AMISTAD REMOTA

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TRAMA EL SECRETO DE PUENTE VIEJO La acción transcurre en La Casa de Comidas, Alfonso se encuentra leyendo el periódico en la barra mientras Emilia atiende las pocas mesas que, a esas horas, a punto de llegar la noche se encuentran ocupadas. Rita hace acto de presencia y, quitándose el delantal se dirige al feliz matrimonio diciéndoles - Si no van a necesitar nada más por hoy, me gustaría llegar pronto a casa, hoy ha sido un día muy ajetreado con la llegada de esos nuevos clientes y me encuentro exhausta. - Tranquila Rita, tranquila, por hoy has hecho más que suficiente-le responde Emilia-Anda, ve a descansar que te lo mereces y nos vemos mañana. Una vez Rita abandona el establecimiento, Emilia se dirige a los parroquianos haciéndoles saber que están a punto de echar el cierre y que por favor sean tan amables de obrar en consecuencia. Estos obedecen y marchan. Emilia se acerca a Alfonso al que ve ensimismado en la prensa con la cara sonriente. - Y ahora, ¿puedo saber a qué se debe esa sonrisa?, porque te recuerdo que últimamente los diarios no suelen ser proclives de noticias alegres o para tomarse a guasa que digamos. - No, Emilia, no-le dice Alfonso- no me estoy riendo ante ninguna noticia, sino ante una nueva sección del periódico. Mira escucha: “Amistad por correspondencia: ¿quieres tener amigos de todos los lugares de España sin tener que viajar a ellos? Pon tu anuncio aquí indicando

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Trama para ESDPV

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TRAMA EL SECRETO DE PUENTE VIEJO

La acción transcurre en La Casa de Comidas, Alfonso se encuentra leyendo el periódico en la barra mientras Emilia atiende las pocas mesas que, a esas horas, a punto de llegar la noche se encuentran ocupadas.

Rita hace acto de presencia y, quitándose el delantal se dirige al feliz matrimonio diciéndoles

- Si no van a necesitar nada más por hoy, me gustaría llegar pronto a casa, hoy ha sido un día muy ajetreado con la llegada de esos nuevos clientes y me encuentro exhausta.

- Tranquila Rita, tranquila, por hoy has hecho más que suficiente-le responde Emilia-Anda, ve a descansar que te lo mereces y nos vemos mañana.

Una vez Rita abandona el establecimiento, Emilia se dirige a los parroquianos haciéndoles saber que están a punto de echar el cierre y que por favor sean tan amables de obrar en consecuencia. Estos obedecen y marchan. Emilia se acerca a Alfonso al que ve ensimismado en la prensa con la cara sonriente.

- Y ahora, ¿puedo saber a qué se debe esa sonrisa?, porque te recuerdo que últimamente los diarios no suelen ser proclives de noticias alegres o para tomarse a guasa que digamos.

- No, Emilia, no-le dice Alfonso- no me estoy riendo ante ninguna noticia, sino ante una nueva sección del periódico. Mira escucha: “Amistad por correspondencia: ¿quieres tener amigos de todos los lugares de España sin tener que viajar a ellos? Pon tu anuncio aquí indicando tus señas y, quién sabe, igual recibes cartas tanto del norte, como del sur, como del este u oeste”.

- Y, según tú, ¿la gracia donde está?

- Vamos a ver Emilia, ¿de verdad tú enviarías misivas a una desconocida?

- Quién sabe, sería una desconocida al principio, pero con el paso del tiempo…Además, que tampoco iba a escribirle nada que no se pudiera narrar. Y… ¿dónde dices que hay que mandar las señas para el anuncio?

- Ahora eres tú la que está de guasa, ¿verdad?

- No Alfonso, no, en absoluto. Pero esto no es para mí, yo ya estoy de vuelta de todo esto, pero creo que hay varias personas en el pueblo que, por distintos motivos unos y otros no.

- Perdona Emilia, pero me he perdido, ¿a qué personas te refieres? ¿Quién, según tú, necesita cartearse con personas que se encuentran en la lejanía?

