos a sus propias

    poblaciones. La cuestin de los derechos ha sido siempre una de poder y de relaciones

    asimtricas, y lo mismo puede decirse de lo que Michael Rothberg ha denominado la competencia

    de suma cero entre los discursos de la memoria en la actualidad.

    Si bien la genealoga colonial debe ser reconocida, la idea y la prctica de los derechos humanos

    han sido objeto de tantas transformaciones que los orgenes en la ley divina natural o incluso en

    las revoluciones americana y francesa se han tornado en gran medida irrelevantes como

    dispositivos legitimantes. Los derechos humanos internacionales de hoy son ms bien legitimados

    por la necesidad mundial de responder a los desafos de una modernidad social y econmica que,

    sin importar cun fracturada o transformada est a nivel local, se ha convertido en global. xiEsto

    implica inevitablemente cierto nivel de abstraccin en el juicio a las atrocidades y abusos de los

    derechos humanos. Es la abstraccin de la propia modernidad sin la cual los recuerdos de las

    atrocidades no alcanzaran su poder transnacional de afectar y movilizar ms all de las

    comunidades de las propias vctimas.

    Y, sin embargo, un rgimen de derechos humanos que est por completo ms all de los estados

    y las naciones no es an imaginable, aun cuando algunos tericos polticos han empezado a

    conceptualizar una sociedad civil global en oposicin a, o dispensando de, un gobierno mundial

    (Weltbrgergesellschaft).xiiA pesar de ciertas formas de desnacionalizacin de la ciudadana en

    algunas partes del mundo (la doble ciudadana, los pasaportes de la UE, la concesin del derecho

    al voto regional a los no ciudadanos, etc), los estados siguen siendo legisladores importantes y

    garantes de derechos ampliados, sobre todo a travs de las constituciones, los nuevos

    reglamentos de ciudadana y de derechos culturales, y los compromisos con organizaciones

    transnacionales. La mayora de estas luchas por los derechos, que no tienen precedentes, se

    siguen desempeando en este contexto, a pesar de que ha habido un crecimiento de las

    organizaciones de derechos transnacionales como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o

    la Corte Penal Internacional. A pesar de estos avances, se han desarrollado nuevas formas de

    desarraigo de facto en el contexto de las migraciones ilegales, el comercio sexual, y otras formas

    nuevas de esclavitud y de contratos basura. Esto es particulamente pertinente en el caso de los

    inmigrantes del Tercer Mundo a la UE y de los inmigrantes latinoamericanos y chinos a los

    Estados Unidos. Esto remite a la advertencia de Hannah Arendt de que La concepcin de los

    derechos humanos, basada en la presunta existencia de un ser humano como tal, colaps en el

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    preciso momento en que los que la profesaban se enfrentaron por primera vez con la gente que

    haba perdido de hecho todas las otras cualidades y relaciones especficas a excepcin de su

    condicin humana.xiiiAnlogamente, la creencia de que la memoria del genocidio como un crimen

    de lesa humanidad podra impedir que sucedan ms genocidios colaps en el momento en que el

    mundo debi enfrentar nuevas formas de genocidio, masacres estatales, y limpiezas tnicas como

    las de Bosnia, Ruanda y Darfur.

    Memoria y Nacin

    Los derechos y la memoria estn vinculados, y al mismo tiempo diferenciados, en otros aspectos.

    As como la nacin alguna vez proporcion y sigue proporcionando el marco para los derechos,

    tambin sirvi como espacio privilegiado para la memoria colectiva tal como es definida por los

    socilogos e historiadores desde Maurice Halbwachs a Pierre Nora entre otros. Pero mientras que

    el discurso de los derechos humanos desde la Declaracin Universal de los Derechos Humanos

    de 1948 aspira a la universalidad, los discursos sobre la memoria colectiva se han limitado, por lo

    general, a situaciones regionales o nacionales. Esto impide ver con claridad las maneras en que

    una nueva poltica transnacional de la memoria se ha expandido a todo el mundo desde 1989, as

    como lo ha hecho el discurso sobre los derechos, aunque desvinculados entre s.xiv La idea de

    memoria colectiva se bas en un concepto antropolgico de la cultura como algo homogneo y

    cerrado o autnomo.xvPor lo tanto, una activista de la memoria como Carol Gluck ha abogado por

    diferenciar entre la memoria oficial, vernacular, e individual, y yo mismo he argumentado en otrolugar que abandonemos o al menos suspendamos la nocin de memoria colectiva por completo.xvi

