AMÉRICA, DE JOSÉ MARTÍ. EL PENSAMIENTO...

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CARTA DE JAMAICA, DE SIMÓN BOLÍVAR, Y NUESTRA AMÉRICA, DE JOSÉ MARTÍ. EL PENSAMIENTO CONTINUO DANIUSKA GONZÁLEZ UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR CARACAS, VENEZUELA PRELIMINAR: “Los grandes hombres se caracterizan precisamente por su posición extrema; su heroísmo está en mantenerse en ella toda la vida”, escribió Marguerite Yourcenar en su novela Memorias de Adriano. Y colocarse en esa situación tan vital ha llevado a esos hombres a detenerse, casi siempre, en una utopía. Utopía que convirtió sus existencias en búsqueda; que asu- mieron desde ella la razón de su aliento, el desvelo por un sueño; y que encontraron, como reivindicación a la entrega, la muerte, pero también el honor eterno. Simón Bolívar y José Martí fueron de esos hombres. Alumbraron, quizás, a la América de una virtud que no lograrían jamás encender, que iba más allá de sí mismo, de sus afanes, de sus circunstancias. Una luz que encandilaba aunque irrealizable: la de la unificación de todas las naciones americanas. Como los grandes hombres, padecieron. Los pueblos no conciben a veces otros intereses que los de sus linderos, se aferran a voluntades primi- tivas, al grano minúsculo de donde crece el alimento, y se olvidan de la vastedad del horizonte, del terreno fértil en comunidad. A ambos los hosti- gó la decepción, la incomprensión y la soberbia; fundaron ideas, dieron sitial en el mundo a pueblos desconocidos e hicieron latir con pasión nueva el corazón de la América cautiva.

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CARTA DE JAMAICA, DE SIMÓN BOLÍVAR, Y NUESTRA AMÉRICA, DE JOSÉ MARTÍ. EL PENSAMIENTO CONTINUO

DANIUSKA GONZÁLEZ

UNIVERSIDAD SIMÓN BOLÍVAR

CARACAS, VENEZUELA PRELIMINAR:

“Los grandes hombres se caracterizan precisamente por su posición extrema; su heroísmo está en mantenerse en ella toda la vida”, escribió Marguerite Yourcenar en su novela Memorias de Adriano. Y colocarse en esa situación tan vital ha llevado a esos hombres a detenerse, casi siempre, en una utopía. Utopía que convirtió sus existencias en búsqueda; que asu- mieron desde ella la razón de su aliento, el desvelo por un sueño; y que encontraron, como reivindicación a la entrega, la muerte, pero también el honor eterno.

Simón Bolívar y José Martí fueron de esos hombres. Alumbraron,

quizás, a la América de una virtud que no lograrían jamás encender, que iba más allá de sí mismo, de sus afanes, de sus circunstancias. Una luz que encandilaba aunque irrealizable: la de la unificación de todas las naciones americanas.

Como los grandes hombres, padecieron. Los pueblos no conciben a

veces otros intereses que los de sus linderos, se aferran a voluntades primi- tivas, al grano minúsculo de donde crece el alimento, y se olvidan de la vastedad del horizonte, del terreno fértil en comunidad. A ambos los hosti- gó la decepción, la incomprensión y la soberbia; fundaron ideas, dieron sitial en el mundo a pueblos desconocidos e hicieron latir con pasión nueva el corazón de la América cautiva.

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De esa utopía por la que vivieron, nacieron la Carta de Jamaica y

Nuestra América. PRIMERA PARTE- BOLÍVAR EN MARTÍ: LA ILUMINACIÓN

Casi se ha convertido en reiteración histórica argumentar que José

Martí (1853-1895) surgé como la continuidad de pensamiento y obra de El Libertador Simón Bolívar (1783-1830). Setenta años separan las dos mira- das más penetrantes que han determinado la América, que la definieron y conocieron; el uno, más de la espada que de altisonantes frases, legó, sin embargo, los documentos capitales para la comprensión de las guerras que estremecieron al continente a principios del siglo pasado, y todavía más, para entender el futuro de sus pueblos; el otro, a quien la muerte apagó en el primer combate, escribió la prosa más centelleante del XIX americano, y se adeudó más al adjetivo que a la acción, a la palabra que al galope.

Unidos, comulgaron en una imagen de la América total, recorrida por

una gran república, las naciones injertadas en un árbol único. Fue ese el sueño de ambos estadistas, que no fructificó, y que a más de un siglo des- pués, pervive como la utopía sagrada, como la idea que no traspasará jamás los papeles donde se escribió.

Pero, ¿cómo inunda al héroe independentista cubano, cómo lo des-

pierta políticamente el ideario bolivariano? No basta con suponer única- mente que brotó del interés de Martí por Bolívar, hecho que aunque resul- taría natural dado el alcance de la actuación de El Libertador, no marcó una huella histórica en la manera en que él se aproximó a su figura; por cultura debió saber y apreciar su obra magna, como de seguro ocurría con San Martín, Morelos y O‘Higgins, sin embargo no se puede afirmar que desde que Martí se acercó a Bolívar, éste lo influyera en tanto espejo de su propia concepción, puesto que, además, y por mucho tiempo, el objetivo de Martí no se hallaba en su amplitud ulterior: se circunscribía más bien a Cuba, a su isla y no al continente, sin contar que, a lo mejor, accedió a algún docu- mento de Bolívar en su adolescencia, o durante su primera deportación a España en 1871.

Dentro de la extensa bibliografía de Martí, ningún texto de antes de

1875 remite, con excepción de un apunte breve sobre América en El presi- dio político en Cuba (1871), a una cita que abarque más allá de su patria:

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México, Perú, Chile, Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, las Anti- llas, todas vinieron vestidas de gala, y besaron vuestros pies, y al- fombraron de oro el ancho surco que en el Atlántico dejaban vues- tras naves.1

Tampoco se debe obviar que su posibilidad de intercambio con perso-

najes eruditos le estuvo muy restringida, por su condición humilde, abierto su aprendizaje intelectual de valía a través del maestro Rafael María de Mendive y de su amigo, más político que ilustrado, Fermín Valdés Domínguez; si alcanzó una formación fue al recurrir a su afán de saber, no como en el caso de Bolívar, que respiró en un ambiente favorable a su intelecto.

