Andersen hanschristian cuentos

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Hans Christian Andersen Dinamarca: 1805-1875 Cuentos infantiles Textos electrónicos completos Abuelita Algo Ana Isabel ¡Baila, baila, muñequita! Bajo el sauce Buen humor Cada cosa en su sitio Chácharas de niños Cinco en una vaina Colás el Chico y Colás el Grande Dentro de mil años Desde una ventana de Vartou Día de mudanza Dos hermanos Dos pisones El abecedario El alforfón El Ave Fénix El abeto El ángel El bisabuelo La aguja de zurcir La campana La casa vieja La dríade La espinosa senda del honor La familia de Hühnergrete La familia feliz La gota de agua La gran serpiente de mar La hija del rey del pantano La historia del año La hoya de la campana La hucha La llave de la casa La margarita La mariposa La más feliz La Musa del nuevo siglo La niña de los fósforos La niña judía La niña que pisoteó el pan

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  • 1. Hans Christian Andersen Dinamarca: 1805-1875 Cuentos infantiles Textos electrnicos completos Abuelita Algo Ana Isabel Baila, baila, muequita! Bajo el sauce Buen humor Cada cosa en su sitio Chcharas de nios Cinco en una vaina Cols el Chico y Cols el Grande Dentro de mil aos Desde una ventana de Vartou Da de mudanza Dos hermanos Dos pisones El abecedario El alforfn El Ave Fnix El abeto El ngel El bisabuelo La aguja de zurcir La campana La casa vieja La drade La espinosa senda del honor La familia de Hhnergrete La familia feliz La gota de agua La gran serpiente de mar La hija del rey del pantano La historia del ao La hoya de la campana La hucha La llave de la casa La margarita La mariposa La ms feliz La Musa del nuevo siglo La nia de los fsforos La nia juda La nia que pisote el pan

2. El caracol y el rosal El cerro de los elfos El cheln de plata El cofre volador El cometa El compaero de viaje El cuello de camisa El diablo y sus aicos El duende de la tienda El duendecillo y la mujer El elfo del rosal El escarabajo El gallo de corral y la veleta El gollete de botella El gorro de dormir del soltern El hada del saco El hijo del portero El hombre de nieve El intrpido soldadito de plomo El jabal de bronce El Jardn del Paraso El jardinero y el seor El libro de estampas del padrino El libro mudo El lino El molino de viento El nido de cisnes El nio en la tumba El nio travieso El pacto de amistad El pjaro de la cancin popular El patito feo El pequeo Tuk El pino El porquerizo El prncipe malvado El ruiseor El sapo El soldadito de plomo La pareja de enamorados La pastora y el deshollinador La piedra filosofal La princesa del guisante La princesa y el frijol La pulga y el profesor La Reina de las Nieves La rosa ms bella del mundo La Sirenita La sombra La suerte puede estar en un palito La tempestad cambia los rtulos La tetera La ta La ltima perla La vieja campana de la iglesia La vieja losa sepulcral La Virgen de los Ventisqueros Las aventuras del cardo Las cigeas Las flores de la pequea Ida Las habichuelas mgicas Las velas Lo ms increble Lo que contaba la vieja Juana Lo que dijo toda la familia Lo que el viento cuenta de Valdemar... Lo que hace el padre bien hecho est Lo que se puede inventar Los campeones de salto Los chanclos de la suerte Los cisnes salvajes Los corredores Los das de la semana Los fuegos fatuos estn en la ciudad... Los trapos viejos Los vecinos Los verdezuelos Los zapatos rojos 3. El tesoro dorado El titiritero El torrero Ole El traje nuevo del Emperador El tullido El ltimo da El ltimo sueo del viejo roble El viejo farol El yesquero En el corral En el cuarto de los nios En el mar remoto Es la pura verdad Guardado en el corazn, y no olvidado Historia de una madre Historias del sol Holger el dans Ib y Cristinita Juan el bobo No era buena para nada! Pedro, Perico y Pedrn Pegaojos Pluma y tintero Psiquis Pulgarcita Qu hermosa! Rompenieves Sopa de palillo de morcilla Ta Dolor de Muelas Tiene que haber diferencias Un tramo de la sarta de perlas Una historia Una historia de las dunas Una hoja del cielo Una rosa de la tumba de Homero Vn y Gln Visin del baluarte Biblioteca Digital Ciudad Seva Cuentos Otros textos Sobre el arte de narrar 03 Aug 2005 Nueva novela de Luis Lpez Nieves 4. Cuentos de Hans Christian Andersen - Biblioteca Digital Ciudad Seva 5. Abuelita - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Abuelita [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, slo que mucho ms hermosos, pues su expresin es dulce, y da gusto mirarlos. Tambin sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchsimas cosas, pues viva ya mucho antes que pap y mam, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cnticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lgrimas a los ojos. Por qu abuelita mirar as la marchita rosa de su devocionario? No lo sabes? Cada vez que las lgrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, esplndido y verde, con los rayos del sol filtrndose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa ms lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonre - pero ya no es la sonrisa de abuelita! - s, y vuelve a sonrer. Ahora se ha marchado l, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no est, la rosa yace en el libro de cnticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro. Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia. -Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueito. Se recost respirando suavemente, y qued dormida; pero el silencio se volva ms y ms profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habra dicho que lo baaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta. La pusieron en el negro atad, envuelta en lienzos blancos. Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas haban desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cnticos bajo su cabeza, pues ella lo haba pedido as, con la rosa entre las pginas. Y as enterraron a abuelita. 6. Abuelita - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreci esplndidamente, y los ruiseores acudan a cantar all, y desde la iglesia el rgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba all; los nios podan ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho ms de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causaran si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el fretro, y tierra dentro de l. El libro de cnticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo tambin. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseores, y enviando el rgano sus melodas. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros vern a abuelita, joven y hermosa como antao, cuando bes por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo. FIN 7. Algo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Algo [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen -Quiero ser algo! -deca el mayor de cinco hermanos-. Quiero servir de algo en este mundo. Si ocupo un puesto, por modesto que sea, que sirva a mis semejantes, ser algo. Los hombres necesitan ladrillos. Pues bien, si yo los fabrico, har algo real y positivo. -S, pero eso es muy poca cosa -replic el segundo hermano-. Tu ambicin es muy humilde: es trabajo de pen, que una mquina puede hacer. No, ms vale ser albail. Eso s es algo, y yo quiero serlo. Es un verdadero oficio. Quien lo profesa es admitido en el gremio y se convierte en ciudadano, con su bandera propia y su casa gremial. Si todo marcha bien, podr tener oficiales, me llamarn maestro, y mi mujer ser la seora patrona. A eso llamo yo ser algo. -Tonteras! -intervino el tercero-. Ser albail no es nada. Quedars excluido de los estamentos superiores, y en una ciudad hay muchos que estn por encima del maestro artesano. Aunque seas un hombre de bien, tu condicin de maestro no te librar de ser lo que llaman un patn . No, yo s algo mejor. Ser arquitecto, seguir por la senda del Arte, del pensamiento, subir hasta el nivel ms alto en el reino de la inteligencia. Habr de empezar desde abajo, s; te lo digo sin rodeos: comenzar de aprendiz. Llevar gorra, aunque estoy acostumbrado a tocarme con sombrero de seda. Ir a comprar aguardiente y cerveza para los oficiales, y ellos me tutearn, lo cual no me agrada, pero imaginar que no es sino una comedia, libertades propias del Carnaval. Maana, es decir, cuando sea oficial, emprender mi propio camino, sin preocuparme de los dems. Ir a la academia a aprender dibujo, y ser arquitecto. Esto s es algo. Y mucho!. Acaso me llamen seora, y excelencia, y me pongan, adems, algn ttulo delante y detrs, y venga edificar, como otros hicieron antes que yo. Y entretanto ir construyendo mi fortuna. Ese algo vale la pena! -Pues eso que t dices que es algo, se me antoja muy poca cosa, y hasta te dir que nada -dijo el cuarto-. No quiero tomar caminos trillados. No quiero ser un copista. Mi ambicin es ser un genio, mayor que todos ustedes juntos. Crear un estilo nuevo, levantar el plano de los edificios segn el clima y los materiales del pas, haciendo que cuadren con su sentimiento nacional y la evolucin de la poca, y les aadir un piso, que ser un zcalo para el pedestal de mi gloria. -Y si nada valen el clima y el material? -pregunt el quinto-. Sera bien sensible, pues no podran hacer nada de provecho. El sentimiento nacional puede engrerse y perder su valor; la evolucin de la poca puede escapar de tus manos, como se te escapa la juventud. Ya veo que en realidad ninguno de ustedes llegar a ser nada, por mucho que lo esperen. Pero hagan lo que les plazca. Yo no voy a imitaros; me quedar al margen, para juzgar y criticar sus obras. En este mundo todo tiene sus defectos; yo los descubrir y sacar a la luz. Esto ser algo. 8. Algo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva As lo hizo, y la gente deca de l: Indudablemente, este hombre tiene algo. Es una cabeza despejada. Pero no hace nada. Y, sin embargo, por esto precisamente era algo. Como ven, esto no es ms que un cuento, pero un cuento que nunca se acaba, que empieza siempre de nuevo, mientras el mundo sea mundo. Pero, qu fue, a fin de cuentas, de los cinco hermanos? Escchenme bien, que es toda una historia. El mayor, que fabricaba ladrillos, observ que por cada uno reciba una monedita, y aunque slo fuera de cobre, reuniendo muchas de ellas se obtena un brillante escudo. Ahora bien, dondequiera que vayan con un escudo, a la panadera, a la carnicera o a la sastrera, se les abre la puerta y slo tienen que pedir lo que les haga falta. He aqu lo que sale de los ladrillos. Los hay que se rompen o desmenuzan, pero incluso de stos se puede sacar algo. Una pobre mujer llamada Margarita deseaba construirse una casita sobre el malecn. El hermano mayor, que tena un buen corazn, aunque no lleg a ser ms que un sencillo ladrillero, le dio todos los ladrillos rotos, y unos pocos enteros por aadidura. La mujer se construy la casita con sus propias manos. Era muy pequea; una de las ventanas estaba torcida; la puerta era demasiado baja, y el techo de paja hubiera podido quedar mejor. Pero, bien que mal, la casuca era un refugio, y desde ella se gozaba de una buena vista sobre el mar, aquel mar cuyas furiosas olas se estrellaban contra el malecn, salpicando con sus gotas salobres la pobre choza, y tal como era, sta segua en pie mucho tiempo despus de estar muerto el que haba cocido los ladrillos. El segundo hermano conoca el oficio de albail, mucho mejor que la pobre Margarita, pues lo haba aprendido tal como se debe. Aprobado su examen de oficial, se ech la mochila al hombro y enton la cancin del artesano: Joven yo soy, y quiero correr mundo, e ir levantando casas por doquier, cruzar tierras, pasar el mar profundo, confiado en mi arte y mi valer. Y si a mi tierra regresara un da atrado por el amor que all dej, alrgame la mano, patria ma, y t, casita que ma te llam. Y as lo hizo. Regres a la ciudad, ya en calidad de maestro, y construy casas y ms casas, una junto a otra, hasta formar toda una calle. Terminada sta, que era muy bonita y realzaba el aspecto de la ciudad, las casas edificaron para l una casita, de su propiedad. Cmo pueden construir las casas? Pregntaselo a ellas. Si no te responden, lo har la gente en su lugar, diciendo: S, es verdad, la calle le ha construido una casa. Era pequea y de pavimento de arcilla, pero bailando sobre l con su novia se volvi liso y brillante; y de cada piedra de la pared brot una flor, con lo que las paredes parecan cubiertas de preciosos tapices. Fue una linda casa y una pareja feliz. La bandera del gremio ondeaba en la fachada, y los oficiales y aprendices gritaban Hurra por nuestro maestro!. S, seor, aqul lleg a ser algo. Y muri siendo algo. . 