Andreas Huyssen (Proyecto Bicentenario)
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8/12/2019 Andreas Huyssen (Proyecto Bicentenario)
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El movimiento internacional de los derechos humanos y la poltica de la
memoria: Lmites y desafos.1
Andreas Huyssen2
(trad. Dra. Emilse B. Hidalgo, IRICE-CONICET)
El movimiento social transnacional de los derechos humanos y los discursos de la memoria, que
comenzaron a tomar cuerpo en distintas partes del mundo en la dcada de 1970, cobraron mpetu
en la dcada de 1980, y se multiplicaron en los noventa. Ambos discursos fueron
sobredeterminados histricamente y a los dos se les cuestiona cada vez ms en la actualidad sus
supuestos ocultos, su eficacia y su perspectiva a futuro. En un libro pronto a ser editado, Samuel
Moyn interpreta el movimiento de los derechos humanos como la ltima utopa despus del
colapso de aqullas iniciales del siglo XX tales como el comunismo y el fascismo, la
modernizacin y la descolonizacin.
En Pretritos Presentes argument anlogamente que el colapso de una imaginacin utpica
anterior posibilit el surgimiento de los nuevos discursos sobre la memoria. Es as que, como
postul en ese trabajo, la conciencia temporal del alto modernismo en Occidente intent dar base
slida a los futuros utpicos, mientras que la conciencia temporal del siglo XX se volc a la no
menos riesgosa tarea de hacerse cargo del pasado. Aun as, el movimiento de los derechos
humanos permanece firmemente orientado hacia el objetivo a largo plazo de establecer un
rgimen internacional, e incluso global, de derechos. En este punto sera oportuno recordar que la
configuracin actual del movimiento internacional de derechos humanos tiene una historia
relativamente breve como elemento constitutivo de una cultura que privilegia una poltica de la
memoria. Huelga decir que la construccin discursiva sobre la memoria es ya de larga data. La
tragedia griega ha contribuido a un entendimiento profundo sobre los lazos entre la memoria, la
justicia, y el derecho. Desde las revoluciones francesa y americana hasta la descolonizacin, los
derechos y la memoria han estado unidos inextricablemente a conceptos como los de nacin y
estado; a cuestiones de ciudadana, y a la construccin de las tradiciones nacionales. Habida
cuenta de esto, sin embargo, el movimiento internacional de los derechos humanos actual y los
flujos transnacionales de la poltica de la memoria configuran desde la dcada de 1990 una
coyuntura esencialmente nueva.
Esto nos conduce a una pregunta sencilla aunque no por ello fcil de responder: cmo se
1Conferencia dictada en Rosario el 19 de mayo de 2010, en el Teatro Prncipe de Asturias del Centro Cultural
Parque de Espaa, y organizada por la Maestra en Estudios Poltico-Culturales (CEI-UNR), en el marco del
Programa Rosario 2010, del Centro Cultural Parque de Espaa, y de la Fundacin del diarioLa Capital.2Agradezco a los asistentes al Seminario de Columbia La Creacin de los Archivos por su incisiva crtica de una
primera versin de este artculo, y tambin a Daniel Levy por sus sugerencias sobre cmo resaltar la relacin
recproca entre la memoria y el derecho.
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conectan los derechos con la memoria en primer lugar? En su nivel ms bsico, se podra
argumentar que slo la memoria de aquellos derechos que fueron vulnerados permite garantizar
el futuro de los derechos humanos en el mundo, proporcionando a partir de all un vnculo
sustantivo entre pasado y futuro. Sin embargo, frecuentemente, el discurso sobre la memoria y el
debate contemporneo sobre los derechos humanos permanecen separados por algo ms que la
especializacin disciplinaria, siendo que el discurso de la memoria predomina en las
humanidades, y el discurso sobre los derechos en las ciencias sociales. Desde mi perspectiva
dentro de las humanidades, sostendra que los estudios actuales sobre memoria deberan estar
ms estrechamente ligados a los derechos humanos y a la justicia, tanto en el plano del discurso
como en el de la prctica, con el fin de evitar que la memoria, especialmente la de tipo traumtica,
se torne un ejercicio vaco que se alimenta parasitaria y estrechamente de s mismo. Asimismo,
alegara que sin el sustento de la memoria y la historia, el discurso sobre los derechos humanos
corre el riesgo de perder su fundamento histrico y se expone a la abstraccin legalista y al abuso
poltico. En este sentido, el universalismo abstracto de los derechos humanos es, a un tiempo,
problemtico pero prometedor.
Historia de los derechos humanos y de los discursos sobre la memoria
Si se pretende trabajar por la interaccin entre derechos humanos y memoria, es importante
reconocer las potencialidades y limitaciones de cada uno de estos campos. Las fortalezas propias
de cada uno de los mismos deben operar complementariamente para as superar sus debilidades.
Los mbitos de los derechos humanos y de la memoria implican el abordaje de la violacin y
proteccin de derechos humanos bsicos y, por ello, necesitan de la historia. Asimismo, aspiran a
reconocer los equvocos del pasado proyectando y trabajando por un futuro ms promisorio para
el mundo.
Los trabajos sobre derechos humanos y memoria surgieron, de alguna manera, de los discursos
legales, morales, y filosficos sobre el genocidio y los avasallamientos que tuvieron lugar durante
la segunda Guerra Mundial. Tanto en la Declaracin Universal de Derechos Humanos como la
Convencin para la Prevencin y Sancin del Delito de Genocidio de Naciones Unidas de 1948
oper el recuerdo, aunque no la memoria en s, dado que en su redaccin ambos documentos
eludieron las dimensiones tnicas y particulares del Holocausto. El recuerdo del genocidio y de los
traslados forzados en la primera mitad del siglo XX, as como los legados de la tradicin de la ley
natural, influyeron en la redaccin de estos documentos. Y a pesar de estos antecedentes,
tuvieron que pasar varias dcadas hasta que el movimiento internacional por los derechos
humanos cobr mpetu.