Tardía tuvo que ser, por consiguiente, la entrada madura de Bolívar en

Martí, por lo arraigada y palpable, porque jamás abandonó al hombre hasta que expiró su vida, el 19 de mayo de 1895.

Al respecto y siguiendo la investigación de Salvador Morales sobre la

huella bolivariana en Martí, se tiene que la referencia documentada inicial se remonta a 1875, entre marzo y mayo, cuando habló en México en oca- sión de un recordatorio a Hidalgo:

No son hombres distintos en América el anciano de Mount Vernon, el sacerdote de Dolores, y el héroe que en las llanuras del Mediodía fatigaba con la carrera su caballo... No son hombres distintos en América, Washington, Bolívar e Hidalgo.2

Como se percibe, Bolívar aparecía configurando la heterogeneidad de

proceres que habían alzado en valor a la América (la del Norte y la del Sur); todavía no palpitaba en Martí el Bolívar grande, el que le guiaría con su luz.

Ya para 1877, el destino y Guatemala anunciaban otra perspectiva: su

amigo Mariano Padilla, quien le ofreció habitación por unos meses, poseía para aquel tiempo una biblioteca que se consideraba una de las más com- pletas de la ciudad centroamericana; allí, en la “librería nutrida” como él la llamó, leyó e interiorizó la esencia que posteriormente se coronaría con el

____________ José Martí: El presidio político en Cuba. La Habana. Editorial Letras Cubanas, 1981. pp.29-46. José Martí: Obras completas. La Habana. Editorial Nacional de Cuba, 1963. T. VI, p. 198

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viaje decisivo: el de Caracas, a la madre de Bolívar. Desde Guatemala, en carta del 27 de noviembre al director del periódico El Progreso resaltaba:

Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alienta; el pen- samiento americano me transporta... ¿qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América? ¡Para ella trabajo! De ella espero mi aplauso o mi censura.3

Resulta innegable que ya en Martí afloraba una concepción distinta,

más cercana a lo que resumiría en 1891 en Nuestra América, y que Bolívar empezaba a ser el destello conductor, la sombra omnisciente. Inclusive en su tomo mínimo Guatemala exponía que para esa época los ciudadanos se aplicaban en el estudio de lo que los rodeaba, no sólo como país sino como continente: “Hablan de Bolívar, de los hombres patrios...”* 4

Sucedió que al partir de tierras guatemaltecas, se encaminó a Cuba, y

en La Habana, a través de sus colaboraciones puntuales a los periódicos, prosiguió con su empeño de dominar el caudal de la historia anterior, de esa historia independentista de América, imprescindible para ayudar a lo que en ese momento en él bullía. Más que nunca la lectura, el repaso hon- do, desvelaron a Martí.

¡Te ama Cuba!... ¡Y entre pueblos hermanos, todas las flores deben abrirse el día del abrazo primero del amor!... Necesitaba el Conti- nente vasto, aquel poeta digno de cantarlo.5

No sería hasta su llegada a Venezuela, el 20 de enero de 1881, cuando

Bolívar adquirió fuerza y unidad en Martí: su genio, el país, la Caracas a la que tanto amó y la que a tanta desilusión lo condenó, todo confluyó en su alma voraz. Y la identificación vino el mismo anochecer del arribo:

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adónde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero... lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo... El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar... A

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Ibídem T. VIl, p. 111 Ibídem. T. VIl, p. 145 José Martí: Alfredo Torroella. En: Obras Escogidas. La Habana. Editorial Ciencias Sociales, 1992. T. I, pp. 184-189

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Bolívar y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano.6

Interesante la frase “como un padre cuando se le acerca un hijo”, por-

que se reconocía en el venezolano al ser superior, en el sentido de respeto, admiración y continuidad, que incidía en la voluntad del otro. Si es cierto que estas palabras se hicieron públicas en un artículo de 1889 de La Edad de Oro, atestiguan veracidad, que para su visita a Venezuela ocho años antes, Martí asumía la presencia de El Libertador en su actuar.

Al adentrarse en el mundo intelectual y político caraqueño, se inmis-

cuyó febrilmente en un ámbito que se asomaba con prudencia, subrayada ésta por la curiosidad y el desconocimiento a obras de la historia nacional que trataban desde diferentes ángulos al héroe de la Campaña Admirable. Así devoró Martí con avidez la Vida del Libertador Simón Bolívar, de Fe- lipe Larrazábal; Mis exequias a Bolívar, del conservador y a ratos patriota Juan Vicente González; de José Antonio Páez su Autobiografía, la en aquel entonces brillante Historia de Venezuela de Rafael María Baralt y Ramón Díaz; y un libro que deslumbró su atención hasta el punto de dedicarle unas cuartillas: Venezuela Heroica, de Eduardo Blanco:

...es una llama; y su calor conforta y gusta. He ahí el libro de lectura de los colegios americanos: VENEZUELA HEROICA: he ahí el pre- mio natural del maestro a su discípulo, del padre a su hijo. Todo hombre debe escribirlo: todo niño debe leerlo; todo corazón honra- do, amarlo. De ver los tamaños de los hombres, nos entran deseos irresistibles de imitarlos.7

Las nociones al azar, fracturadas, que venían cohesionando en Martí

una compresión de que su lucha seguía a la de Bolívar, atemperaron cuerpo y magnitud en Venezuela; aquí alcanzó a representarse en sus lecturas, en el diario convivir, la tragedia de El Libertador, que no fue más que la pro- pia tragedia de los pueblos americanos: el caos, la desobediencia, las riva- lidades que luego, en Nuestra América, denominaría de “aldeas”, la incapa- cidad de los gobiernos; aquí también, desde su cátedra de oratoria del Cole- gio Villegas, en los artículos a La Opinión Nacional, en la publicación que creara con efímera vida la Revista Venezolana, comenzó a fundirse con el

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José Martí: Tres héroes. En: La edad de Oro. La Habana. Centro de Estudios Martinianos, 1989. pp. 3-6 José Martí: Venezuela Heroica. En Eduardo Blanco: Venezuela Heroica. Caracas, 1982. s.p.

