Andermann, El Infierno Santiagueño, Sequía, Paisaje y Escritura en El Noroeste Argentino.

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Jens Andermann* El infierno santiagueño: sequía, paisaje y escritura en el Noroeste argentino** Resumen: Este trabajo recorre algunas crónicas periodísticas sobre la sequía santiagueña de 1937 comparándolas con la producción ensayística regional dedicada a las relaciones entre ecocidio y crisis socio-cultural en el Noroeste argentino. El paisaje se abordará como forma de expresar a la modernidad en su dimensión agonal, como un modo de apuntar los múltiples efectos de crisis desencadenada por el proceso de inserción del mundo rural en la modernidad capitalista y urbana. Palabras clave: Paisaje; Ensayo; Crónica de viaje; Ecocrítica; Argentina; Siglo XX. Abstract: This essay works through a number of chronicles, which appeared in newspa- pers during the drought the Argentine province of Santiago del Estero suffered in 1937. It compares these with essays from local writers addressing the relations between ecocide and socio-cultural crisis in the Argentine Northwest. Landscape will be discussed as a way of expressing the destructive aspects of modernity, articulating multiple effects of crisis unleashed by the expansion of urban capitalism into the rural world. Keywords: Landscape; Essay; Travel writing; Ecocriticism; Argentina; 20th Century. Y así, después que el hacha implacable del leñador abatió a los árbo- les, la tierra quedó yerma; se acabaron las lluvias; se fueron las aves y también los hombres... Alfredo Palacios, Pueblos desamparados (1944) El calentamiento global, las modificaciones genéticas de especies y hasta de ecosis- temas enteros por parte de la industria agrofarmacéutica, el desdibujamiento de límites entre ciudades y campañas y la virtualización del intercambio social parecen anunciar hoy el fin de la vida útil del paisaje como un concepto capaz de abordar las relaciones * Jens Andermann es profesor de Estudios Latinoamericanos y Luso-Brasileños en la Universidad de Zúrich. Es editor del Journal of Latin American Cultural Studies y autor de New Argentine Cinema (2011), The Optic of the State: Visuality and Power in Argentina and Brazil (2007) y Mapas de poder: una arqueología literaria del espacio argentino (2000). Actualmente trabaja sobre relaciones entre modernidad y paisaje en América Latina y sobre nuevas configuraciones de lo real en el cine argentino y brasileño. Contacto: [email protected]. ** La investigación para este trabajo fue posibilitada por una beca del programa British Academy Re- search Development Award (BARDA). Iberoamericana, XII, 45 (2012), 23-43

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El infierno santiagueño.

Transcript of Andermann, El Infierno Santiagueño, Sequía, Paisaje y Escritura en El Noroeste Argentino.

  • Jens Andermann*

    El infierno santiagueo: sequa, paisaje y escritura en el Noroeste argentino**

    Resumen: Este trabajo recorre algunas crnicas periodsticas sobre la sequa santiagueade 1937 comparndolas con la produccin ensaystica regional dedicada a las relacionesentre ecocidio y crisis socio-cultural en el Noroeste argentino. El paisaje se abordarcomo forma de expresar a la modernidad en su dimensin agonal, como un modo deapuntar los mltiples efectos de crisis desencadenada por el proceso de insercin delmundo rural en la modernidad capitalista y urbana.Palabras clave: Paisaje; Ensayo; Crnica de viaje; Ecocrtica; Argentina; Siglo XX.

    Abstract: This essay works through a number of chronicles, which appeared in newspa-pers during the drought the Argentine province of Santiago del Estero suffered in 1937. Itcompares these with essays from local writers addressing the relations between ecocideand socio-cultural crisis in the Argentine Northwest. Landscape will be discussed as away of expressing the destructive aspects of modernity, articulating multiple effects ofcrisis unleashed by the expansion of urban capitalism into the rural world.Keywords: Landscape; Essay; Travel writing; Ecocriticism; Argentina; 20th Century.

    Y as, despus que el hacha implacable del leador abati a los rbo-les, la tierra qued yerma; se acabaron las lluvias; se fueron las aves ytambin los hombres...

    Alfredo Palacios, Pueblos desamparados (1944)

    El calentamiento global, las modificaciones genticas de especies y hasta de ecosis-temas enteros por parte de la industria agrofarmacutica, el desdibujamiento de lmitesentre ciudades y campaas y la virtualizacin del intercambio social parecen anunciarhoy el fin de la vida til del paisaje como un concepto capaz de abordar las relaciones

    * Jens Andermann es profesor de Estudios Latinoamericanos y Luso-Brasileos en la Universidad deZrich. Es editor del Journal of Latin American Cultural Studies y autor de New Argentine Cinema(2011), The Optic of the State: Visuality and Power in Argentina and Brazil (2007) y Mapas de poder:una arqueologa literaria del espacio argentino (2000). Actualmente trabaja sobre relaciones entremodernidad y paisaje en Amrica Latina y sobre nuevas configuraciones de lo real en el cine argentinoy brasileo. Contacto: [email protected].

    ** La investigacin para este trabajo fue posibilitada por una beca del programa British Academy Re-search Development Award (BARDA). Ib

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  • entre experiencia, espacio y lugar agenciamiento que marc la modernidad como pro-ceso dinamizador, de crisis y reconfiguracin constante de estas mismas relaciones(Nancy 2005: 59). Pero si el paisaje ofreca, en este largo proceso centrfugo, no slo unmodo de representacin y, as, de capitalizacin y control territorial sobre la tierra sinotambin una herramienta epistemolgica, tica y poltica para pensar las interaccionestransformadoras entre sociedad y ambiente (Cosgrove 1998: 39-68), hoy en cambio labioeconoma y su intervencin directa en lo viviente han generado un plano de inmanen-cia radical que pone en cuestin la idea misma de mediacin. El paisaje puede servir deinterrupcin o estorbo (eco)crtico de esta reificacin totalizadora slo si repensamos deun modo no menos radical la forma en que lleg hacia nosotros desde el fondo de lamodernidad occidental, y rescatando de ese legado los pliegues disidentes y momentosde tensin, para siquiera empezar a nombrar desde ah el presente que nos interpela.

    En el caso latinoamericano, tal relectura implicara enfocar al siglo XX como puestaen cuestin de la alegoresis natural que, de la colonia a la formacin de los Estados-naciones, telurizaba y esconda la violencia colonizadora y social tras la frondosidad deun continente virgen, primordial y a la esperanza del germen fecundizador occidental(Casid 2005: 1-44; Sssekind 1990). Con la culminacin y crisis del modelo agroexpor-tador decimonnico, dejando una huella de devastaciones ambientales sin precedente ydesplazando a amplios sectores del nuevo proletariado rural hacia la metrpoli, el paisa-je como desafo esttico y poltico atraviesa a las artes, la literatura y la arquitectura delsiglo XX latinoamericano en respuesta a la crisis de espacio y lugar que acompaa a labrusca transformacin de una regin antes predominantemente rural en la sede de variasde las mayores urbanizaciones del planeta (Andermann 2008).

