Anatole France - La isla de los pingüinos

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LA ISLA DE LOS PINGÜINOS  

Anatole France         

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PROLOGO

A pesar de la diversidad aparente deocupaciones que me solicitan, mi vida sólo tiene unobjeto, la consagro a la realización de un propósitomagnifico: escribir la Historia de los pingüinos, en lacual trabajo asiduamente sin desfallecer nunca sitropiezo con dificultades que alguna vez pareceninvencibles.

Hice excavaciones para descubrir losmonumentos de ese pueblo sepultados en la tierra.Los primeros libros de los hombres fueron piedras,y estudié las piedras que se pueden considerar comolos anales primitivos de los pingüinos. A orillas delOcéano escudriñé tumbas que no habían sido aúnvioladas, y encontré, según costumbre, hachas depedernal, espadas de bronce, dinero romano y una

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moneda con la efigie de Luis Felipe, rey de losfranceses en 1840.

Para los tiempos históricos, la Crónica deJohannes Talpa, monje del monasterio deBeargarden, fue mi guía segura, y me abrevé tantomás a esta fuente cuanto que no es posible hallarotra en justificación de la historia pingüina durantela Edad Media.

Pero a partir del siglo XIII contamos con mayorabundancia de documentos, aunque no sean másafortunadas nuestras investigaciones. Resulta difícilescribir la Historia; nunca se averigua con certeza dequé modo tuvieron lugar los sucesos, y lasincertidumbres del historiador aumentan con laabundancia de documentos. Cuando un hecho esconocido por una referencia única, lo admitimos sinvacilación; pero empiezan las perplejidades alofrecerse varios testimonios del mismo suceso, puesno suele haber manera de armonizar lascontradicciones evidentes.

Hay fundamentos científicos bastante poderosospara decidirnos a preferir tales referencias y adesechar tales otras, aunque nunca lo sean bastantepara avasallar nuestras pasiones, prejuicios eintereses y vencer la ligereza de la opinión común a

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todos los hombres graves. Por este motivopresentamos constantemente los hechos en unaforma interesada y frívola.

Referí a varios sabios arqueólogos y paleógrafosde mi país y de países extranjeros las dificultades enque tropezaba mi propósito al querer escribir unahistoria de los pingüinos, y su indiferencia, rayana endesprecio, me anonadó. Me oían sonrientes ycompasivos, como si quisieran decirme: "Pero¿acaso escribimos historia nosotros? ¿Acaso nosimporta deducir de un escrito, de un documento, lamenor parcela de vida o de verdad? Limítase nuestramisión a publicar nuestros hallazgos pura ysimplemente, letra por letra. La exactitud de la copianos preocupa y nos enorgullece. La letra es lo únicoapreciable y definido: el espíritu no lo es. Las ideasno son más que fantasías. Para escribir historia serecurre a la vana imaginación:

Algo así me insinuaban los ojos y la sonrisa delos sabios paleógrafos, y sus opiniones medesanimaron profundamente. Un día, después deconversar con un sigilógrafo eminente, y cuando mehallaba mucho más desconcertado que decostumbre, se me ocurrió esta reflexión: "Digan loque digan, existen historiadores; la especie no ha

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desaparecido por completo; en la Academia deCiencias Morales se conservan cinco o seis que no selimitan a copiar textos; escriben historias, y no medirán que sólo una vana imaginación puedeconsagrarse a este género de trabajo.

Me animé con semejante idea, y al día siguientefui a casa de uno de ellos, anciano sutil.

-Vengo, señor mío -le dije-, a solicitar unconsejo de su experiencia. Me propongo escribirhistoria y no consigo documentarla.

Encogióse de hombros y respondió:-¿Por qué se preocupa de buscar documentos

para componer su historia y no copia la másconocida, como es costumbre? Si ofrece usted unpunto de vista nuevo, una idea original, si presentahombres y sucesos a una luz desconocida,sorprenderá usted al lector, y al lector no le agradanlas sorpresas, busca sólo en la Historia las tonteríasque ya conoce. Si trata usted de instruirle, sóloconseguirá humillarle y desagradarle; si contradiceusted sus engaños, dirá que insulta sus creencias.Los historiadores se copian los unos a los otros, conlo cual se ahorran molestias y evitan que los motejenpor soberbios. Imítelos y no sea usted original. Unhistoriador original inspira siempre desconfianza, el

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desprecio y el hastío de los lectores. ¿Supone ustedque yo me vería honrado y enaltecido como lo estoy,si en mis libros de historia hubiera dicho algonuevo? Y ¿qué son las novedades? ¡Impertinencias!

Levantóse. Agradecido a sus bondades medespedí, y él insistió:

-Me permito darle un consejo. Si quiere ustedque su obra sea bien acogida, no pierda ningunaocasión de alabar las virtudes que sirven de sostén alas sociedades, el respeto a las riquezas y lossentimientos piadosos, principalmente la resignacióndel pobre, que afianza el equilibrio social. Asegureque los orígenes de la propiedad, de la nobleza, de lagendarmería, sean tratados en su historia con todo elrespeto que merecen semejantes instituciones;propale que se halla dispuesto a tomar enconsideración lo sobrenatural cuando convenga, yasí conseguirá el beneplácito de las personasdecentes.

Medité sus juiciosas observaciones y las atendícuanto me fue posible.

No me incumbe tratar de los pingüinos antes desu metamorfosis. Empiezan sólo a interesarmecuando, al salir de la Zoología, entran en la Historiay en la Teología. Sin dudar que fueron pingüinos los

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transformados en seres humanos por San Mael,conviene esclarecer este punto. En las circunstanciasactuales pudiera el nombre inducir a confusiones.

Llamamos "pingüino" a un ave de las regionesárticas, perteneciente a la familia de los alcidios, y"manco", al tipo de los esfeniscidios, habitante delos mares antárticos. Los distingue de este modo,por ejemplo, el señor Lecointe, cuando relata el viajede La Bélgica: "Entre todas las aves que pueblan elestrecho de Gerlache - dice-, los mancos' resultanlas más interesantes. Con frecuencia los llaman,impropiamente, los 'pingüinos' del Sur..." El doctorJ. B. Charcot le contradice y afirma que losverdaderos y únicos pingüinos son esas aves delAntártico llamadas "mancos", y aduce, comofundamento de su opinión, que recibieron de losholandeses llegados en 1598 al cabo de Magallanes elnombre de "pingüinos", probablemente por sugrasienta gordura. Pero si los "mancos" reciben elnombre de "pingüinos", ¿cómo se llamarán lospingüinos en adelante? Nada le preocupa esto aldoctor J. B. Charcot.

De todos modos, ya recobre para ellos esenombre o lo usurpe, le concederemos que losmancos se llaman pingüinos. Al describirlos adquirió

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el derecho de bautizarlos, pero ha de tolerar que lospingüinos septentrionales continúen siendopingüinos. Habrá pingüinos del Sur y pingüinos delNorte, los antárticos y los árticos, los alcidios oauténticos pingüinos y los esfeniscidios o antiguos"mancos". Tal vez sea un inconveniente para losornitólogos preocupados en describir y clasificar lospalmípedos, que se preguntarán si es oportunoconceder el mismo nombre a dos familias que vivenen polos distintos y que se diferencian de variosmodos: en el pico, los alones y las patas; pero yoacepto esa confusión y me acomodo a ella sindificultad. Entre mis pingüinos y los de J. B.Charcot, por muchos que sean los caracteres que losdistinguen, son muchos más los que determinan unasemejanza notable y profunda. Unos y otros secaracterizan por su aspecto serio y plácido, por sudignidad cómica, por su familiaridad atractiva, porsu bondad solapada y por sus movimientos a la veztorpes y solemnes; unos y otros son pacíficos, lesencantan los discursos, les atraen los espectáculos,les interesan los negocios públicos y les preocupa lajerarquía.

Mis hiperbóreos, a decir verdad, no tienenalones escamosos, pero los tienen cubiertos de

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cortas plumas; aun cuando sus patas son menostraseras que las de los meridionales, andan comoellos, con el busto arrogante, la cabeza erguida, ycontonean el cuerpo, que rebosa dignidad. Estoscaracteres y su pico sublime determinaron el errordel apóstol, que los creyó seres humanos.

El presente libro pertenece, lo reconozco, algénero de la historia vieja, la que ofrece una sucesiónde hechos cuyo recuerdo se ha conservado, yprocura indicar en lo posible los efectos y las causas,lo cual es más arte que ciencia. Se dice que talmanera de historiar no satisface a los espíritusansiosos de exactitud, y que la vieja Clío es alpresente reputada como una chismosa. No dudo quese pueda trazar en lo por venir una historiaverdadera de las condiciones de la vida paraenseñarnos lo que tal pueblo, en tal época, produjo yconsumió en todas las formas de su actividad. Esahistoria será no un arte, sino una ciencia, y ofrecerála exactitud que al historiador más avisado le falta,pero es imposible trazarla sin acudir a una multitudde estadísticas de las cuales aún carecen todos lospueblos, y, sobre todo, el de los pingüinos. Acaso lasnaciones modernas procuren algún día elementospara esa historia, pero en cuanto se refiere a la

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Humanidad fenecida, será forzoso contentarse conhistorias al modo antiguo. El interés de semejantesproducciones depende sólo de la perspicacia y de lahonradez del narrador.

Como dijo un famoso escritor de Alca, la vidade un pueblo es un tejido de crímenes, de miseria yde locuras. Ocurre, lo mismo en la Pingüinia que enlas demás naciones, por lo cual su historia ofrecepuntos admirables que imagino haber aclarado bien.

Los pingüinos se conservaron belicosos durantemucho tiempo. Uno de sus conciudadanos, Jacoboel Filósofo, ha trazado su carácter en un cuadrito decostumbres que voy a reproducir y que sin duda serádel gusto de mis lectores.

"El sabio Graciano recorría la Pingüinia entiempo de los últimos dracónidas. Cierto día cruzabaun fértil valle, donde los cencerros de las vacasresonaban en la quietud del aire puro, y se detuvo adescansar en un banco, al pie de una encina, cerca deuna cabaña. En el quicio de la puerta, una mujerdaba de mamar a un niño; un mozalbete jugueteabacon un perrazo, y un anciano, ciego, sentado al sol,con los labios entreabiertos, bebía la luz.

"El dueño de la casa, hombre joven y robusto,ofreció a Graciano pan y leche.

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"Después de tomar aquel refrigerio, dijo elfilósofo marsuino:

"-Amables habitantes de un bello país, agradezcovuestra delicadeza. Todo aquí respira gozo,concordia y paz.

En aquel momento pasó un pastor que tocaba ladulzaina.

"-Es una música heroica - opinó Graciano."-Es el himno de guerra contra los marsuinos -

respondió el labriego-. Todos lo cantamos. Losniños lo aprenden antes de hablar. Somos buenospingüinos.

"-¿Odian a los marsuinos?"-¡A muerte!"-Y ¿por qué razón los odiáis a muerte?"-¿No son los vecinos más próximos?"-Ciertamente."-Pues bien: ¡por eso los pingüinos odian a los

marsuinos!"-¿Es una razón?"-¡Claro que sí! Quien dice vecinos dice

enemigos. Mira el campo lindante con mi propiedad;es del hombre a quien más odio en el mundo. Mismayores enemigos, después de él, son los habitantesdel pueblo próximo, que arraiga en la otra vertiente

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del valle al pie de un bosque de álamos blancos. Enel angosto valle hundido entre montañas no hay másque dos pueblos, y son enemigos. Cada vez quenuestros mozalbetes encuentran a los otros secruzan insultos y porrazos. ¡Cómo es posible que lospingüinos no sean enemigos de los marsuinos!¿Ignoras lo que significa el patriotismo?Constantemente asoman dos gritos a mis labios:¡Vivan los pingüinos!' ¡Mueran los marsuinos !'

Por espacio de trece siglos los pingüinospelearon contra todos los pueblos del mundo; suardor fue constante y varia su fortuna. Luego,durante algunos años, cambiaron de opinión yabogaban por la paz con el mismo convencimientoque antes por la guerra. Sus generales acomodáronseperfectamente a la nueva situación, y todo elejército, jefes y oficiales, sargentos y soldados,reclutas y veteranos, aceptó gustoso la tranquilidadreinante; pero los escritorzuelos, los ratones debiblioteca y demás bicharracos impotentes lolamentaban desconsolados.

El mismo Jacobo el Filósofo compuso unaespecie de relato moral, en el que, al ofrecer de unamanera cómica y contundente las varias acciones delos hombres, intercaló episodios de la historia de su

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país. Algunos personajes le preguntaron por quérazón había escrito aquello y qué provechoreportaría su obra a la patria.

-Uno muy considerable - respondió el filósofo-Cuando vean sus actos al desnudo, sin el manto deseducciones lisonjeras que los revestían, lospingüinos los juzgarán serenamente, y acaso, enadelante, mejoren de condición.

Hubiera sido mi gusto no prescindir en estahistoria de nada que pueda interesar a los artistas, loscuales encontrarán un estudio acerca de la pinturapingüina en la Edad Media, y, si bien dicho estudioes menos completo de lo que yo deseaba, no ha sidociertamente por culpa mía, corno podráncomprender los que lean este prólogo hasta el fin.

En junio del año pasado tuve la ocurrencia deconsultar acerca de los orígenes y progresos del artepingüino con el malogrado Fulgencio Tapir, el sabioautor de los Anales universales de la Pintura, de laEscultura y de la Arquitectura...

En su despacho se me apareció entre montonesde papeles y folletos como un hombrecillomaravillosamente miope, cuyos ojos parpadeabansin cesar bajo las gafas de oro.

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Su nariz alargada, movible, con un tactoexquisito, suplía las funciones de la vista y explorabael mundo sensible. Fulgencio Tapir usaba ese órganopara el estudio de las bellezas artísticas. En Franciaes cosa corriente que los críticos musicales seansordos y los de arte ciegos, lo cual les permite unrecogimiento indispensable para el desarrollo de lasideas estéticas. ¿Supondrán ustedes que con ojoshábiles para percibir las formas y los colores en quese envuelve la misteriosa Naturaleza le hubiera sidoposible a Fulgencio Tapir elevarse sobre unamontaña de documentos impresos y manuscritoshasta la cumbre del espiritualismo doctrinario, paraconcebir la teoría poderosa que hace converger lasartes de todos los países y de todas las épocas en unsitial académico, su objetivo único?

El suelo y las paredes, ¡hasta el techo!, hallábanseinvadidos por carpetas rebosantes, legajos abultados,cajas donde se oprimían papeletas innumerables. Yocontemplaba, poseído de admiración y espanto,aquellas cataratas de erudición a punto de surgir ydesbordarse

-Maestro -dije con la voz emocionada-, recurro asu bondad y a su deber, ambos inagotables. ¿Tendríausted algún inconveniente en guiar mis arduas

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investigaciones acerca de los orígenes del artepingüino?

-Caballero -me respondió-, poseo todo el arte,¿comprende?, todo el arte, dispuesto en papeletasclasificadas alfabéticamente por orden riguroso dematerias, y me produciría una verdadera satisfacciónponer a su alcance cuanto se refiere a los pingüinos.Ahí tiene una escalera; saque la caja de más arriba yen ella encontrará lo que busca.

Obedecí tembloroso. Al abrir la caja fatal, untorrente de papeletas azules comenzó a escurrirseentre mis dedos y a derramarse como una cascada.Por simpatía, sin duda, y al mismo tiempo,abriéronse las cajas próximas y comenzaron a lloverpapeletas rosas, verdes y blancas... Unas tras otrasreventaron las carpetas, y un diluvio de coloresinvadió aquel espacio. Al posarse apiñadas en elsuelo formaron alfombra que subía y engrosaba porinstantes. Hundido hasta las rodillas, FulgencioTapir, con las narices alerta, observaba el cataclismo.Al descubrir la causa ocasional, no pudo por menosde palidecer espantado.

-¡Cuánto arte! -dijo en tono lastimero.Lo llamé; quise llevarlo hasta la escalera, donde

podría ponerse a salvo de la inundación; pero todo

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fue inútil. Había perdido su casquete de terciopelo ysus gafas de oro, y abrumado, exasperado,humillado, luchaba inútilmente por salir de aquellacharca de erudición que le cubría ya los hombros.Luego se alzó un remolino de papel. Durante unsegundo vi el cráneo reluciente y las manecitasgordinflonas del sabio que se agitaban paradefenderse. ¡Imposible ya! Cerróse de pronto elabismo, siguió el diluvio y reinó al fin sobre aquellatumba de papeletas el silencio y la inmovilidad.

Rompí el cristal más alto de la ventana, y graciasa esto pude salvarme.

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LIBRO PRIMERO

LOS ORIGENES

1. VIDA DE SAN MAEL

MaeI, descendiente de una familia regia deCambray, entró a los nueve años en la abadía deYvern, adonde lo llevaron para que se instruyera enlas letras sagradas y profanas. A la edad de catorceaños renunció a su herencia y se consagró al Señor.Distribuía sus horas conforme a la regla, entre loscánticos religiosos, el estudio de la gramática y lameditación de las verdades eternas.

Un perfume celeste reveló a los monjes lasvirtudes que adornaban a Mael, y cuando elbienaventurado Gal, abad de Yvern, pasó a mejorvida, el joven le sucedió en el gobierno del

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monasterio. Fundó una escuela, un hospital, unahospedería, una fragua, talleres de todas clases,astilleros para la construcción de navíos y obligó alos monjas a cultivar los eriales. También éltrabajaba en el jardín de la abadía y en los talleres,instruía a los novicios, y su vida se deslizabaplácidamente como un río que refleja el cielo yfecunda los campos.

Al atardecer acostumbraba este siervo de Dios asentarse en el acantilado, y aquel sitio aún se llama"la silla de San Mael". A sus pies, las rocas,semejantes a dragones negros, cubiertas de algasverdosas y de ovas leonadas, ofrecían a la espuma delas olas sus pechos monstruosos. Contemplaba el solmientras se hundía en el Océano como una hostiaenrojecida, cuya sangre gloriosa cubriese de púrpuralas nubes del cielo y las crestas de las olas, y al santovarón se le presentaban como la imagen del misteriode la Cruz, por el cual la sangre divina haennoblecido la Tierra. A lo lejos, una línea oscuraindicaba las playas de la isla de Gad, donde SantaBrígida, a quien San Malo impuso el velo, regia unconvento de monjas.

Enterada Santa Brígida de los méritos delvenerable Mael, envióle a pedir, para estimarla como

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un rico presente, alguna obra de sus manos. Maelfundió una campanita de bronce, y cuando la tuvoacabada la bendijo y la tiró al mar. La campana fueagitándose y sonando hasta las playas de Gad, dondeSanta Brígida, advertida por las vibraciones delbronce entre las olas, salió a buscarla conrecogimiento, y, acompañada por las monjas, la llevóen solemne procesión hasta la capilla del monasterio.

Así, el santo varón aumentaba de día en día susvirtudes. Llevaba ya recorridos dos tercios de lasenda de la vida y esperaba plácidamente el fin de suexistencia terrenal entre sus hermanos espirituales,cuando le fue revelado que la sabiduría divina lodispuso de otra manera y que el Señor le destinaba atrabajos menos tranquilos, pero no menosmeritorios.

II. VOCACION APOSTÓLICA DE SANMAEL

Una tarde iba de paseo por la orilla de unaensenada solitaria. Llegó, abstraído en susmeditaciones, hasta el extremo donde las rocas, enlucha con el mar, forman un escabroso dique, y vio

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una piedra cóncava que flotaba como una barcasobre las aguas.

En receptáculos semejantes había ido SanGuirec, el venerable San Colombán y otros tantosmonjes de Escocia y de Irlanda a evangelizar laArmórica. Precisamente, Santa Avoye, llegada deInglaterra, acababa de cruzar el río Auray metida enun mortero de granito rosa, en el cual, más adelante,meterán a los niños para fortalecerlos. San Vougacruzaba de Hibernia a Cornouailles sobre una roca,cuyos fragmentos, conservados en Penmarch,curarán las fiebres a los peregrinos que apoyen enellos la cabeza. San .Samsor llegaba a la bahía delmonte de San Miguel en una pila de granito; que seráIlamada con el tiempo la taza de San Samsor. Poresto, al ver flotar aquella piedras cóncava, el santovarón de Mael comprendió que el Señor le destinabaal apostolado de los paganos que poblaban todavíalas playas de las islas de los bretones.

Entregó su báculo de fresno al monje Budocpara investirle como superior de la abadía. Luego,provisto de un pan, de un barril de agua potable y deun ejemplar de los Santos Evangelios, metióse en lapiedra cóncava, que lo condujo suavemente hasta laisla de Hoedic, de continuo azotada por los

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huracanes. Las miserables gentes que vivían allípescaban en las hendiduras de las rocas y cultivabana fuerza de trabajo sus legumbres en huertasarenosas protegidas por vallas, tapias de piedra toscay setos de tamarindo. Una magnífica higuera, quearraigaba en una hondonada de la isla, extendíahorizontalmente sus largas ramas protectoras y eraadorada por los habitantes.

El santo varón Mael les dijo:-Adoráis este árbol por su hermosura, lo cual me

induce a suponer que la belleza os agrada. Yo vengoa revelaros la belleza oculta.

Y les enseñó el Evangelio. Después de haberlosinstruido en las santas verdades, los bautizó.

Las islas de Morbihan eran más numerosas quehoy en aquel tiempo. Desde entonces hundiéronsemuchas en el mar. San Mael evangelizó sesenta.Luego, en su barca de granito, remontóse por el ríoAuray, y, después de navegar tres horas, desembarcóante una casa romana. Salía del tejado una tenuecolumna de humo. El santo varón traspuso elumbral, donde un mosaico representaba un perro enactitud amenazadora.

Fue acogido por un matrimonio anciano, MarcoCombabeo y Valeria Moerens, que vivían del

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producto de sus tierras. Rodeaba el patio central unpórtico, cuyas columnas estaban pintadas de rojodesde la base hasta la mitad de su altura. Una fuentede conchas marinas se apoyaba en la pared, y bajo elpórtico alzábase un altar con hornacina, donde eldueño de la casa había puesto varios idolillos detierra cocida blanqueados con lechada de cal. Unosrepresentaban niños alados; otros, a Apolo o aMercurio, y otros, mujeres desnudas en actitud derecogerse el pelo. Pero el santo varón, Maeldescubrió entre aquellas figuras la hermosa imagende una madre que tenía un niño sobre sus rodillas, yal punto dijo:

-Esta es la Virgen, Madre de Dios. El poetaVirgilio la anunció, antes de que hubiese nacido, alcantar con voz angélica Jam redit et virgo. Y sehicieron de Ella, entre los gentiles, figuras proféticas,como la que tu colocaste, ¡oh Marco!, en este altar.Sin duda, protegió sus modestos lares. Así, los queobservan estrictamente la ley natural se preparanpara el conocimiento de las verdades reveladas.

Marco Combabeo y Valeria Moerens, instruidospor este discurso, se convirtieron a la fe cristiana, yfueron bautizados por su joven liberta CaeliaAvitella, a la que amaban tanto como a la luz de sus

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ojos. Todos sus colonos renunciaron al paganismoaquel día.

Marco Combabeo, Valeria Moerens y CaeliaAvitella vivieron desde entonces virtuosamente,murieron en gracia de Dios y fueron incluidos en elcanon de los santos.

Durante treinta y siete años, el bienaventuradoMael evangelizó a los paganos de tierra adentro.Mandó construir doscientas dieciocho capillas ysetenta y cuatro abadías.

Pero un día, mientras predicaba el Evangelio enla ciudad de Vannes, tuvo noticia de que los monjesde Yvern habían relajado en su ausencia las reglasdel santo fundador, y con la ternura de la clueca querecoge sus polluelos, volvió hacia sus hijosdescarriados. Cumplía entonces los noventa y sieteaños de edad. Su cuerpo se había encorvado, perosus brazos manteníanse robustos y sus palabrasfluían abundantes, como en invierno cae la nievesobra los hondos valles.

El abad Budoc devolvió a San Mael su báculo defresno y le informó del estado lamentable en que sehallaba la abadía. Los monjes habían disputadoacerca de la fecha en que debe celebrarse la Pascua;decidiéronse unos por el calendario romano y otros

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por el calendario griego. Los horrores de un cismacronológico desgarraban el monasterio.

Hubo, además, otra causa de desórdenes. Lasreligiosas de la isla de Sad, tristemente olvidadas desus virtudes primitivas, a cada instantedesembarcaban en la costa de Yvern. Los monjes lasinstalaban en la hospedería, lo cual daba lugar aescándalos y era un motivo de desolación para lasalmas piadosas.

Al acabar su fiel información, el abad Budocpronunció estas palabras:

-Desde que se presentaron las monjitas, nuestrosmonjes perdieron la inocencia y el reposo.

-No lo dudo -respondió el bienaventurado Mael-, porque la mujer es un cepo mañosamenteconstruido: basta olerla para quedar prisionero. ¡Ay!La atracción deliciosa de estas criaturas se ejerce delejos más poderosamente aún que de cerca.

"Provocan tanto más el deseo cuanto menos losatisfacen. Bien lo expresan estos versos de unpoeta, dirigidos a una de ellas:

Te huyo por no rendirte mi albedrío,y cuanto más me aparto más te ansío.

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Así vemos que las dulzuras del amor carnal sonmás tiranas para los solitarios y para los monjes quepara los hombres que viven en el siglo. El demoniode la lujuria me ha tentado en varias formas durantemi vida, y las más rudas tentaciones no me lasprodujo la presencia de una mujer, ni aun la máshermosa y perfumada: me las produjo la imagen deuna mujer ausente. Ahora mismo, bajo el peso de laedad y próximo a cumplir noventa y ocho años, confrecuencia el Enemigo me induce a pecar contra lacastidad, por lo menos con el pensamiento. Denoche, cuando tengo frío en la cama y crujensordamente mis huesos helados, oigo voces querecitan el segundo versículo del tercer libro de losReyes: Dixerunt ergo servi sui¡. Quaeramus domino nostroregi adolescentulam virginem, et stet coram rege et foveat cum,dormiatque in sinu suo, et calefaciat dominum nostrum regem.Y el diablo me presenta una mujercita en capullo,que me dice:

"-Soy tu Abisag, soy tu Sulamita. ¡Oh dueñomío! Déjame lugar en tu lecho.

"Creedme -añadió el anciano-: sólo con unaprotección especial del Cielo puede un monjeguardar su castidad do pensamiento y de obra.

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Aplicóse inmediatamente a restaurar la inocenciay la paz en el monasterio, rectificó el calendariosegún los datos de la Cronología y de la Astronomíay obligó a todos los monjes a que lo aceptaran;devolvió al monasterio de Santa Brígida las monjaspecadoras, pero no las arrojó brutalmente de laabadía; las condujo, entre salmos y letanías, hasta elnavío que debía llevarlas.

-Respetemos en ellas -decía- las hijas de Brígiday las esposas del Señor. Librémonos de imitar a losfariseos, que ostentaban su desprecio por laspecadoras. Hay que humillar a esas mujeres en supecado, pero no en su persona, y procurar que seavergüencen de lo que hicieron y no de lo que son,porque son criaturas de Dios.

Y el santo varón exhortaba a sus monjes paraque observaran fielmente la regla.

-Cuando la barca se resiste a obedecer al timón -les dijo-, el escollo la impone obediencia.

III. LA TENTACION DE SAN MAEL

Apenas el bienaventurado Mael acababa derestaurar el orden en su abadía, supo que los

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habitantes de la isla Hoedic, sus primeroscatecúmenos y entre todos los más gratos a sucorazón, hallábanse de nuevo dominados por elpaganismo y colgaban coronas de flores y cintas delana en los brazos de la higuera sagrada.

El marinero portador de tan dolorosa noticiatemía que aquellos hombres descarriados pudieranen cualquier momento destruir la capilla alzada en lacosta de la isla, y el santo varón se dispuso a visitarinmediatamente a los infieles para impedir querealizasen violencias sacrílegas y para restaurar su fe.Al dirigirse hacia la ensenada donde quedó su barcade piedra, volvió los ojos hacia los astilleros por élestablecidos treinta años antes en la bahía para laconstrucción de navíos, donde a tales horasatronaban los martillazos y el chirriar de las sierras.

El diablo, siempre infatigable, salió de losastilleros, acercóse al santo varón bajo la figura deun monje llamado Samson, y le tentó con estaspalabras:

-Padre mío, los habitantes de la isla Hoedicpecan sin cesar. A cada momento se alejan de Dios.Ya están a punto de destruir la capilla que alzaronvuestras manos venerables en la costa de la isla. Elremedio urge. Comprenderéis que vuestra barca de

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piedra os conduciría con mayor rapidez si estuvieseaparejada, provista de un timón, de un mástil y deuna vela. Entonces el viento la empujaría. Vuestrasbrazos aún son robustos para gobernar una barca.Tampoco fuera inoportuno ponerle una proacortante. Supongo que se os habrá ocurrido, antesque a mí, todo esto.

-Sí, ciertamente urge el remedio -respondió elsanto varón-; pero hacer lo que acabáis de decirme,¿no sería obrar como los hombres de poca fe quedesconfían del Señor? ¿No sería un desprecio de lagracia con que me favorece Aquel que me envió labarca de piedra sin timón ni velamen?

A estas preguntas, el diablo, que es un buenteólogo, respondió con esta otra

-Padre mío, ¿es laudable aguardar con los brazoscruzados la ayuda del Cielo y pedírselo todo al quetodo lo puede? ¿No es más meritorio esforzarse conprudencia humana y valerse cada uno a sí mismo?

-No, ciertamente -respondió el anciano Mael-.Confiarlo todo a la prudencia humana sería ofendera Dios.

-A pesar de todo -repuso el diablo-, ¿no esprudente aparejar la barca?

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-Sería prudente si no hubiera otro modo dellegar al fin.

-¡Eh! ¡Eh! ¿Luego confiáis mucho en lavelocidad de vuestra barca de piedra?

-Depende sólo de la voluntad de Dios.-Va tan despacio como la mula de Budoc. Es

una. verdadera carraca. ¿Os ha prohibido Dios quela pongáis en condiciones de avanzar de prisa?

-Hijo mío, vuestras razones son claras y de sobraconvincentes. Pero reflexionad que la barca depiedra es milagrosa.

-Sin duda, padre mío. Una mole de granito queflota en el agua como un pedazo de corcho, es unabarca milagrosa. ¿Qué deducís?

-Mi apuro es tremendo para contestaros.¿Conviene perfeccionar por medios humanos ynaturales una máquina milagrosa?

-Padre mío, si tuvierais la desgracia de perder elpie derecho y Dios lo rehiciera, ¿sería milagroso elnuevo pie?

-Sin duda, hijo mío.-¿Lo calzaríais con el zapato?-Seguramente.-Pues bien: si creéis que se puede calzar con un

zapato natural un pie milagroso, debéis creer

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igualmente que se pueden poner aparejos naturales auna embarcación milagrosa. Esto es clarísimo. ¡Ay!¿Por qué los más santos varones han de tener sushoras de incertidumbre y decaimiento? Sois el másilustre apóstol de la Bretaña, podríais realizar obrasdignas de alabanzas eternas...; ¡pero la inteligencia estarda y la mano perezosa! Adiós, padre mío. Viajadtranquilamente, y cuando al fin de muchas jornadaslleguéis a las costas de Hoedic, veréis humear lasruinas de la capilla levantada y consagrada porvuestras manos. Los paganos la habrán incendiado, yel diácono que allí dejasteis habrá sido puesto en laparrilla como una chuleta.

-Mi turbación es grande -dijo el siervo de Dios,mientras se enjugaba con una manga el sudor de sufrente-. Pero advertid, hijo mío, que no es unaempresa fácil aparejar la barca de piedra. ¿No esposible que al emprender tal obra perdamos tiempoen vez de ganarlo?

-¡Ah, padre mío! - exclamó el diablo-, en un abriry cerrar de ojos la cosa está hecha. Encontraremoslos aparejos necesarios en el astillero que años atrásfundasteis en esta costa y en los almacenesabundantemente provistos por vuestros cuidados.Yo mismo colocaré la quilla y el timón. Antes de ser

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fraile fui marinero y carpintero. Tuve también otrosvarios oficios. ¡Manos a la obra!

Y condujo al santo varón hasta un cobertizopróximo donde abundaban toda clase de aparejos demar.

-Aquí tenéis lo que os hace falta, padre mío.Púsole sobre los hombros la vela y el mástil,

cargó con la proa, el timón y un saco lleno deherramientas de carpintería, y se dirigió hacia lacosta en compañía del santo varón encorvado,sudoroso y jadeante bajo el peso de la madera y dellienzo.

IV. NAVEGACION DE SAN MAEL SOBREEL OCÉANO DE HIELO

Con el hábito recogido hasta los sobacos, eldiablo arrastró la barca de piedra sobre la arena y ladejó aparejada en menos de una hora.

Así que se hubo embarcado el santo varón, labarca de piedra, con todas las velas desplegadas,tomó tal velocidad que a los pocos momentos habíaperdido de vista la costa. El anciano empuñaba eltimón deseoso de correrse al Sur para doblar el cabo

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Lands End, pero una corriente irresistible loarrastraba al Sudoeste.

Bordeó la costa meridional de Irlanda y giróbruscamente hacia el Septentrión. Al atardeceraumentó el viento. En vano Mael quiso recogervelas: la barca de piedra corría desatentada haciamares fabulosos.

A la claridad de la luna, las rollizas sirenas delNorte, con cabelleras de color de cáñamo,mostraron en torno de Mael sus pechos alabastrinosy sus caderas sonrosadas, y azotaron con sus colasde esmeralda las aguas espumosas, mientrascantaban a coro:

¿Adónde corres, Mael,desatentado en tu barca,ya sin timón que la guíey con las velas hinchadas,como los pechos de Junoal brotar de la vía láctea?

Un momento le persiguieron a la luz de lasestrellas entre risas armoniosas, pero la barca depiedra corría cien veces más rápida que el navío rojode un Viking. Y los petreles, sorprendidos en su

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vuelo, enredábanse las patas en la cabellera del santovarón.

De pronto se alzo una tormenta poblada desombras y de gemidos, y la barca, impelida por unviento furioso, voló como una gaviota entre labruma y el oleaje.

Después de una noche que duró tres vecesveinticuatro horas, rasgáronse de pronto las tinieblasy el santo varón descubrió en el horizonte una playamás resplandeciente que un diamante. Aquella playafue aumentando por momentos. A la claridad glacialde un sol inerte y bajo, Mael vio alzarse por encimade las olas una ciudad blanca, de calles silenciosas, lacual, más vasta que Tebas la de las cien puertas,extendía hasta perderse de vista las ruinas de su foroníveo, sus palacios de escarcha, sus arcos de cristal ysus obeliscos irisados.

Cubrían el Océano témpanos flotantes, en tornode los cuales nadaban hombres marinos de ojosclaros y ariscos. Leviatán, a su paso, lanzó unacolumna de agua hasta las nubes.

Entretanto, sobre una mole de hielo queavanzaba a la par de la barca de piedra, hallábaserecostada una osa blanca y tenía a su hijuelo entrelos brazos. Mael oyóla murmurar suavemente este

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verso de Virgilio: Incipe parve puer, y, sobrecogido porla tristeza y la turbación, lloró.

El agua de sus provisiones, al congelarse habíahecho estallar el barril que la contenía; para calmarsu sed, Mael chupaba pedacitos de hielo. Comió supan empapado en agua salada; los pelos de su barbay de su cabellera quebrábanse como si fueran decristal; su hábito, recubierto de una capa de hielo, lecortaba las articulaciones a cada movimiento quehacía. Las olas monstruosas lo amenazaron yabrieron profundas fauces sobre su cabeza. Veinteveces se le inundó la barca, y el mar se tragó el librode los Santos Evangelios que el apóstol guardabacuidadosamente bajo unas tapas rojas con una cruzde oro.

A los treinta días inicióse la calma, y acontecióque entre un espantoso clamoreo del cielo y de lasaguas, una montaña de blancor deslumbrante y detrescientos pies de altura avanzó hacia la barca depiedra. Mael quiso evitar el choque y se agarró altimón, cuya barra se rompió entre su manos. Paradisminuir la velocidad acortó la vela, y al asir el cabo,el viento se lo arrebató y el roce le abrasó las manos.Entonces vio tres demonios con alas de piel negra,

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provistos de garfios, que, agarrados al aparejo,soplaban para hinchar la vela.

Comprendió que le combatía y le arrastraba elenemigo. Se armó con el signo de la Cruz, y depronto un viento huracanado, entre lamentos yaullidos, alzó la barca de piedra y le arrancó la proa,el timón, la vela, el mástil.

Así, libre de los diabólicos artefactos, seabandonó a la corriente sobre las aguas tranquilas.El santo varón arrodillóse, dio gracias al Señor, quele había librado de las garras del demonio, yreconoció sobre la mole de hielo a la osa madre quehabía murmurado el verso de Virgilio entre losrugidos de la tempestad: oprimía contra su pecho alHijo y tenía en la mano un libro de tapas rojas conuna cruz de oro. Acercóse a la barca de granito,saludó al santo varón con estas palabras: Pax tibi,Mael, y le presentó el libro.

El santo varón reconoció sus Evangelios, yasombrado por lo que veía, entonó un himno alCreador y a la creación.

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V. BAUTISMO DE LOS PINGÜINOS

Después de navegar abandonado a la corrientedurante una hora, el santo varón llegó a una playaestrecha, cerrada por montañas cortadas a pico.Avanzó por la costa durante un día y una noche,junto a las rocas, que formaban una murallainfranqueable. Convencióse al fin de que se hallabaen una isla redonda, en medio de la cual había unamontaña coronada de nubes. Respiraba satisfecho lafrescura del aire húmedo. La lluvia caía sin cesar, yera una lluvia tan suave que el santo varón dijo:

-Señor, ésta es la isla de las lágrimas, la isla de lacontrición.

La playa estaba desierta. Extenuado por la fatigay el hambre, Mael sentóse a descansar sobre unapiedra en cuyas oquedades había huevos amarilloscon pintas negras del tamaño de los de cisnes, perono los tocó, y dijo:

-Las aves son alabanzas vivas de Dios. Noquiero que por mi culpa se pierda una sola de talesalabanzas.

Mascó líquenes arrancados de las piedras.Había dado casi por completo la vuelta a la isla

sin encontrar habitantes, cuando llegó a un amplio

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circo formado por rocas abruptas y rojizas consonoras cascadas y cuyas cimas azuleaban entre lasnubes.

La reverberación de los hielos polares habíacegado los ojos del anciano, pero una débil claridadfiltrábase aún entre los párpados hinchados.Distinguió bultos animados que se oprimían en filassobre las rocas, como una muchedumbre humana enla gradería de un anfiteatro, y al mismo tiempo susoídos, embotados por la ruidosa bravura del mar,percibieron débilmente voces. Creyó hallarse entrehombres que vivían según la ley natural, supuso queel Señor le acercó a ellos para que les revelara la leydivina, y los evangelizó:

Desde un alto pedrusco, en el centro del circoagreste, les dijo:

-Habitantes de esta isla, aunque sois menuditos,más que una muchedumbre de pescadores y demarineros parecéis el senado de una ilustrerepública. Por vuestra gravedad, por vuestrosilencio, vuestra apostura tranquila, formáis sobreestas rocas agrestes una asamblea comparable a losPadres Conscriptos de Roma deliberando en eltemplo de la Victoria, o más bien aún a los filósofosde Atenas discutiendo en los bancos del Areópago.

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Probablemente no poseéis ni su ciencia ni su genio,pero acaso a los ojos de Dios resulten másmeritorias vuestras virtudes. Adivino que soisbondadosos y prudentes. He recorrido las costas devuestra isla sin encontrar ninguna imagen delasesinato, ningún signo de crueldad, ni cabezas nicabelleras de enemigos colgadas de altos mástiles oclavadas a las puertas de los pueblos. Me parece queno tenéis arte ni trabajáis los metales, pero vuestroscorazones son puros, vuestras manos inocentes, y laverdad se infiltrará fácilmente en vuestras almas.

Los que Mael juzgaba seres humanos de pocatalla y de grave aspecto eran pingüinos reunidos porla primavera y alineados por parejas sobre la graderíanatural formada por las rocas. En pie, lucíanmajestuosamente sus anchos vientres blancos. Decuando en cuando agitaban como brazos sus alonesy lanzaban voces pacíficas. No temían a los hombresporque no los conocieron y, por tanto, nuncarecibieron sus ofensas. Tenía el anciano monje unaternura que tranquilizaba a los animales mástemerosos y que agradó extraordinariamente a lospingüinos, los cuales fijaron en Mael sus ojillosredondos, prolongados en su parte anterior por una

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manchita blanca y oval que les daba expresión deojos humanos.

Conmovido por su recogimiento, el santo varónles enseñó los Evangelios.

-Habitantes de esta isla, la luz terrestre que sealza sobre vuestras rocas, es imagen de la luzespiritual que se alza en vuestras almas. Porque yovengo a traeros la claridad interior, os ofrezco la luzy el calor del alma. De igual modo que se derriten alsol ardiente los hielos de vuestras montañas, sederretirán ante la imagen de Jesucristo los hielos devuestros corazones.

Así habló el anciano, y como en la Naturalezasiempre la voz provoca la voz, como todo lo quevive a la luz del día se goza respondiendo con uncántico a los cánticos, los pingüinos respondieron aldiscurso del monje con sonidos de su garganta. Suvoz era suave y acariciadora porque la endulzaba elcelo amoroso en aquellos días.

Convencido el santo varón de que se hallabaentre un pueblo idólatra, que a su manera y en sulenguaje le prometía adhesión a la fe cristiana, losinvitó a recibir el bautismo.

-Supongo -les dijo- que os bañáis con frecuencia,porque los huecos de vuestras rocas están llenos de

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agua pura, y he visto, al acercarme a vuestraasamblea, a varios de vosotros sumergidos en esasbañeras naturales. La pureza del cuerpo es imagende la pureza espiritual.

Les enseñó el origen, la naturaleza y los efectosdel bautismo.

-El bautismo -les dijo- es Adopción,Renacimiento, Regeneración, Iluminación.

Explicóles sucesivamente cada uno de estospuntos.

Después de bendecir el agua de las cascadas y derecitar los exorcismos, bautizó a aquellas avesdurante tres días y tres noches. Echaba sobre cadacabeza una gota de agua pura y pronunciaba laspalabras rituales.

VI. UNA ASAMBLEA EN EL PARAISO

Al saberse en el Paraíso que los pingüinosfueron bautizados, la noticia no alegró ni entristecióa nadie, pero sorprendió mucho a todos. Hasta elSeñor quedóse preocupado, y reunió una asambleade letrados y doctores para consultarles si juzgabanválido aquel bautizo.

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-Es nulo -dijo San Patricio.-¿Por qué ha de ser nulo? -preguntó San Galo,

que haba evangelizado a los cornubios y educado alsanto varón Mael en los oficios apostólicos.

-El sacramento del Bautismo -argumentaba SanPatricio- ha de ser nulo concedido a las aves, comoel sacramento del Matrimonio lo es cuando se loconcede a un eunuco...

Pero San Galo respondía:-¿Qué relación establecéis entre el bautismo de

un ave y el matrimonio de un eunuco? No puedehaber ninguna. El matrimonio es, como sidijéramos, un sacramento condicional, eventual. Elsacerdote bendice un acto que ha de consumarse. Siel acto no se consuma, la bendición anticipadaquedará sin efecto. No puede ser más claro. Heconocido en la ciudad de Autrim a un ricachollamado Sadoch que vivía amancebado con unamujer y la hizo madre de nueve criaturas. Ya en lavejez, por instancias mías, consintió en casarse conella, y bendije su unión. Desgraciadamente, losmuchos años de Sadoch le impidieron consumar elmatrimonio. Poco tiempo después arruinóse porcompleto, y Germinia -tal era el nombre de la mujer-falta de resignación para soportar la indigencia, pidió

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que se anulara el matrimonio que no se habíaconsumado, y el Papa estimó justa su petición. Yaveis lo que puede ocurrir con el sacramento delMatrimonio. Pero el bautismo se confiere sinrestricciones ni reservas de ninguna clase. Luego noes dudoso que los pingüinos quedanirremisiblemente bautizados.

Solicitado para que diera su opinión el Papa SanDámaso, se expresó en estos términos:

-Para saber si el bautismo es válido y siproducirá sus consecuencias, es decir, lasantificación, hay que tener en cuenta quién lo da yno quién lo recibe. En efecto: la virtud santificadorade este sacramento resulta del acto exterior por elcual es conferido, sin que el bautizado coopere a susantificación por ningún acto personal. En otrascondiciones no podría ser administrado a los reciénnacidos. Y no es necesario para bautizar cumplircondiciones particulares, ni es necesario hallarse enestado de gracia: es suficiente la intención de hacerlo que hace la Iglesia, pronunciar las frasesconsagradas y observar las formas prescritas. Comono podemos suponer que el venerable Mael faltase aestas condiciones, resulta que los pingüinos quedanbautizados.

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-¿Estáis seguro? - preguntó San Guenolo -. Eneste caso, ¿qué pensáis que sea el bautismo? Elbautismo es la forma de la regeneración por la cualel hombre nace a la verdadera vida; entra en el aguacubierto de crímenes, para salir de ella neófito,criatura nueva abundante en frutos de justicia. Elbautismo es el germen de la inmortalidad; elbautismo es la garantía de la resurrección; elbautismo es el enterramiento con Cristo en unamuerte y la comunión a la salida del sepulcro. No es,pues, un regalo que puede hacerse a las aves.Razonemos. El bautismo borra el pecado original, ylos pingüinos no fueron concebidos en pecado;limpia de todas las penas de pecado, y los pingüinosno han pecado; produce la gracia y el don de lasvirtudes, une a los cristianos con Jesucristo como seunen los miembros al tronco, y es natural que lospingüinos no pueden adquirir las virtudes de losconfesores, de las vírgenes, de las viudas, recibirgracia y unirse a...

San Dámaso no le dejó acabar.-Eso prueba -dijo vivamente- que el bautismo en

este caso era inútil, pero no que deje de ser efectivo.-Según ese razonamiento - replicó San Guenolo

- podrían ser bautizados en nombre del Padre, del

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Hijo y del Espíritu Santo, por aspersión o inmersión,no solamente un ave o un cuadrúpedo, sino tambiénobjetos inanimados, como una estatua, una mesa,una silla, etc. Si el animal se cristianizara, el ídolo, lamesa, la silla, también podrían cristianizarse, ¡y esabsurdo!

San Agustín tomó la palabra y se prepararon aoírle con atención.

-Me propongo -dijo el fogoso obispo deHipona- demostrar con un ejemplo el poder de lasfórmulas. Se trata, es verdad, de una operacióndiabólica, pero si se prueba que las fórmulasinventadas por el diablo producen efecto en losanimales privados de inteligencia y hasta en losobjetos inanimados, ¿cómo dudar que los efectos delas fórmulas sacramentales no ejerzan acción sobrelos brutos y sobre la materia inerte?

"Ved el ejemplo que os propongo:"He conocido en la ciudad de Madaura, patria

del filósofo Apuleyo, una hechicera que solamentecon poner al fuego en unas trébedes entre ciertashierbas y con ayuda de ciertas palabras algunoscabellos cortados de la cabeza de un hombre,conseguía llevarle a su lecho. Pero una vez que sepropuso lograr de esta manera el amor de un mozo,

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quemó, engañada por su sirvienta, en lugar de loscabellos de aquel mozo, pelos arrancados de unpellejo de macho cabrío que se hallaba colgado enuna taberna. Y por la noche el pellejo, lleno de vino,atravesó la ciudad hasta llegar a la puerta de lahechicera. El hecho es evidente. En los sacramentos,como en los encantamientos, es la forma lo queprevalece. El efecto de una fórmula divina no puedeser menos, en fuerza y extensión, que el efecto deuna fórmula infernal.

Después de hablar así, el sabio San Agustín sesentó mientras le aclamaban sus oyentes.

Un bienaventurado de edad avanzada y deaspecto melancólico pidió la palabra. Nadie leconocía. Se llamaba Probo y no estaba inscrito en elcanon de los santos.

-Que todos los presentes me perdonen -dijo-.No tengo aureola y he ganado, sin ostentación, labeatitud eterna. Pero después de lo que acababa dereferirnos el glorioso San Agustín considerooportuno daros a conocer una cruel experiencia queadquirí acerca de las condiciones necesarias para lavalidez de un Sacramento. El obispo de Hiponatiene razón al decir que un sacramento depende dela forma. Su virtud se encierra en la forma, su vicio

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proviene de la forma. Escuchad, confesores ypontífices, mi lamentable historia: Yo era sacerdoteen Roma bajo el imperio de Gordiano. Sin sobresalircomo vosotros por méritos singulares, ejercía misacerdocio piadosamente. He oficiado durantecuarenta años en la iglesia de San Modesto de lasAfueras. Mis costumbres eran sencillas. Cada sábadoentraba en la tienda de un tabernero llamado Barjas,el cual se hallaba instalado con sus tinajones bajo lapuerta de Capena, y le compraba el vino paraconsagrar en cada día de la semana. No dejé nunca,en tan largo tiempo, de celebrar un solo día el santosacrificio de la misa, a pesar de lo cual, no me sentíasatisfecho, y con el corazón lleno de angustia en lasgradas del altar, meditaba: "¿Por qué estás triste,alma mía, y por qué me turbas?" Los fieles que seacercaban a la santa misa eran causa de aflicciónpara mí, porque llevando aún, como quien dice, lahostia en la lengua, volvían a pecar. Sin duda, elsacramento no tenía entre aquellas gentes fuerza nieficacia. Llegué, fatigado, al término de mis angustiasterrenas, y habiéndome dormido en el Señor,desperté en la Morada de los elegidos. Entoncesaverigüé, por el ángel que me había transportado,que el tabernero Barjas, de la puerta Capena, vendía

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en lugar de vino, un cocimiento de raíces y cortezas,en el cual no entraba ni una sola gota del jugo de laviña, y que yo no había podido transmutar aquelbrebaje vil en sangre, porque no era vino, y sólo elvino se convierte en sangre de Cristo, por lo cualtodas mis consagraciones eran nulas, y sin darnoscuenta mis fieles y yo nos hallamos privados durantecuarenta años del sacramento de la Eucaristía yexcomulgados, por consiguiente. Semejanterevelación me produjo un estupor que aún mesobrecoge ahora en esta Morada de la beatitud. Larecorro sin cesar y no encuentro a ninguno de loscristianos que se acercaban a la Santa Mesa en laBasílica del bienaventurado Modesto.

"Privados del pan de los ángeles abandonáronsecon desaliento a los vicios más abominables, y sehallan todos en el infierno. Sólo me complacepensar que el tabernero Barjas también se hacondenado. Hay en esto una lógica digna del autorde toda lógica. Mi desdichado ejemplo prueba cuánlamentable resulta muchas veces que en lossacramentos la forma tenga más importancia que elfondo. Y os pregunto con humildad: ¿la EternaSabiduría no pudiera remediarlo?

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-No -respondió el Señor- El remedio sería peorque el mal. Si en las reglas de salvación el fondofuese más interesante que la forma, se arruinaría elsacerdocio.

-¡Ay Dios mío! -suspiró el humilde Probo-.Atended a mi triste experiencia: mientras reduzcáisvuestros sacramentos a fórmulas, vuestra justiciatropezará en terribles obstáculos.

-No lo ignoro -replicó el Señor- Abarco de unasola mirada los problemas actuales, que son difíciles,y los problemas futuros, que no lo serán menos. Yopuedo anunciaros que cuando el Sol haya girado aúndoscientas cuarenta veces en torno de la Tierra...

-¡Sublime lenguaje! -clamaron los ángeles.-Digno del Creador del mundo -respondieron

los pontífices.Y el Señor prosiguió:-Es una manera de expresarse en consonancia

con mi vieja Cosmogonía, de la cual no puedoprescindir sin que se resienta mi inmutabilidad...Cuando el Sol, repito, haya girado aún doscientascuarenta veces en torno de la Tierra, no seencontrará en Roma ni un solo clérigo que sepalatín. Cantando letanías en las iglesias se invocará alos Santos Orichel, Roguet y Totichel, que son,

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como no lo ignoráis, diablos y no ángeles. Muchosladrones, dispuestos a comulgar, pero temerosos deque para obtener el perdón se les obligue a ceder a laIglesia los objetos robados, se confesáran consacerdotes errantes, que, desconocedores del italianoy del latín, hablando solamente el dialecto de suvillorrio, venderán por ciudades y pueblos, a preciosviles, y con frecuencia a cambio de una botella devino, la remisión de los pecados. Seguramente notendremos que preocuparnos de esas absoluciones, alas cuales faltará la contrición para ser valederas;pero bien podría suceder que los bautismos noscausaran algunos contratiempos. Los sacerdotesllegarán a ser de tal modo ignorantes que bautizaránlas criaturas in nomine patria et filia et spirita sanctacomo Luis de Potte se gozará en referir en el tomoII de su Historia filosófica, política y crítica delCristianismo. Será un asunto difícil precisar la validezde tales bautismos, porque si bien me acomodo paramis textos sagrados a un griego menos elegante queel de Platón y a un latín nada ciceroniano, no puedoadmitir como forma litúrgica una especie dealgarabía. Y asusta pensar que se procederá con esainexactitud en millones de bautismos.

Pero volvamos a los pingüinos.

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-Vuestras divinas palabras, Señor, dejan resueltoel asunto -dijo San Galo- En los signos de la religióny las reglas de la salvación la forma tiene másimportancia que el fondo, y la validez de unsacramento depende únicamente de su forma. Todoestriba en saber si los pingüinos han sido bautizadosen buena forma, con lo cual la respuesta no es difícil.

Los padres y los doctores llegaron así a unacuerdo; pero su perplejidad fue aún más cruel.

-La condición de cristiano -dijo San Cornelio-no deja de tener graves inconvenientes para unpingüino. Ahí tenéis unas aves obligadas a ganar elcielo. ¿Cómo lo conseguirán? Las costumbres de lasaves son en muchos puntos contrarias a losmandatos de la Iglesia, y los pingüinos no se hallanen el caso de cambiarlas, quiero decir que no sonbastante razonables para cambiarlas por otrasmejores.

-No pueden intentarlo -dijo el Señor-. Misdecretos lo prohiben.

-De todos modos - insistió San Cornelio -, por lavirtud del bautismo sus acciones dejan de serindiferentes. En adelante serán buenas o malas ysusceptibles de premio o de castigo.

-Así debe plantearse el asunto -dijo el Señor.

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-Yo sólo veo una solución -adujo San Agustín-.Los pingüinos irán al infierno.-Pero ¡como no tienen alma! - observó San

Ireneo.-Ello es una complicación - suspiró Tertuliano.-Sin duda -repuso San Galo-, y reconozco que

mi discípulo Mael; con su manía de evangelizar, hacreado al Espíritu Santo enormes dificultadesteológicas y ha introducido el desorden en laeconomía de los misterios.

-Es un anciano aturdido -exclamó San Adjutor.Pero el Señor fijó en Adjutor una mirada de

reproche, y dijo:-Permitidme: el santo varón Mael no posee,

como vos, mi bienaventurado, la ciencia infusa. Nome comprende. Es un anciano abrumado por lasdolencias, medio sordo y casi ciego. Le juzgáis conexcesiva severidad. Sin embargo, reconozco que noscrea una situación difícil.

-Sólo producira un desorden pasajero -dijo SanIreneo-. Los pingüinos quedan bautizados, perocomo sus huevos no lo serán, el daño se reduce a lageneración presente.

-No habléis tan de ligero -dijo el Señor-. Lasreglas que los físicos establecen sobre la Tierra

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sufren excepciones por su imperfección y porque nose amoldan exactamente a la naturaleza; pero lasreglas que yo establezco son perfectas y no admitenexcepción.

Hay que decidir de la suerte de los pingüinosbautizados sin infringir ninguna ley divina, conformeal Decálogo y a los mandatos de la Iglesia.

-Señor -dijo San Gregorio Nacianceno-, dadlesun alma inmortal.

-¿Qué harían de un alma inmortal, Señor? -suspiró Lactancio-. Carecen de voz armoniosa paracantar vuestras alabanzas. Tampoco sabrían celebrarvuestros misterios. E indudablemente -dijo SanAgustín-, no observarían la ley divina.

-Les fuera imposible -dijo el Señor.-Les fuera imposible -insistió San Agustín- Y si

en vuestra omnipotencia, Señor, les infundís un almainmortal, arderán eternamente en los infiernos esvirtud de vuestros decretos adorables. Así quedarárestablecido el orden augusto, perturbado por elviejo Mael.

-Me proponéis, hijo de Mónica -dijo el Señor-,una solución correcta y conforme a mi sabiduría;pero que no satisface a mi clemencia, y aunque soyinmutable me inclino cada vez más a la dulzura. Este

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cambio de carácter lo reconocerá cualquiera si secomparan mi Antiguo y mi Nuevo Testamento.

Como la discusión se prolongaba sin ofrecermucha luz, y los bienaventurados no hacían otracosa que repetir siempre lo mismo, decidieronconsultar a Santa Catalina de Alejandría. Era loacostumbrado en casos difíciles. En la Tierra, SantaCatalina había confundido a cincuenta doctores,muy sabios, con su profundo conocimiento de lafilosofía de Platón, las Sagradas Escrituras y laRetórica.

VII. CONTINUACION DE LA ASAMBLEA

Presentóse Santa Catalina en la asamblea con lafrente ceñida por una corona de esmeraldas, zafirosy perlas. Vestía un traje de tisú de oro y llevaba alcostado una rueda resplandeciente.

Invitóla el Señor a que hablase, y dijo:-Señor, para resolver el problema que os dignáis

someterme no estudiaré las costumbres de losanimales en general, ni siquiera las de las aves enparticular.

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Solamente haré notar a los doctores, confesoresy pontífices reunidos en esta Asamblea, que ladistinción entre el hombre y el animal no esabsoluta, puesto que existen monstruos queproceden a la vez del animal y del hombre: tales sonlas quimeras, mitad ninfas y mitad serpientes, las tresgorgonas, los caprípedos, las estilas y las sirenas quecantan en el mar y tienen busto de mujer y cola depescado. Tales son también los centauros, nobleraza de monstruos, uno de los cuales, no lo ignoráis,guiado por las luces de la razón, supo encaminarsehacia la beatitud eterna, y le habréis visto algunasveces, entre nubes doradas, mostrar su pechoheroico al encabritarse. El centauro Quirón mereciópor sus trabajos terrestres compartir la morada delos bienaventurados, educó a Aquiles, y ese jovenhéroe, al salir de las manos del centauro, vivió dosaños vestido como una virgen entre las hijas del reyLicomedes, compartió sus juegos y su lecho sindarles ocasión para que sospecharan ni un instanteque no era una virgen como ellas. Quirón, que lehabía imbuido tan buenas costumbres, y elemperador Trajano, son los dos únicos observadoresde la ley natural que han obtenido la gloria eterna

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como los justos. Y, sin embargo, Quirón sólo eramitad hombre.