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ideario bolivariano, a reflejarse la conjunción de dos visiones en una, princi- palmente la que competía a que no existía una nación, existía América:

Quien dice Venezuela, dice América: que los mismos males sufren, y de los mismos frutos se abastecen, los mismos propósitos alientan el que en las márgenes del Bravo codea en tierra de México al Apa- che indómito, y el que en tierras de Plata vivifica sus fecundas si- mientes con el agua agitada del Arauco.8

Se hacía más latente Bolívar en Martí. A partir de Venezuela, El Li-

bertador se erigirá en el argumento para la prosecución de una utopía que se intentará revivir; muchos de los escritos de los años venideros a la estan- cia en Caracas, sobre todo los de los Estados Unidos, se hincharán de esta certeza: “venimos de esa tierra que vio nacer a Bolívar, aquel hombre a quien Washington amó, y que fue menos feliz que él, pero tan grande como él” (“Un viaje a Venezuela”, Nueva York, 1881); “Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho del América a ser libre” (“Tres Héroes”, La Edad de Oro, Nueva York, 1889); “Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacu- diendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo, la América entera!” (“Madre América”, discurso en Nueva York, 1889); “Bo- lívar, dueño incontrastable de los ejércitos... barriendo al español, valsa, resplandeciente de victorias” (“San Martín”, El Porvenir, Nueva York, 1891); “Su ardor fue el de nuestra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente” (“Bolívar”, Patria, Nueva York, 1893).

El bolivarianismo de José Martí se engrandeció al reconocer en El

Libertador a “nuestro primer guerrero, a nuestro primer político y al más profundo de nuestros legisladores en el más terso y artístico de nuestros poetas”. 9 Bolívar inauguró una nueva sensibilidad respecto a América, que Martí continuó, y correspondieron, sin lugar a dudas, a sus tesis poste- riores a Venezuela, los senderos donde convergieron las ideas rectoras del “hombre de las dificultades”.

___________ José Martí: El Carácter de la Revista Venezolana. En: Letras Fieras. La Habana. Editorial Letras Cubanas, 1981. pp. 451-455 Salvador Morales: Martí en Venezuela. Bolívar en Martí. Caracas. El Centenario Edi- ciones, 1985. p. 76

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SEGUNDA PARTE- DE LA CARTA DE JAMAICA A NUESTRA AMÉRICA. CONTINUIDAD DE IDEAS.

Antes de iniciar el estudio de la continuidad entre estos documentos

capitales de la historia americana del siglo XIX, una reflexión surge: am- bos fueron concebidos en períodos de decepción, en momentos en que tan- to a Bolívar como a Martí los acompañaban la frustración y el fracaso de sus ideas. Bajo la pesadumbre, bajo el signo del exilio, trágico de por sí, escribieron, uno la carta, el otro, el ensayo, y paradójicamente, el tono que los recorre resulta de un optimismo preclaro; da cuenta cabal de la confian- za en el futuro que los animaba en esos instantes de lejanía.

...se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional... 10

¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la Amé- rica...! 11

Para El Libertador, el año de 1815 representó más que una salida tem-

poral del escenario político, un encuentro consigo mismo, una revisión que, aunque obligada, lo consolidó como un estratega maduro, conocedor del alma americana; si quizás se hubiera mantenido inmerso en las rencillas, en el aire contradictorio que envolvía a la Nueva Granada de entonces, no hubiera accedido a mirar con ojos precisos la realidad y menos el porvenir. Fue difícil la distancia pero fructífera, porque forjó al hombre de acción y de ideas, que luego se agigantaría.

La dominación realista era poderosa para ese 1815: perdida la Segun-

da República después del descomunal esfuerzo de la Campaña Admirable; derrotado el ejército patriota por las tropas enfurecidas del caudillo José Tomás Boves en 1814, a la causa republicana la debilitaban las frecuentes rivalidades entre sus partidarios. ¿Qué encontró Bolívar a su regreso de la emigración al oriente venezolano? Una Nueva Granada prisionera de odios, donde sus arengas las devolvía el rencor y sobre todo, un Manuel Castillo

__________ Simón Bolívar: Carta de Jamaica. En: Ideario político de Simón Bolívar. Caracas. El Centenario Ediciones, 1981. pp 61-62 José Martí: Nuestra América En: Letras fieras. La Habana. Editorial Letras Cubanas, 1981, p. 167

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conjurado en su contra, fatal para cualquier proyecto que pretendiese. De- cepcionado, herido en su orgullo de combatiente, prefirió marcharse de Cartagena de Indias, y embarcó, después de una alocución de renuncia frente a sus soldados, hacia Jamaica, la isla caribeña que había sentido de cerca los embates de la revolución haitiana. Y fue allí, en Kingston, sobrevivien- do del préstamo, sumido en la desesperanza, “afectado por la falta de docu- mentos y de libros” 12 únicamente con la fe del espíritu, donde redactó, el 6 de septiembre, una respuesta de íntegra historia al señor Henry Cullen, vecino del puerto de Falmouth: la Carta de Jamaica.

Mientras que en 1891, solo en los Estados Unidos, agobiado por asun-

tos de personal resolución -ya para esa fecha las relaciones con la esposa avizoraban infeliz término-, José Martí vivía los inquietantes meses de la Conferencia Internacional Americana (1889-1890) a la que había convoca- do “el país rubio”, y de la cual saldría la política del panamericanismo:

...aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanáti- ca, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la agonía en que viví...13

Nuestra América (1891) y dos años antes Madre América, su discurso

ante los delegados a ese Congreso Panamericano, descubrían atento a Martí, insomne frente al destino de las naciones del continente sureño y las del Caribe, tan apesadumbrado que su esencia más vivida, su temblor más acen- drado le alcanzaron, además, para sus Versos Sencillos, poemas del cora- zón contrito y del clamor de su miedo:

Vierte, corazón, tu pena

Donde no se llegue a ver,

Por soberbia, y por no ser

Motivo de pena ajena.