    A lo largo de varias dcadas de produccin cultural, desde la pintura de Cndido Por-tinari y la novelstica regionalista de los 1930 a la obra pictrica de Antonio Berni y Lo-nidas Gambartes, la fotografa y cuentstica de Juan Rulfo (Luvina, 1953) o la del cos-tarricense Carlos Salazar Herrera (La sequa, 1947), la sequa representa un tpicocentral en esta serie del paisaje-en-crisis. La sequa es la expresin del abismarse de lanaturaleza, performatizando en el propio medio natural los efectos de su intervencinhumana. Representa, en el idioma del paisaje, el agotamiento de ste ltimo como modode experiencia esttica y forma inteligible de la relacin con el ambiente. De este modo,la sequa en la literatura y las artes del siglo pasado marca el momento de inflexin dedos corrientes modernas que haban logrado reimaginar a Amrica como paisaje: por unlado, la crnica del viaje interior como forma de entramar lo nacional, recuperando yredireccionando al saber colonial y al naturalismo decimonnico, en el encuentro delintelectual urbano y cosmopolita con lo popular, extico y primitivo para construir conlos contrastes y resonancias quiasmticas entre ambos una modernidad simultneamenteverncula y universal (podemos citar a la obra miscelnea de Mrio de Andrade, O Turis-ta Aprendiz [1927-1928], como un temprano ejemplo clave). Por otro lado, estn losdiversos regionalismos, en su afn por construir una fenomenologa del lugar a partir desu idiosincrasia paisajstica y sus tradiciones culturales y lingsticas: ambas modalida-des de invocar el paisaje, sea como espacio del viaje y forma de acumulacin de un sabero como lugar de experiencia y repositorio de memorias colectivas, sern puestas encuestin por la sequa en cuanto inscripcin natural de una negatividad radical.Tomando como ejemplo el caso poco estudiado de la prolongada sequa que azot alNoroeste argentino, en particular la provincia de Santiago del Estero, en la segunda

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  • mitad de la dcada de 1930, este trabajo analiza sus efectos sobre dos tipos de escritura:por un lado, las crnicas escritas por corresponsales de los grandes diarios de la capital(Homero Manzi, Roberto Arlt, Ernesto Gidici); por el otro, la produccin ensaystica deBernardo Canal Feijo y Orestes Di Lullo, dos intelectuales provincianos comprometi-dos con la causa regionalista.

    El infierno santiagueo

    A instancias, principalmente, del periodista, cineasta y letrista de tango HomeroManzi desde las pginas de la revista ilustrada Ahora, la sequa tremenda que venasufriendo la provincia de Santiago del Estero desde mediados de la dcada de 1930efecto de la tala ilimitada de los bosques de quebracho para proveer de durmientes a laindustria ferrovial internacional comenzaba a ser noticia en los grandes diarios porteoshacia fines de 1937. La decadencia del Noroeste y el favoritismo de la poltica conserva-dora de ferrocarriles hacia los contratistas extranjeros, a pesar de que el trazo de la redmarginaba a regiones enteras, beneficiando la importacin de ultramar en detrimento delmercado interno (blanco principal del ensayo Los ferrocarriles, factor primordial de laindependencia nacional de Ral Scalabrini Ortiz, publicado tambin en 1937) hacan dela crisis santiaguea un caso ejemplar para los crticos del rgimen. Los diarios El Mundoy Crtica enviaban a Roberto Arlt y Ernesto Gidici para cubrir la crisis desde el teatrode los sucesos; el primero, para agregar su voz a la campaa ya iniciada por Manzi, deayuda humanitaria a los desposedos, el segundo, para disentir (en trminos que recuer-dan las crticas casi contemporneas de Graciliano Ramos hacia la industria da sca enBrasil) con un asistencialismo que perpetuaba las causas socioeconmicas y polticas dela crisis y el xodo rural y reclamar una solucin comprehensiva de cambio social eintervenciones tecnolgicas.

    La causa poltica comn tambin haca coincidir a las crnicas de Manzi y Arlt enuna mirada que resaltaba el impacto de escenas extremas de sufrimiento y destruccinsobre el espectador, nfasis que a su vez requera la construccin de una figura particulary novedosa del periodista como testigo en cuerpo presente. Acusado por Alfredo Pala-cios de propagar una campaa de mendicidad que slo beneficiara a la lite provincial,Manzi responda que, si aprovechaba el apoyo de los rganos de prensa, acuciados porel sensacionalismo del hecho, lo haca para fomentar un movimiento de subversin.Hay que hacer llegar al pueblo todos los dolores concretos para que no contine nuestraoligarqua usufructuando con la mentira de una prosperidad que solo se ve en los balan-ces del puerto.1 Ms adelante, en la ltima crnica publicada en Ahora, Manzi narra elencuentro con su amigo en Santiago en una suerte de relato apostlico:

    Un da mircoles bajo a Aatuya. Me encuentro con la noticia de que en el campo deAatuya est Roberto Arlt, enviado especial por un diario de la capital para hacer la crnicadel dolor santiagueo. Tambin me avisan de que Arlt se ha enfermado y que golpeado por lafiebre est en un ranchito lejano. Tomo un auto y me largo en su busca. [...]

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    1 Citado en Ford (1971: 44).

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  • Efectivamente, Arlt se encuentra afiebrado. Las aguas, el dolor lo han volteado. Tiradosobre un catre de tiento, al amparo de un techito del corredor del rancho, retoca sus anotacio-nes y ampla su conocimiento con lo que oye decir a las mujeres y a los paisanos. [...] Meadelanta su desolada impresin. Su amargura frente a la indiferencia de las zonas felices. Sudecepcin frente a los polticos lugareos que desde el gobierno o desde la oposicin estndistantes del verdadero hombre de la campaa santiaguea. Su indignacin para con los lite-ratos del pas que se desentienden de esta realidad y la desconocen.

    Manzi, por su parte, le cuenta a Arlt sus propias observaciones: la prdida de tres cuartosde la hacienda en el distrito de Atamisqui, desde donde caravanas humanas han partidohacia la capital provincial; los muertos de hambre y sed a escasa distancia de sta. Final-mente, vuelve a darle la palabra al autor de Los siete locos:

    Y al contarle todo esto, los ojos de Roberto Arlt, acostumbrados a la contemplacin delos dolores ms terribles, se humedecen como los de un nio. Y me hace su juramento. Esnecesario que nuestro relato sea terrible. Implacable. Amargo. Casi siniestro. Es necesarioque los lectores vomiten de asco y de vergenza frente a la realidad de Santiago del Estero,provincia olvidada por la oligarqua.2

    La escena, prolijamente construida, es interesante no slo por cunto nos dice sobre elgrado de estrellato que haba alcanzado, ya para esa poca, el personaje de autor encarna-do por Arlt y que, en esta ocasin, consagra tambin a la de su apstol y compaero deinfortunios, Manzi.3 Propone, adems, una determinada relacin entre viaje, cuerpo yescritura, propia de un nuevo periodismo de masas, donde el cuerpo del periodista-estrellaadquiere rasgos crsticos, garantizando con sus privaciones y suplicios la cruda verdadque su escritura transmite a los hogares. Dimensin evanglica, entonces, de transcripcinde las marcas grabadas en carne propia a una letra que las transmite de modo que elcuerpo lejano del lector-creyente vuelva a metabolizarlas en emptica comunin. Trans-cripcin que, por otra parte, tiene su condicin de posibilidad en un dispositivo tcnico detelgrafos, imprentas y medios de transporte que han acortado dramticamente el lapsoentre redaccin y lectura, como para facilitar una fuerte impresin de contemporaneidadentre el suceso ttrico y su lectura en el diario: esto est aconteciendo ahora / lejos.

    No ha de sorprender, pues, que antes de aparecer en la revista semanal Ahora firma-da por Manzi, la misma escena ya haya sido escrita y publicada por el propio Arlt en eldiario El Mundo, en una nota onrica que funcionaba como una suerte de prlogo a laserie de crnicas a la que dara nombre: En el infierno santiagueo. Ah (omitiendo lapresencia de Manzi) Arlt reitera el juramento de un realismo visceral para dar cuenta dela hecatombe:

    Es necesario hablar del drama que vive estos das Santiago del Estero. Es necesario elu-dir las palabras suaves que sirven para emboscar la verdad y tornarla gris. Es necesario narrarsin temor de horrorizar a la gente, de asquear a la gente con el espectculo espantoso de un

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    2 Homero Manzi, El corazn se acongoja frente al drama de Santiago del Estero, en: Chvez (1977:117).

    3 De hecho, Manzi era el principal incitador del viaje arltiano facilitndole los contactos locales, entreotros con su hermano Luis. Vanse Satta (2000: 246-250) y Salas (2001: 182-189).

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  • caballo que se pudre vivo bajo un sol de fuego; es necesario narrar el espectculo que ofreceuna vaca refugindose moribunda en un rancho abandonado, para terminar de morir all entrecerdos muertos de hambre que embisten con el hocico su vientre an vivo. [...]

    Es necesario contar el drama que vive Santiago del Estero. Contarlo sin piedad de lasti-mar a nadie. Sin piedad de la literatura y sin piedad del estmago de los lectores. Es necesarioescribir con tal fidelidad lo que he visto, que cuando mis frases lleguen a ciertas partes lagente se tape las narices, asqueada y avergonzada. No importa. Es la verdad. La verdad de unpueblo que se muere de hambre y de sed y, por lo tanto, debe ser escuchada (Arlt 1937a: 6).