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- Pues, para empezar Alfonso, nuestra propia hija María. Creo que esto le serviría como distracción, mientras estuviera escribiendo esas líneas a esa amistad a distancia se olvidaría de los pesares que la atormentan que, te recuerdo, no son pocos. Tampoco estaría nada mal para tu hermana, Mariana necesita algo más que esos paseos con Nicolás por mucho que la tenga colmada de atenciones. Si quieres que prosiga, puedo hacerlo con Candela, con Aurora o Gonzalo e incluso si me apuras mucho ahora me viene a la mente Olmo. Quién sabe, igual confraternizar aunque sea a lo lejos con alguien que no sabe nada de su pasado y que no esté midiendo todo el rato sus palabras y movimientos le vendrá bien. Sí, creo que es una buena idea, mañana iré con ese periódico a la casa parroquial y expondré esto mismo tanto a Olmo como a Don Anselmo para su aprobación.

- Por favor Emilia-le dice Alfonso-te escucho y, de verdad, no doy crédito. ¿De verdad estás hablando en serio?

- Totalmente, ¿cuántas veces me has visto bromear en los últimos tiempos Alfonso? La verdad es que puedo entender que el anuncio te haya hecho gracia, yo misma hasta lo encuentro chocante. Pero también encuentro que es una gran iniciativa por parte del noticiario dar la oportunidad de que personas por los motivos que sean y se encuentren donde se encuentren puedan contactar entre ellas y soliviantar esa soledad que probablemente asole sus vidas. Lo dicho, mañana me acerco a casa de Don Anselmo y seguidamente a La Casona a tener unas palabras con María. Tranquilo, no estaré mucho y, además, a estas alturas de año no tenemos mucha clientela a excepción de los tres nuevos clientes hospedados hoy y la pareja del 2º A. Podrás arreglarte. Bien, y ahora, ¿nos vamos a casa?, te juro que estoy ansiando coger la cama.

Alfonso y Emilia abandonaron La Posada, ella con cara sonriente, él con el semblante de haber metido la pata hasta el fondo por haber abierto la boca más de la cuenta.

Al día siguiente al mediodía Emilia llegaba a su casa encontrándose a su padre sentado en un sillón enfrascado en la lectura. Cuando la oyó llegar, levantó la vista del libro y le preguntó:

- ¿Qué? ¿Cómo han ido tus visitas? Supongo que debes venir desolada después del fracaso de…

- ¿Perdón padre?-le interrumpe Emilia-¿de qué está usted hablando?

- Alfonso me lo ha contado todo, lo del anuncio, lo de las amistades a distancia, lo que te habías propuesto hacer…

- Ya, y según usted no he obtenido los resultados que esperaba. Me alegra esa confianza que se deposita en mi por parte de los dos hombres que más me importan

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en esta vida, porque he de decir que a Alfonso también le pareció una auténtica locura.

- En eso estoy con él, para que te voy a engañar. Venga, y ahora sorpréndeme y dime que este disparate ha parecido buena idea.

- La verdad es que me parece idóneo hasta para usted fíjese, así tendría con qué entretenerse. Pero bueno, bien, en respuesta a su pregunta le diré que en el caso de Mariana no ha habido manera, en el caso de María aunque en un principio he obtenido un no rotundo por respuesta, después de dialogar con ella he obtenido un “ya me lo pensaré” que eso como bien sabe usted padre, a la larga termina siendo un sí.

- ¿Y en el caso de Olmo?, porque Alfonso me ha referido que también lo habías tenido en mente en esta descabellada odisea.

- En lo concerniente a Olmo, como usted comprenderá padre, he preferido no hablar directamente con él, sino con Don Anselmo y, después de ver que había muchas más cosas a favor que en contra me ha referido que le comentaría el tema. Me ha manifestado que, en su caso, no solo le vendría bien una amistad, sino que puede que hasta diez si le apurábamos. Eso le mantendría ocupado, le haría tener la mente en otro sitio y no pensaría en ideas descabelladas como dirigirse a La Casona o molestar a Soledad o a Terence.

- Sí, en el caso de Olmo puede que tengas razón-claudicó Raimundo-pero sigo pensando que las amistades no se hacen de ese modo, no señor, en absoluto.

- Mientras lo sean, tanto da como vengan y de donde venga padre.

