Amor a Primera Letra

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AMOR A PRIMERA LETRA Soy Sandra, vivo en Montevideo. Voy a trasmitir algo de la historia de amor que me unió al poeta Aristóteles España, Tote o Toti para los cercanos. Amor a primera letra, derroche gozoso de palabras que cruzaban la Cordillera de los Andes, yendo y viniendo entre Chile y Uruguay… Les contaré también en qué circunstancias recibí y guardé numerosos poemas que escribió en su último tiempo de vida. Una parte de ellos se publican en el libro Poemas de amor de Aristóteles España de Valparaíso a Montevideo, que se presenta en Buenos Aires el 5 de octubre de 2012, el día de su cumpleaños. El libro es compilado por La Pata de Liebre, grupo impulsado por su primo, compañero de militancia y gran amigo, José Cárcamo, quien hace posible concretar la publicación. El profundo sentido del nombre que adoptamos los compiladores se entenderá más adelante en este relato. Conocí a Tote, cuando me escribe un mail desde Valparaíso, el 22 de marzo de 2010. Él tenía cincuenta y cuatro años, yo cincuenta. Llamaré cartas a estos mails porque la nuestra fue una relación amorosa que cobró sus mayores vuelos y hondura en la comunicación epistolar. Ese gran poeta chileno, luchador valiente y generoso, acababa de perder el lugar donde habitaba, a causa del terrible terremoto que asoló a Chile, el infausto 27 de febrero de ese año. Teníamos una amiga uruguaya en común, Laura Blanco, que a través de otros poetas amigos, Julio Leites, de la Patagonia Argentina, y Elder Silva, uruguayo, había leído su libro Dawson. Esta obra, que aúna lo lírico y heroico, no es conocida en Uruguay, mi país. Así ocurre con tantos tesoros artísticos de nuestra América, que estando bien a mano, son ignorados de un país a otro en esta era de engañosa globalización. Laura quedó hondamente conmovida por tal tragedia humana. Su sensibilidad de poeta la hizo calibrar la calidad de la palabra literaria de Aristóteles. Por ello buscó contactarlo por correo electrónico. “Yo

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Narración de Sandra

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AMOR A PRIMERA LETRA

Soy Sandra, vivo en Montevideo. Voy a trasmitir algo de la historia de amor que me unió al poeta Aristóteles España, Tote o Toti para los cercanos. Amor a primera letra, derroche gozoso de palabras que cruzaban la Cordillera de los Andes, yendo y viniendo entre Chile y Uruguay…

Les contaré también en qué circunstancias recibí y guardé

numerosos poemas que escribió en su último tiempo de vida. Una parte de ellos se publican en el libro Poemas de amor de Aristóteles España de Valparaíso a Montevideo, que se presenta en Buenos Aires el 5 de octubre de 2012, el día de su cumpleaños. El libro es compilado por La Pata de Liebre, grupo impulsado por su primo, compañero de militancia y gran amigo, José Cárcamo, quien hace posible concretar la publicación. El profundo sentido del nombre que adoptamos los compiladores se entenderá más adelante en este relato.

Conocí a Tote, cuando me escribe un mail desde Valparaíso,

el 22 de marzo de 2010. Él tenía cincuenta y cuatro años, yo cincuenta. Llamaré cartas a estos mails porque la nuestra fue una relación amorosa que cobró sus mayores vuelos y hondura en la comunicación epistolar. Ese gran poeta chileno, luchador valiente y generoso, acababa de perder el lugar donde habitaba, a causa del terrible terremoto que asoló a Chile, el infausto 27 de

febrero de ese año.