    Pero como en la versin de Manzi, en lugar de una transmisin directa y transparen-te, a travs de una escritura despojada de todo adorno, esa verdad necesita pasar primeropor un cuerpo, el del cronista, antes de volverse asequible. La serie comienza, brusca-mente, con el propio Arlt despertndose, recin restablecido de un ataque de fiebre, enpleno campo santiagueo, rodeado de olores de fermentacin y gemidos de bestias ago-nizantes, mientras desfilan ante su mente las escenas ms estrepitosas de su viaje:

    Me acord de todos los animales que vi agonizando bajo el sol, en las llanuras requema-das por la sequa. Me acord de las cabras alunadas, medio cegadas. Cuando escuchan el pasode un caballo se desprenden de la espesura del monte como brujas enloquecidas, girandosobre s mismas; me acord de las vacas noblemente postradas en el centro de los salitrales,apoyadas sobre sus manos, la cabeza tiesa, fermentando vivas durante todo el da bajo un solde sesenta grados. Me acord de los caballos moribundos, inmviles a la sombra de un car-dn gigante, que como un candelabro de siete brazos les iluminaba de blancuras de muerte, ytambin me acord de otros caballos ya cados en el suelo arenoso, en la pradera de hierbasamargusimas, y pens en mi fiebre dulcificada por una naranja.

    Lucirnagas gigantes se movan en el espacio de la noche, poblado de hediondas rfagasde putrefaccin. Y despus me acord de los seres humanos que haba encontrado entre lasparedes de barro, viejos, nios demacrados, ancianos ciegos, acercando sus bocas a latas car-gadas con aguas nauseabundas que provocan vmitos y clicos. Ellos igual que las bestiasestaban condenados a muerte (Arlt 1937a: 6).

    La serie comienza por su propio final, su culminacin: el momento, precisamente, enque los horrores de la sequa han saturado la capacidad receptiva del cronista al punto deprecipitarlo a un delirio afiebrado y acechado por los recuerdos. Pero es ese delirio elque, con su procesin alunada de detalles horrendos, recin le permite a Arlt abarcar a lasequa en toda su dimensin catastrfica, que las notas siguientes apenas puntualizarnen un registro ms descriptivo. Ante la retirada del paisaje visible, solo la transcripcinen carne propia puede transmitir la esencia de la sequa, una suerte de sublime negati-vo que apela a los sentidos inferiores del olfato, el odo y el tacto y no a la vista. In extre-mis, el gnero de la crnica del viaje sufre una transformacin radical: ya no es transcrip-cin de la visin a la razn, en una acumulacin progresiva de saber sobre la lejana(Pratt 1992: 7); ahora, en cambio, la letra queda a cargo de transmitir la nusea del cro-nista al estmago de los lectores. Tras este prlogo infernal, todo el viaje que reco-mienza en la crnica siguiente queda marcado de antemano por ese horizonte de crisisfebril hacia el que se encolumna el cronista, y que no es otro que la incapacidad final delas palabras de cumplir su misin transcribiendo todo lo visto o quizs su triunfo, yaque es la incorporacin, el trance de sentir en carne propia el suplicio ajeno, el objetivoque buscan las palabras de Arlt.

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    Declaracin de principios, el prlogo infernal le permite a Arlt recomenzar su rela-to de viaje en el envin siguiente en clave de una narrativa de iniciacin, de aprendizajepor parte del propio cronista quien como sus lectores en la capital debe descifrar pasopor paso los enigmas de la tierra asolada, hasta poder por fin responder a la pregunta quevuelve a formular la ltima entrega de la serie: Y ahora qu va a pasar? (Arlt 1937i:5). Haber entrevisto en la rfaga de imgenes del primer aguafuerte, toda la dimensintrgica de la sequa, le agrega a esta inmersin gradual un sentido de urgencia, una nece-sidad por saber qu es lo que realmente ocurre en la provincia nortea y qu hacer parasalvarla: Qu podemos hacer nosotros? Sabemos tan perfectamente como ellos, que semorirn de hambre, que nadie ir a socorrerles [...] De qu viven esos desdichados? Esun misterio (Arlt 1937d: 6). Porque, desde la segunda crnica, donde reencontramos alcronista al comienzo de su expedicin, embarcado en el tren que lo llevar hacia Santia-go, ste nos revela lo engaoso de las apariencias, al ver pasar por la ventana camposverdes [...] maravillosos de pasto fresco. Y sobre estos campos, ralos rebaos de cabras,de caballos, de vacas, se mueven lentamente con el hocico a ras del suelo (Arlt 1937b:6). Debidamente, el cronista toma nota del hecho, empezando a dudar de las noticiasestrepitosas que llegan del Norte, y preguntndose: Dnde est la sequa? Dnde esafalta de agua de que la gente no hace ms que hablar constantemente? Dnde los efec-tos de tres aos de sequa, si el tren no hace ms que correr a lo largo de praderas ver-des?. Recin al final de la nota, al comentar su observacin al capataz del coche come-dor, el reprter rompe el engao y nos revela la terrible verdad del cuadro entrevisto.Deshace as la contradiccin con el aguafuerte del da anterior: los campos verdes, leexplica el capataz a Arlt (quien nuevamente usa la negrita para resaltar en la propia tipo-grafa la importancia de la revelacin) lo son en realidad de manzanilla, un terribleveneno para los animales. Todos estos campos estn muertos. Ha visto los pozos al ladode la va? Fueron hechos para buscar agua por los criadores sedientos. Y en esos pozosya no hay ni una gota. Todo aqu est muerto (Arlt 1937b: 6).

    Las convenciones del paisaje esttico (la ecuacin del verde tupido con la fertilidad,la abundancia y lo ameno) son expuestas por Arlt en su incapacidad de describir y revelarlas transmutaciones del ambiente acosado por la sequa. Es que, ante la falta de agua, loque se retira de la tierra no son solo los hombres que la habitan sino, adems, su dimen-sin de paisaje, vinculada precisamente con esos ndices de habitabilidad que en Santiagodel Estero se han vuelto engaosas. Esa retirada del paisaje ya no se desprende de lamera observacin de sus ruinas; requiere como en la escena inaugural del tren de lapalabra suplementaria de sus antiguos moradores para conocer su estado anterior y elproceso de su declive. Es por eso que la dimensin dialgica adquiere tanta importanciaen El infierno santiagueo, desde las indicaciones de los guas locales intercaladas entrelas descripciones Aqu cruzaba el Ro Dulce... aqu cruzaba el Ro Salado... (Arlt1937f: 5) hasta ocupar el espacio entero de una nota, como sucede con la conversacincon una maestra rural sobre los estragos que provoca el hambre en los nios. Alternandocon estas voces, las tomas del paisaje en retirada realizadas por el propio cronista con-forman un tipo de montaje que invoca a un mismo tiempo la instantaneidad de la mqui-na fotogrfica y la movilidad de trenes, automviles y carruajes: Desierto. Monte. Detanto en tanto canales. Registro cinematogrfico donde la plataforma mvil contrastacon la quietud mortfera del entorno pero que, en su carcter de sucesin discontinua defragmentos, resulta no obstante el ms apropiado para un paisaje en escombros.

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    Aumenta todava la sensacin de asistir a una serie de tomas visuales el uso figura-tivo de la guerra moderna (emboscadas, trincheras, ametralladoras), de un modo quehace acordar al concepto eisensteiniano del montaje de atracciones, a la vez que inscribea la sequa santiaguea en dramtica contemporaneidad con la Guerra Civil espaola ylas amenazas nazis en Europa que por estos das ocupaban las tapas de El Mundo:

    En Ochogo Guachana el viajero cruza un bosque que parece compuesto por rboles dealuminio. Es un paisaje feroz. De trinchera. Escasos ranchos, abandonados, con las paredesdesmoronadas, entre los troncos del bosque de aluminio. Parecen nidos de ametralladorasdesmantelados por un bombardeo implacable. Los rboles blancos, calcinados por el sol,petrificados por el sol, retorcidos desesperadamente surgen de la tierra blanquecina de salitre.Viento de fuego reverbera a ras del suelo. Ni un pjaro vuela por aqu. El viajero tiene quehacer un esfuerzo para no arrojarse al fondo del coche para sustraerse de esta temperatura tanconstante, que termina hasta por recalentar la ropa metida en las maletas (Arlt 1937f: 5).