9. Vino luego el arquitecto, el tercero de los hermanos, que haba empezado de aprendiz, llevando gorra y haciendo de mandadero, pero ms tarde haba ascendido a arquitecto, tras los estudios en la Academia, y fue honrado con los ttulos de Seora y Excelencia. Y si las casas de la calle haban edificado una para el hermano albail, a la calle le dieron el nombre del arquitecto, y la mejor casa de ella fue suya. Lleg a ser algo, sin duda alguna, con un largo ttulo delante y otro detrs. Sus hijos pasaban por ser de familia distinguida, y cuando muri, su viuda fue una viuda de alto copete... y esto es algo. Y su nombre qued en el extremo de la calle y como nombre de calle sigui viviendo en labios de todos. Esto tambin es algo, s seor. Sigui despus el genio, el cuarto de los hermanos, el que pretenda idear algo nuevo, aparte del camino trillado, y realzar los edificios con un piso ms, que deba inmortalizarle. Pero se cay de este piso y se rompi el cuello. Eso s, le hicieron un entierro solemnsimo, con las banderas de los gremios, msica, flores en la calle y elogios en el peridico; en su honor se pronunciaron tres panegricos, cada uno ms largo que el anterior, lo cual le habra satisfecho en extremo, pues le gustaba mucho que hablaran de l. Sobre su tumba erigieron un monumento, de un solo piso, es verdad, pero esto es algo. El tercero haba muerto, pues, como sus tres hermanos mayores. Pero el ltimo, el razonador, sobrevivi a todos, y en esto estuvo en su papel, pues as pudo decir la ltima palabra, que es lo que a l le interesaba. Como deca la gente, era la cabeza clara de la familia. Pero le lleg tambin su hora, se muri y se present a la puerta del cielo, por la cual se entra siempre de dos en dos. Y he aqu que l iba de pareja con otra alma que deseaba entrar a su vez, y result ser la pobre vieja Margarita, la de la casa del malecn. -De seguro que ser para realzar el contraste por lo que me han puesto de pareja con esta pobre alma - dijo el razonador. -Quin eres, abuelita? Quieres entrar tambin? -le pregunt. Se inclin la vieja lo mejor que pudo, pensando que el que le hablaba era San Pedro en persona. -Soy una pobre mujer sencilla, sin familia, la vieja Margarita de la casita del malecn. -Ya, y qu es lo que hiciste all abajo? -Bien poca cosa, en realidad. Nada que pueda valerme la entrada aqu. Ser una gracia muy grande de nuestro Seor, si me admiten en el Paraso. -Y cmo fue que te marchaste del mundo? -sigui preguntando l, slo por decir algo, pues al hombre le aburra la espera. -La verdad es que no lo s. El ltimo ao lo pas enferma y pobre. Un da no tuve ms remedio que levantarme y salir, y me encontr de repente en medio del fro y la helada. Seguramente no pude resistirlo. Le contar cmo ocurri: Fue un invierno muy duro, pero hasta entonces lo haba aguantado. El viento se calm por unos das, aunque haca un fro cruel, como nuestra Seora debe saber. La capa de hielo entraba en el mar hasta perderse de vista. Toda la gente de la ciudad haba salido a pasear sobre el hielo, a patinar, como dicen ellos, y a bailar, y tambin creo que haba msica y merenderos. Yo lo oa todo desde mi pobre cuarto, donde estaba acostada. Esto dur hasta el anochecer. Haba salido ya la luna, 10. Algo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva pero su luz era muy dbil. Mir al mar desde mi cama, y entonces vi que de all donde se tocan el cielo y el mar suba una maravillosa nube blanca. Me qued mirndola y vi un punto negro en su centro, que creca sin cesar; y entonces supe lo que aquello significaba -pues soy vieja y tengo experiencia-, aunque no es frecuente ver el signo. Yo lo conoc y sent espanto. Durante mi vida lo haba visto dos veces, y saba que anunciaba una espantosa tempestad, con una gran marejada que sorprendera a todos aquellos desgraciados que all estaban, bebiendo, saltando y divirtindose. Toda la ciudad haba salido, viejos y jvenes. Quin poda prevenirlos, si nadie vea el signo ni se daba cuenta de lo que yo observaba! Sent una angustia terrible, y me entr una fuerza y un vigor como haca mucho tiempo no haba sentido. Salt de la cama y me fui a la ventana; no pude ir ms all. Consegu abrir los postigos, y vi a muchas personas que corran y saltaban por el hielo y vi las lindas banderitas y o los hurras de los chicos y los cantos de los mozos y mozas. Todo era bullicio y alegra, y mientras tanto la blanca nube con el punto negro iba creciendo por momentos. Grit con todas mis fuerzas, pero nadie me oy, pues estaban demasiado lejos. La tempestad no tardara en estallar, el hielo se resquebrajara y hara pedazos, y todos aquellos, hombres y mujeres, nios y mayores, se hundiran en el mar, sin salvacin posible. Ellos no podan orme, y yo no poda ir hasta ellos. Cmo conseguir que viniesen a tierra? Dios Nuestro Seor me inspir la idea de pegar fuego a m cama. Ms vala que se incendiara mi casa, a que todos aquellos infelices pereciesen. Encend el fuego, vi la roja llama, sal a la puerta... pero all me qued tendida, con las fuerzas agotadas. Las llamas se agrandaban a mi espalda, saliendo por la ventana y por encima del tejado. Los patinadores las vieron y acudieron corriendo en mi auxilio, pensando que iba a morir abrasada. Todos vinieron hacia el malecn. Los o venir, pero al mismo tiempo o un estruendo en el aire, como el tronar de muchos caones. La ola de marea levant el hielo y lo hizo pedazos, pero la gente pudo llegar al malecn, donde las chispas me caan encima. Todos estaban a salvo. Yo, en cambio, no pude resistir el fro y el espanto, y por esto he venido aqu, a la puerta del cielo. Dicen que est abierta para los pobres como yo. Y ahora ya no tengo mi casa. Qu le parece, me dejarn entrar? En esto se abri la puerta del cielo, y un ngel hizo entrar a la mujer. De sta cay una brizna de paja, una de las que haba en su cama cuando la incendi para salvar a los que estaban en peligro. La paja se transform en oro, pero en un oro que creca y echaba ramas, que se trenzaban en hermossimos arabescos. -Ves? -dijo el ngel al razonador-, esto lo ha trado la pobre mujer. Y t, qu traes? Nada, bien lo s. No has hecho nada, ni siquiera un triste ladrillo. Podras volverte y, por lo menos, traer uno. De seguro que estara mal hecho, siendo obra de tus manos, pero algo valdra la buena voluntad. Por desgracia, no puedes volverte, y nada puedo hacer por ti. Entonces, aquella pobre alma, la mujer de la casita del malecn, intercedi por l: -Su hermano me regal todos los ladrillos y trozos con los que pude levantar mi humilde casa. Fue un gran favor que me hizo. No serviran todos aquellos trozos como un ladrillo para l? Es una gracia que pido. La necesita tanto, y puesto que estamos en el reino de la gracia... -Tu hermano, a quien t creas el de ms cortos alcances -dijo el ngel- aqul cuya honrada labor te pareca la ms baja, te da su bolo celestial. No sers expulsado. Se te permitir permanecer ah fuera reflexionando y reparando tu vida terrenal; pero no entrars mientras no hayas hecho una buena accin. -Yo lo habra sabido decir mejor -pens el pedante, pero no lo dijo en voz alta, y esto ya es algo. 11. Algo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva FIN 12. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Ana Isabel [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen Ana Isabel era un verdadero querubn, joven y alegre: un autntico primor, con sus dientes blanqusimos, sus ojos tan claros, el pie ligero en la danza, y el genio ms ligero an. Qu sali de ello? Un chiquillo horrible. No, lo que es guapo no lo era. Se lo dieron a la mujer del pen caminero. Ana Isabel entr en el palacio del conde, ocup una hermosa habitacin, se adorn con vestidos de seda y terciopelo... No poda darle una corriente de aire, ni nadie se hubiera atrevido a dirigirle una palabra dura, pues hubiera podido afectarse, y eso tendra malas consecuencias. Criaba al hijo del conde, que era delicado como un prncipe y hermoso como un ngel. Cmo lo quera! En cuanto al suyo, el propio, creca en casa del pen caminero; trabajaba all ms la boca que el puchero, y era raro que hubiera alguien en casa. El nio lloraba, pero lo que nadie oye, a nadie apena; y as segua llorando hasta dormirse; y mientras se duerme no se siente hambre ni sed; para eso se invent el sueo. Con los aos - con el tiempo, la mala hierba crece - creci el hijo de Ana Isabel. La gente deca, sin embargo, que se haba quedado corto de talla. Pero se haba incorporado a la familia que lo haba adoptado por dinero. Ana Isabel fue siempre para l una extraa. Era una seora ciudadana, fina y atildada, lo pasaba bien y nunca sala sin su sombrero. Jams se le ocurri ir a visitar al pen caminero, viva demasiado lejos de la ciudad, y adems no tena nada que hacer all. El chico era de ellos y consuma lo suyo; algo tena que hacer para pagar su manutencin, por eso guardaba la vaca bermeja de Mads Jensen. Saba ya cuidar del ganado y entretenerse. El mastn de la hacienda estaba sentado al sol, orgulloso de su perrera y ladrando a todos los que pasaban; cuando llueve se mete en la casita, donde se tumba, seco y caliente. El hijo de Ana Isabel estaba sentado al sol en la zanja, tallando una estaca; en primavera haba tres freseras floridas que seguramente daran fruto. Era un pensamiento agradable; mas no hubo fresas. All estaba l, expuesto al viento y a la intemperie, calado hasta los huesos; para secarse las ropas que llevaba puestas no tena ms fuego que el viento cortante. Si trataba de refugiarse en el cortijo, lo echaban a golpes y empujones; era