En trabajos recientes de socilogos y cientficos polticos se ha comenzado a explorar el vnculo
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transiciones democrticas impulsadas a nivel local en Amrica Latina en las dcadas de 1970 y de
1980. Escribe Cohen: a pesar de ser ampliamente exhortativas, las declaraciones y convenios de
derechos humanos conformaron una importante referencia normativa para la sociedad civil
domstica y para los movimientos de activistas sociales.vi El derrumbe del imperio sovitico y, al
poco tiempo, el acuerdo negociado que dio fin al apartheid en Sudfrica fueron seales
adicionales de la renovacin y difusin de los debates que circulaban en la sociedad civil y de la
implementacin de derechos en muchos pases (en especial en Europa del Este y Amrica
Latina). Claramente, a esta altura las luchas por los derechos haban cobrado ya una dimensin
internacional y no operaban exclusivamente dentro de los marcos nacionales tradicionales.
La tercera etapa se diferencia sustancialmente de las otras dos. A partir del fin de la Guerra Fra,
se ha recurrido a los casos de violaciones de derechos humanos de manera selectiva para
justificar la imposicin de sanciones debilitantes, invasiones militares y administraciones de
ocupaciones autoritarias efectuadas por organismos multilaterales y/o estados que actan
unilateralmente bajo el lema de intervencin humanitaria. Tales intervenciones se vean
tpicamente justificadas por la aplicacin de la legislacin internacional de derechos humanos.
Bosnia, Afganistn, e Irak constituyen en este sentido los ejemplos ms pertinentes si bien
polticamente distintos. Cohen realiza as una distincin entre una nocin ms tradicional de los
derechos humanos y una concepcin poltica ms contempornea de intervenciones humanitarias.
En este anlisis se pone en juego el conflicto entre los derechos humanos transnacionales y la
concepcin tradicional de soberana nacional. En efecto, es posible que el estado-nacin hayadejado de ser el nico y principal garante de los derechos en un mundo cada vez ms globalizado
fruto de una poca que ha visto lo debatido en las recientes convenciones de Naciones Unidas
sobre derechos, la creacin del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y la Corte Penal
Internacional. La Comisin Internacional sobre Intervencin y Soberana Estatal (ICISS), en su
informe de 2001 titulado La Responsabilidad de Proteger, ha sido el organismo que ms lmites
impuso a la soberana de los estados. Aunque este informe evidentemente surge de las fallas de
Naciones Unidas en la dcada de 1990 en Srebrenica y Ruanda, me queda poco claro si el
cambio de intervencin humanitaria (o humanismo militarista como algunos lo han llamado) a
R2P (derecho a proteger) es en realidad poco ms que un desplazamiento semntico, dado que
los potenciales protectores inevitablemente seguirn siendo las mismas potencias que tambin
lideraron las intervenciones humanitarias (con una pequea excepcin: las tropas de la Unin
Africana de Naciones Unidas en Darfur). En todo caso, para bien o para mal, en esta etapa los
derechos humanos se han realmente internacionalizado aunque permanezcan ligados de manera
problemtica a las intervenciones militares de estados soberanos.
Dada la situacin actual, a mi parecer, algunas dimensiones claves de estas tres etapas se
mezclan en distinto grado, segn cules sean las diferentes coyunturas en juego. En conjunto, el
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genocidio y la limpieza tnica, la sociedad civil y los derechos, as como tambin la intervencin
humanitaria configuran un complejo entramado de cuestiones polticas y legales que requieren un
anlisis especfico en cada caso. No permitamos que el abuso de la intervencin militar en los
aos de gobierno de Bush nos impida ver el potencial de la internacionalizacin de las luchas por
los derechos humanos, en especial cuando los mismos son violados por Europa y los Estados
Unidos. Independientemente de algunas polticas imperiales recientes, cualquier rgimen
transnacional de derechos humanos necesariamente entra en conflicto con la idea de soberana
nacional y este es un conflicto que requiere de una negociacin y reflexin ms profunda. vii
En qu se diferencian?
Esta cuestin me retrotrae a mi pregunta inicial acerca de la relacin entre la memoria y el
discurso de los derechos. Mientras que la memoria y el derecho siempre interactan de manera
compleja, tambin debemos entender ciertas diferencias epistemolgicas y prcticas que
determinan su alcance efectivo, sus operaciones, y efectos a largo plazo.
Permtanme comenzar enfatizando un punto acerca de la memoria del trauma histrico que insiste
en rechazar la pretensin de clausura y resolucin que a menudo acompaa la celebracin de los
juicios. Como Walter Benjamin sugiri, existe un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas
y la nuestra, dado que, desde su perspectiva, somos sus sucesores. De all que Benjamin haya
sostenido que nos ha sido dada una dbil fuerza mesinica.viii
Max Horkheimer contrarrest latentacin teolgica de Benjamin: los muertos muertos estn y no pueden ser resuscitados. No hay
necesidad de mesianismo, no sirven para la redencin. Pero s tienen un derecho a la memoria.
Esta es una marca de la civilizacin humana, despus de todo, mucho antes de la formulacin
explcita de los derechos naturales, de los derechos humanos, civiles y de cualquier otro tipo,
incluso luego de haber superado uno de los siglos ms sanguinarios de la historia humana. Qu
sera del movimiento internacional de los derechos humanos sin memoria de los campos de
exterminio del siglo XX? La dignidad de las vctimas, sus luchas y su destino deben ser
preservados en la memoria, sobre todo si se tiene en cuenta la intencin manifiesta de los autores
del genocidio de borrar toda memoria de sus vctimas.