    A escasos das de terminar las crnicas de Manzi y Arlt, y ante el polmico rechazopor parte del gobernador provincial Po Montenegro de los donativos recibidos porAhora y El Mundo alegando motivos de orgullo provincial desde las pginas de Crti-ca un nuevo enviado especial les sale al cruce a sus precursores, para ofrecer al pblicouna impresin real sobre la situacin de Santiago del Estero. Agrega que

    la persistente campaa que se viene realizando desde las columnas de ciertos diarios de esacapital en favor de las colectas que se estn levantando para la adquisicin de vveres [...] eshumillante para este pueblo y las protestas llegan desde los mismos rincones donde la natura-leza hizo sentir con ms rigor su castigo. Vse a las claras, a travs de dichas informaciones,el juego de los polticos del viejo conservadurismo y del oficialismo, los que aprovechandotales circunstancias, pretenden resurgir por medio de limosnas denigrantes, apareciendocomo salvadores del pueblo.

    Y desmiente, como puro sensacionalismo, dos de las escenas ms escabrosas del relatoarltiano:

    No es exacto que se hayan profanado tumbas para vender los huesos en un comercio delas proximidades del Ro Salado ni que se haya aprovechado la carne putrefacta de los anima-les muertos por la sed y el hambre. [...] Se ha extremado, pues, la nota, exhibiendo a la pro-vincia en una situacin de verdadero salvajismo (Gidici 1937a: 6).

    Si bien las crnicas carecen de firma, es probable que su autor sea uno de los perio-distas-estrella de Crtica en aquel momento, Ernesto Gidici, mdico, apoderado generaldel Partido Comunista y militante antifascista, quien ya haba cubierto la crisis del Norteen notas anteriores.4 Es probable, adems, que la primera nota (titulada Santiago agra-

    4 Fermn Chvez, en el artculo citado de 1977, errneamente atribuye las notas de Crtica a Arlt, posible-mente desconociendo la serie publicada en El Mundo. Mi atribucin de los textos a Gidici se basa, encambio, en la referencia a un viaje del ao anterior al Chaco algodonero, en la nota publicada el 26 dediciembre de 1937. Esta serie anterior del mismo Gidici, justamente, haba provocado una polmicacon Manzi acerca del supuesto privilegio otorgado a la poltica de colonizacin, por encima de losreclamos del peonaje criollo. Vase Ford (1971: 46).

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    dece la ayuda pero no es un pueblo menesteroso) haya sido escrita a poco tiempo oincluso antes de arribar el cronista a la capital provincial, y en base a opiniones recogidasentre contactos locales, algunos de los cuales (Bernardo Canal Feijo; los hermanosWagner, directores del Museo Arcaico de la ciudad) son mencionados en notas posterio-res. Lo cierto es que, a pocos das de iniciada la serie, Gidici cambia bruscamente deopinin, ahora afirmando que la sequa

    [n]o debera existir pero existe. En Santiago hay necesidad apremiante de vveres, y el pueblosantiagueo ha cado en el trance del menesteroso. Es la cruda verdad. Y mientras unos semueren de hambre otros realizan grandes ganancias. Grandes ganancias en estos mismosmomentos. Los especuladores en cueros, por ejemplo, estn realizando pinges negocios.Los cueros se compran a precios nfimos porque la provincia es lo nico que produce en laactualidad (Gidici 1937b: 11).

    Pero tras estos ajustes a su posicin inicial, probablemente despus de llegar a San-tiago capital y conocer de cerca la situacin en los alrededores, Gidici mantendr confirmeza las lneas principales de su postura: en primer lugar, la necesidad de matizar elimpacto de la sequa, que si bien ha precipitado en la indigencia a gran parte de la pobla-cin rural tambin ha beneficiado a comerciantes y terratenientes; la insuficiencia, por lotanto, del registro meramente descriptivo (como tambin del costumbrismo con susarquetipos esencializados) a la hora de revelar las causas estructurales de la crisis; lanecesidad, finalmente, del anlisis sociolgico, hidrogrfico, climatolgico y polticopara proponer salidas abarcadoras. El problema consiste en encontrar una solucin efi-caz para la miseria, resume uno de los subttulos de la segunda nota:

    La sed y el hambre de Santiago no admiten duda. Las puede comprobar cualquiera. Lasdivergencias surgen cuando se trata de apreciar el tipo y el grado de esa miseria. En Santiago,por ejemplo, los que no ven o no quieren ver la miseria, es porque se han acostumbrado aconsiderarla como una caracterstica tradicional de la provincia. [...] La segunda divergenciaaparece cuando se trata de encontrar la solucin adecuada. Es verdad que en Buenos Aires seha exagerado la nota al desfigurar la ayuda a Santiago en una cuestin de limosna o caridad[...] Pero, esa exageracin en los medios no implica que haya exageracin en el clamor delhambre santiaguea. Se est en lo justo cuando se piden obras de irrigacin y trabajo paratodos, como solucin duradera y permanente (Gidici 1937c: 5).

    Las crnicas santiagueas de Gidici harn hincapi, por lo tanto, en dos aspectos dela crisis: por un lado, las miserables condiciones de trabajo del peonaje rural, provocadasa su vez por su escasa conciencia de clase y nivel de organizacin colectiva; por el otro, lamala administracin de los recursos naturales que surge de esa misma incultura agrope-cuaria (Gidici 1937c: 5). La denuncia de la indigencia en que vive gran parte de lapoblacin santiaguea, y que recin hizo que la sequa haya podido convertirse en heca-tombe sanitaria, incluye a la idealizacin costumbrista entre los destinatarios de su crtica:

    Gobiernos, estancieros y terratenientes, cuanto ms criollos y nacionalistas tanto peor,quisieron hacer del criollo del Norte una raza inferior, una raza de sometidos, desnudos, malalimentados [...] cuando lo acostumbraron a comer poco, dijeron, con soberbio orgullo pro-vinciano, que sus coterrneos eran sobrios (Gidici 1937e: 4).

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  • De particular impacto es la nota del 26 de diciembre de 1937 que describe la larga ysilenciosa espera de seiscientos campesinos para ser conchabados en trabajos de desla-me. Tras referir su llegada al pueblo de Loreto y las conversaciones con vecinos temero-sos ante la invasin de las multitudes hambrientas, Gidici se encamina hacia el campa-mento de los retirantes rurales:

    En ninguna parte del pas hemos visto espectculo semejante, tanta quietud. Un silencioabsoluto. Unos hombres masticaban frutos secos de algarrobo hasta el algarrobo deja de darfrutos jugosos. Una mujer, mientras va de un lado para otro, da de mamar a su hijo, queparece dormir prendido al pecho. Todos esperan al ingeniero. Este llega, por fin. Lo mirancasi con indiferencia. Solamente se le acercan cuando el ingeniero Michaud se introduce ensu campamento. Pegados al alambrado, esperan. No habr trabajo para todos. Paciencia,responde la mayora. Qu le vamos a hacer. [...] Nadie protesta. Ni siquiera se han reunidolos desocupados para deliberar sobre su situacin y saber a qu atenerse. No tienen siquiera laconciencia de que son explotados. No conocen lo que es organizarse (Gidici 1937e: 4).

    El cuadro, de trazos gruesos y genricos que resaltan la condicin colectiva de losdesposedos aun donde resalta una figura individual (la mujer obrera amamantando a surecin nacido, casi un emblema del naturalismo) da lugar al anlisis de los tipos socia-les, donde prima el contraste entre el mestizo santiagueo sumiso, resignado, dcil yel pioneer extranjero quien tiene ms conciencia de su situacin, impone ms enr-gicamente sus derechos, inmigracin que, por lo tanto, es necesario fomentar para ven-cer por el ejemplo y la mezcla de sangres, el atraso, la incultura y la sumisin de losnativos.