Yo te quiero, verso amigo,

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Tomás Polanco Alcántara: Viendo hacia el futuro y La utopía cubana En: Simón Bo- lívar: ensayo de una interpretación biográfica a través de sus documentos. Caracas. Academia Nacional de la Historia, 1994. p. 391

José Martí: Versos sencillos En: Letras fieras. La Habana: Editorial Letras Cubanas. 1981, p. 343.

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Ya muy cargado y deshecho,

Porque cuando siento el pecho

Parto la carga contigo. 14

De esa naturaleza gris y del íntimo desasosiego de Bolívar y de Martí

nacieron los documentos, lo cual, como se anotó en anterior párrafo, no re- dundó en pesimismo, sino por el contrario, revelaba esperanza en el futuro.

¿Cuáles ideas determinan entonces la unidad de la Carta de Jamaica

con el ensayo martiano? Para detallar estas líneas de enlace, se necesita asentar, primeramente, lo que se comprende como continuidad, recurrien- do para ello a la conceptualización que legó a la filosofía Hegel y la cual propone, en síntesis: “se supone que toda unidad, para no quedar en una abstracción estéril, se integra con otra, la afirma y en esa afirmación puede eliminar o conversar”15. Se desprende, por tanto, que las ideas de la misiva de Kingston y las de Nuestra América, se vincularán, cuando así se requie- ra, además de por su unidad, por la percepción de superación en el docu- mento de 1891 respecto al de 1815, que queda ratificado y actualizado en el primero.

Muchas vienen a ser las nociones que se pueden extraer de una en

otra, tomando siempre de punto de partida que por su época, Martí avanzó sobre ciertos aspectos que Bolívar, por sus límites históricos, no experi- mentó, como lo referido al rol de potencia imperialista –que no antimperialismo, como se analizará más adelante- que ya se entreveía en los Estados Unidos. Asimismo, mientras El Libertador hablaba en nombre de una clase*, la de los criollos mantuanos, lo cual como señalara Acosta Saignes “la expresaba tan profundamente, que a la vez la guía, la obedece y la enrumba; la comprende y le da pautas”16 Martí era el hombre solo, el luchador que encontraba, en los finales de siglo, a su Patria bajo la hege- monía española.

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Ibídem, p. 366. A.A.V.V. Hegel: Una filosofía de la totalidad. En Historia del Pensamiento. N° 67, [s.f.], pp. 158-200. Cuando referimos el concepto de clase nos situamos en el que reveló Karl Marx: “Se es clase en la medida en que se deja de ser un agregado de individuos unificados por una característica externa, para devenir una unidad no sólo objetiva y estructuralmente (...) sino con una conciencia de sí.” (Tomado de: José Manuel Bermudo: “Marx”, en Historia del Pensamiento, s/f: T. IV; pp. 19-60). Miguel Acosta Saignes: Acción y utopía del hombre de las dificultades. La Habana. Casa de las Américas, 1977, p. 172

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Válidas estas acotaciones en tanto premisas de la comparación, se desglosarán, a continuación, las ideas que aúnan a los dos pensadores. I. El DESCONOCIMIENTO QUE SE PROFESABAN LOS PUEBLOS DE AMÉRICA

En este primer punto, hay que detenerse en un argumento, lógico en el

siglo XIX: el de los impedimentos materiales para acercar las distintas ciuda- des; se sabe de hombres que jamás abandonaron el Cuzco por los obstáculos de los míseros caminos que existían. Por supuesto que tal situación y otras de similar origen, reprimían la comunicación, pero a lo que atendió con énfasis Bolívar fue al desconocimiento político, y Martí, más lejos, al espiritual, al de la hermandad que debía estrechar la América y a las rencillas que dividían los contornos y las almas, a esas pugnas, pequeñas de generosidad:

...un país tan inmenso, variado y desconocido, como el Nuevo Mun- do...; aunque una parte... de la revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de tinieblas...; pues cuantas combinaciones suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por su posición física, por las vicisi- tudes de la guerra y por los cálculos de la política...17

y él mismo:

Estábamos como acabo de exponer, abstraídos, y digámoslo así, au- sentes del universo...18

Mientras Martí:

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal... Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse... Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos... Es la hora del recuento, y de la marcha unida...19

Para Bolívar pesaba más la fragmentación política; para Martí, como se

deduce de la cita, lo espiritual determinaba lo político, sin embargo, conflu- yen en una dirección: América, por motivos disímiles, se desconocía.

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Simón Bolívar: Ob. Cit. pp. 12-13 Ibídem, p. 45 Ibídem, p. 160

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Y es que ambos estadistas se percataron de que los obstáculos para identificarse semejaban enormes rocas que para apartarlas del sendero de- mandaban un descomunal esfuerzo: poblaciones alejadas por ríos en creci- da o abruptas montañas; hombres interesados sólo en su parcela; carencia de recursos para la movilidad; y sobre todo, una metrópoli a quien favore- cía que en Lima poco se informarse de Quito o de Cartagena, porque sepa- radas y desconocidas, las gobernaba mejor. II. EL CONTINENTE DISTINTO

Al juicio del desconocimiento continental, se le subordina el que in-

siste en que América figuraba desigual por sus características y por su fiso- nomía mestiza respecto a Europa y a Norteamérica.

Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte; cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias...20

...en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábi- tos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia21

Ser un continente distinto presuponía enfrentarse con hechos de difí-

cil comprensión, para los que o se hallaban respuestas, a simple vista, a través de otras historias. América, por su génesis, por sus caracteres mez- clados, por esa piel mestiza que la recubría, era única: “Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, de- nodados, al mundo de las naciones”22 y la claridad de estos dos pensadores radicó en entenderlo y en consecuencia, intentar el aglutinamiento para un proyecto que si bien permaneció en utopía, y más en Martí que en Bolívar, sentó bases para cierta iluminación interior del hemisferio.

