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Centro de Pensamiento Estratégico-Ministerio de Relaciones Exteriores América Latina y las Potencias Extra Regionales Andrés Molano Este documento explora los cambios en la definición y entendimiento del concepto de potencia en el sistema internacional de la pos guerra fría y cómo América Latina tiene ahora una oportunidad de buscar nuevos relacionamientos. Así, mira el caso de China e Irán y su relación con los países de la region. ANALISIS LATINOAMERICANO 3

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C e n t r o d e P e n s a m i e n t o E s t r a t é g i c o - M i n i s t e r i o d e R e l a c i o n e s E x t e r i o r e s

América Latina y las Potencias Extra

Regionales Andrés Molano Este documento explora los cambios en la definición y entendimiento del concepto de potencia

en el sistema internacional de la pos guerra fría y cómo América Latina tiene ahora una

oportunidad de buscar nuevos relacionamientos. Así, mira el caso de China e Irán y su relación

con los países de la region.

ANALISIS

LATINOAMERICANO 3

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América Latina y las potencias extra-regionales

I. Introducción

El fin de la Guerra Fría posibilitó la configuración de un nuevo escenario

geopolítico, en donde la emergencia de varios Estados pareciera estar desafiando

la posición de poder de las viejas potencias, las cuales habrían comenzado a

perder peso en el actual sistema internacional (Gratius, 2008; Oñativa, 2010)1.

Ese nuevo escenario abrió para todos los Estados la oportunidad de desempeñar

un rol en el reordenamiento del sistema internacional, circunstancia que ha sido

aprovechada especialmente por algunos de ellos que hasta ese momento se

habían ubicado en “la periferia de los bloques” (Witker, 2009:37) y que suelen

denominarse “potencias emergentes”.

Estas potencias emergentes son Estados que se encuentran en un proceso de

transformación de su actual posición y estatus internacional a otros más elevados:

“potencia pequeña a mediana, mediana a grande o grande a global” (Gratius,

2008:4), teniendo en consideración factores como su potencial económico, militar,

diplomático, cultural y poblacional.

Como resultado también de la reconfiguración del orden internacional, otros

Estados han buscado diversificar sus relaciones internacionales más allá de sus

vínculos y su agenda tradicionales, en lo que podría entenderse como un esfuerzo

por reivindicar y aprovechar el carácter multipolar del sistema internacional de la

post-Guerra Fría (Oñativia, 2010:1). Tal es el caso de la mayoría de Estados de

1

Sussane Gratius sostiene que las características principales del actual sistema internacional son

las siguientes: (1) un nuevo orden internacional que es a la vez uni y multipolar; (2) el ascenso de

Asia (India, China, Japón) que predominará en el siglo XXI; (3) el (re)fortalecimiento de la nación y

del Estado-nación.

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América Latina, cuyo desempeño en el plano internacional ha estado

históricamente orientado por un principio de gravitación racional en torno a

Estados Unidos. Esa gravitación racional, reforzada por las dinámicas propias de

la bipolaridad, implicó una restricción, tácita a veces y otras expresa, en su

relacionamiento con actores y foros extra-regionales. E incluso cuando algunos

buscaron plataformas de inserción alternativas (como el Movimiento de los No

Alineados), éstas tuvieron siempre un impacto relativamente menor en su

proyección internacional. Hoy en día, sin embargo, esos mismos Estados parecen

estar reforzando sus vínculos de distinta naturaleza con la República Popular de

China, la Federación Rusa y la República Islámica de Irán.

En términos generales, puede decirse que tanto el poder militar como económico y

su aumento considerable en las últimas dos décadas, otorga a Estados como

Rusia y China, que no fueron actores marginales en el pasado, su carácter de

emergencia en el actual sistema internacional. Por su parte, el elemento a tener

en cuenta para el caso de Irán consiste principalmente en su nueva y cada vez

más relevante posición geopolítica en el Medio Oriente, su activismo revisionista

del orden internacional, y el aumento de su importancia como eventual potencia

nuclear en ascenso (Gratius, 2008:3). Así mismo, China, Rusia e Irán presentan

una característica adicional en común: “(…) la voluntad de fortalecer sus vínculos

con una región históricamente considerada como de injerencia exclusiva de los

Estados Unidos”: América Latina (Botta, 2009:43).

El propósito de este documento es examinar, de manera general, el proceso de

intensificación y profundización de las relaciones entre estos tres actores extra-

regionales y algunos países de Latinoamérica. En principio, cabe señalar que el

interés de estas potencias extra-regionales en América Latina, no obedeces

exclusivamente “(...) las políticas intrusivas de Washington en sus respectivas

zonas de influencia, sino que también es el producto del escaso interés que ha

recibido América Latina durante los ocho años de la administración Bush” (Botta,

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2009:43), y que se prolongó durante la administración Obama. Ese desinterés, y

en cualquier caso, la falta de una agenda coherente y con objetivos e intereses

claramente identificables frente a la región (Weisbrot, 2011), ha contribuido a que

muchos Estados de la región hayan buscado profundizar sus vínculos con Irán,

Rusia, y China, en lo que puede entenderse como un esfuerzo para diversificar

sus relaciones y en cierta medida, disminuir los vínculos tradicionales de

gravitación y dependencia frente a potencias como los Estados Unidos, que ha

ejercido una presencia e influencia altamente significativa en la región (Sotillo y

Ayllón, 2006).

Sin embargo, en el nuevo dinamismo de las relaciones de algunos Estados

latinoamericanos con dichas potencias, también han incidido otros factores tanto

de carácter político como económico, que no pueden ser subestimados.

II. El desdén de Washington y la búsqueda de mayores márgenes de autonomía de los Estados latinoamericanos

Para algunos autores la inserción de América Latina en el sistema internacional se

ha caracterizado por el escaso interés que ha despertado para las potencias extra

continentales e incluso para los mismos Estados Unidos, tanto durante como

después de la Guerra Fría, aún a pesar de la innegable primacía de la influencia

estadounidense en la región si se le compara con la de otros Estados (Smith,

2004).