Teníamos una amiga uruguaya en común, Laura Blanco, que a través de otros poetas amigos, Julio Leites, de la Patagonia Argentina, y Elder Silva, uruguayo, había leído su libro Dawson. Esta obra, que aúna lo lírico y heroico, no es conocida en Uruguay, mi país. Así ocurre con tantos tesoros artísticos de nuestra América, que estando bien a mano, son ignorados de un país a otro en esta era de engañosa globalización. Laura quedó hondamente conmovida por tal tragedia humana. Su sensibilidad de poeta la hizo calibrar la calidad de la palabra literaria de Aristóteles. Por ello buscó contactarlo por correo electrónico. “Yo

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me conectaba con Tote desde un lugar muy primario e inexplicable, como si un lazo prehistórico nos conectara. Tote también lo sentía...”, me confiesa ella también en comunicación por mail.

En los primeros contactos, Tote me escribe: “Hablamos

mucho con Laura, de estos tiempos y de aquellos. Le conté que estaba solitario, que soy un solitario, y le pregunté si ella conocía una mujer uruguaya afín a mi imaginario” Ella pensó en mí, como diría posteriormente Tote, “nos imaginó juntos”.

Sin duda era un hombre interesante de conocer, un ser

humano de una enorme riqueza, como fui descubriendo en nuestro nutrido intercambio. Una vida intensa, fructífera y muy dura a la vez, que dejó en él heridas imborrables, un sufrimiento, un desasosiego existencial siempre presente.

“¿Habrá que ser valiente para cartearse con un poeta?”, le

pregunté y me pregunté, en esos primeros mails. En la aventura de construir nuestro vínculo de amor, los dos fuimos valientes, porque fuimos auténticos, nos expusimos uno con el otro; ninguno salió ileso y por eso mismo cada uno se transformó.

Hubo una enorme alegría al encontrarnos y también sufrimiento, angustia, más de lo que podía imaginarme, pero sin duda valió la pena. Cada uno puso lo mejor de sí, el corazón, aunque recorriéramos las tonalidades agridulces, las luces y sombras que hacen real y significativo un vínculo. Al hablar de los sentimientos que nos unían, estoy en plena materia, la materia prima desde la que se generó la poética singular que transitaba Aristóteles España en ese momento, plasmada en sus últimos poemas de amor *

Entre las muchas cosas conversadas, Tote me confió sobre varios momentos en los que atravesó quiebres emocionales. En el campo de concentración de Dawson, donde fue recluido con 17 años, fue capaz de escribir un canto a la vida en medio del horror. Dejó así un testimonio histórico invalorable y una enseñanza de dignidad humana plenamente vigente. Y de allí salió para continuar viviendo, amando y creando. Pero las marcas de los

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daños padecidos no lo abandonaron nunca totalmente. Estaban igualmente las huellas de una niñez que aunó lo maravilloso y lo trágico. Siguieron a la prisión, los desarraigos del exilio o de ser “relegado” en su propia patria; tantos sacrificios personales. También la vida compartimentada y en continuo peligro, propia de la situación de clandestinidad, ligada a su resistencia incesante desde Buenos Aires, a la tiranía cruel que se mantuvo por muchos años en su país. Su vocación de lucha y su solidaridad visceral lo llevaban a lanzarse sin medir riesgos en pos de lo que creía justo.

Su sensibilidad extrema lo hacía muy vulnerable, sobre todo

al golpe de la mezquindad y la crueldad. Esta sensibilidad especial, lo hundía y lo salvaba, era fuente frondosa de su creación poética y de su enorme fragilidad. Ni la creatividad ni el amor podían recubrir todas las llagas, exorcizar todos los demonios, enjugar tanta pena por la muerte que lo rodeó y se llevó a tantos de sus amados compañeros.

En los primeros meses de nuestro “carteo” se sentía con

renovados ánimos para retomar a pleno la difusión de su producción poética y lo que había sido en otros momentos una prolífica actividad como cronista literario. Planeaba reabrir su Editorial La Pata de Liebre, en la que dio difusión a la obra de tantos escritores, junto con la propia. Como primer paso de este camino, armó su blog literario lapaginadearistotelesespaña, momento que compartí muy cercanamente, aunque nos encontrábamos cada uno en su respectivo país. En este espacio dará difusión al poema Mariposa Uruguaya, que escrito a los pocos días de la primer carta, el 28 de marzo, canta el anhelo de un amor, apenas avizorado, pleno ensueño aún como esa mariposa que inventa para nombrarme.