Resultan importantes las menciones de desconocimiento entre sí y de

continente destino debido a que a ellas se debe lo que retendrá, según Bo- lívar, y Martí lo confirma, la unidad continental, la idea fundamental que imbrica los documentos, y que por su trascendencia, se desarrollará en

____________ Ibídem, p. 42 José Martí: Nuestra América. En: Letras Fieras. La Habana. Editorial Letras Cuba- nas, 1981. p.167 Ibídem, p. 163

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acápite siguiente, junto a la del sistema político más conveniente para América y a la del futuro de sus países, derivadas del primero. III. DEFINICIÓN DEL HOMBRE AMERICANO

Para Bolívar, de acuerdo al panorama histórico que acontecía, el ame-

ricano era un individuo ansioso de darse al comercio, a los adelantos de que Europa y Norteamérica disponían, de imitarlas; de virtudes más débi- les y talentos políticos menos consistentes que los de otros hemisferios, los pobladores de la región debían dejar al tiempo, al futuro, la representatividad política, por lo mucho que ésta exigía. Una concepción que pudiera des- cansar, en parte, en la decepción que lo condenaba al exilio.

El Apóstol cubano se insertó en esta visualización bolivariana, pero

le contrastó que algo se transformaba, que ya no era “aspirar a” sino “le- vantar con brazos propios la América”, que los criollos iban prescindiendo del calco para surgir por sí mismos. A “...Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España...”23 le interpuso “Los jóvenes de América... en- tienden... que crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”24. Latía en Martí la confianza que se saldría del estanco imitativo que obsesionaba a los de Tierra Firme en época de Bolívar, el protagonismo se sentía ya como brisa. Lo que en la Carta de Jamaica se veía con cuidado “los americanos han subido de re- pente y sin los conocimientos previos”25 en Nuestra América se diluía: “...con el genio de la moderación..., por el influjo de la lectura crítica... que ha sucedido... a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la gene- ración anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hom- bre real”26

__________ Ibídem, p. 165 Ídem. Simón Bolívar: Ob. Cit. p. 46 José Martí: Ob.Cit. p. 164

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IV. LA RAZA En un continente mestizo por imposición, no podían omitir sus pensa-

dores el tema de la raza, y menos Bolívar y Martí. Como la visión de esta monografía apunta hacia la continuidad de la Carta en el ensayo, deviene pauta que se subraye que la concepción martiana de la raza supera, por su sustrato, a la bolivariana. ¿Cómo esperar de un mantuano, dueño de escla- vos, descendiente de aquellos para quienes la masa indígena significó sólo manos para el trabajo, que asimilara que los hombres debían ser reconoci- dos ante la sociedad sin intervenir para nada su raza? Lejos llegó Bolívar al premiar con la libertad a muchos esclavos y al comprender que para la lucha se demandaba del esfuerzo de todos por igual.

Martí, en cambio, marcado desde joven por los maltratos esclavistas

que presenció en una hacienda que visitaba en Caimito de Hanábana, pro- vincia de Matanzas, en 1862, y que llevó luego a versos, criticó siempre en sus escritos la injusticia racial, que culminaría con el ensayo “Mi raza”, aparecido en el periódico Patria en 1892.

Rojo, como en el desierto

Salió el sol al horizonte:

Y alumbró en un esclavo muerto,

Colgado a un seibo del monte.

Un niño lo vio: tembló

De pasión por los que gimen:

¡Y, al pie del muerto, juró

Lavar con su vida el crimen!27

Más que en el negro o en el indígena, Bolívar se fijaba en su condi-

ción de mansedumbre, y sentenció con una frase, su esencia: “El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad”28 realista o no, la percepción de la clase mantuana se encontraba tras sus palabras.

“No hay odio de raza, porque no hay razas... El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”29 dijo Martí, y el escalón que remontó lo ubica en una idea de avanzada, puesto

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José Martí: Versos Sencillos. En: Letras fieras. La Habana. 1981, p. 360 Simón Bolívar: Ob. Cit. p. 57 José Martí: Nuestra América. En: Letras fieras. La Habana. 1981, p.167

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que, aunque para su época, el problema de la raza acaparaba la aten- ción de algunos pensadores, él lo abordó desde el concepto de uni- versalidad y de que el hombre era uno sin distinciones ajenas a su identidad moral, ética y espiritual: “Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas” 30

V. El MIRAR A LOS TIEMPOS CLÁSICOS

Otro de los vínculos que aproxima a la Carta de Jamaica con Nuestra

América, lo constituye el volver la mirada, analíticamente, a Grecia y a Roma, signos referenciales que siguieron a Bolívar y a Martí desde pers- pectivas, en cierto modo, distintas.

Porque si Bolívar accedió a la época romana fue para repasar su es-

tructura imperial e integrarla a las nociones que iba señalando en su reco- rrido por los diferentes sistemas políticos, hasta concluir en el más conve- niente para América: el de las repúblicas. Así sucedió también con Grecia, cuando rememoró a Corinto como símbolo de unidad: “¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!” 31 Martí acudió a lo clásico, pero desde otro centro, el de la edu- cación: “La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedi- llo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia...”32

Hay que considerar que la Carta de Jamaica rezuma más política,

mientras que Nuestra América se aplica en filosofar sobre diversos asun- tos, entre los que la educación emerge primordial en el esquema martiano de la libertad. La antigüedad clásica encerró en ambos un empeño de que el pasado alumbrara el panorama incierto de sus presentes, en una compara- ción que intentaba eludir errores, evitar desaforos:

No ejerciendo la libertad imperio..., ningún estímulo excita a los re- publicanos a extender los términos de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único objeto de hacer participar a sus vecinos de una constitución liberal. Ningún derecho adquieren nin- guna ventaja sacan venciéndolas; a menos que los reduzcan a colo- nias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma.33

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Ídem Simón Bolívar: Ob. Cit. p. 58 José Martí: Ob.Cit., p. 163 Simón Bolívar: Ob. Cit. pp. 52-53

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y Martí:

Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los po- líticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas 34

VI. LOS ESTADOS UNIDOS En otro orden se descubre en Nuestra América una reflexión que Martí

enfatiza y que Bolívar, para 1815, no pudo constatar, y que pese a no tejer un hilo entre ambos escritos, resulta digna de atención: los Estados Unidos.