    Esto parece ser especialmente pertinente en un momento en que la memoria colectiva, en su

    mayora entendida hoy como la memoria nacional, est inevitablemente atravesada por los

    recuerdos de grupo a nivel subnacional or regional, as como por las mezclas de memoria

    diaspricas que surgieron con los crecientes flujos migratorios que desafan toda nocin de

    homogeneidad cultural. Adems la construccin de la memoria a travs de los medios de

    comunicacin hace cada ms ilusoria una visin sociolgica de los recuerdos de grupo. Sin

    importar cmo la definamos, la memoria colectiva como idea directriz se ha convertido conceptual

    y sociolgicamente en un problema.

    Con la expansin de los derechos desde la segunda Guerra Mundial, las nociones sobre las

    culturas nacionales como unidades claramente definidas y coherentes que no estn sujetas a

    reclamos transfronterizos de derechos internacionales se han debilitado lentamente. La tendencia

    hacia la globalizacin de las finanzas, la economa, y las migraciones ha creado nuevas redes que

    subvierten las nociones tradicionales de soberana nacional. Las naciones alguna vez contuvieron

    economas. Hoy la economa contiene naciones.Podra uno sugerir de manera anloga que

    alguna vez las naciones contuvieron la memoria mientras que ahora una cultura global de la

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    memoria contiene naciones? De hecho, Levy y Sznaider han sugerido que la vieja nocin de

    memoria colectiva podra ser repensada como una memoria global o cosmopolita. Aunque estoy

    de acuerdo con su tesis de que la globalizacin, los medios tecnolgicos, y los acontecimientos

    polticos de la dcada de 1990 han modificado el estado de la memoria en todo el mundo, soy un

    escptico con respecto al lenguaje de la cosmopolitizacin. Despus de todo, los discursos sobre

    la memoria vivida permanecern ligados principalmente a comunidades y territorios especficos,

    incluso si la preocupacin por la memoria se ha convertido en un fenmeno transnacional en todo

    el mundo, y el recuerdo del Holocausto ha emigrado a otros casos no relacionados histricamente.

    Pero incluso en el plano nacional, los recuerdos estn siempre en conflicto entre s, hoy en da

    incluso ms marcadamente que en el momento culminante del rgimen westfaliano que vio por

    primera vez la invencin de las tradiciones nacionales (Hobsbawm) y la construccin de las

    memorias nacionales. Los recuerdos chocan a la vez que los reclamos de derechos se enfrentan

    entre s. En toda colectividad, es inevitable que haya conflictos y luchas por los recuerdos, los que

    rara vez, incluso en pequeos grupos, llegan a ser algo que podramos llamar colectivo, y mucho

    menos cosmopolita. Estas tensiones y conflictos son un elemento clave de la esfera pblica en las

    sociedades abiertas, y, preferiblemente, deben ser objeto de reconocimiento poltico, deliberacin

    democrtica y negociacin. El hecho de que sean los grupos de personas antes que los individuos

    lo que suelen ser objeto de persecucin u opresin no garantiza una memoria colectiva de grupo

    homognea. Las reas claves de conflicto hoy en da afectan a los derechos de los pueblos

    indgenas, los derechos lingsticos, la desigualdad de gnero, derechos sexuales, derechos de

    ciudadana, y derechos polticos para los inmigrantes. La afirmacin insoslayable de HannahArendt de que existe un derecho a tener derechos, una reivindicacin que se remonta al perodo

    entre las dos guerras mundiales en las que poblaciones enteras fueron desnaturalizadas y

    privadas de los derechos individuales y de ciudadana, se ha convertido en una fuerza de

    configuracin poltica en el mundo contemporneo.