El fin de la Guerra Fría contribuyó a aumentar la falta de atención de parte de

Estados Unidos hacia América Latina. Tal como señala Jorge Castañeda, una vez

concluido el conflicto Este - Oeste, América Latina se vio atrapada “(...) en una

tensión perversa y contradictoria entre nuevas formas de intervención de Estados

Unidos en las políticas nacionales latinoamericanas y nuevas manifestaciones de

indiferencia de Estados Unidos y el mundo frente a sus necesidades” (Citado en

Smith, 2004:72).

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Resulta útil tener en cuenta la situación paradójica que han enfrentado los Estados

de América Latina en lo que se refiere a su búsqueda de un mayor margen de

maniobra y autonomía en el sistema internacional. Para lograrlo, han requerido de

ciertas condiciones de carácter económico, militar y político, entre otras, que

garanticen dicha independencia. Sin embargo, teniendo en cuenta los diferentes

niveles de desarrollo de los Estados latinoamericanos, alcanzar ese grado de

independencia ha significado en muchas oportunidades la necesidad de recibir

ayuda del exterior, lo cual nuevamente ha profundizado sus relaciones de

dependencia frente a potencias como los Estados Unidos (Atkins, 1991;

Cochcrane, 1991).

Teniendo en cuenta lo anterior, así como la modesta capacidad de América Latina

para incidir de forma considerable en la reconfiguración del mundo de la

postguerra Fría, vale la pena retomar lo planteado por Peter Smith, para quien

América Latina, en atención a esa posición de debilidad en el sistema

internacional, ha tenido que hacer uso creativo y constructivo de sus opciones

políticas (Smith, 2004:72). En efecto, esto es en gran medida lo que algunos

Estados de la región han intentado mediante la profundización de sus relaciones

con Estados como Rusia, China e Irán. En años recientes los Estados de América

Latina han empezado a diversificar sus relaciones, en menor o en mayor grado

dependiendo del Estado del que se trate, más allá del ámbito de influencia de los

Estados Unidos. Esto ha generado un sentimiento de malestar en los Estados

Unidos, que han comenzado a sentir amenazada su supremacía, hasta hace poco

considerada incontestable, en la región (Erikson, 2008:58). Las causas de este

proceso pueden ser varias, dentro de las que cabe mencionar la intensificación de

la globalización, la consolidación de la democracia, la finalización de la Guerra

Fría y los efectos de la llamada Doctrina Bush (Erikson, 2008; Espach y Tulchin,

2004).

En el contexto del fin de la Guerra Fría, los gobiernos de Estados Unidos (George

H.W Bush y Bill Clinton) estaban más preocupados por lograr la consolidación

democrática, la lucha contra las drogas ilegales y la integración económica en el 5

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continente americano, que por controlar la influencia de agentes externos en

América Latina (Erikson, 2008:59). A la llegada de George W. Bush a la Casa

Blanca, la lealtad de los Estados latinoamericanos con Washington se daba por

sentada (Erikson, 2008:59). Sin embargo, los atentados del 11 de septiembre de

2001 alejaron más a EEUU de América Latina, al tener un fuerte impacto en la

política exterior estadounidense convirtiendo la “lucha contra el terrorismo” en el

elemento prioritario de su agenda exterior y reforzando el centro de gravedad

ubicado en el Medio Oriente y Asia Central (Sotillo y Ayllón, 2006, p. 228).

Lo descrito anteriormente, dio origen a la llamada Doctrina Bush, a partir de la cual

el desinterés por parte de Washington hacia América Latina se intensificó aún

más. En palabras de J.A. Sotillo y Bruno Ayllón (2006:228), durante el gobierno

de George W. Bush, se dio un notable “(...) descuido y marginación de América

Latina, salvo el vecino México”. La Doctrina Bush ocupó a los estadounidenses en

“la lucha contra la tiranía” en Medio Oriente, pero generó como efecto correlativo

un descuido aún mayor de Latinoamérica por parte de Estados Unidos (Erikson,

2008: 60)2.

Por su parte, los Estados latinoamericanos no perdieron tiempo lamentándose del

olvido estadounidense y emprendieron acciones diversas con el propósito de

reafirmar su independencia frente a los intereses de Washington (Erikson, 2008), o

mejor, de alcanzar sus propios objetivos e intereses en materia de inserción en el

sistema internacional. Así, “los estados latinoamericanos han estado cultivando

discretamente asociaciones políticas y económicas con potencias de fuera de la

2 La administración Bush justificó ex – post facto la Guerra de Irak, argumentando que su propósito

era liberar al mundo de la tiranía (Erikson, 2008:59). Teniendo en cuenta lo anterior, Paul Knox

(comentador canadiense) escribió en el Toronto Globe and Mail: “One way to read the National

Security Strategy that Mr. Bush unveiled last week is as a Monroe Doctrine for the entire planet. It

proposes explicitly to maintain overwhelming military supremacy around the globe”.

Adicionalmente, el editor oficial del periódico londinense The Observer expuso en una de sus

ediciones lo siguiente al relacionar la Doctrina Monroe con la Doctrina Bush: “in the following 180

years, America has moved from local to regional and then to global superpower (…) The country

that once challenged those renewing their imperial ambitions in its orbit is now declaring in this

document the ‘manifest destiny’ of Americans to exercise good across the world”.

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región o con bloques como la Unión Europea (UE) o el foro de Cooperación

Económica Asia - Pacífico (APEC)” (Sotillo y Ayllón, 2006:229). Es precisamente

este contexto, el que ha allanado el camino a la profundización de las relaciones

entre algunos Estados latinoamericanos y las potencias extra-regionales.

Es necesario sin embargo completar este análisis con otras consideraciones. Este

movimiento gradual hacia una mayor diversificación del relacionamiento

internacional, no ha tenido el mismo impacto en todos los Estados de

Latinoamérica (Erikson, 2008). Por ejemplo, es posible encontrar grandes

diferencias entre Brasil, bajo el gobierno de Lula da Silva con su iniciativa de

colaboración entre iguales con los Estados Unidos —sin descartar también

iniciativas contrahegemónicas—; Venezuela, bajo el gobierno de Hugo Chávez

que promueve una política abiertamente anti-estadounidense; de México, bajo el

gobierno de Felipe Calderón, que por razones geográficas, comerciales, y

migratorias continúa estrechamente vinculado a los Estados Unidos; y por

supuesto, de Colombia.