Mientras tanto y, como no podía ser de otro modo en el colmado Dolores ya se había hecho eco del asunto y no cabía en sí de gozo. Amistades a quienes poder contar con pelos y señales los chismes y los dimes y diretes del pueblo, eso era realmente fantástico. Qué buena idea había tenido el periódico pensaba. Porque claro, al plasmar las palabras por escrito siempre es más difícil que se te olviden los detalles. Así que se dijo que sin más demora llamaría para poner el anuncio en cuestión. Cuando se lo refirió a Pedro, este no fue muy entusiasta pero claudicó en el momento en el que tanto Hipólito como Quintina le dijeron: -¿no ve que así tendrá con qué mantenerse ocupada?-. El alcalde no pudo por menos que darles la razón.

Era la hora de comer y Don Anselmo y Olmo se encontraban a la mesa degustando un buen plato de lentejas cuando el párroco le refirió que tenía que hablar con él de un asunto.

- ¿Ahora qué ocurre Don Anselmo? No recuerdo haberme conducido con temeridad en los últimos días.

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- No Olmo no, por favor, no se ponga a la defensiva siempre a la primera de cambio, no se trata de eso.

- Pues dígame entonces, de que trata ese asunto.

El cura le refirió a modo de resumen la visita de Emilia, las palabras que había tenido con ella en lo concerniente al anuncio y lo positivo que podría resultar. Don Anselmo le comenta a Olmo que él también estaba de acuerdo y que eso le sería de gran utilidad.

- No sé qué utilidad encuentra en que alguien como yo, que solo recuerda retales sueltos de su pasado que, por cierto, no es muy halagüeño que digamos entable amistad con nadie, porque no tendría nada que contar.

- Olmo, escúcheme por favor, no le estoy hablando de amistades a las que contar un pasado, sino a las que poder compartir un futuro.

- ¿Qué futuro, me lo puede usted decir?, porque yo no veo futuro por ninguna parte.

- Pues yo sí-le espetó Don Anselmo-vaya que sí lo veo. Y, es más, ¿sabes qué?, mañana mismo pondremos ese anuncio a ver cómo va. Nunca se sabe lo que puedes encontrar hijo en los caminos que se abren ante tus ojos y este es uno de ellos.

- Bien, como usted diga Don Anselmo.

Al cabo de pocos días prácticamente todos en el pueblo ya eran conocedores de esa nueva moda de las amistades por carta y, quién más quien menos, había hecho uso de ella. Todos estaban expectantes de recibir contestación la cual aun no había llegado. Todos esperaban la llegada del cartero con ansia para saber con quién habían confraternizado y si tendrían los mismos gustos. Como no, la que esperaba con más ansia si cabe esas misivas era Dolores, pero también Olmo. Día a día no había ocasión en la que Don Anselmo no le refiriera lo bueno y positivo que iba a resultar para él.

Y por fin hicieron acto de presencia. Poco a poco, gota a gota, dependiendo del lugar de procedencia. Los lugareños estaban felices, todos habían recibido una carta por lo menos, aunque los había que habían recibido más de una, de dos o incluso de tres.

En el colmado se encontraba el matrimonio Mirañar y Quintina cuando llegó el cartero con las misivas para Dolores, que en ese momento se hallaba quejándose de que los sacos de legumbres estaban mal colocados y que ese no era el sitio que les correspondía. Cuando vieron al cartero tanto Pedro como Quintina vieron el cielo abierto, porque ésta última ya tenía en mente poner tierra de por medio inventando cualquier excusa.

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- ¡Mira Pedro!-gritó Dolores plena de emoción- han llegado, mis nuevas amistades han respondido a mi anuncio. Oh, madre que alegría. Me vais a perdonar, pero no puedo esperar más para saber sus nombres, de donde son, a qué se dedican…Bueno, que os hagáis cargo del colmado, yo voy a estar muy ocupada las próximas horas.

- Dolores perdone pero… ¿cómo que varias horas?, solo hay tres cartas, no creo que su lectura lleve más de un cuarto de hora.

- Quintina, es que tú no lo entiendes, tengo que leerlas bien y luego tengo que contestarlas y claro….

- Vale, vale, entiendo. Pues nada, vaya usted y no olvide saludar a sus nuevas amistades de mi parte.