    Si en los cuadros sociales predomina la tipificacin naturalista, combinando el anli-sis de clases con una antropologa racial de neto corte positivista, el discurso de Gidicisobre la naturaleza invocar, no al paisaje esttico sino al mapa del gelogo y del inge-niero. Sobre todo a partir de la nota del 29 de diciembre de 1937, donde advierte que Elao prximo todo el pas sentir la repercusin del desastre de Santiago e insiste en ladimensin regional y an nacional de los procesos socio-ambientales, Gidici concentrasu atencin en la interrelacin entre geologa y formas de explotacin agroganadera yforestal, con abundancia de citas y de vocabulario tcnico que (a diferencia de las refe-rencias literarias en las crnicas anteriores) no requieren parntesis explicativas, presu-miendo un lector que, si no necesariamente maneja estos saberes, s comparte la fe delcronista en el progreso tcnico y la autoridad de la palabra cientfica. Su formacin demdico lo lleva a Gidici hacia una concepcin orgnica de los procesos ambientales,vinculando el problema del desbosque con el riego desorganizado y la falta de planifica-cin en los cultivos:

    Todos los factores que hacen a una regin rica o pobre, son, pues, interdependientes. [...]Los ros se secan y con ello disminuyen las lluvias; la temperatura aumenta por falta de vege-tacin y menor humedad del aire; la evaporacin es mayor, y as se agotan las lagunas y losbaados; la tierra se reseca y el polvo y la arena todo lo invaden; las enfermedades tienden aaumentar, etc. Al final, todo se agota. [...] En algunas regiones del Norte, donde los enormesbosques fueron talados irracionalmente, la mayor sequedad de la atmsfera, que es su resul-tante, puede ser una de las causas de las sequas ms frecuentes y prolongadas que all sepadecen (Gidici 1937f: 4).

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  • Pero la sequa no es sino el augurio de una catstrofe an mayor: la desertificacin.En la Argentina, advierte Gidici, el problema del desierto siempre se confundi con losdel vaco y la barbarie, problemas falsos que no hicieron ms que ocultar la verdaderaamenaza: y ese peligro es el infierno del calor seco, de la arena, del campo yermo ydesolado, del xodo de las poblaciones [...] Hemos comido la tierra del nuevo desiertoargentino... (Gidici 1937f: 4). El pas que se pensaba como surgiendo de la conquistadel desierto en realidad est a punto de convertirse en tal:

    Ahora se observa que el desierto se cierne como un espectro sobre las poblaciones cansa-das de luchar contra una naturaleza poderosa en la forma ms primitiva y rudimentaria quepueda concebirse. El desierto fu vencido solamente por la fertilidad de las tierras, y la ferti-lidad de las tierras di frutos solamente porque un conjunto de hombres se resign a pasar alllos duros aos de su vida en la ms absoluta de las privaciones, sin pedir nada a nadie. [...]Todo esto toca a su fin. No porque la gente resignada deje de estarlo, sino porque la gentecomienza a morir, simplemente, en varios de esos lugares donde el desierto reaparece victo-rioso, cuando no prefieren emigrar a otras regiones. [...] Cuando nos referimos al desierto nosealamos tan slo la despoblacin sino que aplicamos el trmino en toda su aceptacin geo-lgica: zona estril, yerma, arenosa. El desierto que conquist la civilizacin en la Argentinaeran los campos despoblados; el desierto que nos conquista a nosotros, ahora, es el desiertoque mata la vida animal y vegetal... (Gidici 1938: 8)

    La solucin, para Gidici, consiste en avanzar tanto sobre las causas hidrogrficascomo sociales de la desertificacin. Son las relaciones protoesclavistas de produccin,generando estructuras polticas corruptas y clientelistas, las que llevan al descuido de lastareas elementales de estudio y prevencin de las sequas, la ausencia completa de ace-quias, diques y embalses y la prdida de ciclos enteros de sembrados por desconocer lasmodernas tcnicas del cultivo en secano. El paisaje no es un trmino relevante para estaperspectiva cartogrfica y totalizadora, anticipando ya al ingeniero-estadista quien, pormedio de unos pocos trazos resueltos sobre el mapa, deber redimir a la naturaleza san-tiaguea de su inercia. Es ms, tanto como la idealizacin costumbrista de tipos y cos-tumbres, el paisaje como forma de revestir afectivamente al entorno y sentirlo comolugar, para Gidici sera apenas un modo de aferrarse al estado existente de cosas, unaforma tangible de falsa conciencia. Sin embargo, y contrarrestando la tendencia haciala abstraccin y el sntesis de las crnicas, la serie de Crtica tambin esboza una secuen-cia diferente formada por las fotografas tomadas por el mismo Gidici, y donde prima eldetalle local y concreto: grupos de campesinos posando para la cmara, obreros y niosexcavando pozos, saliendo en busca de agua o asaltando en multitud al tren del goberna-dor para vaciar sus tanques (fig. 1); animales postrados al borde del camino, comiendorestos de papel en un basural (fig. 2) o yaciendo muertos y calcinados en las vas (fig. 3).Aunque las leyendas solo raras veces establecen el lugar y el momento en que fuerontomadas, resaltando en cambio su carcter ejemplar y colectivo (La hacienda ha muertoen un ochenta o noventa por ciento; los campos yermos ya no ofrecen pasto para elganado), la secuencia de estas instantneas de la sequa se acerca ms a la narracin arl-tiana que al discurso abstracto y generalizador que las enmarca. Hay tensin entre elaqu y ahora de la toma fotogrfica y la pedagoga del subttulo que la traduce en ejem-plo de la invisible estructura subyacente. De hecho, las pequeas vietas narrativas queGidici suele insertar en las notas episodios realmente trgicos (Gidici 1937d: 5) de

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    Figura 1

    hombres y animales luchando contra la sed pueden pensarse como un equivalente tex-tual de la toma fotogrfica. En ambos casos, sin embargo, el instante singular es exhibi-do solo para resaltar enseguida su carcter representativo: El hecho srvenos para com-pararlo con la situacin de Santiago del Estero. Las cosas, all, se suceden en la mismaforma. Todo est impregnado de una fatal desgracia... (Gidici 1937b: 11).

    Poticas de la figuracin que, a su vez, implican diferentes prcticas de espacio ylugar, de efectos polticos si no adversos, al menos dismiles: si en el naturalismo cient-fico de Gidici prima la tendencia a la generalizacin del hecho local, el realismo cine-matogrfico de Arlt aprovecha lo inconcluso del fragmento para construir un montajediscontinuo, capaz de insinuar en el fluir de la letra el ritmo del viaje moderno con sualternacin de aceleraciones, digresiones y paradas. Si en Gidici la imagen es cono ycomo tal remite inmediatamente a un conjunto ms vasto en calidad de ejemplo o emble-ma, en Arlt tiene carcter de ndice, al insistir en su propia singularidad. Los modos defiguracin que prevalecen en el primer discurso son la alegora, la metfora y el smbolo;los del segundo, la metonimia y la sincdoque: stas remiten a una naturaleza de lascosas por encima (o por debajo) de la presencia tangible del objeto; aquellas se aferrana esta misma presencia como un trazo de lo real. Ambas maneras de figurar el paisajede la sequa se relacionan de un modo no del todo azaroso con lo fenomenal: el efectode reduccin, escasez, retirada que produce la sequa sobre el mundo material, con ladificultad correspondiente de captarlo, a no ser en sus consecuencias para hombres, ani-males y vegetacin. De ah que el ndice la marca en los cuerpos, en la superficie org-

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    Figura 2

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    Figura 3

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  • nica y el cono la remisin a una causa mayor, estructural e invisible, como las napasde agua bajo el suelo sean tambin, de alguna manera, figuras del paisaje de la sequa,los modos en que la sequa se vuelve figura al recaer sobre el ambiente y sus habitantes.