Por otro lado, los Estados Unidos todavía tienen una influencia importante en

América Latina, tal como lo demuestra el peso de los intercambios comerciales

latinoamericanos con dicho país, que sigue siendo en muchos casos su principal

socio económico (Erikson, 2008). A pesar de lo anterior, la mayor parte de

Estados latinoamericanos han aprovechado la alta demanda de commodities en el

mercado internacional, para ampliar sus relaciones con la Unión Europea y Asia-

Pacífico. No es errado afirmar por lo tanto, que este movimiento gradual hacia una

mayor diversificación de los socios comerciales, es un fenómeno que está

teniendo importantes repercusiones en toda Latinoamérica (Erikson, 2008), pero

que ha operado de formas disímiles dependiendo de cada Estado en particular.

Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina han tomado diferentes iniciativas para

tomar distancia de Estados Unidos. Chile y Perú, si bien celebraron tratados de

libre comercio con Estados Unidos, se han preocupado también por fortalecer sus

vínculos comerciales con otras regiones y principalmente con Asia. Colombia

finalmente, también ha suscrito tratado de libre comercio (vigente desde mayo de 7

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2012), y continúa siendo un importante receptor de ayuda procedente de dicho

Estado en materia de lucha contra el narcotráfico y los grupos armados ilegales.

Tradicionalmente las relaciones de América Latina con las potencias se ha

definido en términos de “significación asimétrica” (Smith, 2004): las potencias

importan a América Latina mucho más de lo que ésta a aquellas. Sin embargo,

hoy en día la diversificación y el creciente dinamismo de doble vía que están

adquiriendo las relaciones de algunos Estados de la región con otros como Rusia,

China e Irán, podrían indicar una reversión de dicha significación asimétrica. Como

lo señala Vladimir Davydov (2010:6):

“El exceso de «poder duro» (hard power) por parte de Washington durante el gobierno de George W. Bush, que en sus inicios generó una limitación a la autonomía de los Estados latinoamericanos en la arena internacional, provocó posteriormente una fuerte irritación en la opinión pública de la región. América Latina ha registrado la importancia del ascenso de nuevos polos de desarrollo dinámicos en la economía mundial, que crean chances alternativas de vinculación externa”

A su vez, esos nuevos polos de desarrollo dinámico han encontrado en América

Latina oportunidades económicas y por supuesto también políticas que no están

dispuestos a desaprovechar. Entre tanto, Estados Unidos no cuenta en la

actualidad con la capacidad para imponer sus decisiones en América Latina de

forma unilateral con el único propósito de satisfacer sus intereses nacionales, y se

encuentran aún ante el imperativo —aplazado por ahora— de redefinir los téminos

de su relación con la región en una era en la que ya no pueden tratarla como su

patio trasero parecería de pronto haber terminado (Erikson, 2008:61).

III. Panorama de las relaciones de América Latina con las potencias extra-regionales

a. China y América Latina

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A pesar de que los acercamientos entre China y América Latina no son en modo

alguno inéditos (Shixue, 2006: 62)3, el gran salto y el aumento en la profundización

las relaciones internacionales entre ambos comenzó a darse en gran medida

como consecuencia de ciertos sucesos: (1) la llegada al poder de Deng Xiaoping

(1978 – 1997) y las reformas que emprendió; (2) el relativo aislamiento

internacional al que fue sometido Beijing luego de los acontecimientos de

Tiananmen4 (1989), (3) el activismo taiwanés en Latinoamérica; y (4) la

desaparición del triangulo de hierro (Estados Unidos-Unión Soviética-República

Popular China), con la finalización de la Guerra Fría (Cardozo, 2001:2; Pérez,

2006:91).

El despertar de China, cuyo origen puede situarse a mediados de los años setenta

con la llegada al poder de Deng Xiaoping (1978 – 1997), constituye uno de los

acontecimientos contemporáneos más relevantes. Durante esta época, el Estado

3

Los intercambios comerciales entre el país asiático y las colonias españolas y portuguesas

comenzaron en siglo XVI, con el establecimiento de la Ruta de la Seda a través de Manila hasta

Acapulco (Shixue, 2006). Sin embargo, entre 1870 y principios del siglo XX, China estableció

relaciones diplomáticas con algunos países latinoamericanos (Perú, Brasil, México. Cuba y

Panamá), con el objetivo de contribuir a la protección de los derechos de los trabajadores chinos

allí radicados y promover el comercio entre estos países. En 1949 se firmó entre China y Chile el

que podría ser considerado primer acuerdo económico sino-latinoamericano (Shixue, 2006). Por

otro lado, algunas de las tareas más urgentes de la República Popular de China (fundada en

1949), fueron: (1) superar la discriminación internacional a través de los contactos de pueblo a

pueblo, en los que jugó un importante papel la Asociación de Amistad del Pueblo Chino con los

Países Extranjeros (1954) —o, en su versión latinoamericana, la Asociación de Amistad entre

China y América Latina (1960)— en virtud de las cuales la República Popular de China quería

darse a conocer al mundo; y (2) realizar una fuerte política internacional a favor de la reunificación

frente a la cuestión de Taiwán. Adicionalmente, el Partido Comunista Chino emprendió una política

de vinculación con los partidos socialistas y comunistas de todo el mundo, relaciones que a partir

de 1960 se comenzarían a ver afectadas en América Latina por las disputas entre China y Rusia y

la Revolución Cultural de Mao Zedong (Shixue, 2006).

4 Las protestas de la Plaza de Tian'anmen de 1989, también conocidas como la masacre de

Tian'anmen, la revuelta de Tian'anmen o el incidente del 4 de junio, consistieron en una serie de

manifestaciones lideradas por estudiantes, intelectuales y trabajadores en la República Popular

China, que ocurrieron entre el 15 de abril y el 4 de junio de 1989. La protesta recibe el nombre del

lugar en que el Ejército Popular de Liberación suprimió la movilización: la plaza de Tian'anmen, en

Pekín.

