Anales de una ciudad de provincia

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    ANALES DE UNA

    CIUDAD DE PROVINCIA

    GAO YUNLAN 

    EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERASBEIJING

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    Primera edición 1964Segunda edición 1980

    VERSION AL ESPAÑOL HECHA PORAURORA FERNANDEZ

    Impreso en la República Popular China EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS 

    Baiwanzhuang N.° Beijing, China

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    PROLOGOZhang Chukun1 

    La edición póstuma de la novela del camarada Gao Yunlan que trata dela famosa fuga de la prisión de Xiamen, ha sido acogida con el más caluro-so entusiasmo de los últimos años. Los diarios y revistas nacionales, WenyiBao (Gaceta Literaria), Zhongguo Qingnian Bao (Diario Juvenil de China) yotras publicaciones le han dedicado grandes elogios; ha sido dramatizaday presentada en teatro y en cine, y se ha publicado también una serie trasotra de relatos con dibujos sobre el mismo tema.

    La novela  Anales de una ciudad de provincia ha tenido un éxito tangrande porque su autor supo tejer la trama en torno a una hazaña revolu-

    cionaria que sacudió a toda la nación, además de tener también un argu-mento complejo y emocionante. Lo más importante de todo es que tieneun sentido positivo y que los personajes de la obra están muy bien traza-dos.

    Dice el Presidente Mao en Sobre el gobierno de coalición, al referirse ala lucha de nuestro gran Partido y de nuestro gran pueblo después del fra-caso de la Gran Revolución de China: "El Partido Comunista de China y elpueblo chino no han sido amedrentados ni conquistados, ni tampoco ex-terminados. Se levantaron del suelo, se limpiaron las manchas de sangre,enterraron los cadáveres de sus camaradas, y continuaron combatiendo."Esta descripción nos ofrece un justo cuadro general de cómo luchó el pue-blo chino, en la lucha revolucionaria después del año 1927.

    Después de la traición del Guomindang a la revolución en 1927, la granburguesía china y la burguesía nacional se pusieron del lado de la contra-rrevolución. La pequeña burguesía vacilaba. Sólo el proletariado y su van-guardia, el Partido Comunista de China, se mantuvieron firmes. Conser-vando y ampliando las fuerzas revolucionarias, el Partido Comunista de

    China creó el Ejercito Rojo de Obreros y Campesinos y estableció los so-viets en muchos lugares del amplio territorio de China.El 18 de septiembre de 1931, los imperialistas japoneses invadieron el

    Nordeste de China. El Partido Comunista de China propuso poner fin a laguerra civil y formar un frente único para resistir a la invasión japonesa,pero el gobierno reaccionario de Jiang Jieshi hizo caso omiso de las de-mandas del pueblo y continuó atacando las zonas de los soviets chinos y alEjército Rojo de Obreros y Campesinos.

    En 1934, el Ejército Rojo, dispuesto a habérselas con los invasores ex-

     1 Exsubalcalde de Xiamen.

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    tranjeros, rompió la quinta campaña de "cerco y aniquilamiento" dirigidapor el Guomindang e inició la memorable Gran Marcha de veinticinco milli (un li  equivale a medio kilómetro) en dirección Norte.

    A comienzos de 1935 los estudiantes de Beijing organizaron una gran-

    diosa manifestación por la resistencia a la invasión japonesa y la salvaciónnacional, y de ahí nació el movimiento patriótico estudiantil "Nueve deDiciembre". Al año siguiente las autoridades del Guomindang se veíanobligadas a paralizar la guerra civil, y pronto toda la nación china entró enuna nueva etapa, la etapa de la guerra de resistencia a la invasión japone-sa.

     Anales de una ciudad de provincia describe la valiente lucha revolucio-naria del pueblo de Xiamen, famoso puerto marítimo de China, lucha en-cabezada por el Partido Comunista en el curso de los diez años que me-

    dian entre 1927 y 1937.Xiamen fue durante muchos años simplemente un puerto situado en el

    frente más avanzado de la defensa costera de China; sin embargo, el quehoy se conoce con el sobrenombre de «Ciudad-Héroe», fue en los cienaños anteriores a la fundación de la República Popular, la típica ciudadsemifeudal y semicolonial.

    Hacia fines del siglo XVII la Compañía de las Indias Orientales del impe-rialismo inglés estableció su sucursal en Xiamen y, a través de ella, empezóa importar grandes cantidades de opio con destino a China. En 1842, elgobierno Qing fue derrotado por los británicos en una batalla y concluyóel Tratado de Nanjing —el primero de los tratados desiguales entre Chinay los imperialistas extranjeros—, mediante el cual quedaron abiertas cincociudades, incluida Xiamen, al "libre comercio".

    Los imperialistas empezaron a llegar en manadas. Gulangyu, al otro ladode la Bahía de Xiamen, se convirtió en una concesión privada bajo el con-trol conjunto de británicos, norteamericanos, japoneses, franceses, holan-deses, y otros tres países más. Los cinco países mencionados poseían sus

    propios bancos, muelles, almacenes, correos y policía. Los consulados es-tablecidos en los "puertos del Tratado" por los imperialistas eran, en reali-dad, centros desde donde se dirigía la opresión y el avasallamiento delpueblo chino.

    Pero el pueblo chino se negó a someterse; durante más de cien años losciudadanos de Xiamen lucharon sin tregua contra la agresión imperialista.El levantamiento de la Sociedad de la Espada Corta, que ganó medio añode libertad para Xiamen en 1851, y el rescate de la sección de Haihoutandel poder de los británicos, constituyeron dos de las batallas de más im-

    portancia.

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    En 1925 se iniciaba la primera guerra civil revolucionaria, y para enton-ces Xiamen ya contaba con su propia organización del Partido Comunista.El Presidente de la Federación de los Sindicatos de Xiamen, Luo Yangcai,era miembro del Comité Especial del Partido para Fujian del Sur y del Co-

    mité Municipal del Partido de Xiamen. Murió durante el incidente del "Do-ce de Abril", y fue uno de los destacados activistas obreros de Xiamen; Éldirigió las luchas de veinte mil militantes de los sindicatos en una serie dehuelgas contra la explotación imperialista y capitalista y obtuvo victoriatras victoria.

    En vísperas de la fuga de la prisión de Xiamen en 1930, las mercancíasimperialistas inundaban el mercado de la ciudad; los imperialistas contro-laban las aduanas; en un solo año, 1926, las importaciones superaron alas exportaciones por un valor de 25 millones de liang2 de plata. Los impe-

    rialistas japoneses eran los más poderosos en la ciudad ya que muchas desus firmas más importantes tenían sucursales en Xiamen; asimismo teníansus propios periódicos, escuelas y hospitales. Había también vividores chi-nos que, provistos de nacionalidad japonesa, cometían toda suerte dedesmanes sin que nadie se lo impidiera. Shen Hongguo y Cocodrilo Dora-do, que aparecen en la novela, son personas de esa ralea. El petróleo, eltransporte, la banca, el comercio de cigarrillos, estaban en manos decompañías británicas, como la  Asiatic Petroleum, Butter field and Swire,Hongkong and Shanghai Banking Corp., y la British-American Tobacco Co.La gasolina norteamericana y los automóviles daban entonces más ganan-cias que el contrabando del opio y el comercio con mano de obra humanadel período anterior.

    Las compañías intermediarias chinas se daban nombres extranjeros y setransformaban en corporaciones extranjeras; muchos matones, interme-diarios y bandidos adoptaron nacionalidades de otros países a fin deoprimir al pueblo trabajador. En la novela, por ejemplo, el tío de Jianpingcuelga en su puerta un rótulo que dice "ciudadano del Gran Japón: He Da-

    lei". Los imperialistas tenían cogido al pueblo por el cuello a través de loscaudillos militares, los bandidos y los jefes de los clanes feudales; en cadacalle y en cada barrio de la ciudad había un rufián encargado del soborno yla extorsión; en el mar y en los muelles tenían establecido su dominio trespoderosos clanes; bastaba el menor pretexto para que estallasen comba-tes muy sangrientos que costaban la vida a docenas de personas. Además,Xiamen contaba con todos los atributos propios de una ciudad corrompi-da; en ella pululaban las prostitutas, los timadores, los mendigos; abunda-ban los antros de tahúres y estaba llena de enfermedades contagiosas...

    2 32 liang  equivalen a un kilo.

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    Sin embargo, Xiamen era asimismo uno de los importantes centros deltrabajo del Partido en la provincia de Fujian; bajo su dirección se desarro-llaban luchas durísimas, complicadas y heroicas con el enemigo. En los dis-tritos circundantes se extendía toda una red de bases guerrilleras del Ejér-

    cito Rojo, y la chispa de la revolución estaba provocando el incendio enesa extensa pradera. En 1932, un año después de la famosa fuga de la pri-sión, el Ejército de la Ruta Oriental formado por los destacamentos 1° y 5°del Ejército Rojo, bajo la dirección personal del Presidente Mao, liberabaZhangzhou, situado a más de ochenta kilómetros de Xiamen, mantenién-dolo en sus manos por espacio de cuarenta y nueve días. Esta hazaña le-vantó el ánimo de lucha del pueblo de Fujian de manera extraordinariatuvo una profunda repercusión en las comunidades de chinos que vivíanen el Archipiélago Malayo.

    Xiamen era una isla ocupada por el enemigo en medio de un mar debases revolucionarias, pero también era el pilar que sostenía el movimien-to revolucionado en la región. Una y otra vez el enemigo hizo todo lo po-sible por desalojar de su sitio ese pilar, pero jamás lo consiguió.

    La gran fuga de la prisión de Xiamen tuvo lugar en mayo de 1930 (en lanovela el autor la coloca en 1935). Antes de este suceso, el Comité clan-destino del Partido de la provincia de Fujian establecido en Xiamen habíasido denunciado en dos ocasiones y muchos camaradas fueron detenidos,incluidos el secretario del Comité Municipal del Partido de Xiamen, LiuDuansheng, y el secretario de la organización provincial de la Liga de laJuventud Comunista de Fujian, Chen Bosheng. El enemigo se disponía aejecutarlos.

    A fin de intentar arrancarlos de las manos del enemigo, el Comité Pro-vincial encargó a Luo Ming, Wang De, Tao Zhu (ex primer secretario delComité Provincial del Partido de Guangdong) y a tres camaradas más, laelaboración del plan de fuga, y designó al camarada Tao Zhu jefe del mis-mo.

    La fuga de la prisión tuvo un éxito resonante. Se salvaron más de cua-renta camaradas, incluyendo a Liu Duansheng y Chen Bosheng; ni uno solode los nuestros perdió la vida y pusimos fuera de combate a más de veinteenemigos. El pueblo decía: "El Partido Comunista es estupendo. Viene sinque se note y se marcha sin dejar una sola huella".

    El comandante de la guarnición naval del Guomindang en Xiamen fuetrasladado a otro lugar; la influencia política de la fuga fue extraordinaria.

    El camarada Gao Yunlan no tomó parte en la fuga, pero se encontrabaen Xiamen cuando ésta tuvo lugar. El memorable acontecimiento y el va-

    lor de los que participaron en ella, le dejaron una profunda impresión.