demasiado feo y asqueroso, decan las sirvientas y los mozos. Estaba acostumbrado a aquel trato. Nunca lo haba querido nadie. Qu fue del hijo de Ana Isabel? Qu podra ser del muchacho? su destino era ste: jams sentira el cario de nadie. Arrojado de la tierra firme, fue a remar en una msera lancha, mientras el barquero beba. Sucio y feo, helado y voraz, se habra dicho que nunca estaba harto; y, en efecto, as era. El ao estaba ya muy avanzado, el tiempo era duro y tempestuoso, y el viento penetraba cortante a travs 13. de las gruesas ropas. Y an era peor en el mar, surcado por una pobre barca de vela con slo dos hombres a bordo, o, mejor, uno y medio: el patrn y su ayudante. Durante todo el da haba reinado una luz crepuscular, que en el momento de nuestra narracin se haca an ms oscura; el fro era intenssimo. El patrn sorbi un trago de aguardiente para calentarse por dentro. La botella era vieja, y tambin la copa, cuyo roto pie haba sido sustituido por un tarugo de madera, tallado y pintado de azul; gracias a l se sostena. Un trago reconforta, pero dos reconfortan ms todava, pens el patrn. El muchacho segua sentado al remo, que sostena con su mano dura y embreada. Realmente era feo, con el cabello hirsuto y el cuerpo achaparrado y encorvado. Segn la gente, era el chico del pen caminero mas de acuerdo con el registro de la parroquia, era el hijo de Ana Isabel. El viento cortaba a su manera, y la lancha lo haca a la suya. La vela, que haba cogido el viento, se hinch, y la embarcacin se lanz a una carrera velocsima; todo en derredor era spero y hmedo, pero las cosas podan ponerse an peores. Alto! Qu ha pasado? Un choque? Un salto? Qu hace la barca? Vira de bordo! Ha sido una tromba, una oleada? El remero lanz un grito: -Dios nos ampare! La embarcacin haba chocado contra un enorme arrecife submarino, y se hunda como un zapato viejo en la balsa del pueblo, se hunda con toda su tripulacin, hasta con las ratas, como suele decirse. Ratas s haba, pero lo que es hombres, tan slo uno y medio: el patrn y el chico del pen caminero. Nadie presenci el drama aparte las chillonas gaviotas y los peces del fondo, y an stos no lo vieron bien, pues huyeron asustados cuando el agua invadi la barca que se hunda. Apenas qued a una braza de fondo, con los dos tripulantes sepultados, olvidados. nicamente sigui flotando la copa con su pie de madera azul, pues el tarugo la mantena a flote; march a la deriva, para romperse y ser arrojada a la orilla, dnde y cundo? Bah! Qu importa eso! Haba prestado su servicio y se haba hecho querer. No poda decir otro tanto el hijo de Ana Isabel. Pero en el reino de los cielos, ningn alma podr decir: Nadie me ha querido!. Ana Isabel viva en la ciudad desde haca ya muchos aos. La llamaban seora, y ergua la cabeza cuando hablaba de viejos recuerdos, de los tiempos del palacio condal, en que sala a pasear en coche y alternaba con condesas y baronesas. Su dulce condecito haba sido un verdadero ngel de Dios, la criatura ms cariosa que imaginarse pueda. La quera mucho, y ella a l. Se haban besado y acariciado; era su alegra, la mitad de su vida. Ahora era ya mayor, con sus catorces aos, muy instruido y muy guapo. No lo haba vuelto a ver desde que lo llevara en brazos. Haca muchos aos que no iba al palacio de los condes. Era todo un viaje ir hasta all. -Tendr que decidirme -dijo Ana Isabel-. He de ir a ver a mis seores, a mi precioso condecito. Seguramente me echa de menos, se acuerda de m me quiere como entonces, cuando me rodeaba el cuello con sus bracitos de ngel y me deca An-Lis. Pareca la voz de un violn. S, he de ir a verlo. Parti en la carreta de bueyes e hizo parte del camino a pie. Lleg al palacio condal, espacioso y brillante; y, como antes, se qued en el jardn. Todo el servicio era nuevo; nadie conoca a Ana Isabel, nadie saba el cargo que en otros tiempos haba desempeado en la casa. Ya se lo diran la seora condesa y su hijo. De seguro que ellos la echaban de menos. Y all estaba Ana Isabel. Tuvo que esperar largo rato, y quien espera desespera. Antes de que los seores 14. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva pasaran al comedor fue recibida por la condesa, que le dirigi palabras muy amables. A su pequeo no lo vera hasta despus de comer; ya la llamaran entonces. Qu alto, espigado y esbelto estaba! Conservaba aquellos ojos preciosos y su boquita de ngel. La mir sin decirle una palabra; seguramente no la haba reconocido. Se Volvi para marcharse, pero entonces ella le cogi la mano y se la llev a sus labios. -Est bien! -dijo l-, y sali de la habitacin; l, el objeto de todo su cario, a quien haba querido y segua queriendo por encima de todo, su orgullo en la Tierra. Ana Isabel parti del palacio, y se alej por el camino vecinal. Se senta muy triste. Se le haba mostrado tan extrao, sin un pensamiento, sin una palabra para ella. Y pensar que lo haba llevado en brazos da y noche, y que segua llevndolo en el pensamiento. En esto pas volando sobre el camino, a poca altura, un gran cuervo negro, que graznaba incesantemente. -Pajarraco de mal agero! -exclam ella. Lleg frente a la casa del pen caminero, y, como la mujer se hallara en la puerta, entablaron conversacin. -Cmo te luce el pelo! -dijo la mujer del pen-. Ests rolliza y redonda. Parece que te van bien las cosas. -Desde luego -respondi Ana Isabel. -La barca se fue a pique con ellos -dijo la mujer-. Se ahogaron, el patrn Lars y el chico. Todo termin. Yo haba esperado que el muchacho me ayudase algn da, y trajera unos chelines a casa. A ti nada te cost, Ana Isabel! -Ahogados! -exclam Ana Isabel, y ya no pronunci una palabra ms sobre el drama. Estaba afligida porque su condecito no le haba dirigido la palabra, con lo que ella lo quera, y despus de haber recorrido aquel largo camino para llegar al palacio. Y el dinero que le haba costado, y todo intilmente. Pero nada dijo de lo ocurrido. No quera abrir su corazn a la mujer del pen caminero. A lo mejor habra pensado que ya no tena prestigio en el palacio. El cuervo volvi a graznar encima de su cabeza. -Maldito pajarraco! -exclam-. Bastante me ha asustado hoy. Llevaba caf en grano y achicoria. Sera una buena accin drselo a la mujer para que preparase unas tazas de caf caliente. Tambin a ella le sentara bien. Y la mujer sali a preparar la infusin, mientras Ana Isabel se sentaba en una silla y se quedaba dormida. Y he aqu que so con l; nunca le haba ocurrido, qu cosa ms rara! So con su propio hijo, que haba llorado y sufrido hambre en aquella casa; nadie haba cuidado de l, y ahora estaba en el fondo del mar, Dios saba dnde. So que se le presentaba all, mientras la mujer del pen sala a preparar caf; le llegaba incluso el aroma de los granos. Y en la puerta, de pie, haba un mozo hermossimo, tanto como el condecito, que le deca: -Se hunde el mundo! Cgete fuertemente a m, que despus de todo eres mi madre! Tienes un ngel en el cielo. Cgete a m, cgete fuertemente! 15. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva En esto se produjo un gran estruendo; seguramente era el mundo que se sala de quicio. Pero el ngel la levant, sostenindola tan firmemente por las mangas que a ella le pareci que la levantaban de la Tierra. Pero algo muy pesado se haba agarrado a sus piernas y la sujetaba por la espalda, como si centenares de mujeres la agarrasen, diciendo: Si t has de salvarte, tambin hemos de salvarnos nosotras! Tente firme, tente firme!. Y todas se colgaban de ella. Aquello era demasiado. Se oy un ris, ras!, la manga se desgarr, y Ana Isabel cay desde una altura enorme. La despert la sacudida y estuvo a punto de irse al suelo con la silla en que se sentaba. Se senta tan trastornada, que no recordaba siquiera lo que haba soado: indudablemente haba sido algo malo. Tomaron el caf y hablaron, y luego Ana Isabel se encamin a la ciudad prxima, para ver al carretero, con el que deba regresar a su tierra aquella misma noche. Mas el hombre le dijo que no poda emprender el regreso hasta la tarde del da siguiente. Calcul ella entonces lo que le costara quedarse all, as como la distancia, y le pareci que la abreviara cosa de dos millas si, en vez de seguir la carretera, tomaba por la costa. El tiempo era esplndido, y brillaba la luna llena. Ana Isabel decidi marcharse a pie; al da siguiente podra estar en casa. El sol se haba puesto y las campanas vespertinas doblaban an; pero no, eran las ranas de Peder Oxe, que croaban en el cenagal. Cuando se callaron, todo qued silencioso; no se oa ni un pjaro, todos se haban acostado, y la lechuza an no haba salido. Reinaba un gran silencio en el bosque y en la orilla, por la que andaba; slo perciba el rumor de sus propios pasos en la arena. No se oa ni el chapoteo del agua; del mar no llegaba ni un rumor. Todo estaba mudo, los vivos y los muertos. Ana Isabel segua caminando sin pensar en nada. Haba abandonado sus pensamientos, pero sus pensamientos no la abandonaban a ella. No nos dejan nunca, yacen como adormecidos, tanto los vivos, que se han echado un momento a descansar, como los que no se han despertado an. Pero acuden, siempre; ora se agitan en el corazn o en la cabeza, ora nos acometen impensadamente. Toda buena accin lleva su bendicin, est escrito all; y tambin: En el pecado est la muerte. Muchas cosas hay all escritas, muchas se dicen, slo que se ignoran, no se piensa en ellas. Esto le ocurra a Ana Isabel. Mas pueden presentarse de repente, pueden acudir. En nuestro corazn -el tuyo, el mo- hay los grmenes de todos los vicios y de todas las virtudes. Estn en l como diminutas e invisibles semillas. Un da llega del exterior un rayo de sol, el contacto de una mano perversa. Vuelves una esquina, a derecha o a izquierda, pues un detalle as puede ser decisivo, y la minscula semilla se agita, se hincha, estalla y vierte su jugo en la sangre. Y ya ests en camino. Hay pensamientos angustiosos, que uno no advierte cuando est, sumido en sueos, pero que se agitan. Ana Isabel andaba como en sueos y sus pensamientos se movan. De una Candelaria a la siguiente, el corazn registra muchas cosas en su tablilla, el balance de todo un ao. Muchas cosas han sido olvidadas: pecados de pensamiento y de palabra contra Dios, contra nuestros prjimos y contra nuestra propia conciencia. No pensamos en ellos, como tampoco pens Ana Isabel; nada de malo haba cometido contra la ley y el derecho de su pas, era bien considerada, honrada y respetable lo saba bien. Y segua avanzando por la orilla... Qu era aquello que yaca en el suelo? Se detuvo. Qu haba arrojado el mar? Un sombrero viejo de hombre. Se habra cado por la borda? Se acerc a la prenda, volvi a detenerse y mir: Qu era aquello? Se asust mucho, y, sin embargo, nada haba all que pudiese asustarla. Slo un montn de algas y juncos enredados en torno a una piedra alargada, que pareca un cuerpo humano. No eran sino algas y juncos, y, sin embargo, ella se asust. Y al proseguir su camino le vinieron a la mente muchas cosas que oyera de nia. Aquellas supersticiones acerca del fantasma de la costa, el espectro de los cuerpos insepultos arrojados por las olas a la playa. El cuerpo muerto, que nada haca, pero cuyo 16. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva espectro, el fantasma de la playa, segua al caminante solitario, se agarraba fuertemente a l y le peda que lo llevase al cementerio y le diese cristiana sepultura. Tente firme, tente firme!, deca. Y al repetir para s estas palabras Ana Isabel, se le present de repente todo su sueo, con las madres cogidas a ella y exclamando: Tente firme, tente firme!. Y luego el mundo se haba hundido, y se le haban desgarrado las mangas, y se haba desprendido de su hijo, que se esforzaba por llevarla consigo al juicio final. Su hijo, el hijo de su carne y de su sangre, al que nunca quisiera, en quien nunca haba pensado, aquel hijo estaba ahora en el fondo del mar. Poda aparecrsele en figura de espectro y gritarle: Cgeme fuerte, cgeme fuerte! Llvame a tierra cristiana!. Y al pensar en esto, la angustia le espole los talones, obligndola a apresurar el paso. El miedo, como una mano fra y hmeda, le apretaba el corazn. Se sinti a punto de desmayarse, y al mirar a lo lejos, mar adentro, vio que el aire se volva ms denso y espeso. Descenda una pesada niebla, envolviendo rboles y matas, y dndoles un aspecto maravilloso. Se volvi ella a mirar la luna, que quedaba a su espalda y pareca un disco plido, sin rayos, y sinti como si algo muy pesado se posara sobre sus miembros. Tente firme, tente firme!, pens, y al volverse a mirar a la luna le pareci como si su blanca cara estuviese junto a ella, y como si la niebla colgara sobre sus hombros a modo de blanco sudario: Cgeme fuerte! Llvame a tierra cristiana!, crey or, y le pareci percibir tambin un sonido hueco y extrao, que no vena ni de las ranas del pantano, ni de los cuervos, ni de las cornejas, pues no vea ninguna. Entirrame, entirrame!, deca una voz gritando. S, era el espectro de su hijo, yaciente en el fondo del mar, y que no encontraba reposo mientras no fuera llevado al cementerio y depositado en tierra cristiana. Quiso ir all y darle sepultura, y tom la direccin de la iglesia. Le pareci entonces como si la carga se hiciera ms liviana y desapareciera; reemprendi su camino anterior, el ms corto para ir a su casa. Pero de nuevo oy: Cgeme fuerte, cgeme fuerte!. Resonaba como el croar de las ranas, como el grito de un ave quejumbrosa, pero ahora se entenda claramente: Entirrame, por amor de Dios, entirrame!. La niebla era fra y hmeda; la mano y el rostro de la mujer lo estaban tambin, pero de terror. Senta la presencia de algo, y en su mente se haba hecho espacio para pensamientos que nunca haba tenido antes. En las tierras del Norte, los hayedos pueden abrirse en una noche de primavera, y presentarse en su juvenil magnificencia bajo el sol del da siguiente. Tambin en un segundo, la semilla del pecado que hay latente en nuestra vida puede germinar y desarrollarse. Y as lo hace cuando despierta la conciencia, que Dios despabila cuando menos lo esperamos. No hay disculpa posible, el hecho est all, testificando en contra de nosotros; los pensamientos se tornan palabras, y stas resuenan en los espacios. Nos espantamos de lo que hemos estado llevando dentro sin conseguir sofocarlo; nos espantamos de lo que hemos propagado en nuestra presuncin y ligereza. El corazn encierra en s todas las virtudes, pero tambin todos los vicios, los cuales pueden germinar y crecer, hasta en la tierra ms estril. Todo esto estaba encerrado en los pensamientos de Ana Isabel. Anonadada, cay al suelo y continu un trecho a rastras. Entirrame, entirrame!, oa; y habra querido enterrarse a s misma si la tumba hubiese significado eterno olvido. Era la hora tremenda de su despertar, con toda su angustia y su horror. Un supersticioso terror le produca escalofros; acudan a su mente muchas cosas de las que nunca hubiera querido acordarse. Silenciosa, como la sombra de una nube a la luz de la luna, caminaba delante de ella una aparicin de la que oyera hablar en otros tiempos. Junto a ella pasaban galopando cuatro jadeantes corceles, despidiendo fuego por los ojos y los ollares, tirando de un coche ardiente ocupado por el perverso seor que ms de un siglo atrs haba vivido en aquella comarca. Se deca que cada media noche recorra su propiedad y se volva enseguida. No era blanco, como parece que son los muertos, sino negro como carbn, como carbn consumido. Hizo un gesto con la cabeza dirigindose a Ana Isabel, y, guindole el ojo le dijo: Cgete firme, cgete firme! An podrs montar en el coche de los condes y olvidar a tu hijo!. 17. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Ella apret el paso y lleg al cementerio; pero las cruces negras y los negros cuervos flotaban, confundindose ante sus ojos. Los cuervos gritaban como el que haba odo antes, pero ahora comprenda su lenguaje: Soy un cuervo madre, soy un cuervo madre!, decan todos, y Ana Isabel saba que aquel nombre se aplicaba a ella. Tal vez sera transformada en uno de aquellos negros pajarracos y condenada a gritar incesantemente lo que ellos gritaban si no consegua cavar la tumba. Se arroj al suelo, y con las manos cav un hoyo en la dura tierra; y la sangre le manaba de los dedos. Entirrame, entirrame!, resonaba la voz sin cesar. Ella tema or el canto del gallo y ver la primera luz de la aurora; pues si no haba terminado su trabajo antes, estaba perdida. Y cant el gallo, y el cielo levantino se ti de rojo. La tumba estaba slo medio abierta. Una mano glida le resbal por la cabeza y el rostro, hasta el corazn. Slo media tumba!, se oy en el aire como en un suspiro, y algo pas flotando en direccin al mar. S, era el fantasma de la orilla. A su contacto, Ana Isabel se desplom, rendida y desmayada. Era ya pleno da cuando volvi en s. Dos hombres la levantaron. No estaba en el cementerio, sino en la playa, donde haba excavado un profundo hoyo en la arena, cortndose los dedos con una copa rota que tena por pie un tarugo de madera pintado de azul. Ana Isabel estaba enferma; la conciencia haba mezclado las cartas de la supersticin, y, al cortarlas, haba descubierto que slo tena media alma; la otra mitad se la haba llevado consigo su hijo al fondo del mar. Nunca obtendra ya la gracia del cielo, mientras no recuperase aquella mitad de alma que retenan las aguas profundas. Ana Isabel lleg a su casa, mas ya no era la que haba sido. Sus ideas se embrollaban como una madeja enredada; slo una hebra quedaba desenmaraada: deba llevar al cementerio el fantasma de la orilla y darle sepultura; con ello recuperara su alma entera. Muchas noches notaron los vecinos que se ausentaba de su casa; siempre la encontraban en la playa, esperando la aparicin del espectro. As transcurri un ao entero; luego desapareci una noche y ya nada supieron de su paradero. Se pasaron todo el da siguiente buscndola sin resultado. Al atardecer, cuando el sacristn lleg a la iglesia para tocar a vsperas, vio a Ana Isabel tendida delante del altar. Llevaba all desde la maana, casi exhausta, pero con los ojos luminosos y un brillo rojizo en la cara, producido por los ltimos rayos del sol, que le daban en pleno rostro y se reflejaban tambin en las relucientes abrazaderas de la Biblia; sta apareca abierta en la pgina donde se leen aquellas palabras del profeta Joel: Rueguen sus corazones y no sus vestidos, convirtindose al Seor!. Casualidad -dijo la gente-. Hay tantas casualidades!. En la cara de Ana Isabel, iluminada por el sol, se lea la paz y la gracia. Haba sido mejor as para ella, dijeron; haba superado la crisis. Por la noche se le haba aparecido el espectro de la playa, su hijo, dicindole: Cavaste slo media tumba para m, pero durante mucho tiempo me tuviste sepultado en tu corazn, y ste es el mejor refugio de una madre para su hijo. Y devolvindole la mitad del alma, la condujo hasta la iglesia. - Ahora estoy en la casa de Dios -dijo ella-. Y aqu se est a salvo. Cuando se acab de poner el sol, el alma de Ana Isabel estaba en lo alto, all donde no existe el temor cuando uno ha luchado. Y Ana Isabel haba luchado hasta el fin. FIN 18. Ana Isabel - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva 19. Baila, baila, muequita! - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Baila, baila, muequita! [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen -S, es una cancin para las nias muy pequeas -asegur ta Malle-. Yo, con la mejor voluntad del mundo, no puedo seguir este Baila, baila, muequita ma! -Pero la pequea Amalia si la segua; slo tena 3 aos, jugaba con muecas y las educaba para que fuesen tan listas como ta Malle. Vena a la casa un estudiante que daba lecciones a los hermanos y hablaba mucho con Amalita y sus muecas, pero de una manera muy distinta a todos los dems. La pequea lo encontraba muy divertido, y, sin embargo, ta Malle opinaba que no saba tratar con nios; sus cabecitas no sacaran nada en limpio de sus discursos. Pero Amalita s sacaba, tanto, que se aprendi toda la cancin de memoria y la cantaba a sus tres muecas, dos de las cuales eran nuevas, una de ellas una seorita, la otra un caballero, mientras la tercera era vieja y se llamaba Lise. Tambin ella oy la cancin y particip en ella. Baila, baila, muequita, qu fina es la seorita! Y tambin el caballero con sus guantes y sombrero, calzn blanco y frac planchado y muy brillante calzado. Son bien finos, a fe ma. Baila, muequita ma. Ah est Lisa, que es muy vieja, aunque ahora no semeja, con la cera que le han dado, que sea del ao pasado. Como nueva est y entera. Baila con tu compaera, sern tres para bailar. Bien nos vamos a alegrar! Baila, baila, muequita, pie hacia fuera, tan bonita. Da el primer paso, garbosa, siempre esbelta y tan graciosa. Gira y salta sin parar, que muy sano es el saltar. Vaya baile delicioso! 20. Baila, baila, muequita! - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Son un grupo primoroso! Y las muecas comprendan la cancin; Amalita tambin la comprenda, y el estudiante, claro est. l la haba compuesto, y deca que era estupenda. Slo ta Malle no la entenda; no estaba ya para nieras. -Es una bobada! -deca. Pero Amalita no es boba, y la canta. Por ella es por quien la sabemos. FIN Agradecemos al escritor 21. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Bajo el sauce [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen La comarca de Kjge es cida y pelada; la ciudad est a orillas del mar, y esto es siempre una ventaja, pero es innegable que podra ser ms hermosa de lo que es en realidad; todo alrededor son campos lisos, y el bosque queda a mucha distancia. Sin embargo, cuando nos encontramos a gusto en un lugar, siempre descubrimos algo de bello en l, y ms tarde lo echaremos de menos, aunque nos hallemos en el sitio ms hermoso del mundo. Y forzoso es admitir que en verano tienen su belleza los arrabales de Kjge, con sus pobres jardincitos extendidos hasta el arroyo que all se vierte en el mar; y as lo crean en particular Knud y Juana, hijos de dos familias vecinas, que jugaban juntos y se reunan atravesando a rastras los groselleros. En uno de los jardines creca un saco, en el otro un viejo sauce, y debajo de ste gustaban de jugar sobre todo los nios; y se les permita hacerlo, a pesar de que el rbol estaba muy cerca del ro, y los chiquillos corran peligro de caer en l. Pero el ojo de Dios vela sobre los pequeuelos -de no ser as, mal iran las cosas!