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asiático emprendió una serie de reformas económicas estructurales, junto con una

política de inserción internacional estratégica, con dos objetivos fundamentales:

por un lado, recuperar el protagonismo histórico de China en Asia y en el mundo;

y, por otro, cerrar la brecha de desarrollo que lo separaba de las economías más

avanzadas (Cesarín et ál., 2005:XI). Los objetivos de China hacia Latinoamérica

cambiaron y se profundizaron aún más tras el fin de la Guerra Fría (Pérez,

2006:100; GRPC, 2008)5:

Mejorar la cooperación (en un modelo de cooperación sur – sur) y lograr la

coordinación en asuntos internacionales y de integración económica entre

China y los Estados de América Latina, con la intención adicional de

insertar en la agenda internacional temas relevantes para ambos.

Promover la multipolaridad y el multilateralismo, a fin de enfrentar la

influencia estadounidense en el mundo y reducir la influencia taiwanesa en

América Latina6.

5 China formuló su política exterior hacia América Latina y el Caribe, que se plasmó en un

documento oficial –el Libro Blanco-, en que se reconocen las potencialidades de la región para

avanzar en una cooperación integral que abarque las relaciones políticas y económicas, así como

las cuestiones sociales, culturales, judiciales y de seguridad. Ver: GPRCh, 2008.

6 “Multipolarismo quiere decir que hay diversos polos; es decir, diversas grandes potencias que

articulan a su alrededor unas zonas de influencia, con el riesgo inevitable de conflicto entre ellas.

Es, en una perspectiva histórica, la situación que caracterizó el mundo desde 1870 a 1945 y, en

particular, en el periodo de entreguerras. El principio del multilateralismo pretende, precisamente,

evitar el retorno a esta situación. En otras palabras: si se considera negativo o peligroso que haya

superpotencias, la solución no es multiplicar su número, sino reforzar el principio del

multilateralismo y las instituciones que lo encarnan para que el mundo (es decir, el conjunto de los

Estados en el seno de las organizaciones multilaterales) tenga poder suficiente para limitar el

poder exagerado de cualquier superpotencia (económica, política o militar). El principio del

multilateralismo no pretende que los Estados desaparezcan dentro de un mundo que aún no tiene

existencia política (porque no existen ni un gobierno ni un legislador mundial). Pero exige que cada

Estado reconozca que no está solo dentro del planeta y que no puede olvidarse de las

consecuencias de sus políticas sobre los otros Estados. El principio del multilateralismo no

pretende borrar las diferencias entre cada Estado y el resto. Pero exige que cada Estado trate a los

otros Estados de manera igual, sin privilegiar a unos y penalizar a otros” (Observatorio de la

Globalización, 2000).

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Fortalecer sus vínculos militares con los Estados de América Latina por

medio del intercambio comercial y la cooperación militar, en un contexto de

competencia estratégica con Estados Unidos.

Mejorar sus condiciones en materia de seguridad energética a través de la

inversión en exploración y explotación de petróleo y otros recursos, además

de requerir materias primas y alimentos que sustenten el desarrollo

económico del país asiático.

En términos generales, las relaciones de China con América Latina han estado

mediadas por dos factores fundamentales: (1) por la necesidad de los Estados

latinoamericanos de obtener recursos para el desarrollo económico; y (2) por la

búsqueda de estrechar los lazos políticos de la región y el Estado asiático (Pérez,

2006:89).

Es pertinente señalar que la política exterior china, a diferencia de la de Estados

Unidos, se encuentra permeada por los llamados Cinco Principios de Coexistencia

Pacífica (expuestos por China e India en 1954, durante la visita del premier chino

Zhou Enlai a Myanmar), que parten de la idea de una política exterior

independiente: el respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial, la no

agresión, la no intervención en los asuntos internos de otros Estados, la igualdad y

el beneficio recíproco, y la coexistencia pacífica (Pérez, 2006:90).

En ese contexto, América Latina ha comenzado a tener una importancia

significativa para China, lo cual se pone en evidencia con las numerosas visitas

diplomáticas realizadas durante los últimos años por importantes funcionarios del

Gobierno chino a diversos países de la región. Por ejemplo, en 2004 y 2005 el

Presidente Hu Jintao y el exvicepresidente Zeng Oinhong realizaron sendas visitas

a algunos Estados latinoamericanos (Shixue:63), mientras que entre el 19 y el 26

de junio del presente año, el primer ministro Wen Jiabao realizó una gira oficial por

Argentina, Brasil, Chile y Uruguay en medio de una intensa actividad diplomática

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que es congruente con el aumento en el volumen comercial entre la región y

China, que desde el 2001 ha experimentado un aumento anual superior al 30%,

llegando en el 2011 a una cifra consolidada de 241.500 millones de dólares

aproximadamente, y que se busca profundizar, principalmente, en los campos de

la exploración y explotación de hidrocarburos, la infraestructura vial, portuaria y

férrea, la energía hidroeléctrica, las telecomunicaciones, la agricultura, la ciencia y

la tecnología7.

Desde un punto de vista económico, China representa una fuente de enormes

oportunidades y desafíos para América Latina (CEPAL, 2010:6):

Gracias a su consolidación en la economía mundial —evidente durante la

crisis de 2009 y la crisis de la Eurozona— el país asiático se ha perfilado en

los últimos años como la principal fuente de crecimiento de las

exportaciones y uno de los principales destinos comerciales, generalmente

de commodities, de algunos países latinoamericanos (CEPAL, 2010:5). Sin

embargo, la relevancia de China como mercado de exportación varía

notablemente entre los países de América Latina, destacándose por

ejemplo, la poca importancia relativa de México en el mercado chino, en

comparación con el aumento en el volumen de las relaciones comerciales

de China con Chile, Argentina, Perú y Brasil, países miembros o asociados

de MERCOSUR (CEPAL, 2010, p. 14). Así, en un período relativamente

corto, China se ha transformado en un socio comercial de mucho mayor

peso en varios de los Estados de América Latina, con lo cual se genera un

cambio estructural significativo en la matriz del comercio exterior de l a

región (CEPAL, 2010:17).

China trata de fortalecer sus vínculos económicos con América Latina, a

través de acuerdos de libre comercio, y a través de la búsqueda de

7 Cfr: http://www.chinatoday.mx/pol/content/2012-07/24/content_470711.htm . Última entrada: 20

de agosto de 2012, 15:30 hrs.