"Creo haber probado, con este ejemplo, quebasta poseer alguna parte de hombre, siempre acondición de que sea noble, para conseguir labeatitud eterna. Y lo que pudo conseguir el centauroQuirón sin haber sido regenerado por el bautismo,¿cómo no habrán de merecerlo esos pingüinosdespués de bautizados, si se convirtieran en semi-hombres? Por esto me atrevo a suplicar, Señor, quedeis a los pingüinos del anciano Mael una cabeza yun busto humanos, a fin de que os puedan alabardignamente, y les concedáis un alma inmortal,pequeñita .

Así habló Santa Catalina, y los padres, losdoctores, los confesores, los pontífices, dejaron oírun murmullo de aprobación. Pero se levantó SanAntonio, el ermitaño, tendió hacia el Todopoderosolos brazos arrugados y enrojecidos, y exclamó:

-No hagáis tal cosa, Señor y Dios mío. Ennombre de vuestro Santo Paracleto, ¡no lo hagáis!

Hablaba con tal vehemencia, que su luengabarba blanca se agitaba como un morral vacío en elhocico de un caballo hambriento.

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-Señor, no hagáis tal cosa. Aves con cabezahumana ya existen. Santa Catalina no ha imaginadonada nuevo.

-La imaginación reúne y amolda, no crea jamás -replicóle secamente Santa Catalina.

-¡Ya existen! -insistió San Antonio, sin dar oídosa razones-. Se llaman arpías, y son los animales másincongruentes de la creación. Un día que, en eldesierto, me acompañó a cenar San Pablo, puse lamesa junto al umbral de mi cabaña, bajo un viejosicomoro. Las arpías fueron a posarse en las ramasdel árbol, nos ensordecieron con sus gritos agudos yemporcaron todos los manjares. La inoportunidadde estos monstruos impidióme oír las enseñanzas deSan Pablo, y comimos excrementos de ave connuestro pan y nuestras lechugas. ¿Cómo es posiblecreer, Señor, que las arpías canten dignamentevuestras alabanzas? Os aseguro que en mistentaciones he visto muchos seres híbridos, no sólomujeres-culebras y mujeres-peces, sino serescompuestos con más incoherencia todavía, comohombres cuyo cuerpo estaba formado por unamarmita, o una campana, o un reloj, o un aparadorlleno de alimentos y de vajilla, y hasta por una casacon puertas y ventanas, donde se veían personas

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ocupadas en trabajos domésticos. La eternidad meresultaría corta para describir todos los monstruosque me asediaron en mi soledad, desde las ballenasaparejadas con navíos hasta la lluvia de animalitosrojos, que trocaban en sangre las aguas de mi fuente.Pero ninguno era tan molesto como esas arpías, queabrasaron con su excremento las hojas de mihermoso sicomoro.

-Las arpías -advirtió Lactancio- son monstruoshembras con cuerpo de ave; tienen de mujer lacabeza y los pechos. Su indiscreción, su impudicia ysu obscenidad proceden de su naturaleza femenina,como lo ha demostrado el poeta Virgilio en suEneida. Participan de la maldición de Eva.

-No hablemos de la maldición de Eva -dijo elSeñor-. La segunda Eva redimió a la primera.

Pablo Orosio, autor de una Historia universal,que Bossuet debió de imitar más adelante, levantósey suplicó al Señor:

-Señor, atended mi súplica y la de Antonio. Nofabriquéis más monstruos al estilo de los centauros,de las sirenas, de los faunos, tan gratos a los viejoscompositores de fábulas, que no puedenproporcionaros ninguna satisfacción. Esos

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monstruos tienen inclinaciones paganas, y su doblenaturaleza no los predispone a las costumbres puras.

El suave Lactancio replicó en estos términos:-El que acaba de hablar es, seguramente, el

mejor historiador que ha entrado en el Paraíso,puesto que Herodoto, Tucídides, Polibio, Tito Livio,Veleyo Patérculo, Cornelio Nepote, Suetonio,Manethon, Diodoro de Sicilia, Dion Casio,Lampride, no disfrutan de la presencia de Dios yTácito sufre en el infierno los tormentoscorrespondientes a los blasfemos. Pero PabloOrosio dista mucho de conocer los cielos como haconocido la tierra, pues no toma en consideración alos ángeles, que proceden del hombre y del ave yson la pureza misma.

-Nos desviamos de la cuestión -dijo el Eterno-¿Por qué traer a cuento esos centauros, esas arpías yesos ángeles? Se trata de los pingüinos.

-Vos lo habéis dicho, Señor; se trata de lospingüinos -declaró el decano de los cincuentadoctores confundidos en su vida mortal por laVirgen de Alejandría-; y me atrevo a opinar que,para poner límite al escándalo que trastorna loscielos, conviene, como propone Santa Catalina, dar alos pingüinos del anciano Mael la mitad del cuerpo

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humano y un alma eterna proporcionada a dichamitad.

Estas palabras levantaron en la asamblea untumulto de conversaciones particulares y disputasdoctorales. Los padres griegos contendían con loslatinos acerca de la sustancia, de la naturaleza y delas dimensiones del alma que convenía dar a lospingüinos.

-Confesores y pontífices -dijo el Señor-, noimitéis los cónclaves y los sínodos de la Tierra y notraigáis a la Iglesia triunfante las violencias queturban la Iglesia militante. Porque es necesariodecirlo: en todos los concilios celebrados bajo lainspiración del Espíritu Santo, en Europa, en Asia yen Africa, los padres se han arrancado bárbaramenteunos a otros las barbas y los cabellos, a pisar de locual eran todos infalibles y sus afirmaciones erancomo el eco de mi voz.

Ya restablecido el orden, el viejo Hermas selevantó y pronunció con lentitud estas palabras:

-Os reverencio, Señor, porque hicisteis nacer aSafira, mi madre, entre vuestro pueblo, cuando elrocío del cielo refrescaba la tierra y preparaba lacosecha de su Salvador. Os reverencio, Señor, porhaberme permitido ver con mis ojos mortales a los

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apóstoles de vuestro divino Hijo. Hablaré en estailustre asamblea porque Vos habéis querido que laverdad salga de la boca de los humildes, y diré:Convertid a los pingüinos en hombres. Es la únicadeterminación digna de vuestra justicia y de vuestramisericordia.

Varios doctores pidieron la palabra, otros lausaron sin pedirla, nadie oía y todos agitabantumultuosamente sus palmas y sus coronas.

El Señor, con un gesto de su diestra, calmó lasdisputas de sus elegidos.

-No se delibere más -dijo-. La opinión delanciano Hermas es la única ajustada a mis designioseternos. Esas aves serán transformadas en hombres.Preveo varios inconvenientes. Muchos de esosnuevos hombres padecerán molestias, de que sehubieran librado en su condición de pingüinos. Deseguro, su suerte, a consecuencia del cambio, serámenos envidiable de lo que fuera sin el bautismo, sinesa incorporación a la familia de Abraham; peroconviene que mi presencia no cohiba el librealbedrío. Para no poner diques a la libertad humana,ignoro lo que sé, oscurezco sobre mis ojos los velosque serían transparentes para mí; en mi ceguera, que

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todo lo ha vislumbrado, me dejo sorprender por loque tuve previsto.

Llamó inmediatamente al arcángel Rafael.-Ve a la Tierra -le dijo-; advierte su error al santo

varón Mael, y añade que, escudado en miomnipotencia, convierta los pingüinos en hombres.

VIII. METAMORFOSIS DE LOSPINGÜINOS

Al descender el arcángel a la isla de los pingüinosencontró al santo varón dormido entre las rocas yrodeado por sus nuevos discípulos. Tocóle en unhombro para despertarle y le dijo con vozarmoniosa:

-Mael, no temas nada.El santo varón, deslumbrado por una inmensa

claridad, embriagado por un perfume delicioso,pudo reconocer al ángel del Señor y se prosternócon la frente en el suelo.

El ángel dijo:-Mael, reconoce tu error. Creíste bautizar a unos

hijos de Adán y bautizaste a unas aves. Por tu culpa,los pingüinos han entrado en la Iglesia de Dios.

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Al oírlo, el anciano quedóse alelado, y el ángelprosiguió -Levántate, Mael, y, escudado con laomnipotencia del Señor, diles a esas aves:"Convertíos en hombres.

El santo varón Mael, después de llorar y orar,escudóse con la omnipotencia del Señor y dijo a lasaves:

-Convertíos en hombres.Al instante los pingüinos se transformaron. Su

frente se ensanchó y su cabeza se redondeó, sus ojosovales se rasgaron, se abrieron más para contemplarel Universo, una carnosa nariz revistió sus fosasnasales, el pico se convirtió en boca y de la bocanació la palabra, el cuello se acortó y engrosó, losalones fueron brazos y las patas fueron piernas, unalma inquieta se cobijó en su pecho.

A pesar de todo, conservaban algunos rasgos desu primitiva naturaleza, mostraban inclinación amirar de lado y se balanceaban sobre sus muslos,excesivamente cortos; su cuerpo quedó revestido deplumón fino.

Mael dio gracias al Señor por haber incorporadolos pingüinos a la familia de Abraham; pero le afligiópensar que pronto abandonaría la isla para no volvermás a ella y que, sin su amparo, seguramente la fe de

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los pingüinos se debilitaría como una planta muytierna falta de cultivo.

Entonces concibió la idea de transportar su isla alas costas de Armórica.

"Ignoro los designios de la Sabiduría Eterna -pensó-; pero si Dios quiere que la isla seatransportada, ¿quién podrá impedirlo?

Y el santo varón tejió con el lino de su estolauna cuerda muy delgada, de cuarenta pies de largo;ató un extremo de la cuerda a una roca picudaenclavada en la playa y, sin soltar de la mano el otroextremo, entró en la barca de piedra.

Deslizóse la barca sobre el mar y remolcó la islade los Pingüinos. Después de nueve días denavegación arribaron felizmente a las costasbretonas.

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LIBRO SEGUNDO

LOS TIEMPOS ANTIGUOS

I. LOS PRIMEROS VELOS.

Aquel día, San Mael sentóse a la orilla delOcéano sobre una piedra que estaba muy caliente.Creyó que el sol la había caldeado y dio gracias alCreador del mundo. Ignoraba que poco antes eldiablo descansó allí.

El apóstol aguardaba a los monjes de la abadíade Yvern, encargados de llevar un cargamento detelas y de pieles para vestir a los habitantes de La islade Alca.

Pronto vio desembarcar a un monje, llamadoMagis, con un cofre al hombro. Era un monje muyestimado por sus virtudes.

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Acercóse el anciano, dejó el cofre en el suelo ydijo, a la vez que enjugaba la frente con el reverso dela manga

-¿Es verdad que os proponéis vestir a lospingüinos?

-Nada más urgente, hijo mío -respondió Mael-.Desde que se hallan incorporados a la familia deAbraham, los pingüinos participan de la maldiciónde Eva y saben que están desnudos, cosa queignoraban antes. Urge vestirlos, porque ya pierden elplumón que después de la metamorfosisconservaron aún.

-Es cierto -dijo Magis- ; y tendió una miradasobre la costa donde se hallaban los pingüinosocupados en pescar cangrejos, recoger almejas,cantar y dormir.

-Es cierto: están desnudos. Pero ¿no creéis,padre mío, que valdría más dejarlos desnudos? ¿Paraqué vestirlos? Cuando lleven trajes y se hallensometidos a la ley moral, los veremos enorgullecersevíctimas de una ruin hipocresía y una crueldadsuperflua.

-¿Es posible, hijo mío -suspiró el anciano-, quetengáis tan erróneo concepto de la ley moral, a la

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que hasta los mismos gentiles se someten y laacatan?

-La ley moral -replicó Magis- obliga a loshombres, que al fin y al cabo son animales, a vivir deuna manera distinta que los animales, y esto lescontraría, sin duda; pero también los halaga y lostranquiliza. Como son soberbios; holgazanes yávidos de placeres, sométense con gusto a lasmolestias que les hacen vanidosos, y en las cualesfundan su tranquilidad presente y la esperanza de sudicha futura. Tal es el principio de toda moral. Perono divaguemos. Ya los monjes arriban a esta isla conel cargamento de telas y pieles. Meditadlo, padremío; aún estáis a tiempo. Vestir a los pingüinos esasunto de mucha trascendencia. Actualmente,cuando un pingüino desea a una pingüina, conoce loque desea y limita sus ansias al conocimiento precisodel objeto ansiado. En este momento, sobre la playa,dos o tres parejas de pingüinos complacen susamorosas ansias a la luz del sol. ¡Observad con quésencillez lo hacen! A nadie preocupa esto, y ellosmismos no le conceden mucha importancia. Perocuando los pingüinos vayan cubiertos, el macho nose dará cuenta exacta de lo que le atrae hacia lahembra, sus deseos indeterminados se ramificarán

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en una multitud de ensueños y de ilusiones, el amororiginará mil dolorosas locuras. Y, entretanto, laspingüinas entornarán los ojos, se morderán loslabios y darán a entender que guardan baja sus velosun tesoro. ¡Qué desdicha!

"El mal será tolerable mientras los pueblos nodejen de ser pobres y rudos; pero apenas pasen milaños, los velos que ofrecéis a las hijas de Alca sehabrán convertido en armas terribles. Si lo permitís,puedo anticiparos una idea de lo que sucederá.Traigo en este cofre algunos atavíos. Llamemos auna de las pingüinas menos solicitadas yadornémosla lo mejor que podamos.

"Precisamente viene una hacia nosotros. No esmás hermosa ni más fea que la generalidad: es joven,pero nadie la mira. Se pasea indolentemente entre lasrocas con un dedo en la nariz y se rasca la espaldacon la otra mano. Fácil es advertir que su garganta eshuesuda y sus pechos marchitos, que su vientreabulta demasiado y sus piernas son cortas. Susrodillas amoratadas flaquean a cada paso que da. Suspies, anchos y rugosos, se agarran a las peñas concuatro dedos ganchudos, mientras los pulgares sealzan como las cabezas de dos serpientes en acecho.Avanza; todos los músculos coadyuvan a este

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trabajo, y el conjunto nos ofrece la imagen de unamáquina de andar más bien que de una máquina deamor, aun cuando sea visiblemente lo uno y lo otroy encierre varios mecanismos interiores. Ahoraveréis, apóstol venerable, lo que yo hago.

En cuatro zancadas, el monje Magis llegóse a lamujer pingüina, la tomó bajo un brazo y fue adepositarla a los pies del santo varón.

Mientras la pingüina lloraba y suplicaba que nole hiciesen daño alguno, el monje sacó de su cofreun par de sandalias y le ordenó que se calzase.

-Oprimidos entre los cordones de lana -hizoobservar el anciano, sus pies resultan más pequeños.Las suelas, de bastante grosor, aumentan la longitudde las piernas y dan elegancia a la figura.

Mientras se calzaba, la pingüina dirigió al cofreabierto una mirada curiosa, y al verlo rebosante degalas y adornos dejó de llorar para sonreír.

El monje le trenzó los cabellos, se los recogiódespués sobre la nuca y los coronó con un sombrerode flores. Le puso en las muñecas brazaletes de oroy envolvió su vientre y su busto en una faja de linoblanco, de manera que su pecho presentaba unaarrogancia nueva y sus muslos adquirían uncontorno incitante.

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-Podéis oprimir aún más -dijo la pingüina.Cuando, con muy cuidadoso esmero, hubo

amoldado, realzándolas, las partes blandas del busto,revistió todo el cuerpo con una túnica color de rosaque acusaba suavemente los perfiles

-¿Cae bien? -preguntó la pingüina. Y con el tallecimbreante, la cabeza inclinada y la barbilla apoyadaen el hombro, contempló ansiosamente los plieguesde la falda.

Preguntóle Magis si le parecía demasiado largo eltraje, y respondió con mucha seguridad que no,porque se lo recogería.

Asió con la mano izquierda la parte posterior delvestido, lo oprimió oblicuamente sobre el muslo,procuró descubrir algo los talones y se alejó conpaso menudo, balanceando las caderas.

No volvió la cara; pero, al pasar junto a unarroyuelo, por el rabillo del ojo contempló suimagen reflejada.

Un pingüino que la encontró por casualidad sedetuvo sorprendido, y luego cambió de dirección,afanoso de seguirla. Mientras avanzaba por la playa,los pingüinos que volvían de pescar lacontemplaron, se sintieron atraídos y la siguierontambién.

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Los que descansaban sobre la arena se pusieronen pie y se agregaron a los otros.

Sin interrupción, a su paso, alzábanse por lossenderos de las montañas, salían entre las grietas delas rocas, surgían del fondo de las aguas más y máspingüinos, que engrosaron el cortejo. Y todos,hombres maduros, de robustas espaldas y de pelo enpecho, débiles adolescentes, viejos caducos, seapresuraban jadeantes para contemplarla, mientrasella seguía tranquilamente como si nada viera.

-Padre mío -exclamó Magis-, mirad cómo andantodos con la nariz al viento enfilada hacia el centroesférico de la pingüina, porque lo ven cubierto derosa. La esfera inspira las meditaciones de losgeómetras por el número de sus propiedades.Cuando procede de la naturaleza física y viva,adquiere cualidades nuevas. Y para que el interés deesta figura quedara plenamente revelado a lospingüinos, sería necesario que dejasen de verlaclaramente con los ojos y les obligáramos arepresentársela en la imaginación. Yo mismo mesiento ya irresistiblemente atraído hacia la pingüina.Acaso porque ese traje realza las curvas esenciales,las simplifica magníficamente, las reviste de uncarácter sintético general y no acusa más que la idea

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pura, el principio divino debiéramos decir; pero meparece que al estrecharla entre mis brazos abrazaríael firmamento de las voluptuosidades humanas.Seguramente el pudor comunica á las mujeres unatractivo invencible. Mi turbación es tal que me seríaimposible ocultarla.

Dijo, recogióse los hábitos y corrió hacia lamuchedumbre de pingüinos, empujólos, derribólos,pisoteólos, aplastólos, hasta conseguir acercarse a lahija de Alca; la detuvo y oprimió entre ambas manosla esfera rosa que un pueblo entero acribillaba consus miradas y sus deseos, y que pronto desapareció,apresada por los brazos del monje, en el fondo deuna gruta marina.

Entonces los pingüinos creyeron que el sol sehabía eclipsado, y el santo varón Mael comprendióque el diablo, bajo la figura del monje Magis, habíaceñido el traje a la hija de Alca; por ello sintió sucarne turbada; su alma, triste.

Al volver lentamente a su ermita vio algunaspingüinas de seis a siete años que se habíanadornado el pecho y la cintura con ovas y algas.Recorrían la playa contoneándose y observaban silos hombres las seguían.

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Mael, presa de profunda aflicción, se convencióde que los primeros velos ofrecidos a una hija deAlca traicionaban el pudor pingüino en vez deconservarlo, a pesar de lo cual insistió en supropósito de vestir a los habitantes de la islamilagrosa.

Convocados en la playa, les distribuyó los trajesque los monjes de Yvern llevaron. Los pingüinosrecibieron túnicas cortas y calzones anchos; laspingüinas, vestiduras largas. Pero esos trajes distaronmucho de producir el efecto que produjo el primero.No eran tan hermosos, su hechura carecía de graciay de arte y no fijaban la atención, porque los vestíantodas las mujeres. Como las pingüinas preparabantodos los alimentos y hacían las faenas del campo,no tardaron sus vestiduras en reducirse a suciospingajos. Los pingüinos las abrumaban con rudostrabajos, como a las bestias de carga, ignorantes délas congojas del corazón y el desorden de laspasiones.

Sus costumbres eran inocentes. El incesto, muyfrecuente, revestía una simplicidad rústica, y cuandola embriaguez aguijoneaba a un mozo y le impulsabaa violar a su propia abuela, ni él mismo solíarecordarlo al día siguiente.

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II - EL AMOJONAMIENTO DE LOSCAMPOS Y EL ORIGEN DE LA

FROPIEDAD

La isla no conservaba ya el primitivo y rudoaspecto de cuando, entre témpanos de hielo, reuníaen un anfiteatro de rocas un pueblo de aves. Alborrarse nieve perpetua de sus alturas, quedaba sólouna colina, desde cuya cumbre se descubrían lascostas de Armórica, cubiertas de una bruma eterna,y el Océano, sembrado de oscuros escollossemejantes a espaldas de monstruos que flotabansobre los abismos.

Sus costas eran muy extensas y accidentadas, ysu conjunto ofrecía cierta semejanza con el perfil deuna hoja de morera. La tierra se cubría de una hierbasalobre agradable a los ganados, de sauces, deantiguas higueras y de encinas augustas. Loatestiguan el venerable Bede y varios otros autoresdignos de crédito.

Al Norte formaba la costa una bahía profunda,que llegó a ser con el tiempo uno de los puertos másfamosos del Universo.

Al Este, a lo largo de una costa rocosa batidapor el mar espumoso, extendíase una landa desierta

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y perfumada. Era la playa de las Sombras, adondelos habitantes de la isla no llegaban jamás, temerososde las serpientes anidadas en las concavidades y porno ver las almas de los muertos en forma de fuegoslívidos.

Al Sur, las huertas y los bosques alegraban labahía de los Somormujos. En ésa ribera privilegiada,el anciano Mael construyó una iglesia y unmonasterio de madera. Al Oeste, dos arroyos, elGlange y el Surella, regaban los fértiles valles deDalles y de Dombes.

Pero una mañana de otoño, mientras elbienaventurado Mael paseaba por la orilla delGlange, acompañado por un monje de Yvernllamado Bulloch, vio pasar un tropel de hombreshuraños cargados de piedras y oyó gritos y lamentosque desde el fondo del valle turbaron el cielotranquilo.

Entonces dijo a Bulloch:-Observo con tristeza, hijo mío, que los

habitantes de esta isla, desde que se hantransformado en hombres, obran con menosprudencia que antes. Cuando pertenecían al reino delas aves sólo se querellaban en la época de[ celo, y alpresente disputan a todas horas, en invierno como

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en verano. ¡Cuántos de ellos han perdido la tranquilamajestad que, generalizada en la asamblea de lospingüinos, la hizo semejante al Senado de unapróspera República!

"Mira, hijo mío, hacia el Surella. Precisamente enel fresco valle hay una docena de hombres pingüinosocupados en reventarse los unos a los otros conpalos y azadones, que debieran solamente aplicar alos trabajos del campo. Más crueles aún que loshombres, las mujeres desgarran con sus uñas elrostro de sus enemigos. ¿Sabes por qué sedestrozan?

-Lo hacen por espíritu de asociación, padre mío,y para asegurar lo por venir -respondió Bulloch-. Elhombre es, por esencia, previsor y sociable; tal es sucarácter. No puede vivir sin una segura apropiaciónde las cosas. Esos pingüinos que veis, venerablemaestro, se apropian las tierras.

-¿No podrían apropiárselas menosviolentamente? -preguntó el anciano-. Mientraspelean se cruzan entre todos palabras que noentiendo, pero que, a juzgar por el tono con que laspronuncian, parecen insultantes y amenazadoras.

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-Se acusan recíprocamente de robo y deusurpación -respondió Bulloch-. Tal es el sentidogeneral de sus discursos.

En aquel momento el santo varón Mael cruzólas manos y lanzó un profundo suspiro.

-¿No veis, hijo mío, aquel que, furioso, arrancacon los dientes la nariz de su adversario, y ese otroque aplasta la cabeza de una mujer con piedraenorme?

-Los veo -respondió Bulloch-. Ahora crean elderecho y fundan la propiedad, establecen losllamados principios de la civilización, las basessociales y los cimientos del Estado.

-¿Cómo es posible? - preguntó el anciano Mael.-Amojonan los campos. Este es el origen de

toda organización social. Vuestros pingüinos,venerable maestro, realizan augustas funciones. Suobra será consagrada por los legisladores, protegiday confirmada por los magistrados a través de lossiglos.

Mientras el monje Bulloch pronunciaba estaspalabras, un robusto pingüino de piel blanca y pelorojo atravesaba el valle cargado con una enormemaza. Acercóse a un humilde pingüino que regabasus lechugas abrasado por el sol, y le gritó:

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-¡Tu campo es mío!Después de pronunciar estas palabras

dominadoras, golpeó con la maza la cabeza delhortelano, el cual se desplomó sobre la tierracultivada por sus afanes.

Entonces el santo varón Mael, tembloroso, lloróabundantes lágrimas, y con la voz ahogada por eldolor y el miedo, dirigió al cielo esta súplica:

-Dios mío, Señor mío, Tú, que recibes lossacrificios de Abel; Tú, que maldices a Caín, venga,Señor, a este inocente pingüino inmolado en suhuerta y haz sentir al asesino el peso de tu brazo.¿Habrá crimen más odioso ni más grave ofensa a tuJusticia, Señor, que este asesinato y este robo?

-Cuidado, padre mío -dijo Bulloch suavemente-,pues lo que llamáis robo y asesinato es la guerra y laconquista, fundamentos sagrados de los imperios,origen de todas las virtudes y de todas las grandezashumanas. Reflexionad que si vituperáis al robustopingüino escarnecéis el principio y la raíz de todapropiedad. No me costaría mucho trabajodemostrarlo. Cultivar la tierra, es una cosa, y otracosa es poseerla: no debe haber confusión entreambas. En materia de propiedad, el derecho delprimer ocupante es incierto e infundado; el derecho

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de conquista descansa en sólidos cimientos; es elúnico respetable, por ser el que se hace respetar. Lapropiedad tiene por único y glorioso origen lafuerza, principia y se conserva por la fuerza. Así, esaugusta y sólo cede a una fuerza mayor; por estopuede llamarse noble a todo el que posee. Y esepingüino rojo y forzudo que despachurra altrabajador para quitarle su huerta, acaba de fundaruna muy noble casa. Voy a felicitarle.

Después de hablar así, Bulloch se acercó alrobusto pingüino, el cual, en pie junto al surcoensangrentado, se apoyaba en su maza.

Y después de inclinarse el monje casi hasta darcon la cabeza en el suelo, le dijo:

-Señor Greatauk, príncipe temido, vengo arendiros homenaje como fundador que sois de unpoder legítimo y de una riqueza hereditaria.Sepultado en vuestro territorio el cráneo del vilpingüino a quien derrotasteis, arraigarán parasiempre los sagrados derechos de vuestra propiedadsobre este suelo, ennoblecido por vuestra conquista.Felices vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos.Ellos serán, Greatauk, duques de Skull, y dominaránen la isla de Alca.

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Luego alzó más la voz para que pudiera ser oídadel anciano Mael, y dijo:

-Padre mío; bendecid a Greatauk, porque todoPoder viene de Dios.

Mael quedó inmóvil y mudo, con los ojosclavados en el cielo. Produciale incertidumbredolorosa la doctrina del monje Bulloch, y, sinembargo, esa doctrina debía prevalecer en la épocade más elevada civilización.

Bulloch pudo ser considerado, pues, comofundador del Derecho civil en la Pingüinia.

III. LA PRIMERA ASAMBLEA DE LOSESTADOS DE PINGUINIA

-Hijo mío -dijo el anciano Mael al monjeBulloch-, ya es hora de hacer enumeración de lospingüinos e inscribir el nombre de cada uno en uncuaderno.

-Nada más urgente -respondía Bulloch-; no esposible administrar un pueblo sin este requisito.

Al instante, el apóstol, con ayuda de docemonjes, procedió a reseñar el pueblo.

Y el anciano Mael dijo después:

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-Ahora que ya tenemos un registro de todos loshabitantes, conviene, hijo mío, establecer unimpuesto justo para atender a los gastos públicos yal sostenimiento de la abadía. Cada cual debecontribuir según sus recursos. Convocad a losancianos de Alca, y de acuerdo con ellosestableceremos el impuesto.

Los ancianos convocados se reunieron, ennúmero de treinta, en el patio del monasterio demadera, a la sombra del sicomoro.

Aquéllas fueron las primeras Cortes dePingüinia, en sus tres cuartas partes las formaban loshacendados: campesinos de la Surella y del Glange.Greatauk, por ser el más noble de los pingüinos,sentóse en la piedra más alta.

El venerable Mael, sentado entre sus monjes,pronunció estas palabras:

-El Señor da, cuando le place, riquezas a loshombres, o se las quita. Os he reunido para señalaral pueblo las contribuciones indispensables quedeben sufragar los gastos públicos y el sostenimientode la abadía. Estimo que ha de contribuir cada unoconforme a su riqueza: el que tenga cien vacas darádiez, y el que tenga diez dará una.

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Cuando el santo varón hubo hablado, Morio,uno de los más ricos labradores, levantóse y dijo:

-Venerable Mael y padre mío, considero justoque contribuyamos a los gastos públicos y a lasatenciones de la Iglesia. Por lo que a mí se refiere,estoy dispuesto a despojarme de todo lo que poseoen interés de mis hermanos pingüinos, y si fuesenecesario, daría de buena voluntad hasta mi camisa.Todos los ancianos del pueblo están dispuestos,como yo, a sacrificar sus bienes, y no se debe poneren duda su abnegación. Es preciso atenderúnicamente al interés público, acordar lo másconveniente, y lo más conveniente, padre mío, loque el interés público exige, es no pedir mucho a losque tienen mucho, porque entonces los ricos seríanmenos ricos, y los pobres, más pobres. Los pobresviven de la hacienda de los ricos, por lo cual essagrada, y no respetarla sería una maldad inútil. Sipedís a los ricos, no conseguiréis gran provecho,porque son pocos, y, en cambio, los privaréis detodos los recursos, hundiréis al país en la miseria,mientras que si pedís un poco de ayuda a cadahabitante, a todos por igual, sin reparar en susbienes, recogeréis lo necesario para las cargaspúblicas y no hará falta inquirir lo que posee cada

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ciudadano, investigación odiosa y vejatoria. Si pedísa todos igualmente, levemente, favorecéis a lospobres, puesto que les quedarán los bienes de losricos.

¿Y cómo sería posible fijar un impuestoproporcional a la riqueza? Ayer tenía yo doscientosbueyes; hoy sólo tengo sesenta; mañana tendréciento. Cluñic tiene tres vacas enfermas. Nicclu tienedos robustas y gordas. ¿Quién es más rico? Lasseñales de la opulencia son engañosas. Lo únicocierto es que todos comen y beben. Imponed a lasgentes conforme a lo que consumen. Es lo prudentey lo justo.

Así habló Morio, y los ancianos le aplaudieron.-Pido que se grabe este discurso en planchas de

bronce -dijo Bulloch-. Está dictado para lo porvenir. Dentro de quince siglos, los mejores entre lospingüinos no hablarán de otro modo.

Los ancianos aplaudían, aun cuando Greatauk,puesta la mano sobre el puño de su espada, hizo estabreve declaración:

-Soy noble, y, por tanto, no contribuiré. Admitirun impuesto es propio de gente plebeya. Que paguela canalla.

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Nadie le replicó, y los ancianos desfilaron ensilencio.

Como en Roma, se rehizo el censo cada cincoaños, y de aquel modo advirtióse que la poblaciónaumentaba rápidamente. Aun cuando los niñosmuriesen en maravillosa abundancia y el hambre y lapeste despoblaran con perfecta regularidad ciudadesenteras, nuevos pingüinos cada vez más numerososcontribuían con su miseria privada a la prosperidadpública.

IV. LAS BODAS DE KRAKEN Y DEORBERONA

En aquel tiempo vivía en la isla de Alca unhombre pingüino cuyos brazos eran robustos y cuyoingenio era sutil. Se llamaba Kraken, y tenía suvivienda en la playa de las Sombras, donde loshabitantes de la isla no se aventuraban jamás portemor a las serpientes que anidaban en los huecos delas rocas y a las almas de los pingüinos muertos sinbautismo, que, semejantes a fuegos lívidos y entreprolongados lamentos, por la noche recorríanerrantes aquellos lugares desolados. Creíase

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comúnmente, pero sin pruebas, que algunos de lospingüinos transformados en hombres por elbienaventurado Mael no habían recibido el aguabautismal y volvían después de su muerte a llorar sudesgracia en las noches tormentosas. Krakenhabitaba en la playa de las Sombras una cavernainaccesible; sólo se podía entrar en ella por unsubterráneo natural que tenía cien metros deextensión.

Una tarde que Kraken vagaba por el campodesierto encontró, por azar, a una joven pingüinamuy graciosa. Era la misma que poco antes el monjeMagis había engalanado con sus propias manos y laprimera que lució los velos púdicos. Enconmemoración de aquel día, en que lamuchedumbre maravillada de los pingüinos la viopasar gloriosamente con su traje de color de aurora,aquella virgen había recibido el nombre deOrberosa.

Al ver a Kraken lanzó un grito de espanto yquiso escapar; pero el héroe la detuvo, la tomó delvelo que flotaba tras ella y le dirigió estas palabras:

-Virgen, dime tu nombre, tu familia y tu patria.Orberosa miraba con espanto a Kraken y se

atrevió a balbucir

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-¿Sois vos mismo, señor, lo que yo veo ante mí,o es vuestra alma desesperada?

Hablábale así porque los habitantes de Alca nohabían tenido noticias de Kraken desde que serefugió en la playa de las Sombras, y le creíanmuerto, condenado entre los demonios de la noche.

-No temas, hija de Alca -respondió Kraken-,porque no soy un alma errante, sino un hombre enla plenitud de su fuerza y de su poder. Pronto serédueño de grandes riquezas.

La joven Orberosa preguntó:-¿Cómo piensas adquirir grandes riquezas, ¡oh

Kraken!, si eres pingüino?-Con ingenio -respondió Kraken orgulloso.-Yo sé -dijo Orberosa- que mientras tú habitabas

entre nosotros eras bien reputado por tu destreza encazar y pescar; nadie te igualaba en el arte de prenderpeces en una red o de atravesar con flechas lospájaros más voladores.

-Aquéllas eran industrias vulgares y laboriosas.Luego imaginé una manera de procurarme, sinfatigas, grandes riquezas. Pero dime: ¿quién eres?

-Me llaman Orberosa -respondió la joven.-¿Cómo viniste hasta aquí, tan lejos de tu

vivienda, y de noche?

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-Kraken, todo ha sido por la voluntad del Cielo.-¿Qué quieres decir, Orberosa?-Que el Cielo me puso en tu camino, ignoro para

qué.Kraken la contempló fijamente y en silencio;

después le dijo con dulzura-Orberosa, ven a mi casa; es la del más ingenioso

y más valiente pingüino. Si me sigues, haré de ti micompañera.

Ella bajó los ojos y dijo:-Te seguiré, señor.Así es como la bella Orberosa fue la compañera

del héroe Kraken. No celebraron el himeneo conantorchas ni cánticos, porque Kraken no queríamostrarse a los pingüinos; pero en su cavernaconcebía grandes proyectos.

V. EL DRAGON DE ALCA

Visitamos en seguida el Museo de HistoriaNatural... El administrador nos enseñó unenvoltorio lleno de paja; nos aseguró que

contenía el esqueleto de un dragón, ydijo: "Esto prueba que el dragón no es

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un animal fabuloso." (Memorias deJacobo Casanova. París, 1843;

t. IV, págs. 404 y 405.)

Al presente, los habitantes de Alca se ocupabanen tareas pacíficas. Los de la costa septentrional ibancon sus barcas a la pesca de peces y de mariscos; loslabradores de Dombes cultivaban la cebada, elcenteno y el trigo candeal; los acaudalados pingüinosdel valle de Dalles dedicábanse a la cría de animalesdomésticos, y los de la bahía de los Somormujoscultivaban sus huertos. Los mercaderes del puertode Alca enviaban a Armórica pesca salada, y el orode las dos Bretañas, que empezaba a introducirse enla isla, facilitaba las transacciones.

El pueblo pingüino disfrutaba del fruto de sutrabajo en una tranquilidad profunda, cuando depronto corrió de pueblo en pueblo un rumorsiniestro. Súpose que un dragón espantoso devastódos cortijos en la bahía de los Somormujos.

Pocos días antes había desaparecido la virgenOrberosa. Al principio no intranquilizaba mucho suausencia, pues varias veces fue raptada por hombresviolentos y enamorados, lo cual a nadie sorprendía,por ser la virgen Orberosa la más bella mujer del

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territorio. Se advirtió que algunas veces iba en buscade raptores, y tampoco extrañaba, ya que se cumplesiempre lo que ordena el Destino; pero aquella vez,como pasaba el tiempo y no volvía, creyóseladevorada por el dragón.

Los habitantes del valle de Dalles pronto seconvencieron de que no era el dragón una fábula delas que las viejas cuentan a las mozas en las fuentes,porque una noche devoró el monstruo, en el pueblode Anís, seis gallinas, un cordero y un huerfanitollamado Elo.

Al día siguiente no fue posible hallar ni rastro delos. animales ni de la criatura.

Los ancianos del pueblo, reunidos en la plaza ysentados en el banco de piedra, discutieron qué seríaprudente hacer en tan terribles circunstancias.

Congregaron a todos los pingüinos que habíanvisto al dragón en la noche funesta, e inquirieroncuáles eran la forma y costumbres del dragón.

Cada uno respondió a su vez:-Tiene garras de león, alas de águila y cola de

serpiente.-Su lomo está erizado de crestas espinosas.-Todo su cuerpo está cubierto de escamas

amarillentas.

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-Sus ojos fascinan y confunden. Vomita llamas.-Apesta horriblemente su aliento.-Tiene cabeza de dragón, garras de león y cola

de pez.Una mujer de Anis, tenida por muy juiciosa y

atinada en sus opiniones, y a la cual había robadotres gallinas, dijo:

-Tiene figura de hombre, hasta el punto de queyo le confundí con mi marido, y le dije: "Vente a lacama ya, mastuerzo.

Otros declararon:-Es como una nube.-Parece una montaña.Y un mozalbete aseguró haber visto asomar

sobre los bardales del troje la cabeza del dragón, quebesaba a la hermosa Minnia. Los ancianos insistieronen sus preguntas:

-¿Qué talla tiene el dragón?-Es como un buey.-Es como uno de los barcos bretones que llegan

al puerto.-Es del tamaño de un hombre.-Es más alto que la higuera que os cobija.-No es mayor que un perro.

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Interrogados acerca del color, los pingüinosrespondieron:

-Rojo.-Verde.-Azul.-Amarillo.-La cabeza, de un hermoso verde; las alas, de

color anaranjado con ribete gris-plata; el lomo y lacola, rosados y con franjas de color castaño; elvientre, amarillo con pintas negras.

-No es de ningún color.-Es de color de dragón.Después de oír tan varias declaraciones, los

ancianos permanecieron indecisos: no sabían quéresolver. Unos propusieron espiar al dragón,sorprenderle y cubrirle de punzadoras flechas; otrosopinaron que sería inútil combatir a un monstruotan horrible, y aconsejaban que se le amansara conofrendas.

-Paguémosle tributo -fue la opinión de unanciano cuya voz era siempre respetada-.Llegaremos, a tenerle propicio si se le hacen regalosvaliosos: frutas, vino, corderos y alguna virgen.

Otros proyectaban envenenar las fuentes dondesolía beber el dragón o ahogarle con humo en su

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caverna. Pero ninguna de aquellas opinionesprevaleció. Disputaron mucho y se despidieron sinhaber decidido nada.

VI. CONTINÚA EL DRAGON DE ALCA.

Durante todo el mes consagrado por losromanos a su falso dios, Marte o Mavors, el dragónasoló en sus correrías los cortijos de Dalles y deDombes, robó cincuenta carneros, doce cerdos ytres niños. Todas las familias hallábanseconsternadas, y sólo se oían lamentaciones en la isla.Para conjurar aquella calamidad, los ancianos de losinfelices pueblos regados por el Glange y el Surellaresolvieron reunirse y acudir al bienaventurado Mael,que les aconsejaría y socorrería.

El quinto día del mes cuyo nombre significaentre los latinos "abertura", por abrir el año, fueronen procesión al monasterio de madera que se alzabaen la costa meridional de la isla. Introducidos en elclaustro, dejaban oír sus sollozos y sus lamentos.Conmovido por tanto desconsuelo, el anciano Maelabandonó la sala donde vivía entregado al estudio dela Astronomía y a la meditación de las escrituras, y

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corrió hacia ellos apoyado en su cayado pastoral. Ensu presencia se prosternaron los ancianos y letendieron ramas verdes. Algunos quemaron tambiénhierbas aromáticas.

Y el santo varón, sentado junto a la fuenteclaustral, bajo una higuera antigua, pronunció estaspalabras:

-Hijos míos, posteridad pingüina, ¿por quélloráis y gemís? ¿Por qué me tendéis esas ramassuplicantes?

¿Por qué ofrecéis al cielo humo de aromas?¿Queréis que aparte de vuestras cabezas algunacalamidad?

¿Por qué me imploráis? Me hallo dispuesto a darla vida por vosotros. Decidme lo que os prometéisde vuestro padre.

A estas preguntas respondió el primero de losancianos:

-Padre de los hijos de Alca, venerable Mael: yohablaré en nombre de todos. Un dragón horribleasuela nuestras campiñas, despuebla nuestrosestablos y devora en su antro la flor de nuestrajuventud. Ha sacrificado al niño Elo y a siete más, hadespedazado con su afilada dentadura a la virgenOrberosa, la más bella pingüina. No hay pueblo

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donde su aliento envenenado no dañe y donde supresencia no produzca desolación. Acosados por esaplaga temible venimos a rogarte, venerable Mael,que procures con tu sabiduría la salvación de loshabitantes de esta isla y evites el exterminio denuestra antigua raza.

-¡Oh anciano, el más anciano de todos losancianos de Alca! -replicó Mael-, tu discurso mesumerge en una profunda aflicción, y gimo al pensarque nuestra isla es presa de los furores de un dragónespantoso. No es un caso único, pues vemos en loslibros varias historias de dragones muy feroces. Esosmonstruos habitan generalmente cavernastenebrosas a la orilla del mar y, con preferencia,entre los paganos. Podría suceder que alguno devosotros, a pesar de haberos incorporado por elbautismo que recibisteis a la familia de Abraham,adoréis ídolos, como los antiguos romanos, ocolguéis imágenes, cintas de lana, guirnaldasflorecidas y exvotos en las ramas de algún árbolsagrado. También es posible que los pingüinoshayan bailado en torno de alguna piedra mágica ybebido el agua de fuentes habitadas por ninfas. Si asífuera, yo creería, y no sin fundamento, que el Señorenvió ese dragón para castigar los crímenes de

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algunos y para induciros a todos a exterminar entrelos pingüinos la blasfemia, la superstición y laimpiedad. Por esto el remedio mejor que puedoaconsejaros consiste, sin duda, en descubrir todorastro de idolatría y extirparla. Estimo que sontambién eficaces el rezo y la penitencia.

Así habló el venerable Mael, y los ancianos delpueblo pingüino le besaron los pies antes de regresara sus hogares con los corazones rebosantes deesperanza.

VII. MAS ACERCA DEL DRAGON

Atentos a las advertencias del santo varón Mael,esforzábanse los habitantes de Alca para extinguirlas supersticiones que habían germinado entre ellos.Procuraron que las mozas no fuesen a bailar entorno del árbol de las hadas y que no pronunciasenpalabras mágicas; prohibieron a las madresprimerizas que frotasen a sus hijos, parafortalecerlos, en las piedras alzadas en los campos.Un anciano de Dombes, que adivinaba el porvenirsacudiendo una espiga de cebada sobre un cedazo,fue arrojado a un pozo.

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Y el monstruo asolaba durante las noches loscorrales y los establos. Aterrados, los campesinosatrancaban sus puertas, no se atrevían a salir de suscasas. Una mujer embarazada, que por un tragaluzvio a la claridad de la luna la sombra del dragón,espantóse hasta el extremo de abortarinmediatamente.

En aquellos días de prueba, el santo varón Maelmeditaba sin cesar acerca de la naturaleza de losdragones y de las varias maneras de combatirlos.Después de medio año de estudios y oraciones,creyó haber encontrado lo que buscaba. Mientraspaseaba una tarde por la orilla del mar, en compañíade un novicio llamado Samuel, formuló supensamiento en estas palabras:

-Estudio minuciosamente la historia ycostumbres de los dragones, no por satisfacer unavana curiosidad, sino para descubrir ejemplosaplicables a la situación presente. Tal es, hijo mío, lautilidad de la historia.

"Es un hecho innegable que los dragones vivensiempre sobre aviso. No duermen jamás, por lo cualse los ve con frecuencia empleados en guardartesoros.

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Un dragón guardaba, en Cólquida, un toisón deoro que Jasón le arrebató. Un dragón cuidaba de lasmanzanas del Jardín de las Hespérides; fue muertopor Hércules y transformado por Juno en unaconstelación del cielo. Así lo dicen los libros, y si escierta la transformación debió de producirse pormagias, pues los dioses de los paganos en realidadson demonios. Un dragón impedía a los hombresrudos e ignorantes que bebieran en la fuente deCastalia. También se debe recordar el dragón deAndrómeda, muerto por Perseo.

"Pero si nos alejamos de las fábulas paganas, enlas cuales el error se confunde a cada paso con laverdad, encontraremos dragones en las historias delglorioso Arcángel San Miguel, de los Santos Jorge,Felipe, Santiago el Mayor y Patricio, de las SantasMarta y Margarita. En esas relaciones, dignas detodo crédito, hemos de buscar enseñanza.

"La historia del dragón de Silena nos ofrecetambién un precioso ejemplo. Sabréis, hijo mío, quea la orilla del anchuroso estanque, próximo a laciudad, existía un dragón espantoso que se acercabade cuando en cuando a las murallas y envenenabacon su aliento a los habitantes de los arrabales. Ypara no ser devorados por el monstruo, los vecinos

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de Silena se sorteaban para entregarle cada mañanauna víctima. La suerte designó un día a la hija delrey.

"Pero San Jorge, que era tribuno militar, de pasoen la ciudad de Silena, supo que la hija del reyacababa de ser destinada al animal feroz:

"Inmediatamente montó a caballo, y armado deuna lanza salió al encuentro del dragón.Sorprendióle dispuesto a devorar a la virgen real, ycuando San Jorge hubo vencido al dragón, la hija delrey ciñó con el cordón de su cintura el cuello de labestia, que la siguió como un perro dócil.

"Esto nos ofrece un ejemplo del poder de lasvírgenes sobre los dragones. La historia de SantaMarta nos presenta una prueba, a ser posible, másverídica. ¿Conocéis esa historia, hijo mío?

-Sí, padre -respondió Samuel.Y el bienaventurado Mael prosiguió:-Había, en un bosque, a orillas del Ródano, entre

Arlés y Aviñón, un dragón, mezcla de cuadrúpedo yde pez, mayor que un buey, con los dientes afiladoscomo cuernos y provisto de grandes alas. Sumergíalos barcos y devoraba a los pasajeros. Impulsada porlas súplicas de la gente, salió Santa Marta en buscadel dragón., al cual halló entretenido en devorar a un

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hombre. Le arrolló al cuello el cordón de su cinturay lo condujo fácilmente a la ciudad.

La semejanza de ambos ejemplos me induce apensar que conviene recurrir a la virtud de algunavirgen para vencer al dragón que siembra el espantoy la muerte en la isla de Alca.

Por esto, hijo mío Samuel, debes ceñir la correa,correr con dos de tus compañeros todos lospoblados, publicar en todas partes que sólo unavirgen podrá libertar la isla del monstruo que ladespuebla.

Entonarás cánticos y salmos, y dirás: '¡Oh hijosde los pingüinos, si hay entre vosotros una virgenmuy pura, que se levante y, armada con el signo dela Cruz, vaya a combatir al dragón! "

Así habló el anciano, y el joven Samuelprometióle obedecer. Al día siguiente ciñó su correay partió con dos de sus compañeros para anunciar alos habitantes de Alca que sólo una virgen podríalibrar a los pingüinos de los furores del dragón.

VIII. SIGUE EL ASUNTO DEL DRAGÓN

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Orberosa estaba enamorada de su esposo, peroadmitía también otros amores. A la hora en queVenus aparece sobre el cielo pálido y mientrasKraken extendía el espanto por los poblados, ellafrecuentaba la choza de un joven pastor de Dalles,llamado Marcelo, cuyo cuerpo gentil era la envolturade una infatigable virilidad. La bella Orberosacompartía satisfecha el lecho aromático del pastor;pero lejos de darse a conocer, se presentaba con elnombre de Brígida y se decía hija de un jardinero delos Somormujos. Cuando a su pesar ponía término alas caricias del amante y avanzaba a través de laspraderas brumosas hacia la playa de las Sombras, sipor casualidad encontraba algún campesinorezagado, inmediatamente desplegaba sus veloscomo grandes alas, ahuecaba la voz y decía:

-Caminante, baja los ojos para que no te veasobliado a exclamar: "¡Ay de mí, desdichado, porhaberme atrevido a poner los ojos en el ángel delSeñor!

Los campesinos temblaban, se arrodillaban yhun dían la frente en la tierra. Luego decían que denoche transitaban los ángeles por los caminos de laisla y que mataban a quien alzase los ojos paraverlos. Kraken ignoraba los amores de Orberosa y

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de Marcelo porque era un héroe -y los héroes nopenetran jamás los secretos de sus mujeres-; peroacaso por ignorar tales aventuras, Kraken disfrutabapreciados goces. Todas las noches se le ofrecía sucompañera sonriente y hermosa. Radiante devoluptuosidad, perfumaba el lecho conyugal con losaromas deliciosos del hinojo y de la verbena. Sentíapor Kraken un amor que nunca se mostróimportuno ni pesado, porque no lo desahogabasolamente con él.

Y la afortunada infidelidad de Orberosa debíasalvar al héroe de un enorme peligro y asegurar parasiempre su fortuna y su gloria. Porque al ver pasaren el crepúsculo a un boyero de Belmont queaguijoneaba sus bueyes, Orberosa ilusionóse porgozarse más aún de lo que solía gozar al pastorMarcelo. El boyero era jorobado; sus hombrosrebasaban sobre sus orejas, y su cuerpo sebalanceaba sobre sus piernas desiguales; sus ojos,torvos, lanzaban reflejos dorados bajo la cabelleraencrespada; su garganta emitía una voz ronca y risasestridentes. Olía a establo. Pero ella se sintió atraída.Como dijo Gnaton: "Las hubo que gozaron a unárbol; otras a un río; otras a una bestia.

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Y un día, mientras suspiraba de amor entre losbrazos de su boyero en un desván de la ciudad,sintióse de pronto sorprendida por sones de trompa,rumores de voces y ruido de pasos. Miró por labuhardilla y vio a los vecinos reunidos en la plaza delmercado en torno de un novicio, que en pie sobreun pedrusco pronunciaba en voz clara estaspalabras:

-Habitantes de Belmont, el abad Mael, nuestrovenerado padre, os anuncia por mi boca que ni lafuerza ni los brazos ni el poder de las armasprevalecerá contra el dragón; pero la bestia serávencida por una virgen. Si hay entre vosotros algunavirgen muy pura y en absoluto intacta, que se levantepara salir al encuentro del monstruo, que le ciña elcuello con el cordón de la cintura, y sólo con estopodrá conducirle fácilmente como si fuera unperrito.

El monje bajó de la piedra, se puso la capucha yse fue a publicar por otros pueblos el aviso delbienaventurado Mael. Acurrucada sobre la paja quele servía de lecho amoroso, con un codo apoyado enla rodilla y la cara en la mano, Orberosa meditaba loque oyó. Aun cuando le diera menos que temer porKraken la virtud de una virgen que la fuerza de los

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hombres. armados, intranquilizaba el aviso delbienaventurado Mael; un vago y seguro instinto queguiaba sus acciones advertíala que, a pesar de todo,peligraba la seguridad su marido.

Y preguntó al boyero: -Amor mío, ¿qué piensas tú del dragón?El rústico sacudió la cabeza, para decir:-Es cierto que en los tiempos antiguos los

dragones asolaban la Tierra. Los había del tamañode montañas. Ahora no los hay. Sin duda, lo que seatribuye un monstruo terrible fue obra de piratas omercaderes que se llevaron en su navío a la bellaOrberosa y los más hermosos niños de Alca; pero sialguno de esos ladrones pretendiera robarme losbueyes, a viva fuerza o con astucia, estoy seguro deimpedirlo.

Estas palabras del boyero aumentaron lasaprensiones de Orberosa, que reanimó su amantesolicitud por el esposo.

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IX. DONDE AUN SE TRATA DELDRAGON.

Los días pasaban sin que ninguna virgen selevantara para salir al encuentro del monstruo. Y enel monasterio de madera, el anciano Mael, sentadoen un tronco, a la sombra de la higuera antigua yacompañado por un piadoso monje llamadoRegimental, se preguntaba con inquietud y tristezacómo era posible que no apareciese en Alca una solavirgen capaz de combatir al dragón. suspiró, y elhermano Regimental suspiró también. Cruzó eljardín en aquel instante un novicio llamado Samuel,y el anciano Mael le llamó, y le dijo:

-He meditado nuevamente acerca de los mediospara destruir al monstruo que devora la flor denuestra juventud, de nuestros rebaños y de nuestrascosechas, y en este concepto la historia de losdragones de San Riok y de San Polo de León meparece sumamente instructiva. El dragón de SanRiok tenía ocho varas de largo, la cabeza de gallo yde basilisco, el cuerpo de buey y de serpiente,desolaba las riberas de Elorn en tiempo del reyBritocus. A la edad de dos años, San Riok locondujo atado hasta el mar, donde lo ahogó sin

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resistencia. El dragón de San Pablo tenía sesentapies de largo y no era menos terrible. Elbienaventurado apóstol de León lo sujetó con suestola y lo hizo conducir por un mozalbete de noblealcurnia y de probada pureza. Estos ejemplosdemuestran que a los ojos de Dios un doncel castoes tan meritorio como una virgen. El Cielo no hacedistinciones. Y os digo esto, hijo mío, porque bienpudiéramos irnos los dos a la playa de las Sombras yllegar hasta las cavernas del dragón, le llamaríamos agrandes voces, yo arrollaría mi estola en torno de sucuello y vos le conduciríais atado hasta el mar,donde se ahogaría irremisiblemente.

Al oír estas palabras del anciano, Samuel bajó losojos sin atreverse a contestar.

-¿Tenéis alguna duda, hijo mío? -dijo Mael.Contra su costumbre, el hermano Regimental

tomó la palabra sin ser interrogado.-Cualquiera dudaría -dijo-. San Riok sólo tenía

dos años cuando venció al dragón. ¿Quién aseguraque nueve o diez años después le hubiese vencido?Cuidado, padre mío, porque el dragón que desuelanuestra isla devoró al niño Elo y a otros cuatro ocinco niños de corta edad. El hermano Samuel no es

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bastante vanidoso para juzgarse a los diecinueveaños más inocente que otros a los doce o catorce.

"¡Ay! -prosiguió gimoteando el monje-, ¿quiénpuede jactarse de ser casto en este mundo, dondetodo nos da ejemplo y enseñanza de amor, dondetoda la Naturaleza, animales y plantas, nos descubrey nos impone voluptuosidades abrasadoras? Losanimales, guiados por el deseo, únense con ardorcada cual a su modo, pero no son comparables losdiferentes himeneos de los cuadrúpedos, de lospájaros, de los peces y de los reptiles, con lasvoluptuosidades de las bodas de los árboles. Cuantasimpudicias monstruosas imaginaron los paganos ensus fábulas, sobrepújalas una sencilla flor de loscampos, y si conocieseis las fornicaciones de loslirios y de las rosas apartaríais de los altares esoscálices de impurezas, esos vasos de escándalo .

-No habléis así, hermano Regimental respondióel venerable Mael -. Sometidos a las leyes de laNaturaleza, los animales y las plantas siempre soninocentes, carecen de un alma que salvar, mientras elhombre...

-Tenéis razón -dijo el hermano Regimental-.¡Son otros cantares! Pero no enviéis al joven Samuela la conquista del dragón: el dragón se lo comería.

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Hace ya cinco años que Samuel no está encondiciones de asombrar a los monstruos con suinocencia. El año del corneta puso el diablo en sucamino, para seducirle, a una lechera que se recogíalas faldas al cruzar un arroyo. Samuel fue tentado yvenció la tentación; pero el demonio, que nodescansa, le ofreció en sueños la imagen de aquellamoza, y la imagen consiguió lo que no pudoconseguir la realidad: hizo pecar a este novicio, que,al despertarse, inundó con sus lágrimas su lechoprofanado. ¡Ay! El arrepentimiento no devuelve lainocencia.

Al oír esta relación, Samuel preguntóse cómopudo ser conocido su secreto, ignorante de que sevalía el demonio de la figura del hermanoRegimental para turbar el corazón de los monjes deAlca.

El anciano Mael meditaba y se preguntaba conangustia:

-¿Quién nos librará de los dientes del dragón?¿Quién nos preservará de su aliento? ¿Quién nossalvará de su mirada?

Entretanto, los habitantes de Alca ibanenvalentonándose. Los labradores de Dombes y losboyeros de Belmont juraban ser más poderosos

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contra un animal feroz que una débil doncella ydecían, a la vez que se golpeaban la parte carnosa delbrazo: "¡Que venga el dragón!" Muchos hombres ymujeres lo habían visto, pero no lograban ponersede acuerdo acerca de su forma y de su color, auncuando todos negaban que fuese tan enorme comose creía, porque su talla no era mayor que la de unhombre. Organizóse la defensa. Desde el anochecerponían centinelas en la entrada de los poblados,dispuestos a dar el grito de alarma. Gruposnumerosos, provistos de horquillas y de hoces,guardaban por la noche los prados donde serecogían los animales. En el pueblo de Anís, algunoslabradores sorprendieron al dragón cuando saltaba latapia de Morio. Armados de mazas, de hoces y dehorquillas le corrieron de cerca. Uno de losperseguidores creyó haberle pinchado con suhorquilla, pero tuvo la desgracia de resbalar y caer enuna charca. Los otros le alcanzarían seguramente sino se hubieran entretenido en recoger los conejos ylas gallinas que el dragón, al huir, soltaba.

Dichos labradores declararon a los ancianos dela ciudad que el monstruo les pareció de forma y deproporciones bastante humanas, aparte de la cabezay de la cola, que juzgaron verdaderamente horribles.

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X. TAMBIEN REFERENTE AL DRAGONDE ALCA

Aquella noche, Kraken se retiró a su cavernamás tarde que de costumbre. Quitóse de la cabeza sucasco de foca, rematado por dos cuernos de buey,cuya visera estaba provista de formidables garfios.Arrojó sobre la mesa sus guantes, rematados porgarras horribles: cada uña era un pico de gaviota. Sedesabrochó el cinturón prolongado en una colaverde con repliegues tortuosos. Luego ordenó a Elo,su paje, que le quitase las botas, y como el niño noconsiguiese hacerlo con la presteza deseada, lo tiróde un puntapié al otro lado de la gruta.

Sin mirar a la bella Orberosa, que hilaba un copode lana, sentóse junto a la chimenea, donde había uncordero puesto en el asador, y murmuró:

-¡Malditos pingüinos! Va siendo un oficio muyperro el de dragón.

-¿Qué dice mi señor? -preguntó la bellaOrberosa.

