Análisis de Articulos_Giroux y Tedesco
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DE CHILE
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
ESCUELA DE PSICOLOGIA
PROGRAMA DE MAGISTER EN PSICOLOGIA
Reporte bibliográfico
Educación y cambio.
Manuel Alejandro Álvarez Espinoza
Santiago, Otoño 2010.
Síntesis de textos revisados
Giroux, H. & Aronowitz, S. (1985) Reproduction and Resistance in Radical Theories of
Schooling. En: Education under Siege. The conservative, liberal and radical
debate over schooling. (p. 69 – 114). New York: Bergin & Garvey.
En este capítulo, los autores nos muestran un panorama general de las llamadas “teorías de
la reproducción” y “teorías de la resistencia” en la escolarización. Considerando sus
principales fortalezas y debilidades, se revisan en primer lugar tres teorías que se inscriben
dentro del modelo general de la reproducción, y que representan el relevamiento de
diversos aspectos de la reproducción en el ámbito escolar: a) modelo de reproducción
económica; b) modelo de reproducción cultural y; c) modelo de estado hegemónico.
Posteriormente, el capítulo nos presenta las teorías neomarxistas de resistencia, en términos
tanto de sus puntos fuertes y débiles, como de las influencias recibidas de las teorías de la
reproducción. Finalmente, el capítulo cierra con una propuesta teórica enmarcada en la
teoría de la resistencia, que considera sus consecuencias para una aproximación crítica a la
escolarización.
Tedesco, J. (2002). Educación y hegemonía en el nuevo capitalismo: algunas notas e
hipótesis de trabajo. Estudos em Avaliação Educacional, 26, 3-14.
¿Cuáles son las funciones que debieran cumplir las instituciones de socialización -familia,
medios de comunicación, escuela- en el contexto del “nuevo capitalismo” en que vivimos
actualmente las sociedades occidentales? Esta parece ser la pregunta que guía la exposición
de Tedesco, quien comienza por argumentar que la transición desde un “capitalismo
industrial” (que promueve la inclusión social y pensamiento hegemónico a través de
relaciones de dominación/explotación) a un “nuevo capitalismo” (caracterizado por la
exclusión de grandes sectores sociales, además del predominio de un pensamiento “único”,
pero no hegemónico) ha determinado un acelerado cambio en los roles tradicionales de
estas instituciones, particularmente la familia y la escuela. Se propone que una realidad en
permanente cambio, exige de la escuela proveer “marcos de referencia” que permitan a los
jóvenes enfrentarla, de los que el autor destaca dos: aprender a aprender y convivir con
otros. Esto supone, para el autor, recuperar el carácter de la escuela como espacio donde es
posible programar experiencias discutidas socialmente, lo que permite superar visiones
tanto de tipo a-social (promotora de la idea de educarse en el seno familiar y a través de las
nuevas tecnologías de la información) como de tipo estatal hegemónico (promotora de un
sólo modo de ver y de concebir el mundo).
Análisis comparativo: las nociones de educación y cambio
Giroux y Aronowitz (1985) nos presentan diversas aproximaciones teóricas enmarcadas en
los enfoques reproductivos y de resistencia en la escolarización. En primer lugar, y tal
como nos las presentan, parece evidente que las teorías de la reproducción en sus diversas
versiones –y por tanto matices diferenciales- implican una noción de escuela (y de
educación como función) concebida como la entidad social encargada de la reproducción
del sistema, en la misma medida en que –en general- estas teorías tienden a descuidar el
tratamiento del rol que puede tener el sujeto como agente.
Desde el modelo de reproducción económica, la educación es el reflejo de la estructura de
clases y de la división del trabajo que comporta, reproduciendo las relaciones de
producción capitalista, a través de la reproducción tanto de habilidades y normas propias
del mundo del trabajo, como de las relaciones sociales de producción. Desde el modelo de
reproducción cultural (Bourdieu) se rechaza que las escuelas sean sólo “reflejo” de la
sociedad dominante, considerándolas instituciones relativamente autónomas que, si bien no
conectan directamente con el poder de una elite económica, igualmente reproducen las
relaciones de poder, aunque más sutilmente, por medio de la producción y distribución de
la cultura dominante1. Por otra parte, desde el modelo reproductivo de estado
hegemónico se ve en las escuelas un ámbito de reproducción económica, social y cultural,
enfatizando que esta tarea es una en la que el estado se ve comprometido activamente, a
través de asegurar –por una parte- condiciones para la acumulación de capital y –por otra-
el consentimiento de las clases dominadas.