    Los debates en las ciencias humanas sobre la memoria han sido especialmente intensos en su

    enfoque interpretativo de la memoria cultural plasmado en la literatura, la arquitectura, las artes

    visuales, y los monumentos.xviiTambin han contribudo enormemente a nuestra comprensin del

    trauma histrico al enfocarse en el testimonio y la testificacin. Sin embargo, algunos han

    preguntado hasta qu punto este tipo de enfoque en las subjetividades, legtimo como es, no corre

    el riesgo de perder de vista las dimensiones polticas del discurso de los derechos en el presente,

    y sus implicaciones para el futuro. Si bien esta objecin tiene cierta fuerza en relacin a una

    excesiva dependencia en el discurso del trauma en la vena posestructuralista y psicoanaltica, yo

    dira que es precisamente el nfasis en la fuerza de los recuerdos individuales de violacin de

    derechos lo que puede evitar que el discurso sobre derechos humanos se deslice demasiado

    rpido hacia una abstraccin ahistrica. El discurso sobre derechos humanos y culturales debe

    ser apoyado por casos concretos de violacin de derechos ledos en el contexto de las

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    condiciones sistmicas y las historias profundas, y puede ser apoyado por las obras de arte que

    entrenan nuestra imaginacin no slo para reconocer lo que Susan Sontag llam el dolor de los

    otros, sino tambin para construir soluciones jurdicas, polticas, y morales que acoten la

    proliferacin incontrolada de este dolor. La tragedia griega clsica fue la primera en articular este

    vnculo constitutivo entre la memoria y los derechos:Antgonano slo como una obra acerca de

    las obligaciones para con los muertos, sino de los derechos de los vivos.

    La memoria y los derechos culturales

    A la explicacin de Jean Cohen de las tres etapas subsiguientes del discurso sobre los derechos

    humanos desde la segunda Guerra Mundial, se podra aadir una cuarta dimensin, que tambin

    ha surgido en los ltimos aos. Se refiere a la transformacin del discurso sobre derechos

    humanos para poner de relieve los reclamos por los derechos culturales relativos a las

    poblaciones indgenas o descendientes de los esclavos en Amrica Latina, Canad, o Australia.

    Asimismo, se plantea en torno a los derechos civiles y sociales a raz de las nuevas formas de

    inmigracin y dispora. Si bien la tercera etapa de Cohen presenta un reto a las nociones

    tradicionales de la soberana del estado al tener en cuenta las intervenciones transfronterizas,

    esta cuarta dimensin reclama los derechos de grupo dentro de las naciones soberanas, pero

    entra en conflicto con la nocin tradicional de derechos humanos como los derechos de las

    personas y con una autocomprensin de la nacionalidad como homognea. Por lo tanto

    desestabiliza an ms las nociones de identidad nacional, sobre todo cuando es civil y social, aveces incluso se le otorga a inmigrantes no ciudadanos algunos derechos polticos limitados, o se

    conceden derechos culturales a los pueblos indgenas, en tanto los mismos no entren en conflicto

    con la ley de la tierra (Constitucin colombiana de 1993).

    Puesto que los derechos culturales estn siempre comprometidos con la tradicin y la memoria,

    esta situacin plantea otra cuestin: no puede haber un derecho jurdicamente exigible a la

    memoria cultural as como hay un derecho a la libre expresin? No parece tener mucho sentido

    hablar de un derecho jurdicamente exigible a la memoria excepto tal vez en un contexto en el que

    los seres humanos podran ser manipulados tecnolgica o genticamente para olvidar. Pelculas

    de SciFi como Blade Runner yTotal Recallhan abordado estas cuestiones. Slo en tal situacin

    tendra sentido hablar de un derecho legal a la memoria propia. Por supuesto, desde una cierta

    oscura visin de la evolucin mundial de los procesos histricos tal como se articula en Dialctica

    de la Ilustracinde Horkheimer y Adorno en el umbral entre la guerra total y la guerra fra y mucho

    antes de la ingeniera gentica, este tipo de manipulacin y la consiguiente destruccin de la

    memoria fueron convincente aunque reduccionistamente analizadas como el proyecto de la

    industria cultural capitalista y su ideologa consumista. Fue una primera, aunque exagerada, teora

    de ADD (Trastorno de Dficit de Atencin), amnesia, y prdida de la subjetividad en las