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mayores consensos en organizaciones multilaterales como la APEC (Asia –

Pacific Economic Cooperation) y el FOCALAE (Foro de Cooperación

América Latina – Asia del Este). El tratado de libre comercio entre Chile y

China, ha sentado un precedente importante para la suscripción de

acuerdos comerciales similares entre China y otros países de la región, que

a los ojos del Estado asiático pueden ser mucho más interesantes como por

ejemplo Brasil (Pérez, 2006:98-100).

China también se presenta como una importante fuente de inversión

extranjera directa (IED) a América Latina (CEPAL, 2010:21), que para el

período 2003-2009, se estiman en 24.000 millones de dólares. Sin

embargo, gran parte de la IED china tendió a concentrarse excesivamente

(más del 95%) en algunos paraísos fiscales como las Islas Caimán y las

Islas Vírgenes Británicas. Adicionalmente, hay un creciente número de

empresas chinas que han comenzado a operar en la región, sobre todo en

los sectores de recursos naturales y de manufacturas; aunque su alcance

sigue siendo bastante limitado (CEPAL, 2010:21).

La cooperación tecnológica entre China y algunos países latinoamericanos

ha crecido en diversos sectores dentro de los que cabe mencionar el aéreo

en Brasil, el nuclear en Argentina y el petrolero en Venezuela. Además,

China ha firmado acuerdos o documentos de estímulo del intercambio

cultural, educativo y deportivo con 10 Estados latinoamericanos (Pérez,

2006:98s).

Como parte de esta intensificación de los vínculos comerciales, “China ha

intentado unirse al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la principal fuente

multilateral de financiamiento para América Latina” (Shixue, 2006:71), y en efecto,

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lo logró, aunque no sin la oposición de Estados Unidos y algunos Estados

centroamericanos8.

En todo caso, es necesario tener en cuenta que las oportunidades económicas

que ofrece China a América Latina, también presentan algunos riesgos. Por un

lado, es evidente que algunos Estados de la región dependen mucho de China

como socio comercial, en especial en materia de exportaciones hacía dicho país.

Para el 2010, Chile, a diferencia de México, Ecuador y Nicaragua, mostraba la

tasa más elevada de relacionamiento (un 13% de sus exportaciones se destinan a

China), seguido por el Perú (11%), Argentina (9%), Costa Rica (7%) y el Brasil

(7%) (CEPAL, 2010:16). Para el 2011, el volumen del comercio de China con

algunos Estados del MERCOSUR alcanzó unas cifras aproximadas de 84.200

millones de dólares con Brasil, 3.400 millones de dólares con Uruguay, 14.800

millones de dólares con Argentina, y más de 30.000 millones de dólares con Chile,

Estado que encuentra en China su principal socio comercial en la actualidad9. A

pesar de los anterior, es necesario tener en cuenta que China se presenta como

un fuerte competidor de América Latina en el mercado asiático con respecto a

algunos productos, lo cual se ve especialmente acentuado en el ámbito de

organizaciones como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN + 3,

con Japón, China y Corea del Sur) (CEPAL, 2010:24). Por el otro, el pragmatismo

chino puede poner en riesgo los esfuerzos que durante los últimos años han

venido realizando los Estados latinoamericanos en materia de derechos humanos,

conservación y preservación del medio ambiente y condiciones laborales.

Desde el punto de vista político, “los especialistas chinos consideran inevitable el

incremento del multilateralismo y, como parte de esta percepción, creen que la

8 En la conferencia anual del BID en Okinawa, en abril de 2005, Washington argumentó que China

debería pagar sus deudas a los organismos multilaterales de crédito antes de obtener su

membresía (Shixue, 2006:71).

9 Cfr. http://www.chinatoday.mx/pol/content/2012-07/24/content_470711.htm. Última entrada: 20 de

agosto de 2012, 15:30 hrs.

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participación selectiva en los esquemas multilaterales resulta menos riesgosa que

su exclusión de ellos” (Pérez, 2006:92). El multilateralismo y la democratización de

las relaciones internacionales “constituirían objetivos comunes con América Latina,

en la búsqueda de un orden internacional igualitario, capaz de contener a los

grandes poderes” (Perez, 2006:97). Esto hace parte de la retórica China de “nunca

ser o actuar como potencia” (Cardozo, 2001:11). Así, China ha desarrollado

relaciones con organizaciones multilaterales y regionales latinoamericanas:

participó del Grupo de Río en 1990, fue admitida como observadora en la

Asociación Latinoamericana de Integración en 1994, integra el Banco del

Desarrollo del Caribe y, como ya se señaló, el Banco Interamericano de

Desarrollo, además de desarrollar instancias de diálogo con plataformas de

integración regional como el MERCOSUR. Adicionalmente, China ha dado señales

de reconocimiento a la importancia de la Organización de Estados Americanos, a

la que se incorporó en mayo de 2004 como observador permanente (Cardozo,

2001:11).

Finalmente, es muy importante hacer énfasis en que la relación bilateral con los

Estados Unidos es de vital importancia para China, razón por la cual la diplomacia

del país asiático “(…) se viene esforzando por esquivar todos aquellos escollos

que puedan enturbiar un entendimiento siempre difícil con la superpotencia, pero

esencial para la estabilidad del proceso de reforma en China” (Ríos, 2006:4). Esto

aplica para sus relaciones con América Latina, cuyo estrechamiento, sin embargo,

no ha pasado desapercibido para Washington, que observa estos sucesos con

suspicacia, ante el temor al afianzamiento de un competidor en su ámbito natural

de influencia (Ríos, 2006:4).

b. Rusia y América Latina

Rusia ha sufrido lo que puede considerarse como la transformación política,

económica y social más importante y radical de las últimas décadas, lo cual

lógicamente ha modificado sus patrones de inserción en el sistema internacional.