-. Por otra parte, los dos eran muy prudentes; el nio tena tanto miedo al agua, que en verano no haba modo de llevarlo a la playa, donde tan a gusto chapoteaban los otros rapaces de su edad; eso lo haca objeto de la burla general, y l tena que aguantarla. Un da la hijita del vecino, Juana, so que navegaba en un bote de vela en la Baha de Kjge, y que Knud se diriga hacia ella vadeando, hasta que el agua le lleg al cuello y despus lo cubri por entero. Desde el momento en que Knud se enter de aquel sueo, ya no soport que lo tachasen de miedoso, aduciendo como prueba al sueo de Juana. ste era su orgullo, mas no por eso se acercaba al mar. Los pobres padres se reunan con frecuencia, y Knud y Juana jugaban en los jardines y en el camino plantado de sauces que discurra a lo largo de los fosos. Bonitos no eran aquellos rboles, pues tenan las copas como podadas, pero no los haban plantado para adorno, sino para utilidad; ms hermoso era el viejo sauce del jardn a cuyo pie, segn ya hemos dicho, jugaban a menudo los dos amiguitos. En la ciudad de Kjge hay una gran plaza-mercado, en la que, durante la feria anual, se instalan verdaderas calles de puestos que venden cintas de seda, calzados y todas las cosas imaginables. Haba entonces un gran gento, y generalmente llova; adems, apestaba a sudor de las chaquetas de los campesinos, aunque ola tambin a exquisito alaj, del que haba toda una tienda abarrotada; pero lo mejor de todo era que el hombre que lo venda se alojaba, durante la feria, en casa de los padres de Knud, y, naturalmente, lo obsequiaba con un pequeo pan de especias, del que participaba tambin Juana. Pero haba algo que casi era ms hermoso todava: el comerciante saba contar historias de casi todas las cosas, incluso de sus turrones, y una velada explic una que produjo tal impresin en los nios, que jams pudieron olvidarla; por eso ser conveniente que la oigamos tambin nosotros, tanto ms, cuanto que es muy breve. -Sobre el mostrador -empez el hombre- haba dos moldes de alaj, uno en figura de un hombre con sombrero, y el otro en forma de mujer sin sombrero, pero con una mancha de oropel en la cabeza; tenan 22. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva la cara de lado, vuelta hacia arriba, y haba que mirarlos desde aquel ngulo y no del revs, pues jams hay que mirar as a una persona. El hombre llevaba en el costado izquierdo una almendra amarga, que era el corazn, mientras la mujer era dulce toda ella. Estaban para muestra en el mostrador, y llevaban ya mucho tiempo all, por lo que se enamoraron; pero ninguno lo dijo al otro, y, sin embargo, preciso es que alguien lo diga, si ha de salir algo de tal situacin. Es hombre, y por tanto, tiene que ser el primero en hablar, pensaba ella; no obstante, se habra dado por satisfecha con saber que su amor era correspondido. Los pensamientos de l eran mucho ms ambiciosos, como siempre son los hombres; soaba que era un golfo callejero y que tena cuatro chelines, con los cuales se compraba la mujer y se la coma. As continuaron por espacio de das y semanas en el mostrador, y cada da estaban ms secos; y los pensamientos de ella eran cada vez ms tiernos y femeninos: Me doy por contenta con haber estado sobre la mesa con l, pens, y se rompi por la mitad. Si hubiese conocido mi amor, de seguro que habra resistido un poco ms, pens l. - Y sta es la historia y aqu estn los dos - dijo el turronero. - Son notables por su vida y por su silencioso amor, que nunca conduce a nada. Vedlos ah! - y dio a Juana el hombre, sano y entero, y a Knud, la mujer rota; pero a los nios les haba emocionado tanto el cuento, que no tuvieron nimos para comerse la enamorada pareja. Al da siguiente se dirigieron, con las dos figuras, al cementerio, y se detuvieron junto al muro de la iglesia, cubierto, tanto en verano como en invierno, de un rico tapiz de hiedra; pusieron al sol los pasteles, entre los verdes zarcillos, y contaron a un grupo de otros nios la historia de su amor, mudo e intil, y todos la encontraron maravillosa; y cuando volvieron a mirar a la pareja de alaj, un muchacho grandote se haba comido ya la mujer despedazada, y esto, por pura maldad. Los nios se echaron a llorar, y luego -y es de suponer que lo hicieron para que el pobre hombre no quedase solo en el mundo- se lo comieron tambin; pero en cuanto a la historia, no la olvidaron nunca. Los dos chiquillos seguan reunindose bajo el sauce o junto al saco, y la nia cantaba canciones bellsimas con su voz argentina. A Knud, en cambio, se le pegaban las notas a la garganta, pero al menos se saba la letra, y ms vale esto que nada. La gente de Kjge, y entre ella la seora de la quincallera, se detenan a escuchar a Juana. - Qu voz ms dulce! - decan. Aquellos das fueron tan felices, que no podan durar siempre. Las dos familias vecinas se separaron; la madre de la nia haba muerto, el padre deseaba ir a Copenhague, para volver a casarse y buscar trabajo; quera establecerse de mandadero, que es un oficio muy lucrativo. Los vecinos se despidieron con lgrimas, y sobre todo lloraron los nios; los padres se prometieron mutuamente escribirse por lo menos una vez al ao. Y Knud entr de aprendiz de zapatero; era ya mayorcito y no se le poda dejar ocioso por ms tiempo. Entonces recibi la confirmacin. Ah, qu no hubiera dado por estar en Copenhague aquel da solemne, y ver a Juanita! Pero no pudo ir, ni haba estado nunca, a pesar de que no distaba ms de cinco millas de Kjge. Sin embargo, a travs de la baha, y con tiempo despejado, Knud haba visto sus torres, y el da de la confirmacin distingui 23. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva claramente la brillante cruz dorada de la iglesia de Nuestra Seora. Oh, cmo se acord de Juana! Y ella, se acordara de l? S, se acordaba. Hacia Navidad lleg una carta de su padre para los de Knud. Las cosas les iban muy bien en Copenhague, y Juana, gracias a su hermosa voz, iba a tener una gran suerte; haba ingresado en el teatro lrico; ya ganaba algn dinerillo, y enviaba un escudo a sus queridos vecinos de Kjge para que celebrasen unas alegres Navidades. Quera que bebiesen a su salud, y la nia haba aadido de su puo y letra estas palabras: Afectuosos saludos a Knud!. Todos derramaron lgrimas, a pesar de que las noticias eran muy agradables; pero tambin se llora de alegra. Da tras da Juana haba ocupado el pensamiento de Knud, y ahora vio el muchacho que tambin ella se acordaba de l, y cuanto ms se acercaba el tiempo en que ascendera a oficial zapatero, ms claramente se daba cuenta de que estaba enamorado de Juana y de que sta deba ser su mujer; y siempre que le vena esta idea se dibujaba una sonrisa en sus labios y tiraba con mayor fuerza del hilo, mientras tesaba el tirapi; a veces se clavaba la lezna en un dedo, pero qu importa! Desde luego que no sera mudo, como los dos moldes de alaj; la historia haba sido una buena leccin. Y ascendi a oficial. Se colg la mochila al hombro, y por primera vez en su vida se dispuso a trasladarse a Copenhague; ya haba encontrado all un maestro. Qu sorprendida quedara Juana, y qu contenta! Contaba ahora 16 aos, y l, 19. Ya en Kjge, se le ocurri comprarle un anillo de oro, pero luego pens que seguramente los encontrara mucho ms hermosos en Copenhague. Se despidi de sus padres, y un da lluvioso de otoo emprendi el camino de la capital; las hojas caan de los rboles, y calado hasta los huesos lleg a la gran Copenhague y a la casa de su nuevo patrn. El primer domingo se dispuso a visitar al padre de Juana. Sac del bal su vestido de oficial y el nuevo sombrero que se trajera de Kjge y que tan bien le sentaba; antes haba usado siempre gorra. Encontr la casa que buscaba, y subi los muchos peldaos que conducan al piso. Era para dar vrtigo la manera cmo la gente se apilaba en aquella enmaraada ciudad! La vivienda respiraba bienestar, y el padre de Juana lo recibi muy afablemente. A su esposa no la conoca, pero ella le alarg la mano y lo invit a tomar caf. -Juana estar contenta de verte -dijo el padre-. Te has vuelto un buen mozo. Ya la vers; es una muchacha que me da muchas alegras y, Dios mediante, me dar ms an. Tiene su propia habitacin, y nos paga por ella. Y el hombre llam delicadamente a la puerta, como si fuese un forastero, y entraron -qu hermoso era all!-. Seguramente en todo Kjge no haba un aposento semejante: ni la propia Reina lo tendra mejor. Haba alfombras; en las ventanas, cortinas que llegaban hasta el suelo, un silln de terciopelo autntico y en derredor flores y cuadros, adems de un espejo en el que uno casi poda meterse, pues era grande como una puerta. Knud lo abarc todo de une ojeada, y, sin embargo, slo vea a Juana; era una moza ya crecida, muy distinta de como la imaginara, slo que mucho ms hermosa; en toda Kjge no se encontrara otra como ella; qu fina y delicada! La primera mirada que dirigi a Knud fue la de una extraa, pero dur slo un instante; luego se precipit hacia l como si quisiera besarle. No lo hizo, pero poco le falt. S, estaba muy contenta de volver a ver al amigo de su niez. No brillaban lgrimas en sus 24. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva ojos? Y despus empez a preguntar y a contar, pasando desde los padres de Knud hasta el saco y el sauce; madre saco y padre sauce, como los llamaba, cual si fuesen personas; pero bien podan pasar por tales, si lo haban sido los pasteles de alaj. De stos habl tambin y de su mudo amor, cuando estaban en el mostrador y se partieron... y la muchacha se rea con toda el alma, mientras la sangre aflua a las mejillas de Knud, y su corazn palpitaba con violencia desusada. No, no se haba vuelto orgullosa. Y ella fue tambin la causante -bien se fij Knud- de que sus padres lo invitasen a pasar la velada con ellos. Sirvi el t y le ofreci con su propia mano una taza luego cogi un libro y se puso a leer en alta voz, y al muchacho le pareci que lo que lea trataba de su amor, hasta tal punto concordaba con sus pensamientos. Luego cant una sencilla cancin, pero cantada por ella se convirti en toda una historia; era como si su corazn se desbordase en ella. S, indudablemente quera a Knud. Las lgrimas rodaron por las mejillas del muchacho sin poder l impedirlo, y no pudo sacar una sola palabra de su boca; se acusaba de tonto a s mismo, pero ella le estrech la mano y le dijo: -Tienes un buen corazn, Knud. S siempre como ahora. Fue una velada inolvidable. Son ocasiones despus de las cuales no es posible dormir, y Knud se pas la noche despierto. Al despedirlo el padre de Juana le haba dicho: -Ahora no nos olvidars. Espero que no pasar el invierno sin que vuelvas a visitarnos. Por ello, bien poda repetir la visita el prximo domingo; y tal fue su intencin. Pero cada velada, terminado el trabajo -y eso que trabajaba hasta entrada la noche-, Knud sala y se iba hasta la calle donde viva Juana; levantaba los ojos a su ventana, casi siempre iluminada, y una noche vio incluso la sombra de su rostro en la cortina -fue una noche maravillosa-. A la seora del zapatero no le parecan bien tantas salidas vespertinas, y meneaba la cabeza dubitativamente; pero el patrn se sonrea: -Es joven! -deca. El domingo nos veremos, y le dir que es la reina de todos mis pensamientos y que ha de ser mi esposa. Slo soy un pobre oficial zapatero, pero puedo llegar a maestro; trabajar y me esforzar (s, se lo voy a decir). A nada conduce el amor mudo, lo s por aquellos alajs. Y lleg el domingo, y Knud se fue a casa de Juana. Pero, qu pena! Estaban invitados a otra casa, y tuvieron que decirlo al mozo. Juana le estrech la mano y le pregunt: -Has estado en el teatro? Pues tienes que ir. Yo canto el mircoles, y, si tienes tiempo, te enviar una entrada. Mi padre sabe la direccin de tu amo. Qu atencin ms cariosa de su parte! Y el mircoles lleg, efectivamente, un sobre cerrado que contena la entrada, pero sin ninguna palabra, y aquella noche Knud fue por primera vez en su vida al teatro. Qu vio? Pues s, vio a Juana, tan hermosa y encantadora; cierto que estaba casada con un desconocido, pero aquello era comedia, una cosa imaginaria, bien lo saba Knud; de otro modo, ella no habra osado enviarle la entrada para que lo viera. Al terminar, todo el pblico aplaudi y grit hurra!, y Knud tambin. Hasta el Rey sonri a Juana, como si hubiese sentido mucho placer en verla actuar. Dios mo, qu 25. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva pequeo se senta Knud! Pero la quera con toda su alma, y ella lo quera tambin; pero es el hombre quien debe pronunciar la primera palabra, as lo pensaba tambin la figura del cuento. Tena mucha enjundia aquella historia! No bien lleg el domingo, Knud se encamin nuevamente a casa de Juana. Su estado de espritu era serio y solemne, como si fuera a recibir la Comunin. La joven estaba sola y lo recibi; la ocasin no poda ser ms propicia. -Has hecho muy bien en venir -le dijo-. Estuve a punto de enviarte un recado por mi padre, pero present que volveras esta noche. Debo decirte que el viernes me marcho a Francia; tengo que hacerlo, si quiero llegar a ser algo. Knud sinti como si el cuarto diera vueltas a su alrededor, y le pareci que su corazn iba a estallar. No asom ni una lgrima a sus ojos, pero su desolacin no era menos visible. -Mi bueno y fiel amigo... -dijo ella, y sus palabras desataron la lengua del muchacho. Le dijo cmo la quera y cmo deseaba que fuese su esposa. Y al pronunciar estas palabras, vio que Juana palideca y, soltndole la mano, le dijo con acento grave y afligido: -No quieras que los dos seamos desgraciados, Knud! Yo ser siempre una buena hermana para ti, siempre podrs contar conmigo, pero nada ms -y le pas la mano suave por la ardorosa frente-. Dios nos da la fuerza necesaria, con tal que nosotros lo queramos. En aquel momento la madrastra entr en el aposento. -Knud est desolado porque me marcho -dijo Juana Vamos, s un hombre!- y le dio un golpe en el hombro; era como si no hubiesen hablado ms que del viaje. -Chiquillo! -aadi-. Vas a ser bueno y razonable, como cuando de nios jugbamos debajo del sauce. Le pareci a Knud que el mundo se haba salido de quicio; sus ideas eran como una hebra suelta flotando a merced del viento. Se qued sin saber si lo haban invitado o no, pero todos se mostraron afables y bondadosos; Juana le sirvi t y cant. No era ya aquella voz de antes, y, no obstante, sonaba tan maravillosamente, que el corazn del muchacho estaba a punto de estallar. Y as se despidieron. Knud no le alarg la mano, pero ella se la cogi, diciendo: -Estrecha la mano de tu hermana para despedirte, mi viejo hermano de juego! -y se sonrea entre las lgrimas que le rodaban por las mejillas; y volvi a llamarlo hermano. Valiente consuelo! Tal fue la despedida. Se fue ella a Francia, y Knud sigui vagando por las sucias calles de Copenhague. Los compaeros del taller le preguntaron por qu estaba siempre tan caviloso, y lo invitaron a ir con ellos a divertirse; por algo era joven. Y fue con ellos al baile, donde haba muchas chicas bonitas, aunque ninguna como Juana. All, donde haba esperado olvidarse de ella, la tena ms que nunca presente en sus pensamientos. Dios nos da la fuerza necesaria, con tal que nosotros lo queramos, le haba dicho ella; una oracin acudi a su mente y junt las manos... los violines empezaron a tocar, y las muchachas a bailar en corro. Knud se asust; le 26. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva pareci que no era aqul un lugar adecuado para Juana, pues la llevaba siempre en su corazn; sali, pues, del baile y, corriendo por las calles, pas frente a la casa donde ella habla vivido. Estaba oscura; todo estaba oscuro, desierto y solitario. El mundo sigui su camino, y Knud el suyo. Lleg el invierno, y se helaron las aguas; pareca como si todo se preparase para la tumba. Pero al venir la primavera y hacerse a la mar el primer vapor, le entr a Knud un gran deseo de marcharse lejos, muy lejos a correr mundo, aunque no de ir a Francia. Cerr la mochila y se fue a Alemania, peregrinando de una poblacin a otra, sin pararse en ninguna, hasta que, al llegar a la antigua y bella ciudad de Nuremberg, le pareci que volva a ser seor de sus piernas y que poda quedarse all. Nuremberg es una antigua y maravillosa ciudad, que parece recortada de una vieja crnica ilustrada. Las calles discurren sin orden ni concierto; las casas no gustan de estar alineadas; miradores con torrecillas, volutas y estatuas resaltan por encima de las aceras, y en lo alto de los tejados, asombrosamente puntiagudos, corren canalones que desembocan sobre el centro de la calle, adoptando formas de dragones y perros de alargados cuerpos. Knud lleg a la plaza del mercado, con la mochila a la espalda, y se detuvo junto a una antigua fuente, en la que unas soberbias figuras de bronce, representativas de personajes bblicos e histricos, se levantan entre los chorros de agua que brotan del surtidor. Una hermosa muchacha que estaba sacando agua dio de beber a Knud, y como llevara un puado de rosas, le ofreci tambin una, y esto lo tom el muchacho como un buen agero. Desde la cercana iglesia le llegaban sones de rgano, tan familiares como si fueran los de la iglesia de Kjge, y el mozo entr en la vasta catedral. El sol, a travs de los cristales policromados, brillaba por entre las altas y esbeltas columnas. Un gran fervor llen sus pensamientos, y sinti en el alma una ntima paz. Busc y encontr en Nuremberg un buen maestro; se qued en su casa y aprendi la lengua. Los antiguos fosos que rodean la ciudad han sido convertidos en huertecitos, pero las altas murallas continan en pie, con sus pesadas torres. El cordelero trenza sus cuerdas en el corredor construido de vigas que, a la largo del muro, conduce a la ciudad, y all, brotando de grietas y hendeduras, crece el saco, extendiendo sus ramas por encima de las bajas casitas, en una de las cuales resida el maestro para quien trabajaba Knud. Sobre la ventanuca de la buhardilla que era su dormitorio, el arbusto inclinaba sus ramas. Residi all todo un verano y un invierno, pero al llegar la primavera no pudo resistir por ms tiempo; el saco floreci, y su fragancia le recordaba tanto su tierra, que le pareca encontrarse en el jardn de Kjge. Por eso cambi Knud de patrn, y se busc otro en el interior de la ciudad, en un lugar donde no crecieran sacos. Su taller estaba en las proximidades de un antiguo puente amurallado, encima de un bajo molino de aguas que murmuraba eternamente; por debajo flua un ro impetuoso, encajonado entre casas de cuyas paredes se proyectaban miradores corrodos, siempre a punto de caerse al agua. No haba all sacos, ni siquiera una maceta con una planta verde, pero enfrente se levantaba un viejo y corpulento sauce, que 27. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva pareca agarrarse a la casa para no ser arrastrado por la corriente. Extenda sus ramas por encima del ro, exactamente como el del jardn de Kjge lo haca por encima del arroyo. En realidad, haba ido a parar de la madre saco al padre sauce; especialmente en las noches de luna, aquel rbol le haca pensar en Dinamarca. Pero este pensamiento, ms que de la luz de la luna, vena del viejo sauce. No pudo resistirlo; y por qu no? Pregntalo al sauce, pregntalo al saco florido. Por eso dijo adis a su maestro de Nuremberg y prosigui su peregrinacin. A nadie hablaba de Juana; se guardaba su pena en el fondo del alma, dando una profunda significacin a la historia de los pasteles de alaj. Ahora comprenda por qu el hombre llevaba una almendra amarga en el costado izquierdo; tambin l senta su amargor, mientras que Juana, siempre tan dulce y afable, era pura miel. Tena la sensacin de que las correas de la mochila le apretaban hasta impedirle respirar, y las afloj, pero intilmente. A su alrededor vea tan slo medio mundo, el otro medio lo llevaba dentro; tal era su estado de nimo. Hasta el momento en que vislumbr las altas montaas no se ensanch para l el mundo; sus pensamientos salieron al exterior, y las lgrimas asomaron a sus ojos. Los Alpes se le aparecan como las alas plegadas de la Tierra, y como si aquellas alas se abrieran, con sus cuadros maravillosos de negros bosques, impetuosas aguas, nubes y masas de nieve. El da del Juicio Final, la Tierra levantar sus grandes alas, volar a Dios y estallar como una burbuja de jabn en sus luminosos rayos. Ah, si fuera el da del Juicio!, suspir. Sigui errando por el pas, que se le apareca como un vergel cubierto de csped; desde los balcones de madera lo saludaban con amables signos de cabeza las muchachas encajeras, las cumbres de las montaas se vean teidas de rojo a los rayos del sol poniente, y cuando descubri los verdes lagos entre los rboles oscuros, le vino a la mente el recuerdo de la Baha de Kjge, y sinti que su pecho se llenaba de melancola, pero no de dolor. En el lugar donde el Rin se precipita como una enorme ola y, pulverizndose, se transforma en una clara masa de nubes blancas como la nieve, como si all se forjasen las nubes -con el arco iris flotando encima cual una cinta suelta-, pens en el molino de Kjge, con sus aguas rugientes y espumeantes. Gustoso se habra quedado en la apacible ciudad del Rin; pero crecan en ella demasiados sacos y sauces, por lo que prosigui su camino, cruzando las poderosas y abruptas montaas, a travs de desplomadas paredes de rocas y de senderos que, cual nidos de golondrinas, se pegaban a las laderas. Las aguas mugan en las hondonadas, las nubes se cernan sobre su cabeza; por entre cardos, rododendros y nieve fue avanzando al calor del sol estival, hasta que dijo adis a las tierras septentrionales, y entr en una regin de castaos, viedos y maizales. Las montaas eran un muro entre l y todos sus recuerdos; y as convena que fuese. Se desplegaba ante l una ciudad grande y magnfica, llamada Miln y en ella encontr a un maestro alemn que le ofreci trabajo; era el taller de un matrimonio ya entrado en aos, gente honrada a carta cabal. El zapatero y su mujer tomaron afecto a aquel mozo apacible, de pocas palabras, pero muy trabajador, piadoso y buen cristiano. Tambin a l le pareca que Dios le haba quitado la pesada carga que oprima su corazn. http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/bajo.htm (7 of 10)07/09/2006 08:40:55 p.m. 28. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Su mayor alegra era ir de vez en cuando a la grandiosa catedral de mrmol, que le pareca construida con la nieve de su patria, toda ella tallada en estatuas, torres puntiagudas y abiertos y adornados prticos; desde cada ngulo de cada espira, de cada arco le sonrean las blancas esculturas. Encima tena el cielo azul; debajo, la ciudad y la anchurosa y verdeante llanura lombarda, mientras al Norte se desplegaba el teln de altas montaas nevadas... Entonces pensaba en la iglesia de Kjge, con sus paredes rojas, revestidas de yedra, pero no la echaba de menos; quera que lo enterrasen all, detrs de las montaas. Llevaba un ao all, y haban transcurrido tres desde que abandonara su patria, cuando un da su patrn lo llev a la ciudad, pero no al circo a ver a los caballistas, sino a la pera, la gran pera, cuyo saln era digno de verse. Colgaban all siete hileras de cortinas de seda, y desde el suelo hasta el techo, a una altura que daba vrtigo, se vean elegantsimas damas con ramos de flores en las manos, como disponindose a ir al baile, mientras los caballeros vestan de etiqueta, muchos de ellos con el pecho cubierto de oro y plata. La claridad competa con la del sol ms esplndido, y la msica resonaba fuerte y magnfica, mucho ms que en el teatro de Copenhague; pero all estaba Juana y aqu... S, fue como un hechizo! Se levant el teln, y apareci tambin Juana, vestida de oro y seda, con una corona en la cabeza. Cant como slo un ngel de Dios sabra hacerlo, y se adelant en el escenario cuanto le fue posible, sonriendo como slo Juana saba sonrer; y mir precisamente a Knud. El pobre muchacho agarr la mano de su maestro y grit: -Juana! -mas nadie lo oy sino l, pues la msica ahog su voz. Slo su amo hizo un signo afirmativo con la cabeza. -S, en efecto, se llama Juana -y, sacando un peridico, le mostr su nombre escrito en l. No, no era un sueo! Y todo el pblico la aclamaba, y le arrojaba flores y coronas, y cada vez que se retiraba volva a aplaudir llamndola a la escena. Sali una infinidad de veces. En la calle, la gente se agrup alrededor de su coche, y Knud se encontr en primera fila, loco de felicidad, y cuando, junto con todo el gento, se detuvo frente a su casa magnficamente iluminada, se hall l a la portezuela del carruaje. Se ape Juana, la luz le dio en pleno rostro, y ella, sonriente y emocionada, dio las gracias por aquel homenaje. Knud la mir a la cara, y ella mir a su vez a la del joven... mas no lo reconoci. Un caballero que luca una condecoracin en el pecho le ofreci el brazo... Estaban prometidos, dijo la gente. Luego Knud se fue a su casa y se sujet la mochila a la espalda. Quera volver a su tierra; necesitaba volver a ella, al saco, al sauce -ay, bajo aquel sauce!-. En una hora puede recorrerse toda una vida humana. Le instaron a que se quedase, ms ninguna palabra lo pudo retener. Le dijeron que se acercaba el invierno, que las montaas estaban ya nevadas; pero l podra seguir el rastro de la diligencia, que avanzaba despacio - y as le abrira camino -, la mochila a la espalda y apoyado en su bastn. Y tom el camino de las montaas, cuesta arriba y cuesta abajo. Estaba cansado, y no haba visto an ni un pueblo ni una casa; marchaba hacia el Norte. Fulguraban las estrellas en el cielo, le vacilaban las piernas, y la cabeza le daba vueltas; en el fondo del valle centelleaban tambin estrellas, como si el cielo se extendiera no slo en las alturas, sino bajo sus pies. Se senta enfermo. Aquellos astros del fondo se http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/bajo.htm (8 of 10)07/09/2006 08:40:55 p.m. 29. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva volvan cada vez ms claros y luminosos, y se movan de uno a otro lado. Era una pequea ciudad, en la que brillaban las luces, y cuando l se dio cuenta de lo que se trataba, hizo un ltimo esfuerzo y pudo llegar hasta una msera posada. Permaneci en ella una noche y un da entero, pues su cuerpo necesitaba descanso y cuidados; en el valle deshelaba y llova. A la maana se present un organillero, que toc una meloda de Dinamarca, y Knud ya no pudo resistir por ms tiempo. Anduvo das y das a toda prisa, como impaciente por llegar a la patria antes de que todos hubiesen muerto; pero a nadie habl de su anhelo, nadie habra credo en la pena le su corazn, la pena ms honda que puede sentirse, pues el mundo slo se interesa por lo que es alegre y divertido; ni siquiera los amigos hubieran podido comprenderlo, y l no tena amigos. Extranjero, caminaba por tierras extraas rumbo al Norte. En la nica carta que recibiera de su casa, una carta que sus padres le haban escrito hacia largo tiempo, se deca: No eres un dans verdadero como nosotros. Nosotros lo somos hasta el fondo del alma. A ti te gustan slo los pases extranjeros. Esto le haban escrito sus padres. Ay, qu mal lo conocan! Anocheca; l andaba por la carretera, empezaba a helar, y el paisaje se volva ms y ms llano, todo l campos y prados. Junto al camino creca un corpulento sauce. Pareca aquello tan familiar, tan dans! Se sent al pie del rbol; estaba fatigado, la cabeza se le caa, y los ojos se le cerraban; pero l segua dndose cuenta de que el sauce inclinaba las ramas hacia l; el rbol se le apareca como un hombre viejo y fornido, era el padre sauce en persona, que lo coga en brazos y lo levantaba, a l, al hijo rendido, y lo llevaba a la tierra danesa, a la abierta playa luminosa, a Kjge, al jardn de su infancia. S, era el mismo sauce de Kjge que se haba lanzado al mundo en su busca; y ahora lo haba encontrado y conducido al jardincito junto al riachuelo, donde se hallaba Juana en todo su esplendor, la corona de oro en la cabeza, tal y como la viera la ltima vez, y le deca: - Bienvenido! Y he aqu que vio delante de l a dos extraas figuras, slo que mucho ms humanas que las que recordaba de su niez; tambin ellas haban cambiado. Eran los dos moldes de alaj, el hombre y la mujer, que lo miraban de frente y tenan muy buen aspecto. -Gracias! - le dijeron a la vez-. T nos has desatado la lengua, nos has enseado que hay que expresar francamente los pensamientos; de otro modo nada se consigue, y ahora nosotros hemos logrado algo: Estamos prometidos! Y se echaron a andar cogidos de la mano por las calles de Kjge; incluso vistos de espalda estaban muy correctos, no haba nada que reprocharles. Y se encaminaron directamente a la iglesia, seguidos por Knud y Juana, cogidos asimismo de la mano; y la iglesia apareca como antes, con sus paredes rojas cubiertas de esplndida yedra, y la gran puerta de doble batiente abierta; resonaba el rgano, mientras los hombres y mujeres avanzaban por la nave: Primero los seores!, decan; y los novios de alaj dejaron paso a Knud y Juana, los cuales fueron a arrodillarse ante el altar; ella inclin la cabeza contra el rostro de l, y lgrimas glaciales manaron de sus ojos; era el hielo que rodeaba su corazn, fundido por su gran amor; las lgrimas rodaban por las mejillas ardorosas del muchacho... Y entonces despert, y se encontr sentado al pie del viejo sauce de una tierra extraa, al anochecer de un da invernal; una fuerte granizada que caa de las nubes le azotaba el rostro. - Ha sido la hora ms hermosa de mi vida - dijo -, y ha sido slo un sueo! Dios mo, deja que vuelva a soar! - y, cerrando los ojos, se qued dormido, soando... Hacia la madrugada empez a nevar, y el viento arrastraba la nieve por encima del dormido muchacho. Pasaron varias personas que se dirigan a la iglesia, y encontraron al oficial artesano, muerto, helado, bajo el sauce. 30. Bajo el sauce - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva FIN Agradecemos al escritor 31. Buen humor - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Buen humor [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen Mi padre me dej en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, quin era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradiccin con su oficio. Y, cul era su oficio, su posicin en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no or hablar. Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesin lo situ a la cabeza de los personajes ms conspicuos de la ciudad, y all estaba en su pleno derecho, pues aqul era su verdadero puesto. Tena que ir siempre delante: del obispo, de los prncipes de la sangre...; s, seor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fnebres. Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando vean a mi padre sentado all arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no haba manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara deca: No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan. Pues bien, de l he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir all con un espritu alegre, y otra cosa, todava: me llevo siempre el peridico, como l haca tambin. Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca, pero, como ya he dicho, compro el peridico, y con l me basta; es el mejor de los peridicos, el que lea tambin mi padre. Resulta muy til para muchas cosas, y adems trae todo lo que hay que saber: quin predica en las iglesias, y quin lo hace en los libros nuevos; dnde se encuentran casas, criados, ropas y alimentos; quin efecta liquidaciones, y quin se marcha. Y luego, uno se entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen dao a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo entierren a uno, cuando se tiene el Noticiero; al llegar al final de la vida se tiene tantsimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado descansar sobre virutas y aserrn. El Noticiero y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio que ms han hablado a mi espritu, mis balnearios preferidos para conservar el buen humor. Ahora bien, por el peridico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos all 32. Buen humor - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva cuando el sol brilla y los rboles estn verdes; pasemonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el ttulo, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intrngulis, lo s por mi padre y por m mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En l estn todos juntos y an algunos ms. Ya estamos en el cementerio. Detrs de una reja pintada de blanco, donde antao creca un rosal -hoy no est, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido hasta aqu sus dedos, y ms vale esto que nada-, reposa un hombre muy desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o sea, que no le faltaba su buena rentecita y an algo ms, pero se tomaba el mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro dispuesto a disfrutar con toda su alma, se pona frentico slo porque el tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrs, o porque sala una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte de Noruega. Acaso tiene eso la menor importancia? Quin repara en estas cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el pblico aplauda demasiado, como no aplauda bastante. -Esta lea est hmeda -deca-, no quemar esta noche. Y luego se volva a ver qu gente haba, y notaba que se rean a deshora, en ocasiones en que la risa no vena a cuento, y el hombre se encolerizaba y sufra. No poda soportarlo, y era un desgraciado. Y helo aqu: hoy reposa en su tumba. Aqu yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y sta fue su dicha, ya que, por lo dems, nunca habra sido nadie; pero en la Naturaleza est todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello. Iba siempre con bordados por delante y por detrs, y ocupaba su sitio en los salones, como se coloca un costoso cordn de campanilla bordado en perlas, que tiene siempre detrs otro cordn bueno y recio que hace el servicio. Tambin l llevaba detrs un buen cordn, un hombre de paja encargado de efectuar el servicio. Todo est tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que alegrrsele las pajarillas. Descansa aqu -esto s que es triste!