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    Pensó que era su deber de escritor trasladar al papel el suceso y, en losveinte años siguientes, este deseo suyo aumentó cobrando proporcionesmuy agudas.

    En una carta que me escribió en 1952, me decía: "Quisiera dedicar mi

    vida entera a escribir el relato de este episodio de valientes para conme-morar a mis viejos camaradas, maestros y amigos, cuyo heroísmo me haconmovido hasta lo más profundo del alma".

    El camarada Gao Yunlan cumplió su promesa. Empezó la novela en 1953y la terminó en 1956, añadiendo los últimos toques horas antes de morir.

     Anales de una ciudad de provincia fue la primera y última novela de GaoYunlan. Como todas las buenas obras literarias tiene también sus deficien-cias, ya que el autor no tomó parte personalmente en la fuga de la prisióny no contaba con la experiencia revolucionaria adecuada; por eso me pa-

    rece a mí que sus descripciones de los revolucionarios y de los dirigentesdel Partido Comunista, así como de la dirección política y organizativa delPartido no están muy completas, y los personajes no están bastante re-dondeados. Además, yo creo que no refleja suficientemente la atmósferapolítica de Xiamen en vísperas de la gran fuga ni algunos hechos históricosde importancia o ciertas actividades revolucionarias. Claro que una novelano es historia y por eso las mencionadas deficiencias no quitan mérito alrelato novelado.

    El Xiamen de Anales de una ciudad de provincia no existe ya en la actua-lidad; ya no es una ciudad colonial controlada por los imperialistas, por lasagencias de espionaje del Guomindang, los bandidos y los vividores. Aligual que muchas otras ciudades de China, Xiamen está pasando por elproceso de convertirse en un gran centro industrial moderno.

    Camarada Yunlan, amigo mío, falleciste demasiado temprano. Leyendotu libro sentí mucho dolor por haber perdido un buen amigo con quienhice amistad decenios antes, y por el daño padecido en círculos literarioschinos.

    1959

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    Los viejos solían contarnos que el interior de la provincia de Fujian había

    sido arrasado durante años enteros por soldados, funcionarios y secues-tradores, y desgarrado por luchas intestinas.

    De todas partes de la provincia llegaban continuamente refugiados aXiamen, la pequeña ciudad situada en una isla junto a la costa que habíasido abierta como "puerto del Tratado" hacía menos de cien años. A con-secuencia de lo cual, por doquier se veían vagabundos, bandidos, prostitu-tas, carteristas, mendigos… Los que llevaban algún tiempo en la ciudad semorían junto a los caminos y pronto eran reemplazados por la llegada denuevas hornadas.

    En 1924, cuando He Jianping contaba diez años de edad y vivía en el in-terior con su familia, en el municipio de Tong'an, estalló de pronto unalucha a muerte entre el clan de He y el clan de Li.

    La hostilidad sangrienta entre ambos clanes había pasado de genera-ción en generación. El choque ocurrió porque la peste bubónica había se-gado las vidas de muchos miembros del clan He. Los de He asegurabanque el templo que el clan de los Li acababa de erigir había perturbado lapulsación geomántica del hogar ancestral de los He. Los cabecillas de am-bos clanes —terratenientes y aristócratas hereditarios—  se valían de lassupersticiones geománticas de la gente campesina para provocar encarni-zadas luchas.

    Los jefes del clan de He, en contubernio con los funcionarios locales, es-tablecieron el llamado "Cuerpo para el mantenimiento de la paz". Por suparte, los jefes del clan Li se aliaron con un grupo de bandidos y organiza-ron la llamada "milicia"; pero los funcionarios y los bandidos eran gentesde la misma calaña; los dos grupos con este pretexto, secuestraban jóve-nes en edad militar, requisaban alimentos, sonsacaban dinero y todo lo

    hacían mano a mano con los terratenientes. Cuando los dragones grandesse peleaban, los peces pequeños caían heridos en la batalla.

    El padre de Jianping, llamado He Daci, que era picapedrero y conocidopor su brío, fue destinado a una brigada "suicida". Durante una pelea en-carnizada, Li Mu le dio una puñalada tremenda en el pecho y hubo quellevarlo, muy desangrado a casa. Mientras yacía agonizante, rechinaba losdientes y gritaba enfurecido: "Tengo que vivir… no puedo morirme toda-vía. ¡Tengo que vengarme!.."

    Aquella misma noche, su tercer hermano menor Dalei fue a verlo, an-

    dando apresuradamente en medio de una horrible tormenta. Dalei tenía a

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    la sazón algo más de veinte años, y era un campesino bien fornido con unanariz aguileña como pico de gavilán.

    —¡Li Mu…  Li…  Mu! —decía Daci mientras expiraba; ya tenía los piesfríos y sus ojos echaban una mirada escalofriante.

    Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Dalei y juró de estamanera ante su hermano moribundo: — ¡Tan cierto como que el Señor delos Cielos está allá arriba, que mataré a Li Mu y vengaré al hermano se-gundo! ¡Que me parta un rayo si no lo hago!...

    Antes de terminar de decir estas palabras, un trueno horroroso retum-bó en el cielo haciendo temblar a todos los que se encontraban en la habi-tación.

    Daci oyó el juramento de su tercer hermano menor y cerró los ojos.Aquel ignorante y desgraciado picapedrero, ni siquiera al expirar sabía por

    quién o por qué había ofrendado su vida.Li Mu, tan ignorante como él, cuando supo que había muerto, sintió un

    miedo espantoso, y en la noche oscura, con su mujer y su hijo de catorceaños, llamado Li Yue, huyó a Xiamen para refugiarse en casa de la familiade su tío. Este era un viejo y honrado tipógrafo.

    Más tarde, Dalei y su sobrino Jianping persiguieron a sus enemigos has-ta Xiamen. Se alojaron con la familia de He Datian, hermano mayor de Da-lei y del difunto padre de Jianping. Datian era un viejo artesano de objetosde laca; llevaba casado unos treinta años, pero su mujer no le había dadodescendencia; por eso, al ver por primera vez a su sobrinito huérfano depadres y con sólo diez años de edad, las lágrimas se les asomaron a losojos.

    El viejo matrimonio llegó a querer tanto a Jianping como a sus propioscorazones.

    Dalei, mientras tanto, se puso de acuerdo con notorios bandidos de lavecindad y esperó que la oportunidad se presentase favorable. El truenoque retumbó aquella noche coronando su juramento de venganza, aún le

    retumbaba en los oídos; a veces lo hacía temblar al oírlo en sueños.El Viejo Datian, que era tan bueno y honrado, solía aconsejarlo dicién-

    dole: —¿Qué te obliga?, ¿cuándo van a terminar todas estas matanzas? Sébueno para todos y no tengas mala intención hacia nadie.

    Dalei no le hacía caso. Un buen día se llevó al pequeño Jianping de pa-seo. Llegaron a un callejón. Señalando una casa de un solo piso que habíaallí, Dalei dijo: —El hombre que asesinó a tu padre vive en esa casa. Heestado esperándolo todas las noches en los últimos nueve días, pero no seatreve a salir… 

    De pronto, Dalei, viendo a un chiquillo que se acercaba por la calle, dijo:

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    —Mira, ese es Li Yue, ¡anda! ¡Pégale fuerte! —y mientras decía estas pa-labras cortó una rama de árbol y se la entregó a su sobrino: — ¡Vete!, notengas miedo. ¡Yo estoy aquí!

    El pequeño Jianping recordaba cómo su padre había sido asesinado y

    cogiendo la rama que le ofrecía su tío, echó a correr hacia Li Yue y le atizóun palo en la frente.

    La sangre comenzó a brotar de la herida abierta en la sien de Li Yue.Jianping se quedó aterrado: un poco más y le hubiera saltado un ojo. LiYue no se echó a llorar, apretó los puños y cuando iba a responder a la in- juria recibida notó la franja enlutada en la manga del pequeño Jianping; depronto recordó que la navaja de su padre había dejado huérfano a Jian-ping y el corazón le dio un vuelco, echó una mirada fría a su atacante, diomedia vuelta y se marchó corriendo.

    Dalei estaba encantado. Se acercó y le dio a su sobrino vatios golpecitosen el hombro: —Se ve que eres un valiente, ¿ves? ¡Te tiene miedo!

    Desde aquel día, Jianping no volvió a ver a Li Yue por mucho tiempo.Al saber Li Mu que Dalei lo había seguido hasta Xiamen, se escondió

    lleno de miedo durante todo el día, sin salir de casa. Le parecía que lo per-seguía su sombra, y unas veces pensaba que era la de Dalei, el vengador, yotras, la de Daci, su víctima.

    Pasado cierto tiempo, Li Mu desapareció. Se rumoreaba que había cru-zado el mar en busca de otras tierras; después corrió la nueva de que ha-bía perecido en una isla yerma cerca de Sumatra.

    Pero Li Mu no había muerto.Un buen día, el agente de una comisión llegó al puerto de Xiamen en un

    barco de Estados Unidos. Dicho agente fue a visitar al tío de Li Mu y al co-nocer la situación en que se encontraba éste, manifestó su más generosasimpatía; la misma tarde que zarpaba el buque compró un pasaje para LiMu, añadiendo que le encontraría un buen trabajo en Hongkong. Esta erauna oportunidad única para burlar la vigilancia asfixiante de Dalei; Li Mu

    sintió una gratitud que no podía expresar en palabras. Cuando el barcollegó a Hongkong, su bienhechor le informó que el trabajo ya lo estabahaciendo otro y le aconsejó que se quedase en el barco y se fuese a Me-dan, Sumatra, para "buscar oro". A bordo del mismo barco iban unos dos-cientos pasajeros de Guangzhou y Shantou, que también eran "buscadoresde oro". Cuando llegaron a Medan, Li Mu se enteró de que tanto él comolos demás "buscadores de oro" habían sido contratados por su "bienhe-chor" de braceros para las plantaciones.

    Unos capataces armados los condujeron como ganado hasta la enma-

    rañada selva. Y a partir de aquel momento, Li Mu era como un criminal

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    exiliado. Estaba completamente aislado del mundo exterior y ni el cieloescuchaba sus quejas. Un día tras otro trabajaba como un esclavo bajo laamenaza del látigo, desbrozando la selva y plantando tabaco. La tierrapertenecía a una empresa de negocios norteamericano-holandesa, y la

    trabajaban setecientos braceros contratados a quienes lo agentes de lacompañía habían engañado para que fuesen hasta allí.

    El tabaco se transformaba en bien apilados dólares americanos y en flo-rines holandeses que los amos, "caballeros muy cultos" se gastaban enuna vida de príncipes en las lejanas Ciudades de Nueva York y La Haya,mientras los pobres esclavos engañados se ganaban a duras penas dos mí-seros florines al mes en la sombría inmensidad de la selva.

    Li Mu se gastaba en bebida todo lo que ganaba trabajando de culi.El primer año se escapó dos veces, pero fue de nuevo detenido y apa-

    leado terriblemente. Se le obligaba a continuar la faena agotadora y sinfin… 

    Ocho años de esta clase de trabajo transformaron a Li Mu, que había si-do tan corpulento, en un hombre delgaducho, encorvado, débil de pier-nas, medio sordo y con el brazo derecho paralítico, de forma que ya nopodía ni levantar un escardillo. Por último lo echaron de la plantación apatadas, o quizá sería mejor decir que tuvieron la bondad de dejarlo convida.