A pesar de lo dicho, los discursos sobre memoria y derechos no se vinculan tan fcilmente. Los
debates sobre los derechos humanos y la justicia transicional o retroactiva en el mbito jurdico y
en la teora poltica, han permanecido, a menudo, profundamente separados respecto de las
discusiones sobre memoria y trauma histrico en las humanidades. Esto es sorprendente ya que
uno esperara que estos campos fueran inherentemente complementarios y se reforzaran
mutuamente. Incluso si se reconoce que las normas de derechos humanos son tan frgiles,
impugnadas, y a menudo ineficaces como la memoria, sigue habiendo entre ambos una tensin
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fundamental. A ambos lados de esta brecha discursiva aparecen limitaciones restrictivas de escala
y de rango social. El discurso sobre la memoria suele tratarse en relacin a un pasado colectivo y
a sus efectos en el presente, pero carece de una dimensin normativa jurdica fuerte que
conduzca directamente a reivindicaciones legales individuales o grupales. No es casual que el
campo de la reparacin y la restitucin jurdica basados en la memoria siga siendo tan
controvertido. Algunos juristas y tericos polticos han llegado a sostener que la memoria de una
herida pasada slo puede ser un dbil sustituto de la justicia. El debate sobre la Comisin de
Verdad y Reconciliacin de Sudfrica (CVR) es un ejemplo de ello en la medida en que se
garantizaba la amnista de los imputados si stos realizaban una confesin pblica de sus
acciones. ixAl mismo tiempo, sin embargo, todos los procesos judiciales, especialmente en los
casos de justicia retroactiva o de transicin como los que se dieron al finalizar las dictaduras en
Chile o Argentina, dependen de la memoria individual para que un tribunal pueda llegar a las
condenas, as como de un sistema judicial efectivo y un poder judicial independiente. Considero
muy importante en relacin a los argumentos expuestos puntualizar que la persecucin activa de
las violaciones a los derechos humanos en los tribunales tambin depende de la fuerza de los
discursos de la memoria en la esfera pblica en el periodismo, el cine, los medios de
comunicacin, la literatura, el arte, la educacin, e incluso las pintadas urbanas. La Argentina de
hoy es quizs el mejor ejemplo de esto a partir de una nueva serie de juicios a los represores de
los aos del terrorismo de estado fruto de una poltica pblica de la memoria que opera a travs
de varios grupos de activistas que emplean todos los medios de representacin disponibles.
Pero el mandato bblico de recordar, tan fuerte en la cultura contempornea de Occidente como
contrapeso de una amnesia galopante, es una exigencia moral que no es ni social ni legalmente
exigible. Y es razonable que as sea, ya que de lo contrario, se violara el derecho a olvidar. Esta
es la razn por la cual la Ley de Memoria Histrica instituda en Espaa hace unos aos es tan
problemtica. La memoria es siempre frgil y difcil de verificar, y an ms de legislar. Los
derechos humanos, por el contrario, son en s el rostro de Jano: la moral y las leyes. Comparten la
dimensin moral y emotiva con el discurso de la memoria que por s mismo carece de lo jurdico, a
pesar de que, paradjicamente, no puede haber justicia sin memoria. Vinculadas pero separadas:
es por esto que sigue habiendo una tensin fundamental entre la memoria y el discurso de los
derechos ms all de las especializaciones disciplinarias. Y dadas las a menudo frvolas y
explotativas fijaciones que la cultura meditica actual tiene con la memoria, uno puede
legtimamente preguntar si la memoria ayuda u obstaculiza la justicia. Los defensores sealarn
con razn a los juicios de criminales de guerra, los responsables del terrorismo de estado, o las
demandas de restitucin que prosperaron. Los detractores del discurso sobre la memoria citarn
casos donde sta y la victimizacin son utilizados para incitar a la violencia como en la campaa
propagandstica serbia de Slobodan Milosevic acerca de la batalla de Kosovo, o para prolongar las
hostilidades como en las competencias por la memoria entre Israel y Palestina. En Serbia, la
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memoria de una herida pasada se moviliz al servicio de objetivos nacionalistas que
desencadenaron las limpiezas tnicas de Bosnia y Kosovo. El escritor Croata Dubravka Ugre!i",
en su libro de ensayos, La cultura de las mentira, ha argumentado convincentemente que la
desintegracin de Yugoslavia se caracteriz por la simultaneidad de un terror al olvido y un terror
al recuerdo: olvidar la realidad de una Yugoslavia multitnica y multireligiosa; y recordar y reavivar
las enemistades mayormente olvidadas del pasado. Las fortalezas, los lmites, y los abusos de la
memoria deben ser reconocidos en su interaccin caso por caso.
Lo mismo puede decirse del discurso sobre derechos humanos que hace fuertes reclamos legales
normativos en nombre de la justicia, pero que a menudo termina en una idolatra de principios
abstractos, haciendo caso omiso de los contextos histricos y polticos que deben ser reconocidos
y negociados si es que la poltica de derechos humanos ha de prosperar en un determinado pas
en un momento dado. Las legtimas diferencias de opinin sobre lo que es humano en los
derechos humanos o qu derechos cuentan como humanos se ven invalidadas en primer lugar
por un sobredimensionamiento del discurso sobre los derechos que arriesga devaluar la empresa
toda en su conjunto. Hoy en da, la ubicuidad de los reclamos por los derechos es anloga a la
expansin de reclamos por la memoria, y tanto los derechos como el discurso sobre la memoria
son fcilmente utilizados para enmascarar intereses particulares. Los detractores de los derechos
humanos y de la memoria no dejan sealar esto con el fin de desacreditar a ambos.
Derechos, Democracia y Modernidad
Idolatra y abuso son especialmente visibles en el mbito internacional en la fcil ecuacin entre el
concepto de derechos humanos universales y el de democracia en Occidente. Esto est implcito
en la nocin de que los derechos deberan propagarse desde los Estados Unidos a otras partes
del mundo. Este argumento se basa en una desacreditada teora de la modernizacin, posterior a
la segunda Guerra Mundial, que fue retomada en trminos de derechos humanos. Mientras que la
genealoga del debate actual sobre los derechos humanos se remonta a fuentes europeas
relacionadas a la ley natural de los siglos XVII y XVIII, Jrgen Habermas estaba en lo cierto al
sugerir que las normas internacionales de derechos humanos no deben ser legitimadas ni
deslegitimadas por sus orgenes en la civilizacin europea y en el sistema westfaliano de los
estados nacionales soberanos.xLos opositores a menudo citan este origen histrico con el fin de
desacreditar el discurso de los derechos como eurocntrico e imperialista; los partidarios siguen
ignorando el hecho de que uno no puede limitarse a citar la genealoga de los derechos a fin de
describir o justificar las prcticas actuales.
Si nos remontamos a la historia profunda, primero debemos reconocer que la relacin entre
derechos humanos y la democracia occidental, lejos de darse en perfecta armona, es compleja y
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fracturada. Las luchas por los derechos se han librado durante siglos en los pases europeos con
una amplia variedad de definiciones e interpretaciones de los derechos, y las democracias han
frecuentemente violado aqullos de las minoras. Adems la propagacin de los derechos
humanos siempre se dio simultneamente a su negacin en estados coloniales y en sociedades
esclavistas. Esta historia hizo posible que algunos estados poscoloniales denunciaran los
derechos humanos como una imposicin occidental y negaran estos derechos a sus propias
poblaciones. La cuestin de los derechos ha sido siempre una de poder y de relaciones
asimtricas, y lo mismo puede decirse de lo que Michael Rothberg ha denominado la competencia
de suma cero entre los discursos de la memoria en la actualidad.