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    sociedades de los medios masivos de comunicacin. La amenaza a la memoria sera de hecho

    una amenaza a la identidad humana misma una identidad siempre moldeada por nuestro

    anclaje a un tiempo y espacio dados. Incluso si los medios de la memoria y su lugar en una cultura

    varan enormemente a travs del tiempo y del espacio, Luis Buuel acert cuando dijo: Hay que

    empezar a perder la memoria, aunque slo sea en pedazos, para darse cuenta de que la memoria

    es lo que hace nuestras vidas. [] Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razn,

    nuestro sentir, incluso nuestra accionar. Sin ella no somos nada.

    Como un supuesto antropolgico e histrico, la memoria, especialmente la de grupo, se puede

    relacionar a lo que ha llegado a ser conocido como los derechos culturales. Este concepto

    plantea, sin embargo, serios problemas. As como lo hicieran algunos tericos de los derechos

    como Seyla Benhabib, primero quiero rechazar la idea de que los derechos culturales se puedan

    separar de los derechos individuales. Algunos derechos culturales ya se reflejan en varias

    disposiciones de la legislacin internacional de los derechos humanos (libertad de pensamiento,

    conciencia, y religin Art. 18; libertad de expresin Art. 19 de la DUDH). Los derechos culturales

    de grupo tambin son reconocidos implcitamente en la Convencin sobre el Genocidio de 1948 a

    la luz del hecho de que las polticas genocidas a menudo son precedidas por ataques a la cultura

    de un grupo excludo.xviiiLos derechos culturales e individuales no se pueden separar porque la

    autonoma individual, en contra de ciertas creencias liberales, no se da por naturaleza, sino que

    surge en el reconocimiento recproco de los ciudadanos integrados en una cultura e involucrados

    en relaciones sociales y polticas. Toda individualidad es inherentemente social. Sin embargo, laautonoma individual es atacada con frecuencia en nombre de la comunidad. As que, por qu

    algunos insisten en una ctegora aparte para los derechos culturales comunales?

    El movimiento de los derechos culturales ha surgido recientemente en torno a las cuestiones de

    las minoras y de los derechos primeros de las naciones dentro de estados-nacin como Canad o

    Australia, Colombia, Brasil y otros pases latinoamericanos. Puede ser visto como una expresin

    de la creciente importancia de la diversidad cultural en un mundo cada vez ms interconectado, y

    es en s mismo una transformacin de luchas anteriores, sobre todo de las luchas por el derecho a

    la tierra que anteriormente a menudo se expresaban en trminos marxistas. Est, asimismo,

    fundamentalmente ligado a la poltica de identidad de grupo y, a menudo, muestra cierto

    escepticismo e incluso hostilidad hacia el discurso sobre los derechos individuales. Un problema

    importante aqu es que el discurso de los derechos culturales a menudo resuena ominosamente

    como lo que la tradicin de los colonialistas llamaron el derecho consuetudinario. Sus reclamos,

    por lo tanto, vuelven a antecedentes pasados en lugar de responder a las necesidades actuales.

    Esto puede, por supuesto, ser visto como una formacin reactiva legtima contra la globalizacin y

    la tan temida posibilidad de homogeneizacin cultural por parte del capital financiero, el

    desarrollismo, el consumismo desenfrenado y la globalizacin del ingls. Al oponer

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    invariablemente lo local contra lo global, sin embargo, el discurso de los derechos culturales

    produce su propio conjunto de limitaciones.