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Sin embargo, Rusia continúa ostentando un posición preeminente en el sistema

internacional actual. Desde un punto de vista geopolítico, la posición central de

Rusia como heartland entre Europa y Asia, le permiten seguir siendo una gran

potencia territorial. Por otro lado, además de su gigantesca extensión territorial,

Rusia “cuenta con otro factor tradicional de poder que hizo históricamente de ella

una potencia: su dimensión estratégica” (Oñativia, 2010:2), la cual se hace

evidente si se tienen en cuenta sus grandes capacidades militares (sometidas

actualmente a un acelerado proceso de reacondicionamiento y modernización), y

su alto grado de desarrollo tecnológico, espacial, y nuclear (aún a pesar, por

ejemplo, del deterioro parcial de sus capacidades industriales).

Como resultado del fin de la Guerra Fría, Rusia recibió de parte las principales

potencias occidentales el trato de perdedor, reflejado tanto en“la sensación de

contención y hasta rechazo geopolítico por parte de Occidente” (Davydov, 2010:6),

como en el desaliento de la sociedad rusa como consecuencia de la incapacidad

de las reformas políticas y económicas implementadas, a la hora de generar

mayor equidad y bienestar social.

Las condiciones señaladas anteriormente han ido cambiando como resultado de

diferentes procesos que desembocaron en el reestablecimiento del poder

económico de Rusia, por lo que dicho Estado se ha visto en la necesidad tanto de

buscar la ampliación de sus mercados externos, como de profundizar sus

relaciones con otros actores para reafirmar su influencia en el escenario de la post

– Guerra Fría. Puede decirse que Rusia se vale de diferentes áreas en las que

posee ventajas económicas comparativas, para nivelar frente a Estados Unidos su

capacidad de tener apoyo político en otras regiones (Blank, 2009).

Así mismo, Rusia ha buscado lograr la consolidación de una estructura

internacional que tienda hacia un escenario verdaderamente multipolar, lo cual ha

llevado a aquel Estado a reconocer la necesidad de diversificar y ampliar sus

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relaciones internacionales más allá de sus vínculos tradicionales con otras

potencias, toda vez que en la actualidad la toma de decisiones en el ámbito

internacional “debe compatibilizar intereses de otras potencias emergentes como

Brasil, China e India” (Oñativia,2010:3). Siguiendo esta misma línea

argumentativa, autores como Davydov señalan que la diversificación de las

relaciones internacionales por parte de Rusia, y específicamente, la ampliación y

profundización de dichas relaciones con Estados de América Latina, dan prueba

del “regreso de Moscú a la política internacional multidimensional, una política con

una tradición de varios siglos para el Estado ruso milenario” (Davydov, 2010:4).

Sin embargo, fueron diferentes gobiernos latinoamericanos los que tomaron la

iniciativa de acercarse a Rusia, principalmente desde la segunda mitad de la

década de los 90, en búsqueda de nuevos escenarios para diversificar sus

relaciones internacionales, y de esta forma, modificar en algún grado su patrón de

inserción internacional. A pesar de lo anterior, América Latina no pareció tener

mayor importancia para Rusia en dicha etapa (Smith, 2004). Al respecto, el mismo

Davydov (2010:6) señala que:

“la inercia «occidentalista» en la mentalidad de la élite política y los incipientes empresarios de la nueva Rusia no permitieron entender, en un comienzo, el significado y la potencialidad de la colaboración con América Latina. Sin embargo, el imperativo de diversificar las relaciones exteriores actuó y, poco a poco, abrió el camino para una nueva mirada hacia América Latina”.

Poco a poco se fue generando entonces una convergencia entre el interés por

parte de Rusia de diversificar las relaciones exteriores y la insistencia de algunos

gobiernos latinoamericanos. Esta convergencia posibilitó la efectiva dinamización

de las relaciones entre dicho Estado y América Latina. Los intereses de Rusia en

la región fueron desarrollándose con mayor notoriedad a partir del concepto

formulado por el Ministro del Exterior ruso Yevgeny Primakov en 1997, quien

además de visitar Argentina, Brasil, Colombia y Costa Rica, señaló que “como

una gran potencia, Rusia debería naturalmente tener lazos con todos los

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continentes y regiones del mundo” (Blank, 2009:8). Por esta misma vía, Vladimir

Putin (como primer ministro) en 2001 y el Ministro del Exterior Sergey Lavrov,

manifestaron en diferentes oportunidades, la necesidad de profundizar las

relaciones de Rusia con los Estados de América Latina.

En el marco de múltiples visitas de altos funcionarios rusos a Estados

latinoamericanos (y viceversa), el comercio entre Rusia y Latinoamérica aumentó

en un ritmo considerable desde la segunda mitad de los 90, y ha llevado incluso a

la instalación de diversas empresas rusas en suelo latinoamericano. Al respecto,

es interesante señalar que si bien Rusia no compite con China como socio

comercial en la región, ya en 2008 el intercambio comercial entre Rusia y América

Latina llegó aproximadamente a los 16.000 millones de dólares (Davidov, 2010:7).

Sin embargo, si bien la búsqueda por adquirir una mayor influencia en América

Latina por parte de Rusia toma una mayor notoriedad a fines de la década de los

90, realmente es hacia el 2003 cuando Rusia empezó a ver a América Latina

como un área de creciente valor estratégico económico (Blank, 2009:5).

Parte del intercambio comercial entre Rusia y América Latina se debe a la compra

de armamento y equipo militar por parte de diferentes gobiernos de la región a

Moscú, operaciones que tomaron mayor notoriedad hacia el año 2004. Tal es el

caso de Venezuela, cuyas compras de armamento y equipo militar al gobierno

ruso han generado la opinión ampliamente difundida, según la cual, la obtención

de dichos elementos genera un desequilibrio peligroso para la región (Davydov,

2010:9s; Blank, 2009:18). No obstante, si bien dicha afirmación es atractiva por su

simplicidad, parece no tener en cuenta que desde 2000 al presente, el gobierno

ruso ha firmado cerca de 200 acuerdos de cooperación en áreas diversas,

incluyendo el sector técnico – militar, con países como Brasil (2004), Perú (2004),

Argentina (2004), Chile (2004), Venezuela (2009) y Bolivia (2009) (incluso

Colombia, firmó un acuerdo de cooperación técnico – militar con el gobierno ruso

en fecha temprana, 1996, y posteriormente ha suscrito otros adicionales).