Si bien la genealoga colonial debe ser reconocida, la idea y la prctica de los derechos humanos
han sido objeto de tantas transformaciones que los orgenes en la ley divina natural o incluso en
las revoluciones americana y francesa se han tornado en gran medida irrelevantes como
dispositivos legitimantes. Los derechos humanos internacionales de hoy son ms bien legitimados
por la necesidad mundial de responder a los desafos de una modernidad social y econmica que,
sin importar cun fracturada o transformada est a nivel local, se ha convertido en global. xiEsto
implica inevitablemente cierto nivel de abstraccin en el juicio a las atrocidades y abusos de los
derechos humanos. Es la abstraccin de la propia modernidad sin la cual los recuerdos de las
atrocidades no alcanzaran su poder transnacional de afectar y movilizar ms all de las
comunidades de las propias vctimas.
Y, sin embargo, un rgimen de derechos humanos que est por completo ms all de los estados
y las naciones no es an imaginable, aun cuando algunos tericos polticos han empezado a
conceptualizar una sociedad civil global en oposicin a, o dispensando de, un gobierno mundial
(Weltbrgergesellschaft).xiiA pesar de ciertas formas de desnacionalizacin de la ciudadana en
algunas partes del mundo (la doble ciudadana, los pasaportes de la UE, la concesin del derecho
al voto regional a los no ciudadanos, etc), los estados siguen siendo legisladores importantes y
garantes de derechos ampliados, sobre todo a travs de las constituciones, los nuevos
reglamentos de ciudadana y de derechos culturales, y los compromisos con organizaciones
transnacionales. La mayora de estas luchas por los derechos, que no tienen precedentes, se
siguen desempeando en este contexto, a pesar de que ha habido un crecimiento de las
organizaciones de derechos transnacionales como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o
la Corte Penal Internacional. A pesar de estos avances, se han desarrollado nuevas formas de
desarraigo de facto en el contexto de las migraciones ilegales, el comercio sexual, y otras formas
nuevas de esclavitud y de contratos basura. Esto es particulamente pertinente en el caso de los
inmigrantes del Tercer Mundo a la UE y de los inmigrantes latinoamericanos y chinos a los
Estados Unidos. Esto remite a la advertencia de Hannah Arendt de que La concepcin de los
derechos humanos, basada en la presunta existencia de un ser humano como tal, colaps en el
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preciso momento en que los que la profesaban se enfrentaron por primera vez con la gente que
haba perdido de hecho todas las otras cualidades y relaciones especficas a excepcin de su
condicin humana.xiiiAnlogamente, la creencia de que la memoria del genocidio como un crimen
de lesa humanidad podra impedir que sucedan ms genocidios colaps en el momento en que el
mundo debi enfrentar nuevas formas de genocidio, masacres estatales, y limpiezas tnicas como
las de Bosnia, Ruanda y Darfur.
Memoria y Nacin
Los derechos y la memoria estn vinculados, y al mismo tiempo diferenciados, en otros aspectos.
As como la nacin alguna vez proporcion y sigue proporcionando el marco para los derechos,
tambin sirvi como espacio privilegiado para la memoria colectiva tal como es definida por los
socilogos e historiadores desde Maurice Halbwachs a Pierre Nora entre otros. Pero mientras que
el discurso de los derechos humanos desde la Declaracin Universal de los Derechos Humanos
de 1948 aspira a la universalidad, los discursos sobre la memoria colectiva se han limitado, por lo
general, a situaciones regionales o nacionales. Esto impide ver con claridad las maneras en que
una nueva poltica transnacional de la memoria se ha expandido a todo el mundo desde 1989, as
como lo ha hecho el discurso sobre los derechos, aunque desvinculados entre s.xiv La idea de
memoria colectiva se bas en un concepto antropolgico de la cultura como algo homogneo y
cerrado o autnomo.xvPor lo tanto, una activista de la memoria como Carol Gluck ha abogado por
diferenciar entre la memoria oficial, vernacular, e individual, y yo mismo he argumentado en otrolugar que abandonemos o al menos suspendamos la nocin de memoria colectiva por completo.xvi
Esto parece ser especialmente pertinente en un momento en que la memoria colectiva, en su
mayora entendida hoy como la memoria nacional, est inevitablemente atravesada por los
recuerdos de grupo a nivel subnacional or regional, as como por las mezclas de memoria
diaspricas que surgieron con los crecientes flujos migratorios que desafan toda nocin de
homogeneidad cultural. Adems la construccin de la memoria a travs de los medios de
comunicacin hace cada ms ilusoria una visin sociolgica de los recuerdos de grupo. Sin
importar cmo la definamos, la memoria colectiva como idea directriz se ha convertido conceptual
y sociolgicamente en un problema.
Con la expansin de los derechos desde la segunda Guerra Mundial, las nociones sobre las
culturas nacionales como unidades claramente definidas y coherentes que no estn sujetas a
reclamos transfronterizos de derechos internacionales se han debilitado lentamente. La tendencia
hacia la globalizacin de las finanzas, la economa, y las migraciones ha creado nuevas redes que
subvierten las nociones tradicionales de soberana nacional. Las naciones alguna vez contuvieron
economas. Hoy la economa contiene naciones.Podra uno sugerir de manera anloga que
alguna vez las naciones contuvieron la memoria mientras que ahora una cultura global de la
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memoria contiene naciones? De hecho, Levy y Sznaider han sugerido que la vieja nocin de
memoria colectiva podra ser repensada como una memoria global o cosmopolita. Aunque estoy
de acuerdo con su tesis de que la globalizacin, los medios tecnolgicos, y los acontecimientos
polticos de la dcada de 1990 han modificado el estado de la memoria en todo el mundo, soy un
escptico con respecto al lenguaje de la cosmopolitizacin. Despus de todo, los discursos sobre
la memoria vivida permanecern ligados principalmente a comunidades y territorios especficos,
incluso si la preocupacin por la memoria se ha convertido en un fenmeno transnacional en todo
el mundo, y el recuerdo del Holocausto ha emigrado a otros casos no relacionados histricamente.