    Un chino llamado Li, que vivía allí, le pagó el pasaje de vuelta a Xiamen.Li Mu ni en sueños había creído que llegaría el día en que de nuevo vol-

    viese al hogar. Su hijo era ya un hombre hecho y derecho; se había casadoy trabajaba de tipógrafo de primera clase. Li Mu al verlo reía y lloraba sinsaber de cierto qué es lo que sentía.

    Al día siguiente del regreso, Li Yue trajo a un joven para presentarlo a supadre... Y, gritándole al oído medio sordo, le dijo con cariño: — Papá, ¿teacuerdas de él?

    Li Mu echó una mirada al joven y meneó la cabeza. Li Yue sonrió, agre-

    gando:Es Jianping, papá, ¿no te acuerdas?—¿Jianping? —exclamó Li Mu, y de nuevo denegó con la cabeza y dio

    un suspiro—. Tengo ahora muy mala memoria.—Pero papá, si es el hijo de He Daci, es Jianping.Li Mu se puso a temblar como un azogado y echándose al suelo empezó

    a gritar: —Piedad! ¡Tenga compasión de mí! Yo… yo… Asustados, los dos jóvenes lo levantaron de nuevo rápidamente. — Eso

    es cosa del pasado, tío Li —dijo elevando la voz Jianping con gran emo-

    ción—. ¿No ve usted que Li Yue y yo somos buenos amigos?

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    Li Yue se llevó a su padre con gran cuidado hasta la alcoba, y cuando re-gresó, le dijo a Jianping: —El pobre viejo ha perdido su ánimo. Es la vidaque ha tenido; primero, fue juguete de los terratenientes y funcionarios;después, la segunda mitad de su vida la pasó esclavizado por los capitalis-

    tas extranjeros... no creo que dure mucho… Y de verdad, los días de Li Mu estaban contados. Poco después de la

    Fiesta de los Faroles en el Año Nuevo Lunar, iba renqueando apoyándoseen un bastón para gozar del poquito de sol invernal, cuando, de repente,alguien le cortó el paso. Li Mu levantó la mirada y vio a un hombre vestidocon un buen traje de paño caro; notó su nariz aguileña y los dos dientes deoro que le brillaban en la boca.

    —¡Por fin te encontré, pájaro! —dijo el hombre bien vestido, con unamaligna sonrisa—. ¿Sabes quién soy yo?

    Al reconocer la voz, Li Mu empezó a temblar y el bastón se le cayó delas manos temblorosas. En su nerviosidad le pareció escuchar el grito de"Los cielos tomarán venganza". Luego notó que le golpeaban fuertementeel pecho; empezó a escupir sangre y se derrumbó sin sentido en el suelo.

    Lo llevaron a casa y allí recobró el conocimiento, pero no pudo levantar-se de la cama. Deliraba murmurando sin cesar: — os cielos tomarán ven-ganza... los cielos tomarán venganza… 

    Un barco roto no puede aguantar la embestida del ventarrón en altamar. El susto que había recibido Li Mu le causó mucho más daño que elgolpe que le dieron en el pecho; en menos de tres días expiraba y antes demorir, le dijo a Li Yue, como para consolarle:

    —Tenemos que dar las gracias a nuestros antepasados. Por fortuna es-tos viejos huesos no serán enterrados en suelo extranjero… 

    El día del entierro, Jianping fue uno de los que encabezaban el duelo.Dalei muy encolerizado corrió a visitar al Viejo Datian. —¡Ojalá se muerasin descendencia, ese mocoso! —le dijo—. ¡Qué insulto para nuestros an-tepasados! Yo he vengado la muerte de su padre y él se va al entierro del

    enemigo. ¡Cielos! ¡Cómo anda este mundo...!

    II

    ¿Cómo habían llegado a hacerse amigos los dos jóvenes hijos de fami-lias enemigas? Volvamos un poco a la época en que Jianping y su tío llega-ron por primera vez a Xiamen.

    Cuando Jianping era sólo un muchacho, se quedó muy apenado al ente-

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    rarse de que Li Mu había desaparecido, porque ello significaba que no po-dría vengarse, pero Dalei recibió la noticia con mucha satisfacción. En elfondo estaba contento de no tener que cumplir su juramento, y de que denoche, el estallido de los truenos no turbara más su sueño. Jianping estaba

    en el sexto grado de la escuela primaría; por otra parte, el trabajo de obje-tos laqueados del Viejo Datian no era regular; estaba cesante seis o sietemeses al año. La situación se hacía cada vez peor; Jianping tenía que llevarzuecos en lugar de zapatos, y cuando los estudiantes ricos empezaron aburlarse de él, tiró los zuecos y anduvo descalzo, libre y orgulloso de suspies desnudos; no le importaba tampoco que se rieran de sus vestidos re-mendadas, ya que no sentía la menor vergüenza por su pobreza.

    En el segundo año de la enseñanza secundaria, Jianping no pudo pagarel importe de las matrículas y se vio obligado a abandonar los estudios. En

    casa, leía ávidamente los folletos proletarios que entonces circulaban congran profusión y su mente se llenó con las imágenes de los héroes revolu-cionarios.

    Pronto llegó a terminarse la comida en la casa; Jianping encontró traba- jo en un establecimiento de vinos, donde entró de aprendiz; pero al cabode unos días, el amo le pegó un puñetazo y él, colérico, devolvió el cum-plido en la misma forma. Lo despidieron sin más contemplaciones. Pocodespués se colocó de dependiente en una droguería. El amo se pasaba lavida inventando fórmulas médicas prodigiosas, y sus anuncios podían ver-se en todos los periódicos locales. Hacía poco que había confeccionadouna píldora sin valor alguno, que bautizó con el nombre de "glándula depubertad" y presentó en las páginas de los periódicos como un remediomaravilloso extraído de los testículos de un moho y descubierto por undoctor alemán, que podía dar fuerza a los débiles y resucitar a los muer-tos. El trabajo de Jianping consistía en atender a la clientela desde el mos-trador, y engañar así con esas drogas falsas a los parroquianos de su amo.A Jianping le daba vergüenza coger el dinero de los compradores.

    Por extraño que parezca, este amo que vivía del fraude era grandemen-te respetado. Todo el mundo elogiaba su filantropía. A él sólo le preocu-paba estar cada día más grueso y elegante con las ganancias que hacía ex-primiendo al público, y el primer día y el decimoquinto de cada mes, hacíaun "acto de bondad". Este consistía en comprar unas cuantas tortugas,llevarlas a un templo budista y darles libertad en un estanque especial pa-ra esta ceremonia.

    Sin embargo, a pesar de la "bondad", regateaba con el vendedor de lastortugas que daba gusto. —Te las compro para ponerlas en libertad —le

    dijo—. Me las tienes que dar más baratas. Haz esta buena acción y partici-

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    parás en el Mérito Celestial de soltarlas.Antes de que se cumpliese el mes, Jianping recogió su ropa de cama y

    se fue.Sin escuela y sin trabajo, el muchacho estaba con el ánimo muy decaí-

    do. Dalei, su tío, hacía tiempo que había renunciado a irse a la granja en elcampo; conocía algo del arte tradicional de las peleas y entró a formarparte de una banda de matones de la vecindad que se ganaban la vida sa-cándole el jugo a los caseros y tenderos, con el timo del "dinero para pro-tegerlos". Dalei cambió su atuendo de campesino por camisas de seda ytrajes color claro adecuados para la ciudad, se envició en juegos de azar,empezó a fumar opio, y andaba por las calles contoneándose al lado desus compinches.

    Un atardecer, después de la cena, Dalei le habló al Viejo Datian de su

    concepción filosófica de las finanzas: —Los que hacen dinero, no trabajanduro. Los que trabajan de lo lindo, no hacen dinero —dijo, y le puso variosejemplos: los que vendían armas para los pistoleros al servicio de los japo-neses…  los secuestradores, los falsificadores, todos ganaban grandes su-mas de dinero. Dalei empezó a jactarse de que había trabado conocimien-to con algunos japoneses de la localidad. Por medio de ellos quería sobor-nar a un funcionario extranjero de la Aduana de Xiamen y hacer entrar decontrabando un cargamento de opio. . .

    —No, no, ¡de ninguna manera! —le gritó el Viejo Datian, pálido de mie-do—. Si te pones a ganar dinero en esa forma nos vas a traer la desgraciaa todos. La gente maldecirá nuestra familia. . .

    —¡Tienes que abrirte paso a puñetazos, o no ganas nada, hombre!Cuando llega la oportunidad, hay que agarrarla; ¿quieres que seamos po-bres toda la vida?

    Jianping sentía, hacía ya tiempo, una profunda aversión por Dalei. Aho-ra, al oírlo hablar esta sarta de sandeces, no pudo contenerse.

    —Nunca te ha pasado por la cabeza una idea honrada —exclamó con

    desprecio—. Esos son juegos de pillos y de traidores. ¡Has metido las nari-ces en un asunto y ni siquiera sabes qué apesta!

    Dalei, sulfurado respondió lanzando un juramento. Jianping no quisodar su brazo a torcer. Se dijeron cosas terribles y el rostro de Dalei empezóa cubrirse de una expresión de cólera; de un golpe sacó una navaja. La ex-presión de Jianping se endureció. Corrió a la cocina y volvió con un cuchi-llo. —¡Anda! ¡Atrévete! —dijo tomando posición.

    Aunque Dalei era venenoso como una culebra en medio de la calle, laluz asesina que brillaba en los ojos de Jianping lo asustó. Conocía el genio

    de su sobrino: si luchaba, lo haría hasta el fin.

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    El Viejo Datian intervino temblando, rogando a los dos que no se pelea-sen, pero fue la vieja, conocida por el sobrenombre de la "mujer tigre",quien resolvió el asunto. Al oír las voces airadas del tío y el sobrino, saliócorriendo al patio.

    —¡Tú, ahora mismo, a casa! —le dijo chillando a Jianping mientras ledaba empellones—. Aprendes de este tipo, ¿eh? Y coges un cuchillo… ¡Habrase visto!... ¡Adentro!

    Luego, dio media vuelta y dijo amenazadora a Dalei:—Pues vaya con el tío que nos ha salido; ¡miren ustedes a un miembro

    de la vieja generación!—El fue el primero en maldecirme... —balbuceó Dalei adoptando un aire

    de víctima.—Pues te está muy bien empleado —siguió desgañitándose la vieja con

    las manos en las caderas—. ¡A un sinvergüenza como tú! ¡El nieto puedepegar a su propio abuelo si lo pega con razón! ¡Vaya con el tío este! ¡Fueraahora mismo de aquí!

    Al Viejo Datian empezó a preocuparle la forma en que se desarrollabanlos acontecimientos y, maldiciendo unas veces y rogando otras, hizo queDalei se marchase de la casa.

    * * *

    El contrabando de armas y opio en contubernio con los amigos japone-ses le trajo bastantes ganancias a Dalei; acto seguido se compró una casa,"alquiló" una prostituta para su uso particular y se fue con ella a la nuevaresidencia.