-Ya no me temen -prosiguió Kraken-. Anteshuían todos cuando yo me acercaba, traía siempre enel saco gallinas y conejos, cazaba en los camposcerdos y carneros, vacas y bueyes. Ahora esos

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rústicos ya saben defenderse y velan. Hace poco enel pueblo de Anís, perseguido por los labriegosarmados con mazas, hoces y horquillas, me viobligado a tirar los conejos y las gallinas que llevabay a recoger mi cola en el brazo para huir conlibertad. ¿Es propio de un dragón de Capadocia huircomo un ratero con la cola baja el brazo? Cargadode crestas, de cuernos, de garfios, de uñas, deescamas, apenas pude escapar a un bruto que mehundió la punta de su horquilla en la nalga izquierda.

Calló un momento, entregado a meditacionesamargas y prosiguió:

-¡Qué idiotas son los pingüinos! Ya estoy hartode arrojar llamas a las narices de tantos imbéciles.¿Me oyes, Orberosa?

Después de hablar así, el héroe levantó entre susmanos el horrible casco y lo contemplaba silencioso.Luego dijo:

-Este casco lo construí en forma de cabeza depez con pieles de foca. Para que fuera más temible lepuse cuernos de buey, le añadí una quijada de jabalí,le colgué una cola de caballo pintada de rojo.¡Ningún habitante de la isla podía mirarlo sintemblar y huir! He sembrado el terror entre lospingüinos. ¿Quién aconsejó al pueblo insolente para

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que abandonara su natural cobardía, mirase sinmiedo estas fauces horribles y persiguiera, estamelena espantosa?

Echó a rodar el casco por el suelo, y prosiguió:-¡Ya no me sirves para nada, casco engañador, y

te juro, por todos los demonios del infierno, quenunca volverás a verte sobre mi cabeza!

Al hacer este juramento pisoteaba su casco, susguantes, sus botas y su cola de repliegues tortuosos.

-Kraken -dijo la bella Orberosa-, ¿permitís avuestra esclava un artificio para salvar vuestra gloriay vuestros bienes? No despreciéis el auxilio de unamujer. Lo necesitáis, porque los hombres son todosunos imbéciles.

-Mujer -.preguntó Kraken -, ¿cuáles son tuspropósitos?

Entonces la bella Orberosa enteró a su esposode que unos monjes recorrían los poblados yenseñaban a los habitantes la manera másconveniente de combatir al dragón. Según lasinstrucciones monacales, la bestia sería vencida poruna virgen. Si una doncella envolviese con el cordónde su cintura el cuello del dragón, le conduciríafácilmente aprisionado, como a un perrito

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-¿Quién te ha dicho que los monjes enseñantales cosas? -preguntó Kraken.

-Amigo mío -replicóle Orberosa-, nointerrumpáis reflexiones graves con una preguntafrívola. Los monjes lo dijeron: "Si se encuentra enAlca una virgen muy pura ¡que se levante!" Yo hedecidido, Kraken, responder al llamamiento. Piensoir en busca del anciano Mael y decirle: "Soy ladoncella destinada por el Cielo para humillar aldragón.

Al oír tales palabras, Kraken adujo:-¿Cómo has de ser tú esa doncella tan pura? ¿Y

por qué te propones humillarme, Orberosa? ¿Hasperdido el juicio? Te advierto que no me dejarévencer por ti.

-Antes de encolerizarte, ¿no podrías tratar decomprenderme? -suspiró la bella Orberosa, condesprecio profundo y suave.

Luego expuso tranquilamente sus propósitossutiles.

El héroe la oía, pensativo, y cuando ella acabóde hablar, dijo:

-Orberosa, tu astucia es refinada, y si tuspropósitos se realizan conforme a tus previsiones,

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yo sacaré mucho provecho. Pero ¿cómo serás tú lavirgen designada por el Cielo?

-No te preocupes, Kraken, y vámonos a dormir.Al día siguiente, en la caverna perfumada por el

olor de la grasa, Kraken trenzaba un armazóndisforme de mimbre y lo recubría con pielesespantosamente erizadas y escamosas. A uno de losextremos del armazón, la bella Orberosa cosió elcasco terrible y la. visera que llevaba Kraken en susdevastadoras excursiones, y al otro extremo sujetó lacola de repliegues tortuosos que arrastró el héroe.Cuando aquella labor estuvo acabada, enseñaron aElo y a los otros cinco muchachos a introducirse enel artefacto y hacerlo avanzar, a la vez que tocaban latrompa y quemaban estopas para que salieranrugidos, llamas y humo por las fauces del dragón.

XI. PROSIGUEN LAS VICISITUDES DELDRAGON DE ALCA

Orberosa, vestida con un corto sayal y con unacuerda a la cintura, se fue al monasterio y preguntópor el bienaventurado Mael. Como estaba prohibidoa las mujeres entrar en el claustro, el viejo salió a su

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encuentro con el báculo pastoral en la diestra y lamano izquierda apoyada en el hombro del hermanoSamuel, el más joven de sus discípulos..

Preguntó:-Mujer, ¿quién eres?-La virgen Orberosa.Al oír la respuesta, el monje Mael levantó hacia

el cielo sus brazos temblorosos.-¿Sabes lo que dices, mujer? Es un hecho

indudable que Orberosa fue devorada por el dragón,y ahora se me presenta y la veo y la oigo. ¿Acaso,hija mía, en las entrañas de la bestia supiste armartecon el signo de la Cruz para defenderte y salirintacta? Es lo que me parece más verosímil.

-No te has equivocado, padre mío -respondióleOrberosa-; precisamente ocurrió como lo imaginas.En cuanto salí de las entrañas de la bestia busquérefugio en una ermita de la playa de las Sombras.Vivía en la soledad, consagrada al rezo y a lameditación entre austeridades inauditas, cuando unavoz del Cielo me hizo saber que sólo una virgenpuede humillar al dragón, y que yo era la virgenpredestinada.

-Muéstrame una señal en prueba de lo que hasdicho -insinuó el anciano.

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-¿No basta el ser yo misma? -replicó Orberosa.-Reconozco el poder santo de las que imprimen

a su carne un sello de virtud -dijo el apóstol de losPingüinos- Pero ¿eres, en verdad, tal como dices?

-Ya veréis los resultados -afirmó Orberosa.El monje Regimental acercóse y terció en el

asunto:-Será la mejor prueba. El rey Salomón ha dicho:

"Hay tres cosas difíciles de conocer y una cuartaimposible. Son las tres: el rastro de la serpiente sobrela piedra, del pájaro en el aire, del navío en el agua; yes la cuarta, la huella del hombre en la mujer."Estimo impertinentes a esas matronas quepretenden rectificar en tales materias al más sabio delos reyes. Si me atendierais, padre mío, no lasconsultaríais en cuanto se refiere a Orberosa, porquedespués de oír sus opiniones no habéis de quedarmejor enterado. La virginidad es tan difícil de probarcomo de conservar. Plinio enseña en su Historia quetodos los signos aparentes son imaginarios oinseguros. La que lleva sobre sí las catorce señales dela corrupción puede ser pura completamente a losojos de los ángeles, y, por el contrario, la queregistrada por las matronas con el dedo y con lavista, pliegue por pliegue, resulta intacta, debe acaso

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tan honrosas apariencias a los artificios de unaperversidad refinada. En cuanto a la pureza de lavirgen Orberosa, pondría yo las manos en el fuego.

Hablaba de aquel modo porque era el mismodiablo; pero el anciano Mael lo ignoraba y preguntóa Orberosa:

-Hija mía, ¿de qué modo pensáis vencer a unabestia tan feroz como la que os había devorado?

La virgen respondió:-Mañana, al salir el sol, ¡ah Mael!, convocarás al

pueblo sobre la colina, frente al erial desolado, quese extiende hasta la playa de las Sombras, yprocurarás que ningún pingüino se acerque a más dequinientos pasos de las rocas, porque moriríaenvenenado por el aliento del monstruo. El dragónsaldrá de su caverna, rodearé su cuello con el cordónde mi cintura y lo conduciré atado como un perrodócil.

-¿No querrás que te acompañe un hombrevaliente y piadoso para que sea él quien mate aldragón? -respondió Mael.

-Tú lo has dicho, venerable anciano: entregaré elmonstruo a Kraken, el cual le degollará con suespada resplandeciente. Has de saber que el nobleKraken, a quien han creído muerto, aparecerá de

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nuevo entre los pingüinos para matar al dragón, ydel vientre de la bestia saldrán los niños que fuerondevorados.

-Lo que me anuncias, ¡oh virgen! -exclamó elapóstol-, me parece prodigioso y sobrenatural.

-Lo es, en efecto -replicó la virgen Orberosa-, ytambién por aviso del Cielo supe que paracorresponder al beneficio que recibe del caballeroKraken, el pueblo pingüino le pagará un tributoanual de trescientos pollos, doce corderos, dosbueyes, tres cerdos, cincuenta sacos de trigo y lasfrutas y verduras de cada estación. Además, losniños que salgan del vientre de la bestia seránentregados al caballero Kraken para servirle yobedecerle en todo. Si el pueblo pingüino dejase desatisfacer su tributo, se presentaría en la isla otrodragón más terrible que el primero. Y será como lohe dicho.

XII. TERMINA LO REFERENTE ALDRAGON DE ALCA

Una muchedumbre de pingüinos, convocada porel anciano Mael, pasó la noche en la playa de las

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Sombras, pero sin avanzar más allá de la línea que elsanto varón había trazado para que a nadieenvenenara el aliento del monstruo.

La oscuridad de la noche no se había disipadoaún sobre la Tierra cuando, anunciado por un rugidoronco, asomó entre las rocas de la playa la figuravaga y portentosa del dragón. Se arrastraba comouna serpiente, y su cuerpo tortuoso parecía tenerquince pies de longitud. Al verlo retrocedieron lasgentes aterradas, y en seguida, todos los ojos sevolvieron hacia la virgen Orberosa, que, a la primeraclaridad del alba, se destacó vestida de blanco sobreel horizonte rosado. Con intrépido y sencillo andaravanzó hacia la bestia, la cual daba rugidosaterradores y abría sus fauces llameantes. Lospingüinos lanzaron un inmenso grito de horror y depiedad al ver que la virgen desataba el cordón. de sucintura para rodear el cuello del dragón y conducirloatado como un perrito dócil. Después se alzaronatronadoras las aclamaciones de la multitud.

Había recorrido ya parte del erial cuandoapareció Kraken, que esgrimía una espadaresplandeciente. Como el pueblo le creía muerto, alverlo dejó escapar un grito de sorpresa y de gozo. Elhéroe se lanzó hacia la bestia, la derribó y le abrió

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con la espada el vientre, de donde salieron, encamisa, con los cabellos rizados y las manoscruzadas, el niño Elo y los otros mocitos que habíadevorado el monstruo. Inmediatamente se postrarona los pies de la virgen Orberosa, que, mientras losacariciaba, les decía al oído:

-Recorreréis los poblados y diréis: "Somos laspobres criaturas devoradas por el dragón, y salimosen camisa de su vientre." Los habitantes os daráncon abundancia todo lo que podáis desear. Pero sihablarais de otro modo, sólo recibiríais pescozones ybofetadas. ¡Andad!

Varios pingüinos, al ver al dragón reventado,quisieron hacerlo trizas: unos, por espíritu de odio yde venganza, y otros, para apoderarse de la piedramágica llamada dracontita que se forma en la cabezade los dragones. Las madres de los niños resucitadoscorrieron para besar a sus criaturas. Pero el santobarón Mael los detuvo a todos y les advirtió que noeran bastante puros para aproximarse al dragón, sinmorir.

El niño Elo y los otros mocitos no tardaron enacercarse al pueblo, y decían:

-Somos las pobres criaturas devoradas por eldragón, y salimos en camisa de su vientre.

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Cuantos les oyeron, exclamaron:-¡Criaturas benditas!, ya os daremos con

abundancia todo lo que pudierais desear.La muchedumbre se retiró alegremente. De los

grupos se alzaban himnos y cánticos.Para conmemorar aquel día en que la

Providencia libró al pueblo de un cruel azote fueroninstituidas procesiones, en las cuales figuraba undragón encadenado.

Gracias al tributo acordado, Kraken llegó a ser elmás rico y poderoso de los pingüinos. Como enseñade su victoria, y para inspirar un terror saludable,llevaba sobre la cabeza una cresta de dragón, y teníapor costumbre decir:

-Ahora que ha muerto el monstruo, el dragónsoy yo.

Orberosa encadenó, durante largo tiempo, consus brazos generosos a los boyeros y pastores, ycuando ya no era agradable ni joven, se consagró alSeñor.

Objeto de la veneración pública, fue admitidadespués de su muerte en el canon de los santos yseñalada como la celestial patrona de la Pingüinia.

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Kraken dejó un hijo, que llevó como su padre, lacresta del dragón, y al que llamaron por este motivoDraco.

Draco fundó la primera dinastía de lospingüinos.

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LIBRO TERCERO

LA EDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO

I. BRIAN EL PIADOSO Y LA REINAGLAMORGANA

El rey de Alca, descendiente de Draco, hijo deKraken, llevaba sobre la cabeza una espantosa crestade dragón, insignia sagrada que le hacía ser veneradoy temido por los pueblos. No dejaba de guerrear consus vasallos y súbditos ni con los príncipes de lasislas y de los continentes vecinos.

De los reyes más antiguos se conserva sólo elnombre, y no sabemos pronunciarlo ni escribirlo. Elprimer dracónida cuya historia se conoce, fue Brianel Piadoso, estimado por su astucia y tu esfuerzo enla guerra y en la caza.

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Era muy cristiano, amante de los estudios yprotector de los hombres consagrados a la vidamonástica.

En la sala de su palacio, donde bajo las vigasahumadas pendían cabezas y cuernos de animalesferoces, daba festines y convidaba a todos lostrovadores de Alcay de las islas vecinas que cantabanlos triunfos de los héroes. Justiciero y magnánimo,pero poseído por un ardiente amor de gloria, nopodía reprimir su envidia, y condenó a muerte acuantos le aventajaron en el arte de trovar.

Expulsados los monjes de Yvern por lospaganos que desolaban la Bretaña, el rey Brianmandó construir para ellos un monasterio de maderapróximo a su palacio. Diariamente iba con suesposa, la reina Glamorgana, a la capilla delmonasterio, asistían a las ceremonias y cantabanhimnos al Señor.

Entre los monjes hallábase uno llamado Oddoul,famoso en la flor de la juventud por su ciencia y susvirtudes. El diablo, decidido.a perderle, confrecuencia ponía en su camino una pecadoratentación. Tomando varias formas, le mostrósucesivamente un brioso caballo, una hermosavirgen y una copa de hidromiel.

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Más adelante, agitando unos dados dentro de uncubilete, le dijo:

-Si quieres, jugaré contigo la soberanía delmundo contra un pelo de tu cabeza.

Pero el hombre del Señor, escudado por el signode la Cruz, rechazó al enemigo. Seguro ya de quenunca lograría seducirle, imaginó el diablo un hábilartificio para perderle. Se acercó a la reina, quedormía en su lecho una noche de verano, le presentóla imagen del juvenil monje, a quien ella veía en elmonasterio de madera, y puso un encanto maléficoen aquella imagen.

De pronto infiltróse el amor, como un venenosutil, en las venas de Glamorgana, consumida por eldeseo de realizar con Oddoul sus ansias amorosas.Encontró repetidos pretextos para conducirle a supresencia y le propuso que instruyera a sus hijos enla lectura y el canto. Le dijo:

-Cuidaré de su educación y presenciaré vuestraslecciones para instruirme, de modo que daréis almismo tiempo enseñanza a los hijos y a la madre.

Pero el juvenil monje se resistía. Para excusarsealegaba unas veces su poca ciencia y otras sucondición, que le vedaba el trato de las mujeres. Susnegativas agigantaron los deseos de Glamorgana. Un

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día que desmayaba en su lecho, porque su mal sehizo intolerable, mandó llamar a Oddoul.Compareció el monje, obediente, pero ni pasó lapuerta, ni alzó los ojos del suelo, con lo cualaumentaron las ansias y el dolor de la reina.

-Mira . -le dijo-: las fuerzas me faltan; unasombra cubre mis ojos; mi cuerpo está helado yardiente a la vez.

Y como él no resollara ni se moviera, la señorale llamó, suplicante:

-¡Acércate, acércate a mí!Extendió sus brazos, alargados por el deseo, y

trató de asirle y atraerle.Pero el monje reprochó aquella impudicia y

huyó.Entonces, dominada por la ira y temerosa de que

Uddoul publicase las ansias que inspiraba y nosatisfacía, resolvióse a comprometerle para que lecondenasen.

Con voz lastimera, que resonaba en todo elpalacio, pidió socorro, como si en verdad se hallaraen grave peligro. Al aproximarse las doncellas vieronhuir al monje y vieron a la reina queapresuradamente se cubría con las ropas de su lecho.Todas a su vez proclamaron a gritos el crimen, y

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cuando, atraído por aquel alboroto, entró el reyBrian, la reina Glamorgana le mostró su cabello endesorden, sus ojos abrillantados por el llanto y supecho, que, desesperada, en la furia de su amor, sehabía desgarrado ella misma con las uñas.

-Señor y esposo mío -exclamó-, ved las huellasde los ultrajes que acabo de sufrir. Impulsado por undeseo infame, Oddoul se acercó a mi lecho y quisovencer con violencia mi repugnancia y mi pudor.

Al oír aquellas quejas y al ver aquella sangre,enfurecido, el rey ordenó a sus guardias que seapoderasen del monje y que le quemaran vivo frenteal palacio para que lo viese la reina.

Enterado de la triste aventura, el abad de Yvernvisitó al rey y le dijo:

-Rey Brian, advertid en este ejemplo la diferenciaentre una mujer cristiana y una mujer pagana. Laromana Lucrecia fue la más virtuosa de las princesasidólatras, pero le faltaron energías para defendersecontra los ataques de un joven afeminado, y,avergonzada de su debilidad, entregóse a ladesesperación, mientras que la reina Glamorganapudo resistir victoriosamente a los ataques de uncriminal forzudo, rabioso y poseído por el másterrible de los demonios.

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Entretanto, Oddoul esperaba en un calabozo depalacio el momento de ser quemado vivo. Pero Diosno permitió que la inocencia resultase castigada:envióle un ángel, que, bajo la forma de una doncellade la reina llamada Gudruna, le sacó del calabozo yle condujo al aposento en que habitaba la doncellacuya figura le sirvió de disfraz.

El ángel dijo al joven Oddoul:-Te amo porque te atreves a todo.El joven Oddoul creyó que hablaba con la

propia Gudruna, y adujo, sin alzar los ojos:-Sólo con el auxilio del Señor pude resistir las

pretensiones de la reina y provocar la cólera de tanpoderosa mujer.

El ángel preguntó:-¿No tuviste los propósitos de que la reina te

acusa?-No los tuve. No hice nada -respondió el monje

con la mano puesta sobre el corazón.-¿No hiciste nada?-Nada hice, y la sola idea de un acto semejante

me horroriza.-Entonces -dijo el ángel-, ¿por qué viniste aquí,

mentecato?

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Y abrió la puerta para facilitar al monje la salida.Oddoul se sintió violentamente impulsado haciaafuera, y apenas había llegado a la calle, una manovació un orinal sobre su cabeza.

Oddoul meditaba:"Tus caminos son misteriosos, Señor, y tus

propósitos, impenetrables.

lI. DRACO EL GRANDE. - TRASLACION DELAS RELIQUIAS DE SANTA ORBEROSA

La sucesión directa de Brian el Piadosoextinguióse hacia el año 900 en la persona deCollica, llamado Nariz Corta. Un primo de estepríncipe, Bosco el Magnánimo, le sucedió. Atento afortalecer el trono y asesinar a todos sus parientes,fue origen de una duradera dinastía de reyespoderosos.

Uno de ellos, Draco el Grande, se hizo famosopor sus guerras. Le derrotaron con más frecuenciaque a los otros; pero en esta insistencia de la derrotase reconoce a los capitanes heroicos. En veinte añosincendió más de veinte mil cabañas, haciendascaseríos, pueblos, villas, ciudades y Universidades.

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Arrasaba con igual indiferencia las tierras enemigas ysus propios dominios, y solía decir para explicar suconducta:

-La guerra sin incendio es como la carne sinmostaza: una cosa insípida.

Su justicia era rigurosa. Cuando los campesinos aquienes hacía prisioneros no podían pagar el rescate,los ahorcaba, y si alguna infeliz mujer se atrevía aimplorarle favor para su marido insolvente, laarrastraba, sujeta por el cabello a la cola de sucaballo. Vivía como un soldado, sin molicie, y noscomplacemos en reconocer que sus costumbres eranpuras. No solamente mantuvo en su reino la gloriahereditaria, sino que hasta en sus mayores derrotasrealzó el honor del pueblo pingüino.

Draco el Grande hizo trasladar a Alca lasreliquias de Santa Orberosa.

El cuerpo de la bienaventurada había sidoenterrado en una gruta de la playa de las Sombras.Los primeros peregrinos que la visitaron fueron losmozos y las mozas de los pueblos próximos. Ibancon preferencia, por parejas, al anochecer, como silos piadosos deseos buscaran para satisfacerse lasombra y la soledad. Dedicaban a la santa un cultofervoroso y discreto; no gustaban de publicar las

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emociones que sentían en su recogimiento; pero losdelataban algunas veces frases de amor y suspirosangustiosos mezclados con el santo nombre deOrberosa. Unos decían que allí se olvidaron delmundo, y otros, que al salir de la gruta se hallabansiempre satisfechos. Las mozas, en sus íntimasconfidencias recordaban los goces que habíansentido.

Tales fueron los milagros que realizó la virgen deAlca en los comienzos de su gloriosa eternidad, yque tenía la vaga dulzura de las alboradas. Pronto elmisterio de la gruta extendióse por los pueblospróximos como un perfume sutil. Fue para las almaspuras un motivo de alegría y edificación, y loshombres corrompidos trataron vanamente de alejara los fieles, con mentiras y calumnias, de losmanantiales de gracia que corrían sobre la tumba dela santa. La Iglesia hizo lo posible para que aquellosfervores del Cielo no quedasen reservados a uncorto número de criaturas y se extendieran por todala cristiandad pingüina. Unos monjes se instalaronen la gruta, construyeron un monasterio, una capillay una hospedería. Comenzaron a afluir peregrinos.Como fortalecida por su larga residencia en el Cielo,la bienaventurada Orberosa realizó milagros cada

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vez mayores en favor de los que iban a depositar unaofrenda sobre su tumba. Hizo concebir esperanzas alas mujeres estériles, envió ensueños a los viejoscelosos para tranquilizarles acerca de la fidelidad desus esposas, puesta en duda injustamente, y mantuvoalejadas de la comarca las pestes, las epizootias, lashambres, las tempestades, los dragones deCapadocia.

Pero durante los disturbios que desolaron el paísen el reinado de Collica y de sus sucesores, la tumbade Santa Orberosa fue despojada de sus riquezas, elmonasterio fue incendiado y los monjes dispersados.El camino, durante largo tiempo apisonado pordevotas peregrinaciones, desapareció bajo losjuncos, la maleza y los cardos azules de los arenales.Hacía ya cien años que sólo visitaban la tumbamilagrosa las comadrejas y los murciélagos, cuandola santa se apareció a un campesino de loscontornos, llamado Mormodic.

-Soy la virgen Orberosa - le dijo-, y quiero querestablezcas mi santuario. Advierte a los habitantesde las cercanías que si dejan mi memoria en olvido ymi tumba sin ofrendas, un nuevo dragón desolará laPingüinia.

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Clérigos muy sabios hicieron informacionesacerca de semejante aparición y la reputaronverdadera, no diabólica, sino celestial.

El monasterio fue alzado nuevamente y losperegrinos afluyeron con abundancia. La virgenOrberosa hizo milagros cada vez mayores. .Curabaenfermedades perniciosas, como la cojera, lahidropesía, la parálisis y el baile de San Vito. Losmonjes guardianes de la tumba gozaban de unaenvidiable opulencia, cuando la santa se apareció alrey Draco el Grande, le ordenó que la reconociesepor patrona celestial del reino y que llevara susrestos preciosos a la catedral de Alca.

Las reliquias de aquella virgen fueron trasladadascon gran pompa a la iglesia metropolitana ydepositadas en el centro del coro, dentro de unaurna de oro con esmaltes y piedras preciosas.

El cabildo registró los milagros en que intervinola bienaventurada Orberosa.

Draco el Grande, que no dejaba un momento deproteger y exaltar la fe cristiana, al morirpiadosamente legó muchos de sus bienes a la Iglesia.

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III. LA REINA CRUCHA

Espantosos desórdenes siguieron a la muerte deDraco el Grande. Los sucesores de este príncipe hansido acusados con frecuencia por su debilidad, y escierto que ninguno siguió ni de lejos el ejemplo desu valeroso antecesor.

Su hijo Chum, que era cojo, no cuidó de acrecerel territorio pingüino. Bolo, hijo de Chum, murióasesinado por la guardia de palacio en el momentode subir al trono, a los nueve años de edad.Sucedióle su hermano Gun, que sólo tenía sieteaños, y se dejó guiar por su madre, la reina Crucha.

Crucha era hermosa, instruida, inteligente; perono sabía resistir a las pasiones.

He aquí de qué modo se expresa en su Crónicael venerable Talpa, en lo que se refiere a esta reinailustre:

"La reina Crucha, por la belleza de su rostro y laperfección de su figura, podrá compararse, tal vezcon ventaja, a Semíramis de Babilonia, a Pentesilea,reina de las Amazonas, y a Salomé, hija de Herodías.Pero en su cuerpo ostentó varias singularidades quepueden suponerse encantadoras o desapacibles,según las opiniones contradictorias de los hombres y

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los juicios del mundo. Tenía en la frente doscuernecitos, que ocultó siempre bajo su abundantecabellera dorada. Tenía un ojo azul y otro negro; elcuello, inclinado hacia la izquierda, como Alejandrode Macedonia; seis dedos en la mano derecha y unacabecita de mono debajo del ombligo.

"Su apostura, era majestuosa, y su trato, afable.Magnífica y espléndida en sus generosidades, no

siempre conseguía someter la razón al deseo."Al ver en sus caballerizas a un joven

palafrenero de singular belleza, sintióse de prontoposeída por amorosas ansias y le confió el mando desus ejércitos.

Lo que se debe alabar sin reservas en esta reinafamosa es la abundancia de dones que hizo a lasiglesias, monasterios y capillas del reino, yespecialmente a la santa casa de Beargarden, donde,por la gracia del Señor, profesé a los catorce años deedad. Ha encargado tantas misas por el descanso desu alma, que todos los sacerdotes de la Iglesiapingüina se han transformado, por decirlo así, en uncirio encendido a los ojos del Cielo para atraer lamisericordia divina sobre la augusta Crucha.

Estos renglones, y algunos otros de que me hevalido para enriquecer mi texto, bastan para juzgar

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sobre el valor histórico y literario de las Gestapingüinoruna. Por desgracia, dicha crónicas seinterrumpe bruscamente en el tercer año de Draco elSimple, sucesor de Gun el Débil. Llegado a éstepunto de mi historia, deploro la falta de un guía tanamable y seguro.

Durante los dos siglos siguientes, los pingüinosvivieron en una anarquía sanguinaria. Se olvidarontodas las artes. Entre la ignorancia general, a lasombra del claustro, los monjes se entregaban alestudio, copiaban con celo infatigable las SantasEscrituras, y para suplir la escasez de pergaminos,raspaban los manuscritos viejos, sobre los cualestranscribían la palabra divina. De este modo sevieron florecer las Biblias en la tierra pingüina comolas rosas en el rosal.

Un monje de la orden de San Benito, Ermold elPingüino, consiguió borrar cuatro mil manuscritosgriegos y latinos y copió en ellos cuatro mil veces elEvangelio de San Juan. Así destruyeron en granparte las obras maestras de la poesía y de laelocuencia antigua.

Lo cual no es obstáculo para que loshistoriadores reconozcan, con rara unanimidad, que

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los conventos pingüinos fueron el refugio de lasletras durante la Edad Media.

Las guerras seculares de los pingüinos y de losmarsuinos llenan el fin de este período. Es muydifícil discernir la verdad acerca de tales guerras, nopor falta de relatos, sino por su abundancia excesiva.Los cronistas marsuinos contradicen absolutamentea los cronistas pingüinos, y por añadidura lospingüinos se contradicen entre sí, de igual modo quelos marsuinos. Encontré dos cronistas de acuerdo,pero uno había copiado al otro. Sólo es indudableque las matanzas, las violaciones, los incendios y lossaqueos se sucedían sin interrupción.

Bajo el desdichado príncipe Bosco IX, el reinoestuvo a dos dedos de su ruina. Al saberse que laflota marsuina, formada por seiscientas naves, sedirigía al puerto de Alca, el obispo dispuso que seformara una solemne procesión. El cabildo, losmagistrados, los miembros del Parlamento y losprofesores de la Universidad, fueron a la catedralpara sacar en andas la urna que encerraba lasreliquias de Santa Orberosa, y la pasearon por todala ciudad seguidos del pueblo entero, que cantabahimnos.

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La santa patrona de la Pingüinia no fueinútilmente invocada, pero los marsuinos atacaron laciudad por tierra y por mar, la tomaron por asalto, ydurante tres días y tres noches mataron, robaron,violaron e incendiaron con la indiferencia queengendra y lleva en sí la costumbre.

Es verdaderamente admirable que duranteaquella edad de hierro la fe se conservara intactaentre los pingüinos. El esplendor de las santasverdades deslumbraba entonces a las almas, nocorrompidas aún por el sofisma. Esto explica launidad de creencias. Una práctica constante de laIglesia contribuyó, sin duda, a mantener esta dichosacomunión de los fieles, y consistía en quemar sinescrúpulo a todo pingüino que no pensara como losdemás.

IV. LAS LETRAS: JOHANNES TALPA

Durante la minoría del rey Gun, Johannes Talpa,monje de Beargarden, compuso en el monasteriodonde había profesado a los once años y de dondeno salió jamás ni un solo día de su vida, sus célebrescrónicas latinas en doce libros: Gesta pingüinorum.

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El monasterio de Beargarden yergue sus altosmuros en la cúspide de un pico inaccesible. Sólo sedescubren alrededor, las azuladas cimas de losmontes que horadan las nubes:

Cuando empezó a redactar su Gesta pingüinorum,Johannes Talpa era ya viejo, y tuvo el cuidado deadvertirlo en su obra: "Mi cabeza perdió hacetiempo el adorno de sus bucles rubios -dice- y micráneo es parecido a los espejos de metal, convexos,consultados afanosamente por las damas pingüinas.Mi cuerpo, naturalmepte corto, se redujo y seencorvó con los años. Mi barba blanca da calor a mipecho."

Con una sencillez encantadora, Talpa nos refierealgunas circunstancias de su vida y algunos rasgos desu carácter: "Descendiente de una familia noble ydestinado desde la infancia al estado eclesiástico, meinstruyeron en la gramática y en la música. Aprendí aleer bajo la disciplina de un maestro llamadoAmicus, y que muy bien pudo llamarse "Inimicus".Era yo algo tardo en el conocimiento de las letras, yél me azotaba de tal modo que bien pudiera decirseque imprimió el aIfabeto a correazos sobre misnalgas.

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Luego confiesa Talpa sus naturales inclinacionesa Ia voluptuosidad. Ved unas frases muy expresivas:"En mi juventud, el ardor de mis sentidos era tal,que a la sombra de los bosques me pareció algunasveces hervir en una marmita más bien que respirar elaire fresco Huía de las mujeres, ¡en vano!, porquebastaba la forma de una campanilla o de una botellapara representármelas." Mientras redactaba suCrónica, una tierra terrible, a la vez extranjera y civil,desolaba a tierra pingüina. Los soldados de Cruchase fortificaron en el monasterio de Beargarden paradefenderlo contra los bárbaros marsuinos. A fin dehacerlo inexpugnable, abrieron aspilleras en losmuros, y levantaron la techumbre de plomo de laiglesia para fundir balas de honda. Encendían por lanoche, en los patios y en los claustros, grandeshogueras, en las cuales asaban bueyes enterosenfilados en viejos troncos de pino de la montaña; yreunidos en torno entre el humo cargado de oloresde resina y de grasa agotaban toneles de vino y decerveza. Sus cantos, sus blasfemias y el estruendo desus disputas no permitían oír los toques matinales delas campanas. Por fin, los marsuinos, después defranquear los desfiladeros, pusieron sitio almonasterio. Eran guerreros del Norte, vestidos y

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armados de cobre. Sobre las rocas escarpadasapoyaban escaleras de mil quinientos pies de altura,que en la oscuridad tormentosa se rompían bajo elpeso de los cuerpos y de las almas, y lanzabanracimos de hombres en las simas y en losprecipicios. Turbaba el silencio un espantosoquejido, y luego principiaba el asalto. Los pingüinosarrojaban torrentes de pez derretida sobre losasaltadores, que, abrasados, ardían como antorchas.Sesenta veces los furiosos marsuinos intentaron elescalo y fueron sesenta veces rechazados.

Hacía diez meses que tenían el monasterioestrechamente cercado, y el día de la Epifanía unpastor del valle les enseñó una senda oculta por lacual pudieron encaramarse. Penetraron en lossubterráneos de la abadía, extendiéronse por losclaustros, las cocinas, la iglesia, las salas capitulares,los lavaderos, las celdas, los refectorios, losdormitorios; incendiaron, mataron y violaron, sinreparar en la edad ni en el sexo. Los pingüinosdescendieron de pronto y corrieron a empuñar lasarmas. Ciegos de cólera y espanto heríanse los unosa los otros, mientras los marsuinos se golpeaban consus hachas al disputarse furiosamente los cálices, los

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incensarios, los candeleros, las dalmáticas, losrelicarios, las cruces de oro y de pedrería.

Había impregnado el aire un acre olor de carneasada. Los gritos de muerte y los lamentosresonaban entre las llamas. Por los aleros delmonasterio, millares de monjes presurosos, como unrastro de hormigas, caían en el valle. Y, entretanto,Johannes Talpa escribía su Crónica. Los soldados deCrucha, en retirada, obstruyeron con moles de rocatodas las salidas del monasterio para encerrar a losmarsuinos en el recinto incendiado; y para aplastar alenemigo bajo los desprendimientos de las columnasy de los muros servíanse, como de un ariete, dealgún viejo tronco de encina. Las maderas sedesprendían con estrépito y los arcos sublimes de lasnaves se desplomaban al choque de las vigasgigantescas balanceadas por seiscientos hombres a lavez. Pronto quedó solamente de la rica y populosaabadía, la celda de Johannes Talpa, sujeta por unazar maravilloso a los restos de un caballetehumeante. Y el viejo cronista continuaba escribe quete escribe.

El ensimismamiento de naturaleza tanextraordinaria pudiera parecer excesivo en unaanalista consagrado a catalogar sucesos de su época,

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pero por muy distraído y desligado que se halle unode lo que sucede a su alrededor, se siente lainfluencia. Consulté el manuscrito original deJohannes Talga en la Biblioteca Nacional, donde searchivó. Es un pergamino de seiscientas veintiochohojas de escritura muy enrevesada, unas letras, envez de seguir en línea recta, escapan en todasdirecciones, empujándose y cayendo las unas sobrelas otras, desordenadas, o, por decir mejor, en untumulto espantoso. Son tan deformes, que la mayorparte de las veces no sólo es difícil reconocerlas,sino que se confunden con rasgos inútiles ynumerosos. Esas páginas, inestimables sin duda, seresienten de la turbación en medio de la cual fuerontrazadas. Su lectura es difícil, pero el estilo delreligioso de Beargarden no conserva rastro deninguna emoción. El tono de su Gesta pingüinorumnunca deja de ser sencillo. La narración es rápida, ytan concisa que raya en la sequedad. Las reflexionesson escasas y generalmente juiciosas.

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V. LAS ARTES. -LOS PRIMITIVOS DE LAPINTURA PINGÜINA

Los críticos pingüinos afirman con insistenciaque el arte pingüino se distinguió desde sunacimiento por una originalidad potente y deliciosa,y que sería inútil buscar en otras naciones lascualidades de gracia y reflexión características de susprimeras obras. Los marsuinos pretenden que susartistas fueron constantemente los iniciadores y losmaestros de los pingüinos. Es difícil establecer unjuicio seguro, porque los pingüinos, antes de admirara sus pintores primitivos, destruyeron todas susobras.

No debe afligirnos mucho semejante pérdida.Sin embargo, la deploro vivamente, porque venerolas antigüedades pingüinas y me complace profesarun culto a los primitivos.

Son deliciosos. No digo que todos se parezcan,porque no me gusta exagerar, pero tienen caracterescomunes que se hallan repetidos en todas lasescuelas. Me refiero a fórmulas que jamásabandonan y a la minuciosidad de su ejecución. Loque saben, lo saben bien. Felizmente podemosformarnos una idea de los primitivos pingüinos por

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los primitivos italianos, flamencos, alemanes, y porlos primitivos franceses, que son superiores a todosporque, a juicio del señor Gruyer, tienen más lógica,y la lógica es una cualidad esencialmente francesa.Aun cuando se lo negaran obstinadamente, habríaque reconocer a Francia el privilegio de coleccionarya sus primitivos, mientras las otras naciones no lostenían aún.

La Exposición de los primitivos franceses en elpabellón de Marsán, en 1904, contenía varioscuadritos contemporáneos de los últimos Valois y deEnrique IV.

Hice muchos viajes para ver cuadros de Van-Dyck, de Memling, de Rogier van der Weyden, delmaestro de La muerte de María y de AmbrosioLorenzetti. Sin embargo, no acabé mi iniciación enBrujas, ni en Colonia, ni en Siena, ni en Perusa: en lapequeña ciudad de Arezzo fue donde me convertí enadepto consciente de la pintura ingenua. Hace deesto diez años, y acaso más.

En aquel tiempo de indigencia y sencillez, losMuseos de los Municipios, oficialmente cerrados,abríanse a todas horas para los forestieri. Por medialira, una vieja me enseñó una noche, a la luz de lavela, el sórdido Museo de Arezzo, en el cual

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descubrí una pintura de Margaritone, un SanFrancisco, cuya piadosa tristeza me arrancó lágrimas.Quedé profundamente conmovido: Margaritone deArezzo fue para mí desde aquel día el primitivo másestimado.

Las obras de este maestro me inducen a suponercómo serían las de los primitivos pingüinos.

En este concepto no se juzgará inoportuno quele preste aquí bastante atención, ya que no en eldetalle de sus obras, por lo menos en su aspecto másgeneral y, si me atrevo a decirlo, más representativo.

Poseemos cinco o seis cuadros que llevan sunombre. Su obra capital, conservada en la NationalGallery, de Londres, representa a la Virgen Maríasentada en su trono con el Niño Jesús entre losbrazos. Lo que sorprende más cuando se contemplaesta figura son sus proporciones. El cuerpo, desde elcuello a los pies, sostiene dos veces la longitud de lacabeza, de modo que resulta rechoncho. Esta obrano es menos notable por el color que por el dibujo.El famoso Margaritone sólo poseía un reducidonúmero de colores y los empleaba en toda supureza, sin graduar nunca los tonos. Así resultan suscomposiciones más llamativas u armoniosas. Lasmejillas de la Virgen y las del niño son de un puro

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bermellón que el viejo maestro pica sobre cadarostro en dos circunferencias que parecen trazadas acompás.

Un sabio crítico del siglo XVIII, el abate Lauzi,trata las obras de Margaritone con desdén. "Sonverdaderos mamarrachos -dijo-. En aquella épocadesdichada no sabían dibujar ni pintar." Asíopinaban entonces los inteligentes. PeroMargaritone y sus contemporáneos serían prontovengados de tan cruel desprecio.

Había nacido en el siglo XIX en los pueblosbíblicos y en las residencias señoriales de la puritanaInglaterra una muchedumbre de minúsculos Samuely minúsculos San Juan rizados como corderitos, loscuales, convertidos de 1840 a 1850 en sabios congafas, instituyeron el culto de los primitivos.

El eminente teorizador del prerrafaelismo, sirJames Tuckett, no duda en colocar la Madona de laNationall Gallery entre las obras maestras del artecristiano. "Por haber dado a la cabeza de la Virgen -dice James Tuckett- un tercio del tamaño total de lafigura, el antiguo maestro fija la atención delespectador sobre las partes más sublimes del cuerpohumano, principalmente sobre los ojos, calificadosde órganos espirituales. En esta pintura el colorido

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conspira con el dibujo para producir una impresiónideal y mística. El bermellón de las mejillas no evocael aspecto natural de la piel; más bien parece que elviejo maestro aplica sobre los rostros de la Virgen ydel Niño las rosas del Paraíso.

Vemos brillar en esta crítica un reflejo de laobra. El seráfico esteta de Edimburgo, Mac Silly, haexpresado de una manera más penetrante aún y máscontundentemente la impresión que produjo en suespíritu esa joya de la pintura primitiva.

"La Madona de Margaritone -dice el reverendoMac Silly- realiza el fin trascendente del arte. Inspiraa sus espectadores sentimientos infantiles, inocentesy puros. Y eso es tan verdad que, a los sesenta y seisaños, después de contemplarla gozoso durante másde tres horas, me creía transformado en una tiernacriatura. Mientras en mi coche, a mi regreso,atravesaba el Trafalgar Square, agitaba yo el estuchede mis gafas como si fuera un sonajero, reía ysilabeaba. Y cuando la muchacha que servía la mesame puso delante la sopa, con una ingenuidad de losprimeros años me llevé la cuchara a la oreja.

"En tales efectos -añade Mac Silly- se reconocela excelencia de una obra de arte.

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Margaritone, según referencias de Vasari, murióa los setenta y siete años, "y lamentaba no vivir losuficiente para ver el nacimiento de un nuevo arte yadmirar la gloria de nuevos artistas". Estosrenglones, que traduzco literalmente, inspiraron a sirJames Tuckett las páginas más deliciosas de suestudio. Forman parte del Breviario de los estetas, ytodos los prerrafaelistas las saben de memoria.Quiero copiarlas para que sean el más preciosoadorno de mi libro. Todo el mundo reconoce queno se ha escrito nada tan sublime desde los profetasde Israel.

"La visión de Margaritone"Margaritone, cargado de años y de

sufrimientos, visitaba un día el estudio de un jovenpintor recientemente establecido en la ciudad. Fijósu atención una madona que, a pesar de ser rígida ysevera, gracias a la exactitud de sus proporciones y auna diabólica mezcla de sombra y de luz, teníarelieve y expresión de vida.

"Aquella contemplación reveló al inocente ysublime obrero de Arezzo el porvenir de la pintura,y exclamó espantado, llevándose las manos a lafrente:

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"-¡Cuánta desdicha me hace presentir estaimagen!

Adivino en ella el fin del arte cristiano, quepinta las almas e inspira un ardiente deseo celestial.Los pintores futuros no se limitarán, como éste, arecordar sobre una pared o sobre una tabla lamateria maldita de que nuestro cuerpo está formado,la celebrarán y la glorificarán: revestirán sus figurascon las dañinas apariencias de la carne, y esas figurasparecerán personas reales, se adivinarán sus cuerpos,las vestiduras revelarán sus formas. Santa Magdalenatendrá pechos, Santa Marta vientre, Santa Bárbaramuslos, Santa Inés nalgas, San Sebastián revelará sugracia adolescente y San Jorge desplegará bajo suarnés las riquezas musculares de una virilidadrobusta. Los apóstoles, los confesores, los doctoresy hasta el mismo Dios Padre, serán representadospor hombres como nosotros. Los ángeles afectaránuna belleza equívoca, ambigua, misteriosa, queturbará los corazones. ¿Qué anhelos celestialespodrán inspirar esas obras? Ninguno, peroaprenderemos a saborear en ellas las formas de lavida terrestre. ¿Hasta dónde llegarán los pintorescon sus atrevimientos indiscretos? Llegarán apintarnos mujeres y hombres desnudos como los

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ídolos romanos. Habrá un arte profano y un artesagrado, pero el arte sagrado será tan profano comoel otro. "-¡Atrás, demonios! -gritó el viejo maestro.

"Porque descubría en una visión profética a losjustos ya los santos desnudos como atletasmelancólicos; descubría los Apolos tocando el violínsobre la cima floreciente entre las musas vestidascon túnicas ligeras; descubría las Venus recostadas ala sombra de los mirtos y las Dánaes ofreciendo a lalluvia de oro su carne deliciosa; descubría los Jesúsen los pórticos entre los patricios las damas rubias,los músicos, los pajes, los negros, los perros y lascotorras; descubría en una confusiónincomprensible de miembros humanos, de alasextendidas y de velos flotantes, las Natividadestumultuosas, las Santas Familias opulentas, lasCrucifixiones enfáticas, descubría la Santa Catalina,Santa Bárbara, Santa Inés, que humillaban a lospatricios con la majestuosidad de sus terciopelos, desus brocados, de sus perlas y con los esplendores desus pechos; descubría las auroras que derramabansus rosas y la multitud de Dianas y de ninfassorprendidas a la sombra de los árboles junto al río...

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"Y el gran Margaritone murió sofocado por lahorrible adivinación del Renacimiento y de la escuelaboloñesa.

VI. MARBODE

Poseemos un precioso monumento de laliteratura pingüina en el siglo XVI; la relación de unviaje a los infiernos, imaginado por el monjeMarbode, de la Orden de San Benito, a quieninspiraba el poeta Virgilio un ferviente entusiasmo.Dicha relación, escrita en latín correcto, ha sidopublicada por Clos de Lunes y la ofrecemostraducida por primera vez. Creo hacer a miscompatriotas un buen servicio al facilitarles la lecturade estas páginas, aunque seguramente noconstituyen una excepción en la literatura latina de laEdad Media.

Existen varias ficciones que puedencomparársele; y citaremos el Viaje de San Bredán, Lavisión de Alberico, El Purgatorio de San Patricio,descripciones imaginarias de las moradas eternas,como La Divina Comedia, de Dante Alighieri.

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Entre las obras compuestas con semejanteasunto, la relación de Marbode fue de las mástardías; pero, sin duda, no es la menos estimable.

"Marbode baja a los infiernos"En el año 1543 de la Encarnación del Hijo de

Dios, pocos días antes de que los enemigos de laCruz entrasen en la ciudad de Helena y del granConatantino, fueme permitido a mí, el hermanoMarbode, monje indigno, ver y oír lo que nadie vioni oyó jamás. Hice de todo ello una exacta relaciónpara que la memoria de lo que sé no fenezca y acabeconmigo, pues la existencia del hombre no esdurable.

"El primer día de mayo de dicho año, a la horade las vísperas, en la abadía de Corrigán, sentado enuna piedra del claustro cerca de la fuente coronadade escaramujos, leía, según mi costumbre, un cantodel poeta venerado entre todos (Virgilio), que hadescrito las faenas campestres y la vida pastoril.Tendía la tarde su manto de púrpura sobre los arcosdel claustro y murmuraba yo en voz emocionada losversos que nos dicen cómo Dido, la fenicia, paseabajo los mirtos del infierno su herida reciente aún.

"En aquel momento, el hermano Hilario pasójunto :. mí, seguido por el hermano Jacinto, el

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portero. "llustrado en las edades bárbaras anterioresa laiesurrección de las musas, el hermano Hilario nose inició en la sabiduría de los antiguos; pero lapoesía del Mantuano, como antorcha sutil, penetróen su inteligencia para iluminarla.

"-Hermano Marbode -me dijo-, ¿esos versos quesuspiráis con el pecho palpitante y los ojosencendidos, pertenecen a la famosa Eneida, de lacual ni de día ni de noche apartáis apenas los ojos?

"Respondíle que leía el pasaje de Virgilio dondeel hijo de Anquises descubre a Dido, semejante a laluna entre la floresta.

"Hermano Marbode -me replicó-, estoy segurode que Virgilio expresa en cualquiera ocasiónprudentes máximas y pensamientos profundos, perolos santos que modula en la flauta siracusanapresentan un sentido tan hermoso y una doctrina tansublime, que nos dejan deslumbrados.

"-Cuidado, padre -terció el hermano Jacinto convoz alterada- Virgilio fue un mago que realizóprodigios con ayuda de los demonios. Así es comole fue posible horadar una montaña cerca deNápoles y fabricar un caballo de bronce que tenía lavirtud de curar a todos los caballos enfermos. Eranigromante, y aún se conserva en una ciudad italiana

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el espejo donde reflejaba las apariciones de losmuertos. Una cortesana de Nápoles le invitó a llegarhasta ella en el cesto empleado para subir lasprovisiones, y le tuvo toda la noche suspendido en elaire.

"Como si no hubiera oído esa perorata:"-Virgilio es un profeta -replicó el hermano

Hilario-, un profeta que dejó muy atrás a las sibilas, ala hija de Príamo y al gran adivinador de cosasfuturas, Platón de Atenas. En el cuarto de sus cantossiracusanos hallaréis anunciado el nacimiento deNuestro Señor Jesucristo, en un lenguaje que másparece del Cielo que de la Tierra. En mi épocaestudiantil, cuando yo leía por vez primera jam redit etvirgo, haIléme sumergido en un delicioso encanto;pero luego sentí un vivo dolor al imaginar que,privado para siempre de la presencia de Dios, elautor de aquel canto profético, el más hermoso quesalió de labios humanos, languidecía entre losgentiles en las tinieblas eternas. Este cruelpensamiento no me abandonó: me perseguía en misestudios, en mis rezos, en mis meditaciones, en mispenitencias. Reflexionando que Virgilio se hallabaalejado para siempre de la presencia de Dios, y quetal vez hasta sufría en el infierno la suerte de los

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réprobos, ya no pude vivir tranquilo, y varias vecesal día, con los brazos tendidos hacia el cielo,suplicante, clamaba

"'-¡Reveladme, Señor, la suerte que reservasteis aquien supo cantar en la Tierra como cantan losángeles en el Cielo!

"'Cesaron mis angustias algunos años después,cuando leí en un libro antiguo que, al ir a Nápoles elapóstol San Pablo, santificó la tumba del príncipe delos poetas con sus lágrimas. Esto me hizo suponerque Virgilio, como el emperador Trajano, entró en elParaíso por haber tenido en el error unpresentimiento de la verdad. No hay obligación decreerlo, pero me tranquiliza suponer que así sea.'"

El viejo Hilario dióme las buenas noches y sealejó con el hermano Jacinto.

"Me entregué de nuevo al delicioso estudio demi poeta. Mientras, con el libro en la mano,meditaba de qué modo aquellos a quienes el amorhizo morir de un mal cruel siguen ocultos senderosen el intrincado bosque de mirtos. El clamortembloroso de las estrellas mezclóse con las rosassilvestres deshojadas en el cristal de la fuente. Depronto, los reflejos, los perfumes y la paz del cielome anonadaron. Un monstruoso aquilón, envuelto

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en oscuridad tormentosa, me arrebató entre susmugidos y lanzóme corno una brizna de paja porencima de los campos, de las ciudades, de los ríos,de las montañas a través de las nubes tronadoras,durante una noche formada por una larga serie denoches y de días. Y cuando al fin, rendida suobstinada fiereza, el huracán se calmó, vime lejos delpaís natal, en el fondo de un valle, rodeado decipreses. Entonces una mujer de austera belleza, quearrastraba largos velos, apoyó su mano izquierda enmi hombro, y señalando con la derecha una encinade macizo follaje:

"-Mirad! -me dijo."Al punto recordé a la sibila que guarda el

bosque sagrado del Averno y advertí que formabaparte de aquel árbol frondoso la rama de oroagradable a la bella Proserpina.

"Me levanté y dije:"-Así, ¡oh profética virgen!, adivinas mi deseo y

lo satisfaces, muestras a mis ojos el árbol donde lucela rama resplandeciente, sin la cual nadie pudieraentrar vivo en la mansión de los muertos. Y esindudable que yo deseaba con fervor acercarme a lasombra de Virgilio.

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"Arranqué del tronco antiguo la rama de oro yme lancé sin miedo al abismo humeante queconduce a las orillas fangosas del Estigio, donderevolotean las sombras como seca hojarasca, y al verla rama de Proserpina, Caronte me recibió en subarca, que gimió bajo mi peso, y abordé la orilla delos muertos anunciado por los silenciosos ladridosdel triple Cerbero. Hice intención de arrojarlo lasombra de una piedra, y el monstruo vanodesapareció. Entre los juncos plañían los niños,cuyos ojos se abrían y se cerraban a un tiempo en lasuave luz diurna. En el fondo de una caverna oscura,Minos juzgaba a los hombres. Penetré en el bosquede mirtos donde vagaban lánguidamente las víctimasdel Amor: Fedra, Pocris, la triste Erifilea, Evadné,Pasifae, Laodamia, Cenis y Dido, la fenicia. Luegoatravesé los polvorientos campos reservados a losguerreros ilustres. Más allá se abrían dos caminos: elde la izquierda conduce a la morada de los impíos.Encaminéme por el de la derecha, que conduce alElíseo y a otras mansiones de Plutón. Suspendí larama sagrada a la puerta de la diosa y llegué a loscampos amenos sumergidos en luz purpurina. Lassombras de los poetas y de los filósofos conversabangravemente. Las Gracias y las Musas formaban

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sobre la hierba coros alados. Acompañándose consu lira rústica, el anciano Homero cantaba. Sus ojos,cerrados, carecían de luz, pero de su boca brotabanimágenes con resplandores divinos. Vi a Solón, aDemócrito y a Pitágoras, que presenciaban en lapradera los juegos de los mozos, y, a través delfollaje de un antiguo laurel, vi a Hesíodo y a Orfeo,al melancólico Eurípides y a la varonil Safo.Reconocí, al pasar, sentados en la orilla de un frescoarroyo, al poeta Horacio, a Vario, a Galo y aLicorida. Un poco más allá, Virgilio, apoyado en eltronco de una carrasca oscura, pensativo,contemplaba los bosques. De buena estatura ycuerpo delgado, aún conservaba su tez curtida, suaspecto rústico, su exterior desaliño, las incultasapariencias que disfrazaron su genio. Le saludédevotamente, pero no supe hablar en mucho rato.

"Al fin, cuando la voz pudo salir de mi gargantaoprimida:

"¡Oh tú, Virgilio, tan estimado por las musasausonianas, honor del hombre latino! -exclamé- Porti he sentido la belleza. Por ti he frecuentado la mesade los dioses y el lecho de las diosas. Recibealabanzas de tu adorador más humilde.

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"-Levántate, forastero -me respondió el poetadivino- Reconozco en ti un humano viviente por lasombra que tu cuerpo dibuja sobre la hierba en unatardecer eterno. No eres el primer hombre quevisitó antes de morir estos lugares, aun cuando entrenosotros y los que gozan de la vida el trato es difícil.

Suspende los elogios: no me agradan. El confusoclamoreo de la gloria ofendió siempre mis oídos. Poreso huí de Roma, donde me conocían losdesocupados y los curiosos, y trabajé en la soledadde mi querida Parténope. Además, para saborear tusalabanzas me sería preciso asegurarme antes de si loshombres de tu siglo comprenden mis versos. ¿Quiéneres?

"-Me llamo Marbode, soy del reino de Alca, hiceprofesión de fe religiosa en la abadía de Corrigán,leo tus versos día y noche, y sólo por acercarme. a tibajé a los infiernos. Me impacienta el deseo deconocer tu destino. En la Tierra, los doctos secontradicen: unos juzgan probable que, por habervivido bajo el influjo de los demonios, ardas enllamas inextinguibles; otros, más cautos, reservan suopinión, porque suponen inseguro y engañosocuanto se dice de los muertos, varios, no en verdadlos más hábiles, afirman que por haber ennoblecido

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el tono de las musas sicilianas anunciando que unanueva progenitura descendería de los cielos fuisteadmitido, como el emperador Trajano, a gozar de labeatitud eterna en el Paraíso cristiano.

"-Ya ves que no es cierto -respondió la sombra,sonriente.

"-Vine a encontrarte, ¡oh Virgilio, entre loshéroes y los sabios, en estos Campos Elíseos queantes describiste! ¿De modo que nadie ha venido averte de parte de Aquel que reina en las alturas?

"Después de un prolongado silencio dijo:"-No quiero ocultarte nada. Envióme un

mensaje- un hombre sencillo, para decirme que meaguardaba, que, aun cuando yo no estuviera iniciadoen sus misterios, en atención a mis cantosproféticos, me reservaba un lugar entre los de lasecta nueva. Pero no creí conveniente aceptarlo, ysigo en esta mansión. No comparto con los griegoslos entusiasmos que les inspiran los Campos Elíseos,no gozo las dichas que hacen perder a Proserpina elrecuerdo de su madre, ni creo firmemente lasdecisiones que mi Eneida contiene. Instruido por losfilósofos y los físicos, adquirí un exactopresentimiento de la verdad. La vida en los infiernosqueda muy apagada: no se siente placer ni pena. Se

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vive como si no se viviese. Los muertos disfrutansólo de la existencia que les concede la memoria delos vivos. Prefiero continuar así.

''-Pero ¿qué razones alegaste, Virgilio, parajustificar tu extraña negativa?

-Las di excelentes. Dije al enviado de Dios queyo no merecía el honor que me reservaba y quesuponían a mis versos un sentido que no tienen. Enmi égloga cuarta no abjuré las creencias de misabuelos. Sólo los judíos ignorantes pudieroninterpretar en favor de un Dios bárbaro un cantoque celebra el renacimiento de la Edad de Oro,anunciado por los oráculos sibilinos. Alegué comodisculpa que yo no podía ocupar un sitio con el cualme favorecían por error y al cual no tuve ningúnderecho. Recordé también mi humor y mis gustos,que disuenan de las costumbres de los cielos nuevos.No soy un ser insociable -dije al mensajero- En la

vida hice gala de un carácter apacible y abierto, y auncuando la sencillez extremada de mis costumbres meseñalan como sospechoso de avaricia, nunca tuvenada por mí solo; mi biblioteca estuvo a todosabierta y ajusté mi conducta a esta hermosa frase deEurípides: "Todo ha de ser común entre amigos.Los elogios, que al tratarse de mí consideré

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inoportunos, éranme gratos en alabanza de Vario ode Macro. En el fondo, soy rústico y agreste, mesatisface la compañía de los animales. Puse tantoempeño en observarlos y los cuidé con tan esmeradasolicitud, que adquirí fama, y no sin motivo, de serun excelente veterinario. Me han dicho que lasgentes de vuestra secta se conceden un almainmortal, que les niegan a los animales. Es uncontrasentido que me hace dudar de su razón.Tengo amor a los rebaños y también, casi excesivo, alos pastores. Esto no debe pareceros razonable. Hayuna máxima a la cual he procurado ajustar mis actos:"Nada con exceso." Más que mi débil salud, mecondujo mi filosofía a usar de las cosas con mesura.Profeso la sobriedad. Una lechuga y algunasaceitunas con un sorbo de falerno me bastaban paramantenerme. Frecuenté con moderación los lechosde las mujeres placenteras y no me detuvieron másde lo conveniente los bailes, al son del crótalo, deuna joven siria. Pero si contuve mis deseos, fue parasatisfacción y por buena disciplina. Temer losplaceres y huir de la voluptuosidad me hubieraparecido el más abyecto ultraje que puede hacerse ala Naturaleza. Me aseguran que, durante su vida, loselegidos de Dios se abstienen de alimentarse bien,

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huyen del contacto con mujeres y se imponenvoluntariamente sufrimientos inútiles. Me disgustaríatropezarme con esos criminales, cuyo frenesí meproduce horror. No se debe confiar en que un poetase ajuste muy estrictamente a una doctrina física ymoral. Soy romano, y los romanos no sabenconducir sutilmente, como los griegos, lasespeculaciones profundas, y si adoptan una filosofía,es principalmente para sacar ventajas prácticas.Sirón, que disfrutaba entre nosotros de muchorenombre, al enseñarme el sistema de Epicuro melibró de terrores vanos y me apartó de las crueldadesque la religión enseña a los hombres ignorantes.Aprendí de Zenón a soportar con firmeza los malesinevitables; admití las ideas de Pitágoras acerca de lasalmas de los hombres y de los animales, cuando lesatribuye a todos un origen divino, lo cual nosconduce a contemplarnos sin orgullo y sinvergüenza. Los alejandrinos me enseñaron que latierra, al principio blanda y dúctil, se afirmó amedida que Nereo se retiraba para reducirse a susmoradas húmedas; cómo insensiblemente seformaron las cosas; de qué manera, desprendidas delas nubes desechas, las lluvias alimentaron losbosques silenciosos, por qué progresos, en fin, raros

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animales aparecieron entre las montañas sin nombre.No me sería posible acostumbrarme a vuestracosmogonía, más conveniente para un conductor decamellos de los desiertos de Siria que para undiscípulo de Aristarco de Samos. Cómo viviría yo enla mansión de vuestra beatitud, donde no tengoamigos, ni ascendientes, ni maestros, ni dioses, sinserme posible ver al hijo augusto de Rea, ni tampocoa Venus, de dulce sonrisa; ni a Pan, ni a las jóvenesdríades, ni a los silvanos y al viejo Silenopintarrajeados por Eglé con la púrpura de lasmoras?' Con estas razones rogué al hombre sencilloque me excusara ante el sucesor de Júpiter.