Dolores se retiró y el alcalde y la mujer de Hipólito quedaron a cargo del colmado. En ese momento entraron Don Anselmo y Olmo (este último con una hoja en la mano, con semblante sonriente y ensimismado en ella).

- Buenas tardes padre-saludó Quintina-buenas tardes Olmo. Olmo! Olmo!

- Deje, deje, no pierda el tiempo-responde Don Anselmo- está tan ensimismado en la lectura de una de las cartas que ha recibido esta mañana que el órgano auditivo ahora mismo ha perdido toda facultad de uso.

- Así que el anuncio por su parte también ha dado sus frutos, me alegro mucho la verdad. Seguro que será muy positivo para él. ¿Y desde dónde han llegado si puede saberse?

- Pues por lo poco que se, porque le ha faltado tiempo para cogerlas y encerrarse en su cuarto, dos de Burgo de Osma, una de Villanueva de las Torres y una de Ponferrada.

- ¡Cuatro!. Qué bien, ¿no?,

- Entre tú y yo Quintina, creo que es la cuarta o quinta vez que las lee. Pero se le ve tan feliz que no quiero abrir boca por el momento. Además, hay una que le hace sonreír más que el resto.

- ¿Qué me está usted diciendo?, pues quién lo iba a decir. ¿Y sabe usted cuál es?

- Muy interesante la conversación, si señor-interrumpe el alcalde-pero aparte de hablar de esas misivas van ustedes a comprar algo o…

- Uff, de verdad, como es usted suegro. Discúlpele padre, pero ya hemos tenido antes conversación relacionada con esas misivas. Dolores ha recibido tres (por cierto, que no se entere que Olmo ha recibido una más que ella porque se puede armar lo que no está escrito).

- No puedo estar más de acuerdo hija. Y usted deje ya de refunfuñar alcalde y ya que está tan predispuesto póngame tres cirios, dos hojas de afeitar y jabón.

- Oigan-dice en ese momento Olmo que, al parecer, ya había acabado la lectura de sus cartas- ¿venden papel para escribir cartas?

- En la casa parroquial tenemos Olmo, no debes preocuparte por eso.

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- Sí, lo sé Don Anselmo, pero yo quiero un papel más…no se…

- ¿Más bonito?-le replica Quintina-creo que tiene que haber algo. Un momento, voy a mirar.

Al cabo de unos minutos aparece la muchacha con una especie de bloc con hojas color azul cielo en las que arriba a la izquierda se ve la imagen de un pequeño cisne.

- ¿Puede servir esto?, es lo único que tengo por el momento. Si quiere esperar en un par de días, a lo sumo tres, me llegarán más de más colores y con dibujos distintos.

- No, no, ese estará bien. Igual en la próxima ocasión lo adquiero en otro color. Gracias Quintina, póngame… ¿sabe cuántas hojas lleva cada bloc?

- A ver que lo compruebo…cincuenta.

- Entonces me llevo tres, más vale que sobre que no que falte.

- Muy bien, entonces serán los cirios, las hojas de afeitar, el jabón y los blocs de cartas, en total cinco pesetas.

- Aquí tiene-dice Don Anselmo-y muchas gracias. Hasta más ver alcalde, vamos Olmo.

- Adiós alcalde, adiós Quintina-se despidió también Olmo y salió con el cura camino a la casa parroquial. Ya tenía material para hacer buen uso de él justo llegara a ella.

Parece ser que esa carta que hacía sonreír a Olmo más que las demás era la que provenía de Burgo de Osma, un pequeño pueblo de Soria. La remitente según rezaba la misiva era una mujer de treinta y seis años llamada Belén. Vivía con su madre desde que una enfermedad incurable se llevara a su marido Roberto. Por suerte o por desgracia, según refería ella, no habían tenido descendencia. Trabajaba como cocinera en un hospital de Soria y, la verdad, para los tiempos que corrían siendo una mujer le pagaban bastante bien. Las tardes las dedicaba a hacer compañía a su madre, a disfrutar de la lectura, de los buenos paseos. Y los domingos, que era su día libre, le gustaba ir acompañada por su madre a la capital para ver alguna zarzuela, obra de teatro o ir a algún baile. Olmo veía algo en las palabras de Belén, en su escritura que no sabía muy bien que era y así se lo hizo saber a Don Anselmo cuando este le preguntó.