1 El llamado “capital cultural”, que las escuelas tienden a legitimar, “por medio de la legitimación de ciertas formas de conocimiento, modos de hablar y modos de relación con el mundo que resultan en el tipo de familiaridad y habilidades que sólo ciertos estudiantes han recibido de sus familias y relaciones de clase” (Giroux & Aronowitz; p.80-81). A juicio de Gil (1997) la autonomía relativa de los sistemas propuesta por Bourdieu abre la posibilidad de cambio, afirmando que “la escuela contribuiría de manera específica pero no tendría por única función la de reproducir el sistema social. Dado el grado de autonomía caben torsiones o conflictos los cuales generarán ya sea a nivel social ya sea a nivel simbólico, desfases en los modelos de la práctica que lo actores sociales están habituados a usar. Pasado cierto umbral, estos desfases pueden resultar intolerables para el sistema dando lugar a un cambio social o cultural” (p.187). De todos modos, el rol que Bourdieu le otorga al cambio parece ser un aspecto polémico, al igual que el carácter “marxista” de su teoría.
Tomadas en conjunto, las teorías de la reproducción reseñadas si bien nos proveen de un
sentido que logra captar el modo en que las formas de producción capitalista, los discursos
dominantes y el estado conforman y modelizan la educación en función de intereses ligados
a la producción económica, parece fracasar al momento de entregar una imagen del modo
en que los seres humanos concretos en circunstancias históricas y sociales determinadas se
relacionan con la institución educativa. La agencia humana, nos dicen los autores, es un
aspecto abandonado por estas teorías, al punto de promover la inamovilidad o el desencanto
absolutos. Desde esta perspectiva, el cambio parece no jugar un rol como posibilidad.
Por otra parte, en las teorías de la resistencia podemos encontrar lo que -a juicio de Giroux
y Aronowitz- representa un avance significativo en la teoría de la escolarización: el intento
de relacionar dialécticamente el plano estructural y el plano de agencia. Por ello, a pesar de
basarse en algunos presupuestos comunes, las teorías de la resistencia –a diferencia de las
teorías de la reproducción- no conciben la educación como mera reproducción, ya que “los
mecanismos de la reproducción nunca son completos y siempre se enfrentan a elementos de
posición parcialmente realizados” (Giroux & Aronowitz, 1985; p.97). Desde esta
perspectiva, la educación es concebida no sólo como un dispositivo que sirve a los intereses
de la dominación, sino también como portador de aspectos que proveen posibilidades
emancipatorias. El cambio aparece como posibilidad desde el momento en que se toma en
cuenta la “producción cultural” de los grupos subordinados (experiencias de vida,
proyectos, conocimiento informal, etc) como realidades no sólo determinadas, sino
eventualmente determinantes respecto del poder. Es decir, desde el momento en que se
conectan las manifestaciones políticas concretas no sólo con el proceso de reproducción
sino también con las dinámicas de transformación social.
Por su parte, Tedesco (2002), desde una postura que destaca los dramáticos procesos de
exclusión y transformación social, económica y cultural en el “nuevo capitalismo”, hace
explícito su concepto de educación, como una actividad que debiera tender a “la formación
del núcleo estable, de los marcos de referencia, que permitirán enfrentar los cambios
permanentes a los cuales nos somete la producción cultural del nuevo capitalismo” (p.11),
proponiendo como contenidos de estos marcos dos pilares de la educación definidos por el
Informe Delors: “aprender a aprender” y el “aprender a vivir juntos”. La recuperación de la
función cultural de la escuela depende, entonces, del desarrollo de experiencias que no
tienen lugar en la cultura externa, y que se asocien a estos pilares. Podemos considerar
entonces, que la noción de cambio implícita en el texto está constituida por dos vertientes:
una de incertidumbre2, y otra de tensión/conflicto de la educación respecto de la cultura. La
primera podemos vincularla al “cambio no planeado”, la segunda a la necesaria toma de
conciencia crítica que la educación debiera promover.