Evidencia el manifiesto de Jamaica que el pensamiento que rondaba a

Bolívar acerca de los Estados Unidos estaba influido por la revolución de independencia que lo deslumbraba; por su sistema político; por la personali- dad de George Washington, y por el drama de la guerra, de connotaciones épicas, que acaparó su sueño en noches de libros heroicos. Pero el país del norte que se le revela a Martí era sombrío: nacía la fase imperial, de ahí que toda cita de él sobre Norteamérica se selle con la inquietud, con el miedo de lo que se cernía sobre el continente americano. Como expresa Salvador Morales:

Bolívar pertenece a la época de ascenso revolucionario de la burgue- sía europea, cuando las ideas de los enciclopedistas estremecían al Viejo y al Nuevo Mundo casi al unísono. En cambio Martí, es testigo y actor de los comienzos de una nueva fase en el desarrollo de la socie- dad capitalista, la fase imperialista, en el cual no queda ni la sombra, ni el recuerdo, de las capacidades revolucionarias de la burguesía35

Y en este aspecto de los estados Unidos, no se debe recalcar la conti-

nuidad de ideas sino la distinción de épocas. Destaca Martí en Nuestra América:

El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos36

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José Martí: Ob.Cit. p.163 Salvador Morales: Ob.Cit. p. 20 José Martí: Ob. Cit. p. 167

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también: ...otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce...37

Martí fue antimperialista más allá de la acepción maniquea del térmi-

no, porque fue americanista, y lo que observó y escribió estuvo encamina- do a la relación visceral, de conveniencia, que los Estados Unidos preten- dían respecto a América, y temió por esa dependencia económica, cultural y política, que cien años después, aún caracteriza a los países del continen- te frente a su vecino norteño.

Nuestra América constituye la palabra premonitoria sobre los Esta-

dos Unidos; en ella se sintetiza, en las postrimerías de un siglo, la verdad que estremecería al siguiente, el carácter verdadero de una nación que ju- gaba al papel de protectora y de vecina indulgente con la convocatoria de un Congreso para la concordia. Arrebató Martí la máscara de ese rostro, y ese gesto, su ensayo, se convirtió en el grito avizor del peligro de subordi- nación que acechaba. VII. LA CIRCUNSTANCIA DE CUBA Y DE PUERTO RICO

Sin embargo, la Carta de Jamaica abordó la problemática de Cuba,

de Puerto Rico -que Martí ni siquiera citó-, islas que para aquel año de 1815 se erigían en las dos colonias españolas de estabilidad en la región. Aunque para cuando se concibió Nuestra América ya había acontecido la Guerra de 1868 en la mayor de las Antillas y se preparaba la de 1895, a grosso modo, la situación no se diferenciaba de la que El Libertador esbo- zó en su manifiesto jamaicano.

A lo largo de su carrera militar, Bolívar había planeado la liberación

de las islas, proyecto que por causas no determinadas, obvió con posterio- ridad, debido, quizás, a la cantidad de suministros y dificultades materiales que acarrearía una expedición de tal magnitud; o, a lo mejor pensaba que con la dependencia de Cuba y de Puerto Rico, España calmaría sus ímpetus de reconquista en Tierra Firme.

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Ibídem, p. 166 34

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...Bolívar fue informado acerca de la “interposición de los Estados Unidos para que suspendamos toda empresa hostil contra la isla de Cuba porque puede malograrse la negociación que tiene pendiente a fin de que Rusia influya en Madrid a favor de nuestro reconocimien- to... Yo haré contestar en términos equívocos a fin de no desairar la interposición ni declarar que suspendemos nuestros preparativos...” Es evidente que el juego diplomático de Henry Clay motivado por la iniciativa de Bolívar, paralizó la invasión proyectada.38

En su misiva a Cullen, retrató con datos más demográficos que espe-

culativos, el estado de Cuba y de Puerto Rico, a las que no les “arriesga el resultado de sus cavilaciones” como al resto de América, y de ellas destacó que “son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del contacto con los independientes” 39

Mientras Martí, no afloró en el ensayo sus sentimientos hacia ellas,

ya que respondía con él a una generalización, y por no dar a entender pre- ferencias por su Patria en un estudio más abarcador que específico; en rea- lidad, cuando profundizó sobre las dos islas es en el mes de abril de 1894, en “El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”:

...la independencia de Cuba y Puerto Rico no es sólo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo jus- to a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispen- sable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre...40

TERCERA PARTE - LA UNIDAD AMERICANA: UTOPÍA EN DOS TIEMPOS I. La unidad americana

El ideal de una América unida se erige en la voluntad de escritura de

ambos documentos. Es la semilla en donde germinan las demás reflexiones y la génesis desde la cual alcanzan altura y se dimensionan los postulados po- líticos. La Carta de Jamaica y Nuestra América constituyen, ante todo, la proyección de una utopía, febril en su objetivo, delirante en su concreción.

_____________ Tomás Polanco Alcántara: Ob. Cit. pp. 806-807 Simón Bolívar: Ob. Cit. p. 37 José Martí: El alma de la revolución y el deber de Cuba en América. En: Letras Fieras. Editorial Letras Cubanas, 1981. p. 118

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Pero este sueño de integración tuvo en Francisco de Miranda su pri- mer hacedor. Tanto como los libros que le aportaron datos precisos para la comprensión de América, el pensamiento mirandino creció en Bolívar, so- cavando para salir a la superficie, con ímpetu, en 1815, en la Carta de Jamaica. Al respecto, plantea Polanco Alcántara:

La preocupación de Simón Bolívar por la existencia de América como un todo integrado fue debida a la influencia de Francisco de Miran- da, sin negar sus propias preocupaciones, estudios y observaciones. No se nota en el pensamiento de Bolívar, antes de su visita a Londres en 1810, una clara visión americana. En cambio, Miranda tenía esa idea como constante fundamento de su ideología politica.41

En Bolívar, su aspiración cobró realidad al lograr mantener por un

tiempo, bajo la égida unitaria, en la Gran Colombia Bolivariana, a Vene- zuela, a la Nueva Granada -que incluía a Panamá- y a Ecuador; en Martí no sucedió así. Desigual transcurrieron los años, distintos sus protagonis- tas, porque cuando El Libertador se empeñó en extender su desvelo de unidad americana, la concepción de nación* no existía, la referencia era América, no una nación determinada y aún no se había asumido la indivi- dualidad que, para la época de Martí, ya se tenía. Se hacía más viable, más posible, pese a las circunstancias adversas, agrupar a los pueblos en un mismo estandarte: se decía América y se decía todo.