Las otras cartas eran una de un labriego dedicado al cultivo de aceitunas llamado Roberto, otra de un maestro de escuela retirado denominado Santiago y la última de una, al parecer, dama de la aristocracia denominada Carmela que cansada de la vida entre algodones que según ella le habían impuesto sin pedirlo mataba su tiempo desahogándose a través de esas misivas que la ayudaban a soportar su carga un poco mejor. Lo último, había sido presentarle al hijo de unos amigos de su padre. Una pareja ideal para ella según sus progenitores. Más bien una pareja ideal para mis padres, le decía Carmela a Olmo en su carta. Éste, en cierto sentido, podía entenderla. A veces tienes todo y no tienes nada a la vez.

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El resto de cartas al resto de habitantes de Puente Viejo también fueron llegando, las misivas de Candela, convencida en su día como no por la dulzura de Aurora quién le espetó que no había nada malo en hacer amistades nuevas más allá de las fronteras del pueblo. Las de Rita, que eran su válvula de escape ante la situación insostenible que se vivía en su hogar. Y, por último, las de Soledad quién habiéndole explicado María lo que eran esas cartas el día que se lo refirió su madre no pudo por menos que sucumbir a la tentación, cosa que Terence veía con muy buenos ojos.

Terence había quedado con Olmo y Alfonso en una hora. Soledad, a pesar de haber aceptado a su manera esos encuentros seguía sin tenerlas todas consigo pero tampoco podía hacer nada para evitarlo. Por el momento, en los meses que llevaban, Olmo no había hecho muestra ninguna de suponer ningún peligro para ellos, pero bien le decía a su marido que no bajara la guardia bajo ningún concepto. En una conversación mantenida semanas atrás con quién fuera su cuñado le espetaba que no entendía su proceder. Cuando Alfonso fue a justificarse, le interrumpió diciéndole que no necesitaba explicaciones, que simplemente le decía que no entendía su forma de actuar. Nada más.

Pasaban un poco de las cuatro de la tarde y Terence encontró a sus amigos en el claro ya esperándole y ejercitando sus músculos para el entrenamiento.

- Disculpen la tardanza, amigos- pero ha sido por motivos ajenos a mi persona.

- No se justifique Terence, en realidad creo que somos nosotros que hemos sido demasiado puntuales

- Sí, veo que han empezado sin mi-¿y usted como se encuentra hoy Olmo?

- Bien, bien, gracias.

- ¿Qué significa ese bien, bien, gracias?-dice Terence, viendo el tono y el rostro utilizado por Olmo para pronunciar esas palabras.

- Ha recibido cartas relacionadas con el anuncio-le dije medio en voz baja Alfonso.

- Vaya, vaya…así que es eso…por su semblante veo que no le han decepcionado. Me alegro mucho por usted, le vendrá bien ese entretenimiento. A Soledad por lo menos le está yendo de perlas.

- ¿Soledad recibe cartas?-pregunta Olmo a Terence.

- En efecto, así es-.Pero ahora ¿qué tal si hacemos mover nuestros cuerpos y nuestras mentes?, ya tendremos tiempo después de conversar sobre correspondencias de toda índole.

Se pusieron a entrenar, mientras Terence cavilaba una idea que si funcionaba…, pediría consejo a Alfonso en cuanto tuviera ocasión para ello.

Dos horas después y habiendo dejado a Olmo en la casa parroquial, Terence y Alfonso se hallaban en la casa de comidas delante de un chato de vino y un plato de buen queso y chorizo.

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- A ver si lo entiendo, ¿está sugiriendo decir a Olmo que escriba cartas mediante otro nombre a Soledad? Definitivamente no está usted en sus cabales Don Terence y no se lo tome a mal.

- ¿Quién no está en sus cabales?-dice Emilia-que en ese momento se hallaba recogiendo los vasos de la mesa contigua y no había podido evitar oír el último retal de la conversación.

Terence le hace un pequeño resumen de la idea y del objetivo de la misma, así como Alfonso le hace ver lo alocada y descabellada que es la misma.

- O sea, según usted Don Terence-dice Emilia-de lo que se trata es que Soledad vea por fin con buenos ojos a Olmo con esa…como decirlo… ¿valiente estupidez? En eso estoy totalmente con mi esposo.