-''¿Y desde entonces, ¡oh venerable sombra!, norecibiste de El nuevos mensajes?

"-Para consolarse de tu ausencia tiene trespoetas: Commodiano, Prudencio y Fortunato,nacidos los tres en días tenebrosos, ignorantes de laprosodia y de la gramática. ¿Y no tuviste nunca, ¡ohMantuano!, alguna otra noticia del Dios cuya ofertarechazaste?

-Ninguna guarda mi memoria."-¿No me dijiste que otros vivientes se

presentaron a ti antes que yo en estos lugares?

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-Ahora lo recuerdo. Hará cosa de siglo y medio(es difícil a las sombras contar, los días y los años)fui turbado en mi profunda paz por una extrañavisita. Cuando vagaba entre los lívidos follajes, a laorilla del Estigio, vi alzarse ante mí una formahumana, más opaca y oscura que la de los habitantesde estas orillas; reconocí a un viviente. Era deelevada estatura, delgado, con la nariz aguileña, labarba estrecha y las mejillas descarnadas; sus ojosnegros brillaban llameantes; un capuchón rojoceñido por una corona de laurel cubría su cabeza;sus huesos se clavaban en la túnica larga, estrecha yoscura que le vestía. Me saludó con una deferenciareveladora de un orgullo indómito y me dirigió lapalabra en un lenguaje más incorrecto y oscuro aúnque el de los galos que el divino Julio incorporó asus legiones. Acabé por comprender que habíanacido cerca de Fiésole, en una colonia etruscafundada por Sila a orillas del Arno, que obtuvo doshonores municipales, pero que, al estallar sangrientasdiscordias entre el Senado, los caballeros y el pueblo,se lanzó con impetuoso corazón en ellas, y, vencido,expulsado, arrastraba por el mundo un largodestierro. Me pintó la Italia desgarrada por másdisturbios y guerras que en los tiempos de mi

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juventud y ansiosa por el advenimiento de un nuevoAugusto. Me lastimaron sus desdichas, que merecordaban las que yo había sufrido. Le agitaba sincesar un alma temeraria, y su pensamiento concebíagrandes empresas; pero su rudeza y su ignorancia meprobaron, ¡ay!, el triunfo de la barbarie. Desconocíala literatura, la ciencia y hasta la lengua de losgriegos; no poseía tampoco, acerca del origen delmundo y de la naturaleza de los dioses, ningunatradición antigua. Recitaba con gravedad fábulas queen la Roma de mi tiempo hubieran hecho reír a losniños. El vulgo cree fácilmente en monstruos y,sobre todo los etruscos, poblaron los infiernos dedemonios repugnantes. Basta saber que lasimaginaciones calenturientas de su infancia no loshan abandonado en tantos siglos, para explicarse lacontinuación y el progreso de la ignorancia y de lamiseria; pero que uno de sus magistrados, cuyoespíritu sobresale de la medida común, comparta lasilusiones populares y se espante de esos demoniosrepulsivos que en tiempos de Porsena pintaban loshabitantes de ese país sobre los muros de sustumbas, es cosa que debe entristecer al sabio. Aqueletrusco me recitó versos compuestos por él en undialecto nuevo que llamaba lengua vulgar, y cuyo

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sentido no pude comprender. Oírle me produjo mássorpresa que encanto, pues marcaba el ritmo yrepetía, a intervalos regulares, tres o cuatro veces elmismo son. Este artificio me pareció pocoingenioso, aun cuando no corresponde a losmuertos juzgar las novedades. No debo reprochar aese colono de Sila, nacido en una época desdichada,sus versos inarmónicos y peores, a ser posible, quelos de Bavio y Maevio. Tengo contra él quejas másgraves. ¡El hecho es monstruoso y apenas creíble!Ese hombre, al volver a la Tierra, propaló acerca demí odiosas mentiras: afirmó, en varios lugares de suspoemas bárbaros, que yo le serví de guía en elinfierno doloroso que nunca he conocido, y aseguróinsolentemente que yo trataba de falsos yembusteros a los dioses de Roma y que tenía porverdadero Dios al sucesor actual de Júpiter. Amigomío, cuando al volver a la dulce luz del día recobrestu patria, desmiente esas afirmaciones abominables;di a tu pueblo que el cantor del piadoso Eneas noensalzó jamás al Dios de los judíos. Me aseguran quesu poder declina y que se reconoce por signosciertos la proximidad de su ocaso. Este suceso mealegraría, si fuese posible alegrarse en estas moradas,donde no se sienten ya temores ni deseos.

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"Despidióse con una ligera cortesía y se alejó.Contemplé su sombra, que se deslizaba sobre losasfodelos sin encorvar los tallos; la vi desvanecerse amedida que se alejaba; la vi desaparecer antes dellegar al bosque de laureles. Entonces comprendí elsentido de estas palabras: Los muertos disfrutan sólode la existencia que les concede la memoria de losvivos. Y me encaminé, pesaroso, a través de lamustia pradera, hasta la Puerta de Cuerno. .

"Afirmo que todo lo que acabo de escribir esverídico.

VII. SIGNOS EN LA LUNA

Cuando la Pingüinia continuaba aún sumida enla ignorancia y en la barbarie, Gilles Loisellier, monjefranciscano conocido por sus escritos firmados conel nombre de Aegidio Aucupe, estudiaba coninfatigable ardor las ciencias y las letras, y dedicabasus noches a las matemátlcas y a la música, las doshermanas adorables; como él las llamaba, hijasarmoniosas del Número y de la Imaginación. Eraversado en medicina y astrología y sospechoso de

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practicar la magia. Parece seguro que operabametamorfosis y descubría cosas ocultas.

Los monjes de su monasterio, al encontrar en sucelda libros griegos que no entendían, los creyeronformularios de magia y denunciaron como brujo asu hermano sapientísimo. Aegidio Aucupe huyó, yen la isla de Irlanda vivió treinta años en constantesestudios. Iba de monasterio en monasterio a larebusca de manuscritos griegos o latinos, de loscuales sacaba copias. Estudiaba también Física yAlquimia. Logró adquirir una ciencia universal ydescubrió secretos acerca de los animales, las plantasy las piedras. Le sorprendieron un día encerrado conuna mujer de asombrosa hermosura que cantaba alson de un laúd, y que resultó ser una máquina por élingeniosamente construida.

Cruzó varias veces el mar de Irlanda paradesembarcar en el País de Gales, donde visitaba lasbibliotecas de los monasterios. En una de sustravesías, de noche, desde el puente del navíoadvirtió que debajo de las aguas nadabanemparejados dos esturiones. Tenía muy buen oído yconocía el idioma de los peces. Oyó que uno de losesturiones dijo al otro:

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-El hombre que veíamos en la luna y que llevabasobre la espalda un haz de leña, cayó al mar.

Y el otro esturión respondió:-Ahora se verá en el disco de plata la imagen de

dos enamorados que se besan en la boca.Algunos años después, de regreso a su país,

Aegidio Aucupe encontró restauradas las letrasantiguas y honradas las ciencias, se habían suavizadolas costumbres, los hombres no perseguían con susultrajes a las ninfas de las fuentes, de los bosques yde las montañas; colocaban en los jardines lasimágenes de las Musas y de las Gracias decentes, ydevolvían a la diosa de los labios de ambrosía,voluptuosidad de los hombres y de los dioses, laestimación antigua. Se reconciliaban con laNaturaleza, sonreían a los terrores vanos y alzabanlos ojos al cielo sin temor de leer, como otras veces,señales de cólera y amenazas de condenación.

Aquel espectáculo recordó a Aegidio Aucupe loque habían anunciado los dos esturiones del mar deErin.

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LIBRO CUARTO

LOS TIEMPOS MODERNOS: TRINCO:

I. LA ROUQUINA

Aegidio Aucupe, el Erasmo de los pingüinos, nose había engañado: su época era la del libre examen.Pero aquel hombre insigne tomaba por suavidad enlas costumbres las elegancias de los humanistas -y nopreveía los efectos del despertar de la inteligenciaentre los pingüinos. Introdujo la reforma religiosa.Los católicos asesinaron a los reformistas y losreformistas asesinaron a los católicos; tales fueronlos primeros progresos del libre pensamiento. Loscatólicos vencieron en Pingüinia; pero el ansia deexamen, a su pesar, había penetrado en ellos,asociaban la razón a la creencia y pretendían

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despojar a la religión de las prácticas supersticiosasque la deshonraron, como desprendieron másadelante de las catedrales las barras de los zapateros,revendedores y calceteros que se adosaban a susmuros. La palabra "leyenda", que indicó al principiolo que los fieles debían leer, implicó luego la idea defábulas piadosas y cuentos pueriles.

Los santos y las santas se resintieron con talesnovedades. Un joven canónigo muy sabio, muyaustero y muy rígido, llamado Princeteau, señaló amuchos de ellos como indignos de ser venerados, yrecibió por este motivo el sobrenombre de"desahuciador de santos". No creía que la oración deSanta Margarita, aplicada como cataplasma sobre elvientre de las parturientas, calmase los dolores delparto.

La venerable patrona de la Pingüinia tampoco selibró de su examen severo. He aquí lo que dijo deella en sus Antigüedades de Alca:

"Nada tan incierto como la historia y hasta laexistencia de Santa Orberosa. Un viejo tratadistaanónimo, fraile, sin duda, refiere que una mujerllamada Orberosa fue gozada por el diablo en unacaverna, donde mucho tiempo después los mozos ylas mozas del pueblo jugaban aún a diablos y bellas

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Orberosas. Añade que aquella mujer fue laconcubina de un horrible dragón que desolaba lacomarca. Esto no es muy creíble; pero la historia deOrberosa, tal como ha sido relatada luego, no es másdigna de fe.

"La primera vida de esta santa la escribió el abateSimplicissimo trescientos años después de lossupuestos sucesos que refiere el autor,excesivamente crédulo y desprovisto de todacrítica.

Hasta contra el origen sobrenatural del pueblopingüino embistió la duda. El historiador OvidioCapiton llegó a negar el milagro de su origen. Véasecómo empieza sus Anales de la Pingüinia:

"Una densa oscuridad envuelve esta historia, yno es exagerado suponerla un tejido de fábulaspueriles y de cuentos populares. Los pingüinospretenden ser descendientes de unas aves bautizadaspor San Mael, y que Dios trocó en hombres por laintercesión del glorioso apóstol. Aseguran que,situada en un principio su isla en el Océano Glacial,flotante como Delos, arribó a los mares bendecidospor el omnipotente, donde hoy es la reina.Conjeturo que este mito recuerda las antiguasemigraciones de los pingüinos.

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En el siglo siguiente, que fue el de los filósofos,el escepticismo se refinó. Bastará, para probarlo, estepasaje famoso del Ensayo moral.

"Llegados no sé de dónde (porque sus orígenesno son muy claros), sucesivamente invadidos yconquistados por cuatro o cinco pueblos, delMediodía, del Poniente, del Levante, delSeptentrión; cruzados, mestizos, amalgamados, lospingüinos ponderan la pureza de su raza, y esrazonable, porque, al fin, ellos han formado una razapura. La mezcla de todas las humanidades, roja,negra, blanca y amarilla, de cabezas redondas ycabezas alargadas, han formado en el curso de lossiglos una familia bastante homogénea, que sereconoce por ciertos caracteres debidos a lacomunión de la vida y de las costumbres.

"El supuesto de pertenecer a la más hermosaraza del mundo y constituir la más hermosa familiales inspiró un orgullo noble, un aliento indomable yel odio al género humano.

"La historia de un pueblo es una sucesión demiserias, de crímenes y de locuras. Esto secomprueba en la nación pingüina como en todas lasnaciones, y por esto su historia resulta admirabledesde el principio al fin.

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Los dos siglos clásicos de los pingüinos están desobra estudiados para que yo insista; pero lo que nose ha precisado bastante, a mi juicio, es de qué modolos teólogos racionalistas, como el canónigoPrinceteau, produjeron los incrédulos del siglosiguiente. Se valieron los primeros de su razón paradestruir todo aquello que no les parecía esencial ensus creencias y dejaron sólo intactos los artículos dela fe; pero sus continuadores intelectuales,enseñados por ellos a usar de la ciencia y de la razón,acometieron contra lo que de las creencias habíaquedado. La teología razonable engendró la filosofíanatural.

Por otra parte (y séame permitido pasar de lospingüinos de antes al Soberano Pontífice que ahoragobierna la Iglesia universal), nunca será bastanteadmirada la sabiduría de Pío X, que ha condenadolos estudios de exégesis como contrarios a la verdadrevelada, funestos para la buena doctrina teológica ymortales para la fe. No faltan sacerdotes quesostengan contra el Papa los derechos de la ciencia,doctores perniciosos y maestros pestilentes; pero sialgún cristiano los aprueba, seguramente será uncuco o un topo.

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Al terminar el siglo de los filósofos, el antiguorégimen de la Pingüinia fue completamentedestruido. Condenaron a muerte al rey, abolieron losprivilegios de la nobleza, proclamaron la Repúblicaentre alzamientos y bajo la impresión de una guerraespantosa. La Asamblea que gobernaba entonces laPingüinia ordenó que todos los objetos de metalcontenidos en las iglesias fueran fundidos. Lospatriotas violaron las tumbas de los reyes. Cuéntaseque en su féretro profanado apareció Draco elGrande, negro como el ébano y tan majestuoso quelos violadores huyeron aterrorizados.

Según otros testigos, aquellos hombres groserosle colocaron una pipa en la boca y le ofrecieron, parairrisión, un vaso de vino.

El día 17 del mes de la Flor, la urna de lasreliquias de Santa Orberosa (desde cinco siglos antesofrecida en la iglesia de San Mael a la veneración delpueblo) fue trasladada a la Casa de la Villa ysometida al estudio de los peritos designados paraeste objeto. Era de cobre dorado en forma dearquilla, cubierta de esmaltes y adornada con piedrasfalsas. La previsión del cabildo había quitado losrubíes, los zafiros, las esmeraldas y las bolas decristal de roca, y había puesto en su lugar vidrios

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tallados. Sólo contenía un poco de polvo y el ropaje,que fueron arrojados a una hoguera encendida en laplaza de la Gréve para consumir las reliquias de lossantos. El pueblo danzaba en torno y cantabahimnos patrióticos.

Desde la puerta de su barracón, adosado a laCasa de la Villa, Rouquín y la Rouquinacontemplaban aquel círculo de insensatos. Rouquínesquilaba perros, capaba gatos y frecuentaba lastabernas. La Rouquina era buscona y alcahueta, perono carecía de sentido.

-Ya lo ves, Rouquín -dijo a su hombre-: cometenun sacrilegio. Se arrepentirán.

-No sabes lo que dices, mujer -respondióRouquín-. Se volverán filósofos, y cuando uno sevuelve filósofo, ya es para siempre.

-Te digo, Rouquín, que al cabo se arrepentiránde lo que hacen. Maltratan a los santos porque noles han favorecido mucho; pero tampoco enadelante les caerán las codornices asadas en la boca,seguirán tan pobres como eran, y cuando esténhartos de miseria, volverán a ser devotos. Llegará untiempo, acaso no lejano, en que los pingüinoshonrarán nuevamente a su bendita patrona. Oye,Rouquín: sería conveniente guardar para entonces en

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nuestra vivienda, y dentro de un puchero, un pocode ceniza, huesos y guiñapos. Diremos que sonreliquias de Santa Orberosa y que las salvamos de lasllamas con peligro de nuestra vida. Mucho meequivoco si no han de producir honra y provecho.Esta noble acción podrá servirnos en la vejez paraque nos conceda el señor cura la venta de cirios y elalquiler de reclinatorios en la capilla de SantaOrberosa.

Aquella misma noche, la Rouquina retiró de suhogar un poco de ceniza y algunos huesos roídos.Los metió en un puchero y los guardó en el armario.

II. TRINCO

La nación soberana había desposeído a lanobleza y al clero de sus bienes para venderlos aprecio vil a los burgueses y a los campesinos. Losburgueses y los campesinos juzgaron que larevolución era buena para adquirir tierras y malapara conservarlas.

Los legisladores de la República dictaron leyesterribles en defensa de la propiedad y decretaronpena de muerte contra quien propusiera el reparto

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de los bienes, todo lo cual no sirvió de nada a lagrandeza de la República.

Los labriegos, convertidos en propietarios,comprendieron que la revolución, al enriquecerlos,puso en peligro las haciendas, porque no les permitíavivir con tranquilidad, y desearon el advenimiento deun régimen más respetuoso para los bienes de losparticulares y mejor garantido para robustecer lasinstituciones nuevas.

No tuvieron que impacientarse mucho. LaRepública, .como Agripina, llevaba su verdugo en elvientre.

Obligada a sostener importantes guerras, creólos ejércitos que debían salvarla y destruirla. Suslegisladores pensaban contener a los generales con elterror de los suplicios; pero si algunas veces cortaroncabezas de soldados vencidos, no podían cortar lasde los vencedores, que se vanagloriaban de sufortuna.

En el entusiasmo de la victoria, los pingüinosregenerados entregáronse a un dragón más terribleque el de su fabuloso pasado, el cual, como unacigüeña entre ranas, durante catorce años los devorócon su pico insaciable.

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Medio siglo después de imperar el nuevodragón, un joven maharajad de Malasia, llamadoDjambi, deseoso de realizar un viaje instructivocomo el del escita Anacarsis, visitó la Pingüinia, y desu estancia en ella hizo una interesante relación, cuyaprimera página copio:

"Viaje del joven Djambi a la Pingüinia"Después de noventa días de navegación llegué

al puerto anchuroso y solitario de los pingüinosfilómacos y a través de las campiñas incultas metrasladé a la capital en ruinas.

"Ceñida por murallas, poblada de cuarteles yarsenales, ofrecía un aspecto marcial y desolado. Enlas calles, hombres raquíticos y contrahechosarrastraban con orgullo viejos uniformes y armasoxidadas.

"-¿A qué vinisteis? -me preguntó rudamente,junto a las puertas de la ciudad, un militar, cuyosbigotes retorcidos amenazaban al cielo.

"-Señor -le respondí-, vengo como un sencillocurioso a conocer esta isla.

"-Esto no es una isla -replicó el soldado."-¡Cómo! -exclamé- ¿La isla de los Pingüinos no

es isla?

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"-No, señor; es una ínsula. En otro tiempo lallamaban isla; pero desde hace un siglo lleva pordecreto el nombre de ínsula. Es la única ínsula detodo el Universo. ¿Tenéis pasaporte?

"-Vedlo."-Id a legalizarlo en el ministerio de Relaciones

Extranjeras."Un guía cojo que me acompañaba se detuvo en

una plaza espaciosa."-Nuestra ínsula -dijo- ha dado a luz, como no

podéis ignorarlo, al genio más grande del Universo:Trinco. Ved su estatura frente a nosotros. Esteobelisco, alzado a nuestra derecha, conmemora elnacimiento de Trinco. La columna que se alza avuestra izquierda lleva en su remate un busto deTrinco ceñido con diadema. Desde aquí descubriréisel Arco Triunfal dedicado a la gloria de Trinco y desu familia.

"-¿Qué cosa extraordinaria hizo ese Trinco? -pregunté.

"-¡La guerra!"-La guerra no es una cosa extraordinaria. Los

malayos vivimos en guerra constante."-No lo dudo; pero Trinco es el héroe más

famoso de todos los países y de todos los tiempos.

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Nunca existió conquistador alguno que puedacomparársele. Al arribar a nuestro puerto habréisvisto, al Este, una isla volcánica en forma cónica, dereducida extensión, pero famosa por sus vinos:Ampelófora, y al Oeste, otra isla mayor, que ofreceal cielo una larga hilera de picos, por lo que lallamaron Quijada del Perro.

Abundan en minas de cobre. Las poseíamosantes del advenimiento de Trinco, y eran el límite denuestro imperio. Trinco extendió la dominaciónpingüina sobre el archipiélago de las Turquesas y elcontinente Verde; sometió la triste Marsuinia, clavósu bandera en los hielos del Polo y en los ardientesarenales del desierto africano; hizo levas en todos lospaíses por él conquistados, y al desfilar sus ejércitos,detrás de nuestros zapadores filómacos, de nuestrosgranaderos insulares, de nuestros húsares, denuestros dragones, de nuestros artilleros, se veían lossoldados amarillos, semejantes, con sus armadurascoloradas, a cangrejos en pie sobre sus colas;soldados verdes con plumas de cotorra sobre lacabeza, pintarrajeados por el tatuaje con figurassolares y genésicas, sobre cuya espalda crujía uncarcaj de flechas envenenadas; soldados negrosenteramente desnudos y sin otras armas que sus

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dientes y sus uñas; soldados pigmeos montados engrullas; soldados gorilas apoyados en un garrote yconducidos por el viejo de su especie, que ostentabaen su pecho velludo la cruz de la Legión de Honor.Y a todos arrastró, bajo los estandartes de Trinco,un entusiasmo patriótico y ardiente que los llevabade victoria en victoria. Durante treinta años deguerra, Trinco ha conquistado la mitad del mundoconocido.

"-¿De modo que sois dueños de la mitad delmundo?

"-Trinco nos lo ha conquistado y nosotros lohemos perdido. Grandioso en sus derrotas como ensus triunfos, ha devuelto cuanto había conquistado.Hasta se perdieron las dos islillas que teníamosantes: Ampelófora y Quijada del Perro. Dejó laPingüinia empobrecida y despoblada. La juventud yla virilidad de la ínsula perecieron en las guerras. Asu muerte quedaban sólo en nuestra patria losjorobados y los cojos, de los cuales descendemos.Pero nos legó la gloria.

-Os la hizo pagar muy cara.-La gloria nunca es cara -replicó el guía.

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III. VIAJE: DEL DOCTOR OBNUBILE

Después de una sucesión de vicisitudesinauditas, cuyo recuerdo fue borrado en gran partepor la injuria del tiempo y por el desdichado estilode los historiadores, los pingüinos acordarongobernarse por sí mismos. Eligieron una Dieta oAsamblea y la invistieron n el privilegio de nombraral jefe del Estado. Escogido entre los vulgares, nocoronaba su frente con la formidable cresta delmonstruo ni ejercía sobre el pueblo autoridadabsoluta, y se hallaba sometido, como todos losciudadanos, a las leyes de la nación. No recibía eltítulo de rey, no adornaba su nombre con unnúmero ordinal, y se llamaba Paturlo, Janvión,Trufaldin, Conquenpot o Farfullero a secas. Estosmagistrados no sostenían guerras, acaso por notener uniforme militar. El nuevo Estado recibió elnombre de Cosa Pública o República. Sus adeptoseran llamados republicanistas o republicanos.

Pero la democracia pingüina no gobernaba porsí sola: obedecía a una oligarquía bancaria queimponía la opinión a los periódicos, manejaba a losdiputados, a los ministros y al presidente: disponía

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en absoluto del tesoro de la República y guiaba lapolítica exterior del país.

Los imperios y los reinos armaban ejércitos yescuadras enormes. Obligada, para su seguridad, aimitarlos, la Pingüinia sucumbía bajo el peso de suorganismo belicoso, y todo el mundo deploraba, ofingía deplorar, obligación tan dura. Sin embargo, losricos y negociantes la aceptaban por patrimonio yporque veían en el soldado y el marino a losdefensores de sus haciendas; los poderososindustriales favorecían la fabricación de cañones y denavíos con entusiasmo nacional y para obtenercontratas. Los ciudadanos pertenecientes a la clasemedia y a las profesiones liberales, unos seresignaban sin disgusto porque suponían inevitable ydefinitivo aquello, y otros aguardaban impacientes elfin y pensaban imponer a las potencias el desarmesimultáneo.

El ilustre profesor Obnubile era de los últimos.-La guerra -decía- es un signo de barbarie que el

progreso de la civilización hará desaparecer. Lasfuertes democracias son pacíficas, y su espíritu seimpondrá a los autócratas.

El profesor Obnubile, recluido en sulaboratorio, donde pasó sesenta años de vida

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solitaria y estudiosa, resolvióse a observarprácticamente el alma de los pueblos, y paraempezar su análisis por la mayor de las democracias,embarcóse con rumbo a la Nueva Atlántida.

Después de quince días de navegación su barcoentró de noche en el puerto de Titamport, dondeanclaban millares de navíos. Un puente de hierrotendido a bastante altura sobre las aguas,resplandecientes con infinitas luces, unía dosmuelles, tan distantes uno de otro que el profesorObnubile se creyó transportado a los mares deSaturno, y no dudó que aquel puente era el anillomaravilloso que ciñe al planeta del Viejo. Sobre taninmenso transbordador circulaban más de la cuartaparte de las riquezas del mundo. Ya en tierra, elsabio pingüino se instaló en un hotel de cuarenta yocho pisos, donde servían autómatas; luego tomó eltren que conduce a Gigantópolis, capital de la NuevaAtlántida. Había en aquel tren restaurantes, salas dejuego, circos atléticos, una oficina de informescomerciales y de cotizaciones mercantiles, unacapilla evangélica y la imprenta de un diario que nopudo leer el doctor porque desconocía el idioma delos nuevos atlantes. El tren atravesaba, en las orillasde anchurosos ríos, ciudades manufactureras que

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oscurecían el cielo con el humo de sus hornos,ciudades negras a la luz del sol, ciudades rojizas en laoscuridad nocturna, siempre clamorosas de día y denoche.

"Este -reflexionaba el doctor- es un puebloentregado a la industria y al negocio, por lo cual nose preocupa de la guerra. Estoy seguro de que rige alos nuevos atlantes una política de paz, pues todoslos economistas admiten ya como un axioma que lapaz exterior y la paz interior son indispensables parael progreso del comercio y de la industria.

Mientras recorría Gigantópolis confirmaba estaopinión. Las gentes iban por las calles con tal prisaque derribaban cuanto se oponía a su paso.Obnubile, después de rodar varias veces por elsuelo, aprendió a ir con ímpetu, y cuando llevaba yauna hora de carrera, al tropezar con un atlante lovolteó.

En una inmensa plaza pudo admirar el pórticode un palacio de clásico estilo, cuyas columnascorintias elevaban a sesenta metros sobre el pedestalsus capiteles de acanto arborescente.

Tuvo que detenerse y levantar mucho la cabezapara contemplarlo. Entonces un personaje de

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aspecto humilde se le acercó y le dijo en idiomapingüino:

-Reconozco en vuestro traje a un ciudadano dela Pingüinia. Domino vuestro idioma y soyintérprete jurado. Este palacio es el del Parlamento.Ahora deliberan los diputados. ¿Queréis presenciarla sesión?

Acomodado en una tribuna, el doctor mirócuriosamente a la muchedumbre de legisladores quese recostaban en butacas de junco y apoyaban lospies, indolentemente, en el pupitre.

El presidente se levantó para murmurar, másque pronunciar, entre la indiferencia de todos, lassiguientes fórmulas, traducidas por el intérprete aldoctor.

"Terminada a satisfacción de los Estados laguerra que sosteníamos con los mogoles paraobtener la franquicia de sus mercados, propongoque se remitan las cuentas de gastos a la Comisión.

"¿Hay oposición?..."La proposición queda aceptada."Terminada a satisfacción de los Estados la

guerra que sosteníamos para obtener la franquicia delos mercados en la Tercera Zelandia, propongo quese remitan las cuentas de gastos a la Comisión...

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"¿Hay oposición?..."La proposición queda aceptada.-¿Lo habré oído bien? -preguntó el profesor

Obnubile-. ¿Será cierto? Vosotros, un puebloindustrial, ¿sostenéis tantas guerras?

-Naturalmente -le respondió el intérprete- Songuerras industriales. Los pueblos que no tienencomercio ni industria no están obligados a sostenerguerras; pero un pueblo de negocios exige unapolítica de conquistas. El número de nuestrasguerras aumenta de día en día con la producción. Encuanto alguna industria no sabe dónde colocar susproductos, una guerra le abre nuevos mercados.Este año sostuvimos la guerra carbonífera, la guerradel cobre y la guerra del algodón. En la TerceraZelandia matamos a los dos tercios de suspobladores, para obligar a los restantes a que noscomprasen paraguas y calcetines.

Un hombre gordo y robusto que se hallaba en elcentro de la Asamblea subió a la tribuna.

-Reclamo -dijo- una guerra contra el Gobiernode la República de la Esmeralda, que disputainsolentemente a nuestros cerdos la hegemonía delos jamones y los embutidos sobre todos losmercados del mundo.

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-¿Quién es ese legislador? -preguntó el sabioObnubile.

-Un tratante en cerdos.-¿No hay oposición? -dijo el presidente-. Pongo

la proposición a votación.La guerra contra la República de la Esmeralda

fue votada por una gran mayoría.-¡Cómo! -dijo el doctor Obnubile a su intérprete-

¿Aquí votan una guerra con tanta rapidez y con tantaindiferencia?

-¡Oh! Es una guerra sin importancia, que sólocostará ocho millones de dólares.

-¿Y cuántos hombres?-Entre todo, gastos y bajas, ocho millones de

dólares.Entonces el doctor Obnubile sumió su cabeza

entre las manos y meditó:"Puesto que la riqueza y la civilización producen

motivos de guerra como la pobreza y la barbarie, ypuesto que la locura y la maldad de los hombres sonincorregibles, se puede realizar una acción meritoria.Un hombre prudente amontonará bastante dinamitapara hacer estallar el planeta, y cuando sedesparramen sus fragmentos por el espacio se habráconseguido en el Universo una mejora

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imperceptible, se habrá dado una satisfacción a laconciencia universal, que indudablemente no existe.

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LIBRO QUINTO

LOS TIEMPOS MODERNOS: CHATILLON

I. LOS REVERENDOS PADRES AGARIC YCORNAMUSE

No hay régimen que no tenga enemigos. LaRepública o la Cosa Pública los tuvo al principioentre los nobles desposeídos de sus antiguosprivilegios, los cuales volvían esperanzados los ojoshacia el último dracónida, el príncipe Crucho,interesante por los atractivos de la juventud y lastristezas de su destierro. Tuvo después enemigosentre los humildes comerciantes, que, por causaseconómicas inevitables, ya no ganaban lo suficientepara vivir, y culpaban de ello a la República, de lacual se desencantaban más y más de día en día.

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Los banqueros judíos y los cristianos, con suinsolencia y su codicia, eran el azote del país, quedespojaban y envilecían, y el escándalo de unrégimen que no se preocupaban de afirmar nidestruir, seguros de hacer sus operacionesdesembarazadamente bajo todos los Gobiernos;pero simpatizaban con la fórmula de poder absolutocomo la mejor dispuesta contra los socialistas, susadversarios débiles, pero apasionados, y a la vez queimitaban las costumbres de los aristócratas, imitabantambién sus sentimientos políticos y religiosos.Sobre todo sus mujeres, vanas y frívolas adoraban alpríncipe y soñaban con los festejos de la Corte.

La República. no dejaba de tener partidarios ydefensores. Si no le era permitido creer en lafidelidad de los funcionarios, podía contar con laabnegación de los obreros manuales, cuyas miseriasno remedió, y que, para defenderla en los días depeligro, salían en muchedumbre de las ergástulas ydesfilaban atropelladamente, pálidos, ennegrecidos,siniestros. Morirían todos por ella si fuese necesario,porque pusieron su esperanza en ella.

Cuando era presidente de la República TeodoroFormose, vivía en un arrabal tranquilo de la Villa deAlca un monje llamado Agaric, maestro de niños y

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casamentero. Enseñaba en su escuela la piedad, laesgrima y la equitación a los mozalbetes de ilustresfamilias (ilustres por su nacimiento, perodesposeídos de sus bienes como de sus privilegios),y en cuanto tenían la edad, los casaba conmuchachas de la casta opulenta y "despreciable" delos banqueros.

Alto, delgado, cetrino, Agaric paseaba sin cesar,con el breviario en la mano, por los corredores de laescuela y los senderos del jardín, pensativo, con lafrente abrumada por sus preocupaciones. Nolimitaba sus propósitos a inculcar a sus discípulosdoctrinas abstrusas y preceptos mecánicos y aproporcionarles después mujeres legítimas yadineradas: tenía intuiciones políticas y preparaba larealización de un plan gigantesco. El pensamiento desu pensamiento, la obra de su obra, consistía enderribar la República. No le impulsaba un interéspersonal; pero creía al gobierno democráticoenemigo de la sociedad religiosa, a la que seconsagró en cuerpo y alma. Y todos los frailes, sushermanos, pensaban lo mismo. La República vivíaen lucha perpetua con la congregación de los frailesy la asamblea de los fieles. Sin duda, era una empresadifícil y peligrosa conspirar para el aniquilamiento

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del nuevo régimen; pero Agaric se hallaba dispuesto,si fuese preciso, a preparar una temible conspiración.

Entonces los clérigos dirigían las castassuperiores de los pingüinos, y este fraile ejerciósobre la aristocracia de Alca una influenciaprofunda.

La juventud educada por él sólo esperaba la horade lanzarse contra el Poder popular. Los hijos delinajudas familias no ejercían las artes ni sededicaban al negocio: eran casi todos militares alservicio de la República. La servían; pero no laestimaban, y lamentaban que no saliese a relucir lacresta del dragón. Las hermosas judías compartieronaquellas preocupaciones para igualarse a las noblescristianas.

Un día de julio, al cruzar una calle del arrabalque termina en polvorientos caminos, Agaric oyóquejidos que salían de un pozo de agua corrompido,abandonado por los hortelanos, y un zapatero de lavecindad le refirió que, al pasar un hombre malvestido que gritaba "¡Viva la Cosa Pública!", variosoficiales de Caballería lo cogieron y lo echaron alpozo, cuyas aguas le cubrían hasta las orejas.

Agaric dio fácilmente a un hecho particular unasignificación general: de la desgracia de aquel infeliz

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dedujo una imponente fermentación de toda la castaaristocrática y militar, y se convenció de que habíallegado el momento esperado.

A la mañana siguiente fue a visitar en lo másintrincado del bosque de Conils al buen padreCornamuse, y le halló en un rincón de su laboratorioocupado en destilar un licor.

Era un hombrecillo rechoncho, de tez rojiza,con el cráneo calvo y lustroso. Sus ojos, como los delos conejitos de la India, tenían las pupilas de rubí.Saludó amablemente a su visitante y le ofreció unvasito de licor de Santa Orberosa, fabricado por él,cuya venta le proporcionaba ingresos cuantiosos.Agaric lo rechazó con un gesto suave. Después,plantado sobre sus largas piernas y apretando contrael vientre su flexible sombrero, quedó silencioso.

-Hacedme la merced de sentaros -le dijoCornamuse.

Agaric se sentó en una banqueta coja y continuóen silencio.

Entonces el fraile de Conils dijo:-Dadme noticias de vuestros discípulos. ¿Cómo

siguen esas criaturas?-Estoy muy satisfecho -respondió el magister-.

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Lo principal es inculcarles buenos principios.Hay que tener buenos pensamientos antes depensar; de lo contrario, se pierde todo fácilmente.Hallo en torno mío muchos consuelos, pero vivimosen una época triste.

-¡Ay! -respondió Cornamuse.-Atravesamos tiempos difíciles...-¡Días de prueba!-De todos modos, Cornamuse, podríamos estar

peor,-Es posible.-El pueblo se cansa de la República porque le

arruina y no hace nada por él. Diariamente seproducen nuevos escándalos. La República se ahogaen sus propios crímenes. Ya está perdida.

-Dios lo quiera.-Cornamuse, ¿qué pensáis del príncipe Crucho?-Es un buen muchacho, digno retoño de un tallo

augusto. Entristece verle sufrir en plena juventud lasamarguras del destierro. Para el desterrado laprimavera no tiene flores y el otoño no tiene frutos.El príncipe Crucho sabe pensar a derechas: respeta alos clérigos, practica nuestra religión, consume conabundancia mis productos.

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-Cornamuse, en muchos hogares, ricos y pobres,desean ya su regreso. Creedme: ¡volverá!

-No quisiera morirme sin tener antes ocasión detender mi manteo para alfombra de sus pasos.

Al verle tan bien dispuesto, Agaric le dio cuentadel estado de la opinión, tal como él se la imaginaba.Le pintó a los nobles exasperados contra el régimenpopular; el Ejército, decidido a no tolerar nuevosultrajes; los funcionarios, dispuestos a la traición; elpueblo, descontento; el motín, rugiente ya, y losenemigos de los monjes, amparados del Poder,arrojados a los pozos de Alca. Para concluir afirmóque había llegado el momento de lanzarse.

-Podemos salvar al pueblo pingüino -exclamó-;podemos librarle de sus tiranos, librarle de sí mismo,restaurar la cresta del dragón, restablecer el antiguorégimen, el buen régimen, para honor de la fe yexaltación de la Iglesia. Podemos conseguirlo siqueremos. En nuestras manos están las grandesfortunas y ejercemos secretas influencias. Pornuestros periódicos crucíferos y fulminadores noscomunicamos con todos los sacerdotes de lasciudades y de los poblados y les imbuimos elentusiasmo que nos mueve, la fe que nos devora.Ellos la comunicarán a sus penitentes y a sus fieles.

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Dispongo de los más prestigiosos generales delEjército. Estoy en inteligencia con la masa popular.Dirijo, sin que se den cuenta, a los paragüeros, a lostaberneros, a los tenderos de novedades, a losvendedores de periódicos, a las señoritas galantes y alos agentes de Policía. Contamos con más elementosde los precisos. ¿Qué nos detiene? ¡Al combate!

-¿Y qué pensáis hacer? -preguntó Cornamuse.-Preparar una extensa conspiración: hundir la

República, restablecer la Monarquía, sentar a Cruchoen el trono de los Dracónidas.

Cornamuse, después de relamerse como sisaboreara su pensamiento, dijo con unción:

-Ciertamente, restaurar el trono de losDracónidas es apetecible. Sí, ¡es eminentementeapetecible!, y, por mi parte, lo deseo de todocorazón. En cuanto a la República, ya sabéis lo quepienso. ¿No sería mejor abandonarla a su suerte,dejarla morir de sus vicios constitucionales? Sinduda, es noble y generoso lo que proponéis, miestimado Agaric. Sería de buen efecto salvar anuestra desdichada patria y restablecer su esplendorprimitivo. Pero reflexionad: somos cristianos antesque pingüinos, y debemos cuidar mucho de nocomprometer la religión en empresas políticas.

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Agaric replicó nuevamente:-Nada temáis. Tenemos en la mano todos los

hilos de la conspiración, pero tan ocultos, que nadienos verá.

-Como las moscas en un vaso de leche -murmuró el fraile de Conils.

Fijó en su compadre sus penetrantes papilas derubí y prosiguió:

-Prudencia, amigo mío. Acaso la República esmás fuerte de lo que parece, y también sería posibleque nosotros la fortaleciéramos y la sacáramos de laperezosa quietud en que descansa. Su malicia esgrande. Si la atacamos, se defenderá. Promulga hoyleyes perniciosas, pero que apenas llegan a dañarnos;cuando nos tema, las promulgará terribles contranosotros. No nos comprometamos de ligero ensemejante aventura. Pensáis que la ocasión esfavorable; yo creo que no, y os lo demostraré. Elrégimen actual no es aún conocido por todos, y casipudiéramos decir que nadie lo conoce. Se proclamala Cosa Pública, la Cosa Común. El populachocrédulo es demócrata y republicano: ¡Paciencia! Esemismo populacho exigirá un día que la Cosa Públicasea verdaderamente del pueblo. Creo inútil decirhasta qué punto esas pretensiones me parecen

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insolentes, desatinadas y contrarias a la políticadeducida de las Escrituras; pero el pueblo lasmostrará, las impondrá y dará fin al régimen actual.Ese momento no puede retrasarse. Entonces habrállegado la ocasión que buscabais. ¡Aguardemos)¿Qué nos apura? Nuestra existencia no está enpeligro. La República no se nos hizo absolutamenteintolerable. Falta de respeto y de sumisión, no rindea los sacerdotes los honores que les debe, pero nosdeja vivir, y tal es la excelente condición de nuestroestado, que para nosotros vivir es prosperar. LaCosa Pública se muestra hostil, pero las mujeres nosreverencian. El presidente Formose no asiste a lacelebración de nuestros ministerios, pero he visto asu mujer y a sus hijas a mis pies. Además, compranmis botellas al por mayor. No tengo mejores clientesni aun entre los aristócratas. Confesémoslo: no hayen todo el mundo un país más conveniente que laPingüinia para sacerdotes y frailes. ¿Dóndevenderíamos en tan grandes cantidades y a tansubido precio nuestra cera virgen, nuestro inciensomacho, nuestros rosarios, nuestros escapularios,nuestras aguas benditas y nuestro licor de SantaOrberosa? ¿Qué otro pueblo pagaría, como lospingüinos, cien escudos de oro por una seña de

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nuestra mano, un sonido de nuestra garganta, unmovimiento de nuestros labios? Por mí sé decir queen esta suave, fiel y dócil Pingüinia gano con laesencia de un frasco de serpol mil veces más de loque ganaría desgañitándome. para predicar laremisión de los pecados en las naciones florecientesde Europa y América.

Acabado su discurso, el religioso de Conils selevantó y condujo a su huésped a un extensocobertizo, donde centenares de huérfanos vestidosde azul empaquetaban botellas, clavaban cajas,pegaban etiquetas. Ensordecía el machaqueo de losmartillos mezclado con los gruñidos roncos de lasvagonetas sobre los raíles.

-Aquí se hacen los envíos -dijo Cornamuse-. Heobtenido del Gobierno un ramal de ferrocarril quecruza el bosque y una estación en mi propia puerta.Lleno todos los días tres vagones de mi producto.Ya véis que la República no ha matado las creencias.

Agaric hizo un último esfuerzo paracomprometer al sabio destilador en su conjura; lemostró un triunfo inmediato, seguro, brillante.

-¿No queréis intervenir? -añadió-. ¿No quequeréis librar a vuestro rey del destierro?

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-El destierro es dulce para los hombres de buenvoluntad -replicó el religioso de Conils-. Si meatendierais, mi estimado Agaric, renunciaríais porahora a vuestro proyecto. Yo no me hago ilusiones yno ignoro lo que sucederá: sea o no sea de la partida,si la perdéis, pagaré como vos.

El padre Agaric se despidió de su amigo y volviósatisfecho a su escuela. "Cornamuse -pensaba-,como no puede evitar la conspiración, dará dineropara que triunfe.

Agaric no se engañaba. En efecto, la solidaridadde los frailes y de los sacerdotes los unía y atraillabade tal modo, que los actos de uno comprometían alos demás. Esto era lo más favorable, y también lomás peligroso, en aquel asunto.

II. EL PRINCIPE CRUCHO

Agaric resolvió visitar inmediatamente alpríncipe Crucho, que le honraba con su confianza.Al anochecer salió de la escuela por el portillo,disfrazado de tratante de bueyes, y tomó pasaje en elSan Mael.

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Al día siguiente desembarcó en Marsuinia. Enaquella tierra hospitalaria y en el castillo deChitterlings comía Crucho el amargo pan deldestierro.

Agaric lo encontró en la calle, en un automóvilcon dos señoritas y a una velocidad de ciento treintapor hora.

El fraile agitó su paraguas rojo y el príncipedetuvo la máquina.

-¿Sois vos, Agaric? ¡Acompañadnos! Eramos tresy seremos cuatro. Con estrecharse un poco, basta.Una de estas criaturas puede sentarse sobre vuestrasrodillas.

El piadoso Agaric no protestó.-¿Qué noticias hay, padre mío? -preguntó el

joven príncipe.-Gordas y buenas -respondió Agaric -. ¿Puedo

hablar?-Podéis hablar. No tengo nada oculto para estas

a dos amigas.-Monseñor, la Pingüinia os reclama. No seréis

sordo a su llamamiento.Agaric pintó el estado de los ánimos y expuso el

plan de una extensa conspiración.

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-A una orden mía, todos vuestros pactidarios sealzarán a la vez. Con la cruz en la mano y la sotanarecogida, nuestros venerables sacerdotes guiarán lasmuchedumbres armadas hacia el palacio deFormose. Sembraremos el terror y la muerte entrevuestros enemigos. En premio de nuestros esfuerzossolamente os pedimos, monseñor, que procuréisaprovecharlos. Os rogamos que ocupéis un tronoque os hemos preparado.

El príncipe respondió:-Entraré en la capital sobre un caballo verde.Agaric levantó acta de aquella varonil respuesta.

Aun cuando tenía contra su costumbre, a unamuchacha sobre sus rodillas, conjuró al príncipe consublime serenidad para que se mantuviera fiel a susdeberes reales.

-Monseñor -dijo con lágrimas en los ojos-, algúndía recordaréis que fuisteis arrancado al destierro yrestablecido en el trono de vuestros antecesores porla mano de vuestros frailes, que pusieron sobrevuestra frente augusta la cresta del dragón. ReyCrucho, procurad que vuestra gloria iguale a la devuestro abuelo Draco el Grande.

El joven príncipe, conmovido, se arrojó sobre surestaurador para darle un abrazo, pero no pudo

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conseguirlo sin tropezar con las dos señoritas; de talmanea iban apretados en aquel coche histórico.

-Padre mío -le dijo-, quisiera que toda laPingüinia fuera testigo de este abrazo.

-Sería un espectáculo consolador -adujo Agaric.Entretanto, el automóvil atravesaba, como una

tromba, los caseríos y los pueblos, y aplastaba consus reumáticos insaciables gallinas, ocas, pavos,gatos, peros, cerdos, niños, labriegos y campesinos.

Y el piadoso Agaric meditaba sus designios. Suvoz, que tropezaba en la espalda de la señorita alsalir de sus labios, expresó esta idea:

-Nos hará falta dinero, mucho dinero.-Procuráoslo como podáis -respondió el

príncipe.Se abrió la verja del jardín para dejar paso al

automóvil formidable.La cena fue suntuosa. Hubo brindis a la cresta

del dragón. Nadie ignora que un vaso cerrado essigno de soberanía. El príncipe Crucho y la princesaGudruna, su esposa, bebieron en vasos con tapa. Elpríncipe hizo llenar varias veces el suyo con vinosblancos y tintos de las cosechas pingüinas.

Crucho había recibido una instrucciónverdaderamente principesca. Sobresalía en la

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locomoción automóvil pero no ignoraba la Historia.Se le suponía muy versado en las antigüedades eilustraciones de su familia, y, en efecto, a los postresdio una prueba notable de sus conocimientos en esepunto.

Se hablaba de los singulares rasgos quecaracterizaron a varias mujeres célebres.

-Es indudablemente cierto -dijo el príncipe- quela reina Crucha, con cuyo nombre me bautizaron,tenia una cabecita de mono debajo del ombligo.

Agaric sostuvo en aquella velada una conferenciadecisiva con tres viejos consejeros del príncipe.Resolvieron pedir fondos al suegro de Crucho, quedeseaba tener un yerno rey; a varias damas judías,impacientes por entrar en la nobleza, y, por fin, alpríncipe regente de los marsuinos, que habíaofrecido su concurso a los dracónidas, confiado enque la restauración de Crucho debilitaría el poder delos pingüinos, enemigos hereditarios de su pueblo.

Los tres viejos consejeros se adjudicaron los tresprimeros oficios de la Corte y autorizaron al frailepara que distribuyera los otros cargos en formaconveniente a los intereses del príncipe.

-Hay que recompensar las abnegaciones -afirmaron los tres viejos consejeros.

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-Y las traiciones -dijo Agaric.-Es.muy justo -replicó uno de los consejeros, el

marqués de las Siete Llagas.Bailaron. Después del baile, la princesa Gudruna

desgarró su vestido verde para hacer escarapelas, ycon su propia mano cosió una sobre el pecho delfraile, quien derramó lágrimas de ternura y deagradecimiento.

El señor Plume, caballerizo del príncipe; salióaquella misma noche en busca de un caballo verde.

III. EL CONCILIABULO

De regreso de la capital de Pingüinia, elreverendo padre Agaric comunicó sus proyectos alpríncipe Adelestán de los Boscenos, cuya identidaddraconiana era notoria.

Pertenecía el príncipe a la más elevada nobleza.Los Torticol de los Boscenos descendían de Brian elPiadoso, y bajo el reinado de los dracónidas habíandesempeñado los más importantes cargos del reino.En 1179, Felipe Torticol, almirante de la Pingüinia,valiente, fiel y generoso, pero vengativo, entregó elpuerto de La Crice y la flota pingüina a los enemigos

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del reino al sospechar que la reina Crucha, de la cualera amante, le burlaba con un mozo de cuadra. Fueaquella ilustre reina quien agredió a los Boscenoscon la bacinilla de plata que hoy lucen en su escudo.En cuanto a su divisa, no es anterior al siglo XVI.He aquí el origen: una noche de fiesta, confundidoentre los cortesanos que se oprimían en el jardín delrey para ver unos fuegos de artificio, el duque Juande los Boscenos acercóse a la duquesa de Skull ymetió la mano bajo el vestido de la dama, la cual nose mostró quejosa. Al pasar el rey sorprendiólos enaquella postura y se limitó a decir: "Aprovechad laocasión." Estas tres palabras constituyeron la divisade los Boscenos.

En el príncipe Adelestán no degeneraban lasvirtudes de sus antepasados; conservaba unainalterable fidelidad a la sangre de los dracónidas, ydeseaba solamente la restauración del príncipeCrucho, presagio, a su entender, de la de su haciendaarruinada. Por esto le fueron gratas las pretensionesdel padre Agaric. Se asoció inmediatamente a losproyectos del fraile y se apresuró a relacionarle conlos más ardientes y leales realistas de su intimidad: elconde Clena, el señor de la Trumelle, el vizcondeOliva y Bigourd. Se reunieron una noche en la casa

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de campo del duque de Ampoule -dos leguas al estede Alca- para examinar los proyectos y recursos.

El señor de la Trumelle se mostró partidario dela acción legal.

-Mantengámonos dentro de la legalidad -dijo ensustancia- Somos hombres de orden y debemosperseguir con una propaganda infatigable larealización de nuestras aspiraciones. Hemos deconquistar la opinión del país. Nuestra causatriunfará porque es justa.

El príncipe de los Boscenos opinó de distintamanera, y supuso que las causas justas necesitan paratriunfar el apoyo de la fuerza, tanto o más que lascausas injustas.

-En la situación presente -dijo con tranquilidad-se imponen tres medios de acción: contratar a losmatarifes, corromper a los ministros o secuestrar alpresidente Formose.

-Secuestrar al presidente Formose sería unainconsecuencia -objetó el señor de la Truinelle -. Elpresidente piensa como nosotros.

El hecho de que un dracófilo propusierasecuestrar al presidente Formose y de que otrodracófilo le presentase como un aliado, explica laactitud y los sentimientos del jefe de la Cosa Pública.

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Se mostraba Formose favorable a los realistas, cuyosgustos admiraba e imitaba, y si bien es cierto quesonreía cuando le hablaban de la cresta del dragón,no era despreciativamente, sino porque le hubieracomplacido lucirla sobre su cabeza. El podersoberano le agradaba, no porque se sintiera capaz deejercerlo, sino por su forma exterior. Según la fraseafortunada de un cronista pingüino, el presidente era"un pavo real".

El príncipe de los Boscenos mantuvo supropósito de invadir, a mano armada, el palacio deFormose y la Cámara de los Diputados.

El conde Clena fue más enérgico aún:-Para empezar -dijo-, estrangulemos,

destripemos, aniquilemos a los republicanos, a todoslos paniaguados del Gobierno, y después ya veremoslo que se hace.

El señor de la Trumelle era moderado. Losmoderados se oponen siempre, moderadamente, a laviolencia. Reconoció que la política del conde Clenase inspiraba en un noble sentimiento, reconoció sugenerosidad, objetó con timidez que acaso no seajustaba del todo a los principios monárquicos, ycomo podía ser peligrosa ofrecióse a discutirla.

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-Propongo -añadió- que redactemos unmanifiesto dirigido a las clases proletarias. Quesepan lo que somos. Por lo que a mí se refiere, osaseguro que nada me arredra.

Bigourd tomó la palabra.-Señores, los pingüinos están descontentos del

régimen nuevo, porque gozan de él, y es propio delos hombres quejarse de su condición; pero almismo tiempo los pingüinos temen cambiar derégimen, porque las novedades intimidan. Noconocieron la cresta del dragón, y aun cuandoaparentan desearla no hay que hacerles caso: prontose comprendería que habían habladoirreflexivamente. No nos ilusionemos acerca de suafecto hacia nosotros. No nos quieren. Odian laaristocracia por dos razones opuestas: por envidia ypor un sentimiento generoso de igualdad. Laopinión pública no nos combate, porque nosdesconoce; pero al enterarse de lo que pretendemosno querrá seguirnos. Si confesamos que nuestroúnico propósito es destruir el régimen democrático yrestaurar la cresta del dragón, ¿cuáles serán nuestrospartidarios? Los matarifes y los humildes tenderosde Alca. Siquiera esos tenderos, ¿nos acompañaránhasta el fin? Viven descontentos, pero son

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republicanos en el fondo de su corazón. Unicamenteles interesa vender a buen precio sus averiadasmercancías. Si les hablásemos con lealtad, losasustaríamos. Para que nos encuentren simpáticos ynos sigan es preciso convencerlos. no de quedeseamos derribar la República, sino al contrario,restaurarla, purificarla, embellecerla, adornarla,decorarla, perfumarla, ofrecérsela magnífica yencantadora. Por esta razón no debemospresentarnos al descubierto. Saben ya que no somosfavorables al régimen actual. Nos valdremos de unamigo de la República; mejor aún, de algunos de susmantenedores. Lo difícil es elegirlo. Yo preferiría elmás popular, el más republicano. Loconquistaríamos con adulaciones, con dádivas y,sobre todo, con promesas. Las promesas cuestanmenos que las dádivas y adquieren más valor. Nuncase nos considera tan generosos como cuandopagamos con esperanzas. No es preciso que nuestropersonaje sea muy inteligente, y acaso convendríaque no lo fuera nada. Los imbéciles tienen para lasbellaquerías una gracia inimitable. Creedme,caballeros: nadie mejor que un republicano de losmás caracterizados pudiera derribar la República. La

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prudencia no excluye la energía. Si me necesitáis, mehallaréis a todas horas dispuesto a serviros.

Este discurso no dejó de producir impresiónentre la concurrencia. Al piadoso Agaric leemocionó profundamente. A todos preocupaba eltriunfo del rey, pero más los honores y beneficiosque pudiera proporcionar. Se organizó un Gobiernosecreto, del cual todos los personajes presentesfueron nombrados miembros efectivos. El duque deAmpoule, el hacendista más notable del partido, seencargó del ramo de ingresos y de centralizar en éllos fondos de propaganda...

En el momento de cerrar la sesión oyeron unarústica voz que canturreaba:

Boscenos es un marrano,con el que harán salchichones,embuchados y morcillaspara que coman los pobres.

Era una canción conocida en los arrabales deAlca desde siglos atrás. Al príncipe de los Boscenosle molestaba oírla, y al cruzar la plaza observó que sudetractor estaba sobre la iglesia ocupado en reponer

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unas pizarras. Le rogó cortésmente que cantase otracosa.

-Yo canto lo que me da la gana - respondió elhombre.

-Amigo mío, para serme agradable...-No me preocupa ser agradable.El príncipe de los Boscenos tenía el carácter

plácido, aunque irascible a veces, y una fuerzadescomunal.

-¡Granuja! Si no bajas, voy a subir para darte unpuntapié -gritó con voz formidable.

Y como el pizarrero, montado en el caballete, nohizo caso, el príncipe subió apresuradamente laescalera le la torre, se abalanzó a su detractor y le dioun puñetazo que le hizo rodar por el alero con unamandíbula rota. Siete u ocho carpinteros quetrabajaban en la bóveda, atraídos por los lamentosdel pizarrero, sacaron la cabeza por los tragaluces, yal ver al príncipe sobre el caballete corrieron hacia élpor una escalera tendida sobre las pizarras; lealcanzaron en la torre y, a puñetazos, le hicieronrodar por la escalera de caracol.

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IV. LA VIZCONDESA OLIVA

Los pingüinos tenían el primer ejército delmundo. Los marsuinos también, y en el mismo casose hallaban todo los pueblos de Europa, lo cual nosorprenderá en cuanto se reflexione por qué todoslos ejércitos son los primeros del mundo. Elsegundo ejército del mundo, si existiera, se hallaríaen una inferioridad evidente, con la derrotaasegurada, y en tales condiciones habría quelicenciarlo.

Todos los ejércitos, antes de pelear, esperan servencedores. Luego, cada cual es de por sí "elprimero del mundo". Esto lo comprendió enFrancia el ilustre coronel Marchand cuando,interrogado por los periodistas acerca de la guerraruso-japonesa, antes del paso de Yalú, no dudó encalificar al ejército ruso como el primero del mundoy al ejército japonés como el primero del mundo. Esde notar que por haber sufrida las más espantosasderrotas un ejército no pierde su opinión, y, porconsiguiente, no deja de ser el primero del mundo.