Apreciación personal: interrogantes e hipótesis
Probablemente, nunca antes –desde su nacimiento en plena revolución industrial- la escuela
pública como institución haya estado sometida a la diversidad y magnitud de
transformaciones sociales, económicas, culturales y tecnológicas de esta “modernidad
tardía”, como llaman algunos a esta época de incertidumbre. El estado jibarizado y un
hipertrofiado mercado son los íconos de una época confusa, en que no se encuentra rastro
alguno de estado de bienestar, “gran relato” o cosa que se le parezca. Si la escuela fue un
bastión de la consolidación de los estados nacionales, del progreso industrial y de la
integración social ¿qué rol le cabe hoy?
Me parece que debemos comenzar por afirmar que ambos textos parecen preguntarse
finalmente por el rol que la educación juega y debiera jugar en las sociedades occidentales
actuales. Y esta es una pregunta que difícilmente podría catalogarse de superficial.
Históricamente, la masificación de la escolarización pública en occidente data de mediados
del siglo XIX, es decir, tiene aproximadamente un siglo y medio de existencia. Coincide
con la industrialización y vino a satisfacer diversas necesidades de los estados nacionales,
fundamentalmente, la de integración social y la dotación a los individuos de habilidades
necesarias para el proceso de producción3. El decisivo impulso de la masificación de la
2 Consistente en la alusión a la acelerada y masiva transformación de las condiciones de la escolarización, particularmente los cambios en las características de las instituciones de socialización, como la familia, la escuela y los medios de comunicación.
3 Para el caso chileno, Egaña (2000) señala que –a fines del siglo XIX- para las elites, la educación pública parece no haber sido un tema relevante o que haya concitado mucho acuerdo. Quienes abogaron activamente por la masificación de la educación de la infancia popular fueron los liberales y sectores ligados a la actividad mercantil, por lo que los términos “modernización” y “progreso económico” se relacionarán desde estos sectores, a la educación de las masas populares. Los educacionistas destacaron el valor civilizador y formador de costumbres que debería tener esa educación, lo que representaba el valor de la masificación para el desarrollo de la sociedad en su conjunto.
escuela como institución lo dio el progreso industrial, es decir, el cambio en las relaciones
productivas de la sociedad occidental de mediados del siglo XIX. Es posible apreciar
entonces, que la historia de la escuela está íntimamente vinculada a la historia de la
industrialización. Por este motivo no debe sorprender que los primeros análisis de tradición
marxista se orienten a explicitar las relaciones de reproducción entre estructura económica
y superestructura ideológica, en este caso, la escuela como institución. Estos análisis, en
que se muestra cómo diversas formas de dominación (económica, simbólica, política)
encuentran su modo de reproducción en la escuela, creo representan una sólida plataforma
para la comprensión de la función social de la educación. Sin embargo, como afirman
diversos autores (Gil, 1997; Giroux & Aronowitz, 1985) nos muestran un panorama en que
la posibilidad de cambio parece oscurecida. Las teorías de la resistencia –al recuperar la
agencia humana- vienen a prestar un complemento necesario y valioso a las versiones
estructuralistas, aunque se encuentren aún demasiado ligadas a la exclusiva identificación
de conductas de abierta oposición, y quede todavía sin definir el real significado crítico de
estas conductas (¿todas las conductas de oposición implican “resistencia”? si no es así,
¿cómo distinguirlas?), problema vinculado a la vez a un necesario examen de las
necesidades de las que son expresión (¿son realmente estas necesidades expresión legítima
del sujeto, o más bien representan la colonización ideológica de la subjetividad, a través de
una estructura de necesidades alienante?)
A pesar de ello, la resistencia implica posibilidad de transformación. Una posibilidad tal
vez voluntarista, pero que parece sintonizar con las aceleradas y dramáticas
transformaciones de un mundo crecientemente incierto. El potencial emancipatorio del que
nos provee la teoría de la resistencia depende de la posibilidad de autoreflexión: ni las
dinámicas de dominación ni las de resistencia son absolutas, por lo que sus manifestaciones
pueden tanto desafiar como confirmar la hegemonía capitalista. Lo que realmente importa
en una pedagogía radical es la capacidad de buscar los intereses emancipatorios que
subyacen a las acciones de resistencia y hacerlos visibles a los propios actores y a otros,
siendo objeto de debate y análisis político, llevando este análisis más allá de la escuela, a la
vida social, cotidiana. Entiendo que esto significa tematizar aquellas expresiones de
“resistencia”, aunque puedan ser mejor llamadas de “solidaridad” o “autoafirmación”,
como proponen los autores. Y esto es perfectamente consistente con lo que afirma Tedesco
(2002) que debe ser la educación: una oportunidad de reflexionar acerca de las experiencias
de la vida cotidiana, y de experimentar vivencias inaccesibles fuera de la escuela, una
fuerza que tensione la cultura.