¿No es la unión todo lo que se necesita para... expulsar a los españo- les, a sus tropas y los partidarios de la corrompida España para ha- cerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre y leyes benévolas?42

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Tomás Polanco Alcántara: Discurso de respuesta a Elías Pino Iturrieta con motivo de su incorporación como Individuo de Número de la Academia nacional de la Historia. Caracas. Academia Nacional de la Historia, 1997. p. 60. Para el concepto de nación nos atendremos al del historiador y filósofo francés Ernest Renan (1823-1892), quien nació, al otro lado del continente americano, en los mo- mentos de esplendor de la acción de Bolívar y que desarrolló su obra intelectual bajo la madurez de un Martí escritor y político; un hombre eminentemente del siglo XIX, “La nación: gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios realiza- dos y los que se realizarán en caso necesario, lo cual presupone un pasado y se resu- men en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común”. Evidentemente, el caos de Venezuela ex- cluía toda razón de nación. (Tomado de: Diccionario Enciclopédico Ilustrado Gran Omeba. Buenos Aires, 1966. T. 8. s/p.) Simón Bolívar: Ob.Cit. p. 59

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En su respuesta al caballero Henry Cullen, Bolívar apunta a la unifi- cación pero más política que de espíritu, aunque imposible negar que éste sea el apoyo de la primera. En la cita anterior, se percibe la integración como el arma real para la derrota de la metrópoli y como la certeza de que con ella terminará su dominio. De esta manera, profundizaba:

Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración... Yo diré a Ud. Io que puede ponernos en acti- tud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión, ciertamente...43

Sin embargo, el propio Bolívar sabía de “climas remotos, situaciones

diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes”44 y de “los morado- res... muchas veces errantes..., perdidos en medio de los espesos e inmen- sos bosques, llanuras solitarias y aisladas...”45 que conspiraban contra la cohesión del continente, y precisamente en este conocimiento radicó la grandeza del pensador: pese a advertir estos obstáculos, insistió en su idea, y la condujo hasta sus consecuencias más extremas, hasta la decepción que le originó el pesar de sus últimos días: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo...¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!”46 o: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.”47

Sólo por su nombre, Nuestra América, se revela la esencia de la doc-

trina martiana de la unidad. En el decursar de Bolívar a Martí, se visualiza lo que él siempre señaló en sus juicios: el distanciamiento de lo político, de lo estatal, para darle entrada a una preocupación vital: la unificación de espíritu. En verdad, para 1891 poco se podía inventar en el concierto de naciones, ya que las que estaban poseían, mal que bien, conciencia de indi- vidualidad, de sus “supuestos” perfiles geográficos y políticos y de sus situaciones respecto a las otras; lo conocía también Martí, y ello no le ame- drentó su sueño, al igual que le ocurrió a Bolívar.

_____________ Ibídem, pp. 60-61 Ibídem, p. 58 Ibídem, p. 41 Ibídem, p. 58 Ibídem, p. 51

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Por eso cuando escribía “...del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva” 48 no ocultaba su esperanza de ver un continente renovado, de pueblos fundidos en un solo, ancho por corazón y por propósitos; y si expresaba “...el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma...”49 recono- cía, entonces, la posibilidad de comunión entre las naciones americanas, para que fructificara la unidad que ansiaba.

Pero en Martí este anhelo entraña, a la vez contradicción; aparece

marcado por la incertidumbre que venía de sus análisis de la raíz del hom- bre americano, de esa condición de mestizaje que convertía al continente y a sus habitantes en una entidad distinta a la del resto del mundo. Como aprecia Fernández Retamar: “Martí diseña en el exterior un proyecto gran- dioso para nuestra América, pero en su interior teme por la no realización de ese proyecto, que incumbe a países que ni son colonias del todo ni han dejado enteramente de serlo”50 Nuestra América es, por ese temor laceran- te que sentía Martí, el aliento para llamar a la unificación, el deseo de alejar de sí mismo la idea de que no fuera viable su proyecto. A partir de este ensayo, sus artículos reforzarán este ánimo: “Nuestra alma es una, y la sé...; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca exten- sión caprichosa de ella.”51. Corría el 18 de mayo de 1895, un día antes de su muerte. II. El sistema político más adecuado para América

El examen de este índice se deriva de la noción anterior de unidad. Lo

que Bolívar propuso, Martí lo confirma después: la conveniencia de las repúblicas. Pero primeramente, El Libertador se detuvo en su Carta en las dificultades de las monarquías y de las formas democráticas y federales, concluyendo que, para ese momento, no resultaba ni factible una gran fe- deración para América:

____________ José Martí: Ob. Cit., p. 167 Ibídem, p.166 Roberto Fernández Retamar: “Prólogo”. En: José Martí: Nuestra América. La Haba- na. Casa de las Américas, [s.f.], p. 12 José Martí: Carta a Manuel Mercado. En: Letras Fieras. La Habana. 1981, pp 138-139

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...las instituciones perfectamente representativas, no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales... En tanto que nues- tros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas entera- mente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que ven- gan a ser nuestra ruina.52

Más adelante:

Supongamos que fuese el istmo de Panamá, punto céntrico para to- dos los extremos de este vasto continente, ¿no continuarían éstos en la languidez y aun en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo, sería necesa- rio que tuviese las facultades de un Dios, y cuando menos las luces y virtudes de todos los hombres.53

Y más:

Muy contraria es la política de un rey cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas, y facultades...54

Hasta resumir:

Por estas razones pienso que los americanos ansiosos de paz, cien- cias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos...55 (Los subrayados de las citas corresponde a DG)

¡Cuánto de vaticinio recogen estas frases! ¡Cuánto de experiencia

guardadas, de cavilaciones exactas sobre América! En repúblicas se levan- taron los pueblos, en repúblicas se desarrollaron y en repúblicas continúan hasta el presente, inclusive quienes pasaron por dictaduras: República del Brasil (como lo afirmó), República de Chile, República de Argentina, y así sucesivamente, hasta llegar Bolívar, con su reflexión, a Venezuela y argüir los presupuestos que la actualidad ha erigido credo:

En Caracas el espíritu de partido tomó su origen en las sociedades, asambleas, y elecciones populares; y. estos partidos nos tornaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que

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Simón Bolívar: Ob.Cit., pp. 50 Ibídem, pp. 51-52 Ibídem, p. 53 Idem.