- Pero por intentarlo no perdemos nada- replica Terence.

- Creo que olvida usted una cosa muy importante-dice Alfonso-¿cómo se supone que su mujer se dará cuenta de que Olmo ha cambiado si no sabe que es Olmo? Y, otra cosa, ¿le ha referido a éste su brillante propuesta?

- No, aún no, en realidad primero he preferido consultarlo. Pero por descontado que se lo referiré, quién sabe, al igual ni siquiera acepte.

- Bien, pues ya sabe lo que tanto mi esposa y yo opinamos al respecto. Aunque por mucha consulta que haya decidido hacernos me da en la nariz que va a continuar usted a lo suyo digamos lo que digamos, ¿no es así?

- En efecto Alfonso, y espero no se lo tomen a mal, pero debo intentarlo. Se lo complicado que es para Soledad, pero qué diablos, usted ha perdonado. ¿Por qué no podría hacerlo ella?

- No ponga en mis labios palabras que yo no he dicho. Tolero simplemente, nada más. El día de mañana ya se verá lo que el destino nos depara.

- Anda, pero que tarde se ha hecho ya, debo volver a La Casona. Alfonso, Emilia, un placer haber tenido esta charla con ustedes. Mañana después del entrenamiento le explicare mi idea al señor Mesía, a ver si consigo convencerle. Si acepta, lo demás, ya se verá con el tiempo.

Al día siguiente y después de que se lo explicara con todo lujo de detalles, Olmo acepta la proposición. Lo único que no entiende es como lo hará para conseguir demostrar que esas misivas no provienen de Puente Viejo.

- Muy fácil hombre, por eso no se apure- le espeta Terence- Yo con cualquier excusa me ausentaré digamos…una vez cada quince días. Usted solo deberá entregarme la carta y yo iré a la oficina de telégrafos de algún pueblo cercano a la capital que es donde suelo efectuar mis viajes de negocios. Diré a los operarios de esa oficina que guarden la correspondencia que pueda llegar a nombre de… ¿Cómo se va ha hacer llamar usted Olmo?

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- No lo he pensado aun, la verdad. Ni he pensado a qué me voy a dedicar, ni la edad que tengo, ni cuáles son mis aficiones…nada de nada.

- Bueno, a ver, tampoco puede ser tan difícil-replica Terence-Ah, por cierto, creo que de esto Don Anselmo no debería saber una palabra, no creo que lo viera con buenos ojos. Supongo que estará de acuerdo conmigo. Bien, por lo que respecta a su dedicación, usted era un hombre de negocios, ¿no es así?, pues no veo que haya que cambiar nada en ese sentido. Será eso. En lo concerniente a sus gustos en sus momentos de asueto, no se complique la vida y refiera los que más o menos podemos tener cualquiera de nosotros: la lectura, la música...El nombre ya corre por su cuenta. ¿Qué le parece si en tres días paso a buscar la primera carta?

- De acuerdo, en tres días la tendrá. No sé si lo que se ha propuesto con esto obtendrá sus frutos, pero muchas gracias Terence de verdad. Muchísimas gracias.

Desde el día en que Terence y Olmo se habían reunido habían pasado ya un par de meses. Soledad recibía misivas de un caballero de Velilla de San Antonio, un pueblo cercano a la capital llamado Emilio Santos, de unos cuarenta y cinco años aproximadamente. Se dedicaba al negocio de los transportes y, entre sus aficiones se encontraban los buenos libros y la buena música.

A Soledad le encantaban las cartas de Emilio, pero no por ello había dejado de lado el responder religiosamente a las otras misivas.

Olmo, por su parte, tampoco había dejado atrás a Belén ni a los otros emisarios. Se sentía feliz con las palabras que plasmaban en esos papeles tanto unos como otros. Con Soledad veía que, poco a poco, iba consiguiendo sus frutos. Sus respuestas así lo demostraban. Aunque Terence era partidario de dejar pasar un poco más de tiempo. La fruta aún no estaba del todo madura.

Por otra parte, en el colmado se respiraba una paz absoluta desde que Dolores recibía esas cartas y tanto Pedro, como Hipólito y Quintina aprovechaban esa paz de la mejor forma posible.