Porque si bien los pueblos atribuyen susvictorias a la inteligencia de sus generales y al valorde sus soldados, achacan siempre sus derrotas a una

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inexplicable fatalidad. Por el contrario, las escuadrasse clasifican por el número de sus barcos: hay unaprimera, una segunda, una tercera, y asísucesivamente, y de este modo no existe ningunaincertidumbre acerca de las guerras navales.

Los pingüinos eran dueños del primer ejército yde la segunda escuadra del mundo. Mandaba laescuadra el famoso Chatillón, su almirante.

Chatillón no procedía de la nobleza. Hijo delpueblo, era estimado por el pueblo, que se gloriabade ver cubierto de honores a un hombre denacimiento humilde.

Chatillón era hermoso, arrogante, feliz, vivía sinpreocupaciones intelectuales; nada nublaba lalimpidez de sus ojos.

El reverendo padre Agaric, rendido ante lasrazones de Bigourd, comprendió que sólo uno delos mantenedores del régimen actual podríadestruirlo, y se fijó, desde luego, en el almiranteChatillón.

Fue a pedirle una importante cantidad de dineroa su amigo el reverendo padre Cornamuse, quiensuspiró al entregárselo. Con aquel dinero pagó aseiscientos matarifes de Alca para que corrieran

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detrás del caballo de Chatillón y gritaran "¡Viva elalmirante!

En lo sucesivo no le fue posible a Chatillón salira la calle sin verse aclamado.

La vizcondesa Oliva solicitó del almirante unaentrevista secreta, y fue recibida en un aposentoadornado con áncoras, armas de fuego y granadas.

Ella compareció discretamente vestida con unsencillo traje gris azul. Un sombrero de rosascoronaba su bonita cabeza rubia. A través del velobrillaban sus ojos como zafiros. No habite entre lasaristócratas mujer más elegante que aquélla, deorigen semita. Como era bien formada y alta, sucuerpo se acomodaba maravillosamente a la moda.

-Almirante -dijo con voz meliflua-, no oculto miemoción... Es natural... Ante un héroe...

-Sois muy amable. Decidme, señora vizcondesa,a qué debo el honor de tan agradable visita.

-Hace mucho tiempo que yo deseaba veros yhablaros... Aproveché la oportunidad que se meofrecía. Traigo una misión... i

-¡Sentaos !-¡Qué tranquilo ambiente respiráis aquí!-Muy tranquilo. Se oyen cantar los pajaritos...

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-Los pajaritos cantan... Sentaos. Y le ofreció unabutaca.

Sentóse la vizcondesa en una silla, de espaldas ala luz, y dijo:

-Traigo una misión importante... Una misión...-Explicaos.-¿No visteis jamás al príncipe Crucho?-¡Jamás!Ella suspiró:-¡Es lástima! El príncipe siente por vuestra

persona mucha estimación. Le agradaría conoceros,y tiene vuestro retrato sobre su escritorio, junto al desu madre, la princesa. ¡Lástima que no lo conozcáis!Crucho es un príncipe delicioso, y ¡tan agradecido acuanto se hace en su favor! ¡Será un gran rey! Porqueserá rey, sin género de duda. Vendrá... mucho antesde lo que suponen... Esto es lo que debo deciros. Lamisión que me trae se reduce a obtener de vos...

El almirante se puso en pie.-Dispensadme, señora; pero no puedo

escucharos. Disfruto de la estimación, de laconfianza de la República. No vendo a la República.¿Qué provecho me reportaría? Estoy cargado ya dehonores y dignidades.

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-Permitidme que os diga, mi querido almirante,que los honores y las dignidades que os adornandistan mucho de corresponder a vuestros méritos.Vuestros servicios no están bastanterecompensados, porque debieran crear para vos elcargo de generalísimo de los ejércitos de mar y detierra. La República es Ingrata.

-Señora, todos los Gobiernos resultan ingratos.Sí; pero en la República tenéis enemigos

envidiosos de vuestra superioridad. Odian a losmilitares, la preponderancia de la Marina y delEjército los humilla; os temen.

-Es posible.-Son unos miserables que agarrotan al país. ¿No

sería grato para vos redimir la Pingüinia?-¿Cómo?-Sencillamente, barriendo a esa gentuza que nos

gobierna.-Señora, ¿qué me proponéis?-"Alguien" lo hará, sin duda. No faltará un

hombre dispuesto a dar al traste con todos losministros, diputados y senadores y a proclamar alpríncipe Crucho.

-Me figuro quién es. ¡Canalla!

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-Podéis anticiparos. El príncipe os prefiere, ysabrá corresponder a vuestros servicios dándoos laespada de condestable y una magnífica dotación.Ahora os traigo una prenda reveladora de la realsimpatía...

Y sacó de su pecho una escarapela verde.-¿Qué es ello? -preguntó el almirante.-La insignia de Crucho.-No la mostréis aquí, guardadla.- "Otro" la espera... ¡No! Ha de lucir sobre

vuestro pecho glorioso.Chatillón la rechazó suavemente; pero la judía le

había parecido muy hermosa, muy apetecible, yconfirmó su opinión cuando aquellos brazosdesnudos y aquellas manos rosadas y suaves lerozaron. Sometióse, y la vizcondesa le puso la cintaen el ojal con lentitud y dulzura. Luego hizo unareverencia para despedirse del "condestable".

-Fui ambicioso -dijo el marino- y tal vez aún losea; pero al veros, he deseado solamente una cabañay un corazón.

Ella le sumergió en la luz de su miradaencantadora.

-Todo es posible... ¿Qué hacéis, almirante?-Busco el corazón.

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Al salir de aquel aposento, la vizcondesaparticipó inmediatamente al padre Agaric elresultado de su visita.

-No le dejéis enfriar, señora -dijo el monjeaustero.

V. EL PRINCIPE DE LOS BOSCENOS

Aquella noche, los periódicos subvencionadospor los dracófilos prodigaban elogios a Chatillón ycubrían de vergüenza y de oprobio a los ministrosde la República. En las calles de Alca voceaban losvendedores el retrato de Chatillón. Los santi barativendían a la entrada de los puentes bustos en yesode Chatillón.

Chatillón daba cada tarde un paseo, jinete en uncaballo blanco, por la Pradera de la Reina, adondeacudía el público selecto. Los dracófilos destacabanal paso del almirante una muchedumbre depingüinos menesterosos, y los hacían cantar:"Chatillón es el hombre del día." Los burgueses deAlca sintieron profunda admiración por el almirante.Las señoras del comercio murmuraban: "Eshermoso." Las mujeres elegantes frenaban sus

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"autos" para enviarle, al pasar, besos y sonrisas,entre las aclamaciones del pueblo enardecido.

Al entrar un día en un estanco, dos pingüinosque depositaban su correspondencia en el buzón loreconocieron, y gritaron: "¡Viva el almirante! ¡Muerala República!" Se detuvieron todos los transeúntes.Chatillón encendió su cigarro ante la multitudagolpada en torno suyo, que lo vitoreó y agitó lossombreros en el aire. Sus partidarios aumentaban, semultiplicaban de día en día. La ciudad entera, comoun séquito interminable y apiñado lo seguía, loacompañaba, le cantaba himnos y le rendíahomenajes.

Tenía el almirante un antiguo compañero dearmas, con una lucida hoja de servicios: elvicealmirante Volcanmoule. Francote como el oro yleal como su espada, Volcanmoule, que presumía desalvaje independencia, frecuentaba el trato de lospartidarios de Crucho y de los ministros de laRepública, y les decía muchas verdades a todos. Así,había cometido algunas veces indiscrecionesenfadosas que todos le perdonaban, porque lasatribuían a su rudeza de soldado ajeno a las intrigas.Iba por la mañana al despacho de Chatillón y le

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trataba con la cordialidad brusca de un compañerode armas.

-¡Ya eres popular! -le dijo-. Venden tu rostro encabezas de pipa y en botellas de licor. Todos losborrachos de Alca eructan tu nombre por las calles..."¡Chatillón, héroe de los pingüinos!" "¡Chatillón,defensor de la gloria y del poder pingüinos!"... ¡Yquién lo dijera! ¡Quién lo creyera!

Reía con risa estridente, y después de un silenciocambiaba de registro

-Bromas aparte, ¿no te ha sorprendido lo que tesucede?

-Nada en absoluto -respondió Chatillón.Y el leal Volcanmóule, al irse, dio un portazo.Chatillón había alquilado un entresuelito interior

para recibir a la vizcondesa Oliva, en el número 18de la calle de Juan Talpa. Veíanse diariamente. Laquería con locura. En su existencia marcial yneptuniana gozó a multitud de mujeres rojas,negras,. amarillas o blancas, algunas hermosísimas;pero hasta conocer a la vizcondesa no supo lo quevale una mujer. Cuando le llamaba "su amigo, sudulce amigo", sentíase remontado a los cielos, y leparecía que las estrellas le coronaban.

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Acudía siempre la vizcondesa con algún retraso,dejaba su bolsa en el sofá, y decía humildemente:

-Con tu permiso, me sentaré sobre tus rodillas.En su conversación seguía las inspiraciones del

piadoso Agaric, y entre besos y suspiros le pedía laseparación de un oficial o el mando para otro.

Y exclamaba con oportunidad:-¡Qué juvenil y brioso eres, amigo mío!Chatillón no dejaba nunca de complacerla. Su

carácter no tenía doblez, porque deseaba ceñir laespada de condestable y recibir una rica dotación,porque le halagaba jugar con dos barajas, porquealentó la vaga idea de redimir la Pingüinia y porquese había enamorado.

Aquella hembra deliciosa le obligó adesguarnecer de tropas el puerto de La Crique,donde debía desembarcar Crucho. Así evitabanobstáculos a la entrada del príncipe en Pingüinia.

El piadoso Agaric organizaba reuniones públicaspara que no desfalleciese la agitación. Los dracófiloscelebraban cada día dos o tres en cada uno de lostreinta y seis distritos de Alca y, con preferencia, enlos barrios populares. Proponíanse conquistar a lasgentes humildes, que son las más numerosas. El 4 demayo hubo una reunión importante en el antiguo

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mercado de granos, en el centro de un barriopopuloso, donde abundan las mujerestranquilamente sentadas a las puertas y los niños quejuegan en las calles. Se habían reunido allí, enopinión de los republicanos, dos mil personas, y seismil, a juzgar por lo que decían los dracófilos. Sehallaba entre los concurrentes lo más florido de lasociedad pingüina: el príncipe y la princesa de losBoscenos, el conde de Clena, el señor de laTrumelle, Bigourd y algunas opulentas damasisraelitas.

El generalísimo de los ejércitos nacionales sepresentó de uniforme y fue aclamado.

Constituyeron la mesa laboriosamente. Unobrero que discurría bien, llamado Rauchin,secretario de los sindicatos amarillos, ocupó lapresidencia entre el conde de Clena y el carniceroMichaul.

En varios y elocuentes discursos recibió durosultrajes el régimen libremente implantado enPingüinia.

Contra el presidente Formose nada se dijo.Tampoco se trató de Crucho ni de los curas.

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La discusión era libre. Un defensor del Estadomoderno, republicano, de profesión manual, subió ala tribuna.

-Señores -dijo el presidente Rauchin-, hemosanunciado una discusión libre y respetaremos todaslas tendencias de los oradores. En esto, como entodo, nuestra honradez es mayor que la de nuestroscontrarios. Concedo la palabra a un enemigo. ¡SabeDios lo que vamos a oír! Os agradeceré quecontengáis lo más posible vuestro desprecio, vuestroasco y vuestra indignación.

-Señores -dijo el orador.Y sin darle tiempo a que pronunciase la segunda

palabra, lo derribaron, lo pisotearon y arrojaronfuera de la sala su cuerpo desfigurado.

Rugían aún los furibundos cuando el conde deClena, subió a la tribuna. Al clamoreo indignadosucedieron las aclamaciones entusiastas, y cuando elsilencio se restableció, el orador dijo:

-Camaradas, vamos a ver si tenéis aún sangre enlas venas. Se trata de acogotar, destripar y exterminara los republicanos.

Este discurso desencadenó una tempestad deaplausos estruendosos, y en el viejo cobertizoagitado surgió un polvillo desprendido de los muros

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sórdidos y de las vigas carcomidas, que envolvía alos concurrentes en acres y oscuras nubes.

Votóse la orden del día, en la que se zahirió alGobierno y se aclamó a Chatillón. Salieron todoscantando el himno libertador: "Nuestra esperanza esChatillón.

El viejo mercado sólo tenía salida por una largacalle fangosa y formada por cocheras de ómnibus yalmacenes de carbón. Era oscura la noche y caía unallovizna glacial. La Policía, que cerraba el paso al finde la calle, obligaba a los dracófilos a disolver lamanifestación en pequeños grupos, conforme a laconsigna de su jefe, decidido a quebrantar elesfuerzo de una muchedumbre delirante.

Los dracófilos, detenidos en la calle, cantaban:"Nuestra esperanza es Chatillón"; peroimpacientados al fin por aquella lentitud, cuya causadesconocían, comenzaron a empujar a los dedelante. Aquel movimiento repercutió de unextremo a otro en la masa humana y empujó a lospolicías, que no sentían odio alguno contra losdracófilos; pero es natural resistir la agresión yoponer la violencia a la violencia. Los hombresvigorosos tienen propensión a servirse de su vigor.

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Por esta razón, los policías recibieron apuntapiés a los dracófilos, y el retroceso produjosacudidas bruscas. Las amenazas y los insultos semezclaron a los cánticos.

-¡Asesinos, asesinos! "Nuestra esperanza esChatillón"... ¡Asesinos, asesinos!...

Y en la calle lóbrega: "¡No empujar!", gritabanlos prudentes. Entre éstos, erguíase plácido,inquebrantable, risueño, el príncipe de los Boscenos,que dominaba con su gigantesca estatura lamuchedumbre apretujada, y entre miembrosmagullados y costillas hundidas sobresalían susanchos hombros y su pecho robusto. Aguardabacon tranquilidad indulgente. Parte de aquellamuchedumbre se había filtrado entre los policías, yen torno del príncipe; los codos se clavaban en lospechos menos violentamente, y los pulmonesempezaban a respirar.

-Ya veréis cómo saldremos al fin, con paciencia -dijo el hercúleo gigante.

Sacó un cigarro de su petaca, se lo llevó a loslabios y lo encendió. A la claridad repentina delfósforo descubrió a su esposa, la princesa Ana,desfallecida entre los brazos del conde de Clena.Levantó el bastón y lo dejó caer varias veces sobre

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ambos y sobre las personas que los rodeaban. Costómucho esfuerzo contenerle; pero no fue posiblealejarlo de su adversario. Y mientras la princesa,desmayada, pasaba de brazo en brazo, a través de lamultitud, conmovida y curiosa, hasta llegar a sucoche, los dos hombres luchaban furiosamente. Elpríncipe de los Boscenos perdió el sombrero, suslentes, su cigarro, su corbata, su cartera repleta decartas íntimas y de correspondencia monárquica;perdió hasta las medallas milagrosas que le habíaregalado el bondadoso padre Cornamuse; peroasestó en el vientre de su rival un golpe tanespantoso, que el desdichado se coló entre loshierros de una reja y atravesó con la cabeza lamampara de cristales de un almacén de carbones.

Atraídos por el rumor de la contienda y losclamores le los presentes, los policías acudieron asujetar al príncipe, que opuso una furiosa resistencia.Dejó a tres pataleando en el suelo, hizo huir a sietecon la mandíbula rota, el labio hendido, la narizensangrentada, el cráneo abierto, la orejadesprendida, la clavícula dislocada, las costillasdeshechas; pero cayó al fin y lo condujeron, cubiertode sangre y con el traje hecho jirones, a la Comisaría

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más próxima, donde pasó la noche triscando yrugiendo.

Grupos de manifestantes recorrieron la ciudadhasta el amanecer. Cantaban: "Nuestra esperanza esChatillón", y rompían cristales en las casas habitadaspor los ministros de la Cosa Pública.

VI. LA CAIDA DEL ALMIRANTE

Aquella noche señaló el apogeo del movimientodracófilo. No dudaban de su triunfo losmonárquicos. El príncipe Crucho recibióabundantes felicitaciones telégráficas. Las damas lebordaron banderas y zapatillas. El señor Plumehabía encontrado el caballo verde.

El piadoso Agaric compartía la comúnesperanza, y trabajaba sin descanso para reunirpartidarios al pretendiente.

-Debemos ahondar hasta las capas másprofundas.

Guiado por este propósito, acercóse a tresSindicatos obreros.

Los artesanos ya no vivían, como en la época delos Dracónidas, bajo el régimen de las

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corporaciones. Eran libres, pero sin tener el jornalasegurado. Después de mantenerse aislados unos deotros, sin ayuda y sin apoyo, se habían constituidoen Sindicatos. Como los sindicados no teníancostumbre de pagar su cuota, al principio estuvieronvacías las cajas. Había Sindicatos de treinta milmiembros, los había de mil, de quinientos y dedoscientos. Algunos tenían sólo dos o tresadheridos, y como no se publicaban las listas, no erafácil distinguir los grandes Sindicatos de lospequeños.

Después de complicadas y tenebrosas gestiones,el piadoso Agaric se puso en contacto, en una saladel Moulin de la Galette, con los camaradasDagoberto, Tronco y Balafilla, secretarios de tresSindicatos, el primero de los cuales contaba catorcemiembros, el segundo venticuatro y el tercero unosolo. Agaric desplegó en aquella entrevista unaextremada habilidad.

-Señores -les dijo-, en muchos conceptos noprofesamos vosotros y yo las mismas ideas políticasy sociales, pero en algo podríamos entendernos anteel enemigo común, el Gobierno, que os explota y seburla de vosotros. Si nos ayudarais a derribarlo,

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además de proporcionaros medios para conseguirlo,os quedaríamos agradecidos.

-Comprendido. ¡Venga el dinero! -dijoDagoberto.

El reverendo padre dejó sobre la mesa unsaquito que le había facilitado, con lágrimas en losojos, el destilador de Conils.

-¡Enterados! -dijeron los otros dos-. ¡Chóquela!Y así quedó sellado aquel pacto solemne. En

cuanto se alejó el fraile, satisfecho de haber atraído asu causa las masas profundas, Dagoberto, Balafilla yTronco llamaron con un silbido a sus mujeres,Amelia, Reina y Matilde, que aguardaban la señal deplantón en la calle, y los seis bailaron y cantaron entorno del saco:

Aunque nos cubras bien el riñón,no ayudaremos a Chatillón,fraile frailuco, fraile frailón.

Toda la noche pasearon de tasca en tasca elnuevo cantar. Agradó sin duda, porque los agentesde la Policía secreta observaron que de día en díaeran más los obreros que cantaban en los arrabales:

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Aunque nos cubras bien el riñón,no ayudaremos a Chatillón,fraile frailuco, fraile frailón.

El movimiento dracófilo no se había propagadoa las provincias. El piadoso Agaric buscaba elmotivo sin poder encontrarlo, cuando el viejoCornamuse se lo reveló:

-He adquirido la prueba -suspiró el monje deConils- de que el tesorero de los dracófilos, el duquede Ampoule, compró fincas en Marsuinia con losfondos reunidos para la propaganda.

Faltaba dinero para todo. El príncipe de losBoscenos, que había perdido su cartera, veíaseobligado a usar de recursos que repugnaban a sucarácter impetuoso. La vizcondesa Oliva se hacíapagar bien. Cornamuse aconsejó que se redujeran lasmensualidades de la señora.

-Es muy útil -insinuó el piadoso Agaric.-No lo dudo -replicó Cornamuse-, pero nos

arruina y compromete la causa.Un cisma desgarraba el dracofilismo. La

desaveniencia reinaba entre los consejeros. Unosquerían que se adoptara la política de Bigourd y delpiadoso Agaric, y se fingiera el propósito de

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reformar la República. Otros, fatigados por tan largodisimulo, resolvían proclamar la cresta del dragón yjuraban vencer con esta enseña.

Estos alegaban la conveniencia de las situacionesclaras y la imposibilidad de fingir durante largotiempo. Ciertamente, comenzaba el público a ver latendencia oculta de los sediciosos y comprendía quelos partidarios del almirante se proponían destruirhasta los cimientos de la Cosa Pública.

Se dijo que desembarcaría el príncipe en elpuerto de La Crique para entrar en Alca sobre uncaballo verde. Estos rumores exaltaron a los frailesfanáticos, alegraron a los aristócratas pobres,complacieron a las mujeres de los judíos opulentos yllenaron de esperanza el corazón de los tenderoshumildes; pero muy pocos entre ellos se mostrabandispuestos a pagar los beneficios imaginados conuna catástrofe social y con el quebranto del créditopúblico. Aún eran menos numerosos los quehubieran arriesgado en el asunto su dinero, sutranquilidad, su libertad o solamente una hora de susgoces. Por el contrario, los obreros se hallabandispuestos, como siempre, a ceder un día de jornal ala República. En los arrabales se formaba una sordaresistencia.

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-El pueblo está con nosotros -decía el piadosoAgaric.

Pero a la salida del trabajo, los hombres, lasmujeres y los niños bramaban:

-fraile frailuco, fraile frailón.¡Muera Chatillón!

En cuanto al Gobierno, mostraba aún ladebilidad, la indecisión, la indiferencia, la incuria,comunes a todos los Gobiernos y que sóloabandonan para entregarse ciegamente a la violencia.Tres frases lo definían: "El Gobierno lo ignoratodo." "El Gobierno no quería nada." "El Gobiernono tenía fuerzas para nada.

Sumergido en su palacio presidencial, Formosese complacía en mostrarse ciego, mudo, sordo,enorme, invisible y encastillado en su orgullo.

El vizconde Oliva aconsejaba que se hiciera unpostrer llamamiento de fondos, y que se tantease larebelión mientras aún hervía el espíritu público.

Un Comité ejecutivo, nombrado por sí mismo,decidió disolver la Cámara de Diputados y estudiólos medios y los recursos.

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Fíjóse una fecha: el 28 de julio. Brillaba el solespléndido. Frente al palacio legislativo pasaban lasmujeres con sus cestas. Los vendedores ambulantespregonaban los melocotones, las peras y las uvas, ylos caballos de los alquilones, con el hocico metidoen el morral, trituraban el pienso. Nadie aguardabanada, no porque la intentona fuera un secreto, sinoporque la noticia parecía inverosímil. Nadie creíaposible una revolución, de donde se deduce quenadie la deseaba. A las dos comenzaron a entrardiputados, pocos, inadvertidos, por el postigo delpalacio. A las tres se formaron algunos grupos dehombres astrosos. A las tres y media, compactasmuchedumbres desembocaron por las callesadyacentes y se desparramaron por la plaza le laRevolución, que pronto estuvo invadida totalmentepor un océano de sombreros blandos. Y la masa demanifestantes, acrecida sin cesar por los curiosos,atravesó el puente amenazadora como un oleajetempestuoso. Voces, rugidos, cánticos, turbaron lacalma del ambiente sereno. "¡Viva Chatillón!¡Mueran los diputados! ¡Abajo la República!

El batallón sagrado de los dracófilos, conducidopor el príncipe de los Boscenos, entonaba el cánticoaugusto:

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¡Loor a Crucho,siempre valiente,desde la cunasabio y prudente!

El silencio absoluto en que yacía el edificio y laausencia de guardias, a un tiempo animaba ycontenía a la muchedumbre. De pronto, una vozformidable gritó:

-¡Al asalto!Y se vio la forma gigantesca del príncipe de los

Boscenos erguida sobre el muro que servía de zócaloa la verja formada por lanzas y alcachofas de hierro.Detrás de él avanzaron sus amigos, y el pueblo lossiguió. Unos intentaron abrir boquetes en el muro, yotros, que se esforzaron por arrancar las alcachofas ylas lanzas, lo consiguieron en algunos puntos. Variosinvasores cabalgaban ya sobre el caballete del murodesguarnecido. El príncipe de los Boscenos agitabauna inmensa bandera verde. De pronto lamuchedumbre vaciló y prorrumpió enexclamaciones dolorosas. La guardia de policía y loscoraceros de la República salieron a la vez por todaslas puertas del palacio y formaron columna al pie del

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muro, que fue abandonado al instante. Pasado uninterminable momento de angustia, se oyeron crujirlas armas, y la guardia de policía, con bayonetacalada, cargó contra los sediciosos. Minutos después,sobre la plaza abandonada, cubierta de bastones ysombreros, reinó un silencio siniestro. Otras dosveces los dracófilos trataron de atacar, y las dosveces fueron rechazados. El motín estaba vencido.Pero el príncipe de los Boscenos, en pie sobre elmuro que rodea el palacio, empuñaba la bandera yderribaba uno tras otro a cuantos pretendíanacercársele. Por fin perdió el equilibrio, cayó sobreuna alcachofa de hierro y quedó enganchado, sinabandonar el estandarte de los Dracónidas.

Al día siguiente de aquella jornada, los ministrosde la República y los miembros del Parlamentoresolvieron dictar medidas enérgicas. En vano elpresidente Formose quiso eludir responsabilidades:el Gobierno propuso la destitución del almirantecomo faccioso, enemigo del bien público, traidor,etc., etc.

La noticia satisfizo a los compañeros de armasde Chatillón, envidiosos de su fortuna, que pocashoras antes le adulaban aún. Entre la burguesía

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conservaba el héroe su popularidad, y en losbulevares oíase con frecuencia el himno libertador.

Los ministros, preocupados, quisieron acusar aChatillón ante el Tribunal Supremo, pero no sabíannada, carecían de pruebas, y permanecían en esatotal ignorancia peculiar de los hombres. Sentíanseincapaces de formular contra Chatillón cargos deimportancia. Sólo aportaron a la acusación ridículosembustes de sus espías. La parte que había tomadoen la conjura y sus relaciones con el príncipe Cruchoeran el secreto de treinta mil dracófilos. Losministros y los diputados tenían sospechas, casicertidumbres, pero les faltaban comprobantes. Elfiscal del Tribunal Supremo dijo al ministro deJusticia: "Con muy poco entablaría yo un procesopolítico, pero no tengo nada, y esto no es bastante."El asunto no prosperó. Los enemigos de laRepública se regocijaron.

.El 18 de septiembre, por la mañana, circuló enAlca la noticia de que Chatillón había huido. Lasorpresa y la inquietud se apoderaron de todos.Dudaban, porque no lo comprendían.

Ocurrió del modo siguiente:Un día que se hallaba, como por casualidad, en

el despacho de Barbotán, ministro del Interior, el

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valiente vicealmirante Volcanmoule, dijo con suacostumbrada franqueza:

-Señor Barbotán, vuestros colegas no meparecen muy avisados. Ese imbécil de Chatillón lesinfunde un miedo de todos los demonios.

El ministro, en señal negativa, hizo oscilar laplegadera que tenía en la mano.

-¡A qué ocultarlo? -replicó Volcanmoule-. Nosabéis cómo libraros de Chatillón. No os atrevéis aacusarle ante el Tribunal Supremo porque no estáisseguros de reunir suficientes pruebas. Bigourd ledefendería, y Bigourd es un hábil abogado... Hacéisbien, seiior Barbotán. Obráis cuerdamente. Sería unprocesó peligroso.

-¡Ay, amigo mío! -dijo el ministro en tono ligero-. Si supierais qué poco nos intranquiliza... Recibo demis prefectos informes que no dejan lugar al másleve temor. El buen sentido de los pingüinos hastapara juzgar las intrigas de un soldado rebelde. ¿Sepuede suponer, ni un instante que un gran pueblo,un pueblo inteligente, laborioso, aferrado a lasinstituciones liberales...?

Volcanmoule interrumpió:-¡Ah! Si yo estuviese de humor os sacaría de

apuros, escamotearía a Chatillón como en un juego

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de cubiletes. De pronto, no le dejaría parar hastaMarsuinia.

El ministro afinó el oído.-¡Es tan fácil! -prosiguió el hombre de mar- En

un santiamén os libraría de esa bestia... Pero ahoratengo otras preocupaciones... He perdido unacantidad considerable al bacará. Necesito muchodinero. El honor es ante todo. ¡Por vida del diablo!

El ministro y el vicealmirante se miraron confijeza y en silencio. Después, Barbotán dijoautoritario:

-Vicealmirante Volcanmoule, os ordeno que noslibréis de un soldado peligroso. La honra de laPingüinia os lo exige, y el ministro del Interior osfacilitará los recursos que necesitéis para satisfacervuestras deudas de juego.

Aquella misma noche, cariacontecido ymisterioso, Volcanmoule visitó a Chatillón.

-¿Por qué pones una cara tan compungida? -exclamó inquieto el almirante...

Y Volcanmoule dijo con lastimosa entereza:-Camarada, ¡todo está descubierto! El Ministro

ya tiene pruebas.Chatillón desmayaba y Volcanmoule proseguía:

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-Es posible que te prendan si no andas ligero. -Sacó el reloj-. No puedes perder ni un minuto.

-¿No dispondré del tiempo indispensable paradespedirme de la vizcondesa Oliva?

-¡Sería una locura! -dijo Volcanmoule, mientrasle presentaba un pasaporte y unas gafas azules-.¡Valor, amigo!

-¡Lo tendré!-¡Adiós, camarada!-¡Te debo la vida!-Sí. No mereces menos.Al cuarto de hora, el valeroso almirante huía de

la ciudad de Alca.Embarcó de noche en el puerto de La Crique.

Un barco velero le transportaba a Marsuinia, pero aocho millas de la costa fue capturado por un "aviso"que navegaba con los fuegos apagados, protegidopor el pabellón de las Islas Negras, cuya reina sentíapor el gallardo almirante un apasionamientoinextinguible y fatal.

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VII. CONCLUSION

Nunc est bibendum- Libre de sus temores ysatisfecho de haber escapado a un gran peligro, elGobierno resolvió celebrar con fiestas populares elaniversario de la regeneración pingüina y deladvenimiento de la República.

El presidente Formose, los ministros, losmiembros de la Cámara y del Senado se hallabanpresentes en la ceremonia.

El generalísimo del ejército pingüino se presentócon uniforme de gala, y lo aclamaron.

Precedidas por el estandarte negro de la miseriay por el estandarte rojo de la rebeldía, desfilaron lasdelegaciones obreras, indómitas y tutelares.

El presidente, los ministros, los diputados, losmagistrados, los empleados y los jefes del ejército,en su nombre y en el del pueblo soberano,confirmaron el antiguo juramento de vivir libres omorir. Era una alternativa que se impusieronresueltamente, pero preferían vivir libres. Hubofestejos, discursos y cánticos.

Al retirarse las representaciones del Estado, lamuchedumbre de los ciudadanos se disgregó

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tranquila y lentamente a los gritos: "¡Viva laRepública! ¡Viva la libertad! ¡Abajo los bonetes!

Los periódicos sólo dieron cuenta de unaccidente lastimoso en aquella jornada. El príncipede los Boscenos fumaba tranquilamente un cigarroen la Pradera de la Reina cuando desfiló por allí lacomitiva oficial. El príncipe acercóse al coche de losministros y gritó con voz atronadora: "¡Muera laRepública!" Fue inmediatamente detenido por losagentes de Policía, a los cuales opuso la másdesesperada resistencia. Derribó algunos a sus pies ysucumbió por fin al numero. Contuso, despellejado,amoratado, desfigurado, hasta el punto de noreconocerle su propia esposa, fue arrastrado por lascalles, donde la gente cantaba y reía con alborozo,hasta una prisión oscura.

Los magistrados instruyeron minuciosamente elproceso de Chatillón. Aparecieron en el despachodel almirante cartas reveladoras de las intencionesdel reverendo padre Agaric. La opinión pública sedesencadenó contra los frailes, y el Parlamento votóseguidamente una docena de leyes que restringían,disminuían, limitaban, precisaban, suprimían,menoscababan y cercenaban sus derechos,

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inmunidades, franquicias, privilegios y rentas, y lescreaban incapacidades múltiples y dirimentes.

El reverendo padre Agaric soportó con enterezael rigor de las leyes -por las cuales quedabapersonalmente atacado, alcanzado, lastimado-, y lacaída espantosa del almirante, consecuencia de susmanejos.

Pero en vez de someterse a la adversa fortuna, lacontempló sereno como a una desconocida pasajera,y formó nuevos planes políticos más atrevidos quelos anteriores.

Cuando hubo madurado suficientemente susproyectos, una mañana se fue al bosque de Conils.Un mirlo silbaba sobre la copa de un árbol; un erizoiba, con lentitud, de un lado al otro del sendero. Y,mientras Agaric avanzaba presuroso a paso largo,repetía frases confusas al compás de sus zancadas.

Llegado al umbral del laboratorio, donde unindustrioso fraile destiló durante muchos añosprósperos el dorado licor de Santa Orberosa, vio eledificio solitario y la puerta cerrada. Deslizóse a lolargo de la tapia y encontró en la parte posterior alvenerable Cornamuse, que, con los hábitosrecogidos, se encaramaba por una escalera apoyadaen el muro.

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-¿Sois vos, amigo mío? -le preguntó-. ¿Quéhacéis ahí?

-Ya lo veis -respondióle con voz débil ydolorosa mirada-. ¡Entro en mi casa!

Sus pupilas rojas ya no remedaban el brillotriunfal del rubí; sus reflejos eran opacos y turbios.Su rostro había perdido la plenitud de la dicha. Labrillantez de su cráneo ya no era el encanto de losojos, porque un sudor tenaz y manchones rojizosalternaban la inestimable perfección de su bruñidasuperficie.

-No comprendo -dijo Agaric.-Pues no es difícil de comprender. Ahí tenéis las

consecuencias de vuestra conjuración. Acosado poruna multitud de leyes, eludí la mayoría, pero algunasme han lastimado. Estos hombres vengativoscerraron mi laboratorio y mis almacenes,confiscaron mis botellas, mis alambiques y misretortas, sellaron mi puerta y para entrar he dehacerlo, como veis, por la ventana.

Difícilmente saco alguna vez el jugo de lasplantas, en secreto, con aparatos que los máshumildes fabricantes de aguardiente despreciarían.

-Sufrís la persecución -dijo Agaric-. A todos nosalcanza.

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El fraile de Conils se llevó una mano a su frentedesolada.

-De sobra os lo anuncié, y no me atendisteis,hermano Agaric. Bien sabía yo que vuestropropósito era muy arriesgado.

-Nuestra derrota es pasajera -replicó vivamenteAgaric-. Depende sólo de causas accidentales y laoriginan puras contingencias. Chatillón era unimbécil y se ahogó en su propia ineptitud.Escuchadme, hermano Cornamuse: no debemosperder ni un momento para libertar al pueblopingüino. Hay que librarle de sus tiranos y de supropia locura. Restauraremos la cresta del dragón,restableceremos el antiguo régimen para honra de laIglesia y exaltación de la santa fe católica. Chatillónera un auxiliar inconsciente y se nos ha roto entre lasmanos. Reemplacémosle por un verdadero y firmeapoyo. Tengo ya elegido al hombre que destruiría lademocracia impía. Es un personaje civil: es Gomoru.Los pingüinos le adoran. Ya hizo traición a supartido por un plato de lentejas. ¡Un hombre así nosconviene! 'Cuando Agaric le decía esto, el fraile deConils se metía por la ventana y retiraba la escalera.

-¡Me lo temía! -respondió mientras asomaba lanariz entre los postigos entornados-. No pararéis

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hasta que nos expulsen a todos de esta bella, floriday suave tierra pingüina. Buenas noches. Que osguarde Dios.

Agaric, plantado al pie del muro, rogó a sucompañero que le escuchara un instante:

-Comprended mejor vuestros intereses,Cornamuse. La Pingüinia es nuestra. ¿Qué nos faltapara conquistarla? Un esfuerzo, sólo un pequeñoesfuerzo... Un sacrificio minúsculo, algún dinero y...

Sin oír más, el fraile de Conils retiró la nariz ycerró la ventana.

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LIBRO SEXTO

LOS TIEMPOS MODERNOS: EL PROCESODE LAS OCHENTA MIL PACAS DE

FORRAJE

I. EL GENERAL GREATAUK, DUQUE DESKULL

Poco después de la huida del almirante, un judíode modesta familia, llamado Pyrot, anheloso derozarse con personas aristocráticas y deseoso deservir a la Patria, siguió una carrera militar.

El ministro de la Guerra, Greatauk, duque deSkull, le tenía ojeriza y le reprochaba su constancia,su nariz picuda, su vanidad, su aplicación, susgruesos labios y su inquebrantable disciplina. En

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cuanto se hacían averiguaciones para descubrir alautor de un desaguisado, Greatauk insinuaba:

-Debe de ser Pyrot.Un día, el general Panther, jefe del Estado

Mayor, enteró a Greatauk de un asunto grave.Habían desaparecido, sin que dejara el robo lamenor huella, ochenta mil pacas de forraje.

El general Greatauk exclamó inmediatamente:-¡Sin duda, Pyrot las ha robado!Quedóse unos instantes pensativo, y luego

añadió:-Cuanto más lo pienso, más arraiga mi sospecha,

mi certidumbre. Indudablemente, Pyrot ha robadoesas ochenta mil pacas de forraje. Se ve su mano eneste negocio. Las ha vendido muy baratas a nuestrosenemigos encarnizados, los marsuinos. ¡Traicióninfame!

-Es cierto -dijo Panther-. Sólo falta probarlo.Aquella tarde, al pasar frente al cuartel de

Caballería, el príncipe de los Boscenos oyó cantar aunos coraceros que barrían el patio:

Boscenos es un gorrino,con el que haremos jamones,embuchados y salchichas

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para que coman los pobres.

Le pareció contrario a la disciplina que dosreclutas de servicio entonaran una canción, a la vezdoméstica y revolucionaria, que los obrerosguasones vociferaban en los días de motín. Lamentócon aquel motivo la decadencia moral del Ejército, ysonrió amargamente al reflexionar que su antiguocamarada Greatauk, jefe superior de la milicia, lainstruía en bajezas inspiradas por los rencores de unGobierno antipático. Se prometió restablecer lamoralidad en el más breve plazo y dijo para sí:

"A ese granuja de Greatauk no le durará muchoel ministerio.

Era el príncipe de los Boscenos el másirreconciliable adversario de la democracia moderna,del pensamiento libre y del régimen que lospingüinos implantaron por su propia voluntad.

Sentía un odio implacable y leal contra losjudíos, y laboraba en público y en secreto, noche ydía, para restaurar la sangre de los Dracónidas. Lascomplicaciones de sus asuntos particulares, cuyasituación empeoraba de hora en hora, exaltaban másy más su monarquismo apasionado, y sólo se veríalibre de agobios pecuniarios cuando el descendiente

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de Draco el Grande fuese aclamado en Alca paraocupar el trono de Pingüinia.

Llegado a su hotel, sacó el príncipe de su caja decaudales, donde sólo había papeles viejos, unpaquete de cartas, correspondencia particular muysecreta que le agenció años atrás un sirviente desleal,donde se probaba que Greatauk, duque de Skull,había trapicheado con las provisiones del Ejército yaceptado de un industrial, cuyo nombre era Maloury,una pequeña retribución acaso más vergonzosa porsu misma insignificancia.

El príncipe releyó aquellas cartas con ávidacuriósidad, las volvió a guardar en la caja de valoresy encaminóse hacia el ministerio de la Guerra.Estaba resuelto. Al oír que el ministro no recibía,empujó a los porteros, derribó a los ordenanzas,pisoteó a los empleados civiles y militares, abrió apuñetazos las puertas y entró en el despacho deGreatauk.

-Hablemos breve y claro -le dijo-. Tú eres unviejo libertino, pero esto no me importa. Quise quele cortaras los vuelos al general Monchin, almaendemoniada de los republicanos, y te negaste acomplacerme. Te pedí que dieras un mando algeneral Clapiers, amigo de los Dracónidas, con el

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cual me hallo personalmente obligado, y te negaste acomplacerme. Te rogué que relevaras al generalTandem, gobernador militar de Port-Alca, quedespués de robarme cincuenta luises en el bacará meencarceló y me hizo comparecer ante el TribunalSupremo como supuesto cómplice del almiranteChatillón, y te negaste a complacerme. Solicité lossuministros de la avena y el salvado, y te negaste acomplacerme. Aspiré a representar una misiónsecreta a Marsuinia, y te negaste a complacerme. Nosatisfecho con oponer a mis pretensiones unainvariable negativa, me has presentado a tus colegasdel gobierno como un individuo peligroso a quien esconveniente vigilar, y por tu culpa me veo siemprehostigado por la Policía. Ya nada te pido y sólovengo a decirte una palabra: "¡Vete!" Se te conocedemasiado. Además, para reemplazarteimpondremos a tu cochina Cocina Pública uno delos nuestros. Ya sabes que no hablo por hablar. Sidentro de veinticuatro horas no has presentado ladimisión, publicaré en los periódicos las cartas de tusnegocios con Maloury.

Greatauk, reposado y sereno, le dijo:-Tranquilízate, idiota. Precisamente acabo de

planear un asunto importante. Meteremos en

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presidio un indio. Los Tribunales van aentendérselas con Pyrot, responsable del robo deochenta mil pacas de forraje.

El furor del príncipe se calmó con esta noticia.-¿Es verdad?-Es indudable.Te felicito, Greatauk. Pero como contigo

siempre hay que tomar precauciones, publicaré hoymismo lo que me dices. Esta misma noche todos losperiódicos de Alca darán la noticia delencarcelamiento de Pyrot. Y murmuró mientras sealejaba:

-¡Pyrot! Siempre supuse que acabaría mal.Un momento después, el general Panther se

presentaba en el despacho de Greatauk:-Señor ministro, acabo de examinar el asunto de

las ochenta mil pacas de forraje y no apareceninguna prueba contra Pyrot.

-Pues la Justicia exige una prueba contra el judío- respondió Greatauk. Ordenad el arresto de Pyrot.

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II. PYROT

Toda la Pingüinia, horrorizada, se enteró delcrimen de Pyrot. Al mismo tiempo sentíase unaespecie de gozo al saberse que aquella sustraccióntraidora, rayana en el sacrilegio, había sido cometidapor un judío. Para comprender este sentimiento, hayque darse cuenta del estado de la opinión pública enlo que se refiere a los judíos más o menos opulentos.

Como ya tuvimos ocasión de decirlo en lapresente historia, la casta de especuladoresuniversalmente execrada y soberanamente poderosa,se componía de cristianos y de judíos. Los judíosque formaban parte de ella y contra los cuales dirigíael pueblo sus odios, eran los adinerados: poseíaninmensas fortunas y detentaban, al decir de lasgentes, más de un tercio del tesoro pingüino.

Aparte de esta casta temible, la muchedumbre delos judíos de modesta condición era también odiosa,pero mucho menos temida. En todo Estado bienregido la riqueza es cosa sagrada y en lasdemocracias es la única cosa sagrada. El Estadopingüino era democrático: tres o cuatro Empresasmonopolizadoras ejercían un poder más amplio y,sobre todo, más efectivo y constante que los

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ministros de la República, a los cuales manejabansecretamente y les obligaban, por intimidación o porcorrupción, a favorecerles en perjuicio del Estado, ycuando algún ministro se resistió le inutilizaron conmiserables calumnias en la Prensa.

Estos manejos, realizados mañosamente, setraslucían, sin embargo, lo bastante para indignar alpaís; pero los burgueses pingüinos, tanto losacaudalados como los modestos, concebidos yeducados en el respeto al dinero y teniendo todosalgo que guardar, poco o mucho, sentíanfirmemente la solidaridad de los capitales,convencidos de que las fortunas humildes nopeligran cuando las grandes están aseguradas.Semejante convicción les permitía respetarigualmente los millones israelitas y los millonescristianos, y como en su espíritu privaba más elinterés del lucro que la aversión de raza, no seatrevieron a tocar ni un solo cabello de losopulentos judíos execrados. Los demás judíos leseran indiferentes, y sólo cuando veían alguno caídolo pisoteaban.

Por esto la nación entera supo con implacablegozo que el traidor era un judío en el cual se podían

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vengar de todo Israel sin comprometer el créditopúblico.

Casi nadie puso en duda que Pyrot hubieserobado las ochenta mil pacas de forraje. No se dudó,por ser en absoluto ignorado este negocio, y la dudanecesita motivos, pues no es posible dudar sinmotivos como lo es creer sin ellos. No se dudó,porque deseaban que Pyrot fuese culpable, y se creefácilmente lo que se desea. No se dudó, porque lafacultad de dudar no es común, sus gérmenes no sedesarrollan sin cultura.

Por ser exquisita, rara, inmoral, filosófica,trascendental, monstruosa, malévola, dañina a laspersonas y a los bienes, contraria a la organizaciónde los Estados y a la prosperidad de los imperios,funesta a la Humanidad, destructora de los dioses,horror del cielo y de la tierra, la duda no arraigaba enla muchedumbre de los pingüinos. Tenían fe en laculpabilidad de Pyrot y esta fe se convirtió pronto enuno de los principales artículos de sus creenciasnacionales y en una de las verdades esenciales de susímbolo patriótico.

Pyrot fue juzgado secretamente, y fuecondenado.

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El general Panther informó de la terminación delproceso al ministro de la Guerra.

-Por fortuna -dijo-, la certidumbre de los juecessuplió la falta de pruebas.

-¡Pruebas! -murmuró Greatauk-. ¡Pruebas! ¿Quéprueban las pruebas? No hay más que una pruebasegura, irrefutable: la confesión del procesado.¿Pyrot confesó?

-No, mi general.-Confesará; debe hacerlo, Panther: es preciso

decidirle a que lo haga. Decidle que le conviene.Prometedle que, si confiesa, obtendrá favores,disminución de la pena, indulto. Prometedle que siconfiesa se le declarará inocente y hasta que lecondecoraremos. Despertad sus honradossentimientos. Que confiese por patriotismo, por labandera, por el orden, por el respeto a la jerarquía,por mandato especial del ministro de la Guerra,¡militarmente!... Decidme, Panther: ¿es posible queno haya confesado aún? Porque hay confesionestácitas: el silencio es una confesión.

-Mi general, Pyrot no se calla. Grita como unenergúmeno y vocifera que es inocente.

-Panther, las confesiones de un culpable resultana veces de la vehemencia de sus negativas. Negar

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desesperadamente, es confesar. Pyrot ha confesado.Sólo faltan los testigos de sus confesiones. LaJusticia lo exige.

Había en la Pingüinia occidental un puerto demar llamado La Crique, .formado por tres pequeñasensenadas en otro tiempo frecuentadas por grandesnavíos y al presente solitarias y arenosas.Extendíanse por la costa baja lagunas de aguascorrompidas que exhalaban un hedor insoportable, yla fiebre se cernía sobre las aguas adormecidas.Elevábase allí, a la orilla del mar, una torre cuadradasemejante al antiguo Campanile" de Venecia, enuno de cuyos costados y a bastante altura, delextremo de una cadena sujeta a una viga transversalcolgaba un jaulón donde en tiempo de losDracónidas encerraban los inquísidores de Alca a lossacerdotes heréticos. En aquel jaulón, olvidadodurante trescientos años, fue metido Pyrot. Lecustodiaban sesenta cabos de vara alojados en latorre, que no le perdían de vista ni un instarte yanotaban sus palabras y sus movimientos en unminucioso informe que presentarían al ministro de laGuerra, porque Greatauk, escrupuloso y prudente,quería confesiones a todo trance. A pesar de su

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extendida reputación de imbécil, Greatauk era enrealidad un hombre prudente y previsor.

Entretanto, Pyrot, abrasado por el sol, devoradopor los mosquitos, empapado por la lluvia, elgranizo y la nieve, yerto de frío, sacudidofuriosamente por el huracán, obsesionado por losgraznidos siniestros de los cuervos que se posabansobre su jaulón, escribía su inocencia en pedazos decamisa con un palillo de los dientes tinto en sangre.Aquellos trapos se hundían en el mar o eranrecogidos por los carceleros. Algunos llegaron alpúblico, pero las protestas de Pyrot no convencían anadie, porque ya se habían publicado susconfesiones.

III. EL CONDE MAUBEC DE LADENTDULYNX

Las costumbres de los judíos vulgares no eransiempre puras; con frecuencia se dejaban arrastrarpor todos los vicios de la civilización cristiana yconservaban sólo de la edad patriarcal el respeto alos lazos de la familia, la adhesión a los intereses dela tribu. Los hermanos, los hermanastros, los tíos,

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los primos, sobrinos en todos los grados, agnados ycognados de Pyrot en número de setecientos,abrumados por la pena que afligía a uno de lossuyos, se encerraron en sus casas, se cubrieron deceniza y, bendiciendo la mano que los castigaba,durante cuarenta días guardaron un austero ayuno.Luego se bañaron y resolvieron obtener,persiguiéndola sin descanso, a costa de todas lasfatigas y a través de todos los peligros, lademostración de una inocencia, de la cual nodudaban. ¿Cómo era posible que dudasen? Lainocencia de Pyrot se els revelaba como se habíarevelado su crimen a la pingüinia cristiana; porqueestas cosas que se mantienen ocultas revisten uncarácter místico y toman la autoridad de las verdadesreligiosas.

Setecientos pyrotinos empezaron a trabajar contanto celo como prudencia, y secretamente hicieronminuciosas investigaciones. Estaban en todas partesy no se los veía en parte alguna. Hubiérase dicho deellos que, semejantes al piloto de Ulises, andabanlibremente por las entrañas de la tierra. Penetraronen las oficinas del ministerio valiéndose de disfraces,sonsacaron a los jueces, a los escribanos y a lostestigos del proceso. Entonces apareció la sabiduría

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de Greatauk: los testigos no sabían nada, los jueces ylos escribanos tampoco sabían nada. Algunosemisarios consiguieron llegar hasta Pyrot, y leinterrogaron ansiosamente entre los interminablesrugidos del mar y la ronca gritería de los cuervos.Todo fue inútil: tampoco el condenado sabía nada.Los setecientos pyrotinos no podían destruir laspruebas de la acusación, porque no podíanconocerlas, y no podían conocerlas porque noexistían. La culpabilidad de Pyrot era indestructibleporque no era nada. Con orgullo legítimo, Greatauk,expresándose como verdadero artista, dijo en ciertaocasión al general Panther: "El proceso es una obramaestra: se hizo de nada." Los setecientos pyrotinosse desesperaban, temerosos de que no lograríanesclarecer jamás aquel tenebroso asunto, cuando depronto descubrieron por una carta robada que lasochenta mil pacas de forraje no habían existidonunca, que un aristócrata de los más distinguidos, elconde Maubec, las vendió al Estado y recibió suimporte, pero no las pudo entregar porque,descendiente de los más ricos propietarios rurales dela antigua Pingüinia, heredero de los Maubec de laDentdulynx, poseedores en otro tiempo de cuatroducados, sesenta condados, seiscientos doce

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marquesados, baronías y señoríos, no disponía deterrenos ni como la palma de la mano y eraimposible que cortara un solo haz de forraje en susdominios. Que algún propietario rural o algúncomerciante le fiara ni una brizna, era increíble,porque todo el mundo, excepto los ministros delEstado y los funcionarios del Gobierno, considerabamás fácil sacar aceite de un guijarro que un céntimodel bolsillo de Maubec.

Los setecientos pyrotinos, después de unainvestigación minuciosa acerca de los recursospecuniarios del conde Maubec de la Dentdulynx,comprobaron que los principales ingresos de aquelaristócrata provenían de una casa donde señorasgenerosas daban dos jamones a cambio de unasalchicha. Entonces le denunciaron públicamentecomo culpable de la desaparición de las ochenta milpacas de forraje, por cuyo motivo había sidocondenado y enjaulado un inocente.

Maubec era de una ilustre familia emparentadacon los Dracónidas, y nada es tan estimable para losdemócratas como la nobleza de nacimiento. Maubechabía servido en el Ejército, y los pingüinos, desdeque todos eran soldados, amaban su Ejército hasta laidolatría. Maubec había recibido en el campo de

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batalla una cruz, que es el símbolo del honor entrelos pingüinos, más que la misma fidelidad marital.Toda la Pingüinia se declaró a favor de Maubec, y lavoz del pueblo reclamó el castigo de los setecientospyrotinos calumniadores.

Maubec era aristócrata, y desafió a lossetecientos pyrotinos a espada, sable, pistola,carabina y bastón.

"Cerdos indecentes -les escribió en una cartafamosa-, crucificasteis a mi Dios y ahora queréis mipiel. Os prevengo que no seré tan manso comoCristo, que os cortaré vuestras mil cuatrocientasorejas. Recibid la puntera de mi bota en vuestrossetecientos traseros.

El jefe del Gobierno era entonces un campesinollamado Chorrodemiel, hombre de mucha suavidadpara, con los ricos y los poderosos, duro para conlas pobres gentes, cobarde y desconocedor decuanto no fuera su particular conveniencia. Por unadeclaración pública garantizó la virtud y el honor deMaubec y denunció ante los Tribunales a lossetecientos pyrotinos, que fueron condenados comodifamadores a penas aflictivas, a multas enormes y alos daños y perjuicios que reclamaba su víctimainocente.

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Todo hacía suponer que Pyrot no se vería nuncalibre del jaulón sobre el cual se posaban los cuervos.

Pero los pingüinos insistieron en que se probarala culpabilidad del judío, al ver que de las pruebasalegadas algunas eran inciertas y otrascontradictorias. Varios oficiales del Estado Mayormostraban mucho interés, y otros falta de prudencia.Mientras Greatauk guardaba un admirable silencio,el general Panther publicaba todas las mañanas enlos periódicos la culpabilidad del condenado.Hubiera hecho mejor en callarse: no haydemostración de lo evidente. Tantos razonamientosperturbaban las inteligencias. La fe, siempre viva,dejó de ser firme y serena. Cuantas más pruebasdaban a la muchedumbre, más pruebas pedía.

Pero el peligro de probar demasiado no fueragrande a no haber en Pingüinia, como en todo elmundo, cerebros dispuestos para el libre examen,capaces de discernir un asunto difícil y propensos ala duda filosófica. No abundaban, no estabandispuestos a hablar ni el público preparado paraoírlos. Los judíos opulentos, los millonarios israelitasde Alca, decían, cuando se les hablaba de Pyrot: "Nolo conocemos", pero se preocupaban por salvarle.Mantenían la prudencia inherente a su fortuna con la

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esperanza de que otros fuesen menos tímidos. Sudeseo debía cumplirse.

IV. COLOMBAN

Algunas semanas después de la condena de lossetecientos pyrotinos, un hombrecillo miope,cejijunto, muy barbado, salió una mañana de su casacon una cubeta de engrudo, una escalera y un rollode carteles. Recorría las calles y fijaba en las fachadaspasquines donde se leía impreso con letras grandes:

PYHOT ESINOCENTE.MAUBEC ESCULPABLE.

No era su oficio el de fijador de carteles. Sellamaba Colombán. Autor de ciento sesentavolúmenes de sociología pingüina, se contaba entrelos más laboriosos y los más estimados escritores deAlca. Después de haberlo reflexionadominuciosamente, seguro de la inocencia de Pyrot, lapublicó de la manera que juzgaba más ruidosa. Puso

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con tranquilidad algunos pasquines en las callespoco frecuentadas, pero al llegar a los barriospopulosos, cada vez que se encaramaba en laescalera loa transeúntes, apiñados en torno suyo,mudos de sorpresa y de indignación, le dirigíanmiradas amenazadoras, que soportaba con la calmainherente a su valor y a su miopía. Apenas volvía laespalda, los porteros y los tenderos arrancaban suscarteles, y seguía cargado con todos sus artefactosentre la curiosidad y la admiración de losmuchachuelos, que, con su cestilla al brazo y sucartera al hombro, no se apresuraban por llegar a laescuela. Fijaba sus carteles obstinadamente.

A las insinuaciones mudas sucedieron lasprotestas y los murmullos, pero Colombán no sedignó ver ni oír nada. Cuando se detuvo en laembocadura de la calle de Santa Orberosa para fijaruno de los papeles que llevaba impreso:

PYHOT ESINOCENTE.MAUBEC ESCULPABLE.

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la multitud, amotinada, dio signos de la más violentacólera "¡Traidor!... ¡Ladrón!... ¡Bandido!... ¡Canalla:",le gritaron. Una mujer abrió la ventana y le vació elcajón de la basura sobre la cabeza. Un cochero lequitó de un latigazo el sombrero, que fue a pararotro lado de la calle, entre las aclamaciones de lamuchedumbre vengadora. Un mozo de carniceríaempujó !a escalera y le derribó con su cubeta deengrudo, su brocha y sus carteles. Los pingüinos,enorgullecidos, a! verle rodar por el suelo sintieron lagrandeza de la patria. Colombán se levantórebozado en inmundicias, lisiado en un codo y en unpie, tranquilo y resuelto.

-Imbéciles -murmuró encogiéndose de hombros.Y se puso en cuatro manos para buscar los lentes,que se le habían perdido al caer. Entonces se vio quesu levita estaba desgarrada desde el cuello hasta losfaldones y su pantalón abierto en la parte trasera.Eso aumentó la animosidad de la muchedumbre.

En la acera de enfrente se abría el bien provistoColmado de Santa Orberosa. Los patriotas cogieronde los escaparates cuanto había y arrojaron contraColombán naranjas, limones, tarros de dulce, librasde chocolate, botellas de licor, y latas de sardinas ysaquitos de judías. Cubierto de sustancias

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alimenticias, contuso y desgarrado, cojo y ciego, sedecidió a huir, perseguido por los aprendices de lostalleres, los mancebos de las tiendas, losvagabundos, los burgueses, los golfos, cuyo númeroaumentaba de minuto en minuto. Rugían todos: "¡Alagua! ¡Muera el traidor! ¡Al agua!", y aquel torrentede torpeza humana despeñado por los bulevares sedetuvo al fin en la calle de San Mael. La Policíacumplió con su deber. Por todas las bocacallesllegaban agentes que, con la mano izquierda en lavaina del sable, corrían para ponerse a la cabeza delos perseguidores. Alargaban ya sus brazos enormeshacia Colombán cuando se les escapó de pronto,sumergido en una alcantarilla.

Allí pasó la noche sentado en la oscuridad juntoa las aguas fangosas. Entre ratas inmundas meditabasus propósitos. Su corazón generoso rebosabaenergía y piedad. Cuando el alba le acarició con suspálidas luces, se levantó y dijo: "Preveo que la batallaserá dura.

Luego redactó un escrito, donde exponíaclaramente que Pyrot no pudo robar al ministerio dela Guerra ochenta mil pacas de forraje que nohabían existido, puesto que Maubec las cobró sinllegar a entregarlas. Colombán hizo repartir aquellas

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hojas por las calles de Alca. El populacho negóse aleerlas y las rompió colérico. Los tenderosamenazaban con el puño a los repartidores, quehuían perseguidos por los escobazos de las furiasfamiliares. Exaltáronse más y más, y la efervescenciaduró todo el día. Por la noche grupos de hombresmal encarados y andrajosos recorrían las calles yvociferaban:

-¡Muera Colombán!Algunos patriotas arrebataron a los repartidores

los paquetes de impresos para quemarlos en lasplazas públicas, y bailaron en torno de aquellashogueras, locos de alegría, con mozas que serecogían las faldas hasta el vientre.

Los más apasionados fueron a romper loscristales de la casa donde Colombán vivía del frutode su trabajo desde cuarenta años atrás, en unacalma y una placidez inmensas.