Pero incluso en el plano nacional, los recuerdos estn siempre en conflicto entre s, hoy en da
incluso ms marcadamente que en el momento culminante del rgimen westfaliano que vio por
primera vez la invencin de las tradiciones nacionales (Hobsbawm) y la construccin de las
memorias nacionales. Los recuerdos chocan a la vez que los reclamos de derechos se enfrentan
entre s. En toda colectividad, es inevitable que haya conflictos y luchas por los recuerdos, los que
rara vez, incluso en pequeos grupos, llegan a ser algo que podramos llamar colectivo, y mucho
menos cosmopolita. Estas tensiones y conflictos son un elemento clave de la esfera pblica en las
sociedades abiertas, y, preferiblemente, deben ser objeto de reconocimiento poltico, deliberacin
democrtica y negociacin. El hecho de que sean los grupos de personas antes que los individuos
lo que suelen ser objeto de persecucin u opresin no garantiza una memoria colectiva de grupo
homognea. Las reas claves de conflicto hoy en da afectan a los derechos de los pueblos
indgenas, los derechos lingsticos, la desigualdad de gnero, derechos sexuales, derechos de
ciudadana, y derechos polticos para los inmigrantes. La afirmacin insoslayable de HannahArendt de que existe un derecho a tener derechos, una reivindicacin que se remonta al perodo
entre las dos guerras mundiales en las que poblaciones enteras fueron desnaturalizadas y
privadas de los derechos individuales y de ciudadana, se ha convertido en una fuerza de
configuracin poltica en el mundo contemporneo.
Los debates en las ciencias humanas sobre la memoria han sido especialmente intensos en su
enfoque interpretativo de la memoria cultural plasmado en la literatura, la arquitectura, las artes
visuales, y los monumentos.xviiTambin han contribudo enormemente a nuestra comprensin del
trauma histrico al enfocarse en el testimonio y la testificacin. Sin embargo, algunos han
preguntado hasta qu punto este tipo de enfoque en las subjetividades, legtimo como es, no corre
el riesgo de perder de vista las dimensiones polticas del discurso de los derechos en el presente,
y sus implicaciones para el futuro. Si bien esta objecin tiene cierta fuerza en relacin a una
excesiva dependencia en el discurso del trauma en la vena posestructuralista y psicoanaltica, yo
dira que es precisamente el nfasis en la fuerza de los recuerdos individuales de violacin de
derechos lo que puede evitar que el discurso sobre derechos humanos se deslice demasiado
rpido hacia una abstraccin ahistrica. El discurso sobre derechos humanos y culturales debe
ser apoyado por casos concretos de violacin de derechos ledos en el contexto de las
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condiciones sistmicas y las historias profundas, y puede ser apoyado por las obras de arte que
entrenan nuestra imaginacin no slo para reconocer lo que Susan Sontag llam el dolor de los
otros, sino tambin para construir soluciones jurdicas, polticas, y morales que acoten la
proliferacin incontrolada de este dolor. La tragedia griega clsica fue la primera en articular este
vnculo constitutivo entre la memoria y los derechos:Antgonano slo como una obra acerca de
las obligaciones para con los muertos, sino de los derechos de los vivos.
La memoria y los derechos culturales
A la explicacin de Jean Cohen de las tres etapas subsiguientes del discurso sobre los derechos
humanos desde la segunda Guerra Mundial, se podra aadir una cuarta dimensin, que tambin
ha surgido en los ltimos aos. Se refiere a la transformacin del discurso sobre derechos
humanos para poner de relieve los reclamos por los derechos culturales relativos a las
poblaciones indgenas o descendientes de los esclavos en Amrica Latina, Canad, o Australia.
Asimismo, se plantea en torno a los derechos civiles y sociales a raz de las nuevas formas de
inmigracin y dispora. Si bien la tercera etapa de Cohen presenta un reto a las nociones
tradicionales de la soberana del estado al tener en cuenta las intervenciones transfronterizas,
esta cuarta dimensin reclama los derechos de grupo dentro de las naciones soberanas, pero
entra en conflicto con la nocin tradicional de derechos humanos como los derechos de las
personas y con una autocomprensin de la nacionalidad como homognea. Por lo tanto
desestabiliza an ms las nociones de identidad nacional, sobre todo cuando es civil y social, aveces incluso se le otorga a inmigrantes no ciudadanos algunos derechos polticos limitados, o se
conceden derechos culturales a los pueblos indgenas, en tanto los mismos no entren en conflicto
con la ley de la tierra (Constitucin colombiana de 1993).
Puesto que los derechos culturales estn siempre comprometidos con la tradicin y la memoria,
esta situacin plantea otra cuestin: no puede haber un derecho jurdicamente exigible a la
memoria cultural as como hay un derecho a la libre expresin? No parece tener mucho sentido
hablar de un derecho jurdicamente exigible a la memoria excepto tal vez en un contexto en el que
los seres humanos podran ser manipulados tecnolgica o genticamente para olvidar. Pelculas
de SciFi como Blade Runner yTotal Recallhan abordado estas cuestiones. Slo en tal situacin
tendra sentido hablar de un derecho legal a la memoria propia. Por supuesto, desde una cierta
oscura visin de la evolucin mundial de los procesos histricos tal como se articula en Dialctica
de la Ilustracinde Horkheimer y Adorno en el umbral entre la guerra total y la guerra fra y mucho
antes de la ingeniera gentica, este tipo de manipulacin y la consiguiente destruccin de la
memoria fueron convincente aunque reduccionistamente analizadas como el proyecto de la
industria cultural capitalista y su ideologa consumista. Fue una primera, aunque exagerada, teora
de ADD (Trastorno de Dficit de Atencin), amnesia, y prdida de la subjetividad en las
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sociedades de los medios masivos de comunicacin. La amenaza a la memoria sera de hecho
una amenaza a la identidad humana misma una identidad siempre moldeada por nuestro
anclaje a un tiempo y espacio dados. Incluso si los medios de la memoria y su lugar en una cultura
varan enormemente a travs del tiempo y del espacio, Luis Buuel acert cuando dijo: Hay que
empezar a perder la memoria, aunque slo sea en pedazos, para darse cuenta de que la memoria
es lo que hace nuestras vidas. [] Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razn,
nuestro sentir, incluso nuestra accionar. Sin ella no somos nada.