En esa etapa inicial de tanta ilusión, las cartas, el chateo, las

fotos, las llamadas telefónicas, alimentaban las ganas y los nervios de conocernos personalmente, del encuentro frente a frente, que se dio en tres inolvidables momentos: Buenos Aires, Valparaíso y Montevideo. Guardaré por siempre el recuerdo de su inmensa ternura, de su conmovedora hambre de cariño, de su risa,

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sus juegos, su bromear de niño, de los momentos que cantábamos juntos. Además quería que le enseñara a bailar, pero eso, como otras cosas, no pudo ser.

Convocaba todas mis facetas femeninas, la mujer, la madre,

la poetisa oculta (a quien él bautizó su poeta clandestina), también la niña, que lo seguía con naturalidad en sus momentos de vivir en estado de juego. Tote imaginaba un futuro de los dos. Anhelaba una vida común y corriente, que había relegado durante años en pos de la lucha por sus ideales, y a su vez se había visto truncada por los declives emocionales y momentos de aislamiento que lo aquejaban. Él se aferraba a la creencia de que él amor podía, esta vez, salvarlo.

Yo por mi parte creía en él, con candor e intensidad. Hoy

me parece, que le estaba brindando algo esencial para su momento de vida: una mirada fresca, nueva que renovaba la esperanza, lo hacía reencontrar zonas extraviadas de su propio sentir y volver a confiar en cuanto realmente valía, luego de haberse sentido despojado en muchos sentidos.

Tote tenía la capacidad de contagiarme cada uno de sus

sueños, que yo hacía mío, sin medir consecuencias ni posibilidades de realización. Es que su soñar era tan potente, tenía tanto brillo, que encandilaba, y podía visualizarse como un espejismo hecho real.

¿Pero qué es lo real? Yo creo que la ilusión es una verdad,

es una realidad tan valedera y necesaria como aquella de lo que es medible o palpable; son dimensiones que se sustentan una a la otra. El arcoíris que se presenta ante nuestros ojos no es una irrealidad, sino que muestra otra dimensión de la luz: devela los colores que la componen sin que podamos verlos, cuando percibimos su otro estado, el habitual, de aparente transparencia.

Al decir de Edgar Morin, en el libro Amor, poesía y

sabiduría, que le presté a Tote, que leímos en parte juntos, la vida

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es poesía y prosa entrelazadas, y amor y poesía dan sentido al vivir... Locura y sabiduría se aúnan en la esencia de lo humano…

Éramos muy distintos Tote y yo, en historias, modos de ser

y de vivir, pero totalmente afines en esta visión del mundo. Esta afinidad palpitaba en la experiencia de estar, de ser juntos.

Me referiré ahora a las peculiares circunstancias vitales en

las que emergen y recibo los poemas que viajan de Valparaíso a Montevideo.

Se me hace difícil permanecer sentada y escribir, me invade una pena honda, me inunda nuevamente el dolor inmenso de Tote, la tristeza de su final y de haberlo perdido. Pero todo esto tengo que escribirlo para que se calibre su renovado gesto heroico, que en esta instancia significaba mantener el amor, cantarlo en sus poemas, en medio de otra caída, en la agonía de la que ya no logró recuperarse, como tantas otras veces sí lo había hecho.

No es lo que importa ahondar en los detalles del proceso tan

duro y complejo que se desencadenó el último año de vida de Tote, ni en sus motivaciones, que quizás ni siquiera sean claramente discernibles. Son recuerdos dolorosos, para todos los que de algún modo estuvimos en contacto con él, constatando cómo su estado anímico y su salud física se deterioraban sin retorno.