Las Cámaras se estremecieron y preguntaron alpresidente de la República qué medidas pensabatomar para reprimir los odiosos atentados cometidospor Colombán contra el honor del Ejército y latranquilidad de la Pingüinia.

Chorrodemiel condenó la audacia impía deColombán, y dijo, entre los aplausos de los

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legisladores, que aquel hombre sería conducido antelos Tribunales para responder de su infame libelo.

El ministro de la Guerra, llamado a la tribuna,compareció transfigurado. No tenía, como antes, elaspecto de una oca sagrada de las ciudadespingüinas: erizado, con el cuello extendido,amenazador, parecía el buitre simbólico agarrado alhígado de los enemigos de la patria. Entre el silencioaugusto de la Asamblea, solamente pronunció estafrase lapidaria:

-Juro que Pyrot es un bandido.Y bastó su categórica aclaración, al extenderse

por toda la Pingüinia, para tranquilizar la concienciapública.

V. LOS REVERENDOS PADRES AGARIC YCORNAMUSE

Colombán soportaba, sorprendido y apacible,todo el peso de la reprobación general. Como nopodía salir a la calle sin que le apedrearan, vivíaencerrado en casa y escribía, con una obstinaciónmaravillosa, muchos trabajos en favor del enjauladoinocente. Entre su escaso número de lectores,

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algunos, cosa de una docena, seducidos por susrazonamientos, empezaron a dudar de laculpabilidad de Pyrot y se propusieron convencer asus amigos para que se propagase la claridad quenacía en sus inteligencias. Uno de ellos tratabaíntimamente a Chorrodemiel, y al confiarle susperplejidades aquel patriota le cerró la puerta de sucasa. Otro pidió en una carta abierta explicaciones alministro de la Guerra. Otro, llamado Kardinac ytenido por el más formidable polemista, publicó unterrible libelo. El público se quedó estupefacto. Sedecía que los defensores del traidor estabansubvencionados por los judíos opulentos, se leszahirió con el nombre de "pyrotinos", y los patriotasjuraron exterminarlos. En todo el territorio de laRepública sólo había mil o mil doscientospartidarios del enjaulado, pero la imaginación losadivinaba en todas partes, se temía tropezar conellos en los paseos, en las asambleas, en lasreuniones, en las fiestas mundanas, en las mesasfamiliares, en el lecho conyugal. Media poblacióndesconfiaba de la otra media. La discordia exaltabalos ánimos en Alca.

El padre Agaric, director de un colegio denobles, seguía los acontecimientos con ansiosa

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atención. Las calamidades de la Iglesia pingüina nole habían abatido. Continuaba fiel al príncipe Cruchoy conservaba la esperanza de restablecer sobre eltrono de la Pingüinia al heredero de los Dracónidas.Le parecía que los sucesos desarrollados y los que sepreparaban en el país, a la vez efecto y causa de laopinión enardecida, y las perturbaciones, suresultado inevitable, traídos y llevados con laprudencia profunda de un religioso podíanquebrantar la República y predisponer la Pingüinia ala restauración del príncipe Crucho, cuya piedadprometía consuelo a los fieles. Se puso su anchosombrero negro y se encaminó por el bosque deConils hacia la fábrica donde su venerable amigo elpadre Cornamuse destilaba el licor higiénico deSanta Orberosa. La industria del buen fraile, tancruelmente maltratada en tiempo del almiranteChatillón, renacía de sus ruinas. Oíanse rodar através del bosque los trenes de mercancías, y bajolos cobertizos algunos centenares de huérfanos conblusas azules empaquetaban botellas y llenabancajas.

Agaric encontró al venerable Cornamuse antesus hornos y entre sus retortas. Las pupilas del viejo

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habían recobrado sus fulgores de rubí. La brillantezde su cráneo era, como antes, preciosa y suave.

Agaric felicitó al piadoso destilador por laactividad que animaba de nuevo sus laboratorios ysus talleres.

-Los negocios prosperan, por lo cual doy graciasa Dios -respondió el viejo de Conils-. ¡Ay! La fábricaestaba muerta, hermano Agaric. Como fuisteistestigo de la desolación de mi establecimiento, no hede referírosla.

Agaric esquivó su mirada.-El licor de Santa Orberosa -prosiguió

Cornamuse- triunfa de nuevo pero mi industria esaún incierta y precaria. Las leyes de ruina ydesolación que la hirieron no han sido derogadas ysólo están suspendidas.

El religioso de Conils alzó al cielo sus pupilas derubí. Agaric le puso la mano sobre el hombro:

-¡Qué espectáculo, Cornamuse, nos ofrece ladesventurada Pingüinia! ¡En todas partes ladesobediencia, la independencia, la libertad! Vemostriunfantes a los orgullosos, a los soberbios, a losrevolucionarios. Después de haber desafiado lasleyes divinas se revuelven contra las humanas; ¡tancierto es que para ser un buen ciudadano es

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indispensable ser un buen cristiano! Colombán tratade imitar a Satán. Muchos criminales siguen sufunesto ejemplo, y quieren, en su rabia, rompertodos los frenos, romper todos los yugos, librarse delos lazos más sagrados, escapar a las obligacionesmás saludables. Fustigan a su patria para someterla,pero sucumbirán bajo la animadversión, lavituperación, la indignación, la execración y laabominación pública. Tal es el abismo adonde lescondujo la indiferencia, el libre pensamiento, el libreexamen, la pretensión monstruosa de juzgar por símismos, de tener una opinión suya.

-Es indudable -replicó el padre Cornamuseinclinando la cabeza-. Pero en verdad os confiesoque las preocupaciones de mi negocio particular nome permiten atender a los negocios públicos. Sévagamente que se habla mucho de un llamado Pyrot.Los unos aseguran que es culpable, los otros afirmanque es inocente, y desconozco los motivos queimpulsan a los unos y a los otros para que lespreocupe tanto un asunto que nada les importa.

El piadoso Agaric preguntó ansioso:-¿Dudáis del crimen de Pyrot?-No dudo, estimado Agaric -respondió el fraile

de Conils-, porque si dudase contravendría las leyes

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de mi país, que debemos respetar mientras no seopongan a las leyes divinas. Pyrot es culpable,puesto que le han condenado. Discutir suculpabilidad o su inocencia sería poner en duda lajusticia de los jueces, y me libraré mucho de hacerlo.Además fuera inútil, porque Pyrot está condenado.Si no está condenado porque sea culpable, resultaculpable por estar condenado, y viene a ser lomismo. Creo en su culpabilidad, como debe creertodo buen ciudadano, y lo sostendré mientras laJusticia establecida me lo ordene, porque no esmisión de los particulares, sino del juez, proclamar lainocencia de un condenado. La justicia humana esrespetable hasta en los errores inherentes a sunaturaleza falible y limitada. Sus errores no sonnunca irreparables; si los jueces no los reparan en laTierra, Dios los reparará en el Cielo. También confíomucho en el general Greatauk, a quien supongo másinteligente que todos sus enemigos, aun cuando nolo parezca.

-Muy bien, amigo Cornamuse -exclamó elpiadoso Agaric-. El proceso Pyrot, manejadomañosamente por nosotros con la ayuda de Dios yde los fondos indispensables, será muy fecundo enbeneficiosos resultados. Desenmascarará los vicios

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de la República anticristiana e inducirá a lospingüinos a restaurar el trono de los Dracónidas ylas prerrogativas de la Iglesia. Pero es necesario queel pueblo se convenza de que sus sacerdotes leacompañan en la lucha. Avancemos contra losenemigos del ejército, contra los insultadores dehéroes, ¡y todo el mundo nos seguirá!

-Todo el mundo sería demasiado -murmuró, conla cabeza baja, el religioso de Conils-. Veo que lospingüinos tienen ganas de lucha. Si nos mezclamosen sus luchas se reconciliarán a nuestra costa ypagaremos los platos rotos. Por lo cual, si queréiscreerme, mi estimado Agaric, no mezcléis a la Iglesiaen semejante aventura.

-Conocéis mi energía, conocéis mi prudencia.No comprometeré nada... Sólo espero que meproporcionéis los fondos indispensables para estenegocio.

Cornamuse resistióse mucho a pagar los gastosde un empeño que juzgaba inconveniente. Agaric semostró patético y terrible. Al fin cedió Cornamuse alos ruegos y a las amenazas, y arrastrando los pies,con la barba hundida en el pecho, subió a su austeracelda, donde todo pregonaba la pobreza evangélica.En el muro enjalbegado tenía empotrada una caja de

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caudales cuyas ranuras ocultaba un ramo de boj.Suspiró al abrirla, y sacó un fajo de valores queofreció al piadoso Agaric con mano temblorosa y sinalargar el Brazo.

-No lo dudéis, mi estimado Cornamuse -dijo elclérigo batallador, mientras agarraba los papeles y loshundía en el bolsillo de su hábito-. Este proceso dePyrot nos ha sido enviado por el Cielo para gloria yexaltación de la Iglesia pingüina.

-Quisiera que no os equivocarais -suspiró elfraile de Conils.

Y, solo ya en su laboratorio, contemplaba sushornos y sus retortas con los ojos enternecidos ycon una tristeza inefable.

VI. LOS SETECIENTOS PYROTINOS

Los setecientos pyrotinos inspiraban al públicouna aversión creciente. Cada día en las calles de Alcaeran apaleados dos o tres. Uno de ellos fue azotadopúblicamente; otro, arrojado al río; un tercero fueemplumado y paseado por los bulevares, entre unamuchedumbre bulliciosa; a otro le rompió la narizun capitán de dragones. No se atrevían a presentarse

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en los casinos ni en los paseos, y se disfrazaban parair a la Bolsa. En tales circunstancias le parecióurgente al príncipe de los Boscenos refrenar suaudacia y reprimir su insolencia. Reunido con elconde de Clena, el señor de la Trrumelle, el vizcondeOliva y Bigourd, fundaron la importante Liga de losAntipyrotinos, a la cual se adhirieron los ciudadanospor cientos de millares; los soldados, por compañías,por regimientos, por brigadas, por divisiones, porcuerpos de ejército; las ciudades enteras, losdistritos, las provincias.

Por entonces el ministro de la Guerra vio consorpresa, en el despacho del jefe de Estado Mayor,que. la espaciosa habitación donde trabajaba elgeneral Panther, cuyas paredes poco antes sehallaban desnudas, habíase revestido desde el sueloal techo con profundas estanterías, pobladas por unamultitud de carpetas de todas formas, de todoscolores, hacinamiento improvisado y monstruosoque adquirió en pocos días las apariencias de unarchivo secular.

-¿Qué es todo esto? -preguntó el ministro,asombrado.

-Pruebas contra Pyrot -respondió con patrióticasatisfacción el general Panther-. Cuando le

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condenamos no teníamos ninguna, pero ahora, yaveis las que han aparecido.

Estaba abierta la puerta, y Greatauk vio pasaruna larga fila de mozos cargados de papeles, y alsubir, el ascensor gemía abrumado por el peso de losexpedientes.

-Pero ¿qué traen aquí? -preguntó el general.-Son nuevas pruebas contra Pyrot -dijo Panther.-Las pedí a todos los cantones de Pingüinia, a

todos los centros militares, a todas las cortes deEuropa. Las encargué a todas las ciudades deAmérica y de Australia, y a todas las factorías deAfrica. Espero algunos paquetes de Bremen y uncargamento de Melbourne.

Panther dirigió al general una mirada tranquila,radiante como la de un héroe, mientras Greataukcontemplaba el formidable hacinamiento de papelescon menos satisfacción que inquietud.

-Muy bien -dijo-, ¡me parece muy bien!, perotemo que se le quite al asunto Pyrot su encantadorasencillez. Era límpido como el cristal de roca. Sumérito consistía en su transparencia. Hubiera sidoinútil buscarle, ni con microscopio, el menordefecto. Al salir de mis manos era puro como la luz:era todo luz. Os di una perla y me la convertisteis en

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una montaña. Temo que, por hacerlo demasiadobien, lo hayáis estropeado. ¡Pruebas! No dudo quesea bueno tener pruebas, pero es mejor no tenerlas,Ya os dije, Panther, que sólo hay una pruebaevidente: la confesión del culpable. Del modo queyo lo instruí, el proceso Pyrot no se prestaba deningún modo a la crítica, no tenía un solo puntovulnerable. Ahora da lugar a todo género decomentarios. Os aconsejo, Panther, que uséis devuestras informaciones con reserva. Os agradeceré,sobre todo, que moderéis vuestro trato con losperiodistas. Habláis bien, pero habláis demasiado.Decidme, Panther: entre esas pruebas, ¿las habráfalsas?

Panther sonrió:-Las hay amañadas.-Eso quería deciros. Las amañadas son las

mejores, las más útiles. Las pruebas falsas, en generalvalen más que las verdaderas, porque se hicieron exprofeso para la causa y tienen la medida y laexactitud convenientes. Son preferibles tambiénporque transportan los espíritus a un mundo ideal,los apartan de la realidad, que en este mísero mundosiempre es engañosa... De todos modos, preferiríaque no hubiera pruebas.

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El primer acto de la Liga de los Antipyrotinosfue invitar al Gobierno a que denunciarainmediatamente ante un alto Tribunal, comoculpables de traición, a los setecientos pyrotinos y asus cómplices. El príncipe de los Boscenos,encargado de mantener la acusación en nombre de laLiga, se presentó ante el Consejo, reunido pararecibirle, y expresó su deseo de que la previsión y lafirmeza del Gobierno se elevasen a la altura de lascircunstancias. Estrechó la mano a cada uno de losministros, y al acercarse al general Greatauk le dijo aloído:

-Si no andas muy derecho, bribón, publicaré lascartas de Maloury.

Algunos días después, por voto unánime de lasCámaras, emitido a propósito de un proyectofavorable del Gobierno, fue reconocida como deutilidad pública la Liga de Antipyrotinos.

Inmediatamente la Liga envió al castillo deChitterling, en Marsuinia, donde Crucho comía elpan amargo del destierro, una delegación encargadade ratificar al príncipe el respeto y la sumisión de losasociados antipyrotinos.

A pesar de todo, el número de los pyrotinoscrecía: ya eran diez mil, y tenían en los bulevares sus

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cafés predilectos. Los patriotas tenían los suyos, máslujosos y amplios, y todas las tardes, de unas terrazasa otras, iban lanzados los vasos, las tazas, losceniceros, las botellas, las sillas y las mesas. Losespejos caían hechos trizas, la oscuridad confundía alos combatientes y rectificaba las diferencias denúmero, y las brigadas negras acababan la luchapisoteando indistintamente con sus zapatonesclaveteados a los del uno y a los del otro bando.

En una de aquellas noches gloriosas, cuando elpríncipe de los Boscenos, rodeado de variospatriotas, salía de un cafetín que no se puso enmoda, el señor de la Trumelle le señaló a unhombrecillo con gafas, barbudo, sin sombrero, conuna sola manga en la levita, que se arrastrabapenosamente sobre la calle, cubierta de fragmentosde los proyectiles improvisados en la última batalla.

-¡Mirad -le dijo-, es Colombán!Además de mucha fuerza, el príncipe tenía

mucha suavidad, y no escasa mansedumbre, pero aloír el nombre de Colombán le hirvió la sangre, sedirigió al hombrecillo de las gafas y lo derribó de unpuñetazo en la nariz.

El señor de la Trumelle advirtió entonces que lehabía engañado una semejanza inicua, y el que

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supuso Colombán era el ilustre Bazile, antiguo.procurador, secretario de la Liga de losAntipyrotinos, patriota ardiente y generoso. Elpríncipe de los Boscenos disfrutaba de uno de esoscaracteres antiguos que no se doblegan jamás, perosabía reconocer sus errores.

-Ilustre Bazile -dijo mientras se quitaba elsombrero-: os puse la mano en el rostro, pero estoyseguro de que me perdonaréis, más aún, meaprobaréis, me cumplimentaréis, me congratularéis yme felicitaréis en cuanto conozcáis el motivo que meimpulsó, y no fue otro que haberos confundido conese canalla de Colombán.

El ilustre Bazile cubrió con el pañuelo la narizensangrentada, levantó el muñón de su brazoausente y dijo con entereza:

-No, caballero; no puedo felicitaros, nicongratularos, ni cumplimentaros, ni aprobaros,porque vuestra acción era por lo menos superflua.Más aún: era excesiva. Esta noche ya me habíanconfundido tres veces con el dichoso Colombán,tratándome sin duda como él se merece. Sobre micuerpo los patriotas ya le habían hundido lascostillas y deshecho los riñones, y me parecía,caballero, más que suficiente.

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Apenas había terminado su discurso cuando seacercó una muchedumbre de pyrotinos, y engañadosa su vez por la semejanza insidiosa, creyeron que lospatriotas apaleaban a Colombán, y acometieron agarrotazo limpio con sus bastones de hierro y susnervios de buey al príncipe de los Boscenos, y a suscompañeros los dejaron casi moribundos y seapoderaron del procurador Bazile, a pesar de susprotestas indignadas, al grito de: "¡Viva Colombán!,¡viva Pyrot! . Así le llevaron en triunfo a lo largo delos bulevares, hasta que la brigada negra que losperseguía consiguió rodearlos, apalearlos,arrastrarlos indignamente a la Comisaría, donde elprocurador Bazile fue una vez más pisoteado enrepresentación de Colombán.

VII. BIDAULT-COQUILLE Y MANIFLORA -LOS SOCIALISTAS

Mientras un huracán de cólera y de odios rugíaen Alca, Eugenio Bidault-Coquille, el más pobre y elmás feliiz de los astrónomos, instalado en un viejotorreón del tiempo de los Dracónidas, observaba elcielo a través de un mal catalejo, y sorprendía

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fotográficamene sobre placas averiadas el paso delos cometas. Su genio corregía los errores de losinstrumentos, y su amor a la ciencia triunfaba de ladepravación de los aparatos. Estudiaba coninextinguible ardor aerolitos, meteoros y bólidos,todos los fragmentos ardientes, todas las partículasinflamadas que atravesaban con velocidadprodigiosa la atmósfera terrestre, y recogía en pago asus laboriosos desvelos la indiferencia del público, laingratitud del Estado y la animadversión de loscentros científicos.

Obsesionado en los espacios celestes, ignorabalos sucesos ocurridos sobre la superficie de la Tierra,nunca leía periódicos, y al ir por las calles abstraídoen sus cálculos y averiguaciones siderales algunasveces fue a parar al estanque de un jardín público yotras veces cayó entre las ruedas de un ómnibus.

De muy elevada estatura y más elevadospensamientos, su estimación respetuosa de sí mismoy del prójimo se exteriorizaba en una frialdad cortés,en una levita negra muy estrecha y en un sombrerode copa bajo el cual se mostraba un rostrodemacrado y sublime. Comía en un fonduchomodesto y abandonado ya por todos los clientesmenos espiritualistas. Allí encontró sobre la mesa,

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una noche, la hoja de Colombán en defensa dePyrot, y mientras cascaba unas nueces hueras, depronto, exaltado por la sorpresa, la admiración, elhorror y la piedad, olvidó la caída de los meteoros yla lluvia de estrellas, y vio solamente la inocenciamecida por los huracanes en la jaula sobre la cualiban los cuervos a posarse.

Ya no le abandonó aquella imagen dolorosa, ypocos días después, al salir del fonducho dondecomía poseído por la sugestión del condenadoinocente, vio una turba de ciudadanos que seprecipitaban en un local cerrado, donde había unareunión pública.

Entró. La discusión era libre, los oradoresbramaban, se increpaban, se golpeaban y se agitabancomo furias en aquella atmósfera densa y pestilente.Lo: pyrotinos y los antipyrotinos hablaban a su vez yeran aclamados o maltratados. Un ruidoso y confusoentusiasmo enardecía la concurrencia. Con laaudacia de los hombres tímidos y solitarios, Bidault-Coquille subió a la tribuna y habló tres cuartos dehora. Habló de prisa, desordenamente, pero seapasionó y mostró la profunda convicción de unmatemático místico. Fue aclamado. Cuando bajabade la tribuna, una mujerona de edad indefinible, que

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lucía en su ancho sombrero plumas heroicas, seabrazó a él, besóle apasionada, y con solemne ardorle dijo:

-¡Eres incomparable!Bidault-Coquille pensó, en su sencillez de sabio,

que habría en todo aquello algo de verdad.Ella le declaró que sus ideales únicos eran la

defensa de Pyrot y el culto de Colombán. Elastrónomo la juzgó sublime y la creyó hermosa.

Se trataba de Maniflora, una vieja prostituta,pobre, olvidada, en desuso, y convertida de prontoen patriota entusiasta.

Ya no le abandonó. Vivieron juntos horasinimitables, en las buhardillas y en los aposentosamueblados, las redacciones de los periódicos y enlas salas de reuniones y conferencias. Como elastrónomo se preciaba de idealista, insistía ensuponerla adorable, aun cuando ella le diofrancamente ocasión para que advirtiese que no lequedaba ninguno de sus encantos, en ninguna partede su persona y en ninguna forma, que sóloconservaba de sus tiempos floridos la convcción deser agradable y un orgullo insolente para exigircomplacencias. Sin embargo, hay que reconocerlo: elproceso Pyrot, fecundo en prodigios, revestía de una

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cívica majestad a Maniflora, y en las reunionespopulares la transformaban en un símbolo augustode la Justicia y de la Verdad.

A ningún pyrotino, a ningún defensor deGreatauk, ningún amigo del ejército inspiraban elmenor asomo de ironía ni de burla Bidault-Coquilley Maniflora. Los dioses, en su cólera, habían negadoa aquellos hombres el don precioso de la sonrisa, yacusaban gravemente a la cortesana y al astrónomode espionaje, de traición, de conspirar contra lapatria. Bidault-Couille y Maniflora se agitabansumergidos en la injuria, el ultraje y la calumnia.

Hacía muchos meses que la Pingüinia se hallabadividida en dos campos, y, cosa que pareceinverosímil, los socialistas no se habían decidido aúnpor el uno ni por el otro. Sus agrupacionesabarcaban casi todo lo que de trabajo manual habíaen su país: fuerza diseminada, confusa, peroformidable. El proceso Pyrot puso a los jefes de losprincipales grupos en un singular compromiso.

Les apetecía tan poco declararse partidarios delos banqueros como de los militares. Consideraban alos judíos opulentos, y a los demás, comoadversarios irreductibles. No discutían sus principiosen este negocio, que no afectaba por de pronto a sus

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intereses, pero en su mayoría se daban cuenta de lodifícil que les era ya continuar alejados de las luchasen que se complicaba la Pingüinia entera.

Los más caracterizados se reunieron en eldomicilio de su federación, calle de la Cola delDiablo San Mael, para tratar de la conducta que lesconvendría mantener en la situación presente y enlas eventualidades futuras. El compañero Fénixtomó la palabra:

-Se ha cometido un crimen -dijo-, el más odiosoy el más cobarde crimen que pueda cometerse: uncrimen judicial. Jueces militares, obligados oengañados por sus jefes monárquicos, condenaron aun inocente a una pena infamante y cruel. Noaleguéis que la víctima no es de los nuestros, quepertenece a una casta que fue siempre y será siemprenuestra enemiga. Nuestro partido es el partido de lajusticia social, y la iniquidad no puede sernosindiferente. ¡Qué vergüenza para nosotros sipermitiéramos que un radical, Kerdanic, un burgués,Colombán, y algunos republicanos moderados,fuesen los únicos en perseguir los "crímenes delsable"! ¡Si la víctima no es de los nuestros, encambio sus verdugos son los verdugos de nuestroshermanos, y Greatauk, antes de revolverse contra un

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militar, había fusilado a nuestros camaradashuelguistas! Compañeros, con un esfuerzointelectual, moral y material libraréis a Pyrot delsuplicio, y al realizar este acto generoso no osdesviaréis de la misión libertadora y revolucionariaque asumisteis, porque Pyrot es ahora el símbolo deloprimido, y todas las inquietudes sociales seencadenan: al destruir una se quebrantan las demás.

Cuando Fénix hubo acabado, el compañeroSapor dijo estas palabras:

-Os aconsejan que abandonéis vuestras tareaspara realizar una labor que no os concierne. ¿Porqué empeñarnos en un combate cuyos dos bandosfueron y serán vuestros enemigos naturales eirreductibles? ¿Acaso odiáis menos a los banquerosque a los militares? ¿Qué intereses vais a salvar? ¿Losde los manipuladores de la Banca o los de losnegociantes del Ejército? ¿Qué inepta y criminalgenerosidad os conduciría en socorro de lossetecientos pyrotinos, a los que siempre habéis dehallar dispuestos contra vosotros en la guerra social?Os proponen que legalicéis la situación de vuestrosenemigos y que restablezcáis el orden perturbadopor sus crímenes. La magnanimidad, llevada a talextremo, cambia de nombre. Camaradas, hay un

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límite donde la infamia es mortal para la sociedad.La burguesía pingüina se ahoga en su infamia y ospide que la salvéis, que hagáis respirable la atmósferaen torno suyo. Eso es burlarse de vosotros.Dejémosla que reviente, que muera. Presenciemoscon repugnancia y con alegría sus últimasconvulsiones, y lamentemos que haya corrompido latierra donde creció, hasta el punto de que parasentar los cimientos de una sociedad nueva sóloencontramos un lodo envenenado.

Al concluir Sapor su discurso, el camaradaLapersonne se limitó a decir:

-Fénix nos aconseja que socorramos a Pyrot, yse funda en que Pyrot es inocente. Su argumento meparece muy frágil. Su inocencia demostraría quesiempre cumplió a conciencia su oficio, cuyaprincipal misión consiste en asesinar al pueblo, y noes motivo suficiente para que el pueblo lo defienda ylo salve. Cuando se demuestre que Pyrot es culpabley que efectivamente robó el forraje de lasprovisiones militares, haré algo por él.

El camarada Larrivée tomó inmediatamente lapalabra:

-No soy del parecer de mi amigo Fénix, ni opinocomo Sapor. Nuestro partido no debe afiliarse a una

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causa por el hecho de aparecer como una causajusta. Adivino un enojoso abuso de palabras y unequívoco perjudicial, porque la justicia establecidano es la justicia revolucionaria. Son antagónicas: launa es servil y la otra rebelde. Yo prefiero la justiciarevolucionaria a la justicia establecida, y porconsecuencia repruebo la abstención y digo que,cuando la suerte favorable os trae a las manos unasunto como éste, seríais unos idiotas si no loaprovecharais. ¿Cómo? Se nos ofrece ocasión deasestar al militarismo golpes terribles, tal vezmortales, y ¿queréis que me cruce de brazos?Camaradas, yo no soy un faquir, y no apoyaré nuncael partido de los faquires. Si aquí los hubiese, que nocuenten conmigo para nada. Contemplarse elombligo es una política estéril. Un partido como elnuestro debe afirmarse constantemente, debe probarsu existencia por una acción continuada.Intervendremos en el proceso Pyrot, perointervendremos revolucionariamente, ejerceremosuna acción violenta... ¿Creéis, acaso, que la violenciaes un procedimiento envejecido, una invencióncaduca y que merece ser arrinconada con los cochesdiligencias, las prensas a brazo y los telégrafos deseñales? Si así pensarais, estaríais en un error. Hoy,

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como ayer, todo se obtiene por la violencia. Es uninstrumento eficaz, pero hace falta saber emplearlo.¿Cuál será nuestra acción? Voy a decíroslo: excitar alas clases directoras las unas contra las otras,enzarzar a los banqueros con los militares, alGobierno con la magistratura, a la nobleza y al clerocon los judíos; impulsarlos, a ser posible, para que semaltraten, y esto se consigue sosteniendo el estadode agitación que debilita el régimen como la fiebreagota al enfermo. El proceso Pyrot puede servirnospara anticipar diez años el movimiento socialista y laemancipación del proletariado por el desarme, lahuelga general y la revolución.

Después de expresar los jefes del partido susopiniones, entablóse una discusión larga y viva.Como sucede siempre en tales casos, los oradoresrepetían los argumentos ya expuestos, con menosorden y mesura que la primera vez. Disputaron. Anadie convenció la opinión ajena, y cada cual insistíaen la suya; pero estas opiniones, en el fondo, sereducían a dos: la de Sapor y Lapersonne, queaconsejaban la abstención, y la de Fénix y Larrivée,que deseaban intervenir.

Hasta esas dos opiniones contrarias seconfundían en un odio común a la justicia militar y

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en una común creencia de que Pyrot era inocente.Así, pues, la opinión pública no se engañaba cuandoveía en los jefes socialistas unos pyrotinosperniciosos.

En cuanto a las masas obreras, en nombre de lascuales hablaban y a las cuales representaban como lapalabra puede representar lo indecible; en cuanto alos proletarios, en fin, cuyo pensamiento es tandifícil de conocer, que no se conoce a sí mismo, sinduda el proceso Pyrot no les interesaba.

De sobra literario, con reminiscencias clásicas yun tufillo de burguesía elegante y de Bancapoderosa, el asunto no pudo serles grato.

VIII. EL PROCESO COLOMBÁN

Al empezar el proceso Colombán, los pyrotinoseran unos treinta mil. Diseminados en todas partes,los había hasta en el clero y en el ejército, pero lesperjudicaba la complaciente adhesión de los judíosopulentos. Debían a su corto número muchasventajas, y no era insignificante la de contar en susfilas menos imbéciles que en las de sus adversarios,donde abundaban de un modo abrumador. Como

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formaban una pequeña minoría, se concertaban confacilidad, obraban armónicamente y no sentían latentación de dividirse y contrariar sus esfuerzos.Cada uno se proponía cumplir mejor cuanto másaislado se hallaba, y todo les permitía suponer queaumentarían las adhesiones, mientras que susenemigos, apoyados desde luego en lasmuchedumbres, estaban más propensos adisgregarse.

Conducido ante el Tribunal, en audienciapública, Colombán advirtió en seguida que susjueces no eran nada curiosos. En cuanto abrió laboca, el presidente le mandó que se callara, y alegópara ello los altos intereses del Estado. Por la mismarazón, que es la razón suprema, sus testigostampoco fueron oídos. El general Panther, jefe delEstado Mayor, compareció de gran uniforme, con elpecho cubierto de infinitas condecoraciones, ydeclaró en estas palabras:

-El infame Colombán pretende que no tenemospruebas contra Pyrot, y ha mentido: las tenemos. Enlos archivos de nuestras oficinas ocupan setecientostreinta y dos metros cuadrados, que a razón dequinientos kilos por metro suman trescientossesenta y seis mil kilos.

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Inmediatamente, con elegante y fácil palabra,hizo un resumen de aquellas pruebas.

-Las hay de todos los colores y de todos losmatices -dijo en sustancia-. Las hay de todas formasy de todos tamaños, en papel de todas clases. Lamenor tiene menos de un milímetro cuadrado, y lamayor mide sesenta metros de longitud por noventacentímetros de altura.

Estas revelaciones hicieron estremecer de horroral auditorio.

Greatauk declaró a su vez. Más sencillo, peroacaso más arrogante, vestía un traje gris y cruzabasus manos a la espalda.

-Dejo -pronunció con calma y sin levantarmucho la voz-, dejo al señor Colombán laresponsabilidad de un acto que puso a nuestro país ados dedos de la perdición. El proceso Pyrot erasecreto y debe continuar secreto. Si se divulgara, lasdesdichas más crueles, guerras, saqueos, incendios,carnicerías, epidemias, asolarían la Pingüinia. Yo mejuzgaría reo de alta traición si pronunciase unapalabra más.

Algunas personas de acreditada experienciapolítica, entre las cuales figuraba Bigourd, juzgaron

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la declaración del ministro de la Guerra más hábil ymás pertinente que la de su jefe de Estado Mayor.

El testimonio del coronel Boisjoli produjosensación:

-En un baile del ministerio de la Guerra -dijo-, elagregado militar de una potencia limítrofe meconfesó que en las caballerizas de su rey admiró unforraje suave, perfumado y de un precioso colorverde, como no lo había visto jamás. "¿De dóndeprocede?", le pregunté. No quiso contestarme, peroel origen de aquel forraje no era dudoso. Se tratabadel forraje robado por Pyrot. Esas cualidades deverdor, de suavidad y de aroma son características denuestro forraje nacional. El forraje de la naciónvecina es gris y quebradizo, cruje al ser arrastradopor la horquilla y sólo huele a polvo. ¡Qué juzguecada uno conforme a su conciencia!

El teniente coronel Hastaing declaró, entre unhostil clamoreo, que no creía culpable a Pyrot.Inmediatamente detenido por los gendarmes, fuemetido en un calabozo donde, alimentado consapos, culebras y cristal machacado, se mantuvoinsensible a las promesas y a las amenazas.

El ujier llamó:-El conde Maubec de la Dentdulynx.

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Entre un absoluto silencio avanzó un aristócratamagnífico y astroso, cuyos bigotes amenazaban alcielo y cuyos ojos echaban lumbre.

Se acercó a Colombán y lo miró con desprecio.-Mi declaración -dijo-, se reduce a una sola

palabra: ¡Mierda!Su actitud arrancó al público una tempestad de

aplausos entusiastas y produjo uno de esostransportes que exaltan las almas y nos conducen arealizar empeños extraordinarios. Sin añadir más, elconde Maubec de la Dentdulynx se retiró.

Todos los presentes abandonaron la Sala paraseguirle. Prosternada a sus pies, la princesa de losBoscenos se le abrazó a los muslos con entusiasmo.Impasible y sombrío, avanzó bajo una lluvia depañuelos y de flores. No fue posible desprender a lavizcondesa Oliva, que se agarró a su cuello. y elhéroe la llevó flotando sobre el pecho, sinesforzarse, como llevaría una ligera banda.

Cuando se reanudó la audiencia que se habíasuspendido a causa de aquella declaración, elpresidente dispuso después que se presentaran losperitos.

El ilustre perito de escritura, Vermillard, expusoel resultado de sus investigaciones.

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-Estudiados minuciosamente -dijo- los papelesde Pyrot, y muy en particular su cuaderno de gastosy la cuenta de la lavandera, reconocí que, bajo unavulgar apariencia, revelaban una criptografíaincomprensible cuya clave adiviné, a pesar de todo.La infamia del traidor aparece en cada línea. En esteartificio de su escritura, las palabras "tres cervezas yveinte francos para Adela", significan: "Entreguétreinta mil pacas de forraje a la nación vecina."Conforme a esos documentos, pude averiguar lacomposición del forraje robado. En efecto: laspalabras "camisas, camisetas, calzoncillos, pañuelosde sonar, cuellos, puños, tabaco", deben traducirsepor heno, trébol, alfalfa, pimpinela, avena, cizaña,grana de los prados. Y son éstas, precisamente, lashierbas olorosas que componen el forraje aromáticoservido por el conde Maubec a la Caballeríapingüina. ¡Pyrot consignaba sus crimenes en unaforma que supuso indescifrable! ¡Abruma tantamalicia y tanta inconsciencia!

Declarada su culpabilidad sin circunstanciasatenuantes, Colombán fue condenado al máximo dela pena. Los jurados inmediatamente suscribieron unrecurso contra tan excesivo rigor.

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En la plaza del Palacio de Justicia y en losmuelles del río que arrulló doce siglos de historiapingüina, cincuenta mil personas aguardabanimpacientes y tumultuosas el resultado del proceso.Allí se agitaban los dignatarios de la Liga deAntipyrotinos, entre los cuales sobresalía el príncipede los Boscenos junto al conde de Clena, elvizconde de Oliva y el señor de la Trumelle. A pocadistancia aguantaban los estrujones con paciencia elreverendo padre Agaric, los profesores y alumnosdel colegio de San Mael, el monje Douillard y elgeneralísimo Caragüel: ¡entre todos formaban ungrupo sublime!, y por el Puente Viejo comparecíanlas mujeres de los mercados y de los lavaderos, congarfios, palos, tenazas, mazos y cubos de lejía.Frente a las puertas de bronce y en la escalinata sereunían los defensores de Pyrot, catedráticos,publicistas, obreros o revolucionarios, y en sudescuidado vestir, en su aspecto huraño, sereconocía a los camaradas Fénix, Larrivée,Lapersonne, Dagoberto y Varambille.

Embutido en su levita fúnebre y cubierta lacabeza con su sombrero ceremonioso, Bidault-Coquille invocaba en favor de Colombán y delteniente coronel Hastaing las matemáticas

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sentimentales. En el más alto escalón resplandecíasonriente y altiva Maniflora, cortesana heroica,deseosa de merecer como Leena un monumentoglorioso, y como Epicaris las alabanzas de laHistoria.

Los setecientos pyrotinos, disfrazados devendedores ambulantes, de mozos de cuerda, decolilleros y de antipyrotinos, vagaban en torno deledificio.

Al aparecer Colombán surgió de la multitudapiñada tan espantoso clamoreo que, lastimados,heridos por la conmoción del aire y del agua, lospájaros cayeron de los árboles y los pecesaparecieron en la superficie, panza arriba.

En todas partes oíase rugir:-¡Al río Colombán! ¡Echadle al agua!Otros gritaban:-¡Justicia y verdad!Una voz estentórea consiguió dominar el

griterío:-¡Muera el Ejército!Fue la señal de una descomunal refriega. Los

combatientes caían por millares y formaban con suscuerpos amontonados montañas aulladoras ymovedizas sobre las cuales otros nuevos

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combatientes se maltrataban y caían. Las mujeres,enloquecidas, pálidas, con el pelo desprendido yalborotado, esgrimían las uñas y los dientes,atacaban a los hombres con esa fiereza que a plenaluz de una plaza baña su rostro de una expresióndeliciosa, mucho más deliciosa que la que ofrecen,apasionadas, entre sombras de cortinas y blandurasde lecho.

Se proponían apoderarse de Colombán,morderle, estrangularle, desgarrarle, despedazarle,repartirse las piltrafas, cuando Maniflora, inmensa,pura como una virgen en su túnica roja, se alzóserena y terrible ante aquellas furias queretrocedieron asustadas.

Entreveíase la salvación de Colombán.Sus entusiastas le abrieron camino a través de la

plaza y le llevaron hasta un coche, prevenido a laentrada del Puente Viejo. Cerróse la portezuela y elcaballo salió al trote largo, pero el príncipe de losBoscenos, el conde de Clena y el señor de laTrumelle derribaron del pescante al cochero,detuvieron al caballo, hicieron retroceder el vehículohasta llevarlo al parapeto del puente, y desde allí loempujaron. Saltó el agua deshecha en espuma con

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un chapoteo ruidoso, y luego sólo se vio un leveremolino en la superficie rumorosa y brillante.

Al punto los compañeros Dagoberto yVarambille, ayudados por los setecientos pyrotinos,se apoderaron del príncipe de los Boscenos y loarrojaron al río de cabeza. Cayó en un lavadero,donde se lastimó lamentablemente.

La noche, serena, envolvía en su tranquilosilencio la plaza del Palacio de Justicia.

Y a tres kilómetros de allí, bajo un puente,acurrucado, enlodado, cerca del caballejo herido,meditaba Colombán acerca de la ignorancia y lainjusticia de la muchedumbres.

"El asunto es más complicado aún de lo que yoimaginaba. Preveo nuevas dificultades.

Levantóse y se dirigió hacia el maltrecho animal.-¿Qué daño les hiciste, infeliz? -dijo en alta voz.-Por mi culpa te han maltratado cruelmente.Abrazó a la bestia infortunada y besó la estrella

blanca del testuz. Luego tiró de las riendas y,cojeando, se fueron a través de la dormida ciudadhasta su casa, donde sintieron la dulzura del sueño yolvidaron a los hombres.

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IX. EL PADRE DOUILLARD

En su infinita mansedumbre, inducidos por elpadre común de los fieles, los obispos, canónigos,párrocos, vicarios, abades y priores de la Pingüiniaresolvieron celebrar un oficio solemne en la catedralde Alca, para obtener de la Divina Misericordia quepusiera término a los disturbios que desgarraban unode los más nobles países de la cristiandad yconcediese al arrepentimiento de la Pingüinía elperdón de sus crímenes contra Dios y contra losministros del culto.

La ceremonia tuvo lugar el 15 de junio. Elgeneralísimo Caragüel asistía y le acompañaba todosu Estado Mayor. La concurrencia fue numerosa ybrillante. Según la frase feliz de Bigourd, "al mismotiempo era una muchedumbre y una selección".Figuraba en primera línea el señor de la Berthoseille,chambelán del príncipe Crucho. Cerca del púlpito,desde donde hablaría el reverendo padre Douillard,de la Orden de San Francisco, hallábanse en pie y enactitud de recogimiento, con las manos cruzadassobre sus garrotes, los más ilustres personajes de laLiga de Antipyrotinos: el vizconde Oliva, el señor dela Trumelle, el conde de los Boscenos. El padre

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Agaric ocupaba el ábside con los profesores y losalumnos del colegio de San Mael.

Las naves central y de la derecha se reservaron alos oficiales y a la tropa: el uniforme ocupaba, conesta previsión, lugar muy preferente, pues hacia laderecha inclinó el Señor la cabeza cuando expirabaen la cruz. Las damas aristocráticas, entre las cualesaparecía la condesa de Clena, la vizcondesa Oiva y laprincesa de los Boscenos, ocupaban las tribunas. Enlo restante del edificio se apiñaban más de veinte milreligiosos de todos los hábitos y unos treinta milfieles.

Después de la ceremonia expiatoria ypropiciatoria, el reverendo padre Douillard subió alpúlpito. El sermón había sido encargadoprimeramente al reverendo padre Agaric; pero, apesar de sus méritos, le juzgaron inoportuno enaquellas circunstancias, y fue preferido el famosofranciscano, que había pasado seis meses predicandoen los cuarteles contra los enemigos de Dios y de laautoridad.

El reverendo padre Douillard tomó por texto:Deposuit potentes de sede, y estableció que toda potenciatemporal tiene a Dios por principio y por fin, y quese pierde y se destruye cuando se aparta del camino

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que la Providencia le ha señalado y del objeto que leasignó.

Aplicó estas reglas sagradas al gobierno de laPingüinia, y trazó un cuadro espantoso de los malesque los estadistas no habían sabido prevenir nievitar.

-Al primer autor de tantos desastres yvergüenzas -dijo- le conocéis de sobra, hermanosmíos. Es un monstruo, cuyo destino se hallaprovidencialmente anunciado en el nombre quelleva. Al derivarlo del griego pyros, que significafuego, la divina sabiduría, que a veces también esfilológica, nos quiso advertir etimológicamente queun judío haría estallar el incendio en el país que lecobijó.

Presentó a la patria perseguida por losperseguidores de la Iglesia, y le hizo decir sobre sucalvario reciente: "¡Oh dolor! ¡Oh gloria! Los quehan crucificado a mi Dios me crucifican.

Estas palabras estremecieron al auditorio.El orador, elocuente y brioso, conmovió más

aún y espoleó los odios de los fieles en susimprecaciones al orgulloso Colombán, manchadopor sus crímenes y surmergido en las aguascaudalosas que no bastarían para lavarle. Recogió

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todas las humillaciones, todos los peligros de laPingüinia, para lanzarlos al rostro del presidente dela República y de su primer ministro.

-Ese ministro -dijo- cometió una cobardíadegradante por no atreverse a exterminar a lossetecientos pyrotinos con sus aliados y susdefensores, como Saúl exterminó a los filisteos enGabaón, y se hizo indigno de practicar el poder queDios le había delegado, por lo cual pueden y debenlos fieles despreciar su abominable soberanía. ElCielo ayudará, piadoso, a los despreciadores. Deposuitpotentes de sede. Dios desposeerá a los jefespusilánimes y pondrá en su lugar a hombresenérgicos que sepan recurrir a El. Os lo advierto,señores; os lo advierto, jefes, oficiales y soldados queme oís; os lo advierto, generalísimo del ejércitopingüino: ¡ha llegado la hora! Si no sabéis obedecerlos mandatos de Dios; si no desposeéis en sunombre a las autoridades indignas; si no constituísen Pingüinia un Gobierno religioso y fuerte, no poresto dejará Dios de destruir lo que ha condenado, nopor esto abandonará a su pueblo, y para salvarlo sevaldrá de un humilde jornalero o de un oscurosoldado. La hora pasa pronto. ¡Apresuraos!

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Movidos por aquella exhortación ardorosa, lossesenta mil fieles vociferaron: "¡A las armas!, ¡a lasarmas! ¡Abajo los pyrotinos! ¡Viva Crucho!" Y todos:frailes, mujeres, soldados, aristócratas, burgueses,proletarios, como si les impulsara el brazo que sealzó en el púlpito para bendecir, entonaron el himno¡Salvemos la Pingüinia!, y salieron impetuosamente ala calle para dirigirse a la Cámara de Diputados.

Solo, en la nave desierta, el prudente Cornamusealzó los brazos al cielo y dijo con voz entrecortada:

-¡Agnosco fortunam eclessiae pingüinicanae! Preveoadónde nos conducirá todo esto.

El asalto dado por la muchedumbre católica alpalacio legislativo fue infructuoso. Rechazadosvigorosamente por las brigadas negras y los guardiasde Alca, los asaltantes huían en desorden, y losobreros procedentes de los arrabales, conducidospor Fénix, Dagoberto, Lapersonne y Varambille,acabaron de dispersarlos. El señor de la Trumelle yel duque de Ampoule fueron conducidos a laComisaría. El príncipe de los Boscenos, después dehaber luchado valerosamente, cayó con la cabezaensangrentada.

En el entusiasmo de la victoria, los obreros,mezclados con innumerables vendedores

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ambulantes, recorrieron toda la noche los bulevaresy llevaban a Maniflora en triunfo. Rompieron loscristales de los cafés y los faroles del alumbradopúblico, mientras vociferaban: "¡Muera Crucho!¡Viva la Social!" A su vez los antipyrotinosderribaron los quioscos de los periódicos y lascolumnas anunciadoras.

Espectáculos tales, que una serena razón nopuede aplaudir, conducen sólo a que se aflijan losediles cuidadosos de sus calles. Pero lo que resultabamás triste para la gente de corazón era el aspecto deesos hipócritas que por miedo a los golpes semantenían a distancia igual entre los dos campos, y apesar de mostrarse cobardes y egoístas pretendíanque fuese admirada la generosidad de sussentimientos y la nobleza de su alma. Se frotaban losojos con cebolla, ponían boca de ratón, se sonabanruidosamente, modulaban su voz en lasprofundidades de su barriga y gemían: ¡Ohpingüinos, cesad en vuestra lucha fratricida, nodesgarréis el seno de vuestra madre!" ¡Como si loshombres pudiesen vivir en sociedad sin disputas yquerellas! ¡Como si las discordias civiles no fueranuna condición indispensable de la vida nacional y delprogreso de las costumbres! Llorones hipócritas,

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proponían componendas entre lo justo y lo injusto,y ofendían así al justo en su derecho y al injusto ensu audacia. Uno de ellos, el rico y poderosoMachimel, resplandeciente de cobardía, se alzó sobrela ciudad corno un coloso de dolor: sus lágrimasformaron a sus pies lagunas con peces, y suslamentos hacían zozobrar las barcas de lospescadores.

Durante aquellas noches agitadas, en lo más altode su vieja torre, bajo el cielo sereno, mientras lasestrellas errantes dejaban su imagen prendida en lasplacas fotográficas, Bidault-Coquille se glorificaba enel fondo de su corazón. Luchaba por la justicia,amaba y era amado con amor sublime. La injuria y lacalumnia remontábanle hasta las nubes. Sucaricatura se veía con las de Colombán, Kerdanic yel teniente coronel Hastaing en los quioscos de losperiódicos. Los antipyrotinos publicaban que habíarecibido cincuenta mil francos de la Banca judía. Losgacetilleros de los diarios militaristas consultabanacerca de su valor científico a los sabios académicos,y éstos negaban el conocimiento de los astros alastrónomo libre y revolucionario, ponían en dudasus observaciones más sólidas, rechazaban susdescubrimientos más verídicos y condenaban sus

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hipótesis más ingeniosas y fundadas. Halagado porel odio y la envidia, era dichoso.

Contemplaba a sus pies la inmensidad oscura ysalpicada por una multitud de luces, sin comprenderque una noche de capital populosa encierra muchossueños pasados, muchos insomnios crueles, muchasilusiones vanas, muchos placeres agriados ymuchísimas miserias, y reflexionó:

"En esa enorme población combaten lo justo ylo injusto.

Trocaba la realidad múltiple y vulgar en unapoesía sencilla y magnífica para representarse elproceso Pyrot bajo el aspecto de una lucha deángeles malos y buenos. Seguro de que triunfaríaneternamente los Hijos de la Luz, gozábase al sentirdentro de sí la claridad que vencería las tinieblas.

X. EL CONSEJERO CHAUSSEPIED

Ciegos hasta el terror, imprudentes y estúpidos,ante las hordas del capuchino Douillard y lossecuaces del príncipe Crucho, los republicanosabrieron los ojos para comprender al fin elverdadero sentido del proceso Pyrot. Los diputados,

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que durante dos años palidecían al oír los rugidos dela muchedumbre patriótica, no se envalentonaron;pero, en un cambio de cobardía, culparon alMinisterio Chorrodemiel de los desórdenes quehabían alentado ellos mismos con sus complacenciasy hasta con sus felicitaciones pusilánimes.Reprochaban al Gobierno por haber puesto enpeligro la República con la debilidad y lasconcesiones que ellos mismos le impusieron;algunos comenzaron a sospechar que les interesabacreer en la inocencia de Pyrot, y sintieron entoncescrueles angustias ante la idea de que pudo sercondenado injustamente aquel infeliz, y expiaba loscrímenes de otros en una jaula mecida por el viento."¡No duermo tranquilo!", decía confidencialmente avarios diputados de la mayoría el ministroGuilloumette, que aspiraba a reemplazar a su jefe.

Los generosos legisladores derribaron elGabinete, y el presidente de la República reemplazóa Chorrodemiel por un sempiterno republicano, debarba frondosa, llamado La Trinité, quien, como lamayor parte de los pingüinos, no entendía una solapalabra del proceso, pero notaba que se habíanmetido en el asunto demasiados frailes.

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El general Greatauk, antes de abandonar elministerio, hizo sus últimas recomendaciones aPanther, jefe de su Estado Mayor.

-Os quedáis cuando yo me voy -le dijo alestrecharle la mano-. El proceso Pyrot es como unahija mía: os la confío; merece vuestro amor yvuestros cuidados; es hermosa. No olvidéis que suhermosura prefiere la oscuridad, se goza en elmisterio y desea permanecer velada. Respetad supudor. Ya profanaron sus encantos muchas miradasindiscretas. Deseasteis pruebas y las obtuvisteis, lastenéis innumerables, las tenéis de sobra. Preveointervenciones inoportunas y curiosidades dañinas.En vuestro lugar yo haría una hoguera con todas lascarpetas. Creedme: la mejor prueba es no tenerninguna. Esta es la sola prueba que no se discute.

¡Ay!, el general Panther desconocía la prudenciade aquellos consejos. Greatauk profetizaba. Alentrar La Trinité en el ministerio pidió las carpetasdel proceso Pyrot. Péniche, su ministro de la Guerra,se resistió a dárselas, en nombre de los elevadosintereses de la defensa nacional, y afirmó queaquellas carpetas constituían por sí el más vastoarchivo de la Tierra. La Trinité estudió el procesocomo pudo. Sin penetrarlo hasta el fondo, olfateó la

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ilegalidad, y valiéndose de sus derechos yprerrogativas ordenó la revisión. InmediatamentePéniche, su ministro de la Guerra, le acusó deinsultar al Ejército y de ser traidor a la patria, y learrojó su cartera a las narices. Fue reemplazado porotro general, que hizo lo mismo, y a éste sucedió untercero, que imitó a sus dos predecesores. Lossiguientes, hasta sesenta, se acomodaron al ejemplo,y el venerable La Trinité gimió abrumado bajo lascarteras belicosas. El sesenta y uno, Julep, semantuvo en sus funciones, y no porque se hallara endesacuerdo con tantos y tan nobles colegas, sinoporque había sido comisionado por ellos paratraicionar al presidente del Consejo, cubrirle deoprobio y de vergüenza y dar a la revisión un giroque glorificase a Greatauk, satisficiese a losantipyrotinos, beneficiase a los frailes y facilitara larestauración del príncipe Crucho.

El general Julep, dotado de altas virtudesmilitares, no gozaba de una inteligencia bastanteluminosa para emplear los procedimientos sutiles ylos métodos refinados de Greatauk. Suponía, comoel general Panther, que se necesitaban pruebastangibles contra Pyrot, que nunca serían demasiadas,que nunca reuniría las suficientes. Expuso estas ideas

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a su jefe de Estado Mayor, que se hallaba dispuestoa compartirlas.

-Panther -le dijo-, se acerca la hora en quenecesitaremos pruebas abundantes ysuperabundantes.

-Lo sé, mi general -respondió Panther-. Voy acompletar mi archivo.

Al medio año las pruebas contra Pyrot llenabandos pisos del ministerio de la Guerra. El suelo sehundió con el peso de las carpetas, y las pruebasaplastaron, en forma de enorme alud, a dos jefes deservicio, catorce jefes de negociado y sesentaescribientes, ocupados en la planta baja en dar cursoa las órdenes que modificaban la hechura de laspolainas de los cazadores. Hubo que afianzar lasparedes del edificio. Los transeúntes veían conestupor que, apoyados oblicuamente sobre lafachada, obstruían el paso, perturbaban lacirculación de los coches y de los peatones yofrecían a los autobuses un obstáculo contra el cualestrellaban a sus viajeros.

Los jueces que habían condenado a Pyrot,realmente no eran jueces: eran militares. Los juecesque habían condenado a Colombán eran diosesmenores de la judicatura. Por encima de unos y de

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otros se hallaban :os verdaderos jueces, que lucíansobre sus togas rojas el ropón de armiño. Estos,reputados por su ciencia y u doctrina, componían unTribunal cuyo nombre terrible expresaba su poder:se llamaba el Tribunal Supremo, y era como unmazo suspendido sobre las sentencias de todas lasotras jurisdicciones.

Uno de aquellos jueces rojos del TribunalSupremo llamado Chaussepied, vivía entonces en unarrabal de Alca, modesta y tranquilamente. Su almaera pura, su corazón honrado, su inteligencia seinclinaba a la justicia. Cuando no tenía autos querevisar tocaba el violín y cultivaba jacintos. Los díasde fiesta le invitaban a comer sus vecinas, lasseñoritas Helbívore. Su ancianidad era sonriente yrobusta, y sus amigos alababan su ameno carácter.

Pero hacía algunos meses que se mostrabairritable y disgustado, y si abría un periódico surostro apacible cubríase de arrugas dolorosas y depalideces coléricas. Pyrot era la causa. El magistradoChaussepied no podía comprender que un militarhubiese cometido una traición tan villana comovender ochenta mil pacas de forraje sustraídas de lasProvisiones para entregarlas a un país enemigo, yconcebía menos aún que un canalla semejante

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hubiese encontrado defensores oficiosos enPingüinia. La sola idea de que existiesen en su patriaun Pyrot, un teniente coronel Hasing, un Colombán,un Kerdanic, un Fénix, le marchitaba los jacintos yle desafinaba el violín, le nublaba el cielo y la tierra yle amargaba los manjares de las señoritas HeIbívore.

Cuando el ministro de Justicia llevó el procesoPyrot al Tribunal Supremo, le correspondió aChaussepied examinarlo y descubrir sus errores, encaso de que los tuviese. Como era todo lo íntegroque se puede ser, acostumbrado a juzgar sin odio nifavor, esperaba encontrar en los documentos que sele ofrecían pruebas de una culpabilidad cierta y deuna perversidad tangible.

Después de numerosas dificultades y reiteradasnegativas del general Julep, se le facilitaron aChaussepied las carpetas del archivo. Su número seelevaba a catorce millones seiscientas veintiséis miltrescientas doce, y al verlas el magistrado quedóprimero sorprendido, luego asombrado, por finestupefacto y maravillado. Encontró en las carpetasprospectos de almacenes de novedades, periódicos,figurines, bolsas de papel, correspondenciascomerciales, cuadernos estudiantiles, telas deembalar, papel de lija, barajas, planos, seis mil

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ejemplares de La clave de los sueños..., pero ni unsolo documento referente a Pyrot.

IX. CONCLUSION

Abierto nuevamente el proceso, sacaron a Pyrotde la jaula. Los antipyrotinos no se dieron porvencidos. Los jueces militares volvían a juzgar aPyrot. Greatauk, en sus nuevas declaraciones, semostró superior a sí mismo: propuso quecondenaran por segunda vez al acusado, y paraconseguirlo declaró que las pruebas comunicadas alTribunal Supremo eran insignificantes, por lasencilla razón de que las más comprometedoras parael acusado habían de conservarse ocultas por exigirloasí los altos intereses nacionales. En opinión de losbien enterados, nunca desplegó tanta sutileza.Cuando al salir de la Audiencia atravesaba elvestíbulo del tribunal entre grupos de curiosos, conpaso tranquilo y las manos cruzadas a la espalda, unamujer vestida de rojo, con el rostro cubierto por unvelo negro y armada con un cuchillo de cocina, selanzó a él, y gritó:

-¡Muere, bandido!

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Era Maniflora. Antes que los presentescomprendieran lo que pasaba, el general la cogió porla muñeca, y con aparente dulzura la oprimió de talmodo que la mano, lastimada, tuvo que soltar elcuchillo. Entonces, Greatauk lo recogió del suelo, selo ofreció Maniflora, y le dijo cortésmente:

-Señora, se os ha caído un utensilio casero.No pudo impedir que la heroína fuese

conducida a la Comisaría, pero consiguió que lapusieran pronto en libertad y empleó más adelantetoda su influencia para que se diera por terminadoaquel incidente.

La segunda condena de Pyrot fue la últimavictoria Greatauk.

El magistrado Chaussepied, que antes sentíatanta estimación hacia el Ejército, enfurecido contralos jueces militares, anulaba todas las sentenciascomo un mono casca avellanas. Rehabilitó porsegunda vez a Pyrot, y si hubiera sido necesario lerehabilitaría quinientas veces.

Furioso, al comprender que habían sidocobardes, engañados y burlados, los republicanos serevolvieron contra los frailes y los curas. Losdiputados redactaron leyes de expulsión, deseparación, de expoliación.

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Sucedió lo que había previsto el padreCornamuse, el cual fue arrojado del bosque deConils. Los agentes de Hacienda confiscaron susalambiques y retortas, y los subastadores serepartieron las botellas de licor de Santa Orberosa.El piadoso fabricante perdió los tres millonesquinientos mil francos anuales, importe de susproductos. El padre Agaric encaminó al destierro yabandonó su colegio en manos laicas, que lo dejarondecaer. Separada del Estado protector, la Iglesiapingüina languideció como una planta desarraigada.

Al sentirse victoriosos los defensores delinocente, se dedicaron a desgarrarse los unos a losotros, abrumándose con ultrajes y calumnias. Elvehemente Kerdanic se arrojó sobre Fénix, decididoa devorarlo, mientras los judíos opulentos y lossetecientos pyrotinos se apartaban con desdén de loscamaradas socialistas, ante los cuales habíanimplorado poco antes.