Rita y Candela volvían a sonreír un poco después de tanto tiempo y de los avatares que la vida había puesto en su camino. Habían tenido la fortuna de cruzarse con personas maravillosas que, aunque las separara la distancia, presentían que las tenían más cerca de lo que esa palabra pudiera significar.

Y, después de haber meditado mucho y una vez analizada la situación, Terence fue a decirle a Olmo que pasado casi medio año ya había llegado el momento. Era hora de poner las cartas sobre la mesa y descubrirle la jugada a Soledad. Cuanto más tiempo dejaran pasar peor, y, ya había pasado el suficiente como para comprobar que las misivas de Emilio eran del total y absoluto agrado de Soledad.

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- He de confesarle que estoy muy asustado Terence- a Soledad le agradan las cartas de Emilio, no lo olvide.

- Y usted no olvide que aquí lo único que ha cambiado ha sido su nombre. Que en todo momento ha sido usted mismo y que ha reflejado al Olmo que ahora usted es. Eso es lo que importa, y eso es lo que hemos logrado.

- Siempre tan positivo Terence, veremos si Soledad lo es tanto como usted.

- Verá como sí, ahora limítese a escribir otra de sus cartas. Eso sí, en ésta no olvide firmarla como Olmo Mesía. Yo, sintiéndolo mucho he de marchar, a la tarde pasaré a buscarla. Quede usted con Dios, Olmo.

- Bueno, a decir verdad, se podría decir que vivo con él, ¿no?- contestó Olmo con una sonrisa en los labios. A lo que Terence no pudo por más que responder con el mismo gesto y, con esas se marchó.

Diez días después en la casona Soledad miraba la correspondencia y al ver que había llegado misiva de Emilio, el cual le caía muy pero que muy bien, no pudo esperar ni tan siquiera ha acabarse el desayuno y procedió a abrirla. A medida que iba leyendo y desgranando sus palabras no pudo por menos que darse cuenta que ésta era como más profunda. Aun así siguió con ella hasta el final de la misma, concentrada, sonriendo ante las ocurrencias de este caballero. Hasta que…llegó al final y lo que vio le puso los pelos de punta.

No daba crédito, ¿cómo podía ser que estuviera firmada por Olmo?, y con su rúbrica además. Eso la descompuso de tal manera que no pudo probar bocado, se levantó y fue hacia su cuarto con intención de adecentarse e ir a la casa parroquial. Había muchas cosas que ese desgraciado tenía que explicarle.

Camino de su alcoba, Soledad se cruza con Terence que baja las escaleras. Éste al ver el semblante de su esposa presiente que ya ha leído la carta, así que antes de darle tiempo a reaccionar le espeta.

- Por la cara que traes veo que ya has dado cuenta de la carta de Olmo.

- ¿Perdona?- le responde Soledad-ahora con el asombro más absoluto reflejado en su rostro.

- Bueno, Olmo, Emilio… ¿qué más da sin son la misma persona? Lo único que cambia es el nombre.

- ¿Sabes esposo mío?-le replica Soledad a Terence-ahora mismo iba con la idea de guiar mis pasos hacia la casa parroquial, pero creo que antes que Olmo, alguien me tiene que decir que está pasando aquí.

El marido de Soledad procede, a modo de resumen, a exponerle todo lo que había sido la idea que había tenido y como se había llevado a cabo. A preguntas de Soledad, Terence le dice que lo único que pretendía con esto era que lograr que ésta fuera más

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comprensiva de una vez. Bajo ningún concepto le estaba pidiendo que perdonara, eso era otra cosa, pero sí diera una oportunidad a ese hombre que había dejado entrar en La Casona desde hacía ya medio año. Ese hombre que a través del papel había desnudado su alma ante ella.

Soledad al principio se había enojado, pero luego al oír las explicaciones al respecto de Terence fue demudando su rostro. No podía negar que Emilio le había simpatizado muchísimo y ahora que sabía quién se escondía bajo ese pseudónimo utilizado por su más ferviente enemigo no sabía cómo reaccionar. Las únicas palabras que logró que salieran de su boca (de las cuales no sabía si se iba a arrepentir) fueron: Terence, mañana tendremos visita, he decidido invitar a “Emilio” a merendar.

FIN