    Las iniciales de la tierra

    Las relaciones entre la figuracin del paisaje y la escritura como prctica de espacioy lugar son un marco propicio para comparar las crnicas publicadas por los grandes dia-rios porteos con algunos textos producidos por escritores santiagueos nucleados en laasociacin cultural La Brasa.5 Para stos ltimos, el paisaje no es, como para los porte-os, un problema representacional: cmo retratar una tierra que expulsa, adems de suspropios habitantes, a la mirada forastera que busca abordarla? Ms bien, es un problemaexistencial: la sequa es tambin la crisis de un modo de ser que se rehace da a da. Elpaisaje, para los brasistas, es un lugar performtico que hace de Santiago del Estero unaentelequia que va ms all de su existencia en el tiempo. Es un hecho ancestral, enpalabras de uno de los portavoces del grupo, un fenmeno permanente de incidenciaque atraviesa el proceso histrico al que proporciona su idiosincrasia: Cambia, pero esla misma. [...] Siempre presente. [...] Ninguna tierra cava ms en nosotros que esta tierrade Santiago, aunque est desnuda de accidentes, aunque parezca no tener voz ni vida, yacaso por esto mismo (Di Lullo 1959: 3-4).

    Esta idea subyace a uno de los ms importantes estudios del arte popular en la Argen-tina, Ensayo sobre la expresin popular artstica en Santiago de Bernardo Canal Feijo,publicado tambin en 1937, cuya urgencia por preservar la tradicin musical y artesanalsurge directamente del proceso de crisis y agotamiento de lo que Canal llama el fen-meno santiagueo y del que la sequa no es sino la culminacin final. Para Canal, elensimismamiento del ser provincial en un juego integral de paisaje, costumbres, tonada,locales le confiere a ste una excepcional capacidad de conservacin en el contextodel pas aluvional. Excepcionalidad que, sugiere Canal, adviene en parte de una naturale-za que rechaza la aprehensin visual (relacin colonizante con la tierra que predomina enel resto del pas) y en cambio requiere la inmersin fsica:

    Para muchos s que no existe como paisaje, pues no es ni pampa ni montaa. Es bosque,broza, maleza, salina. Mientras los otros paisajes estn diseados en distancia, en fuga, eninfinitud, en masa, ste slo se dibuja en rincones, en ocultos detalles casuales. No es para servisto desde el tren, o desde el aeroplano. En cierto modo, pide la convivencia del sujetohumano; no su simple xtasis. El hombre est ante la pampa, ante la montaa, desde el puntode vista del sentimiento del paisaje; desde el mismo punto de vista nunca podra estar anteel bosque: precisa estar en l, envuelto, inmerso en l (Canal Feijo 1937: 11).

    Esta contigidad entre paisaje y cultura, sin embargo, se convierte en vulnerabilidadante el acecho de una fuerza externa, el progreso, ya que, ante un paisaje de tales carac-tersticas slo hay dos opciones: O se est en l, o contra l (Canal Feijo 1937: 12). Ladestruccin de la naturaleza que fue la tala industrial del bosque, por eso se convier-

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    5 Sobre la Asociacin La Brasa, vase Ocampo (2004).

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  • te, reflejado en el alma nativa, [en] la categora ms pattica de una destruccin del pai-saje (1937: 14). Lo que en trminos econmicos fue el traslado, en ingentes chorros, de[una fabulosa riqueza pecuniaria] de la Provincia afuera, a Buenos Aires, a Londres, aBruselas, en trminos ecolgicos, sociales y culturales amenaza a la existencia mismade lo santiagueo a nivel del hombre-planta, del clima, del paisaje (1937: 17).

    Esa nocin existencial del paisaje como medio de experiencia del lugar, y as comofundamento de lo santiagueo en su espesor fenomenal, Canal la haba desarrollado porprimera vez en el ensayo que abre el nmero inicial de an (camino en quichua),revista unipersonal que public en 1932 y en 1934. Titulado El paisaje y el alma, eltexto comienza por distinguir la intuicin del paisaje del mero encuadre pictrico decualquier pedazo de naturaleza. Si bien la mirada es la que descubre en la constelacinde las cosas una volicin de armona, es en el alma donde repercute, como un movi-miento inefable, esta coordinacin de las cosas de la Naturaleza en la distancia.Suceso psico-geogrfico, el paisaje es, por lo tanto, una suerte de dilogo mudo entrela percepcin humana y el mundo natural que abarca, en pos de restaurar una unidad decarcter antes religioso que artstico: El paisaje sera esta sbita y contingente moviliza-cin de las cosas de la Naturaleza hacia algo, que bien podra ser una superior expresin(Canal Feijo 1932: 11). Aparece entonces, en este ensayo temprano, como problemaintrnseco de la naturaleza santiaguea el desorden, la anomia el antipaisaje que des-pierta en sus moradores no ya la meditacin y la templanza sino que, al hacer aflorar laspasiones y la rispidez, favorece al caudillismo y a la demagogia carismtica como for-mas polticas preconizadas por la misma tierra:

    spera, rebelde sin embargo, [la tierra] se cubre de una vegetacin en que parece enun-ciarse una voluntad rencorosa. Los grandes rboles de madera dura, la zarza espinuda, las eri-zadas cacteas, comparten el tpico escenario. Flora leosa, erizada, brava. [...] En el planogeogrfico sin relieves, desprovisto de toda gala de irregularidad, estos elementos se pre-sentan en incoordinada tumultacin, en multitud confusa, abigarrada. El espectculo es, real-mente, demaggico. Como la multitud humana que ocluye la calle, la Naturaleza, suelta enmitn afnico, corta la perspectiva, cierra el horizonte, se adelanta (o se detiene) en reclamode primer y nico plano. En las escasas abras en que descansa su hacinado suceso, la tierraescapa premiosamente, como queriendo sepultarse en cuevas (Canal Feijo 1932: 15-16).

    De fuertes sintonas con la fenomenologa nacional que viene desarrollando por esosmismos aos Ezequiel Martnez Estrada (ambos influenciados a su vez por el vitalismode Hermann von Keyserling), ese esencialismo telrico del primer Canal sufrir no obs-tante algunas transformaciones importantes en el curso de la dcada del treinta, y que lollevarn en aos posteriores a protagonizar el proyecto ms ambicioso de desarrollo tc-nico y social del Noroeste argentino. Ya a partir del segundo nmero de an, dedicado ala historia provincial, el lugar fenomenolgico del nmero anterior se temporaliza y seentrelaza con el proceso social, a la vez que se complejiza la nocin del alma santiague-a, atribuida ya no slo a los efectos del ambiente sino tambin a los cambios en laestructura productiva y social de la provincia. Por primera vez, Canal enfoca aqu la tria-da entre ferrocarril, obraje y xodo rural que lo preocupar en todo su trabajo posterior:si el ferrocarril, con sus rumbos fortuitos, impuls el desarraigo, el descentramiento;la despoblacin de la campaa [...]; la dispersin de los grandes rebaos; el nomadismo,el obraje fue una formidable trinchera donde sierras cantarinas preforman una estricta

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  • anatoma industrial (Canal Feijo 1934: 60). La idea del ecocidio aparece aqu por pri-mera vez pensada como destruccin del paisaje, paisaje que por lo tanto cambia designo; ya no es ms anomia anarquizante (la del fachinal y de la estepa, ahora reconoci-das en cambio como efectos de la devastacin capitalista) sino que cobija lo fenomenalsantiagueo en su vocacin de autonoma, perseverancia que el despaisamiento echa aperder irrevocablemente. Los jornaleros de los obrajes, escribe Canal,

    [s]e encontraron ms pobres que al nacer, pues hasta haban perdido su paisaje. Qu otroargentino podra quejarse de una tragedia tan enorme como la de este santiagueo, condenadoa servir a la destruccin lisa y llana de su propio paisaje? Y qu haba sacado de aquello?[...] Un da se hall sbitamente solo y desguarnecido. Con la ltima jornada se haba ido supaisaje, y el abra de aqul da era ya su destierro... (Canal Feijo 1934: 61).

    La tierra yerma y estril que entrevistarn los cronistas de la sequa en 1937, se revelaaqu como parte de un proceso mucho ms vasto y catastrfico de declive que representael esquema bsico de la historia provincial de los cincuenta aos ltimos (Canal Feijo1937: 17-18) y que Canal, en escritos ulteriores, resumir en la frmula de imposesin des misma (Canal Feijo 1948: 142) por parte de Santiago y de la regin Noroeste en sutotalidad. Pero si es la modernidad fallida del capitalismo depredador la que produjo estosestragos, el propio lenguaje ensaystico se esfuerza por construir una alternativa unmodernismo interior donde puedan convivir la imagen sinttica y el montaje cinemato-grfico (como en el contraplano del monte abigarrado y el mitin multitudinario) con el res-peto y la admiracin por la tradicin popular y los ritmos intrnsecos del ambiente natural.