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más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma democrática...56

Asumida por Bolívar en 1815 la idea de república como la más conve-

niente, ésta volverá a la palestra en Nuestra América, pero con un agregado: la necesidad de que los gobiernos que guíen estas repúblicas se cohesionen con las cualidades propias de ellas, que sean cónsonos con su naturaleza: Martí reclamaba gobernantes patrios, con una visión ante todo, patria:

... el buen gobernante en América es... el que sabe con qué elemen- tos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce...57

Y:

El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país... Gober- nante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.58

Es decir, a la postulación de república que defendió Bolívar, Martí le sumó su consideración de lo autóctono como categoría que debía investir al conductor de la república, y le añadió una percepción que retrata a la América de hoy: “En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno.”59 También en el pensador cubano se produjo el anticipo que alumbrara a Bolívar res- pecto a las repúblicas.

III. El futuro de los pueblos americanos

Para cerrar la concatenación que se desprendió de la idea de unidad,

faltarían los designios para el futuro de la región, que los estudiosos de Bolívar y de Martí han coincidido en denominar “augurios” o adelantos y que los dos estrategas esbozaron en sus documentos. Vale tomar en cuenta, sin embargo, lo que Acosta Saignes destacó acerca de las “profecías” de Bolívar:

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Ibídem, p. 50 José Martí: pp. 161-162 Ibídem, p.162 Idem.

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La mayor parte de los historiadores... insisten hasta el cansancio estéril en la condición de profética de esa pieza política. Ciertamente Bolívar como todos los genios de la acción, pudo ver en medio de la maraña sociológica hasta donde no alcanzaban las miradas de muchos de sus contemporáneos. Pero no porque fuera una especie de augur..., sino porque era un combatiente con un propósito. Su más cabal predicción se fundió con su propia actividad: la libertad de América...60

De México, El Libertador esperaba una república representativa, con

atribuciones para el poder ejecutivo de una persona, que de gobernar bien, conservaría su autoridad, pero también “si el partido preponderante es mi- litar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que... declinará en absoluta”60 61 y lo cual se hizo realidad, primero con Agustín de Iturbide en 1822 y luego, en 1864, con el emperador Maximiliano de Austria. Acer- ca de los estados centroamericanos, convino que por el istmo de Panamá disfrutarían de un comercio sin igual con el mundo, y que integrarían una asociación (para 1824, se agruparon en las “Provincias Unidas de Centro América”). Increíble resulta como vislumbró que Argentina caería bajo una dictadura -la de Rosas en 1835, por ejemplo- y que a Chile correspon- dería mantenerse largo tiempo en “las justas y dulces leyes de una repúbli- ca”62, mientras que el Perú detalló, además de la tiranía mestiza y de la humillación contra el indígena que todavía adquiere niveles aterradores, y por lo cual, como pueblo, no ha conseguido “recobrar su independencia”63

un punto interesante: “Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la de- mocracia..., preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecu- ciones tumultuarias y por establecer un orden siquiera pacífico” 64 que se sustentaría entre 1845 y 1862 con el mando del General Ramón Castilla.

Respecto a Venezuela y a Nueva Granada enfatizó: “si llegan a conve-

nirse en formar una república central” 65 ¿presentía Bolívar la separación hostil que sucedió a meses de su muerte? Acierta en la constitución de un poder ejecutivo (jamás hereditario), con una cámara o senado legislativo y un cuerpo legislativo; y en que Nueva Granada convendría en un estado solo, “porque es muy adicta a la federación” 66 Aunque no lo suscribió a

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Miguel Acosta Saignes: Ob.Cit. p. 189 Simón Bolívar: Ob.Cit. p. 54 Ibídem. p. 56 Ibídem. p. 57 Idem. Ibídem. p. 55 Ibídem. p. 66

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una república determinada, adelantó que algunas “devorarán sus elemen- tos” 67 y acaso, ¿no aconteció ello en la propia Venezuela durante la Guerra Federal?

No tan explícitamente como Bolívar en la Carta de Jamaica, Martí ofre- ce, a través del ensayo, su visión futura de América, que inunda como afluente subterráneo toda la lectura, nutriendo con sus ideas un espacio esencial: “con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores” m que se demostraría en el siglo precedente con la Revolución Mexicana (1910) y con la Cubana (1959), sin enjuiciar por qué direcciones enrumbaron después. Y:

Algunas repúblicas... se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez pa- seaba en un coche de muías, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón... otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas.'’69

Con situaciones definió, más que por países como hiciera Bolívar, el

porvenir que tocaría a América: el derroche (inherente a la mayoría de los gobiernos del continente); el desarrollo acelerado, por prisa destructivo (las grandes ciudades brasileñas, por ejemplo, que se edifican sobre la sel- va aniquilada); las rivalidades entre vecinos (Perú-Ecuador, Venezuela- Colombia, Argentina-Chile); y un exacerbado espíritu de guerra como fal- so símbolo de identidad (México, sobreviviente de tantos enfrentamientos). De estas calamidades, no se cansó nunca de alertar Martí.

Tanto en la Carta de Jamaica como en Nuestra América las miradas

hacia una utopía están centradas en el futuro: en Bolívar, como captó Mijares, “no animado por el rencor, sino por legítimas esperanzas de un mundo mejor7'1 en Martí, cuando se regara “la semilla de la América nueva”71 y comenzara entonces la obra de los pueblos en el venidero siglo: conocerse y unir voluntades.

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Ibídem. p. 67 José Martí: Ob. Cit. p. 164 Ibídem, p. 166 Augusto Mijares: El Libertador. Caracas. Academia Nacional de la Historia, 1987. p. 287 José Martí: Ob. Cit., p. 167

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