Como un supuesto antropolgico e histrico, la memoria, especialmente la de grupo, se puede
relacionar a lo que ha llegado a ser conocido como los derechos culturales. Este concepto
plantea, sin embargo, serios problemas. As como lo hicieran algunos tericos de los derechos
como Seyla Benhabib, primero quiero rechazar la idea de que los derechos culturales se puedan
separar de los derechos individuales. Algunos derechos culturales ya se reflejan en varias
disposiciones de la legislacin internacional de los derechos humanos (libertad de pensamiento,
conciencia, y religin Art. 18; libertad de expresin Art. 19 de la DUDH). Los derechos culturales
de grupo tambin son reconocidos implcitamente en la Convencin sobre el Genocidio de 1948 a
la luz del hecho de que las polticas genocidas a menudo son precedidas por ataques a la cultura
de un grupo excludo.xviiiLos derechos culturales e individuales no se pueden separar porque la
autonoma individual, en contra de ciertas creencias liberales, no se da por naturaleza, sino que
surge en el reconocimiento recproco de los ciudadanos integrados en una cultura e involucrados
en relaciones sociales y polticas. Toda individualidad es inherentemente social. Sin embargo, laautonoma individual es atacada con frecuencia en nombre de la comunidad. As que, por qu
algunos insisten en una ctegora aparte para los derechos culturales comunales?
El movimiento de los derechos culturales ha surgido recientemente en torno a las cuestiones de
las minoras y de los derechos primeros de las naciones dentro de estados-nacin como Canad o
Australia, Colombia, Brasil y otros pases latinoamericanos. Puede ser visto como una expresin
de la creciente importancia de la diversidad cultural en un mundo cada vez ms interconectado, y
es en s mismo una transformacin de luchas anteriores, sobre todo de las luchas por el derecho a
la tierra que anteriormente a menudo se expresaban en trminos marxistas. Est, asimismo,
fundamentalmente ligado a la poltica de identidad de grupo y, a menudo, muestra cierto
escepticismo e incluso hostilidad hacia el discurso sobre los derechos individuales. Un problema
importante aqu es que el discurso de los derechos culturales a menudo resuena ominosamente
como lo que la tradicin de los colonialistas llamaron el derecho consuetudinario. Sus reclamos,
por lo tanto, vuelven a antecedentes pasados en lugar de responder a las necesidades actuales.
Esto puede, por supuesto, ser visto como una formacin reactiva legtima contra la globalizacin y
la tan temida posibilidad de homogeneizacin cultural por parte del capital financiero, el
desarrollismo, el consumismo desenfrenado y la globalizacin del ingls. Al oponer
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invariablemente lo local contra lo global, sin embargo, el discurso de los derechos culturales
produce su propio conjunto de limitaciones.
En efecto, existe una tendencia a idealizar las llamadas formas no occidentales de diversidad
cultural y a fijarlas en trminos de derechos culturales y de valores tradicionales. La irona aqu es
que el reclamo mismo por los derechos del grupo cultural, a menudo postulados como opuestos al
favorecimiento de los derechos individuales, est en s articulado con ese terreno tan europeo de
la tradicin de los derechos que algunos quieren rechazar. Y, en efecto, los derechos culturales de
grupo ya estaban establecidos en las primeras articulaciones catlicas de la ley natural (la escuela
de Salamanca), que reflejaban el encuentro colonial ms que, digamos, la tradicin de los
derechos que surgieron como consecuencia de las revoluciones francesa o americana. En
cualquier caso, las luchas actuales por los derechos (grupales o individuales) en todo el mundo
representan una respuesta activa a una situacin que no permite ningn escape de las
modernidades mutantes.
La naturaleza problemtica de las reivindicaciones de derechos culturales se torna especialmente
visible cuando los derechos culturales no son movilizados para reclamar en nombre de grupos
marginados (las Primeras Naciones de Canad, los pueblos indgenas en el Amazonas), sino en
nombre de los estados y del poder del estado. Esto ocurre en el mbito internacional en los
intentos por contrarrestar la influencia extranjera, ya sea sta la occidental en las sociedades
islmicas, o los efectos de la presencia islmica en las sociedades occidentales. Asimismo,sucede que las naciones apelan a los derechos culturales con fines conservadores en nombre de
una cultura nacional en relacin a sus comunidades de inmigrantes. Un ejemplo de esto lo
constituye el caso reciente del debate sobre la Leitkultur (cultura dominante) que se dio en
Alemania; mientras que las reivindicaciones culturales europeas contra el ingreso de Turqua a la
UE son un buen ejemplo de lo primero. En ambos casos, el reconocimiento de la diversidad
cultural se vuelve contra la diversidad misma para favorecer la cultura dominante. Estas
afirmaciones tan polticamente distintas sobre los derechos culturales operan sobre la base de una
nocin unitaria de la cultura que ya qued obsoleta. Todas las culturas afectadas por la
modernidad estn, invariablemente, divididas, ya sea que esas divisiones funcionen en forma
vertical (alto vs. bajo, indgena vs. diasprico) o en trminos de privilegiar los diferentes medios
(impreso vs. oralidad, literatura vs. msica). Tales estratificaciones sern siempre un campo de
batalla sobre los sentidos y la comprensin de la cultura propia. Ellas hacen palpable que no se
puede tener una discusin significativa de los derechos culturales sin tener en cuenta los derechos
sociales y polticos individuales. La cultura no debe ser separada de los derechos de la persona, o
de los derechos de la ciudadana. De ser as, inevitablemente se convierte en constrictiva, unitaria,
homogeneizante, y excluyente ya sea a nivel nacional o subnacional. En lugar de resolver las
cuestiones de poder inherentes a las culturas mayoritarias nacionales, las reivindicaciones de los
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derechos culturales articuladas por los grupos subnacionales slo pueden reproducir estos
problemas en otro registro.