Hago hincapié en ello porque justamente en medio de ese

quiebre y declive, brota con toda su intensidad y pureza la poesía de amor de sus últimos tiempos.

Entre los meses de junio a setiembre del 2010 chateamos

casi diariamente con Tote. El carácter lúdico, vital de nuestra comunicación, plena de emoción y sensaciones intensas, fue decayendo; su modo de expresión se iba llenando de opacidades, tinieblas. En ese período me envía varios poemas por día, a la vez que chateábamos. Poemas sin corregir, me advierte. Por mi parte, yo esperaba que en una hora aproximada, apareciera por mi gmail, y simplemente charlábamos. Cuando todo andaba

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relativamente bien “nos hacíamos cariño”, como dicen los chilenos. Lo acompañaba lo mejor que podía. Recibía todos esos textos poéticos, los leía rápidamente y los guardaba según su pedido. Recién después de su pérdida, los fui pasando a archivo Word, uno por uno, acalambrando mis dedos, en incontables horas. Cuando los tuve todos juntos, los imprimí y los leí muchas veces. Así fui rescatando las piedras preciosas que este archivo contenía.

Los últimos dos encuentros, en julio en Valparaíso y en

setiembre en Montevideo, si bien ya lo encuentran en plena crisis y con una salud que se va desgastando, igual fueron hermosos para los dos, conmovedores. La magia del enamoramiento mantenía su potencia. En mi ciudad escribirá cuatro poemas .

Quiero reflexionar algo más sobre el momento poético por

el que transitaba. Luego de hacer un replanteo existencial como el que expresa tan conmovedoramente en su poema “La facultad poética del mundo interior”, Tote anhelaba reencontrarse con su propia capacidad de sentir, y que esta integración personal plasmada en el vínculo amoroso, hiciera marca en su territorio esencial, el de la poesía. Él me transmitía que percibía un cambio en su modalidad poética, que lo hacía muy feliz, porque se conectaba con este anhelo afectivo. De esa fuente deseante, creo yo, brotaron los poemas de amor de Valparaíso a Montevideo.

Cada relación amorosa entre un hombre y mujer es única,

irrepetible, así fue la nuestra. Cada pareja de enamorados se enlaza a su modo y cada vez que ese milagro terrenal se reitera, se siente que es la primera vez, la única, y eso es verdad mientras perdura. En el transcurrir de su vida, Tote tuvo a su lado mujeres valerosas, leales, generosas en su entrega afectiva, que lo acompañaron y sin duda supieron hacerlo feliz y aliviaron en lo posible su angustia existencial.

En la época que vivimos nuestra relación, él intuía que se

acercaba al tramo final de su existencia, aunque tuvo la esperanza de tener más tiempo por delante y una calidad de vida diferente.

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Esta intuición de estar en sus últimos años, la dejaba entrever en muchas conversaciones conmigo, y con otra gente amiga con la que intercambiamos.

Como en el inicio de su obra literaria, La guitarra de los

sueños, libro editado a los 15 años, los poemas que viajan de Valparaíso a Montevideo cantan con voz cristalina el amor y la pasión de un hombre hacia una mujer. Habiendo pasado cuatro décadas entre un momento y otro, los poemas aquí compilados están atravesados por múltiples desgarros que aún no se avizoran en los primeros; tienen a su vez la profundidad y sutileza que da la experiencia de vida y el oficio literario. Yo creo que estos poemas del final catalizan y sintetizan variados sentires, que brotaban y se nutrían de la relación sentimental que compartíamos, pero también amalgamaban, decantaban afectos, emociones, de otras experiencias, condensaban diversos personajes e historias del periplo vital de Aristóteles España.