    Aquella primavera, Jianping empezó a dar clases en una escuela prima-ria para hijos de pescadores. Los chicos eran de familias tan pobres queandaban descalzos. Jianping adoraba a los chiquillos. Aunque no ganaba

    más que ocho yinyuanes al mes y sólo le daban, a lo más, tres meses desalario por curso, empezó a sentir un profundo interés por su trabajo.Jianping acababa de cumplir los dieciséis años. Era alto y ancho de

    hombros; los ojos se le curvaban dulcemente hacia arriba y su rostro teníaun sano color tostado. Bastaba una mirada para convencerse de que rebo-saba vitalidad por los cuatro costados.

    El día que se cumplía el decimosexto aniversario del "Nueve de Mayo",Jianping y sus discípulos tomaron parte en una gran manifestación de pro-testa. Al pasar ante una casa de estilo extranjero, los manifestantes agita-

    ban sus banderas de papel y gritaban consignas. Jianping se fijó en unaplancha de bronce que estaba a la entrada de la casa, y en la que se leía:

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    "Ciudadano del Gran Japón: He Dalei".Al leer aquello el joven se puso como la grana.—¡Abajo los lacayos traidores! —gritaron los manifestantes, Jianping se

    sumó a los gritos con furia y desesperación, gritando hasta que se quedó

    ronco. Después de la manifestación, Jianping le dijo al Viejo Datian lo quehabía visto y concluyó con estas palabras:

    —Anda a decirle de mi parte que, o quita ese rótulo digno de un perro yrenuncia a la ciudadanía japonesa, o no vuelvo a mirarlo más a la caramientras viva.

    —No digas eso, Jianping, al fin y al cabo es tu tío… —¿Ese, tío mío? Ese es un traidor y nuestra familia no reconoce a gen-

    tuza como esa.Al Viejo Datian no le quedó más remedio que ir a ver a Dalei y rogarle

    que abandonase su ciudadanía japonesa. Dalei respondió con franqueza.—Que no hombre, que no... no puedo hacer cosa seme jante… Sin ese

    rótulo, mi negocio se viene abajo.—Pues deja ese negocio. Nuestra familia tiene que salvar las aparien-

    cias.—¿Quieres insinuar que yo no tengo dignidad? Mira lo que te voy a en-

    señar —y Dalei apuntó con orgullo a las fotografías que colgaban de lasparedes—. ¿Sabes quién es ése? ¡El jefe de la policía! Y ese otro es el Pre-sidente del Consejo de Dirección de los grandes almacenes Tongshan.Aquel de más allá me llama "hermano" y es el jefe de la oficina de detec-tives. Todos me tratan de igual a igual; ¿quién dice que tengo que salvarlas apariencias?

    El Viejo Datian no pudo presentar argumentos para rebatir los que elotro le planteaba y, tristemente, volvió a casa.

    Aquella noche, Jianping fue a ver una obra de teatro que presentabanen su antiguo instituto de enseñanza secundaria. La sala estaba llena hastael último asiento. La gente ocupaba incluso los pasillos.

    La primera pieza, de nueve actos, se titulaba Firme hasta la muerte y lapresentaba la Sociedad Teatral de Xiamen. Un hombre llamado Zhao Xiongera el que hacía el papel de protagonista masculino; el papel femeninoprincipal lo interpretaba otro hombre llamado Wu Jian. La obra relataba lahistoria de una pareja de enamorados; ambos pertenecían a familias feu-dales que no los dejaban casarse porque ya les habían destinado otros es-posos, pero ellos huían de sus respectivos hogares paternos y se sumabanal movimiento revolucionario. El muchacho mataba a un traidor y era eje-cutado. La muchacha también moría al final de la obra.

    El auditorio, que estaba todavía bajo la fuerte emoción del desfile en

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    que había participado aquel día, respondió con una estruendosa ovación alas palabras del héroe; cuando apareció en el escenario un personaje querepresentaba al oficial del ejercito japonés, dieron silbidos ensordecedo-res.

    Alguien se descuidó seguramente al repartir las entradas porque entreel público había varios reporteros de un periódico editado en japonés, va-rios vagabundos japoneses que vivían en Xiamen y una serie de matoneschinos que adulaban a los japoneses. Jianping vio que Dalei estaba entreellos. En el tercer acto, aquellos matones empezaron a silbar, a dar pitidosy a chillar como desaforados, riéndose a carcajadas cuando el públicoaplaudía.

    Jianping estaba fuera de sí; en cuanto terminó el acto, saltó del asientocual saeta disparada por un arco y se lanzó al lugar donde estaban senta-

    dos los del hampa.—¡Eh! ¡Que están molestando a todo el mundo! ¡A ver si guardan or-

    den!Uno de la banda llamado "Song el Cocodrilo Dorado", vecino de Jian-

    ping, era un bandido conocido por otro nombre como "Super-Rey-Mono".Echando una mirada llena de maldad y astucia a Jianping, le dijo:

    —¿Qué estás llorando? ¡Idiota! ¡Todavía no hay ningún muerto!Jianping notó que una llama le quemaba las entrañas; cerró los puños;

    varias filas de bandidos se levantaron, y en aquel momento Jianping sintióque una mano le detenía el brazo. Dio media vuelta y vio a un hombrecorpulento, una cabeza más alto que él, y con un cuerpo que parecía unapagoda forjada en hierro. El hombre tenía barba cerrada, una nariz salien-te, la frente abombada y cejas muy espesas que sombreaban ojos redon-dos y atrevidos. Dio un paso adelante y su cintura pétrea quedó justamen-te a la altura de la aplastada nariz de Cocodrilo Dorado.

    —¡Mira el teatro y pórtate como es debido, Cocodrilo el Mono! —le di- jo con mucha sangre fría—. No eches arena en el tazón de arroz de los

    demás —agregó.La expresión de maldad de Cocodrilo Dorado se desvaneció como por

    encanto y forzando una sonrisa, se puso de pie con todas las muestras derespeto:

    —Hermano Séptimo, ¿está usted aquí también? ¿Quiere sentarse connosotros?

    —Siéntate —el hombre corpulento lo miró fríamente y con la mano pe-luda lo empujó para que se sentara de nuevo—. Te lo digo y te lo repito.Esta es una escuela. ¡No te olvides donde estás!

    Cocodrilo Dorado se volvió a sentar, tieso como un palo, sin atreverse a

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    mover un dedo, como si estuviera en las garras de un oso. Los demás ma-tones también se sentaron con rapidez; nadie dijo una sola palabra. Lagente los rodeaba contemplando la escena con gran satisfacción. Jianpingmiraba al hombre alto con gran admiración.

    Al regresar a su asiento, un antiguo compañero de estudios que estabaa su lado le dijo por lo bajo:—¿Sabes quién es? Es Wu el Séptimo.

    —Wu el Séptimo —dijo Jianping casi gritando. Hacía mucho que habíaoído ese nombre. Wu había sido barquero, ensalmador, curandero y, últi-mamente, entrenador de boxeo y de lucha con armas tradicionales. Con-taba con muchos discípulos que le eran muy devotos en Xiamen y sus al-rededores. Los tres grandes clanes Chen, Wu y Ji lo apoyaban; los matonesde la localidad lo temían; los criminales lo odiaban, pero cuando lo veían,todos se deshacían en sonrisas. . .

    Todos los del hampa tienen su amo —pensó Jianping. Echó una miradafurtiva a Wu el Séptimo.

    Después de la función, Jianping se acercó y le estrechó la mano. Wu elSéptimo no estaba acostumbrado a esta manifestación extraña de cortesíay sonrió azarado, bajando la cabeza. Su sonrisa era muy atractiva; tenía losdientes blancos, sin mácula, y le brillaban a través de la oscura barba. Pa-recía que todo aquel furioso aire de asesino se hubiera disuelto en esaafable sonrisa de buda.

    —¿Conoce usted a Wu Jian? —preguntó el hombre a Jianping.—No lo conozco, pero he oído hablar de él.Wu Jian era redactor de la sección de los artículos de fondo del Diario

    de Lujiang. Jianping había escrito algunos artículos de vez en cuando parael periódico.

    —¿Le gustaría conocerlo? Se lo presento. Es primo mío. Jianping pasódetrás de bastidores con Wu el Séptimo, hasta que encontró el camerinode Wu Jian.

    Este se estaba desmaquillando. Llevaba puesto un vestido de colores ya

    desvaídos abotonado hasta el cuello. Podría contar unos veintitrés o vein-ticuatro años, era esbelto y bien proporcionado y tenía una tez tan delica-da como la de una mujer, pero tras su rostro se ocultaba la firme reservadel hombre docto. Al darle la mano en señal de saludo, Jianping sintió en-tre los suyos unos dedos pequeños y finos como el bambú en primavera.

    Wu Jian sonrió al oír el nombre de Jianping.—He leído varios de sus artículos —dijo—, no sabía que fuese tan joven.Luego le preguntó encarecidamente qué le parecía la función. Jianping

    dio su opinión honradamente, terminando con estas palabras: — A pesar

    de las deficiencias que tiene esa obra, hoy día supone una buena contri-

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    bución.—A mí no me gusta mucho —contestó Wu Jian con modestia—, espe-

    cialmente el papel de muchacha que yo interpreto. El matarse por unamor desgraciado no tiene sentido y además es hasta algo trivial. La mu-

    chacha tiene valor para escaparse de su hogar feudal, ¿por qué tiene queverse enfrentada al final de la obra con la disyuntiva feudal "más, vale mo-rir que quedar deshonrada"? ¿No existe en esto cierta contradicción?...

    Desde el rincón opuesto del camerino se oyó que alguien decía algo agritos.

    Ese es Zhao Xiong —dijo Wu Jian en voz baja—; interpreta el papel deprotagonista masculino y además ha escrito la obra.

    Su actuación ha sido horrible —dijo Jianping en un arranque de sinceri-dad—; cada segundo adoptaba una actitud nueva y no hacía más que in-

    ventar posturas. ¡Me sacaba de quicio!Wu Jian sonrió levemente.Zhao Xiong se secó la cara y empezó a ponerse la corbata. Mirándolo de

    perfil, Jianping pudo ver que era alto y guapo. Estaba hablando con uno delos tramoyistas aficionados.

    ¿Qué le pareció la escena de la muerte? —le preguntó Zhao Xiong—.¿No estuvo mal? ¿Eh? Mucha gente lloraba.

    —Pues yo no lloré —contestó el tramoyista.—¿Tú no? ¡Qué raro! —dijo Zhao Xiong burlón—, ¡eres un animal de

    sangre fría!Jianping quería marcharse ya, pero vio con asombro que Wu Jian había

    ido en busca de Zhao Xiong y lo traía consigo. Hizo la presentación.Zhao Xiong le dio un apretón de manos y pronunció algunas palabras de

    cortesía; como siempre hacía cuando hablaba con alguien por primera vez,adoptó un aire de modestia y rogó a Jianping que criticase su actuación.Pensando que era sincero en su demanda, Jianping le señaló abiertamenteuna serie de errores.