Y sin embargo, con Benhabib, reconozco las reivindicaciones de la cultura, especialmente de la
lengua y los valores expresivos alojados en ella, y creo que los derechos culturales deben
conciliarse con una categora ms amplia de los derechos humanos concebidos como los
derechos de los individuos.xix Cualquier otra cosa puede llevar a la opresin cultural y al
relativismo jurdico o peor. Construir una oposicin binaria entre los derechos humanos
universales como los derechos de los individuos nicamente y los derechos culturales como los
derechos de grupos tnicos o raciales hace caso omiso de los derechos individuales de los
miembros del grupo en nombre de la cultura. Sera igualmente inaceptable, sin embargo, hacer
caso omiso de todos los reclamos culturales de grupo al limitar los derechos a los individuos
autnomos solamente, como si la autonoma pudiera existir fuera de las relaciones sociales. La
postulacion de tal oposicin binaria contribuye asimismo a incrementar la brecha entre la teora
poltica liberal o republicana y la comunitaria en lugar de ver a las dos como relacionadas y
necesitadas de mediacin. Quisiera destacar el problema con un ejemplo sencillo: al igual que los
derechos humanos incluyen el derecho de salida de una nacin o estado, los derechos culturales
deben preservar la prerrogativa de un individuo nacido en una cultura de dejarla y elegir otra. Esta
dimensin, no suficientemente atendida por los defensores de los derechos de grupo cultural, es
especialmente pertinente a las mujeres y a otras personas desprotegidas en sociedades o grupos
tnicos religiosos que les atribuyen una condicin legal inferior. Los derechos culturales puedenser productivos como trampoln para las demandas sociales y polticas, pero tambin pueden
ahogarlas si permanecen dentro de una pobreza y miseria continuas en lo que respecta a la
compensacin por la identidad.
El discurso de los derechos culturales comparte otra dimensin problemtica con el discurso sobre
la memoria, ya que tiende inevitablemente a enfrentar los derechos de un grupo contra los de otro,
y su manifestacin ms importante hoy en da es la de las reivindicaciones de los pueblos
indgenas contra la cultura dominante de la nacin en que viven, donde incluso se puede llegar a
una bifurcacin entre el derecho civil y el derecho consuetudinario como en algunos pases de
Amrica Latina (por ejemplo, Colombia). Este entramado tiene su analoga en los debates de la
memoria en discusiones donde compiten los recuerdos traumticos de pogromos, matanzas
organizadas por el estado, y el genocidio. Aqu no se trata de un grupo que realiza reclamos
legales en contra de otro que podra ser juzgado en un tribunal de justicia o en un proceso poltico
deliberativo. La cultura de la memoria ms bien se caracteriza por confrontaciones de recuerdos a
menudo crueles y resentidas que alegan que su recuerdo traumtico tiene prioridad sobre otro,
creando as jerarquas insidiosas del sufrimiento.xxEl ejemplo ms difcil y controvertido est dado
entre la memoria del Holocausto y los recuerdos del colonialismo que parecen separados hoy por
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lo que W.E. Dubois, en otro contexto, llam alguna vez la lnea de color. En los debates sobre las
polticas de la memoria, debemos tratar de evitar tales jerarquas verticales de sufrimientos
pasados, en que un tipo de memoria intenta suplantar a otra. Aqu el discurso de la memoria
puede aprender de la evolucin jurdica. La negociacin de los derechos indgenas en el marco de
la nacin y la constitucin, tal como ha evolucionado lentamente en Canad o Colombia, de hecho
puede ser un modelo terico para la reconciliacin en lugar de que se promueva una competencia
feroz y de diferencias insalvables. La tarea es reconocer una dimensin universal en la opresin
sistmica y el sufrimiento humano en vez de enfrentar un tipo de memoria contra otra. Tanto la
memoria y el discurso de los derechos necesitan fomentar una dimensin universalizante que
reconozca lo particular sin reificarlo. As como existe la reciprocidad entre la memoria y la ley, los
derechos culturales e individuales, tambin hay que suavizar los lmites entre los recuerdos
competitivos de sufrimiento y persecucin.
No hay duda de que en nuestra poca la poltica de la memoria y los derechos humanos ya estn
ms ntimamente conectados que nunca. Un signo de esto es que el discurso sobre los derechos
humanos hoy se alimenta del discurso sobre la memoria aun cuando a menudo lo menosprecia. El
continuo fortalecimiento de la poltica de la memoria sigue siendo esencial para garantizar los
derechos humanos en el futuro. A pesar de que su presencia es esencial para establecer
regmenes de derechos humanos donde todava no existen, no podemos olvidar que la memoria
tambin puede fomentar las violaciones a los derechos humanos as como stos se pueden
prestar a abusos polticos. Pero incluso donde la memoria no apoya los derechos humanos,podemos explorar el tema con mayor profundidad. Con el desvanecimiento de las utopas sociales
y polticas del siglo XX los futuros imaginados del fascismo, el comunismo, y la modernizacin
capitalista global y las montaas de cadveres que las dictaduras de este siglo oscuro han
legado a nuestro recuerdo, a veces parece como si tambin gran parte de la lucha por los
derechos humanos se centrara en enderezar los entuertos del pasado a travs de los reclamos de
reparacin o restitucin. Proteger el pasado puede ser una empresa tan peligrosa como tratar de
asegurar el futuro a travs de proyecciones utpicas. Si el activismo de los derechos humanos se
convirtiera en un prisionero del pasado y de la poltica de la memoria, solo significara que siempre
llegar demasiado tarde. Pero si se convierte en pisionero de una nocin vaga y abstracta de la
globalizacin, el resultado ser igualmente problemtico.
La poltica de la inmigracin
Permtanme concluir con una nota sobre la inmigracin hoy en da, una cuestin de derechos que
me preocupa mucho ya que se encuentra en el umbral entre el pasado de la memoria y el futuro
de los derechos. He argumentado ms arriba que el Holocausto y el discurso del colonialismo
deben ser relacionados entre s en lugar de considerrselos recprocamente hostiles.xxiPero dicha
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vinculacin tambin debera extenderse al problema contemporneo de la poltica de la
inmigracin en los principales pases occidentales. Algeria y Marruecos son para Francia, lo que
India y Paquistn son para Inglaterra; Indonesia para Holanda; los pases musulmanes formados
a partir de las ruinas del Imperio Otomano para Europa y para EE.UU. La poltica de la inmigracin
a menudo desplaza el problema de la dominacin colonial en la poca poscolonial a las antiguas
potencias coloniales propiamente dichas. Esto crea nuevas tramas que se articulan y utilizan en
los contextos de pasados que se resisten a desaparecer: los turcos como los nuevos Judos de
Alemania; la dominacin neocolonial en la banlieue de Paris; pequeos Guantnamo en los
dispersos centros de detencin que lucran con los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos.