POESÍAS QUE PASEAN POR MONTEVIDEO

En Montevideo, casi nadie sabe, ni en los ámbitos literarios, quién es Aristóteles España; así es por lo menos al momento de la publicación de este libro…

Cuando lo recibo en mi casa, hacemos una reunión de

amistad y poesía, donde conocerá personalmente a Laura Blanco, y a algunos amigos y poetas.

En esta visita a mi tierra, me invita a compartir lo que él

llamaba rituales, que realizaba en cada nueva ciudad, como parte de un existir poético-novelesco en el escenario del mundo.

Así es que paseamos por mi ciudad, que yo le mostré desde

mi cotidianidad y él me la presentó desde su peculiar mirada y andar, por aquí y por allá, entablando pintorescas conversaciones con la gente, que se abría a él de un modo sorprendente. Esta manera lúdica de ser, estuvo presente en nuestros tres encuentros

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en tres ciudades, y sabían muy bien de ella los distintos seres cercanos con los que conversé sobre él.

En el silencio de una iglesia, acostumbraba a rezar por sus

compañeros muertos; esta vez lo hizo junto a mí en la Catedral. En ese silencio respiramos juntos un aire de paz y profundo amor.

En Montevideo, como en tantas otras ciudades del mundo,

se sentó en un café a leer poesías de algunos de sus maestros poetas chilenos. Estando juntos en la Ciudad Vieja, un sábado primaveral, me leyó poemas de Enrique Lihn y de Jorge Teillier. Cómo querría tener grabada su voz de aquel instante… Son esos rastros perceptivos que el tiempo va diluyendo. Pero nada me roba el momento vivido, estar al lado de él, vibrar con la fuerza que tomaba esa voz cuando recitaba poesía.

También me contó que creaba algún poema en cada país que

visitaba. En realidad él creaba poéticamente día a día, pero al llegar a un nuevo destino en su viaje, sentía la necesidad de realizar ese ritual artístico. Escribió frente a mí, dos poemas en mi casa. “Para Sandra en su entorno íntimo”, estampó como dedicatoria en uno de ellos. Otros dos se inspiraron en los sones de un cantante callejero y en el sabor dulzón del Medio y Medio, bebida espirituosa típica en Montevideo, que se paladea en Roldós, emblemático bar del Mercado del Puerto.

La otra reunión que tuvimos fue con mi hija menor, Maren,

y su novio, ambos de veinte y pocos años. Esta relación a distancia con un poeta, rodeada de circunstancias complejas, supongo que sorprendió a mis hijas. Es comprensible; salía de los parámetros habituales en los que se había desarrollado mi vida hasta el momento. A pesar de esto, la comunicación se entabló de inmediato y con facilidad. Tote tenía una conexión fluida con la gente joven, y con ellos desplegó el magnetismo de su historia de vida tan interesante, en un clima distendido.

Días después del retorno de Tote hacia Chile ocurrió un

extraño suceso en mi hogar. Los libros de poemas que él había

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traído para regalar, habían desaparecido. ¿Había sido obra de ladrones? En Uruguay, hasta donde yo sé, no se roban libros de poesía. Seguí investigando el asunto y resultó que Maren había tomado en préstamo, sin permiso, esos libros, que a su vez prestó a amigas y amigos. El ejemplar escaneado e impreso de Dawson ya me lo había pedido para leer su novio.

En un rato, Tote había logrado iniciar una cadena de lectura

de poesía en un grupo de jóvenes, sin ningún gesto voluntario aparente. Este suceso se lo conté en una de mis cartas, e imagino su sonrisa al leerlo y su total acuerdo con el gesto libertario de tomar la poesía por asalto, para repartirla entre los que quisieran apropiarse de ese bien, donado a los otros, todos, sin fronteras.

“El mundo no puede terminar/porque las palomas y los gorriones/ siguen peleando por la arena del patio”… Así dicen a pleno poema Teillier y Aristóteles (fragmento del poema “El fin del mundo”, de Jorge Teillier, que me leyó Tote).

Sandra