    En efecto, existe una tendencia a idealizar las llamadas formas no occidentales de diversidad

    cultural y a fijarlas en trminos de derechos culturales y de valores tradicionales. La irona aqu es

    que el reclamo mismo por los derechos del grupo cultural, a menudo postulados como opuestos al

    favorecimiento de los derechos individuales, est en s articulado con ese terreno tan europeo de

    la tradicin de los derechos que algunos quieren rechazar. Y, en efecto, los derechos culturales de

    grupo ya estaban establecidos en las primeras articulaciones catlicas de la ley natural (la escuela

    de Salamanca), que reflejaban el encuentro colonial ms que, digamos, la tradicin de los

    derechos que surgieron como consecuencia de las revoluciones francesa o americana. En

    cualquier caso, las luchas actuales por los derechos (grupales o individuales) en todo el mundo

    representan una respuesta activa a una situacin que no permite ningn escape de las

    modernidades mutantes.

    La naturaleza problemtica de las reivindicaciones de derechos culturales se torna especialmente

    visible cuando los derechos culturales no son movilizados para reclamar en nombre de grupos

    marginados (las Primeras Naciones de Canad, los pueblos indgenas en el Amazonas), sino en

    nombre de los estados y del poder del estado. Esto ocurre en el mbito internacional en los

    intentos por contrarrestar la influencia extranjera, ya sea sta la occidental en las sociedades

    islmicas, o los efectos de la presencia islmica en las sociedades occidentales. Asimismo,sucede que las naciones apelan a los derechos culturales con fines conservadores en nombre de

    una cultura nacional en relacin a sus comunidades de inmigrantes. Un ejemplo de esto lo

    constituye el caso reciente del debate sobre la Leitkultur (cultura dominante) que se dio en

    Alemania; mientras que las reivindicaciones culturales europeas contra el ingreso de Turqua a la

    UE son un buen ejemplo de lo primero. En ambos casos, el reconocimiento de la diversidad

    cultural se vuelve contra la diversidad misma para favorecer la cultura dominante. Estas

    afirmaciones tan polticamente distintas sobre los derechos culturales operan sobre la base de una

    nocin unitaria de la cultura que ya qued obsoleta. Todas las culturas afectadas por la

    modernidad estn, invariablemente, divididas, ya sea que esas divisiones funcionen en forma

    vertical (alto vs. bajo, indgena vs. diasprico) o en trminos de privilegiar los diferentes medios

    (impreso vs. oralidad, literatura vs. msica). Tales estratificaciones sern siempre un campo de

    batalla sobre los sentidos y la comprensin de la cultura propia. Ellas hacen palpable que no se

    puede tener una discusin significativa de los derechos culturales sin tener en cuenta los derechos

    sociales y polticos individuales. La cultura no debe ser separada de los derechos de la persona, o

    de los derechos de la ciudadana. De ser as, inevitablemente se convierte en constrictiva, unitaria,

    homogeneizante, y excluyente ya sea a nivel nacional o subnacional. En lugar de resolver las

    cuestiones de poder inherentes a las culturas mayoritarias nacionales, las reivindicaciones de los

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    derechos culturales articuladas por los grupos subnacionales slo pueden reproducir estos

    problemas en otro registro.

    Y sin embargo, con Benhabib, reconozco las reivindicaciones de la cultura, especialmente de la

    lengua y los valores expresivos alojados en ella, y creo que los derechos culturales deben

    conciliarse con una categora ms amplia de los derechos humanos concebidos como los

    derechos de los individuos.xix Cualquier otra cosa puede llevar a la opresin cultural y al

    relativismo jurdico o peor. Construir una oposicin binaria entre los derechos humanos

    universales como los derechos de los individuos nicamente y los derechos culturales como los

    derechos de grupos tnicos o raciales hace caso omiso de los derechos individuales de los

    miembros del grupo en nombre de la cultura. Sera igualmente inaceptable, sin embargo, hacer

    caso omiso de todos los reclamos culturales de grupo al limitar los derechos a los individuos

    autnomos solamente, como si la autonoma pudiera existir fuera de las relaciones sociales. La

    postulacion de tal oposicin binaria contribuye asimismo a incrementar la brecha entre la teora

    poltica liberal o republicana y la comunitaria en lugar de ver a las dos como relacionadas y

    necesitadas de mediacin. Quisiera destacar el problema con un ejemplo sencillo: al igual que los