    —Demasiadas palabras y poca acción —dijo Jianping—, usted pronunciamuchos discursos; por ejemplo en esa escena del parque: en ella tiene us-ted un gesto como si estuviera dirigiéndose a un mitin de masas. Eso noocurre así en la vida normal. . .

    La expresión de Zhao Xiong cambió por completo. Mientras Jianpinghablaba, Zhao Xiong lo miraba de pies a cabeza, desde los zapatos rotos ala chaqueta arrugada. En su rostro apareció una mirada despreciativa, yJianping terminó por darse cuenta de ello: paró de hablar en seco y levan-tó con orgullo la cabeza. Luego dio media vuelta dispuesto a marcharse.

    Wu Jian quedó en una situación embarazosa, pero antes de que pudiera

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    decir algo para atenuar la tirantez que reinaba, Jianping le dijo a él y a Wuel Séptimo, con una sonrisa:

    —Tengo que irme. Adiós —y se marchó sin echar una sola mirada en di-rección de Zhao Xiong. Wu Jian lo acompañó hasta la puerta y quedaron

    de acuerdo para verse dos días más tarde.Dos días después, Wu Jian fue a visitar a Jianping en la escuela primaria

    para hijos de pescadores. Le contó que la noche de la función, Zhao Xiongy él fueron atacados por bandidos cuando se dirigían a casa; por fortunaWu el Séptimo llegó en aquel mismo instante y los atacantes hubieron deponer pies en polvorosa… Se rumoreaba que la obra Firme hasta la muerteera considerada como un insulto al Japón; los matones se disponían a ha-cerla fracasar. La gente aconsejaba a los actores que tuviesen cuidado.Zhao Xiong se había asustado y partió para Shanghai aquella misma ma-

    ñana. . . Wu Jian le preguntó a Jianping si quería ingresar en el "Cuerpopara acabar con los traidores" organización destinada a impedir la ventade mercancías japonesas. Jianping aceptó con alegría; desde entonces losdos amigos se vieron a diario. Cuando las actividades del "Cuerpo paraacabar con los traidores" los  obligaban a trasnochar, Jianping solía que-darse a dormir en casa de Wu Jian.

    III

    A partir del decimosexto aniversario del "Nueve de Mayo", la campañapara poner fin al comercio de productos japoneses se extendió rápida-mente. El "Cuerpo para acabar con los traidores" hacía serias advertenciasa los comerciantes traidores que contrabandeaban mercancías japonesas.Algunos de ellos, temerosos del sentimiento popular, dejaron de hacerlo,pero otros, confiando en el apoyo de los poderosos, continuaban sus ne-

    gocios habituales. Entonces, en el curso de unos días, algunos conocidosnegociantes del ramo, uno tras otro, recibieron su correspondiente casti-go: de noche, al regresar a sus casas, alguien se encargaba de cortarles lasorejas. La gente aplaudía en secreto estas acciones y el efecto fue fulmi-nante: el comercio de mercaderías japonesas llegó a punto muerto.

    Pero la cuestión no paró aquí solamente. Todos los chinos que habíanadoptado la nacionalidad japonesa se encontraron una buena mañana conque el rótulo que así lo proclamaba a la entrada de las casas estaba cu-bierto de alquitrán. A Dalei no se le excluyó del castigo. Y la gente, mien-

    tras tanto, se regocijaba secretamente.

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    Estaba claro que el "Cuerpo para acabar con los traidores" contaba conel apoyo dé las gentes; las mercancías japonesas requisadas de los peque-ños vapores locales, eran quemadas con la rapidez del rayo. Jianping era el jefe de las investigaciones en estos casos, y, un día, al volver a casa desde

    el muelle, su tío, el Viejo Datian, le salió al encuentro para saludarlo y ha-blarle:

    —Dalei, tu tío, ha estado por aquí —dijo el anciano—; me ha dicho quetiene unas mercancías en un barco, pero que no puede encontrar quien selas descargue, y tiene miedo que se lo quemen todo… 

    —¡Claro que se lo quemarán! —replicó Jianping con vehemencia.—Pues ¿sabes?... Dijo que todo su capital está invertido en ese carga-

    mento… —continuó el Viejo Datian con timidez—; si le prenden fuego, searruinará… 

    —¿Se arruinará? ¡Estupendo! Eso es lo que se merecen gentes como él.—Yo también lo regañe, pero me ha jurado por todo lo más sagrado

    que no volverá a hacerlo más… Dice que si se arruina se tirará por la ven-tana. . .

    —¡Idioteces! No le crea una palabra. Si se suicida de veras, ¡tanto me- jor! ¡Al menos la gente verá cómo acaban los mercaderes traidores comoél!

    Mientras hablaban, Jianping entró en la habitación contigua. Lo primeroque vio sobre la mesa fue un montón de mercancías japonesas: piezas depaño, de rayón, camisas, latas de conserva.

    —¿De dónde tiene usted todo eso? — preguntó Jianping atónito.—Pues verás, sobrino, tu tío nos lo ha enviado, él. . .—Y usted ¿lo ha aceptado?—Es que… es que… —tartamudeaba el anciano—. Es que él cree que a

    lo mejor vas a hablar con los del "Cuerpo para acabar con los traidores".Mira —agregó—, déjalo que descargue sus mercancías… Esta es, de ver-dad, la última vez… 

    Jianping, fuera de sí por la cólera que lo consumía, tiró con un ademántodas las cosas al suelo.

    El anciano, después de unos momentos de asombro, echó una miradafuriosa al sobrino y salió renqueando de la habitación. Jianping se arrepin-tió, demasiado tarde, de haber perdido la cabeza delante del Viejo Datian.De pronto oyó que su tía salía disparada de la cocina. Llevaba un palo en lamano. Jadeante, chilló amenazadora:

    —¡Ahora ya estás hecho un hombre y crees que puedes faltar el respetoa tus mayores! ¡Yo te enseñaré de otra manera! iToma, toma!... —Y em-

    pezó a pegarle palos.

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    El muchacho permaneció inmóvil dejando que ella descarase su furia, yvio que después de unos cuantos golpes no podía seguir. Tirando el palo,echó a correr y la oyó gruñir en la habitación contigua —¡Viejo atontado!—dijo—. ¡Te dije que no cogieses esas cosas que te trajo ese perro asque-

    roso! ¿Cómo te sientes ahora? ¿Como una persona decente, una personahonrada?

    Jianping se dio cuenta de que tenía herido un dedo de la mano izquier-da por el golpe recibido, pero no sentía dolor. Después de un rato, seacercó a su anciano tío y le pidió perdón. Luego le rogó con delicadeza quedevolviese aquellas cosas a Dalei. El Viejo Datian rezongó algunos instan-tes, mas al fin prometió hacerlo.

    Por la noche, cuando Jianping se estaba quedando dormido, sintió quealguien junto a la cama le estaba vendando el dedo herido. No abrió los

    ojos, pero comprendió que era su tía.

    * * *

    Siguiendo la recomendación del "Cuerpo para acabar con los traidores",los estibadores y lancheros se organizaron y se negaron a descargar lasmercancías japonesas de los mercaderes traidores. Las mercancías yacíanen las calas de los barcos anclados; Dalei y la gente de su calaña no pudie-ron encontrar un solo descargador o estibador dispuesto a trabajar Conellos. Desesperados, contrataron una banda de matones de la localidad,armados de puñales, y se marcharon a los muelles para obligar a los esti-badores y lancheros a trabajar. Se enzarzaron los dos bandos. El nuestroera reducido en número y no iba armado: llevaban las de perder cuandoalguien dio un grito:

    —¡Ahí viene Wu el Séptimo!Los bandidos cayeron presos del pánico más cerval al ver llegar el cor-

    pulento Wu; éste vio enseguida donde estaba el jefe de la ralea y le propi-

    nó un golpe que le envió rodando por el suelo. Los nuestros se lanzaron alcontraataque con renovado vigor. Los matones no aguantaron y pusieronpies en polvorosa.

    Esto fue sólo el comienzo. Ambos bandos reagruparon sus fuerzas y denuevo se prepararon a la lucha.

    A nuestro lado se encontraban los estibadores, los lancheros, los tresgrandes clanes, sus amigos y parientes llegados de las aldeas vecinas. Eli-gieron a Wu el Séptimo como jefe. Y pronto llegaron también sus alumnosde boxeo y armas tradicionales.

    —¡Haremos lo que digas, Hermano Séptimo! —exclamaron—. Dinos

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    una sola palabra y eso basta.Comenzó la lucha. Al principio eran pequeñas escaramuzas. Pero las pe-

    leas se hicieron poco a poco más encarnizadas y más amplias; pronto seconvirtieron en verdaderos combates callejeros.

    A Wu Jian se le propuso dirigir la parte estratégica de la batalla. Organi-zó secretamente un cuartel general. Jianping pidió que lo dejasen ausen-tarse de la escuela donde daba clase y se marchó al cuartel general paraayudar a Wu Jian.

    El bando opuesto tenía su cuartel general instalado en la espaciosa re-sidencia de Shen Hongguo, cabecilla de los vagabundos de Xiamen. A Daleiy Cocodrilo Dorado se les pidió que se sumasen a la lucha en calidad de"perlas" de gran valor. Shen enviaba todos los días información de carác-ter confidencial sobre el desarrollo de la lucha, al Consulado Japonés.

    Las autoridades de Xiamen, como siempre, tenían que aparentar corte-sía hacia Wu el Séptimo y sus hombres, aunque en el fondo los odiaban.De un lado querían utilizar a los matones para oprimir a los trabajadoresdel muelle; de otro lado pensaban que podrían utilizar esta fuerza espon-tánea local cómo chantaje diplomático para llegar a un acuerdo con elConsulado Japonés. Las autoridades se sentían en realidad en la gloria de- jando que los dos bandos peleasen y viéndolo todo desde la platea.

    Las calles eran campos de batalla. De día y de noche se oía en ellas elruido de la fusilería o la explosión de bombas. La gente atrancaba las puer-tas y las ventanas de las casas. Los ladrones, aprovechándose del desor-den, se llevaban lo que podían, robando por todos lados. La policía, de pieen las esquinas de las calles, hacía como que no veía nada.

    Wu Jian, sigilosamente, organizó a una docena de amigos para que lediesen noticias por teléfono desde sus casas. Esto se convirtió más tardeen una red de comunicaciones. Poco a poco, los matones comprendieronque estaban luchando en condiciones muy desventajosas; adondequieraque iban eran descubiertos. La gente los vigilaba a través ele los resquicios

    de las ventanas y de las puertas. Y todos sus movimientos eran comunica-dos inmediatamente, por teléfono, al cuartel general.

    Estaba claro que "andando a tientas" no podía vencer a "golpes con losojos abiertos"; en poco menos de un mes los matones se vieron obligadosa quedarse en la residencia de Shen Hongguo; tenían miedo de salir a lacalle. Por su parte, Shen, en su casa de verano, consultaba a diario con el jefe de la policía.