Desde luego, estas ideas no son nuevas: aparecen investidas de diverso ropaje en autores
clásicos como Vygotski y Freire. El autor ruso sitúa a la educación como la actividad
humana por excelencia, aquella que permite el desarrollo específicamente humano,
entendido como la progresiva adquisición de formas culturales de mediación del
pensamiento, y por medio de ello, la progresiva toma de conciencia. Por su parte, Freire
veía en la conciencia la única forma de liberación de las condiciones de dominación que
aquejan a los oprimidos.
Es que tal vez sea necesario atender -seriamente en esta ocasión- lo que nos proponen estos
autores. Y más seriamente aún cuanto más compleja es la sociedad en que nos toca vivir.
Porque ¿qué implicancias inéditas puede tener la reproducción en el contexto del “nuevo
capitalismo”? ¿qué formas puede adoptar la resistencia en este contexto? ¿de qué modos
impensados la tecnología puede modificar las formas de participación social?
Frente a la primera interrogante, creo que el poder hegemónico –económico, no estatal-
estará cada vez menos interesado en la escuela como reducto de dominación. Hace ya
varios años que los medios de comunicación masiva (TV, internet, cable) vienen ejerciendo
una influencia “socializadora” mucho mayor que la escuela, y de alcance global, aunque
mucho más diversa que el formato escolar. Y aquí la pregunta que cabe concierne a la
hegemonía: ¿la hegemonía de los medios es una tarea pendiente para el poder económico?
¿o bien le basta con “saturar” nuestro yo, como señalaba Gergen (1992)?
La resistencia -desde mi punto de vista- sólo puede pasar por el desarrollo de una
conciencia crítica, que reflexione sobre la acción propia, ajena y colectiva. Pasa por el
empleo de formas de reflexión organizada a tales fines, por la generación de redes de
cooperación que empleen las tecnologías de la información, por formas de activismo (como
ATACC, radios comunitarias, asociaciones civiles) que se constituyan en alternativas
políticas de acción. Pasa –en definitiva- por la consolidación de identidades a través de la
crítica reflexiva y la acción. De todos modos, creo que es necesario considerar que los
acelerados procesos de cambio social, tecnológico y cultural -sin contar la crisis
medioambiental-, representan un escenario radicalmente distinto al de hace sólo tres o
cuatro décadas, donde la estabilidad de las estructuras se daba casi por descontado, y donde
el cambio debía ser “planeado”. Hoy por hoy, el panorama parece ser inverso: la
transformación permanente trasciende los libros de metafísica y se instala en la vida
cotidiana de las personas, el cambio se hace “no planeado”, y tal vez lo que debemos
comenzar a planear es la forma de pensar críticamente nuestra realidad para conquistar la
conciencia. Así las cosas, la pregunta de Giroux y Aronowitz (1985) cobra un sentido
inusitado: “¿cómo desarrollamos una pedagogía radical que haga a las escuelas
significativas, y por ello críticas, y cómo las hacemos críticas para hacerlas
emancipatorias?”(p.109).
Referencias
Egaña, L. (2000). La educación primaria popular en el siglo XIX en Chile: una práctica de
política estatal. Santiago: LOM
Gergen, K (1992). El yo saturado. Barcelona: Paidós
Gil, F. (1997). Teoría sociológica de la educación. Salamanca: Amarú Ediciones.
Giroux, H. & Aronowitz, S. (1985) Reproduction and Resistance in Radical Theories of
Schooling. En: Education under Siege. The conservative, liberal and radical
debate over schooling. (p. 69 – 114). New York: Bergin & Garvey.
Tedesco, J. (2002). Educación y hegemonía en el nuevo capitalismo: algunas notas e
hipótesis de trabajo. Estudos em Avaliação Educacional, 26, 3-14.