    derechos humanos incluyen el derecho de salida de una nacin o estado, los derechos culturales

    deben preservar la prerrogativa de un individuo nacido en una cultura de dejarla y elegir otra. Esta

    dimensin, no suficientemente atendida por los defensores de los derechos de grupo cultural, es

    especialmente pertinente a las mujeres y a otras personas desprotegidas en sociedades o grupos

    tnicos religiosos que les atribuyen una condicin legal inferior. Los derechos culturales puedenser productivos como trampoln para las demandas sociales y polticas, pero tambin pueden

    ahogarlas si permanecen dentro de una pobreza y miseria continuas en lo que respecta a la

    compensacin por la identidad.

    El discurso de los derechos culturales comparte otra dimensin problemtica con el discurso sobre

    la memoria, ya que tiende inevitablemente a enfrentar los derechos de un grupo contra los de otro,

    y su manifestacin ms importante hoy en da es la de las reivindicaciones de los pueblos

    indgenas contra la cultura dominante de la nacin en que viven, donde incluso se puede llegar a

    una bifurcacin entre el derecho civil y el derecho consuetudinario como en algunos pases de

    Amrica Latina (por ejemplo, Colombia). Este entramado tiene su analoga en los debates de la

    memoria en discusiones donde compiten los recuerdos traumticos de pogromos, matanzas

    organizadas por el estado, y el genocidio. Aqu no se trata de un grupo que realiza reclamos

    legales en contra de otro que podra ser juzgado en un tribunal de justicia o en un proceso poltico

    deliberativo. La cultura de la memoria ms bien se caracteriza por confrontaciones de recuerdos a

    menudo crueles y resentidas que alegan que su recuerdo traumtico tiene prioridad sobre otro,

    creando as jerarquas insidiosas del sufrimiento.xxEl ejemplo ms difcil y controvertido est dado

    entre la memoria del Holocausto y los recuerdos del colonialismo que parecen separados hoy por

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    lo que W.E. Dubois, en otro contexto, llam alguna vez la lnea de color. En los debates sobre las

    polticas de la memoria, debemos tratar de evitar tales jerarquas verticales de sufrimientos

    pasados, en que un tipo de memoria intenta suplantar a otra. Aqu el discurso de la memoria

    puede aprender de la evolucin jurdica. La negociacin de los derechos indgenas en el marco de

    la nacin y la constitucin, tal como ha evolucionado lentamente en Canad o Colombia, de hecho

    puede ser un modelo terico para la reconciliacin en lugar de que se promueva una competencia

    feroz y de diferencias insalvables. La tarea es reconocer una dimensin universal en la opresin

    sistmica y el sufrimiento humano en vez de enfrentar un tipo de memoria contra otra. Tanto la

    memoria y el discurso de los derechos necesitan fomentar una dimensin universalizante que

    reconozca lo particular sin reificarlo. As como existe la reciprocidad entre la memoria y la ley, los

    derechos culturales e individuales, tambin hay que suavizar los lmites entre los recuerdos

    competitivos de sufrimiento y persecucin.

    No hay duda de que en nuestra poca la poltica de la memoria y los derechos humanos ya estn

    ms ntimamente conectados que nunca. Un signo de esto es que el discurso sobre los derechos

    humanos hoy se alimenta del discurso sobre la memoria aun cuando a menudo lo menosprecia. El

    continuo fortalecimiento de la poltica de la memoria sigue siendo esencial para garantizar los

    derechos humanos en el futuro. A pesar de que su presencia es esencial para establecer

    regmenes de derechos humanos donde todava no existen, no podemos olvidar que la memoria

    tambin puede fomentar las violaciones a los derechos humanos as como stos se pueden

    prestar a abusos polticos. Pero incluso donde la memoria no apoya los derechos humanos,podemos explorar el tema con mayor profundidad. Con el desvanecimiento de las utopas sociales

    y polticas del siglo XX los futuros imaginados del fascismo, el comunismo, y la modernizacin

    capitalista global y las montaas de cadveres que las dictaduras de este siglo oscuro han

    legado a nuestro recuerdo, a veces parece como si tambin gran parte de la lucha por los

    derechos humanos se centrara en enderezar los entuertos del pasado a travs de los reclamos de

    reparacin o restitucin. Proteger el pasado puede ser una empresa tan peligrosa como tratar de

    asegurar el futuro a travs de proyecciones utpicas. Si el activismo de los derechos humanos se

    convirtiera en un prisionero del pasado y de la poltica de la memoria, solo significara que siempre

    llegar demasiado tarde. Pero si se convierte en pisionero de una nocin vaga y abstracta de la

    globalizacin, el resultado ser igualmente problemtico.