    ¡Quién había de pensar que en aquel momento crucial de la lucha ibana empezar las desavenencias en las propias filas de Wu el Séptimo! La cosa

    empezó por discordias entre los tres grandes clanes. Luego se compraron

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    a uno de los alumnos de Wu el Séptimo, quien traicionó la causa. Después,aquellos que desempeñaban el cargo de capataces en el muelle fueroninvitados secretamente a sostener varias conversaciones con el jefe de lapolicía. Cuando regresaron, empezaron a correr rumores de que la flota

     japonesa iba a bloquear el puerto, de que el gobierno de la provincia iba aenviar tropas para "matar sin hacer preguntas"… y lo peor no era que losrumores aumentasen, sino que la gente los creía. Unos huyeron hacia elinterior de la provincia; otros se escondieron y los vacilantes se aprove-charon de esta oportunidad para armar jaleo… Wu el Séptimo bebía de-masiado; pegaba puñetazos en la mesa y juraba a toda voz. Nadie se atre-vía a decir nada en su presencia, pero a sus espaldas crecía el desconten-to.

    Wu el Séptimo quería pescar a un traidor y matarlo "para dar un ejem-

    plo". Wu Jian y Jianping se negaron a que se hiciera tal cosa, diciendo queeso sólo aumentaría la confusión interior existente y sembraría odios parael futuro. Wu Jian intentó hablar con cada uno de los hombres por sepa-rado. Los vacilantes hicieron como si estuviesen de acuerdo y después ar-maron más jaleo que nunca. Las cosas iban de mal en peor. Jianping esta-ba terriblemente disgustado y una noche, en el cuartel general, sentado ala luz de la lámpara, le dijo suspirando a Wu Jian.

    Ahora, cuando el enemigo iba a ser derrotado, nos convertimos en unachusma desorganizada; ¿cómo vamos a llegar a ningún lado en esta for-ma?

    Es verdad, tenemos tipos muy diferentes entre nosotros: no se puedehacer una buena labor así —asintió Wu Jian—. Pero tienes que compren-der que éste es nuestro primer intento en esta clase de lucha; tú y yo he-mos sido ingenuos y éramos poco duchos en la cuestión. Decimos que Wuel Séptimo nos tiraniza, pero nosotros no tenemos nada positivo que ofre-cer en su lugar. Yo tengo la sensación de que todavía no contamos conalgún objetivo en que apoyarnos… 

    De repente se oyeron gritos y exclamaciones de alegría. En la habitaciónentraron muchos hombres chillando:

    —Hemos ganado, hemos ganado.El bando contrario había puesto voluntariamente en libertad a doce pri-

    sioneros. Con la llamada "victoria" los hombres estaban ebrios de alegría ypropusieron dar libertad a los prisioneros que habían hecho ellos y enviár-selos a Shen Hongguo. Una vez que se marcharon los prisioneros, nadievolvió más al cuartel general. La pelea había cesado: los combates calle- jeros parecía que habían terminado por voluntad propia.

    El 18 de septiembre de 1931, el Japón invadió las provincias del Nordes-

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    te de China; este suceso causó indignación en todo el país: cien mil perso-nas participaron en una manifestación de protesta en Shanghai. Ochocien-tos mil trabajadores crearon una Federación para Resistir al Japón y Salvarel País, pero en Cuanto los obreros y demás trabajadores se lanzaron a la

    calle, loe soldados del Guomindang y la policía hicieron sonar el clarín dela represión. En Nanjing, en Guangzhou, en Taiyuan, las calles quedaronempapadas de sangre estudiantil. Un grupo tras otro de estudiantes quellevaban solicitudes a Nanjing, capital del Guomindang, fueron obligados aretroceder. . .

    El 23 de septiembre, el Partido Comunista de China hizo pública una de-claración llamando a la resistencia armada en todo el país contra la inva-sión japonesa. Pero dos días más tarde, en una reunión de la organizacióndel Guomindang en Nanjing, Jiang Jieshi proclamó en un discurso verdade-

    ramente servil: "Estos son tiempos que necesitan la unidad de arriba aabajo… Tenemos que soportar la adversidad con calma, y esperar la de-terminación de la justicia internacional..."

    Wu Jian escribió un editorial en el Diario de Lujiang pidiendo la resis-tencia armada nacional ante la invasión japonesa y criticando la vergonzo-sa política conciliatoria del Guomindang.

    Cuatro meses más tarde, el 28 de enero de 1932, estalló la Guerra deResistencia "Veintiocho de Enero" en Shanghai, y la población de la pe-queña ciudad de Xiamen se levantó encolerizada. El día que llegaron lasnoticias de que las tropas nacionales chinas habían sido retiradas deShanghai, los manifestantes de Xiamen irrumpieron en la redacción de unperiódico de Jiang Jieshi; hicieron trizas el despacho y la imprenta y, pro-pinaron una paliza al redactor-jefe.

    El mismo día, Wu Jian había publicado un artículo en el Diario de Lu- jiang titulado "La verdadera cara de Jiang Jieshi". La edición se agotó a po-co de aparecer.

    En marzo de aquel mismo año, Wu Jian ingresó en el Partido Comunista.

    En agosto, Jianping se hizo miembro de la Liga de la Juventud Comunista.Ahora, por fin, sabemos hacia dónde nos encaminamos —dijo Wu Jian a

    Jianping el día que ingresó en la Liga—. Voy a seguir este camino mientrasme quede un aliento de vida.

    Tengo que empezar a estudiar de lo lindo si quiero aprender algo deteoría —exclamó Jianping, ingenuo—. Ni siquiera sé lo que es la dialécticamaterialista. ¡Cuidado que soy zopenco!

    —Tengo un ejemplar de Materialismo dialéctico en casa, y también ElEstado y la revolución. Te los puedo prestar si quieres.

    Al leer estos libros, Jianping tenía la sensación de que descubría un

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    nuevo continente. Cada noche se pasaba horas enteras leyendo; cuandollegaba a un párrafo difícil se iba a llamar a la puerta de Wu Jian. Una vez,sacó a Wu Jian de la cama después de la medianoche.

    —¡Flojo! ¿Qué haces tan temprano en cama? —Según Jianping las doce

    de la noche era una hora temprana para irse a dormir—. Vamos, vamos,contéstame: ¿es la verdad absoluta o relativa? ¿Qué dices? ¡No puedo lle-gar a comprender esto! —Y le señaló un párrafo subrayado con lápiz rojoen el Materialismo dialéctico. 

    Frotándose los ojos de sueño, Wu Jian contempló la cara expresiva deJianping y se echó a reír. Quería a Jianping como a un hermano menor ymimado; no estaba enfadado en lo más mínimo porque lo había desperta-do en medio de la noche.

    Wu Jian le respondió con otra cita y le explicó lo que significaba que "la

    suma de innumerables verdades relativas constituye la verdad absoluta".Jianping seguía sin comprender y empezó a hacerle más preguntas y acabópor contradecirlo tiradamente en todo lo que decía. Discutieron, apartán-dose de la idea original, hasta que, llenos de sorpresa, oyeron cantar losgallos.

    —¡A dormir, a la cama! ¡Está amaneciendo! —dijo Wu flan. Y urgió aJianping para que se desnudara, se quitara los zapatos y se metiera a lacama; luego lo abrigó con el cobertor.

    Las luces estaban apagadas, pero Jianping continuaba hablando   en laoscuridad.

    —Hay un error en lo que estás diciendo. Estoy seguro que tiene quehaberlo…  lo consultaré mañana…  Yo sé que puedo demostrar que teequivocas. . . Estás demasiado seguro de ti mismo… 

    Wu Jian hacía como que estaba durmiendo y sonreía para sí.—¿Todavía no duermes? —insistía Jianping en voz baja—  ¡Vamos, ha-

    blemos otro ratito! ¿Qué piensas?... Pronto será de día, de todas formas.¿Para qué dormir ahora?… Yo creo que te has dejado influir por Hegel...

    No quisiera ponerte etiqueta, pero tienes tendencias idealistas... ¿Sí?...estoy completamente seguro de ello.

    Wu Jian no oyó el resto del monólogo, porque Jianping estaba ya ron-cando. Cuando Wu Jian empezaba a dormirse, Jianping dijo entre sueños:

    —No, no… eso no es lo que decía Marx, en absoluto… estás totalmenteequivocado. . .

    Al rayar el alba, Wu Jian se levantó. Jianping aún dormía. Aquél fue depuntillas a lavarse la cara.

    —¡Oye! —gritó Jianping despertándose y saltando de la cama—. ¡Cui-

    dado que eres mal compañero, Wu Jian!

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    —¿Qué te pasa ahora? —dijo Wu Jian asombrado.—Tengo una clase a las nueve —dijo Jianping mientras se vestía a toda

    prisa—. Tú te has levantado antes, ¿por qué no me has llamado? ¿Porqué me has dejado dormir?

    Wu Jian se limitó a sonreír.—Date prisa. ¡Lávate! Te espero. Vamos a desayunar juntos.Mientras comían, Wu Jian preguntó a Jianping: —¿Vienes esta tarde?—No —dijo el muchacho—, esta tarde voy a hacer algo de investigación

    por mi cuenta, de modo que esta noche, ¡prepárate!—¡Oye! Vamos a dejar eso de discutir por el momento. Anoche sólo

    dormimos dos horas.—¡Ni hablar de dejarlo! ¡Hasta la noche, después de las doce! —agregó

    Jianping con una sonrisa de picardía.

    Wu Jian se echó a reír a carcajadas.—Te estoy hablando en serio. Ven esta tarde a las cinco —objetó, con-

    teniendo la risa—. Hay alguien que deseo que lo conozcas. Es cajista deimprenta. Un camarada muy capacitado.

    Jianping inclinó la cabeza en señal de asentimiento, se encasquetó suviejo sombrero de fieltro y salió corriendo.

    A las cinco de la tarde, Jianping regresó. Apenas entró, vio a Wu Jiansentado ante la mesa con un joven que vestía chaqueta gris.

    —Ven, Jianping. Te voy a presentar —dijo Wu Jian y levantándose, indi-có al joven con estas palabras: —El camarada Li Yue. . .

    Jianping se quedó frío.Al ver que Li Yue estaba lívido, Jianping palideció también, ¡Sí, era Li

    Yue! En la frente aun tenía la cicatriz causada por la herida que siete añosantes le había hecho él mismo. Jianping dio media vuelta y salió del cuartocorriendo como una exhalación.

    —Jianping. . . —le parecía haber oído a Wu Jian llamándolo.Pero Jianping no se detuvo. Corría como si lo estuvieran persiguiendo.

    Su mente estaba terriblemente agitada y vagaba sin rumbo por las callesentre la multitud. Pronto dejó tras de sí la parte más habitada de la ciudady empezó a andar por los alrededores llenos de colinas y cerca del mar.

    Subió a un risco desde el que se divisaba el mar y allí se detuvo. El cieloestaba muy alto. El mar era inmenso. Las casas de la ciudad parecían, a ladistancia, cajas de cerillas. Cerca, se despeñaban por las rocas cascadas deagua plateada que descendían cantarínas para caer en las masas de piedraque las esperaban abajo.

    —¡Claro! Es muy fácil hablar y decir que hay que ser razonable… — pen-

    só atolondrado Jianping, eligiendo una gran roca para sentarse—. Pero...

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    pero... bueno, supongamos que hay un camarada, el hijo del enemigo quemató a tu propio padre. ¿Que harías tú, darle la mano?... No, no puedohacerlo.