    La destruccin de los quebrachales por el obraje forestal es tambin el tema de otrotexto clave del pensamiento santiagueo, publicado como el Ensayo de Canal en 1937:El bosque sin leyenda de Orestes Di Lullo, cuyo ttulo responde amargamente a la obrade otro comprovinciano, El pas de la selva (1912) de Ricardo Rojas. Como Canal, DiLullo ve en la devastacin de los bosques apenas un elemento de un proceso ms vasto:Ahora, la tierra rapada es otra, y nosotros tambin concluye su diagnstico La indus-tria forestal ha destruido el paisaje (Di Lullo 1937: 56, 63). Texto singular, tanto por suastucia analtica como por sus poderosas imgenes y su composicin pica, El bosquesin leyenda ocupa un lugar de bisagra en la obra de Di Lullo, mdico especializado enpandemias regionales como el paludismo, la enfermedad de Chagas y el llamado mal delquebracho, a las que estaba dedicada su produccin anterior. En aos posteriores, encambio, adems de una creciente inmersin en la poltica que lo llevar al cargo de inten-dente de la ciudad de Santiago durante el primer gobierno peronista, Di Lullo se dedica-r al estudio de la historia y arqueologa regional, organizando en 1941 el Museo Hist-rico de la provincia que dirigir hasta jubilarse en 1967, as como, en 1953, el Institutode Lingstica y Arqueologa de Santiago, anexado a la Universidad Nacional de Tucu-mn. A mitad de camino, entonces, entre la medicina epidemiolgica y la historia cultu-ral, El bosque combina ambos saberes para indagar la afectacin mutua entre el procesosocial reciente aquello que el lxico marxista conoce como acumulacin primitiva yuna naturaleza entrevista, desde el creacionismo catlico, como totalidad orgnica: Por-que la creacin, es la organizacin de lo eterno, o mejor, perpetuacin de la vida que sesuplanta a s misma, constantemente, de modo a ofrecer una sola fisonoma, indeforma-ble, a travs de los tiempos (1937: 11). Modelizado sobre el Facundo sarmientino, en su

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  • visin fisiolgica y totalizadora de una historia que se despliega sobre y es determinadapor el espacio, el saber mdico y biolgico tambin lo acerca al texto de Di Lullo alprecedente ms cercano de Os sertes (1902) de Euclides da Cunha, al mismo tiempoque la prdica contra la degradacin moral del capitalismo salvaje lo afilia al naturalismosocial-cristiano de obras como In Darkest England (1890) de William Booth.

    El bosque sin leyenda est dividido en tres partes, empezando con una suerte deorganigrama que desglosa, en pequeas vietas narrativas, las distintas fases y los acto-res del trabajo forestal. Desde el xodo de los campesinos conchabados como jornaleros(El xodo) pasamos al trabajo solitario de los hacheros en el monte (La hachada), alalmacenaje y transporte de las maderas (La rodeada, La cargada, La acarreada), asu tallado y carbonizacin (La labrada, La quemada) y a la vuelta final de los jorna-leros, muchas veces huyendo de los capangas y con la salud y el espritu quebrados (Elregreso). Al catlogo de tipos humanos moldeados por las funciones que cumplen en elmonstruoso engranaje sigue el anlisis histrico y social de su nefasta funcin moral ypoltica, el mecanismo de esclavizacin de la mano de obra a travs de la compra obli-gatoria de vveres (La Proveedura) y la complicidad del Estado a travs de las conce-siones forestales y viales (El ferrocarril). El relevamiento se completa con un balanceeconmico, poltico y social (Resultados de la explotacin forestal) y ecolgico (Lamadre tierra), antes de terminar en la visin apocalptica del bosque arrasado por elfuego (El incendio de bosque). Pero as como su modelo, el Facundo, el libro de DiLullo ve nacer desde las cenizas la esperanza de una Tregua; interpelacin hecha a unfuturo Estado interventor para que reconstituya sobre bases cientficas la explotacin ypreservacin de la naturaleza, empleando en beneficio de los trabajadores los artificiosde la tcnica (El obraje de maana).

    Hay, para Di Lullo, dos grandes problemas en relacin al obraje forestal: la disloca-cin que ste provoca en la textura social y en los ritmos naturales de la provincia. Enprimer lugar, su texto hace hincapi en el desapego del suelo nativo inducido por latransformacin del campesino en jornalero nmade, contribuyendo adems a la relaja-cin moral y el derroche:

    El pen era la energa, en potencia, del campo. La industria forestal, la succion, la mal-gast. [...] No ms granjeras de la tierra bendita, ni cosechas rebosantes, aunque sufridas. Noms tranquila paz de los campos germinados. [...] Desertaban de la vida. Y con el toque deatencin del bosque se fueron a la muerte. No fue tanto el engao ni la esclavitud lo que msdao le hicieron. Lo peor fu la prdida de su vocacin agrcola-pastoril. Cincuenta aos deindustria forestal han destruido la tradicin de un pueblo criado sobre el arado y en pos de losrebaos (Di Lullo 1937: 34).

    Por otra parte, por cambiar el rgimen de lluvias y degradar a la fauna y flora, la tala delos bosques ha terminado por dejar yerma e inerte a la tierra. Di Lullo consigna con pre-cisin de naturalista, sin dejar nunca el tono y la gran panormica del narrador pico, latransformacin zoobotnica de la selva en fachinal:

    El humus del suelo, estratificado por infinitos y lentos aos de exfoliacin y humedad, sedesec bajo el intenso sol y se pulveriz en brazos del viento huracanado que ya recorra lallanura con su cortejo de polvaredas. La gordura de la tierra, antes protegida por espesas fron-das, fu sepultada por las arenas de los vendavales, y su milagrosa potencia germinativa, hen-

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  • chida y lujuriante, se sofoc en la inmersin de otras tierras estriles, que los remolinos trans-portaron a distancia (1937: 62).

    El desmonte elimin la flora antigua, dando lugar a una vegetacin de post-guerraguerra cruel del hombre contra el bosque; es una vegetacin que se defiende, que viveen continua lucha de defensa (1937: 62). Esta doble degradacin de hombres y ambien-te del paisaje y el alma santiagueos tiene para Di Lullo una causa comn: la per-versa conversin del trabajo (facultad creativa y productiva que define lo humano) enpura negatividad destructora, en trabajo de todo el ser para matarse (1937: 14) y parasembrar la muerte en su redor. La forestal, al reclutar a la mano de obra exclusivamentepara el fin de la destruccin, deshumaniza al obrero: en el obraje, con el trabajo, elhombre deja de serlo (1937: 33). La culminacin del frenes destructor es la imagenlgubre de la pira sacrificial de rboles listos para ser reducidos a carbn; muerte indus-trial narrada por Di Lullo en apelacin bastante explcita a la martirologa cristiana:

    Por fin, el horno, listo, levanta su giba inerte. Yacen en su entraa, el aromo y el chaar, latusca florida y la brea resinosa, el mistol y el algarrobo, la cina-cina y el espinillo, el guayacn,el quebracho, el molle, y el itin, toda la riqueza de la tierra exprimida de jugos. Y de pronto elquemador, con la tea encendida prende fuego a la pira. Se ha consumado el sacrificio. [...] Elpenacho de humo que ensombrece la selva, escapado a borbotones por la boca del horno, tieneotro significado que el humo de la fbrica. No es humo que redime, sino humo estril, humo dedestruccin. [...] El bosque ya no existe, pero los campos tampoco [...] el horno es un tormento-so smbolo de la actualidad industrial: en torno, el hombre se destruye a s mismo (1937: 21).