-No os conocemos -les decían-, dejadnos en paz.Nada puede interesarnos vuestra justicia social Laverdadera justicia social es la defensa de las riquezas.

Elegido diputado y nombrado jefe de la mayoría,el camarada Larrivée fue llevado por la Cámara y porla opinión hasta la presidencia del Consejo. Se

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declaró enérgico defensor de los Tribunales militaresque habían condenado a Pyrot. Sus antiguoscamarada socialistas reclamaron un poco más dejusticia y de libertad para los empleados del Estado ypara los trabajadores manuales, y Larrivée combatiósus proposiciones en un elocuente discurso.

-La libertad -dijo- no es la licencia. Entre elorden y el desorden elijo fácilmente. La revoluciónes inútil. La violencia es el enemigo más temible delprogreso. No se consigue nada por la violencia.Señores los que como yo quieran reformas, debenaplicarse antes a remediar esta agitación que debilitaa los Poderes como la fiebre agota a los enfermos.Ya es tiempo de procurar que las gentes honradasvivan tranquilas.

Este discurso fue muy alabado. El Gobierno dela República siguió sometido a la sanción de laspoderosas Compañías monopolizadoras. El Ejércitose consagró a la defensa del capital. Destinóse laMarina a proporcionar negocios para losmetalúrgicos. Se negaban los ricos a pagar la parteque les correspondía de los impuestos, y los pobrespagaban por todos, como antes.

Desde lo alto de su vieja torre, bajo la asambleade los astros nocturnos, Bidault-Coquille

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contemplaba con tristeza la ciudad adormecida.Maniflora lo había abandonado. Devorada por elansia de nuevas abnegaciones y de nuevossacrificios, habíase ido con un joven búlgaro aimponer en otro país la justicia y la venganza. Elastrónomo no sentía su ausencia, porque al terminarel proceso enteróse de que no era tan hermosa ni taninteligente como al principio le pareció. Susimpresiones se habían modificado en el mismosentido respecto a otras formas y a otrospensamientos, pero lo más cruel era que se juzgó a símismo bastante menos interesante, menosgrandioso.

Y reflexionaba:"Te creíste sublime cuando sólo vivías de candor

y de buena voluntad. ¿De qué puedes enorgullecerte,Bidault-Coquille? De haber sido de los primeros enestimar la inocencia de Pyrot y la bribonería deGreatauk?. Pero las tres cuartas partes de lossetecientos pyrotinos lo sabían mejor que tú. ¿Dequé puedes mostrarte orgulloso? ¿De haberteatrevido a decir lo que pensabas? El valor cívico y elarrojo militar son efectos de la imprudencia. Fuisteimprudente, sin duda, esto no es bastante motivo dealabanza. Tu imprudencia fue minúscula y sólo te

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expuso a peligros insignificantes; no arriesgabas lavida. Los pingüinos perdieron la soberbia cruel ysanguinaria que antiguamente dio a sus revolucionestrágica grandeza. Es el efecto fatal del decaimientode las creencias y de los caracteres. Por habermostrado en un punto particular más clarividenciaque la mayoría, ¿mereces que te juzguen como unespíritu superior? Al contrario: creo que nomostraste, Bidault-Coquille, un profundoconocimiento de las condiciones del desarrollointelectual y moral de los pueblos. Suponías que lasinjusticias sociales se hallaban ensartadas como lasperlas y que bastaba sacar una para que sedesgranase el collar. Era una concepción inocente.Imaginabas imponer de pronto la justicia en tu país yen el Universo. Fuiste un buen hombre, unespiritualista honrado, sin mucha filosofíaexperimental. Reflexiónalo bien y comprenderás quetuviste alguna malicia, pero que tu ingenuidad hastacierto punto era engañosa. ¡Creías hacer un grannegocio moral! Premeditaste: Seré valeroso y justouna vez para siempre. Podré descansar luego en laestimación pública y en el aplauso de la Historia'. Yahora, con las ilusiones perdidas, comprendes hastaqué punto es ya difícil enderezar entuertos. Porque

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nada se consigue, nada se remedia. Vuelve a tusasteroides, y en lo que te resta de vida procura sermodesto, Bidault-Coquille...

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LIBRO SEPTIMO

LOS TIEMPOS MODERNOS: LA SEÑORACERES

I. EL SALON DE LA SEÑORA CLARENCE

La señora Clarence, viuda de un importantefuncionario de la República, gustaba de cultivar eltrato social. Reunía todos los jueves algunos amigosmodestos que se complacían en la conversación.Todas las señoras que iban a su casa, de muy diversaedad y estado, carecían de dinero y habían padecidomucho. Una duquesa tenía el aspecto decartomántica reveladora de presagios, y unacartomántica parecía duquesa. La señora Clarence,bastante atractiva para conservar sus viejasrelaciones, no lo era ya lo suficiente para renovarlas.

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Tenía una hija muy hermosa y sin dote, queatemorizaba mucho a los invitados, porque lospingüinos huyen, como del fuego, de las muchachaspobres. Evelina Clarence advertía la reservacautelosa de los hombres, y desde que averiguó elmotivo sirvióles el té desdeñosamente. Se la veíapoco en las tertulias y sólo hablaba con señoras ocon jovenzuelos; su presencia nunca refrenó losatrevimientos en la conversación, porque lasuponían bastante inocente para no comprenderloso recordaban sus veinticinco año que le permitíanoírlo todo.

Un jueves, en la tertulia de la señora Clarence sehabló de amor. Las señoras trataron el asunto conaltivez, delicadeza y misterio; los hombres, conindiscreción y fatuidad. Cada cual opinaba que susafirmaciones eran las más atendibles. Se derrochóingenio, se cruzaron brillantes apóstrofes y réplicasvivas, pero en cuanto expuso el profesor Haddocksus ideas aburrió a los concurrentes.

-Nuestras opiniones acerca del amor, comotodad las demás -dijo-, se fundan en costumbresanteriores, de las cuales no conservamos ni elrecuerdo En asuntos de moral, los mandatos quehan perdido su razón de ser, las obligaciones más

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inútiles y las imposiciones más nocivas y crueles son,por su antigüedad remota y el misterio de su origen,las menos discutidas y las más discutibles, las menosanalizadas, las más respetadas, las más veneradas ylas que no podemos quebrantar sin incurrir encensuras muy severas. Toda la moral relativa a lasrelaciones de los sexos descansa en el supuesto deque la mujer, en cuanto ha cedido al hombre,pertenece al hombre como le pertenece su caballo ysus armas, lo cual era verdad antiguamente, perodejó de serlo, y resulta un absurdo el contratomatrimonial, contrato de venta de una mujer a unhombre con cláusulas restrictivas del derecho depropiedad referentes a la impotencia del poseedor.

La obligación impuesta a la doncella deofrecerse virgen al esposo arranca de los tiempos enque se casaban las doncellas en cuanto eran núbiles,pero es ridículo que si no se casan hasta losveinticinco o los treinta años tengan la mismaobligación. Diréis que será un presente grato para elmarido, y os contestaré que si la virginidad fuese lomás apetecible no andarían los hombresdesatentados en persecución de las mujeres casadasni se mostrarían orgullosos de poseerlas.

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Aún se conserva el deber de las doncellasprecisado en la moral religiosa por la antiguacreencia de que Dios, el más poderoso guerrero, espolígamo, se reserva todas las virginidades y sólocon su asentimiento puede tomarlas alguien. Estacreencia, que dejó rastro en algunas metáforas dellenguaje místico, se borró ya en los puebloscivilizados, pero su influencia perdura en laeducación de las niñas, no solamente entre loscreyentes, sino hasta entre los librepensadores, queno suelen pensar libremente por la sencilla razón deque no piensan de ningún modo.

Para que una niña sepa lo que le correspondese le exige que no sepa nada, se cultiva su ignorancia,y a pesar de todo sabe algo de lo que pretendemosque ignore, puesto que no es posible ocultarle supropio organismo, ni sus estados, ni sus emocionesy sensaciones, pero lo sabe mal y de mala manera.Es todo lo que obtienen los pedagogos...

-Caballero -dijo bruscamente y algo fosco JoséBoutourlé, tesorero general de Alca-, os aseguro quehay niñas inocentes, perfectamente inocentes, lo cuales una gran desdicha. He conocido tres, y las tres secasaron. Fue horroroso. Una de ellas, cuando sumarido se le acercó, arrojóse del lecho espantada y

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se asomó al balcón para gritar: "¡Socorro, socorro,que mi marido está demente!" A la segunda laencontrara por la mañana sobre un armario deespejo y no hubo razones que la decidiesen a bajar.La tercera víctima del mismo sobresalto, seabandonó resignada, sin lamentaciones, y solamenteal cabo de algunos días murmuró al oído de sumadre: "Ocurren entre mi marido y yo cosasinauditas, cosas que ni se pueden imaginar, cosasque no me atrevo a comunicarte." Para no perder sualma se las comunicó al confesor y por él tuvo ladecepción de saber que todo aquello no eraextraordinario.

-He advertido -prosiguió el profesor Haddock-que los europeos en general y los pingüinos enparticular, antes de que los automóvilesenloquecieran a las gentes, no se ocupaban de nadatanto como del amor. Era darle importancia excesivaa lo que la tiene muy escasa.

-De este modo, caballero -exclamó la señoraCrémeur, exaltada-, cuando una mujer se haentregado por completo a un hombre, ¿aquello notiene la menor importancia?

-No, señora. Puede tener importancia -respondio el profesor Haddock-, pero antes de

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concedérsela es preciso ver si al entregarse ofrecióun jardín florido o un matorral de cardos y ortigas.Además ¿no se abusa un poco de la palabraentregarse? Más que entregarse, la mujer se presta.Fijaos en la bella señora Pensée...

-¡Es mi madre! -dijo un bello mozo rubio.-No le faltaré al respeto, caballero -replicó el

profesor Haddock-, no temáis que pronuncien mislabios ninguna palabra ofensiva. Pero permitidmedecir que, en general, la opinión que los hijos tienende sus madres es insostenible, no reflexionanbastante que una madre lo ha sido porque amó y quepuede amar nuevamente. Así ocurre y es lo que debeser. He observado también que las niñas no seequivocan al juzgar la facultad amatoria de susmadres y de qué modo la emplean. Como sienten lomismo, lo adivinan. El insoportable profesorcontinuó su discurso. Añadía impertinencias a lastorpezas, atrevimientos a las incorrecciones,acumulaba datos incongruentes, despreciaba lorespetable y respetaba lo despreciable, pero nadie leatendía ya.

Entretanto, en su alcoba, de una sencillezinsulsa; en su alcoba, triste por falta de amor y que,como todas las alcobas de soltera, tenía la frialdad de

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una antesala, Evelina Clarence consultaba losanuarios de casinos y los prospectos de obras nuevasdonde adquirir el conocimiento de la sociedad.Confinada en un mundo intelectual y pobre, sumadre no pudo presentarla ni lucirla, y Evelina sededicó a buscar por sí un medio favorable, obstinaday tranquila, sin ensueños y sin ilusiones. Veía en elmatrimonio un punto de partida, un permiso decirculación, y no se le ocultaban las contingencias,las dificultades y los accidentes de su empeño.

Disponía de recursos para agradar y de unafrialdad conveniente para ponerlos en práctica. Suflaqueza consistía en que todo lo aristocrático ladeslumbraba.

Al encontrarse ya sola con su madre, dijo: -Mamá, desde mañana iremos al "retiro" del

padre Douillard.

II. LA OBRA DE SANTA ORREROSA

El "retiro" del reverendo padre Douillard reuníatodos los viernes, a las nueve de la noche, en laaristocrática iglesia de San Mael, lo más selecto de lasociedad de Alca. El príncipe y la princesa de los

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Boscenos, el vizconde y la vizcondesa de Oliva, laseñora de Bigourd, el señor y la señora de laTrumelle no faltaban jamás. Allí estaba la flor de lanobleza, y las encantadoras baronesas judíasbrillaban allí, porque las baronesas judías de Alcaeran católicas.

Aquel "retiro" tenía por objeto, como todos losretiros religiosos, procurar a los elegantes mundanosalgunas horas de piadoso recogimiento para que sepreocuparan de su salud eterna, y también estabadestinado a extender sobre tantas nobles e ilustresfamilias la bendición de Santa Orberosa,bienhechora de los pingüinos. Con un celoverdaderamente apostólico, el reverendo padreDouillard perseguía la realización de su obra:restablecer a Santa Orberosa en sus prerrogativas depatrona de la Pingüinia y consagrarle sobre una delas colinas que dominaban la ciudad una iglesiamonumental. Un éxito prodigioso había coronadosus esfuerzos, y para la realización de aquellaempresa nacional reunió más de cien mil adeptos ymás de veinte millones de francos.

El nuevo relicario de Santa Orberosa, rodeadode cirios y de flores, mostraba en el coro de San

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Mael su oro resplandeciente y sus pedreríasdeslumbrantes.

Ved lo que dice acerca del particular, en suHistoria de los milagros de la patrona de Alca, el abatePlantain:

"La vieja urna fue destruida durante el Terrorpara fundir su metal y vender sus piedras, y lospreciosos restos de la santa fueron arrojados a lahoguera encendida en el centro de la plaza de Gréve;pero una pobre mujer muy piadosa, llamadaRouquín, recogió durante la noche, y con peligro desu vida, los huesos calcinados y las cenizas de labienaventurada, los conservó en un tarro de dulce, y,al ser restablecido el culto, los entregó al venerablepárroco de San Mael. La señora Rouquín acabópiadosamente sus días dedicada a vender cera yalquilar sillas en la capilla de la santa.

Es indudable que, precisamente cuando la fedeclinaba, el padre Douillard restauró el culto deSanta Orberosa (destruido por la crítica del canónigoPrinceteau y por el silencio de los doctores de laIglesia), y lo rodeó de más pompa y esplendores, demás fervor que nunca. Los nuevos teólogosaceptaban como verídica la leyenda recogida por elvenerable Simplicio, y admitían que una vez el

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demonio, con hábitos de fraile, se llevóviolentamente a la virgen para gozarla en unacaverna; pero la virgen supo resistir las tentaciones yastucias del Maligno y quedó triunfante la Virtud.No se preocupaban de lugares ni de fechas, nohacían exégesis ni concedían a la ciencia lo que lehabía concedido mucho antes el canónigoPrinceteau, porque de sobra sabían adóndeconducen las concesiones.

Estaba la iglesia resplandeciente de luces y deflores. Un tenor de la Opera cantaba el célebrehimno de Santa Orberosa:

Virgen, en la calmade la noche bruna,envuelve mi almacomo luz de luna.

La señorita Clarence se colocó junto a su madre;delante del vizconde de Clena, y estuvo largo ratoarrodillada en un reclinatorio, porque la oraciónimpone actitudes virginales que realzan el encantode las formas.

El reverendo padre Douillard subió al púlpito.Era un elocuente orador: sabía conmover,

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sorprender, emocionar. Las mujeres lamentabansolamente que fustigase los vicios con excesivarudeza y usara conceptos muy arriesgados que lasobligaban a ruborizarse. Pero esto no disminuía suestimación.

Trató en su discurso de la séptima prueba deSanta Orberosa, cuando fue tentada por el dragón,contra el cual salió a combatir, y de qué modo logróvencer al monstruo con su pureza.

El orador demostró sin dificultad que, ayudadospor Santa Orberosa y fortalecidos por las virtudesque ella nos inspira, venceremos también a todos losdragones que amenazan devorarnos: el dragón de laduda, el dragón de la impiedad, el dragón del olvidode los deberes religiosos. Sacó la consecuencia deque la obra de devoción a Santa Orberosa era unaobra de regeneracion social, y concluyó con unardiente llamamiento "a los fieles afanosos de ser losinstrumentos de la Misericordia Divina, el apoyo ysostén de la Obra de Santa Orberosa, y deproporcionarle todos los medios que necesita paratener importancia y producir saludables frutos.

Después de la ceremonia, el reverendo padreDouillard se quedaba en la sacristía en espera de losfieles que deseaban tener informes acerca de la Obra

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y contribuir a ella. La señorita Clarence tenia quedecirle algo al reverendo padre Douillard. Alvizconde de Clena le sucedía lo mismo. Lamuchedumbre era numerosa y se formó cola. Por undichoso azar, el vizconde y la señorita Clarencequedaron oprimidos el uno contra el otro. Evelinaya se había fijado en aquel joven elegante, casi tanconocido como su padre en el mundo de losdeportes. También él se había fijado en ella, y alverla tan hermosa la saludó como si creyera quehabía sido presentado anteriormente y no recordabadónde. La madre y la hija fingieron también creer lomismo.

El jueves inmediato se presentó el vizconde encasa de la señora de Clarence, a la que suponía unpoco tolerante, lo cual no le desagradaba, y al ver denuevo a Evelina reconoció que no estaba ciegocuando se había interesado por su belleza.

El vizconde de Clena tenía el más hermosoautomóvil de Europa. Durante tres meses paseó alas señoras de Clarence todos los días por lascolinas, las llanuras, los bosques y los valles; conellas recorrió lugares pintorescos y visitó castillos;dijo a Evelina todo lo que podía decirle, y se lo dijobien; ella no le ocultó que le amaba, que le amaría

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siempre y que no amaría jamás a otro; sintióse a sulado estremecida y prudente. Al abandono de suamor fatal oponía, cuando era necesario, la defensainvisible de una virtud que no desconoce lospeligros. Al cabo de tres meses de llevarla y traerla,subirla, bajarla y pasearla del brazo cuando algúncontratiempo detenía el automóvil, llegó a tenerlatan manoseada como el volante de su máquina, perosin pasar de ahí. Combinaba sorpresas, aventuras,detenciones inesperadas en los bosques o en loscaminos cerca de una posada; pero nunca le valieronsus tretas. Rabioso, la metía otra vez en el "auto" yse lanzaba a ciento veinte por hora, decidido adespeñarla en un precipicio o estrellarla contra unárbol.

Cierto día fue a buscarla para una excursión y laencontró más deliciosa que nunca, más apetecible.Cayó sobre ella como el huracán sobre los juncos alborde de un estanque, y ella se doblegó con adorabledebilidad.

Veinte veces vióse ella a punto de ceder,dominada, vencida por el impulso fiero, y veinteveces se rehizo ligera y vibrante. Después demuchos asaltos dijérase que apenas un soplo ligerohabía mecido el talle delicioso. Evelina sonreía como

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si se ofreciese a las manos poderosas de sudesdichado agresor, quien, descompuesto, con rabia,casi enloquecido, al huir para no matarla, seequivocó de puerta y entró en el gabinete donde laseñora Clarence se ponía el sombrero ante el espejodel armario, la cogió, la empujó hasta el lecho y lagozó, sin darle tiempo a reflexionar lo que sucedía.

A las pocas horas, tenaz en sus investigaciones,averiguó Evelina que el vizconde sólo tenía deudas,que gastaba el dinero de una vieja y acreditaba lasmarcas nuevas de un fabricante de automóviles.

De común acuerdo dejaron de verse, y Evelinavolvió a servir de mala gana el té a los invitados desu madre.

III. HIPOLITO CERES

En el salón de la señora de Clarence se hablabade amor y se formulaban conceptos deliciosos.

-El amor es el sacrificio -suspiró la señoraCrémeur.

-No lo dudo -replicó vivamente Boutourlé.Pero el profesor Haddock desplegó muy pronto

su fastidiosa insolencia.

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-Me parece -dijo- que las pingüinas dificultanmucho las cosas desde que, por milagro de SanMael, se convirtieron en vivíparas. Sin embargo, notienen de qué enorgullecerse: es una condición quecomparten con las vacas y las cerdas, y hasta con losnaranjos y los limoneros, puesto que las semillas deestas plantas germinan en el pericarpio.

-La importancia de la Pingüinia -replicóBoutourlé- no es tan remota: comienza el día en querecibieron vestiduras del santo apóstol, y aun esaimportancia sólo brilló en un pequeño círculo socialmás adelante, con el lujo. Sin ir más lejos, a dosleguas de Alca, en el campo, durante la siega, podréisconvenceros de que las mujeres no son remilgadasni se dan importancia.

Aquel jueves, Hipólito Cerés se hizo presentar.Era diputado por Alca y uno de los miembros másjóvenes de la Cámara. Se le suponía hijo de untabernero, hablaba bien, era abogado, robusto,voluminoso, tenía mucho empaque y fama de listo.

-El señor Cerés - dijo la dueña de la casa -representa en el Congreso el más hermoso distritode Alca.

-Un distrito que se embellece de día en día,señora. Es un encanto.

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-Desgraciadamente, no se puede transitar por allí-dijo Boutourlé.

-¿Cuál es la causa? - preguntó el diputado.-¡Los automóviles!-No reneguéis de los automóviles, nuestra

magnífica industria nacional.-No lo ignoro, caballero; los pingüinos de hoy

me recuerdan los egipcios de la antigüedad. Losegipcios, como dice Taine, tomándolo de Clementede Alejandría, cuyo texto altera, los egipciosadoraron a los cocodrilos, que los devoraban, y lospingüinos adoran a los automóviles, que losdespachurran. Sin duda, lo por venir es para la bestiade metal. No retrocederemos al coche de punto,como no volvimos a usar las diligencias; el fatigosomartirio del caballo termina. El automóvil, que lacodicia práctica de los industriales lanzó como uncarro de Jagenat sobre los pueblos asombrados y fuepara los ricos ociosos una imbécil y funestaelegancia, cumplirá pronto su misión cuando seponga al servicio del pueblo y se porte como unmonstruo dócil y servicial. Sin embargo, para que elautomóvil resulte bienhechor es necesario que se leconstruyan caminos en relación con susproporciones y su marcha, carreteras que resistan el

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impulso de sus neumáticos feroces, y que se leprohiba envenenar a los transeúntes con el polvoque levanta.

La señora de Clarence habló delembellecimiento del distrito representado porHipólito Cerés, y éste dejó traslucir su entusiasmopor los derribos, desmontes, construcciones,reconstrucciones y todo género de operacionesfructíferas.

-Se construye hoy de un modo admirable -dijo-.Se trazan avenidas majestuosas. ¿Hay algo máshermoso que los pilares de nuestros puentes y lascúpulas de nuestros hoteles? .

-Olvidáis ese grandioso palacio recubierto poruna inmensa bóveda semejante a medio melón -refunfuñó el señor Daniset, antiguo aficionado alarte-. Es incalculable la fealdad con que puederevestirse una ciudad moderna. Alca se americaniza.Destruyen cuanto nos quedaba de libre, deimprevisto, de proporcionado, de moderado, dehumano, de tradicional. En todas partes desaparecela encantadora visión de un muro sobre el cualasoman sus ramas los árboles; en todas partes sesuprimen el aire, la luz, la naturaleza, los recuerdos,se borra la huella de nuestros padres y nuestra

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propia huella, y se levantan casas enormes, infames,rematadas a la vienesa con ridículas cúpulas, yacondicionadas al arte nuevo, sin molduras niperfiles, con salientes inverosímiles y rematesburlescos; monstruos desvergonzados que asomansobre los edificios viejos. Vense proyectar sobre lasfachadas, con blandura repugnante, protuberanciasbulbosas, y a ello llaman "motivos de arte nuevo".He visto el arte nuevo en otros países y no es tanruin: tiene honradez y fantasía. Sólo entre nosotros,por un triste privilegio, se ven reunidas lasnovedades arquitectónicas más horribles.¡Envidiable privilegio!

-¿No teméis -advirtióle vivamente el diputado-,no teméis que vuestras críticas amargas aparten denuestra capital a los extranjeros que afluyen de todoel mundo y que nos dejan muchos miles demillones''?

-Tranquilizaos -respondió el señor Daniset-. Losextranjeros no vienen a extasiarse ante los edificios:vienen por nuestras mujeres galantes, por nuestrosmodistas y por nuestros bulliciosos bailes públicos.

-Tenemos la mala costumbre de calumniarnos -suspiró Hipólito Cerés.

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La señora de Clarence creyó conveniente hablarotra vez del amor para divertir a la concurrencia, ypreguntó a Tumel qué opinaba del nuevo librodonde León Blum se lamentaba...

-...de que una costumbre injustificada -continuóel profesor Haddock- impide a las señoritas de labuena sociedad ejercitar sus encantos en los juegosamorosos, que tan deplorablemente realizan lasmozas mercenarias. Pero ese autor no debe afligirsetanto, puesto que, si bien existe arraigado entrenuestra sociedad burguesa ese mal que deplora, nose propagó entre la gente del pueblo, ya que ni lasartesanas ni las campesinas se abstienen de los gocesamorosos.

-¡Qué inmoralidad, caballero! -dijo la señoraCrémeur.

Y celebró la inocencia de las doncellas en frasesrebosantes de pudor y gracia. Estuvoafortunadísima.

Los conceptos del profesor Haddock acerca delmismo asunto produjeron una molesta depresión enlos ánimos.

-Las doncellas de la buena sociedad -dijo- vivenguardadas y vigiladas. Además, los hombres no lasprovocan: unas veces por honradez, otras por temor

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a responsabilidades terribles y otras porque laseducción de una doncella no es aventura de que"pudieran" vanagloriarse. En realidad, no sabemoslo que pasa, porque lo que se oculta no se ve. Lasdoncellas de la buena sociedad serían más fáciles quelas casadas, por dos razones: tienen más ilusión y sucuriosidad no está satisfecha. Las mujeresacostumbran ser tan torpemente iniciadas por susmaridos, que de momento no desean repetir conotro. En mis tentativas de seducción tropecé muchasveces con semejante obstáculo.

Cuando el profesor Haddock ponía fin a susconceptos desagradables, Evelina entraba en el salónpara servir el té con la displicencia de costumbre,que prestaba un encanto oriental a su. hermosura.

-Yo -dijo Hipólito Cerés, con los ojos fijos enella- me proclamo campeón de las señoritas.

"¡Qué imbécil! -pensó Evelina.Hipólito Cerés, que jamás había sacado un pie

de su mundo político y sólo trató con electores ycamaradas, ,juzgaba muy distinguido el salón de laseñora de Clarenxe, suponía muy elegante a laseñora de la casa, y a su hija, extraordinariamentebella. Fue asiduo en su trato y galanteó a la una y a laotra.

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Aquel hombre activo se propuso agradarlas, y loconsiguió algunas veces. Les proporcionabainvitaciones para el Congreso y palcos para la Opera,facilitó a la señora Clarence varias ocasiones delucimiento, sobre todo en una fiesta campestre, que,a pesar de ser oficial y ofrecida por un ministro,resultó delicadamente mundana y valió a laRepública su primer triunfo entre las personaselegantes.

En aquella fiesta, Evelina fue muy agasajada,especialmente por un joven diplomático llamadoRoger Lambilly, quien la creyó una mujer galante y lepropuso una entrevista. Fascinada por la figura deaquel hombre, al cual suponía rico, Evelina le visitó.Un poco emocionada, casi turbada, estuvo a puntode ser víctima de su atrevimiento, y sólo evitó laderrota por una maniobra ofensiva y audaz. Esta fuela mayor locura de su vida de soltera.

En su trato con los ministros y con el presidenteafectaba Evelina un carácter piadoso y aristocrático,que le conquistó simpatías entre los prohombres dela República anticlerical y democrática. HipólitoCeres, al verla triunfar, sintióse más atraído ysatisfecho. Por fin se enamoró locamente.

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Desde entonces ella empezó a mirarle coninterés. Aquel hombre se le aparecía falto deelegancia, de delicadeza y de cultura, pero muyemprendedor, desenvuelto, entretenido y ocurrente.Evelina se burlaba de él, y sin embargo, pensabagustosa en él.

Un día quiso poner a prueba su cariño.Era en pleno período electoral. Hipólito Cerés

preparaba su reelección. Ante un adversario pocopeligroso al principio, sin recursos oratorios, perocon mucho dinero, que le restaba diariamentealgunos votos, Cerés, nada propenso a la neciaconfianza ni a las inquietudes alarmantes, no temía,pero tampoco se descuidaba.

Su principal influencia se ejercía en las reunionespúblicas, donde, a fuerza de pulmones, anulaba a surival. Su Comité anunciaba controversias libres anteun público inmenso, dispuestas para los sábados porla noche y los domingos a las tres en punto de latarde.

Fue un domingo a visitar a las señoras deClarence y encontró a Evelina sola en el salón. A losveinte o veinticinco minutos de hablar con ella sacóel reloj: ya eran las tres menos cuarto. Evelina semostró amable, provocativa, graciosa,

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intranquilizadora. El diputado, conmovido, se pusoen pie.

-¡Esperad un momento! -dijo ella con voz tansuplicante y acariciadora que Hipólito volvió asentarse.

Decidida a interesarse más y más, tuvo para élabandonos, curiosidades, condescendencias. Eldiputado se arreboló, palideció y se levantó denuevo.

Entonces ella, para retenerle, fijó en él sus ojos,cuyas pupilas húmedas brillaban con resplandoresturbios, desmayados. El hermoso pecho latía conviolencia, y los labios, temblorosos, guardabansilencio.

Vencido, anonadado, frenético, el hombre cayóa sus pies, y cuando pudo volver a mirar la hora dioun brinco y soltó un juramento espantoso:

-¡Rec...! ¡Las cuatro menos cinco! ¡Me largo!Y bajó en cuatro zancadas la escalera.Desde aquel día, Evelina sintió por Hipólito

cierta estimación.

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IV. EL MATRIMONIO DE UN POLÍTICO

Ella no le quería mucho; pero deseaba que él laadorase. Mostróse reservada, y no por falta decariño, sino porque hay entre las prácticas amorosasalgunas que se realizan con indiferencia, pordistracción, por instinto, por curiosidad, porcostumbre, como ensayo de poder y para descubrirlos resultados. La causa de su reserva fue otra. Loconocía a fondo y le supuso capaz de aprovecharsede sus confianzas y de reprochárselo groseramente sino continuaba las concesiones.

Como él era, por conveniencia principalmente,anticlerical y librepensador, Evelina creyó muyoportuno afectar modales devotos. Llevaba en lamano, para que los viera él, enormes libros de misacon rojas tapas, y le metía por los ojos las listas desuscripciones para el culto nacional de SantaOrberosa. No hacía esto para mortificarle, portravesura, por frivolidad, ni por espíritu decontradicción, sino porque de aquel modo afirmabaun carácter, se crecía, y para exaltar el ánimo deHipólito se rodeaba de religión como Brunilda, paraatraer a Sigurd, se rodeaba de llamas. Al diputado le

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pareció más bella con aquel disfraz, porque a susojos el clericalismo era una elegancia.

Reelegido por una enorme mayoría, Cerés entróen una Cámara de ideas más radicales que laprecedente y, al parecer, más ansiosa de reformas.Advertido pronto de que tanto celo encubría eltemor al triunfo de los contrarios y un sinceropropósito de no hacer nada, combinó una políticaoportuna para semejantes aspiraciones. En laprimera sesión pronunció un discurso, hábilmenteconcebido y bien ordenado, en el cual probaba quetoda reforma debe ser largo tiempo diferida. Semostró ardoroso, casi febril, y sostuvo que unorador debe recomendar la moderación conextremada vehemencia. Fue aclamado por todos. Enla tribuna presidencial estaban las señoras deClarence. A su pesar, Evelina se emocionó alestruendo solemne de los aplausos. Junto a ella, labellísima señora Pensée estremecíase con lasvibraciones de aquella voz potente.

Así que abandonó la tribuna, Hipólito Cerésacercóse a las señoras de Clarence. Mientras alsaludarlas recibía sus felicitaciones con fingidamodestia y se secaba el cogote con el pañuelo,Evelina, que le veía embellecido con resplandores

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triunfales, reparó que la señora Pensée respiraba convoluptuosidad el sudor del héroe, anhelante, con losojos entornados, con la cabeza desmayada y a puntode sucumbir. Evelina sonrió entonces cariñosamenteal señor de Cerés.

El discurso del diputado de Alca produjo granrevuelo. En las "esferas" políticas lo juzgaron muyhábil. "Hemos oído al fin un lenguaje honrado",escribía un diario conservador. "¡Es todo unprograma!", exclamaron sus compañeros delegislatura. Y se le reconoció un talento enorme.

Hipólito Cerés se imponía como jefe de losdiputados radicales, socialistas y anticlericales, que lenombraron presidente de su grupo, el másimportante de la Cámara. Ya le adjudicaban unacartera para la próxima combinación ministerial.

Después de muchas vacilaciones, EvelinaClarence decidió casarse con Hipólito Cerés. En suconcepto era un hombre vulgar y no se podíasuponer que llegase, con el tiempo, a esas alturas enlas cuales enriquece la política; pero, al cumplirveintisiete años, Evelina conocía el mundo lobastante para no ser demasiado exigente.

Hipólito Cerés era un hombre famoso, unhombre feliz. Estaba desconocido, aumentaba por

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momentos la elegancia de sus trajes y de susmaneras, abusaba un poco de los guantes blancos.Muy sociable ya, hizo pensar a Evelina en laconveniencia de que lo fuese menos. La señora deClarence veía con gusto aquel desposorio, satisfechadel porvenir de su hija y de tener todos los juevesflores para su salón.

La ceremonia matrimonial presentabadificultades. Evelina era devota y quería recibir labendición de la Iglesia. Hipólito Cerés, tolerante,pero librepensador, sólo admitía el matrimonio civil.Hubo discusiones y hasta escenas desgarradoras. Laúltima tuvo lugar en el aposento de la novia, cuandoredactaban las invitaciones. Evelina declaró que, sinel consentimiento de la Iglesia, no se consideraríacasada. Propuso un rompimiento, irse al extranjerocon su madre o meterse a monja. Luego,enternecida, suplicante, débil, ¡gimió!, y todo gemíacon ella en la estancia virginal: la pililla del aguabendita, el ramo de boj puesto a la cabecera dellecho, los libros devotos sobre el mármol de lachimenea, la imagen blanca y azul de Santa Orberosacon el dragón encadenado... Hipólito Ceréshallábase conmovido.

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Bella en su dolor, con los ojos abrillantados porsus lágrimas, con las muñecas oprimidas en unrosario de lapislázuli, como encadenadas por la fe,Evelina se arrojó a los pies de Hipólito y se abrazó asus rodillas, temblorosa, exánime.

Hipólito estaba casi resuelto a ceder, y balbuceóinseguro:

-Un matrimonio clerical, una ceremonia en laiglesia... Los electores acaso lo toleren; pero elComité no querrá tragárselo... Trataré deconvencerlos y les hablaré de la tolerancia, de lasimposiciones sociales... También ellos dejancomulgar a sus hijas... En cuanto a mi cartera,¡diablo!, se ahogará en agua bendita.

Ella se levantó, grave, generosa, resignada,vencida.

-No insisto ya.-¿Renuncias al matrimonio religioso? ¡Es lo

prudente!-Sí; pero trataré de arreglarlo a satisfacción de

todos.Visitó al reverendo padre Douillard, quien se

mostró más abierto y acomodaticio de lo queEvelina pudo imaginar, y le dijo:

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-Es un hombre inteligente, un hombre razonabley ordenado; él mismo ha de venir hacia nosotros. Lesantificaréis; no en vano le ofrece Dios una esposacristiana. La Iglesia no exige siempre, para susbendiciones nupciales, la pompa y las ceremonias.Ahora que se halla perseguida, la lobreguez de lascriptas y el misterio de las catacumbas convienen asus fiestas. Cuando hayáis cumplido las formalidadesciviles, venid a mi capilla particular, en traje de calle,acompañada por el señor Cerés y os casaréis en elsecreto más riguroso. El obispo me dará todas laslicencias necesarias y todas las facilidadesconcernientes a las amonestaciones, la cédula deconfesión, etcétera, etcétera.

Semejantes arreglos parecían a Hipólito algopeligrosos, pero los aceptó. Sentíase halagado.

-Iré de americana -dijo.Fue de levita, con guantes blancos y botas de

charol. Hizo sus genuflexiones.Porque las personas bien educadas...

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V. EL GABINETE VISIRE

El matrimonio Cerés instalóse con decoro ymodestia en un bonito piso de una casa nueva. Cerésadoraba a su esposa con llaneza y lealtad. Leocupaba muchas horas la Comisión de Presupuestosy trabajaba más de tres noches por semana en suInforme acerca de la reforma telegráfica, decidido aque fuese un monumento. Evelina consideraba unpoco tonta su manera de vivir, pero no ledesagradaba. Lo peor era la escasez de dinero. Losservidores de la República no se enriquecen como sesupone. Desde que no hay soberano que repartafavores, cada cual toma lo que puede, y susmalversaciones, limitadas por las malversaciones detodos, quedan reducidas a proporciones modestas;de ahí la austeridad de costumbres que se advierte enlos jefes de la democracia. Sólo pueden enriquecerseen los períodos de grandes negocios, y son entoncesobjeto de la envidia de sus colegas menosfavorecidos. Hipólito Cerés preveía, para un tiempocercano, un período de grandes negocios; era de losque saben prepararlos, y, entretanto, soportabadignamente una estrechez, compartida con bastanteresignación por Evelina, que no dejaba de ver al

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padre DouiIlard, frecuentaba la capilla de SantaOrberosa y cultivaba relaciones con una sociedadseria y capaz de servirla, sabía escoger sus amistades,y sólo intimaba con aquellos que lo merecían. Habíaadquirido experiencia desde sus paseos en elautomóvil del vizconde de Clena, y, sobre todo, noignoraba lo que puede hacerse valer una mujercasada.

Al principio, el diputado se intranquilizó porquelos periodiquillos demagogos satirizaban lascostumbres piadosas de su mujer; pero luego lesatisfizo advertir que todos los jefes de lademocracia buscaban aproximaciones con losaristócratas y con la Iglesia.

Atravesaba uno de esos períodos (repetidos confrecuencia) en los cuales se advierte que todo seprecipita. Hipólito Cerés no lo dudaba, por lo cualsu política no era de persecución, sino de tolerancia.Había sentado las bases en su magnifico discursoacerca de la preparación de las reformas.

El Ministerio, que adquirió fama desobradamente avanzado, sostenía proyectosreconocidos como peligrosos para el capital, tenía encontra suya las poderosas Compañías acaparadoras,y, por consecuencia, los periódicos de todas las

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opiniones. Como el peligro aumentaba, el Gabineteabandonó sus proyectos, su programa y suorientación; pero ya era tarde: un nuevo Gobiernoestaba prevenido, y bastó, para producir la crisis, unapregunta insidiosa de Pablo Visire, inmediatamentetransformada en interpelación, y un hermosodiscurso de Hipólito Cerés.

El presidente de la República designó para queformase Gobierno al propio Pablo Visire, que, muyjoven aún, había sido ya dos veces ministro y era unhombre encantador, amigo de bailarinas y decómicos, muy artista, muy sociable, de muchoingenio, de clara inteligencia y de actividadmaravillosa. Formuló un Ministerio destinado atranquilizar a la opinión alarmada. Hipólito Cerésobtuvo una cartera.

Los nuevos ministros pertenecían a todos losgrupos de la mayoría, representaban las opinionesmás diferentes y más opuestas; pero, en el fondo,eran todos moderados y resueltamenteconservadores. Fue reelegido el ministro deNegocios Extranjeros del anterior gabinete, llamadoCrombile, que trabajaba catorce horas al día en susdelirios de grandeza, silencioso, caviloso, recelosohasta con sus mismos agentes diplomáticos, terrible

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intranquilizador sin intranquilizar a nadie, porque laimprevisión de los pueblos es infinita y la de susGobiernos no le va en zaga. Encargóse de la carterade Obras Públicas el socialista FortunatoLapersonne. Era una de las costumbres mássolemnes, más severas, más rigurosas, y casi meatrevo a decir más terribles y crueles de la política,tener en cada Ministerio un socialista, para combatirel socialismo; de este modo, los enemigos de lafortuna y de la propiedad sentían la vergüenza y laamargura de que los azotara uno de los suyos, y nopodían reunirse sin que sus ojos buscasen entre ellosal que habría de castigarlos mañana. Sólo unaignorancia profunda del corazón humano permitíasuponer dificultoso el hallazgo de un socialista parasemejantes funciones. El ciudadano FortunatoLapersonne entró en el Gabinete Visire poriniciativa propia, sin la más insignificante violencia, yhasta obtuvo la aprobación de algunos camaradas.Tanto prestigio tienen los cargos públicos entre lospingüinos.

Al general Debonnaire se le confió la cartera deGuerra. Estaba reputado como uno de los másinteligentes generales del Ejército; pero se dejóconducir por una mujer licenciosa, la cual, muy

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encantadora todavía en su madurez intrigante, sehabía puesto al servicio de otra nación.

El nuevo ministro de Marina, el respetablealmirante Vivierdes-Murenes, con fama de excelentemarino, hacía gala de un espíritu religioso quedesentonaría en un Ministerio anticlerical si laRepública laica no hubiese reconocido la religióncomo de utilidad marítima. Atento a lasinstrucciones del reverendo padre Douillard, sudirector espiritual, el respetable almirante Vivierdes-Murenes dedicó la escuadra a Santa Orberosa, ymandó componer por algunos bardos himnosdevotos en honor de la Virgen de Alca para quereemplazasen al himno nacional en los programasmusicales de la Marina de guerra.

El Ministerio Visire se declaró francamenteanticlerical, pero respetuoso con las creencias yprudentemente reformador. Pablo Visire y suscolaboradores, ansiosos de reformas, por nocomprometer las reformas no proponían ninguna,seguros, como verdaderos hombres políticos, de quelas reformas se comprometen en cuanto seproponen. Aquel Gobierno fue muy bien acogido,tranquilizó a las personas honradas e hizo subir losvalores.

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Anunció la subasta de cuatro acorazados;anunció también persecuciones socialistas, ymanifestó su intención inquebrantable de rechazartodo impuesto inquisitorial sobre la renta. Laelección del ministro de Hacienda, Terrasson, fuemuy elogiada por los periódicos más autorizados.Terrasson, viejo ministro, famoso por sus jugadas deBolsa, autorizaba todas las esperanzas de losbanqueros y hacía presagiar un período de fecundosnegocios. Pronto se hincharon con la leche de laRiqueza las tres ubres de las naciones modernas: elAcaparamiento, el Agio y la EspecuIaciónfraudulenta. Ya se hablaba de empresas lejanas, decolonización, y los más atrevidos lanzaron en laPrensa un proyecto de protectorado militar yeconómico sobre la Nigricia.

Sin haber dado aún la medida de sus talentos,Hipólito Cerés era ya considerado como un hombrede mucha valía; los hombres de negocios loestimaban. Recibía felicitaciones de todas partes porhaber roto con los partidos extremos, con lospolíticos peligrosos, y por tener conciencia de lasresponsabilidades gubernativas.

La señora Cerés era la única estrella femeninadel Ministerio. Crombile se acartonaba en el

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celibato. Pablo Visire se había casado con la señoritade Blampignon, hija de un opulento comerciante delNorte, mujer distinguida, estimada, sencilla, yenferma hasta el punto de que su falta de salud laretenía continuamente al lado de su madre en unlejano rincón provinciano. Las otras "ministras" nohabían nacido para encantar los ojos, y la gentesonreía al leer que la señora Labillete lució en el bailede la Presidencia, sobre su tocado, un ave delParaíso. La señora del almirante Vivier-des-Murenes,más ancha que alta, con el rostro amoratado y la vozenronquecida, iba diariamente a la compra. Lagenerala Debonnaire, larguirucha, flaca y pecosa,insaciable de amores con oficialitos, sumergida en ellibertinaje y el crimen, sólo consiguió algunaconsideración a fuerza de fealdad e insolencia.

La señora Cerés era el encanto del mundooficial. Joven, hermosa, irreprochable, para seducirigualmente a los más encopetados y a los máshumildes, unía la elegancia de sus vestidos a lapureza de su inefable sonrisa.

Sus salones fueron asaltados por la opulentaBanca judía. Dio las fiestas más brillantes de laRepública. Los periódicos describían sus trajes y losmodistas más famosos no le consentían que los

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pagara. Iba mucho a la iglesia; protegía, contra laanimosidad popular, la capilla de Santa Orberosa, yhasta hizo entrever a los corazones aristócratas laesperanza de un nuevo concordato con el Vaticano.

Sus cabellos de oro, sus pupilas gris de lino, suflexibilidad, su esbeltez, sus hermosas curvas, ledaban todos los atractivos de una mujerverdaderamente encantadora. Gozaba de buenareputación, que pudiera guardar intacta en flagrantedelito; de tal modo era sagaz, tranquila y dueña de sí.

Terminó la legislatura con una victoria delGabinete, que rechazó, entre los aplausos unánimesde la Cámara, una proposición de un impuestoinquisitorial y con el triunfo de la señora Cerés, quedio fiestas en honor de tres reyes.

VI. EL DIVAN DE LA FAVORITA

El presidente del Consejo invitó durante lasvacaciones al señor y a la señora de Cerés a pasarquince días en la montaña, en un castillo alquiladopara el veraneo y donde vivía solo. La saludverdaderamente deplorable de la señora Visire no lepermitió acompañar a su marido, y continuaba,

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como siempre, con sus padres, en el rincón de unaprovincia septentrional.

El castillo había pertenecido a la querida de unode los últimos reyes de Alca. El salón conservaba susmuebles antiguos, y entre ellos, el diván de lafavorita. El paisaje era encantador. Un hermoso ríoazul, el Aiselle, corría al pie de la colina donde seasentaba el castillo. Hipólito Cerés era unapasionado pescador de caña, en cuya monótonaocupación sorprendía sus mejores combinacionesparlamentarias y sus más felices rasgos oratorios.Como en el Aiselle abundan las truchas, las pescabadesde la mañana hasta la noche en una lancha que elpresidente del Consejo puso desde el primer día a sudisposición.

Entretanto, Evelina y Pablo Visire solían dar unavuelta por el jardín o hablaban en el salón. Evelina,que no ignoraba la seducción ejercida por aquelhombre sobre las mujeres, habíase limitado adesplegar en su presencia una coqueteríaintermitente y superficial, in intenciones decididas nipropósito determinado. El presidente no se habíafijado mucho en ella. La Cámara y la Operaembargaron todos sus instantes; pero en el solitariocastillo, las pupilas grises y las hermosas curvas se

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avaloraron a sus ojos. Una tarde, mientras HipólitoCerés pescaba, como de costumbre, en el Aiselle,Visire la hizo sentar a su lado en el diván de lafavorita. Entre los cortinajes que protegían del calory de la excesiva claridad de un sol ardiente, algunosrayos dorados se clavaban en Evelina como lasflechas de un amor oculto. Bajo su blusa blanca,todas sus formas, a la vez macizas y afinadas,descubrían su gracia y su juventud. Su piel era frescay olía a heno recién cortado. Pablo Visire se condujocomo la ocasión lo requería. Evelina no quisoevitarlo, segura de que aquello no había de tenerimportancia ni consecuencias; pero pronto pudoadvertir su equivocación.

"Había -dice una célebre balada alemana- en laplaza del pueblo, donde da el sol, apoyada en unmuro, por el cual se encarama la madreselva, unaestafeta de cartas, azul como las azulinas, sonriente ysatisfecha.

"A diario se acercaban a ella los modestoscomerciantes, los ricos labradores, el recaudador, losgendarmes, y le confiaban cartas de negocios,facturas, requerimientos, apremios, diligenciasjudiciales, llamamientos de reclutas... Y la estafetaseguía sonriente y tranquila.

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"Satisfechos y preocupados, encaminábansehacia ella los jornaleros y mozos de labranza, criadasy nodrizas, dependientes y empleados, mujeres consus niños de pecho: depositaban en su boca noticiasde nacimientos, de matrimonios y de muertes, cartasde novios y de novias, cartas de maridos y demujeres, cartas de madres a sus hijos y de hijos a susmadres...Y la estafeta seguía sonriente y tranquila.

"Al oscurecer, los mozos y las mozas llegábansefurtivamente para entregarle sus cartas de amor,unas empañadas en lágrimas, que borraban la tinta;otras, con señales que indicaban el sitio donde sehabían depositado algunos besos; todas,interminables... Y la estafeta seguía sonriente ytranquila.

"Los ricos negociantes iban, por prudencia,temprano, a entregarle sus cartas con valores, suscartas con cinco sellos rojos, abultados por losbilletes de Banco, por las letras de cambio... Y laestafeta seguía sonriente y tranquila.

"Pero una tarde, Gaspar, que no se había llegadoa ella nunca, fue a echar una carta, en la cualsolamente se supo que iba doblada en plieguestriangulares, y la estafeta perdió la sonrisa y latranquilidad. La estafeta desfalleció. Desde entonces

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ya no se halla fija en el muro bajo la madreselva:corre las calles, los campos y los bosques, ceñida dehiedra y coronada de rosas. Anda siempre pormontes y por valles y el guarda rural la sorprendióen los trigos mientras abrazaba a Gaspar, le besabaen la boca.

Pablo Visire había recobrado su habitualserenidad. Evelina continuó echada en el sofá de lafavorita, con aturdimiento delicioso.

El reverendo padre Douillard, maestro enTeología moral y que en la decadencia de la Iglesiaconservaba los preceptos inmutables, tenía razón alafirmar, conforme a la doctrina de los Santos Padres,que si una mujer comete un enorme pecado alentregarse por dinero, lo comete más enorme aún alentregarse por amor; porque en el primer caso tratade sostener su vida, lo cual no es excusable, pero síperdonable y tal vez digno de la gracia del Cielo.Dios prohibe la muerte voluntaria y ordena laconservación de sus criaturas, que son sus templos.Además, la que se entrega para vivir queda humilladay no comparte los placeres, con lo cual disminuye supecado; pero el entregarse por ardor una mujer pecade voluptuosidad, se goza en su falta; el orgullo y las

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delicias que adornan su crimen aumenta su pesomortal.

El ejemplo de la señora Cerés realzaba laprofundidad de estas verdades morales. Averiguóque tenía sentidos, lo cual no había sospechadohasta entonces. Bastóle un instante para estedescubrimiento, que truncó su alma y trastornó suvida. Desde luego, le pareció un encanto haberaprendido a conocerse. Profundizar en el propioconocimiento no es un goce cuando se ahonda en lomoral; pero ya no sucede lo mismo al ahondar en lacarne, cuyos manantiales de voluptuosidad puedensernos reveladores. Mostró a su revelador unagradecimiento análogo al beneficio recibido, segurade que, al descubrirle los abismos celestes, era elúnico dueño de la llave. ¿Estaba en un error? ¿Lesería posible hallar otras llaves de oro? No es fácilasegurarlo, y el profesor Haddock (divulgado ya elsuceso muy pronto, como vamos a ver en estahistoria) trató el asunto desde un punto de vistaexperimental en una revista científica, y dedujo quelas probabilidades logradas por la señora de C***para encontrar la exacta equivalencia del señor V**'se hallaban en una proporción de 3.05 a 975.008, locual era como decir que su problema resultaba

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insoluble. Sin duda, ella lo comprendió por instintoy se aferró locamente a él.

He referido los hechos con todas lascircunstancias que, a mi juicio, deben fijar laatención de las inteligencias reflexivas y filosóficas.El diván de la favorita es digno de la majestadhistórica; en él se decidieron los destinos de unfamoso pueblo; diré más: en él se realizó un acto quedebía repercutir en las naciones fronterizas, amigas yenemigas, y en la Humanidad entera.Frecuentemente los sucesos de esta naturaleza, sibien son de una trascendencia infinita, escapan a loscriterios superficiales, a la. almas ligeras que asumenindebidamente el trabajo de escribir la Historia. Poresta razón quedan ignorados los secretos resortesque determinan los acontecimientos y resultanincomprensibles las caídas de los imperios y latransmisión de dominios, que aparecerían claras si sedescubriera y se tocase el punto imperceptible que,puesto en funciones, lo ha conmovido y lo haderribado todo. El autor de esta importante historiaconoce como nadie sus defectos y sus insuficiencias;pero puede vanagloriarse de que siempre haconservado la mesura, la seriedad, la austeridad quese requieren al referir los negocios de Estado, y

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nunca olvidó el decoro conveniente al relato de lasacciones humanas.

VII. LAS PRIMERAS CONSECUENCIAS

Cuando Evelina confesó a Pablo Visire quejamás había sentido nada semejante, él no la creyó.Acostumbrado a las femeniles astucias, sabía que lasmujeres hablan así a los hombres para apasionarlos ysu experiencia, como a veces ocurre, le indujo adesconocer la verdad. Incrédulo, pero lisonjero,sintió por ella mucho amor y algo más que amor:avivóse de pronto su inteligencia. Visire pronuncióen la capital de su distrito un discurso rebosante degracia, de brillantez, de acierto, que fue juzgadocomo su obra maestra.

Se reanudó serenamente la vida oficial;asomaron en la Cámara odios aislados. Algunasambiciones tímidas aún levantaban la cabeza, y bastóuna sonrisa del valeroso presidente para disipar lassombras. Ella y El se veían dos veces al día, yademás, se comunicaban por escrito diariamente.Práctico en este género de relaciones, él disimulaba,cauteloso; pero ella descubría una imprudencia loca:

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se presentaba con él en salones y teatros, en laCámara y en las Embajadas, revelaba su amor en laalegría de su rostro, en todo su ser, en los fulgoreshúmedos de su mirada, en la sonrisa voluptuosa desus labios, en las palpitaciones de su pecho, en elcontoneo de sus caderas, en el encanto de suhermosura radiante, ansiosa, enloquecida. Pronto elpaís entero estuvo informado: las cortes extranjerasconocían el asunto. Solamente lo ignoraban aún elmarido y el presidente de la República. El presidentelo averiguó en el campo, gracias a un informe de laPolicía traspapelado, no se sabe cómo, en su maleta.

Hipólito Cerés, aun cuando no era muy delicadoni muy perspicaz, advirtió alguna variación en sucasa. Evelina, que poco antes se interesaba por susasuntos y le demostraba, si no ternura, sinceraconfianza, ya sólo tenía para él indiferencia ydesagrado. Siempre había salido bastante, absorbidapor los asuntos de Santa Orberosa; pero al presenteno se la veía casi nunca en su casa y llegaba a lasnueve en coche para sentarse a la mesa, silenciosa,con expresión de sonámbula. Cerés juzgaba ridículotanto desorden; pero cuando se preocupó de ello susreflexiones no le revelaron la verdad. Padecía untotal desconocimiento de las mujeres y una ciega

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confianza en sus propios méritos y en su fortuna,que le hubieran ocultado la verdad eternamente silos dos amantes no le obligaran a descubrirla.

Cuando Pablo Visire iba a casa de Evelina y laencontraba sola, decían al besarse: "¡Aquí, no; aquí,no!" De pronto simulaban el uno para el otroabsoluta reserva. Pero un día el ministro deComunicaciones hallábase muy atareado en el "senode la Comisión". Pablo Visire vio a Evelina en sucasa, y al encontrarse juntos y solos:

-Aquí, no -dijeron, sonrientes, los amantes.Lo repitieron sus bocas labio a labio, entre

besos, abrazos y genuflexiones. Lo repetían aúnmientras Hipólito Cerés entraba en el salón.

Pablo Visire fingió bastante bien, y conserenidad le dijo a la señora que renunciaba, porimposible, a librarla del granito de polvo que se lemetió en un ojo. No suponía engañar con esto almarido, pero facilitaba la salida.

Hipólito Cerés se quedó anonadado. Laconducta de su esposa le parecía incomprensible y lepreguntó los motivos que la impulsaron:

-¿Por qué? ¿Por qué? -repetía con angustia-. ¿Porqué?

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Ella lo negó todo, no para convencerle, puestoque los había sorprendido, sino por comodidad ybuen gusto, para evitar explicaciones vergonzosas.

Hipólito Cerés sufrió todas las torturas de loscelos. Reflexionaba: "Soy fuerte y estoy acorazado;pero la herida me duele más adentro, en lo íntimodel corazón.

Y de pronto, al ver a Evelina hermoseada por lavoluptuosidad, satisfecha de su crimen, le decía,dolorido:

-Con ése no debiste hacerlo.Tenía razón. Evelina no debió comprometer con

sus amores la marcha del Gobierno.Hipólito sufría tanto, que agarró el revólver,

mientras vociferaba: "¡Lo mataré!" Pero en seguidapensó que un ministro de Comunicaciones no puedematar al presidente del Consejo, y volvió a dejar elarma en el cajón de la mesilla de noche.

Las semanas pasaron sin calmar su tristesufrimiento. Diariamente se ceñía sobre la heridaoculta su coraza de hombre vigoroso, y buscaba enel trabajo y en los honores la paz que le abandonó.Todos los domingos presidía inauguraciones debustos, estatuas, fuentes, pozos artesianos,hospitales, dispensarios, vías férreas, canales,

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mercados, cloacas, arcos de triunfo, mataderos, ypronunciaba discursos vibrantes. Su actividadardorosa devoraba los expedientes. Varió quinceveces en ocho días el color de los sellos de Correos,y le acongojaban dolores furiosos, enloquecedores.De cuando en cuando perdía el juicio. Si hubieraejercido un empleo en alguna oficina particular,pronto lo echarían de ver; pero es mucho más difíciladvertir la demencia o el delirio en la administraciónde los negocios públicos. Por entonces, losempleados del Gobierno formaban Asociaciones yFederaciones con una efervescencia que teníaintranquilos al Parlamento y a la opinión. Loscarteros sobresalían entre todos por su entusiasmosindicalista.

Hipólito Cerés publicó una circular en la quereconocía la acción de los carteros comoestrictamente legal, y al día siguiente lanzó unasegunda circular que prohibía como ilegal todaAsociación de empleados del Estado. Dejó cesantesa ciento ochenta carteros, a los cuales repuso en susdestinos, para castigarlos después con una multa ygratificarlos al fin. En el Consejo de ministros sehallaba constantemente a punto de estallar. Apenasle contenía en los límites de la corrección la

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presencia del presidente de la República, y como nose atrevía a lanzarse sobre su rival, se calmaba conimproperios dirigidos al general Debonnaire, que nolos oía por su mucha sordera y por hallarse divertidoen hacer versos para la baronesa de Bildermann.Hipólito Cerés se oponía obstinado a cualquierproposición del presidente del Consejo. Suinsensatez era ya notoria. Sólo una facultad escapó aldesastre de su inteligencia: conservaba el sentidoparlamentario, el tacto de las mayorías, el profundoconocimiento de los grupos y la seguridad de lascomponendas.

VIII. NUEVAS CONSECUENCIAS

Acabó aquella legislatura en calma, sin descubrirel Ministerio en los bancos de la mayoría ningunaseñal funesta. Pero se dedujo fácilmente de algunosartículos publicados en los periódicos moderadosque las exigencias de los banqueros judíos ycatólicos aumentaban de día en día, que elpatriotismo de los agiotistas pedía una expedicióncivilizadora a la Nigricia y que los fabricantes deacero, ansiosos de proteger las costas y defender las

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colonias, reclamaban con frenesí acorazados y másacorazados. Circulaban rumores de guerra, esosrumores que circulan periódicamente con laregularidad de los vientos alisios. Las personas seriasno les prestaban atención y el Gobierno esperabaque se desvanecieran por sí solos, mientras noaumentasen hasta el punto de producir alarma... Losbanqueros y los agiotistas deseaban la guerracolonial, y el pueblo no quería guerra de ningunaclase: complacíase con las arrogancias del Gobierno;pero a la menor sospecha de un conflicto europeosu violenta emoción hubiera invadido la Cámara.Pablo Visire no sentía ninguna inquietud: lasrelaciones internacionales eran, a su juicio, muytranquilizadoras, y le preocupaba solamente elsilencio maniático del ministro de NegociosExtranjeros. Aquel gnomo que se presentaba en losConsejos con una cartera de mayor tamaño que supersona y repleta de asuntos no decía nada, senegaba a responder a las preguntas aunque le fuesendirigidas por el jefe superior del Estado, y rendidopor sus tareas interminables, aprovechaba losmomentos para dormir hundido en su poltrona sindejar otro rastro de sí que su minúsculo mechón decabellos negros sobre el filo del tapete verde.