    La poltica de la inmigracin

    Permtanme concluir con una nota sobre la inmigracin hoy en da, una cuestin de derechos que

    me preocupa mucho ya que se encuentra en el umbral entre el pasado de la memoria y el futuro

    de los derechos. He argumentado ms arriba que el Holocausto y el discurso del colonialismo

    deben ser relacionados entre s en lugar de considerrselos recprocamente hostiles.xxiPero dicha

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    vinculacin tambin debera extenderse al problema contemporneo de la poltica de la

    inmigracin en los principales pases occidentales. Algeria y Marruecos son para Francia, lo que

    India y Paquistn son para Inglaterra; Indonesia para Holanda; los pases musulmanes formados

    a partir de las ruinas del Imperio Otomano para Europa y para EE.UU. La poltica de la inmigracin

    a menudo desplaza el problema de la dominacin colonial en la poca poscolonial a las antiguas

    potencias coloniales propiamente dichas. Esto crea nuevas tramas que se articulan y utilizan en

    los contextos de pasados que se resisten a desaparecer: los turcos como los nuevos Judos de

    Alemania; la dominacin neocolonial en la banlieue de Paris; pequeos Guantnamo en los

    dispersos centros de detencin que lucran con los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos.

    Tanto en Europa como en los Estados Unidos, la lnea de color no slo existe en determinados

    discursos antagnicos entre s, sino en la propia realidad social.

    Con esto vuelvo, por lo tanto, a mi mbito ms acotado del estudio de las humanidades y las

    artes. Necesitamos, ms que nunca, obras de arte que desafen la persistencia en la metrpolis

    misma de las prcticas colonialistas y racistas, que en su propuesta esttica puedan abordar

    pertinentemente la complejidad de la situacin. Un ejemplo reciente de gran impacto es

    Shibbolethde Doris Salcedo, una instalacin de 2008 en la Tate Modern de Londres. En esta

    obra, el tema de la inmigracin como exclusin y negacin de los derechos, se articula desde el

    lenguaje y lo visual como una grieta que, ensanchndose, va tomando el suelo a lo largo de la

    Turbine Hall de la Tate. Las paredes de concreto de la grieta se rompen por una cerca de malla de

    acero, no el alambre de pas de los campos nazis o de Bosnia, sino la malla de acero de lasfortificaciones fronterizas de hoy y el hormign de las paredes cuya intencin es mantener a los

    brbaros afuera ya sea en Israel o en la frontera mexicano-estadounidense. Shibboleth es la

    palabra bblica que no se puede pronunciar correctamente por los extranjeros y que divide al

    mundo en amigos y enemigos con mortales consecuencias. El pasado bblico y el presente

    contemporneo entran en conflicto en esta obra que reflexiona con un impactante lenguaje visual

    y arquitectnico sobre las continuidades entre el colonialismo, el racismo y la inmigracin. El

    anlisis no slo conduce al Holocausto y el colonialismo en Bosnia, Ruanda y Darfur, sino tambin

    a la migracin y a las prcticas de negacin de derechos y a las profundas asimetras de poder

    entre los seres humanos que tal vez algn da formen parte de una poltica de la memoria. Uno

    deseara que eso ya fuera una realidad.