    La brisa le traía el acre aroma de las medusas colgadas al aire para se-

    carse. El sol, que se ponía en el mar, parecía hundirse en las aguas. En elhorizonte, nubes rojas como si despidiesen llamas se unían a una franja deolas enrojecidas. Del agua surgían negras rocas, cual si flotasen en el mar.

    Cientos de blancas gaviotas volaban en círculos con las alas extendidas,sobre el lienzo ensangrentado del mar y el cielo, encendidos por el sol po-niente.

    —¡Qué grande es el mundo! —pensaba Jianping. La belleza suprema delmar lo maravillaba.

    Miles de olas chocaban contra el pie de los acantilados cual soldados

    que atacan las murallas de la ciudad. Golpeaban las rocas, caían, volvían aerguirse, sin desfallecer jamás. . .

    Desde lejos se oían gritos. Jianping se levantó para mirar lo que pasaba.Un barco pesquero había regresado y grupos de pescadores y sus familia-res aguardaban la faena de la descarga. Al cabo de algunos momentos to-do el mundo estaba ocupado con la carga de las redes, los aparejos y loscestos de pescado… Parecía un grabado en madera de lo que significabarealmente la cooperación… 

    Jianping lo miraba todo como en sueños. Poco a poco el ciclo adquiriótintes más oscuros. El croquis de la ciudad se difuminó. Aquí y allí empe-zaron a brillar puntitos de luz.

    Cuando bajaba la cuesta Jianping se sintió mucho más calmado. Regresóa la bulliciosa ciudad. En un cruce se encontró con Wu Jian, que se dirigía asu oficina del Diario de Lujiang. 

    Wu Jian acomodó su paso al del joven y le dijo: —Lo sé todo, Li Yue melo acaba de decir… 

    Jianping no contestó.

    —¿Por qué te marchaste sin decir una sola palabra? ¿Acaso hay algoque no puedas decirle cara a cara?

    —No tengo ganas de hablar.—¿No tienes? —contestó Wu Jian con una sonrisa—. ¿Acaso hablar va a

    desconcertar tu ánimo?—No puedo decir que no.—¡Vaya, hombre! ¡Eres tremendo en la teoría y en la discusión, mien-

    tras se trata de problemas de otro, pero en cuanto se trata de ti mismo, temetes en un callejón sin salida, ¿no es así?

    —No es nada de cuidado. Me sentía un poco violento. Eso fue todo — 

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    dijo entre dientes Jianping, mientras se sentía algo agraviado.—¿Y cuál es la causa de esos trastornos emotivos? Si lo pensases bien,

    ¿te sentirías todavía violento? Li Yue me acaba de decir que tiene muchasganas de hablar contigo.

    —¿Hablar conmigo? ¡Bah! Una vez le pegué, ¿te lo ha contado? . . .—Sí. Ahora él piensa que todo aquello tuvo mucha gracia. Parece una

    buena persona y no de esas que guardan un rencor toda la vida...En esto habían llegado a la puerta del Diario de Lujiang, y Wu Jian se de-

    tuvo. — Tengo que entregar unas cosas en la imprenta. Ven a verme ma-ñana por la tarde, ¿quieres? Podemos hablar más detenidamente.

    —Bien, hasta mañana.Mientras caminaba hacia su casa, frases sueltas de la reciente conversa-

    ción le volvían a la memoria: Parece una buena persona. . . no de esas que

    guardan un rencor toda la vida. . .Al día siguiente, apenas vio a Wu Jian, Jianping le entregó una carta que

    sacó del bolsillo y le dijo: —He escrito unas líneas a Li Yue. Haz el favor dedárselas. No he cerrado el sobre, puedes leerlas.

    Wu Jian sacó la carta del sobre. Decía así:

    "... ayer, cuando te vi, eché a correr. Si esto hubiese ocurrido hace seismeses, reconozco que no hubiera podido dejar de odiarte como lo he he-cho durante tantos años: pero hoy día, al conocer la verdad proletaria, esmás fácil para mí comprender estas cosas y sé que el afecto o el odio queno sea de clase, es estúpido y falto de sentido.

    Jamás ha habido ni habrá un hombre que no haya amado u odiado ensu vida. Yo he cambiado de odiarte a no odiarte y de no odiarte a ofrecer-te mi mano en señal de amistad. En este proceso he tenido mucha confu-sión y mucho conflicto en mi mente. Decir esto es bien sencillo, pero llegaren la realidad a comprender a fondo y aceptar la razón de esto tan senci-llo resulta difícil.

    Y precisamente porque esta cuestión es difícil de razonar, ha habidouna continua pelea armada en nuestra aldea nativa durante muchos añosy se engañaba a los campesinos para que vertiesen su propia sangre enluchas fratricidas. Se mataban los unos a los otros en vez de matar a losque estaban sentados sobre sus cuellos.

    ¿Quién alquiló una mano honrada para segar una vida también honra-da? ¿Quién hizo que mi padre muriese estúpidamente y obligó al tuyo aexilarse a un país extranjero? ¡Por fin veo quién es el verdadero criminal!

    La generación de nuestros padres ha pasado ya. Ahora sus hijos tene-

    mos que avanzar. Luchemos hombro con hombro y metamos al viejo

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    tarme a una disciplina —agregaba— como lo hacen ustedes, yo no podríasometerme. En otra ocasión dijo lo siguiente: —Yo sé muy bien que todocuanto hacen son cosas buenas. Si alguna vez tienen necesidad de mí paralo que sea, no tienen más que decirlo. Incluso si se trata de meterme en

    una caldera de aceite hirviendo, lo haré.Jianping estaba desesperado por la negativa de Wu el Séptimo a ingre-

    sar en el Partido. Wu Jian le razonaba de esta manera:—No seas impaciente. Ya llegará el día en que avance por nuestro ca-

    mino. Sólo tenemos que esperar.Wu Jian le contó en pocas palabras lo que sabía de la historia de Wu el

    Séptimo.El gigante procedía de Tong'an, el mismo distrito en que habían nacido

    Jianping y Li Yue. Había sido criado en medio de aventureros y hombres

    temerarios del interior y había aprendido por el camino difícil, el arte de lalucha tradicional, haciéndose además muy hábil en la práctica de la pisto-la. En las peleas de los dos bandos hostiles que se formaban en cada pue-blo, siempre era elegido para el destacamento de "Desafío a la muerte".Había matado a algunos hombres y sufrido heridas en los combates. Losaldeanos solían llamarle "tirador de puntería mágica" o "el hombre de hie-rro". Sus dimensiones eran tan grandes que la gente solía decir al verlopasar: "Cuando se pone de pie parece la Pagoda de Dongxi; cuando seecha al suelo, el Puente de Luoyang".

    Ocho años atrás había matado a un cobrador de la renta del terrate-niente de un solo puñetazo y se vio obligado a refugiarse en Xiamen.

    Un barquero encargado de pasar el río, llamado Qianbo, y apodado "elViejo Huang Zhong", tuvo lástima del impetuoso joven y lo tomó a su ser-vicio para que le ayudase. Wu el Séptimo empezó a trabajar, primero en eltransbordador, para manejar la larga pértiga que lo mueve al hacer palan-ca hincándose en el lecho del río; luego, pasó a ser barquero y por últimoaprendió los métodos tradicionales de entablillar huesos rotos y curar he-

    ridas. Era fuerte como un toro, con una capacidad extraordinaria para in-gerir alimentos y bebidas; podía comerse diez tazones de arroz de una so-la sentada y rociarlos con medio barrilillo de aguardiente casero. Vencíacon facilidad a tres hombres que lo atacasen.

    Pronto Wu el Séptimo llegó a ser conocido en todo Xiamen. La gentemiraba con respeto al "buen hombre llegado de las montañas". Un año,cuando soplaban los vientos helados del Noroeste, una barca que hacía elservicio rumbo a la isla de Gulangyu se hundió en el estrecho. Wu el Sép-timo se lanzó a las gigantescas olas como una estela de espuma y salvó la

    vida a los cuatro pasajeros.

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    En otra ocasión hubo un incendio muy grande en trece callejones delbarrio. Wu el Séptimo escaló vallas y entraba y salía de los edificios ar-diendo, con la rapidez de una golondrina, llegando a salvar la vida a ochoadultos y dos niños.

    Por lo que se refería a su prodigiosa habilidad hereditaria de ensalma-dor y curandero, la administraba con gran generosidad; si lo llamaba unafamilia pobre, iba a verla a cualquier hora del día o de la noche, sin impor-tarle el tiempo que hiciese; a veces, los enfermos eran tan pobres que notenían qué comer. Wu el Séptimo nunca aceptaba dinero por las medici-nas o por visitar a esta clase de enfermos; incluso cuando le daban las gra-cias, se enfadaba. Muchos de los pobres lo llamaban "hermano" y su famase extendió por todas partes.

    Por el contrario, si lo buscaba una familia rica, Wu el Séptimo se hacía

    mucho de rogar y ponía un precio muy alto a sus servicios y a las medici-nas. A veces se negaba a curarlos diciendo: —Vayan a buscar un médicoprofesional. Yo sólo tengo escasos conocimientos. Si mato al enfermo, nodoy compensación alguna—. Wu el Séptimo nunca hacía visitas de AñoNuevo o para felicitar a alguien en su cumpleaños, desconocía totalmentetoda clase de cortesías ceremoniosas; le irritaban las frases de cumplidovacías de todo sentido. La gente decía de él que no entraba en un restau-rante de propiedad de uno del hampa aunque se estuviese muriendo dehambre, y no cruzaba el umbral de un hospital japonés aunque estuviesegravemente enfermo. Rechazaba tres clases de bebidas: la cerveza japo-nesa, el whisky extranjero y el vino del burdel. Ninguno de los bandidoslocales se atrevía a molestar a este gigante. A sus espaldas, lo llenaban deinjurias y lo odiaban, pero todos le tenían un miedo cerval.

    * * *

    En la primavera de 1933, Wu Jian fue invitado a Zhangzhou para ocuparel cargo de redactor jefe de uno de los principales periódicos de la ciudad.El Partido estaba de acuerdo en que fuese allí y le pidió que presentase alcamarada Zhongqian para reemplazarle en el Diario de Lujiang. 

    Una semana antes de que se marchase Wu Jian, Wu el Séptimo, quesentía de veras su partida, organizó una fiesta íntima en su honor. En unanoche de luna llena, clara y brillante, el gigante invitó a Wu Jian, Jianping yLi Yue a pasear en barca por el mar.

    —Wu Jian se marcha —dijo—; vamos a despedirlo con todas las de la

    ley.A las siete de la tarde, Wu el Séptimo fue a buscarlos en una pequeña

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    lancha. Había preparado vino, té, pato asado y una gran fuente llena eletallarines fritos. Era una noche llena de bonanza y el plenilunio rielaba enel agua como plata fundida. Los cuatro amigos se turnaban en el remo ylas palas hendían el reguero argentino con dulce y lento chapoteo.

    En el claro de luna, Gulangyu parecía un círculo verde de gasa drapeadaque flotase en el mar. Las luces de la costa a ambos lados del estrecho ylas bombillas colgadas en los barcos anclados, formaban serpentinas deoro sobre el agua negra y profunda.