Tanto en Europa como en los Estados Unidos, la lnea de color no slo existe en determinados
discursos antagnicos entre s, sino en la propia realidad social.
Con esto vuelvo, por lo tanto, a mi mbito ms acotado del estudio de las humanidades y las
artes. Necesitamos, ms que nunca, obras de arte que desafen la persistencia en la metrpolis
misma de las prcticas colonialistas y racistas, que en su propuesta esttica puedan abordar
pertinentemente la complejidad de la situacin. Un ejemplo reciente de gran impacto es
Shibbolethde Doris Salcedo, una instalacin de 2008 en la Tate Modern de Londres. En esta
obra, el tema de la inmigracin como exclusin y negacin de los derechos, se articula desde el
lenguaje y lo visual como una grieta que, ensanchndose, va tomando el suelo a lo largo de la
Turbine Hall de la Tate. Las paredes de concreto de la grieta se rompen por una cerca de malla de
acero, no el alambre de pas de los campos nazis o de Bosnia, sino la malla de acero de lasfortificaciones fronterizas de hoy y el hormign de las paredes cuya intencin es mantener a los
brbaros afuera ya sea en Israel o en la frontera mexicano-estadounidense. Shibboleth es la
palabra bblica que no se puede pronunciar correctamente por los extranjeros y que divide al
mundo en amigos y enemigos con mortales consecuencias. El pasado bblico y el presente
contemporneo entran en conflicto en esta obra que reflexiona con un impactante lenguaje visual
y arquitectnico sobre las continuidades entre el colonialismo, el racismo y la inmigracin. El
anlisis no slo conduce al Holocausto y el colonialismo en Bosnia, Ruanda y Darfur, sino tambin
a la migracin y a las prcticas de negacin de derechos y a las profundas asimetras de poder
entre los seres humanos que tal vez algn da formen parte de una poltica de la memoria. Uno
deseara que eso ya fuera una realidad.
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i W. James Booth, The Unforgotten: Memories of Justice,American Political Science Review95:4(December 2001):777-791.
ii James J. Savelsberg and Ryan D. King, Law and Collective Memory, Annual Review of Law and SocialScience3 (December 2007):189-211. Consultar tambin el libro de prxima edicin de Daniel Levy yNatan Sznaider, Memory and Human Rights (University Park: Penn State University Press, 2010).
iii Andreas Huyssen, Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory(Stanford: Stanford UP,2003).
iv
Moyn, On the Genealogy of Morals, The Nation 284:15 (April 2007): 25-31.v Jean Cohen, Rethinking Human Rights, Democracy, and Sovereignty in the Age of Globalization,Political Theory36 (August 2008): 578-606.
vi Cohen 580.vii No me es posible aqu tratar la relacin entre los derechos y la soberana. Sobre la historia del concepto
de soberana ver el magnfico relato de Dieter Grimm, Souvernitt: Herkunft und Zukunft einesSchlsselbegriffs (Berlin: Berlin UP, 2009).
viii Walter Benjamin, On the Concept of History, Selected Writings4 (Cambridge: Harvard UP, 2003) 389 f.ix Mahmood Mamdani, Amnesty or Impunity? A Preliminary Critique of the Report of the Truth andReconciliation Commission of South Africa (TRC), Diacritics32:34 (Fall/Winter 2002): 3359. Tambinconsultar el impactante relato literario de Antjie Krog, Country of my Skull(New York: Three Rivers Press,1999).x Jrgen Habermas,Zur Legitimation durch Menschenrechte, Philosophische Texte 4 (Frankfurt am Main:
Suhrkamp, 2009:298-312.xi Sobre la importancia de la justicia econmica consultar Amartya Sen, The Idea of Justice (Cambridge:Harvard UP, 2009).
xii Consultar Jrgen Habermas, Kants Idee des ewigen Friedens, Die Einbeziehung des Anderen(Frankfurtam Main: Suhrkamp, 1999) 192-236.
xiii Hannah Arendt,The Origins of Totalitarianism(Cleveland: The World Publishing Company, 1958) 299.xiv Hay excepciones a esta tendencia: Michael Rothberg, Multidirectional Memory: Remembering theHolocaust in the Age of Decolonization (Stanford: Stanford UP, 2009); Daniel Levy/Natan Sznaider, TheHolocaust Memory in the Global Age (Philadelphia: Temple UP, 2006); Andreas Huyssen, Present Pasts(Stanford: Stanford UP, 2003).xvEste uso del trmino se aleja de la definicin dada en la obra de Maurice Halbwachs. Halbwachscontempl la idea de que distintos grupos eran portadores de distintos tipos de memorias colectivas, pero su
marco general sigui siendo el de la nacin francesa. El mismo enfoque en lo nacional se observa en PierreNora, Schulze, etc.xvi Consultar Carol Gluck, Operations of Memory: Comfort Women and the World, en Sheila MiyoshiJager and Rana Mitter, eds., Ruptured Histories: War, Memories, and the Post-Cold War in Asia(Cambridge:Harvard UP, 2007) 47-77. Andreas Huyssen, Transnationale Verwertungen von Holoaust undKolonialismus, en Elisabeth Wagner and Burkhardt Wolf, eds., VerWertungen von Vergangenheit. MosseLectures 2008 (Berlin: Vorwerk 8, 2009) 30-51.xvii Jan Assmann distingue entre la memoria cultural y la memoria generacional en Collective Memory and
Cultural Identity, New German Critique65 (Spring/Summer 1995): 125-134.xviii No puedo abordar aqu el problema del genocidio cultural, una formulacin ambigua en los primeros
debates sobre el genocidio en la obra de Lemkin. Consultar Anson Rabinbach, Genozid: Genese einesKonzepts,in Begriffe aus dem Kalten Krieg: Totalitarismus, Antifaschismus, Genozid (Jena: Wallstein,Verlag, 2009), 43-73; Bartolom Clavero, Genocide or Ethnocide 1933-2007 (Milan: Giuffr Editore,
2008).xix Seyla Benhabib, The Claims of Culture(Princeton: Princeton UP, 2002).xx See Rothberg, Multidirectional Memory.xxi Andreas Huyssen, Transnationale Verwertungen.