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    i W. James Booth, The Unforgotten: Memories of Justice,American Political Science Review95:4(December 2001):777-791.

    ii James J. Savelsberg and Ryan D. King, Law and Collective Memory, Annual Review of Law and SocialScience3 (December 2007):189-211. Consultar tambin el libro de prxima edicin de Daniel Levy yNatan Sznaider, Memory and Human Rights (University Park: Penn State University Press, 2010).

    iii Andreas Huyssen, Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory(Stanford: Stanford UP,2003).

    iv

    Moyn, On the Genealogy of Morals, The Nation 284:15 (April 2007): 25-31.v Jean Cohen, Rethinking Human Rights, Democracy, and Sovereignty in the Age of Globalization,Political Theory36 (August 2008): 578-606.

    vi Cohen 580.vii No me es posible aqu tratar la relacin entre los derechos y la soberana. Sobre la historia del concepto

    de soberana ver el magnfico relato de Dieter Grimm, Souvernitt: Herkunft und Zukunft einesSchlsselbegriffs (Berlin: Berlin UP, 2009).

    viii Walter Benjamin, On the Concept of History, Selected Writings4 (Cambridge: Harvard UP, 2003) 389 f.ix Mahmood Mamdani, Amnesty or Impunity? A Preliminary Critique of the Report of the Truth andReconciliation Commission of South Africa (TRC), Diacritics32:34 (Fall/Winter 2002): 3359. Tambinconsultar el impactante relato literario de Antjie Krog, Country of my Skull(New York: Three Rivers Press,1999).x Jrgen Habermas,Zur Legitimation durch Menschenrechte, Philosophische Texte 4 (Frankfurt am Main:

    Suhrkamp, 2009:298-312.xi Sobre la importancia de la justicia econmica consultar Amartya Sen, The Idea of Justice (Cambridge:Harvard UP, 2009).

    xii Consultar Jrgen Habermas, Kants Idee des ewigen Friedens, Die Einbeziehung des Anderen(Frankfurtam Main: Suhrkamp, 1999) 192-236.

    xiii Hannah Arendt,The Origins of Totalitarianism(Cleveland: The World Publishing Company, 1958) 299.xiv Hay excepciones a esta tendencia: Michael Rothberg, Multidirectional Memory: Remembering theHolocaust in the Age of Decolonization (Stanford: Stanford UP, 2009); Daniel Levy/Natan Sznaider, TheHolocaust Memory in the Global Age (Philadelphia: Temple UP, 2006); Andreas Huyssen, Present Pasts(Stanford: Stanford UP, 2003).xvEste uso del trmino se aleja de la definicin dada en la obra de Maurice Halbwachs. Halbwachscontempl la idea de que distintos grupos eran portadores de distintos tipos de memorias colectivas, pero su

    marco general sigui siendo el de la nacin francesa. El mismo enfoque en lo nacional se observa en PierreNora, Schulze, etc.xvi Consultar Carol Gluck, Operations of Memory: Comfort Women and the World, en Sheila MiyoshiJager and Rana Mitter, eds., Ruptured Histories: War, Memories, and the Post-Cold War in Asia(Cambridge:Harvard UP, 2007) 47-77. Andreas Huyssen, Transnationale Verwertungen von Holoaust undKolonialismus, en Elisabeth Wagner and Burkhardt Wolf, eds., VerWertungen von Vergangenheit. MosseLectures 2008 (Berlin: Vorwerk 8, 2009) 30-51.xvii Jan Assmann distingue entre la memoria cultural y la memoria generacional en Collective Memory and

    Cultural Identity, New German Critique65 (Spring/Summer 1995): 125-134.xviii No puedo abordar aqu el problema del genocidio cultural, una formulacin ambigua en los primeros

    debates sobre el genocidio en la obra de Lemkin. Consultar Anson Rabinbach, Genozid: Genese einesKonzepts,in Begriffe aus dem Kalten Krieg: Totalitarismus, Antifaschismus, Genozid (Jena: Wallstein,Verlag, 2009), 43-73; Bartolom Clavero, Genocide or Ethnocide 1933-2007 (Milan: Giuffr Editore,

    2008).xix Seyla Benhabib, The Claims of Culture(Princeton: Princeton UP, 2002).xx See Rothberg, Multidirectional Memory.xxi Andreas Huyssen, Transnationale Verwertungen.