    Los cuatro amigos comieron y charlaron, vaciando medio barrilito devino. Sin darse cuenta, había empinado el codo un poco más de la cuenta.Li Yue les contó que el mes anterior, el jefe de la policía había ido en per-sona a rendir pleitesía a Shen Hongguo, cuando este bandido celebraba sucumpleaños.

    Wu Jian les dio algunas noticias que no se habían publicado en la pren-sa; una de ellas informaba que el Ejército Rojo había derrotado a las fuer-zas del general guomindanista Luo Zhuoying, en Gaotaigang, y había he-cho prisioneros a los jefes de las 52a y 59a Divisiones. Otra de las noticiasdaba cuenta de que Jiang Jieshi había ido a Hebei el 9 de marzo. Diri-giéndose a las tropas que estaban deseando hacer frente al invasor japo-nés, Jiang dijo que: "Todo aquel que hable de luchar contra el Japón seráfusilado sin clemencia..."

    Wu el Séptimo había bebido más de lo que hubiera sido prudente y elvino azuzó la ira que sentía. Empezó a echar maldiciones sin fin, mezcladascon palabras gruesas, dirigidas a Jiang Jieshi, a Shen Hongguo, a los terra-tenientes y aristócratas del interior, sin olvidarse de los peleles del partidodel Guomindang y los traidores en Xiamen. Sus palabras eran lancinantes.

    Después de un rato, Li Yue empezó a tañer el laúd. Un dejo de melanco-lía e indignación se traslucía en el cadencioso son del instrumento. Prime-ro tocó una vieja canción campesina llamada Malditos sean los funciona-rios, y cantó en una voz un tanto ronca:

    Cuando el Prefecto Wang sustituyó al Prefecto Lin,nos libramos de un tigrey vino un lobo.Cuando el Prefecto Li sustituyó al Prefecto Wang,se llevó toda nuestra leñay nuestro arroz.

    Jianping escuchaba mientras iba remando. Las gotas de agua brillaban

    en el remo a la luz de la luna, como las escamas de un pescado. De pronto,

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    un pájaro marino levantó el vuelo, batiendo ruidosamente las alas contrala superficie del agua.

    Cuando se calló el laúd, Jianping le preguntó a Wu Jian si iba a llevarseconsigo a Zhangzhou algunos de los folletos políticos que habían impreso

    en secreto, y si los podía distribuir en dicho lugar.Wu el Séptimo comenzó a refunfuñar y apenas lograban entenderlo.—A mí eso no me entra —dijo—, siempre están dándole vueltas a im-

    primir folletos y distribuirlos y, ¿de qué les sirven? Nunca he oído que conpalabras escritas en negro sobre blanco se pueda acabar con un régimen.

    Jianping trató de explicarle con toda paciencia lo que significaba la"propaganda" o "el despertar de las masas". Wu el Séptimo escuchaba congran impaciencia y decía interrumpiéndole:

    —¡Basta! ¡basta! —Su voz se había puesto espesa a causa de la bebida y

    gritaba: — Lo que es a mí sí que no me pescarán haciendo eso. Si me deja-sen, mataba a esos canallas, les quemaba las casas sin dejar piedra sobrepiedra y sin tantas vacilaciones. Los plebes nunca están dándole a la len-gua y buscando "razones". A todo el que sea traidor, ¡pues se le corta elpescuezo y en paz! Esas son las razones que la gente entiende.

    Jianping se echó a reír.—¿Acaso no tengo razón? —argüyó Wu.—No la tienes. Si matas a cien, Jiang Jieshi mandará otros cien, ¿qué vas

    a hacer luego?—Matarlos.—Nunca puedes ganar una revolución por medio de asesinatos. Matas

    a éstos y envían un tercer grupo.—¡Ah!, con que sí, ¿eh? Pues mita; él manda pescuezos y yo tengo una

    navaja. Vamos a ver cuántos me puede mandar.De nuevo Jianping se echó a reír.—¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —preguntó enfadado Wu el Sép-

    timo.

    —¡Caray! ¿Cuántas manos tienes? Si crees que van a colocar el pescue-zo para que tú se lo cortes, es que te falta algún tornillo.

    Wu el Séptimo se puso rojo de indignación. —Mira bien lo que dices,mocoso; di que me falta un tornillo y te rompo los morros.

    —¡Te falta un tornillo, te faltan siete! —repitió Jianping maliciosamen-te. Wu el Séptimo se tambaleó en dirección suya con los puños apretados,pero al ver la mirada de testarudez infantil en la cara de Jianping le hizogracia y exclamó sin rabia.

    —Vete al diablo. Por esta vez no te hago caso.

    Sonriendo, Wu Jian tiró de la chaqueta a Jianping y le dijo:

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    ros somnolientos esperaban a alguien que les alquilase la lancha para lle-varlo hasta Gulangyu.

    Los dos saltaron en la oscuridad sin hacer ruido, a la barca del "ViejoHuang Zhong".

    ¡Vamos Tío Qian! —dijo en voz muy baja Wu el Séptimo—; no espere anadie más.

    El viejo cogió la larga pértiga e hincándola en el fondo despegó la em-barcación de la orilla. Cuando salieron del canal, Wu el Séptimo se incor-poró y dijo:

    —Déjeme remar a mí, Tío Qian. Usted descanse un poco. No vamos a ira Gulangyu. Vamos a Jimei.

    El Tío Qian parpadeó de sorpresa.—Wu el Séptimo, ¿qué vas a hacer a estas horas de la noche?

    El gigantón tomó los remos de sus manos diciendo:—Tenemos que arreglar un asunto… ¡No haga tanto ruido!La proa de la barca giró y Wu el Séptimo empezó a remar con toda su

    fuerza. Apagaron las luces. La frágil embarcación se balanceaba en las olasrizadas .de espuma y los remos subían y bajaban como las alas de una ga-viota. Un fuerte viento que soplaba de las montañas los empujaba por lapopa y levantaba el pelo de Wu el Séptimo hasta ponerlo tieso.

    En Jimei, Wu Jian y Wu el Séptimo se dieron la mano. Los ojos del"hombre de hierro" estaban humedecidos y le temblaban los labios.

    —Tengo que meterme tierra adentro por ahora, pero nos veremos denuevo, más tarde o más temprano —dijo Wu Jian.

    —Estoy seguro de que llegará el día en que me buscarás… Con los ojos anegados en lágrimas, el gigante sonreía.Me preocupa tu suerte —agregó Wu Jian—; te precipitas demasiado…

    Ahora que no voy a estar más con ustedes, si hay algo que no entiendes,consulta a Li Yue.

    —¿A Li Yue? ¿Qué es lo que sabe…?

    —No creas que no sabe nada. Es el más listo de todos nosotros.—Anda, anda, si ese no se atreve a nada. Me da dentera sólo de verle.—No digas esas cosas —dijo Wu Jian poniéndose serio—. Li Yue hace las

    cosas basándose en un plan estudiado con mucho cuidado. Todo lo quehace, lo hace bien. Además, es muy valiente. En el futuro debes hablarmás con él.

    Wu el Séptimo se limitó a bajar la cabeza como un chico cuando oyeque lo regañan y con el dorso de la mano se frotó la nariz...

    V

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    Después de la marcha de Wu Jian, el grupo de Partido siguió reuniéndo-se todas las semanas en casa de Wu el Séptimo.

    Jianping hacía todo lo posible para ir por las tardes a la ladera solitariade una montaña cercana, llamada Trompa de Elefante, con el gigantón yéste le daba lecciones de tiro de pistola. Jianping aprendió rápidamente.En menos de tres meses, podía disparar con ambas manos. Wu el Sépti-mo, satisfecho, le daba golpecitos en el hombro.

    —Tienes también una puntería mágica, muchacho.Jianping se ruborizó al oír aquel elogio.Un día, mientras se entrenaban, los disparos asustaron a un pájaro que

    echó a volar del árbol. De un solo tiro Wu mató al pájaro en el aire. Jian-

    ping lo miró mudo de sorpresa:—¡Oye, Hermano Séptimo, tú sí que eres el que tiene una puntería má-

    gica!A veces solían sentarse en un acantilado desde el que se divisaba una

    barranca. Mientras escuchaban el borboteo de los ocultos manantiales,hablaban de todo lo habido y por haber. Wu relataba su infancia pasadaen el interior del país. Le contaba a su joven compañero cómo venía elamo de la casa pidiendo el alquiler; cómo una vez, Wu y su abuelo fuerona lo alto de un cerro en busca de hojas y yerbas comestibles, y el abuelitose comió algo que era venenoso y se desmayó en la montana. Pasó muchotiempo antes que Wu encontrara a dos campesinos que acarreaban leña yque se ofrecieron a llevar el anciano. . . Pero era demasiado tarde. . .

    —Nunca me olvidaré de esos días —dijo Wu mientras miraba distraídoa un punto en el espacio.

    Al gigantesco Wu le encantaba oír relatos acerca del Ejército Rojo. Undía, Jianping contó lo que pasó en. 1929 cuando el Cuarto Cuerpo del Ejér-cito Rojo de Obreros y Campesinos llegó desde Jiangxi a Fujian Occidental,

    estimulando a los campesinos a que se alzasen en armas, como el incendiode un matorral se extiende por todo el monte. Ochocientos mil cam-pesinos de Fujian habían recibido su propia tierra. Sesenta mil de ellos sesumaron a los Guardias Rojos. . .

    —Pero si no tenían armas... —dijo Wu el Séptimo interrumpiéndolo—.¿Cómo podían sublevarse?

    —Cuando empezaron, utilizaban cuchillos y picas, bieldas y rastrillos. . .Wu él Séptimo se desternillaba de risa, como un niño: —¿Qué podían

    hacer con eso? Los otros tenían cañones de fabricación extranjera… 

    —¿Y qué? Mientras haya Ejército Rojo, siempre te puedes arreglar. El

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    Ejército Rojo es el ejército de la gente pobre. Cuanto más lucha, más gran-de se hace. En el 29, nuestros campesinos se apoderaron de Longyan,Shanghang, Yongding y Changting, luchando junto con el Ejército Rojo. Elaño antepasado, el Ejército Rojo llegó incluso a Zhangzhou.

    —¡Huy! Si el Ejército Rojo atacase Xiamen. ¡Qué estupendo! Puedo de-cirte esto sin que pienses que es jactancia de mi parte, pero si aquí hay unlevantamiento, no tendremos que echar mano ni de los rastrillos ni de lasbieldas. ¡Tendremos cañones!

    Si alguien hubiera escuchado en aquel momento a Wu el Séptimo, hu-biese creído que el Ejercito Rojo estaba a las puertas de Xiamen.

    —Cuando llegue el día —dijo—, voy a agarrar a ese hijo de perra deShen Hongguo y le voy a dar tres tajos con mi navaja.

    Uno de los primeros días del verano, Wu el Séptimo recibió en su casa a

    un amigo de la infancia. Se llamaba Wu Cao y era capitán de la milicia delinterior de la provincia. De paso en Xiamen, se había detenido a beber untrago con su viejo amigo. El aguardiente pront