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Así mismo, resulta importante resaltar que los análisis alarmistas sobre las

relaciones entre Venezuela y Rusia, parecen desconocer que el principal socio

comercial de Rusia en la región no es precisamente Venezuela sino Brasil. Al

respecto, Davydov (2010:10) señala que el peso de Brasil “en el intercambio total

de Rusia con la región pasó de 11% en 1992 a más de 40% en 2008. Argentina

ocupa el segundo lugar, con 12,4% del total, seguida por México (7,7%). El

intercambio con Venezuela apenas representa 6% del total, y el de Cuba 1,7%”.

Esto es apenas lógico si se tiene en cuenta no solo el tamaño de la economía

brasileña sino las coincidencias en materia de política exterior entre ambos

Estados, en cuanto que buscan ocupar un rol cada vez más activo como

jugadores dentro de la política mundial. Así mismo, los lazos entre Brasil y Rusia

se han estrechado de forma más notoria desde el 2006, toda vez que los dos

países han buscado generar una mayor cooperación en materia tecnológica

(Blank, 2009).

Igualmente, existen otros proyectos de interés ruso en la región, tales como la

ampliación de mercados en economías como la peruana, y el emprendimiento de

operaciones relacionadas con la explotación, exploración y transporte de

hidrocarburos y el aseguramiento de su acceso a fuentes energéticas en países

como Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia.

En ese sentido puede afirmarse que la política exterior Rusa frente a

Latinoamérica tiene diversos componentes: por un lado, un componente

geopolítico al aumentar su presencia e influencia en la región a través de la

cooperación con gobiernos como el venezolano, el nicaragüense y el cubano, los

cuales representan un bajo potencial desde el punto de vista comercial para

Moscú, pero hacen parte de su estrategia para balancear su importancia política

en la región frente a otros actores (Blank, 2009:14). Por otra parte, la política

exterior rusa cuenta con un componente orientado hacia la satisfacción de

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intereses de naturaleza económica, los cuales se ponen en evidencia al tener en

cuenta los acuerdos comerciales con países como Brasil, Argentina, México, e

incluso en las ventas de armamento a otros Estados como el venezolano. Sin

embargo, dicho interés económico no excluye del todo los intereses políticos de

por medio: por ejemplo, haciendo referencia a las relaciones bilaterales en

entrevista concedida al periódico Rossiyskaya Gazeta en el 2006, el entonces

presidente brasileño Lula da Silva, señaló que Rusia constituía un apoyo

fundamental frente a las aspiraciones brasileñas de ocupar un lugar como

miembro permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a la vez

que Brasil apoyaría los intereses rusos frente a su ingreso en la Organización

Mundial del Comercio, como en efecto ocurrió.

Así mismo, hay divergencias entre los intereses de los Estados latinoamericanos a

la hora de relacionarse con el gobierno de Moscú que pueden analizarse a partir

de los dos ejes mencionados anteriormente. Por un lado, Estados como

Venezuela emplean su relación con Rusia como parte de su retórica y discurso

anti estadounidense, lo cual es asimilable a la actitud de gobiernos como el

nicaragüense y el cubano, que en general no participan de unas relaciones

comerciales de gran relevancia para la economía Rusa a pesar de ser receptores

de asistencia por parte del Kremlin (Blank, 2010). Por otro, Estados como Brasil,

mantienen relaciones relativamente cordiales con Estados Unidos e igualmente

buscan ampliar el espectro de sus relaciones estrechando sus lazos con Estados

como Rusia, con propósitos prioritaria (aunque no exclusivamente) económicos y

comerciales.

En todo caso “la colaboración ruso-latinoamericana es una tendencia ascendente

en el nuevo orden global” (Davydov, 2010:12).

c. Irán y América Latina

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Irán inició a comienzos de la década del 2000 un tímido proceso de ampliación de

sus relaciones con diferentes Estados latinoamericanos a través del Movimiento

de los Países no Alineados, así como a través de la OPEP. Sin embargo, hay que

tener en cuenta que uno de los principales factores que ha dirigido la atención de

Irán hacia América Latina tiene que ver con el creciente aislamiento que ha

recibido por parte de la comunidad internacional desde 2005, así como el peso

acumulado de años de sanciones por parte de Naciones Unidas y las presiones

internacionales a raíz de las dudas sobre los fines de su programa nuclear (Botta,

2009:44; Fonseca, 2008).

Desde finales de la segunda presidencia de Mohamed Jatamí (2001-2005), Irán

se ha dado a la tarea de ampliar sus relaciones con América Latina a través de

una intensa campaña diplomática. Así, la puerta para alcanzar una cierta

diversificación de sus relaciones y generar vínculos con algunos Estados

latinoamericanos ha sido Venezuela, “quien encontró en Teherán un aliado para

su retórica antinorteamericana” (Botta, 2009:43), y en el que Teherán encontró

eventualmente una válvula de escape para eludir, al menos parcialmente, las

limitaciones impuestas por la comunidad internacional. De todas formas, es

necesario tener en cuenta que la influencia de Irán en América Latina “ha estado

limitada solamente a aquellos gobiernos que están bajo el paraguas de influencia

del presidente Chávez tales como la misma Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador

y Bolivia” (Fonseca, 2008).

Por intermedio de Hugo Chávez y gracias a su gestión e influencia, Irán logró

acercamientos con Estados como Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Cabe

resaltar que todos estos son países miembros del ALBA, unidos en gran medida

por una retórica anti estadounidense, así como por ser beneficiarios de ingentes

subsidios venezolanos (Botta, 2009: 43). Esto ha permitido a Irán contar con

nuevos interlocutores y valedores en el sistema internacional y de esta forma

disminuir en cierto grado su condición de aislamiento, pero también ha permitido al

gobierno venezolano profundizar su discurso contra el gobierno de Washington al

aliarse con uno de los Estados considerado por este último como un rogue state. 21

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A pesar de las diferencias ideológicas evidentes entre Chávez y Ahmadineyad,

desde la llegada de este último al poder en el 2005 y en un contexto de alza de los

precios del petróleo, Irán ha forjado una alianza más cercana y fuerte con el

gobierno venezolano. De esta forma, las relaciones comerciales existentes entre

Venezuela e Irán se han ampliado considerablemente, en proyectos que van

desde inversiones iraníes para el desarrollo en territorio venezolano, hasta

proyectos para la exploración conjunta de hidrocarburos en este último Estado.