-, descansa aqu un hombre que se pas sesenta y siete aos reflexionando sobre la manera de tener una buena ocurrencia. Vivi slo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena a su juicio, y le dio una alegra tal, que se muri de ella, con lo que nadie pudo aprovecharse, pues a nadie la comunic. Y mucho me temo que por causa de aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se trate de una ocurrencia de esas que slo pueden decirse a la hora del desayuno - pues de otro modo no producen efecto -, y de que l, como buen difunto, y segn es general creencia, slo puede aparecerse a medianoche, resulta que no siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se re, y el hombre tiene que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste. Aqu reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar para hacer creer a los vecinos que tena gatos; hasta tanto llegaba su avaricia! Aqu yace una seorita de buena familia; se mora por lucir la voz en las veladas de sociedad, y entonces cantaba una cancin italiana que deca: Mi manca la voce! (Me falta la voz!). Es la nica verdad 33. Buen humor - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva que dijo en su vida. Yace aqu una doncella de otro cuo. Cuando el canario del corazn empieza a cantar, la razn se tapa los odos con los dedos. La hermosa doncella entr en la gloria del matrimonio... Es sta una historia de todos los das, y muy bien contada adems. Dejemos en paz a los muertos! Aqu reposa una viuda, que tena miel en los labios y bilis en el corazn. Visitaba las familias a la caza de los defectos del prjimo, de igual manera que en das pretritos el amigo polica iba de un lado a otro en busca de una placa de cloaca que no estaba en su sitio. Tenemos aqu un panten de familia. Todos los miembros de ella estaban tan concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el peridico dijesen: Es as, si el benjamn de la casa deca, al llegar de la escuela: Pues yo lo he odo de otro modo, su afirmacin era la nica fidedigna, pues el chico era miembro de la familia. Y no haba duda: si el gallo del corral acertaba a cantar a media noche, era seal de que rompa el alba, por ms que el vigilante y todos los relojes de la ciudad se empeasen en decir que era medianoche. El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: Puede continuarse, Lo mismo podramos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy all con frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya conmigo, me voy all, busco un buen trozo de csped y se lo consagro, a l o a ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y all se estn muertitos e impotentes hasta que resucitan, nuevitos y mejores. Su vida y sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y as debieran proceder todas las personas; no tendran que encolerizarse cuando alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen humor y el Noticiero, este peridico escrito por el pueblo mismo, aunque a veces inspirado por otros. Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y depositarme en la tumba, poned esta inscripcin: Un hombre de buen humor. sta es mi historia. FIN Agradecemos al escritor 34. Buen humor - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/buen.htm (4 of 4)07/09/2006 08:41:12 p.m. 35. Cada cosa en su sitio - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva Cada cosa en su sitio [Cuento infantil. Texto completo] Hans Christian Andersen Hace de esto ms de cien aos. Detrs del bosque, a orillas de un gran lago, se levantaba un viejo palacio, rodeado por un profundo foso en el que crecan caaverales, juncales y carrizos. Junto al puente, en la puerta principal, habla un viejo sauce, cuyas ramas se inclinaban sobre las caas. Desde el valle llegaban sones de cuernos y trotes de caballos; por eso la zagala se daba prisa en sacar los gansos del puente antes de que llegase la partida de cazadores. Vena sta a todo galope, y la muchacha hubo de subirse de un brinco a una de las altas piedras que sobresalan junto al puente, para no ser atropellada. Era casi una nia, delgada y flacucha, pero en su rostro brillaban dos ojos maravillosamente lmpidos. Mas el noble caballero no repar en ellos; a pleno galope, blandiendo el ltigo, por puro capricho dio con l en el pecho de la pastora, con tanta fuerza que la derrib. -Cada cosa en su sitio! -exclam-. El tuyo es el estercolero! -y solt una carcajada, pues el chiste le pareci gracioso, y los dems le hicieron coro. Todo el grupo de cazadores prorrumpi en un estruendoso gritero, al que se sumaron los ladridos de los perros. Era lo que dice la cancin: Borrachas llegan las ricas aves!. Dios sabe lo rico que era. La pobre muchacha, al caer, se agarr a una de las ramas colgantes del sauce, y gracias a ella pudo quedar suspendida sobre el barrizal. En cuanto los seores y la jaura hubieron desaparecido por la puerta, ella trat de salir de su atolladero, pero la rama se quebr, y la muchachita cay en medio del caaveral, sintiendo en el mismo momento que la sujetaba una mano robusta. Era un buhonero, que, habiendo presenciado toda la escena desde alguna distancia, corri en su auxilio. -Cada cosa en su sitio! -dijo, remedando al noble en tono de burla y poniendo a la muchacha en un lugar seco. Luego intent volver a adherir la rama quebrada al rbol; pero eso de cada cosa en su sitio no siempre tiene aplicacin, y as la clav en la tierra reblandecida-. Crece si puedes; crece hasta convertirte en una buena flauta para la gente del castillo. Con ello quera augurar al noble y los suyos un bien merecido castigo. Subi despus al palacio, aunque 36. Cada cosa en su sitio - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva no pas al saln de fiestas; no era bastante distinguido para ello. Slo le permitieron entrar en la habitacin de la servidumbre, donde fueron examinadas sus mercancas y discutidos los precios. Pero del saln donde se celebraba el banquete llegaba el gritero y alboroto de lo que queran ser canciones; no saban hacerlo mejor. Resonaban las carcajadas y los ladridos de los perros. Se coma y beba con el mayor desenfreno. El vino y la cerveza espumeaban en copas y jarros, y los canes favoritos participaban en el festn; los seoritos los besaban despus de secarles el hocico con las largas orejas colgantes. El buhonero fue al fin introducido en el saln, con sus mercancas; slo queran divertirse con l. El vino se les haba subido a la cabeza, expulsando de ella a la razn. Le sirvieron cerveza en un calcetn para que bebiese con ellos, pero deprisa! Una ocurrencia por dems graciosa, como se ve. Rebaos enteros de ganado, cortijos con sus campesinos fueron jugados y perdidos a una sola carta. -Cada cosa en su sitio! -dijo el buhonero cuando hubo podido escapar sano y salvo de aquella Sodoma y Gomorra, como l la llam-. Mi sitio es el camino, bajo el cielo, y no all arriba. Y desde el vallado se despidi de la zagala con un gesto de la mano. Pasaron das y semanas, y aquella rama quebrada de sauce que el buhonero plantara junto al foso, segua verde y lozana; incluso salan de ella nuevos vstagos. La doncella vio que haba echado races, lo cual le produjo gran contento, pues le pareca que era su propio rbol. Y as fue prosperando el joven sauce, mientras en la propiedad todo decaa y marchaba del revs, a fuerza de francachelas y de juego: dos ruedas muy poco apropiadas para hacer avanzar el carro. No haban transcurrido an seis aos, cuando el noble hubo de abandonar su propiedad convertido en pordiosero, sin ms haber que un saco y un bastn. La compr un rico buhonero, el mismo que un da fuera objeto de las burlas de sus antiguos propietarios, cuando le sirvieron cerveza en un calcetn. Pero la honradez y la laboriosidad llaman a los vientos favorables, y ahora el comerciante era dueo de la noble mansin. Desde aquel momento quedaron desterrados de ella los naipes. -Mala cosa! -deca el nuevo dueo-. Viene de que el diablo, despus que hubo ledo la Biblia, quiso fabricar una caricatura de ella e ideo el juego de cartas. El nuevo seor contrajo matrimonio -con quin diras?- Pues con la zagala, que se haba conservado honesta, piadosa y buena. Y en sus nuevos vestidos apareca tan pulcra y distinguida como si hubiese nacido en noble cuna. Cmo ocurri la cosa? Bueno, para nuestros tiempos tan ajetreados sera sta una historia demasiado larga, pero el caso es que sucedi; y ahora viene lo ms importante. En la antigua propiedad todo marchaba a las mil maravillas; la madre cuidaba del gobierno domstico, y el padre, de las faenas agrcolas. Llovan sobre ellos las bendiciones; la prosperidad llama a la prosperidad. La vieja casa seorial fue reparada y embellecida; se limpiaron los fosos y se plantaron en ellos rboles frutales; la casa era cmoda, acogedora, y el suelo, brillante y limpsimo. En las veladas de invierno, el ama y sus criadas hilaban lana y lino en el gran saln, y los domingos se lea la Biblia en alta voz, encargndose de ello el Consejero comercial, pues a esta dignidad haba sido elevado el ex- buhonero en los ltimos aos de su vida. Crecan los hijos - pues haban venido hijos -, y todos reciban buena instruccin, aunque no todos eran inteligentes en el mismo grado, como suele suceder en las familias. La rama de sauce se haba convertido en un rbol exuberante, y creca en plena libertad, sin ser podado. 37. Cada cosa en su sitio - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva -Es nuestro rbol familiar! -deca el anciano matrimonio, y no se cansaban de recomendar a sus hijos, incluso a los ms ligeros de cascos, que lo honrasen y respetasen siempre. Y ahora dejamos transcurrir cien aos. Estamos en los tiempos presentes. El lago se haba transformado en un cenagal, y de la antigua mansin nobiliaria apenas quedaba vestigio: una larga charca, con unas ruinas de piedra en uno de sus bordes, era cuanto subsista del profundo foso, en el que se levantaba un esplndido rbol centenario de ramas colgantes: era el rbol familiar. All segua, mostrando lo hermoso que pue