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Hipólito Cerés recobraba su aplomo y sufrescura. En compañía de su colega Lapersonne sealegraba la vida con el trato de actrices veleidosas yalegres, y cada noche los veían llegar a los figoneselegantes del brazo de mujeres encapuchadas,luciendo su robustez, su corpulencia y su sombreroresplandeciente. Y pronto fueron calificados entrelas figuras más simpáticas del bulevar. Se divertían;pero un dolor oculto los embargaba. FortunatoLapersonne tenía también una herida profunda bajosu coraza. Su esposa, ex modista y ex amante de unmarqués, se había ido a vivir con un chofer. Comono dejó de quererla, se desesperaba al pensarlo, yalgunas veces, encerrados los dos ministros en ungabinete particular, entre mozas que reían, mientraschupaban cangrejos, cruzaron una mirada encendidaen su interno dolor, y humedecieron sus ojos conuna lágrima.

Hipólito Cerés, herido en el corazón, no se dejóabatir, y juró vengarse.

La señora de Visire, que, a causa de su pocasalud, seguía con sus padres en un rincónprovinciano, recibió un anónimo, donde se leadvertía que Pablo Visire, amante de una mujercasada, E*** C*** (adivinad), derrochaba con ella la

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fortuna de su esposa, compraba automóviles detreinta mil francos y collares de perlas de ochentamil, se arruinaba. Se deshonraba y se agotaba. Laseñora de Visire tuvo un ataque de nervios ypresentó el anónimo a su padre.

-¡Le arrancaré las orejas a tu marido! -rugió elseñor Blampignon-. Es un trasto que te dejará en lamiseria si no le atas corto. Por muy presidente delConsejo de ministros que sea, no me asusta.

Al apearse del tren, el señor Blampignon se hizoconducir directamente al ministerio del Interior, yentró hecho una furia en el despacho del presidente.

-¡Necesito hablaros, caballero!Y agitaba el papelucho anónimo.Pablo Visire lo recibió sonriente.-Me alegro de veros, querido padre. Pensaba

escribiros para felicitaros por vuestro nombramientode oficial de la Legión de Honor. Esta mañana sepuso a la firma.

El señor Blampignon dio efusivamente lasgracias a su yerno y arrojó el anónimo a la chimenea.

De regreso en su casona provinciana encontró asu hija desconsolada y caída.

-Vi a tu marido. Es un muchacho encantador,pero tú no sabes tratarlo.

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Hipólito Cerés averiguó por un periodiquilloescandaloso (los ministros se enteran siempre de losasuntos de Estado por los periódicos) que elpresidente del Consejo comía todas las noches encasa de la señorita Lisiana, de los Bufos, cuya bellezale cautivaba locamente. Desde aquel día, Cerés sintióel miserable goce de observar a su mujer. Evelinallegaba siempre tarde para comer o para vestirse, yreflejaba en su aptitud la serena fatiga de un gocerealizado.

Seguro de que aún lo ignoraba, Cerés le dirigióavisos anónimos. Ella los leía en la mesa, lánguida ysonriente.

El marido creyó que su mujer no se daba cuentade la realidad y quiso presentarle una pruebadecisiva. Había en el ministerio agentes de confianzaocupados en investigaciones secretas interesantespara la defensa nacional y que, precisamente,vigilaban a unos espías que la nación vecina yenemiga pagaba, pertenecientes al servicio deCorreos y Telégrafos de la República. Hipólito Cerésles ordenó que suspendieran sus investigaciones y seocuparan de averiguar dónde, cuándo y cómo elpresidente del Consejo se veía con Lisiana. Losagentes, después de cumplir fielmente su misión,

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comunicaron al ministro que habían sorprendidovarias veces al presidente del Consejo con unaseñora, y que dicha señora no era Lisiana. HipólitoCerés tuvo la cordura de no preguntarles más. Losamores de Pablo Visire con Lisiana sólo eran unainvención del propio Visire, lanzada con elbeneplácito de Evelina para despistar a los curiososy gozarse tranquilos en la sombra y el misterio.

Pero, además de los agentes del ministro deComunicaciones los acechaban los del prefecto dePolicía y los del ministerio del Interior, que sedisputaban el cuidado de protegerlos; también eranacechados por algunas agencias realistas,imperialistas y clericales, por dieciocho oficinas deestafadores que se hacen pagar el secreto de lo quedescubren, por algunos policías de afición, por unamuchedumbre de noticieros y una cáfila defotógrafos que, donde cobijaran sus amores errantes(famosos hoteles, fondas humildes, casas de laciudad, casas de campo, aposentos particulares,castillos, palacios, museos, zahurdas), iban asorprenderlos, y los acechaban desde los árboles,desde los muros, desde las escaleras, desde lostejados, desde las habitaciones contiguas, desde laschimeneas. El presidente y su amiga veían con

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espanto, en torno de su alcoba provisional, barrenasque taladraban las puertas y las ventanas, berbiquíesque agujereaban las paredes. Pero lo más quepudieron obtener los fotógrafos fue una instantáneade la señora de Cerés en camisa, mientras seabrochaba las botas.

Pablo Visire, impacientado, irritado, perdía sualegre humor y su amabilidad; llegaba furioso a losConsejos y lanzaba invectivas, ¡también él!, contra elgeneral Debonnaire, valiente y heroico en la guerra,pero incapaz, hasta el punto de no saber cómoimpedir que arraigase la indisciplina en el ejército, yel general Debonnaire, a su vez, abrumaba consarcasmos al venerable almirante Vivierdes-Murenes,cuyos navíos íbanse a pique sin causas manifiestas.

Fortunato Lapersonne lo oía, solapado; abríamucho los ojos y mascullaba:

-Se apropia todo lo de Hipólito Cerés; primero,su mujer; ahora, sus manías.

Esas discordias, reveladas por las indiscrecionesde los ministros y por las quejas de los dos viejosmilitares, que se decían dispuestos a tirar sus carterasa las narices del presidente, en vez de perjudicarle,producían muy buen efecto en el Parlamento y en laopinión, que adivinaba en todo aquello señales de un

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decidido interés por el Ejército y la Marina. Y elpresidente se veía favorecido por la universalaprobación.

A las felicitaciones de los grupos y de lospersonajes notables respondía con imperturbablesencillez:

-¡Son mis principios!Hizo encarcelar a ocho socialistas.Al cerrarse las Cámaras, Pablo Visire fue a un

balneario para reponerse de sus fatigas. HipólitoCerés no quiso abandonar su ministerio, donde seagitaba tumultuosamente el Sindicato de señoritastelefonistas, y las castigó con una violenciaextremada, porque se había vuelto misógino. Losdomingos iba de pesca con Lapersonne a lospueblecillos de las cercanías, con sombrero de copa,sin el cual nunca salía desde que le hicieron ministro,y juntos olvidaban los peces para lamentar lainconstancia de la mujer y unir sus amarguras.Hipólito, apasionado por Evelina, sufría mucho;pero ya la esperanza iluminaba su corazón. La teníaseparada del amante, y deseoso de recobrarla pusoen conseguirlo todo su esfuerzo, toda su habilidad.Se mostró sincero, previsor, afectuoso, rendido yhasta indiscreto. Su cariño le adiestraba en múltiples

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delicadezas. Decíale a la infiel frases encantadoras,conceptos conmovedores, y para enternecerla,confesábale todo lo que había sufrido.

Al cruzar sobre su vientre la cinturilla delpantalón, exclamaba:

-¡Ya ves cómo enflaquecí!Le prometía todo lo que, a su juicio, puede ser

grata a una mujer: diversiones campestres,sombreros, joyas.

A veces pensaba tenerla ya propicia, porque nobrillaban en su rostro reflejos de una insolentefelicidad.

Separada de Pablo, su tristeza parecía dulzura;pero en cuanto Hipólito intentaba acariciarla seesquivaba Evelina, rebelde y adusta, encastillada ensu falta como en una fortaleza.

El insistía, y se mostraba humilde, suplicante,afligido.

Una tarde le dijo a Lapersonne con lágrimas enlos ojos.

-¡Convéncela tú!Lapersonne no accedió, seguro de que su

intervención era ineficaz; pero formuló un consejo:-Dale a entender que la desdeñas, que amas a

otra.

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Para poner en práctica este recurso, Hipólitopublicó en algunos diarios que pasaba la vida en casade la encantadora Guinaud, bailarina. Se retiraba alamanecer y fingía, en presencia de su esposa, elespectáculo de un goce interior imposible de ocultar.Durante la comida sacaba del bolsillo una cartaperfumada, y la leía con fingido deleite: sus labiosparecían besar en un ensueño otros labiosinvisibles...

Nada hizo, en efecto, y Evelina no llegó a darsecuenta. Indiferente a todo lo que la rodeaba, sólosalía de su letargo para pedir algunos luises a sumarido, y si no se los daba le miraba con desprecio,dispuesta a reprocharle su deshonor, el ridículo deque le cubría y a humillarle a los ojos del mundo.Desde que se enamoró de Pablo gastaba mucho másen sus elegancias, necesitaba dinero, y sólo sumarido podía procurárselo. En esto era fiel. Hipólitoperdió la paciencia, se enfureció, amenazó a sumujer con el revólver, y un día en presencia deEvelina, dijo a su madre:

-Os felicito, señora. Educasteis a vuestra hija deun modo estúpido.

-¡Llévame contigo, mamá! exclamó Evelina. ¡Medivorciaré!

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Hipólito la quería más que nunca.En sus celos furiosos la acriminaba, no sin

motivo, de sostener correspondencia con su amante,y para interceptarla restableció el gabinete negro,perturbó las correspondencias privadas, detuvo lasórdenes de Bolsa, desconcertó las citas amorosas,provocó ruinas, agrió pasiones y produjo suicidios.La Prensa independiente recogía las quejas delpúblico y las apoyaba con profunda indignación.Para justificar aquellas disposiciones arbitrarias losperiódicos ministeriales hablaron encubiertamentede conspiraciones y peligros públicos, hicierontemer algaradas monárquicas. Los noticieros peorinformados daban referencias más precisas, yanunciaban el secuestro de cincuenta mil fusiles y eldesembarco del príncipe Crucho.

La emoción iba en aumento, los órganosrepublicanos pidieron que se convocaseninmediatamente las Cámaras.

Pablo Visire volvió a la capital, reunió a suscolegas, hubo un importante Consejo. Sus agenciaspublicaron que se conspiraba contra la República yque el presidente del Consejo, con pruebasindudables, había pasado el asunto a los Tribunalesde justicia.

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Inmediatamente ordenó el arresto de treintasocialistas, y mientras el país entero le aclamabacomo a un redentor, burló la vigilancia de susseiscientos agentes y se refugió con Evelina en unhotelillo, donde permanecieron hasta la hora delúltimo tren.

Al entrar la doncella en el aposento que habíanocupado vio en la pared de la alcoba, cerca de lacabecera, siete cruces trazadas con una horquilla.

Es todo lo que pudo averiguar Hipólito Cerés,quien había realizado prodigios de previsión enaquellas circunstancias.

IX. LAS ULTIMAS CONSECUENCIAS

Son los celos una virtud de los demócratas, y losdefienden contra los tiranos. Los diputadosempezaban a. envidiar la llave de oro del presidentedel Congreso. hacía un año que su dominio sobre laencantadora Evelina de Cerés era notorio en todo elmundo. Las provincias, donde las noticias y lasmodas llegan después de una completa revoluciónde la Tierra en torno del Sol se enteraron al fin delos amores ilegítimos del jefe del Gabinete.

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En provincias se conservan aún costumbresausteras: las señoras provincianas son más virtuosasque las de la capital. Para justificarlo se alegan variasrazones: la educación, el ejemplo, la sencillez de lavida. El profesor Haddock pretende que su virtud sefunda sólo en que llevan botas de tacón bajo.

"Una mujer -escribe en un erudito estudiopublicado por La Revista Antropológica-, una mujersólo produce en el hombre civilizado, la sensaciónfrancamente erótica cuando la planta de su pieforma con la superficie del suelo un ángulo deveinticinco grados. Si llega el ángulo a tener treinta ycinco grados, la impresión erótica producida en elsujeto es aguda. En efecto: de la inclinación del piesobre el suelo depende, mientras la figura semantiene vertical, la situación respectiva de lasdiferentes partes del cuerpo, especialmente de laparte baja del vientre, y las relaciones recíprocas ymovimientos de las caderas, de las masas muscularesque guarnecen las partes posterior y superior delmuslo. Como todo hombre civilizado padeceperversión genésica y sólo reacciona la idea devoluptuosidad con las formas femeninas (por lomenos mientras la figura se mantiene vertical)dispuestas en las condiciones de volumen y equilibro

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producidas por la inclinación del pie que acabamosde fijar, resulta que las señoras provincianas, con lostacones bajos, no son muy apetecidas al ir por lacalle, y conservan fácilmente su virtud.

Estas conclusiones no fueron generalmenteaceptadas. Se dijo que también en la capital, influidapor las modas inglesas y americanas, se generalizó eluso de los tacones bajos sin que produjesen losefectos indicados por el sabio profesor, y, porañadidura que la pretendida diferencia entre lascostumbres de la metrópoli y de las provincias acasoes ilusoria, o si existe, se debe, al parecer, a que lasgrandes poblaciones ofrecen al amor ventajas yfacilidades que las pequeñas no disfrutan.

Sea como sea, lo cierto es que las provinciascomenzaron a murmurar escandalizadas contra elpresidente del Consejo, lo cual no era un peligro,aun cuando podría llegar a serlo.

Por de pronto, el peligro no aparecía en partealguna y estaba en todas partes. La mayoría semantuvo firme, aun cuando los jefes de grupo semostraban exigentes y morosos. Hipólito Cerés nohubiera sacrificado jamás a la venganza sus intereses;pero al considerar que sin comprometer su propiafortuna podía o lucir secretamente la de Pablo

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Visire, hizo un estudio para crear, con arte yprudencia, dificultades y peligros al jefe delGobierno. Sin duda, se hallaba muy por debajo de surival en talento, en cultura y autoridad, pero lesuperaba en las habilidosas maniobras de lospasillos. Los más sagaces parlamentarios atribuian asu abstención los recientes desfallecimientos de lamayoría. En las Comisiones fingía imprudencia yapadrinaba peticiones de crédito, a sabiendas de queel presidente no las aceptaría. Su torpezaintencionada produjo un violento conflicto entre elministro del Interior y el subsecretario. Su odioingenioso encontró una salida por sendas tortuosas.Pablo Visire era primo de una mujer pobre y galanteque llevara su nombre. Acordóse Cerésoportunamente de Celina Visires la protegió, leprocuró relacionarse con hombres y mujeres, ycontratas en los cafés cantantes. Instigada por élpresentó pantomimas unisexuales, tan escandalosascomo ruidosamente rechazadas.

Una noche de verano ejecutó en los CamposElíseos, ante una muchedumbre tumultuosa, danzasobscenas al compás de una música incitante queresonaba en los jardines donde el presidente de laRepública festejaba la visita de unos reyes. El

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nombre de Visire, asociado a esos escándalos, cubríalos muros de la ciudad, llenaba los periódicos,volaba por los cafés y por los bailes públicos enhojas con dibujos libertinos, deslumbraba con letrasde fuego sobre los bulevares.

A nadie se le ocurría suponer al presidente delConsejo responsable de la indignidad de su prima;pero como al cabo llevaba su nombre disminuyóbastante su prestigio.

Unióse a esto una inconveniente alarma. Conmotivo de un asunto sin importancia, discutido en laCámara, el ministro de Instrucción Pública y deCultos (Labillette, hombre bilioso a quien laspretensiones y las intrigas del clero exasperaban),amenazó con cerrar la capilla de Santa Orberosa yhabló sin respeto de la Virgen nacional. La mayoríase levantó indignada. La izquierda apoyó, contra sugusto, al ministro temerario. Nadie se preocupaba deatacar un culto que producía treinta millones anualesal país. Bigoud, el más moderado entre los hombresde la derecha, transformó el asunto en interpelacióny puso en peligro al Gabinete.

Afortunadamente, el ministro de ObrasPúblicas, Fortunato Lapersonne, atento siempre a loque obliga el poder, supo remediar, en ausencia del

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presidente del Consejo, la inoportunidad y lainconveniencia de su colega de Cultos, y subió a latribuna para sostener qué el Gobierno respetaba a laceleste Patrona del país, consoladora de tantos malesque la ciencia no puede remediar. Cuando PabloVisire, libre al fin de los brazos de Evelina,compareció en la Cámara, ya se había conjurado elpeligro; pero el presidente del Consejo se vioobligado a dar importantes compensaciones a lasclases directoras. Propuso al Parlamento la subastade seis acorazados, y reconquistó así la simpatía delacero; aseguró una vez más que no habría impuestosobre la renta y mandó detener a dieciochosocialistas.

Pronto lo acosaron dificultades más terribles. Elcanciller del imperio vecino, en un discurso acercade las relaciones exteriores de su soberano, deslizó,entre apreciaciones ingeniosas y advertenciasprofundas, una malévola alusión a las pasionesamorosas en que se inspiraba la política de unapoderosa nación. Este alfilerazo, acogido consonriente complacencia en un Parlamento imperial,debía producir molestias en una República suspicaz,y aguzó susceptibilidades, que se convirtieron enencono contra el ministro enamorado.

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Los diputados aprovecharon un pretexto frívolopara demostrar su descontento, y al tratarse de unincidente ridículo, provocado por la calaverada deun subprefecto que se divirtió como un estudianteen un baile público, la Cámara obligó al ministro adar explicaciones, y faltó poco para que lederribaran. En opinión general, nunca estuvo PabloVisire tan débil, tan blando, tan caído como enaquella deplorable sesión.

Convencido de que sólo podría salvarse conarrestos de político audaz, propuso la expedición aNigricia reclamada por los banqueros y losindustriales opulentos, que aseguraría concesionesde inmensos bosques a las Sociedades capitalistas,un empréstito de ocho mil millones a losestablecimientos de crédito, ascensos, recompensasy cruces a los oficiales de tierra y mar.Independientemente se presentó el inevitablepretexto: una injuria que vengar, un crédito quedefender. Seis acorazados, catorce cruceros ydieciocho transportes penetraron en la embocaduradel río de los Hipopótamos, donde seiscientaspiraguas se opusieron en vano al desembarco de lastropas. Los cañones del almirante Vivierdes-Murenes produjeron un efecto devastador entre los

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negros, que respondían con bandadas de flechas, yque, a pesar de su heroísmo fanático, fueronabsolutamente vencidos. Avivado por los periódicosque recibían subvenciones de los banqueros, estallóel entusiasmo popular. Solamente algunos socialistasprotestaron contra la aventura bárbara, equívoca,peligrosa, y fueron inmediatamente detenidos.

Mientras el Ministerio, apoyado por lospoderosos y defendido por los demás, parecíainquebrantable, Hipólito Cerés, inspirado por susodios, adivinó el peligro.

Se entregaba al país a una borrachera de gloria yde negocios; pero el imperio vecino protestó contrala ocupación de la Nigricia por una potenciaeuropea. Sucediéronse las reclamaciones, cada vezmás frecuentes y cada vez más apremiantes. Losperiódicos de la República disipaban todos losmotivos de inquietud. Viendo agigantarse laamenaza, Hipólito Ceíés resolvió arriesgarlo todo,hasta la existencia del Ministerio, y trabajabacautamente para perder a su enemigo. Inspiró aescritores adictos a su persona artículos queaparecieron en periódicos oficiosos, en los cuales seatribuían al jefe del Gobierno intenciones belicosas.

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A la vez que despertaban un eco terrible en elextranjero, esos artículos alarmaron la opinión en unpaís entusiasta del ejército y enemigo de la guerra.Interpelado acerca de la política exterior delGobierno, Pablo Visire hizo declaracionestranquilizadoras y prometió mantener una pazcompatible con la dignidad nacional. El ministro deNegocios Extranjeros, Crombile, leyó una "nota" enabsoluto ininteligible, puesto que estaba escrita enlenguaje diplomático. Sostuvo al Ministerio una granmayoría.

Pero los rumores de guerra no cesaban, y paraevitar alguna peligrosa interpelación, el presidentedel Consejo distribuyó entre los diputados ochentamil hectáreas de bosques en Nigricia, y mandódetener a catorce socialistas. Hipólito Cerés iba porlos pasillos muy triste, y comunicaba a los diputadosde su grupo sus esfuerzos para conseguir queprevaleciera en el Consejo una política de paz.

De día en día los rumores siniestrosaumentaban, preocupaban al público, sembraban elmalestar y la inquietud. Hasta Pablo Visire seacobardó, turbado por el silencio y la ausencia delministro de Negocios Extranjeros. Crombile no ibaa los Consejos; se levantaba a las cinco de la

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mañana, trabajaba dieciocho horas en su despacho, ycaía rendido en el cesto de los papeles, donde losporteros lo recogían al rebuscar documentos quevender a los agregados militares del imperio vecino.

El general Debonnaire se preparaba, seguro deuna próxima campaña. Lejos de temer la guerra, lapedía constantemente a voces. Confiaba susgenerosas esperanzas a la baronesa Bildermann, yésta lo comunicaba inmediatamente a la naciónvecina, la cual, por su aviso, movilizó un ejército. Elministro de Hacienda; sin desearlo, precipitó losacontecimientos. Tenía pendiente una jugada a labaja, y para producir pánico lanzó a la Bolsa lanoticia de una guerra inevitable.

El emperador vecino, engañado por aquellamaniobra y temeroso de que invadieran su territorio,dispuso a toda prisa la defensa. Espantóse la Cámaray derribó al Ministerio Visire por una enormemayoría (ochocientos catorce votos contra siete yveintiocho abstenciones). Ya era tarde: la naciónvecina y enemiga había retirado su embajador, y conocho millones de hombres invadía la patria de laseñora de Cerés.

Generalizóse la guerra, y el mundo entero seahogó en un mundo de sangre.

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APOLOGIA DE LA CIVILIZACIONPINGÜINA

Había pasado medio siglo desde los sucesos queacabamos de referir, cuando la señora de Cerésmurió, respetada, venerada y viuda, a los setenta ynueve años. A sus modestos funerales asistieron loshuérfanos de la parroquia y las hermanas de laSagrada Mansedumbre.

La difunta legó todos sus bienes a la Obra deSanta Orberosa.

-¡Ay! -suspiró el reverendo Monnoyer, canónigode San Mael al recibir tan piadosa herencia-, ya eratiempo de que una generosa fundadora socorriesenuestras necesidades. Los ricos y los pobres, lossabios y los ignorantes nos miran indiferentes o seapartan de nosotros, y cuando nos esforzamos paraencaminar por la buena senda las almas extraviadas,ni promesas, ni amenazas, ni dulzura, ni violencia,nada nos vale, nada conseguimos. El clero de laPingüinia gime desolado, nuestros curas rurales hande vivir de su trabajo, y emplean con frecuencia susmanos sagradas en oficios viles. En nuestras iglesiasruinosos la lluvia del cielo se filtra sobre los fieles, ydurante los santos oficios caen piedras de las

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bóvedas. El campanario de la catedral se derrumba.Los pingüinos olvidaron a Santa Orberosa; su cultofue abolido, su santuario está desierto. Sobre la urnade sus reliquias, despojada ya del oro y de las piedraspreciosas, las arañas tejen silenciosamente su tela.

Al oír aquellas lamentaciones, Pedro Mille, que ala edad de noventa y ocho años aún conservaba suenergía intelectual y moral, preguntó al canónigo siconfiaba en que, andando el tiempo, saliera SantaOrberosa de aquel injurioso olvido.

-No me atrevo a esperarlo -suspiró Monnoyer.-¡Es lástima! -replicó Pedro Mille-. Orberosa es

una bonita figura, y su leyenda es interesante.Descubrí casualmente poco ha uno de sus másbellos milagros, el milagro de Juan Violle. ¿Queréisoírlo?

-De buena gana, señor Mille.-Os lo diré tal como lo refiere un manuscrito del

siglo XIV."Cecilia, esposa de Nicolás Gaubert, platero

establecido en Ponau-Change, después de haber sidocasta y honesta durante muchos años de su vida, yaen la madurez se enamoró de Juan Violle, pajecillode la señora condesa de Maubec, la cual habitaba enel hotel del Gallo, en la plaza de la Gréve. Juan tenia

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entonces dieciocho años y era muy lindo. ComoCecilia no lograba extinguir su amor, se decidió asatisfacerlo. Atrajo al pajecillo, lo llevó a su casa, loacarició, le dió muchas golosinas y, finalmente,realizó su gusto. "Un día que se hallaban los dos enla cama del platero, éste volvió más temprano quede costumbre. Encontró atrancada la puerta y oyó lavoz de su esposa, que decía: ¡Corazón mío! ¡Angelmío! ¡Gloria mía!' Sospechando entonces que sehallaba con un galán, golpeó ruidosamente la puertay dio terribles aldabonazos, mientras vociferaba:¡Perdidal ¡Indecente! ¡Bribona! ¡Abre, para que tecorte las orejas y la nariz!' En tan grave peligro, laesposa del platero ofreció a Santa Orberosa unavela, y le rogó que intercediera para librarla de aquelterrible aprieto.

"La Santa convirtió inmediatamente al mozo enmoza. Como Juan estaba desnudo, no le fue difícil aCecilia reparar en el cambio de sexo, y, tranquilizada,comenzó a dar voces a su marido: ¡Repugnanteanimal! ¡Estúpido celoso! Cuando hables con másdulzura te abriré la puerta'. Se acercó al armario,cogió un viejo capirote, un corpiño, una falda, y atoda prisa vistió al paje metamorfoseado. Apenas lohubo hecho, dijo: Catalina, corazón mío, ángel mío,

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gloria mía, abrid la puerta a vuestro tío y no temáisque os lastime, porque es más imbécil que malo.' Elmozo, convertido en moza, obedeció, y al entrar ensu alcoba con la desconocida doncella el plateroencontró a su mujer en la cama. ¡Tonto! -le dijoCecilia-, no te extrañe lo que ves. Acababa yo deacostarme con dolor de vientre, cuando hacomparecido Catalina, la hija de mi hermana Juana,de Palaiseau, con quien estamos reñidos hace quinceaños. Dale un beso a tu sobrina, que bien lo merece.'El platero besó a Juan Violle con alegría, no sinreparar en la finura de su piel, y desde entonces sepropuso acariciar a Catalina con más reposo, para locual la condujo a otra estancia so pretexto deofrecerle vino y nueces, y en cuanto estuvieron solosinsinuó aproximaciones amorosas. Sin duda el buenhombre no se quedara corto, pero Santa Orberosainspiró a Cecilia para que le sorprendiera, y al verlecon la muchacha en las rodillas le trató de lujurioso,le dio varios pescozones y obligóle a pedirle perdón.Al día siguiente, Juan Violle recobró su sexo.

Después de oír esa historia, el canónigoMonnoyer agradeció a Pedro Mille que se la hubiesereferido. Cogió la pluma y empezó a redactar lospronósticos de los caballos vencedores en las

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próximas carreras, porque se ganaba la vida con tanimpropia ocupación.

La Pingüinia se glorificaba de su florecimiento.Los que producían las cosas necesarias para la vidacarecían de ellas, y los que no la producían, lastenían en abundancia. "Son éstas -como dijo unacadémico- ineludibles fatalidades económicas:" Elpueblo pingüino carecía ya de tradiciones, de culturaintelectual y de arte. Los progresos de la civilizaciónse manifiestan por la industria devastadora, por laespeculación infame y el asqueroso lujo. La capitalofrecía, como las más famosas capitales de aqueltiempo, un carácter de opulencia y cosmopolitismo.Reinaba una insulsez inmensa y monótona. El paísdisfrutaba una tranquilidad absoluta. Era el apogeo.

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LIBRO OCTAVO

LOS TIEMPOS FUTUROS: LA HISTORIASIN FIN

Y destruyó las ciudades, y toda aquellallanura, con todos los moradores de

aquellas ciudades, y el fruto de la tierra.(Génesis, XIX, 25)

No habías advertido que eran ángeles.(Liber Terribilis)

Estamos en los principios de una químicanueva que tratará de las variaciones de uncuerpo en el cual se halla concentrada unaenergía tan enorme que nunca dispusimos

de otra semejante.(Sir William Ramsay).

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Nunca les parecía bastante la elevación de lascasas; las hicieron de treinta y cuarenta pisos, dondese apilaban oficinas, almacenes, despachos debanqueros, domicilios de Sociedades, y excavaban elsuelo para construir bodegas y túneles.

Quince millones de hombres trabajaban en lainmensa capital a la luz de los faroles encendidosnoche y día. La claridad del cielo no atravesaba lahumareda de las fábricas que rodeaban la ciudad;pero alguna veces se veía el disco rojo de un sol sinirradiaciones al cruzar el firmamento ennegrecido ysurcado por puentes de hierro, de los cuales caía unalluvia eterna de carbonilla y engrases. Era la másindustrial de todas las ciudades del mundo y la másmetalizada. Su organización parecía perfecta: no lequedaba nada y de las antiguas formas aristocráticaso democrática de las sociedades: todo estabasubordinado a los intereses de los trusts. Se formó enaquel medio lo que lo antropólogos llaman elprototipo archimillonario. Eras hombres a la vezenérgicos y débiles, capaces de poderosascombinaciones mentales y de un penoso trabajo deoficina, pero cuya sensibilidad sufría desequilibrioshereditarios que aumentaban con los años.

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Como todos los verdaderos aristócratas, comolos patricios de la Roma republicana, como los loresde la vetusta Inglaterra, aquellos hombres poderososafectaban mucha severidad en las costumbres.Aparecieron los ascetas de la riqueza. En lasasambleas de los clubes veíanse rostroscompletamente afeitados, mejillas chupadas, ojoshundidos, frentes arrugadas. Con el cuerpo másenjuto, el color amarillento, los labios más áridos y lamirada más inflamada que los viejos frailesespañoles, los archimillonarios se entregaban coninextinguible ardor a las austeridades de la Banca yde la industria. Muchos de ellos se abstenían de todogoce, de toda alegría, de todo descanso, y consumíansu vida miserable en un aposento sin aire y sin luz,amueblado solamente con aparatos eléctricos.Cenaban huevos y leche, dormían sobre una lonatirante. Sin otra ocupación que la de oprimir con eldeduco un botón de níquel, aquellos místicosamasaban riquezas que ni siquiera veían, y adquiríanla vana posibilidad de satisfacer deseos que noambicionaban.

El culto de la riqueza tuvo sus mártires. Entreaquellos millonarios, el famoso Samuel Box prefiriómorir a ceder la más insignificante parcela de su

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fortuna. Uno de sus obreros, víctima de unaccidente de trabajo, al ver que le negaba todaindemnización, recurrió a los Tribunales de Justicia;pero rendido por las insuperables dificultades delprocedimiento cayó en una cruel indigencia, ydesesperado al fin, a fuerza de audacia y disimulo,consiguió tener al patrón al alcance de su mano y leamenazó con meterle una bala de revólver en lossesos si no le socorría. Samuel Box prefirió dejarsematar a contradecir sus principios.

Los altos ejemplos encuentran prosélitos. Losque poseían pequeños capitales (y eran,naturalmente, los más, se apropiaron las ideas y lascostumbres de los archimillonarios para que losconfundieran con ellos. Todas las pasiones queimpiden el crecimiento y la conservación de losbienes eran juzgadas como deshonrosas. Nomerecían perdón la inquietud, ni la pereza, ni elgusto por las investigaciones desinteresadas, ni elamor a las artes, ni, sobre todo, la prodigalidad. Lacompasión era condenada como una debilidadpeligrosa. Mientras la inclinación a la voluptuosidadera públicamente reprobada, hallaba excusa laviolencia de un apetito brutalmente satisfecho. Enefecto: la violencia parecía menos dañosa para las

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costumbres, por ser manifestación de una de lasformas de la energía social. Descansaba el Estadosobre dos prejuicios públicos muy arraigados: elrespeto a la riqueza y el desprecio al pobre. Lasalmas débiles, turbadas aún por el sufrimientohumano, se veían obligadas a refugiarse en unahipocresía, que no era censurable por contribuir alsostenimiento del orden y la solidez de lasinstituciones.

Los ricos se mostraban consagrados a lasociedad o lo aparentaban. Muchos daban ejemplo,pero no todos lo seguían. Algunos padecíancruelmente los rigores de su estado y lo sosteníanpor orgullo o por deber, y otros intentaban evitarlosiquiera una hora en secreto, con subterfugios. Unode ellos, Eduardo Martín, presidente del trust de loshierros, disfrazado de pobre, mendigaba su pan y sedejaba maltratar por los transeúntes. Una vez quepedía limosna en un puente se querelló con unverdadero pobre, y, arrebatado por un furorenvidioso, lo estranguló.

Como empleaban toda su inteligencia en losnegocios, no sentían afán por las diversionesintelectuales. El teatro, floreciente en otro tiempo, sereducía a pantominas y bailes cómicos. Hasta las

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obritas hechas con la intención de lucir mujereshabían sido abandonadas: ya no se cultivaba el gustode las formas espléndidas ni de las eleganciasbrillantes, y eran preferidas las volteretas de lospayasos y las músicas de los negros. Sóloentusiasmaba en los escenarios el desfile de collaresde diamantes lucidos por las figurantas, y enormesbarras de oro llevadas en triunfo. Las mujeres defamilias opulentas se hallaban sometidas, como loshombres, a costumbres respetables. Conforme a unatendencia común a todas las civilizaciones, elsentimiento público las erigía en símbolos, y ellasdebían representar con su fausto austero la grandezade su fortuna y su intangibilidad. Habíansereformado las antiguas costumbres de galantería. Alos amantes mundanos de otros tiemposreemplazaban secretamente robustos masajistas oalgún ayuda de cámara. Los escándalos eran pocofrecuentes: con un viaje al extranjero se acallaban, ylas princesitas del trust, al regreso de su correría,disfrutaban como antes de la estimación general.

Estaban los ricos en escasa minoría; pero suscolaboradores, todos los ciudadanos, les eranabsolutamente adictos. Formaban dos clases: la delos empleados del comercio y de la banca, y la de los

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obreros de las fábricas y de los talleres. Los primerostrabajaban mucho y recibían sueldos cuantiosos;algunos llegaban a fundar establecimientos. Elaumento constante de la riqueza pública y lamovilidad de las fortunas privadas autorizaban todaslas esperanzas entre los más inteligentes y los másaudaces. Sin duda, hubiera sido fácil descubrir entrela inmensa muchedumbre de empleadosadministrativos y de ingenieros un cierto número deirritados y descontentadizos; pero aquella sociedadpoderosa había impreso hasta en el alma de susadversarios la implacable disciplina. Los mismosanarquistas se mostraban laboriosos y ordenados.

Los obreros que trabajaban en las fábricas de losalrededores de la ciudad padecían un aplastantedecaimiento físico y moral que realzaba en ellos eltipo del pobre fijado por la Antropología. Auncuando el desarrollo de ciertos músculos, debido a laespecial naturaleza de su actividad, aparentase fuerzaen ellos, todos ofrecían señales inequívocas de unagotamiento morboso. De corta estatura, con elcráneo pequeño y escaso desarrollo de la cavidadtorácica, se distinguían también de las clasesacomodadas por una multitud de anomalíasfisiológicas, y, sobre todo, por la asimetría frecuente

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de la cabeza o del cuerpo. Estaban destinados a unadegeneración gradual y continua, porque a los másrobustos el Estado los elegía para el ejército y no haysalud que resista mucho tiempo a las mozas y a lostaberneros que invaden los alrededores de loscuarteles. Los proletarios eran cada vez más pobresde espíritu; la extenuación de sus facultadesintelectuales, en cierto modo consecuencia de sumiserable vida, resultaba también de una selecciónmetódica operada por los patronos, quienes,temerosos de los obreros de alguna lucidezintelectual, siempre más aptos para formularreivindicaciones legítimas. Procuraban eliminarlospor todos los medios posibles y contrataban conpreferencia a los trabajadores ignorantes y torpes,incapaces de comprender sus derechos, perobastante inteligentes aún para desempeñar los oficiosque las máquinas perfeccionadas habían simplificadomucho.

Así, los proletarios se hallaban faltos de mediospara mejorar de fortuna. Difícilmente lograban, conlas huelgas, mantener el precio de su salario, y hastaeste recurso perdía eficacia. La intermitencia de laproducción, inherente al régimen capitalista. causabatales paros, que si se declaraba la huelga en ciertos

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ramos de la industria, inmediatamente los sobrantes,hambrientos, reemplazaban a los huelguistas. En fin:aquellos productores miserables permanecíansumergidos en una triste indiferencia difícil deexasperar.

Eran instrumentos indispensables y bienadaptados a la producción.

En resumen: aquel organismo social parecía elmejor cimentado entre todos los que prepararon loshombres, pero sin poder compararse a los queforman las abejas y las hormigas, muy superiores porsu estabilidad. Nada hacía temer la ruina de unrégimen fundado en las condiciones más arraigadasde nuestra naturaleza: el orgullo y la codicia. Sinembargo, los observadores prudentes descubrieronvarios motivos de inquietud. Los más temibles,aunque menos alarmantes, eran de orden económicoy consistían en la excesiva producción, siemprecreciente, que determinaba largos y crueles paros,provechosos hasta cierto punto para los industriales,porque debilitaban la cohesión de los obreros aloponer la masa de los que no tenían trabajo a la delos trabajadores. Otro peligro más notorio resultabadel estado fisiológico de casi toda la población.

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La salud de los pobres no puede ser mejor en lascircunstancias en que viven -decían los higienistas-;pero la de los ricos deja bastante que desear.

No era difícil investigar las causas. En elambiente de la ciudad faltaba el oxígenoindispensable para la vida, se respiraba un aireartificial; los trusts de sustancias alimenticiasrealizaban síntesis químicas de las más atrevidas; seproducían artificialmente vino, carne, leche, frutas ylegumbres. Este régimen causó perturbaciones enlos estómagos y en los cerebros. Losarchimillonarios perdían el pelo en su primerajuventud. Espíritus debilitados, enfermizos,inquietos, daban sumas enormes a hechicerosignorantes, y se vio florecer de pronto en la ciudad lafortuna médica o teológica de algún innoble bañeroconvertido en terapéutico y en profeta. El númerode los alienados aumentaba sin cesar. Los suicidios,que se multiplicaban entre los opulentos, a vecesofrecían caracteres chocantes, reveladores de unaperversión inaudita en la inteligencia y en lasensibilidad.

Otro síntoma funesto abrumabaimplacablemente a la mayoría de los ciudadanos: lacatástrofe ocupaba en las estadísticas un lugar cada

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vez mayor. Estallaban calderas, incendiábansefábricas, descarrilaban trenes aéreos, que aplastabana centenares de transeúntes, y al hundir el suelo conla violencia de la caída, destruían talleressubterráneos donde trabajaban cuadrillas numerosas.

II

En la parte sudoeste de la ciudad, sobre unaaltura que aún conservaba su antiguo nombre,llamada Castillo de San Miguel, extendíase un jardín,cuyos añosos árboles sombreaban el césped con susviejas ramas. En la vertiente Norte, los ingenierospaisajistas habían construido una cascada, grutas, untorrente y un lago con islotes. Desde allí sedominaba toda la ciudad, con sus calles, ramblas,plazas, multitud infinita de azoteas y cúpulas,ferrocarriles aéreos y una muchedumbre de hombresaislados y silenciosos. Por ser ese jardín el sitio mássaludable de la ciudad, enviaban allí a los niños paraque respirasen aire puro y vieran el cielo azul, noempañado por la humareda sucia de las fábricas. Enverano, algunos dependientes de las oficinas y de loslaboratorios próximos, después de almorzar,

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descansaban un rato en aquella tranquilidadaparente.

Cierta mañana de junio, hacia el mediodía, unatelelegrafista llamada Carolina Merlier fue a sentarseen uno de los bancos de la terraza del Norte, y paradescansar sus ojos en el verdor, se puso de espaldasa la ciudad. Morena, con las pupilas vivaces, robustay plácida, parecía tener de veinticinco a veintiochoaños.

Momentos después, un empleado del trust de laElectricidad, Jorge Clair, sentóse junto a ella. Rubio,delgado, flexible, mostraba en sus faccionesdelicadezas femeninas. Tenía aproximadamente laedad de Carolina, pero su aspecto era más juvenil.Como se veían con frecuencia en aquellos lugares,simpatizaron. No hablaban de ternuras, de efectos,de intimidades. Aun cuando alguna vez en su vidatuvo que arrepentirse de sus confianzas, Carolina seinclinaba fácilmente a la franqueza, mientras JorgeClair se mostraba siempre reservado en sus frases yen sus maneras, daba a sus conversaciones uncarácter puramente intelectual y las sostenía conideas generales rudamente expresadas.

Acerca de las condiciones del trabajo y de laorganización social, Jorge Clair dijo:

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-La riqueza es uno de los varios medios quetiene el hombre para vivir dichoso, y la convirtieronen el fin único de la existencia.

A los dos les parecía una monstruosidad que asíocurriese.

Insistían con frecuencia en ciertos asuntoscientíficos que les eran familiares.

Hablaban de la evolución de la Química:-En cuanto se comprobó -dijo Clair- que el

radium se transformaba en helium, quedóabsolutamente destruida la inmutabilidad de loscuerpos simples, y fueron arrinconadas las viejasleyes de afinidad y de conservación de la materia.

-Pero hay leyes químicas -dijo Carolina, quemujer al fin, no podía librarse de creer en algo.

Jorge prosiguió tranquilamente:-Ahora que ya no es difícil procurarse una

cantidad suficiente de radium, alcanza la cienciaincomparables medios de análisis. Los llamadoscuerpos simples ofrécense como compuestos de unariqueza extremada, y en la materia se descubrenenergías cuya intensidad es mayor cuanta más tenuesea su estructura.

Mientras hablaban echaban migas de pan a lospájaros. Los niños jugaban en torno.

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Su conversación tomó un nuevo rumbo:-Esta altura, en la época cuaternaria -dijo Clair-

hallábase poblada de caballos bravíos. El añopasado, en las excavaciones que se hicieron para laconducción de aguas, encontraron una capa espesade osamentas de hemiones.

Interesó a Carolina saber si en aquel tiemporemoto existía ya el hombre sobre la Tierra.

Jorge dijo que los hombres cazaron a loshemiones antes de domesticarlos para servirse deellos.

-El hombre primitivo -añadió- era cazador.Luego fue pastor, agricultor, industrial... Y sesucedieron diversas civilizaciones a través de untiempo tan dilatado, que la inteligencia no concibe.

Sacó el reloj.Carolina preguntó si era ya la hora del trabajo, y

él dijo que faltaban aún cinco minutos para las docey media.

Una niña formaba montones de arena junto aellos. Un niño de siete a ocho años pasó cerca.Mientras su madre cosía en un banco próximo,jugaba él solito al caballo desbocado, y con lapoderosa imaginación infantil creía ser a un tiempoel caballo, sus perseguidores y los que huían

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espantados, temerosos de que los atropellara. Serefrenaba y gritaba: "¡Detenedle! ¡Uh! ¡Oh! ¡Es uncaballo terrible! ¡Se ha desbocado!

Carolina preguntó:-¿Creéis que los hombres eran más felices en

otro tiempo?Jorge respondió:-Sufrían menos. Como este niño, jugaban,

jugaban a las artes, a las virtudes, a los vicios, alheroísmo, a las creencias, a las voluptuosidades:acariciaban ilusiones divertidas. Más ruido, más gocePero ahora ...

Detuvo su pensamiento y sacó el reloj.El niño desbocado tropezó con la cubeta de la

niña, y cayó. Estuvo un instante inmóvil, tendidosobre la arena. Se incorporó en silencio. Luegoarrugó la frente, abrió la boca, lloró y berreó. Sumadre, al oírle, fue presurosa hacia él. Carolina lelimpiaba y le consolaba. Jorge lo cogió en brazos.

-Vaya, criatura, no llores y te contaré uncuento... "Un pescador tendía su red en el mar.Enredado en la red sacó un vaso de hierro, muy bientapado; lo abrió con la punta de la navaja y salió unhumo que se elevaba hasta las nubes, se condensabay formaba el cuerpo de un gigante inmenso, y aquel

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gigante inmenso estornudó tan fuerte... que elmundo entero quedó hecho trizas...

Clair se contuvo, soltó una carcajada seca yentregó el niño a su madre. Luego volvió a sacar elreloj, y de rodillas en el asiento del banco puso loscodos sobre el respaldo y miró a la ciudad.

A lo lejos, la multitud de los edificios dibujaba suenormidad minúscula.

Carolina fijó su mirada en la misma dirección.-¡Qué tiempo tan hermoso! -dijo-. El sol brilla y

dora los vapores del horizonte. Lo más penoso en lacivilización es verse privado de la luz del día.

Jorge no respondió; miraba fijamente hacia unpunto de la ciudad.

Después de algunos segundos de silencioadvirtieron que, a una distancia de tres kilómetros,del otro lado del río, en el barrio más opulento, sealzaba una especie de remolino trágico. El eco deuna explosión vibró en el aire mientras invadía elcielo un inmenso árbol de humo. Poco a pocohízose oír un imperceptible murmullo, formado porlos clamores de millares de personas. Muy cerca deljardín sonaron gritos.

-¿Qué ocurre?

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El estupor fue grande, pues aun cuando lascatástrofes eran frecuentes nunca hubo unaexplosión tan violenta, y a todos horrorizaba laterrible novedad.

Querían precisar el sitio del siniestro: se citabanbarrios, calles, edificios, teatros casinos, almacenes.Las investigaciones topográficas adquirían, poco apoco, exactitud.

-Ha volado el trust del acero.Clair se guardó el reloj en el bolsillo.Carolina lo miró con fijeza, y sus ojos se

cubrieron de asombro.Le murmuró al oído:-¿Lo sabíais? ¿Lo esperabais?... ¿Fuisteis quien...?

El respondió tranquilamente:-La ciudad debe ser destruida.Ella murmuró con dulzura:-Yo también lo creó así.Despidiéronse para volver cada cual a su trabajo.

III

Desde aquel día, los atentados anarquistas sesucedieron casi sin interrupción durante una semana.

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Sus numerosas víctimas pertenecían casi en sutotalidad a las clases pobres. Tan horrendoscrímenes despertaban la reprobación pública. Losque se indignaban más fueron los criados, losfondistas, los dependientes y el comercio humildeque no había sido aún devorado por los trusts. En losbarrios populosos, las mujeres alborotaban y pedíansuplicios inusitados para los "dinamiteros". (Alnombrarlos así les aplicaban un viejo calificativo, yaimprocedente, porque aquellos químicos ignoradosconsideraban la dinamita como una materiainofensiva, útil sólo para destruir hormigueros, ycalificaban de pueril entretenimiento el uso de lanitroglicerina y del fulminato de mercurio.)

Se paralizaron bruscamente los negocios, y losque sólo disponían de fortunas modestas fueron lasprimeras víctimas. Hablaban de tomarse la justiciapor su mano. Los obreros de las fábricas semantenían hostiles o indiferentes a la violencia. Laparalización de los negocios era una constanteamenaza, y la Federación obrera propuso la huelgageneral, pero todos los oficios, excepto losdoradores, se negaron a abandonar sus talleres.

La Policía detuvo a mucha gente. Las tropasconcentradas en la capital custodiaban los domicilios

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de los trusts, los hoteles de los archimillonarios, lasoficinas públicas, los Bancos y los grandesalmacenes.

Quince días pasaron sin que hubiera ni una solaexplosión, y se dedujo que los "dinamiteros" yaestaban todos encarcelados, ocultos, heridos omuertos, víctimas de sus propios crímenes. Renacióprimero la confianza entre los más necesitados. Cienbatallones, distribuidos en los barrios populosos,reanimaron el comercio.

Hubo muchos vivas a la tropa.Los ricos habían sido tardos en alarmarse y

tampoco se tranquilizaban fácilmente, pero en laBolsa el grupo de alcistas propaló impresionessatisfactorias y con un poderoso esfuerzo contuvo labaja. Se reanudaron los negocios. Los periódicos degran circulación secundaban el movimiento: conpatriótica elocuencia demostraron que el intangiblecapital permanecía indiferente a los asaltos dealgunos cobardes criminales, y que la riqueza públicaproseguía su serena ascensión a despecho deimpotentes amenazas. Eran sinceros y les salíacuenta. Se olvidaron los atentados y no faltó quienlos negara. El domingo, en las carreras, las tribunasse poblaron de mujeres elegantes, cubiertas de ricas

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joyas. Fue motivo de alegría saber que los opulentosno habían sufrido. Las gentes aclamaban a losarchimillonarios.

Al día siguiente, la estación del Sur, el trust delpetróleo y la prodigiosa iglesia costeada por TomásMorcellet, volaron; treinta casas ardieron; hubo unconato de incendio en los docks. Los bomberos semostraban admirables de abnegación e intrepidez,maniobraban con sus largas escaleras de hierro ysubían a los pisos más elevados de las casas parasalvar a los infelices a punto de perecer abrasados.Los soldados cumplieron con entusiasmo el servicioque se les encomendaba y recibieron doble ración decafé. Pero los últimos siniestros desencadenaron elpánico. Millones de personas decididas a huir con sudinero, se y apiñaban en las importantes oficinas decrédito, que después de funcionar durante setenta ydos horas cerraron sus ventanillas entre turbulenciasde motín. Una multitud acobardada, provista devoluminosos equipajes, invadía las estaciones ytomaba por asalto los trenes. Muchos que decidieronrefugiarse en las bodegas con provisionesabundantes, se apretujaban en las tiendas decomestibles, custodiadas por los soldados conbayoneta calada. Los poderes públicos mostraron

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energía. Se hicieron nuevas prisiones. Millares demandamientos judiciales fueron lanzados contra lossospechosos.

En las tres semanas siguientes no se produjoningún siniestro. Corrió la voz de que se habíanencontrado bombas en el teatro de la Opera, en lossótanos del Ayuntamiento y junto a una columna dela Bolsa, pero pronto se supo que se trataba de latasde conserva colocadas misteriosamente por locos oburlones. Uno de los inculpados, interrogado por eljuez de instrucción, se declaró el principal autor delas explosiones, que, según dijo, habían costado lavida a todos sus cómplices. Estas declaraciones,propaladas en los periódicos, contribuyeron atranquilizar la opinión pública. Se habían instruidoya numerosas diligencias cuando los magistradosadvirtieron que se trataba de un simuladorabsolutamente ajeno a los atentados.

Los peritos nombrados por los Tribunales nodescubrieron ningún fragmento que les permitiesereconstruir la máquina empleada en aquella obradestructora. Conforme a sus conjeturas, el explosivonuevo emanaba de un gas desprendido por elradium., y suponían que las ondas eléctricasengendradas por un oscilador de un tipo especial se

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propagaban a través del espacio y producían ladetonación, pero los más hábiles químicos nopudieron decir nada que no fuese aventurado. Porfin, un día dos agentes encontraron, junto al hotelMeyer, un huevo de metal blanco provisto de unacápsula en uno de sus extremos: lo cogieron conprecauciones y lo llevaron al laboratorio municipal.Acababan de reunirse los peritos para examinarlocuando el huevo estalló y destruyó el anfiteatro y lacúpula. Murieron todos los peritos y con ellos elgeneral de artillería Collin y el ilustre profesor Tigre.

La sociedad capitalista no se dejó abatir por elnuevo desastre. Los grandes establecimientos decrédito abrieron sus ventanillas y ofrecieron realizaroperaciones mitad en oro y mitad en valores delEstado.

La Bolsa de Comercio y las alhóndigasdecidieron permanecer abiertas.

Entretanto se daba por terminada la instrucciónconcerniente a los primeros detenidos comosospechosos. Acaso los cargos que se acumulabancontra ellos en otras circunstancias hubieranparecido insuficientes, pero el celo de losmagistrados y la indignación pública se bastaronpara suplir la falta de pruebas. La víspera del día

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señalado para los debates voló el Palacio de Justicia;murieron ochocientas personas, entre las cualeshabía jueces y abogados en abundancia. Lamuchedumbre, furiosa, invadió las cárceles y linchóa los presos. Las tropas enviadas para restablecer elorden fueron recibidas a pedradas y a tiros.

Muchos oficiales caían del caballo y eranpisoteados. Hubo innumerables víctimas. La fuerzapública logró al fin restablecer la tranquilidad. Y aldía siguiente voló el Banco.

Desde entonces se vieron cosas inauditas. Losobreros de las fábricas, que se habían negado adeclararse en huelga, iban por las calles en compactamuchedumbre. Incendiaban las casas. Regimientosenteros conducidos por sus oficiales se unieron a lamasa obrera, recorrieron la ciudad cantando himnosrevolucionarios, y en los docks se apoderaron demuchas cubas de petróleo para rociar el incendio.No cesaban las explosiones. Una mañana, depronto, un árbol monstruoso de humo y llamas, unapalmera gigantesca, se elevó a tres kilómetros dealtura sobre el Palacio de Telégrafos, en un instantederruido.

Mientras media ciudad ardía, la otra mediaentregábase a su vida ordinaria. Se oía por la mañana

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el tintineo de los cántaros de hojalata en los carrosde los lecheros. En una avenida solitaria, un peóncaminero, sentado junto a un muro, con su botellaentre las piernas, masticaba lentamente bocados depan y un poco de carne guisada. Casi todos lospresidentes de los trusts conservaban sus puestos.Algunos cumplían su deber con una sencillezheroica. Rafael Box, hijo del archimillonario mártir,fue sacrificado en la asamblea general del trust de losazúcares. Se le tributaron funerales magníficos. Elcortejo tuvo que pasar seis veces sobre montones deescombros.

Los auxiliares ordinarios de los ricos:dependientes, empleados, corregidores y agentes,lees guardaban una inquebrantable fidelidad. Loscobradores supervivientes del Banco derruidorecorrían las calles cubiertas de escombros, y a suvencimiento presentaban al cobro las letras en casashumeantes. Muchos perecían entre las llamas porhacer efectivos sus ingresos.

Pero ya no era posible concebir ilusiones: elenemigo invisible se apoderaba de la ciudad. Elestruendo incesante de las detonaciones causaba uninsuperablehorror. Como los generadores de luzquedaron destruidos, la ciudad yacía en tinieblas

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toda la noche y se cometían violencias de unamonstruosidad inaudita.

Sólo en los barrios populosos, menos castigados,se defendían aún, se formaban patrullas de"voluntarios del orden", que fusilaban a los ladrones.En cada esquina solían verse cuerpos con las manosatadas, con los ojos vendados, tendidos sobrecharcos de sangre y con un letrero infamante sobreel vientre.

Era imposible recoger los escombros y enterrara los muertos. La peste se hizo intolerable. Huboepidemias que produjeron muchas defunciones ydejaron a los supervivientes débiles o embrutecidos.El hambre asoladora consumió las últimas vidas.Cinco meses después del primer atentado, mientrasllegaban seis cuerpos de ejército con artillería decampaña y artillería de sitio, por la noche, en elbarrio más pobre de la ciudad, único resto de tantagrandeza, estrechamente ceñido por las llamas y elhumo, Carolina y Jorge Clair, sobre el tejado en unacasa muy alta, tomados de la mano, miraban entorno. Salían cantos alegres de la plaza próxima,donde bailaba una muchedumbre furiosamenteenloquecida.

-Mañana todo acabará -dijo el hombre.

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La mujer, con el cabello desprendido, reflejabaen sus ojos los fulgores del incendio que losenvolvía, y repitió:

-Mañana todo acabará.Luego, abandonada entre los brazos del hombre,

le dió un beso apasionado.

IV

Otras ciudades de la Federación sufrierontambién perturbaciones y violencias. Por fin serestableció el orden. Se reformaron las institucionesy hubo cambios radicales en las costumbres, pero elpaís no se rehizo nunca de la pérdida lamentable desu capital, ni volvió a ser próspero como antes. Elcomercio y la industria desaparecieron. Lacivilización abandonó aquellos lugares que durantemucho tiempo había preferido a todos los demás: yaeran estériles y malsanos. El territorio que dio vida ysostuvo a tantos millones de hombres, fue undesierto. Sobre la colina del castillo de San Miguelvolvieron a pacer los caballos bravíos, los hemionesprehistóricos.

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Se deslizaron los días como el agua de unmanantial y transcurrieron siglos y siglos en unpasado incalculable. Los cazadores perseguían a lososos en las montañas que recubrían la ciudadolvidada, los pastores apacentaban sus ganados, loslabradores acarreaban sus productos, los hortelanoscultivaban sus lechugas. Carecían de riquezas, deartes. Una parra o un rosal revestían los muros desus cabañas, y una piel de oveja cubría sus miembroscurtidos. Las mujeres hilaban. Los cabrerosamasaban con arcilla toscas figuritas de hombres yde animales, o componían canciones referentes a ladoncella que sigue a suamante hasta el bosque, o alas cabras que pastan, mientras los pinos gimen y elarroyo murmura. El hortelano se irritaba contra lospájaros que se le comían los higos, construía cepos ylazos para defender a sus gallinas acechadas por elzorro, y ofrecía el jugo de sus viñas a sus vecinos:

-¡Bebed! Las cigarras no me han estropeado lavendimia, porque llegaron cuando ya estaban secoslos pámpanos.

Luego, en el transcurso de las edades, laspoblaciones enriquecidas, los campos fecundos,fueron saqueados, asolados por los invasoresbárbaros. El país cambió repetidas veces de dueño.

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Los conquistadores alzaron castillos sobre lasmontañas. El cultivo se multiplicó. Estableciéronsemolinos, fraguas, tonelerías, telares, se abrieroncamino a través de los bosques y de los pantanos,los ríos se cubrieron de barcas. Los pueblosensancharon sus limites, aumentaron el número desus casas, se unieron unos a otros y formaron al finuna ciudad protegida por los fosos profundos y porfuertes murallas. Más adelante, capital de un Estadopoderoso, aquella ciudad sintióse oprimida por susmurallas, ya inútiles por las transformaciones de. laexistencia, y las derribó para rodearse de paseosfloridos.

La ciudad aumentaba desmesuradamente supoblación y su riqueza; nunca parecían sus casas debastante altura. Las construyeron de treinta y decuarenta pisos, donde se apilaban oficinas,almacenes, despachos de banqueros, domicilios deSociedades, y excavaron el suelo para construirbodegas y túneles.

Quince millones de hombres trabajaban en lacapital inmensa.

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