Igualmente, Irán ha estrechado sus vínculos con Nicaragua, reestableciendo las

relaciones diplomáticas el 10 de enero de 2007 (rotas en 1990); profundizó sus

relaciones con Ecuador (con quien las mantenía desde 1973) gracias a la llegada

de Rafael Correa al poder; y estableció relaciones con Bolivia en septiembre de

2007. Todo lo anterior estuvo acompañado de visitas del propio Ahmadineyad a

los referidos Estados, y del posterior establecimiento de relaciones diplomáticas

con San Vicente y las Granadinas en 2008 (Botta, 2009:44). Como es evidente,

todos los Estados a los que se ha hecho referencia, hacen parte del ALBA, del

cual Irán participa como miembro observador. Lógicamente, estos no son los

únicos Estados latinoamericanos que tienen relaciones con Irán. Desde 1982

Cuba reconoció el gobierno revolucionario iraní (establecido en 1979). Igualmente,

el comercio entre Cuba e Irán alcanzó un promedio de 20 millones de dólares

entre 2003 y 2006, llegando a un total aproximado de 50 millones de dólares hacia

el 2007 (Fonseca, 2008).

En términos generales, las relaciones entre Irán y diversos países de América

Latina se han desarrollado siguiendo una lógica similar:

“Establecimiento de relaciones, firma de tratados bilaterales de cooperación por cifras millonarias, visitas de alto nivel, intercambio de declaraciones de apoyo desde el punto de vista diplomático al programa nuclear iraní, promesas iraníes de inversión y, finalmente... más promesas iraníes. Hasta ahora las relaciones irano-latinoamericanas han sido grandes proyectos y pequeñas concreciones” (Botta, 2009:43).

Esos pequeños resultados pueden entenderse si se tiene en cuenta que si bien las

actividades económicas de Irán en América Latina tienen algún peso simbólico, su

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alcance en términos reales es bastante limitado. Para 2008 “el comercio entre Irán

y América Latina está por debajo del 10% entre todos los socios comerciales” de

Irán (Fonseca, 2008). En efecto, datos de la Organización Mundial de Comercio

muestran que en 2005, las exportaciones de Irán, compuestas principalmente de

combustibles y productos mineros, alcanzaron un total de 56 mil millones de

dólares. Sus principales destinos comerciales fueron Japón y la Unión Europea,

mientras que gran parte de sus importaciones provinieron de la Unión Europea, los

Emiratos Árabes Unidos, y Corea del Sur. Ante este panorama “no es difícil

concluir entonces, que la presencia de Irán en América Latina tiene poco sentido

desde el punto de vista económico” (Daremblum, 2007:5).

Otros Estados como Brasil y México han optado por mantener su distancia de las

posiciones ideológicas y políticas de Irán (especialmente frente a aquellas anti -

estadounidenses), si bien mantienen relaciones diplomáticas y económicas con

dicho Estado. Brasil sostiene tráfico comercial con Irán en campos como los

textiles, las telecomunicaciones, el sector automotriz, y tecnologías informáticas,

mientras que México hace lo propio en campos como los hidrocarburos y el sector

petroquímico (Fonseca, 2008).

No obstante lo anterior, lo cierto es que “tal vez el único país que en nuestra

región despierta un genuino interés iraní es Brasil” (Botta, 2009:43). Brasil es visto

por Irán como el país clave en las relaciones con América Latina por su posición

regional e internacional, así como por su amplia experiencia en materia de

exploración y explotación de hidrocarburos. Igualmente, Irán resulta de

importancia para Brasil tanto como socio comercial, como un país dispuesto a

reconocer el aumento de la importancia brasileña dentro del sistema internacional

(Botta, 2008), y en ese sentido debe entenderse, por ejemplo, el fallido —pero

significativo— intento brasilero (en asocio con Turquía) de mediar en el

contencioso nuclear iraní.

En términos generales, si bien se habla de la “peligrosidad” de las relaciones entre

Irán y Venezuela, la cooperación entre los dos países no es, al menos desde el

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punto de vista comercial, tan significativa como la que existe entre Irán y Estados

como Brasil, Chile y México. Aun así, otros Estados como Venezuela, Ecuador,

Bolivia y Nicaragua, han representado una oportunidad para Irán a la hora de

legitimar su discurso anti estadounidense, así como su posición en temas

sensibles dentro del contexto internacional como el conflicto en Gaza o su

programa nuclear.

IV. Conclusión

Es evidente que a partir de los atentados del 11 de septiembre, “Washington ha

dejado de ser, en materia de política exterior, el punto de referencia principal en el

proceso de toma de decisiones y en las actividades de los países

latinoamericanos” (Sotillo y Ayllón, 2006:229). En este sentido, tanto la falta de

una política clara de los Estados Unidos hacia América Latina, como la necesidad

de una diversificación de las relaciones internacionales, ha conducido a algunos

Estados de la región a estrechar sus lazos con potencias extra-regionales como

Irán, Rusia y China.

Sin embargo, los propósitos e intereses que guían las relaciones para cada uno de

los Estados latinoamericanos frente a dichas potencias extra-continentales (y

viceversa), ocupan diferentes lugares del espectro político y económico. Mientras

que algunos Estados de América Latina buscan una profundización de sus

relaciones con ciertas potencias extrarregionales con fines políticos, para disminuir

la influencia o contestar el poder de potencias como los Estados Unidos en la

región, —dentro de una estrategia que Dodson y Dorraj (2008:73) califican de “soft

balancing”—, otros han preferido ampliar sus vínculos meramente económicos con

dichas potencias haciendo a un lado ese tipo de intereses políticos y evadiendo al

máximo el empleo de una discurso de carácter ideológico.

En todo caso, la diversificación de las relaciones internacionales de los Estados

latinoamericanos, no debe estar enmarcada únicamente en un ámbito regional o

hemisférico, sino que debe trascender dichas fronteras con el propósito de

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disminuir la tradicional dependencia latinoamericana de una sola potencia

hegemónica, y asegurar una inserción internacional más acorde con el sistema

internacional que se ha ido configurando durante las últimas décadas.

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