    En su afn por relatar el cruce fatal entre naturaleza e historia, el texto de Di Lullo esatravesado l mismo por la tensin entre dos grandes registros poticos: la tradicin pas-toral y la pica. En la visin de la primera, el mundo prelapsario resucita con rasgos ed-nicos, todo campo paniego y praderas frtiles (1937: 13), mientras que, enfocadas enclave pica, las caravanas que parten rumbo al obraje son los hroes trgicos de unavasta rebelin contra la concentracin latifundista de la tierra frtil, las condiciones devida [...] tan precarias (1937: 36) en las desolladas llanuras de Loreto y Atamisqui, losdesiertos de las Salinas Grandes, [...] los campos sin agua [...], all donde nadie quiere opuede vivir (1937: 81). Pero si en El bosque permanece irresuelta esta contradiccinentre la invocacin nostlgica de una perdida Edad Dorada rural y la conciencia de lasinhumanas condiciones de la vida campestre anterior al xodo hacia los obrajes, esta ten-sin se torna productiva al volcarse crticamente contra el rumbo equivocado de un pro-greso depredador. Como sugiere Raymond Williams (1973: 13-34), el uso del repertorioruralista por parte de sujetos desclasados no es contradictorio sino dialctico: la nostalgia,en ellos, slo se refiere al pasado de manera figurativa y para construir visiones de futuro.Es la aoranza en palabras de Di Lullo de buenos campos y de mejores tiempos, y deuna sabia poltica de colonizacin que ha sido traicionada por el obraje forestal.

    De paisaje a regin

    Si la nocin del paisaje, en la dcada del 30, sirvi a los intelectuales santiagueospara esbozar una resistencia culturalista contra los avances del capitalismo rapiero y

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  • la modernidad cosmopolita, la gravedad misma del quiebre diagnosticado por esos tex-tos, llevaba en aos siguientes a algunos autores a cuestionar la eficacia de esta estrate-gia. As, en la medida en que el concepto del paisaje era reemplazado gradualmente porel de regin, tambin la insistencia fenomenolgica en la permanencia y el espesor dellugar retroceda a favor de un concepto ms dinmico de espacio, ya no como archivodel pasado ancestral sino abierto hacia un futuro an por hacer. El documento ms impor-tante de ese giro desarrollista es sin duda De la estructura mediterrnea argentina deCanal Feijo, publicado en 1948 junto a la documentacin del Primer Congreso de Pla-nificacin Integral del Noroeste Argentino (PINOA), celebrado en la ciudad de Santiagodos aos antes bajo la presidencia del mismo Canal.

    Parte de una proyectada y nunca concluida Sociologa Mediterrnea Argentina, eltrabajo de Canal propone indagar los fenmenos de crisis y desintegracin de la comu-nidad rural en el interior, categora que afirma en el pensamiento social argentinosuele oponrsele a Buenos Aires y a los nuevos territorios del Sur, como una suerte deoscuro e innombrable origen de todos los males patrios. En la mira del crtico est, enton-ces, ese dogma de la tradicin liberal argentina segn el cual el culpable de las difi-cultades, de las reviniencias, de las demoras [...] sera precisamente el Interior, con losnombres, a veces, de campaas, de Provincias, de masas (Canal Feijo 1948: 12). Ecua-cin, por supuesto, que en sus primeros ensayos el mismo Canal haba construido entreel paisaje santiagueo y las mrgenes de la ciudad, pero que ahora es denunciada comocaracterstica del espritu de evasin que proyecta el miraje pampeano sobre la reali-dad nacional: Todava ahora, como hace un siglo, frente a los problemas de la pobla-cin, sigue pensando ms en el desierto que en el elemento humano presente. Se interesa[...] ms en la Patagonia, toda hiptesis, que en el Norte, todo crisis (1948: 104).

    Como Gidici diez aos antes en sus crticas hacia la idealizacin costumbrista delpen criollo, Canal denuncia la atribucin ahora en clave despreciativa a una esencia-lizada mente popular de procesos como el xodo rural, demostrando en cambio suracionalidad socioeconmica. Pero si bien ahora Canal desconfa del determinismoambiental, todava conserva como clave de lectura de lo social la nocin del rebote(1948: 44), para as captar no slo los efectos de la naturaleza en la mentalidad de sushabitantes sino, en cambio, una interrelacin mucho ms dinmica en donde el habitanteen tanto cuerpo forma tambin parte de una naturaleza que, a su vez, posee una espiri-tualidad propia e idiosincrtica:

    [...] el campesino ha ido perdiendo sus costumbres creadoras, su precioso folklore [...]; suspequeas tcnicas del manejo de la naturaleza; su idioma jugoso y denso de una sabiduravital y fertilizante; ese profundo seoro que ha ido siempre del brazo con el dominio directode la tierra; sus cultos colectivos, sus pintorescas fiestas (1948: 81).

    Por su parte, y en consecuencia de esta erosin cultural,

    [...] la Naturaleza ha perdido generosidad y dulzura en el ciclo de los ltimos cincuenta aosacaso sea la indignada respuesta a la insensatez con que el hombre la ha venido tratando;los trminos medios pluviales han disminuido, [...] los ros llevan menos agua que hace mediosiglo [...] A las insuficiencias lquidas siguen, mecnicamente, las erosiones, la esterilizacinde la superficie accesible a los recursos del trabajo elemental, la proliferacin de las plagaszoolgicas [...] Cualquiera que fuese la relacin con esos eventos climticos, lo cierto es que

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  • el estado de sanidad de nuestras campaas es hoy espeluznante. Suele nombrarse, en primerlugar, al paludismo; pero no ocupan menos lugar, ni son menos graves dentro del marcogeneral de inasistencia en que se desenvuelven todas las pestes rurales, el bocio montas,el tracoma, la leichmaniosis, la brucellosis [...], las venreas, la sfilis (1948: 113).

    Ante esta prdida irrevocable o ms bien, inversin negativa del antiguo vnculoentre el ambiente como lugar y las formas de habitar y perpetuarlo (aquella mediacin,precisamente, que la nocin del paisaje haba querido abarcar en los escritos previos) seimpone como nica solucin viable la intervencin planificadora del Estado, representa-do por una galera de tcnicos: en el discurso inaugural del PINOA, Canal convocar aingenieros, mdicos, gelogos, arquitectos, socilogos y tcnicos industriales a sumarsea la gran obra. Esa idea de planificacin integral vendr de la mano, a su vez, de unasuperacin del viejo y ya quizs apenas cartogrfico concepto de Provincia, por el msvivo, razonable y realista de Regin (1948: 142-143). As, la regionalizacin del enfo-que deparar soluciones por unificacin integradora de las cosas. A eso le llamo estruc-turacin. Tambin puede llamrsele planning. Slo mediante una planificacin del Nortetomado como una unidad de integracin, geogrfica, econmica y sociolgica, podrencontrarse el camino de esas soluciones (1948: 118).

    Ahora bien, como en las columnas de Gidici de la dcada anterior, lo cartogrficoasoma en realidad desde el momento en que el antiguo lenguaje evocador de lo concreto,propio del paisajista, cede ante la visin estructural y abstracta del realismo desarro-llista. Porque lo que se pierde o se sacrifica en ese nuevo trance de planificacin inte-gral para afrontar los problemas comunes a toda la regin del Norte (Canal Feijo1948: 117), ser precisamente la idea de irreductibilidad del fenmeno santiagueo endonde los escritos anteriores quisieron hallar una fuente de resistencia, an reconociendocon alarma su estado de crisis. En lo que hace al paisaje, la alternativa que ensayar estenuevo regionalismo desarrollista consiste en reorientar el concepto del lugar al espa-cio, y del residuo y la tradicin a la produccin y la potencialidad: ante el agotamientodel paisaje ancestral, la solucin ser ahora rehacer el ambiente en su totalidad y en fun-cin de un radical recomienzo. Es el mismo sueo que culminar, otra dcada ms tarde,en la construccin monumental de una nueva ciudad en los vastos sertones del interiorbrasileo. Pero no dejar de retornar, a pocos aos de inaugurada sta, ahora desde laspantallas del Nuevo Cine latinoamericano ms que desde las pginas de la literatura,aquello que la produccin desarrollista del espacio haba querido borrar, perder de vista,tornar invisible: el interior como paisaje, como lugar-en-crisis; el paisaje de la sequa.

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